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Anónimo
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Anónimo, 1515
Edición: Carlos Alvar
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INTRODUCCIÓN
Aunque de forma vaga, las historias del rey Artús (o Arturo) y de los caballeros
de la Mesa Redonda son conocidas por todos. La pervivencia de los temas y de los
personajes debe mucho a los románticos ingleses y a Richard Wagner. El siglo XIX
fue decisivo para la transmisión de las leyendas artúricas al revivir las obras de
Malory (Mort Darthur, mediados del siglo XV) y de Wolfram von Eschenbach
(Parzival, principios del siglo XIII).
Pero de todos los textos que hablan de Lanzarote, Perceval, Artús, Ginebra y de
tantos otros caballeros, es —sin duda— el Lanzarote en prosa el que tuvo mayor
éxito en la Edad Media: esta obra forma parte de un extenso ciclo denominado
Vulgata o Pseudo-Map. Cuando hacia el año 1230 se recopila la Vulgata, las leyendas
artúricas tenían ya más de cien años de existencia literaria. En efecto, se suele
considerar la Historia Regum Britanniae, de Godofredo de Monmouth (entre 1130 y
1136), como el primer texto que se ocupa, por extenso, de Artús y de Merlín. Entre la
Historia de Monmouth y la Vulgata hay un largo camino: la Vulgata no va a ser la
última etapa del trayecto, pero sí la más importante; a partir del momento de su
difusión, dejan de existir —prácticamente— las historias artúricas, pues es la única
reconocida de forma unánime como verdadera, según deseaba el recopilador, quien
asegura que los testimonios allí recogidos proceden de un manuscrito guardado por el
rey Artús y en el que se contenían las historias tal como las habían contado sus
propios protagonistas.
Desde 1230 —fecha aproximada en que se reúne el ciclo de la Vulgata— hasta
finales del siglo XVI —en que se deja de editar— habrán pasado tres siglos y medio
de extraordinario éxito: prácticamente todos los autores franceses de la Edad Media
dejan sentir su influencia. Un gran número de escritores de Europa la leyeron y
adoptaron muchos elementos como propios: el occidente medieval había asimilado
las historias del rey Artús.
La Materia De Bretaña
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cil de Rome son sage et de san aprenant.
Cil de France sont voir chascun jor apparant[2].
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A la vez, el señor de Cambrein escribe un Perlesvaus (finales del siglo XII)
continuando el de Chrétien, independiente de todos los anteriores. Y, en Alemania,
Wolfram von Eschenbach (entre 1200 y 1210) logra otro hito con un poema de
extremada belleza, Parzival[10]. La semilla está echada por todo el occidente; ahora
que el terreno se encuentra en condiciones será fácil obtener hermosos frutos que no
se hacen esperar: a finales del siglo XII, Robert de Boron reúne en el Franco Condado
una obra titulada Li livres dou Graal (El libro del Graal), que se considera como la
primera recopilación cíclica del tema. La obra de Robert de Boron es una trilogía
dedicada a Le Román de L’Estorie dou Graal (Libro de la historia del Graal, que
también ha sido titulada Joseph d’Arimathie), a Merlín y a Perceval. Las aventuras de
los caballeros de la Mesa Redonda han llegado a su configuración definitiva, aunque
tenga que sufrir todavía ciertas alteraciones: en lo esencial, episodios y caracteres se
encuentran ya en Robert de Boron.
Acaba el siglo XII. Casi a la vez que Boron reune el Livres dou Graal, aparece
otra recopilación de características muy similares a las de su obra: es la llamada
Perceval-Didot; sus principales originalidades estriban en que por primera vez se
emplea la prosa y en que incorpora abundantes elementos del folklore galés. En lo
demás, parece reelaboración del Livres dou Graal de Boron e, incluso, presenta una
tripartición muy similar a la de aquella obra: José de Arimatea, Merlín y Muerte de
Artús[11].
El Lanzarote En Prosa
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continuación), Lancelot, Quéte du Graal y la Morte d' Arthur[17]. De las cinco partes,
las tres últimas son las que han logrado mayor fama, y con razón: innumerables veces
han sido publicadas de forma independiente del resto del ciclo, recibiendo el título de
Lancelot en prose.
A pesar del éxito conseguido por todo el ciclo y en especial por el Lanzarote en
prosa, el autor permaneció en el anonimato, haciendo desaparecer toda posible huella
que sirviera para identificarlo: lo logró con tal perfección que los críticos discuten si
fue un solo autor o si, por el contrario, fueron una legión de escritores sabiamente
puestos de acuerdo para redactar la obra. F. Lot se preocupó por el asunto y llegó a la
conclusión de que el ciclo (o al menos el Lanzarote en prosa) tenía un autor único,
clérigo seglar relacionado posiblemente con la corte de Champaña o con la de
Flandes[18]. Años más tarde, J. Frappier volvió a ocuparse del tema, que parecía
zanjado gracias a los estudios de F. Lot. Los resultados a los que llegó Frappier
chocaban con las teorías de Lot: el conjunto fue concebido por un arquitecto único
que encomendó la realización de las distintas partes a autores diferentes; sólo así se
puede explicar la unidad del todo frente a las contradicciones de ciertos detalles[19].
Si el problema del autor está aún lejos de una solución definitiva, no ocurre lo
mismo respecto a la fecha de composición. En este sentido, casi todos los críticos
coinciden en aceptar que las partes más antiguas del conjunto (Lanzarote, Demanda
del Santo Graal y Muerte del rey Artús) estaban acabadas al finalizar el primer cuarto
del siglo XIII, mientras que las más modernas (Historia del Graal y Merlín) deben
considerarse algo posteriores. En cualquier caso, la Vulgata ya existía a mediados del
siglo XIII. Pero quizá no esté de más observar que —si la obra es del siglo XIII— no
ocurre lo mismo con la historia que cuenta la larga recopilación, pues debemos
situarla en una época muy anterior: la ficción comienza a mediados del siglo V,
cuando Lanzarote tiene —aproximadamente— entre 45 y 50 años y el rey Artús es un
venerable anciano, como el Carlomagno épico.
UNA de las partes más originales del ciclo es la que ocupa el cuarto lugar y recibe
el título de Demanda del Santo Graal, cuya traducción ofrecemos al lector.
El tema de la Demanda no es otro que la búsqueda del objeto maravilloso capaz
de saciar con los mejores manjares el hambre de los compañeros de la Tabla
Redonda. En esta búsqueda se sucederán aventuras de todo tipo, pero sólo tres
caballeros podrán acercarse al Vaso: Boores, Perceval y Galaz.
Lo más importante es —sin duda— que nuestro texto rompe con la tradición
anterior para convertirse en una novela de simbología mística, pues no se trata de una
búsqueda mundana, sino espiritual: en efecto, sólo llegarán a la meta aquellos
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caballeros que han entrado en la «Aventura» debidamente confesados, con el alma
limpia de todo pecado y con los más puros pensamientos.
Como es norma feudal, el rey Artús está reunido con sus caballeros el día de
Pentecostés en torno a la Mesa Redonda. Queda un asiento libre que va a ser ocupado
por Galaz. Al comenzar la cena, aparece el Santo Graal, que colma de manjares a los
comensales. Es la señal para salir en su búsqueda: en la corte sólo queda el rey Artús,
apesadumbrado porque sabe que muchos de los que ahora parten no regresarán.
Todos fracasan menos Galaz, Perceval y Boores, cuya castidad les lleva a bordo de la
nave de Salomón, donde encuentran a la hermana de Perceval que ciñe la espada de
David a Galaz, el escogido.
Por fin, los tres caballeros llegan al castillo del rey Peles, donde se guarda el
Santo Graal. Josofes, hilo de José de Arimatea, desciende del Cielo para celebrar la
Misa. En la comunión, Jesucristo sale del Graal y da de comulgar, junto a Josofes, a
los caballeros elegidos (doce en total, contando los nueve que acompañan al rey
Pelés). Al lado, unos ángeles tienen la lanza de Longinos, que aún gotea sangre.
Tras esta escena, Galaz, Perceval y Boores reembarcan en la nave de Salomón,
que les lleva a Sarraz donde presencian los más elevados secretos del Santo Graal.
Galaz muere en éxtasis; Perceval se retira de la vida mundana y muere un año más
tarde, Boores regresa a la corte para contar lo ocurrido. El rey Artús ordena que sus
clérigos lo anoten fielmente y lo recojan en un libro que se guardará en la biblioteca
de Salesbieres (Salisbury) para memoria de todos.
No es necesario señalar el evidente paralelismo de la Demanda con distintos
momentos de la vida de Jesús: la asamblea de los caballeros el día de Pentecostés, la
aparición del Santo Graal y la partida de todos tiene una clara analogía con la llegada
del Espíritu Santo, tal como cuentan los Hechos de los Apóstoles (2,1 y SS.). El
Asiento Peligroso, vacío en la Mesa Redonda es —al parecer— la plaza que debiera
haber ocupado Judas.
El simbolismo queda claro en Galaz («puro entre los puros», cuya vida sigue la de
Jesús: es esperado por todos desde hace siglos como el salvador que dará fin a las
aventuras más extrañas. Por si fuera poco, este carácter simbólico queda subrayado
de forma notable con frecuentes interpretaciones alegóricas que, por lo general, nos
llevan a una visión cisterciense del mundo: el triunfo final de la Demanda sólo se
producirá en el momento en que su caballero desee conocer los secretos de Nuestro
Señor y sea asistido por la divina gracia; en otras palabras, será la doctrina de
Bernardo de Claraval la que guíe al autor: sólo la humildad nos impulsa hacia Dios;
el orgullo es el peor enemigo del hombre. Hay que amar a Dios sin esperar
recompensa y sólo si Dios quiere puede llegarse a la unión espiritual anhelada por los
místicos[20].
Para adecuar la materia tradicional al espíritu del Cister, el autor ha tenido que
sacrificar numerosos detalles y —lo que es más importante— ha caracterizado a los
héroes de acuerdo con una idea religiosa: a la llamada del Santo Graal acuden unos
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caballeros sin preocuparse por sus almas; el orgullo y la soberbia les roerán; son los
pecadores que sólo piensan en la Caballería y en la Cortesía, olvidando
frecuentemente el espíritu: tal es el caso de Galván, condenado (según las reglas
cistercienses) por su apego a los bienes terrenales. Otros se han arrepentido de sus
pecados a tiempo; entre estos destaca Lanzarote, que libra una dura lucha por su amor
a la reina Ginebra; su mayor deseo es conseguir la paz interna; al confesar —tras
numerosas ambigüedades— sus relaciones adúlteras, le brotan lágrimas de auténtico
arrepentimiento. Su confianza en Dios se ve premiada con un brevísimo éxtasis, en el
que puede contemplar el Santo Graal, pero sus antiguos pecados le impiden disfrutar
de la plenitud de esta visión.
Por último, volviendo a las doctrinas de San Bernardo, podemos comprender por
qué son tres los elegidos: Boores representa la ascética; su triunfo final viene
marcado por un largo camino de sacrificios y privaciones. Perceval está imbuido de
gracia ya desde el principio; su salvación depende en gran manera de la ayuda divina:
no son las mortificaciones las que le hacen salir airoso ante la tentación, sino la mano
de Dios que le protege en última instancia; Perceval no pone prácticamente nada de
su parte para triunfar: sólo su cándida inocencia.
Pero de todos, Galaz es el más significativo: en él se juntan un profundo
ascetismo y la gracia divina; la fusión de estos dos elementos va a hacer de Galaz el
modelo de santidad que todo buen caballero debe imitar; él mismo —a su vez— es el
reflejo de Jesucristo, como ya he señalado más arriba. No tiene que sufrir tentaciones,
no hay obstáculos que impidan el deseo divino. Su presencia en la Demanda se debe
—sobre todo— a los demás: es el ejemplo vivo de lo que los compañeros de la Mesa
Redonda deberían hacer.
No quiero prolongar más este comentario. El lector puede seguir viendo los
paralelismos y las vías hacia Dios. Creo que no queda lugar a dudas acerca de la
simbología cristiana de la Demanda del Santo Graal. Creo, también, que el influjo
cisterciense es evidente: en cada comentario, a cada paso, aparecen las doctrinas de
Bernardo de Claraval; esto no quiere decir que el autor de la Demanda haya llevado a
término una obra propagandística, simplemente, ha procurado ver la tradición desde
otro punto de vista. Y lo ha conseguido de forma magistral.
Conclusión
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últimos años de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Después, nada.
El éxito que tuvo la obra en Francia traspasó bien pronto los Pirineos: en toda la
península se pueden rastrear huellas de la Demanda, pero es difícil establecer si
proceden del texto que ofrecemos al lector o si, por el contrario, tuvieron su origen en
alguna de las versiones anteriores. En cualquier caso, hay que señalar en la Península
dos textos relacionados con el tema que nos ocupa: Demanda de Santo Graal, en
portugués (copiado entre 1400 y 1438) y Demanda del Sancto Grial con los
maravillosos fechos de Langarote y de Galaz su hijo (Toledo, 1515 y Sevilla, 1535).
Tanto el texto portugués como el castellano tienen considerables lagunas, a la vez que
son importantes los cruces que presentan con un Tristán en prosa; de estas obras
proceden gran parte de los encabezamientos que utilizo para dividir nuestra
traducción. Se conoce, además, una Storia del Sant Grasal en catalán, de finales del
siglo XIV[21].
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NUESTRA TRADUCCIÓN
Hemos tomado como base el texto del manuscrito K —publicado por Pauphilet
—, que se encuentra en el Palais des Arts de Lyon (Ms. n.º 77). Pauphilet demostró
que, a juzgar por su lengua y por su pulcritud, era la mejor copia de las conservadas.
Sobre el texto medieval (edic. A. Pauphilet, 1975) he realizado mi traducción.
No escapará al lector la extraña forma que he tenido de traducir los nombres
propios: no he pretendido —ni mucho menos— llevar a cabo una simple
transcripción fonética, antes bien, mi intención era la de conservar las formas
consagradas por los libros de caballerías hispánicos; así se justifica que Galaad sea
Galaz, Bohort sea Boores o la Forest Gaste se convierta en la Gasta Floresta y no en
el «Bosque Devastado», por poner unos ejemplos. Supongo que el lector sabrá
aceptar mi criterio.
Por otra parte, he sido fiel al texto: mi pretensión es traducir la historia sin
modificarla. Hubiera sido fácil quitar repeticiones, modificar con sinónimos, eliminar
los apoyos del coloquio, pero ello no daría el aire que tiene el relato y el lector
quedaría lejos —muy lejos— de conocer aquello que busca al acercarse a estas
páginas.
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BIBLIOGRAFÍA
Los títulos que ofrezco a continuación no son otra cosa que una guía orientadora:
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RIQUER, M. DE: La leyenda del Graal y temas épicos medievales, Madrid, 1968.
SHARRER, H. L.: A Critical Bibliography of Hispanic Arthurian Material, Valencia,
1977.
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LA DEMANDA DEL SANTO GRAAL
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Cómo La Doncella Vino A Llamar A Lanzarote
LA víspera de Pentecostés, cuando los compañeros de la Tabla Redonda habían
llegado a Camaloc y después de haber oído los oficios, mientras iban a colocarles las
mesas a la hora de nona, en ese momento entró en la sala a caballo una bellísima
doncella; había venido muy deprisa, como bien se podía apreciar, pues sus cabellos
todavía estaban empapados de sudor. Descabalgó y vino hasta el rey; éste la saluda y
le dice que Dios la bendiga. «Señor —pregunta ella—, por Dios, indicadme si
Lanzarote se encuentra aquí». «En verdad que sí —dice el rey— vedlo ahí». Lo
señala. Ahora se dirige ella a donde está y le dice: «Lanzarote, os comunico, de parte
del rey Pelés, que debéis venir conmigo al bosque». Él le pregunta que de quién es.
«Soy —responde— de aquél de quien os he hablado». «¿Y qué necesidad, le
pregunta, tenéis de mí?». «Eso ya lo veréis», le contesta aquélla. «Por Dios, dice, iré
con gusto».
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Cómo Lanzarote Se Fue Con La Doncella
TRAS esto ordena a un escudero que ensille su caballo y le traiga las armas. Al
instante todo queda listo. Cuando el rey y los demás que estaban presentes ven esto,
les pesa mucho. Al darse cuenta de que no conseguirán que se quede, le dejan ir. La
reina le dice: «Lanzarote, ¿acaso nos vais a abandonar un día tan señalado como
hoy?». «Señora, dice la doncella, sabed que lo tendréis de nuevo aquí mañana antes
de la hora de cenar». «Id entonces, dice, pues si mañana no volviera, no iría hoy con
mi consentimiento». Él monta y la doncella también.
Se marchan sin más despedidas y sin más compañía que un escudero que con la
doncella había venido. Cuando salen de Camaloc cabalgan tan deprisa que llegan al
bosque. Toman el gran camino de herradura y avanzan más de media legua hasta
llegar a un valle. Entonces contemplan delante de ellos, perpendicular al camino, una
abadía de monjas. En cuanto se hubieron acercado un poco, la doncella se dirige
hacia allá. Al llegar a la puerta llama el escudero, les abren, descabalgan y entran.
Cuando supieron los de dentro que Lanzarote había llegado corren todos a su
encuentro, manifestándole una gran alegría. Lo llevaron a un aposento, donde fue
desarmado, y luego vio acostados sobre sendos lechos a sus dos primos, Boores y
Lionel. Se sorprende. Los despierta, y cuando éstos lo ven, lo abrazan y lo besan.
Entonces comienza la alegría entre los primos. «Noble señor —dice Boores a
Lanzarote—, ¿qué aventura os ha traído aquí? Pensábamos encontraron en Camaloc».
Él les cuenta cómo una doncella le ha llevado a aquel lugar, pero aún no sabe por
qué.
Mientras hablaban así, entraron tres monjas que iban detrás de Galaz, muchacho
tan hermoso y tan bien proporcionado en todos sus miembros que apenas encontraréis
uno semejante en el mundo. La dama que era más alta lo llevaba por la mano y
lloraba muy tiernamente. Al llegar ante Lanzarote le dijo: «Señor, os traigo a nuestro
criado, nuestro gozo, nuestra protección y nuestra esperanza, para que lo hagáis
caballero, pues, a nuestro entender, de nadie más noble que vos podría recibir la
orden de caballería». Mira al niño y lo ve adornado tan maravillosamente con todas
las bellezas, que piensa no haber visto jamás a nadie de su edad con una figura tan
perfecta de hombre. Por la sencillez que se ve en él, espera que haga tantos bienes
que le agrada prepararle para caballero. Responde a las damas que no se preocupen
por esto, pues, ya que así lo desean, con gusto lo hará caballero. «Señor —dice la que
lo llevaba—, queremos que sea esta noche o mañana». «Por Dios —dice— será como
queréis».
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Cómo Lanzarote Quedó En El Monasterio E
Hizo Que El Joven Velara
AQUELLA noche permaneció allí Lanzarote e hizo que el doncel velara en el
monasterio; a la mañana siguiente, a la hora de prima, lo armó caballero; le calzó una
de las espuelas y le dio el espaldarazo, deseándole que Dios lo hiciera noble
caballero, pues no le faltaba ninguna virtud. Cuando había cumplido con todo lo que
a novel caballero corresponde, le dijo: «Noble señor, ¿vendréis conmigo a la corte de
mi señor, el rey Artús?». «Señor —le responde—, de ningún modo; no iré con vos».
Entonces, dice Lanzarote a la abadesa: «Señora, permitid que nuestro novel caballero
venga con nosotros a la corte del rey, mi señor, pues allí aumentará bastante más su
condición que si se queda aquí con vos». «Señor —le responde—, no irá ahora; pero
tan pronto como creamos que sea justo y necesario lo enviaremos».
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Cómo Lanzarote Se Volvió A La Corte Del
Rey Artús Y De Lo Que Allí Ocurrió
ENTONCES se va Lanzarote junto con sus compañeros; cabalgan todos hasta llegar
a Camaloc a la hora de tercia; el rey había ido al monasterio para oír misa,
acompañado de numerosos nobles. Cuando llegaron los tres primos, descabalgaron en
el patio y subieron a la sala de arriba. Entonces empezaron a hablar del niño que
Lanzarote había nombrado caballero; Boores dijo que no había visto nunca a nadie
que se pareciese tanto a Lanzarote como aquél. «Y ciertamente —añadió—, creería
que éste es Galaz, el que fue engendrado en la hermosa hija del Rico Rey Pescador,
pues de manera asombrosa se parece a ese linaje y al nuestro». «En verdad —dijo
Lionel—, bien creo que lo sea, pues se asemeja mucho a mi señor». Largo rato
hablaron de este tema por ver si lograban sacar algo de la boca de Lanzarote, pero en
ningún momento contestó éste, por ahora.
Al dejar de hablar de esto, dirigieron la mirada a los asientos de la Tabla Redonda
y encontraron escrito en cada uno de ellos: AQUI DEBE SENTARSE FULANO.
Fueron mirando así todos los lugares hasta que llegaron al sillón que se llamaba el
Asiento Peligroso. Allí encontraron letras recién escritas, al parecer. Leyeron las
letras que decían: 454 AÑOS HAN PASADO DESDE LA PASION DE
JESUCRISTO; EL DIA DE PENTECOSTES DEBE ENCONTRAR DUEÑO ESTE
ASIENTO. Al ver estas letras se dicen los unos a los otros: «Por nuestra fe, ¡he aquí
una aventura maravillosa!». «En nombre de Dios —dijo Lanzarote—, el que quiera
sacar la cuenta desde la Resurrección de Nuestro Señor hasta ahora, hallaría, al
menos así lo creo, que hoy debe ser ocupado este puesto, ya que es la Pentecostés del
año 454. Bien desearía que nadie de los que vengan hoy viera estas letras, pues debe
someterse a esta aventura». Dicen que lo ocultarán a la vista: hacen traer un velo de
seda y lo echan por encima del asiento para ocultar las letras.
Al volver el rey del monasterio vio que Lanzarote había regresado y que había
traído consigo a Boores y Lionel, lo cual le alegró mucho; les dio la bienvenida.
Entonces comenzó la fiesta, grande y maravillosa, pues los compañeros de la Tabla
Redonda estaban muy contentos con el regreso de los dos hermanos.
Galván les pregunta cómo les había ido desde que marcharon de la corte, a lo que
ellos responden: «Bien, gracias a Dios», ya que estuvieron siempre sanos y salvos.
«En verdad —continúa Galván—, eso me agrada mucho». Grande es la alegría que
los de la corte tienen por Boores y Lionel, pues hacía mucho que no les habían visto.
El rey ordena que sean colocados los manteles, porque ya es hora de comer, al
menos eso cree. «Señor —dice Kay, el senescal—, si os sentáis a comer me parece
que quebraríais la costumbre que hasta aquí habéis mantenido: hemos visto que vos,
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en las fiestas solemnes, no os sentabais a la mesa sin que hubiese ocurrido en la corte
una aventura ante todos los nobles de vuestro séquito». «Cierto, responde el rey; Kay,
decís verdad; yo he mantenido siempre esta costumbre y la mantendré aún cuanto
tiempo pueda, pero tenía tanto gozo de que Lanzarote y sus primos hayan vuelto a la
corte sanos y salvos que no me había acordado de la costumbre». «Por eso os lo
recuerdo», dice Kay.
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Cómo Un Criado Trajo Al Rey Las Nuevas
De La Espada Del Escalón
MIENTRAS hablaban así entró un criado, que dijo al rey: «Señor, os traigo noticias
muy maravillosas». «¿Cuáles?, pregunta el rey; dímelas pronto». «Señor, ahí abajo, al
pie de vuestro palacio, hay un gran escalón y he visto cómo flotaba por encima del
agua. Venid a verlo, pues sé que es éste un acontecimiento sorprendente». Desciende
el rey para contemplar esta maravilla y lo mismo hacen todos los demás. Al llegar al
río, se encuentran el escalón de mármol rojo sobre el agua; encima del escalón estaba
clavada una espada que parecía muy hermosa y rica y en cuya cruz, que estaba hecha
con una piedra preciosa, había algo escrito con letras de oro y con gran perfección.
Los nobles miraron las letras que decían: «NADIE ME SACARA DE AQUI, A NO
SER AQUEL DE CUYO COSTADO DEBO COLGAR. ESE SERA EL MEJOR
CABALLERO DEL MUNDO».
Cuando el rey ve estas letras dice a Lanzarote: «Buen señor, en legítima justicia,
esta espada os corresponde, pues bien sé que sois el mejor caballero del mundo».
Avergonzado, responde: «Ciertamente, señor, ni ella me corresponde ni yo tendría el
valor ni el atrevimiento de tocarla, pues de ninguna forma soy digno ni merecedor de
tomarla; por eso; me abstendré y no la tocaré: sería una locura si pretendiera hacerme
con ella». «De todas formas —dice el rey—, intentaréis sacarla». «Señor —contesta
—, no lo haré: bien sé que cualquiera que intente hacerlo y no lo logre será castigado
con alguna herida». «Y vos, ¿qué sabéis?» —le dice el rey—. «Señor —le vuelve a
responder—, bien lo sé, y, además, os digo otra cosa: quiero que sepáis que en el día
de hoy comenzarán las grandes aventuras y las grandes maravillas del Santo Graal».
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Cómo Galván Probó La Espada, Sin Lograr
Nada
CUANDO el rey oye que Lanzarote no lo hará de ninguna forma, le dice a mi señor
Galván: «Buen sobrino, probad». «Señor —le responde—, salva sea vuestra gracia,
no lo haré, ya que mi señor Lanzarote no lo quiere intentar. De ninguna manera
pondré la mano sobre la espada, pues bien sabéis que él es, con diferencia, mejor
caballero que yo». «De todas formas lo vas a intentar, porque así lo quiero y no por
conseguir la espada». Galván tiende la mano, toma la espada por el puño y tira con
todas sus fuerzas, pero no puede sacarla. El rey le dice entonces: «Buen sobrino,
dejadla, que ya habéis cumplido mi orden». «Señor Galván —dice Lanzarote—,
sabed ahora que esta espada os herirá tan pronto, que no habríais deseado tenerla ni
siquiera a cambio de un castillo».
«Señor —contesta Galván—, no pude hacerlo de otra manera; aunque deba morir
ahora, lo hice por cumplir la voluntad de mi señor». Al oír esto, el rey se arrepiente
de que mi señor Galván lo haya hecho.
Entonces, le dice a Perceval que lo intente también, a lo que éste le contesta que
lo hará con gusto por acompañar a Galván: coge la espada y tira, pero no puede
arrancarla. Entonces todos creen a Lanzarote y piensan que las letras de la cruz son
verdaderas; no hay ya nadie tan osado que se atreva a tocarla. Kay dice al rey:
«Señor, señor, por mi cabeza, ahora podéis sentaros a comer cuando queráis, que no
ha faltado la aventura, según me parece». «Vayamos pues —dice el rey—; ya es
tiempo».
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Cómo Regresaron A La Corte Y De Lo Que
En Ella Ocurrió
SE van entonces los caballeros y dejan el escalón en el río; el rey manda que
remansen el agua. Después se sienta en un alto trono y los compañeros de la Tabla
Redonda ocupan cada uno su puesto. Aquel día sirvieron la mesa cuatro reyes
coronados, con otros tantos hombres notables, cosa digna de admiración. El rey se
sentó en su alto trono y numerosos nobles le sirvieron. Cuando ya estaban sentados,
se dieron cuenta de que habían venido todos los compañeros de la Tabla Redonda,
ocupando todos los lugares, excepto el que se llamaba el Asiento Peligroso.
Habían comido el primer plato, cuando les sucedió una cosa maravillosa: todas
las puertas y ventanas del salón donde comían se cerraron solas, sin que nadie las
tocara, pero la sala no se oscureció, por lo cual se admiraron los simples y los sabios.
El rey Artús, que habló el primero, dijo: «Por Dios, nobles señores, hoy hemos visto
cosas maravillosas aquí y en el río, pero bien creo que aún las veremos mucho
mayores esta misma noche».
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Cómo Llegó A La Corte Un Anciano Con
Galaz
MIENTRAS el rey hablaba así, entró un hombre viejo y anciano con una túnica
blanca: no había caballero allí dentro que pudiera saber por dónde había entrado. El
anciano venía a pie y traía de la mano a un caballero vestido con armadura bermeja,
sin espada y sin escudo. En cuanto hubo llegado al centro de la sala dijo: «La paz sea
con vos». Después se dirigió al rey diciéndole: «Rey Artús, te traigo al Caballero
Deseado, del alto linaje del Rey David y emparentado con José de Arimatea; con él
culminarán las maravillas de este país y de tierras extrañas. Helo aquí». El rey se
alegra mucho con esta noticia; le dice al buen hombre: «Señor, ¡bienvenido seréis si
esto es cierto y que sea bienvenido el caballero! Si éste es el que esperamos para dar
fin a las aventuras del Santo Graal, nunca habrá habido una alegría tan grande por
nadie, como la que nosotros haremos por él. Y sea quien sea, bien el que vos decís o
cualquier otro, le deseo mucho bien, pues es tan gentil y de tan alto linaje como vos
decís». «Por mi fe —dijo el hombre— en breve veréis el comienzo». Entonces hizo
que desarmaran al caballero: dejó a un lado el cendal bermejo y le ruega que se
abroche al hombro un manto del mismo color que llevaba a la espalda, hecho de
jamete, forrado por dentro de armiño blanco.
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Cómo Galaz Acabó Con La Aventura Del
Asiento Peligroso
CUANDO le hubo vestido y arreglado, le dijo: «Seguidme, señor caballero». Y así
lo hizo. El anciano lo lleva derecho al Asiento Peligroso, ante el que está sentado
Lanzarote; levanta el velo de seda que habían puesto antes, encontrándose con las
letras que dicen: ESTE ES EL ASIENTO DE GALAZ. El buen hombre mira las
letras, ve que están recién escritas, al menos así le parece, y reconoce el nombre;
entonces, se dirige al joven y le dice en voz tan alta que todos los demás lo oyen:
«Señor caballero, sentaos aquí, pues este lugar es vuestro». Se sienta sin dudar y dice
al anciano: «Señor, ahora os podéis ir, pues ya habéis cumplido lo que se os ordenó.
Saludadme a todos los del Santo Hostal y a mi tío, el rey Pelés y a mi abuelo, el Rico
Rey Pescador, y decidles de mi parte que iré a verlos tan pronto como pueda, y me
agradará». El anciano se marcha, encomendando a Dios al rey Artús y a todos los
demás. Cuando aquéllos quisieron preguntarle quién era, no les contestó, antes bien,
les respondió sencillamente que no se lo diría ahora, pues lo sabrían en su momento,
si se atrevían a preguntarlo. Se acerca a la puerta principal del palacio, que estaba
cerrada, la abre y desciende al patio; en él encuentra caballeros y escuderos, hasta un
total de quince, que le esperaban y habían venido con él. Monta y se aleja de la corte
de tal forma que no supieron nada más de él por ahora.
Cuando los de la sala vieron al caballero sentado en el lugar que tantos hombres
destacados habían temido y en el que habían sucedido tan grandes aventuras, no hay
ninguno que no se maraville sobremanera, pues lo ven tan joven que no saben de
dónde ha podido llegarle tal gracia, a no ser de la voluntad de Nuestro Señor.
Comienza la gran fiesta: todos honran al caballero, porque piensan que será el que
termine con las maravillas del Santo Graal y bien lo conocen por la prueba del
Asiento, en el que nunca se sentó nadie sin recibir alguna calamidad por ello. Le
sirven y honran tanto como pueden, como si lo tuvieran por maestro y señor sobre
todos los de la Tabla Redonda.
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Cómo Lanzarote Conoce En Galaz A Su Hijo
Y Lanzarote, que lo miraba con mucho placer por las maravillas que en él ve, se da
cuenta que es el que ha nombrado caballero hoy mismo, y por ello recibe una gran
alegría. Le honra lo más que puede, le habla de muchas cosas, y le pide que le cuente
algo de sí mismo. Y aquél, que también lo ha reconocido, no se atreve a negárselo,
contestándole muchas veces a lo que le pregunta. Boores, que está más contento que
los otros y que se ha dado cuenta de que éste es Galaz, el hijo de Lanzarote, el que
debe llevar a la cumbre las aventuras, habla a Lionel, su hermano, y le dice: «Buen
hermano, ¿sabéis quién es este caballero que está sentado en el Asiento Peligroso?».
«No lo sé demasiado bien —dice Lionel—; tan sólo sé que es el que hoy ha sido
armado caballero, que Lanzarote lo ha convertido en caballero con su mano; que es
del que hemos hablado vos y yo durante todo el día y que Lanzarote le engendró en la
hija del Rico Rey Pescador». «Verdaderamente lo sabíais —le dice Boores— y que es
nuestro primo cercano. Debemos estar muy contentos, pues no cabe la menor duda de
que llegará más allá que ningún caballero de los que yo he conocido: ya tiene buen
principio».
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Cómo La Reina Se Entera De La Llegada De
Galaz
ASÍ hablan de Galaz los dos hermanos, igual que todos los demás. La noticia sube y
baja tanto por la corte que la oye la reina, que estaba comiendo en su cámara, pues un
criado le dice: «Señora, están sucediendo cosas maravillosas.» «¿Cómo? —pregunta
—, dímelo». «Por mi fe, señora —responde—, ha llegado a la corte un caballero que
ha concluido con la aventura del Asiento Peligroso; es tan joven que todo el mundo
se pregunta de dónde le ha podido venir esa gracia». «¿De verdad —dice la dama—,
puede ser esto cierto?». «Sí —le responde—, así lo debéis saber». «Por el nombre de
Dios —añade la reina— ha tenido suerte, pues esa aventura no pudo acabarla ningún
hombre que no muriera o resultara dañado antes de que la hubiera finalizado». «¡Ay,
Dios! —dicen las damas—, ¡en buena hora nació el caballero! Nunca hubo un
hombre tan esforzado, ni pudo llegar donde él ha llegado. Por esto se puede saber
bien que es el que pondrá fin a las aventuras de Gran Bretaña, y que por él sanará el
Rey Tullido». «Buen amigo —dice la reina al criado—, así te ayude Dios, dime cómo
es». «Señora —le responde—, así me ayude Dios, es uno de los más hermosos
caballeros del mundo; pero es muy joven, se parece a Lanzarote y a los familiares del
rey Van, de tal manera que todos dicen que es descendiente de ellos». Entonces la
reina desea verlo aún más que antes, pues por lo que ha oído contar de la semejanza,
piensa que se trata de Galaz, que fue engendrado por Lanzarote en la hija del Rico
Rey Pescador, tal como le había narrado ya en muchas ocasiones y le había dicho de
qué forma fue seducido; era éste el principal motivo por el que ella estaba enfadada
con Lanzarote, pues la culpa había sido suya.
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Cómo El Rey Artús Se Alegró De La Venida
De Galaz
CUANDO terminaron de comer el rey y los compañeros de la Tabla Redonda, se
levantaron de sus asientos. El mismo Rey se acercó al Asiento Peligroso, levantó el
velo de seda y encontró el nombre de Galaz, que tanto deseaba saber. Se lo muestra a
mi señor Galván y le dice: «Buen sobrino, ahora tenemos a Galaz, el buen caballero
perfecto, a quien nos y los de la Tabla Redonda tanto habíamos querido conocer.
Pensemos ahora en honrarle y servirle durante el tiempo que esté con nosotros, pues
no permanecerá aquí mucho, lo sé bien por la gran Demanda del Graal, que empezará
pronto según creo. Y Lanzarote nos lo ha hecho entender, que no habría dicho nada si
no hubiera sabido algo». «Señor —dice Galván—, vos y yo debemos servirle como al
enviado de Dios que ha de liberar a nuestro país de las grandes maravillas y de las
extrañas aventuras que tan a menudo y durante tanto tiempo le han ocurrido».
Entonces se acercó el rey a Galaz y le dijo: «Señor, sed bienvenido: mucho hemos
deseado conoceros; ahora os tenemos aquí, gracias a Dios y a vos, que os dignasteis
venir». «Señor —responde—, yo he venido aquí porque así debía hacerlo, pues de
este lugar deben ponerse en movimiento todos los que serán compañeros de la
Demanda del Santo Graal, que comenzará en breve». «Señor —dice el rey—
necesitábamos mucho que vinierais por numerosos motivos, por terminar con las
grandes maravillas de esta tierra y por llevar a cabo una aventura que hoy nos ha
sucedido y que los demás no han logrado concluir. Bien sé que vos lo realizaréis,
como el que debe acabar los hechos en los que los demás han fracasado. Y ya que
Dios os ha enviado a nosotros, podréis poner fin a lo que los demás no consiguieron».
«Señor —dice Galaz—, ¿dónde está esa aventura de la que me habéis hablado? La
veré con gusto». «Yo os la mostraré», responde el rey. Le toma por la mano y
descienden del palacio; todos los demás nobles les siguen, de tal forma que no hubo
caballero en el palacio que no fuera.
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De Cómo Galaz Concluyó La Aventura De La
Espada Del Escalón
LA noticia llega ahora a la reina. Y tan pronto como la oyó, hizo levantar la mesa y
dijo a cuatro de sus más altas damas que estaban con ella: «Bellas señoras, venid
conmigo al río, pues de ninguna manera querría perderme el fin de estos
acontecimientos, si pudiera llegar a tiempo». Desciende la reina del palacio y con ella
una gran compañía de damas y doncellas.
Cuando llegaban al río, los caballeros las vieron y comenzaron a decir: «¡He aquí
la reina, volveos!». Los más preciados les abren paso; el rey dice a Galaz: «Señor,
ved aquí la aventura de la que os he hablado. Al intentar sacar esta espada del escalón
han fracasado hoy los caballeros más valiosos de mi corte, que no pudieron sacarla».
«Señor —dice Galaz—, no es nada extraño, pues esta aventura me estaba reservada;
si no, es de ellos; por la gran certeza que tenía de recibir esta espada, no traje ninguna
a la corte, como bien pudisteis ver». Entonces, coge la espada y la saca del escalón
con tal facilidad como si no estuviera sujeta; toma después la funda y envaina; luego,
se la ciñe y dice al rey: «Señor, más vale ahora que antes; ya sólo me falta el escudo,
pues no tengo». «Buen señor —dice el rey—, Dios os enviará un escudo de alguna
parte, del mismo modo que ha hecho con la espada».
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Cómo La Doncella Dijo A Lanzarote Que Su
Nombre Había Cambiado
MIRAN entonces río abajo y ven venir una doncella montada sobre un palafrén
blanco, que venía hacia ellos al galope. Cuando llegó, saludó al rey y a su compañía,
preguntando si Lanzarote estaba allí. Y él, que estaba ante ella, le responde:
«Doncella, heme aquí». Ella lo mira y lo reconoce. Entonces comienza a decirle
llorando: «¡Ay, Lanzarote, ha cambiado tanto vuestra condición desde ayer por la
mañana!». Cuando él oye esto, le dice: «Doncella, ¿cómo? Decídmelo». «Por mi fe
—dice ella— os lo contaré viendo a todos los de aquí. Ayer por la mañana erais el
mejor caballero del mundo; el que os llamara entonces mejor caballero de todos,
decía verdad, pues lo erais. Pero quien lo dijera ahora debería ser tenido por
mentiroso, ya que hay mejor que vos, como está demostrado con la aventura de la
espada que vos no osasteis tocar. Por eso ha cambiado y ha variado vuestro
calificativo y os lo recuerdo para que a partir de ahora no penséis que sois el mejor
caballero del mundo». Responde que de ningún modo lo pensará, pues esta aventura
ya le había alejado tal pensamiento. Entonces se vuelve la doncella al rey y le dice:
«Rey Artús, Nacián el ermitaño me encarga que te diga que hoy tendrás la mayor
honra que nunca le llegó a caballero de Bretaña, pero no será por ti mismo, sino por
otro. ¿Y sabes de qué? Del Santo Graal que aparecerá hoy en tu corte y dará alimento
a los compañeros de la Tabla Redonda». En cuanto acabó de hablar, volvió las
riendas, yéndose por el camino que había traído. En aquel lugar había muchos nobles
y caballeros que la hubieran querido retener para saber quién era y de dónde había
venido; pero ella no quiso quedarse por más que le rogaron.
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Cómo El Rey Artús Mandó Hacer El Torneo
De Camaloc
ENTONCES dijo el rey a los nobles de su séquito: «Buenos señores, tenemos claras
pruebas de la Demanda del Santo Graal, en la que participaréis pronto. Sé bien que no
os volveré a ver a todos juntos como ahora estáis y por eso quiero que en el campo de
Camaloc haya un torneo tal que, después de nuestra muerte, sea recordado por
nuestros descendientes». Todos aprueban estas palabras; vuelven a la ciudad y unos
toman las armas por lidiar más seguros, mientras que otros sólo cogieron yelmo y
escudo, pues se fiaban mucho, la mayoría de ellos, de su propio valer. El rey, que
había procurado todo esto, lo hizo por ver algo de la caballería de Galaz, ya que
pensaba que tardaría en volver a la corte, una vez que se hubiera marchado.
Cuando se reunieron todos, grandes y pequeños, en el campo de Camaloc, a
ruegos del rey y de la reina, Galaz se vistió la cota sobre los hombros y el yelmo en la
cabeza; pero no quiso tomar escudo por más que le insistieron. Galván, que estaba
muy alegre, dijo que le llevaría las lanzas y lo mismo dijeron Yvain y Boores de
Gaunes. La reina subió a la muralla con gran acompañamiento de damas y doncellas.
Galaz, que había llegado al campo con los demás, comenzó a quebrar lanzas con tal
ímpetu que no hubo nadie que lo viera sin maravillarse. En poco rato rompió tantas
que todos, al ver su gran valer en armas, lo tuvieron por extraordinario,
considerándolo el mejor; decían que nunca habían visto a nadie que empezara de
forma tan noble sus hechos de armas y bien parecía, por lo que hizo en aquella
jornada, que sin dificultad podría sobresalir en mérito por encima de los demás
caballeros. Al finalizar el torneo, encontraron que de todos los compañeros de la
Tabla Redonda que llevaban armas, sólo dos no habían sido abatidos por él:
Lanzarote y Perceval.
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Cómo Galaz Ganó El Premio Del Torneo
EL torneo duró hasta después de nona y entonces terminó. El mismo rey, que temía
que al final hubiera excesos, hizo que se dispersaran; mandó que Galaz se desatara el
yelmo y encargó a Boores de Gaunes que marchara con él. Éste lo acompañó desde el
campo a la ciudad de Camaloc, por la calle mayor, con la cabeza descubierta, para
que todos pudieran verle sin dificultad. Cuando la reina lo divisó dijo que realmente
lo había engendrado Lanzarote, pues nunca hubo dos hombres que se parecieran tanto
como se parecían ellos dos. Por eso, no era de extrañar que estuviera adornado con
las dotes de la caballería, pues de otra forma habría degenerado mucho. Una dama
que oyó algunas de estas palabras, respondió al instante: «Señora, por Dios, ¿es tan
buen caballero como vos decís?». «Desde luego —dice la reina—. Pues procede por
todos sus linajes de los mejores caballeros del mundo y de la más alta alcurnia
conocida».
Bajaron las damas a oír vísperas por la solemnidad del día. Cuando el rey salió
del monasterio y subió al palacio, ordenó que pusieran las mesas. Entonces fueron a
sentarse los caballeros, cada uno en su lugar, igual que habían hecho por la mañana.
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Cómo Llegó El Santo Graal A La Corte
CUANDO estuvieron todos sentados y en calma, oyeron un trueno tan grande y
extraordinario que pensaron que el palacio se iba a hundir. Entonces entró un rayo de
sol que dio al palacio doble de luz de la que tenía. Quedaron todos como iluminados
por la gracia del Espíritu Santo y comenzaron a mirarse, pues no sabían de dónde les
podía haber venido y, sin embargo, no había allí nadie que pudiera hablar ni decir una
sola palabra por su boca: todos enmudecieron, grandes y pequeños. Y cuando ya
llevaban un rato así, sin que ninguno de ellos hubiera podido hablar, entró el Santo
Graal, cubierto con un jamete blanco. Nadie logró ver quién lo llevaba. Entró por la
gran puerta del palacio, y una vez que estuvo dentro, el salón se llenó de buenos
olores, como si todas las especias de la tierra hubieran sido derramadas allí. Dio la
vuelta a la sala, alrededor de los asientos, y conforme pasaba por las mesas, éstas
quedaban dispuestas con la comida que cada uno quería. Cuando todos estuvieron
servidos, se fue el Santo Graal tan deprisa que nadie supo qué había pasado y por
dónde se había ido. Ahora pudieron hablar los que antes no podían decir ni palabra.
Dieron gracias a Nuestro Señor la mayoría de ellos por el gran honor que les había
hecho, pues les había reconfortado con la gracia del Vaso Santo. Pero de todos los
que estaban allí, fue el rey Artús el más gozoso y alegre, ya que Nuestro Señor le
había mostrado mayor merced que a ninguno de los que reinaron antes que él.
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Cómo Prometió Galván Al Rey Artús, Su
Tío, Que Entraría En La Demanda Del Santo
Graal
POR este motivo se alegraron mucho propios y extraños, pues les parece evidente
que Nuestro Señor no se olvidaba de ellos, ya que les mostraba tan gran merced;
hablaron de esto todo el tiempo que duró la comida. El mismo rey comenzó a decir a
los que estaban más cerca de él: «Ciertamente, señores, debemos estar muy contentos
y tener mucha alegría por habernos mostrado Nuestro Señor un signo tan grande de
amor y porque por su gracia nos ha querido reconfortar en un día tan solemne como
es el de Pentecostés». «Señor —dice Galván—, hay otra cosa, además, que no sabéis:
no ha habido nadie al que no le hayan servido lo que pidió o pensó; y esto no había
pasado nunca en ninguna corte, a no ser en la del Rey Tullido. Pero han sido
deslumbrados de tal forma que no pudieron ver abiertamente el Vaso, antes bien, se
les ocultó su verdadero aspecto. Por eso, por lo que a mí respecta, hago un voto:
mañana por la mañana, sin demora, comenzaré la Demanda, de tal forma que la
mantendré durante un año y un día y, si fuera necesario, más tiempo; no volveré a la
corte por nada que suceda antes de haberlo visto de manera clara, como me ha sido
mostrado ahora, si es que yo puedo y debo verlo de alguna forma. Si no puede ser, me
volveré».
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Cómo Todos Los Caballeros De La Mesa
Redonda Dijeron Que Andarían En La Demanda
CUANDO los de la Tabla Redonda oyeron estas palabras, se levantaron todos de sus
asientos, haciendo el mismo juramento que Galván había hecho, y dijeron que ya no
cesarían de vagar hasta que estuvieran sentados en la alta mesa en la que se servía
todos los días una comida tan buena como la que habían tenido allí.
Al ver el rey que Galván había hecho tal voto, lo sintió mucho, pues sabe bien
que no podrá echarse atrás en esta empresa. Se dirige a Galván: «¡Ay!, Galván, me
habéis matado con el juramento, pues me habéis quitado la mejor compañía y la más
leal que yo había encontrado: la compañía de la Tabla Redonda. Cuando se separen
de mí, sea la hora que sea, sé bien que no volverán, antes bien, se quedarán en esta
Demanda la mayoría y no terminará tan pronto como pensáis. Y no podría ser menor
mi sentimiento, pues yo los he criado y educado con todo mi poder y siempre los he
querido y aún los amo como si fueran mis hijos o mis hermanos y por eso me pesará
mucho su marcha; yo estaba acostumbrado ya a verlos con frecuencia y a tener su
compañía; no sé cómo podré soportarlo».
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De La Tristeza Del Rey Artús Y Del Dolor
De La Corte
DESPUÉS de estas palabras, comenzó el rey a pensar melancólicamente y en este
pensar se le vinieron las lágrimas a los ojos, como bien pudieron apreciar los que
estaban allí delante. Y, hablando, dijo tan alto que todos pudieron oírlo: «Galván,
Galván, me habéis puesto un gran pesar en el corazón y no podré desprenderme de él
hasta después de saber ciertamente a qué fin habrá llegado esta Demanda, pues temo
mucho que mis queridos amigos no vuelvan de ella ya». «¡Ay, señor! —dice
Lanzarote—, por Dios, ¿qué decís? Un hombre tal como vos no debe concebir miedo
en su corazón, sino justicia, valor y abrigar buena esperanza. Debéis confortaros; si
morimos todos en esta Demanda, nos será mayor honor que morir en otro lugar».
«Lanzarote —responde el rey—, el gran amor que he tenido siempre hacia ellos me
hace decir tales palabras y no debe extrañar que entristezca por su marcha. Ningún
rey cristiano tuvo tantos buenos caballeros, ni nobles a su mesa como yo he tenido
hoy y ya no habrá ninguno que los tenga en cuanto se hayan ido, ni volverán a estar
reunidos alrededor de mi mesa tal como han estado aquí, y es ésta la cosa que más me
apena». A estas palabras no supo Galván qué responder, pues se daba cuenta de que
el rey tenía razón. A ser posible, se hubiera arrepentido gustosamente de sus propias
palabras, pero no hubo lugar, pues ya eran públicas.
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Cómo La Reina Ginebra Preguntó Si Habían
Jurado Lanzarote Y Galván
FUE anunciado entonces por todas las habitaciones cómo había sido emprendida la
Demanda del Santo Graal y que quienes debían ser compañeros saldrían de la corte el
día siguiente. Fueron más los que se entristecieron que los que se mostraron
contentos, pues la hueste del rey Artús era temida, especialmente por las hazañas de
los compañeros de la Tabla Redonda. Cuando las damas y doncellas que estaban
sentadas con la reina cenando en las habitaciones oyeron estas noticias, se afligieron
y entristecieron igual que si fueran esposas o amigas de los compañeros de la Tabla
Redonda. Y no era extraño, pues las honraban y querían aquéllos por quienes ellas
temían que murieran en la Demanda. Empezaron a hacer un gran duelo. La reina
pregunta al servidor que estaba ante ella: «Dime, criado, ¿estabas tú delante cuando
se prometió esta Demanda?». «Señora —responde—, sí». «Y Galván —vuelve a
preguntar— y Lanzarote del Lago, ¿son compañeros?». «Ciertamente, señora —le
contesta—; primero juró Galván y luego Lanzarote y lo mismo hicieron los demás, de
tal forma que no quedó ninguno de los que son compañeros en la Tabla». Cuando oye
estas palabras, se aflige tanto por Lanzarote que parece que va a morir de dolor y no
puede evitar que le lleguen las lágrimas a los ojos. Al cabo de un rato dice con tanto
dolor que no puede más: «Verdaderamente esto es una gran pena, pues sin la muerte
de muchos hombres valerosos no podrá llevarse a fin esta Demanda, ya que tantos
valientes la han emprendido. Me admira cómo mi señor el rey, que es tan prudente, lo
ha podido tolerar, pues sus mejores nobles se irán y los que queden valdrán poco». Y
entonces comenzó a llorar con mucha amargura, y lo mismo hicieron todas las damas
y doncellas que estaban con ella.
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De Cómo El Ermitaño Aconsejó Que Los
Caballeros Salieran Limpios De Pecado
ASÍ se vio turbada toda la corte por la noticia de los que se tenían que ir. Cuando
levantaron los manteles en el gran salón y en las habitaciones, las damas se reunieron
con los caballeros y se renovó la aflicción: cada dama o doncella, desposada o amiga,
dijo a su caballero que iría con él a la Demanda; pronto habrían estado de acuerdo y
lo habrían prometido si no hubiera sido por un anciano, vestido con hábito de
religión, que entró después de cenar. Se acercó al rey, habló tan alto que todos lo
pudieron oír y dijo: «¡Escuchad, señores caballeros de la Tabla Redonda que habéis
jurado la Demanda del Santo Graal! Me envía Nacián el ermitaño a deciros que nadie
lleve, en esta Demanda, dama ni doncella, pues caerá en pecado mortal, y que nadie
comience la empresa sin estar confesado o que no vaya a confesar, porque nadie debe
entrar en un servicio tan alto sin estar limpio y purgado de todas las bajezas y de
todos los pecados mortales: esta Demanda no es búsqueda de cosas terrenales, sino
que debe ser la persecución de los grandes secretos y misterios de Nuestro Señor y de
los arcanos que el Gran Maestro mostrará abiertamente al bienaventurado caballero al
que Él eleve a la condición de sirviente suyo entre los demás caballeros terrenales, al
que le mostrará las grandes maravillas del Santo Graal y le hará ver lo que corazón
mortal no podría pensar y lengua de hombre terrenal no podría decir». Con estas
palabras impidió que se llevaran a sus mujeres o amigas. El rey hizo albergar
ricamente al anciano y le preguntó mucho de su vida, pero él sólo le dijo un poco,
pues pensaba en otras cosas que no eran el rey.
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Cómo Supieron En La Corte Que Galaz Era
Hijo De Lanzarote
LA reina se acerca a Galaz, se sienta junto a él y comienza a preguntarle de dónde
procede, de qué país y de qué linaje. Él le contesta en gran parte, como haría el que
supiera mucho; pero no dijo nada de que fuera hijo de Lanzarote y, sin embargo, por
las palabras que oyó la reina, se dio cuenta de que era hijo de Lanzarote y que había
sido engendrado en la hija del rey Pelés, de la que ella había oído hablar muchas
veces; pero como ella quería —si pudiera ser— oírlo y saberlo por su propia boca le
pregunta la verdad de su padre. Él responde que no sabe demasiado bien de quién es
hijo: «¡Ay!, señor, vos me lo ocultáis; ¿por qué lo hacéis? Así me ayude Dios, no
deberíais tener vergüenza en nombrar a vuestro padre, pues es el mejor caballero del
mundo y procede de reyes y de reinas y del más alto linaje conocido y ha tenido la
honra de ser, hasta ahora, el mejor caballero del mundo: por eso, vos deberíais
sobrepasar a todos los demás. Ciertamente, os semejáis a él extraordinariamente, de
tal forma que no hay nadie, por necio que sea, que no se dé cuenta, con sólo que
preste un poco de atención». Cuando él oye estas palabras, le da mucha vergüenza;
responde así: «Señora, ya que vos lo conocéis, sin lugar a dudas, me lo podríais
indicar, y si es el que yo creo que es mi padre, consideraré que es verdad, pero de lo
contrario, no lo recordaré por nada que digáis». «Por Dios —responde ella—, ya que
vos no lo queréis decir, yo os lo diré. El que os engendró se llama Lanzarote del
Lago, el más hermoso caballero, el mejor, el más donoso, el más deseado por la gente
y el más amado de los que nacieron en nuestros días. Por eso me parece que no
debéis ocultarlo ni a mí ni a nadie, pues no podríais haber sido engendrado por
caballero más noble ni mejor». «Señora —le dice—, ya que lo sabéis tan bien, ¿para
qué os lo debo decir? Ya se conocerá a su tiempo».
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De Cómo El Rey Artús Hizo Mucha Honra
A Galaz
MUCHO rato estuvieron hablando la reina y Galaz, hasta que casi había
oscurecido. Cuando fue hora de dormir, el rey cogió a Galaz y lo llevó a su
habitación, haciéndole acostar en su propia cama, en la que él solía echarse, como
testimonio de honor y respeto; después el rey, Lanzarote y todos los demás nobles se
fueron a acostar. Aquella noche la pasó muy mal el rey; no cesaba de pensar en los
nobles, a los que había querido mucho, y que al amanecer se irían de su lado a tierras
en las que permanecerían largo tiempo. Pero la ausencia no le preocupaba demasiado;
lo que más le hace sufrir es pensar que muchos morirán en esta Demanda, y es esto lo
que le produce mayor malestar. En tal estado de duelo y martirio pasaron la noche
aquellos altos nobles y los del reino de Logres. Cuando plugo a Nuestro Señor que
terminaran las tinieblas para que se viera la luz del día, se levantaron todos los
caballeros que tenían intención y pensamiento en este asunto, se vistieron y se
prepararon. Y cuando ya era bien de día se levantó el rey de su cama; después de
arreglarse, fue a la habitación donde estaban Galván y Lanzarote, que habían pasado
juntos la noche. Al llegar allí, encontró que ya se habían vestido y preparado para ir a
oír misa. El rey, que les amaba tanto como si los hubiera engendrado de su carne, les
saludó cuando ya estaba junto a ellos; ellos se pusieron en pie y dijeron que fuera
bienvenido. Él les ordenó que se volvieran a sentar y se sentó a su lado. Entonces
comenzó a mirar a Galván y le dijo: «¡Galván, Galván, me habéis traicionado! Nunca
recibirá mi corte tanto de vos como para compensar el empobrecimiento que ahora
tiene, pues ya no será honrada por una compañía tan alta ni tan valiente como la que
vos le quitáis con vuestra marcha. Pero no me aflijo tanto por los demás como por
vosotros dos, pues os he amado con todo el amor con que un hombre puede amar a
otro y no sólo ahora, sino desde que conocí las grandes virtudes que se albergan en
vosotros». En cuanto el rey acabó de decir estas palabras, se calló y se puso a pensar
melancólicamente: con estas ideas, comienza a derramar lágrimas. Los que vieron
esto, que están tan apenados que nadie lo podría decir, no se atreven a responder, pues
lo ven muy entristecido. Y él estuvo mucho rato con este pesar. Cuando vuelve a
hablar, dice muy doliente: «¡Ay! Dios, nunca pensé quedarme sin esta compañía que
la fortuna me había enviado». Después volvió a decir a Lanzarote: «Os ruego por la
fe y el juramento que tenemos entre nosotros dos para que me aconsejéis sobre esto».
«Señor —responde—, decidme cómo». «Yo haría con mucho gusto —le contesta—
que se detuviera esta Demanda, si pudiera ser». «Señor —dice Lanzarote—, he visto
a tantos hombres notables jurarla, que no creo que quisiesen abandonarla de ninguna
forma; y, a no ser un perjuro y sería una gran deslealtad, nadie les pediría tal cosa».
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«Por mi fe —dice el rey—, bien sé que decís verdad; pero el gran amor que os tengo
a vos y a los demás me lleva a decirlo. Y si esto hubiera sido necesario y conveniente,
bien lo hubiera deseado yo, pero su marcha me resultará demasiado grave».
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Cómo El Rey Artús Hacía Duelo Por Sus
Caballeros, Que Se Marchaban
HABLARON durante tanto tiempo que el día se hizo claro y luminoso y el sol ya
casi había abatido el rocío, y el palacio comenzó a llenarse de nobles del reino. La
reina, que se había levantado, vino a donde estaba el rey y le dijo: «Señor, los
caballeros os esperan abajo para ir a misa». Él se pone en pie y se enjuga los ojos
para que quienes le vean no sepan el dolor que ha sufrido. Galván pide que le traigan
las armas y lo mismo hace Lanzarote. Cuando estuvieron armados con todo menos el
escudo, se acercan al palacio, donde encuentran a los demás compañeros, preparados
ya para partir. Fueron al monasterio y después de oír el oficio, armados como estaban,
volvieron al palacio. Se sentaron unos junto a otros todos los que eran compañeros de
la Demanda.
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Cómo Los De La Mesa Redonda Hicieron
Juramento De Mantener La Demanda
«SEÑOR —dijo el rey Bandemagus—, pues esta cuestión ha sido emprendida
con tal ímpetu que no puede abandonarse, yo aconsejaría que fueran traídos los
Santos Evangelios, para que los compañeros prestaran un juramento semejante al que
hacen los que deben comenzar una búsqueda». «Bien lo deseo, ya que os place que
sea así —dijo el rey Artús—, pues no puede ser de otra forma». Los clérigos hicieron
traer los Santos Evangelios sobre los que se hacían los juramentos de la corte.
Cuando los pusieron ante los dos maestres, el rey llamó a Galván y le dijo: «Vos
emprendisteis el primero esta Demanda, avanzad, pues, y jurad lo que jurarán los que
se metan en ella». «Señor —dice el rey Bandemagus—, salva sea vuestra gracia, no
será él quien jure primero, antes que nosotros lo hará el que debemos tener como
señor y como maestro de la Tabla Redonda: Galaz. Cuando él haya jurado, juraremos
todos los demás sin oponernos, con la misma promesa que él haya hecho, pues así
debe ser». Entonces fue llamado Galaz, avanzó y se arrodilló ante los Santos
Evangelios y juró como leal caballero que mantendría la Demanda un año y un día y
más aún si fuera conveniente, y que no volvería a la corte antes de conocer la verdad
del Santo Graal, si es que podía saberla de alguna forma. Después juró Lanzarote, con
el mismo juramento; luego juraron Galván, Perceval, Boores, Lionel y, después,
Helayn el Blanco. A continuación juraron todos los compañeros de la Tabla Redonda,
uno tras otro. Cuando hubieron hecho la promesa, se dieron cuenta que eran ciento
cincuenta, tan nobles todos que no se podía hallar nadie que valiese una cuarta parte
de lo que ellos. Fueron a desayunar frugalmente, pues el rey así se lo pidió y, después
de haber comido, se pusieron los yelmos sobre las cabezas: era evidente que ya no se
quedarían. Encomendaron la reina a Dios, entre sollozos y lágrimas.
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Cómo Se Partió Lanzarote De La Reina Con
Gran Pesar
CUANDO ella vio que estaban a punto de marchar, y que no se entretendrían más,
comenzó a hacer un gran duelo, como si allí delante hubiera visto muertos a todos sus
amigos; para que no se dieran cuenta de su tristeza, se metió en su habitación,
dejándose caer sobre la cama. Entonces, comenzó a llorar tanto que no habría hombre
en el mundo que, al verla, no sintiera compasión. Cuando Lanzarote ya se había
preparado para montar, como estaba más afligido que nadie por el dolor de su señora
la reina, se volvió hacia la habitación donde la había visto entrar y penetró en ella. Al
verlo entrar completamente armado, comenzó a gritarle la reina: «¡Ay!, Lanzarote,
me habéis traicionado y dado muerte, pues dejáis la corte de mi señor el rey para iros
a tierras extrañas de las que no volveréis si Nuestro Señor no os hace venir». «Señora
—le dice—, sí que volveré, si Dios quiere; volveré bastante antes de lo que pensáis».
«¡Ay! Dios —contestó ella—, mi corazón no me lo dice, pues me da el mayor dolor y
miedo que nunca tuvo una gentil dama por un hombre». «Señora —le dijo—, me iré
con vuestro permiso cuando queráis». «Si por mi voluntad fuera, vos no os iríais
nunca. Pero ya que es conveniente que lo hagáis, que os proteja Aquel que se dejó
clavar en la Santísima Vera Cruz para liberar el linaje humano de la muerte duradera,
y que os conduzca a salvación a todos los lugares donde vayáis». «Señora —dijo—
¡que Dios lo haga por su digna misericordia!».
Con esto, se despide Lanzarote de la reina y baja al patio, donde ve a sus
compañeros esperándole ya montados. Se acerca a su caballo y monta. El rey que vio
a Galaz sin escudo y que quería marchar a la Demanda sin llevarlo como los demás,
se dirigió a él y le dijo: «Señor, me parece que no hacéis todo bien, pues no lleváis
escudo, como hacen vuestros compañeros». «Señor —le responde—, mal haría si lo
llevase. No tomaré ninguno mientras no me lo ofrezca la ventura». «¡Que Dios os
ayude! —dijo el rey—, me callaré mientras tanto, ya que no puede ser de otra
forma».
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Cómo Se Despidió El Rey Artús De Sus
Caballeros Y Regresó A La Corte
ENTONCES cabalgan nobles y caballeros. Salen todos al patio y atraviesan la
ciudad, hasta llegar fuera. Nunca visteis un duelo tan grande y llantos tan numerosos,
como los que hacían los de la ciudad cuando vieron a los compañeros que se iban a la
Demanda del Santo Graal; no había allí noble, pobre ni rico, entre los que tenían que
quedarse, que no llorara con lágrimas ardientes, pues les pesaba mucho esta partida.
Sin embargo, los que se tenían que ir, no tenían cara de que les importara mucho;
antes bien, si los vierais os parecería que estaban muy contentos, y así era, sin
excepciones.
Cuando llegaron al bosque, frente al castillo de Agán, se detuvieron todos ante
una cruz. Entonces dijo Galván al rey: «Señor, ya os habéis alejado bastante;
conviene que os volváis, pues sois el que más nos ha acompañado». «Peor me
resultará la vuelta —dijo el rey— que la venida, pues con mucho pesar me separo de
vos. Pero, ya que veo que es conveniente, me volveré». Galván se quita de la cabeza
el yelmo y así también todos los demás compañeros; besa al rey y, después de él, lo
hacen los otros nobles. Cuando se hubieron vuelto a atar los yelmos, llorando con
mucha ternura, se encomiendan mutuamente a Dios. Ya se separan; el rey volvió a
Camaloc y los compañeros entran en el bosque. Cabalgan hasta llegar al castillo de
Agán.
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Cómo Se Separaron Los Compañeros En El
Castillo De Agán
AGÁN era un noble de buena vida, que en su juventud había sido uno de los
mejores caballeros del mundo. Cuando vio a los compañeros pasar por en medio de
su castillo, mandó cerrar todas las puertas y dijo que ya que Dios le había hecho el
honor de que estuviesen en su poder, ellos no saldrían antes de que él les sirviera en
todo lo posible. Así los retuvo por la fuerza, hizo que se desarmaran y les sirvió
aquella noche tan generosa y espléndidamente, que todos se preguntaban admirados
de dónde podía haber sacado aquello.
Por la noche tomaron consejo de lo que podrían hacer; y por la mañana
decidieron que cada uno saldría y marcharía por su camino, pues podrían considerar
afrentoso que fueran todos juntos. Al amanecer, tan pronto como apareció el día, se
levantaron los compañeros, tomaron sus armas y fueron a oír misa a una capilla que
había allí. Después de haber hecho esto, montaron en los caballos y encomendaron al
señor a Dios, agradeciéndole mucho el gran honor que les había otorgado. Salieron
del castillo y se separaron unos de otros, tal como habían dispuesto, entrando en el
bosque cada cual por un lado, por donde más espeso lo veían, por donde no había ni
camino ni sendero. Mucho lloraron con la separación los que creían tener los
corazones más duros y orgullosos. Aquí se detiene la historia de todos ellos y habla
de Galaz, que había dado comienzo a la Demanda.
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Cómo Galaz Llegó A Una Abadía Y De Lo
Que En Ella Le Ocurrió
CUENTA ahora la historia que cuando Galaz se separó de sus compañeros, cabalgó
tres o cuatro días sin encontrar aventuras que merezcan ser tenidas en cuenta. El
quinto día, después de la hora de vísperas, le ocurrió que su camino le llevaba
directamente a una abadía blanca. Al llegar allí, llamó a la puerta y salieron los
frailes, haciéndole desmontar cortésmente, pues bien conocieron que era un caballero
andante. Uno de ellos tomó el caballo y otro le acompañó a una sala baja para
desarmarle. Después de haberle aligerado de sus armas, vio a dos compañeros de la
Tabla Redonda, uno era Bandemagus y el otro Iván el Bastardo. Tan pronto como lo
vieron, reconociéndolo, corrieron a él con los brazos abiertos para saludarle con
alegría, pues estaban muy contentos de haberle encontrado. Se le presentaron y, al
reconocerlos, les mostró un gran gozo y les honró mucho, como a hermanos y
compañeros.
Por la tarde, después de comer, fueron a solazarse a la huerta, que era muy
hermosa; se sentaron bajo un árbol y entonces les preguntó Galaz que cómo habían
llegado allí. «Por nuestra fe, señor —le contestaron—, vinimos a ver una aventura
maravillosa, según nos han contado, pues hay en esta abadía un escudo que nadie
consigue colgárselo del cuello para llevárselo, sin tener tal suerte que al día siguiente
o a los dos días no caiga muerto, herido o lesionado. Hemos venido para saber si es
cierto lo que dicen». «Y por eso —dijo el rey Bandemagus— me lo quiero llevar
mañana y así sabré si los hechos son tal como los cuentan». «Por Dios —dijo Galaz
—, me maravilla lo que me habéis contado si ese escudo es como decís. Si vos no lo
podéis llevar, yo lo llevaré: no tengo escudo». «Señor —le dicen—, os lo cedemos,
pues sabemos bien que no fallaréis en la empresa». «Yo quiero —responde— que lo
intentéis antes, por saber si es cierto o no lo que os han contado». Y así lo acordaron.
Aquella noche fueron servidos abundantemente los compañeros con todo lo que los
de dentro pudieron ofrecerles; los frailes honraron mucho a Galaz, al oír el respeto
que los dos caballeros le mostraban: le hicieron acostar con tanta riqueza y
solemnidad como merecía un hombre como él. Junto a él se acostaron el rey
Bandemagus y su compañero.
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Cómo El Rey Bandemagus Se Llevó El
Escudo De La Abadía
EL día siguiente por la mañana, después de oír misa, preguntó el rey Bandemagus a
un fraile dónde estaba el escudo del que tanto se hablaba por el país. «Señor —dijo el
monje—, ¿por qué lo preguntáis?». «Porque me lo llevaré para saber si tiene la virtud
que dicen», le respondió. «Yo no lo haría —dijo el fraile—; no deberíais sacarlo, pues
creo que sólo os llegaría deshonra». «De todas formas, —insiste—, quiero saber
dónde está y cómo». Aquél le lleva, entonces, detrás del altar principal y encuentra
allí un escudo blanco con una cruz roja. «Señor —dice el monje—, he aquí el escudo
por el que preguntáis». Lo contemplaron y dijeron que, a su parecer, era el más bello
y el más rico que nunca hubieran visto; olía tan suavemente como si tuviera
derramadas por encima todas las especias del mundo. Cuando Iván el Bastardo lo vio,
dijo: «Así me ayude Dios, he aquí el escudo que nadie debe colgar de su cuello, si no
es mejor caballero que los demás. No colgará de mi cuello, pues ciertamente no soy
tan valiente ni tan noble que lo deba llevar». «Por Dios —dice el rey Bandemagus—,
me pase lo que me pase, yo me lo llevaré». Entonces se lo coloca al cuello y lo saca
fuera del monasterio; cuando llega a su caballo, le dice a Galaz: «Señor, si os agrada,
desearía que os esperarais aquí hasta que yo os pueda decir en qué queda esta
aventura; pues si fracaso, me gustaría que vos lo supierais, porque bien sé que vos lo
llevaríais a cabo sin dificultad». «Con gusto os esperaré», le contestó Galaz. Monta
sobre el caballo y los frailes le dan un escudero para que le acompañe y que, si
conviene hacerlo, traerá el escudo al monasterio.
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Cómo Galaz Acabó La Aventura Del Escudo
ASÍ se quedó Galaz con Iván haciéndole compañía hasta que pudieran saber la
verdad del asunto. El rey Bandemagus con su escudo tomó el camino y cabalgó
durante más de dos leguas, hasta llegar a una explanada que al fondo del valle había
delante de una ermita. Mira hacia la ermita y ve venir de aquella parte un caballero
con armas de color blanco que avanzaba tan deprisa como podía su caballo; traía la
lanza en ristre y la empuñaba contra él. Al verlo venir se preparó enderezándose;
quiebra en él la lanza, que vuela en trozos; pero el caballero blanco, que lo cogió por
sorpresa, le da tan fuerte que le rompe las mallas de la loriga, metiéndole por medio
del hombro izquierdo el cortante hierro; lo ensartó sin dificultad, como el que tiene
valor y fuerza, derribándole del caballo a tierra. Al caer, el caballero le quita el
escudo del cuello y le dice, tan alto que lo pudo oír, y que el propio escudero también
lo oyó: «Señor caballero, fuisteis demasiado atrevido y necio al colgar este escudo de
vuestro cuello, pues no está permitido que lo lleve ningún hombre si no es el mejor
caballero del mundo. Y por vuestra falta, me envió Nuestro Señor para que tomara
venganza». Después de decir esto, se dirige al escudero, diciéndole: «Toma, vete y
lleva este escudo al siervo de Jesucristo, al buen caballero que se llama Galaz, al que
acabas de dejar en la abadía; dile que el Alto Maestro le ordena que lo lleve: no
hallará ninguno tan resistente y tan bueno como éste; por eso debe estimarlo más.
Salúdale de mi parte tan pronto como le veas». El criado le pregunta: «Señor, ¿cómo
os llamáis?, para que yo sepa decírselo al caballero cuando vaya a él». «Tú no puedes
saber nada de mi nombre —le dice—, pues no es asunto que te deba decir ni a ti ni a
ningún hombre mortal; por eso te conviene esperar, pero haz lo que te encargo».
«Señor —dice el criado—, ya que no me vais a decir vuestro nombre, os ruego y
conjuro por las cosas del mundo que más queráis, que me digáis la verdad de este
escudo, cómo fue traído a esta tierra y por qué han sucedido tantas maravillas por él,
pues ningún hombre, hasta ahora, lo pudo colgar de su cuello sin verse maltratado».
«Me has conjurado tanto —dijo el caballero— que te lo diré; pero no será a ti solo.
Antes quiero que te lleves al caballero y al escudo». Aquél dice que así lo hará. «Pero
—continúa— ¿dónde os podremos encontrar cuando vengamos aquí?». «En este
mismo sitio —le responde— me encontraréis». Se acercó entonces el criado al rey
Bandemagus y le preguntó si estaba muy herido: «Sí, ciertamente —le contesta el rey
—, estoy tan grave que no podré escapar sin muerte». «¿Podréis cabalgar?», le
pregunta. Él le contesta que lo intentará. Se endereza, herido como estaba, y el criado
le ayuda a ir hasta el caballo del que había caído el rey. Monta el rey delante y el
criado detrás, para sujetarle por los costados: teme que se caiga de otra forma, y bien
lo hace así.
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Cómo Galaz Recibió Las Nuevas Del
Caballero Blanco
DE esta manera se fueron de aquel lugar donde había sido herido el rey, y
cabalgaron hasta llegar a la abadía de la que habían partido. Cuando los de dentro
supieron que volvían, salieron a su encuentro; desmontan al rey Bandemagus y lo
llevan a un aposento y comienzan a curarle la herida, que era muy grande. Galaz
pregunta a uno de los frailes que lo cuidaba: «Señor, ¿creéis que sanará?, pues sería
desdicha muy grande que muriera por esta aventura». «Señor —responde el fraile—,
si Dios quiere, saldrá de ésta, pero os digo que está gravemente herido; y no
deberíamos lamentarlo mucho, pues ya le habíamos advertido los peligros del escudo
y que le daría mala suerte: a pesar de todo, se lo llevó y por eso se le puede tener por
loco». Después que los de allí le hicieron todo lo que sabían, el criado le dijo a Galaz,
en presencia de todos los del lugar: «Señor, os envía saludos el buen caballero blanco,
el de las blancas armas, aquel que hirió al rey Bandemagus y os manda este escudo,
encargándoos que lo llevéis desde ahora, de parte del Alto Maestro; pues según él
dice, no hay nadie, sino vos, que lo deba llevar y por eso os lo ha enviado conmigo.
Si queréis saber cómo han sucedido estas grandes aventuras tantas veces, vayamos
nosotros dos, que nos lo contará: así me lo ha prometido».
Cuando los frailes oyen esta noticia, se humillaron mucho ante Galaz, diciendo
que bendita era la fortuna que lo había traído a aquel lugar, pues bien sabían que las
grandes y peligrosas aventuras acabarían. Iván el Bastardo añadió: «Señor Galaz,
poneos este escudo al cuello, pues fue hecho para vos. Así se cumplirá también mi
voluntad, ya que nada deseaba yo más que conocer al Buen Caballero que sería dueño
de este escudo». Galaz contestó que se pondría el escudo al cuello, pues le había sido
enviado, pero antes desea que le traigan sus armas; las pide y se las traen. Cuando ya
está armado y sobre su caballo, se cuelga el escudo al cuello y se marcha,
encomendando a los frailes a Dios. Iván el Bastardo también se arma, cabalga y dice
que va a acompañar a Galaz, pero éste le responde que no puede ser, pues va a ir solo,
con su criado. Se separan así el uno del otro, tomando cada cual su camino.
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Historia Del Escudo
IVÁN entró en un bosque. Galaz y el criado siguieron hasta que encontraron al
caballero de las blancas armas, al que ya conocía el criado. Al ver venir a Galaz, le
sale al encuentro, saludándole; aquél le devuelve el saludo lo más cortésmente que
puede. Llegan los dos a la misma altura y comienzan a hablarse; entonces, Galaz dice
al caballero: «Señor, según he oído decir por este escudo han sucedido cosas
maravillosas en este país. Yo os querría rogar por amor y con franqueza, que me
digáis la verdad de cómo y por qué ha sucedido esto, pues bien creo que lo sabéis».
«Ciertamente, señor —responde el caballero—, os lo diré a gusto, porque sé cuál es
la verdad. Escuchad ahora, si os place, Galaz», dijo el caballero:
«Cuarenta y dos años después de la Pasión de Jesucristo, sucedió que José de
Arimatea, el gentil caballero que bajó a Nuestro Señor de la Santa Vera Cruz, se fue
de la ciudad de Jerusalén acompañado de muchos de sus familiares. Vagaron tanto,
desde que se pusieron en marcha por orden de Nuestro Señor, que llegaron a la
ciudad de Sarraz, que gobernaba el rey Ewalach que, por entonces, era sarraceno.
Cuando llegó José a Sarraz, Ewalach estaba en guerra con un vecino suyo, rey rico y
poderoso, que limitaba con su país; ese rey se llamaba Tolomer; ya se disponía
Ewalach a atacar a Tolomer, que le pedía la tierra, cuando Josofes, hijo de José, le
dijo que si iba al combate sin tomar consejo, como estaba, sería derrotado y
humillado por su enemigo. “¿Qué me aconsejáis?”, preguntó Ewalach. “Os lo diré”,
le respondió. Empezó entonces a mostrarle los mandamientos de la Nueva Ley y la
verdad de la Resurrección y después hizo traer un escudo sobre el que puso una cruz
de cendal y dijo: “Rey Ewalach, te mostraré, abiertamente, cómo podrás conocer la
fuerza y el valor del verdadero Crucificado”. En verdad, Tolomer el falso te dominará
tres días y tres noches, de tal modo que temerás morir. Pero cuando pienses que no
puedes escapar, descubre la cruz y di: “Buen Señor Dios, de cuya muerte llevo yo el
signo, sacadme de este peligro y llevadme sano y salvo a recibir vuestra fe y vuestro
credo”».
Se fue el rey y atacó a Tolomer, sucediéndole pronto lo que le había dicho
Josofes. Cuando se vio en tal peligro que realmente pensaba morir, descubrió su
escudo en cuyo centro halló un hombre crucificado que sangraba. Dijo las palabras
que Josofes le había enseñado y obtuvo victoria y honor, escapó de las manos de sus
enemigos y cayó sobre Tolomer y sus hombres. Cuando volvió a su ciudad de Sarraz,
hizo saber a todo el pueblo la verdad que había encontrado en Josofes y encomió
tanto al Crucificado que Nacián recibió el bautismo; estaban cristianándole cuando
pasó ante ellos un hombre que tenía el puño cortado y lo llevaba en la otra mano.
Josofes lo llamó y vino; tan pronto como tocó la cruz que tenía el escudo, se encontró
curado del puño que había perdido. Sucedió, aún, otro acontecimiento maravilloso, la
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cruz desapareció del escudo, agarrándose al brazo de aquél, de tal forma que no fue
vista después sobre el escudo. Entonces se bautizó Ewalach y se hizo servidor de
Jesucristo, al que amó y adoró sobremanera. Mandó guardar el escudo muy
encarecidamente.
Después de que Josofes se fuera de Sarraz con su padre y de que llegaran a Gran
Bretaña, sucedió que encontraron un rey felón y cruel que los encarceló a los dos y,
con ellos, a muchos cristianos. La noticia de que Josofes había sido apresado llegó
pronto muy lejos, pues en aquel entonces no había nadie en el mundo de mayor fama;
llegó tan lejos que el rey Mordayn oyó hablar de ello. Convocó a sus hombres y a sus
gentes, junto con Nacián, su cuñado, y vinieron a Gran Bretaña, atacando al que tenía
prisionero a Josofes; le quitaron todo y arrasaron su país, de forma que en aquella
tierra se difundió la santa cristiandad. Amaban tanto a Josofes que ya no se fueron del
país, sino que se quedaron con él y le seguían a todos los sitios por donde iba.
Cuando Josofes cayó en el lecho de muerte, Ewalach, que se dio cuenta de que
partiría de este siglo, se puso junto a él y lloró con mucha ternura, diciéndole: «Señor,
os vais y me quedaré solo en este país, tras haber dejado por vuestro amor mi tierra y
la dulzura de mi nación. Por Dios, ya que os habéis de marchar de esta vida, dadme
algunas enseñanzas que me sirvan de recuerdo después de vuestra muerte». «Señor
—dijo Josofes—, con gusto os lo diré».
Comenzó a pensar qué le podría dejar. Después de haber reflexionado un rato,
dijo: «Rey Ewalach, haz que traigan aquí el escudo que te di cuando fuiste a luchar
contra Tolomer». El rey le respondió que lo haría de grado, pues estaba cerca de allí
porque lo hacía llevar siempre consigo fuera a donde fuera. Ordenó que le trajeran el
escudo ante Josofes. En el momento en, que se lo trajeron, Josofes sangraba mucho
por la nariz, de tal forma que no se podía cortar la hemorragia. Tomó el escudo y con
su propia sangre hizo esta cruz que aquí veis, y sabed bien que aquel escudo es este
mismo. Después de hacer la cruz, tal como aquí se puede ver, le dijo: «He aquí el
escudo que dejo como recuerdo mío. No habrá vez que lo veáis, que no os acordéis
de mí; sabed que esta cruz está hecha con mi sangre y estará siempre tan fresca y del
mismo color como ahora se ve durante tanto tiempo como dure el escudo. Nadie lo
colgará de su cuello, aunque sea caballero, sin arrepentirse después por ello, hasta
que Galaz, el Buen Caballero, el último del linaje de Nacián, se lo cuelgue al cuello:
que no haya nadie tan atrevido que se lo cuelgue del cuello, si no es el destinado por
Dios; y de la misma forma que han sido vistas las mayores maravillas en este escudo,
así se verán las mayores proezas y la vida más elevada en este caballero». «Ya que es
así —dijo al rey—, pues me dejáis tan buen recuerdo de vos, decidme dónde puedo
poner este escudo, porque querría que fuera colocado en un lugar dónde el Buen
Caballero pudiera encontrarlo». «Os diré lo que debéis hacer —le dijo Josofes—.
Donde veáis que Nacián se hace enterrar al morir, allí pondréis el escudo: allí irá el
Buen Caballero cinco días después de recibir la Orden de Caballería».
Todo ocurrió tal como dijo, pues al quinto día que vos erais caballero llegasteis a
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la abadía en la que yace Nacián. Ya os he contado por qué han sucedido esas grandes
aventuras a los caballeros locamente atrevidos que, a pesar de la prohibición, querían
llevar el escudo que solamente a vos estaba permitido.
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Cómo El Escudero Rogó A Galaz Que Lo
Recibiere En Su Compañía
DESPUÉS de contar esto, se desvaneció de tal forma que Galaz no supo qué se
había hecho de él ni a dónde había ido. Cuando el criado, que estaba allí, oyó esta
historia, se apeó de su rocín y, dejándose caer a los pies de Galaz, le rogó lloroso, por
amor de Aquél cuya enseñanza llevaba en el escudo, que le permitiera ir con él como
escudero y le armara caballero. «Ciertamente —dijo Galaz—, si yo quisiera tener
compañía, no te rechazaría». «Señor, por Dios —rogó el criado—, os ruego que me
arméis caballero y os digo que si a Dios le agrada, la caballería será bien empleada
por mí». Galaz mira al criado que llora con ternura; le mueve a compasión y, por eso,
se lo concede. «Señor —le dice el criado—, volved al lugar de donde venimos, pues
allí recibiré armas y caballo. Vos lo debéis hacer y no solamente por mí, sino por una
aventura que hay allí que nadie puede acabar y bien sé que vos la llevaréis a
término». Le dijo que iría con gusto.
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Cómo Galaz Levantó La Tumba En La Que
Yacía El Pagano
RETORNA a la abadía y los que estaban dentro al verlo volver mostraron gran gozo
y preguntaron al criado por qué se había vuelto el caballero. «Para armarme
caballero», les respondió. Tuvieron gran alegría por este motivo; el Buen Caballero
pregunta dónde estaba la aventura: «Señor —responden los de dentro—, ¿sabéis de
qué acontecimiento se trata?». «No», les contesta. «Sabed —le dicen— que es una
voz que sale de una de las tumbas de nuestro cementerio. Es de tal fuerza que
cualquiera que la oye pierde durante un buen rato el poder sobre su cuerpo». «¿Sabéis
—preguntó Galaz— de dónde viene esa voz?». «No —le responden—, a no ser del
Enemigo». «Llevadme allí, pues —les dice—, que tengo muchas ganas de saberlo».
«Conviene que vengáis con nosotros». Le llevan completamente armado, con
excepción del yelmo, al ábside del monasterio. Uno de los frailes le dijo: «Señor,
¿veis el gran árbol y la gran tumba que hay debajo?». «Sí», responde. «Pues os diré
—continuó el fraile— lo que debéis hacer: id a la tumba, levantadla y debajo
encontraréis alguna gran maravilla». Fue Galaz a aquel lugar y oyó una voz que
lanzaba un grito tan doloroso que era cosa de maravillar y que decía en voz tan alta
que todos pudieron oír: «¡Ay!, Galaz, siervo de Jesucristo, no te acerques más a mí,
pues harás que me vaya del lugar donde he estado tanto tiempo». Al oír esto Galaz,
no se amedrenta, antes bien, se acerca más a la tumba. Cuando quiere cogerla por la
gran losa, ve salir una humareda y una llama después y la figura más horrible que
existió nunca con aspecto humano. Se persigna, pues sabe que se trata del Enemigo y
oye entonces una voz que le dice: «¡Ay!, Galaz, santa criatura, te veo tan rodeado de
ángeles que mi poder no durará contra tu fuerza: te dejo el lugar». Al oír esto, se
persigna y da gracias a Nuestro Señor. Levanta la tumba y se ve dentro un cuerpo
completamente armado y junto a él una espada y todo lo necesario para armar a un
caballero. Cuando lo ve, llama a los frailes y les dice: «Venid a ver lo que he
encontrado, decidme lo que debo hacer, pues estoy dispuesto a hacer más, si debo
hacer». Aquéllos se acercan y después de ver el cuerpo en la fosa, le dicen: «Señor,
no hace falta que hagáis nada más de lo que ya habéis hecho, pues, según creemos, el
cuerpo que aquí yace no será movido de su lugar». «Sí que será —dice el anciano que
había mostrado la aventura a Galaz—. Conviene que sea sacado de este cementerio y
arrojado fuera, pues esta tierra está bendecida y santificada; por eso, el cuerpo del
mal cristiano falso no debe permanecer en ella». Ordena a los siervos que lo saquen
de la huesa y lo pongan fuera del cementerio, y así lo hacen. Galaz dice al buen
hombre: «Señor, ¿he hecho todo lo que debía hacer en esta aventura?». «Sí —le
contesta—; la voz que ha producido tantos males no será más oída». «¿Sabéis —le
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pregunta Galaz— por qué han sucedido tantas maravillas?». «Señor —le responde—,
naturalmente, y os lo diré con mucho gusto; y debéis saberlo como cosa en la que hay
un hondo significado».
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Significado De La Aventura De La Tumba
SE aleja del cementerio y vuelven a la abadía. Galaz advierte al criado que le
conviene velar toda la noche en la iglesia y que por la mañana le hará caballero, como
es justo. Aquél dice que no pide otra cosa. Se prepara tal como le han enseñado para
recibir la alta orden de caballería, que tanto ha deseado. El buen hombre lleva a Galaz
a una habitación y le hace desarmar y quitar las armas; después, hace que se siente en
la cama y comienza a decirle: «Señor, me habéis preguntado acerca del sentido de la
aventura que acabáis de llevar a término: os lo diré con gusto. En esta aventura había
tres cosas temibles: la tumba, que no era nada ligera de levantar, el cuerpo del
caballero que había que quitar de su lugar, la voz que oía cada uno, por la que se
perdía el dominio del cuerpo, el sentido y la memoria. Os diré el significado de estas
tres cosas.
La tumba que cubría al muerto significaba los pecados del mundo, que eran muy
grandes cuando Nuestro Señor vino a la tierra, pues no había más que pecados: el hijo
no amaba a su padre, ni el padre al niño, y por eso el Enemigo los llevaba al infierno
sin dificultad. Cuando el Padre de los Cielos vio que en la tierra habla tantos pecados,
que uno no se fiaba del otro, ni creían los unos en los otros, ni en las palabras que los
profetas dijeron, antes bien, creaban cada día nuevos dioses, entonces envió a su Hijo
a la tierra para reducir estos pecados y para hacer más tiernos y jóvenes los corazones
de los pecadores. Al descender a la tierra, los halló endurecidos, en pecado mortal, de
forma que se podía ablandar tan fácilmente una dura roca como aquellos corazones.
Entonces dijo por boca del profeta David: “Estaré en soledad hasta la muerte”. Y
quería decir: “Padre, habrás convertido una pequeña parte de este pueblo antes de mi
muerte”. Al igual que el Padre envió a su Hijo a la tierra para liberar a su pueblo, esto
se ha renovado ahora; pues lo mismo que el error y la locura desaparecieron con su
venida y que la verdad brilló y resplandeció entonces, del mismo modo Nuestro
Señor os designó entre los demás caballeros para enviaros a tierras extrañas a acabar
con las graves aventuras y para dar a conocer cómo han sucedido. Y por eso hay que
comparar vuestra venida a la venida de Jesucristo, por la semejanza, que no por la
dignidad; y de la misma forma que los profetas, mucho tiempo antes de la venida de
Jesucristo, habían anunciado su llegada, y habían dicho que liberaría al pueblo de los
lazos del infierno, así han anunciado los ermitaños y los santos varones vuestra
llegada hace más de veinte años. Y bien decían todos que las aventuras del reino de
Logres no terminarían antes de que llegaseis. Os hemos esperado tanto tiempo, que
gracias a Dios, ya os tenemos».
«Decidme ahora —dijo Galaz—, qué significa el cuerpo, va que de la tumba me
habéis dado buena razón». «Os lo diré —le responde—. El cuerpo significa el pueblo
que había vivido tanto tiempo bajo el pecado: todos estaban muertos y ciegos por los
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muchos pecados que cometían diariamente. Incluso parecía que estaban ciegos a la
venida de Jesucristo, que, cuando oyeron que era el Rey de Reyes y el Salvador del
mundo, le tuvieron por pecador y pensaron que era tal como ellos. Creyeron más al
Enemigo que a Él, y libraron su carne a la muerte por consejo del diablo, que todos
los días les cantaba al oído y se les había metido en el cuerpo; por eso hicieron una
obra tal, por la que Vespasiano los arrasó y destruyó tan pronto como supo la verdad
del profeta hacia el que habían sido desleales; así fueron destruidos por el Enemigo y
por su consejo.
Debemos ver ahora cómo concuerdan el cuerpo con los sucesos de entonces: la
tumba significa los grandes pecados de los judíos y el cuerpo son ellos y sus
descendientes, que todos estaban muertos por su pecado mortal, del que no podían
liberarse sin dificultad. La voz que salía de la tumba, son las dolorosas palabras que
dijeron a Pilatos el magistrado: “¡Que su sangre sea derramada sobre nosotros y
nuestros hijos!”.
Y por estas palabras fueron deshonrados y perdieron todo lo que tenían. Así
podéis apreciar en esta aventura el significado de la Pasión de Jesucristo y la
semejanza con su venida. Y han sucedido otras cosas más: cuando llegaban los
caballeros andantes aquí y se dirigían a la tumba, el Enemigo, que los conocía como
viles pecadores impíos y sabía que estaban envueltos en grandes lujurias e
iniquidades, les causaba tal pavor con su horrible y espantosa voz, que perdían el
dominio sobre su cuerpo. Y esta aventura que emprendían los pecadores no habría
sido nunca terminada si Dios no os hubiera traído para que la llevarais a su final: tan
pronto como vos vinisteis, el diablo, que sabía que erais virgen y tan limpio de todo
pecado como puede estar hombre mortal, no se atrevió a esperar a vuestra compañía,
sino que se fue y perdió todo su poder con vuestra venida. Así acabó la aventura que
muchos esforzados caballeros habían intentado. Ya os he dicho la verdad de este
asunto». Galaz dijo que tenía un significado mucho más hondo de lo que imaginaba.
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De Cómo Galaz Armó Caballero Al Escudero
Y De Los Consejos Que Le Dio
AQUELLA noche Galaz fue servido todo lo bien que los frailes pudieron. Por la
mañana nombró caballero al criado, según la costumbre de aquel tiempo. Después de
hacerle todo lo que debía, le preguntó cómo se llamaba. Aquél dijo que se llamaba
Melián y que era hijo del rey de Dinamarca. «Buen amigo —dijo Galaz—, ya que
sois caballero y de tan alto linaje como de rey y de reina, procurad que la caballería
sea siempre bien empleada en vos, de forma que el honor de vuestro linaje quede
siempre salvo; tened en cuenta que hijo de rey que recibe la orden de caballería,
inmediatamente debe resplandecer sobre los demás caballeros en bondad, del mismo
modo que el rayo de sol resplandece por encima de las estrellas». Él responde que, si
Dios quiere, el honor de la caballería quedará bien a salvo en él, pues por muchas
penas que tenga que sufrir, no se detendrá. Pide entonces Galaz sus armas y se las
traen. Melián le dice: «Señor, doy gracias a Dios y a vos; me habéis nombrado
caballero, por lo que tengo tal alegría que casi no la puedo expresar; bien sabéis que
es costumbre que el que nombra caballero no debe negar al novel el primer don que
le pida, si es cosa razonable». «Decís verdad —dijo Galaz—, pero ¿por qué lo habéis
dicho?». «Porque quiero pediros un don —le responde— y os ruego que me lo
concedáis, pues es una cosa que no os perjudicará». «Yo os la otorgo —dice Galaz—,
siempre que no sirva de afrenta». «Gracias —dice Melián—; os pido ahora que me
dejéis ir con vos a esta Demanda hasta que el destino nos separe y, después, si el
destino nos vuelve a juntar, no me quitéis vuestra compañía para dársela a otro».
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Cómo Se Separaron Galaz Y Melián, Por La
Bifurcación Del Camino
ORDENA entonces que le traigan un caballo, pues quiere ir con Galaz. Así se hace,
yéndose de allí con Galaz. Cabalgaron todo el día y toda la semana. Un martes por la
mañana llegaron a una cruz que partía el camino en dos; se acercaron a la cruz,
encontrando talladas en la madera unas letras que decían: TENTE, CABALLERO
QUE VAS BUSCANDO AVENTURAS, HE AQUÍ DOS CAMINOS; UNO A LA
DERECHA Y OTRO A LA IZQUIERDA, TE PROHÍBO QUE ENTRES EN EL DE
LA IZQUIERDA, PUES DEBE SER MUY ESFORZADO EL QUE EN ÉL
PENETRE, SI ES QUE QUIERE SALIR; SI ENTRAS EN EL DE LA DERECHA,
MORIRÁS PRONTO. Cuando Melián vio estas letras, dice a Galaz: «¡Ay!, franco
caballero, por Dios, dejadme entrar en el de la izquierda, pues así podré probar mi
fuerza y saber si en mí habrá valor y atrevimiento, que me proporcionen elogios de la
caballería». «Si hubierais querido —le contestó Galaz— yo hubiera ido, pues quizá
saldría mejor parado que vos». Y le dice que no entrará. Se separan el uno del otro y
toma cada uno su camino. Aquí queda por ahora el relato de Galaz y habla de cómo
le fue a Melián.
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De Lo Que Halló Melián En El Camino De
La Izquierda
CUENTA ahora la historia que cuando Melián se separó de Galaz, cabalgó hasta un
viejo bosque que distaba dos jornadas; por la mañana, a la hora de prima, llegó a una
pradera. En medio del camino halló un trono hermoso y rico en el que había una
corona de oro bellísima; ante el trono había varias mesas llenas de suculentos
manjares. Mira esta aventura, no le apetece nada de lo que ve, sino la corona, que es
tan hermosa, y piensa que en buena hora será nacido el que la lleve en la cabeza ante
su pueblo. Entonces la toma, decidiendo llevársela; mete por medio su brazo derecho
y se vuelve al bosque. Apenas había avanzado cuando ve venir detrás de él un
caballero, sobre un enorme caballo, que le dice: «Señor caballero, dejad la corona,
pues no es vuestra; en mala hora la cogisteis».
Cuando Melián lo oye, da media vuelta, pues se apercibe de que será conveniente
luchar. Se persigna y dice: «Buen señor Dios, ayudad a vuestro caballero novel». El
otro le ataca, golpeándole con gran dureza, de tal forma que atravesando el escudo y
la loriga, le mete la lanza en el costado; lo derriba a tierra de manera que le quedan
dentro del cuerpo el hierro y gran parte del asta. Se le acerca el caballero, le quita la
corona del brazo y le dice: «Señor caballero, dejad la corona, pues no tenéis derecho
a ella». Después, se vuelve al mismo lugar de donde había venido. Melián se queda
sin fuerzas para levantarse, como el que piensa que está herido de muerte. Se lamenta
por no haber creído a. Galaz, pues ya le ha llegado la primera desgracia.
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Cómo Encontró Galaz A Melián Herido. Y
De Lo Que Allí Ocurrió
MIENTRAS se encontraba en este trance, sucedió que Galaz llegó a aquella parte
porque su camino allí lo conducía. Cuando vio a Melián que yacía herido en el suelo
lo sintió mucho, pues pensaba que estaría herido de muerte. Se le acercó y le dijo:
«¡Ay!, Melián, ¿quién os ha hecho esto? ¿Pensáis sanar?». Al oírlo aquél, lo reconoce
y le contesta: «¡Ay!, señor, por Dios, no me dejéis morir en este bosque, llevadme a
una abadía, donde pueda recibir los sacramentos y morir como buen cristiano».
«¿Cómo? —le pregunta Galaz—, Melián, ¿estaréis tan herido que pensáis morir?».
«Sí», le responde. Galaz lo siente mucho y le pregunta dónde están quienes le han
hecho eso. Sale de la espesura entonces el caballero que había herido a Melián y dice
a Galaz: «Señor caballero, guardaos de mí, porque os haré todo el mal que pueda».
«¡Ay!, señor —dice Melián—, ése es el que me ha matado, pero por Dios, guardaos
de él». Galaz no contesta una palabra, sino que se dirige al caballero que venía con
gran rapidez; como venía muy deprisa, no logra arremeterlo, pero Galaz le hiere tan
duramente que le mete la lanza por en medio del hombro, lo derriba junto con su
caballo y quiebra la lanza: Galaz resuelve así el combate. Cuando se volvía, ve venir
un caballero armado que le grita: «Señor caballero, ¡dejadme el caballo!». Le ataca
enristrando la lanza, que le rompe contra el escudo, pero no logra moverlo de la silla.
Galaz le corta el puño izquierdo con la espada; al sentirse herido, se da a la fuga, pues
teme morir; Galaz no lo persigue, como quien piensa no hacerle más daño del que ya
ha recibido; se vuelve hacia Melián y no mira más al caballero que había derribado.
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Cómo Llevó Galaz A Melián A La Abadía
PREGUNTA a Melián qué quiere que le haga, pues por él hará cuanto pueda.
«Señor, si pudiera cabalgar, querría que me pusieseis ante vos y que me llevaseis a
una abadía que hay cerca de aquí, pues bien sé que si estuviera allí, intentaría por
todos los medios curarme». Le contesta que lo hará con gusto. «Pero pienso —
continúa Galaz— que será mejor que os quite antes ese hierro». «¡Ay!, señor —le
responde—, yo no trataría ese asunto hasta después de confesar, pues temo morir
cuando me lo saquen. Pero llevadme». Entonces lo toma con toda la suavidad que
puede y lo coloca delante de él, abrazándolo para que no caiga, pues lo ve muy débil.
Emprenden la marcha y vagan hasta llegar a una abadía.
Cuando estuvieron a la puerta, llamaron. Los frailes, que eran hombres de bien,
les abrieron, recibiéndolos con deferencia y llevando a Melián a una habitación
tranquila. Después de quitarse el yelmo, pidió a su Salvador y se lo trajeron; confesó,
dio gracias y, entonces, recibió el Corpus Domini. Tras comulgar, dijo a Galaz:
«Señor, venga ahora la muerte, pues estoy bien preparado contra ella. Ya podéis
intentar extraer el hierro de mi cuerpo». Este coge la punta y la saca fuera con toda el
asta. Aquél se desmaya del dolor. Galaz pregunta si allí hay alguien que sepa curar las
heridas del caballero. «Sí, señor», le responden. Hacen venir a un monje anciano que
había sido caballero y le enseñan la herida. Él la contempla y dice que en un mes lo
dejará sano. Galaz se alegra mucho con esta noticia; se hace desarmar y dice que
permanecerá allí todo el día y la mañana siguiente para saber si Melián podrá sanar.
Allí estuvo tres días, el cabo de los cuales preguntó a Melián cómo estaba; le
contestó que iba curándose. «Entonces —le dijo— podré irme mañana». Aquél le
responde afligido: «¡Ay!, señor Galaz, ¿me vais a abandonar aquí? Soy el hombre del
mundo que más desea vuestra compañía, si la pudiera conservar». «Señor —le dice
Galaz—, yo no os sirvo para nada aquí; tengo que hacer cosas más necesarias que
descansar y tengo que ir en busca del Santo Graal, pues comencé a hacerlo».
«¿Cómo? —dice uno de los frailes—, ¿ha empezado ya la Demanda?». «Sí —le
responde Galaz—, y nosotros dos somos compañeros en ella». «Por mi fe —dice el
fraile—, señor caballero enfermo, esta desdicha os ha venido por vuestros pecados. Si
me dijerais vuestras andanzas desde que comenzó la Demanda, os señalaría por qué
pecado os sucedió». «Señor —respondió Melián—, os lo contaré todo».
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Explicación De La Aventura De Melián
ENTONCES le cuenta Melián cómo Galaz lo nombró caballero, las letras que
encontraron en la cruz prohibiendo ir por el camino de la izquierda, cómo entró en él
y todo lo que le sucedió. El buen hombre, que era de vida santa y de grandes
conocimientos, le dijo: «Ciertamente, señor caballero, en verdad estas aventuras son
del Santo Graal; me habéis dicho una cosa de gran importancia y que os la voy a
explicar. Cuando ibais a ser nombrado caballero, fuisteis a confesaros, de forma que
entrasteis en la orden de caballería limpio y purgado de todas las suciedades y de
todos los pecados de los que os sentíais culpable; así entrasteis en la Demanda del
Santo Graal, tal como debíais entrar; pero cuando el Diablo vio esto, lo sintió mucho
y pensó vejaros tan pronto como llegara su momento. Así lo hizo, y os diré en la
ocasión que fue: Cuando os alejasteis de la abadía en la que habíais sido nombrado
caballero, el primer encuentro que tuvisteis fue la señal de la verdadera Cruz: ésta es
la señal de la que más debe fiarse todo caballero; pero había aún algo más. Había
unas palabras que os indicaban dos caminos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Por el de la derecha debíais entender el camino de Jesucristo, el camino de piedad, en
el que los caballeros de Nuestro Señor vagan noche y día; de día, según el alma, y de
noche, siguiendo el cuerpo. Por el de la izquierda debéis entender el camino de los
pecadores, en el que llegan grandes peligros a los que se meten en él. Como no era
tan seguro como el otro, el letrero prohibía la entrada a cualquiera que no fuera mejor
que los demás; es decir, que no estuviera tan firme en el amor de Jesucristo que no
pudiera caer en pecado. Cuando viste el letrero te preguntaste admirado qué podía
ser; entonces te hirió el Enemigo con uno de sus dardos. ¿Sabes con cuál? Con el del
orgullo, pues pensaste que saldrías del paso con tu valor. Y así fuiste engañado por el
entendimiento, pues el escrito hablaba de la caballería celestial y tú interpretaste de la
secular, por lo que fuiste orgulloso y por eso caíste en pecado mortal.
Cuando te separaste de Galaz, el Enemigo, que te había encontrado débil, fue
contigo y pensó que poco había hecho aún si no te hacía caer en otro pecado, para
arrastrarte al infierno de pecado en pecado. Entonces te preparó una corona de oro,
haciéndote caer en la envidia tan pronto como la viste. Al cogerla caíste en dos
pecados mortales, orgullo y envidia. Al ver que también habías caído en envidia, y
que te llevabas la corona, se convirtió en caballero pecador e intentó hacerte tanto
daño como si ya fueras suyo y deseaba matarte. Te atacó enfilándote con la lanza y te
hubiera dado muerte, pero la señal de la cruz que hiciste te salvó; de todas formas,
Nuestro Señor te puso en el temor de morir porque te habías salido de su servicio, y
para que otra vez confiaras más en la ayuda de Nuestro Señor que en tu fuerza. Para
que tuvieras pronto socorro, te envió a Galaz, el santo caballero, contra los dos
caballeros que significaban los dos pecados que se habían albergado en ti y que no
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pudieron resistir, pues él estaba sin pecado mortal». Ya os he explicado por qué
motivo os han llegado estos sucesos. Ellos dicen que la causa es hermosa y digna.
Hablaron mucho aquella noche el hombre bueno y los dos caballeros acerca de las
aventuras del Santo Graal. Galaz se lo rogó tanto a Melián, que éste acabó dándole
permiso para que se fuera a la hora que quisiera. Ya que se lo había otorgado, le dijo
que se iría. Por la mañana, tan pronto como Galaz hubo oído misa, se armó y,
encomendando a Dios a Melián, se fue y cabalgó muchas jornadas sin encontrar
aventuras que vengan a cuento. Pero un día salió de casa de un vasallo, sin haber oído
misa y erró hasta llegar a una alta montaña, en la que había una vieja capilla. Se
dirigió a aquel lugar para oír misa, pues le molestaba mucho no asistir un día al
servicio de Dios. Cuando llegó allí, no encontró ni un alma, todo estaba desolado; no
obstante, se arrodilló y rogó a Nuestro Señor que le aconsejara; al terminar su
oración, le dijo una voz: «Escucha, caballero venturoso, vete al Castillo de las
Doncellas y quita las malas costumbres que hay allí».
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Cómo Fue Galaz Al Castillo De Las
Doncellas
AL oír esto, da gracias a Nuestro Señor por haberle enviado su mensaje; monta
inmediatamente y se va. A lo lejos ve, en un valle, un castillo, fuerte y bien
emplazado; corre por medio un gran río, rápido, llamado Saverne. Se dirige hacia allí
y cuando está más cerca, se encuentra con un hombre pobremente vestido y anciano,
que le saluda con afabilidad. Galaz le devuelve el saludo y le pregunta cómo se llama
el castillo. «Señor —le contesta—, Castillo de las Doncellas; es un castillo
desdichado y son desdichados todos los que allí habitan: toda piedad está fuera de él
y todo sufrimiento está dentro». «¿Por qué?», pregunta Galaz. «Porque se afrenta a
todos los que entran en él —le responde—; por eso os aconsejaría, señor caballero,
que os volvieseis; de seguir adelante, sólo recibiréis afrenta». «Que Dios os guíe,
buen hombre —le dice Galaz—, pues no me volvería por gusto». Mira sus armas, que
no le falte nada; cuando ve que lo lleva todo, se dirige con prisa al castillo.
Encuentra entonces a siete doncellas, cabalgando sobre ricas monturas, que le
dicen: «Señor caballero, ¡habéis pasado los límites!». Él contesta que los límites no le
detendrán y que irá al castillo. Avanza durante todo el día, hasta que encuentra un
criado que le dice que los del castillo le prohíben seguir adelante hasta que no sepan
lo que quiere. «No quiero —contesta— más que las costumbres del castillo».
«Ciertamente —le dice aquél—, ésa es una cosa que deseáis en mala hora; lo
aprenderéis de tal modo que ningún caballero lo podrá acabar. Esperadme aquí y
recibiréis lo que buscáis». «Vete pronto —dijo Galaz— y date prisa con lo que
necesito».
El criado entra en el castillo; apenas pasó un momento cuando Galaz ve salir siete
caballeros que eran hermanos y que le gritan: «Señor caballero, guardaos de nosotros,
pues no os dejaremos hasta que estéis muerto». «¿Cómo? —pregunta—, ¿queréis
todos vosotros juntos luchar contra mí?». «Sí —le responden—, pues tal es la
aventura y la costumbre». Cuando oye esto, los deja avanzar con la lanza enfilada,
hiriendo al primero, de tal forma que lo derriba a tierra y casi le rompe el cuello.
Todos los demás le atacan a la vez, golpeándole sobre el escudo, pero no pueden
moverlo de la silla, aunque por la fuerza de las lanzas detienen al caballo en plena
carrera y casi lo tiran. En este encuentro se quebraron todas las lanzas y Galaz derribó
a tres con la suya. Desenvainó la espada y atacó a los que estaban delante de él y lo
mismo hicieron ellos: comienza así una grande y peligrosa pelea; mientras tanto, los
que habían caído han vuelto a montar; la pelea es aún mayor ahora que antes. El
mejor de todos los caballeros se esfuerza tanto que les hace perder terreno; les golpea
con la cortante espada con tal vigor que no hay armadura que les pueda proteger y
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que impida que les salga la sangre del cuerpo. Lo encuentran tan fuerte y tan rápido
que no creen que sea hombre mortal: no hay hombre en el mundo que pueda resistir
la mitad de lo que él ha resistido. Ellos desfallecen pues ven que no lo pueden mover
del lugar y lo encuentran con la misma fuerza que al principio. Y es verdad, como lo
atestigua la historia del Santo Graal, que en hechos de armas no hubo nadie que lo
viera cansado.
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Cómo Venció Galaz A Los Siete Hermanos
DE tal forma duró la batalla hasta el mediodía. Los siete hermanos eran de gran
valor, pero cuando llegó esta hora se encontraron tan cansados y tan malparados que
no tenían fuerzas para defender su cuerpo. Y aquél que nunca se confesó vencido los
fue derribando de los caballos. Cuando ellos ven que no podrán resistir más, se
vuelven huyendo. Al ver esto, no los persigue, sino que viene al puente por donde se
entraba al castillo, en donde encuentra a un hombre cano vestido con hábito de
religión que le trae las llaves de dentro y le dice: «Señor, tomad estas llaves; ahora
podéis disponer a vuestro antojo del castillo y de los que están en él, pues habéis
hecho tanto que él castillo es vuestro».
Toma las llaves y entra en el castillo y tan pronto como está dentro ve por entre
las calles tantas doncellas que no sabe cuántas son. Todas le dicen: «Señor, sed
bienvenido. Mucho hemos esperado nuestra liberación; bendito sea Dios que os ha
traído aquí, pues de otra manera no hubiéramos sido libradas nunca de este doloroso
castillo». Él les contesta que Dios las bendiga y entonces le toman el caballo por el
freno y le llevan a la gran fortaleza haciéndole desarmar casi por la fuerza, pues él
decía que aún no era tiempo de albergar, y una doncella le dice: «¡Ay!, señor, ¿qué es
lo que decís? Ciertamente si vos os vais así, los que han huido por vuestro valor
volverán esta misma noche y volverían a empezar la dolorosa costumbre que han
mantenido durante tanto tiempo en este castillo, y así habríais trabajado en vano».
«¿Qué queréis —dice él— que haga? Estoy dispuesto a hacer vuestra voluntad
siempre y cuando yo vea que es conveniente hacerlo». «Queremos —dice la doncella
— que convoquéis a los caballeros y vasallos de la comarca, que tienen sus feudos
por este castillo y que les hagáis jurar a ellos y a los demás que nunca más
mantendrán esta costumbre». Él se lo otorga, y cuando ellas le hubieron llevado hasta
la dependencia principal, descabalga y se quita el yelmo, subiendo después al palacio.
De una cámara salió allí una doncella que llevaba un cuerno de marfil recubierto muy
ricamente de oro. Se dirige a Galaz y le dice: «Señor, si queréis que vengan los que a
partir de ahora han de tener esta tierra por vos, tocad este cuerno que se puede oír sin
dificultad a diez leguas». Él contesta que es conveniente hacerlo. Se dirige a un
caballero que estaba delante de él que toma el cuerno y lo suena con tanta fuerza que
se puede oír en los extremos más alejados del país. Después de hacer esto se sientan
todos alrededor de Galaz; él pregunta al que le dio las llaves si era sacerdote; le
contesta que sí. «Decidme, pues —le ruega—, la costumbre de aquí y dónde fueron
apresadas todas estas doncellas». «Con gusto», contesta el sacerdote.
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Cómo El Sacerdote Explicó A Galaz La
Costumbre Del Castillo De Las Doncellas
«ES cierto que hace más de diez años los siete caballeros a los que habéis vencido
llegaron a este castillo por casualidad y se albergaron en casa del duque Lynor, que
era el señor de todo este país; era el más noble hombre que se conoció. Por la noche,
después de cenar, se produjo una disputa entre los siete hermanos y el duque por una
hija del duque que los siete hermanos querían poseer a la fuerza. En la disputa el
duque murió y también un hijo suyo, mientras que la hija, por la que comenzó la
pelea fue apresada. Después de hacer esto, los hermanos se adueñaron del tesoro del
castillo y convocaron caballeros y siervos para comenzar la guerra contra los de este
país. Lucharon tanto que los vencieron, recibiendo de ellos sus feudos. Cuando la hija
del duque vio esto, se entristeció mucho y dijo casi adivinándolo: “Ciertamente,
señores, aunque ahora tengáis el dominio de este castillo, es nuestro, pues de la
misma manera que lo tenéis por culpa de una mujer, también lo perderéis por una
doncella, y seréis los siete vencidos y derrotados por el valor de un solo caballero”.
Tomaron todo esto a despecho y dijeron que lo que ella acababa de decir no ocurriría
nunca, pues no habría doncella que pasara delante del castillo que no fuera detenida
hasta que llegara el caballero por el que serían vencidos. Así lo habían hecho hasta
ahora, y por eso el castillo se llama Castillo de las Doncellas». «Y la doncella por la
que empezó la pelea —dice Galaz— ¿vive aún?». «Señor —le dice—, no, ha muerto.
Pero una hermana suya más joven está aquí». «Y, ¿cómo estaban las doncellas?»,
pregunta Galaz. «Señor —le contesta—, estaban muy a disgusto». «Ahora quedan
libres», dice Galaz.
A la hora de nona comenzó el castillo a llenarse de quienes conocían las nuevas
de que el castillo había sido reconquistado. Celebraron grandes fiestas en honor de
Galaz como si hubiera sido el señor. Invistió a la hija del duque con el castillo y con
cuanto de él dependía. Y procuró que todos los caballeros de la comarca se hicieran
vasallos de la doncella. Hizo que todos juraran que no volverían a mantener nunca
más esta costumbre. Después se fue cada doncella a su país.
Galaz permaneció todo el día allí y le hicieron mucho honor. A la mañana
siguiente llegó la noticia de que los siete hermanos habían sido muertos. «¿Quién los
ha matado?», preguntó Galaz. «Señor —dice un criado—, ayer, cuando se alejaron de
vos, encontraron a Galván, a su hermano Gariete y a Iván. Atacaron los unos a los
otros y la desdicha cayó sobre los siete hermanos». Aquél se admira por este
acontecimiento; pide sus armas y se las traen, y cuando ya está armado se va del
castillo y aquéllos le acompañan un buen trecho, hasta que les hace volver tomando
su camino y cabalgando totalmente solo. Aquí deja la historia de hablar de él y
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vuelve a Galván.
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De Lo Que Un Fraile Dio A Galván
CUENTA la historia que cuando Galván se separó de sus compañeros, cabalgó
muchos días sin encontrar aventuras que merezcan ser narradas, hasta que llegó a la
abadía donde Galaz había tomado el escudo blanco con la cruz roja. Allí le contaron
las aventuras que él había llevado a cabo. Al oír aquello, preguntó qué hacía, dónde
había ido, y se lo dijeron; se puso en camino tras él y cabalgó hasta que el destino lo
llevó a donde Melián yacía enfermo. Cuando aquél reconoció a Galván le dio nuevas
de Galaz, diciéndole que se había ido por la mañana. «Dios —dijo Galván—, ¡qué
desdichado soy! Soy el caballero más desgraciado del mundo, pues voy siguiendo a
este otro caballero de cerca y no lo logro alcanzar. Si Dios quisiera que yo lo pudiese
encontrar, no me apartaría nunca de él, porque él amaría tanto mi acompañamiento
como yo el suyo». Uno de los frailes oyó estas palabras y le dijo a Galván:
«Ciertamente, señor, la compañía de vosotros dos no sería de ninguna manera
conveniente, pues vos sois un siervo malo y desleal, y él es un caballero tal como se
debe ser». «Señor —dice Galván—, por lo que me decís, me parece que me conocéis
bien». «Os conozco —le contesta el buen hombre— mucho mejor de lo que os
imagináis». «Buen señor —dice Galván—, entonces me podréis decir, sin duda, si os
place, en qué soy tal como vos habéis dicho». «No os lo diré de ninguna manera —le
contesta aquél—, pero con el tiempo encontraréis quien os lo dirá».
Mientras hablaban así entró allí un caballero armado con todas sus armas y bajó
al patio. Los frailes corrieron a su encuentro para desarmarlo y lo acompañaron a la
habitación donde estaba Galván. Después de desarmarlo, Galván lo vio y reconoció
que era su hermano Gariete; corre a su encuentro con los brazos abiertos y se alegra
mucho. Le pregunta si está sano y salvo y aquél le contesta: «Sí, gracias a Dios».
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Cómo Galván, Gariete E Iván Mataron A
Los Siete Hermanos
AQUELLA noche los frailes los sirvieron muy bien; por la mañana, tan pronto
como amaneció oyeron misa completamente armados pero sin los yelmos. Cuando ya
estaban montados y preparados, se marcharon y fueron vagando hasta la hora de
prima. Entonces, al mirar delante de ellos vieron a Iván que cabalgaba
completamente solo; lo reconocieron perfectamente por las armas que llevaba. Le
gritaron que se parase; cuando se oye nombrar, mira, se detiene y los reconoce por la
voz; aquéllos le dan grandes muestras de gozo y le preguntan cómo le ha ido.
Responde que no ha hecho nada, pues no ha hallado ninguna aventura que le gustase.
«Cabalguemos ahora todos juntos, dijo Gariete, hasta que Dios nos envíe una
aventura». Los demás se lo aceptan y se ponen todos juntos en su camino. Han
cabalgado tanto que consiguen llegar al Castillo de las Doncellas el mismo día que el
castillo había sido conquistado. Cuando los siete hermanos vieron a los tres
compañeros, dijeron: «Ataquémosles y los mataremos, pues pertenecen a aquél por
quien hemos sido desheredados. Son caballeros andantes». Van entonces contra los
tres compañeros y les gritan que tengan cuidado, pues han llegado a la muerte.
Cuando oyen estas palabras, les dirigen las cabezas de los caballos; en el primer
encuentro, tres de los siete hermanos murieron, pues Galván mató a uno, Iván a otro,
y Gariete al tercero. Sacan las espadas y se atacan unos a otros. Los hermanos se
defienden como pueden, pero no les va muy bien, porque estaban cansados y
fatigados del gran combate y de la gran pelea que ese mismo día habían sostenido con
ellos. Los otros, que eran muy esforzados y buenos caballeros, los ponen en tal
aprieto que los matan en poco tiempo. Los dejan sobre el lugar muertos y se van allí a
donde la fortuna los guía.
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Explicación De La Aventura Del Castillo De
Las Doncellas
PERO no vuelven hacia el Castillo de las Doncellas, sino que toman el camino de la
derecha, y por esto perdieron a Galaz. A la hora de vísperas se separaron y cada uno
emprendió un camino diferente. Galván cabalgó hasta llegar a una ermita y encontró
al ermitaño en la capilla cantando las vísperas a Nuestra Señora; descabalga y la oye;
después le pide albergue por caridad y aquél se lo concede con muy buena gana. Por
la noche, el buen hombre preguntó a Galván de dónde era, y éste le dijo la verdad; le
dijo también en qué búsqueda estaba metido y cuando el buen hombre se dio cuenta
de que era Galván, le dijo: «Ciertamente, señor, si os parece bien, yo querría saber
muchas cosas de vos». Comienza entonces a hablarle de la confesión y a sacarle muy
buenos ejemplos del Evangelio, le aconseja que se confiese con él y que lo haga
cuando pueda. «Señor —dice Galván—, si quisierais explicarme unas palabras que oí
anteayer, yo os diría todo sobre mi condición, pues me parecéis hombre de muy alta
dignidad y bien sé que sois sacerdote». El buen hombre le hace ver que le aconsejará
tan bien como pueda y Galván mira al buen hombre, lo ve viejo y anciano y le parece
tan digno que le entran ganas de confesarse con él. Le cuenta aquello de lo que se
siente más culpable hacia Nuestro Señor, y no olvida decirle las palabras que el otro
buen hombre le había dicho. El anciano se encontró que habían pasado cuatro años
sin que hubiera confesado, y entonces le dijo: «Señor, con razón fuisteis mal siervo y
desleal, pues cuando entrasteis en la orden de caballería no se os metió en ella para
que fueseis a partir de entonces siervo del Enemigo, sino para que sirvieseis a
Nuestro Creador y defendierais la Santa Iglesia, dando a Dios el tesoro que os mandó
guardar, que es vuestra propia alma; por esto se os hizo caballero y habéis empleado
de mala manera la caballería, habéis sido todo el tiempo siervo del Enemigo, habéis
abandonado a vuestro Creador y habéis llevado la vida más sucia y peor que ningún
caballero ha llevado nunca. En esto podéis apreciar que quien os llamó mal siervo y
desleal os conocía bien. Ciertamente, si no fueseis tan pecador como sois, los siete
hermanos no habrían sido muertos por vos y por vuestra ayuda, sino que todavía
estarían cumpliendo penitencia por la mala costumbre que habían mantenido durante
tanto tiempo en el Castillo de las Doncellas y se acordarían de Dios. No actuó así
Galaz, el buen caballero, al que vais buscando, pues los venció sin matarlos y tuvo
sentido el que los siete hermanos hubieran llevado esta costumbre al castillo y que
retuvieron a todas las doncellas que venían de grado o a la fuerza a este país».
—«¡Ay!, señor —dice Galván—, decidme el sentido para que yo lo sepa contar en la
corte cuando vuelva a ella». «Con gusto», le contesta el anciano.
«Por el Castillo de las Doncellas debes entender el Infierno y por Doncellas las
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buenas almas que desgraciadamente habían sido encerradas antes de la Pasión de
Jesucristo. Los siete caballeros son los siete pecados capitales que reinaban entonces
en el mundo de manera que no había justicia: tan pronto como el alma salía del
cuerpo, de quienquiera que fuera, de buen hombre o de malvado, iba al Infierno y se
quedaba allí, encerrada del mismo modo que las doncellas. Cuando el Padre del Cielo
vio que lo que Él había formado iba tan mal, envió a su Hijo a la tierra para liberar a
las buenas doncellas, que son las buenas almas. Y lo mismo que envió a su Hijo que
vivía antes del comienzo del mundo, así envió a Galaz, su fiel caballero y su leal
servidor, para que despojara al castillo de las buenas doncellas, pues son tan puras y
limpias como la flor de lis que nunca siente el calor del estío».
Cuando oyó estas palabras, no supo qué replicar. El anciano le dijo: «Galván,
Galván, si quisieras dejar esta mala vida que has mantenido durante tanto tiempo, aún
podrías agradar a Nuestro Señor, pues la Escritura dice que nadie es tan pecador
como para no conseguir la misericordia de Nuestro Señor si la pide. Por eso, yo te
aconsejaría que hicieras penitencia de lo que has hecho mal». Aquél le respondió que
no podría soportar la pena de la penitencia. El anciano lo dejó y no dijo nada más,
pues veía que sus amonestaciones serían en vano.
Por la mañana se fue Galván de allí y anduvo hasta encontrar por casualidad a
Aglován y a Giflete, hijo de Don. Juntos cabalgaron cuatro días sin hallar aventuras
que merezcan ser contadas. El quinto día, se separaron y tomó cada uno su camino.
La historia deja aquí de hablar de ellos y vuelve a Galaz.
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Cómo Llegó Galaz A La Gasta Floresta
CUENTA la historia que cuando Galaz se fue del Castillo de las Doncellas, cabalgó
hasta llegar a la Gasta Floresta. Un día se encontró con Lanzarote y con Perceval que
cabalgaban juntos. Ellos no lo reconocieron pues llevaba armas que no estaban
acostumbrados a ver. Lanzarote le ataca el primero, quebrando su lanza en medio del
pecho; Galaz lo golpea con tanto vigor que derriba a él y a su caballo, pero sin
hacerle ningún daño. Sacó entonces la espada, cuando ya tenía la lanza rota y hiere a
Perceval con tanta fuerza que le rompe el yelmo y la cofia de hierro y, si la espada no
se le hubiera vuelto en la mano, lo hubiera matado sin dificultad, pero no tiene la
fuerza suficiente como para mantenerse en la silla, sino que vuela cayendo con tal
golpe que no sabe si es de día o de noche. Aquel combate fue llevado ante una ermita
en la que había una anacoreta, que al ver a Galaz le dijo: «Id con Dios, que Él os
conduzca. Si os conocieran tan bien como yo os conozco, ciertamente no habrían
tenido la osadía de atacaros». Cuando Galaz oye estas palabras, le entra un gran
miedo de que le reconozcan. Pica a su caballo con las espuelas y se va tan deprisa
como puede el animal. Cuando aquéllos se dan cuenta de que se va, cabalgan más
deprisa que nunca. Pero aprecian que no lo podrán alcanzar, volviéndose tan dolientes
y tan tristes que querrían morir sin demora pues odian mucho sus propias vidas, y
entonces se meten en la Gasta Floresta.
Así se quedó Lanzarote en la Gasta Floresta doliente y triste por el caballero que
ha perdido y dice a Perceval: «¿Qué podremos hacer?». Le responde que no sabe
cómo consolarse por esto. Pues el caballero se fue tan deprisa que no lo pudieron
alcanzar. «Y, veis, que la noche nos ha sorprendido en un lugar tal del que no
podremos salir nunca más si la ventura no nos lanza fuera. Por eso creo que lo mejor
es volver al camino, ya que si nos empezamos a desviar desde aquí, no creo que en
mucho tiempo volvamos a la buena senda. Haced lo que os guste, pues yo creo que
será mayor nuestro provecho si nos volvemos que si nos vamos». Lanzarote dice que
de grado no se volvería, sino que buscará al que lleva el escudo blanco, ya que nunca
volverá a encontrarse bien hasta que no sepa quién es. «Pero podréis esperar sin
dificultad, le dice Perceval, a que llegue el día siguiente; entonces iremos los dos tras
el caballero». Él le contesta que de ninguna forma. «Que Dios os salve —le dice
Perceval—, pues me iré hoy mismo. Volveré a la anacoreta que dijo conocerlo muy
bien».
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Cómo Se Separaron Perceval Y Lanzarote Y
De Lo Que Le Sucedió A Éste
ASÍ se separaron los compañeros. Perceval volvió a la anacoreta y Lanzarote
cabalgó tras el caballero a través del bosque, de tal forma que no siguió ni camino ni
sendero, sino que marchó según lo iba llevando su propia ventura; y esto lo hizo muy
mal porque no veía, ni de lejos ni de cerca, por dónde podría coger el camino, ya que
era la noche muy oscura. No obstante, cabalgó hasta llegar a una cruz de piedra que
estaba en la separación de dos caminos en una landa desierta. Mira la cruz cuando
estuvo cerca y ve junto a ella un escalón de mármol en el que, al parecer, había unas
letras escritas, pero era la noche tan oscura que no podía leerlas. Mira hacia la cruz y
ve una capilla muy vieja, hacia la que se dirige pensando encontrar gente en ella.
Cuando estaba algo cerca, descabalga y ata su caballo a una encina, quitándose el
escudo del cuello y colgándolo al árbol. Después, se acerca a la capilla y la encuentra
solitaria y medio derruida; penetra y halla en la entrada unas rejas de hierro que
estaban tan juntas que no se podía pasar entre ellas. Mira a través de los barrotes y ve
dentro un altar, adornado con mucha riqueza, con tela de seda y otras cosas y ante él
un gran candelabro de plata que sostenía seis cirios encendidos que daban una gran
claridad. Al verlo le vienen ganas de entrar por saber qué se guarda allí, pues no creía
que en un lugar tan extraño hubiera cosas tan hermosas como las que veía; va
mirando las rejas y cuando se da cuenta que no podrá entrar lo siente tanto que se
aleja de la capilla y vuelve a su caballo llevándolo hasta la cruz por el freno; después
le quita la silla y el freno y lo deja pastar; él se desata el yelmo y lo pone ante sí,
quitándose la espada y tumbándose ante la cruz sobre el escudo y se queda
adormecido porque estaba cansado, pero no pudo olvidar al buen caballero del escudo
blanco.
Cuando lleva un buen rato de este modo, ve venir en una litera, llevada por dos
palafrenes, a un caballero enfermo que se quejaba angustiosamente. Al llegar cerca
de Lanzarote, se detiene y lo mira sin decir ni una palabra, pues piensa que está
dormido; Lanzarote no dice nada, pues estaba en tal situación que ni dormía
profundamente ni velaba bien, sino que estaba en duermevela. El caballero de la litera
se detuvo en la cruz y comenzó a quejarse con mucha pena, diciendo: «¡Ay!, Dios,
¿era necesario este dolor?
¡Ay!, Dios, ¿cuándo vendrá el Vaso Santo, gracias al cual la fuerza de este dolor
desaparecerá? ¡Ay!, Dios, ¿ha sufrido algún hombre tanto daño como yo soporto? Y
todo por una mala acción tan pequeña». Durante un buen rato se queja así el caballero
afligiéndose ante Dios por sus males y sus dolores. Lanzarote no se mueve ni dice
una palabra, pues está como entre la vida y la muerte y, sin embargo, lo ve
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perfectamente y entiende sus palabras.
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De La Visión De Lanzarote
CUANDO el caballero lleva ya un buen rato detenido de tal forma, Lanzarote se fija
más y ve venir de la capilla el candelabro de plata que con los cirios había visto en
ella. Contempla el candelabro que viene hacia la cruz, pero no consigue ver quien lo
trae y se maravilla mucho; después ve venir sobre una mesa de plata el Vaso Santo
que había visto en otro tiempo en casa del Rey Pescador, el mismo vaso que se
llamaba Santo Graal. Tan pronto como el caballero enfermo lo vio venir se dejó caer
a tierra desde la propia altura en la que estaba, y, juntando las manos, dijo: «Buen
señor Dios que habéis hecho tan hermosos milagros en estas tierras y en otras con el
Santo Vaso que veo venir aquí: Padre, miradme por vuestra piedad de tal forma que
este mal que me aqueja se me vaya en breve y que yo pueda entrar en la Demanda
donde los otros nobles han entrado». Entonces se fue arrastrando con la fuerza de sus
brazos hasta la escalera donde estaba cuesta la mesa y el Santo Vaso; se agarra a ella
con las dos manos y se estira hasta que consigue besar la mesa de plata y la toca con
sus ojos. Cuando hizo esto se siente completamente aliviado de sus males. Lanza una
gran exclamación y dice: «¡Ay!, Dios, estoy sano». Y no tardó mucho en quedarse
dormido. Cuando el Vaso llevaba un rato allí, se volvió a ir el candelabro a la capilla
y el Vaso con él, de tal forma que Lanzarote no supo ni a la ida ni a la venida por
quién podía estar llevado. Y sin embargo le ocurrió esto o porque estaba muy cansado
por los trabajos que había tenido, o por pecados que le habían sorprendido; por eso no
se movió con la llegada del Santo Graal ni su cara se afectó. Por este motivo en la
Demanda le dijeron después muchas afrentas y en varios lugares le vinieron muchas
desdichas.
Cuando el Santo Graal se alejó de la cruz y entró en la capilla, el caballero de la
litera se enderezó sano y salvo y besó la cruz. Llegó entonces allí un escudero que
traía unas armas muy hermosas y muy ricas. Llegó a donde estaba el caballero y le
preguntó cómo le había ido. «Por mi fe —dijo—, bien, gracias a Dios. Quedé curado
tan pronto como el Santo Graal me vino a visitar, pero me parece maravilla que ese
caballero que ahí está durmiendo no se despertara con su venida». «Por mi fe —dice
el escudero—, ya será algún caballero que tiene pecados grandes, de los que no se ha
confesado nunca y que es culpable ante Nuestro Señor y por eso no le ha agradado
que viese esta hermosa aventura». «Ciertamente —dice el caballero—, quienquiera
que sea, es un desdichado y bien creo que es alguno de los compañeros de la Tabla
Redonda que han entrado en la Demanda del Santo Graal». «Señor —dice el
escudero—, os he traído vuestras armas, tomadlas cuando queráis». El caballero le
responde que no necesitaba ninguna otra cosa; se arma y toma las calzas de hierro y
la loriga. El escudero se acerca a la espada de Lanzarote, se la da y también el yelmo.
Después se acerca al caballo de Lanzarote, lo ensilla y le pone el freno; cuando lo
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hubo aparejado, le dice a su señor: «Señor, montad, pues no os falta ni buen caballo
ni buena espada. Ciertamente no os he conseguido nada que no sea mayor empleado
en vos que en este malvado caballero que aquí yace». La luna se había levantado
bella y clara, pues ya era más de media noche. El caballero pregunta al escudero si
conoce la espada y le dice que cree conocerla por la belleza que tiene. La saca de la
vaina y la encuentra tan hermosa que la envidiaba mucho. Cuando el caballero estuvo
preparado y montado sobre el caballo de Lanzarote, dirigió la mano hacia la capilla
jurando que si le ayudan Dios y los santos, no dejará de vagar hasta saber cómo es
que el Santo Graal aparece en tantos lugares en el reino de Logres y por quien fue
llevado a Inglaterra, y con qué motivo, a no ser que alguien sepa antes que él las
verdaderas noticias. «Así me ayude Dios —dice el criado—, habéis dicho bastante;
que Dios os conceda como honor el partir en esta Demanda y que os sirva para
salvación del alma, pues ciertamente no la podréis mantener mucho tiempo sin
peligro de muerte». «Si yo muriera en ella —dice el caballero—, será más para mi
honor que para mi vergüenza, pues en esta Demanda no debe nadie echarse atrás ni
por la muerte ni por la vida». Entonces se aleja de la cruz con su escudero llevándose
las armas de Lanzarote, y cabalga siguiendo la ventura.
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Cómo Lanzarote Fue Duramente Recriminado
Por Una Voz
DESPUÉS de haberse alejado más de media legua de allí, Lanzarote se levantó de
donde estaba como el que se hubiera despertado por vez primera. Se pone a
reflexionar sobre lo que ha visto, si ha sido sueño o realidad, pues no sabe si ha visto
el Santo Graal o si lo ha soñado, y entonces se endereza, ve el candelabro ante el
altar, pero, de lo que más le gustaría ver, no ve nada y si fuera posible quisiera saber
noticias ciertas del Santo Graal.
Cuando Lanzarote hubo mirado un gran rato entre las rejas para saber si vería
alguna cosa de las que mucho deseaba, oyó una voz que le decía: «Lanzarote, más
duro que la piedra, más amargo que la madera, más inútil y más vano que la higuera,
¿cómo has sido tan atrevido que osaste entrar en el lugar donde viste el Santo Graal?
Vete de aquí, pues este lugar ha sido infectado con tu entrada». Al oír estas palabras,
se siente tan dolido que no sabe que hacer. Se aleja de allí suspirando de corazón y
llorando de los ojos. Maldecía la hora que nació, pues sabe que ha llegado al punto en
el que ya no tendrá nunca más honor, pues no ha logrado saber la verdad del Santo
Graal. Y no ha olvidado las tres palabras con que le han llamado y que no olvidará en
el tiempo que viva y no estará a gusto hasta saber por qué fue llamado así. Cuando
llegó a la cruz no encuentra ni su yelmo, ni su espada, ni su caballo; se da cuenta que
ha visto la verdad, y comienza un llanto grande y admirable en el que se llama
desdichado, doliente, y dice: «¡Ay!, Dios, ahora me han perdido mis pecados y mala
vida; bien veo que mi desgracia me ha confundido más que ninguna otra cosa, pues
cuando yo debía reparar mis faltas, entonces me destruyó el enemigo, que me ha
quitado la vista de forma que no pude ver nada relacionado con Dios, y no debe
admirar que yo no pueda ver claro, pues desde que fui el primer caballero, no hubo
momento en que no estuviera cubierto por las tinieblas del pecado mortal, ya más que
nadie siempre he vivido en la lujuria y en la villanía de este mundo».
De este modo, Lanzarote se desprecia y se humilla en grado sumo y le dura el
duelo toda la noche; cuando amaneció el día bello y claro, los pajarillos empezaron a
cantar en medio del bosque, el sol empezó a brillar entre los árboles; vio el hermoso
tiempo y oyó el canto de los pájaros con el que se había alegrado muchas veces;
entonces se encontró desprovisto de todas las cosas, de sus armas, de su caballo,
dándose cuenta de que Nuestro Señor estaba entristecido por él; piensa que no podrá
llegar nunca a un lugar donde nada del mundo le pueda devolver su alegría, pues allí
donde pensaba encontrar alegría y todos los honores de la tierra, allí ha fracasado: en
las aventuras del Santo Graal; ésta es una cosa que le aflige mucho.
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Cómo Lanzarote Abandonó El Lugar Y Halló
Un Ermitaño
DESPUÉS de haberse quejado, lamentado y apenado un buen rato por su desdicha,
se aleja de la cruz, yendo a pie por medio del bosque, sin yelmo, sin espada y sin
escudo. No vuelve a la capilla donde oyó las tres maravillosas frases, sino que se
marcha por el sendero, hasta que llega a la hora de prima a un lugar donde hay una
ermita cuyo ermitaño quería comenzar la misa y estaba ya preparado con las armas de
la Santa Iglesia. Entra en la capilla cabizbajo y meditabundo, y tan dolorido que no se
puede más; se arrodilla en medio de la cancela y golpea su cuerpo pidiendo perdón a
Nuestro Señor por las malas obras que ha hecho en este siglo. Escuchó la misa que el
buen hombre cantaba con sus clérigos; después que la hubo cantado, cuando el
ermitaño se había quitado las armas de Nuestro Señor, Lanzarote lo llamó y lo llevó
aparte rogándole por Dios que le salvara. El buen hombre le pregunta de dónde es, él
le responde que es de la casa del rey Artús, y compañero de la Tabla Redonda. El
anciano le pregunta: «¿De qué queréis consejo, es confesión?». «Señor, sí», le
contesta. «Que sea por Nuestro Señor», responde el buen hombre.
Le lleva entonces ante el altar y se sientan juntos. Le pregunta el ermitaño cómo
se llama, dice que se llama Lanzarote del Lago, que fue hijo del rey Ban de Benoin.
Cuando el anciano oyó que era Lanzarote del Lago, el hombre del que se decía lo
mejor, se asombra al verlo llevar un duelo tan grande, y le dice: «Señor, debéis dar a
Dios una recompensa muy grande porque os ha hecho tan hermoso y tan valiente que
no conocemos a nadie en el mundo ni de vuestra belleza ni de un valor semejante. Él
os ha dado el juicio y la memoria que tenéis; por su amor podéis hacer buenas obras
de tal forma que el diablo no tenga ningún provecho en los muchos dones que el
señor os ha dado; servidle con todo vuestro poder y cumplid sus mandamientos; no le
sirváis con los dones que os hizo a su enemigo mortal, es decir, el diablo, pues ya que
Dios ha sido más generoso con vos que con ningún otro, si perdiera algo en vos, se os
debería humillar mucho».
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Cómo Amonestaba El Ermitaño A Lanzarote
«NO me parecéis el mal criado del que se habla en el Evangelio, y del que un
evangelista hace mención diciendo que un rico hombre concedió gran parte de su
dinero a tres de sus criados para que se lo guardaran; dio a uno un besante, a otro dos,
y al tercero le dio cinco. Al que le dio los cinco los multiplicó de tal forma, que
cuando volvió ante su señor, al rendirle cuentas de sus ganancias, le dijo: “Señor, tú
me diste cinco besantes, he aquí los cinco y cinco más que yo os he ganado”. Cuando
el señor lo oyó, respondió: “Ven, buen criado leal, yo te acojo en la compañía de mi
séquito”. Después vino el otro, que tenía dos besantes y dijo a su señor que había
ganado otros dos. El señor le respondió de la misma forma que había hecho al primer
criado, pero el que había recibido uno sólo lo había escondido en la tierra y se alejó
del rostro de su señor y no se atrevió a venir ante él. Éste fue el mal criado, el falso
simoniaco, el hipócrita de corazón, en el que el fuego del Espíritu Santo no entró
jamás, y por eso no se puede calentar con el amor de Nuestro Señor ni abrazar a los
que él anuncia la santa palabra, pues tal como dice la Sagrada Escritura: “El que no
arde, no quema”, es decir: “Si el fuego del Espíritu Santo no calienta al que cuenta la
palabra del Evangelio, el que la escucha no arderá ni se calentará”.
Os he contado esta parábola por los muchos dones que Nuestro Señor os dio. Veo
que Él os hizo más hermoso y mejor que a ningún otro; así me parece por las cosas
que desde fuera se ven y, si a pesar de estos regalos que os hizo, sois su enemigo,
sabed que os aniquilará en muy poco tiempo, a no ser que en breve le deis las gracias
en confesión verdadera, en arrepentimiento de corazón y en reparación de vuestra
vida. Y en verdad os digo que si vos le dais las gracias de esa manera, Él, que es tan
bondadoso y que ama tanto el verdadero arrepentimiento del pecador, cuanto más si
ha caído, os levantará con más fuerza y con más vigor que el que tuvisteis en toda
vuestra vida».
«Señor —dice Lanzarote—, la semejanza que me habéis puesto aquí, de los tres
criados que habían recibido los besantes, me aflige bastante más que otra cosa. Sé
bien que Jesucristo me ha dado desde mi infancia todas las buenas gracias que
cualquier hombre pudiera tener; y porque Él fue así de generoso y yo le he devuelto
tan mal todo lo que me concedió, sé bien que seré juzgado como el mal servidor que
guardó su besante en la tierra. Yo he servido toda la vida a su Enemigo, guerreándole
con mi pecado, me he metido en el camino ancho y llano al comienzo, es el comienzo
del pecado, el diablo me ha mostrado la dulzura y la miel, pero no me ha mostrado las
penas duraderas que sufrirá el que permanezca en este camino». Cuando el buen
hombre oyó estas palabras, comenzó a llorar diciendo a Lanzarote: «Señor, sé bien
que no ha permanecido nadie en ese camino que vos decís que no haya muerto para la
vida eterna, pero lo mismo que el hombre se equivoca alguna vez su camino cuando
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se queda dormido y retrocede tan pronto como se despierta, así sucede con el pecador
que se duerme en el pecado mortal saliéndose del camino correcto y que vuelve a su
camino, es decir, al Creador y se dirige hacia el Alto Señor que todos los días le grita:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Entonces ve una cruz en la que está pintado
el símbolo de la Vera Cruz; se la muestra a Lanzarote y le dice: “Señor, ¿veis esa
cruz?”. “Sí”, le contesta. “Sabed, verdaderamente —le dice el buen hombre—, que
aquella figura ha extendido sus brazos para recibir a todos”. De tal forma ha
extendido sus brazos Nuestro Señor para recibir a cada pecador, a vos y a todos los
demás que se le dirigen y los llama a todos diciéndoles: “Venid, venid”. Y ya que Él
es tan bondadoso que siempre está dispuesto a recibir a los que hacia Él se vuelven,
sabed que no os rechazará si vos os ofrecéis a Él de tal forma como os digo,
confesándoos por vuestra boca y arrepintiéndoos con vuestro corazón y reparando las
faltas de vuestra vida. Decid ahora cómo sois y contadle vuestros actos ante mí y os
ayudaré socorriéndoos y aconsejándoos en lo que pueda».
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Cómo Confesó Lanzarote Sus Pecados Y Se
Arrepintió De Sus Culpas
LANZAROTE piensa un momento, como si no hubiera relación entre él y la reina, y
no habría dicho nada en su vida si no lo hubiera llevado a este término un consejo tan
grande. Lanza un suspiro desde lo hondo de su corazón, pero está tan sumiso al
pecado que no se atreve a pronunciar una palabra con su boca; y, sin embargo, él las
diría con gusto, pero no osa como el que es más cobarde que atrevido. El buen
hombre le amonesta a que se arrepienta de su pecado y que lo abandone todo, pues de
otra manera sería afrentado si no hiciera lo que le aconseja; le promete la vida eterna
por el arrepentimiento y el infierno por ocultarlo, le dice tan buenas palabras y tantos
ejemplos, que Lanzarote empieza a decir: «Señor, estoy muerto por el pecado de una
dama mía a la que he amado durante toda mi vida: la reina Ginebra, la mujer del rey
Artús. Ella me ha dado oro y plata en abundancia y los ricos regalos que alguna vez
yo he otorgado a los pobres caballeros; es ella la que me ha puesto en el gran lujo y
en la altura en la que yo estoy, es por su amor por el que yo he realizado los grandes
hechos de armas de los que habla todo el mundo; ella me ha hecho venir de la
pobreza a la riqueza y del desagrado a todas las felicidades terrenas, pero bien sé que
por este pecado Nuestro Señor se ha enfadado mucho conmigo, tal como me
demostró ayer por la noche». Entonces cuenta cómo había visto el Santo Graal sin
haberse movido hacia Él ni por honra ni por amor a Nuestro Señor.
Cuando hubo contado al buen hombre todo lo suyo y de su vida, le ruega por
Dios que lo absuelva. «Ciertamente, señor, le dice, vuestra absolución no os sirve si
no prometéis a Dios que no volveréis a caer en este pecado, pero si vos queréis
limpiaros completamente, agradecédselo y arrepentíos de todo corazón; pienso que
Nuestro Señor os volverá a llamar entre sus servidores y os hará abrir la puerta de los
cielos, donde está preparada la vida eterna a los que allí entren. Pero tal como estáis
ahora no os podría servir para nada la absolución, pues sería como aquel que hace
construir sobre malos cimientos una torre fuerte y alta: le sucederá que cuando haya
construido un buen tramo, todo se le caerá. Así se perderá en vos nuestro esfuerzo si
no lo recibís de corazón franco y os ponéis a actuar; sería la semilla que se echa sobre
la roca que los pájaros se la llevan y que no da ningún provecho». «Señor —le dice
—, no me diréis nada que no haga, si Dios me da vida para ello». «Os pido —le dice
el hombre bueno— que me prometáis que nunca más volveréis a ofender a vuestro
Señor cometiendo pecados mortales con la reina ni con cualquier otra dama, y que no
haréis nada que le pueda enfadar». Lo jura como leal caballero.
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Explicación de las extrañas palabras que la voz
dirigió a Lanzarote
«DECIDME ahora —le dice el anciano— ¿cómo os han ido las aventuras del
Santo Graal?». Le cuenta y le explica las tres frases que le dijo la voz en la capilla
cuando fue llamado piedra, madera e higuera. «Y, por Dios —continúa—, decidme el
significado de estas tres cosas, pues no hay palabras que yo desee saber tanto como
éstas, por eso os ruego que me lo digáis, pues bien sé que conocéis la verdad».
Comienza entonces el hombre bueno a pensar durante un buen rato y, cuando habla,
le dice: «Ciertamente, Lanzarote, me extraña que esas tres palabras os hayan sido
dichas, pues habéis sido siempre de los hombres más maravillosos de este mundo y
por eso se os dicen más palabras admirables que a los demás. Y ya que deseáis saber
la verdad, os la diré a gusto; escuchad:
“Me habéis contado que se os dijo: Lanzarote, más duro que piedra, más amargo
que madera, más inútil y vano que la higuera, vete de aquí”. Debe considerarse
asombroso que se os llamara más duro que la piedra, pues la piedra es dura por su
propia naturaleza y hay piedras más duras que otras. Las piedras en las que se
encuentra dureza deben entenderse como el pecador que se ha adormecido y
endurecido en su pecado y su corazón está endurecido de tal forma que no puede ser
ablandado ni por el fuego ni por el agua. No puede ser ablandado por el fuego, pues
el fuego del Espíritu Santo no puede encontrar lugar en él, porque su cuerpo está
sucio por los distintos pecados que ha cometido de día en día; el agua no puede
ablandarlo, pues la palabra del Espíritu Santo que es la dulce agua y la dulce lluvia no
puede ser recibida en su corazón, y Nuestro Señor no se albergará en ningún lugar
donde esté su Enemigo, sino que antes quiere que el hostal donde descienda esté
limpio y purificado de todos los vicios y de todas las inmundicias; por esta intención
es el pecador llamado piedra, a causa de la gran dureza que Nuestro Señor encuentra
en él, pero conviene ver por qué eres llamado más duro que piedra, es decir, cómo
eres el más pecador entre todos los pecadores». Cuando dijo esto, se pone a pensar y
después le dice: «Te diré cómo eres el más pecador entre todos los pecadores: has
oído que de los tres criados a los que el rico hombre dio los besantes para que los
aumentaran y los multiplicasen, los dos que más habían recibido, fueron criados
buenos, leales, sabios y previsores, el otro, que había recibido menos, fue el criado
falso y desleal; mira ahora si tú podrías ser uno de los criados a los que Nuestro Señor
dio los cinco besantes para que los multiplicara. Creo que él te dio aún muchos más y
si se buscara ahora entre los caballeros de la tierra, creo que no se encontraría a nadie
a quien Nuestro Señor diera tanta gracia como te ha prestado a ti: te dio colmada
belleza, te dio sentido, discreción para conocer el bien y el mal, valor y atrevimiento,
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y además te dio la felicidad con tanta largueza, que tú has estado siempre por encima
de todo lo que comenzaste. Todas estas cosas te dio Nuestro Señor para que fueras su
caballero y su sirviente y no te dio ninguna de ellas para que fueran perdidas por ti,
sino para que fueran aumentadas y acrecentadas. Has sido tan mal criado, tan desleal,
que tú se las has quitado y has servido a su Enemigo y todos los días has guerreado
contra él; has sido el mal jornalero que se separa de su señor tan pronto como ha
recibido la soldada y se va a ayudar al Enemigo; así has hecho tú con Nuestro Señor,
pues tan pronto como te pagó bella y ricamente, lo abandonaste para ir a servir a
aquel que todos los días le guerrea y no hubo ningún hombre que yo sepa que pagara
tan bien como Él te pagó, y por eso puedes ver bien que eres más duro que la piedra y
más pecador que ningún otro pecador, y, si se quiere, se puede entender piedra en otro
sentido, pues de la piedra vieron salir muchas gentes alguna dulzura en el desierto,
más allá del Mar Rojo, donde el pueblo de Israel vivió tanto tiempo. Allí se vio bien
que cuando el pueblo tenía necesidad de beber, pues todos estaban sedientos, Moisés
se acercó a una dura roca vieja y dijo como si fuera una cosa que no pudiera suceder:
“¿No podremos sacar agua de esta roca?”. E inmediatamente salió agua de la roca
con tal abundancia que todo el pueblo tuvo para beber y así fue acallado el tumulto y
mitigada la sed. De este modo así se puede decir que de la piedra salió alguna vez
dulzura, pero de ti no salió nunca nada, por lo que puedes ver sin dificultad que eres
más duro que la piedra».
«Señor —dice Lanzarote—, decidme ahora por qué se me dijo que yo era más
amargo que la madera». «Te lo diré —le contesta el hombre bueno—. Escucha: Ya te
he mostrado cómo está en ti toda la dureza y donde está albergada tanta dureza, no
puede tener alojamiento ninguna dulzura, y no debemos pensar que quede nada, sino
amargura y la amargura es en ti tan grande como debería ser la dulzura, por eso eres
semejante a la madera muerta y podrida, en la que no hay ninguna dulzura, sino que
sólo queda amargura. Ya te he mostrado cómo eres más duro que la piedra y más
amargo que la madera.
La tercera cosa que hay que mostrar es cómo eres más inútil y más despreciable
que la higuera. De la higuera de la que habla aquí, se hace mención en el Evangelio,
en la parábola del día de Pascua Florida, el día en que Nuestro Señor llegó a la ciudad
de Jerusalén sobre el asno. El día que los hijos de los hebreos cantaban por su venida
los dulces cantos de la Santa Iglesia, y que cada año se recuerdan, ese día que se
llama el día de las flores. Ese día habló el Alto Señor, el Alto Maestro, el Alto Profeta
en la ciudad de Jerusalén a los que albergaban todo tipo de dureza y después de
haberse esforzado todo el día, se alejó de las palabras y no encontró en toda la ciudad
quien lo quisiera albergar y por eso fue de aquella ciudad y cuando ya hubo salido se
encontró en el camino una higuera, que estaba repleta de hojas y ramas, pero que no
tenía ningún fruto. Nuestro Señor se acercó al árbol y al verlo desprovisto de fruto,
dijo enfadado la maldición del árbol que no tenía frutos. Mira ahora si podrías ser
comparable y más inútil y vano que lo que fue la higuera. Cuando el alto Señor se
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acercó al árbol, encontró en él hojas de las que podía tomar todas las que quisiera;
pero cuando el Santo Graal vino a donde tú estabas, te encontró tan desprovisto, que
no encontró en ti ni buen pensamiento ni buena voluntad, sino villanía, suciedad y
deseo de lujuria, fue lo que encontró en ti; y te vio completamente falto de hojas y de
flores, es decir, de todo tipo de buenas obras, y por eso se te dijeron las palabras que
tú me has contado: “Lanzarote, más duro que piedra, más amargo que madera, más
inútil y despreciable que la higuera, vete de aquí”».
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De La Penitencia Que Impuro El Ermitaño A
Lanzarote
«CIERTAMENTE, señor —dice Lanzarote—, me habéis dicho tantas cosas y me
habéis demostrado patentemente que con justicia he sido llamado piedra, madera e
higuera, pues todas las cosas que me habéis dicho están albergadas en mí; sin
embargo, según lo que me habéis contado, yo no he ido todavía tan lejos como para
no poder volver si quiero salvarme de recaer en pecado mortal, y prometo, primero a
Dios y después a vos, que no volveré a la vida que he llevado durante tanto tiempo,
sino que guardaré castidad y mantendré mi cuerpo lo más limpiamente que pueda.
Pero no podré retenerme de seguir caballería y de hacer armas mientras esté sano y
salvo como ahora estoy». Cuando el ermitaño oyó estas palabras, se alegró mucho y
dijo a Lanzarote: «Ciertamente, si queréis dejar el pecado de la reina, os digo que en
verdad Nuestro Señor os amará aún y os enviará socorro mirándoos con compasión y
os dará poder para llevar a cabo muchas cosas a las que no podéis llegar por vuestro
pecado». «Señor —dice Lanzarote—, yo lo dejo de tal forma que ya nunca más
pecaré con ella ni con otra».
Cuando el venerable anciano lo oyó, le manda hacer tal penitencia como él piensa
que podría hacerla; lo absuelve y bendice y le ruega que permanezca todo el día
consigo. Él le responde que le conviene hacerlo, pues no tiene ni caballo sobre el que
pueda montar ni escudo, ni lanza ni espada. «Para eso os ayudaré bien, le dice el
ermitaño, antes de mañana por la noche, pues cerca de aquí vive un hermano mío que
es caballero, y me enviará caballo, armas y todo lo que sea necesario tan pronto como
se lo pida». Lanzarote responde que entonces permanecerá a gusto; y el hombre
bueno se alegra y se pone contento.
Así quedó Lanzarote con el anciano que le aconsejó hacer el bien, y el ermitaño le
dijo tantas buenas palabras que Lanzarote se arrepintió mucho de la vida que había
llevado durante tanto tiempo, pues veía que si hubiera muerto, habría perdido el alma
y si hubiera sido alcanzado su cuerpo por casualidad, habría quedado mal herido por
la madera. Y por eso se arrepiente del loco amor que tuvo hacia la reina y que ha
mantenido durante tiempo. Se lamenta y se escarnece y jura en su corazón que no
volverá a recaer. Aquí deja la historia de hablar de él y vuelve a Perceval.
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Cómo Perceval Volvió Con La Anacoreta Y De
Lo Que Ésta Le Dijo
DICE ahora la historia que cuando Perceval se alejó de Lanzarote volvió a donde
estaba la anacoreta que le había dado informes sobre el caballero que se les había
escapado. Al volver no logró encontrar ningún camino preciso que le llevara a
aquella parte; sin embargo, se dirigió a donde creía que estaba. Cuando llegó a la
capilla, tocó a la ventana de la anacoreta, que le abrió como si no durmiera. Sacó la
cabeza cuanto pudo y preguntó quién era. Él contestó que era de la casa del rey Artús
y que se llamaba Perceval el Galés. Cuando aquella oye su nombre, se alegra mucho,
pues le amaba sobremanera y así debía hacerlo como si fuera pariente suya. Llama a
sus servidores y les ordena que abran la puerta al caballero que está fuera, que le den
de comer si lo necesita y le sirvan de todo lo que puedan, pues es el hombre al que
más ama del mundo. Aquellos cumplen sus órdenes, se acercan a la puerta y la abren,
recibiendo al caballero, al que desarman y le dan de comer. Él pregunta si podrá
hablar aún en ese día a la reclusa. «Señor —le contestan—, no, pero mañana, después
de misa, pensamos que podréis hablarle sin dificultad». Se conforma y se acuesta en
una cama que le preparan. Durante toda la noche reposó como el que estaba cansado
y fatigado.
Por la mañana, cuando ya hubo amanecido, se levantó y oyó misa, que cantó un
santo varón de allí. Después de que se hubo armado, se acercó a la anacoreta y le
dijo: «Señora, por Dios, dadme noticia del caballero que pasó ayer por aquí, al que
dijisteis que conocíais bien, pues necesito saber quién es». Cuando la dama oye estas
palabras, le pregunta por qué lo busca. «Porque —le responde— no volveré a estar
feliz antes que lo haya vuelto a encontrar y haya luchado con él, pues me hizo tanto
daño, que no podré dejarlo sin afrenta».
«¡Ay!, Perceval —le dice—, qué es lo que decís, ¿queréis combatir con él?
¿Tenéis deseo de morir igual que vuestros hermanos, que han muerto y han sido
matados por su ultraje? Si vos morís de esa manera, será una calamidad grande y
vuestro linaje se encontrará muy decaído. ¿Sabéis que perderíais, si lucharais contra
ese caballero? Os lo digo. Es cierto que la gran Demanda del Santo Graal ha
comenzado y que sois compañeros, según parece, y que será llevada a cabo en breve,
si Dios quiere; y resulta que vos tendréis un honor mucho más grande de lo que
pensáis si no combatís a ese caballero, pues bien sabemos que en este país y en otros
muchos lugares que habrá, en definitiva, tres preciados caballeros que tendrán el
honor y el premio de la Demanda sobre todos los demás. De ellos, dos serán vírgenes
y el tercero, casto; de los dos vírgenes, uno será el caballero al que vos buscáis, y vos
seréis el otro, el tercero será Boores de Gaunes; por estos tres caballeros será llevada
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a término la Demanda. Y ya que Dios os ha concedido tal honor, sería una gran pena
que, mientras, buscarais vos vuestra propia muerte. Bien la perseguiréis si combatís al
que vais buscando, pues sin lugar a dudas es mucho mejor caballero que vos y que
cualquier hombre conocido».
«Señora —dice Perceval—, me parece, según lo que me decís de mis hermanos,
que sabéis bien quién soy yo». «Bien lo sé —le contesta— y bien lo debo saber, pues
yo soy vuestra tía y vos mi sobrino, y no lo dudéis, aunque me veáis en un pobre
lugar; sabed que en verdad yo soy aquella que se llamaba antaño reina de la Tierra
Desierta, y me visteis en otra situación que en la que ahora estoy, pues yo era una de
las damas más ricas del mundo; sin embargo, nunca aquella riqueza me agradó tanto
ni me gustó como esta pobreza de ahora».
Cuando Perceval oyó estas palabras, comenzó a llorar de la piedad que tuvo; se
acordó de cuando la conoció y entonces se sentó ante ella preguntándole noticias dé
su madre y de sus parientes. «¿Cómo —le dice—, buen sobrino, no sabéis ninguna
noticia de vuestra madre?». «Ciertamente —contesta—, señora, no, no se si está viva
o muerta, pero muchas veces se me ha comunicado en sueños que ella debía quejarse
más de mí que alabarme, pues casi la había maltratado». Cuando la dama oyó estas
palabras le respondió cabizbaja y meditabunda: «Ciertamente —le dijo—, habéis
faltado a vuestra madre y no sólo en sueños; murió tan pronto como os fuisteis a la
corte del rey Artús». «Señora —le pregunta—, ¿cómo fue eso?». «Por mi fe —le dijo
—, vuestra madre se encontró tan dolida con vuestra marcha que el mismo día, tan
pronto como se confesó, murió». «Que Dios tenga compasión de su alma, pues
ciertamente esto lo siento mucho, pero ya que ha ocurrido así, de tal manera, no
queda más remedio que soportarlo, pues así terminaremos todos. Ciertamente, no
tuve más noticias, pero del caballero por el que pregunto, por Dios, ¿sabéis quién es y
si es el que vino a la corte con armas rojas?». «Sí —contesta—, por mi cabeza, y fue
con justicia; os contaré qué sentido tenía».
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Historia De La Mesa Redonda Y Del Asiento
Peligroso
«BIEN sabéis que desde la llegada de Jesucristo hubo tres mesas principales en el
mundo. La primera fue la mesa de Jesucristo, donde los apóstoles comieron varias
veces, fue la mesa que sostenía los cuerpos y las almas de la comida del Cielo; en esa
mesa se sentaron los hermanos que tenían una misma cosa en el cuerpo y en el alma y
de ellos David el profeta dijo en su libro unas palabras maravillosas: “Es una cosa
muy buena cuando los hermanos viven juntos con una misma voluntad y un solo
objetivo”. Por los hermanos que se sentaron en esta mesa, hubo paz, concordia y
paciencia y se pudieron ver en ellos todas las buenas obras. En esta mesa se colocó el
cordero sin mancha, que fue sacrificado para nuestra redención.
Después de esta mesa, hubo otra semejante, y en recuerdo de aquélla; fue la mesa
del Santo Graal, en la que hubo tantos milagros en otro tiempo, y que llegó a este país
en tiempos de José de Arimatea, al comienzo de la cristiandad, y que todos los nobles
y los creyentes deberían tener presente este milagro en su recuerdo. Sucedió que José
de Arimatea vino a esta tierra y mucha gente con él, tantos que posiblemente podían
ser cuatro mil, todos pobres. Cuando llegaron a este país se entristecieron mucho,
pues tuvieron miedo que les faltara comida, porque eran muy numerosos y un día
vagaban por un bosque donde no encontraron comida ni gente y estaban todos
desconsolados, pues no conocían la tierra. Pasaron aquel día así y la mañana siguiente
buscaron por todas partes hasta encontrar a una anciana que llevaba doce panes del
horno; se los compraron y cuando quisieron repartirlos, surgió entre ellos ira y mal
talante, pues no querían ponerse de acuerdo unos con lo que querían hacer los otros.
Esta situación fue anunciada a José, que se enfadó mucho cuando lo supo. Ordenó
que le fueran traídos los panes y se los trajeron. También vinieron los que los habían
comprado y supo por la boca de éstos que unos no querían ponerse de acuerdo con
los otros. Entonces ordenó a todo el pueblo que se sentaran como si estuvieran en la
Santa Cena y él despedazó los panes y los fue colocando a la cabecera de la mesa del
Santo Graal, con cuya venida los doce panes bastaron de forma que todo el pueblo,
que fácilmente eran cuatro mil personas, fue alimentado y saciado de manera
maravillosa. Cuando vieron esto, dieron gracias y alabaron a Nuestro Señor porque
les había socorrido de forma tan clara.
En aquella mesa había un asiento donde debía sentarse Josofes, el hijo de José de
Arimatea, hecho de tal modo que en él sólo se podía sentar el Maestro y Pastor de
ellos, Josofes, consagrado y bendecido por la mano de Nuestro Señor mismo, según
cuenta la historia, y responsable de los cristianos. En aquel asiento lo había sentado
Nuestro Señor y por eso no había nadie tan atrevido que osara sentarse en él. El sillón
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fue labrado a semejanza del asiento en el que Nuestro Señor se sentó el día de la
Cena, cuando entre sus apóstoles estuvo como pastor y como maestro. Y del mismo
modo que era señor y maestro entre sus apóstoles, Josofes debía guiar de manera
semejante a todos aquellos que se sentaban en la mesa del Santo Graal: debía ser su
maestro y su señor. Pero sucedió que cuando llegaron a este país y hubieron errado
mucho tiempo por tierras extrañas, dos hermanos, parientes de Josofes, tuvieron
envidia de aquél a quien Nuestro Señor había elevado más alto que a ellos y llevado
al punto más importante de todos. Hablaron en secreto y decidieron no aceptar a su
maestro, pues ellos eran de tan alto linaje como él y por eso no se considerarían ya
sus discípulos ni lo llamarían maestro. A la mañana siguiente, después de haber
subido un gran trecho, las mesas fueron preparadas y quisieron sentar a Josofes en el
asiento más alto, pero los dos hermanos se opusieron y uno de ellos se sentó allí a la
vista de todos. Sucedió tal milagro que la tierra tragó al que se había sentado en el
trono y este milagro fue sabido inmediatamente por el país y por eso el asiento fue
llamado Asiento Peligroso: desde entonces no hubo nadie tan atrevido que se sentara
en él, sino aquél a quien Nuestro Señor había designado para ello.
Después de esta mesa, existió la Tabla Redonda por consejo de Merlín y fue
establecida con un sentido muy claro, pues es llamada Tabla Redonda por la redondez
del mundo y por el conjunto de los planetas y elementos del firmamento; en este
conjunto debemos ver las estrellas y otras muchas cosas, por lo que se puede decir
que en la Tabla Redonda está condensado todo el mundo. Podéis ver que de todas las
tierras en las que hay caballería, sean de cristianos o de paganos, vienen los
caballeros a la Tabla Redonda y cuando Dios les da tal gracia que los hace
compañeros, se consideran más felices que si hubieran ganado todo el mundo y bien
se ve que dejan a sus padres y a sus madres, a sus mujeres y a sus hijos. Vos mismo
habéis visto suceder esto, pues desde que os separasteis de vuestra madre y se os
nombró caballero de la Tabla Redonda, no tuvisteis voluntad de volver allí, sino que
os visteis sorprendido por la dulzura y la fraternidad que debía haber entre los
compañeros.
Cuando Merlín creó la Tabla Redonda, dijo que, gracias a los que serían
compañeros, se sabría la verdad del Santo Graal, del que no se pudo ver ningún signo
en tiempos de Merlín. Se le preguntó cómo se podría conocer a los que valieran más
y contestó: “Serán tres los que lo lleven a cabo, dos de ellos vírgenes, y el tercero
casto. De los tres, uno superará a su padre, del mismo modo que el león supera al
leopardo en fuerza y en atrevimiento. Ése deberá ser tenido como maestro y como
pastor por encima de los demás. Los compañeros de la Tabla Redonda andarán
siempre desorientados en la búsqueda del Santo Graal hasta que el Señor lo enviará
entre ellos de manera tan súbita que será maravilloso”. Cuando aquéllos oyeron estas
palabras, dijeron: “Merlín, ya que será un noble —según dices— deberías hacer un
asiento propio en el que no se sentara nadie excepto él y que fuera tan grande sobre
los demás que todos lo pudieran conocer”. “Así lo haré”, dijo Merlín. Entonces hizo
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un asiento entre los demás, grande y admirable. Al terminar de hacerlo, comenzó a
besarlo diciendo que lo había hecho por amor del Buen Caballero que descansaría en
él; y le dijeron ahora: “Merlín, ¿qué ocurrirá con este asiento?”. “Ciertamente,
sucederán —contestó— muchas cosas maravillosas, pues ya nadie lo ocupará que no
muera o sea dañado, hasta que el verdadero caballero se siente en él”. “En nombre de
Dios —dijeron— se pondría entonces en gran peligro el que se siente en él”. “En
peligro se pondría —dijo Merlín— y por los peligros que sucederán, se llamará con el
nombre de Asiento Peligroso”».
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Cómo La Ermitaña Aconsejó A Perceval Que
Siguiera A Galaz
«BUEN sobrino —dijo la dama—, ya os he dicho por qué motivo la Tabla
Redonda fue construida y por qué fue hecho el Asiento Peligroso, en el que muchos
caballeros han muerto por no ser dignos de sentarse en él. Ahora os diré de qué
manera vino el caballero con las armas bermejas a la corte. Bien sabéis que Jesucristo
fue entre sus apóstoles el pastor y el maestro en la mesa de la Cena. Después fue
rememorada por José la mesa del Santo Graal y la Tabla Redonda por este caballero.
Nuestro Señor prometió a sus apóstoles antes de su pasión que los volvería a ver y a
visitar y ellos esperaron esta promesa tristes y desconsolados. Y sucedió que el día de
Pentecostés, cuando estaban todos en una casa, con las puertas y ventanas cerradas, el
Espíritu Santo descendió entre ellos en forma de fuego y les reconfortó, dándoles
confianza en lo que dudaban. Entonces hizo que se separaran y los envió a predicar
por las tierras del mundo y a enseñar el Santo Evangelio y así sucedió a los apóstoles
el día de Pentecostés cuando Nuestro Señor vino a visitarlos y a reconfortarlos, y creo
que en semejanza de esto, vino a consolaros el caballero al que debéis tener por
maestro y por pastor, pues del mismo modo que Nuestro Señor vino en forma de
fuego, así llegó el caballero con las armas bermejas, que son el color semejante al
fuego; del mismo modo que las puertas y ventanas de donde estaban los apóstoles
estaban cerradas cuando llegó Nuestro Señor, así estaban las puertas del palacio
cerradas antes de que el caballero viniera, y, cuando llegó, lo hizo de modo tan súbito
que no hubo nadie tan sabio entre vosotros que supiera de dónde había venido. Aquel
mismo día fue emprendida la Demanda del Santo Graal, que ya no será abandonada
hasta que se sepa la verdad de la lanza y por qué han ocurrido tantas aventuras en este
país. Ahora os diré la verdad del caballero, para que no luchéis contra él, pues sabéis
que sois su hermano en la compañía de la Tabla Redonda y por eso no duraríais en el
enfrentamiento, ya que es mucho mejor caballero que vos».
«Señora —le dijo—, me habéis dicho tantas cosas que ya no tendré ganas de
luchar nunca contra él; pero, por Dios, decidme qué podré hacer y cómo podré
encontrarlo, porque si lo tuviera por compañero, no me apartaría de él en el tiempo
que lo pudiera seguir». «En eso, os aconsejaré lo mejor que pueda, pues no sé deciros
dónde está. Sin embargo, os diré los signos por los que podréis encontrarlo; cuando lo
hayáis encontrado, mantened su compañía tanto como podáis. Os iréis de aquí a un
castillo que se llama Got, donde hay una prima hermana suya: por su amor pienso
que se albergaría ayer por la noche allí; si ella sabe deciros por qué parte va, seguidlo
tan pronto como podáis, y si no os dice nada, iros derecho al castillo de Corberic,
donde vive el rey Tullido; sé bien que allí tendréis verdaderas noticias de él, en caso
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de que no lo hallaseis».
Perceval y la ermitaña hablaron así del caballero, hasta que fue la hora del
mediodía. Entonces, le dijo a Perceval: «Buen sobrino, permaneced esta noche
conmigo y estaré muy a gusto, pues hace mucho tiempo que no os veía y vuestra
partida me resultará enojosa». «Señora —le responde—, tengo tantas cosas que hacer
que apenas si podré permanecer aquí. Os ruego por Dios que me dejéis ir».
«Ciertamente —dice—, con mi autorización no os iréis, pero mañana, tan pronto
como hayáis oído misa, os daré gustosamente permiso». Él dijo que entonces
permanecería y se hizo desarmar al punto. Los sirvientes les prepararon la mesa y
comieron lo que la dama había ordenado servir.
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De Los Consejos Que Daba La Ermitaña A
Perceval
AQUELLA noche Perceval quedó allí con su tía y hablaron del caballero y de otras
muchas cosas, hasta que ella le dijo: «Buen sobrino, os habéis guardado de tal forma
que, hasta ahora, vuestra virginidad no fue mal empleada ni empobrecida y nunca
visteis qué cosa era la carne ni nada que se le semejara. Así debía ser, pues si vuestra
carne hubiera sido violada por la corrupción del pecado, no habríais llegado a ser uno
de los principales entre los compañeros en la Demanda, como ha sucedido a
Lanzarote del Lago, que, por ceder durante mucho tiempo al ardor de la carne y a la
lujuria, no consiguió llevar a fin aquello en lo que todos los demás están ahora
empeñados. Por eso os ruego que guardéis vuestro cuerpo tan limpio como Nuestro
Señor os puso en caballería, de tal forma que podáis llegar virgen y puro ante el Santo
Graal y sin tacha de lujuria. Ciertamente, será una de las más hermosas hazañas que
nunca hizo ningún caballero, pues de todos los de la Tabla Redonda, no hay ni uno
sólo que no haya mal empleado su virginidad, si exceptuarnos a vos y a Galaz, el
buen caballero del que os he hablado». Contestó que, si Dios quería, se guardaría tan
bien como convenía hacerlo.
Todo aquel día permaneció Perceval allí y su tía le aconsejó mucho, instándole a
las cosas bien, pero sobre todo le pidió que guardara tan limpia su carne como debía
hacerlo y él le juró que así lo haría. Después que hubieron hablado un buen rato del
caballero y de la corte del rey Artús, le preguntó Perceval por qué motivo se había
establecido en un lugar tan salvaje y había abandonado su tierra. «Por Dios, le
respondió, fue por miedo a la muerte por lo que me encerré aquí. Bien sabéis que
cuando os fuisteis a la corte, mi señor el rey tenía guerra contra el rey Librán.
Sucedió entonces que, tan pronto como mi señor murió, yo, que era miedosa, tuve
temor de que aquél me matara si conseguía alcanzarme. Tomé entonces parte de mi
haber y me vine a un lugar como éste para no ser encontrada y mandé hacer esta
clausura y esta casa tal como la veis y en ella metí a mi capellán y a mi mesnada;
luego entré en clausura de tal forma que nunca más en la vida, si Dios quiere, volveré
a salir, sino que moriré al servicio de Nuestro Señor y en él utilizaré el resto de mis
días». «Por mi fe —dice Perceval—, eso es una cosa maravillosa, pero decidme, ¿qué
ocurrió con vuestro hijo Dyabiaus? Deseo saber cómo le ha ido». «Ciertamente, fue a
servir al rey Pelés, vuestro pariente, para recibir armas y después he oído decir que lo
nombró caballero, pero han pasado ya dos años sin que lo haya vuelto a ver. Vive
siguiendo los torneos en Gran Bretaña. Posiblemente, creo, lo encontraréis en
Corberic si vais allí». «En verdad —dice Perceval—, si sólo tuviera que ir para verle,
iría, pues deseo mucho acompañarle». «Por Dios —le dice—, bien querría que os
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hubiera encontrado, porque entonces yo estaría a gusto de que fuerais juntos».
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Cómo Se Marchó Perceval Y De Lo Que Le
Ocurrió En El Monasterio
ASÍ estuvo Perceval aquel día con su tía. Por la mañana, tan pronto como oyó misa,
se armó, marchándose; cabalgó por el bosque que era inmenso, de tal manera que no
encontró ni hombre ni mujer. Después de vísperas, oyó sonar una campana a su
derecha; volvió hacia aquella parte, pues bien sabía que era un monasterio o una
ermita. Al rato de ir hacia allí, vio que era una casa de religiosos que estaba rodeada
de muros y de un profundo foso. Se acercó a aquella parte y llamó a la puerta,
esperando que le abrieran. Los de dentro, al verlo armado, piensan que es un
caballero andante. Lo hacen desarmar y lo reciben con muy buena cara. Toman su
caballo y lo llevan al establo, dándole heno, del que tenían muy gran abundancia.
Uno de los frailes le llevó a una habitación para que se reposara: aquella noche fue
albergado allí lo mejor que pudieron los frailes. Por la mañana se despertó antes de la
hora de prima y fue a oír misa a la misma abadía.
Cuando entró en el monasterio, vio a un lado unas rejas de hierro junto a las que
había un fraile vestido con las armas de Nuestro Señor y que quería comenzar la
misa. Se dirige hacia allá, como el que tiene deseo de oír el oficio, acercándose a las
rejas y pensando pasar dentro, pero no lo hará, al menos eso le parece, porque no
puede encontrar la entrada; por eso, se aguanta y se arrodilla fuera. Al mirar detrás
del padre, ve un lecho adornado muy ricamente con sábanas de seda y otras cosas, de
tal modo que no había nada de semejante blancura. Perceval contempla el lecho y se
da cuenta de que dentro yace un hombre o una mujer, pero no sabe qué es, pues tiene
la cara cubierta con un velo blanco muy fino, que, a pesar de serlo, no le deja ver el
rostro. Cuando vio que pasaría el tiempo mirando en vano, deja de mirar y presta
atención a la misa que el venerable hombre había comenzado. En el momento en que
el sacerdote iba a levantar el cuerpo de Nuestro Señor, el que yacía se enderezó en la
cama sentándose, y descubrió su rostro: era un hombre muy anciano, viejo y canoso,
que tenía una corona de oro en su cabeza y los hombros desnudos y descubiertos
igual que todo el pecho hasta el ombligo. Cuando Perceval lo mira, ve que tiene el
cuerpo lleno de llagas y heridas, así como las palmas, los brazos y la cara. Al
mostrarle el sacerdote el cuerpo de Jesucristo, tendió los brazos hacía él y comenzó a
gritar: «Buen Padre, no olvidéis darme lo que se me debe». Y después no quería
volverse a acostar, sino que comenzó las rogativas y oraciones, enderezando sus
manos hacia el Creador y manteniendo la corona de oro en su cabeza. Durante mucho
rato miró Perceval al hombre que estaba sentado en la cama, pues le parece que está a
disgusto por las heridas que tiene; lo ve tan viejo que piensa que ha de tener
trescientos años o quizás aún más. Le mira todo el rato, pues considera esto una
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maravilla muy grande. Ve en la misa cantada que el sacerdote tomó entre sus manos
el Corpus Domini y lo llevó al que estaba acostado en la cama, dándoselo. Después
de haberlo recibido, se quitó la corona de la cabeza y la hizo poner encima del altar y
se volvió a acostar en la cama, como estaba antes, siendo cubierto de manera que no
se veía nada de él. Después, el sacerdote se desvistió como si hubiera terminado la
misa.
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Historia Del Rey Mordrain
AL ver esto, Perceval salió del monasterio y fue a la habitación donde había estado
acostado. Llamó a uno de los frailes y le dijo: «Señor, por Dios, responded a lo que os
pregunte, pues pienso que vos debéis saber la verdad». «Señor caballero, decidme de
qué se trata y, si lo sé, os contestaré con gusto, si puedo hacerlo y debo». «Por mi fe
—dice— os diré de qué se trata: he estado en la iglesia oyendo los oficios. Allí vi que
un viejo de muy avanzada edad yacía junto a la reja, ante el altar; tenía una corona de
oro en la cabeza; cuando se irguió, para sentarse, vi que estaba todo lleno de heridas.
Después que la misa fue cantada, el sacerdote le dio el Corpus Domini y cuando lo
hubo tomado, se volvió a acostar, quitándose la corona de la cabeza. Buen señor, me
parece que esto debe tener algún sentido elevado: querría conocerlo si pudiera ser;
por eso os ruego que me lo digáis». «Ciertamente —le responde el buen hombre—,
os lo diré de grado. Es verdad, y lo oísteis decir a muchos hombres, que José de
Arimatea, el honrado, el buen caballero, fue enviado el primero por el Alto Maestro a
esta tierra para que en ella, con ayuda de su Creador, plantase la Santa Trinidad.
Cuando llegó, sufrió aquí muchas persecuciones y atrocidades, que los enemigos de
la Ley le hacían, porque en aquel tiempo no había en este país más que sarracenos.
En esta tierra había un rey que se llamaba Crudel, que era el más traidor y el más
cruel del mundo; no tenía ni compasión ni humildad. Cuando oyó decir que los
cristianos habían venido a su país y que habían traído con ellos un precioso Vaso, tan
maravilloso que gracias a él vivían casi todos, tomó estas palabras a fábula, a pesar de
que cada vez se lo aseguraron más y le aseveraron que era verdad. Dijo que lo sabría
con el tiempo. Apresó a Josofes, el hijo de José, a dos sobrinos suyos y a más de cien
de aquellos que habían llegado a ser maestros y pastores por encima de los demás
cristianos. Cuando los cogió y los hubo apresado, llevaban consigo el Santo Vaso y
por eso no temían nada que estuviera relacionado con el alimento corporal. El rey los
tuvo en la prisión cuarenta días, sin enviarles bebidas ni comida y prohibió que nadie
fuera tan atrevido que se acercara a ellos en este período.
La noticia de que el rey Crudel lo tenía en la prisión con gran número de
cristianos, se difundió por todas las tierras donde Josofes había estado, hasta que
llegó al rey Mordrain, que estaba hacia la parte de Jerusalén, en la ciudad de Sarraz, y
que había sido convertido por las palabras de Josofes y por sus predicaciones. Lo
sintió mucho, pues por el consejo de Josofes había recobrado su tierra, que Tolomer
le quería quitar, y le hubiera quitado a no ser por el consejo de Josofes y la ayuda de
su cuñado, que se llamaba Serafe. Cuando el rey Mordrain supo que Josofes estaba en
la prisión, dijo que haría lo que pudiera para liberarle. Reunió tantas huestes como
pudo obtener en un momento y se hizo a la mar, afligidos y con armas y caballos. Así
llegó a este país con una flota. Al llegar, con toda su gente, mandó al rey Crudel que
Roma la Grande; ninguna de las tres materias se parece. Las historias de Bretaña son
ligeras y agradables, las de Roma son sabias y educativas. Las de Francia se muestran
más verdaderas cada día. <<
alemán, obra de Ulrich von Zatzikhoven y que procede de fuente distinta que el
Chevalier de la Charrete. <<
Robert de Boron escribió una Muerte de Artús, que cerraría el ciclo. <<
su valor. <<
prose, París, 1994. A lo largo de este epígrafe citaré varias veces la obra de Lot de
forma abreviada, Etude. <<
los trabajos que cito a continuación y cuya referencia bibliográfica completa se puede
hallar en la Bibliografía que incluyo en el presente volumen: Bohigas, Los textos
españoles; Entwistle, The Arthurian Legend; Lida, Estudios de literatura; Martins,
Estudos; Pietsch, Spanish Grail. Una Bibliografía de conjunto es la de Sharrer, A
Critical Bibliography, donde se alude a la existencia de otros fragmentos
desconocidos hasta ahora (cfr., p. e., p. 20). <<