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La

Demanda del Santo Graal es un Libro de caballerías francés, de autor


desconocido, cuya traducción al español fue publicada en Toledo en 1515.
Es continuación en parte de El baladro del sabio Merlín. Fue reimpresa en
Sevilla en 1535. Relata diversos episodios caballerescos relacionados con la
corte del Rey Arturo, entre ellos pasajes de la vida de Lanzarote del Lago y
su hijo Galahad, y la trágica conclusión del reinado de Arturo. Además de
esta obra, en la Biblioteca Nacional de Madrid hay un manuscrito titulado
Lanzarote del Lago, y en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca hay
otro que lleva como título Libro del Santo Grial. Se sabe, además, que en la
biblioteca de Isabel I de Castilla existió otro llamado La tercera parte de la
demanda del santo Grial.

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Anónimo

Demanda del Santo Graal


ePub r1.0
Titivillus 29.04.17

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Anónimo, 1515
Edición: Carlos Alvar

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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INTRODUCCIÓN
Aunque de forma vaga, las historias del rey Artús (o Arturo) y de los caballeros
de la Mesa Redonda son conocidas por todos. La pervivencia de los temas y de los
personajes debe mucho a los románticos ingleses y a Richard Wagner. El siglo XIX
fue decisivo para la transmisión de las leyendas artúricas al revivir las obras de
Malory (Mort Darthur, mediados del siglo XV) y de Wolfram von Eschenbach
(Parzival, principios del siglo XIII).
Pero de todos los textos que hablan de Lanzarote, Perceval, Artús, Ginebra y de
tantos otros caballeros, es —sin duda— el Lanzarote en prosa el que tuvo mayor
éxito en la Edad Media: esta obra forma parte de un extenso ciclo denominado
Vulgata o Pseudo-Map. Cuando hacia el año 1230 se recopila la Vulgata, las leyendas
artúricas tenían ya más de cien años de existencia literaria. En efecto, se suele
considerar la Historia Regum Britanniae, de Godofredo de Monmouth (entre 1130 y
1136), como el primer texto que se ocupa, por extenso, de Artús y de Merlín. Entre la
Historia de Monmouth y la Vulgata hay un largo camino: la Vulgata no va a ser la
última etapa del trayecto, pero sí la más importante; a partir del momento de su
difusión, dejan de existir —prácticamente— las historias artúricas, pues es la única
reconocida de forma unánime como verdadera, según deseaba el recopilador, quien
asegura que los testimonios allí recogidos proceden de un manuscrito guardado por el
rey Artús y en el que se contenían las historias tal como las habían contado sus
propios protagonistas.
Desde 1230 —fecha aproximada en que se reúne el ciclo de la Vulgata— hasta
finales del siglo XVI —en que se deja de editar— habrán pasado tres siglos y medio
de extraordinario éxito: prácticamente todos los autores franceses de la Edad Media
dejan sentir su influencia. Un gran número de escritores de Europa la leyeron y
adoptaron muchos elementos como propios: el occidente medieval había asimilado
las historias del rey Artús.

La Materia De Bretaña

UN texto muy conocido de la Chanson de Saisnes (Cantar de los Sajones)[1] nos


servirá de introducción; me refiero a los versos del prólogo de este cantar de gesta,
escrito hacia 1200, en los que el juglar Jean Bodel escribe:

Ne sont que trois matieres a nul honre antandant:


de France et de Bretaigne et de Rome la Grant;
et de ces trois matieres n’i a nule semblant.
Li conte de Bretaigne sont si vain et plaisant:

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cil de Rome son sage et de san aprenant.
Cil de France sont voir chascun jor apparant[2].

Evidentemente, nos hallamos ante una clasificación (todo lo arbitraria que se


quiera) del quehacer literario en Francia a finales del siglo XII y comienzos del XIII:
por una parte, la materia de Roma hace referencia a las adaptaciones medievales de
temas greco-latinos (Troya, Tebas, Alejandro, Eneida, etc.); por otra parte, la materia
de Francia engloba las creaciones de épica. Por último, la materia de Bretaña, «ligera
y agradable», es dedicada a temas localizados en las Islas Británicas: los personajes
principales son el rey Artús, la reina Ginebra y Lanzarote, en un grupo, Tristán, Iseo
(o Isolda) y el rey Marco, en el otro.
No sabemos cómo empezaron a forjarse estas leyendas: hay quien piensa en una
tradición oral, recogida por el historiador Godofredo de Monmouth[3], que las
incorpora —ampliándolas— a su Historia Regum Britanniae (1130-1136). Más tarde,
en 1155, Wace[4] escribe el Roman de Brut, donde adapta las noticias de Monmouth y
alude, por primera vez, a la Mesa Redonda. Wace influirá sobre otros autores
posteriores, en especial sobre Thomas, Chrétien de Troyes y Layamon.
Thomas será el responsable del cruce de dos temas diferentes: hasta ahora, el rey
Artús tenía su mundo y Tristán el suyo, pero a partir del Tristán (1155-1185), de
Thomas, se funden las dos esferas formando un ámbito único; la fusión pervivirá en
muchas versiones de las leyendas artúricas y será la forma que triunfe en nuestra
Península[5]. Mientras tanto, el poeta inglés Layamon escribe su Brut, profundamente
inspirado en Wace, aunque ha ampliado notablemente el original, y en él dedica
especial atención a las «Profecías de Merlín[6]».
Pero el más genial de los escritores de este período es —sin lugar a dudas—
Chrétien de Troyes (1165-1190). En varias de sus novelas aparecen los caballeros de
la Mesa Redonda: el Cligés (1170-117ó) es una novela entre bretona y bizantina; las
otras suyas, Ivain, Lancelot y Perceval narran la vida de estos personajes artúricos[7].
Es Chrétien quien les da una fisonomía propia y hace de ellos auténticos seres vivos:
el odio y el amor, la valentía y la generosidad comienzan a desempeñar su papel; cada
héroe actuará influido por alguna de estas motivaciones. El embrión que hallamos en
Monmouth acaba de tomar una forma nueva, la más semejante al ser definitivo[8], a la
vez que el tema adquiere su mayor auge: el Perceval, que Chrétien no acabó, halló
muy pronto continuadores; así, podemos señalar que se le añadieron dos prólogos,
uno como explicación de la obra; otro, narrando la historia del padre de Perceval[9].
Por otra parte, la obra inacabada tentó a varios autores que se esforzaron en darle fin,
sin conseguirlo. Así tenemos las cuatro continuaciones que se suelen denominar
Pseudo-Wauchier, Wauchier de Denain, Manessier y Gerbert, atendiendo a los
supuestos autores. Cada uno de estos continuadores conoció la obra de su predecesor,
si exceptuamos a Gerbert, que, al parecer, no supo de la tercera continuación (la de
Manessier).

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A la vez, el señor de Cambrein escribe un Perlesvaus (finales del siglo XII)
continuando el de Chrétien, independiente de todos los anteriores. Y, en Alemania,
Wolfram von Eschenbach (entre 1200 y 1210) logra otro hito con un poema de
extremada belleza, Parzival[10]. La semilla está echada por todo el occidente; ahora
que el terreno se encuentra en condiciones será fácil obtener hermosos frutos que no
se hacen esperar: a finales del siglo XII, Robert de Boron reúne en el Franco Condado
una obra titulada Li livres dou Graal (El libro del Graal), que se considera como la
primera recopilación cíclica del tema. La obra de Robert de Boron es una trilogía
dedicada a Le Román de L’Estorie dou Graal (Libro de la historia del Graal, que
también ha sido titulada Joseph d’Arimathie), a Merlín y a Perceval. Las aventuras de
los caballeros de la Mesa Redonda han llegado a su configuración definitiva, aunque
tenga que sufrir todavía ciertas alteraciones: en lo esencial, episodios y caracteres se
encuentran ya en Robert de Boron.
Acaba el siglo XII. Casi a la vez que Boron reune el Livres dou Graal, aparece
otra recopilación de características muy similares a las de su obra: es la llamada
Perceval-Didot; sus principales originalidades estriban en que por primera vez se
emplea la prosa y en que incorpora abundantes elementos del folklore galés. En lo
demás, parece reelaboración del Livres dou Graal de Boron e, incluso, presenta una
tripartición muy similar a la de aquella obra: José de Arimatea, Merlín y Muerte de
Artús[11].

El Lanzarote En Prosa

COMO ya he dicho antes, es la Vulgata el eslabón más importante de esta cadena.


El tema de esta recopilación no es más que la historia de Lanzarote, considerado por
sus hazañas el mejor caballero del mundo[12]. El parece ser el destinado a alcanzar el
Santo Graal[13], pero su adulterio con la reina Ginebra lo apartará definitivamente de
este triunfo. No obstante, Dios le va a conceder que sea su hijo Galaz[14] quien lo
logre.
La última parte de la recopilación se ocupa del castigo de Lanzarote y Ginebra:
sus amores serán la causa del enfrentamiento y muerte final de los compañeros de la
Mesa Redonda. Así termina la edad de oro de la Caballería errante[15]. Las líneas
generales del tema quedan expuestas sin grandes complicaciones; sin embargo, es
difícil seguir las directrices cuando se está leyendo la Vulgata, pues hay una auténtica
selva de acciones entrecruzadas: todos los personajes, todos los caballeros de la Mesa
Redonda tienen vida propia y actúan de forma independiente, aunque perfectamente
coordinados.
La Vulgata es de una extraordinaria longitud[16]. Consta de cinco partes, que
muestran los núcleos que la fueron formando: Estoire du Graal, Merlín (y su

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continuación), Lancelot, Quéte du Graal y la Morte d' Arthur[17]. De las cinco partes,
las tres últimas son las que han logrado mayor fama, y con razón: innumerables veces
han sido publicadas de forma independiente del resto del ciclo, recibiendo el título de
Lancelot en prose.
A pesar del éxito conseguido por todo el ciclo y en especial por el Lanzarote en
prosa, el autor permaneció en el anonimato, haciendo desaparecer toda posible huella
que sirviera para identificarlo: lo logró con tal perfección que los críticos discuten si
fue un solo autor o si, por el contrario, fueron una legión de escritores sabiamente
puestos de acuerdo para redactar la obra. F. Lot se preocupó por el asunto y llegó a la
conclusión de que el ciclo (o al menos el Lanzarote en prosa) tenía un autor único,
clérigo seglar relacionado posiblemente con la corte de Champaña o con la de
Flandes[18]. Años más tarde, J. Frappier volvió a ocuparse del tema, que parecía
zanjado gracias a los estudios de F. Lot. Los resultados a los que llegó Frappier
chocaban con las teorías de Lot: el conjunto fue concebido por un arquitecto único
que encomendó la realización de las distintas partes a autores diferentes; sólo así se
puede explicar la unidad del todo frente a las contradicciones de ciertos detalles[19].
Si el problema del autor está aún lejos de una solución definitiva, no ocurre lo
mismo respecto a la fecha de composición. En este sentido, casi todos los críticos
coinciden en aceptar que las partes más antiguas del conjunto (Lanzarote, Demanda
del Santo Graal y Muerte del rey Artús) estaban acabadas al finalizar el primer cuarto
del siglo XIII, mientras que las más modernas (Historia del Graal y Merlín) deben
considerarse algo posteriores. En cualquier caso, la Vulgata ya existía a mediados del
siglo XIII. Pero quizá no esté de más observar que —si la obra es del siglo XIII— no
ocurre lo mismo con la historia que cuenta la larga recopilación, pues debemos
situarla en una época muy anterior: la ficción comienza a mediados del siglo V,
cuando Lanzarote tiene —aproximadamente— entre 45 y 50 años y el rey Artús es un
venerable anciano, como el Carlomagno épico.

La Demanda Del Santo Graal

UNA de las partes más originales del ciclo es la que ocupa el cuarto lugar y recibe
el título de Demanda del Santo Graal, cuya traducción ofrecemos al lector.
El tema de la Demanda no es otro que la búsqueda del objeto maravilloso capaz
de saciar con los mejores manjares el hambre de los compañeros de la Tabla
Redonda. En esta búsqueda se sucederán aventuras de todo tipo, pero sólo tres
caballeros podrán acercarse al Vaso: Boores, Perceval y Galaz.
Lo más importante es —sin duda— que nuestro texto rompe con la tradición
anterior para convertirse en una novela de simbología mística, pues no se trata de una
búsqueda mundana, sino espiritual: en efecto, sólo llegarán a la meta aquellos

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caballeros que han entrado en la «Aventura» debidamente confesados, con el alma
limpia de todo pecado y con los más puros pensamientos.
Como es norma feudal, el rey Artús está reunido con sus caballeros el día de
Pentecostés en torno a la Mesa Redonda. Queda un asiento libre que va a ser ocupado
por Galaz. Al comenzar la cena, aparece el Santo Graal, que colma de manjares a los
comensales. Es la señal para salir en su búsqueda: en la corte sólo queda el rey Artús,
apesadumbrado porque sabe que muchos de los que ahora parten no regresarán.
Todos fracasan menos Galaz, Perceval y Boores, cuya castidad les lleva a bordo de la
nave de Salomón, donde encuentran a la hermana de Perceval que ciñe la espada de
David a Galaz, el escogido.
Por fin, los tres caballeros llegan al castillo del rey Peles, donde se guarda el
Santo Graal. Josofes, hilo de José de Arimatea, desciende del Cielo para celebrar la
Misa. En la comunión, Jesucristo sale del Graal y da de comulgar, junto a Josofes, a
los caballeros elegidos (doce en total, contando los nueve que acompañan al rey
Pelés). Al lado, unos ángeles tienen la lanza de Longinos, que aún gotea sangre.
Tras esta escena, Galaz, Perceval y Boores reembarcan en la nave de Salomón,
que les lleva a Sarraz donde presencian los más elevados secretos del Santo Graal.
Galaz muere en éxtasis; Perceval se retira de la vida mundana y muere un año más
tarde, Boores regresa a la corte para contar lo ocurrido. El rey Artús ordena que sus
clérigos lo anoten fielmente y lo recojan en un libro que se guardará en la biblioteca
de Salesbieres (Salisbury) para memoria de todos.
No es necesario señalar el evidente paralelismo de la Demanda con distintos
momentos de la vida de Jesús: la asamblea de los caballeros el día de Pentecostés, la
aparición del Santo Graal y la partida de todos tiene una clara analogía con la llegada
del Espíritu Santo, tal como cuentan los Hechos de los Apóstoles (2,1 y SS.). El
Asiento Peligroso, vacío en la Mesa Redonda es —al parecer— la plaza que debiera
haber ocupado Judas.
El simbolismo queda claro en Galaz («puro entre los puros», cuya vida sigue la de
Jesús: es esperado por todos desde hace siglos como el salvador que dará fin a las
aventuras más extrañas. Por si fuera poco, este carácter simbólico queda subrayado
de forma notable con frecuentes interpretaciones alegóricas que, por lo general, nos
llevan a una visión cisterciense del mundo: el triunfo final de la Demanda sólo se
producirá en el momento en que su caballero desee conocer los secretos de Nuestro
Señor y sea asistido por la divina gracia; en otras palabras, será la doctrina de
Bernardo de Claraval la que guíe al autor: sólo la humildad nos impulsa hacia Dios;
el orgullo es el peor enemigo del hombre. Hay que amar a Dios sin esperar
recompensa y sólo si Dios quiere puede llegarse a la unión espiritual anhelada por los
místicos[20].
Para adecuar la materia tradicional al espíritu del Cister, el autor ha tenido que
sacrificar numerosos detalles y —lo que es más importante— ha caracterizado a los
héroes de acuerdo con una idea religiosa: a la llamada del Santo Graal acuden unos

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caballeros sin preocuparse por sus almas; el orgullo y la soberbia les roerán; son los
pecadores que sólo piensan en la Caballería y en la Cortesía, olvidando
frecuentemente el espíritu: tal es el caso de Galván, condenado (según las reglas
cistercienses) por su apego a los bienes terrenales. Otros se han arrepentido de sus
pecados a tiempo; entre estos destaca Lanzarote, que libra una dura lucha por su amor
a la reina Ginebra; su mayor deseo es conseguir la paz interna; al confesar —tras
numerosas ambigüedades— sus relaciones adúlteras, le brotan lágrimas de auténtico
arrepentimiento. Su confianza en Dios se ve premiada con un brevísimo éxtasis, en el
que puede contemplar el Santo Graal, pero sus antiguos pecados le impiden disfrutar
de la plenitud de esta visión.
Por último, volviendo a las doctrinas de San Bernardo, podemos comprender por
qué son tres los elegidos: Boores representa la ascética; su triunfo final viene
marcado por un largo camino de sacrificios y privaciones. Perceval está imbuido de
gracia ya desde el principio; su salvación depende en gran manera de la ayuda divina:
no son las mortificaciones las que le hacen salir airoso ante la tentación, sino la mano
de Dios que le protege en última instancia; Perceval no pone prácticamente nada de
su parte para triunfar: sólo su cándida inocencia.
Pero de todos, Galaz es el más significativo: en él se juntan un profundo
ascetismo y la gracia divina; la fusión de estos dos elementos va a hacer de Galaz el
modelo de santidad que todo buen caballero debe imitar; él mismo —a su vez— es el
reflejo de Jesucristo, como ya he señalado más arriba. No tiene que sufrir tentaciones,
no hay obstáculos que impidan el deseo divino. Su presencia en la Demanda se debe
—sobre todo— a los demás: es el ejemplo vivo de lo que los compañeros de la Mesa
Redonda deberían hacer.
No quiero prolongar más este comentario. El lector puede seguir viendo los
paralelismos y las vías hacia Dios. Creo que no queda lugar a dudas acerca de la
simbología cristiana de la Demanda del Santo Graal. Creo, también, que el influjo
cisterciense es evidente: en cada comentario, a cada paso, aparecen las doctrinas de
Bernardo de Claraval; esto no quiere decir que el autor de la Demanda haya llevado a
término una obra propagandística, simplemente, ha procurado ver la tradición desde
otro punto de vista. Y lo ha conseguido de forma magistral.

Conclusión

LA suerte de la Demanda ha ido casi siempre muy ligada a la del Lanzarote en


prosa y a la de la Vulgata. Resulta significativo el enorme número de copias que —de
estas obras— nos ha dejado la Edad Media, sobre todo pertenecientes a los siglos XIII
y XIV: en total, casi un centenar de manuscritos contienen la Quéte; de ellos, más de
la mitad pertenecen al siglo XIII; un tercio, al siglo XIV; el resto, se distribuye entre los

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últimos años de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Después, nada.
El éxito que tuvo la obra en Francia traspasó bien pronto los Pirineos: en toda la
península se pueden rastrear huellas de la Demanda, pero es difícil establecer si
proceden del texto que ofrecemos al lector o si, por el contrario, tuvieron su origen en
alguna de las versiones anteriores. En cualquier caso, hay que señalar en la Península
dos textos relacionados con el tema que nos ocupa: Demanda de Santo Graal, en
portugués (copiado entre 1400 y 1438) y Demanda del Sancto Grial con los
maravillosos fechos de Langarote y de Galaz su hijo (Toledo, 1515 y Sevilla, 1535).
Tanto el texto portugués como el castellano tienen considerables lagunas, a la vez que
son importantes los cruces que presentan con un Tristán en prosa; de estas obras
proceden gran parte de los encabezamientos que utilizo para dividir nuestra
traducción. Se conoce, además, una Storia del Sant Grasal en catalán, de finales del
siglo XIV[21].

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NUESTRA TRADUCCIÓN
Hemos tomado como base el texto del manuscrito K —publicado por Pauphilet
—, que se encuentra en el Palais des Arts de Lyon (Ms. n.º 77). Pauphilet demostró
que, a juzgar por su lengua y por su pulcritud, era la mejor copia de las conservadas.
Sobre el texto medieval (edic. A. Pauphilet, 1975) he realizado mi traducción.
No escapará al lector la extraña forma que he tenido de traducir los nombres
propios: no he pretendido —ni mucho menos— llevar a cabo una simple
transcripción fonética, antes bien, mi intención era la de conservar las formas
consagradas por los libros de caballerías hispánicos; así se justifica que Galaad sea
Galaz, Bohort sea Boores o la Forest Gaste se convierta en la Gasta Floresta y no en
el «Bosque Devastado», por poner unos ejemplos. Supongo que el lector sabrá
aceptar mi criterio.
Por otra parte, he sido fiel al texto: mi pretensión es traducir la historia sin
modificarla. Hubiera sido fácil quitar repeticiones, modificar con sinónimos, eliminar
los apoyos del coloquio, pero ello no daría el aire que tiene el relato y el lector
quedaría lejos —muy lejos— de conocer aquello que busca al acercarse a estas
páginas.

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BIBLIOGRAFÍA
Los títulos que ofrezco a continuación no son otra cosa que una guía orientadora:

ANITCHKOF, E. Le Saint Graal et les rites eucharistiques, en Romania, IN (I929), pp.


174-194.
BOGDANOW, F. The «Suite du Merlin» and the Post-Vulgate «Roman du Graal», en
Loomis, Arthurian Literature in the Middle Ages (citado más abajo), pp. 325-
335.
BOXICAS, P. Los textos españoles y gallegoportugueses de la Demanda del Santo
Grial. Anejo RFE, VII, Madrid, 1925.
BONILLA, A. Libros de caballerías, Primera parte: Ciclo artúrico-ciclo carolingio.
NBAE, VI, Madrid, 1907.
ENTWISTLE, W. J. The Arthurian Legend in the literatures of the Spanish Peninsula.
Londres, 1925.
FARAL, E. La légende arthurienne. Etudes et documents. (3 vols.) París, 1929.
FRAPPIER, J. Etude sur la Mort le Roi Artu, París, 1936. The Vulgate Cycle, en
Loomis, Arthurian Literature (citado más abajo), pp. 295-318.
GARCÍA GUAL, C. Primeras novelas europeas. Madrid, 1974.
GILSON, E. La Mystique de la Grace dans la «Quéte du Saint Graal», en Les Idées et
les lettres. París, 1932 (reedición, París, 1955).
LIDA, MARÍA R. Estudios de literatura española y comparada. (2ª edición), Buenos
Aires, 1969. El artículo que nos interesa (La literatura artúrica en España y
Portugal) fue publicado con anterioridad en Loomis, Arthuriani Literature (vid.
infra), en las pp. 406-418.
LOOMIS, R. S. Arthurian Literature in the Middle Ages (A collaborative History,
edited by —). Oxford, 1959. (Reediciones en 1961, 1967, 1969, 1974).
Interesan, ahora, los artículos de Bogdanow, Frappier, Lida, y del mismo
Loomis: The Origin of the Grail Legends (pp. 274-294) y Layamon’s «Brut»
(pp. 104-111).
LOT, F. Etude sur le «Lancelot en prose». París, 1918 (reimpresión, 1954).
MARTINS, M. Alegorías, símbolos e exemplos morais na literatura medieval
portuguesa, Lisboa, 1975. Interesa especialmente el cap. VIII «Demanda do
Santo Graal» (pp. 121-178). Estudos de Literatura Medieval. Braga, 1956.
Interesa el cap. II, «A Demanda do Santo Graal» (pp. 3 4-47)-
PAUPHILET. A.: Etudes sur la «Queste del Saint Graal» attribuée á G. Map. París,
1921. La queste deí Saint Graal, roman du XIII siècle, (en «Classiques français
du Moyen Age»). París, 1975.
PIETSCH, K. Spanish Grail Fragments. (2 vols.). Chicago, 1924-25.

www.lectulandia.com - Página 13
RIQUER, M. DE: La leyenda del Graal y temas épicos medievales, Madrid, 1968.
SHARRER, H. L.: A Critical Bibliography of Hispanic Arthurian Material, Valencia,
1977.

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LA DEMANDA DEL SANTO GRAAL

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Cómo La Doncella Vino A Llamar A Lanzarote
LA víspera de Pentecostés, cuando los compañeros de la Tabla Redonda habían
llegado a Camaloc y después de haber oído los oficios, mientras iban a colocarles las
mesas a la hora de nona, en ese momento entró en la sala a caballo una bellísima
doncella; había venido muy deprisa, como bien se podía apreciar, pues sus cabellos
todavía estaban empapados de sudor. Descabalgó y vino hasta el rey; éste la saluda y
le dice que Dios la bendiga. «Señor —pregunta ella—, por Dios, indicadme si
Lanzarote se encuentra aquí». «En verdad que sí —dice el rey— vedlo ahí». Lo
señala. Ahora se dirige ella a donde está y le dice: «Lanzarote, os comunico, de parte
del rey Pelés, que debéis venir conmigo al bosque». Él le pregunta que de quién es.
«Soy —responde— de aquél de quien os he hablado». «¿Y qué necesidad, le
pregunta, tenéis de mí?». «Eso ya lo veréis», le contesta aquélla. «Por Dios, dice, iré
con gusto».

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Cómo Lanzarote Se Fue Con La Doncella
TRAS esto ordena a un escudero que ensille su caballo y le traiga las armas. Al
instante todo queda listo. Cuando el rey y los demás que estaban presentes ven esto,
les pesa mucho. Al darse cuenta de que no conseguirán que se quede, le dejan ir. La
reina le dice: «Lanzarote, ¿acaso nos vais a abandonar un día tan señalado como
hoy?». «Señora, dice la doncella, sabed que lo tendréis de nuevo aquí mañana antes
de la hora de cenar». «Id entonces, dice, pues si mañana no volviera, no iría hoy con
mi consentimiento». Él monta y la doncella también.
Se marchan sin más despedidas y sin más compañía que un escudero que con la
doncella había venido. Cuando salen de Camaloc cabalgan tan deprisa que llegan al
bosque. Toman el gran camino de herradura y avanzan más de media legua hasta
llegar a un valle. Entonces contemplan delante de ellos, perpendicular al camino, una
abadía de monjas. En cuanto se hubieron acercado un poco, la doncella se dirige
hacia allá. Al llegar a la puerta llama el escudero, les abren, descabalgan y entran.
Cuando supieron los de dentro que Lanzarote había llegado corren todos a su
encuentro, manifestándole una gran alegría. Lo llevaron a un aposento, donde fue
desarmado, y luego vio acostados sobre sendos lechos a sus dos primos, Boores y
Lionel. Se sorprende. Los despierta, y cuando éstos lo ven, lo abrazan y lo besan.
Entonces comienza la alegría entre los primos. «Noble señor —dice Boores a
Lanzarote—, ¿qué aventura os ha traído aquí? Pensábamos encontraron en Camaloc».
Él les cuenta cómo una doncella le ha llevado a aquel lugar, pero aún no sabe por
qué.
Mientras hablaban así, entraron tres monjas que iban detrás de Galaz, muchacho
tan hermoso y tan bien proporcionado en todos sus miembros que apenas encontraréis
uno semejante en el mundo. La dama que era más alta lo llevaba por la mano y
lloraba muy tiernamente. Al llegar ante Lanzarote le dijo: «Señor, os traigo a nuestro
criado, nuestro gozo, nuestra protección y nuestra esperanza, para que lo hagáis
caballero, pues, a nuestro entender, de nadie más noble que vos podría recibir la
orden de caballería». Mira al niño y lo ve adornado tan maravillosamente con todas
las bellezas, que piensa no haber visto jamás a nadie de su edad con una figura tan
perfecta de hombre. Por la sencillez que se ve en él, espera que haga tantos bienes
que le agrada prepararle para caballero. Responde a las damas que no se preocupen
por esto, pues, ya que así lo desean, con gusto lo hará caballero. «Señor —dice la que
lo llevaba—, queremos que sea esta noche o mañana». «Por Dios —dice— será como
queréis».

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Cómo Lanzarote Quedó En El Monasterio E
Hizo Que El Joven Velara
AQUELLA noche permaneció allí Lanzarote e hizo que el doncel velara en el
monasterio; a la mañana siguiente, a la hora de prima, lo armó caballero; le calzó una
de las espuelas y le dio el espaldarazo, deseándole que Dios lo hiciera noble
caballero, pues no le faltaba ninguna virtud. Cuando había cumplido con todo lo que
a novel caballero corresponde, le dijo: «Noble señor, ¿vendréis conmigo a la corte de
mi señor, el rey Artús?». «Señor —le responde—, de ningún modo; no iré con vos».
Entonces, dice Lanzarote a la abadesa: «Señora, permitid que nuestro novel caballero
venga con nosotros a la corte del rey, mi señor, pues allí aumentará bastante más su
condición que si se queda aquí con vos». «Señor —le responde—, no irá ahora; pero
tan pronto como creamos que sea justo y necesario lo enviaremos».

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Cómo Lanzarote Se Volvió A La Corte Del
Rey Artús Y De Lo Que Allí Ocurrió
ENTONCES se va Lanzarote junto con sus compañeros; cabalgan todos hasta llegar
a Camaloc a la hora de tercia; el rey había ido al monasterio para oír misa,
acompañado de numerosos nobles. Cuando llegaron los tres primos, descabalgaron en
el patio y subieron a la sala de arriba. Entonces empezaron a hablar del niño que
Lanzarote había nombrado caballero; Boores dijo que no había visto nunca a nadie
que se pareciese tanto a Lanzarote como aquél. «Y ciertamente —añadió—, creería
que éste es Galaz, el que fue engendrado en la hermosa hija del Rico Rey Pescador,
pues de manera asombrosa se parece a ese linaje y al nuestro». «En verdad —dijo
Lionel—, bien creo que lo sea, pues se asemeja mucho a mi señor». Largo rato
hablaron de este tema por ver si lograban sacar algo de la boca de Lanzarote, pero en
ningún momento contestó éste, por ahora.
Al dejar de hablar de esto, dirigieron la mirada a los asientos de la Tabla Redonda
y encontraron escrito en cada uno de ellos: AQUI DEBE SENTARSE FULANO.
Fueron mirando así todos los lugares hasta que llegaron al sillón que se llamaba el
Asiento Peligroso. Allí encontraron letras recién escritas, al parecer. Leyeron las
letras que decían: 454 AÑOS HAN PASADO DESDE LA PASION DE
JESUCRISTO; EL DIA DE PENTECOSTES DEBE ENCONTRAR DUEÑO ESTE
ASIENTO. Al ver estas letras se dicen los unos a los otros: «Por nuestra fe, ¡he aquí
una aventura maravillosa!». «En nombre de Dios —dijo Lanzarote—, el que quiera
sacar la cuenta desde la Resurrección de Nuestro Señor hasta ahora, hallaría, al
menos así lo creo, que hoy debe ser ocupado este puesto, ya que es la Pentecostés del
año 454. Bien desearía que nadie de los que vengan hoy viera estas letras, pues debe
someterse a esta aventura». Dicen que lo ocultarán a la vista: hacen traer un velo de
seda y lo echan por encima del asiento para ocultar las letras.
Al volver el rey del monasterio vio que Lanzarote había regresado y que había
traído consigo a Boores y Lionel, lo cual le alegró mucho; les dio la bienvenida.
Entonces comenzó la fiesta, grande y maravillosa, pues los compañeros de la Tabla
Redonda estaban muy contentos con el regreso de los dos hermanos.
Galván les pregunta cómo les había ido desde que marcharon de la corte, a lo que
ellos responden: «Bien, gracias a Dios», ya que estuvieron siempre sanos y salvos.
«En verdad —continúa Galván—, eso me agrada mucho». Grande es la alegría que
los de la corte tienen por Boores y Lionel, pues hacía mucho que no les habían visto.
El rey ordena que sean colocados los manteles, porque ya es hora de comer, al
menos eso cree. «Señor —dice Kay, el senescal—, si os sentáis a comer me parece
que quebraríais la costumbre que hasta aquí habéis mantenido: hemos visto que vos,

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en las fiestas solemnes, no os sentabais a la mesa sin que hubiese ocurrido en la corte
una aventura ante todos los nobles de vuestro séquito». «Cierto, responde el rey; Kay,
decís verdad; yo he mantenido siempre esta costumbre y la mantendré aún cuanto
tiempo pueda, pero tenía tanto gozo de que Lanzarote y sus primos hayan vuelto a la
corte sanos y salvos que no me había acordado de la costumbre». «Por eso os lo
recuerdo», dice Kay.

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Cómo Un Criado Trajo Al Rey Las Nuevas
De La Espada Del Escalón
MIENTRAS hablaban así entró un criado, que dijo al rey: «Señor, os traigo noticias
muy maravillosas». «¿Cuáles?, pregunta el rey; dímelas pronto». «Señor, ahí abajo, al
pie de vuestro palacio, hay un gran escalón y he visto cómo flotaba por encima del
agua. Venid a verlo, pues sé que es éste un acontecimiento sorprendente». Desciende
el rey para contemplar esta maravilla y lo mismo hacen todos los demás. Al llegar al
río, se encuentran el escalón de mármol rojo sobre el agua; encima del escalón estaba
clavada una espada que parecía muy hermosa y rica y en cuya cruz, que estaba hecha
con una piedra preciosa, había algo escrito con letras de oro y con gran perfección.
Los nobles miraron las letras que decían: «NADIE ME SACARA DE AQUI, A NO
SER AQUEL DE CUYO COSTADO DEBO COLGAR. ESE SERA EL MEJOR
CABALLERO DEL MUNDO».
Cuando el rey ve estas letras dice a Lanzarote: «Buen señor, en legítima justicia,
esta espada os corresponde, pues bien sé que sois el mejor caballero del mundo».
Avergonzado, responde: «Ciertamente, señor, ni ella me corresponde ni yo tendría el
valor ni el atrevimiento de tocarla, pues de ninguna forma soy digno ni merecedor de
tomarla; por eso; me abstendré y no la tocaré: sería una locura si pretendiera hacerme
con ella». «De todas formas —dice el rey—, intentaréis sacarla». «Señor —contesta
—, no lo haré: bien sé que cualquiera que intente hacerlo y no lo logre será castigado
con alguna herida». «Y vos, ¿qué sabéis?» —le dice el rey—. «Señor —le vuelve a
responder—, bien lo sé, y, además, os digo otra cosa: quiero que sepáis que en el día
de hoy comenzarán las grandes aventuras y las grandes maravillas del Santo Graal».

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Cómo Galván Probó La Espada, Sin Lograr
Nada
CUANDO el rey oye que Lanzarote no lo hará de ninguna forma, le dice a mi señor
Galván: «Buen sobrino, probad». «Señor —le responde—, salva sea vuestra gracia,
no lo haré, ya que mi señor Lanzarote no lo quiere intentar. De ninguna manera
pondré la mano sobre la espada, pues bien sabéis que él es, con diferencia, mejor
caballero que yo». «De todas formas lo vas a intentar, porque así lo quiero y no por
conseguir la espada». Galván tiende la mano, toma la espada por el puño y tira con
todas sus fuerzas, pero no puede sacarla. El rey le dice entonces: «Buen sobrino,
dejadla, que ya habéis cumplido mi orden». «Señor Galván —dice Lanzarote—,
sabed ahora que esta espada os herirá tan pronto, que no habríais deseado tenerla ni
siquiera a cambio de un castillo».
«Señor —contesta Galván—, no pude hacerlo de otra manera; aunque deba morir
ahora, lo hice por cumplir la voluntad de mi señor». Al oír esto, el rey se arrepiente
de que mi señor Galván lo haya hecho.
Entonces, le dice a Perceval que lo intente también, a lo que éste le contesta que
lo hará con gusto por acompañar a Galván: coge la espada y tira, pero no puede
arrancarla. Entonces todos creen a Lanzarote y piensan que las letras de la cruz son
verdaderas; no hay ya nadie tan osado que se atreva a tocarla. Kay dice al rey:
«Señor, señor, por mi cabeza, ahora podéis sentaros a comer cuando queráis, que no
ha faltado la aventura, según me parece». «Vayamos pues —dice el rey—; ya es
tiempo».

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Cómo Regresaron A La Corte Y De Lo Que
En Ella Ocurrió
SE van entonces los caballeros y dejan el escalón en el río; el rey manda que
remansen el agua. Después se sienta en un alto trono y los compañeros de la Tabla
Redonda ocupan cada uno su puesto. Aquel día sirvieron la mesa cuatro reyes
coronados, con otros tantos hombres notables, cosa digna de admiración. El rey se
sentó en su alto trono y numerosos nobles le sirvieron. Cuando ya estaban sentados,
se dieron cuenta de que habían venido todos los compañeros de la Tabla Redonda,
ocupando todos los lugares, excepto el que se llamaba el Asiento Peligroso.
Habían comido el primer plato, cuando les sucedió una cosa maravillosa: todas
las puertas y ventanas del salón donde comían se cerraron solas, sin que nadie las
tocara, pero la sala no se oscureció, por lo cual se admiraron los simples y los sabios.
El rey Artús, que habló el primero, dijo: «Por Dios, nobles señores, hoy hemos visto
cosas maravillosas aquí y en el río, pero bien creo que aún las veremos mucho
mayores esta misma noche».

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Cómo Llegó A La Corte Un Anciano Con
Galaz
MIENTRAS el rey hablaba así, entró un hombre viejo y anciano con una túnica
blanca: no había caballero allí dentro que pudiera saber por dónde había entrado. El
anciano venía a pie y traía de la mano a un caballero vestido con armadura bermeja,
sin espada y sin escudo. En cuanto hubo llegado al centro de la sala dijo: «La paz sea
con vos». Después se dirigió al rey diciéndole: «Rey Artús, te traigo al Caballero
Deseado, del alto linaje del Rey David y emparentado con José de Arimatea; con él
culminarán las maravillas de este país y de tierras extrañas. Helo aquí». El rey se
alegra mucho con esta noticia; le dice al buen hombre: «Señor, ¡bienvenido seréis si
esto es cierto y que sea bienvenido el caballero! Si éste es el que esperamos para dar
fin a las aventuras del Santo Graal, nunca habrá habido una alegría tan grande por
nadie, como la que nosotros haremos por él. Y sea quien sea, bien el que vos decís o
cualquier otro, le deseo mucho bien, pues es tan gentil y de tan alto linaje como vos
decís». «Por mi fe —dijo el hombre— en breve veréis el comienzo». Entonces hizo
que desarmaran al caballero: dejó a un lado el cendal bermejo y le ruega que se
abroche al hombro un manto del mismo color que llevaba a la espalda, hecho de
jamete, forrado por dentro de armiño blanco.

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Cómo Galaz Acabó Con La Aventura Del
Asiento Peligroso
CUANDO le hubo vestido y arreglado, le dijo: «Seguidme, señor caballero». Y así
lo hizo. El anciano lo lleva derecho al Asiento Peligroso, ante el que está sentado
Lanzarote; levanta el velo de seda que habían puesto antes, encontrándose con las
letras que dicen: ESTE ES EL ASIENTO DE GALAZ. El buen hombre mira las
letras, ve que están recién escritas, al menos así le parece, y reconoce el nombre;
entonces, se dirige al joven y le dice en voz tan alta que todos los demás lo oyen:
«Señor caballero, sentaos aquí, pues este lugar es vuestro». Se sienta sin dudar y dice
al anciano: «Señor, ahora os podéis ir, pues ya habéis cumplido lo que se os ordenó.
Saludadme a todos los del Santo Hostal y a mi tío, el rey Pelés y a mi abuelo, el Rico
Rey Pescador, y decidles de mi parte que iré a verlos tan pronto como pueda, y me
agradará». El anciano se marcha, encomendando a Dios al rey Artús y a todos los
demás. Cuando aquéllos quisieron preguntarle quién era, no les contestó, antes bien,
les respondió sencillamente que no se lo diría ahora, pues lo sabrían en su momento,
si se atrevían a preguntarlo. Se acerca a la puerta principal del palacio, que estaba
cerrada, la abre y desciende al patio; en él encuentra caballeros y escuderos, hasta un
total de quince, que le esperaban y habían venido con él. Monta y se aleja de la corte
de tal forma que no supieron nada más de él por ahora.
Cuando los de la sala vieron al caballero sentado en el lugar que tantos hombres
destacados habían temido y en el que habían sucedido tan grandes aventuras, no hay
ninguno que no se maraville sobremanera, pues lo ven tan joven que no saben de
dónde ha podido llegarle tal gracia, a no ser de la voluntad de Nuestro Señor.
Comienza la gran fiesta: todos honran al caballero, porque piensan que será el que
termine con las maravillas del Santo Graal y bien lo conocen por la prueba del
Asiento, en el que nunca se sentó nadie sin recibir alguna calamidad por ello. Le
sirven y honran tanto como pueden, como si lo tuvieran por maestro y señor sobre
todos los de la Tabla Redonda.

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Cómo Lanzarote Conoce En Galaz A Su Hijo
Y Lanzarote, que lo miraba con mucho placer por las maravillas que en él ve, se da
cuenta que es el que ha nombrado caballero hoy mismo, y por ello recibe una gran
alegría. Le honra lo más que puede, le habla de muchas cosas, y le pide que le cuente
algo de sí mismo. Y aquél, que también lo ha reconocido, no se atreve a negárselo,
contestándole muchas veces a lo que le pregunta. Boores, que está más contento que
los otros y que se ha dado cuenta de que éste es Galaz, el hijo de Lanzarote, el que
debe llevar a la cumbre las aventuras, habla a Lionel, su hermano, y le dice: «Buen
hermano, ¿sabéis quién es este caballero que está sentado en el Asiento Peligroso?».
«No lo sé demasiado bien —dice Lionel—; tan sólo sé que es el que hoy ha sido
armado caballero, que Lanzarote lo ha convertido en caballero con su mano; que es
del que hemos hablado vos y yo durante todo el día y que Lanzarote le engendró en la
hija del Rico Rey Pescador». «Verdaderamente lo sabíais —le dice Boores— y que es
nuestro primo cercano. Debemos estar muy contentos, pues no cabe la menor duda de
que llegará más allá que ningún caballero de los que yo he conocido: ya tiene buen
principio».

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Cómo La Reina Se Entera De La Llegada De
Galaz
ASÍ hablan de Galaz los dos hermanos, igual que todos los demás. La noticia sube y
baja tanto por la corte que la oye la reina, que estaba comiendo en su cámara, pues un
criado le dice: «Señora, están sucediendo cosas maravillosas.» «¿Cómo? —pregunta
—, dímelo». «Por mi fe, señora —responde—, ha llegado a la corte un caballero que
ha concluido con la aventura del Asiento Peligroso; es tan joven que todo el mundo
se pregunta de dónde le ha podido venir esa gracia». «¿De verdad —dice la dama—,
puede ser esto cierto?». «Sí —le responde—, así lo debéis saber». «Por el nombre de
Dios —añade la reina— ha tenido suerte, pues esa aventura no pudo acabarla ningún
hombre que no muriera o resultara dañado antes de que la hubiera finalizado». «¡Ay,
Dios! —dicen las damas—, ¡en buena hora nació el caballero! Nunca hubo un
hombre tan esforzado, ni pudo llegar donde él ha llegado. Por esto se puede saber
bien que es el que pondrá fin a las aventuras de Gran Bretaña, y que por él sanará el
Rey Tullido». «Buen amigo —dice la reina al criado—, así te ayude Dios, dime cómo
es». «Señora —le responde—, así me ayude Dios, es uno de los más hermosos
caballeros del mundo; pero es muy joven, se parece a Lanzarote y a los familiares del
rey Van, de tal manera que todos dicen que es descendiente de ellos». Entonces la
reina desea verlo aún más que antes, pues por lo que ha oído contar de la semejanza,
piensa que se trata de Galaz, que fue engendrado por Lanzarote en la hija del Rico
Rey Pescador, tal como le había narrado ya en muchas ocasiones y le había dicho de
qué forma fue seducido; era éste el principal motivo por el que ella estaba enfadada
con Lanzarote, pues la culpa había sido suya.

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Cómo El Rey Artús Se Alegró De La Venida
De Galaz
CUANDO terminaron de comer el rey y los compañeros de la Tabla Redonda, se
levantaron de sus asientos. El mismo Rey se acercó al Asiento Peligroso, levantó el
velo de seda y encontró el nombre de Galaz, que tanto deseaba saber. Se lo muestra a
mi señor Galván y le dice: «Buen sobrino, ahora tenemos a Galaz, el buen caballero
perfecto, a quien nos y los de la Tabla Redonda tanto habíamos querido conocer.
Pensemos ahora en honrarle y servirle durante el tiempo que esté con nosotros, pues
no permanecerá aquí mucho, lo sé bien por la gran Demanda del Graal, que empezará
pronto según creo. Y Lanzarote nos lo ha hecho entender, que no habría dicho nada si
no hubiera sabido algo». «Señor —dice Galván—, vos y yo debemos servirle como al
enviado de Dios que ha de liberar a nuestro país de las grandes maravillas y de las
extrañas aventuras que tan a menudo y durante tanto tiempo le han ocurrido».
Entonces se acercó el rey a Galaz y le dijo: «Señor, sed bienvenido: mucho hemos
deseado conoceros; ahora os tenemos aquí, gracias a Dios y a vos, que os dignasteis
venir». «Señor —responde—, yo he venido aquí porque así debía hacerlo, pues de
este lugar deben ponerse en movimiento todos los que serán compañeros de la
Demanda del Santo Graal, que comenzará en breve». «Señor —dice el rey—
necesitábamos mucho que vinierais por numerosos motivos, por terminar con las
grandes maravillas de esta tierra y por llevar a cabo una aventura que hoy nos ha
sucedido y que los demás no han logrado concluir. Bien sé que vos lo realizaréis,
como el que debe acabar los hechos en los que los demás han fracasado. Y ya que
Dios os ha enviado a nosotros, podréis poner fin a lo que los demás no consiguieron».
«Señor —dice Galaz—, ¿dónde está esa aventura de la que me habéis hablado? La
veré con gusto». «Yo os la mostraré», responde el rey. Le toma por la mano y
descienden del palacio; todos los demás nobles les siguen, de tal forma que no hubo
caballero en el palacio que no fuera.

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De Cómo Galaz Concluyó La Aventura De La
Espada Del Escalón
LA noticia llega ahora a la reina. Y tan pronto como la oyó, hizo levantar la mesa y
dijo a cuatro de sus más altas damas que estaban con ella: «Bellas señoras, venid
conmigo al río, pues de ninguna manera querría perderme el fin de estos
acontecimientos, si pudiera llegar a tiempo». Desciende la reina del palacio y con ella
una gran compañía de damas y doncellas.
Cuando llegaban al río, los caballeros las vieron y comenzaron a decir: «¡He aquí
la reina, volveos!». Los más preciados les abren paso; el rey dice a Galaz: «Señor,
ved aquí la aventura de la que os he hablado. Al intentar sacar esta espada del escalón
han fracasado hoy los caballeros más valiosos de mi corte, que no pudieron sacarla».
«Señor —dice Galaz—, no es nada extraño, pues esta aventura me estaba reservada;
si no, es de ellos; por la gran certeza que tenía de recibir esta espada, no traje ninguna
a la corte, como bien pudisteis ver». Entonces, coge la espada y la saca del escalón
con tal facilidad como si no estuviera sujeta; toma después la funda y envaina; luego,
se la ciñe y dice al rey: «Señor, más vale ahora que antes; ya sólo me falta el escudo,
pues no tengo». «Buen señor —dice el rey—, Dios os enviará un escudo de alguna
parte, del mismo modo que ha hecho con la espada».

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Cómo La Doncella Dijo A Lanzarote Que Su
Nombre Había Cambiado
MIRAN entonces río abajo y ven venir una doncella montada sobre un palafrén
blanco, que venía hacia ellos al galope. Cuando llegó, saludó al rey y a su compañía,
preguntando si Lanzarote estaba allí. Y él, que estaba ante ella, le responde:
«Doncella, heme aquí». Ella lo mira y lo reconoce. Entonces comienza a decirle
llorando: «¡Ay, Lanzarote, ha cambiado tanto vuestra condición desde ayer por la
mañana!». Cuando él oye esto, le dice: «Doncella, ¿cómo? Decídmelo». «Por mi fe
—dice ella— os lo contaré viendo a todos los de aquí. Ayer por la mañana erais el
mejor caballero del mundo; el que os llamara entonces mejor caballero de todos,
decía verdad, pues lo erais. Pero quien lo dijera ahora debería ser tenido por
mentiroso, ya que hay mejor que vos, como está demostrado con la aventura de la
espada que vos no osasteis tocar. Por eso ha cambiado y ha variado vuestro
calificativo y os lo recuerdo para que a partir de ahora no penséis que sois el mejor
caballero del mundo». Responde que de ningún modo lo pensará, pues esta aventura
ya le había alejado tal pensamiento. Entonces se vuelve la doncella al rey y le dice:
«Rey Artús, Nacián el ermitaño me encarga que te diga que hoy tendrás la mayor
honra que nunca le llegó a caballero de Bretaña, pero no será por ti mismo, sino por
otro. ¿Y sabes de qué? Del Santo Graal que aparecerá hoy en tu corte y dará alimento
a los compañeros de la Tabla Redonda». En cuanto acabó de hablar, volvió las
riendas, yéndose por el camino que había traído. En aquel lugar había muchos nobles
y caballeros que la hubieran querido retener para saber quién era y de dónde había
venido; pero ella no quiso quedarse por más que le rogaron.

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Cómo El Rey Artús Mandó Hacer El Torneo
De Camaloc
ENTONCES dijo el rey a los nobles de su séquito: «Buenos señores, tenemos claras
pruebas de la Demanda del Santo Graal, en la que participaréis pronto. Sé bien que no
os volveré a ver a todos juntos como ahora estáis y por eso quiero que en el campo de
Camaloc haya un torneo tal que, después de nuestra muerte, sea recordado por
nuestros descendientes». Todos aprueban estas palabras; vuelven a la ciudad y unos
toman las armas por lidiar más seguros, mientras que otros sólo cogieron yelmo y
escudo, pues se fiaban mucho, la mayoría de ellos, de su propio valer. El rey, que
había procurado todo esto, lo hizo por ver algo de la caballería de Galaz, ya que
pensaba que tardaría en volver a la corte, una vez que se hubiera marchado.
Cuando se reunieron todos, grandes y pequeños, en el campo de Camaloc, a
ruegos del rey y de la reina, Galaz se vistió la cota sobre los hombros y el yelmo en la
cabeza; pero no quiso tomar escudo por más que le insistieron. Galván, que estaba
muy alegre, dijo que le llevaría las lanzas y lo mismo dijeron Yvain y Boores de
Gaunes. La reina subió a la muralla con gran acompañamiento de damas y doncellas.
Galaz, que había llegado al campo con los demás, comenzó a quebrar lanzas con tal
ímpetu que no hubo nadie que lo viera sin maravillarse. En poco rato rompió tantas
que todos, al ver su gran valer en armas, lo tuvieron por extraordinario,
considerándolo el mejor; decían que nunca habían visto a nadie que empezara de
forma tan noble sus hechos de armas y bien parecía, por lo que hizo en aquella
jornada, que sin dificultad podría sobresalir en mérito por encima de los demás
caballeros. Al finalizar el torneo, encontraron que de todos los compañeros de la
Tabla Redonda que llevaban armas, sólo dos no habían sido abatidos por él:
Lanzarote y Perceval.

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Cómo Galaz Ganó El Premio Del Torneo
EL torneo duró hasta después de nona y entonces terminó. El mismo rey, que temía
que al final hubiera excesos, hizo que se dispersaran; mandó que Galaz se desatara el
yelmo y encargó a Boores de Gaunes que marchara con él. Éste lo acompañó desde el
campo a la ciudad de Camaloc, por la calle mayor, con la cabeza descubierta, para
que todos pudieran verle sin dificultad. Cuando la reina lo divisó dijo que realmente
lo había engendrado Lanzarote, pues nunca hubo dos hombres que se parecieran tanto
como se parecían ellos dos. Por eso, no era de extrañar que estuviera adornado con
las dotes de la caballería, pues de otra forma habría degenerado mucho. Una dama
que oyó algunas de estas palabras, respondió al instante: «Señora, por Dios, ¿es tan
buen caballero como vos decís?». «Desde luego —dice la reina—. Pues procede por
todos sus linajes de los mejores caballeros del mundo y de la más alta alcurnia
conocida».
Bajaron las damas a oír vísperas por la solemnidad del día. Cuando el rey salió
del monasterio y subió al palacio, ordenó que pusieran las mesas. Entonces fueron a
sentarse los caballeros, cada uno en su lugar, igual que habían hecho por la mañana.

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Cómo Llegó El Santo Graal A La Corte
CUANDO estuvieron todos sentados y en calma, oyeron un trueno tan grande y
extraordinario que pensaron que el palacio se iba a hundir. Entonces entró un rayo de
sol que dio al palacio doble de luz de la que tenía. Quedaron todos como iluminados
por la gracia del Espíritu Santo y comenzaron a mirarse, pues no sabían de dónde les
podía haber venido y, sin embargo, no había allí nadie que pudiera hablar ni decir una
sola palabra por su boca: todos enmudecieron, grandes y pequeños. Y cuando ya
llevaban un rato así, sin que ninguno de ellos hubiera podido hablar, entró el Santo
Graal, cubierto con un jamete blanco. Nadie logró ver quién lo llevaba. Entró por la
gran puerta del palacio, y una vez que estuvo dentro, el salón se llenó de buenos
olores, como si todas las especias de la tierra hubieran sido derramadas allí. Dio la
vuelta a la sala, alrededor de los asientos, y conforme pasaba por las mesas, éstas
quedaban dispuestas con la comida que cada uno quería. Cuando todos estuvieron
servidos, se fue el Santo Graal tan deprisa que nadie supo qué había pasado y por
dónde se había ido. Ahora pudieron hablar los que antes no podían decir ni palabra.
Dieron gracias a Nuestro Señor la mayoría de ellos por el gran honor que les había
hecho, pues les había reconfortado con la gracia del Vaso Santo. Pero de todos los
que estaban allí, fue el rey Artús el más gozoso y alegre, ya que Nuestro Señor le
había mostrado mayor merced que a ninguno de los que reinaron antes que él.

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Cómo Prometió Galván Al Rey Artús, Su
Tío, Que Entraría En La Demanda Del Santo
Graal
POR este motivo se alegraron mucho propios y extraños, pues les parece evidente
que Nuestro Señor no se olvidaba de ellos, ya que les mostraba tan gran merced;
hablaron de esto todo el tiempo que duró la comida. El mismo rey comenzó a decir a
los que estaban más cerca de él: «Ciertamente, señores, debemos estar muy contentos
y tener mucha alegría por habernos mostrado Nuestro Señor un signo tan grande de
amor y porque por su gracia nos ha querido reconfortar en un día tan solemne como
es el de Pentecostés». «Señor —dice Galván—, hay otra cosa, además, que no sabéis:
no ha habido nadie al que no le hayan servido lo que pidió o pensó; y esto no había
pasado nunca en ninguna corte, a no ser en la del Rey Tullido. Pero han sido
deslumbrados de tal forma que no pudieron ver abiertamente el Vaso, antes bien, se
les ocultó su verdadero aspecto. Por eso, por lo que a mí respecta, hago un voto:
mañana por la mañana, sin demora, comenzaré la Demanda, de tal forma que la
mantendré durante un año y un día y, si fuera necesario, más tiempo; no volveré a la
corte por nada que suceda antes de haberlo visto de manera clara, como me ha sido
mostrado ahora, si es que yo puedo y debo verlo de alguna forma. Si no puede ser, me
volveré».

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Cómo Todos Los Caballeros De La Mesa
Redonda Dijeron Que Andarían En La Demanda
CUANDO los de la Tabla Redonda oyeron estas palabras, se levantaron todos de sus
asientos, haciendo el mismo juramento que Galván había hecho, y dijeron que ya no
cesarían de vagar hasta que estuvieran sentados en la alta mesa en la que se servía
todos los días una comida tan buena como la que habían tenido allí.
Al ver el rey que Galván había hecho tal voto, lo sintió mucho, pues sabe bien
que no podrá echarse atrás en esta empresa. Se dirige a Galván: «¡Ay!, Galván, me
habéis matado con el juramento, pues me habéis quitado la mejor compañía y la más
leal que yo había encontrado: la compañía de la Tabla Redonda. Cuando se separen
de mí, sea la hora que sea, sé bien que no volverán, antes bien, se quedarán en esta
Demanda la mayoría y no terminará tan pronto como pensáis. Y no podría ser menor
mi sentimiento, pues yo los he criado y educado con todo mi poder y siempre los he
querido y aún los amo como si fueran mis hijos o mis hermanos y por eso me pesará
mucho su marcha; yo estaba acostumbrado ya a verlos con frecuencia y a tener su
compañía; no sé cómo podré soportarlo».

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De La Tristeza Del Rey Artús Y Del Dolor
De La Corte
DESPUÉS de estas palabras, comenzó el rey a pensar melancólicamente y en este
pensar se le vinieron las lágrimas a los ojos, como bien pudieron apreciar los que
estaban allí delante. Y, hablando, dijo tan alto que todos pudieron oírlo: «Galván,
Galván, me habéis puesto un gran pesar en el corazón y no podré desprenderme de él
hasta después de saber ciertamente a qué fin habrá llegado esta Demanda, pues temo
mucho que mis queridos amigos no vuelvan de ella ya». «¡Ay, señor! —dice
Lanzarote—, por Dios, ¿qué decís? Un hombre tal como vos no debe concebir miedo
en su corazón, sino justicia, valor y abrigar buena esperanza. Debéis confortaros; si
morimos todos en esta Demanda, nos será mayor honor que morir en otro lugar».
«Lanzarote —responde el rey—, el gran amor que he tenido siempre hacia ellos me
hace decir tales palabras y no debe extrañar que entristezca por su marcha. Ningún
rey cristiano tuvo tantos buenos caballeros, ni nobles a su mesa como yo he tenido
hoy y ya no habrá ninguno que los tenga en cuanto se hayan ido, ni volverán a estar
reunidos alrededor de mi mesa tal como han estado aquí, y es ésta la cosa que más me
apena». A estas palabras no supo Galván qué responder, pues se daba cuenta de que
el rey tenía razón. A ser posible, se hubiera arrepentido gustosamente de sus propias
palabras, pero no hubo lugar, pues ya eran públicas.

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Cómo La Reina Ginebra Preguntó Si Habían
Jurado Lanzarote Y Galván
FUE anunciado entonces por todas las habitaciones cómo había sido emprendida la
Demanda del Santo Graal y que quienes debían ser compañeros saldrían de la corte el
día siguiente. Fueron más los que se entristecieron que los que se mostraron
contentos, pues la hueste del rey Artús era temida, especialmente por las hazañas de
los compañeros de la Tabla Redonda. Cuando las damas y doncellas que estaban
sentadas con la reina cenando en las habitaciones oyeron estas noticias, se afligieron
y entristecieron igual que si fueran esposas o amigas de los compañeros de la Tabla
Redonda. Y no era extraño, pues las honraban y querían aquéllos por quienes ellas
temían que murieran en la Demanda. Empezaron a hacer un gran duelo. La reina
pregunta al servidor que estaba ante ella: «Dime, criado, ¿estabas tú delante cuando
se prometió esta Demanda?». «Señora —responde—, sí». «Y Galván —vuelve a
preguntar— y Lanzarote del Lago, ¿son compañeros?». «Ciertamente, señora —le
contesta—; primero juró Galván y luego Lanzarote y lo mismo hicieron los demás, de
tal forma que no quedó ninguno de los que son compañeros en la Tabla». Cuando oye
estas palabras, se aflige tanto por Lanzarote que parece que va a morir de dolor y no
puede evitar que le lleguen las lágrimas a los ojos. Al cabo de un rato dice con tanto
dolor que no puede más: «Verdaderamente esto es una gran pena, pues sin la muerte
de muchos hombres valerosos no podrá llevarse a fin esta Demanda, ya que tantos
valientes la han emprendido. Me admira cómo mi señor el rey, que es tan prudente, lo
ha podido tolerar, pues sus mejores nobles se irán y los que queden valdrán poco». Y
entonces comenzó a llorar con mucha amargura, y lo mismo hicieron todas las damas
y doncellas que estaban con ella.

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De Cómo El Ermitaño Aconsejó Que Los
Caballeros Salieran Limpios De Pecado
ASÍ se vio turbada toda la corte por la noticia de los que se tenían que ir. Cuando
levantaron los manteles en el gran salón y en las habitaciones, las damas se reunieron
con los caballeros y se renovó la aflicción: cada dama o doncella, desposada o amiga,
dijo a su caballero que iría con él a la Demanda; pronto habrían estado de acuerdo y
lo habrían prometido si no hubiera sido por un anciano, vestido con hábito de
religión, que entró después de cenar. Se acercó al rey, habló tan alto que todos lo
pudieron oír y dijo: «¡Escuchad, señores caballeros de la Tabla Redonda que habéis
jurado la Demanda del Santo Graal! Me envía Nacián el ermitaño a deciros que nadie
lleve, en esta Demanda, dama ni doncella, pues caerá en pecado mortal, y que nadie
comience la empresa sin estar confesado o que no vaya a confesar, porque nadie debe
entrar en un servicio tan alto sin estar limpio y purgado de todas las bajezas y de
todos los pecados mortales: esta Demanda no es búsqueda de cosas terrenales, sino
que debe ser la persecución de los grandes secretos y misterios de Nuestro Señor y de
los arcanos que el Gran Maestro mostrará abiertamente al bienaventurado caballero al
que Él eleve a la condición de sirviente suyo entre los demás caballeros terrenales, al
que le mostrará las grandes maravillas del Santo Graal y le hará ver lo que corazón
mortal no podría pensar y lengua de hombre terrenal no podría decir». Con estas
palabras impidió que se llevaran a sus mujeres o amigas. El rey hizo albergar
ricamente al anciano y le preguntó mucho de su vida, pero él sólo le dijo un poco,
pues pensaba en otras cosas que no eran el rey.

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Cómo Supieron En La Corte Que Galaz Era
Hijo De Lanzarote
LA reina se acerca a Galaz, se sienta junto a él y comienza a preguntarle de dónde
procede, de qué país y de qué linaje. Él le contesta en gran parte, como haría el que
supiera mucho; pero no dijo nada de que fuera hijo de Lanzarote y, sin embargo, por
las palabras que oyó la reina, se dio cuenta de que era hijo de Lanzarote y que había
sido engendrado en la hija del rey Pelés, de la que ella había oído hablar muchas
veces; pero como ella quería —si pudiera ser— oírlo y saberlo por su propia boca le
pregunta la verdad de su padre. Él responde que no sabe demasiado bien de quién es
hijo: «¡Ay!, señor, vos me lo ocultáis; ¿por qué lo hacéis? Así me ayude Dios, no
deberíais tener vergüenza en nombrar a vuestro padre, pues es el mejor caballero del
mundo y procede de reyes y de reinas y del más alto linaje conocido y ha tenido la
honra de ser, hasta ahora, el mejor caballero del mundo: por eso, vos deberíais
sobrepasar a todos los demás. Ciertamente, os semejáis a él extraordinariamente, de
tal forma que no hay nadie, por necio que sea, que no se dé cuenta, con sólo que
preste un poco de atención». Cuando él oye estas palabras, le da mucha vergüenza;
responde así: «Señora, ya que vos lo conocéis, sin lugar a dudas, me lo podríais
indicar, y si es el que yo creo que es mi padre, consideraré que es verdad, pero de lo
contrario, no lo recordaré por nada que digáis». «Por Dios —responde ella—, ya que
vos no lo queréis decir, yo os lo diré. El que os engendró se llama Lanzarote del
Lago, el más hermoso caballero, el mejor, el más donoso, el más deseado por la gente
y el más amado de los que nacieron en nuestros días. Por eso me parece que no
debéis ocultarlo ni a mí ni a nadie, pues no podríais haber sido engendrado por
caballero más noble ni mejor». «Señora —le dice—, ya que lo sabéis tan bien, ¿para
qué os lo debo decir? Ya se conocerá a su tiempo».

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De Cómo El Rey Artús Hizo Mucha Honra
A Galaz
MUCHO rato estuvieron hablando la reina y Galaz, hasta que casi había
oscurecido. Cuando fue hora de dormir, el rey cogió a Galaz y lo llevó a su
habitación, haciéndole acostar en su propia cama, en la que él solía echarse, como
testimonio de honor y respeto; después el rey, Lanzarote y todos los demás nobles se
fueron a acostar. Aquella noche la pasó muy mal el rey; no cesaba de pensar en los
nobles, a los que había querido mucho, y que al amanecer se irían de su lado a tierras
en las que permanecerían largo tiempo. Pero la ausencia no le preocupaba demasiado;
lo que más le hace sufrir es pensar que muchos morirán en esta Demanda, y es esto lo
que le produce mayor malestar. En tal estado de duelo y martirio pasaron la noche
aquellos altos nobles y los del reino de Logres. Cuando plugo a Nuestro Señor que
terminaran las tinieblas para que se viera la luz del día, se levantaron todos los
caballeros que tenían intención y pensamiento en este asunto, se vistieron y se
prepararon. Y cuando ya era bien de día se levantó el rey de su cama; después de
arreglarse, fue a la habitación donde estaban Galván y Lanzarote, que habían pasado
juntos la noche. Al llegar allí, encontró que ya se habían vestido y preparado para ir a
oír misa. El rey, que les amaba tanto como si los hubiera engendrado de su carne, les
saludó cuando ya estaba junto a ellos; ellos se pusieron en pie y dijeron que fuera
bienvenido. Él les ordenó que se volvieran a sentar y se sentó a su lado. Entonces
comenzó a mirar a Galván y le dijo: «¡Galván, Galván, me habéis traicionado! Nunca
recibirá mi corte tanto de vos como para compensar el empobrecimiento que ahora
tiene, pues ya no será honrada por una compañía tan alta ni tan valiente como la que
vos le quitáis con vuestra marcha. Pero no me aflijo tanto por los demás como por
vosotros dos, pues os he amado con todo el amor con que un hombre puede amar a
otro y no sólo ahora, sino desde que conocí las grandes virtudes que se albergan en
vosotros». En cuanto el rey acabó de decir estas palabras, se calló y se puso a pensar
melancólicamente: con estas ideas, comienza a derramar lágrimas. Los que vieron
esto, que están tan apenados que nadie lo podría decir, no se atreven a responder, pues
lo ven muy entristecido. Y él estuvo mucho rato con este pesar. Cuando vuelve a
hablar, dice muy doliente: «¡Ay! Dios, nunca pensé quedarme sin esta compañía que
la fortuna me había enviado». Después volvió a decir a Lanzarote: «Os ruego por la
fe y el juramento que tenemos entre nosotros dos para que me aconsejéis sobre esto».
«Señor —responde—, decidme cómo». «Yo haría con mucho gusto —le contesta—
que se detuviera esta Demanda, si pudiera ser». «Señor —dice Lanzarote—, he visto
a tantos hombres notables jurarla, que no creo que quisiesen abandonarla de ninguna
forma; y, a no ser un perjuro y sería una gran deslealtad, nadie les pediría tal cosa».

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«Por mi fe —dice el rey—, bien sé que decís verdad; pero el gran amor que os tengo
a vos y a los demás me lleva a decirlo. Y si esto hubiera sido necesario y conveniente,
bien lo hubiera deseado yo, pero su marcha me resultará demasiado grave».

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Cómo El Rey Artús Hacía Duelo Por Sus
Caballeros, Que Se Marchaban
HABLARON durante tanto tiempo que el día se hizo claro y luminoso y el sol ya
casi había abatido el rocío, y el palacio comenzó a llenarse de nobles del reino. La
reina, que se había levantado, vino a donde estaba el rey y le dijo: «Señor, los
caballeros os esperan abajo para ir a misa». Él se pone en pie y se enjuga los ojos
para que quienes le vean no sepan el dolor que ha sufrido. Galván pide que le traigan
las armas y lo mismo hace Lanzarote. Cuando estuvieron armados con todo menos el
escudo, se acercan al palacio, donde encuentran a los demás compañeros, preparados
ya para partir. Fueron al monasterio y después de oír el oficio, armados como estaban,
volvieron al palacio. Se sentaron unos junto a otros todos los que eran compañeros de
la Demanda.

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Cómo Los De La Mesa Redonda Hicieron
Juramento De Mantener La Demanda
«SEÑOR —dijo el rey Bandemagus—, pues esta cuestión ha sido emprendida
con tal ímpetu que no puede abandonarse, yo aconsejaría que fueran traídos los
Santos Evangelios, para que los compañeros prestaran un juramento semejante al que
hacen los que deben comenzar una búsqueda». «Bien lo deseo, ya que os place que
sea así —dijo el rey Artús—, pues no puede ser de otra forma». Los clérigos hicieron
traer los Santos Evangelios sobre los que se hacían los juramentos de la corte.
Cuando los pusieron ante los dos maestres, el rey llamó a Galván y le dijo: «Vos
emprendisteis el primero esta Demanda, avanzad, pues, y jurad lo que jurarán los que
se metan en ella». «Señor —dice el rey Bandemagus—, salva sea vuestra gracia, no
será él quien jure primero, antes que nosotros lo hará el que debemos tener como
señor y como maestro de la Tabla Redonda: Galaz. Cuando él haya jurado, juraremos
todos los demás sin oponernos, con la misma promesa que él haya hecho, pues así
debe ser». Entonces fue llamado Galaz, avanzó y se arrodilló ante los Santos
Evangelios y juró como leal caballero que mantendría la Demanda un año y un día y
más aún si fuera conveniente, y que no volvería a la corte antes de conocer la verdad
del Santo Graal, si es que podía saberla de alguna forma. Después juró Lanzarote, con
el mismo juramento; luego juraron Galván, Perceval, Boores, Lionel y, después,
Helayn el Blanco. A continuación juraron todos los compañeros de la Tabla Redonda,
uno tras otro. Cuando hubieron hecho la promesa, se dieron cuenta que eran ciento
cincuenta, tan nobles todos que no se podía hallar nadie que valiese una cuarta parte
de lo que ellos. Fueron a desayunar frugalmente, pues el rey así se lo pidió y, después
de haber comido, se pusieron los yelmos sobre las cabezas: era evidente que ya no se
quedarían. Encomendaron la reina a Dios, entre sollozos y lágrimas.

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Cómo Se Partió Lanzarote De La Reina Con
Gran Pesar
CUANDO ella vio que estaban a punto de marchar, y que no se entretendrían más,
comenzó a hacer un gran duelo, como si allí delante hubiera visto muertos a todos sus
amigos; para que no se dieran cuenta de su tristeza, se metió en su habitación,
dejándose caer sobre la cama. Entonces, comenzó a llorar tanto que no habría hombre
en el mundo que, al verla, no sintiera compasión. Cuando Lanzarote ya se había
preparado para montar, como estaba más afligido que nadie por el dolor de su señora
la reina, se volvió hacia la habitación donde la había visto entrar y penetró en ella. Al
verlo entrar completamente armado, comenzó a gritarle la reina: «¡Ay!, Lanzarote,
me habéis traicionado y dado muerte, pues dejáis la corte de mi señor el rey para iros
a tierras extrañas de las que no volveréis si Nuestro Señor no os hace venir». «Señora
—le dice—, sí que volveré, si Dios quiere; volveré bastante antes de lo que pensáis».
«¡Ay! Dios —contestó ella—, mi corazón no me lo dice, pues me da el mayor dolor y
miedo que nunca tuvo una gentil dama por un hombre». «Señora —le dijo—, me iré
con vuestro permiso cuando queráis». «Si por mi voluntad fuera, vos no os iríais
nunca. Pero ya que es conveniente que lo hagáis, que os proteja Aquel que se dejó
clavar en la Santísima Vera Cruz para liberar el linaje humano de la muerte duradera,
y que os conduzca a salvación a todos los lugares donde vayáis». «Señora —dijo—
¡que Dios lo haga por su digna misericordia!».
Con esto, se despide Lanzarote de la reina y baja al patio, donde ve a sus
compañeros esperándole ya montados. Se acerca a su caballo y monta. El rey que vio
a Galaz sin escudo y que quería marchar a la Demanda sin llevarlo como los demás,
se dirigió a él y le dijo: «Señor, me parece que no hacéis todo bien, pues no lleváis
escudo, como hacen vuestros compañeros». «Señor —le responde—, mal haría si lo
llevase. No tomaré ninguno mientras no me lo ofrezca la ventura». «¡Que Dios os
ayude! —dijo el rey—, me callaré mientras tanto, ya que no puede ser de otra
forma».

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Cómo Se Despidió El Rey Artús De Sus
Caballeros Y Regresó A La Corte
ENTONCES cabalgan nobles y caballeros. Salen todos al patio y atraviesan la
ciudad, hasta llegar fuera. Nunca visteis un duelo tan grande y llantos tan numerosos,
como los que hacían los de la ciudad cuando vieron a los compañeros que se iban a la
Demanda del Santo Graal; no había allí noble, pobre ni rico, entre los que tenían que
quedarse, que no llorara con lágrimas ardientes, pues les pesaba mucho esta partida.
Sin embargo, los que se tenían que ir, no tenían cara de que les importara mucho;
antes bien, si los vierais os parecería que estaban muy contentos, y así era, sin
excepciones.
Cuando llegaron al bosque, frente al castillo de Agán, se detuvieron todos ante
una cruz. Entonces dijo Galván al rey: «Señor, ya os habéis alejado bastante;
conviene que os volváis, pues sois el que más nos ha acompañado». «Peor me
resultará la vuelta —dijo el rey— que la venida, pues con mucho pesar me separo de
vos. Pero, ya que veo que es conveniente, me volveré». Galván se quita de la cabeza
el yelmo y así también todos los demás compañeros; besa al rey y, después de él, lo
hacen los otros nobles. Cuando se hubieron vuelto a atar los yelmos, llorando con
mucha ternura, se encomiendan mutuamente a Dios. Ya se separan; el rey volvió a
Camaloc y los compañeros entran en el bosque. Cabalgan hasta llegar al castillo de
Agán.

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Cómo Se Separaron Los Compañeros En El
Castillo De Agán
AGÁN era un noble de buena vida, que en su juventud había sido uno de los
mejores caballeros del mundo. Cuando vio a los compañeros pasar por en medio de
su castillo, mandó cerrar todas las puertas y dijo que ya que Dios le había hecho el
honor de que estuviesen en su poder, ellos no saldrían antes de que él les sirviera en
todo lo posible. Así los retuvo por la fuerza, hizo que se desarmaran y les sirvió
aquella noche tan generosa y espléndidamente, que todos se preguntaban admirados
de dónde podía haber sacado aquello.
Por la noche tomaron consejo de lo que podrían hacer; y por la mañana
decidieron que cada uno saldría y marcharía por su camino, pues podrían considerar
afrentoso que fueran todos juntos. Al amanecer, tan pronto como apareció el día, se
levantaron los compañeros, tomaron sus armas y fueron a oír misa a una capilla que
había allí. Después de haber hecho esto, montaron en los caballos y encomendaron al
señor a Dios, agradeciéndole mucho el gran honor que les había otorgado. Salieron
del castillo y se separaron unos de otros, tal como habían dispuesto, entrando en el
bosque cada cual por un lado, por donde más espeso lo veían, por donde no había ni
camino ni sendero. Mucho lloraron con la separación los que creían tener los
corazones más duros y orgullosos. Aquí se detiene la historia de todos ellos y habla
de Galaz, que había dado comienzo a la Demanda.

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Cómo Galaz Llegó A Una Abadía Y De Lo
Que En Ella Le Ocurrió
CUENTA ahora la historia que cuando Galaz se separó de sus compañeros, cabalgó
tres o cuatro días sin encontrar aventuras que merezcan ser tenidas en cuenta. El
quinto día, después de la hora de vísperas, le ocurrió que su camino le llevaba
directamente a una abadía blanca. Al llegar allí, llamó a la puerta y salieron los
frailes, haciéndole desmontar cortésmente, pues bien conocieron que era un caballero
andante. Uno de ellos tomó el caballo y otro le acompañó a una sala baja para
desarmarle. Después de haberle aligerado de sus armas, vio a dos compañeros de la
Tabla Redonda, uno era Bandemagus y el otro Iván el Bastardo. Tan pronto como lo
vieron, reconociéndolo, corrieron a él con los brazos abiertos para saludarle con
alegría, pues estaban muy contentos de haberle encontrado. Se le presentaron y, al
reconocerlos, les mostró un gran gozo y les honró mucho, como a hermanos y
compañeros.
Por la tarde, después de comer, fueron a solazarse a la huerta, que era muy
hermosa; se sentaron bajo un árbol y entonces les preguntó Galaz que cómo habían
llegado allí. «Por nuestra fe, señor —le contestaron—, vinimos a ver una aventura
maravillosa, según nos han contado, pues hay en esta abadía un escudo que nadie
consigue colgárselo del cuello para llevárselo, sin tener tal suerte que al día siguiente
o a los dos días no caiga muerto, herido o lesionado. Hemos venido para saber si es
cierto lo que dicen». «Y por eso —dijo el rey Bandemagus— me lo quiero llevar
mañana y así sabré si los hechos son tal como los cuentan». «Por Dios —dijo Galaz
—, me maravilla lo que me habéis contado si ese escudo es como decís. Si vos no lo
podéis llevar, yo lo llevaré: no tengo escudo». «Señor —le dicen—, os lo cedemos,
pues sabemos bien que no fallaréis en la empresa». «Yo quiero —responde— que lo
intentéis antes, por saber si es cierto o no lo que os han contado». Y así lo acordaron.
Aquella noche fueron servidos abundantemente los compañeros con todo lo que los
de dentro pudieron ofrecerles; los frailes honraron mucho a Galaz, al oír el respeto
que los dos caballeros le mostraban: le hicieron acostar con tanta riqueza y
solemnidad como merecía un hombre como él. Junto a él se acostaron el rey
Bandemagus y su compañero.

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Cómo El Rey Bandemagus Se Llevó El
Escudo De La Abadía
EL día siguiente por la mañana, después de oír misa, preguntó el rey Bandemagus a
un fraile dónde estaba el escudo del que tanto se hablaba por el país. «Señor —dijo el
monje—, ¿por qué lo preguntáis?». «Porque me lo llevaré para saber si tiene la virtud
que dicen», le respondió. «Yo no lo haría —dijo el fraile—; no deberíais sacarlo, pues
creo que sólo os llegaría deshonra». «De todas formas, —insiste—, quiero saber
dónde está y cómo». Aquél le lleva, entonces, detrás del altar principal y encuentra
allí un escudo blanco con una cruz roja. «Señor —dice el monje—, he aquí el escudo
por el que preguntáis». Lo contemplaron y dijeron que, a su parecer, era el más bello
y el más rico que nunca hubieran visto; olía tan suavemente como si tuviera
derramadas por encima todas las especias del mundo. Cuando Iván el Bastardo lo vio,
dijo: «Así me ayude Dios, he aquí el escudo que nadie debe colgar de su cuello, si no
es mejor caballero que los demás. No colgará de mi cuello, pues ciertamente no soy
tan valiente ni tan noble que lo deba llevar». «Por Dios —dice el rey Bandemagus—,
me pase lo que me pase, yo me lo llevaré». Entonces se lo coloca al cuello y lo saca
fuera del monasterio; cuando llega a su caballo, le dice a Galaz: «Señor, si os agrada,
desearía que os esperarais aquí hasta que yo os pueda decir en qué queda esta
aventura; pues si fracaso, me gustaría que vos lo supierais, porque bien sé que vos lo
llevaríais a cabo sin dificultad». «Con gusto os esperaré», le contestó Galaz. Monta
sobre el caballo y los frailes le dan un escudero para que le acompañe y que, si
conviene hacerlo, traerá el escudo al monasterio.

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Cómo Galaz Acabó La Aventura Del Escudo
ASÍ se quedó Galaz con Iván haciéndole compañía hasta que pudieran saber la
verdad del asunto. El rey Bandemagus con su escudo tomó el camino y cabalgó
durante más de dos leguas, hasta llegar a una explanada que al fondo del valle había
delante de una ermita. Mira hacia la ermita y ve venir de aquella parte un caballero
con armas de color blanco que avanzaba tan deprisa como podía su caballo; traía la
lanza en ristre y la empuñaba contra él. Al verlo venir se preparó enderezándose;
quiebra en él la lanza, que vuela en trozos; pero el caballero blanco, que lo cogió por
sorpresa, le da tan fuerte que le rompe las mallas de la loriga, metiéndole por medio
del hombro izquierdo el cortante hierro; lo ensartó sin dificultad, como el que tiene
valor y fuerza, derribándole del caballo a tierra. Al caer, el caballero le quita el
escudo del cuello y le dice, tan alto que lo pudo oír, y que el propio escudero también
lo oyó: «Señor caballero, fuisteis demasiado atrevido y necio al colgar este escudo de
vuestro cuello, pues no está permitido que lo lleve ningún hombre si no es el mejor
caballero del mundo. Y por vuestra falta, me envió Nuestro Señor para que tomara
venganza». Después de decir esto, se dirige al escudero, diciéndole: «Toma, vete y
lleva este escudo al siervo de Jesucristo, al buen caballero que se llama Galaz, al que
acabas de dejar en la abadía; dile que el Alto Maestro le ordena que lo lleve: no
hallará ninguno tan resistente y tan bueno como éste; por eso debe estimarlo más.
Salúdale de mi parte tan pronto como le veas». El criado le pregunta: «Señor, ¿cómo
os llamáis?, para que yo sepa decírselo al caballero cuando vaya a él». «Tú no puedes
saber nada de mi nombre —le dice—, pues no es asunto que te deba decir ni a ti ni a
ningún hombre mortal; por eso te conviene esperar, pero haz lo que te encargo».
«Señor —dice el criado—, ya que no me vais a decir vuestro nombre, os ruego y
conjuro por las cosas del mundo que más queráis, que me digáis la verdad de este
escudo, cómo fue traído a esta tierra y por qué han sucedido tantas maravillas por él,
pues ningún hombre, hasta ahora, lo pudo colgar de su cuello sin verse maltratado».
«Me has conjurado tanto —dijo el caballero— que te lo diré; pero no será a ti solo.
Antes quiero que te lleves al caballero y al escudo». Aquél dice que así lo hará. «Pero
—continúa— ¿dónde os podremos encontrar cuando vengamos aquí?». «En este
mismo sitio —le responde— me encontraréis». Se acercó entonces el criado al rey
Bandemagus y le preguntó si estaba muy herido: «Sí, ciertamente —le contesta el rey
—, estoy tan grave que no podré escapar sin muerte». «¿Podréis cabalgar?», le
pregunta. Él le contesta que lo intentará. Se endereza, herido como estaba, y el criado
le ayuda a ir hasta el caballo del que había caído el rey. Monta el rey delante y el
criado detrás, para sujetarle por los costados: teme que se caiga de otra forma, y bien
lo hace así.

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Cómo Galaz Recibió Las Nuevas Del
Caballero Blanco
DE esta manera se fueron de aquel lugar donde había sido herido el rey, y
cabalgaron hasta llegar a la abadía de la que habían partido. Cuando los de dentro
supieron que volvían, salieron a su encuentro; desmontan al rey Bandemagus y lo
llevan a un aposento y comienzan a curarle la herida, que era muy grande. Galaz
pregunta a uno de los frailes que lo cuidaba: «Señor, ¿creéis que sanará?, pues sería
desdicha muy grande que muriera por esta aventura». «Señor —responde el fraile—,
si Dios quiere, saldrá de ésta, pero os digo que está gravemente herido; y no
deberíamos lamentarlo mucho, pues ya le habíamos advertido los peligros del escudo
y que le daría mala suerte: a pesar de todo, se lo llevó y por eso se le puede tener por
loco». Después que los de allí le hicieron todo lo que sabían, el criado le dijo a Galaz,
en presencia de todos los del lugar: «Señor, os envía saludos el buen caballero blanco,
el de las blancas armas, aquel que hirió al rey Bandemagus y os manda este escudo,
encargándoos que lo llevéis desde ahora, de parte del Alto Maestro; pues según él
dice, no hay nadie, sino vos, que lo deba llevar y por eso os lo ha enviado conmigo.
Si queréis saber cómo han sucedido estas grandes aventuras tantas veces, vayamos
nosotros dos, que nos lo contará: así me lo ha prometido».
Cuando los frailes oyen esta noticia, se humillaron mucho ante Galaz, diciendo
que bendita era la fortuna que lo había traído a aquel lugar, pues bien sabían que las
grandes y peligrosas aventuras acabarían. Iván el Bastardo añadió: «Señor Galaz,
poneos este escudo al cuello, pues fue hecho para vos. Así se cumplirá también mi
voluntad, ya que nada deseaba yo más que conocer al Buen Caballero que sería dueño
de este escudo». Galaz contestó que se pondría el escudo al cuello, pues le había sido
enviado, pero antes desea que le traigan sus armas; las pide y se las traen. Cuando ya
está armado y sobre su caballo, se cuelga el escudo al cuello y se marcha,
encomendando a los frailes a Dios. Iván el Bastardo también se arma, cabalga y dice
que va a acompañar a Galaz, pero éste le responde que no puede ser, pues va a ir solo,
con su criado. Se separan así el uno del otro, tomando cada cual su camino.

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Historia Del Escudo
IVÁN entró en un bosque. Galaz y el criado siguieron hasta que encontraron al
caballero de las blancas armas, al que ya conocía el criado. Al ver venir a Galaz, le
sale al encuentro, saludándole; aquél le devuelve el saludo lo más cortésmente que
puede. Llegan los dos a la misma altura y comienzan a hablarse; entonces, Galaz dice
al caballero: «Señor, según he oído decir por este escudo han sucedido cosas
maravillosas en este país. Yo os querría rogar por amor y con franqueza, que me
digáis la verdad de cómo y por qué ha sucedido esto, pues bien creo que lo sabéis».
«Ciertamente, señor —responde el caballero—, os lo diré a gusto, porque sé cuál es
la verdad. Escuchad ahora, si os place, Galaz», dijo el caballero:
«Cuarenta y dos años después de la Pasión de Jesucristo, sucedió que José de
Arimatea, el gentil caballero que bajó a Nuestro Señor de la Santa Vera Cruz, se fue
de la ciudad de Jerusalén acompañado de muchos de sus familiares. Vagaron tanto,
desde que se pusieron en marcha por orden de Nuestro Señor, que llegaron a la
ciudad de Sarraz, que gobernaba el rey Ewalach que, por entonces, era sarraceno.
Cuando llegó José a Sarraz, Ewalach estaba en guerra con un vecino suyo, rey rico y
poderoso, que limitaba con su país; ese rey se llamaba Tolomer; ya se disponía
Ewalach a atacar a Tolomer, que le pedía la tierra, cuando Josofes, hijo de José, le
dijo que si iba al combate sin tomar consejo, como estaba, sería derrotado y
humillado por su enemigo. “¿Qué me aconsejáis?”, preguntó Ewalach. “Os lo diré”,
le respondió. Empezó entonces a mostrarle los mandamientos de la Nueva Ley y la
verdad de la Resurrección y después hizo traer un escudo sobre el que puso una cruz
de cendal y dijo: “Rey Ewalach, te mostraré, abiertamente, cómo podrás conocer la
fuerza y el valor del verdadero Crucificado”. En verdad, Tolomer el falso te dominará
tres días y tres noches, de tal modo que temerás morir. Pero cuando pienses que no
puedes escapar, descubre la cruz y di: “Buen Señor Dios, de cuya muerte llevo yo el
signo, sacadme de este peligro y llevadme sano y salvo a recibir vuestra fe y vuestro
credo”».
Se fue el rey y atacó a Tolomer, sucediéndole pronto lo que le había dicho
Josofes. Cuando se vio en tal peligro que realmente pensaba morir, descubrió su
escudo en cuyo centro halló un hombre crucificado que sangraba. Dijo las palabras
que Josofes le había enseñado y obtuvo victoria y honor, escapó de las manos de sus
enemigos y cayó sobre Tolomer y sus hombres. Cuando volvió a su ciudad de Sarraz,
hizo saber a todo el pueblo la verdad que había encontrado en Josofes y encomió
tanto al Crucificado que Nacián recibió el bautismo; estaban cristianándole cuando
pasó ante ellos un hombre que tenía el puño cortado y lo llevaba en la otra mano.
Josofes lo llamó y vino; tan pronto como tocó la cruz que tenía el escudo, se encontró
curado del puño que había perdido. Sucedió, aún, otro acontecimiento maravilloso, la

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cruz desapareció del escudo, agarrándose al brazo de aquél, de tal forma que no fue
vista después sobre el escudo. Entonces se bautizó Ewalach y se hizo servidor de
Jesucristo, al que amó y adoró sobremanera. Mandó guardar el escudo muy
encarecidamente.
Después de que Josofes se fuera de Sarraz con su padre y de que llegaran a Gran
Bretaña, sucedió que encontraron un rey felón y cruel que los encarceló a los dos y,
con ellos, a muchos cristianos. La noticia de que Josofes había sido apresado llegó
pronto muy lejos, pues en aquel entonces no había nadie en el mundo de mayor fama;
llegó tan lejos que el rey Mordayn oyó hablar de ello. Convocó a sus hombres y a sus
gentes, junto con Nacián, su cuñado, y vinieron a Gran Bretaña, atacando al que tenía
prisionero a Josofes; le quitaron todo y arrasaron su país, de forma que en aquella
tierra se difundió la santa cristiandad. Amaban tanto a Josofes que ya no se fueron del
país, sino que se quedaron con él y le seguían a todos los sitios por donde iba.
Cuando Josofes cayó en el lecho de muerte, Ewalach, que se dio cuenta de que
partiría de este siglo, se puso junto a él y lloró con mucha ternura, diciéndole: «Señor,
os vais y me quedaré solo en este país, tras haber dejado por vuestro amor mi tierra y
la dulzura de mi nación. Por Dios, ya que os habéis de marchar de esta vida, dadme
algunas enseñanzas que me sirvan de recuerdo después de vuestra muerte». «Señor
—dijo Josofes—, con gusto os lo diré».
Comenzó a pensar qué le podría dejar. Después de haber reflexionado un rato,
dijo: «Rey Ewalach, haz que traigan aquí el escudo que te di cuando fuiste a luchar
contra Tolomer». El rey le respondió que lo haría de grado, pues estaba cerca de allí
porque lo hacía llevar siempre consigo fuera a donde fuera. Ordenó que le trajeran el
escudo ante Josofes. En el momento en, que se lo trajeron, Josofes sangraba mucho
por la nariz, de tal forma que no se podía cortar la hemorragia. Tomó el escudo y con
su propia sangre hizo esta cruz que aquí veis, y sabed bien que aquel escudo es este
mismo. Después de hacer la cruz, tal como aquí se puede ver, le dijo: «He aquí el
escudo que dejo como recuerdo mío. No habrá vez que lo veáis, que no os acordéis
de mí; sabed que esta cruz está hecha con mi sangre y estará siempre tan fresca y del
mismo color como ahora se ve durante tanto tiempo como dure el escudo. Nadie lo
colgará de su cuello, aunque sea caballero, sin arrepentirse después por ello, hasta
que Galaz, el Buen Caballero, el último del linaje de Nacián, se lo cuelgue al cuello:
que no haya nadie tan atrevido que se lo cuelgue del cuello, si no es el destinado por
Dios; y de la misma forma que han sido vistas las mayores maravillas en este escudo,
así se verán las mayores proezas y la vida más elevada en este caballero». «Ya que es
así —dijo al rey—, pues me dejáis tan buen recuerdo de vos, decidme dónde puedo
poner este escudo, porque querría que fuera colocado en un lugar dónde el Buen
Caballero pudiera encontrarlo». «Os diré lo que debéis hacer —le dijo Josofes—.
Donde veáis que Nacián se hace enterrar al morir, allí pondréis el escudo: allí irá el
Buen Caballero cinco días después de recibir la Orden de Caballería».
Todo ocurrió tal como dijo, pues al quinto día que vos erais caballero llegasteis a

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la abadía en la que yace Nacián. Ya os he contado por qué han sucedido esas grandes
aventuras a los caballeros locamente atrevidos que, a pesar de la prohibición, querían
llevar el escudo que solamente a vos estaba permitido.

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Cómo El Escudero Rogó A Galaz Que Lo
Recibiere En Su Compañía
DESPUÉS de contar esto, se desvaneció de tal forma que Galaz no supo qué se
había hecho de él ni a dónde había ido. Cuando el criado, que estaba allí, oyó esta
historia, se apeó de su rocín y, dejándose caer a los pies de Galaz, le rogó lloroso, por
amor de Aquél cuya enseñanza llevaba en el escudo, que le permitiera ir con él como
escudero y le armara caballero. «Ciertamente —dijo Galaz—, si yo quisiera tener
compañía, no te rechazaría». «Señor, por Dios —rogó el criado—, os ruego que me
arméis caballero y os digo que si a Dios le agrada, la caballería será bien empleada
por mí». Galaz mira al criado que llora con ternura; le mueve a compasión y, por eso,
se lo concede. «Señor —le dice el criado—, volved al lugar de donde venimos, pues
allí recibiré armas y caballo. Vos lo debéis hacer y no solamente por mí, sino por una
aventura que hay allí que nadie puede acabar y bien sé que vos la llevaréis a
término». Le dijo que iría con gusto.

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Cómo Galaz Levantó La Tumba En La Que
Yacía El Pagano
RETORNA a la abadía y los que estaban dentro al verlo volver mostraron gran gozo
y preguntaron al criado por qué se había vuelto el caballero. «Para armarme
caballero», les respondió. Tuvieron gran alegría por este motivo; el Buen Caballero
pregunta dónde estaba la aventura: «Señor —responden los de dentro—, ¿sabéis de
qué acontecimiento se trata?». «No», les contesta. «Sabed —le dicen— que es una
voz que sale de una de las tumbas de nuestro cementerio. Es de tal fuerza que
cualquiera que la oye pierde durante un buen rato el poder sobre su cuerpo». «¿Sabéis
—preguntó Galaz— de dónde viene esa voz?». «No —le responden—, a no ser del
Enemigo». «Llevadme allí, pues —les dice—, que tengo muchas ganas de saberlo».
«Conviene que vengáis con nosotros». Le llevan completamente armado, con
excepción del yelmo, al ábside del monasterio. Uno de los frailes le dijo: «Señor,
¿veis el gran árbol y la gran tumba que hay debajo?». «Sí», responde. «Pues os diré
—continuó el fraile— lo que debéis hacer: id a la tumba, levantadla y debajo
encontraréis alguna gran maravilla». Fue Galaz a aquel lugar y oyó una voz que
lanzaba un grito tan doloroso que era cosa de maravillar y que decía en voz tan alta
que todos pudieron oír: «¡Ay!, Galaz, siervo de Jesucristo, no te acerques más a mí,
pues harás que me vaya del lugar donde he estado tanto tiempo». Al oír esto Galaz,
no se amedrenta, antes bien, se acerca más a la tumba. Cuando quiere cogerla por la
gran losa, ve salir una humareda y una llama después y la figura más horrible que
existió nunca con aspecto humano. Se persigna, pues sabe que se trata del Enemigo y
oye entonces una voz que le dice: «¡Ay!, Galaz, santa criatura, te veo tan rodeado de
ángeles que mi poder no durará contra tu fuerza: te dejo el lugar». Al oír esto, se
persigna y da gracias a Nuestro Señor. Levanta la tumba y se ve dentro un cuerpo
completamente armado y junto a él una espada y todo lo necesario para armar a un
caballero. Cuando lo ve, llama a los frailes y les dice: «Venid a ver lo que he
encontrado, decidme lo que debo hacer, pues estoy dispuesto a hacer más, si debo
hacer». Aquéllos se acercan y después de ver el cuerpo en la fosa, le dicen: «Señor,
no hace falta que hagáis nada más de lo que ya habéis hecho, pues, según creemos, el
cuerpo que aquí yace no será movido de su lugar». «Sí que será —dice el anciano que
había mostrado la aventura a Galaz—. Conviene que sea sacado de este cementerio y
arrojado fuera, pues esta tierra está bendecida y santificada; por eso, el cuerpo del
mal cristiano falso no debe permanecer en ella». Ordena a los siervos que lo saquen
de la huesa y lo pongan fuera del cementerio, y así lo hacen. Galaz dice al buen
hombre: «Señor, ¿he hecho todo lo que debía hacer en esta aventura?». «Sí —le
contesta—; la voz que ha producido tantos males no será más oída». «¿Sabéis —le

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pregunta Galaz— por qué han sucedido tantas maravillas?». «Señor —le responde—,
naturalmente, y os lo diré con mucho gusto; y debéis saberlo como cosa en la que hay
un hondo significado».

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Significado De La Aventura De La Tumba
SE aleja del cementerio y vuelven a la abadía. Galaz advierte al criado que le
conviene velar toda la noche en la iglesia y que por la mañana le hará caballero, como
es justo. Aquél dice que no pide otra cosa. Se prepara tal como le han enseñado para
recibir la alta orden de caballería, que tanto ha deseado. El buen hombre lleva a Galaz
a una habitación y le hace desarmar y quitar las armas; después, hace que se siente en
la cama y comienza a decirle: «Señor, me habéis preguntado acerca del sentido de la
aventura que acabáis de llevar a término: os lo diré con gusto. En esta aventura había
tres cosas temibles: la tumba, que no era nada ligera de levantar, el cuerpo del
caballero que había que quitar de su lugar, la voz que oía cada uno, por la que se
perdía el dominio del cuerpo, el sentido y la memoria. Os diré el significado de estas
tres cosas.
La tumba que cubría al muerto significaba los pecados del mundo, que eran muy
grandes cuando Nuestro Señor vino a la tierra, pues no había más que pecados: el hijo
no amaba a su padre, ni el padre al niño, y por eso el Enemigo los llevaba al infierno
sin dificultad. Cuando el Padre de los Cielos vio que en la tierra habla tantos pecados,
que uno no se fiaba del otro, ni creían los unos en los otros, ni en las palabras que los
profetas dijeron, antes bien, creaban cada día nuevos dioses, entonces envió a su Hijo
a la tierra para reducir estos pecados y para hacer más tiernos y jóvenes los corazones
de los pecadores. Al descender a la tierra, los halló endurecidos, en pecado mortal, de
forma que se podía ablandar tan fácilmente una dura roca como aquellos corazones.
Entonces dijo por boca del profeta David: “Estaré en soledad hasta la muerte”. Y
quería decir: “Padre, habrás convertido una pequeña parte de este pueblo antes de mi
muerte”. Al igual que el Padre envió a su Hijo a la tierra para liberar a su pueblo, esto
se ha renovado ahora; pues lo mismo que el error y la locura desaparecieron con su
venida y que la verdad brilló y resplandeció entonces, del mismo modo Nuestro
Señor os designó entre los demás caballeros para enviaros a tierras extrañas a acabar
con las graves aventuras y para dar a conocer cómo han sucedido. Y por eso hay que
comparar vuestra venida a la venida de Jesucristo, por la semejanza, que no por la
dignidad; y de la misma forma que los profetas, mucho tiempo antes de la venida de
Jesucristo, habían anunciado su llegada, y habían dicho que liberaría al pueblo de los
lazos del infierno, así han anunciado los ermitaños y los santos varones vuestra
llegada hace más de veinte años. Y bien decían todos que las aventuras del reino de
Logres no terminarían antes de que llegaseis. Os hemos esperado tanto tiempo, que
gracias a Dios, ya os tenemos».
«Decidme ahora —dijo Galaz—, qué significa el cuerpo, va que de la tumba me
habéis dado buena razón». «Os lo diré —le responde—. El cuerpo significa el pueblo
que había vivido tanto tiempo bajo el pecado: todos estaban muertos y ciegos por los

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muchos pecados que cometían diariamente. Incluso parecía que estaban ciegos a la
venida de Jesucristo, que, cuando oyeron que era el Rey de Reyes y el Salvador del
mundo, le tuvieron por pecador y pensaron que era tal como ellos. Creyeron más al
Enemigo que a Él, y libraron su carne a la muerte por consejo del diablo, que todos
los días les cantaba al oído y se les había metido en el cuerpo; por eso hicieron una
obra tal, por la que Vespasiano los arrasó y destruyó tan pronto como supo la verdad
del profeta hacia el que habían sido desleales; así fueron destruidos por el Enemigo y
por su consejo.
Debemos ver ahora cómo concuerdan el cuerpo con los sucesos de entonces: la
tumba significa los grandes pecados de los judíos y el cuerpo son ellos y sus
descendientes, que todos estaban muertos por su pecado mortal, del que no podían
liberarse sin dificultad. La voz que salía de la tumba, son las dolorosas palabras que
dijeron a Pilatos el magistrado: “¡Que su sangre sea derramada sobre nosotros y
nuestros hijos!”.
Y por estas palabras fueron deshonrados y perdieron todo lo que tenían. Así
podéis apreciar en esta aventura el significado de la Pasión de Jesucristo y la
semejanza con su venida. Y han sucedido otras cosas más: cuando llegaban los
caballeros andantes aquí y se dirigían a la tumba, el Enemigo, que los conocía como
viles pecadores impíos y sabía que estaban envueltos en grandes lujurias e
iniquidades, les causaba tal pavor con su horrible y espantosa voz, que perdían el
dominio sobre su cuerpo. Y esta aventura que emprendían los pecadores no habría
sido nunca terminada si Dios no os hubiera traído para que la llevarais a su final: tan
pronto como vos vinisteis, el diablo, que sabía que erais virgen y tan limpio de todo
pecado como puede estar hombre mortal, no se atrevió a esperar a vuestra compañía,
sino que se fue y perdió todo su poder con vuestra venida. Así acabó la aventura que
muchos esforzados caballeros habían intentado. Ya os he dicho la verdad de este
asunto». Galaz dijo que tenía un significado mucho más hondo de lo que imaginaba.

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De Cómo Galaz Armó Caballero Al Escudero
Y De Los Consejos Que Le Dio
AQUELLA noche Galaz fue servido todo lo bien que los frailes pudieron. Por la
mañana nombró caballero al criado, según la costumbre de aquel tiempo. Después de
hacerle todo lo que debía, le preguntó cómo se llamaba. Aquél dijo que se llamaba
Melián y que era hijo del rey de Dinamarca. «Buen amigo —dijo Galaz—, ya que
sois caballero y de tan alto linaje como de rey y de reina, procurad que la caballería
sea siempre bien empleada en vos, de forma que el honor de vuestro linaje quede
siempre salvo; tened en cuenta que hijo de rey que recibe la orden de caballería,
inmediatamente debe resplandecer sobre los demás caballeros en bondad, del mismo
modo que el rayo de sol resplandece por encima de las estrellas». Él responde que, si
Dios quiere, el honor de la caballería quedará bien a salvo en él, pues por muchas
penas que tenga que sufrir, no se detendrá. Pide entonces Galaz sus armas y se las
traen. Melián le dice: «Señor, doy gracias a Dios y a vos; me habéis nombrado
caballero, por lo que tengo tal alegría que casi no la puedo expresar; bien sabéis que
es costumbre que el que nombra caballero no debe negar al novel el primer don que
le pida, si es cosa razonable». «Decís verdad —dijo Galaz—, pero ¿por qué lo habéis
dicho?». «Porque quiero pediros un don —le responde— y os ruego que me lo
concedáis, pues es una cosa que no os perjudicará». «Yo os la otorgo —dice Galaz—,
siempre que no sirva de afrenta». «Gracias —dice Melián—; os pido ahora que me
dejéis ir con vos a esta Demanda hasta que el destino nos separe y, después, si el
destino nos vuelve a juntar, no me quitéis vuestra compañía para dársela a otro».

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Cómo Se Separaron Galaz Y Melián, Por La
Bifurcación Del Camino
ORDENA entonces que le traigan un caballo, pues quiere ir con Galaz. Así se hace,
yéndose de allí con Galaz. Cabalgaron todo el día y toda la semana. Un martes por la
mañana llegaron a una cruz que partía el camino en dos; se acercaron a la cruz,
encontrando talladas en la madera unas letras que decían: TENTE, CABALLERO
QUE VAS BUSCANDO AVENTURAS, HE AQUÍ DOS CAMINOS; UNO A LA
DERECHA Y OTRO A LA IZQUIERDA, TE PROHÍBO QUE ENTRES EN EL DE
LA IZQUIERDA, PUES DEBE SER MUY ESFORZADO EL QUE EN ÉL
PENETRE, SI ES QUE QUIERE SALIR; SI ENTRAS EN EL DE LA DERECHA,
MORIRÁS PRONTO. Cuando Melián vio estas letras, dice a Galaz: «¡Ay!, franco
caballero, por Dios, dejadme entrar en el de la izquierda, pues así podré probar mi
fuerza y saber si en mí habrá valor y atrevimiento, que me proporcionen elogios de la
caballería». «Si hubierais querido —le contestó Galaz— yo hubiera ido, pues quizá
saldría mejor parado que vos». Y le dice que no entrará. Se separan el uno del otro y
toma cada uno su camino. Aquí queda por ahora el relato de Galaz y habla de cómo
le fue a Melián.

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De Lo Que Halló Melián En El Camino De
La Izquierda
CUENTA ahora la historia que cuando Melián se separó de Galaz, cabalgó hasta un
viejo bosque que distaba dos jornadas; por la mañana, a la hora de prima, llegó a una
pradera. En medio del camino halló un trono hermoso y rico en el que había una
corona de oro bellísima; ante el trono había varias mesas llenas de suculentos
manjares. Mira esta aventura, no le apetece nada de lo que ve, sino la corona, que es
tan hermosa, y piensa que en buena hora será nacido el que la lleve en la cabeza ante
su pueblo. Entonces la toma, decidiendo llevársela; mete por medio su brazo derecho
y se vuelve al bosque. Apenas había avanzado cuando ve venir detrás de él un
caballero, sobre un enorme caballo, que le dice: «Señor caballero, dejad la corona,
pues no es vuestra; en mala hora la cogisteis».
Cuando Melián lo oye, da media vuelta, pues se apercibe de que será conveniente
luchar. Se persigna y dice: «Buen señor Dios, ayudad a vuestro caballero novel». El
otro le ataca, golpeándole con gran dureza, de tal forma que atravesando el escudo y
la loriga, le mete la lanza en el costado; lo derriba a tierra de manera que le quedan
dentro del cuerpo el hierro y gran parte del asta. Se le acerca el caballero, le quita la
corona del brazo y le dice: «Señor caballero, dejad la corona, pues no tenéis derecho
a ella». Después, se vuelve al mismo lugar de donde había venido. Melián se queda
sin fuerzas para levantarse, como el que piensa que está herido de muerte. Se lamenta
por no haber creído a. Galaz, pues ya le ha llegado la primera desgracia.

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Cómo Encontró Galaz A Melián Herido. Y
De Lo Que Allí Ocurrió
MIENTRAS se encontraba en este trance, sucedió que Galaz llegó a aquella parte
porque su camino allí lo conducía. Cuando vio a Melián que yacía herido en el suelo
lo sintió mucho, pues pensaba que estaría herido de muerte. Se le acercó y le dijo:
«¡Ay!, Melián, ¿quién os ha hecho esto? ¿Pensáis sanar?». Al oírlo aquél, lo reconoce
y le contesta: «¡Ay!, señor, por Dios, no me dejéis morir en este bosque, llevadme a
una abadía, donde pueda recibir los sacramentos y morir como buen cristiano».
«¿Cómo? —le pregunta Galaz—, Melián, ¿estaréis tan herido que pensáis morir?».
«Sí», le responde. Galaz lo siente mucho y le pregunta dónde están quienes le han
hecho eso. Sale de la espesura entonces el caballero que había herido a Melián y dice
a Galaz: «Señor caballero, guardaos de mí, porque os haré todo el mal que pueda».
«¡Ay!, señor —dice Melián—, ése es el que me ha matado, pero por Dios, guardaos
de él». Galaz no contesta una palabra, sino que se dirige al caballero que venía con
gran rapidez; como venía muy deprisa, no logra arremeterlo, pero Galaz le hiere tan
duramente que le mete la lanza por en medio del hombro, lo derriba junto con su
caballo y quiebra la lanza: Galaz resuelve así el combate. Cuando se volvía, ve venir
un caballero armado que le grita: «Señor caballero, ¡dejadme el caballo!». Le ataca
enristrando la lanza, que le rompe contra el escudo, pero no logra moverlo de la silla.
Galaz le corta el puño izquierdo con la espada; al sentirse herido, se da a la fuga, pues
teme morir; Galaz no lo persigue, como quien piensa no hacerle más daño del que ya
ha recibido; se vuelve hacia Melián y no mira más al caballero que había derribado.

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Cómo Llevó Galaz A Melián A La Abadía
PREGUNTA a Melián qué quiere que le haga, pues por él hará cuanto pueda.
«Señor, si pudiera cabalgar, querría que me pusieseis ante vos y que me llevaseis a
una abadía que hay cerca de aquí, pues bien sé que si estuviera allí, intentaría por
todos los medios curarme». Le contesta que lo hará con gusto. «Pero pienso —
continúa Galaz— que será mejor que os quite antes ese hierro». «¡Ay!, señor —le
responde—, yo no trataría ese asunto hasta después de confesar, pues temo morir
cuando me lo saquen. Pero llevadme». Entonces lo toma con toda la suavidad que
puede y lo coloca delante de él, abrazándolo para que no caiga, pues lo ve muy débil.
Emprenden la marcha y vagan hasta llegar a una abadía.
Cuando estuvieron a la puerta, llamaron. Los frailes, que eran hombres de bien,
les abrieron, recibiéndolos con deferencia y llevando a Melián a una habitación
tranquila. Después de quitarse el yelmo, pidió a su Salvador y se lo trajeron; confesó,
dio gracias y, entonces, recibió el Corpus Domini. Tras comulgar, dijo a Galaz:
«Señor, venga ahora la muerte, pues estoy bien preparado contra ella. Ya podéis
intentar extraer el hierro de mi cuerpo». Este coge la punta y la saca fuera con toda el
asta. Aquél se desmaya del dolor. Galaz pregunta si allí hay alguien que sepa curar las
heridas del caballero. «Sí, señor», le responden. Hacen venir a un monje anciano que
había sido caballero y le enseñan la herida. Él la contempla y dice que en un mes lo
dejará sano. Galaz se alegra mucho con esta noticia; se hace desarmar y dice que
permanecerá allí todo el día y la mañana siguiente para saber si Melián podrá sanar.
Allí estuvo tres días, el cabo de los cuales preguntó a Melián cómo estaba; le
contestó que iba curándose. «Entonces —le dijo— podré irme mañana». Aquél le
responde afligido: «¡Ay!, señor Galaz, ¿me vais a abandonar aquí? Soy el hombre del
mundo que más desea vuestra compañía, si la pudiera conservar». «Señor —le dice
Galaz—, yo no os sirvo para nada aquí; tengo que hacer cosas más necesarias que
descansar y tengo que ir en busca del Santo Graal, pues comencé a hacerlo».
«¿Cómo? —dice uno de los frailes—, ¿ha empezado ya la Demanda?». «Sí —le
responde Galaz—, y nosotros dos somos compañeros en ella». «Por mi fe —dice el
fraile—, señor caballero enfermo, esta desdicha os ha venido por vuestros pecados. Si
me dijerais vuestras andanzas desde que comenzó la Demanda, os señalaría por qué
pecado os sucedió». «Señor —respondió Melián—, os lo contaré todo».

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Explicación De La Aventura De Melián
ENTONCES le cuenta Melián cómo Galaz lo nombró caballero, las letras que
encontraron en la cruz prohibiendo ir por el camino de la izquierda, cómo entró en él
y todo lo que le sucedió. El buen hombre, que era de vida santa y de grandes
conocimientos, le dijo: «Ciertamente, señor caballero, en verdad estas aventuras son
del Santo Graal; me habéis dicho una cosa de gran importancia y que os la voy a
explicar. Cuando ibais a ser nombrado caballero, fuisteis a confesaros, de forma que
entrasteis en la orden de caballería limpio y purgado de todas las suciedades y de
todos los pecados de los que os sentíais culpable; así entrasteis en la Demanda del
Santo Graal, tal como debíais entrar; pero cuando el Diablo vio esto, lo sintió mucho
y pensó vejaros tan pronto como llegara su momento. Así lo hizo, y os diré en la
ocasión que fue: Cuando os alejasteis de la abadía en la que habíais sido nombrado
caballero, el primer encuentro que tuvisteis fue la señal de la verdadera Cruz: ésta es
la señal de la que más debe fiarse todo caballero; pero había aún algo más. Había
unas palabras que os indicaban dos caminos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Por el de la derecha debíais entender el camino de Jesucristo, el camino de piedad, en
el que los caballeros de Nuestro Señor vagan noche y día; de día, según el alma, y de
noche, siguiendo el cuerpo. Por el de la izquierda debéis entender el camino de los
pecadores, en el que llegan grandes peligros a los que se meten en él. Como no era
tan seguro como el otro, el letrero prohibía la entrada a cualquiera que no fuera mejor
que los demás; es decir, que no estuviera tan firme en el amor de Jesucristo que no
pudiera caer en pecado. Cuando viste el letrero te preguntaste admirado qué podía
ser; entonces te hirió el Enemigo con uno de sus dardos. ¿Sabes con cuál? Con el del
orgullo, pues pensaste que saldrías del paso con tu valor. Y así fuiste engañado por el
entendimiento, pues el escrito hablaba de la caballería celestial y tú interpretaste de la
secular, por lo que fuiste orgulloso y por eso caíste en pecado mortal.
Cuando te separaste de Galaz, el Enemigo, que te había encontrado débil, fue
contigo y pensó que poco había hecho aún si no te hacía caer en otro pecado, para
arrastrarte al infierno de pecado en pecado. Entonces te preparó una corona de oro,
haciéndote caer en la envidia tan pronto como la viste. Al cogerla caíste en dos
pecados mortales, orgullo y envidia. Al ver que también habías caído en envidia, y
que te llevabas la corona, se convirtió en caballero pecador e intentó hacerte tanto
daño como si ya fueras suyo y deseaba matarte. Te atacó enfilándote con la lanza y te
hubiera dado muerte, pero la señal de la cruz que hiciste te salvó; de todas formas,
Nuestro Señor te puso en el temor de morir porque te habías salido de su servicio, y
para que otra vez confiaras más en la ayuda de Nuestro Señor que en tu fuerza. Para
que tuvieras pronto socorro, te envió a Galaz, el santo caballero, contra los dos
caballeros que significaban los dos pecados que se habían albergado en ti y que no

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pudieron resistir, pues él estaba sin pecado mortal». Ya os he explicado por qué
motivo os han llegado estos sucesos. Ellos dicen que la causa es hermosa y digna.
Hablaron mucho aquella noche el hombre bueno y los dos caballeros acerca de las
aventuras del Santo Graal. Galaz se lo rogó tanto a Melián, que éste acabó dándole
permiso para que se fuera a la hora que quisiera. Ya que se lo había otorgado, le dijo
que se iría. Por la mañana, tan pronto como Galaz hubo oído misa, se armó y,
encomendando a Dios a Melián, se fue y cabalgó muchas jornadas sin encontrar
aventuras que vengan a cuento. Pero un día salió de casa de un vasallo, sin haber oído
misa y erró hasta llegar a una alta montaña, en la que había una vieja capilla. Se
dirigió a aquel lugar para oír misa, pues le molestaba mucho no asistir un día al
servicio de Dios. Cuando llegó allí, no encontró ni un alma, todo estaba desolado; no
obstante, se arrodilló y rogó a Nuestro Señor que le aconsejara; al terminar su
oración, le dijo una voz: «Escucha, caballero venturoso, vete al Castillo de las
Doncellas y quita las malas costumbres que hay allí».

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Cómo Fue Galaz Al Castillo De Las
Doncellas
AL oír esto, da gracias a Nuestro Señor por haberle enviado su mensaje; monta
inmediatamente y se va. A lo lejos ve, en un valle, un castillo, fuerte y bien
emplazado; corre por medio un gran río, rápido, llamado Saverne. Se dirige hacia allí
y cuando está más cerca, se encuentra con un hombre pobremente vestido y anciano,
que le saluda con afabilidad. Galaz le devuelve el saludo y le pregunta cómo se llama
el castillo. «Señor —le contesta—, Castillo de las Doncellas; es un castillo
desdichado y son desdichados todos los que allí habitan: toda piedad está fuera de él
y todo sufrimiento está dentro». «¿Por qué?», pregunta Galaz. «Porque se afrenta a
todos los que entran en él —le responde—; por eso os aconsejaría, señor caballero,
que os volvieseis; de seguir adelante, sólo recibiréis afrenta». «Que Dios os guíe,
buen hombre —le dice Galaz—, pues no me volvería por gusto». Mira sus armas, que
no le falte nada; cuando ve que lo lleva todo, se dirige con prisa al castillo.
Encuentra entonces a siete doncellas, cabalgando sobre ricas monturas, que le
dicen: «Señor caballero, ¡habéis pasado los límites!». Él contesta que los límites no le
detendrán y que irá al castillo. Avanza durante todo el día, hasta que encuentra un
criado que le dice que los del castillo le prohíben seguir adelante hasta que no sepan
lo que quiere. «No quiero —contesta— más que las costumbres del castillo».
«Ciertamente —le dice aquél—, ésa es una cosa que deseáis en mala hora; lo
aprenderéis de tal modo que ningún caballero lo podrá acabar. Esperadme aquí y
recibiréis lo que buscáis». «Vete pronto —dijo Galaz— y date prisa con lo que
necesito».
El criado entra en el castillo; apenas pasó un momento cuando Galaz ve salir siete
caballeros que eran hermanos y que le gritan: «Señor caballero, guardaos de nosotros,
pues no os dejaremos hasta que estéis muerto». «¿Cómo? —pregunta—, ¿queréis
todos vosotros juntos luchar contra mí?». «Sí —le responden—, pues tal es la
aventura y la costumbre». Cuando oye esto, los deja avanzar con la lanza enfilada,
hiriendo al primero, de tal forma que lo derriba a tierra y casi le rompe el cuello.
Todos los demás le atacan a la vez, golpeándole sobre el escudo, pero no pueden
moverlo de la silla, aunque por la fuerza de las lanzas detienen al caballo en plena
carrera y casi lo tiran. En este encuentro se quebraron todas las lanzas y Galaz derribó
a tres con la suya. Desenvainó la espada y atacó a los que estaban delante de él y lo
mismo hicieron ellos: comienza así una grande y peligrosa pelea; mientras tanto, los
que habían caído han vuelto a montar; la pelea es aún mayor ahora que antes. El
mejor de todos los caballeros se esfuerza tanto que les hace perder terreno; les golpea
con la cortante espada con tal vigor que no hay armadura que les pueda proteger y

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que impida que les salga la sangre del cuerpo. Lo encuentran tan fuerte y tan rápido
que no creen que sea hombre mortal: no hay hombre en el mundo que pueda resistir
la mitad de lo que él ha resistido. Ellos desfallecen pues ven que no lo pueden mover
del lugar y lo encuentran con la misma fuerza que al principio. Y es verdad, como lo
atestigua la historia del Santo Graal, que en hechos de armas no hubo nadie que lo
viera cansado.

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Cómo Venció Galaz A Los Siete Hermanos
DE tal forma duró la batalla hasta el mediodía. Los siete hermanos eran de gran
valor, pero cuando llegó esta hora se encontraron tan cansados y tan malparados que
no tenían fuerzas para defender su cuerpo. Y aquél que nunca se confesó vencido los
fue derribando de los caballos. Cuando ellos ven que no podrán resistir más, se
vuelven huyendo. Al ver esto, no los persigue, sino que viene al puente por donde se
entraba al castillo, en donde encuentra a un hombre cano vestido con hábito de
religión que le trae las llaves de dentro y le dice: «Señor, tomad estas llaves; ahora
podéis disponer a vuestro antojo del castillo y de los que están en él, pues habéis
hecho tanto que él castillo es vuestro».
Toma las llaves y entra en el castillo y tan pronto como está dentro ve por entre
las calles tantas doncellas que no sabe cuántas son. Todas le dicen: «Señor, sed
bienvenido. Mucho hemos esperado nuestra liberación; bendito sea Dios que os ha
traído aquí, pues de otra manera no hubiéramos sido libradas nunca de este doloroso
castillo». Él les contesta que Dios las bendiga y entonces le toman el caballo por el
freno y le llevan a la gran fortaleza haciéndole desarmar casi por la fuerza, pues él
decía que aún no era tiempo de albergar, y una doncella le dice: «¡Ay!, señor, ¿qué es
lo que decís? Ciertamente si vos os vais así, los que han huido por vuestro valor
volverán esta misma noche y volverían a empezar la dolorosa costumbre que han
mantenido durante tanto tiempo en este castillo, y así habríais trabajado en vano».
«¿Qué queréis —dice él— que haga? Estoy dispuesto a hacer vuestra voluntad
siempre y cuando yo vea que es conveniente hacerlo». «Queremos —dice la doncella
— que convoquéis a los caballeros y vasallos de la comarca, que tienen sus feudos
por este castillo y que les hagáis jurar a ellos y a los demás que nunca más
mantendrán esta costumbre». Él se lo otorga, y cuando ellas le hubieron llevado hasta
la dependencia principal, descabalga y se quita el yelmo, subiendo después al palacio.
De una cámara salió allí una doncella que llevaba un cuerno de marfil recubierto muy
ricamente de oro. Se dirige a Galaz y le dice: «Señor, si queréis que vengan los que a
partir de ahora han de tener esta tierra por vos, tocad este cuerno que se puede oír sin
dificultad a diez leguas». Él contesta que es conveniente hacerlo. Se dirige a un
caballero que estaba delante de él que toma el cuerno y lo suena con tanta fuerza que
se puede oír en los extremos más alejados del país. Después de hacer esto se sientan
todos alrededor de Galaz; él pregunta al que le dio las llaves si era sacerdote; le
contesta que sí. «Decidme, pues —le ruega—, la costumbre de aquí y dónde fueron
apresadas todas estas doncellas». «Con gusto», contesta el sacerdote.

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Cómo El Sacerdote Explicó A Galaz La
Costumbre Del Castillo De Las Doncellas
«ES cierto que hace más de diez años los siete caballeros a los que habéis vencido
llegaron a este castillo por casualidad y se albergaron en casa del duque Lynor, que
era el señor de todo este país; era el más noble hombre que se conoció. Por la noche,
después de cenar, se produjo una disputa entre los siete hermanos y el duque por una
hija del duque que los siete hermanos querían poseer a la fuerza. En la disputa el
duque murió y también un hijo suyo, mientras que la hija, por la que comenzó la
pelea fue apresada. Después de hacer esto, los hermanos se adueñaron del tesoro del
castillo y convocaron caballeros y siervos para comenzar la guerra contra los de este
país. Lucharon tanto que los vencieron, recibiendo de ellos sus feudos. Cuando la hija
del duque vio esto, se entristeció mucho y dijo casi adivinándolo: “Ciertamente,
señores, aunque ahora tengáis el dominio de este castillo, es nuestro, pues de la
misma manera que lo tenéis por culpa de una mujer, también lo perderéis por una
doncella, y seréis los siete vencidos y derrotados por el valor de un solo caballero”.
Tomaron todo esto a despecho y dijeron que lo que ella acababa de decir no ocurriría
nunca, pues no habría doncella que pasara delante del castillo que no fuera detenida
hasta que llegara el caballero por el que serían vencidos. Así lo habían hecho hasta
ahora, y por eso el castillo se llama Castillo de las Doncellas». «Y la doncella por la
que empezó la pelea —dice Galaz— ¿vive aún?». «Señor —le dice—, no, ha muerto.
Pero una hermana suya más joven está aquí». «Y, ¿cómo estaban las doncellas?»,
pregunta Galaz. «Señor —le contesta—, estaban muy a disgusto». «Ahora quedan
libres», dice Galaz.
A la hora de nona comenzó el castillo a llenarse de quienes conocían las nuevas
de que el castillo había sido reconquistado. Celebraron grandes fiestas en honor de
Galaz como si hubiera sido el señor. Invistió a la hija del duque con el castillo y con
cuanto de él dependía. Y procuró que todos los caballeros de la comarca se hicieran
vasallos de la doncella. Hizo que todos juraran que no volverían a mantener nunca
más esta costumbre. Después se fue cada doncella a su país.
Galaz permaneció todo el día allí y le hicieron mucho honor. A la mañana
siguiente llegó la noticia de que los siete hermanos habían sido muertos. «¿Quién los
ha matado?», preguntó Galaz. «Señor —dice un criado—, ayer, cuando se alejaron de
vos, encontraron a Galván, a su hermano Gariete y a Iván. Atacaron los unos a los
otros y la desdicha cayó sobre los siete hermanos». Aquél se admira por este
acontecimiento; pide sus armas y se las traen, y cuando ya está armado se va del
castillo y aquéllos le acompañan un buen trecho, hasta que les hace volver tomando
su camino y cabalgando totalmente solo. Aquí deja la historia de hablar de él y

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vuelve a Galván.

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De Lo Que Un Fraile Dio A Galván
CUENTA la historia que cuando Galván se separó de sus compañeros, cabalgó
muchos días sin encontrar aventuras que merezcan ser narradas, hasta que llegó a la
abadía donde Galaz había tomado el escudo blanco con la cruz roja. Allí le contaron
las aventuras que él había llevado a cabo. Al oír aquello, preguntó qué hacía, dónde
había ido, y se lo dijeron; se puso en camino tras él y cabalgó hasta que el destino lo
llevó a donde Melián yacía enfermo. Cuando aquél reconoció a Galván le dio nuevas
de Galaz, diciéndole que se había ido por la mañana. «Dios —dijo Galván—, ¡qué
desdichado soy! Soy el caballero más desgraciado del mundo, pues voy siguiendo a
este otro caballero de cerca y no lo logro alcanzar. Si Dios quisiera que yo lo pudiese
encontrar, no me apartaría nunca de él, porque él amaría tanto mi acompañamiento
como yo el suyo». Uno de los frailes oyó estas palabras y le dijo a Galván:
«Ciertamente, señor, la compañía de vosotros dos no sería de ninguna manera
conveniente, pues vos sois un siervo malo y desleal, y él es un caballero tal como se
debe ser». «Señor —dice Galván—, por lo que me decís, me parece que me conocéis
bien». «Os conozco —le contesta el buen hombre— mucho mejor de lo que os
imagináis». «Buen señor —dice Galván—, entonces me podréis decir, sin duda, si os
place, en qué soy tal como vos habéis dicho». «No os lo diré de ninguna manera —le
contesta aquél—, pero con el tiempo encontraréis quien os lo dirá».
Mientras hablaban así entró allí un caballero armado con todas sus armas y bajó
al patio. Los frailes corrieron a su encuentro para desarmarlo y lo acompañaron a la
habitación donde estaba Galván. Después de desarmarlo, Galván lo vio y reconoció
que era su hermano Gariete; corre a su encuentro con los brazos abiertos y se alegra
mucho. Le pregunta si está sano y salvo y aquél le contesta: «Sí, gracias a Dios».

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Cómo Galván, Gariete E Iván Mataron A
Los Siete Hermanos
AQUELLA noche los frailes los sirvieron muy bien; por la mañana, tan pronto
como amaneció oyeron misa completamente armados pero sin los yelmos. Cuando ya
estaban montados y preparados, se marcharon y fueron vagando hasta la hora de
prima. Entonces, al mirar delante de ellos vieron a Iván que cabalgaba
completamente solo; lo reconocieron perfectamente por las armas que llevaba. Le
gritaron que se parase; cuando se oye nombrar, mira, se detiene y los reconoce por la
voz; aquéllos le dan grandes muestras de gozo y le preguntan cómo le ha ido.
Responde que no ha hecho nada, pues no ha hallado ninguna aventura que le gustase.
«Cabalguemos ahora todos juntos, dijo Gariete, hasta que Dios nos envíe una
aventura». Los demás se lo aceptan y se ponen todos juntos en su camino. Han
cabalgado tanto que consiguen llegar al Castillo de las Doncellas el mismo día que el
castillo había sido conquistado. Cuando los siete hermanos vieron a los tres
compañeros, dijeron: «Ataquémosles y los mataremos, pues pertenecen a aquél por
quien hemos sido desheredados. Son caballeros andantes». Van entonces contra los
tres compañeros y les gritan que tengan cuidado, pues han llegado a la muerte.
Cuando oyen estas palabras, les dirigen las cabezas de los caballos; en el primer
encuentro, tres de los siete hermanos murieron, pues Galván mató a uno, Iván a otro,
y Gariete al tercero. Sacan las espadas y se atacan unos a otros. Los hermanos se
defienden como pueden, pero no les va muy bien, porque estaban cansados y
fatigados del gran combate y de la gran pelea que ese mismo día habían sostenido con
ellos. Los otros, que eran muy esforzados y buenos caballeros, los ponen en tal
aprieto que los matan en poco tiempo. Los dejan sobre el lugar muertos y se van allí a
donde la fortuna los guía.

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Explicación De La Aventura Del Castillo De
Las Doncellas
PERO no vuelven hacia el Castillo de las Doncellas, sino que toman el camino de la
derecha, y por esto perdieron a Galaz. A la hora de vísperas se separaron y cada uno
emprendió un camino diferente. Galván cabalgó hasta llegar a una ermita y encontró
al ermitaño en la capilla cantando las vísperas a Nuestra Señora; descabalga y la oye;
después le pide albergue por caridad y aquél se lo concede con muy buena gana. Por
la noche, el buen hombre preguntó a Galván de dónde era, y éste le dijo la verdad; le
dijo también en qué búsqueda estaba metido y cuando el buen hombre se dio cuenta
de que era Galván, le dijo: «Ciertamente, señor, si os parece bien, yo querría saber
muchas cosas de vos». Comienza entonces a hablarle de la confesión y a sacarle muy
buenos ejemplos del Evangelio, le aconseja que se confiese con él y que lo haga
cuando pueda. «Señor —dice Galván—, si quisierais explicarme unas palabras que oí
anteayer, yo os diría todo sobre mi condición, pues me parecéis hombre de muy alta
dignidad y bien sé que sois sacerdote». El buen hombre le hace ver que le aconsejará
tan bien como pueda y Galván mira al buen hombre, lo ve viejo y anciano y le parece
tan digno que le entran ganas de confesarse con él. Le cuenta aquello de lo que se
siente más culpable hacia Nuestro Señor, y no olvida decirle las palabras que el otro
buen hombre le había dicho. El anciano se encontró que habían pasado cuatro años
sin que hubiera confesado, y entonces le dijo: «Señor, con razón fuisteis mal siervo y
desleal, pues cuando entrasteis en la orden de caballería no se os metió en ella para
que fueseis a partir de entonces siervo del Enemigo, sino para que sirvieseis a
Nuestro Creador y defendierais la Santa Iglesia, dando a Dios el tesoro que os mandó
guardar, que es vuestra propia alma; por esto se os hizo caballero y habéis empleado
de mala manera la caballería, habéis sido todo el tiempo siervo del Enemigo, habéis
abandonado a vuestro Creador y habéis llevado la vida más sucia y peor que ningún
caballero ha llevado nunca. En esto podéis apreciar que quien os llamó mal siervo y
desleal os conocía bien. Ciertamente, si no fueseis tan pecador como sois, los siete
hermanos no habrían sido muertos por vos y por vuestra ayuda, sino que todavía
estarían cumpliendo penitencia por la mala costumbre que habían mantenido durante
tanto tiempo en el Castillo de las Doncellas y se acordarían de Dios. No actuó así
Galaz, el buen caballero, al que vais buscando, pues los venció sin matarlos y tuvo
sentido el que los siete hermanos hubieran llevado esta costumbre al castillo y que
retuvieron a todas las doncellas que venían de grado o a la fuerza a este país».
—«¡Ay!, señor —dice Galván—, decidme el sentido para que yo lo sepa contar en la
corte cuando vuelva a ella». «Con gusto», le contesta el anciano.
«Por el Castillo de las Doncellas debes entender el Infierno y por Doncellas las

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buenas almas que desgraciadamente habían sido encerradas antes de la Pasión de
Jesucristo. Los siete caballeros son los siete pecados capitales que reinaban entonces
en el mundo de manera que no había justicia: tan pronto como el alma salía del
cuerpo, de quienquiera que fuera, de buen hombre o de malvado, iba al Infierno y se
quedaba allí, encerrada del mismo modo que las doncellas. Cuando el Padre del Cielo
vio que lo que Él había formado iba tan mal, envió a su Hijo a la tierra para liberar a
las buenas doncellas, que son las buenas almas. Y lo mismo que envió a su Hijo que
vivía antes del comienzo del mundo, así envió a Galaz, su fiel caballero y su leal
servidor, para que despojara al castillo de las buenas doncellas, pues son tan puras y
limpias como la flor de lis que nunca siente el calor del estío».
Cuando oyó estas palabras, no supo qué replicar. El anciano le dijo: «Galván,
Galván, si quisieras dejar esta mala vida que has mantenido durante tanto tiempo, aún
podrías agradar a Nuestro Señor, pues la Escritura dice que nadie es tan pecador
como para no conseguir la misericordia de Nuestro Señor si la pide. Por eso, yo te
aconsejaría que hicieras penitencia de lo que has hecho mal». Aquél le respondió que
no podría soportar la pena de la penitencia. El anciano lo dejó y no dijo nada más,
pues veía que sus amonestaciones serían en vano.
Por la mañana se fue Galván de allí y anduvo hasta encontrar por casualidad a
Aglován y a Giflete, hijo de Don. Juntos cabalgaron cuatro días sin hallar aventuras
que merezcan ser contadas. El quinto día, se separaron y tomó cada uno su camino.
La historia deja aquí de hablar de ellos y vuelve a Galaz.

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Cómo Llegó Galaz A La Gasta Floresta
CUENTA la historia que cuando Galaz se fue del Castillo de las Doncellas, cabalgó
hasta llegar a la Gasta Floresta. Un día se encontró con Lanzarote y con Perceval que
cabalgaban juntos. Ellos no lo reconocieron pues llevaba armas que no estaban
acostumbrados a ver. Lanzarote le ataca el primero, quebrando su lanza en medio del
pecho; Galaz lo golpea con tanto vigor que derriba a él y a su caballo, pero sin
hacerle ningún daño. Sacó entonces la espada, cuando ya tenía la lanza rota y hiere a
Perceval con tanta fuerza que le rompe el yelmo y la cofia de hierro y, si la espada no
se le hubiera vuelto en la mano, lo hubiera matado sin dificultad, pero no tiene la
fuerza suficiente como para mantenerse en la silla, sino que vuela cayendo con tal
golpe que no sabe si es de día o de noche. Aquel combate fue llevado ante una ermita
en la que había una anacoreta, que al ver a Galaz le dijo: «Id con Dios, que Él os
conduzca. Si os conocieran tan bien como yo os conozco, ciertamente no habrían
tenido la osadía de atacaros». Cuando Galaz oye estas palabras, le entra un gran
miedo de que le reconozcan. Pica a su caballo con las espuelas y se va tan deprisa
como puede el animal. Cuando aquéllos se dan cuenta de que se va, cabalgan más
deprisa que nunca. Pero aprecian que no lo podrán alcanzar, volviéndose tan dolientes
y tan tristes que querrían morir sin demora pues odian mucho sus propias vidas, y
entonces se meten en la Gasta Floresta.
Así se quedó Lanzarote en la Gasta Floresta doliente y triste por el caballero que
ha perdido y dice a Perceval: «¿Qué podremos hacer?». Le responde que no sabe
cómo consolarse por esto. Pues el caballero se fue tan deprisa que no lo pudieron
alcanzar. «Y, veis, que la noche nos ha sorprendido en un lugar tal del que no
podremos salir nunca más si la ventura no nos lanza fuera. Por eso creo que lo mejor
es volver al camino, ya que si nos empezamos a desviar desde aquí, no creo que en
mucho tiempo volvamos a la buena senda. Haced lo que os guste, pues yo creo que
será mayor nuestro provecho si nos volvemos que si nos vamos». Lanzarote dice que
de grado no se volvería, sino que buscará al que lleva el escudo blanco, ya que nunca
volverá a encontrarse bien hasta que no sepa quién es. «Pero podréis esperar sin
dificultad, le dice Perceval, a que llegue el día siguiente; entonces iremos los dos tras
el caballero». Él le contesta que de ninguna forma. «Que Dios os salve —le dice
Perceval—, pues me iré hoy mismo. Volveré a la anacoreta que dijo conocerlo muy
bien».

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Cómo Se Separaron Perceval Y Lanzarote Y
De Lo Que Le Sucedió A Éste
ASÍ se separaron los compañeros. Perceval volvió a la anacoreta y Lanzarote
cabalgó tras el caballero a través del bosque, de tal forma que no siguió ni camino ni
sendero, sino que marchó según lo iba llevando su propia ventura; y esto lo hizo muy
mal porque no veía, ni de lejos ni de cerca, por dónde podría coger el camino, ya que
era la noche muy oscura. No obstante, cabalgó hasta llegar a una cruz de piedra que
estaba en la separación de dos caminos en una landa desierta. Mira la cruz cuando
estuvo cerca y ve junto a ella un escalón de mármol en el que, al parecer, había unas
letras escritas, pero era la noche tan oscura que no podía leerlas. Mira hacia la cruz y
ve una capilla muy vieja, hacia la que se dirige pensando encontrar gente en ella.
Cuando estaba algo cerca, descabalga y ata su caballo a una encina, quitándose el
escudo del cuello y colgándolo al árbol. Después, se acerca a la capilla y la encuentra
solitaria y medio derruida; penetra y halla en la entrada unas rejas de hierro que
estaban tan juntas que no se podía pasar entre ellas. Mira a través de los barrotes y ve
dentro un altar, adornado con mucha riqueza, con tela de seda y otras cosas y ante él
un gran candelabro de plata que sostenía seis cirios encendidos que daban una gran
claridad. Al verlo le vienen ganas de entrar por saber qué se guarda allí, pues no creía
que en un lugar tan extraño hubiera cosas tan hermosas como las que veía; va
mirando las rejas y cuando se da cuenta que no podrá entrar lo siente tanto que se
aleja de la capilla y vuelve a su caballo llevándolo hasta la cruz por el freno; después
le quita la silla y el freno y lo deja pastar; él se desata el yelmo y lo pone ante sí,
quitándose la espada y tumbándose ante la cruz sobre el escudo y se queda
adormecido porque estaba cansado, pero no pudo olvidar al buen caballero del escudo
blanco.
Cuando lleva un buen rato de este modo, ve venir en una litera, llevada por dos
palafrenes, a un caballero enfermo que se quejaba angustiosamente. Al llegar cerca
de Lanzarote, se detiene y lo mira sin decir ni una palabra, pues piensa que está
dormido; Lanzarote no dice nada, pues estaba en tal situación que ni dormía
profundamente ni velaba bien, sino que estaba en duermevela. El caballero de la litera
se detuvo en la cruz y comenzó a quejarse con mucha pena, diciendo: «¡Ay!, Dios,
¿era necesario este dolor?
¡Ay!, Dios, ¿cuándo vendrá el Vaso Santo, gracias al cual la fuerza de este dolor
desaparecerá? ¡Ay!, Dios, ¿ha sufrido algún hombre tanto daño como yo soporto? Y
todo por una mala acción tan pequeña». Durante un buen rato se queja así el caballero
afligiéndose ante Dios por sus males y sus dolores. Lanzarote no se mueve ni dice
una palabra, pues está como entre la vida y la muerte y, sin embargo, lo ve

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perfectamente y entiende sus palabras.

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De La Visión De Lanzarote
CUANDO el caballero lleva ya un buen rato detenido de tal forma, Lanzarote se fija
más y ve venir de la capilla el candelabro de plata que con los cirios había visto en
ella. Contempla el candelabro que viene hacia la cruz, pero no consigue ver quien lo
trae y se maravilla mucho; después ve venir sobre una mesa de plata el Vaso Santo
que había visto en otro tiempo en casa del Rey Pescador, el mismo vaso que se
llamaba Santo Graal. Tan pronto como el caballero enfermo lo vio venir se dejó caer
a tierra desde la propia altura en la que estaba, y, juntando las manos, dijo: «Buen
señor Dios que habéis hecho tan hermosos milagros en estas tierras y en otras con el
Santo Vaso que veo venir aquí: Padre, miradme por vuestra piedad de tal forma que
este mal que me aqueja se me vaya en breve y que yo pueda entrar en la Demanda
donde los otros nobles han entrado». Entonces se fue arrastrando con la fuerza de sus
brazos hasta la escalera donde estaba cuesta la mesa y el Santo Vaso; se agarra a ella
con las dos manos y se estira hasta que consigue besar la mesa de plata y la toca con
sus ojos. Cuando hizo esto se siente completamente aliviado de sus males. Lanza una
gran exclamación y dice: «¡Ay!, Dios, estoy sano». Y no tardó mucho en quedarse
dormido. Cuando el Vaso llevaba un rato allí, se volvió a ir el candelabro a la capilla
y el Vaso con él, de tal forma que Lanzarote no supo ni a la ida ni a la venida por
quién podía estar llevado. Y sin embargo le ocurrió esto o porque estaba muy cansado
por los trabajos que había tenido, o por pecados que le habían sorprendido; por eso no
se movió con la llegada del Santo Graal ni su cara se afectó. Por este motivo en la
Demanda le dijeron después muchas afrentas y en varios lugares le vinieron muchas
desdichas.
Cuando el Santo Graal se alejó de la cruz y entró en la capilla, el caballero de la
litera se enderezó sano y salvo y besó la cruz. Llegó entonces allí un escudero que
traía unas armas muy hermosas y muy ricas. Llegó a donde estaba el caballero y le
preguntó cómo le había ido. «Por mi fe —dijo—, bien, gracias a Dios. Quedé curado
tan pronto como el Santo Graal me vino a visitar, pero me parece maravilla que ese
caballero que ahí está durmiendo no se despertara con su venida». «Por mi fe —dice
el escudero—, ya será algún caballero que tiene pecados grandes, de los que no se ha
confesado nunca y que es culpable ante Nuestro Señor y por eso no le ha agradado
que viese esta hermosa aventura». «Ciertamente —dice el caballero—, quienquiera
que sea, es un desdichado y bien creo que es alguno de los compañeros de la Tabla
Redonda que han entrado en la Demanda del Santo Graal». «Señor —dice el
escudero—, os he traído vuestras armas, tomadlas cuando queráis». El caballero le
responde que no necesitaba ninguna otra cosa; se arma y toma las calzas de hierro y
la loriga. El escudero se acerca a la espada de Lanzarote, se la da y también el yelmo.
Después se acerca al caballo de Lanzarote, lo ensilla y le pone el freno; cuando lo

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hubo aparejado, le dice a su señor: «Señor, montad, pues no os falta ni buen caballo
ni buena espada. Ciertamente no os he conseguido nada que no sea mayor empleado
en vos que en este malvado caballero que aquí yace». La luna se había levantado
bella y clara, pues ya era más de media noche. El caballero pregunta al escudero si
conoce la espada y le dice que cree conocerla por la belleza que tiene. La saca de la
vaina y la encuentra tan hermosa que la envidiaba mucho. Cuando el caballero estuvo
preparado y montado sobre el caballo de Lanzarote, dirigió la mano hacia la capilla
jurando que si le ayudan Dios y los santos, no dejará de vagar hasta saber cómo es
que el Santo Graal aparece en tantos lugares en el reino de Logres y por quien fue
llevado a Inglaterra, y con qué motivo, a no ser que alguien sepa antes que él las
verdaderas noticias. «Así me ayude Dios —dice el criado—, habéis dicho bastante;
que Dios os conceda como honor el partir en esta Demanda y que os sirva para
salvación del alma, pues ciertamente no la podréis mantener mucho tiempo sin
peligro de muerte». «Si yo muriera en ella —dice el caballero—, será más para mi
honor que para mi vergüenza, pues en esta Demanda no debe nadie echarse atrás ni
por la muerte ni por la vida». Entonces se aleja de la cruz con su escudero llevándose
las armas de Lanzarote, y cabalga siguiendo la ventura.

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Cómo Lanzarote Fue Duramente Recriminado
Por Una Voz
DESPUÉS de haberse alejado más de media legua de allí, Lanzarote se levantó de
donde estaba como el que se hubiera despertado por vez primera. Se pone a
reflexionar sobre lo que ha visto, si ha sido sueño o realidad, pues no sabe si ha visto
el Santo Graal o si lo ha soñado, y entonces se endereza, ve el candelabro ante el
altar, pero, de lo que más le gustaría ver, no ve nada y si fuera posible quisiera saber
noticias ciertas del Santo Graal.
Cuando Lanzarote hubo mirado un gran rato entre las rejas para saber si vería
alguna cosa de las que mucho deseaba, oyó una voz que le decía: «Lanzarote, más
duro que la piedra, más amargo que la madera, más inútil y más vano que la higuera,
¿cómo has sido tan atrevido que osaste entrar en el lugar donde viste el Santo Graal?
Vete de aquí, pues este lugar ha sido infectado con tu entrada». Al oír estas palabras,
se siente tan dolido que no sabe que hacer. Se aleja de allí suspirando de corazón y
llorando de los ojos. Maldecía la hora que nació, pues sabe que ha llegado al punto en
el que ya no tendrá nunca más honor, pues no ha logrado saber la verdad del Santo
Graal. Y no ha olvidado las tres palabras con que le han llamado y que no olvidará en
el tiempo que viva y no estará a gusto hasta saber por qué fue llamado así. Cuando
llegó a la cruz no encuentra ni su yelmo, ni su espada, ni su caballo; se da cuenta que
ha visto la verdad, y comienza un llanto grande y admirable en el que se llama
desdichado, doliente, y dice: «¡Ay!, Dios, ahora me han perdido mis pecados y mala
vida; bien veo que mi desgracia me ha confundido más que ninguna otra cosa, pues
cuando yo debía reparar mis faltas, entonces me destruyó el enemigo, que me ha
quitado la vista de forma que no pude ver nada relacionado con Dios, y no debe
admirar que yo no pueda ver claro, pues desde que fui el primer caballero, no hubo
momento en que no estuviera cubierto por las tinieblas del pecado mortal, ya más que
nadie siempre he vivido en la lujuria y en la villanía de este mundo».
De este modo, Lanzarote se desprecia y se humilla en grado sumo y le dura el
duelo toda la noche; cuando amaneció el día bello y claro, los pajarillos empezaron a
cantar en medio del bosque, el sol empezó a brillar entre los árboles; vio el hermoso
tiempo y oyó el canto de los pájaros con el que se había alegrado muchas veces;
entonces se encontró desprovisto de todas las cosas, de sus armas, de su caballo,
dándose cuenta de que Nuestro Señor estaba entristecido por él; piensa que no podrá
llegar nunca a un lugar donde nada del mundo le pueda devolver su alegría, pues allí
donde pensaba encontrar alegría y todos los honores de la tierra, allí ha fracasado: en
las aventuras del Santo Graal; ésta es una cosa que le aflige mucho.

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Cómo Lanzarote Abandonó El Lugar Y Halló
Un Ermitaño
DESPUÉS de haberse quejado, lamentado y apenado un buen rato por su desdicha,
se aleja de la cruz, yendo a pie por medio del bosque, sin yelmo, sin espada y sin
escudo. No vuelve a la capilla donde oyó las tres maravillosas frases, sino que se
marcha por el sendero, hasta que llega a la hora de prima a un lugar donde hay una
ermita cuyo ermitaño quería comenzar la misa y estaba ya preparado con las armas de
la Santa Iglesia. Entra en la capilla cabizbajo y meditabundo, y tan dolorido que no se
puede más; se arrodilla en medio de la cancela y golpea su cuerpo pidiendo perdón a
Nuestro Señor por las malas obras que ha hecho en este siglo. Escuchó la misa que el
buen hombre cantaba con sus clérigos; después que la hubo cantado, cuando el
ermitaño se había quitado las armas de Nuestro Señor, Lanzarote lo llamó y lo llevó
aparte rogándole por Dios que le salvara. El buen hombre le pregunta de dónde es, él
le responde que es de la casa del rey Artús, y compañero de la Tabla Redonda. El
anciano le pregunta: «¿De qué queréis consejo, es confesión?». «Señor, sí», le
contesta. «Que sea por Nuestro Señor», responde el buen hombre.
Le lleva entonces ante el altar y se sientan juntos. Le pregunta el ermitaño cómo
se llama, dice que se llama Lanzarote del Lago, que fue hijo del rey Ban de Benoin.
Cuando el anciano oyó que era Lanzarote del Lago, el hombre del que se decía lo
mejor, se asombra al verlo llevar un duelo tan grande, y le dice: «Señor, debéis dar a
Dios una recompensa muy grande porque os ha hecho tan hermoso y tan valiente que
no conocemos a nadie en el mundo ni de vuestra belleza ni de un valor semejante. Él
os ha dado el juicio y la memoria que tenéis; por su amor podéis hacer buenas obras
de tal forma que el diablo no tenga ningún provecho en los muchos dones que el
señor os ha dado; servidle con todo vuestro poder y cumplid sus mandamientos; no le
sirváis con los dones que os hizo a su enemigo mortal, es decir, el diablo, pues ya que
Dios ha sido más generoso con vos que con ningún otro, si perdiera algo en vos, se os
debería humillar mucho».

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Cómo Amonestaba El Ermitaño A Lanzarote
«NO me parecéis el mal criado del que se habla en el Evangelio, y del que un
evangelista hace mención diciendo que un rico hombre concedió gran parte de su
dinero a tres de sus criados para que se lo guardaran; dio a uno un besante, a otro dos,
y al tercero le dio cinco. Al que le dio los cinco los multiplicó de tal forma, que
cuando volvió ante su señor, al rendirle cuentas de sus ganancias, le dijo: “Señor, tú
me diste cinco besantes, he aquí los cinco y cinco más que yo os he ganado”. Cuando
el señor lo oyó, respondió: “Ven, buen criado leal, yo te acojo en la compañía de mi
séquito”. Después vino el otro, que tenía dos besantes y dijo a su señor que había
ganado otros dos. El señor le respondió de la misma forma que había hecho al primer
criado, pero el que había recibido uno sólo lo había escondido en la tierra y se alejó
del rostro de su señor y no se atrevió a venir ante él. Éste fue el mal criado, el falso
simoniaco, el hipócrita de corazón, en el que el fuego del Espíritu Santo no entró
jamás, y por eso no se puede calentar con el amor de Nuestro Señor ni abrazar a los
que él anuncia la santa palabra, pues tal como dice la Sagrada Escritura: “El que no
arde, no quema”, es decir: “Si el fuego del Espíritu Santo no calienta al que cuenta la
palabra del Evangelio, el que la escucha no arderá ni se calentará”.
Os he contado esta parábola por los muchos dones que Nuestro Señor os dio. Veo
que Él os hizo más hermoso y mejor que a ningún otro; así me parece por las cosas
que desde fuera se ven y, si a pesar de estos regalos que os hizo, sois su enemigo,
sabed que os aniquilará en muy poco tiempo, a no ser que en breve le deis las gracias
en confesión verdadera, en arrepentimiento de corazón y en reparación de vuestra
vida. Y en verdad os digo que si vos le dais las gracias de esa manera, Él, que es tan
bondadoso y que ama tanto el verdadero arrepentimiento del pecador, cuanto más si
ha caído, os levantará con más fuerza y con más vigor que el que tuvisteis en toda
vuestra vida».
«Señor —dice Lanzarote—, la semejanza que me habéis puesto aquí, de los tres
criados que habían recibido los besantes, me aflige bastante más que otra cosa. Sé
bien que Jesucristo me ha dado desde mi infancia todas las buenas gracias que
cualquier hombre pudiera tener; y porque Él fue así de generoso y yo le he devuelto
tan mal todo lo que me concedió, sé bien que seré juzgado como el mal servidor que
guardó su besante en la tierra. Yo he servido toda la vida a su Enemigo, guerreándole
con mi pecado, me he metido en el camino ancho y llano al comienzo, es el comienzo
del pecado, el diablo me ha mostrado la dulzura y la miel, pero no me ha mostrado las
penas duraderas que sufrirá el que permanezca en este camino». Cuando el buen
hombre oyó estas palabras, comenzó a llorar diciendo a Lanzarote: «Señor, sé bien
que no ha permanecido nadie en ese camino que vos decís que no haya muerto para la
vida eterna, pero lo mismo que el hombre se equivoca alguna vez su camino cuando

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se queda dormido y retrocede tan pronto como se despierta, así sucede con el pecador
que se duerme en el pecado mortal saliéndose del camino correcto y que vuelve a su
camino, es decir, al Creador y se dirige hacia el Alto Señor que todos los días le grita:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Entonces ve una cruz en la que está pintado
el símbolo de la Vera Cruz; se la muestra a Lanzarote y le dice: “Señor, ¿veis esa
cruz?”. “Sí”, le contesta. “Sabed, verdaderamente —le dice el buen hombre—, que
aquella figura ha extendido sus brazos para recibir a todos”. De tal forma ha
extendido sus brazos Nuestro Señor para recibir a cada pecador, a vos y a todos los
demás que se le dirigen y los llama a todos diciéndoles: “Venid, venid”. Y ya que Él
es tan bondadoso que siempre está dispuesto a recibir a los que hacia Él se vuelven,
sabed que no os rechazará si vos os ofrecéis a Él de tal forma como os digo,
confesándoos por vuestra boca y arrepintiéndoos con vuestro corazón y reparando las
faltas de vuestra vida. Decid ahora cómo sois y contadle vuestros actos ante mí y os
ayudaré socorriéndoos y aconsejándoos en lo que pueda».

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Cómo Confesó Lanzarote Sus Pecados Y Se
Arrepintió De Sus Culpas
LANZAROTE piensa un momento, como si no hubiera relación entre él y la reina, y
no habría dicho nada en su vida si no lo hubiera llevado a este término un consejo tan
grande. Lanza un suspiro desde lo hondo de su corazón, pero está tan sumiso al
pecado que no se atreve a pronunciar una palabra con su boca; y, sin embargo, él las
diría con gusto, pero no osa como el que es más cobarde que atrevido. El buen
hombre le amonesta a que se arrepienta de su pecado y que lo abandone todo, pues de
otra manera sería afrentado si no hiciera lo que le aconseja; le promete la vida eterna
por el arrepentimiento y el infierno por ocultarlo, le dice tan buenas palabras y tantos
ejemplos, que Lanzarote empieza a decir: «Señor, estoy muerto por el pecado de una
dama mía a la que he amado durante toda mi vida: la reina Ginebra, la mujer del rey
Artús. Ella me ha dado oro y plata en abundancia y los ricos regalos que alguna vez
yo he otorgado a los pobres caballeros; es ella la que me ha puesto en el gran lujo y
en la altura en la que yo estoy, es por su amor por el que yo he realizado los grandes
hechos de armas de los que habla todo el mundo; ella me ha hecho venir de la
pobreza a la riqueza y del desagrado a todas las felicidades terrenas, pero bien sé que
por este pecado Nuestro Señor se ha enfadado mucho conmigo, tal como me
demostró ayer por la noche». Entonces cuenta cómo había visto el Santo Graal sin
haberse movido hacia Él ni por honra ni por amor a Nuestro Señor.
Cuando hubo contado al buen hombre todo lo suyo y de su vida, le ruega por
Dios que lo absuelva. «Ciertamente, señor, le dice, vuestra absolución no os sirve si
no prometéis a Dios que no volveréis a caer en este pecado, pero si vos queréis
limpiaros completamente, agradecédselo y arrepentíos de todo corazón; pienso que
Nuestro Señor os volverá a llamar entre sus servidores y os hará abrir la puerta de los
cielos, donde está preparada la vida eterna a los que allí entren. Pero tal como estáis
ahora no os podría servir para nada la absolución, pues sería como aquel que hace
construir sobre malos cimientos una torre fuerte y alta: le sucederá que cuando haya
construido un buen tramo, todo se le caerá. Así se perderá en vos nuestro esfuerzo si
no lo recibís de corazón franco y os ponéis a actuar; sería la semilla que se echa sobre
la roca que los pájaros se la llevan y que no da ningún provecho». «Señor —le dice
—, no me diréis nada que no haga, si Dios me da vida para ello». «Os pido —le dice
el hombre bueno— que me prometáis que nunca más volveréis a ofender a vuestro
Señor cometiendo pecados mortales con la reina ni con cualquier otra dama, y que no
haréis nada que le pueda enfadar». Lo jura como leal caballero.

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Explicación de las extrañas palabras que la voz
dirigió a Lanzarote
«DECIDME ahora —le dice el anciano— ¿cómo os han ido las aventuras del
Santo Graal?». Le cuenta y le explica las tres frases que le dijo la voz en la capilla
cuando fue llamado piedra, madera e higuera. «Y, por Dios —continúa—, decidme el
significado de estas tres cosas, pues no hay palabras que yo desee saber tanto como
éstas, por eso os ruego que me lo digáis, pues bien sé que conocéis la verdad».
Comienza entonces el hombre bueno a pensar durante un buen rato y, cuando habla,
le dice: «Ciertamente, Lanzarote, me extraña que esas tres palabras os hayan sido
dichas, pues habéis sido siempre de los hombres más maravillosos de este mundo y
por eso se os dicen más palabras admirables que a los demás. Y ya que deseáis saber
la verdad, os la diré a gusto; escuchad:
“Me habéis contado que se os dijo: Lanzarote, más duro que piedra, más amargo
que madera, más inútil y vano que la higuera, vete de aquí”. Debe considerarse
asombroso que se os llamara más duro que la piedra, pues la piedra es dura por su
propia naturaleza y hay piedras más duras que otras. Las piedras en las que se
encuentra dureza deben entenderse como el pecador que se ha adormecido y
endurecido en su pecado y su corazón está endurecido de tal forma que no puede ser
ablandado ni por el fuego ni por el agua. No puede ser ablandado por el fuego, pues
el fuego del Espíritu Santo no puede encontrar lugar en él, porque su cuerpo está
sucio por los distintos pecados que ha cometido de día en día; el agua no puede
ablandarlo, pues la palabra del Espíritu Santo que es la dulce agua y la dulce lluvia no
puede ser recibida en su corazón, y Nuestro Señor no se albergará en ningún lugar
donde esté su Enemigo, sino que antes quiere que el hostal donde descienda esté
limpio y purificado de todos los vicios y de todas las inmundicias; por esta intención
es el pecador llamado piedra, a causa de la gran dureza que Nuestro Señor encuentra
en él, pero conviene ver por qué eres llamado más duro que piedra, es decir, cómo
eres el más pecador entre todos los pecadores». Cuando dijo esto, se pone a pensar y
después le dice: «Te diré cómo eres el más pecador entre todos los pecadores: has
oído que de los tres criados a los que el rico hombre dio los besantes para que los
aumentaran y los multiplicasen, los dos que más habían recibido, fueron criados
buenos, leales, sabios y previsores, el otro, que había recibido menos, fue el criado
falso y desleal; mira ahora si tú podrías ser uno de los criados a los que Nuestro Señor
dio los cinco besantes para que los multiplicara. Creo que él te dio aún muchos más y
si se buscara ahora entre los caballeros de la tierra, creo que no se encontraría a nadie
a quien Nuestro Señor diera tanta gracia como te ha prestado a ti: te dio colmada
belleza, te dio sentido, discreción para conocer el bien y el mal, valor y atrevimiento,

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y además te dio la felicidad con tanta largueza, que tú has estado siempre por encima
de todo lo que comenzaste. Todas estas cosas te dio Nuestro Señor para que fueras su
caballero y su sirviente y no te dio ninguna de ellas para que fueran perdidas por ti,
sino para que fueran aumentadas y acrecentadas. Has sido tan mal criado, tan desleal,
que tú se las has quitado y has servido a su Enemigo y todos los días has guerreado
contra él; has sido el mal jornalero que se separa de su señor tan pronto como ha
recibido la soldada y se va a ayudar al Enemigo; así has hecho tú con Nuestro Señor,
pues tan pronto como te pagó bella y ricamente, lo abandonaste para ir a servir a
aquel que todos los días le guerrea y no hubo ningún hombre que yo sepa que pagara
tan bien como Él te pagó, y por eso puedes ver bien que eres más duro que la piedra y
más pecador que ningún otro pecador, y, si se quiere, se puede entender piedra en otro
sentido, pues de la piedra vieron salir muchas gentes alguna dulzura en el desierto,
más allá del Mar Rojo, donde el pueblo de Israel vivió tanto tiempo. Allí se vio bien
que cuando el pueblo tenía necesidad de beber, pues todos estaban sedientos, Moisés
se acercó a una dura roca vieja y dijo como si fuera una cosa que no pudiera suceder:
“¿No podremos sacar agua de esta roca?”. E inmediatamente salió agua de la roca
con tal abundancia que todo el pueblo tuvo para beber y así fue acallado el tumulto y
mitigada la sed. De este modo así se puede decir que de la piedra salió alguna vez
dulzura, pero de ti no salió nunca nada, por lo que puedes ver sin dificultad que eres
más duro que la piedra».
«Señor —dice Lanzarote—, decidme ahora por qué se me dijo que yo era más
amargo que la madera». «Te lo diré —le contesta el hombre bueno—. Escucha: Ya te
he mostrado cómo está en ti toda la dureza y donde está albergada tanta dureza, no
puede tener alojamiento ninguna dulzura, y no debemos pensar que quede nada, sino
amargura y la amargura es en ti tan grande como debería ser la dulzura, por eso eres
semejante a la madera muerta y podrida, en la que no hay ninguna dulzura, sino que
sólo queda amargura. Ya te he mostrado cómo eres más duro que la piedra y más
amargo que la madera.
La tercera cosa que hay que mostrar es cómo eres más inútil y más despreciable
que la higuera. De la higuera de la que habla aquí, se hace mención en el Evangelio,
en la parábola del día de Pascua Florida, el día en que Nuestro Señor llegó a la ciudad
de Jerusalén sobre el asno. El día que los hijos de los hebreos cantaban por su venida
los dulces cantos de la Santa Iglesia, y que cada año se recuerdan, ese día que se
llama el día de las flores. Ese día habló el Alto Señor, el Alto Maestro, el Alto Profeta
en la ciudad de Jerusalén a los que albergaban todo tipo de dureza y después de
haberse esforzado todo el día, se alejó de las palabras y no encontró en toda la ciudad
quien lo quisiera albergar y por eso fue de aquella ciudad y cuando ya hubo salido se
encontró en el camino una higuera, que estaba repleta de hojas y ramas, pero que no
tenía ningún fruto. Nuestro Señor se acercó al árbol y al verlo desprovisto de fruto,
dijo enfadado la maldición del árbol que no tenía frutos. Mira ahora si podrías ser
comparable y más inútil y vano que lo que fue la higuera. Cuando el alto Señor se

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acercó al árbol, encontró en él hojas de las que podía tomar todas las que quisiera;
pero cuando el Santo Graal vino a donde tú estabas, te encontró tan desprovisto, que
no encontró en ti ni buen pensamiento ni buena voluntad, sino villanía, suciedad y
deseo de lujuria, fue lo que encontró en ti; y te vio completamente falto de hojas y de
flores, es decir, de todo tipo de buenas obras, y por eso se te dijeron las palabras que
tú me has contado: “Lanzarote, más duro que piedra, más amargo que madera, más
inútil y despreciable que la higuera, vete de aquí”».

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De La Penitencia Que Impuro El Ermitaño A
Lanzarote
«CIERTAMENTE, señor —dice Lanzarote—, me habéis dicho tantas cosas y me
habéis demostrado patentemente que con justicia he sido llamado piedra, madera e
higuera, pues todas las cosas que me habéis dicho están albergadas en mí; sin
embargo, según lo que me habéis contado, yo no he ido todavía tan lejos como para
no poder volver si quiero salvarme de recaer en pecado mortal, y prometo, primero a
Dios y después a vos, que no volveré a la vida que he llevado durante tanto tiempo,
sino que guardaré castidad y mantendré mi cuerpo lo más limpiamente que pueda.
Pero no podré retenerme de seguir caballería y de hacer armas mientras esté sano y
salvo como ahora estoy». Cuando el ermitaño oyó estas palabras, se alegró mucho y
dijo a Lanzarote: «Ciertamente, si queréis dejar el pecado de la reina, os digo que en
verdad Nuestro Señor os amará aún y os enviará socorro mirándoos con compasión y
os dará poder para llevar a cabo muchas cosas a las que no podéis llegar por vuestro
pecado». «Señor —dice Lanzarote—, yo lo dejo de tal forma que ya nunca más
pecaré con ella ni con otra».
Cuando el venerable anciano lo oyó, le manda hacer tal penitencia como él piensa
que podría hacerla; lo absuelve y bendice y le ruega que permanezca todo el día
consigo. Él le responde que le conviene hacerlo, pues no tiene ni caballo sobre el que
pueda montar ni escudo, ni lanza ni espada. «Para eso os ayudaré bien, le dice el
ermitaño, antes de mañana por la noche, pues cerca de aquí vive un hermano mío que
es caballero, y me enviará caballo, armas y todo lo que sea necesario tan pronto como
se lo pida». Lanzarote responde que entonces permanecerá a gusto; y el hombre
bueno se alegra y se pone contento.
Así quedó Lanzarote con el anciano que le aconsejó hacer el bien, y el ermitaño le
dijo tantas buenas palabras que Lanzarote se arrepintió mucho de la vida que había
llevado durante tanto tiempo, pues veía que si hubiera muerto, habría perdido el alma
y si hubiera sido alcanzado su cuerpo por casualidad, habría quedado mal herido por
la madera. Y por eso se arrepiente del loco amor que tuvo hacia la reina y que ha
mantenido durante tiempo. Se lamenta y se escarnece y jura en su corazón que no
volverá a recaer. Aquí deja la historia de hablar de él y vuelve a Perceval.

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Cómo Perceval Volvió Con La Anacoreta Y De
Lo Que Ésta Le Dijo
DICE ahora la historia que cuando Perceval se alejó de Lanzarote volvió a donde
estaba la anacoreta que le había dado informes sobre el caballero que se les había
escapado. Al volver no logró encontrar ningún camino preciso que le llevara a
aquella parte; sin embargo, se dirigió a donde creía que estaba. Cuando llegó a la
capilla, tocó a la ventana de la anacoreta, que le abrió como si no durmiera. Sacó la
cabeza cuanto pudo y preguntó quién era. Él contestó que era de la casa del rey Artús
y que se llamaba Perceval el Galés. Cuando aquella oye su nombre, se alegra mucho,
pues le amaba sobremanera y así debía hacerlo como si fuera pariente suya. Llama a
sus servidores y les ordena que abran la puerta al caballero que está fuera, que le den
de comer si lo necesita y le sirvan de todo lo que puedan, pues es el hombre al que
más ama del mundo. Aquellos cumplen sus órdenes, se acercan a la puerta y la abren,
recibiendo al caballero, al que desarman y le dan de comer. Él pregunta si podrá
hablar aún en ese día a la reclusa. «Señor —le contestan—, no, pero mañana, después
de misa, pensamos que podréis hablarle sin dificultad». Se conforma y se acuesta en
una cama que le preparan. Durante toda la noche reposó como el que estaba cansado
y fatigado.
Por la mañana, cuando ya hubo amanecido, se levantó y oyó misa, que cantó un
santo varón de allí. Después de que se hubo armado, se acercó a la anacoreta y le
dijo: «Señora, por Dios, dadme noticia del caballero que pasó ayer por aquí, al que
dijisteis que conocíais bien, pues necesito saber quién es». Cuando la dama oye estas
palabras, le pregunta por qué lo busca. «Porque —le responde— no volveré a estar
feliz antes que lo haya vuelto a encontrar y haya luchado con él, pues me hizo tanto
daño, que no podré dejarlo sin afrenta».
«¡Ay!, Perceval —le dice—, qué es lo que decís, ¿queréis combatir con él?
¿Tenéis deseo de morir igual que vuestros hermanos, que han muerto y han sido
matados por su ultraje? Si vos morís de esa manera, será una calamidad grande y
vuestro linaje se encontrará muy decaído. ¿Sabéis que perderíais, si lucharais contra
ese caballero? Os lo digo. Es cierto que la gran Demanda del Santo Graal ha
comenzado y que sois compañeros, según parece, y que será llevada a cabo en breve,
si Dios quiere; y resulta que vos tendréis un honor mucho más grande de lo que
pensáis si no combatís a ese caballero, pues bien sabemos que en este país y en otros
muchos lugares que habrá, en definitiva, tres preciados caballeros que tendrán el
honor y el premio de la Demanda sobre todos los demás. De ellos, dos serán vírgenes
y el tercero, casto; de los dos vírgenes, uno será el caballero al que vos buscáis, y vos
seréis el otro, el tercero será Boores de Gaunes; por estos tres caballeros será llevada

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a término la Demanda. Y ya que Dios os ha concedido tal honor, sería una gran pena
que, mientras, buscarais vos vuestra propia muerte. Bien la perseguiréis si combatís al
que vais buscando, pues sin lugar a dudas es mucho mejor caballero que vos y que
cualquier hombre conocido».
«Señora —dice Perceval—, me parece, según lo que me decís de mis hermanos,
que sabéis bien quién soy yo». «Bien lo sé —le contesta— y bien lo debo saber, pues
yo soy vuestra tía y vos mi sobrino, y no lo dudéis, aunque me veáis en un pobre
lugar; sabed que en verdad yo soy aquella que se llamaba antaño reina de la Tierra
Desierta, y me visteis en otra situación que en la que ahora estoy, pues yo era una de
las damas más ricas del mundo; sin embargo, nunca aquella riqueza me agradó tanto
ni me gustó como esta pobreza de ahora».
Cuando Perceval oyó estas palabras, comenzó a llorar de la piedad que tuvo; se
acordó de cuando la conoció y entonces se sentó ante ella preguntándole noticias dé
su madre y de sus parientes. «¿Cómo —le dice—, buen sobrino, no sabéis ninguna
noticia de vuestra madre?». «Ciertamente —contesta—, señora, no, no se si está viva
o muerta, pero muchas veces se me ha comunicado en sueños que ella debía quejarse
más de mí que alabarme, pues casi la había maltratado». Cuando la dama oyó estas
palabras le respondió cabizbaja y meditabunda: «Ciertamente —le dijo—, habéis
faltado a vuestra madre y no sólo en sueños; murió tan pronto como os fuisteis a la
corte del rey Artús». «Señora —le pregunta—, ¿cómo fue eso?». «Por mi fe —le dijo
—, vuestra madre se encontró tan dolida con vuestra marcha que el mismo día, tan
pronto como se confesó, murió». «Que Dios tenga compasión de su alma, pues
ciertamente esto lo siento mucho, pero ya que ha ocurrido así, de tal manera, no
queda más remedio que soportarlo, pues así terminaremos todos. Ciertamente, no
tuve más noticias, pero del caballero por el que pregunto, por Dios, ¿sabéis quién es y
si es el que vino a la corte con armas rojas?». «Sí —contesta—, por mi cabeza, y fue
con justicia; os contaré qué sentido tenía».

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Historia De La Mesa Redonda Y Del Asiento
Peligroso
«BIEN sabéis que desde la llegada de Jesucristo hubo tres mesas principales en el
mundo. La primera fue la mesa de Jesucristo, donde los apóstoles comieron varias
veces, fue la mesa que sostenía los cuerpos y las almas de la comida del Cielo; en esa
mesa se sentaron los hermanos que tenían una misma cosa en el cuerpo y en el alma y
de ellos David el profeta dijo en su libro unas palabras maravillosas: “Es una cosa
muy buena cuando los hermanos viven juntos con una misma voluntad y un solo
objetivo”. Por los hermanos que se sentaron en esta mesa, hubo paz, concordia y
paciencia y se pudieron ver en ellos todas las buenas obras. En esta mesa se colocó el
cordero sin mancha, que fue sacrificado para nuestra redención.
Después de esta mesa, hubo otra semejante, y en recuerdo de aquélla; fue la mesa
del Santo Graal, en la que hubo tantos milagros en otro tiempo, y que llegó a este país
en tiempos de José de Arimatea, al comienzo de la cristiandad, y que todos los nobles
y los creyentes deberían tener presente este milagro en su recuerdo. Sucedió que José
de Arimatea vino a esta tierra y mucha gente con él, tantos que posiblemente podían
ser cuatro mil, todos pobres. Cuando llegaron a este país se entristecieron mucho,
pues tuvieron miedo que les faltara comida, porque eran muy numerosos y un día
vagaban por un bosque donde no encontraron comida ni gente y estaban todos
desconsolados, pues no conocían la tierra. Pasaron aquel día así y la mañana siguiente
buscaron por todas partes hasta encontrar a una anciana que llevaba doce panes del
horno; se los compraron y cuando quisieron repartirlos, surgió entre ellos ira y mal
talante, pues no querían ponerse de acuerdo unos con lo que querían hacer los otros.
Esta situación fue anunciada a José, que se enfadó mucho cuando lo supo. Ordenó
que le fueran traídos los panes y se los trajeron. También vinieron los que los habían
comprado y supo por la boca de éstos que unos no querían ponerse de acuerdo con
los otros. Entonces ordenó a todo el pueblo que se sentaran como si estuvieran en la
Santa Cena y él despedazó los panes y los fue colocando a la cabecera de la mesa del
Santo Graal, con cuya venida los doce panes bastaron de forma que todo el pueblo,
que fácilmente eran cuatro mil personas, fue alimentado y saciado de manera
maravillosa. Cuando vieron esto, dieron gracias y alabaron a Nuestro Señor porque
les había socorrido de forma tan clara.
En aquella mesa había un asiento donde debía sentarse Josofes, el hijo de José de
Arimatea, hecho de tal modo que en él sólo se podía sentar el Maestro y Pastor de
ellos, Josofes, consagrado y bendecido por la mano de Nuestro Señor mismo, según
cuenta la historia, y responsable de los cristianos. En aquel asiento lo había sentado
Nuestro Señor y por eso no había nadie tan atrevido que osara sentarse en él. El sillón

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fue labrado a semejanza del asiento en el que Nuestro Señor se sentó el día de la
Cena, cuando entre sus apóstoles estuvo como pastor y como maestro. Y del mismo
modo que era señor y maestro entre sus apóstoles, Josofes debía guiar de manera
semejante a todos aquellos que se sentaban en la mesa del Santo Graal: debía ser su
maestro y su señor. Pero sucedió que cuando llegaron a este país y hubieron errado
mucho tiempo por tierras extrañas, dos hermanos, parientes de Josofes, tuvieron
envidia de aquél a quien Nuestro Señor había elevado más alto que a ellos y llevado
al punto más importante de todos. Hablaron en secreto y decidieron no aceptar a su
maestro, pues ellos eran de tan alto linaje como él y por eso no se considerarían ya
sus discípulos ni lo llamarían maestro. A la mañana siguiente, después de haber
subido un gran trecho, las mesas fueron preparadas y quisieron sentar a Josofes en el
asiento más alto, pero los dos hermanos se opusieron y uno de ellos se sentó allí a la
vista de todos. Sucedió tal milagro que la tierra tragó al que se había sentado en el
trono y este milagro fue sabido inmediatamente por el país y por eso el asiento fue
llamado Asiento Peligroso: desde entonces no hubo nadie tan atrevido que se sentara
en él, sino aquél a quien Nuestro Señor había designado para ello.
Después de esta mesa, existió la Tabla Redonda por consejo de Merlín y fue
establecida con un sentido muy claro, pues es llamada Tabla Redonda por la redondez
del mundo y por el conjunto de los planetas y elementos del firmamento; en este
conjunto debemos ver las estrellas y otras muchas cosas, por lo que se puede decir
que en la Tabla Redonda está condensado todo el mundo. Podéis ver que de todas las
tierras en las que hay caballería, sean de cristianos o de paganos, vienen los
caballeros a la Tabla Redonda y cuando Dios les da tal gracia que los hace
compañeros, se consideran más felices que si hubieran ganado todo el mundo y bien
se ve que dejan a sus padres y a sus madres, a sus mujeres y a sus hijos. Vos mismo
habéis visto suceder esto, pues desde que os separasteis de vuestra madre y se os
nombró caballero de la Tabla Redonda, no tuvisteis voluntad de volver allí, sino que
os visteis sorprendido por la dulzura y la fraternidad que debía haber entre los
compañeros.
Cuando Merlín creó la Tabla Redonda, dijo que, gracias a los que serían
compañeros, se sabría la verdad del Santo Graal, del que no se pudo ver ningún signo
en tiempos de Merlín. Se le preguntó cómo se podría conocer a los que valieran más
y contestó: “Serán tres los que lo lleven a cabo, dos de ellos vírgenes, y el tercero
casto. De los tres, uno superará a su padre, del mismo modo que el león supera al
leopardo en fuerza y en atrevimiento. Ése deberá ser tenido como maestro y como
pastor por encima de los demás. Los compañeros de la Tabla Redonda andarán
siempre desorientados en la búsqueda del Santo Graal hasta que el Señor lo enviará
entre ellos de manera tan súbita que será maravilloso”. Cuando aquéllos oyeron estas
palabras, dijeron: “Merlín, ya que será un noble —según dices— deberías hacer un
asiento propio en el que no se sentara nadie excepto él y que fuera tan grande sobre
los demás que todos lo pudieran conocer”. “Así lo haré”, dijo Merlín. Entonces hizo

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un asiento entre los demás, grande y admirable. Al terminar de hacerlo, comenzó a
besarlo diciendo que lo había hecho por amor del Buen Caballero que descansaría en
él; y le dijeron ahora: “Merlín, ¿qué ocurrirá con este asiento?”. “Ciertamente,
sucederán —contestó— muchas cosas maravillosas, pues ya nadie lo ocupará que no
muera o sea dañado, hasta que el verdadero caballero se siente en él”. “En nombre de
Dios —dijeron— se pondría entonces en gran peligro el que se siente en él”. “En
peligro se pondría —dijo Merlín— y por los peligros que sucederán, se llamará con el
nombre de Asiento Peligroso”».

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Cómo La Ermitaña Aconsejó A Perceval Que
Siguiera A Galaz
«BUEN sobrino —dijo la dama—, ya os he dicho por qué motivo la Tabla
Redonda fue construida y por qué fue hecho el Asiento Peligroso, en el que muchos
caballeros han muerto por no ser dignos de sentarse en él. Ahora os diré de qué
manera vino el caballero con las armas bermejas a la corte. Bien sabéis que Jesucristo
fue entre sus apóstoles el pastor y el maestro en la mesa de la Cena. Después fue
rememorada por José la mesa del Santo Graal y la Tabla Redonda por este caballero.
Nuestro Señor prometió a sus apóstoles antes de su pasión que los volvería a ver y a
visitar y ellos esperaron esta promesa tristes y desconsolados. Y sucedió que el día de
Pentecostés, cuando estaban todos en una casa, con las puertas y ventanas cerradas, el
Espíritu Santo descendió entre ellos en forma de fuego y les reconfortó, dándoles
confianza en lo que dudaban. Entonces hizo que se separaran y los envió a predicar
por las tierras del mundo y a enseñar el Santo Evangelio y así sucedió a los apóstoles
el día de Pentecostés cuando Nuestro Señor vino a visitarlos y a reconfortarlos, y creo
que en semejanza de esto, vino a consolaros el caballero al que debéis tener por
maestro y por pastor, pues del mismo modo que Nuestro Señor vino en forma de
fuego, así llegó el caballero con las armas bermejas, que son el color semejante al
fuego; del mismo modo que las puertas y ventanas de donde estaban los apóstoles
estaban cerradas cuando llegó Nuestro Señor, así estaban las puertas del palacio
cerradas antes de que el caballero viniera, y, cuando llegó, lo hizo de modo tan súbito
que no hubo nadie tan sabio entre vosotros que supiera de dónde había venido. Aquel
mismo día fue emprendida la Demanda del Santo Graal, que ya no será abandonada
hasta que se sepa la verdad de la lanza y por qué han ocurrido tantas aventuras en este
país. Ahora os diré la verdad del caballero, para que no luchéis contra él, pues sabéis
que sois su hermano en la compañía de la Tabla Redonda y por eso no duraríais en el
enfrentamiento, ya que es mucho mejor caballero que vos».
«Señora —le dijo—, me habéis dicho tantas cosas que ya no tendré ganas de
luchar nunca contra él; pero, por Dios, decidme qué podré hacer y cómo podré
encontrarlo, porque si lo tuviera por compañero, no me apartaría de él en el tiempo
que lo pudiera seguir». «En eso, os aconsejaré lo mejor que pueda, pues no sé deciros
dónde está. Sin embargo, os diré los signos por los que podréis encontrarlo; cuando lo
hayáis encontrado, mantened su compañía tanto como podáis. Os iréis de aquí a un
castillo que se llama Got, donde hay una prima hermana suya: por su amor pienso
que se albergaría ayer por la noche allí; si ella sabe deciros por qué parte va, seguidlo
tan pronto como podáis, y si no os dice nada, iros derecho al castillo de Corberic,
donde vive el rey Tullido; sé bien que allí tendréis verdaderas noticias de él, en caso

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de que no lo hallaseis».
Perceval y la ermitaña hablaron así del caballero, hasta que fue la hora del
mediodía. Entonces, le dijo a Perceval: «Buen sobrino, permaneced esta noche
conmigo y estaré muy a gusto, pues hace mucho tiempo que no os veía y vuestra
partida me resultará enojosa». «Señora —le responde—, tengo tantas cosas que hacer
que apenas si podré permanecer aquí. Os ruego por Dios que me dejéis ir».
«Ciertamente —dice—, con mi autorización no os iréis, pero mañana, tan pronto
como hayáis oído misa, os daré gustosamente permiso». Él dijo que entonces
permanecería y se hizo desarmar al punto. Los sirvientes les prepararon la mesa y
comieron lo que la dama había ordenado servir.

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De Los Consejos Que Daba La Ermitaña A
Perceval
AQUELLA noche Perceval quedó allí con su tía y hablaron del caballero y de otras
muchas cosas, hasta que ella le dijo: «Buen sobrino, os habéis guardado de tal forma
que, hasta ahora, vuestra virginidad no fue mal empleada ni empobrecida y nunca
visteis qué cosa era la carne ni nada que se le semejara. Así debía ser, pues si vuestra
carne hubiera sido violada por la corrupción del pecado, no habríais llegado a ser uno
de los principales entre los compañeros en la Demanda, como ha sucedido a
Lanzarote del Lago, que, por ceder durante mucho tiempo al ardor de la carne y a la
lujuria, no consiguió llevar a fin aquello en lo que todos los demás están ahora
empeñados. Por eso os ruego que guardéis vuestro cuerpo tan limpio como Nuestro
Señor os puso en caballería, de tal forma que podáis llegar virgen y puro ante el Santo
Graal y sin tacha de lujuria. Ciertamente, será una de las más hermosas hazañas que
nunca hizo ningún caballero, pues de todos los de la Tabla Redonda, no hay ni uno
sólo que no haya mal empleado su virginidad, si exceptuarnos a vos y a Galaz, el
buen caballero del que os he hablado». Contestó que, si Dios quería, se guardaría tan
bien como convenía hacerlo.
Todo aquel día permaneció Perceval allí y su tía le aconsejó mucho, instándole a
las cosas bien, pero sobre todo le pidió que guardara tan limpia su carne como debía
hacerlo y él le juró que así lo haría. Después que hubieron hablado un buen rato del
caballero y de la corte del rey Artús, le preguntó Perceval por qué motivo se había
establecido en un lugar tan salvaje y había abandonado su tierra. «Por Dios, le
respondió, fue por miedo a la muerte por lo que me encerré aquí. Bien sabéis que
cuando os fuisteis a la corte, mi señor el rey tenía guerra contra el rey Librán.
Sucedió entonces que, tan pronto como mi señor murió, yo, que era miedosa, tuve
temor de que aquél me matara si conseguía alcanzarme. Tomé entonces parte de mi
haber y me vine a un lugar como éste para no ser encontrada y mandé hacer esta
clausura y esta casa tal como la veis y en ella metí a mi capellán y a mi mesnada;
luego entré en clausura de tal forma que nunca más en la vida, si Dios quiere, volveré
a salir, sino que moriré al servicio de Nuestro Señor y en él utilizaré el resto de mis
días». «Por mi fe —dice Perceval—, eso es una cosa maravillosa, pero decidme, ¿qué
ocurrió con vuestro hijo Dyabiaus? Deseo saber cómo le ha ido». «Ciertamente, fue a
servir al rey Pelés, vuestro pariente, para recibir armas y después he oído decir que lo
nombró caballero, pero han pasado ya dos años sin que lo haya vuelto a ver. Vive
siguiendo los torneos en Gran Bretaña. Posiblemente, creo, lo encontraréis en
Corberic si vais allí». «En verdad —dice Perceval—, si sólo tuviera que ir para verle,
iría, pues deseo mucho acompañarle». «Por Dios —le dice—, bien querría que os

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hubiera encontrado, porque entonces yo estaría a gusto de que fuerais juntos».

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Cómo Se Marchó Perceval Y De Lo Que Le
Ocurrió En El Monasterio
ASÍ estuvo Perceval aquel día con su tía. Por la mañana, tan pronto como oyó misa,
se armó, marchándose; cabalgó por el bosque que era inmenso, de tal manera que no
encontró ni hombre ni mujer. Después de vísperas, oyó sonar una campana a su
derecha; volvió hacia aquella parte, pues bien sabía que era un monasterio o una
ermita. Al rato de ir hacia allí, vio que era una casa de religiosos que estaba rodeada
de muros y de un profundo foso. Se acercó a aquella parte y llamó a la puerta,
esperando que le abrieran. Los de dentro, al verlo armado, piensan que es un
caballero andante. Lo hacen desarmar y lo reciben con muy buena cara. Toman su
caballo y lo llevan al establo, dándole heno, del que tenían muy gran abundancia.
Uno de los frailes le llevó a una habitación para que se reposara: aquella noche fue
albergado allí lo mejor que pudieron los frailes. Por la mañana se despertó antes de la
hora de prima y fue a oír misa a la misma abadía.
Cuando entró en el monasterio, vio a un lado unas rejas de hierro junto a las que
había un fraile vestido con las armas de Nuestro Señor y que quería comenzar la
misa. Se dirige hacia allá, como el que tiene deseo de oír el oficio, acercándose a las
rejas y pensando pasar dentro, pero no lo hará, al menos eso le parece, porque no
puede encontrar la entrada; por eso, se aguanta y se arrodilla fuera. Al mirar detrás
del padre, ve un lecho adornado muy ricamente con sábanas de seda y otras cosas, de
tal modo que no había nada de semejante blancura. Perceval contempla el lecho y se
da cuenta de que dentro yace un hombre o una mujer, pero no sabe qué es, pues tiene
la cara cubierta con un velo blanco muy fino, que, a pesar de serlo, no le deja ver el
rostro. Cuando vio que pasaría el tiempo mirando en vano, deja de mirar y presta
atención a la misa que el venerable hombre había comenzado. En el momento en que
el sacerdote iba a levantar el cuerpo de Nuestro Señor, el que yacía se enderezó en la
cama sentándose, y descubrió su rostro: era un hombre muy anciano, viejo y canoso,
que tenía una corona de oro en su cabeza y los hombros desnudos y descubiertos
igual que todo el pecho hasta el ombligo. Cuando Perceval lo mira, ve que tiene el
cuerpo lleno de llagas y heridas, así como las palmas, los brazos y la cara. Al
mostrarle el sacerdote el cuerpo de Jesucristo, tendió los brazos hacía él y comenzó a
gritar: «Buen Padre, no olvidéis darme lo que se me debe». Y después no quería
volverse a acostar, sino que comenzó las rogativas y oraciones, enderezando sus
manos hacia el Creador y manteniendo la corona de oro en su cabeza. Durante mucho
rato miró Perceval al hombre que estaba sentado en la cama, pues le parece que está a
disgusto por las heridas que tiene; lo ve tan viejo que piensa que ha de tener
trescientos años o quizás aún más. Le mira todo el rato, pues considera esto una

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maravilla muy grande. Ve en la misa cantada que el sacerdote tomó entre sus manos
el Corpus Domini y lo llevó al que estaba acostado en la cama, dándoselo. Después
de haberlo recibido, se quitó la corona de la cabeza y la hizo poner encima del altar y
se volvió a acostar en la cama, como estaba antes, siendo cubierto de manera que no
se veía nada de él. Después, el sacerdote se desvistió como si hubiera terminado la
misa.

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Historia Del Rey Mordrain
AL ver esto, Perceval salió del monasterio y fue a la habitación donde había estado
acostado. Llamó a uno de los frailes y le dijo: «Señor, por Dios, responded a lo que os
pregunte, pues pienso que vos debéis saber la verdad». «Señor caballero, decidme de
qué se trata y, si lo sé, os contestaré con gusto, si puedo hacerlo y debo». «Por mi fe
—dice— os diré de qué se trata: he estado en la iglesia oyendo los oficios. Allí vi que
un viejo de muy avanzada edad yacía junto a la reja, ante el altar; tenía una corona de
oro en la cabeza; cuando se irguió, para sentarse, vi que estaba todo lleno de heridas.
Después que la misa fue cantada, el sacerdote le dio el Corpus Domini y cuando lo
hubo tomado, se volvió a acostar, quitándose la corona de la cabeza. Buen señor, me
parece que esto debe tener algún sentido elevado: querría conocerlo si pudiera ser;
por eso os ruego que me lo digáis». «Ciertamente —le responde el buen hombre—,
os lo diré de grado. Es verdad, y lo oísteis decir a muchos hombres, que José de
Arimatea, el honrado, el buen caballero, fue enviado el primero por el Alto Maestro a
esta tierra para que en ella, con ayuda de su Creador, plantase la Santa Trinidad.
Cuando llegó, sufrió aquí muchas persecuciones y atrocidades, que los enemigos de
la Ley le hacían, porque en aquel tiempo no había en este país más que sarracenos.
En esta tierra había un rey que se llamaba Crudel, que era el más traidor y el más
cruel del mundo; no tenía ni compasión ni humildad. Cuando oyó decir que los
cristianos habían venido a su país y que habían traído con ellos un precioso Vaso, tan
maravilloso que gracias a él vivían casi todos, tomó estas palabras a fábula, a pesar de
que cada vez se lo aseguraron más y le aseveraron que era verdad. Dijo que lo sabría
con el tiempo. Apresó a Josofes, el hijo de José, a dos sobrinos suyos y a más de cien
de aquellos que habían llegado a ser maestros y pastores por encima de los demás
cristianos. Cuando los cogió y los hubo apresado, llevaban consigo el Santo Vaso y
por eso no temían nada que estuviera relacionado con el alimento corporal. El rey los
tuvo en la prisión cuarenta días, sin enviarles bebidas ni comida y prohibió que nadie
fuera tan atrevido que se acercara a ellos en este período.
La noticia de que el rey Crudel lo tenía en la prisión con gran número de
cristianos, se difundió por todas las tierras donde Josofes había estado, hasta que
llegó al rey Mordrain, que estaba hacia la parte de Jerusalén, en la ciudad de Sarraz, y
que había sido convertido por las palabras de Josofes y por sus predicaciones. Lo
sintió mucho, pues por el consejo de Josofes había recobrado su tierra, que Tolomer
le quería quitar, y le hubiera quitado a no ser por el consejo de Josofes y la ayuda de
su cuñado, que se llamaba Serafe. Cuando el rey Mordrain supo que Josofes estaba en
la prisión, dijo que haría lo que pudiera para liberarle. Reunió tantas huestes como
pudo obtener en un momento y se hizo a la mar, afligidos y con armas y caballos. Así
llegó a este país con una flota. Al llegar, con toda su gente, mandó al rey Crudel que

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le devolviera a Josofes o le quitaría su tierra y le desheredaría. Pero aquél no lo tomó
en serio, sino que fue contra él con su hueste. Se enfrentaron unos con otros y por
voluntad de Nuestro Señor, los cristianos obtuvieron la victoria y el rey Crudel con
sus soldados fue muerto. El rey Mordrain, que se llamaba Ewalach antes de ser
cristiano, se comportó tan bien en la batalla que todos sus hombres lo tenían como
milagro. Después de desarmarlo, hallaron que tenía tantas heridas que cualquier otro
hombre hubiera muerto. Le preguntaron que cómo estaba y dijo que no notaba ni
dolor ni herida ninguna. Sacó a Josofes de la prisión y al verlo se alegró mucho pues
lo quería con un profundo amor. Josofes le preguntó qué era lo que le había traído a
esta parte y el rey le respondió que había venido a liberarle.
A la mañana siguiente, los cristianos fueron ante la mesa del Santo Graal, para
hacer sus oraciones en ella. Cuando Josofes, que era el maestro, se revistió para ir al
Santo Graal, y estaba en este servicio, el rey Mordrain, que había deseado siempre
ver el Santo Graal de cerca, si fuera posible, se colocó más cerca de lo que debía y
una voz descendió entre ellos diciéndole: “Rey, no sigas, pues no debes hacerlo”;
pero había ido tan lejos que lengua mortal no podría decirlo ni lo podría pensar
corazón terreno; deseaba tanto verlo que continuó avanzando. Entonces bajó ante él
una nube que le quitó la vista de los ojos y la fuerza del cuerpo, de tal forma que no
vio nada y no podía valerse más que un poco. Al ver que Nuestro Señor había tomado
una venganza tan grande porque había desobedecido su orden, dijo de manera que lo
oyó todo el pueblo: “Señor Dios Jesucristo, que me habéis mostrado en este punto la
locura que es desobedecer vuestros mandamientos, así como me agrada este castigo
enviado por vos y lo soporto con gusto, otorgadme, del mismo modo, por vuestra
gracia, en recompensa de mis servicios, que no muera hasta la hora en que el Buen
Caballero, el noveno de mi linaje, que debe ver patentes las maravillas del Santo
Graal, me venga a visitar y que yo lo pueda abrazar y besar”. Cuando el rey hubo
hecho esta petición a Nuestro Señor, se oyó una voz: “Rey, no desmayes: Nuestro
Señor ha oído tu ruego; tu voluntad será cumplida en este asunto, pues no morirás
hasta que el caballero que dices te venga a ver y, cuando él esté ante ti, te será
devuelta la claridad de los ojos y le verás sin dificultad; entonces sanarán tus heridas,
que antes no habrán restañado”.
Así habló la voz al rey; le dijo que vería la llegada del caballero al que había
deseado tanto. Aunque no parece que sea cierto en todo, pues han pasado ya
cuatrocientos años que ocurrió este suceso y desde entonces no vio absolutamente
nada, ni sus heridas se curaron y no se le pudo ayudar; pero, según se dice, ya está en
este país el caballero que debe acabar con esta aventura y, por los signos que hemos
visto, pensamos que recuperará la fuerza de sus miembros, aunque después vivirá
poco tiempo.
Así sucedió al rey Mordrain según os he contado y sabed que es el mismo que vos
habéis visto hoy. Estos cuatrocientos años los ha vivido de manera tan santa y
religiosa que nunca comió carne terrena sino que era la misma que el sacerdote nos

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da en el sacramento de la misa y es el cuerpo de Jesucristo y eso lo pudisteis ver hoy,
porque, tan pronto como el sacerdote hubo cantado la misa, le llevó al rey el Corpus
Domini y se lo dio en comunión; así ha esperado el rey desde el tiempo de Josofes
hasta ahora la venida del caballero al que tanto ha deseado ver. Ha hecho lo mismo
que Simeón, el anciano, que esperó la llegada de nuestro Señor, hasta que fue llevado
al templo y allí le recibió, tomándolo en sus brazos, alegre y contento, porque la
promesa había sido cumplida, pues el Espíritu Santo le había hecho saber que no
moriría antes de haber visto a Jesucristo, y cuando lo vio, cantó una dulce canción
recordada por el profeta David. Del mismo modo que aquél esperaba con gran deseo
a Jesucristo el hijo de Dios, el alto Profeta, el Pastor soberano, así esperó este rey la
llegada de Galaz, el buen caballero, el perfecto».

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Cómo Perceval Dijo Al Ermitaño Quién Era
«YA os he contado la verdad de lo que me habéis preguntado, tal como sucedió;
ahora os pido que me digáis quién sois».
Le contestó que pertenecía a la casa del rey Artús y era compañero de la Tabla
Redonda y que se llamaba Perceval el Galés. Cuando el buen hombre oye este
nombre, se alegra sobremanera, pues muchas veces había oído hablar de él; le ruega
que permanezca todo el día con ellos, los frailes le harán fiesta y honor, pues se los
merece. Pero responde que tiene tantas cosas que hacer, que no puede permanecer de
ninguna forma, y que le es necesario partir, pide sus armas y se las traen, y cuando
estuvo preparado, monta y, tomando permiso, se va y cabalga por el bosque hasta
mediodía.
A mediodía el camino lo llevó a un valle y allí encontró hasta veinte hombres
armados que llevaban, en parihuelas tiradas por caballos, a un hombre recién muerto.
Al verlo, le preguntaron que de dónde es, y respondió que de la casa del rey Artús y
todos juntos gritan: «A él». Al verlo se prepara para defenderse lo mejor que puede y
se dirige contra el primero que le atacaba; le golpea tan duramente que lo derriba a
tierra con el caballo sobre el cuerpo y cuando iba a terminar su acción, no puede,
pues más de siete le golpean en el escudo y los demás le matan el caballo, cayendo a
tierra. Intenta levantarse, porque era de gran fuerza, y sacar la espada preparándose
para la defensa, pero los otros cierran sobre él de manera tan angustiosa, que no
necesita defensa y le golpean en el escudo y sobre el yelmo dándole tantos golpes que
no se puede mantener en pie, sino que cae y toca en tierra con una de sus rodillas.
Todos le golpean y le dan palos y le hubieran matado, porque ya le habían arrancado
el yelmo de la cabeza y le habían herido, a no ser por el caballero de las armas
bermejas que por casualidad llegó a aquella parte. Cuando vio al caballero
completamente solo, a pie, entre tantos enemigos que querían matarle, se dirige a
aquella parte tan deprisa como su caballo puede ir y entonces grita: «Dejad al
caballero». Les ataca con la lanza enfilada acometiendo al primero de manera tan
violenta, que lo derriba a tierra; después toma la espada cuando ya ha quebrado la
lanza. Va de un lado para otro hiriendo a todos de manera tan increíble que a
cualquiera que alcanza con un golpe certero, lo hace volar a tierra, y lo hace tan bien,
en tan poco tiempo, con los grandes golpes que les da y la velocidad que lleva, que no
hay nadie tan atrevido que intente esperar el golpe, sino que todos huyen, los unos
por un lado y los otros por otro, y se extienden de tal forma por el bosque, que era
enorme, que no puede ver más que a tres, de los cuales Perceval derribó a uno,
hiriéndolo, y él a los otros dos. Al ver que se han ido así todos y que Perceval no
necesita más protección, se vuelve al bosque, por el sitio donde lo ve más espeso,
como haría cualquiera que no quisiera que lo siguieran.

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De Lo Que Ocurrió A Perceval
AL ver Perceval que se va tan deprisa, le llama con todas las fuerzas que puede y
grita; «¡Ay!, señor caballero, por Dios, esperaos un momento hasta haber hablado
conmigo». El buen caballero no da muestras de oír a Perceval, sino que con gran
prisa se marcha sin intención de volver. Perceval, que no tiene caballo, pues el suyo
se lo habían matado, le sigue lo más deprisa que puede a pie; entonces se encuentra a
un escudero sobre un rocín fuerte y ligero y veloz, que llevaba en la diestra un gran
caballo negro. Cuando Perceval lo ve, no sabe qué hacer, pues desearía tener el
caballo para seguir al caballero, y lo querría tener sin cometer mezquindad, a
condición de recibirlo por la voluntad del escudero, y no lo tomaría a la fuerza si no
le obligara a ello una necesidad muy grande, para no ser tenido por villano; saluda al
escudero tan pronto como se acerca y aquél le contesta que Dios le bendiga. «Buen
amigo —dice Perceval—, te ruego, por todos los servicios y recompensas y
prometiéndote que seré tu caballero en el primer lugar que me lo pidas, te ruego que
me prestes ese caballo hasta que yo alcance a un caballero que se va». «Señor —dice
el escudero—, yo no lo haré de ninguna manera, pues pertenece a una persona que
me afrentaría y me golpearía el cuerpo si yo no se lo devolviera». «Buen amigo —
dice Perceval—, haz lo que te pido, ciertamente no he oído nunca un duelo tan grande
como el que tendré si yo pierdo a ese caballero por faltarme un caballo». «Por mi fe
—le responde— no puedo hacer otra cosa; por mi voluntad no lo tendréis mientras
que yo lo guarde, por fuerza me lo podréis quitar». Al oír esto, se entristece tanto, que
piensa que va a perder el sentido. No hará villanía al vasallo. Pierde así al caballero
que se va. Ya no tendrá nunca más alegría.
Estas dos cosas le producen tanta pesadumbre en el corazón, que no se puede
tener en pie, y se apoya en un árbol, fallándole el corazón; se pone pálido como si
hubiera perdido de pronto todas las fuerzas del cuerpo. Tiene un duelo enorme y
desearía morir en ese mismo momento; se quita el yelmo, toma la espada y le dice al
escudero: «Buen amigo, ya que no me quieres quitar el pesar que tengo, no puedo
escapar de él sin la muerte; te ruego que tomes la espada y me mates, así acabará mi
dolor. Entonces el buen caballero al que voy buscando, te oirá decir que he muerto de
dolor por él, y no será tan villano que no ruegue a Nuestro Señor que tenga en gracia
a mi alma». «En nombre de Dios —dice el escudero—, si Dios quiere, no os mataré,
pues no le habéis faltado en nada». Y se va a gran velocidad. Perceval permanece tan
doliente que piensa morir de tristeza, y cuando ya no ve ni al escudero ni a nadie,
empieza a hacer un llanto enorme, llamándose cobarde y desdichado y diciendo:
«¡Ay!, desdichado, infeliz, has perdido al que buscabas porque se te ha escapado
ahora. Ya no estarás a punto de volverlo a encontrar como ahora estabas».

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Cómo Perceval Fue Derribado Por El Mal
Caballero
MIENTRAS Perceval llevaba su duelo de tal manera, escucha y oye venir un ruido
de caballos. Abre los ojos y ve a un caballero armado que se iba por el gran camino
del bosque cabalgando sobre el animal que el escudero llevaba hace un momento.
Perceval reconoce el caballo, pero no piensa que aquél lo haya obtenido por la fuerza.
Como no ve nada más, recomienza su lamentación y no tardó mucho en ver al
escudero que venía sobre su rocín haciendo un gran duelo. Al ver a Perceval le dice:
«¡Ay!, señor, ¿visteis pasar por aquí a un caballero armado que llevaba el caballo que
me pedisteis?». «Sí, en verdad —dice Perceval—, ¿por qué lo dices?». «Porque —le
responde— me lo ha quitado por la fuerza, me ha dado con ello la muerte y me ha
lastimado, pues mi señor me matará en el lugar que me encuentre». «Y, ¿qué quieres
—dice Perceval— que haga? Yo no te lo puedo devolver porque estoy a pie, pero si
yo tuviera caballo, pensaría devolvértelo con el tiempo». «Señor —dice el escudero
—, montad sobre mi rocín, y si lo podéis conseguir, que sea vuestro». «¿Y cómo
volverás a tener tu rocín —dice Perceval— si yo puedo recuperar el caballo?».
«Señor —le dice—, os seguiré a pie, y si podéis recuperar el caballo, yo tomaré el
rocín y quedaos con el caballo». Le responde que no pediría nada mejor.
Entonces Perceval vuelve a atarse el yelmo y monta sobre el rocín, tomando el
escudo y yendo tras del caballero tan deprisa como el caballo puede ir. Cabalga hasta
llegar a una pequeña pradera de las que había muchas en el bosque. Entonces ve ante
él al caballero que iba a galope tendido sobre el caballo, y le grita de tan lejos como
lo ve: «Señor caballero, regresad y devolved al escudero su caballo que le habéis
quitado de mala manera». Cuando aquél oye que le grita, le ataca enfilando la lanza y
Perceval saca la espada como quien piensa que ha llegado al combate. Pero el
caballero, que quería liberarse pronto, le ataca con la velocidad que puede sacar al
caballo, hiriendo al rocín en medio del pecho con tanta fuerza que lo derriba
inmediatamente; cae, pues estaba herido de muerte, de manera que Perceval vuela por
encima de su cuello, y cuando el caballero ve su golpe, reemprende el camino,
descendiendo de la pradera y metiéndose por la parte del bosque que ve más espesa.
Cuando Perceval ve este acontecimiento, se entristece tanto que no sabe ni qué hacer
ni qué decir. Grita al que se va: «Falso de cuerpo, cobarde de corazón, volved,
combatid conmigo que estoy a pie y vos estáis a caballo». Aquél no responde a nada
de lo que dice, pues le teme poco, sino que se mete en el bosque tan pronto como
llega a él. Cuando Perceval no lo puede ver más, siente una aflicción tan grande, que
tira su escudo y su espada al suelo y se quita de la cabeza el yelmo, y entonces
empieza un lamento mucho mayor que antes. Va gritando a voces y llamándose

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desgraciado, desdichado y el más infeliz de todos los caballeros, diciendo: «Ahora sí
que he fallado en todos mis deseos».

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Cómo Perceval Prometió A La Doncella Hacer
Su Voluntad
EN tal duelo y en tal tristeza, permanece Perceval durante todo el día, pues no vino
nadie para reconfortarle. Cuando se acercó la noche, se encontraba tan cansado y tan
sin fuerzas, que todos los miembros le fallaron, al menos eso le parecía. Entonces le
entraron ganas de dormir, se durmió y no se despertó hasta poco antes de media
noche. Al despertarse, miró ante sí y vio a una mujer que le pregunta muy asustada:
«Perceval, ¿qué haces aquí?». Responde que no hace ni bien ni mal, y que si tuviera
caballo, se habría ido de allí. «Si tú me juraras que harías mi voluntad, le dice, en lo
que te pida, te daré un caballo bueno y hermoso que te llevará a donde quieras». Al
oír esto, se alegra tanto como nadie es capaz; no se da cuenta de quién es el que le
habla. Piensa que es una mujer quien le habla, pero no, es el Enemigo que quiere
tentarle y ponerle en tal extremo que su alma se pierda para siempre. Cuando oye la
promesa que aquélla le hace de concederle la cosa que más desea, responde que está
dispuesto a hacer lo que quiera si le da un caballo bueno y hermoso, y hará todo lo
que pueda en lo que le pida. «¿Juráis —le pregunta— como leal caballero?». «En
verdad», dice. «Esperadme —le dice ella—, pues vendré ahora mismo». Entonces se
mete en el bosque y vuelve al momento trayendo un caballo grande y asombroso y
tan negro que era digno de ver.
Cuando Perceval ve el caballo, lo mira y le entra temor, y, sin embargo, es tan
atrevido que monta como el que no se da cuenta del acecho del Enemigo. Una vez
montado, toma su escudo y su lanza, y el que estaba delante, le dice: «Perceval, ¿os
vais?, ahora os recuerdo que me debéis una recompensa». Él contesta que así lo hará
y parte deprisa, metiéndose en el bosque. La luna lucía clara. El caballo lo lleva tan
deprisa que lo saca del bosque en poco tiempo y lo aleja más de tres jornadas.
Cabalga hasta llegar a un valle en el que había un profundo río. El caballo se dirige
hacia el agua y quiere meterse dentro. Cuando Perceval ve el río tan grande, teme
mucho pasar porque era de noche y no ve puente ni pasarela; entonces levanta la
mano y hace el signo de la cruz en su frente. Cuando el Enemigo se siente cargado
con el fardo de la cruz, que le resultaba muy pesado y grave, escapa y se deshace de
Perceval, metiéndose dentro del río, dando voces y gritando y haciendo el mayor
estrépito del mundo. Entonces el río se prendió de fuego en varios lugares y con
llamas claras, parecía como si el agua estuviera ardiendo.

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Cómo Se Hallo Perceval En La Isla Y De Lo
Que En Ella Le Ocurrió
CUANDO Perceval ve este suceso, se da cuenta inmediatamente que era el Enemigo
el que le había llevado para ponerle en peligro y perder su cuerpo y alma. Entonces se
persigna y se encomienda a Dios, rogando a Nuestro Señor que no le deje caer en la
tentación, en la que perdería la compañía de los caballeros celestiales. Tiende las
manos hacia el cielo y da gracias a Nuestro Señor de corazón, por haberle ayudado
tan bien en esta necesidad. Sin duda cuando el Enemigo estuviera en el río, le hubiese
dejado caer, y así podría haberse ahogado y perecido, perdiendo el cuerpo y el alma.
Se aparta del río, pues aún teme los ataques del Enemigo, se arrodilla hacia oriente y
hace sus ruegos y oraciones tal como las sabía; desea mucho que llegue el día para
saber en qué tierra está, pues piensa que el Enemigo le ha llevado muy lejos de la
abadía donde vio yacer al rey Mordrain.
Entre ruegos y oraciones estuvo Perceval hasta el día claro, y esperó que el sol
hubiera hecho su vuelta en el firmamento y que apareciera al mundo. Cuando el sol
se levantó bello y claro y hubo casi acabado con el rocío, entonces mira Perceval
alrededor de sí y ve que es una montaña grande y asombrosa, muy escarpada, rodeada
de mar por todas partes, y a tanta distancia que no ve tierra por ningún lado, a no ser
muy lejos. Entonces se da cuenta que ha sido llevado a una isla, pero no sabe a cuál, y
lo querría saber con gusto, pero ignora cómo hacerlo, ya que cerca no hay castillo ni
fortaleza ni refugio ni mesón donde las gentes puedan habitar, al menos tal le parece,
y sin embargo no está tan solo que no vea alrededor animales salvajes, osos, leones,
leopardos y serpientes voladoras. Al descubrir tal lugar no está nada a gusto, pues
teme a los animales salvajes que no le dejarán en paz, y lo sabe, sino que lo matarán,
de no poderse defender. Y, sin embargo, si el cielo que salvó a Jonás del vientre del
pez y que protegió a Daniel en la fosa de los leones, le quisiera ser aquí escudo y
defensa, no se preocuparía de lo que ve. Más fía en la ayuda del cielo y en su socorro
que en su espada, pues bien sabe que por valor de caballería terrena, no podrá
escaparse, a no ser que Nuestro Señor le ayude. Entonces mira y ve en medio de la
isla una roca muy alta y digna de asombro en la que piensa que no debe haber ningún
animal salvaje que se haya metido allí. Por eso se dirige hacia aquella parte y ve una
serpiente que llevaba un cachorro de león y lo tenía cogido con los dientes por el
cuello, y se sienta en la cumbre de la montaña. Tras la serpiente corría un león
gritando, rugiendo y haciendo tal estrépito, que le parece a Perceval que el león va
haciendo duelo por el cachorro que la serpiente se lleva.
Cuando Perceval contempla estos sucesos, corre tan deprisa como puede hacia lo
alto de la montaña, pero el león, que es más rápido, lo adelantó y comenzó la pelea

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con la serpiente antes de que él hubiera podido llegar. Tan pronto como alcanzó lo
alto de la montaña, vio las dos bestias y pensaba que ayudaría al león porque era un
animal más natural y de orden más noble que la serpiente. Entonces saca la espada y
pone el escudo delante de su cara para que el fuego no le haga daño. Llama a la
serpiente y le da un gran golpe entre las dos orejas; aquélla le lanza fuego y llamas de
tal forma que le arde el escudo y la cota por delante y le hubiera hecho todavía más
mal, pero Perceval fue rápido y veloz y recibió el fuego como tizones, de tal modo
que la llama no le hirió de manera directa y por eso el fuego fue menos nocivo. Al ver
esto, se espanta mucho, pues teme que el fuego esté mezclado con veneno. De todas
formas, vuelve a atacar a la serpiente y le da grandes golpes en donde puede
alcanzarla, hasta que le asestó uno en el mismo lugar donde se lo había asestado al
principio. La espada entonces fue ligera y buena, y con facilidad hiende la cabeza por
medio, una vez que la piel fue abierta, pues los huesos no eran nada duros, de tal
forma que cayó muerta en el lugar.

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Del Agradecimiento Que Le Mostraba El León
CUANDO el león se ve libre de la serpiente por la ayuda del caballero, no parece
tener ganas de luchar contra él, sino que viene y baja la cabeza haciendo el mayor
gozo que puede, de manera que Perceval se da cuenta fácilmente que no pretende
hacerle mal. Enfunda la espada y tira su escudo que estaba totalmente quemado, y se
quita el yelmo de la cabeza para tomar aire, pues la serpiente lo había sofocado
mucho. El león iba siempre tras él, coleando y haciendo gran alegría; al verlo,
comienza a acariciarle el cuello y la cabeza y los lomos y piensa que Nuestro Señor le
ha enviado aquel animal para hacerle compañía y lo considera como un
acontecimiento maravilloso. El león muestra una alegría tan grande como cualquier
animal mudo puede hacer a un hombre, y todo el día permaneció con él hasta la hora
de nona. Pero tan pronto como la hora de nona pasó, descendió de la roca y se llevó
al cachorro a su morada prendiéndole por el cuello. Cuando Perceval se ve sin
compañía en la roca solitaria y tan alta, no es necesario preguntarle si está a disgusto,
y lo hubiera estado aún más si no fuera por la gran fe que tiene en su Creador, pues
era uno de los caballeros del mundo que más perfectamente creía en su Creador. Por
eso, estaba en contra de la costumbre de la tierra, pues en aquel tiempo las gentes
eran tan desnaturadas y tenían tan poca medida en todo el reino de Gales que, si el
hijo encontraba al padre yaciendo en su cama por enfermedad, lo sacaba fuera por la
cabeza y por los brazos y lo mataba, pues le hubiera sido echado en cara como
villanía que su padre hubiera muerto en la cama; pero cuando sucedía que el hijo
mataba al padre y el padre al hijo y moría todo el parentesco por las armas, entonces
decían en aquel país que eran de muy elevado linaje.
Todo aquel día permaneció Perceval en la roca y miraba al mar a lo lejos para
saber si pasaba alguna nave. Por más que miró hacia arriba y abajo no vio ninguna; se
anima a sí mismo y se reconforta en Nuestro Señor, rogándole que le proteja de tal
forma que no caiga en la tentación ni en engaño del diablo ni en mal pensamiento,
sino que así como el padre debe proteger al hijo, que así le proteja y le nutra a él.
Tiende las manos hacia el cielo y dice:
«Buen Señor Dios que en lugar tan alto como es la Orden de Caballería me
dejasteis subir y que me elegisteis como servidor vuestro, aunque yo no fuera nada
digno; Señor, por vuestra piedad no permitáis que yo salga de vuestro servicio, sino
que sea como los campeones buenos y seguros, que defienden bien la querella de su
señor contra aquel que sin motivo lo demanda. Buen Señor y dulce, concededme que
pueda defender mi alma, que os pertenece y es vuestra justa herencia, contra aquel
que sin motivo la quiere tener. Buen dulce Padre, que dijisteis de vos mismo en el
Evangelio: “Yo soy el buen pastor y el buen pastor arriesga su cuerpo por sus ovejas,
cosa que no hace el malo, sino que abandona a sus ovejas sin protección hasta que el

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lobo se las degüella y las devora tan pronto como llega”; Señor, sed mi pastor
defensor y guía, y que yo sea una de vuestras ovejas. Y si sucede, buen Señor Dios,
que yo soy la oveja número cien, la loca y desdichada que se separa de las otras
noventa y nueve, yéndose alocadamente al desierto, Señor, os ruego que tengáis
piedad de mí y no me dejéis en el desierto, sino que me hagáis volver a vuestra parte,
que es la Santa Iglesia y la Santa Fe, donde están las buenas ovejas y donde los
hombres buenos, los buenos cristianos, permanecen, de tal forma que el Enemigo,
que de mi sólo pide la sustancia, es decir, el alma, no consiga alcanzarme sin
protección».
Cuando Perceval dijo esto, vio venir hacia él al león por el que había luchado
contra la serpiente. No parecía que quisiera hacerle daño, sino que se le acercó con
muestras de gozo. Cuando Perceval lo ve lo llama y viene hasta él estirando el cuello
y la cabeza. El león se queda ante él como si fuera el animal más manso del mundo;
se acuesta delante y le apoya la cabeza en el hombro y espera así que la noche llegue
oscura y negra; se duerme ante el león y no tiene ganas de comer pues pensaba en
otras cosas.

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Cómo Perceval Soñó Con Las Dos Damas Y
Lo Que Aquéllas Le Dieron
CUANDO Perceval se durmió, le sucedió una cosa maravillosa, pues le parecía que
durmiendo llegaban ante él dos damas: una vieja y anciana, y la otra, que no era de
edad avanzada, bella. Las dos damas no venían a pie sino que iban montadas en
sendos animales; una montaba sobre un león y la otra sobre una serpiente; mira a las
dos damas con atención y le extraña cómo han podido domar a ambas bestias. La más
joven venía delante y dice a Perceval: «Perceval, mi señor te saluda y te manda que te
prepares lo mejor que puedas, pues mañana te convendrá combatir contra el campeón
más temido del mundo. Si eres derrotado, no te preocupes por perder uno de tus
miembros, peor es que te lleve alma, y tú seas deshonrado para el resto de tus días».
Al oír estas palabras le pregunta: «Señora, ¿quién es vuestro señor?». «En verdad es
el hombre más rico del mundo y mira ahora si eres tan noble y tan seguro como para
tener el honor de llevar a cabo la batalla». Entonces se va tan rápidamente, que
Perceval no sabe qué ha pasado con ella.
Viene la otra dama que iba montada sobre una serpiente; le dice a Perceval:
«Perceval, me quejo mucho de vos, pues me habéis hecho daño a mí y a los míos, y
no lo merecía». Al oír estas palabras, responde asustado: «Señora, ciertamente, ni a
vos ni a dama del mundo creo haber hecho ningún mal. Os ruego que me digáis en
qué os he dañado y si puedo repararlo, lo repararé a gusto, según vuestra voluntad».
Ella le contesta: «Os diré en qué me habéis hecho daño: había criado durante algún
tiempo en mi castillo a un animal mío que se llamaba serpiente y que me servía
mucho mejor de lo que os imagináis; aquel animal voló por casualidad hasta esta
montaña, donde encontró un cachorro de león que se trajo a lo alto de la roca y vos
vinisteis después corriendo con vuestra espada y la matasteis sin que ella os hiciera
nada; decidme por qué la matasteis. ¿Os había yo hecho acaso algún mal para que vos
la matarais? ¿Era vuestro el león o estaba bajo vuestra tutela y por eso debisteis
combatir por él? ¿Son tan culpables los animales del aire que los debáis matar sin
razón?». Cuando Perceval oye las palabras que le dice la dama, contesta: «Señora, ni
vos me habéis hecho ningún daño, que yo sepa, ni el león era mío, ni los animales del
aire me han sido entregados. Pero como el león es de naturaleza más noble que la
serpiente y de más alta dignidad, y como vi que el león había sido menos culpable
que la serpiente, ataqué a la serpiente y la maté, y me parece que no os he hecho tanto
daño como vos decís». Al oír esto la dama contesta diciéndole: «Perceval, ¿no haríais
otra cosa?». «Señora —le dice—, ¿qué queréis que haga?». «Quiero —le contesta—
que en reparación por la serpiente os convirtáis en mi vasallo». Él contesta que no lo
hará. «¿No? —le pregunta—. Ya lo fuisteis; antes de recibir el homenaje de vuestro

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señor, erais mi vasallo y porque fuisteis antes mío que de otro no os considero libre,
sino que os aseguro que en cualquier lugar que os encuentre sin protección, os tomaré
como el que en otro tiempo fue mío».

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Cómo Llegó La Nave Blanca A La Isla Donde
Perceval Estaba
DESPUÉS de estas palabras, la dama se marchó, y Perceval se quedó durmiendo,
pues estaba muy cansado con estas visiones. Durmió durante toda la noche tan bien,
que no se despertó. Por la mañana, cuando el día era claro y el sol se había levantado
y daba con fuerza sobre su cabeza calentándola, abrió Perceval los ojos y vio que era
de día. Entonces se incorporó y sentándose levantó la mano y se santiguó, rogando a
Nuestro Señor que le enviara consejo útil para su alma, pues su valor ya no puede
más, y cree que no logrará salir de la roca en que está. Mira alrededor y no ve nada,
ni al león que le había dado compañía ni a la serpiente que había matado. Se asombra
porque no sabe lo que ha podido pasar.
Cuando Perceval pensaba en estas cosas mira al mar hacia lo lejos y ve una nave
que venía a vela tendida derecha al lugar donde Perceval esperaba saber si Dios le
daría suerte. La nave corría muy deprisa, pues la empujaba el viento que venía de
popa, y así llegó pronto al pie de la roca. Cuando Perceval que estaba en lo alto la
vio, se alegró mucho, pues pensaba que dentro habría mucha gente, y por eso se puso
de pie y tomó las armas. Una vez armado descendió de la roca como el que quiere
saber qué gente hay dentro de la nave. Al llegar a ella vio que la nave estaba forrada
por dentro y fuera de blanco jamete y que no lleva nada más que cosas blancas. Se
acerca a la borda y encuentra a un hombre vestido de sobrepelliz y de alba, parecido a
un sacerdote, que en su cabeza tenía una corona de blanco jamete de dos dedos de
ancha y en la corona había letras escritas en las cuales el alto nombre del Señor
estaba santificado. Cuando Perceval lo vio, se admiró, se acercó y saludándole le
dijo: «Señor, sed bienvenido, Dios os trae». «Buen amigo —le dice el venerable
hombre— ¿quién sois?». «Soy —le contesta— de la casa del rey Artús». «¿Y qué
aventura os ha traído aquí?», le pregunta. «Señor, no sé de qué manera ni cómo
vine». «¿Y qué queréis?», le dice el hombre. «Señor —contesta—, si Dios quiere,
querría salir de aquí e irme donde están mis hermanos de la Tabla Redonda en la
Demanda del Santo Graal, pues no hubo otro motivo para que me marchara de la
corte de mi señor el rey». «Cuando Dios quiera, os iréis fuera de aquí, pues Él os
habría sacado si hubiera querido. Si os tuviera por siervo y viera que hacéis mejor su
deseo en otro sitio que aquí, sabed que inmediatamente os llevaría a otro lugar. Pero
os ha puesto ahora en prueba y en ensayo para saber y conocer si sois tan fiel servidor
y tan leal caballero como la Orden de Caballería lo requiere; ya que habéis subido a
tan alto grado en vuestro corazón, no debéis bajaros por miedo a ningún peligro
terreno. El corazón del caballero debe ser tan duro y fuerte frente al Enemigo de su
Señor que ninguna cosa le pueda hacer retroceder, y, si alguna vez tiene miedo, no

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sería verdadero caballero ni campeón verdadero si quisiera matarse en el campo antes
de que fuera llevada a cabo la querella de su Señor».
Entonces le pregunta Perceval de dónde es y de qué tierra, y él contesta que de un
país extranjero. «¿Y qué aventura —pregunta Perceval— os trajo a lugar tan extraño
y salvaje como me parece éste?».
«Por mi fe —dice el buen hombre— vine aquí para veros y reconfortaros, y para
que me dijerais vuestra condición, pues no hay nada en que debáis ser aconsejado que
si me lo decís, yo no os dé consejo tan bueno como podría hacerlo el mejor». «Me
decís cosas extrañas —dice Perceval— al contarme que vinisteis aquí para darme
consejo; no sé cómo puede ser eso, pues no sabía nadie, sino Dios y yo mismo, que
estaba en esta roca en la que estoy, y suponiendo que lo supierais vos, pienso que no
sabéis mi nombre, pues nunca, que yo sepa, me visteis, y por eso me maravillo de lo
que me decís». «¡Ay!, Perceval —dice el buen hombre—, yo os conozco mucho
mejor de lo que pensáis. Tiempo hace que no realizáis nada que no lo sepa mejor que
vos mismo». Cuando oye que el buen hombre lo nombra, se extraña mucho. Entonces
se arrepiente de lo que le ha dicho, le pide perdón y continúa: «¡Ay!, señor, por Dios,
perdonadme lo que os he dicho, pues pensaba que no me conoceríais, pero ahora veo
que me conocéis mejor que yo a vos. Me tengo por loco y a vos por sabio».

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Significado Del Sueño De Perceval
SE acoda Perceval sobre la borda de la nave, donde estaba el venerable hombre, y
hablan juntos de muchas cosas. Perceval lo encuentra tan sabio en todo lo que
platican, que se pregunta extrañado quién puede ser y le agrada tanto su compañía,
que si hubiera estado todo el día con él, no le habrían entrado ganas ni de beber ni de
comer, de tan agradables y dulces que encontraba sus palabras. Después de haber
hablado un gran rato juntos, le dice Perceval: «Señor, explicadme una visión que tuve
anoche mientras dormía; me parece tan extraña, que nunca estaré a gusto antes de
saber la verdad». «Decid —contesta el justo— y os contaré la verdad de manera que
veáis de forma clara qué puede ser». «Con gusto os lo diré —responde Perceval—.
Anoche, mientras dormía, aparecieron ante mí dos damas; una de ellas estaba
montada sobre un león y la otra sobre una serpiente. La que iba sobre el león era
joven y la de la serpiente, vieja. La más joven habló en primer lugar». Entonces
empieza a contarle todas las palabras que había oído mientras dormía, de forma tan
exacta como le habían sido dichas, pues todavía no había olvidado ninguna. Después
de haber descrito su sueño, le ruega al sabio que se lo explique; aquél a gusto le
responde, y comienza a decirle: «Perceval, las dos damas que visteis montadas en
forma distinta, pues una iba sobre un león y la otra sobre una serpiente, tienen un
sentido maravilloso, que os diré. La que montaba en el león es la nueva ley que va
sobre el león, que es Jesucristo; por Él tomó pie y fundamento y por Él fue edificada
y sustentada a la vista y bajo la mirada de toda la cristiandad para ser espejo y
verdadera luz de quienes ponen su corazón en la Trinidad. Esta dama está sentada en
el león que es Jesucristo; esta dama es la fe y la esperanza y la doctrina y el bautismo;
esta dama es la piedra dura y firme sobre la que Jesucristo dijo que cimentaría la
Santa Iglesia cuando afirmó: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Esta dama que
estaba montada sobre el león debe ser considerada la nueva ley que Nuestro Señor
mantiene con fuerza y con poder tanto como el padre con hijo, y no debe asombrar
que os pareciera más joven que la otra, pues no es tan vieja ni tiene el mismo rostro,
ya que nació en la Pasión de Jesucristo y en la Resurrección, y la otra había ya
reinado en la tierra durante mucho tiempo. Vino a hablarte como a hijo suyo, pues
todo buen cristiano es su hijo; y te mostró bien ser tu madre, porque temía mucho por
ti, y se anticipó para anunciarte el golpe que te iba a caer y vino a decirte de parte de
su Señor, es decir, de Jesucristo, que te conviene combatir. Por la fe que te debo, si
ella no te amase, no habría venido a decírtelo, pues no le habría preocupado que
hubieras sido vencido, y vino tan pronto a avisarte, para que tú estuvieras mejor
preparado en el momento de la batalla. ¿Contra quién? Contra el campeón más
temido del mundo. El campeón más temido del mundo es aquél por quien Tenoc y
Elías, que fueron tan nobles, fueron arrebatados de la tierra y llevados al cielo, y no

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volverán antes del día del juicio para combatir a aquel que es tan temido. Aquel
campeón es el Enemigo, que tanto pena siempre y trabaja, hasta que lleva al hombre
al pecado mortal, y desde allí lo conduce al infierno. Es el campeón contra el que
tienes que combatir, y, si eres vencido tal como te dijo la dama, no deberás
preocuparte por perder uno de tus miembros, sino que serás deshonrado para siempre
jamás. Y bien puedes darte cuenta por ti mismo si es cierto, pues si resulta que el
Enemigo puede vencerte, te llevará a la perdición de1 cuerpo y del alma, y de allí te
conducirá a la casa tenebrosa, es decir, al infierno, donde tú sufrirás vergüenza y
dolor y martirio tanto tiempo como dure la potestad de Jesucristo. Ya te he contado
qué significa la dama que viste en tu sueño que cabalgaba sobre el león. Y por lo que
te he contado debes saber ya bastante quién debe ser la otra».
«Señor —dice Perceval—, me habéis dicho tantas cosas de una, que ya sé lo que
significa; pero decidme de la otra, la que cabalga sobre la serpiente, pues como no me
lo digáis no sé lo que puede significar». «Entonces te lo diré —responde el buen
hombre—, escucha: la dama que viste cabalgando sobre la serpiente es la Sinagoga,
la primera ley, que fue rechazada tan pronto como Jesucristo trajo la nueva ley, y la
serpiente que la lleva es la escritura mal entendida y mal interpretada; es la
hipocresía, la herejía, la iniquidad y el pecado mortal; es el Enemigo mismo. Es la
serpiente que por su orgullo fue arrojada del Paraíso, es la serpiente que dijo a Adán y
a su mujer: “Si coméis de este fruto seréis tal como Dios”. Y por estas palabras, les
metió en el cuerpo la envidia, pues desearon entonces ser más altos de lo que eran y
creyeron el consejo del Enemigo, pecaron, por lo que fueron arrojados fuera del
Paraíso y exiliados. Todos sus descendientes participaron de aquel pecado y lo expían
cada día. Cuando la dama llegó ante ti, se quejó por la serpiente que le habías matado,
y ¿sabes tú de qué serpiente se quejaba? Ella no se quejaba por la serpiente que
mataste ayer, sino de la serpiente sobre la que cabalgaba, es decir, del Enemigo, y
¿sabes dónde le hiciste tal duelo? Cuando el Enemigo te llevaba, al llegar tú a esta
roca, en el momento en que hiciste la señal de la cruz sobre ti mismo, pues por la
señal de la cruz que hiciste sobre ti mismo, no pudo continuar de ninguna forma, y le
entró tal miedo, que pensó haber muerto, y por eso se fue a gran velocidad como
quien no te podía hacer compañía. Y aquí le mataste tú, le destruiste y le quitaste el
poder y la fuerza de su gobierno y de su conducta, sobre todo porque pensaba haberte
vencido ya. Y era éste el gran duelo que tenía por ti, y cuando tú le contaste lo mejor
que supiste de lo que te preguntaba, te pidió que por reparación de lo que habías
hecho mal te convirtieras en su vasallo, y tú le dijiste que no lo harías y ella te
contestó que alguna vez lo habías sido antes de que prestaras homenaje a tu Señor. En
esto has pensado mucho hoy, y bien lo deberías saber, pues sin lugar a dudas antes de
que hubieras recibido el bautismo y fueras cristiano, pertenecías al Enemigo. Al
recibir el sello de Jesucristo, es decir, el Santo Carisma y la Santa Unción, renegaste
del Enemigo y estuviste fuera de su gobierno, pues habías hecho homenaje a tu
Creador. Con esto, ya te he explicado el sentido de las dos damas. Ahora me iré, pues

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tengo que hacer muchas cosas. Tú permanecerás aquí y te recuerdo la batalla que
tienes que librar, pues si eres vencido, no tendrás otra cosa de la que se te ha
prometido».
«Buen señor —dice Perceval—, ¿por qué os vais tan pronto? Ciertamente
vuestras palabras y vuestra compañía me agradan tanto que nunca más querría
apartarme de vos, y, si puede ser, por Dios, permaneced aún conmigo, pues
ciertamente de todo lo que me habéis dicho, pienso que valdré más el resto de mi
vida». «Me conviene irme —dice el hombre—, pues mucha gente me espera y vos
debéis permanecer aquí. Tened cuidado de no estar desprevenido contra el que debéis
combatir, pues si os encuentra desprevenido, os derrotará tan pronto como pueda».
Después de decirle eso se va, el viento le da en la vela y le lleva tan ligero como
podía contemplarse. Se ha alejado tanto en tan poco rato, que Perceval no puede ver
más, y cuando ya la ha perdido de sus ojos, vuelve a lo alto de la roca armado como
estaba, y tan pronto como está arriba, encuentra al león que el día antes le había
hecho compañía, y que al verlo, comienza a estirarse para mostrarle que se alegra
mucho.

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Cómo Llegó La Nave Negra A La Isla Donde
Perceval Estaba
DESPUÉS de haber estado allí hasta el mediodía, mira a lo lejos al mar y ve venir
una nave tan rápida como si todos los vientos del mundo la empujaran. Iba precedida
de un torbellino que hacía moverse al mar y alzar olas por todas partes. Al ver esto se
asombra de lo que pueda ser, pues el torbellino le ocultaba la nave y, sin embargo,
estaba tan cerca que sabe, realmente, que es una nave completamente cubierta de
telas negras, aunque no puede apreciar si son de seda o de lino. Cuando estuvo algo
más cerca, descendió de la roca, pues desea saber qué es; baja porque esperaba que
fuera el sabio que le había estado hablando hoy mismo. Y sucede todo tan bien, por la
voluntad de Dios o por cualquier otra cosa, que no hay animal tan osado en la
montaña que le quisiera atacar ni caer encima. Baja de aquel desierto y llega a la nave
tan pronto como puede. Cuando está a la puerta, ve sentada en ella a una doncella de
mucha belleza vestida con tal riqueza como nadie.
Al ver venir a Perceval, se levanta hacia él y le dice sin saludarle: «Perceval, ¿qué
haces aquí?, ¿quién os trajo a esta inhóspita montaña, en la que nunca más seréis
socorrido si no es por casualidad, y no tendréis en ella qué comer y moriréis de
hambre y de desdicha, pues no encontraréis quien os mire?». «Doncella —dice—, yo
moriría de hambre si no fuera leal servidor, pues nadie sirve a un señor tan alto como
yo hago, y por eso lo sirvo lealmente y de buen corazón, pues no me pedirá nada que
ya no pueda hacer. Él mismo dijo que su puerta no está cerrada a nadie que venga, y
el que llama, entra; y el que pide, tiene. Y si alguien pregunta, Él no contesta, sino
que rápidamente se deja encontrar». Al oír la doncella que le habla del Evangelio, no
contesta a las palabras, sino que cambia de tema y le dice: «Perceval, ¿sabes de dónde
vengo?». «¿Cómo doncella —dice—, quién os ha dicho mi nombre?». «Yo lo sé bien
—le contesta— y os conozco mejor de lo que pensáis». «¿De dónde venís?», le
pregunta. «Por mi fe —responde— vengo de la Gasta Floresta, donde he visto la
aventura más maravillosa del mundo llevada a cabo por el honrado caballero». «¡Ay!,
doncella —exclama—, decidme qué es del valeroso caballero, por la fe que tenéis a
lo que más améis del mundo». «Os diré —contesta— lo que sé, si antes me juráis, por
la Orden de Caballería que profesáis, que haréis mi voluntad en el momento en que
os lo pida». Él contesta que lo hará, si lo puede hacer. «Ya habéis dicho bastante,
ahora os diré la verdad. Ciertamente estuve hace no mucho tiempo en la Gasta
Floresta, justamente en su medio, por donde corre el gran río que se llama Marcoise.
Allí vi que el valiente Caballero atacaba y derribaba a otros dos a los que quería
matar; aquéllos se metieron en el río por el miedo de morir que tenían y tuvieron la
suerte de poder pasar al otro lado, pero a él le ocurrió una desdicha, pues su caballo

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se ahogó y él mismo también se hubiera ahogado si no se hubiera salido al momento;
se salvó gracias a que se había salido. Ya has oído la noticia del caballero por la que
preguntabas; ahora quiero que me digas cómo has conseguido llegar a esta isla
inhóspita donde estarás como perdido si no te escapas de ella, pues bien ves que aquí
no viene nadie de quien recibir socorro y te conviene salir de ella o morirás. Si tú no
quieres morir en ella conviene que agrades a alguien para que te saque de aquí, y
ahora mismo no puedes ser liberado por nadie sino por mí, por lo que si eres cuerdo
debes hacer tantas cosas por mí hasta que yo te saque: no sé de ninguna maldad
mayor del que puede ayudar y no lo hace».
«Doncella —dice Perceval—, pienso que si Nuestro Señor quiere que yo salga,
saldría, pues de cualquier otro modo no querría marcharme; no quiero hacer nada en
el mundo que no le agrade, ya que en mala hora habría recibido la Caballería, si yo la
aprovechara para desobedecerle». «Dejad estar todo esto —contesta ella— y decidme
si habéis comido hoy». «Ciertamente —le contesta—, no he comido alimento terreno,
pero vino antes un buen hombre a reconfortarme; me dijo tan agradables palabras,
que me ha alimentado y saciado tan ampliamente, que no tendré apetencia de comer
ni de beber en tanto me acuerde de él». «¿Sabéis —dice ella— quién es? Es un
encantador, un multiplicador de palabras, que de una palabra hace cien, y si puede no
dirá la verdad. Si le creéis seréis deshonrado y no saldréis nunca de esta roca, sino
que moriréis en ella de hambre, y os comerán las bestias salvajes; ya tenéis patente la
prueba: habéis estado aquí dos días y dos noches y tanto como va de hoy, y aquel del
que habláis, no os trajo alimento, sino que os ha dejado y os dejará, y no seréis
socorrido por él. Será una gran lástima y una gran desdicha que murieseis aquí, tan
joven y tan esforzado caballero como sois, que podríais valerme mucho y a otros si
marcharais de este lugar, y os digo que os sacaré si así lo deseáis».

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Cómo La Doncella Dijo A Perceval Que Lo
Sacaría De La Isla
CUANDO Perceval oye lo que aquélla le ofrece, le dice: «Doncella, ¿quién sois que
con tanto gusto me sacaríais de aquí si yo quisiera?». «Soy —dice— una doncella
desheredada, que sería la mujer más rica del mundo si no hubiera sido despojada de
mi herencia». «Doncella desheredada —le dice—, ¿quién os desheredó?, pues me
entra ahora una gran compasión de vos, mayor que la que antes tenía». «Os lo diré —
le contesta—. En verdad un rico hombre me alojó en su casa para que le sirviera.
Aquél era el más rico rey conocido; yo era tan hermosa y blanca que no había nadie
que no se admirara de mi belleza, pues yo era bella sobremanera y en esta belleza, sin
falta, me enorgullecí un poco más de lo que debía y dije una palabra que no le
agradó: tan pronto como se la dije se enfadó conmigo y no quiso soportarme más en
su compañía y me expulsó pobre y desheredada y no tuvo nunca compasión de mí ni
de nadie que estuviese a mi lado. Así el rico nos expulsó a mí y a mi
acompañamiento y me envió al desierto y al exilio. Pensó haberme maltratado y lo
hubiera hecho si no hubiera sido por el gran sentido con que empecé a luchar contra
él. He tenido tanta suerte desde entonces que casi le he vencido, ya que le he quitado
parte de sus hombres, que lo han abandonado por venirse conmigo, por la gran
riqueza que ven que les doy, pues no piden nada que yo no les otorgue y aún más. Así
estoy, día y noche, en guerra contra aquel que me ha desheredado. He reunido
caballeros, sirvientes y gentes de toda condición; os digo que no hay ningún caballero
del mundo al que no le ofrezca una heredad por ser de mi compañía y por eso y
porque sé que sois buen caballero y que he llegado ante un hombre virtuoso, os pido
que me ayudéis. Lo debéis hacer bien, pues sois compañero de la Tabla Redonda y
nadie que sea compañero en ella debe abandonar a doncella desheredada que le pide
ayuda: sabéis que esto es cierto, pues cuando os sentaron en ella y el rey Artús os dio
puesto, jurasteis en el primer juramento que hicisteis que no abandonaríais nunca a
una doncella que os requiriera». Contestó que hizo este juramento y que lo ha
mantenido sin falta; le promete que ayudará con gusto ya que se lo pide. Ella le da
muchas veces las gracias.

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Cómo Perceval Comió Y Bebió Demasiado Y
Lo Que Por Ello Le Ocurrió
TANTO rato estuvieron hablando juntos, que pasó el mediodía y la hora de nona se
acercaba. Entonces el sol calentaba y ardía. La doncella dijo a Perceval: «Perceval, en
esta nave hay un pabellón de seda que es el más rico que nunca visteis. Si os agrada,
yo lo haré sacar y lo haré tender aquí para que el calor del sol no os haga daño».
Contesta afirmativamente. Ella entra en la nave y ordena a dos servidores que
coloquen el pabellón en la orilla; después de ponerlo lo mejor que pudieron, dijo la
doncella a Perceval: «Venid a reposaros y a sentaros hasta que la noche venga y a
poneros fuera del sol, pues me parece que os da demasiado calor». Entra en el
pabellón y se duerme. Ella había hecho que se desarmara antes y que se quitara el
yelmo y la loriga y la espada. Cuando está completamente desnudo, lo deja dormir.
Después de haber dormido un buen rato, se despierta y pide comida. La doncella
encarga que preparen la mesa y se la colocan; él ve cómo la cubren con tal cantidad
de manjares que se admira. Comió con la joven y cuando pide bebida, se la dan;
encuentra que el vino es el mejor y más fuerte que nunca bebió; se admira mucho de
dónde puede haber venido, pues en aquel tiempo, a no ser en lugares muy ricos, no
había en Gran Bretaña nada de vino, sino que bebían generalmente cerveza y otras
bebidas que hacían. Bebió tanto que se calentó más de lo que debía. Mira entonces a
la doncella, y le parece que nunca vio a una semejante en belleza; y le apeteció y le
agradó tanto por las grandes prendas que veía en ella y las dulces palabras que decía,
que se calienta más de lo que debiera. Le habla de muchas cosas y entre ellas le
requiere de amores y le ruega que sea suya y que él será suyo. Ella se lo impide todo
lo que puede, pues quiere que esté más ardiente y deseoso; él no cesa de intentarlo.
Cuando aquélla ve que está ya caliente, le dice: «Perceval, sabed bien que no haré
nada que os agrade de ninguna forma si no me juráis que de ahora para siempre seréis
mío y que me ayudaréis contra todos los hombres y no haréis nada sin que yo os
mande». Dijo que lo hará con gusto. «¿Me lo juráis —le pregunta ella— como leal
caballero?». «Sí», contesta. «Entonces yo me dejaré —responde ella— y haré lo que
os guste; sabed verdaderamente que vos no me habéis deseado tanto como yo he
deseado teneros, pues sois uno de los caballeros del mundo a los que yo más he
querido».
Entonces manda a sus criados que le hagan una cama la más hermosa y la más
rica que puedan y que sea hecha en medio del pabellón. Aquellos responden que
cumplirán su deseo: hacen al momento una cama y descalzan a la doncella y la
acuestan y a Perceval con ella. Cuando estuvo acostado con la doncella, al ir a
taparse, le sucedió que vio por casualidad su espada caída en el suelo, pues se la

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habían desceñido; tendió la mano para tomarla y, cuando la iba a apoyar en la cama,
vio sobre la empuñadura una cruz roja que estaba entallada allí y tan pronto como la
vio se acordó de sí mismo; entonces hizo el signo de la cruz en medio de su frente y
vio desaparecer el pabellón. Le rodearon un humo y una niebla tan grandes que no
podía ver absolutamente nada y sintió tal miedo por todas partes que pensó que
estaba en el infierno. Entonces comienza a gritar diciendo: «Buen dulce padre
Jesucristo, no me dejéis morir aquí; socorredme por vuestra gracia o de otra manera
me habré perdido». Nada más decir esto, abre los ojos pero no ve nada del pabellón
donde se acababa de acostar. Mira hacia la orilla y ve la nave de igual manera como
la había visto antes y la doncella que le dice: «Perceval, me habéis traicionado». Y se
lanza al mar. Perceval ve cómo la seguía una tempestad tan grande que parecía que la
nave iba a salirse de su recto curso y cómo todo el mar estaba al momento lleno de
llamas de manera tan admirable que parecía que todo el fuego del mundo hubiera
prendido allí y la nave iba tan deprisa que ningún soplo del viento la hubiera hecho ir
tan ligera.

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Cómo Se Alejó De La Isla La Nave Negra
CUANDO Perceval vio este suceso está tan doliente que le parece que debe morir.
Mira a la nave mientras puede verla deseándole mala ventura y pestilencia. Cuando la
pierde de vista se dice: «¡Ay! desdichado, muerto estoy». Está tan apesadumbrado
que querría estar muerto; entonces saca la espada de la funda y se hiere con tanta
dureza que la clava en su muslo izquierdo y la sangre salta por todas partes. Al ver
esto dice: «Buen Señor Dios, esto es en penitencia por el mal que os he hecho».
Entonces se fija y ve que está completamente desnudo y que sólo tiene las calzas; ve
sus ropas por una parte y sus armas por la otra y se dice: «Desdichado, desgraciado,
he sido tan vil y perverso que casi he llegado al punto de perder lo que uno no puede
recobrar, es decir, la virginidad, que no puede ser recobrada después que ha sido
perdida la primera vez». Se saca la espada del cuerpo y la vuelve a la vaina. Más que
el estar herido le preocupa que Dios se haya enfadado con él. Se viste la camisa y la
cota y se pone lo mejor que puede, acostándose sobre la roca y rogando a Nuestro
Señor que le envíe consejo y que pueda encontrar la piedad y la comprensión, pues se
siente tan pecador y culpable hacia Él que piensa que nunca se verá salvo si no es por
su misericordia. Así permaneció Perceval todo el día junto a la orilla como el que no
podía ir ni hacia adelante ni hacia atrás por la herida que tenía, rogando a Nuestro
Señor que le ayude y que le envíe el consejo que le resulte provechoso para su alma,
pues no pide otra cosa y dice: «Nunca más, buen Señor Dios, quiero irme de aquí ni
por muerte ni por vida si no es ésa vuestra voluntad».
De este modo Perceval permaneció todo el día en la roca y perdió mucha sangre
por la herida que tenía; cuando vio venir la noche y aparecer la oscuridad por el
mundo, se quitó la loriga y se acostó apoyando la cabeza sobre ella, y haciendo el
signo de la veracruz en su frente, rogó a Nuestro Señor que por su dulce piedad le
guardara de tal forma que el diablo, el Enemigo, no tuviera sobre él tanto poder como
para hacerle caer en tentación. Al terminar su oración, se pone en pie y corta un trozo
de la camisa con el que vendar la herida para que no sangre demasiado. Comienza sus
ruegos y oraciones de las que sabía varias y así espera que llegue el día. Cuando
Nuestro Señor quiso expandir la claridad de su día por las tierras y el sol lanzó sus
rayos allí donde Perceval estaba acostado, mira alrededor y ve por una parte el mar y
por otra parte, la roca; entonces se acuerda del Enemigo que el día antes le tuvo en
forma de doncella, pues piensa que se trata sin duda del Enemigo, y comienza un
duelo tan grande y tan digno de admiración que dice que verdaderamente está muerto
si la gracia del Espíritu Santo no lo reconforta.

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Cómo Dios Envió Consuelo A Perceval.
Significado De La Aventura De La Isla
MIENTRAS hablaba de tal forma, mira a lo lejos, hacia el mar por la parte de
oriente, y ve venir la nave que había visto ya otra vez, aquella que estaba cubierta de
blanco jamete, en la que iba el hombre bueno vestido a la manera sacerdotal. Cuando
la reconoce se alegra por las buenas palabras que el hombre le había dicho la otra vez
y por la mucha sensatez que había encontrado en él. Cuando la nave llegó, y
contempló al sabio en la borda, se puso en pie tan rápidamente como pudo y dijo que
fuera bienvenido. El anciano sale de la nave y se acerca; sentándose bajo la roca dice
a Perceval: «¿Qué tal te ha ido?». «Señor, de mala manera: hace poco una doncella
casi me ha llevado al pecado mortal». Y entonces le cuenta cómo le había ido y el
sabio le contesta: «¿La conoces?». «Señor —le responde—, no; pero sé bien que el
Enemigo me la envió para avergonzarme y afrentarme. Y yo habría sido afrentado a
no ser por el signo de la Santa Cruz, pues según creo y pienso con mi entendimiento,
ella me habría hecho caer; pero tan pronto como hice el signo de la cruz se fue la
doncella y no la vi más. Os ruego, por Dios, que me aconsejéis qué debo hacer, pues
nunca antes tuve tanta necesidad de consejo como ahora mismo tengo». «¡Ay!
Perceval —dice el hombre bueno—, siempre serás un necio. ¿No conociste a aquella
doncella que casi te había llevado al pecado mortal cuando te libró el signo de la
cruz?». «Ciertamente, no la conozco. Os ruego por Dios que me digáis quién era y de
dónde y quién es el rico hombre que la ha desheredado contra el que quería que yo la
ayudase». «Te lo diré —contesta el sabio— y así lo sabrás de manera patente.
Escucha: la doncella a la que has hablado es el Enemigo, el maestro, el dueño del
infierno, aquel que tiene poder sobre todos los demás y es cierto que estuvo en otro
tiempo en el cielo en compañía de los ángeles y que era tan hermoso y tan claro que
por la gran belleza que tenía se enorgulleció y se quiso hacer semejante a la Trinidad
y dijo: “Subiré tan alto y seré semejante al Buen Señor”. Tan pronto como dijo esto,
Nuestro Señor, que no quería que su casa fuera cubierta por el veneno del orgullo, lo
expulsó del alto lugar donde lo había puesto y le hizo ir a la casa tenebrosa que se
llama infierno. Cuando se vio apeado así del alto lugar y de la gran eminencia donde
había estado y que había sido arrojado a las tinieblas eternas, pensó que lucharía tanto
como pudiera contra El que le había expulsado, pero no vio cómo y al fin se acordó
de la mujer de Adán, la primera mujer del linaje humano; la observó y se las ingenió
hasta que consiguió hacerla caer en pecado mortal por el mismo pecado por el que él
había sido expulsado y arrojado de la gran gloria de los cielos: el de la envidia. Con
su desleal talento, hizo que cogiera el fruto mortal del árbol que le había sido
prohibido por la boca de su Creador; cuando ella lo hubo cogido, comió y dio a

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comer a Adán, su marido, de tal forma que todos sus descendientes lo sienten de
manera mortal. El Enemigo que esto aconsejó fue la serpiente que tú viste anteayer,
sobre la que cabalgaba la anciana, que era la doncella que ayer por la tarde te vino a
ver y la que te dijo que guerrearía noche y día, lo cual es cierto, y tú mismo lo sabes
bien, pues no habrá una hora en la que ella no aceche a los caballeros de Jesucristo y
a los buenos hombres y a los siervos, en quien el Espíritu Santo está albergado.
Cuando ella consiguió la paz contigo, por sus falsas palabras y por sus promesas,
hizo tender su pabellón para albergarte y dijo: “Perceval, ven a reposarte y a sentarte
hasta que llegue la noche y apártate del sol, pues me parece que te da demasiado
calor”. Estas palabras que te dijo no carecen de un profundo sentido pues entendía en
ellas otra cosa de lo que tú entendías: el pabellón que era redondo igual que el
mundo, significa de manera clara el mundo que ya no estará nunca sin pecado porque
el pecado habita en él y no quería que tú estuvieras albergado fuera del pabellón y por
eso te lo hizo preparar; y cuando te llamó te dijo: “Perceval, ven a reposarte y a
sentarte hasta que la noche venga”. Con esto que te dijo, que te sentaras y reposaras,
ella entendía que tú serías perezoso y alimentarías tu cuerpo con los manjares
terrenos y con glotonerías; ella no deseaba que trabajaras en este mundo y que
sembraras la semilla que luego los buenos hombres debían recoger el día del gran
juicio. Te rogó que te reposaras hasta que la noche llegara, es decir, hasta que la
muerte te sorprendiera, pues con razón es llamada noche siempre que ella sorprende
al hombre en pecado mortal. Te llamó porque temía que el sol te calentara demasiado
y no debe admirar que ella tuviera miedo, pues por el sol nosotros entendemos a
Jesucristo, la verdadera luz que calienta al pecador con el fuego del Espíritu Santo, y
contra Él —que ha fijado su corazón en el alto sol— poco pueden hacer el frío y el
hielo del Enemigo. Ya te he dicho tanto de esa dama que debes saber bien quién es y
por qué vino a verte, más por tu mal que para tu bien».
«Señor —dice Perceval—, me habéis dicho tantas cosas de la dama que sé bien
que es el Campeón contra el que yo debía combatir». «Por mi fe —dice el sabio—
verdad dices ahora; mira cómo has luchado». «Señor, muy mal, según me parece,
pues hubiera sido vencido a no ser por la gracia del Espíritu Santo, que no me dejó
morir». «Lo mismo que te ha socorrido ahora —dice el buen hombre— procura
guardarte de ahora en adelante, pues si vuelves a caer otra vez, no encontrarás quien
te levante tan pronto como ahora».

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Cómo El Anciano De La Nave Dijo A
Perceval Que Se Reuniría Con Boores Y Con
Galaz
MUCHO rato habló el sabio a Perceval y mucho le amonestó a hacer el bien y dijo
que Dios no lo olvidaría sino que le enviaría socorro bien pronto. Entonces le
preguntó cómo había sido herido. «Por mi fe —contestó—, hasta que vinisteis ante
mí no sentí dolor ni mal mayor que si yo no hubiese tenido herida, y ahora, mientras
me habláis, no lo noto, sino que me viene por vuestras palabras y por vuestra mirada
una dulzura tan grande y un alivio tan profundo para mis miembros que no creo que
seáis hombre terreno sino espiritual, y en verdad sé que, si permanecierais todo el día
conmigo, no tendría hambre ni sed y, si lo osara decir, diría que vos sois el pan vivo
que desciende de los cielos del cual no come nadie dignamente que no viva vida
eterna».
Tan pronto como hubo dicho esto, se desvaneció el buen hombre de tal forma que
Perceval no supo qué había pasado. Entonces dijo una voz: «Perceval, has vencido y
estás a salvo. Entra en esta nave y vete a donde te lleve la aventura; no desmayes por
cualquier cosa que veas, pues en cualquier lugar al que vayas te conducirá Dios.
Tendrás la suerte de encontrar en breve a tus compañeros Boores y Galaz, que son a
los que tú más quieres».
Al oír estas palabras tiene una alegría tan grande que mayor no se puede tener.
Tiende sus manos hacia el cielo y da gracias a Nuestro Señor de haberle llevado tan
bien; toma las armas y una vez armado entra en la nave y se lanza al mar, alejándose
de la roca tan pronto como el viento le da en la vela. Aquí deja la historia de hablar
de él y vuelve a Lanzarote, que había permanecido en casa del anciano que le contó
también el significado de las tres frases que la voz le había dicho en la capilla.

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De Los Consejos Que Daba El Ermitaño A
Lanzarote
AHORA cuenta la historia que el venerable religioso hizo que Lanzarote, entre
tanto, se quedara durante tres días con él. Mientras lo tenía en su compañía le hablaba
todos los días y le aconsejaba que hiciera el bien, diciéndole: «Es muy cierto,
Lanzarote, que en vano iréis a esta Demanda sí no os limpiáis de todos los pecados
mortales y quitáis de vuestro corazón los pensamientos terrenos y los deslices del
mundo, pues debéis saber que en esta Demanda no os valdrá para nada vuestro grado
de caballería si el Espíritu Santo no os abre el camino en todas las aventuras que
encontréis; tened por cierto que esta Demanda está emprendida para saber algo de las
maravillas del Santo Graal que Nuestro Señor ha prometido al verdadero caballero
que sobrepase en bondad y en caballería a todos los que ha habido antes que él y
todos los que vendrán después; ya visteis a este caballero el día de Pentecostés en el
Asiento Peligroso de la Tabla Redonda, en el cual no se había sentado nadie que no
muriese: ya habéis comprobado estos hechos. Aquel caballero es el gran hombre que
mostrará en su vida toda la caballería terrena y llevará a cabo tantas cosas que ya no
será terrena, sino espiritual, y por eso dejará el hábito secular y entrará en la
caballería celestial. Todo esto lo dijo Merlín del caballero al que habéis visto alguna
vez, pues sabía muchas cosas de las que debían suceder. Y todo es verdad porque este
caballero tiene más valor y atrevimiento que ningún otro, y tened por cierto que si él
cayera en pecado mortal, que Dios lo guarde por su piedad, no haría en esta Demanda
nada mayor que cualquier otro caballero, pues este servicio en el que habéis entrado
no pertenece de ninguna manera a las cosas terrenales, sino a las celestiales. Por eso,
podéis ver que el que quiere entrar y venir a la perfección de alguna cosa, conviene
que antes purgue y limpie todas las inmundicias terrenas, de tal manera que el
Enemigo no tenga en él ninguna participación; y así cuando haya renegado
completamente del Enemigo y esté limpio y puro de todo pecado mortal, entonces, de
seguro, podrá entrar en esta alta Demanda y en este alto servicio, pero si fuera de tan
débil fe y tan pobre, que piensa conseguirlo más por sus hechos de armas que por la
gracia de Nuestro Señor, sabed que no podrá salir sin vergüenza y dentro no hallará
nada de lo que busca».
Así hablaba el buen hombre a Lanzarote y de tal forma le retuvo tres días
consigo; Lanzarote se consideraba muy feliz porque Dios le había enviado allí, junto
a aquel ermitaño que le había enseñado tan bien, que pensaba que por eso valdría más
durante el resto de su vida.
Cuando llegó el cuarto día, el venerable religioso mandó a su hermano que le
enviara armas y caballo a un caballero que consigo había estado. Aquél cumplió

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gustosamente el mandato; el quinto día, cuando Lanzarote hubo oído misa y estuvo
armado y montado a caballo, se despidió del buen hombre llorando; le pidió que, por
Dios, rogara por él para que Nuestro Señor no lo olvidase, de modo que no pudiera
volver a caer en su primera desdicha. Aquél le prometió que así lo haría, separándose
de él a continuación.

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Cómo Lanzarote Dejó Al Ermitaño Y Encontró
A Un Vasallo, Que Le Afrentó De Palabra
DESPUÉS de dejar al anciano, cabalgó por medio del bosque hasta la hora de
prima. Allí encontró a un vasallo que le preguntó: «Señor caballero, ¿de dónde
sois?». «Soy —contestó— de la casa del rey Artús». «¿Y cómo os llamáis?,
decídmelo». Respondió que se llamaba Lanzarote del Lago. «Lanzarote —le dice—,
por Dios, no es a vos a quien iba buscando, pues vos sois uno de los más desdichados
caballeros del mundo». «Buen amigo —pregunta Lanzarote—, ¿cómo lo sabéis?».
«Bien lo sé —contesta el criado—, vos sois aquel que vio venir ante sí el Santo Graal
y hacer abiertamente un milagro y quien no se conmovió nada con su venida, como si
fuera un pagano». «Ciertamente —dice Lanzarote— yo lo vi y no me moví y lo
siento mucho». «No es maravilla —dice el criado— que lo sintáis, pues ciertamente
mostrasteis bien que no erais buen hombre ni verdadero caballero, sino que erais
desleal y sin fe; y ya que no quisisteis hacer vos mismo el honor, no os asombréis si,
en esta Demanda, la vergüenza os alcanza, en la que habéis entrado con los otros
buenos hombres. Ciertamente, malvado, desdichado, debéis tener un gran dolor pues
solíais ser considerado como el mejor caballero del mundo y ahora sois tenido por el
peor y por el más desleal».
Cuando oye estas palabras no sabe qué decir, pues se siente culpable de lo que el
criado le acusa y contesta: «Buen amigo, dime lo que quieras, te escucharé, pues
ningún caballero debe molestarse por nada que le diga un criado, a no ser que sea una
gran afrenta». «Vos habéis venido —le contesta el criado— a escuchar, pues no
conseguiréis ninguna otra ventaja de ello. Solíais ser la flor de la caballería terrena,
desdichado: bien os habéis dejado embrujar por aquella que ni os ama ni os toma,
sino que como a una cosa insignificante, pequeña, os ha vuelto de tal forma que
habéis perdido la alegría de los cielos y la compañía de los ángeles, todos los honores
terrestres y habéis venido a recibir toda clase de vergüenzas». No se atreve a
responder, pues tiene tanta congoja que preferiría estar muerto. El criado le va
lacerando y avergonzando diciéndole las mayores villanías que puede; escucha todo
el tiempo como el que está apresado y no se atreve más que a mirar. Y cuando el
criado está cansado de decir lo que quiere y ve que no le responde, se va continuando
por su camino. Lanzarote no lo mira, sino que se marcha llorando, sollozando y
rogando a Nuestro Señor que lo vuelva a un camino que le resulte provechoso para su
alma, pues ve bien que ha cometido tantos errores en esta vida y que ha servido tan
mal a su Creador que, si la misericordia de Nuestro Señor no es muy grande, no
podrá nunca encontrar el perdón. Mientras pensaba en esto, el camino que tiene
delante se le va haciendo cada vez más agradable.

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Cómo Halló Lanzarote A Un Ermitaño
Muerto Lejos De Toda Virtud
DESPUÉS de haber cabalgado hasta el mediodía ve ante sí, fuera del camino, una
casita. Vuelve hacia aquel lado, pues sabe que es una ermita; al llegar, ve una capilla
pequeña y una casa pequeña; ante la entrada está sentado un anciano vestido con
túnica blanca, semejante a un hombre de religión, y que hacía un duelo muy grande
diciendo: «Buen Señor Dios; ¿por qué habéis permitido esto? Os había servido
durante tanto tiempo y había sufrido tanto en vuestro servicio…». Cuando Lanzarote
ve al buen hombre llorar con tal ternura, siente una gran compasión, le saluda y le
dice: «Señor, Dios os guarde».
«Que Dios lo haga, señor caballero —responde el anciano—, pues si no me
guarda con cuidado, no dudo que el Enemigo me pueda sorprender con facilidad. Y
que Dios os quite el pecado en el que estáis, pues ciertamente sois uno de los más
desdichados caballeros que conozco».
Cuando Lanzarote oye lo que dice el buen hombre descabalga y piensa que no se
irá de allí durante todo el día, sino que tomará consejo de aquel venerable ermitaño
que, al parecer, le conoce bien, por las palabras que le ha dicho. Entonces, ata su
caballo a un árbol y se acerca. Ve que a la entrada del monasterio yacía muerto —o lo
parece— un hombre canoso vestido con una camisa blanca suave y junto a él un sayal
de pelo áspero y encrespado. Cuando Lanzarote lo ve, se admira de la muerte de
aquel hombre; se sienta y pregunta cómo ha muerto. El religioso le contesta: «Señor
caballero, no lo sé, pero me da la impresión de que no ha muerto según Dios, ni
según la Orden, pues en tal hábito como vos lo veis no puede morir ningún hombre
que no haya pecado contra la religión, y por esto me temo que el Enemigo le ha
atacado en la forma cómo ha muerto; es una gran desdicha, según me parece, pues
había vivido en el servicio de Nuestro Señor más de treinta años». «Por Dios —dice
Lanzarote— esa calamidad parece muy grande, pues ha perdido así su vida y ha sido
sorprendido por el Enemigo a tal edad».
Entonces el ermitaño entra en la capilla, toma un libro y una estola que pone
alrededor de su cuello y saliendo comienza a conjurar al Enemigo. Después de
haberlo conjurado durante mucho rato, mira y ve ante sí al Enemigo con una figura
tan fea que en el mundo no hay corazón de hombre que no sienta pavor. «Me has
incitado demasiado —dice el Enemigo— ¿qué quieres?». «Quiero —le contesta—
que me digas cómo ha muerto mi compañero, si ha perecido o si está salvo».
Entonces habla el Enemigo con voz horrible y espantosa diciendo al venerable
religioso: «No ha perecido, sino que está salvado». «¿Cómo puede ser esto?, pregunta
el buen hombre, me parece que me mientes, pues no es esto lo que manda nuestra

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Orden sino que prohíbe llanamente vestir camisa de lino, y el que la viste desobedece
la orden y quien, traspasando la orden, muere, no me parece nada bien, según creo».
«Te diré —le contesta el Enemigo— cómo fue. Sabes bien que era hombre bueno, de
alto linaje, y que todavía tiene sobrinos y nietos en este país. Anteayer, el conde del
Val emprendió una guerra contra un sobrino suyo que se llama Agarán».

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Historia Del Ermitaño
«CUANDO la guerra comenzó, Agarán, que se vio atacado, no supo qué hacer y
vino a aconsejarse con su tío, al que ves aquí, rogándole dulcemente que saliera de su
ermita y que fuera con él para mantener la guerra contra el conde. Aquél volvió a lo
que solía hacer en otro tiempo, que era el llevar armas. Cuando estuvo con sus
parientes, hizo tan bien todo lo correspondiente a la caballería que el conde fue
apresado al cabo de tres días, entonces hicieron la paz el conde y Agarán y aquél le
dio toda seguridad de que no volvería a atacarle más.
Cuando la guerra fue pacificada y terminó, el buen hombre volvió a su ermita y
recomenzó el servicio que había mantenido durante tantos días; pero cuando el conde
supo que había sido derrotado por él, rogó a dos de sus sobrinos que le vengasen, y
aquéllos contestaron que así lo harían. Vinieron aquí y cuando descabalgaron ante
esta capilla y vieron que el buen hombre estaba en el servicio de la misa, no osaron
atacarle sino que dijeron que esperarían hasta que saliera. Pusieron un pabellón aquí
delante; cuando acabó el servicio y salió de la capilla, dijeron que ya estaba muerto;
lo tomaron y sacaron sus espadas, pero cuando desearon cortarle la cabeza, Aquél al
que había servido durante tantos días mostró sobre él un milagro tan patente que no
pudieron herirle ni con un solo golpe que pudiera hacerle daño, a pesar de que no
llevaba vestido más que su túnica: le golpeaban con sus espadas, que rebotaban como
si hiriesen sobre un yunque y golpearon tantas veces que las espadas se mellaron
completamente y se cansaron y agotaron por los golpes que le habían dado sin
haberle hecho todavía ningún mal, y sin que le hubiera brotado la sangre.
Al ver esto, se airaron y encolerizaron aún más; entonces cogieron yesca y
pedernal y encendieron el fuego aquí delante y dijeron que lo quemarían, pues contra
el fuego no podría resistir. Lo despojaron, dejándolo totalmente desnudo y le quitaron
el sayal que ahí veis. Cuando él se vio así, completamente desnudo, tuvo tal
vergüenza y tal afrenta de sí mismo que les rogó que le permitieran algo para cubrirse
y que no se viera tan villanamente como estaba. Sus enemigos fueron felones y
crueles y dijeron que no vestiría nada más, ni lino ni lana, sino que moriría. Al oír
esto, comenzó a sonreír y respondió: “¿Cómo pensáis que yo pueda morir con este
fuego que está preparado aquí para mí?”. “Vos no tendréis más que la muerte —le
contestan—”. “Ciertamente —dice él— señores, si Nuestro Señor quiere que muera,
me agradará mucho, pero si yo muero será más por la voluntad de Nuestro Señor que
por el fuego, pues este fuego no tendrá tanto poder sobre mí que pueda ser quemado
uno solo de mis cabellos, y no hay en el mundo camisa tan delicada que se estropee
ni se queme, si yo me la visto y entro con ella en el fuego”. Al oír esto, tomaron a
fábula todo cuanto decía y, sin embargo, uno de ellos dijo que con el tiempo se vería
si podría ser esto cierto y se quitó la camisa de las espaldas y se la hicieron vestir e

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inmediatamente lo echaron al fuego, que habían hecho tan grande que duró desde
ayer por la mañana hasta ayer bien entrada la noche. Cuando el fuego se hubo
apagado, encontraron al buen hombre muerto pero tenía la carne tan sana y tan limpia
como la podéis ver aquí y la camisa que le habían puesto no se había quemado, como
bien podéis apreciar. Cuando vieron aquello, se espantaron mucho: lo quitaron de allí
y lo trajeron a este lugar donde lo veis ahora, poniendo su sayal junto a él y después
se marcharon. Por este milagro de Aquél al que había servido tanto, podéis ver
abiertamente que no ha muerto, sino que está a salvo. Ahora mismo me iré, pues ya te
he explicado aquello que dudabas».
Y tan pronto como dijo esto, se fue abatiendo los árboles ante sí y haciendo la
mayor tempestad del mundo, de tal forma que parecía que todos los Enemigos del
infierno se iban por medio del bosque.

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Cómo Conversaron Lanzarote Y Un Ermitaño,
Y De Lo Que Éste Le Dijo
CUANDO el anciano oyó estos hechos, se puso bastante más contento que antes;
guarda el libro y la estola y se acerca al cuerpo y comienza a besarlo diciendo a
Lanzarote: «Por mi fe, señor, gran milagro ha mostrado Nuestro Señor a través de
este hombre, de quien yo pensaba que hubiera muerto en pecado mortal, pero no es
así, gracias a Dios, sino que se ha salvado tal como vos mismo podéis haber oído».
«Señor —dice Lanzarote—, ¿quién fue el que durante tanto rato estuvo hablando con
vos? No pude ver su cuerpo, pero sus palabras las oí bien y eran tan horribles y tan
espantosas que no hay nadie que no pudiera tener miedo». «Señor —responde el
ermitaño—, bien se debe tener miedo, pues no hay nada que haga temer tanto como
él, porque es aquel que da consejo al hombre para que pierda el cuerpo y el alma».
Entonces supo bien Lanzarote quién fue el que le habló; el anciano le pide que le
haga compañía para velar al santo hasta el día siguiente cuando ya lo haya enterrado.
Le contesta que así lo hará con gusto y que está muy contento de que Dios le haya
llevado a tal lugar para servir el cuerpo de un hombre tan bueno como aquél.
Se quita las armas y las pone en la capilla, vuelve a su caballo, lo desensilla y le
retira el freno, después se acerca al religioso para hacerle compañía. Cuando juntos
están sentados, le comienza a preguntar: «Señor caballero, ¿no sois vos Lanzarote del
Lago?». Él contesta que sí. «Y ¿qué vais buscando así armado como estáis?». «Señor,
voy con mis compañeros buscando las aventuras del Santo Graal».
«Ciertamente —dice el buen hombre— podéis buscarlas, pero no las encontraréis,
pues, si el Santo Graal viniera ante vos, no creo que lo pudieseis ver más que un
ciego vería una espada que estuviera ante sus ojos; y, sin embargo, muchas gentes han
vivido en las tinieblas del pecado largo tiempo y en la oscuridad, y Nuestro Señor,
después, los ha llamado a la verdadera luz tan pronto como ha visto que sus
corazones escuchaban. Nuestro Señor no es lento socorriendo a los pecadores: en
cuanto apercibe que se vuelven hacia Él con el corazón o con el pensamiento o a
través de una buena obra, inmediatamente viene a visitarlos, y si el pecador ha
preparado su hostal y lo ha limpiado tal y como debe hacer, desciende y reposa en él,
y el pecador no debe preocuparse después de que se vaya, sino que lo expulsa él
mismo del hostal. Pero si llama a otro que le sea contrario, Él se marcha pues no
puede permanecer más tiempo cuando es acogido aquél a quien todos los días le
guerrea».

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Cómo Lanzarote Estaba Adornado De Todas
Virtudes Cuando Era Caballero Novel
«LANZAROTE, te he mostrado este ejemplo para que veas la vida que durante
tanto tiempo has llevado, desde que caíste en pecado, es decir, desde que recibiste la
Orden de Caballería, pues antes de que fueras caballero habías albergado en ti todas
las buenas virtudes de manera tan natural que no conozco a ningún joven que pudiera
serte semejante, pues, en primer lugar, habías albergado la virginidad, de tal forma
que nunca le habías faltado ni en voluntad ni en obra, ni siquiera en deseo, ya que
muchas veces sucedió que, cuando pensabas en la villanía de la culpa carnal, en la
cual se corrompía la virginidad, escupías de despecho y decías que no caerías en este
error y entonces afirmabas que no había un grado de caballería tan alto como el de ser
virgen y el de esquivar la lujuria, guardando el cuerpo limpiamente.
Además de esta virtud, que es tan elevada, tenías humildad, humildad dulce y
suave que te hacía inclinar la cabeza, no como cuando el fariseo oraba en el templo,
que decía: “Buen Señor Dios, te doy gracias y te agradezco porque no soy tan malo ni
tan desleal como son mis vecinos”. Tú no eras así, sino que parecías al publicano, que
no osaba siquiera mirar la imagen, para que Dios no se enfadara con él, porque era un
gran pecador y se mantenía lejos del altar, y se golpeaba por sus culpas diciendo:
“Buen Señor Dios Jesucristo ten piedad de este pecador”. De tal forma debe
comportarse el que quiere cumplir de manera recta con la humildad y así lo hacías tú
cuando eras doncel, pues amabas y temías a tu Creador sobre todas las cosas y decías
que no se debía temer nada de la tierra, sino que se debía temer a aquel que puede
destruir el cuerpo y el alma y arrastrarnos al infierno.
Además de estas dos virtudes que te he contado, también tenías paciencia,
paciencia que es semejante a la esmeralda, que todo el día está verde, pues con
paciencia no habrá una tentación tan fuerte por la que pueda ser vencida, sino que
permanecerá todo el día verde y con una misma fuerza y nadie impedirá que se pueda
llevar la victoria y el honor, nadie puede vencer a su enemigo mejor que con el
sufrimiento y bien sabes que cometieras el pecado que cometieras en tu pensamiento,
de manera natural tenías bien albergada en ti esta virtud.
Además tenías albergada en ti otra virtud de manera tan natural como si te
perteneciera por naturaleza; era la justicia. Justicia que es una virtud tan fuerte y
poderosa que no cambiará nunca, y por ella son todas las cosas mantenidas en su
punto justo y no cambiará nunca; y a cada uno se le devolverá lo que se le ha quitado
y lo que sea justo; justicia no da a nadie por amor ni quita por odio y no permanecerá
sólo entre amigos y parientes, sino que se irá siempre según una línea recta, de tal
forma que no cambiará de su vía sino por algún acontecimiento que ocurra.

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Además de esta virtud, tuviste también en ti caridad albergada de manera tan alta
que era maravilla, pues si hubieras tenido todas las riquezas del mundo entre tus
manos, las habrías regalado por amor a tu Creador. Entonces el fuego del Espíritu
Santo era cálido y ardiente en ti y tú estabas deseoso y con buena intención en el
cuerpo y en el alma para mantener todo lo que estas virtudes te habían prestado».

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Cómo Lanzarote Cayó En El Pecado Por Las
Trampas Del Enemigo
«Y así guarnecido de todas las bondades y todas las virtudes terrenas entraste en la
alta Orden de Caballería, pero cuando el Enemigo, que primero hizo pecar al hombre
y lo llevó a la condenación, te vio tan guarnecido y tan cubierto por todas partes, tuvo
miedo que no te pudiera sorprender de ninguna manera; se dio cuenta de que
conseguiría bien su intención si te pudiera sacar fuera de alguno de los baluartes en
los que te hallabas; vio que estabas ordenado para ser servidor de Nuestro Señor y
que estabas colocado en un grado tan alto que nunca bajarías a pertenecer al servicio
del Enemigo; y que dudó mucho el intentarlo porque tenía miedo de perder. Entonces
pensó numerosas maneras de cómo podría derrotarte hasta que por fin creyó que lo
más rápido para hacerte caer en pecado mortal sería a través de una mujer y dijo que
el primer padre había sido derrotado por una mujer, lo mismo que Salomón, el más
sabio de todos los hombres y Sansón Fortín, el más fuerte, y Absalón, el hijo de
David, el más hermoso del siglo. “Y ya que —dijo— todos éstos han sido derrotados
y avergonzados, no creo que éste niño consiga vencer”.
Entonces se metió en la reina Ginebra que no se había confesado bien desde que
se casó, y la hizo mirarte con placer desde el día que fuiste armado caballero, cuando
entraste en su casa. Cuando viste que ella te miraba, pensaste, y entonces te hirió el
Enemigo con uno de sus dardos con tanta fuerza que te hizo tambalear; te hizo
tambalear de tal forma que te hizo salir del camino recto y entrar en el que tú no
habías conocido nunca: el camino de la lujuria, el camino que devasta el cuerpo y el
alma de manera tan maravillosa que ninguno puede saberlo si no lo ha intentado.
Desde entonces te privó el Enemigo de la vista, pues, tan pronto como tuviste los ojos
calentados por el ardor de la lujuria, expulsaste la humildad y llamaste al orgullo y
quisiste ir con la cabeza levantada de manera tan orgullosa como un león y dijiste en
tu corazón que no debías apreciar nada, jamás apreciarías si no tenías la voluntad de
aquella dama tan hermosa. Cuando el Enemigo —que oye todas las palabras tan
pronto como la lengua las ha dicho— conoció que pecabas mortalmente en
pensamiento y en deseo, entró en ti y expulsó a Aquel que tú habías albergado
durante tanto tiempo.
Así te perdió Nuestro Señor, que te había alimentado y hecho crecer y guarnecido
de todas las buenas virtudes y te había elevado tan alto que te había puesto en su
servicio de tal forma que pensó que serías su servidor y que le servirías con los bienes
que Él te había prestado. Tú le dejaste al momento de forma tal que cuando debieras
haber sido el servidor de Jesucristo, te convertiste en el servidor del diablo y dejaste
entrar en ti tantas virtudes del Enemigo como Nuestro Señor había puesto de las

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tuyas: contra la virginidad y la castidad albergaste lujuria a la que afrentan la una y la
otra; contra la humildad, recibiste el orgullo, como el que no tenía a ningún hombre
frente a sí; después expulsaste a todas las virtudes que te he nombrado y acogiste
aquellas que les eran contrarias. No obstante, Nuestro Señor había puesto tantos
bienes en ti que no pudo ser que de aquella gran cantidad no quedara alguna cosa en
remanente, y de este remanente que Dios te dejó, has llevado a cabo por tierras
extrañas grandes proezas, de las que todo el mundo habla. Ahora mira si podrías
haber hecho más si hubieras salvado todas aquellas virtudes que Nuestro Señor había
puesto en ti. No hubieras fallado en las aventuras del Santo Graal en las cuales todos
tus compañeros están ahora en trabajos, sino que las hubieras llevado al final mejor
que nadie podría hacer, a no ser el verdadero caballero. Los ojos no te habrían sido
cegados ante la cara de tu Señor y lo habrías visto abiertamente».

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Cómo El Ermitaño Dio A Lanzarote Que
Hiciera Penitencia Y Se Arrepintiera
«TE he dicho todas estas cosas porque estoy triste de que seas tan desnaturado y
deshonrado, pues en ningún lugar al que vayas tendrás ya honor, sino que te dirán
villanías todos aquellos que conozcan la verdad de cómo te has comportado en la
Demanda. Y, no obstante, no has errado tanto como para que no puedas encontrar el
perdón si, gritando, le das las gracias de todo corazón a Aquel que te había
guarnecido de manera tan grande y te había llamado a su servicio; pero, si tú no lo
haces de todo corazón, no creo que vayas muy lejos en esta Demanda. Debes saber
que no ha entrado en ella nadie que no se vuelva avergonzado si no ha hecho una
buena confesión, pues la Demanda no es de cosas terrenas, sino celestiales. Quien
sucio y villano quiere entrar en el cielo es echado atrás tan felonamente que lo siente
durante todos los días de su vida, y lo mismo sucede entre aquellos que han iniciado
esta demanda sucios y manchados con los vicios terrenos; no sabrán mantener los
caminos ni los senderos, sino que irán errando por tierras extrañas y esto semeja al
Evangelio donde dice: “En aquel tiempo hubo un hombre rico que estaba dispuesto a
celebrar sus nupcias y reunió a sus amigos, parientes y vecinos. Cuando los manteles
estuvieron puestos, envió mensajeros a los que había invitado y les pidió que
vinieran, pues todo estaba preparado, pero tardaron y se retrasaron tanto que se
enfadó el buen hombre. Cuando vio que no vendrían, dijo a sus servidores: ‘Id de
aquí y dad vueltas por medio de las calles y de los caminos diciendo a los conocidos
y a los extraños, a los pobres y a los ricos, que vengan a comer, pues las mesas están
dispuestas y todo está listo’. Aquéllos hicieron el mandato de su señor y trajeron a
tantos consigo que la casa se llenó. Cuando ya estaban todos sentados, el señor miró
entre los demás y vio a un hombre que no se había vestido con la ropa de la boda; se
acercó a él y le dijo: ‘Buen amigo, ¿qué buscáis?’. ‘Señor, vengo lo mismo que los
demás’. ‘Por mi fe —dice el señor— no es así, pues aquéllos han venido llenos de
alegría y de fiesta y vestidos como se debe venir a unas nupcias, pero vos no habéis
traído ninguna cosa que pertenezca a fiesta’. Entonces lo hizo arrojar de su casa y
dijo, de manera que todos los que estaban sentados en la mesa lo oyeron, que había
invitado a mucha gente que no había venido al banquete y que se podía decir
entonces verdaderamente que eran muchos los llamados y pocos los escogidos”.
Podemos ver esta parábola de la que nos habla el Evangelio en la Demanda, pues
por el banquete al que hizo llamar podemos entender la mesa del Santo Graal donde
los buenos hombres comerán, los verdaderos caballeros, aquéllos a quienes Nuestro
Señor encontrará vestidos con las ropas de boda y que son las buenas gracias y las
buenas virtudes que Dios presta a los que le sirven. Pero a aquéllos a quienes

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encuentre desprovistos y desnudos de la verdadera confesión y de las buenas obras,
no los querrá recibir, sino que los hará expulsar de la compañía de los demás, de tal
forma que recibirán tanta afrenta y vergüenza como de honor recibirán los otros».

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Cómo Lanzarote Prometió Mudar De Vida
ENTONCES se calló y miró a Lanzarote, que estaba llorando con tanta amargura
como si hubiera visto ante sí muerta la cosa del mundo que más amase, como aquel
que está tan doloroso que no sabe qué le sucederá; y después de mirarle un gran rato,
le pregunta si se había confesado desde que entró en la Demanda. Responde en voz
baja, dice que sí y le cuenta todo: las tres frases que le habían sido explicadas y el
sentido de las tres cosas. Cuando el anciano ermitaño oyó lo que dice, le contesta:
«Lanzarote, te requiero por la cristiandad que tienes y por la Orden de Caballería que
recibiste hace mucho tiempo, para que me digas qué vida te agrada más, la que
tuviste en otro tiempo o la vida en la que has entrado recientemente». «Señor, os
digo, por mi Creador, que esta nueva vida me alegra cien veces más que la otra y en
el tiempo que viva no deseo salirme jamás de ella pase lo que pase». «No desmayes,
pues —dice el venerable religioso—, que Nuestro Señor ve que tú le pides perdón de
todo corazón y te enviará tanta gracia que le serás templo y casa donde se albergará
dentro de ti».
En tales palabras pasaron el día y cuando llegó la noche comieron pan y bebieron
cerveza que encontraron en la ermita. Después se fueron a acostar ante el cadáver y
durmieron poco rato, pues pensaban bastante más en las cosas celestiales que en las
terrenas. Por la mañana, cuando el buen hombre hubo quemado el cuerpo ante el
altar, entró en la ermita y dijo que no se iría de allí en el resto de sus días, sino que ya
serviría al señor Celestial durante toda su vida; cuando vio que Lanzarote quería
tomar las armas le dijo: «Lanzarote, os ordeno en nombre de la Santa Penitencia que
vistáis, desde ahora en adelante, el sayal de este santo cuerpo y os digo que os
vendrán tantos bienes por ello que nunca más pecaréis mortalmente durante el tiempo
que lo tengáis ceñido, y esto os debe dar mucha firmeza. Además, os ordeno que en el
tiempo que estéis en la Demanda no comáis ni bebáis vino, y que, si estáis en lugar en
el que lo podáis hacer, vayáis todos los días a un monasterio a oír el Oficio de
Nuestro Señor». Recibió estas órdenes en nombre de penitencia y se despoja ante el
buen hombre, recibiendo la disciplina de buena voluntad; después toma el sayal que
era muy áspero y basto y se lo pone sobre la espalda vistiendo a continuación la
camisa, y cuando ya estuvo arreglado, toma las armas y monta, pidiendo licencia al
buen ermitaño. Aquél se la da con gusto, pero le ruega mucho que haga el bien y que
no deje de ninguna manera confesarse cada semana porque si no el Enemigo no
tendría miedo de hacerle daño. Le contesta que así lo hará y se separa de él
cabalgando por medio del bosque durante todo el día hasta la hora de víspera sin
encontrar ninguna aventura que venga al caso.

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Cómo Lanzarote Halló A La Doncella Y Lo Que
Ésta Le Dijo
DESPUÉS de vísperas encontró una doncella que cabalgaba en un palafrén blanco y
venía con gran prisa. Cuando vio a Lanzarote, le saludó y le dijo: «Señor caballero,
¿a dónde vais?». Dice él: «Ciertamente, doncella, no lo sé, sino allí a donde la
ventura me conduzca, pues no sé demasiado bien en qué parte puedo encontrar al que
voy buscando». «Bien —le dice ella—; en otro tiempo vos estuvisteis más cerca que
ahora estáis de lo que vais buscando, y ahora estáis más cerca que nunca, si os
mantenéis en el lugar en el que habéis entrado». «Doncella —replica—, esas dos
cosas que me habéis dicho me parecen contrarias». «No creáis —le contesta—; ya lo
veréis de manera más patente de lo que ahora lo veis, pues no os he dicho nada que
no podáis entender bien».
Después de decir esto, se quiso ir; él le pregunta dónde podrá albergarse hoy. «No
encontraréis —le dice— albergue para esta noche, pero mañana lo encontraréis tal
como lo necesitáis y entonces hallaréis socorro para vuestras dudas». La deja con
Dios y ella a él; se separan el uno del otro y cabalga todo el camino por medio del
bosque, hasta que le anochece al comenzar la bifurcación de dos caminos en la que
había una cruz de madera. Cuando ve la cruz se alegra mucho de haberla encontrado
y dice que se alojará aquella noche allí. Se inclina y desciende; quita el freno y la silla
a su caballo, dejándolo pastar; se retira el escudo del cuello y se suelta el yelmo,
quitándoselo de la cabeza; se arrodilla ante la cruz y dice sus plegarias y oraciones,
pidiendo a Aquel que fue crucificado, en cuyo honor fue puesta allí la cruz, que le
guarde de tal forma que no caiga en pecado mortal, pues no teme nada tanto como
recaer.

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De La Visión Que Tuvo Lanzarote
DESPUÉS de hacer la oración y de haber rogado a nuestro Señor durante un gran
rato, se acoda sobre una piedra que estaba ante la cruz. Tenía ganas de dormir, pues
estaba muy cansado del ayuno y del velar y por eso se durmió nada más acodarse
sobre el escalón. Cuando estuvo dormido, le pareció que ante él venía un hombre
rodeado de estrellas que llevaba una corona de oro en su cabeza y que en su
compañía había siete reyes y dos caballeros. Al llegar ante Lanzarote, se pararon y,
adorando a la cruz, hicieron allí sus oraciones; después de estar un buen rato de
rodillas, se sentaron todos y tendiendo las manos hacia el cielo decían en alta voz:
«Padre de los cielos, ven a visitarnos y danos a cada uno según lo que hemos pedido
y admítenos en tu casa, en la casa en la que deseamos entrar». Después de decir esto,
se callaban todos; entonces Lanzarote miró hacia el cielo y vio abrirse las nubes; de
ellas salía un hombre con gran compañía de ángeles y bajando sobre ellos daba a cada
uno su bendición, los llamaba buenos y leales servidores, y les decía: «Mi casa está
dispuesta para todos vosotros, entrad en la alegría pues nada os faltará». Después de
hacerlo, se acercaba al mayor de todos los caballeros y le decía: «Vete de aquí, pues
he perdido todo lo que había puesto en ti; tú no has sido hijo mío, sino hijastro; tú no
has sido amigo, sino enemigo; te digo que te confundiré si tú no me devuelves mi
tesoro». Cuando oyó estas palabras se marchó de entre los demás y pedía piedad tan
doliente que no podía más y el hombre le decía: «Si quieres te amaré y si tú quieres,
te odiaré». Aquél se apartaba entonces de la compañía; el hombre que había bajado
de los cielos se acercaba al caballero más joven de todos y, convirtiéndolo en león, le
daba alas y le decía: «Buen hijo, ahora podéis ir por todo el mundo y volar por
encima de toda la caballería». Aquél comenzaba a volar y sus alas se hacían tan
grandes y maravillosas que todo el mundo quedaba cubierto con ellas. Después de
haber volado tanto rato que todo el mundo lo tenía por maravilla, ascendía hacia las
nubes y se abría el cielo para recibirlo y entraba dentro sin más tardanza.
Así vio Lanzarote aquella visión mientras dormía; cuando sintió que era de día,
levantó su mano, se hizo el signo de la cruz en la frente y rezó a Nuestro Señor
diciendo: «Buen Padre Jesucristo, que eres el verdadero Salvador y el verdadero
descanso para todos aquellos que de buen corazón te reclaman, Señor, te doy gracias
y te agradezco que me hayas salvado y librado de las grandes vergüenzas y de los
grandes enojos que debería haber sufrido a no ser por tu gran bondad. Señor, yo soy
tu criatura a la que has mostrado tan gran amor que cuando mi alma estaba dispuesta
a ir al infierno y a la perdición eterna, tú, por tu piedad, la has salvado y la has
llamado para que te conociera y temiera. Señor, por piedad, desde ahora nunca más
me dejes ir fuera del camino recto, sino que te pido que me guardes desde tan cerca
que el Enemigo, si desea derrotarme, no consiga sacarme de tus manos».

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Cómo Llegó Lanzarote A La Ermita
DESPUÉS de decir esto, se pone en pie y se acerca a su caballo, le coloca la silla y
el freno, se ata el yelmo y toma el escudo y la lanza y después monta. Toma el
camino, lo mismo que había hecho el día anterior y piensa en lo que había visto
mientras dormía, pues no sabe a qué puede deberse y, si pudiera ser, con gusto,
quisiera saberlo. Después de haber cabalgado hasta mediodía notó mucho calor.
Entonces encontró en un valle al caballero que le había quitado sus armas anteayer.
Cuando lo vio venir, no lo saludó, sino que le dijo: «Guárdate de mí, Lanzarote, pues
eres muerto si no te puedes defender» y le atacó con la lanza enfilada, golpeándole
con tal dureza que le atraviesa el escudo y la cota, pero no llega a tocarle en la carne.
Lanzarote, que pone en ello toda su fuerza, le golpea con tal vigor que a él y a su
caballo los derriba a tierra tan furiosamente que por poco no le rompe el cuello. Pasa
de largo, vuelve atrás y ve al caballo, que ya se levantaba; entonces lo toma por el
freno y lo lleva a un árbol, atándolo, para que el caballero lo encuentre cerca cuando
se levante. Después de hacer esto, vuelve a su camino y cabalga hasta la tarde. Ya
estaba cansado y fatigado pues no había comido durante todo el día, ni el día anterior
y había cabalgado dos grandes jornadas que le habían cansado y fatigado bastante.
Ha cabalgado tanto que, al fin, llega ante una ermita que había en una montaña.
Mira hacia allá y ve ante la puerta sentado a un ermitaño; era un hombre viejo y
anciano. Se alegra mucho, le saluda y aquél le devuelve el saludo, afable y
cortésmente: «Señor —le pregunta Lanzarote— ¿podríais dar albergue a un caballero
andante?». «Buen señor —le responde el hombre— si lo deseáis, os albergaré hoy lo
mejor que pueda y os daré —le dice el venerable religioso— para comer de lo que
Dios me ha dado». Contesta que no pide nada mejor; el buen hombre toma el caballo,
llevándolo a una dependencia que había ante su casa y le quita él mismo la silla y el
freno y le da hierba, de la que había en mucha abundancia. Después, toma el escudo y
la lanza de Lanzarote y la lleva a su casa; Lanzarote ya se había soltado el yelmo y
abatido la ventana de la cota; se quita la protección de las espaldas y la lleva a la
casa; después de estar completamente desarmado, el ermitaño le pregunta si ha oído
vísperas; contesta que no ha visto a nadie, ni hombre ni mujer, ni casa ni albergue,
sino a una persona que encontró al mediodía. Entonces entra el anciano en la capilla y
llama a su clérigo y comienzan las vísperas del día y después las de la Madre de Dios;
cuando hubo celebrado lo que correspondía al día, se salió de la capilla. Entonces le
pregunta a Lanzarote que quién era. Le cuenta su vida, sin esconderle nada de lo que
le ha sucedido en el Santo Graal, Cuando el buen hombre oye estas noticias, toma
gran compasión de Lanzarote, pues ve que comenzó a llorar desde que le contó la
aventura del Santo Graal. Le pide en nombre de Santa María y de la Santa Fe, que le
diga toda su confesión y todas las cosas. Aquél le contesta que lo hará con gusto,

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pues así lo desea; lo lleva de nuevo a la capilla y Lanzarote le cuenta toda su vida tal
como la había contado ya otra vez y después le pide por Dios que lo absuelva.

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Significado De La Visión De Lanzarote
CUANDO el buen religioso oyó su vida y su confesión, le reconforta mucho y le da
firmeza, diciéndole tan buenas palabras que Lanzarote está mucho más a gusto que
antes; entonces le dice: «Señor, si lo sabéis, aconsejadme en lo que os pregunte».
«Decid —contesta el venerable anciano—, pues no hay nada de lo que no os dé
consejo, si puedo». «Señor —dice Lanzarote—, anoche me sucedió, mientras dormía;
vi venir ante mí un hombre rodeado de estrellas y tenía en su compañía siete reyes y
dos caballeros». Entonces le cuenta todo, palabra por palabra, tal como lo había visto.
Cuando el hombre oyó esto, le responde; «¡Ay! Lanzarote, ahí pudiste ver la altura de
tu linaje y de qué gente has descendido; sabed que tiene un sentido muy hondo, que
muchas gentes no piensan, escucha si quieres y te contaré el comienzo de tu
parentela, pero lo tomaré de muy lejos, pues así conviene hacerlo».
«Cuarenta y dos años después de la pasión de Jesucristo, José de Arimatea, el
buen hombre, el verdadero caballero, salió de Jerusalén por orden de Nuestro Señor,
para predicar y anunciar la verdad de la nueva Ley y las enseñanzas del Evangelio.
Cuando llegó a la ciudad de Sarraz, encontró a un rey pagano que se llamaba
Ewalach, que estaba en guerra con un vecino suyo, rico y poderoso; cuando fue
recibido por el rey, le aconsejó de tal forma que obtuvo la victoria sobre su enemigo,
venciéndole en el campo por la ayuda que le envió. Al volver a la ciudad, recibió el
bautismo por la mano de Josofes, el hijo de José. Este rey tenía un cuñado que se
llamba Serofe cuando era pagano, pero cuando recibió la Ley tomó el nombre de
Nascián; cuando una vez que aquel caballero se hizo cristiano y abrazó la Ley, creyó
tanto en Dios y amó tanto al Creador, que fue como un pilar y un cimiento de la fe y
era evidente que Nascián fue un hombre bueno y leal, porque Nuestro Señor le dejó
ver los grandes secretos y las grandes maravillas del Santo Graal, que, en aquel
tiempo, apenas ningún caballero había visto a no ser José y después no hubo
caballero que lo viera, si no fuera como soñando.
En aquel tiempo soñó el rey Ewalach que a un sobrino suyo, hijo de Nascián, le
salía un gran lago del vientre; de aquel lago manaban nueve ríos, de los cuales ocho
eran muy grandes y profundos, pero el noveno era mucho mayor y profundo que
todos los demás y era tan rápido y ruidoso que no había nada que lo pudiera soportar.
Aquel río era turbio al comienzo, espeso cómo el barro; a mitad del camino era claro
y limpio y, al final, era de otra forma, pues era doscientas veces más hermoso y más
claro que al principio y tan dulce de beber que nadie se quedaba saciado. Así era el
último de los nueve ríos. Después miró el rey Ewalach y vio venir a un hombre de la
parte del cielo, que traía el testimonio y la semejanza de Nuestro Señor, y cuando
llegó al lago se lavó las manos y los pies y lo mismo hizo en cada río, pero al llegar al
noveno se lavó las manos, los pies y todo el cuerpo.

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El rey Mordrain tuvo esta visión mientras dormía. Ahora te explicaré el sentido y
qué significa el sobrino del rey Mordrain del que salía el lago: era Celidón, el hijo de
Nascián, a quien envió Nuestro Señor a esta tierra para confundir y derrotar a los
paganos. Fue ciertamente un siervo de Jesucristo y un verdadero caballero de Dios,
supo del curso de las estrellas, de los planetas y de las formas del firmamento tanto o
más de lo que sabían los filósofos, y, porque era tan gran maestro en ciencias y en
ingenios, avanzó hacia ti rodeado de estrellas; fue el primer rey cristiano que poseyó
el reino de Escocia y fue verdaderamente lago en ciencias y en ingenios y en él se
podían beber todas las señales y las fuerzas de la Divinidad. De aquel lago salieron
nueve ríos que fueron las nueve personas que han descendido de él: no es que todos
fueran hijos suyos, sino que unos eran descendientes de los otros por línea directa. De
estos nueve, siete son reyes y dos caballeros: el primer rey que salió de Celidón se
llamaba Narpus y fue un hombre bueno que amó mucho a la Santa Iglesia y otro se
llamó Nascián en recuerdo de su abuelo; en él se albergó Nuestro Señor de manera
tan maravillosa que no se sabía en su tiempo de nadie que fuera mejor que él; el
tercer rey se llamaba Elian el Grande, que hubiera preferido morir a hacer nada en
contra de su Creador; el cuarto se llamaba Isaías, hombre íntegro y leal, que fue
dotado por Nuestro Señor sobre todas las cosas, y nunca a sabiendas enfadó a su
señor celestial; el quinto se llamaba Jonaan, buen caballero y leal, más atrevido que
ninguno, intencionadamente no hizo nada que pudiera ofender a Nuestro Señor, se
marchó de este país, se fue a la Galia y casó con la hija de Maronex, de la que recibió
el reino. De éste nació el rey Lanzarote, tu antepasado, que marchó de Galia
volviendo a este país, donde se casó con la hija del rey de Irlanda. Fue tan buen
hombre como oíste al encontrar en la fuente el cuerpo de tu antepasado, guardado por
dos leones. De aquél salió el rey Van, tu padre, que fue mejor hombre y de vida más
santa de lo que muchas gentes creían, y creían que murió por dolor de su tierra, pero
no fue así, sino que todos los días de su vida pidió a Nuestro Señor que le dejara irse
de este siglo cuando lo pidiera y Nuestro Señor se mostró de forma clara que había
oído su ruego, pues tan pronto como pidió la muerte de su cuerpo, la obtuvo y
encontró la vida del alma.
Estas siete personas que te he nombrado, que son el principio de tu linaje, son los
siete reyes que aparecieron en tu sueño y que vinieron ante ti. Eran los siete ríos que
salían del lago que fue visto por el rey Mordrain, mientras dormía: en los siete se lavó
Nuestro Señor las manos y los pies. Ahora conviene que yo te diga quiénes son los
dos caballeros que estaban en su compañía: uno de ellos, el que estaba a
continuación, es decir el que era descendiente de ellos, eres tú, pues tú perteneces al
linaje del rey Van, que era el último de los siete reyes. Cuando estaban todos juntos
ante ti decían: “Padre de los cielos, ven a visitarnos y danos a cada uno según lo que
habrá servido y admítenos en tu casa”. Y cuando decían “Padre ven a visitarnos” te
acogían en su compañía y rogaban a Nuestro Señor que viniera a buscarles y a
buscarte porque eran tu comienzo y tu raíz. Cuando decían “Dale a cada uno según lo

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que haya servido”, debes entender que no había nada en ellos más que justicia, pues
por amor que tuvieran en ti no querrían pedir a Nuestro Señor sino lo que debían, que
es dar a cada uno su derecho. Después de decir esto, tú soñaste que del cielo venía un
hombre con gran compañía de ángeles y descendía hacia ellos dándoles a cada uno su
bendición, y así como sucedió en la visión, hace poco que ha sucedido, pues no hay
ninguno de ellos que no esté en compañía de los ángeles.
Después de hablar al mayor de los dos caballeros, y de decirle las palabras que
recuerdas (y que debes tomar contigo como si hubieran sido dichas a ti y para ti, pues
tú estabas representado en aquél a quien se le dijeron), se acercó al joven caballero —
descendiente tuyo, pues tú lo engendraste en la hija del rey Pescador y por eso
descendía de ti—, lo convirtió en figura de león; esto es, lo puso bajo forma que no es
de hombre terrenal, de manera que nadie se le parecía, ni en fiereza, ni en fuerza, y le
dio alas para que ninguno fuera tan rápido ni tan veloz como él era y para que nadie
pudiera subir tan alto ni en valor, ni en ninguna otra cosa, y le dijo: “Buen hijo, ahora
puedes ir por el mundo y volar sobre toda la Caballería terrenal”. Y comenzó
inmediatamente a volar haciéndose sus alas tan grandes y maravillosas que todo el
mundo quedaba cubierto por ellas. Todo lo que tú viste ha sucedido ya a Galaz, el
caballero hijo tuyo, pues es de tan alta vida que es digno de admiración; no hay nadie
con su valentía, ni que se le pueda parecer, ni siquiera tú, ni cualquier otro. Y ya que
es tan alto que nadie le puede igualar, debemos decir que Nuestro Señor le ha dado
alas para volar por encima de los demás, y por él debemos entender nosotros el
noveno río que el rey Mordrain vio en su sueño, que era más rápido y profundo que
todos los otros juntos. Ya te he dicho quiénes son los siete reyes que viste en tu sueño
y quién el caballero que fue apartado de su compañía y que fue el último al que
Nuestro Señor le dio tanta gracia que le hacía volar por encima de todos los demás».
«Señor —exclamó Lanzarote—, lo que me decís de que el buen caballero es mi
hijo me causa gran admiración». «No debes admirarte por ello —le responde el
ermitaño—, ni maravillarte, pues sabes bien que conociste carnalmente a la hija del
rey Pelés y allí engendraste a Galaz, que te lo han dicho muchas veces. Y Galaz, a
quien tú engendraste en aquella doncella, es el caballero que se sentó el día de
Pentecostés en el Asiento Peligroso y es el caballero al que buscas: te lo digo y te lo
hago saber, porque no quisiera que te enfrentaras con él en batalla, pues le podrías
hacer pecar mortalmente por ti y afrentar su cuerpo: porque si lucharas con él en
batalla, debes saber que, inmediatamente, serías vencido, pues nadie conseguirá
vencerle».

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De Lo Que El Ermitaño Decía A Lanzarote
«SEÑOR —dice Lanzarote—, me agrada mucho lo que me habéis dicho, pues
me parece qué si Nuestro Señor ha permitido que tal fruto saliera de mí, aquel que es
tan noble caballero no permitirá que su padre, quienquiera que sea, vaya a la
perdición, sino que rogará a Nuestro Señor noche y día que por su dulce piedad, me
saque de la mala vida en la que tanto he vivido». «Te diré —contesta el anciano
religioso— cómo es. En los pecados mortales el padre lleva su carga y el hijo la suya
y el hijo no responderá por las inquietudes del padre ni el padre por las del hijo, pero
cada uno, según haya servido, recibirá su premio y por eso tú no debes tener
esperanzas en tu hijo, sino solamente en Dios, pues si le pides ayuda, Él te ayudará y
te socorrerá en todas las necesidades». «Ya que es así —dice Lanzarote— que nadie,
sino Jesucristo, me puede valer y ayudar, le ruego que me ayude y auxilie y que no
me deje caer en las manos del Enemigo y que yo le pueda devolver el tesoro que me
pide, que es mi alma, el día espantoso en que les dirá a los malos: “los de aquí,
maldita gente, al fuego eterno”, y dirá a los buenos las dulces palabras: “Venid
benditos de mi Padre, hijos benditos, entrad en la alegría que ya no os faltará”».
Mucho rato hablaron juntos el buen ermitaño y Lanzarote. Cuando fue hora de
comer, salieron de la capilla y se sentaron en la casa del hombre y comieron pan y
bebieron cerveza. Después el venerable religioso hizo que Lanzarote se acostara
sobre la hierba pues no había preparado otra cama. Aquél se durmió bastante bien,
porque estaba cansado y fatigado y no se preocupaba tanto por la gran comodidad del
mundo como solía, pues si se hubiera preocupado no hubiera dormido, porque la
tierra estaba demasiado dura y el sayal era áspero y basto junto a su carne, pero ya
estaba tan acostumbrado a este sacrificio y a esta dureza que nada le agradaba y le
apetecía tanto como ello; por eso, no le molesta nada de lo que hace.
Aquella noche durmió Lanzarote y descansó en casa del viejo ermitaño y, cuando
apareció el día, se levantó y fue a oír el servicio de Nuestro Señor. Después de que lo
hubo cantado el religioso, tomó Lanzarote sus armas y montó en el caballo,
encomendando su huésped a Dios y el venerable anciano le rogó mucho que se
mantuviera en lo que había comenzado; respondió que así lo haría, si Dios le daba
salud. Se apartó de allí y cabalgó por medio del bosque todo el día, de forma que no
llevaba camino ni sendero, pues pensaba mucho en su vida y en su condición y se
arrepentía de los grandes pecados que había cometido, por los que había sido
expulsado de la preciada compañía que había visto mientras dormía. Ésta era una
cosa por la que tenía tal duelo que temía mucho caer en la desesperación; pero como
había puesto todo su entendimiento en Jesucristo, piensa que podrá llegar todavía al
lugar del que ha sido expulsado y acompañar a aquellos de los que había sido alejado.

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Cómo Lanzarote Entró En El Torneo De Los
Caballeros De Armas Blancas Con Los De Armas
Negras
DESPUÉS de cabalgar hasta la hora de mediodía llegó a una gran llanura que había
en el bosque. Ante sí vio un castillo fuerte y bien situado, rodeado de muros y de
fosos; delante del castillo había un prado en el que había pabellones de seda de
diversos colores, que llegaban hasta cien, y ante los pabellones había más de
quinientos caballeros que montados sobre grandes caballos, habían comenzado un
torneo maravilloso: unos iban cubiertos con armas blancas y los otros con armas
negras y no había entre ellos ninguna otra clase de armas. Los que tenían las
armaduras blancas estaban de espaldas al bosque y los otros de espaldas al castillo.
Habían comenzado ya el torneo y habían caído tantos caballeros que era maravilla.
Mira el torneo durante un gran rato, hasta que le parece que los que están de espaldas
al castillo llevan la peor parte y que van a perder la plaza a pesar de ser mucho más
numerosos. Al verlo se vuelve hacia ellos, como si quisiera ayudarles con su fuerza;
baja la lanza y deja correr al caballo, golpeando al primero con tanta dureza que lo
lleva a tierra, a él y a su caballo; pasa de largo, hiere a otro y rompe la lanza, pero, a
pesar de todo, lo derriba a tierra; coge la espada y comienza a dar grandes golpes,
arriba y bajo, por medio del torneo, como el que es de gran valor. Hizo tantos hechos
en poco momento que todos los que le veían le daban el premio y la recompensa del
torneo; no obstante, no pudo conseguir superar a los que estaban contra él, pues eran
tan fuertes y resistentes que se admiró: les golpea y es como si lo hiciera sobre un
trozo de madera, porque aquéllos no ponen cara de sentir los golpes que les da, ni
retroceden en ningún momento, sino que cada vez van ganando terreno y lo cansan
tanto en tan poco rato, que no puede ya sostener la espada, sino que está tan fatigado
y agotado que cree no poder soportar más las armas; entonces lo cogen a la fuerza y
lo llevan al bosque, donde lo adentran; todos los compañeros estaban ya vencidos,
pues les faltaba su ayuda. Los que llevan a Lanzarote le dicen: «Lanzarote, hemos
hecho tanto que vos sois de los nuestros y estáis en nuestra prisión; conviene, si
queréis salir de ella, que hagáis nuestra voluntad». Se lo promete y se va dejándolos
en el bosque. Marcha por un sendero distinto del que había traído la otra vez.
Después de alejarse mucho de los que le habían apresado, piensa que ha sido
llevado a tal punto donde nunca había ido, pues no estuvo jamás en un torneo en el
que no venciera y en el que fuera apresado. Cuando medita sobre esto empieza a
hacer un gran duelo y dice que ahora se da cuenta de que es más pecador que ningún
otro, pues sus pecados y su mala fortuna le han quitado la vista de los ojos y el poder

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del cuerpo; la vista de los ojos está bien claro, pues en la venida del Santo Graal no lo
pudo ver; y el poder del cuerpo también se ha comprobado, pues nunca estuvo entre
tanta gente como en este torneo, cansándose tanto y fatigándose, sino que los hacía
huir a todos del lugar, quisieran o no. Doliente así y entristecido, cabalga hasta que la
noche le sorprendió en un valle grande y profundo. Cuando vio que no podría llegar a
la montaña, descabalga bajo un gran álamo y quita a su caballo la silla y el freno y él
se alivia del yelmo y de la cota y abre la ventana. Después se acuesta sobre la hierba
y se duerme muy pronto, pues durante el día se había cansado y fatigado más que
nunca.

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Del Sueño Que Tuvo Lanzarote
DESPUÉS de dormirse, le pareció que del cielo bajaba un hombre de aspecto
bondadoso y se acercaba como triste diciendo: «¡Ay!, hombre de poca fe y de pobre
creencia, ¿por qué se ha vuelto tu voluntad tan pronto hacia tu Enemigo mortal? Si no
te guardas, te hará caer en la profundidad de la que luego no se vuelve». Después de
decir esto, se desvaneció de forma que Lanzarote no supo qué había pasado de él. Se
quedó muy a disgusto con estas palabras, pero no se despertó, sino que durmió hasta
la mañana siguiente, cuando el día amaneció claro. Entonces se levanta, hace el signo
de la cruz en su frente y se encomienda a Nuestro Señor; mira a su alrededor, pero no
ve su caballo y lo busca hasta encontrarlo; le pone la silla y monta tan pronto como
está preparado.
Cuando quería marcharse vio, a la derecha del camino, que cerca de él, a un tiro
de arco, había una capilla con una eremita, que se tenía por una de las mejores damas
del país. Al ver esto dijo que realmente era un infiel y que sus pecados le habían
ocultado todos los bienes, pues allí, al lugar en el que ahora se encuentra llegó ayer
por la tarde, a tal hora que bien pudo haberse acercado hasta allí en lo que quedaba de
día y haber pedido consejo sobre su ser y su vida. Se dirige hacia aquella parte y
descabalga a la entrada, atando su caballo a un árbol; se quita el escudo, el yelmo y la
espada y lo pone todo junto a la puerta. Cuando ha entrado dentro, ve que, sobre el
altar, se habían dispuesto los preparativos de la Santa Iglesia para ser vestidos y que
un capellán de rodillas decía sus oraciones ante el altar. No tardó mucho en tomar las
armas de Nuestro Señor y en vestirse y en comenzar la misa de la gloriosa Madre de
Dios. Después de cantarla, se desvistió. La monja, que tenía una pequeña abertura por
la que veía el altar, llamó a Lanzarote, porque le parecía caballero andante que
necesitaba consejo. Él se acercó; ella le preguntó quién era y de dónde y qué es lo que
buscaba. Él le respondió a todo, palabra por palabra, tal como le había sido
preguntado. Después de contarle todo y también la aventura del torneo en el que
estuvo ayer y de cómo los de las blancas armas le tomaron prisionero y las palabras
que le habían dicho después, le contó la visión que había tenido mientras dormía.

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Cómo La Monja Explicó A Lanzarote El
Significado Del Torneo
CUANDO ya le había contado todo, le ruega que le aconseje con su poder y ella le
dice al momento: «Lanzarote, Lanzarote, mientras fuisteis caballero de caballerías
terrenas fuisteis el hombre más extraordinario del mundo y el más venturoso, pero al
meteros en la caballería celestial os llegan aventuras maravillosas y vos no os
maravilláis de ningún modo. No obstante, os explicaré el significado del torneo que
visteis, pues sin duda cuanto visteis tuvo su sentido en Jesucristo; aunque aquel
torneo fuera de caballeros terrenales, había en él, a pesar de todo, un significado más
profundo que ellos mismos no entendían. Pero antes os diré por qué fue emprendido
el torneo y quiénes eran los caballeros. El torneo fue emprendido por ver quién
tendría más caballeros, si Eliecer, el hijo del rey Pelés, o Argustes, el hijo del rey
Erlén; para que pudieran diferenciarse los unos de los otros, hizo Eliecer que los
suyos se cubrieran con vestiduras blancas. Al enfrentarse fueron vencidos los negros,
aunque vos les ayudasteis, y hubieran sido vencidos aun con más gente que con vos.
Ahora os explicaré el sentido de esto. Anteayer, el día de Pentecostés, los caballeros
terrenos y los celestiales iniciaron un torneo, todos juntos; es decir, comenzaron
unidos la Demanda los caballeros que están en pecado mortal, o sea, los terrenos, y
los celestiales que son los verdaderos caballeros, que no estaban manchados por el
pecado. Comenzaron la Demanda del Santo Graal, que fue el torneo que
emprendieron. Los caballeros terrenos, que tenían la tierra en los ojos y en el corazón,
tomaron ropas negras, pues estaban cubiertos por pecado negro y horrible; los otros,
que eran celestiales, tomaron ropas blancas, que son de virginidad y de castidad, y en
las que no hay ni mancha ni impureza. Al empezar el torneo, es decir, cuando la
Demanda fue comenzada, tú miraste los pecadores y los buenos, y te pareció que los
pecadores iban a ser vencidos. Te pusiste de parte de los pecadores, es decir, que
estabas en pecado mortal y te volviste hacia ellos, con los que te mezclaste, luchando
contra los buenos, y bien luchaste contra ellos cuando tú quisiste enfrentarte con
Galaz, tu hijo, el día que él te derribó del caballo, y con Perceva1. Después de haber
permanecido un gran rato en el torneo, estabas tan cansado que no pudiste ayudar
más y los buenos te hicieron prisionero y te llevaron al bosque. Cuando te metiste
anteayer en la Demanda, y se te mostró el Santo Graal, tú te encontraste tan vil y tan
sucio por los pecados que pensabas que no podrías llevar las armas, es decir, al verte
tan vil y tan manchado, pensabas que Nuestro Señor no haría de ti su caballero y su
servidor. Pero entonces te apresaron los buenos, los ermitaños, los religiosos que te
pusieron en el camino de Nuestro Señor, que está lleno de vida y de verdor tal como
estaba el bosque, te aconsejaron lo que te era provechoso para el alma y, cuando te

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separaste de ellos, no volviste al camino que habías seguido antes; no volviste a pecar
mortalmente como habías hecho antes, y, sin embargo, tan pronto como te acordaste
de la vanagloria de este mundo y de los grandes orgullos que solías tener, comenzaste
a lamentar el no haber vencido; por eso Nuestro Señor debió entristecerse contigo y
bien te lo mostró mientras dormías, cuando vino a decirte que eras de mala fe, de
pobre creencia y te advirtió que si no tenías cuidado el Enemigo intentaría hacerte
caer en el pozo más hondo, que es el infierno. Ya te he contado el sentido del torneo y
de tu sueño para que no te separes del camino de la verdad por vanagloria ni por
ningún motivo, y porque has errado tanto hacia tu Creador, debes saber que si haces
algo indebido contra Él, te dejará caer en pecado y tú irás a la pena eterna, que es el
infierno».

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Cómo Lanzarote Se Despidió De La Monja
CUANDO la dama se calló, él responde: «Señora, me habéis dicho tantas cosas vos
y el anciano ermitaño al que le he hablado, que si caigo en pecado mortal se me
debería acusar más que a ningún otro pecador». «Dios os otorgue —le dice ella— por
su piedad que no volváis a recaer», y continúa diciéndole: «Lanzarote, este bosque es
muy grande y extenso; por él puede ir fácilmente un caballero durante un día sin
encontrar ni casa ni albergue, por eso quiero que me digáis si habéis comido, pues si
no habéis comido os daré de lo que Dios nos ha prestado». Él dijo que no comió ni
hoy ni ayer y ella hizo traer pan y agua. Entra en la casa del capellán y toma la
caridad que Dios le envía. Después de comer, se separa de allí y encomienda la dama
a Dios y luego cabalga durante todo el día hasta el atardecer.
Por la noche durmió en una roca alta y maravillosa, sin más compañía que Dios.
Gran parte de la noche la pasó entre ruegos y oraciones y durmió un buen rato. Por la
mañana, cuando vio aparecer el día, hizo el signo de la cruz en su frente y se puso de
codos y de rodillas mirando hacia Oriente y comenzó la oración tal como la había
hecho el día anterior; después se acercó a su caballo, lo ensilló, le puso el freno y
montó. Luego volvió al camino; del mismo modo que en otras ocasiones, cabalgó
hasta llegar a un valle profundo, de hermosísima vista, situado entre dos grandes y
admirables montes. Cuando llegó al valle comenzó a pensar con mucha tristeza; mira
ante sí y ve el río, que se llama Marcoise, y que dividía al bosque en dos partes;
cuando lo contempla, no sabe qué hacer, pues se da cuenta que va a tener que pasar
por medio del río, profundo y peligroso, cosa que le retiene mucho; sin embargo,
pone su esperanza y su fe en Dios y espera que le quite todo el miedo y cree que con
su ayuda podrá pasarlo bien.

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Cómo Lanzarote Fue Derribado Deslealmente
Por El Caballero De Negro
MIENTRAS estaba con estos pensamientos, le sucedió algo admirable: vio salir del
río un caballero armado con armas más negras que una mora y jinete sobre un gran
caballo negro. Al ver a Lanzarote se dirigió contra él con la lanza y, sin decirle nada,
dio un golpe tan fuerte al caballo que se lo mató, pero sin llegar a tocarle a él.
Después se alejó tan de prisa que Lanzarote no pudo verlo. Al poco tiempo, viendo a
su caballo muerto bajo él, aunque no lo siente, pues tal ha sido la voluntad de Nuestro
Señor, se levanta. No mira más, sino que continúa su camino armado tal como estaba
y, cuando llega junto al río y no sabe cómo pasarlo, se detiene y se quita el yelmo, el
escudo, la espada y la lanza y se acuesta sobre una roca; esperará allí hasta que
Nuestro Señor le envíe socorro.
Así está Lanzarote rodeado por tres partes: por una, del río; por la otra, de las
rocas, y por la otra, del bosque. No sabe adónde mirar para encontrar la salvación
terrena, pues si sube por las rocas y tiene ganas de comer, no encontrará quien le
sacie el hambre, a no ser que Nuestro Señor le ayude. Si entra en el bosque, es el más
impracticable que conoce y podrá permanecer en él mucho tiempo sin hallar quién le
socorra; y si entra en el río, no sabe cómo saldrá sin peligro, pues es muy negro y
profundo y no podría hacer pie. Estas tres cosas le hacen permanecer en la orilla,
rogando y suplicando a Nuestro Señor que, por su piedad, venga a reconfortarle, á
visitarle y a darle consejo mediante el cual no pueda caer en la tentación del
Enemigo, a pesar de los engaños del diablo, ni ser llevado a la desesperación.
Aquí deja la historia de hablar de él y vuelve a Galván.

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Cómo Galván Encontró A Héctor De Mares
CUENTA la historia que, cuando Galván se separó de sus compañeros, cabalgó
muchas jornadas lejos y cerca sin encontrar aventuras que merezcan ser contadas, y
lo mismo les pasó a los otros compañeros, que no hallaron tantas aventuras como
solían y por esto les aburrió más la Demanda. Galván cabalgó, desde Pentecostés
hasta el día de la Magdalena, sin encontrar una sola aventura que sea digna de contar
y se admiró, pues pensaba que en la Demanda del Santo Graal hallaría aventuras
fuertes y admirables mucho antes que en otro lugar. Un día se encontró con Héctor de
Mares, que cabalgaba completamente solo; se reconocieron nada más verse y
mostraron mutuamente una gran alegría. Le preguntó Galván a Héctor por su estado y
él le dijo que estaba sano y salvo y que no había encontrado aventuras en ningún
lugar de los que visitó. «Por mi fe —dijo Galván— de eso quería yo quejarme a vos,
pues, así me ayude Dios, desde que me alejé de Camaloc no encontré ninguna
aventura y no sé cómo ha sido esto, porque no pudo deberse a ir por tierras extrañas,
países lejanos o por cabalgar de día y de noche. Os aseguro lealmente, como a mi
compañero, que yendo solo sin otra necesidad, he matado más de diez caballeros, el
peor de los cuales valía bastante, pero sin embargo, no encontré ninguna aventura». Y
Héctor comienza a persignarse por la maravilla que hay. «Decidme ahora —le
pregunta Galván— si os encontrasteis desde entonces a alguno de nuestros
compañeros». «Sí —responde Héctor—; desde hace quince días he encontrado más
de veinte. Iban todos solos y no hubo ninguno que no se me quejara de no haber
encontrado aventuras». «Por mi fe —dijo Galván— oigo maravillas y ¿habéis oído
hablar de Lanzarote?». «Ciertamente no —le responde—, no encontré a nadie que me
diera nuevas suyas, como sí se hubiera hundido en un abismo, y por eso estoy muy
disgustado con él y tengo miedo de que esté en alguna prisión. Y ¿habéis oído hablar
de Galaz, de Perceva1 y de Boores?». «En verdad —contesta Héctor—, no. Esos
cuatro están tan perdidos que no se sabe ni la dirección ni el camino que tomaron».
«Que Dios los guíe —dijo Galván— en el lugar que estén, pues, ciertamente, si las
aventuras del Santo Graal nos faltan, los otros no las tendrán tampoco y pienso que
volverán, pues son los mejores hombres de la Demanda».
Después de haber hablado un buen rato juntos, dijo Héctor: «Señor, mucho
tiempo habéis cabalgado solo y yo también y no hemos encontrado nada;
cabalguemos ahora juntos y a ver si tenemos más suerte que yendo solos, para
encontrar alguna aventura». «A fe mía —dice Galván— decís bien y yo os lo otorgo;
vayamos juntos y que Dios nos conduzca a un lugar donde podamos encontrar algo
de lo que vamos buscando». «Señor —dice Héctor—, de la parte de donde vengo ni
por la que vos venís no encontraremos nada». Contesta que bien puede ser. «Entonces
—dice Héctor— creo que deberíamos tomar otro camino, distinto del que hemos

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traído». Le responde que bien lo quiere. Héctor toma un sendero que iba a través de
la llanura donde se habían encontrado y dejan el gran camino.

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Cómo Llegaron Galván Y Héctor A La Capilla
Y De Las Visiones Que En Ella Tuvieron
CABALGARON así ocho días sin encontrar ninguna aventura. Esto les cansa
mucho; un día llegaron a un bosque grande y extraño en el que no encontraron ningún
hombre ni mujer; por la tarde, hallaron entre dos rocas, en una montaña, una capilla
vieja y antigua, que estaba tan destruida que parecía que no vivía en ella nadie.
Cuando llegaron allí, descabalgaron y se quitaron los escudos y las lanzas y las
dejaron fuera de la capilla, junto a la pared; después alivian a sus caballos de los
frenos y las sillas y los dejan pastar por la montaña; se desciñen las espadas y las
dejan aparte, pues quieren acercarse al altar a hacer las oraciones y ruegos, como
buenos cristianos deben hacer. Tras hacer sus oraciones, van a sentarse sobre un poyo
que había junto a la cancela y se hablan de muchas cosas, pero no de comer porque
sabían bien que en este punto se desesperarían por poca cosa; dentro había mucha
oscuridad, pues no había lámparas ni cirios que ardiesen; después de velar un poco,
se durmieron el uno junto al otro.
Cuando ya estaban dormidos, le vino a cada uno una visión admirable, que no hay
que olvidar, sino que debe recordar la historia, pues tiene una gran motivación.
Galván soñó, mientras dormía, al menos eso le pareció, que estaba en un prado lleno
de hierba verde y de flores, de las que había una gran cantidad; en este prado, había
una cerca dentro de la cual pastaban ciento cincuenta toros; los toros eran bravos y,
salvo tres, completamente distintos; de estos tres, uno no era ni manchado ni sin
manchas, sino que tenía rastro de manchas; los otros eran tan blancos y tan hermosos
que no podían serlo más; los tres toros estaban uncidos por el cuello mediante un
yugo fuerte y resistente; los toros decían: «Vamos a buscar mejor pasto que éste», y
entonces salían y se iban por medio de la landa, que no por medio del prado, y se
quedaban por allí mucho tiempo; cuando volvían, faltaban la mayoría de ellos, y los
que volvían estaban tan delgados y tan cansados que apenas se podían tener en pie; de
los tres que no tenían manchas, uno volvía y los otros dos se quedaban; cuando
habían vuelto a la cerca, se produjo entre ellos una gran pelea porque les faltaba la
comida y tenían que irse cada uno por su lado.
Así le ocurrió a Galván, pero a Héctor le sucedió una visión completamente
distinta, pues le parecía que él y Lanzarote descendían de un trono para cabalgar
sobre dos grandes caballos y decían: «Vamos a buscar a aquél que no
encontraremos». Entonces se separaban y erraban muchas jornadas, hasta que
Lanzarote caía de su caballo y lo derribaba un hombre que le quitaba todo y, cuando
lo había despojado, le ponía una túnica que estaba llena de remiendos y lo montaba
sobre un asno; una vez montado, cabalgaba mucho tiempo, hasta que llegaba a una

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fuente, la más hermosa que nunca se vio; cuando descendía para beber, la fuente
desaparecía de manera que no la conseguía ver. Al darse cuenta que no podría beber,
volvía por donde había venido y Héctor, que en ningún momento se había movido,
erraba tan enfurecido de un lado a otro, que llegaba a la casa de un rico hombre que
estaba celebrando las nupcias con un gran banquete: llamaba a la puerta y decía:
«Abrid, abrid». El señor avanzaba y le decía: «Señor caballero, buscad otro
alojamiento distinto que éste, pues en éste no entra nadie que vaya montado tan alto
como vos vais». Entonces se alejaba y, sintiéndolo mucho, volvía al trono que había
dejado.
De este sueño estuvo tan a disgusto Héctor que se despertó por la tristeza que
tenía; comenzó a dar vueltas como quien no puede dormir y Galván, que tampoco
dormía, sino que se había despertado a causa de su sueño, cuando lo oyó moverse así,
dijo a Héctor: «Señor, ¿dormís?». «Señor —le respondió—, no; sino que acabo de
despertarme por una visión admirable que he visto mientras dormía». «Por mi fe —
dice Galván—, lo mismo os digo; he visto una visión maravillosa, por la que me he
despertado y os digo que no estaré a gusto antes de saber la verdad de ella». «Lo
mismo os digo —añade Héctor—: no volveré a estar a gusto en tanto no sepa la
verdad sobre Lanzarote, mi hermano». Mientras hablaban así, vieron venir por la
puerta de la capilla una mano, cubierta con un jamete bermejo hasta el codo; de
aquella mano pendía un freno no demasiado rico, y en su puño tenía un gran cirio que
ardía con mucha claridad. Pasó ante ellos y entró en la cancela, desvaneciéndose a
continuación de tal forma que no supieron qué había ocurrido con ella. Entonces
oyeron una voz que les dijo: «Caballeros llenos de pobre fe y mala creencia, estas tres
cosas que acabáis de ver os faltan y por eso no podéis llegar a las aventuras del Santo
Graal». Al oír estas palabras, se quedan espantados y, después de permanecer un gran
rato en silencio, Galván tomó la palabra y dijo a Héctor: «¿Habéis entendido estas
palabras?». «Señor —le responde—, ciertamente no, aunque bien las he oído». «En el
nombre de Dios —dice Galván— hemos visto esta noche tantas cosas durmiendo y
velando que lo mejor que se me ocurre es que vayamos a buscar a algún ermitaño, o
algún sabio religioso que nos explique el sentido de nuestros sueños y el sentido de lo
que acabamos de oír; según lo que nos aconseje, eso haremos, pues de otra manera
pienso que en vano gastaríamos nuestros pasos como hemos hecho hasta aquí».
Héctor dice que es un consejo muy acertado y, así, permanecieron los dos
compañeros toda la noche en la capilla sin lograr dormir desde que se despertaron,
sino que cada uno pensaba profundamente en lo que había visto en sueños.

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Cómo Galván Y Héctor Se Alejaron De La
Capilla Y De Lo Que Les Ocurrió
CUANDO llegó el día, fueron a ver dónde estaban sus caballos; los buscaron hasta
encontrarlos; los ensillaron y les pusieron los frenos; tomando sus armas y montando,
cabalgaron a través de la montaña. Cuando llegaron al valle encontraron un criado
que cabalgaba sobre un rocín y que iba solo; lo aludan y él les devuelve el saludo.
«Buen amigo —dice Galván—, ¿sabríais mostrarnos, por aquí cerca, una ermita o
una casa de religión?». «Sí, señor», responde el criado. Entonces les muestra un
pequeño sendero a la derecha y les señala: «Este sendero os llevará directo a la gran
ermita que hay en una pequeña montaña, pero es tan escarpado que no pueden ir los
caballos; por eso, os convendrá descabalgar e ir a pie. Cuando hayáis llegado allí,
encontraréis a un ermitaño que es el hombre más santo y de mejor vida que hay en el
país». «Te encomendamos ahora a Dios —dijo Galván—, buen amigo, pues nos has
servido mucho con las palabras que nos has dicho».
El criado se va por un lado y ellos por el otro, y después de haber cabalgado un
poco encuentran en el valle a un caballero armado con todas las armas que les grita:
«¡Justa!», desde tan lejos como los ve. «Por Dios —dice Galván—, desde que salí de
Camaloc no encontré a nadie que me pidiera un torneo, y ya que lo pide lo tendrá».
«Señor —dice Héctor—, dejadme ir, si os place». «No —le responde—, pero si me
derriba no me pesará que vayáis después de mí». Entonces enristra la lanza, embraza
el escudo y deja correr al caballo. El otro viene todo lo deprisa que su animal puede
ir; se encuentran con un golpe tan grande que atraviesan los escudos y rompen las
lorigas, hiriéndose muy gravemente ambos, aunque uno más que el otro: Galván fue
herido en el costado izquierdo, pero no fue demasiado grave, mientras que el
caballero fue herido tan mortalmente que la lanza le apareció por la otra parte. Vuelan
los dos de los arzones y, al caer, se rompe la lanza de tal forma que el caballero
permanece atravesado mortalmente herido, sin poder levantarse.

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Cómo Galván Llevó A Una Abadía Al
Caballero Herido, Que Era Iván El Bastardo
CUANDO Galván lo ve caído en el suelo se endereza inmediatamente, con rapidez
toma la espada y se pone el escudo ante la cara, haciendo semblante de mostrar la
mayor valentía que puede, pues era bastante valiente; pero cuando ve que el caballero
no se levanta, piensa que lo ha herido de muerte. Entonces le dice: «Señor caballero,
os conviene lidiar y os mataré». «¡Ay!, señor caballero, ya estoy muerto, sabedlo en
verdad; por eso os ruego que hagáis lo que os voy a pedir». Responde que con gusto
lo hará, si lo puede hacer de alguna manera. «Señor —le suplica—, os ruego que me
llevéis a una abadía cerca de aquí y me hagáis justicia, tal como se debe hacer a un
caballero». «Señor —responde Galván—, no sé si cerca de aquí hay alguna casa de
religión». «¡Ay!, señor —le dice—, montadme sobre vuestro caballo y os llevaré a
una abadía que conozco, que no está demasiado lejos». Entonces Galván le coloca
ante sí, sobre el caballo, y ordena a Héctor que le lleve el escudo; lo abraza por los
flancos para que no caiga y el caballero conduce el caballo directamente a una abadía
que estaba allí cerca, en un valle.
Cuando llegaron a la puerta llamaron hasta que los de dentro los oyeron y
vinieron a abrir la puerta, recibiéndolos alegremente. Descabalgan al caballero herido
y lo acostaron con la suavidad que pudieron; tan pronto como estuvo acostado, pide a
su Salvador y se lo traen. Cuando lo ve venir comienza a llorar amargamente, tiende
sus manos, se confiesa públicamente de todos los pecados de los que se siente
culpable hacia su Creador y clama perdón llorando con amargura; cuando ha dicho
todo esto, se siente mejorado; el sacerdote le da a su Salvador y él lo recibe con gran
devoción. Después de haber tomado el Corpus Domini, pide a Galván que le saque la
lanza del pecho; él le pregunta que quién es y de dónde: «Señor —le responde—, soy
de la casa del rey Artús y compañero de la Tabla Redonda; me llamo Iván el
Bastardo, hijo del rey Urián. Entré en la Demanda del Santo Graal con mis otros
compañeros, pero, por la voluntad de Nuestro Señor o por mis pecados, me habéis
matado. Os lo perdono de buen corazón y que Dios también os lo perdone». Cuando
Galván oye estas palabras le dice muy doloroso y entristecido: «¡Ay!, Dios, qué gran
calamidad. ¡Ay!, Iván, cuánto lo siento». «Señor —pregunta—, ¿quién sois?». «Soy
Galván, el sobrino del rey Artús». «Entonces —responde— no me pesa, pues he sido
matado por la mano de un perfecto caballero como vos sois. Por Dios, cuando
lleguéis a la Corte saludad a todos nuestros compañeros que encontréis vivos, pues sé
bien que morirán bastantes en esta Demanda, y decidles, por la hermandad que hay
entre mí y ellos, que se acuerden de mí en sus ruegos y en sus oraciones y que pidan a
Nuestro Señor que tenga piedad de mi alma». Entonces empiezan a llorar Galván y

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Héctor; Galván le pone la mano sobre el hierro de la lanza que Iván tenía en el pecho
y, cuando tira, todos se estremecen por el gran dolor que siente; a él se le separa el
alma del cuerpo, de tal forma que murió entre los brazos de Héctor. Galván lo siente
mucho y también Héctor, pues lo habían visto realizar unas hermosísimas proezas. Lo
hicieron enterrar lo más ricamente que pueden, con una tela de seda que los frailes de
allí le trajeron al saber que era hijo de rey; le hicieron tal servicio como se debe hacer
a un muerto. Luego lo enterraron ante el altar principal poniéndole una hermosa
tumba encima, en la que hicieron escribir su nombre y el nombre de quien lo había
matado.

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Cómo Galván Y Héctor Llegaron A La Ermita
De Nascián
ENTONCES se van de allí Galván y Héctor dolientes y entristecidos por esta
desdicha que les ha sucedido, pues bien veían que se trataba de una calamidad.
Cabalgan hasta llegar al pie de la alta ermita; cuando llegaron allí ataron los caballos
a dos encinas, luego toman un estrecho sendero que subía, y lo encontraron tan
escarpado, que se cansaron y agotaron mucho antes de llegar arriba. Cuando ya
llegaron a la cumbre ven la ermita en la que vivía el religioso que se llamaba
Nascián; era una casa pobre con una capilla pequeña: se acercan allí y ven, en una
cerca que hay junto a la capilla, a un venerable ermitaño viejo y anciano que recogía
ortigas para su comida, pues no tomaba ningún otro alimento desde hacía mucho
tiempo. Al verlos armados piensa que son dos caballeros andantes que han entrado en
la Demanda del Santo Graal y cuvas noticias conocía hace tiempo; deja de hacer los
que estaba haciendo, se acerca a ellos y les saluda. Ellos se humillan ante él y le
devuelven su saludo.
«Buenos señores —les dice—, ¿qué aventura os ha traído aquí?». «Señor —
responde Galván—, el gran hambre y el gran deseo que teníamos de hablar con vos
para ser aconsejados en lo que estábamos desaconsejados y para estar ciertos en lo
que nosotros estamos equivocados». Cuando oye hablar así a Galván piensa que es
muy sabio en las cosas terrenas, y le dice: «Señor, de lo que yo sepa no os podréis
servir».
Entonces los lleva a su capilla y les pregunta quiénes son. Ellos se nombran y se
dan a conocer, hasta que él llega a saber bien quién es cada uno; luego les pide que le
digan en qué están desaconsejados, que les aconsejará si puede; Galván le dice:
«Señor, ayer nos sucedió, a mí y a este compañero mío que está aquí, que cabalgamos
por medio de un bosque durante todo el día, sin encontrar a un hombre ni a una
mujer, hasta que llegamos a una capilla que había en una montaña; descendimos allí,
pues queríamos dormir mejor dentro que fuera, y, cuando estuvimos aligerados de
nuestras armas, entramos y nos quedamos dormidos el uno aquí y el otro allí. Al
dormirme me vino un sueño digno de admiración». Entonces se lo cuenta y tras
contarle todo, Héctor le describe el suyo; después le hablan de la mano que vieron
mientras velaban y las palabras que les dijo la voz, y cuando ya le han contado todo,
le ruegan por Dios que les diga el motivo, pues sin un gran motivo no les habría
llegado durmiendo.

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Explicación De Las Visiones De Galván
CUANDO el anciano hubo oído todo esto y por qué motivo han venido a él,
responde a Galván: «Buen señor, el prado que visteis tenía una cerca: por la cerca
debemos entender la Tabla Redonda, pues lo mismo que la cerca tiene palos que
dividen el espacio, igualmente la Tabla Redonda tiene columnas que separan unos
asientos de los otros; por el prado debemos entender la humildad y la paciencia que
están vivas siempre, con su fuerza; y ya que la humildad no puede ser vencida y la
paciencia tampoco, sobre ellas se fundó la Tabla Redonda, en la que la caballería ha
sido tan fuerte desde entonces, por la dulzura y por la fraternidad que hay entre los
compañeros, que no puede ser vencida y por eso se dice que fue fundada sobre la
humildad y la paciencia; en la cerca comían ciento cincuenta toros y comían en ella y
no estaban en el prado, pues si hubieran estado en el prado, sus corazones se hubieran
amansado por la humildad y la paciencia; los toros eran bravos y todos distintos,
excepto tres: por los toros debes entender los compañeros de la Tabla Redonda, que
por su lujuria y por su orgullo han caído en pecado mortal de manera tan dura que sus
faltas no pueden permanecer ya en ellos, sino que les desbordan por fuera de tal
forma que son distintos y están sucios, manchados y son malos, lo mismo que eran
los toros; entre los toros había tres que no estaban manchados, es decir, que estaban
sin pecados: dos eran completamente blancos y hermosos mientras que el tercero
tenía alguna señal de mancha; los dos que eran completamente blancos y bellos son
Galaz y Perceval, que son más blancos y hermosos que ningún otro: son hermosos
verdaderamente, pues son perfectos en todas las virtudes y son blancos, sin suciedad,
sin mancha: a duras penas se encontraría a alguien que no tuviera alguna mancha; el
tercero, que tenía marcas de manchas, es Boores, que en otro tiempo trato mal a su
virginidad, pero después lo ha recompensado tan bien mediante su castidad que todo
le ha sido perdonado con respecto a aquellos errores; los tres toros estaban uncidos
por el cuello: son los tres caballeros en los que la virginidad está tan profundamente
arraigada que no tienen poder para levantar las cabezas, es decir, que no tienen
preocupación de que el orgullo pueda entrar en ellos. Los toros decían: “Vayamos a
buscar mejor pasto que éste”; los caballeros de la Tabla Redonda dijeron el día de
Pentecostés: “Vayamos en la Demanda del Santo Graal, así seremos plenos de los
honores del mundo y del alimento celestial que el Espíritu Santo envía a aquellos que
se sientan en la mesa del Santo Graal; allí está el buen pasto, dejemos éste; vayamos
allí”. Y se fueron de la corte por medio de la landa y no por medio del prado. Cuando
se alejaron de la corte no fueron a confesarse, como debían hacer quienes se meten al
servicio de Nuestro Señor, y no se preocuparon por la humildad ni por la paciencia
que está significada en el prado, sino que fueron por la landa, por la tierra arrasada,
por el camino donde no crecen ni flores ni frutos, que es el infierno, camino donde

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todas las cosas necesarias están arruinadas. Cuando volvieron faltaba la mayoría de
ellos; es decir, que no volverán todos, sino que morirá una gran parte y, los que
consiguieron volver, estaban tan delgados y tan cansados que apenas se podían
mantener en pie; o sea, que los que vuelvan volverán abrumados por los pecados,
pues habrán dado muerte a todos los demás y no tendrán miembro que les pueda
sostener; es decir, que no habrá ninguna virtud en ellos que mantenga en pie a un
hombre sin hacerlo caer en el infierno y estarán guarnecidos de todas las inmundicias
y todos los pecados mortales. Sin embargo, de los tres sin manchas volverá tan sólo
uno y los otros dos se quedarán; esto es, que de los tres buenos caballeros, volverá
uno a la corte y no por el alimento del cercado, sino para anunciar el buen alimento
que han perdido los que están en pecado mortal; los otros dos se quedarán, pues
encontrarán tanta dulzura en las comidas del Santo Graal que de ninguna manera se
alejarán una vez la hayan saboreado. La última palabra de vuestro sueño no os la diré,
pues sería cosa de la que no os vendrá provecho y os podría trastornar de mala
manera». «Señor —dice Galván—, me aguantaré, si así os place, y bien lo debo
hacer, pues me habéis certificado en lo que yo tenía dudas y veo abiertamente la
verdad de mis sueños».

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Explicación De Las Visiones De Héctor
ENTONCES se dirige el buen hombre a Héctor y le dice: «Héctor, a vos os pareció
que, con Lanzarote, bajabais de un trono. Trono significa maestría o señorío; el trono
del que bajabais es el gran honor y la gran reverencia que os llevó a la Tabla
Redonda; es decir, que la dejasteis cuando os fuisteis de la corte del rey Artús;
subisteis los dos sobre dos grandes caballos, que son el orgullo y el lujo; éstos son los
dos caballos del Enemigo, y después decíais: “Vayamos a buscar lo que no
encontraremos”. Es esto el Santo Graal y las cosas secretas de Nuestro Señor, que ya
no os serán mostradas, pues no sois dignos de verlas. Cuando os separasteis el uno
del otro, Lanzarote cabalgó hasta que cayó del caballo; es decir, que dejó el orgullo y
se acercó a la humildad, y ¿sabes tú quién le quitó el orgullo? Aquel que abatió el
orgullo del cielo, que fue Jesucristo, que humilló a Lanzarote y lo llevó a que se
despojara, y se despojó, de los pecados; se vio desnudo de las buenas virtudes que el
cristiano debe tener e invocó piedad; entonces Nuestro Señor lo revistió y, ¿sabes de
qué? De paciencia y de humildad, y fue la túnica que le dio, que estaba llena de
remiendos, y es el sayal áspero como remiendos y después cabalgó sobre un asno,
que es el animal de la humildad, y es cosa evidente que Nuestro Señor cabalgó en él
cuando vino a la ciudad de Jerusalén; en ella era rey de reyes y, aun teniendo todas
las riquezas en su poder, no quiso ir a ellas sobre caballo, ni sobre palafrén, sino que
prefirió ir sobre la bestia más ruda y más villana: el asno. De este modo los pobres y
los ricos tomaron ejemplo y, sobre tal animal, visteis a Lanzarote cabalgar, mientras
dormíais; cuando ya había cabalgado un buen rato se acercaba a una fuente, la más
hermosa que nunca visteis, y desmontaba para beber en ella; al inclinarse, la fuente
desaparecía, y al ver que no podría beber se volvía a su trono, del que partió. La
fuente es tal que nadie la puede agotar, y además no se podrá secar: es el Santo Graal,
la gracia del Espíritu Santo; la fuente es la dulce lluvia, la dulce palabra del
Evangelio, en la que el corazón del verdadero arrepentido encuentra la gran dulzura,
y cuanto más la saborea tanto más le apetece: es la gracia del Santo Graal; allí se
permanece, cuanto más amplia y más gustosa resulta, y por eso, en justicia, debe ser
llamada fuente. Cuando llegaba a la fuente, descabalgaba; es decir, que cuando llegue
ante el Santo Graal se humillará de forma que no se tendrá por hombre, porque cayó
en pecado, y cuando se humille, es decir, se arrodille para beber y para estar saciado
por la suprema gracia y repleto, entonces la fuente desaparecerá, que es el Santo
Graal, pues perderá la vista de los ojos ante el Santo Vaso, porque los había
mantenido mirando las suciedades terrenas y perderá el poder del cuerpo, porque le
ha servido mucho tiempo al enemigo: esta venganza durará veinticuatro días, hasta el
punto que no comerá, ni beberá, ni hablará, ni moverá pie ni mano ni miembro que
tenga, sino que le parecerá que está todo el tiempo en tal felicidad como estaba

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cuando perdió la vista. Entonces dirá parte de lo que haya visto y después se
marchará del país e irá a Camaloc. Y vos siempre cabalgaréis el gran caballo; es
decir, que siempre estaréis en pecado mortal, en orgullo, en envidia y en otros
muchos vicios. Iréis enfurecido por todas partes, hasta que volváis a la casa del rico
rey Pescador, allí donde los hombres buenos, los verdaderos caballeros, tendrán la
fiesta por el alto encuentro que habrán hallado; cuando lleguéis allí y deseéis entrar,
el rey os dirá que no tiene ninguna necesidad de hombre que vaya montado tan alto
como vos vais; es decir, que yazca en pecado mortal y en orgullo. Cuando oigáis esto,
volveréis a Camaloc, sin que en esta Demanda apenas hayáis hecho nada, en vuestro
provecho. Ya os he dicho y contado parte de lo que os sucederá.
Ahora conviene que sepáis claramente qué significa la mano que visteis pasar
ante vos, que llevaba un cirio y un freno y después os dijo la voz las tres cosas que os
faltaban. Por la mano que visteis debéis entender la caridad, y por el jamete rojo, la
gracia del Espíritu Santo, a la que la caridad está siempre abrazada, y quien tiene
caridad en sí es fervoroso y ardiente en el amor de Nuestro Señor Celestial, que es
Jesucristo. Por el freno debes entender la abstinencia, pues del mismo modo que con
el freno el hombre lleva y conduce al caballo donde quiere, así pasa con la
abstinencia, que si está firme en el corazón del cristiano no le permite caer en pecado
mortal, ni ir a su voluntad si no es para las buenas obras. Por el cirio que llevaba
debes entender la verdad del Evangelio: es Jesucristo que da claridad y vista a todos
aquellos que se retiran de pecar y vuelven al camino de Cristo; resulta claro que la
caridad, la abstinencia y la verdad vinieron ante ti en la capilla; es decir, cuando
Nuestro Señor fue a su hostal, en la capilla, que no había edificado para que los
pecadores viles, sucios y manchados entrasen en ella, sino para que la verdad fuese
anunciada allí; cuando os vio, se marchó porque habíais ensuciado el lugar con
vuestra estancia y, al irse, dijo: “Caballeros plenos de pobre fe y de mala creencia, os
faltan estas tres cosas: caridad, abstinencia y verdad y por eso no podéis llegar a las
aventuras del Santo Graal”. Ya os he explicado los motivos de vuestros sueños y el
significado de la mano».

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Cómo Nascián Dijo A Galván Y A Héctor
Por Qué No Hallaban Aventuras
«CIERTAMENTE —dice Galván—, en verdad lo habéis contado tan bien que lo
veo claro; os ruego que nos digáis por qué no encontramos tantas aventuras ahora
como solíamos». «Os diré —le responde el anciano ermitaño— cómo es esto: las
aventuras que ahora suceden son los motivos y las manifestaciones del Santo Graal;
los signos del Santo Graal no aparecerán a pecadores, ni a hombres envueltos por el
pecado y por eso no os aparecerán, pues sois pecadores demasiado desleales y no
debéis pensar que estas aventuras que ahora suceden consistan en matar hombres ni
en acabar con caballeros, sino que son cosas espirituales, mayores y bastante
mejores». «Señor —dice Galván—, por esta razón que me decís creo que mientras
estemos en pecado mortal no avanzaremos nada en esta Demanda y yo no lo haría por
nada». «Ciertamente —observa el buen hombre—, decís verdad: hay muchos que no
tendrán más que afrentas». «Señor —señala Héctor—, si os creyéramos volveríamos
a Camaloc». «Ya os lo dije —responde el religioso—, y aún os digo que, mientras
estéis en pecado mortal, no haréis nada en lo que tengáis honor». Después de decir
estas palabras se marchan; cuando se han alejado un poco, el ermitaño llama a
Galván, éste se acerca y entonces le dice el santo varón:
«Galván, hace mucho tiempo que eres caballero y nunca serviste a tu Creador,
sino en poca cosa; eres un árbol viejo, y no te quedan ni más hojas ni frutos; por eso,
piensa que Nuestro Señor no tendrá más que la corteza y los nudos, ya que el
Enemigo se ha llevado la flor y el fruto». «Señor —dice Galvan—, si yo tuviera
ocasión de hablar con vos, hablaría con gusto, pero mirad allí a mi compañero que ya
va descendiendo; por eso me conviene ir, pero tened por seguro que volveré tan
pronto como pueda, pues tengo un gran deseo de hablar con vos en privado».
Entonces se separan el uno del otro; descienden los dos caballeros el terraplén y
llegan a sus caballos, montando y cabalgando hasta la noche. Aquella noche la
pasaron en casa de un forastero, que les albergó muy bien y les hizo una gran fiesta.
La mañana siguiente se alejaron y tomaron otra vez el camino; cabalgaron largo
tiempo sin encontrar ninguna aventura que sea digna de contar. La historia deja ahora
de hablar de ellos dos y vuelve a Boores de Gaunes.

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Cómo Boores Halló A Un Anciano Y Lo Que
Éste Le Dijo
CUENTA la historia que cuando Boores se separó de Lanzarote, tal como ha narrado
anteriormente, cabalgó hasta la hora de nona; entonces encontró un hombre de mucha
edad, vestido con ropa de religión y que cabalgaba sobre un asno; no llevaba ni
sirviente, ni criado, ni ninguna compañía. Boores le saludó y le dijo: «Señor, Dios os
guíe». Aquél le mira y se da cuenta de que es un caballero errante; le responde que
Dios le conduzca; entonces Boores le pregunta que de dónde viene así de solo.
«Vengo —le responde— de visitar a un criado mío que está enfermo y que solía
llevarme los negocios. Y vos, ¿quién sois? ¿A dónde vais?». «Soy —le contesta— un
caballero andante, que estoy metido en una Demanda, en la que querría que Nuestro
Señor me aconsejara, pues es la más elevada búsqueda que nunca fue comenzada: la
Demanda del Santo Graal. Quien pueda llegar al final alcanzará en ella tal honor
como no podría pensar corazón de hombre mortal».
«Ciertamente —contesta el anciano— decís verdad: tendrá gran honor y no debe
maravillar, pues tal será el más leal servidor y el más verdadero de toda la Demanda,
ya que habrá entrado en ella ni vil, ni sucio, ni manchado, como están los desleales
caballeros que la han iniciado sin arrepentirse de su vida. Así ha de ser el servicio
mismo de Nuestro Señor. Ahora mirad cómo están de locos: saben bien, pues muchas
veces lo han oído decir, que nadie puede acercarse a su Creador si no es llevado por
la limpieza, que es la confesión, nadie puede estar limpio, ni puro, si no lleva a cabo
verdadera confesión y por la confesión se arroja al Enemigo; cuando un caballero o
un hombre, cualquiera que sea, peca mortalmente, recibe al Enemigo y le da
alojamiento y no puede evitar que todo el día esté con él y cuando ha estado diez o
veinte años o el tiempo que sea y vuelve a confesarse, lo arroja fuera y lo echa de su
cuerpo albergando a otro, con el que alcanza honra: Jesucristo, que durante mucho
tiempo ha prestado a la caballería terrena el alimento de su cuerpo, pero ahora se ha
mostrado más generoso y más dulce que nunca, pues les ha ofrecido el alimento del
Santo Graal, que es comida para el alma y sustento para el cuerpo. Este alimento es el
dulce manjar con que alimentó y sostuvo durante tanto tiempo al pueblo de Israel en
el desierto y, ahora, se ha mostrado así de generoso con ellos pues les promete oro
donde solían tomar plomo. Pero del mismo modo que ha cambiado la comida terrena
por la celestial, conviene que ellos, que hasta ahora han sido terrenales, o con otras
palabras, que hasta ahora han sido pecadores, se cambien de terrenales a celestiales y
dejen sus pecados y sus inmundicias y vengan a la confesión y al arrepentimiento,
que se conviertan en caballeros de Jesucristo y lleven su escudo, que es la paciencia y
la humildad, pues Él no llevó otro contra su Enemigo cuando lo venció en la Cruz,

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donde sufrió la muerte por quitar a sus caballeros de la muerte del infierno y de la
esclavitud en la que estaban. Por esa puerta, que se llama la confesión, sin la cual
nadie puede llegar a Jesucristo, conviene que entren en esta Demanda y que cambie la
condición de cada uno, como la comida les ha sido cambiada, y quien quiera entrar
por otra puerta, es decir, quien se esfuerce grandemente sin ir a la confesión, primero
no encontrará nada de lo que busca, sino que volverá sin probar y sin catar esta
comida que les ha sido prometida y además, les sucederá otra cosa, puesto que
entrarán en lugar de caballeros celestiales y no lo serán, y se tendrán por compañeros
de la Demanda y no lo serán, sino que estarán sucios y serán malvados, más de lo que
pudiera pensarse: uno caerá en adulterio, otro en fornicación, otro en homicidio, y así
serán humillados y escarnecidos por su pecado y por culpa del diablo, ya que
volverán a la corte sin encontrar nada más que lo que el Enemigo da por su servicio:
vergüenza y deshonor, de los que tendrán en abundancia si no se vuelven atrás. Señor
caballero, todo esto os lo he dicho porque vos habéis entrado en esta Demanda del
Santo Graal y yo no permitiría, de ninguna forma, que continuarais en ella si no
estuvieras tal como se debe estar».
«Señor —responde Boores—, me parece, según lo que me decís, que no serán
compañeros todos, aunque lo desean, pues sin falta me parece que en un servicio tan
alto como éste, que es el servicio mismo de Jesucristo, no debe entrar ninguno si no
es a través de la confesión; el que entre de otra forma, no creo que pueda llegar a bien
y que encuentre un hallazgo tan alto como éste». «Decís verdad», le contesta el
hombre bueno.

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Cómo Hablaron De Muchas Cosas El
Anciano Y Boores
ENTONCES le pregunta Boores si es sacerdote. «Sí», le contesta. «Os pido —dice
Boores— en nombre de la Santa Caridad que me aconsejéis, como el padre debe
aconsejar al hijo, que es el pecador que viene a la confesión, pues el sacerdote está en
lugar de Jesucristo, que es el padre de todos aquellos que creen en Él; os ruego que
me aconsejéis en provecho del alma Y por honor de la caballería». «Por el nombre de
Dios —dice el anciano— me requerís para una gran cosa; si yo me equivocara y
después cayerais en pecado mortal o error, me podríais acusar ante el rostro de
Jesucristo el gran día espantoso, y por eso os aconsejaré lo mejor que pueda».
Entonces le pregunta cómo se llama y le dice que se llama Boores de Gaunes y, que
fue hijo del rey Boores y primo de Lanzarote del Lago.
Cuando el buen hombre oye estas palabras responde: «Verdaderamente, Boores,
si la palabra del Evangelio se cumpliera en vos, vos seríais un caballero bueno y
auténtico, pues así como Nuestro Señor dijo: “El buen árbol da buen fruto”, vos
debéis ser bueno por justicia, pues sois el fruto de un árbol muy bueno, pues vuestro
padre el rey Boores fue uno de los mejores hombres que yo haya conocido nunca, rey
piadoso y humilde, y vuestra madre la reina Eveina fue una de las mejores damas que
he visto en todo tiempo; ellos dos fueron un solo árbol y una misma carne por la
unión del matrimonio, y ya que vos fuisteis el fruto, deberíais ser bueno, pues lo
fueron los árboles». «Señor —dice Boores—, aunque el hombre proceda de mal
árbol, es decir, de mal padre y de mala madre, se cambia su amargura por dulzor tan
pronto como recibe el santo carisma, la santa unción; por eso creo que no tiene nada
que ver con el padre ni con la madre que sea bueno o malo, sino con el corazón del
hombre: el corazón del hombre es el remo de la nave que le lleva a donde se quiere o
a puerto o al peligro». «Es el remo —dice el hombre— o el timonel que lo sujeta, lo
dirige y lo hace ir a donde se quiere; tal es el corazón del hombre, pues el que obra
bien lo hace por la gracia y consejo del Espíritu Santo y el que obra mal es por
instigación del Enemigo».
Hablaron mucho rato ambos de esto, hasta que llegaron ante una casa en la que
había un ermitaño. El anciano se dirige hacia allí y dice a Boores que le siga, pues le
albergará hoy y por la mañana podrá hablar con él, privadamente, de lo que le ha
pedido consejo. Boores se lo concede con gusto. Al llegar, descabalgan y encuentran
dentro a un clérigo que le quita al caballo de Boores la silla y el freno y se encarga de
él y ayuda a que Boores se desarme; una vez desarmado, el religioso le dice que vaya
a oír vísperas y él responde: «Con gusto». Entonces entran en la capilla y aquél
comienza las vísperas; después de cantarlas, hace poner la mesa y da a Boores pan y

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agua y le dice: «Señor, de tal comida deben tomar los caballeros celestiales para su
cuerpo, no comidas grandes que llevan al hombre a la lujuria y al pecado mortal, y así
me salve Dios —dice— pienso que, si vos quisierais hacer una cosa por mí, yo os la
pediría». Boores le pregunta qué es. «Es una cosa —dice el ermitaño— que os servirá
para el alma y os mantendrá el cuerpo durante mucho tiempo». Él le asegura que lo
hará. «Muchas gracias —dice el anciano— y ¿sabéis qué es lo que me habéis
otorgado? que no alimentaréis el cuerpo con otra comida hasta que estéis en la mesa
del Santo Graal». «¿Qué sabéis —pregunta Boores— si yo estaré?». «Bien sé —le
contesta— que estaréis allí tres compañeros de la Mesa Redonda». «Entonces, os juro
—dice— como leal caballero, que no comeré nunca más sino pan y agua, hasta la
hora en que esté sentado en la mesa que decís». El buen religioso le da las gracias por
esta abstinencia que hará por amor al verdadero Crucificado.

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Cómo Boores Permaneció En La Ermita
Aquel Día
AQUELLA noche se acostó Boores sobre la hierba verde que el clérigo recogió de
junto la capilla y por la mañana, tan pronto como apareció el día, se levantó Boores y
entonces se le acercó el viejo ermitaño y le dijo: «Señor, he aquí una cota blanca que
vestiréis en lugar de camisa; será el signo de la penitencia y os servirá como castigo
de la carne». Se quita la ropa y la camisa y se la pone tal como le había mandado el
religioso; después viste, por encima, una túnica de escarlata bermeja; se persigna y
entra en la capilla del ermitaño y se confiesa con él de todos los pecados de los que se
considera culpable hacia su Creador. El anciano lo encuentra de tan noble vida y tan
religioso que se queda admirado y se da cuenta de que no se había manchado nunca
con la corrupción de la carne, sino en el momento en que engendró a Elián el Blanco
y, por esto, debe dar muchas gracias a Nuestro Señor. Cuando el buen hombre lo
absuelve y le pone la penitencia que le conviene, Boores le pide que le dé a su
Salvador, pues así estará siempre más seguro en cualquier lugar al que llegue, ya que
no sabe si morirá en esta Demanda o si escapará. El anciano le dice que espere hasta
después de haber oído la misa; él responde que así lo hará.
Entonces comienza el buen ermitaño los maitines y una vez que los ha cantado se
reviste y comienza la misa; tras dar la bendición toma el Corpus Domini y hace signo
a Boores que se adelante; él se acerca y se arrodilla ante el sacerdote, que le dice:
«Boores ¿ves lo que sostengo?». «Señor —le contesta—, sí; bien veo que tenéis a mi
Salvador, a mi Redención, bajo la forma de pan y no soy yo quien lo ve así, sino mis
ojos que son tan terrenales que no pueden ver las cosas del espíritu; no me dejan ver
de otra forma, sino que me esconden el verdadero rostro, pues no dudo que ésta es la
verdadera carne y el verdadero hombre y la completa deidad». Entonces empieza a
llorar muy profundamente y el buen hombre le dice: «Ahora serías loco si tú
recibieses una cosa tan elevada como la que ves y no la mantuvieras con leal
compañía el resto de tu vida». «Señor —dice Boores—, tanto tiempo como viva no
seré más que un servidor, y no saldré fuera de sus mandamientos». Entonces el
venerable religioso se lo da y él lo recibe con gran devoción y está tan alegre y
contento que cree que nunca más estará triste por nada que le suceda.
Una vez que hubo comulgado y después de estar de rodillas tanto como le
pareció, se acerca al ermitaño y le dice que se quiere ir, pues va ha permanecido
mucho tiempo allí. El anciano le responde que se puede ir cuando quiera, puesto que
ya está armado tal y como debe estarlo cualquier caballero celestial y tan bien
guarnecido contra el Enemigo que no podría estarlo mejor; entonces se acerca a sus
armas, las toma y, una vez armado, se va de allí y encomienda a Dios al religioso;

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aquél le ruega que pida a Dios por él cuando llegue al Santo Graal y Boores le
requiere para que ruegue a Nuestro Señor que no lo deje caer en pecado mortal por
tentación del Enemigo; el buen ermitaño le responde que pensará en él de todas las
formas que pueda.

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De La Visión Que Tuvo Boores
AHORA se va Boores y cabalga durante todo el día hasta la hora de nona. Guando
llegó un poco después de esta hora, miró hacia arriba al aire y vio que un gran pájaro
volaba por encima de un árbol viejo y seco, completamente abandonado, sin hojas y
sin fruto; después de haber volado un buen rato alrededor, se posó sobre el árbol, en
el que estaban sus propias crías, no sé cuántas, y todas estaban muertas. Cuando se
posó allí y las encontró sin vida, se hería con su propio pico en el pecho, hasta que
hacía salir la sangre y tan pronto como aquéllas notaban la sangre caliente, volvían a
la vida y él moría entre ellas, de forma que aquéllas tomaban vida por la sangre del
gran pájaro. Cuando Boores vio este suceso, se maravilló mucho de lo que pudiera
ser, pues no acierta a comprender qué cosa podría ocurrir que guardara semejanza con
ésta, por más que comprendiera en seguida que debía tener un motivo extraordinario.
Entonces miró un buen rato para saber si el gran pájaro se volvería a levantar, pero tal
no sucedió, pues va estaba muerto; y cuando ya lo había visto, volvió a tomar su
camino y cabalgó hasta después de vísperas.

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Cómo Boores Llegó A Casa De La Dama
Desheredada
POR la noche llegó a una torre fuerte y alta en la que pidió alojamiento y a gusto le
dieron albergue. Cuando los de dentro lo hubieron desarmado en una cámara, lo
llevaron a una sala de arriba, donde encontró a la señora del lugar que era bella y
joven, pero que estaba pobremente vestida; al ver entrar a Boores, corrió a su
encuentro y le dijo que fuera bienvenido; él la saluda como a dama y ella lo recibe
con gran alegría, le hace sentar ante sí y le hace una gran fiesta; a la hora de comer,
hizo que Boores se sentara junto a ella y les trajeron grandes manjares de carne que
pusieron sobre la mesa. Cuando él ve esto, se acuerda que no debe comer; entonces
llama a un criado y le dice que le traiga agua; aquél lo hace en una copa de plata y
Boores la coloca ante sí y moja tres veces el pan; cuando la dama ve esto le dice:
«Señor, ¿no os agrada esta comida que se os ha traído?». «Señora —contesta—,
mucho y, sin embargo, no comeré hoy otra cosa de lo que veis». Entonces ella deja de
hablar, pues no se atrevería a hacer nada que le desagrade; cuando todos hubieron
comido y se levantaron los manteles, se pusieron en pie y fueron a las ventanas del
palacio; Boores se sentó junto a la dama.
Y mientras hablaban, entró un criado que dijo a la dama: «Señora, algo va mal;
vuestra hermana os ha tomado dos castillos y a todos los que estaban de vuestra parte
y os manda decir que no os dejará nada en pie si mañana, a la hora de prima, no
habéis encontrado un caballero que combata por vos contra Priadán el Negro, que es
su señor». Cuando la dama oye estas palabras, comienza a hacer un gran duelo y dice:
«¡Ay! Dios, ¿por qué me otorgasteis nunca esta tierra para gobernarla, cuando yo
había de ser desheredada sin razón?». Cuando Boores oye estas noticias, pregunta a la
dama qué pasa. «Señor —le contesta—, es la mayor maravilla del mundo».
«Decidme —le pide— cuál es, si os place». «Señor —le responde—, con gusto».

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Historia Del Rey Amán Y De La Dama
Desheredada
«EL rey Amán, que tenía toda esta tierra bajo su dominio y aún más, amó en
cierto tiempo a una dama, hermana mía, que es bastante mayor que yo, y le dio todo
el poder sobre la tierra y sobre sus hombres; mientras estuvo a mi lado, llevó
costumbres malas y torcidas, en las que no había justicia y carecían completamente
de razón; por ellas dio muerte a gran parte de sus gentes. Cuando el rey vio que
obraba tan mal, la expulsó de su tierra y me puso a mí en el gobierno que tenía; pero
tan pronto como murió el rey padre, ella comenzó la guerra contra mí, y así me ha
quitado gran parte de mi tierra desde entonces y muchos de mis hombres se han
pasado a su lado; a pesar de todo lo que ha hecho, no se tiene por pagada, sino que
me desheredará del todo y ha tenido tanta suerte, desde el principio, que no me ha
dejado más que esta torre que me quitará si mañana no encuentro quien combata por
mí contra Priadán el Negro, que quiere entrar en el campo por ella».
«Contestadme ahora —le dice—, ¿quién es ese Priadán?». «Es —le responde— el
más temible campeón de este país y el de mayores proezas». «Y vuestra batalla —
pregunta—, ¿debe ser mañana?». «En verdad», contesta. «Ahora —le dice— podéis
responder a vuestra hermana y a Priadán que habéis encontrado un caballero que
combatirá por vos y que os pertenece la tierra, pues os la dio el rey Amán y ella no
debe aspirar a nada, pues su señor la expulsó».
Cuando la dama oyó estas palabras, no se alegra poco, sino que dice con el gozo
que tiene: «Señor, en buena hora vinisteis, pues me habéis dado una gran alegría con
tal promesa. Que ahora Dios os dé fuerza y poder para que llevéis a término mi
querella, de forma tan acertada como justa, pues de otra manera no lo querría». Él le
da ánimos y dice que no tema perder su derecho en tanto esté sano y salvo; entonces
la dama envía decir a su hermana que su caballero estará mañana dispuesto a hacer
cuanto los caballeros del país consideren oportuno; y así hablaron sobre el tema tanto
que la batalla quedó determinada para el día siguiente.
Aquella noche, mostraron a Boores una gran alegría y fiesta; la dama le hizo
preparar una cama, bella y rica, y a la hora de acostarse, lo descalzaron y lo llevaron a
una cámara grande y hermosa. Cuando él llegó allí, vio la cama que le habían hecho;
hizo salir y marcharse a todos; ellos se van; ya que así lo desea; apaga las velas
rápidamente y, después, se acuesta en la tierra dura y se pone un cofre bajo la cabeza,
mientras hace sus ruegos y oraciones, para que Dios, por su piedad, le ayude contra
aquel caballero, al que debe combatir y para que, por justicia y por lealtad, le haga
salir adelante y acabar con toda injusticia.

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De Los Sueños Que Tuvo Boores
DESPUÉS de haber rezado, se durmió y, tan pronto como se durmió, le pareció que
ante él venían dos pájaros, de los cuales uno era tan blanco y tan grande como un
cisne y se parecía bastante al cisne y el otro era extraordinariamente negro, pero de
cuerpo pequeño: lo miró y le pareció una corneja, aunque era mucho más negro y
mucho más hermoso, por la negrura que tenía. El pájaro blanco venía a él y le decía:
«Si tú me quisieras servir, yo te daría todas las riquezas del mundo y te haría tan
hermoso y tan blanco como yo soy». Boores le preguntaba quién era. «¿No ves quién
soy? —le preguntaba a su vez—. Yo soy blanco y hermoso y puedo bastante más de
lo que crees». Él no respondió a esto y aquél se iba y entonces venía el pájaro negro,
que le decía: «Conviene que me sirvas mañana y que no tengas despecho porque yo
sea negro; debes saber que más vale mi negrura que para otro su blancura». Entonces
se iba de allí y no veía ni al uno ni al otro.
Después de este sueño tuvo otro maravilloso, pues le pareció que llegaba a un
hostal blanco y grande, que bien semejaba una capilla, y allí encontraba a un hombre
sentado sobre un trono; tenía al lado izquierdo, lejos de él, una vara podrida y llena
de gusanos, tan débil, que apenas se podía sostener en pie; a la derecha había dos
flores de lis: una de ellas, que crecía junto a la otra, le quería quitar su blancura, pero
el hombre las separaba de manera que no se pudieran tocar; no tardó en salir de cada
flor un árbol lleno de frutos. Cuando sucedió esto, el hombre le dijo a Boores:
«Boores, ¿no sería loco quien dejara morir a estas flores por socorrer este tronco
podrido y evitar que cayese en tierra?». «Señor —le contesta—, cierto es, pues me
parece que esta madera no podría valer nada y que estas flores son bastante más
hermosas de lo que yo pienso». «Pues ten en cuenta ahora —dice el hombre— que si
quieres llegar a tal ventura, no debes dejar morir estas flores por socorrer la madera,
pues si les sorprende un gran calor, morirán pronto». Contesta que si le sucede se
acordará de esto.
Y así tuvo aquella noche estas dos visiones, que le hicieron asombrarse mucho,
pues no podía pensar qué significarían. Tanto se le grabaron mientras dormía que se
despertó e hizo el signo de la cruz en su frente, se encomendó a Nuestro Señor y
esperó hasta que fue de día. Cuando amaneció el día grande y hermoso, entró en la
cama y la revolvió de tal forma que pareciera que había yacido en ella. Entonces,
llegó la señora del lugar y le saludó; le respondió que Dios le diera alegría; la dama lo
acompaña a una capilla que había allí dentro, donde oye maitines y el oficio del día.

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Cómo Boores Defendió A La Dama
Desheredada Contra Priadán El Negro
CUANDO fue un poco antes de prima, salió del monasterio y se dirigió a la sala con
gran compañía de caballeros y de criados, a los que la dama había llamado para que
vieran la batalla. Al llegar al palacio, dijo la dama a Boores que comiera antes de
armarse y que así estaría más seguro. Él respondió que no comería antes de acabar la
batalla. «Entonces —le dicen los del país— no os queda más que tomar vuestras
armas y prepararos, pues pensamos que Priadán debe estar armado en el campo
donde debe celebrarse la batalla». Pide sus armas y se las traen; cuando está
completamente dispuesto, que no le falta nada, monta sobre su caballo y dice a la
dama y a su compañía que monten y lo lleven al campo donde debe celebrarse esta
batalla. Así lo hacen ella y sus gentes; se marchan y llegan a una pradera que había en
un valle; ven al fondo una gran muchedumbre que esperaba ya a Boores y a la dama
por la que se debía combatir. Ellos bajaron; cuando llegaron al lugar y las dos damas
se vieron, una se acercó a la otra; entonces, la joven, aquélla por la que debería
combatir Boores, dijo: «Señora, me quejo de vos con justicia, pues me habéis quitado
mi herencia y mi derecho, lo que el rey Amán me dio y vos no lo recuperaréis, pues
fuisteis desheredada por la boca del rey». Aquélla le dice que nunca fue desheredada
y que se disponga a probarlo, si osa defenderlo. Cuando ve que no podrá solucionarse
de otra manera, le dice a Boores: «Señor, ¿qué os parece la querella de esta
doncella?». «Me parece —le contesta— que os combate sin razón y con deslealtad y
son desleales todos aquellos que le ayudan: he oído decir tantas cosas a vos y a otros
que sé bien que ella no tiene razón y que vos tenéis el derecho, y si un caballero se
atreve a decir que ella tiene derecho, estoy dispuesto a que lo haga ahora y lo
mantenga en este día». Priadán avanza y dice que las amenazas no las aprecia ni un
botón, sino que está dispuesto a defender a la dama. «Y yo estoy dispuesto —dice
Boores— a combatir contra vos por esta dama que me ha traído aquí, pues a ella le
pertenece la tierra, ya que el rey se la concedió y la otra dama la debe abandonar por
justicia».
Entonces se separan todos los que estaban sobre la plaza, unos hacia un lado y los
otros hacia el otro, y vacían el lugar donde la batalla debía darse. Montan los dos
caballeros y se alejan y, después, se lanzan el uno contra el otro, golpeándose tan
duramente como permite la gran velocidad de los caballos; atraviesan los escudos,
rompen las lorigas y, si las lanzas no hubieran volado en trozos, ambos habrían
muerto; entonces se golpean en los cuerpos y en los escudos con tanta fuerza que se
derriban a tierra por encima de las grupas de los caballos; se vuelven a levantar de
inmediato, pues eran de gran valor, y ponen los escudos ante las cabezas sacando las

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espadas; empiezan a darse grandes golpes allí donde piensan ser más efectivos;
despedazan los escudos por arriba y por debajo, hacen volar hasta el suelo grandes
trozos y rompen las lorigas bajo el brazo y bajo las caderas, haciéndose heridas
profundas y grandes que hacen salir la sangre del cuerpo por las espadas claras y
cortantes. Boores encuentra en el caballero una resistencia mayor de lo que pensaba
y, sin embargo, sabe que él mantiene la justicia en la querella y la lealtad, y es una
cosa que le da mucha seguridad. Permite que el caballero golpee sobre él
frecuentemente y a menudo; se cubre y lo deja que trabaje solo. Después de haber
aguantado un buen rato, se da cuenta que el caballero ha llegado a un gran
agotamiento; entonces le ataca tan deprisa y tan rápido como si no hubiera dado
ningún golpe y le da grandes espadadas y le ataca tanto en tan poco rato, que aquél no
tiene fuerza para defenderse por los golpes que ha recibido y por la sangre que ha
perdido. Cuando Boores lo ve así de cansado, le ataca cada vez más y aquél se va
acobardando, hasta que cae derribado a tierra. Boores lo coge por el yelmo y le tira
tan fuerte que se lo arranca de la cabeza y lo arroja al camino; entonces le hiere con la
punta de la espada en la cabeza de manera que le hace salir la sangre y le clava dentro
las mallas de la cota; dice que lo matará si no se da por vencido y, mientras tanto,
hace ademán de cortarle la cabeza; aquél, que ve la espada sobre su cabeza, tiene
miedo de morir y por eso pide piedad y dice: «¡Ay!, noble caballero, por Dios, tened
compasión de mí y no me matéis y te aseguro que mientras yo viva ya nunca
combatiré contra la joven dama, sino que permaneceré tranquilo». Boores lo deja.
Cuando la vieja ve que su caballero ha sido vencido, ante el temor de ser afrentada
huye del lugar tan pronto como puede. Boores se dirige entonces a todos los presentes
que habían recibido tierras de ella y les dice que los destruirá si no la abandonan;
muchos prestaron homenaje a la joven y los que no quisieron hacerlo fueron matados,
desheredados y expulsados de la tierra y así, por el valor de Boores, la dama volvió a
la alteza en que el rey la había puesto. Sin embargo, la otra la combatió tanto como
pudo durante todos los días de su vida, pues le tenía envidia siempre.
Cuando las tierras estuvieron tranquilas, de tal forma que los enemigos de la
mujer joven no intentaron levantar las cabezas, Boores se fue y cabalgó por medio del
bosque pensando en lo que había visto mientras dormía, pues deseaba mucho que
Dios le llevara a tal lugar donde pudiera oír su significado. La primera noche yació en
casa de una viuda que le dio muy buen alojamiento y que estuvo muy contenta por la
llegada, y gozosa cuando lo conoció.

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Cómo Boores Vio A Su Hermano Lionel Y
A Una Doncella En Peligro
A la mañana siguiente, tan pronto como amaneció, se fue de allí y tomó el gran
camino del bosque. Después de haber vagado hasta el mediodía, le sucedió una cosa
extraordinaria: encontró entre dos caminos, a dos caballeros, que llevaban a su
hermano Lionel completamente desnudo, en calzas sobre un rocín grande y fuerte,
con las manos atadas ante el pecho. Cada uno de ellos tenía su puño lleno de agudas
espinas, con las que le iban golpeando con tanta fuerza que la sangre brotaba espalda
abajo de más de cien sitios, de tal forma que iba ensangrentado por delante y por
detrás, pero como quien es de gran valor, no decía ni una palabra, y lo soportaba todo
lo que aquéllos le hacían, como si no sintiese nada. Cuando quería ir a socorrerlo,
Boores miró hacia otra parte y vio un caballero armado, que llevaba por la fuerza a
una hermosa doncella y quería meterla en lo más espeso del bosque, para tenerla más
escondida frente a los que la buscaran, si es que iba alguien detrás de él a socorrerla;
ella, que no estaba nada tranquila, gritaba dando voces: «Santa María, socorred a
vuestra doncella». Cuando vio a Boores cabalgando solo, pensó que era un caballero
andante de la Demanda; entonces se vuelve hacia aquella parte y le grita tanto como
puede: «¡Ay! Caballero, te conjuro, por la fe que debes a Aquel de quien eres vasallo
y en cuyo servicio te has metido, que me ayudes y no me dejes afrentar por este
caballero que me lleva a la fuerza».
Cuando Boores oye a la doncella que le conjura así por Aquel de quien es vasallo,
se encuentra tan angustiado que no sabe qué hacer, pues si deja que se lleven a su
hermano aquellos que lo tienen no cree que lo vuelva a ver sano y salvo, y, si no
socorre a esta doncella, será afrentada y deshonrada y así recibirá vergüenza por su
culpa. Entonces endereza los ojos hacia el cielo y dice llorando: «Buen dulce Padre
Jesucristo, de quien soy vasallo, guárdame a mi hermano de tal forma que aquellos
caballeros no lo maten. Por vuestra piedad y misericordia socorreré a esta doncella,
para que no sea afrentada, pues me parece que aquel caballero la quiere deshonrar».
Entonces se dirige hacia el lugar por donde el caballero se lleva a la doncella; espolea
al caballo de tal forma que le hace salir la sangre por ambos ijares y cuando ya está
cerca grita: «Señor caballero, dejad a la doncella o sois muerto». Al oír estas
palabras, el otro se pone junto a la doncella; estaba armado con todas las armas,
excepto la lanza; abraza el escudo y saca la espada, dirigiéndose contra Boores. Éste
le golpea con tanta fuerza en mitad del escudo que lo atraviesa con la lanza por medio
de la loriga; el otro cae desmayado por la angustia que siente; Boores se acerca a la
doncella y le dice: «Doncella, me parece que estáis liberada de este caballero, ¿qué
más queréis que haga?». «Señor —le contesta—, ya que me habéis salvado de perder

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el honor y de ser afrentada, os ruego que me llevéis allí donde este caballero me
cogió». Le responde que así lo hará con gusto. Entonces toma el caballo del caballero
herido, monta en él a la doncella y la lleva, tal como le había pedido.

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Cómo La Doncella Dio Las Gracias A Boores
Por Haberla Salvado
CUANDO ya se ha alejado, le dice: «Señor caballero, os habéis portado mejor de lo
que pensáis con lo que habéis hecho, pues si me hubiera deshonrado, habrían muerto
quinientos hombres que ahora se habrán salvado». Boores pregunta que quién es el
caballero. «Ciertamente —le contesta— es un primo hermano mío, pero no sé por
qué ingenio del diablo, el Enemigo lo había calentado para que me tomara
ocultamente en casa de mi padre y me trajera a este bosque para deshonrarme: si lo
hubiera hecho, habría muerto por el pecado y habría quedado deshonrado en su
cuerpo y yo deshonrada para el resto de mis días». Mientras hablaban así, ven venir
unos doce caballeros armados que buscaban a la doncella por el bosque. Cuando la
ven, muestran gran alegría pero ella les ruega que hagan fiesta al caballero y le
retengan con ellos, pues habría sido avergonzada de no ser por Dios y por su valor;
entonces le toman por el freno y le dicen: «Señor, vendréis con nosotros, porque así
conviene hacerlo y os rogamos que vengáis, pues nos habéis ayudado y de otra
manera no os lo podríamos recompensar». «Buenos señores —contesta—, no iré de
ninguna forma, pues tengo muchas cosas que hacer en otros lugares y no puedo
entretenerme; os ruego que no os importe y sabed bien que iría con gusto, pero la
necesidad es tan grande y la pérdida tan dolorosa para mí, que si me quedo no lo
podría restaurar nadie, sino Dios». Cuando aquéllos ven que es tal la urgencia, no
intentan esforzarse más; lo encomiendan a Dios, y la doncella le ruega
encarecidamente con mucha dulzura que venga a verla tan pronto como tenga
ocasión, y le indica donde la encontrará. Él responde que se acordará si la ventura le
lleva a aquella parte, se aleja y ellos se llevan la doncella a la salvación.

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Cómo Boores Recibió Nuevas De Lionel, Su
Hermano
BOORES cabalga hacia donde vio a su hermano Lionel y cuando llegó al lugar
donde lo había visto girar, mira hacia arriba, hacia abajo, tan lejos como el bosque le
permite ver, escucha y presta atención para saber si podría oír algo y cuando no oye
nada que le pueda dar alguna esperanza de su hermano toma el camino por el que los
vio volver. Después de haber cabalgado un buen trecho, alcanza a un hombre vestido
con hábito de religión, que cabalgaba un caballo más negro que la mora. Cuando oye
que Boores venía detrás de él, lo llama y le dice: «Caballero, ¿qué buscáis?». «Señor
—contesta Boores—, busco a un hermano mío que vi ahora que se llevaban
golpeándolo, dos caballeros». «¡Ay! Boores —le dice—, si no pensara que os vais a
desmoralizar mucho y que caeríais en la desesperación, os diría lo que sé y os lo
mostraría ante los ojos».
Cuando Boores oye estas palabras piensa que los dos caballeros lo han matado;
entonces comienza a hacer un gran duelo y cuando puede hablar dice: «¡Ay! señor, si
está muerto, mostradme su cuerpo y lo haré enterrar con tal honor como se debe
hacer a hijo de rey, pues ciertamente fue hijo de un noble señor y de una gran dama».
«Mira ahora —le dice el hombre— y lo verás». Mira y ve un cuerpo que yace
tumbado en la tierra, sangrando, recién muerto; lo mira y lo reconoce como a su
hermano, al menos eso le parece. Entonces tiene un duelo tan grande, que no se
puede mantener en pie, sino que cae a tierra desmayado y está un gran rato sin
conocimiento. Cuando se vuelve a levantar dice: «¡Ay! buen señor, ¿quién os ha
hecho esto? Ciertamente nunca más tendré alegría, si Aquel que en las tribulaciones y
en las angustias viene a visitar a los pecadores no me conforta, y ya que mi dulce
hermano, la compañía de nosotros dos se ha separado, Aquel que tomé por
compañero y por Maestro me conduzca y salve en todo peligro, pues desde ahora en
adelante no tengo nada en que pensar sino es en mi alma, ya que vos habéis
abandonado la vida».
Después de decir esto, toma el cuerpo y lo levanta, colocándolo sobre la silla,
como quien no puede hacer otra cosa, al menos eso cree, y después le dice al que
estaba allí: «Señor, por Dios, decidme si hay cerca de aquí un monasterio o una
capilla donde yo pueda enterrar a este caballero». «Sí —le contesta—, aquí cerca hay
una capilla, ante una torre, donde podrá ser enterrado». «Señor, por Dios —dice
Boores—, llevadme allí». «Yo os llevaré con gusto —le responde—, venid tras de
mí». Boores salta sobre la grupa de su caballo y lleva ante sí, al menos eso le parece,
el cuerpo de su hermano. No han cabalgado mucho cuando ven ante ellos una torre
fuerte y alta y, delante, una casa vieja y destruida, semejante a una capilla; descienden

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ante la puerta y entran dentro, poniendo el cuerpo sobre una gran tumba de mármol,
que estaba en medio de la casa. Boores mira arriba y abajo, pero no encuentra ni agua
bendita, ni cruz, ni ningún símbolo verdadero de Jesucristo. «Dejémosle ahora —dice
el hombre— aquí y vayamos a albergarnos a la torre hasta mañana, que volveré para
hacer el servicio de vuestro hermano». «¿Cómo, señor —pregunta Boores—, sois
pues sacerdote?». «Sí», le contesta. «Entonces os pido —dice Boores— que me
expliquéis la verdad de un sueño que me sucedió anoche, mientras dormía, y de otra
cosa de la que estoy en duda». «Decid», le responde. Le cuenta lo del pájaro que
había visto en el bosque y después le dice lo de los dos pájaros, el uno blanco y el
otro negro, y lo de la madera podrida y de las flores blancas. «Yo te explicaré —le
dice— ahora una parte y mañana la otra».

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Explicación De Las Visiones Y Aventuras De
Boores
«EL pájaro que se acercaba a ti en forma de cisne significa una doncella que te
amará, con verdadero amor, y que te ha amado durante mucho tiempo y te vendrá a
rogar pronto que seas su amigo y su amante; lo que no querías concederle significa
que te negarás y ella se irá, muriendo por el duelo, si no tienes compasión. El pájaro
negro es tu gran pecado, que hará que se lo niegues, pues no lo harás ni por temor a
Dios, ni porque poseas virtud, sino para que se te tenga por casto para conquistar
alabanza y la vanagloria del mundo; vendrá un gran mal por esta castidad, pues
Lanzarote tu primo morirá a manos de los padres de la doncella y ella morirá del
duelo que le producirá tu negativa y, por esto, se podrá decir bien que eres homicida
del uno y del otro, así como has sido de tu hermano, pues, si hubieras querido, lo
pudiste haber salvado fácilmente, cuando lo dejaste para ir a socorrer a la doncella
que no te pertenecía. Mira ahora dónde está la mayor calamidad, si en que aquélla
hubiera sido deshonrada o en que tu hermano, que es uno de los buenos caballeros del
mundo, hubiera muerto; ciertamente, habría sido mejor que todas las doncellas del
mundo hubieran sido deshonradas a que él fuera muerto». Cuando Boores oye que
aquél en quien él pensaba que había tan grandes virtudes de la vida, lo recrimina de
este modo por lo que había hecho con la doncella, no sabe qué decir. Y aquél le
pregunta: «¿Has oído el significado de tu sueño?». «Señor, sí», contesta Boores.
«Ahora depende de ti —le dice— tu primo Lanzarote, pues si quieres lo podrás salvar
de la muerte y si quieres lo podrás matar; ahora depende de ti, lo que quieras le
sucederá». «Ciertamente —dice Boores—, haré lo que pueda para no matar a
Lanzarote». «Ya lo veremos, con el tiempo», le responde aquél.

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Cómo Boores Entró En La Torre Y De Lo
Que Le Ocurrió En Ella
ENTONCES lo lleva a la torre; al entrar encuentra a caballeros, damas y doncellas
y todos le dicen: «Boores, sed bienvenido». Lo llevan a una sala, donde lo desarman,
y cuando está completamente desnudo, le llevan un rico manto, forrado de armiño y
se lo colocan al cuello; lo sientan sobre una blanca cama y todos le reconfortan,
intentando que se alegre, hasta que le hacen olvidar parte de su dolor; entre los que
intentaban alegrarle hay una doncella tan hermosa y bella que parece tener en sí toda
la belleza terrena; estaba vestida muy ricamente, como si hubiera escogido entre las
ropas más hermosas del mundo. «Señor —dice un caballero—, he aquí la dama de
quien somos, la más bella y rica del mundo y la que más os ha amado; os ha esperado
durante mucho tiempo, pues no quería tener por amigo a ningún caballero que no
fuerais vos». Cuando él escucha estas palabras, se espanta; al verla venir, la saluda;
ella le devuelve el saludo y se sienta a su lado, hablan juntos de muchas cosas, hasta
que ella le requiere para que sea su amigo, pues le ama sobre todos los hombres
terrenos; si él quiere otorgarle su amor, le hará el hombre más rico de su linaje.
Cuando Boores oye estas noticias, no está nada a gusto, pues no querría romper
de ninguna manera su castidad, y no sabe qué responder. Ella le dice: «¿Qué pasa,
Boores, no haríais lo que os pido?». «Señora —responde—, en el mundo no hay
dama tan rica cuya voluntad cumpliera yo en este sentido; además, no se me debería
requerir en un momento, como en el que estoy ahora, pues mi hermano yace ahí
muerto: ha sido muerto hoy no sé cómo». «¡Ay! Boores —le dice—, no os preocupéis
por eso, conviene que hagáis lo que os pido y sabed que si yo no os amase más que
ninguna mujer amó a ningún hombre, no os requeriría, pues no es costumbre ni
manera que la mujer ruegue al hombre al que ama, pero el gran deseo que he tenido
siempre de vos, lleva a mi cuerpo a esto y lo obliga de tal forma que conviene que
diga lo que he ocultado siempre. Por eso, os ruego, bello dulce amigo, que hagáis lo
que os pido y es que os acostéis esta noche conmigo». Él le contesta que no lo hará de
ninguna manera y ella al oírlo hace un semblante de tal aflicción que le parece que va
a llorar y simula un gran duelo, pero no le vale de nada.

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Cómo Se Mataron Las Doncellas Por El
Desprecio Que Boores Hacía A Su Señora
CUANDO ella ve que no podrá vencerle de ninguna forma le dice: «Boores, me
habéis llevado a tal punto por esta negativa que moriré ante vos». Entonces lo toma
por la mano, lo lleva a la puerta del palacio y le dice: «Quedaos aquí y veréis cómo
moriré por vuestro amor». «Por mi fe —le responde—, no lo veré». Ella pide a los de
dentro que lo sostengan y ellos le dicen que así lo harán. Se sube a lo alto, sobre las
almenas, llevando consigo doce doncellas y cuando están arriba dice una, que no era
dama: «¡Ay! Boores, tened piedad de todas nosotras y otorgad a mi dama su voluntad.
Ciertamente, si tú no quieres hacerlo, nos dejaremos todas caer desde esta torre, antes
que nuestra dama, pues de ninguna manera queremos ver su muerte. Si por tan poca
cosa nos dejas morir, nunca un caballero habrá cometido tan gran deslealtad». Él las
mira y piensa verdaderamente que son gentiles mujeres y altas damas y le entra una
gran compasión; sin embargo, no piensa que sea mejor que todas ellas pierdan sus
almas a que él solo pierda la suya; entonces, les dice que no hará nada ni por su
muerte, ni por su vida; ellas se dejan caer desde la alta torre al suelo; al ver esto, se
espanta, levanta la mano y se persigna; entonces empiezan a oírse tantos gritos y
exclamaciones a su alrededor que le parece que todos los Enemigos del infierno le
hayan rodeado y, sin lugar a dudas, había muchos de ellos. Mira por todas partes,
pero no ve ni la torre, ni la dama que le requería de amores, ni nada de lo que antes
había visto, sino sólo sus armas, las que había llevado a la casa donde pensaba haber
dejado a su hermano muerto. Al ver esto, se da cuenta que era el Enemigo quien le
había tendido esta trampa y que le quería llevar a la destrucción del cuerpo y a la
perdición del alma, pero por la virtud de Nuestro Señor había conseguido escapar.
Entonces, tiende las manos hacia el cielo y dice: «Buen Padre Jesucristo, bendito seas
Tú que me has dado fuerza y poder para luchar contra el Enemigo y que me has
otorgado la victoria en esta batalla». Mira hacia donde pensaba haber dejado a su
hermano muerto y no encuentra nada y entonces se siente más a gusto que antes, pues
piensa bien que no esté muerto y que ha sido un fantasma lo que él ha visto. Se acerca
a sus armas, las toma, se las viste y monta, marchándose de aquel lugar, donde —tal
como dice— no permanecerá más por si el Enemigo aún está.

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Cómo Boores Llegó A Una Abadía De
Monjes Blancos
CUANDO ha cabalgado un buen trecho, oye y escucha una campana que suena a la
izquierda. Se alegra mucho por esto; vuelve hacia aquella parte y no tarda en ver una
abadía de monjes blancos, cerrada con buenos muros, se acerca a la puerta y golpea
hasta que le abren y, cuando lo ven armado, piensan que se trata de uno de los
compañeros de la Demanda; lo descabalgan y lo llevan a una habitación, para
desarmarlo, haciéndole todo el bien que pueden. Dice a un hombre bueno que
suponía que era sacerdote: «Señor, por Dios, llevadme ante el fraile que, según vos,
sea el de mejor vida, pues hoy me ha sucedido una cosa asombrosa, de la que yo
querría ser aconsejado por Dios y por él». «Señor caballero —dice— os aconsejamos
que vayáis ante el abad, pues es el hombre más virtuoso de aquí, de más
conocimientos y de mejor vida». «Señor —dice Boores—, por Dios, llevadme allí».
Aquél dice que lo hará con gusto; entonces le lleva a una capilla, donde estaba el
monje, y cuando se lo ha indicado, se vuelve. Boores avanza y le saluda; aquél se
inclina y le pregunta quién es. Boores responde que es un caballero andante. Le
cuenta lo que le había sucedido el día y, después de haberle narrado todo, le dice el
religioso:
«Señor caballero no sé quién sois, pero, por mi cabeza, no pensaba que un
caballero de vuestra edad poseyera tan fuertemente como vos la gracia de Nuestro
Señor. Vos me habéis dicho lo que os ha ocurrido y no podría aconsejaros según mi
voluntad, pues es demasiado tarde; id a reposaros hoy, y mañana os aconsejaré lo
mejor que pueda».
Boores se aleja y encomienda el monje a Dios. Aquél se queda pensando en lo
que le ha contado; encarga a los frailes que le sirvan bien y ricamente, pues es
bastante mejor hombre de lo que se piensa; aquella noche, Boores fue servido con
riqueza y abundancia, más de lo que hubiera deseado, y le prepararon carne y
pescado, pero él no comió nada, sino que cogió pan y agua y comió tanto como le fue
necesario, sin probar nada más, como aquel que de ninguna manera quería romper la
penitencia que le había sido impuesta, ni en la cama ni en ninguna otra cosa. Por la
mañana, tan pronto como hubo oído maitines y misa, el abad, que no lo había
olvidado, se acercó a él y le dijo que Dios le diera buenos días. Boores le respondió lo
mismo. Entonces, lo separó a un lado, lejos de los demás, ante el altar y le pidió que
le contara todo lo que le había sucedido en la Demanda del Santo Graal. Le contó,
palabra por palabra, lo que había oído y visto, durmiendo y velando, y le rogó que le
dijera el significado de todas esas cosas; el abad pensó un poco y después le dijo que
se lo explicaría con gusto. Comienza a decirle:

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«Boores, cuando recibisteis al Alto Maestro, al Alto Compañero, es decir, cuando
recibisteis el Corpus Domini, vos os pusisteis en camino para saber si Nuestro Señor
os concedería encontrar el alto hallazgo que tendrán los caballeros de Jesucristo, los
verdaderos santos varones en esta Demanda y no habíais caminado mucho, cuando
Nuestro Señor os vino delante en forma de pájaro y os mostró el dolor y la angustia
que sufrió por nosotros, y os diré cómo lo visteis. Cuando el pájaro se acercó al árbol
que no tenía ni hojas, ni fruto y comenzó a mirar a sus crías y vio que no había
ninguna viva, se colocó entre ellos y comenzó a golpearse con el pico en medio del
pecho, hasta que la sangre le salió fuera y murió; de su sangre recibieron la vida los
pollos que visteis y ahora os diré qué significa».

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Significado Verdadero De Las Visiones,
Sueños, Y Aventuras De Boores
«EL pájaro es Nuestro Creador, que formó a su semejanza al hombre y cuando
aquél fue expulsado del Paraíso, por su propia culpa, fue a la tierra y en ella encontró
la muerte, pues no había nada de vida. El árbol sin hojas y sin frutos significa de
manera clara el mundo, donde no había entonces más que mala ventura, pobreza y
sufrimiento. Los pollos representan el linaje humano, que entonces estaba perdido,
pues iban todos al infierno, tanto los buenos como los malos, y eran todos iguales en
méritos. Cuando el Hijo de Dios vio esto, subió al árbol, que fue la cruz y allí fue
herido por el pico de la lanza, que es la punta, en el costado diestro, hasta que le salió
la sangre, y esta sangre la recibieron los pollos que habían hecho sus obras, pues los
sacó del infierno, donde estaba toda la muerte y donde aún no hay vida. Esta bondad
que Dios hizo en el mundo nos la quiso mostrar, a mí, a vos y a otros pecadores, en
semejanza de pájaro, para que no tuvieseis duda en morir por Él, como Él hizo por
vos.
Después os llevó a casa de la dama, a quien el rey Amán había ordenado que
guardara su tierra; por el rey Amán debes entender a Jesucristo, que es el rey del
mundo que más amó y en quien puede encontrarse mayor dulzura y piedad que en
ningún otro hombre terreno. La combatía la otra tanto como podía, aquella que había
sido expulsada de la tierra y vos hicisteis la batalla y la vencisteis y ahora os diré qué
significa esto.
Nuestro Señor os había mostrado que había derramado su sangre por vos, y vos
comenzasteis una batalla por Él; y bien fue por Él por quien hicisteis todo lo que
emprendisteis por la dama, pues por ella entendemos nosotros a la Santa Iglesia que
mantiene la Santa Cristiandad en la recta fe y en la recta creencia que hay en la tierra
y en la justa herencia de Jesucristo; por la otra clama, que fue desheredada, y que la
combatía, entendemos la Antigua Ley, el Enemigo que siempre guerrea a la Santa
Iglesia y a los suyos. Cuando la dama joven os hubo contado el motivo que la otra
dama tenía para combatirla, vos emprendisteis la batalla tal como debíais, pues erais
caballero de Jesucristo y por eso era justo que defendierais a la Santa Iglesia. Por la
noche vino a veros la Santa Iglesia, bajo apariencia de mujer triste y entristecida, que
había sido desheredada sin razón, y no os vino a ver con ropa de alegría ni fiesta, sino
que vino con ropa de tristeza que es la ropa negra y ella se os mostró triste y negra
por la tristeza misma que le hacen sus hijos, que son los cristianos pecadores, que
deben ser hijos y son hijastros; y, aunque deberían guardarla como madre, no lo
hacen, sino que le causan tristeza de día y de noche y, por eso, os vino a ver con el
rostro de mujer triste y dolorida y os causó la mayor compasión.

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El pájaro negro que vino a veros era la Santa Iglesia, que dijo: “Yo soy negra,
pero soy bella. Sabed que más vale mi negrura que la blancura de otros”. Por el
pájaro blanco, que tenía semejanza de cisne, se debe entender al Enemigo y os diré
cómo es el cisne blanco por fuera y negro por dentro: es el hipócrita, que es amarillo
y pálido y así lo parece a quien lo ve por fuera, que es servidor de Jesucristo, pero por
dentro es tan negro y tan horrible de suciedades y pecados que engaña difícilmente al
mundo. Estas aves se te aparecieron mientras dormías, pero también cuando velabas:
fue cuando el Enemigo se te apareció con figura de hombre de religión, que te dijo
que habías dejado matar a tu hermano y te mintió en esto, pues tu hermano no ha
muerto, sino que todavía está vivo, pero te dijo eso porque quería hacerte entender
una mentira y llevarte a la desesperación y a la lujuria y así te habría hecho caer en
pecado mortal, con lo que habrías fracasado en las aventuras del Santo Graal. Ya te
he contado ahora quién era el pájaro blanco, quién el negro y quién fue la dama por la
que emprendiste la batalla y contra quién fue.
Ahora conviene que te cuente el motivo de la madera podrida y de las flores. La
madera sin fuerza y sin vigor representa a Lionel, tu hermano, que no tiene en sí
ninguna virtud de Nuestro Señor que le mantenga en pie; la podredumbre significa la
gran abundancia de pecados mortales que tiene amontonados en sí, y que acrecienta
de día en día, y por eso se le llama madera podrida y llena de gusanos. Las dos flores
que estaban a la derecha son las dos vírgenes: una era el caballero al que heristeis
ayer y la otra la doncella a la que rescatasteis; una de las flores se inclinaba hacia la
otra, que era el caballero, que quería tener por la fuerza a la doncella y la quería
deshonrar y quitarle su blancura, pero el buen hombre las separaba, que es como
decir que Nuestro Señor no quería que su blancura se perdiera así; os llevó allí de tal
forma que las separasteis y salvasteis a cada una en su blancura; y os decía: “Boores,
sería muy loco quien dejara perecer a una de estas flores para acudir a socorrer al
madero; mira si ves que tal ocurre, no dejes perecer las flores por socorrer la madera
podrida”. Así te ordenó lo que hiciste, por lo que supo que tenías buena voluntad:
visteis a vuestro hermano, al que llevaban dos caballeros, y a la doncella, que era
llevada por un caballero. Aquélla os rogó con tanta dulzura, que fuisteis conquistado
por la compasión y echasteis atrás todo amor natural por el amor a Jesucristo; fuisteis
a socorrer a la doncella, dejando llevar al peligro a vuestro hermano, pero Aquél, a
cuyo servicio estabais, se alegró mucho con vos y produjo tal milagro, por el amor
que habíais mostrado al Rey de los Cielos, que cayeron muertos los caballeros que se
llevaban a vuestro hermano y él se desató y tomó las armas de uno de ellos,
montando en un caballo y volvió a entrar en la Demanda tras de los demás. De esta
aventura sabréis el resultado en breve.
Veías que de las flores salían hojas y frutos: eso significa que del caballero saldrá
aún un linaje grande en el que habrá hombres buenos y verdaderos caballeros que
deben ser considerados como el fruto; igualmente, saldrá de la doncella, pero si ésta
hubiera perdido su honra por un pecado sucio, Nuestro Señor se hubiera encolerizado

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y los dos habrían sido castigados con una muerte súbita, perdiendo el cuerpo y el
alma; al rescatarla se os debe tener como servidor bueno y leal de Jesucristo y, que
Dios me ayude, pues si vos hubierais sido mortal, no os hubiera sucedido una
aventura tan alta como para que pudierais liberar a los cristianos de Nuestro Señor y a
sus cuerpos de la pena terrena y el alma de los dolores del infierno. Ya os he contado
el significado de las aventuras que os han ocurrido en la Demanda del Santo Graal».
«Señor —dice Boores—, decís verdad. Vos me las habéis explicado muy bien, de
tal forma que seré mejor el resto de los días de mi vida». «Ahora os ruego —le dice el
monje— que pidáis por mí, pues, así me ayude Dios, pienso que os oirá más
fácilmente que a mí». Aquél se calla como el que está avergonzado de que el abad le
tenga por tan santo varón.

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Cómo Boores Dejó La Abadía Y Halló A Su
Hermano Lionel
DESPUÉS de haber hablado un buen rato juntos, Boores se fue de allí y encomendó
el abad a Dios. Tras armarse, se puso en camino y cabalgó hasta la tarde; se detuvo
para dormir en casa de una viuda que le albergó muy bien. Por la mañana, volvió a
reemprender el camino y cabalgó hasta un castillo que se llamaba Tubele y que estaba
en un valle. Cuando había llegado cerca del castillo, encontró un criado que iba muy
deprisa hacia un bosque; le salió al encuentro y le preguntó si sabía algunas noticias.
«Sí —dice el criado—, mañana habrá un torneo admirable en este castillo». «¿De qué
gente?» pregunta Boores. «Del conde de Blan —le contesta— y de la viuda señora
del lugar». Cuando Boores oye estas noticias decide quedarse, pues sería raro que no
viera a alguno de los compañeros de la Demanda y podría ser que le dieran noticias
de su hermano o que, acaso, su mismo hermano estuviera allí, si es que se encontraba
cerca y tenía salud. Entonces vuelve a una ermita que había a la entrada de un
bosque; cuando llega allí, se encuentra con su hermano Lionel, que estaba sentado sin
armas, a la entrada de la capilla y que se había albergado en aquel lugar para asistir, el
día siguiente, al torneo que se celebraría en la pradera. Al ver a su hermano, tiene una
alegría tan grande que nadie lo podría contar; salta del caballo a tierra y le dice:
«Buen hermano, ¿cuándo llegasteis aquí?». Cuando Lionel oye estas palabras lo
reconoce y, emocionado, le dice: «Boores, Boores, poco faltó anteayer para que me
mataran por vuestra culpa, cuando los dos caballeros me llevaban golpeándome y me
dejasteis ir sin ayudarme y acudisteis en auxilio de la doncella que se llevaba otro
caballero; me abandonasteis en peligro de muerte: nunca mi hermano hizo una
deslealtad tan grande y por esta villanía no os aseguro más que la muerte, pues habéis
servido a la muerte; ahora miradme y sabed que tan pronto como esté armado, allí
donde os encuentre, no podréis esperar de mí sino la muerte».

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Cómo Lionel Ataca A Boores Y Mata Al
Ermitaño
CUANDO Boores oye estas palabras se afectó mucho, pues su hermano estaba
enfadado con él; entonces se pone ante él de rodillas, en el suelo, le pide piedad con
las manos juntas y le ruega por Dios que le perdone. Él responde que no puede ser,
sino que lo matará, si Dios le ayuda, en cuanto lo pueda coger descuidado, y no
quiere escuchar más. Se mete en la casa de la ermita, donde había dejado sus armas,
las toma y se las viste deprisa. Una vez armado, se acerca a su caballo y monta
diciendo a Boores: «Cuidaos de mí, pues si Dios me ayuda, en cuanto os pueda atacar
no haré otra cosa de lo que se debe hacer con felón y desleal, pues ciertamente sois el
más felón y el más desleal descendiente del buen rey Boores, que me engendró a mí y
a vos. Montad ahora sobre vuestro caballo, que será lo más conveniente, y si no lo
hacéis, os mataré así, a pie, como estáis, aunque será vergüenza mía y desgracia para
vos, pero me da igual esta vergüenza, pues prefiero tener un poco de deshonra entre
muchas gentes, y que vos seáis humillado como debéis».
Cuando Boores ve que está obligado a combatir, no sabe qué hacer, pues de
ninguna manera desearía luchar; no obstante, para estar más seguro, montará sobre el
caballo, pero aún intentará otra vez encontrar piedad: se arrodilla en tierra ante las
patas del caballo de su hermano y llora amargamente diciendo: «Por Dios, buen
hermano, tened compasión de mí, perdonadme este mal y no me matéis, sino
acordaos del gran amor que debe haber entre mí y vos». Todo cuanto Boores dice no
amansa a Lionel, pues el Enemigo lo había encendido en el deseo de matar a su
hermano; Boores permanece de rodillas ante él, gritándole piedad con las manos
juntas. Cuando Lionel ve que no conseguirá nada y que no se levantará, pica el
caballo, golpeando a Boores con el pecho del animal con tanta fuerza que lo tira al
suelo de espaldas y al caer resulta gravemente herido; luego, le pasa por encima del
cuerpo con el caballo de forma que le rompe todo. Boores se desmaya por el dolor
que siente y cree que va a morir sin confesión. Cuando Lionel lo ha dejado así, que
no puede levantarse, descabalga con la intención de cortarle la cabeza.
Desciende y va a quitarle el yelmo de la cabeza, pero entonces llega corriendo el
ermitaño: era un hombre muy viejo y anciano, que había oído las palabras que se
habían dicho. Al ver que Lionel quiere cortarle la cabeza a Boores, se deja caer sobre
éste y dice a Lionel: «¡Ay!, noble caballero, por Dios, ten compasión de ti y de tu
hermano, pues si lo matas, serás muerto por el pecado y será una calamidad muy
grande para él, porque es uno de los mejores hombres del mundo y de los mejores
caballeros». «Así me ayude Dios, señor —contesta Lionel—, que si no os retiráis de
él, os mataré y no me preocuparé en absoluto». «Ciertamente —dice el anciano—,

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prefiero que me mates a mí a que lo mates a él, pues no será tan gran calamidad mi
muerte como la suya y, por eso, prefiero morir a que él muera». Se tumba a lo largo
de él, abrazándole por los hombros; cuando Lionel ve esto, saca la espada de la vaina
y golpea al buen hombre con tanta fuerza que le rompe la nuca por detrás y aquél cae
con angustias de muerte.

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Cómo Calogrenante Lucha Contra Lionel Y
Muere
DESPUÉS de hacer eso no se refrena en su mal talante, sino que coge a su hermano
por el yelmo, se lo desata para cortarle la cabeza y lo hubiera matado en poco tiempo
si no hubiera aparecido, por la voluntad de Nuestro Señor, Calogrenante, caballero de
la casa del rey Artús y compañero de la Tabla Redonda. Cuando vio al hombre así
muerto, se pregunta asombrado qué podría ser; entonces mira ante él y ve a Lionel,
que quiere matar a su hermano y que ya le ha desatado el yelmo. Reconoce a Boores,
al que amaba con gran amor; salta a tierra tomando a Lionel por los hombros y tira de
él con tanta fuerza que lo echa hacia atrás y le dice: «¿Qué es esto?, Lionel, ¿estáis
loco? ¿Es que queréis matar a vuestro hermano, uno de los mejores caballeros que se
conocen? Por Dios, no os tolerará esto cualquier hombre honrado». «¿Cómo —
pregunta Lionel— queréis socorrerlo? Si os metéis por medio, lo dejaré y me
enzarzaré con vos». Calogrenante le mira admirado y le dice: «¿Cómo?, Lionel, ¿es
cierto que queréis matarlo?». «Quiero matarlo —le contesta— y lo mataré, pues no lo
dejaré ni por vos ni por otro, porque me ha hecho tal daño que se ha merecido la
muerte». Entonces le ataca y le quiere golpear en medio de la cabeza pero
Calogrenante se pone entre los dos y dice que mientras esté él allí no habrá nadie que
se atreva a tocarlo, a no ser que se produzca el combate. Cuando Lionel oye estas
palabras toma su escudo y pregunta a Calogrenante quién es; éste le dice su nombre.
Lionel lo conoce y le desafía: le ataca con la espada desenvainada y le da un golpe
tan grande como puede asestar con su acero; cuando aquél ve que ha llegado al
combate, corre a tomar su escudo y saca la espada; era un buen caballero, de gran
fuerza, y se defiende con vigor. La pelea dura tanto que Boores se incorporó
sentándose tan angustiado que cree no poder tener fuerza si no le ayuda Nuestro
Señor. Al ver a Calogrenante que combate con su hermano, se siente muy mal, pues
si Calogrenante mata a su hermano ante él, nunca más tendrá alegría y si aquél mata a
Calogrenante, la vergüenza será suya, pues sabe bien que la pelea ha comenzado por
su culpa y por eso está muy a disgusto y, si hubiera podido, hubiera ido gustosamente
a separarlos, pero está tan débil que no tiene fuerzas ni para defenderse a sí mismo, ni
para atacar a otro. Mira hasta que ve a Calogrenante vencido, pues Lionel era de gran
valor, y muy atrevido y le había roto el escudo y el yelmo, llevándolo a tal extremo
que ya no esperaba más que la muerte, pues había perdido tanta sangre que era
maravilla cómo aún podía mantenerse en pie. Cuando se ve caído, con miedo de
morir, mira a Boores, que se había incorporado, sentándose, y le dice: «¡Ay!, Boores,
venid a ayudarme y a apartarme del peligro de muerte en el que he caído por
socorreros; estoy más cerca de la muerte que vos hace un momento; ciertamente, si

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yo muero, todo el mundo os debería humillar por ello». «En verdad —dice Lionel—,
si no os ayuda, moriréis en esta empresa y nadie os podría ser garante para que yo no
os matara a ambos con esta espada».
Cuando Boores oye esto no se siente firme, pues sabe que aquél sería matado y él
estaría en peligro de muerte. Se esfuerza hasta conseguir ponerse en pie y se acerca a
su yelmo; se lo coloca en la cabeza y al ver al ermitaño muerto tiene un gran dolor y
ruega a Nuestro Señor que tenga piedad de él, pues por tan poca cosa no debía morir
ningún otro hombre bueno. Calogrenante le grita: «¡Ay!, Boores, ¿me dejaréis morir?
Si os agrada que yo muera, la muerte me placerá mucho, pues no podría dar la vida
por un hombre mejor». Entonces le golpea Lionel con la espada y le hace volar el
yelmo de la cabeza. Cuando aquél nota su cabeza desnuda y descubierta, ve que no
puede escapar y dice: «¡Ay! Buen Padre Jesucristo, que permitisteis que yo entrara en
vuestro servicio no tan dignamente como debía, ten piedad de mi alma, de tal forma
que el dolor que tenga mi cuerpo, sirva para mi bien y como limosna, y sea penitencia
y alivio para mi alma». Mientras decía estas palabras, Lionel le golpea con tanta
fuerza que cae muerto a tierra y el cuerpo queda tendido por la angustia que siente.

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Cómo Boores Es Protegido De Su Hermano
Por Un Brazo De Fuego
DESPUÉS de matar a Calogrenante, no quiere entretenerse más allí, sino que corre
contra su hermano y le da tal golpe que le hace temblar. Aquél en quien la humildad
estaba arraigada con tanta naturaleza, le ruega por Dios que cese esta batalla, «pues si
sucede, buen hermano, que yo os mate o vos a mí, quedaremos en pecado mortal».
«Que no me ayude Dios —dice Lionel— si tengo compasión de vos y no os mato si
puedo venceros, pues para nada valdréis si yo no soy muerto». Entonces saca Boores
la espada y dice llorando: «Buen Padre Jesucristo, no me sea tomado como pecado si
defiendo mi vida contra mi hermano.» levanta la espada y, cuando quería golpearlo,
oye una voz que le dice: «Huye, Boores, no lo toques, pues lo matarías». Entonces
descendió entre los dos un brazo de fuego, semejante a un rayo: venía del cielo y de
él salía una llama tan admirable y ardiente que los dos escudos se quemaron y ellos
dos quedaron espantados, de tal forma que ambos cayeron a tierra y estuvieron un
gran rato sin conocimiento. Cuando se volvieron a levantar, se miraron duramente y
pudieron apreciar que la tierra estaba roja entre ellos dos por el fuego que había
habido; pero al ver Boores que su hermano no tiene ningún mal, tiende las manos
hacia el cielo y da gracias a Dios de buen corazón; entonces oye una voz que le dice:
«Boores, levántate y vete y no sigas más en compañía de tu hermano; camina hacia el
mar sin detenerte en ningún lugar hasta que llegues allí, pues Perceval te está
esperando». Al oír estas palabras, se arrodilla, tiende sus manos hacia el cielo y dice:
«Padre del Cielo, bendito seas tú que te dignas llamarme a tu servicio». Entonces se
acerca a Lionel, que todavía estaba aturdido, y le dice: «Buen hermano, mal os habéis
portado con este caballero, compañero nuestro, al que habéis matado y con este
ermitaño. Por Dios, no os mováis de aquí hasta que los cuerpos sean enterrados y se
les haya hecho un honor tan grande como se merecen». «Y vos, ¿qué haréis? —
preguntó Lionel—. ¿Os esperaré aquí hasta que estén enterrados?». «No —dice
Boores—, yo me iré al mar, donde me está esperando Perceval, tal como la voz
divina me ha dado a entender».

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Cómo Boores Llegó A La Nave Donde Le
Esperaba Perceval
ENTONCES se va de allí y se pone en marcha por el camino que lleva hacia el mar.
Cabalga hasta llegar a un abadía, que estaba junto al mar; aquella noche se quedó a
dormir allí y, cuando se durmió, vino una voz a decirle: «Boores, levántate y vete
hacia el mar, donde Perceval te está esperando, en la orilla». Cuando oye estas
palabras, salta y se hace el signo de la cruz en medio de la frente; ruega a Nuestro
Señor que le conduzca, va a donde están sus armas, las toma y se las viste; después,
se acerca a su caballo, le coloca la silla y el freno y, cuando ya está preparado, para
que no sepan los de dentro que se va a tal hora, va buscando por dónde puede salir,
hasta que encuentra en la parte de atrás el muro roto; allí había un buen camino: se
acerca a su caballo, monta y va a la brecha del muro, atravesándola, y se aleja de allí
sin que nadie se dé cuenta; cabalga hasta llegar al mar y encuentra una nave en la
orilla, cubierta de jamete blanco; desciende y penetra en ella, encomendándose a
Jesucristo; tan pronto como ha entrado, ve que la nave se aleja de la orilla y que el
viento sopla sobre la vela, llevando a la nave a gran velocidad que parece que va
volando por encima de las olas. Al ver que ha perdido su caballo, entra y se resigna.
Mira por la nave, pero no ve nada, pues la noche era negra y oscura y por eso no
podía ver bien; se acerca a la borda del barco y se acoda allí, rogando a Jesucristo que
le conduzca a un lugar donde su alma pueda estar a salvo; después de hacer su
oración, se duerme hasta el día siguiente.
Al despertarse, mira por la nave y ve un caballero armado con todas sus armas,
excepto el yelmo, que estaba ante él; después de contemplarlo un momento reconoce
que es Perceval el Galés y corre a abrazarlo y a alegrarse con él; aquél se asombra de
verlo ante sí, pues no sabe cómo pudo haber venido. Le pregunta quién es: «¿Cómo
—dice Boores—, no me conocéis?». «Ciertamente —responde Perceval—, no, y me
maravillo mucho de cómo habéis venido aquí, si no os trajo Nuestro Señor mismo».
Boores comienza a sonreír por estas palabras y se quita el yelmo; entonces lo
reconoce Perceval y no sería fácil contar la alegría que tuvieron los dos. Boores
empieza a contarle cómo llegó a la nave y a causa de qué consejo. Perceval le narra
las aventuras que le habían ocurrido en la roca en la que había estado, allí donde el
Enemigo se le apareció con forma de mujer y le llevó a pecar mortalmente; así están
los dos amigos juntos, tal como Nuestro Señor había dispuesto y esperan allí las
aventuras que Nuestro Señor les quiera enviar. Surcan el mar, ya hacia atrás, ya hacia
adelante, tal como el viento les lleva y hablan de muchas cosas reconfortándose el
uno con el otro. Perceval dice que ahora sólo falta Galaz para que se cumpla la
promesa y le cuenta a Boores lo que había sido prometido. Pero aquí deja la historia

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de hablar de ellos y vuelve al buen caballero.

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Cómo Galaz, Combatió Contra Galván
CUENTA ahora la historia que cuando el buen caballero se separó de Perceval,
después de haberle protegido de los veinte jinetes que le atacaron, tomó el gran
camino de la Gasta Floresta y erró muchas jornadas, ora hacia adelante, ora hacia
atrás, tal como le llevaba el azar y encontró muchas aventuras a las que dio fin, por
más que de ellas la historia no hace ninguna mención, pues hubiera sido demasiado
quererlas contar una a una. Cuando el valiente caballero hubo cabalgado mucho
tiempo por el reino de Logres, por todos los lugares donde oyó hablar que había
aventuras, se alejó y cabalgó hacia el mar tal como le vino en voluntad, y sucedió que
pasó ante un castillo, en el que había un torneo digno de admiración; había tanta
gente fuera que los de dentro se daban a la fuga, pues los extraños eran más y mejores
caballeros.
Cuando Galaz vio que los de dentro estaban tan mal y que los iban a matar los
otros a la entrada del castillo, se volvió hacia ellos y pensó ayudarles; bajó la lanza y
picó al caballo con las espuelas, golpea al primero que encuentra, con tanta fuerza
que le hace caer a tierra y la lanza vuela en trozos; toma la espada con la mano, como
el que bien sabe valerse y golpea allí donde ve la mayor aglomeración y comienza a
abatir caballeros y caballeros y a hacer tales maravillas de armas que todos los que lo
vieron lo tomaron por esforzado varón. Galván y Héctor, que habían venido juntos al
torneo, ayudaban a los de fuera, pero tan pronto como vieron el escudo blanco y la
cruz bermeja se exclamaron: «He ahí al buen caballero; será loco el que espere ahora,
pues contra su espada no resiste ninguna armadura». Mientras se hablaban así, llegó
Galaz y dirigiéndose hacia Galván, tal como la ventura le llevaba, le golpea con tanta
fuerza que le hiende el yelmo y la cofia de hierro, y Galván, que piensa estar muerto
por el golpe que ha recibido, vuelca fuera del arzón; Galaz, que no puede retener su
golpe, alcanza al caballo por delante del arzón y lo parte por encima de los hombros
cayendo muerto sobre Galván.
Cuando Héctor vio a Galván a pie retrocedió, porque veía que no tendría sentido
esperar a aquél que sabe dar tales golpes y porque debe protegerlo y amarlo como a
su sobrino. Así Galaz sube y baja y hace tantas hazañas en tan poco tiempo que los de
dentro se recobran, pues estaban desconsolados, y no terminan de golpear y de
derribar hasta que los de fuera son reducidos a escasa fuerza y huyen allí donde
piensan tener protección, y él los persigue un buen rato, y cuando ve que no volverán
se va tan silenciosamente que nadie sabe por dónde se ha ido, llevándose el premio de
las dos partes y el galardón del torneo. Galván, que estaba angustiado por el golpe
que se le había dado y no cree poder escapar dice a Héctor, que está ante él: «Por mi
cabeza, ahora resultan ciertas las palabras que se me dijeron anteayer, el día de
Pentecostés, cuando cogí la espada del escalón: que de ella recibiría tal golpe, antes

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de que hubiera pasado un año, que preferiría ser herido por un castillo; por mi cabeza,
es ésta la espada, la del caballero que me ha herido y se puede decir que ha sucedido
todo como fue prometido». «Señor —dice Héctor—, ¿os ha herido entonces el
caballero tal como decís?». «Ciertamente —responde Gálván— sí, de tal forma que
no puedo escapar sin peligro, si Dios no me ayuda». «Y ¿qué podremos hacer, pues?
—pregunta Héctor—. Ahora pienso que nuestra búsqueda ha terminado, pues vos
estáis herido». «Señor —dice—, la vuestra no ha terminado; la mía sí, pero os seguiré
tanto tiempo como quiera Dios».

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Cómo Galaz Llegó A La Ermita Y De Lo Que
En Ella Le Ocurrió
MIENTRAS hablaban así, se reunieron los caballeros del castillo, y cuando
reconocieron a Galván y supieron que estaba herido, la mayoría de ellos se lamenta
mucho, pues sin lugar a dudas era el hombre del mundo más amado por las gentes
extrañas; lo tomaron, llevándolo al castillo, donde lo desarmaron y lo acostaron en
una habitación tranquila y apacible, lejos de la gente; después mandaron venir un
médico, le hacen ver la herida y le preguntan si sanará; les asegura que en un mes lo
devolverá sano y salvo, de tal forma que podrá cabalgar y llevar armas; aquéllos le
prometen darle, si puede hacerlo, tal riqueza que será opulento el resto de su vida;
responde que estén completamente seguros, pues lo hará tal como lo ha dicho. Así
queda Galván allí dentro y Héctor con él, pues no quiere irse antes de que sane.
El Buen Caballero, después de marcharse del torneo, cabalgó tanto, según le
llevaba la ventura, que llegó la noche a dos leguas de Corbeny y le anocheció ante
una ermita; al ver que la noche le había alcanzado, descabalga y llama a la puerta de
la ermita hasta que le abren; cuando el ermitaño ve que era un caballero andante, le
dice que sea bienvenido; mientras va a encerrar el caballo, le hace quitar las armas;
una vez desarmado, manda que, por caridad, le den de comer, como Dios le había
dado a él. El Buen Caballero lo recibe con gusto, pues no había comido en todo el
día, y después de comer se quedó dormido sobre un haz de hierba que había allí
dentro.
Cuando estuvieron acostados, llegó una doncella, que tocó a la puerta y llamó a
Galaz; el ermitaño se acercó a la puerta y pregunta quién es el que quiere entrar a tal
hora allí. «Señor Ulfino —dice ella—, soy una doncella que quiere hablar con el
caballero que hay aquí dentro, pues tengo mucha necesidad de él». El anciano lo
despierta y le dice: «Señor caballero, una doncella quiere hablar con vos; está ahí
fuera y, según parece, tiene una gran necesidad de vos». Galaz se levanta entonces, se
acerca a ella y le pregunta qué quiere. «Galaz —le dice—, quiero que os arméis y
montéis en vuestro caballo y me sigáis; os digo que os mostraré la más alta aventura
que ningún caballero vio jamás». Cuando Galaz oye estas noticias va a sus armas, las
toma y se las pone; después de ensillar a su caballo monta y encomienda al ermitaño
a Dios y le dice a la doncella: «Ahora podéis ir allí donde os guste, pues os seguiré a
cualquier lugar que vayáis». Aquélla se va tan deprisa como puede ir su palafrén y él
la sigue inmediatamente. Cabalgaron tanto que empezó a amanecer, y cuando el día
ya era bello y claro, entran en un bosque que llegaba hasta el mar y que se llamaba
Celibe; cabalgaron por el gran camino todo el día de tal forma que no bebieron ni
comieron.

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Cómo Galaz Fue Conducido Hasta La Nave
Por La Doncella
POR la tarde, después de vísperas, llegaron a un castillo que estaba en un valle, muy
bien guarnecido de todo, rodeado por un río y buenos muros, grandes y fuertes y con
fosos altos y profundos; la doncella continuó adelante y entró en el castillo, y Galaz
tras ella. Cuando los de dentro la vieron, comenzaron, a decir: «Sed bienvenida,
señora». La reciben con gran alegría, como si fuera su señora, y ella les dice que
hagan fiesta al caballero, pues es el mejor hombre que nunca llevó armas. Entonces
corren a desarmarlo tan pronto como le hicieron descabalgar, le pregunta a la
doncella: «¿Señora, nos quedaremos aquí?». «No —le contesta—, en cuanto hayamos
comido y dormido un poco nos iremos». Después se sientan a comer, y luego fueron
a dormir; nada más descabezar el primer sueño, la doncella llamó a Galaz y le dijo:
«Señor, levantaos». Se levanta; los de dentro traen cirios y antorchas para que vea lo
suficiente como para armarse y monta en su caballo. La dama toma un cofre muy
hermoso y muy rico y lo coloca ante sí una vez que ha montado.
Entonces se alejan del castillo y se van muy deprisa; cabalgaban aquella noche un
buen trecho y vagaron tanto que llegaron al mar. Cuando estuvieron allí, encontraron
la nave en la que estaban Boores y Perceval, que esperaban a la borda y no dormían,
sino que gritaron de lejos a Galaz: «Señor, sed bienvenido; os hemos esperado tanto
que ahora os tenemos, gracias a Dios. Avanzad, pues ya es hora de ir a la alta
aventura que Dios nos ha preparado». Cuando los oye les pregunta quiénes son y por
qué dicen que han esperado tanto; interroga a la doncella si va a descabalgar. «Señor
—le contesta—, sí; dejad aquí vuestro caballo, pues yo dejaré el mío también». Él
descabalga, quita a su caballo la silla y el freno y también al palafrén de la doncella;
hace el signo de la cruz en su frente y se encomienda a Nuestro Señor; entra en la
nave y la doncella detrás de él. Los dos compañeros le reciben con una alegría tan
grande y con tan gran fiesta que no pueden hacerla mayor; la nave comienza a ir muy
deprisa, por medio del mar, pues el viento le daba de lleno y navegan tanto en tan
poco tiempo que no vieron más tierra, ni lejos ni cerca, y entonces amaneció. Se
reconocieron y lloraron los tres por la alegría que tienen de haberse encontrado.

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Cómo Se Encontraron Boores, Galaz Y
Perceval A Bordo De La Nave
ENTONCES Boores se quitó el yelmo y Galaz el suyo y la espada, pero no quiso
quitarse la loriga; cuando ve que la nave es tan bella por fuera y por dentro, pregunta
a los dos compañeros si saben de dónde llegó tan hermosa nave. Boores dice que no
sabe nada; Perceval le cuenta lo que sabe y le dice todo tal como le había sucedido en
la roca y cómo un buen hombre, que le pareció sacerdote, le había hecho entrar en
ella. «Y me dijo —añade— que no tardaría mucho en teneros en mi compañía, pero
de esta doncella no me dijo nada». «Por mi fe —dijo Galaz— no hubiera venido a
este lugar sabiéndolo, si ella no me hubiera traído, por lo que se puede decir que he
venido más por ella que por mí, pues yo no habría tomado nunca este camino y de
vosotros, compañeros, no pensaba volver a oír hablar en un sitio tan extraño como es
éste». Y empezaron a reírse.
Entonces se cuentan las aventuras y Boores dice a Galaz: «Señor, si Lanzarote
vuestro padre estuviera ahora aquí, creo que no nos faltaría nada». Respondió que no
podía ser, pues no le había agradado a Dios.

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Cómo Los Tres Compañeros Hallaron La Nave
Maravillosa
CON tales palabras vagaron hasta la hora de nona y entonces debían estar alejados
del reino de Logres, pues la nave había corrido a plena vela durante toda la noche y
durante todo el día. Llegaron, entre dos rocas, a una isla salvaje y tan oculta que era
maravilla, pues estaba, sin duda, en un pequeño golfo en el mar. Cuando arribaron
allí, vieron ante ellos, junto a una roca, una nave a la que no podían llegar si no iban a
pie. «Buenos señores —dice la doncella—, en esta nave está la aventura por la que
Nuestro Señor os ha reunido; conviene que salgáis de aquí y vayáis a ella». Le
responden que así lo harán con gusto; salen fuera y toman a la doncella, sacándola;
después amarran la nave para que las olas no la alejen y cuando están sobre la roca va
uno tras otro hacia la nave; al llegar a ella, la encuentran mucho más rica que la que
habían dejado, pero les asombra mucho no ver hombre ni mujer dentro. Se acercan
más para ver algo, miran por la borda de la nave y ven letras escritas en caldeo que
decían palabras espantosas y temibles a todos aquellos que quisiesen entrar en ella y
que decían de tal manera:
OYE TÚ, HOMBRE, QUE QUIERES ENTRAR DENTRO DE MI,
QUIENQUIERA QUE SEAS, MIRA BIEN SI ESTÁS LLENO DE FE, PUES YO NO
SOY MAS QUE FE Y POR ESO MIRA BIEN ANTES DE ENTRAR QUE NO
TENGAS MANCHAS, PUES YO SOLO SOY FE Y CREENCIA Y TAN PRONTO
COMO FALTES EN LA CREENCIA, YO TE FALTARÉ, DE TAL FORMA QUE NO
TENDRÁS NI SUJECIÓN NI AYUDA MÍA, SINO QUE TE FALTARÉ DEL TODO EN
CUALQUIER LUGAR QUE SEAS ASALTADO POR LA FALTA DE FE Y YA NO
VOLVERÁS A TENERLA.
Cuando conocen el texto se miran unos a otros y entonces dice la doncella a
Perceval: «¿Sabéis quién soy?». «Ciertamente no —le contesta—; que yo sepa, nunca
os vi». «Sabed —le dice— que soy vuestra hermana, hija del rey Pelés, y ¿sabéis por
qué me he dado a conocer a vos? Para que me creáis más en lo que os voy a decir. En
primer lugar —continúa—, os digo como a lo que yo más amo, que si no creéis
perfectamente en Jesucristo, no debéis entrar en esta nave de ninguna forma, pues
sabed bien que pereceríais, porque la nave es una cosa tan elevada que nunca puede
permanecer en ella nadie que esté manchado por malos vicios sin correr peligro».
Cuando Perceval oye esto, la mira y la contempla, hasta que se da cuenta que es su
hermana, y entonces le llena una gran alegría y le dice: «Ciertamente, bella hermana,
entraré, y ¿sabéis por qué? Porque si yo fuera mal creyente, moriría en ella como
desleal, pero estoy lleno de fe y tal como caballero debe estar, de forma que estaré a
salvo». «Entrad, pues, dentro —le contesta—; seguramente Nuestro Señor os servirá

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de fiador y de defensa».
Mientras decía esto, Galaz, que estaba delante, levanta la mano, se persigna y
entra; una vez dentro, comienza a mirar a todas partes, y la doncella detrás de él y se
persigna al entrar. Cuando los otros ven esto, no se demoran más, sino que entran
también y después de mirar bien por todos los lados, dicen que no pensaban que en el
mar ni en la tierra hubiera ninguna nave tan hermosa y tan rica como aquélla les
parecía. Cuando han buscado por todo, miran en el casco de la nave y ven una tela
muy rica, extendida en forma de cortina y por detrás una hermosa cama grande y rica.

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Cómo Hallaron La Espada Del Extraño Tahalí
Y De Las Maravillas Que En Ella Encontraron
GALAZ se acerca a la tela, la levanta y mira debajo de ella y ve la más hermosa
cama que nunca vio, pues era grande y rica; tenía a la cabecera una corona de oro
muy rica y a los pies una espada muy hermosa y muy resplandeciente, que estaba
atravesada sobre la cama, desenvainada casi medio pie.
Aquella espada tenía muchas peculiaridades, pues la cruz era de una piedra que
tenía en sí misma todos los colores que se puedan encontrar en la tierra y poseía,
además, otras características que aún valían más, pues cada uno de los colores tenía
en sí una virtud y cuenta la historia que, por añadidura, en el puño había dos costillas,
ambas de sendos animales; la primera, de una especie de serpiente que habita en
Caledonia, con preferencia a cualquier otra parte de la tierra y que allí es llamada
serpiente papaluste; esta serpiente tiene la virtud de que si alguien consigue una de
sus costillas o alguno de sus huesos no debe temer sentir demasiado calor, tal manera
y tal virtud tenía la primera de las costillas. La otra era de un pez, no demasiado
grande, al que llaman ortanax, que habita en el río Eufrates, y en ningún otro río; sus
espinas son de tal forma que, si uno consigue alguna, durante el tiempo que la tenga
no se acordará de alegría ni de duelo que haya padecido, sino tan solo del motivo por
el que la hubiera tomado, y cuando la haya soltado volverá a recordar todo lo que
acostumbraba, como cualquier hombre normal. Tal virtud poseían las dos costillas
que había en el puño de la espada y que estaban cubiertas por una tela bermeja muy
rica y llena de letras que decían:
YO SOY UNA COSA ADMIRABLE DE VER Y RECONOCER, PUES NADIE ME
PUDO EMPUÑAR, AUNQUE TUVIERA LA MANO GRANDE, Y NO LO HARÁ
SINO SOLAMENTE UNO Y ESE PASARÁ, EN SU OFICIO, POR DELANTE DE
TODOS LOS DEMÁS QUE HAYA HABIDO Y QUE VENDRÁN DESPUÉS.
Así decían los caracteres de la empuñadura, y tan pronto como las leyeron,
quienes sabían bastante de letras, se miraron unos a otros diciéndose: «Por nuestra fe,
aquí se pueden ver maravillas». «En nombre de Dios —dice Perceval— intentaré
empuñar esta espada». Coge la espada pero no la puede blandir. «A fe mía —dice—
ahora me doy cuenta que estas letras expresan la verdad». Entonces Boores intenta
tomarla, pero no puede hacer nada que valga y, al verlo, dicen a Galaz: «Señor, tentad
esta espada, pues bien sabemos que vos lograréis esta aventura en la que nosotros
hemos fracasado». Contesta que no lo intentará. «Pues veo —dice— que son mayores
maravillas de las que yo nunca vi». Entonces mira la hoja de la espada, que estaba un
poco sacada de la vaina como habéis oído, y aprecia otras letras, rojas como la
sangre, que dicen:

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QUE NO SEA NADIE TAN ATREVIDO COMO PARA SACARME DE LA VAINA
SI NO ACTÚA MEJOR QUE CUALQUIER OTRO Y CON MÁS ATREVIMIENTO;
QUIEN ME SAQUE DE OTRA FORMA, SEPA BIEN QUE MORIRÁ O SERÁ
HERIDO Y ESTA COSA HA SIDO PROBADA YA ALGUNA VEZ.
Cuando Galaz ve esto dice: «Por mi fe, quería sacar esta espada, pero ya que la
prohibición es tan grande, no la tocaré». Otro tanto dicen Perceval y Boores.
«Valientes señores —dice la doncella—, sabed que el sacarla está prohibido a todos
excepto a uno, y yo os diré cómo vino, no hace mucho tiempo».

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Historia De La Espada Del Extraño Tahalí
«ES cierto —dice la doncella— que esta nave llegó al reino de Logres y, en aquel
tiempo, había una guerra mortal entre el rey Lambar, que fue padre del rey Tullido, y
el rey Varlán, que había sido sarraceno durante toda su vida, pero que entonces
acababa de ser cristianizado, de tal forma que se le tenía por uno de los mejores
hombres del mundo. Un día, los reyes Lambar y Varlán habían reunido sus huestes a
la orilla del mar, donde había llegado la nave, y el rey Varlán fue derrotado. Cuando
se vio vencido y sus hombres muertos, tuvo miedo de morir y entonces se acercó a la
nave, que acababa de llegar y saltó dentro; al encontrar esta espada, la sacó de la
funda y salió fuera y encontró al rey Lambar, que era el hombre de mayor fe y más
creencia entre todos los cristianos, y en quien Nuestro Señor ocupaba gran parte de su
alma. Cuando el rey Varlán vio al rey Lambar, enderezó la espada y le dio un golpe
tan fuerte encima del yelmo que hendió, a él y al caballo, hasta el suelo; tal fue el
primer golpe que, con esta espada, se dio en el reino de Logres y como consecuencia
vino tal pestilencia y tan gran persecución en los dos reinos, que las tierras no
devolvieron a los labradores sus trabajos, ya que no volvió a crecer el trigo ni
ninguna otra cosa, ni los árboles trajeron frutos, ni los ríos dieron peces a no ser
pequeños y por esto se ha llamado a la tierra de los dos reinos la tierra gasta o
devastada, porque había sido devastada por los dolorosos golpes.
Cuando el rey Varlán vio la espada tan bien cortante, decidió volver para tomar la
vaina y entonces regresó a la nave y entró, colocando la espada en su funda; tan
pronto como hizo esto, cayó muerto ante esta cama y así fue probada esta espada, de
forma que nadie la sacaría que no muriera o no fuera herido. Se colocó el cuerpo del
rey ante esta cama, hasta que una doncella lo echó fuera, pues no había allí hombre
tan atrevido que osara entrar dentro de la nave, por la prohibición que hacían las
letras de la borda».
«Por mi fe —dice Galaz— aquí oigo una hermosa aventura y bien creo sucedió
así, pues no dudo que esta espada sea mucho más maravillosa que cualquier otra».
Entonces avanza para sacarla. «¡Ay!, Galaz —dice la doncella—, aguantad aún un
poco, hasta que hayamos visto bien las maravillas que hay en ella». La deja y
empiezan a mirar la vaina, pero no saben de qué puede estar hecha, a no ser de cuero
de serpiente, pero, sin embargo, ven que es bermeja, como pétalo de rosa y tenía
encima letras escritas, doradas unas y azules las otras. Cuando vieron el tahalí de la
espada, no hubo nadie que no se maravillara todavía más, pues comprendieron que no
correspondía a un acero tan rico como aquél, ya que estaba hecho de una materia tan
vil y tan pobre como estopa de cáñamo y tan débil, al parecer, que daba la impresión
de que no podría sostener la espada durante una hora sin romperse. Las letras que
había sobre la vaina decían:

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EL QUE ME LLEVE DEBE SER MUCHO MÁS NOBLE Y MÁS SEGURO QUE
NINGÚN OTRO HOMBRE, Y ME LLEVARÁ TAN LIMPIAMENTE COMO DEBE,
PUES NO DEBO ENTRAR EN NINGÚN LUGAR DONDE HAYA SUCIEDAD NI
PECADO Y EL QUE ME META EN ÉL, DEBE SABER QUE SERÁ EL PRIMERO
EN ARREPENTIRSE, PERO SI ME GUARDA LIMPIAMENTE, PODRÁ IR
SIEMPRE SEGURO, PUES EL CUERPO A CUYO COSTADO YO CUELGUE, NO
PODRÁ SER AFRENTADO EN LUGAR ALGUNO MIENTRAS CIÑA ESTE TAHALÍ
DEL QUE CUELGO. QUE NO HAYA NADIE TAN ATREVIDO QUE QUITE ESTE
TAHALÍ POR NADA DEI. MUNDO, PUES NO ESTÁ PERMITIDO HACERLO A
NINGÚN HOMBRE QUE SEA AHORA, NI QUE VENGA; NO DEBE SER
SUSTITUIDO SINO POR MANO DE MUJER E HIJA DE REY Y DE REINA, Y
HARÁ DE TAL FORMA EL CAMBIO QUE PONDRÁ LO QUE MÁS LE GUSTE, Y
LO PONDRÁ EN LUGAR DE ESTE TAHALÍ. ADEMÁS CONVIENE QUE LA
DONCELLA PERMANEZCA TAL DURANTE TODA SU VIDA POR SU VOLUNTAD
Y POR SU OBRA Y SI INFRINGIERA SU VIRGINIDAD, ESTÉ SEGURA QUE
MORIRÁ CON LA MUERTE MÁS VIL QUE NINGUNA MUJER PUEDA MORIR, Y
AQUELLA DONCELLA LLAMARÁ A ESTA ESPADA POR SU NOMBRE JUSTO Y A
MÍ POR EL MÍO Y DESPUÉS NO HABRÁ NADIE QUE NOS SEPA NOMBRAR
POR NUESTROS NOMBRES CORRECTOS.
Cuando hubieron leído estas letras comenzaron a reír y dijeron que eran cosas
admirables de ver y de oír. «Señores —dice Perceval—, volved esta espada y
veremos qué hay al otro lado». La gira hacia el otro lado y cuando la hubo vuelto,
vieron que estaba roja como la sangre en la otra parte y que había letras que decían:
EL QUE ME TOME RECIBIRÁ MAYOR AFRENTA DE LO QUE PUEDA
CREER EN EL MOMENTO QUE MÁS ME NECESITE Y EN EL QUE YO DEBERÍA
SERLE MÁS AGRADABLE, LE SERÉ MÁS TRAIDORA. ESTO SOLO SUCEDERÁ
UNA VEZ, YA QUE NECESARIAMENTE CONVIENE QUE ASÍ SEA.
Tales palabras decían las letras que estaban a este lado. Cuando las vieron, se
admiran más que antes.
«En nombre de Dios —dice Perceval a Galaz— yo quería deciros que tomaseis
esta espada, pero ya que estas letras dicen que faltará en la gran necesidad y que será
traidora allí donde deba ser fiel, no os pediré que la toméis, pues os podría afrentar de
repente, y sería una gran calamidad». Cuando la doncella oye estas palabras, le dice a
Perceval: «Buen hermano, estas dos cosas ya han sucedido y os diré cuándo fue, y á
qué gente le ocurrieron, por lo cual, nadie que sea digno, debe tener miedo de tomar
esta espada. Sucedió en cierto tiempo, cuarenta años después de la pasión de
Jesucristo, que Nascián, el cuñado del rey Mordrain, por orden de Nuestro Señor, fue
llevado en una nube a una distancia de más de catorce jornadas de su país, a una isla,
hacia occidente; aquella isla se llamaba la isla Torneante y cuando llegó allí, encontró
esta nave a la entrada de una roca; se metió en ella y halló esta cama y esta espada, tal
como la veis ahora; fue maravilla el gran rato que la miró, deseando tenerla, y sin

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embargo, no tuvo la osadía de sacarla; así, cayó en el deseo y en la codicia de tenerla
y permaneció ocho días en la nave sin beber y sin comer, a no ser un poco; el noveno
día, un viento grande y maravilloso lo tomó y lo hizo partir de la isla Torneante y lo
llevó a una isla de occidente, muy lejos de allí; llegó ante una roca. Cuando
desembarcó, encontró un gigante, el mayor y el más admirable del mundo, que le
gritó que se diera por muerto; temió morir cuando vio aquel diablo que corría contra
él; miró a su alrededor, pero no vio nada que le pudiera defender; entonces corrió a la
espada con angustias de morir y, obligado, la sacó de la vaina; cuando la vio desnuda
la apreció más que nada; entonces empezó a levantarla, pero en el primer golpe, esta
espada se rompió por medio; pensó que la cosa que más había apreciado en el mundo
era a la que más debía despreciar y con justicia, pues le había fallado en una gran
necesidad.
Entonces colocó las piezas de la espada sobre la cama y salió fuera de la nave a
combatir al gigante, y lo mató; después, regresó a la nave y cuando el viento volvió a
golpear en la vela, vagó por medio del mar, hasta encontrar otra nave, que era del rey
Mordrain, que, atacado por el Enemigo, había luchado mucho, en la roca del Puerto
Peligroso. Cuando se vieron, mostraron una gran alegría, pues se amaban con un gran
amor; se preguntaron por su vida y por las aventuras que les habían ocurrido. Nascián
dijo: “Señor, no sé qué me diréis de las aventuras, pero ya que no me habéis visto os
digo que me sucedió una de las cosas más extraordinarias que nunca ocurrió a un
hombre, que yo sepa”. Entonces le cuenta lo que le había ocurrido con la rica espada
y cómo se le había roto en el momento de mayor necesidad, cuando pensaba matar al
gigante.
“Por mi fe —le dice— son maravillas, y ¿qué hicisteis con esta espada?”. “Señor
—responde Nascián—, la puse donde la tomé y la podéis venir a ver, si queréis, pues
está aquí dentro”. Entonces se alejó el rey Mordrain de su nave y entro en la de
Nascián, y se acercó a la cama; cuando vio los trozos de la espada, que estaban rotos,
la apreció más que nadie que la hubiera visto nunca, y dijo que aquella ruptura no
había ocurrido por mala calidad de la espada, ni por defecto, sino por otro motivo,
por algún pecado de Nascián. Tomó los dos trozos y los colocó juntos y tan pronto
como ambos aceros se pusieron en contacto, la espada volvió a soldar con tanta
rapidez como se había roto; cuando Nascián vio esto, comenzó a sonreír y dijo: “Por
Dios, es maravilloso que la gracia de Jesucristo suelde y rompa más rápidamente de
lo que se podría pensar”. Volvió a colocar la espada en la vaina y la tendió donde la
veis ahora; entonces oyeron una voz que les dijo: “Salid fuera de esta nave y entrad
en la otra, pues por poco que caigáis en pecado, o si estáis en él mientras
permanezcáis en la nave, no podréis escapar sin perecer”. Salieron de la nave y
entraron en la otra; cuando Nascián estaba pasando de una a otra, fue golpeado en
medio de la espalda por una espada, con tanta fuerza, que cayó hacia atrás en la nave
y al caer exclamó: “¡Ay Dios!, ¡cómo he sido herido!”. Entonces, oyó una voz que le
decía: “Es por lo que habéis hecho mal con esa espada que sacaste, pues tú no debías

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hacerlo, ya que no eras digno; otra vez procura no ir en contra de tu Creador”.
Y tal como os he contado se realizaron estas palabras que están escritas aquí:
AQUEL QUE MÁS ME APRECIE, ME ENCONTRARÁ MÁS DIGNA DE
DESPRECIO EN LA MAYOR NECESIDAD, pues el que más apreció esta espada en
el mundo fue Nascián y ella le falló en el momento de mayor necesidad, como ya os
he, contado».
«En nombre de Dios —dice Galaz— con esto nos habéis hecho muy sabios, pero
decidnos, cómo sucedió lo otro». «Con gusto», respondió la doncella.
«Fue verdad —dijo— que el rey Varlán, que se llama rey Tullido, mientras que
pudo cabalgar, ensalzó mucho a la Santa Cristiandad y honró a los pobres más que
nadie sabe y fue de tan buena vida que no se encontraría nadie semejante en la
cristiandad, pero un día cazaba en un bosque suyo, que llegaba hasta el mar, y perdió
los perros y, los cazadores y todos sus caballeros, excepto uno sólo, que era primo
hermano suyo; cuando vio que había perdido todo su séquito, no supo qué hacer, pues
se veía tan metido en el bosque que ignoraba cómo salir, ya que no conocía el
camino; entonces él y su caballero tomaron un camino y erró hasta que llegó a la
orilla del mar hacia la parte de Irlanda, y cuando llegó allí, encontró esta nave en la
que estamos ahora, se acercó a la borda y halló las letras que habéis visto. Al verlas
no se echó hacia atrás, como si se sintiera temeroso de Dios por todas las bondades
que caballero terreno podía tener; entró en la nave solo, pues el caballero compañero
suyo no tuvo la osadía de entrar, y cuando encontró esta espada, la sacó de la vaina
tal como habéis podido apreciar, pues antes no se veía nada de la hoja, y la
desenvainó sin tardar, pero entró allí entonces una lanza con la que fue golpeado
entre los dos muslos con tanta fuerza que quedó tullido, tal como se ve aún y, desde
entonces, no pudo sanar y no lo hará antes de que lleguéis a él. Así fue herido por la
osadía que tuvo y por esta venganza se dice que fue más traidora cuando debía ser
más fiel, pues era el mejor caballero y el más noble que entonces había».
«En nombre de Dios, doncella —le dicen—, nos habéis dicho tantas cosas que
nosotros vemos ahora que por esas letras no se debe dejar de tomar la espada».

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Cómo Vieron La Cama No Menos
Maravillosa
MIRAN entonces la cama y ven que es de madera, sin colchón. En medio, por
delante, tenía una tabla vertical clavada a las demás tablas, y de la misma longitud
que la cama a. Por la parte de atrás había otra, frente a la primera mucho más recta;
de una de las tablas verticales a la otra había tanto espacio como la cama tenía de lado
a lado; por encima de éstas había otra, cuadrada, que estaba clavada en las dos; la que
estaba clavada por delante, era más blanca que nieve reciente y la de atrás era tan roja
como gotas de sangre bermeja; la que iba por encima de las dos era tan verde como la
esmeralda: de estos tres colores eran las tres tablas que había por encima de la cama y
sabed, verdaderamente, que eran sus colores naturales, sin pintura, pues no habían
sido colocadas allí por hombre mortal, ni por mujer. Para que lo pudieran entender
muchas gentes, que lo tendrían a cuento si no se les explicara cómo era posible esto;
la historia se desvía aquí un poco de su recto camino y de su materia, para explicar
cómo tenía la madera estos tres colores.

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Historia De La Cama
AHORA, cuenta la historia del Santo Graal que cuando Eva la pecadora, la primera
mujer, siguió el consejo del mortal Enemigo, es decir, del diablo —que desde
entonces comenzó a engañar al linaje humano para vencerlo y que la hizo caer en el
pecado mortal de la envidia, por el que él había sido arrojado fuera del Paraíso y
alejado de la gran gloria de los cielos—, se vio impulsada por su desleal talento a
tomar el fruto mortal del árbol, arrancó una rama a la vez que la fruta, como sucede a
menudo. Tan pronto como ella se lo llevó a su esposo Adán y le aconsejó y exhortó,
éste la tomó en las manos, de tal forma que arrancó la fruta de la rama y la comió
para pena nuestra y suya y para la gran destrucción de todos nosotros; cuando la hubo
arrancado de la rama, así como habéis oído, volvió a dejar la rama en la mano de su
mujer, tal como sucede a veces, cuando se tiene algo en las manos y no se desea
tenerlo. Después de comer del fruto mortal —en justicia debe ser llamado mortal,
pues por él vino primero la muerte a aquellos dos y luego a los demás— cambiaron
todas las cualidades que habían tenido antes; vieron que eran de carne, que estaban
desnudos y que antes no eran más que algo espiritual, aunque tuvieran cuerpos. Por
eso la historia no afirma que fueran completamente espirituales, pues cosa formada
por una materia tan vil como el barro no puede ser de gran limpieza, pero eran casi
espirituales ya que, si se abstenían de pecar estaban formados para vivir siempre; y
cuando se miraron y se vieron desnudos y conocieron sus vergonzosos miembros
tuvieron vergüenza el uno del otro y entonces se dieron cuenta de su pecado; cada
uno se cubrió las partes más feas de su cuerpo con las dos palmas: Eva mantenía en la
mano la rama de la que había tomado el fruto y ya nunca, ni antes, ni después, dejó
esta rama.
Cuando Aquel que conoce todos los pensamientos y los corazones supo que
habían pecado así, vino a ellos y llamó a Adán primero. Era justo que fuera
considerado más culpable que su mujer, pues ella era de complexión más débil, ya
que había sido hecha de la costilla del hombre y hubiera sido necesario entonces que
ella le hubiera obedecido y no él a ella; por eso, Dios llamó en primer lugar a Adán, y
tras decirle sus terribles palabras: «Comerás el pan con tu sudor», no quiso que la
mujer se escapara libre y que no fuera partícipe de la pena, igual que había sido del
pecado y le dijo: «Con dolor y sufrimiento darás a luz a los hijos». Después los
expulsó a los dos del Paraíso —que la escritura llama Paraíso del Deleite— y cuando
estuvieron fuera, Eva aún tenía la rama en la mano y no la había mirado hasta
entonces; cuando miró y vio la rama, se dio cuenta que seguía verde, como cuando la
había cortado y supo que el árbol del que la rama había sido cortada, era el motivo de
su expulsión y de su nuevo estado; entonces dijo que, en recuerdo de tan gran pérdida
como había tenido por culpa de aquel árbol, guardaría la rama tanto tiempo como

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pudiera guardarla, de tal forma que a menudo la vería en recuerdo de su gran
desgracia.
Entonces pensó Eva que no tenía caja, ni ningún otro estuche en el que la pudiera
colocar, pues en aquel tiempo no existían estas cosas; la clavó en la tierra, de modo
que se tuviera derecha y dijo que así la podría ver con frecuencia; la rama, que estaba
clavada en la tierra, por la voluntad del Creador —a quien obedecen todas las cosas—
creció y rebrotó echando raíces.
Aquella rama que del paraíso se llevó la pecadora estaba llena de profundos
motivos, pues el que la llevara en la mano significaba una gran alegría: era como si
ella —que aún era doncella— hubiera hablado a sus descendientes que vendrían
después para decirles: «No os desesperéis si hemos sido arrojados de nuestra
herencia, pues no la hemos perdido para siempre: ved en esto la muestra de que
todavía volveremos allí en algún tiempo». Y si alguien preguntara al libro por qué el
hombre no se llevó fuera del paraíso la rama, si no que tuvo que hacerlo la mujer, a
pesar de que el hombre es más alto, más elevado que la mujer, a esto se responde que
el llevar la rama no pertenecía al hombre, sino a la mujer, pues el que la llevara la
mujer significaba que por ella se había perdido la vida y por la mujer sería restaurada;
esto quería decir que por la Virgen María sería recobrada la herencia que había sido
perdida en el tiempo de aquéllos.
Y la historia vuelve ahora a la rama que había sido metida en la tierra y dice que
creció tanto y se multiplicó, de manera que fue un gran árbol en poco tiempo, y
cuando ya era grande y digno de admiración, era blanco como la nieve en el tronco,
ramas y hojas: esto indicaba la virginidad, pues la virginidad es una virtud por la cual
el cuerpo es mantenido limpio y el alma blanca y que fuera blanco en todas partes
significa que la que lo había plantado era aún virgen en el momento en que lo
plantaba, pues cuando Eva y Adán fueron arrojados del Paraíso, estaban todavía
limpios y vírgenes de toda la villanía de la lujuria; sabed que la virginidad y la
doncellez no son una misma cosa, sino que hay gran diferencia entre una y otra, pues
la doncellez no se puede emparejar con la virginidad y os diré por qué: la doncellez
es una virtud que tienen todos los que no han mantenido relación carnal, pero la
virginidad es una cosa mucho más elevada y más virtuosa, ya que no la puede tener
nadie, sea hombre o mujer, si ha tenido voluntad de ayuntamiento carnal. Esa
virginidad era la que tenía todavía Eva en el momento en que fue expulsada del
Paraíso y del gran deleite en el que estaban; y al plantar la rama no había perdido aún
la virginidad, pero después Dios encomendó a Adán que conociese a su mujer, es
decir, que yaciera con ella carnalmente, así como requiere la naturaleza que el
hombre yazca con su esposa y la esposa con su señor; entonces perdió Eva la
virginidad y a partir de entonces tuvieron ayuntamiento carnal. De tal forma que,
mucho tiempo después de conocerla, tal como habéis oído, estaban sentados los dos
bajo este árbol, Adán comenzó a pensar y a quejarse de su dolor y de su exilio y
comenzaron a llorar muy amargamente el uno por el otro; entonces Eva dijo que no

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era maravilla que se acordaran allí del dolor y del pesar, pues el árbol lo tenía en sí y
nadie podía estar debajo de él que permaneciera contento y marcharse sin pensar y
que con justicia estaban dolidos, pues era el árbol de la muerte. Tan pronto como dijo
estas palabras, se oyó una voz y les dijo: «¡Ay!, desdichados, ¿por qué os juzgáis así
para la muerte y os destináis el uno al otro? No destinéis nada por desesperación,
antes bien, confortaos el uno al otro, pues hay más vida que muerte». Así habló la voz
a los dos desdichados y entonces se reconfortaron mucho, llamando al árbol desde
aquel momento Árbol de Vida y por la gran alegría que tuvieron, plantaron muchos
más, descendientes todos de aquél, pues tan pronto como arrancaban una rama, la
clavaban en tierra y rebrotaba inmediatamente, echando raíces y manteniendo
siempre el mismo color.
El Árbol de Vida siguió creciendo y dando fruto; Adán y Eva se sentaban allí con
más gusto que antes, hasta que un día —según cuenta la historia era un viernes—,
que estaban los dos sentados y llevaban un gran rato juntos, oyeron una voz que les
habló y les mandó que se juntaran carnalmente: los dos tuvieron una gran vergüenza
y no podían soportar en los ojos verse en tan vil menester y les daba la misma
vergüenza al hombre y a la mujer; pero, por otra parte, no se atrevían a traspasar el
mandamiento de Nuestro Señor, que ya les había castigado una vez; comenzaron a
mirarse con mucha vergüenza y, entonces, Nuestro Señor se dio cuenta de la
vergüenza y tuvo compasión, pero como su mandato no podía ser equivocado y su
voluntad era tal que quería formar a partir de ellos dos el linaje humano, para
restaurar la segunda legión de los ángeles, que habían sido expulsados del cielo por
su orgullo, entonces les envió solución para su vergüenza, pues puso entre ellos una
oscuridad tan grande que el uno no pudo ver al otro; se asombraron mucho de aquella
oscuridad y de cómo podía haber venido tan repentinamente; comenzaron a llamarse
y empezaron a buscarse sin verse y como conviene que todas las cosas sean hechas
según el mandamiento de Nuestro Señor, así convino que los cuerpos se juntaran
carnalmente, tal como el Padre había mandado a los dos; después de haber yacido
juntos, hicieron una nueva semilla para que el pecado fuera algo aliviado, pues Adán
engendró y su mujer concibió a Abel, el justo, que sirvió al Creador antes que nadie,
ofreciéndole gustoso los diezmos lealmente.
Así fue engendrado Abel el justo, bajo el árbol de la vida, un viernes, como
habéis oído; después desapareció la oscuridad y se vieron lo mismo que antes y se
dieron cuenta de que esto lo había hecho Nuestro Señor para cubrir su vergüenza y
estuvieron muy contentos. Entonces sucedió una maravilla, pues el árbol, que antes
había sido blanco en todas sus partes, se hizo tan verde como la hierba del prado y
todos los árboles que salieron después, se le parecían y eran verdes en la madera, en
las hojas y en la corteza.
Así cambió el árbol blanco y se hizo verde, pero los que habían salido antes de él
no cambiaron su primer color, ni apareció uno solo de ellos que lo hiciera; pero el
Árbol de Vida se cubrió de colores verdes, por arriba y por abajo, y desde entonces

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empezó a echar flores y a traer fruto, cosa que antes no había hecho, pues antes no
había florecido ni fructificado. El que perdiera su color blanco y tomara el verde,
significa que la virginidad se había ido de aquella que lo había plantado; y el verde
que tomó la flor y los frutos significaba la semilla que había sido sembrada bajo él y
que sería siempre verde para Nuestro Señor, es decir con pensamientos buenos y
amorosos hacia su Creador y la flor indica que la criatura, que bajo aquel árbol había
sido engendrada, sería casta, limpia y pura de cuerpo y el fruto significaba que
actuaría vigorosamente, manifestando el semblante de la religión y de la bondad en
todas las cosas terrenas.
Y así fue el árbol, durante mucho tiempo, de color verde y todos los que habían
descendido de él se le asemejaban, hasta que Abel fue mayor, que era de tan buena
voluntad hacia su Creador y lo amaba tanto, que le ofrecía como diezmos y primicias
las más hermosas cosas que tenía; pero Caín, su hermano, no lo hacía así, sino que
tomaba las cosas más viles y las peores para ofrecerlas a su Creador y por eso
Nuestro Creador devolvía cosas buenas a aquel que le ofrecía los buenos diezmos y
cuando subía a la colina donde acostumbraban a quemar sus ofrendas, tal como
Nuestro Señor le había ordenado, el humo iba derecho hacia el cielo, pero el de Caín,
su hermano, no iba de la misma forma, sino que se expandía entre los campos y era
feo y negro y maloliente, y el que salía del sacrificio de Abel era blanco y oloroso.
Cuando Caín vio que Abel, su hermano, era más afortunado en el sacrificio que él, y
que Nuestro Señor lo recibía de mejor grado que el suyo, le pesó mucho y concibió
un gran odio hacia su hermano, hasta el punto que lo odió fuera de mesura; entonces
empezó a pensar cómo podría vengarse y llegó a decirse a sí mismo que lo mataría,
pues de otra manera no veía cómo podría tomar venganza.
Así guardó Caín durante mucho tiempo el odio en su corazón y nunca mostró cara
ni semblante por el que su hermano se pudiera apercibir ni darse cuenta de que
pensaba en algo malo; era tan oculto este odio que Abel cierto día fue a un campo
algo alejado de la casa paterna; la casa quedaba retirada del Árbol de Vida y ante
aquel árbol estaban sus rebaños, que él los guardaba; el día era cálido y el sol
quemaba, de tal forma que Abel no podía aguantar el calor y fue a sentarse bajo el
árbol; entonces, le entraron ganas de dormir y se acostó bajo el árbol y comenzó a
dormir. Su hermano, que había meditado durante mucho tiempo la traición, lo había
espiado y lo siguió hasta que lo vio acostarse bajo el árbol; entonces se le acercó y
pensó matarlo tan repentinamente que no se diera cuenta, pero Abel lo oyó venir y
miró y al ver que era su hermano, se enderezó hacia él y lo saludó, pues lo amaba
mucho en su corazón y le dijo: «Sed bienvenido, buen hermano». Aquél le devolvió
el saludo y le hizo sentar; entonces dejó ir un cuchillo curvo que tenía y le asesto el
primer golpe por debajo de la tetilla.
Así recibió Abel la muerte por obra de su desleal hermano, en el mismo lugar
donde había sido concebido; y lo mismo que había sido concebido un viernes, según
dice la verdadera boca, así recibió muerte el viernes, según el mismo testimonio; la

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muerte que Abel recibió a traición, en aquel tiempo que aún no había tres hombres en
la tierra, significa la muerte del verdadero crucificado, representado en Abel mientras
que por Caín se indicaba a Judas, por quien recibiría la muerte, y así como Caín
saludó a Abel, su hermano, y después lo mató, del mismo modo saludó Judas a su
Señor y había preparado ya su muerte; así van paralelas las dos muertes, no en
dignidad, sino en sentido, pues del mismo modo que Caín mató a Abel en viernes, así
mató Judas a su Señor en un viernes y no por su mano, sino con su lengua y recuerda
mucho Caín a Judas en muchas cosas, pues no podía encontrar motivo para odiar a
Jesucristo, pero sí que lo tema sin justicia, pues lo odiaba no por maldad que le
hubiera venido de él, sino solamente porque lo veía muy bueno: es costumbre en
todos los hombres malos tener guerra y envidia de la buena gente; y si Judas, que era
tan desleal y traidor, hubiera visto tanta deslealtad y felonía en Jesucristo como tenía
en sí mismo, no lo habría odiado nada en absoluto, sino que lo amaría sobre todas las
cosas, pues lo habría visto tal como él mismo se sentía. Acerca de la traición de Caín
hacia Abel, Nuestro Señor habla en su salterio por la boca del rey David, que dijo
unas palabras terribles cuyo sentido no debía saber, pues habla como si se dirigiera a
Caín: «Tú pensabas y hacías felonías hacia tu hermano y contra el hijo de tu madre
preparabas las traiciones y las trampas; hiciste esto y yo me callé y por eso has
pensado que yo era semejante a ti, porque no te dije nada, pero no lo soy, sino que te
castigaré y te reprenderé con mucha dureza».
Este castigo había sido impuesto antes que David lo contase; fue cuando Nuestro
Señor vino a Caín y le dijo: «Caín, ¿dónde está tu hermano?». Éste, sintiéndose
culpable de la traición que había hecho, y cuando ya había cubierto a su hermano con
las hojas del mismo Árbol de Vida para que no fuera encontrado, respondió cuando
Nuestro Señor le preguntó dónde estaba Abel: «Señor no lo sé, ¿acaso soy yo el
guardián de mi hermano?». Nuestro Señor le dijo: «¿Qué has hecho? La voz de la
sangre de tu hermano Abel se me queja de haber sido esparcida por el suelo; por lo
que has hecho serás maldito en la tierra y la tierra será maldita en todas las obras que
hagas porque ha recibido la sangre de tu hermano que tú esparciste sobre ella
traidoramente».
Así maldijo Nuestro Señor la tierra, pero no maldijo el árbol bajo el cual Abel
había sido muerto, ni los demás árboles que descendieron de aquél y que fueron
criados en la tierra por su voluntad. Tan pronto como Abel recibió la muerte bajo el
árbol, sucedió una gran maravilla, pues el árbol perdió su color verde y se puso
completamente rojo como recuerdo de la sangre que había sido esparcida allí; del
Árbol de Vida no volvió a rebrotar ningún otro, sino que murieron todas las plantas
que se hacían de él, sin llegar a bien, pero aquél creció y se embelleció tanto que fue
el árbol más hermoso que se había visto y el más deleitoso de mirar.
Mucho tiempo duró aquel árbol con el color y la belleza que me habéis oído
contar y no envejeció, ni se secó, ni nada consiguió estropearlo nunca, pero no tuvo
flores ni fruto desde el momento en que la sangre de Abel fue allí derramada; los

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árboles que habían descendido de él, florecieron y llevaban fruto tal como requiere
naturaleza de árbol y vivió tanto de tal forma que el mundo había crecido mucho y se
había multiplicado; lo tuvieron en gran estima todos los descendientes de Adán y de
Eva, que lo honraron mucho todos ellos; y contaban unos a otros, de generación en
generación, cómo su primera madre lo había plantado y en él tomaban alivio los
viejos y los jóvenes y venían a reconfortarse cuando tenían alguna tristeza y por eso
el Árbol de Vida fue llamado así y les recordaba la alegría y lo mismo que aquel árbol
creció y se embelleció, lo mismo hicieron todos los demás que habían descendido de
él, tanto los que eran blancos en todas sus partes como los que eran verdes, y nadie en
el mundo era tan atrevido que osara quitarles una rama ni una sola hoja.
De aquel árbol se vio llegar otra maravilla más; fue cuando Nuestro Señor envió a
la tierra el diluvio, por el cual iba a desaparecer el mundo, que había sido tan malo:
los frutos de la tierra, los bosques y las tierras de labor habían empeorado tanto que
desde entonces no podían tener el buen sabor que tenían al principio y todas las cosas
se habían vuelto amargas, excepto aquellos árboles que habían descendido del Árbol
de la vida, en los que no se pudo ver ningún signo de que hubieran alterado el sabor
ni cambiado en sus frutos, ni el color que tenían antes.

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Cómo Salomón Pensó Construir La Nave
Y aquellos árboles duraron hasta que reinó Salomón el hijo del rey David, que tuvo
la tierra después de su padre. Salomón fue tan sabio que estaba lleno de todas las
buenas ciencias que el corazón del hombre mortal podría saber: conoció las virtudes
de las piedras preciosas y de las hierbas y sabía el curso del firmamento y de las
estrellas con tanta perfección que nadie, a no ser Dios, lo podía saber mejor. Sin
embargo, a pesar de su gran sabiduría, no pudo evitar encolerizarse con su mujer, que
lo enfadaba muy a menudo en cuanto quería ocuparse en hacerlo, cosa que no debe
tenerse por maravilla, pues, sin lugar a dudas, cuando la mujer quiere poner su
intención y su corazón en enfadar, ningún sentido del hombre mortal puede
impedirlo, y esto no comenzó con nosotros, sino con nuestra primera madre.
Cuando Salomón vio que no podría evitar airarse con su mujer, se admiró
pensando de dónde le vendría esto y se enfadó mucho, pero no se atrevió a hacer nada
más y por eso dice en su libro de las Parábolas: «He rodeado el mundo y lo he
atravesado, buscando con todos los sentidos, y no he podido encontrar en el recorrido
una buena mujer». Estas palabras las decía Salomón por el enfado que tenía con su
mujer, a la que no podía aguantar e intentó de muchas maneras hacerla salir de esta
conducta, pero no pudo ser y cuando lo comprobó comenzó a hacerse una pregunta a
sí mismo: ¿Por qué la mujer encolerizaba con tanto gusto al hombre? A esta pregunta
le respondió una voz, cuando estaba pensando, y le dijo: «Salomón, Salomón, si de la
mujer vino y viene aflicción al hombre, no te preocupes, pues una mujer será la que
dará al hombre la mayor alegría de todos los tiempos, que no será tristeza, y esta
mujer nacerá de tu linaje».
Cuando Salomón oyó estas palabras, se tuvo por loco, por haber ofendido a su
mujer y entonces empezó a pensar en las cosas que se le habían aparecido mientras
velaba y mientras dormía para saber si podría conocer la verdad y el fin de su linaje y
buscó tanto y preguntó tanto que el Espíritu Santo le mostró la llegada de la gloriosa
Virgen y le dijo una parte verdadera de lo que sucedería. Al oír aquellas noticias,
preguntó si sería el final de su linaje: «No, dijo la voz, el final será un hombre virgen,
que será tantas veces mejor caballero que Josué, tu suegro, cuantas la Virgen será
mejor que tu mujer. Ya te he dado cuenta de lo que has estado dudando durante tanto
tiempo».
Cuando Salomón oyó estas palabras, dijo que estaba muy contento porque la rama
de su linaje había sido escogida para una bondad tan alta y para una caballería tan
elevada; pensó cómo podría hacer saber a sus descendientes que Salomón, que había
vivido tanto tiempo antes que ellos, supo la verdad de su llegada; pensó y meditó
durante mucho tiempo, pues no veía cómo podría anunciar a un hombre que tenía que
venir tanto tiempo después que él y que no sabría nada de él. Su mujer se dio cuenta

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que preparaba algo, sin conseguirlo; ella lo amaba bastante, no tanto que no hubiera
mujeres que amasen mucho más a sus señores, pero como era muy astuta, no quiso
preguntárselo inmediatamente, sino que esperó hasta que viera el momento: lo vio
una tarde en que él estaba alegre y contento y de buen humor; entonces le rogó que le
dijese lo que le iba a preguntar; él contestó que lo haría con gusto, pues no tenía
preocupación de que fuera por esa parte y aquélla le dijo: «Señor, vos habéis pensado
mucho esta semana y la anterior y durante mucho tiempo, de tal forma que vuestro
pensamiento no ha estado tranquilo y por eso sé que habéis estado meditando sobre
una cosa a la que no habéis podido dar fin; desearía, con gusto, saber qué es, pues
creo que no hay en el mundo nada que yo no pueda llevar a cabo con el gran sentido
que hay, en vos y la gran sutileza que hay en mí».
Cuando Salomón oyó estas palabras, pensó bien que si algún corazón mortal
podía darle consejo, sería ella, pues la había encontrado de una inteligencia tan
grande que no pensaba que hubiera alma de semejante ingenio en el mundo y por eso
le pareció bien descubrirle todo su pensamiento. Y le contó todo según la verdad.
Cuando se lo hubo dicho, ella pensó un poco y le respondió al momento: «¿Cómo —
le dijo— estabais entonces preocupado de cómo haréis saber a aquel caballero que
conocisteis su destino?», «Sí, en verdad —le contesta—, y no veo cómo puedo
hacerlo, pues pasará tanto tiempo de ahora hasta entonces que estoy maravillado».
«Por mi fe —dijo ella—, pues ya que no lo sabéis, os lo enseñaré, pero decidme antes
cuánto falta hasta entonces». Él contestó que creía que faltarían dos mil años y más.
«Entonces, os diré —le respondió ella— lo que debéis hacer: mandad construir una
nave, con la mejor madera y con la más duradera que se pueda encontrar, y de tal
calidad que no se pueda pudrir ni por el agua, ni por ninguna otra cosa». Él dijo que
así lo haría.
A la mañana siguiente reunió Salomón a todos los carpinteros de su tierra y les
encargó que hiciesen la nave más maravillosa que nunca fue vista, de tal madera que
no se pudiera pudrir. Le dijeron que la harían tal como él les encomendaba. Cuando
tuvieron preparada la madera y las tablas y ya la habían comenzado, su mujer dijo a
Salomón: «Señor, ya que el caballero que decís debe sobrepasar en caballería a todos
los que existieron antes que él, y a los que vendrán después, sería un gran honor que
le prepararais alguna armadura que superara en calidad a todas las armaduras, igual
que él sobrepasará en virtud a los demás caballeros». Salomón respondió que no
sabía de dónde sacarla tal como ella le decía. «Yo os lo enseñaré —le dijo ella—: en
el templo que habéis hecho en honor de Vuestro Señor, está la espada del rey David,
vuestro padre, la más cortante y la más maravillosa que nunca fue llevada por mano
de caballero, tomadla y quitadle la cruz y el puño, de tal forma que tengamos la hoja
completamente desnuda; y vos, que conocéis las virtudes de las piedras y la fuerza de
las hierbas y las cualidades de todas las demás cosas terrenas, haced una cruz de
piedras preciosas, tan sutilmente unidas, que no haya después de vos mirada terrena
que pueda reconocer una de la otra y de tal forma que cada uno que la vea le parezca

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que es una sola pieza; y después, hacedle un puño tan maravilloso que no haya en el
mundo otro de semejante calidad, ni de tal virtud; luego, hacedle una vaina tan
admirable en su tipo como la espada en el suyo y cuando hayáis hecho todo esto, yo
le pondré el tahalí que me parezca bien».
Salomón hizo todo lo que le había dicho su mujer, excepto en la cruz, donde puso
una sola piedra, pero que era de todos los colores que se podían imaginar y puso un
puño tan maravilloso como se cuenta en otro lugar.

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Cómo La Mujer De Salomón Puso El
Extraño Tahalí A La Espada
CUANDO la nave fue terminada y botada al mar, la dama hizo colocar en ella una
cama grande y admirable y sobre ella hizo poner varios cojines, hasta que la cama fue
bella y hermosa. A la cabecera, colocó el rey su corona y la cubrió con una blanca
tela de seda; mientras, había dado a su mujer la espada para ponerle el tahalí y le dijo:
«Traed aquí la espada, la colocaré a los pies de la cama». Ella la trajo; Salomón la
contempló, viendo que le habían puesto un tahalí de estopa, por lo que se enfadó,
pero ella le dijo: «Señor, sabed que yo no tengo una cosa tan digna que sea buena
para sostener una espada de la virtud que tiene ésta». «Y entonces, ¿qué podré
hacer?», preguntó él. «Dejadla así —le contestó—, pues no nos atañe a nosotros el
que se lo pongamos, sino que se lo pondrá una doncella, pero no sé cuándo será, ni en
qué momento». Con esto, deja el rey la espada tal como estaba. Luego, hicieron
cubrir la nave con una tela de seda que no se pudriría por el agua, ni por ninguna otra
cosa; y después de hacer esto, la dama miró el lecho y dijo que aún faltaba algo.

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Cómo Fue Construida La Cama
ENTONCES salió con dos carpinteros y fue al árbol bajo el cual murió Abel;
cuando llegó allí, dijo a los carpinteros: «Cortadme de este árbol hasta que tenga para
hacer una tabla». «¡Ay!, señora —le dicen—, no nos atreveríamos; ¿no sabéis que es
el árbol que plantó nuestra primera madre?». «Conviene —les contesta— que así lo
hagáis, pues si no os mandaré matar». Entonces dijeron que lo harían, ya que eran
llevados a tal extremo, pues preferían pecar allí a que ella los matara. Comenzaron a
golpear el árbol, pero apenas habían empezado, cuando se quedaron espantados:
vieron con toda claridad que del árbol salían gotas de sangre tan bermejas como las
rosas; querían dejar de golpear, pero ella les hizo volver a comenzar, quisieran o no
quisieran, hasta que se pudo hacer una tabla; después, les mando tomar manera de
uno de los árboles de color verde que eran descendientes de aquél y, luego, les hizo
cortar de uno de los otros, que era blanco en todas sus partes.
Cuando tuvieron estas tres clases de madera, de distintos colores, volvieron a la
nave. Entró e hizo que le siguieran; entonces les dijo: «Quiero que me hagáis de estas
tablas tres maderos: uno debe estar al costado de la cama; otro, en frente de él, al otro
lado, y el tercero, que vaya por encima, de tal forma que esté uniendo a los dos». Lo
hicieron tal como se les había mandado y colocaron las tablas, pero nadie consiguió
que cambiaran de color en el tiempo que duró la nave; después de hacer esto, miró
Salomón la nave y dijo a su mujer: «Has hecho maravillas, pues si todos los hombres
del mundo estuvieran aquí, no sabrían comprender el significado de esta nave, a
menos que Nuestro Señor se lo enseñara, y ni tú misma, que la has hecho, sabes qué
significa, y por nada que hagas sabrá el caballero que he tenido noticias de él, a no ser
que Nuestro Señor decida otra cosa». «Dejadla ahora así —le contesta—, pues oiréis
con el tiempo otras noticias de las que os imagináis». Aquella noche durmió Salomón
en un pabellón suyo, cerca de la nave, con poca escolta y cuando ya se había
dormido, le pareció que del cielo bajaba un hombre con gran compañía de ángeles y
que descendían hacia la nave: cuando habían penetrado dentro, tomaba agua que uno
de sus ángeles llevaba en un cubo de plata y se la echaba a toda la nave y después se
acercaba a la espada, escribiendo letras sobre la cruz y el puño; luego, se acercaba a
la borda de la nave y hacía otras letras; después de haberlo hecho, fue a acostarse en
la cama. A partir de este momento, Salomón no supo que pasaba con él, pues se
desvaneció con toda su compañía.

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Cómo La Nave Se Alejó De La Costa
A la mañana siguiente, nada más amanecer, tan pronto como Salomón se despertó,
se acercó a la nave y encontró en la borda escritas unas letras que decían:
OYE TÚ, HOMBRE QUE QUIERES ENTRAR DENTRO DE MI, MIRA Y
PROCURA NO ENTRAR SI NO ESTÁS LLENO DE FE, PUES YO NO SOY MÁS
QUE FE Y CREENCIA. TAN PRONTO COMO FALTES EN LA CREENCIA YO TE
FALTARÉ, DE TAL FORMA QUE NO TENDRÁS NINGUNA SUJECION, NI AYUDA
DE MÍ, SINO QUE TE DEJARÉ CAER EN EL MOMENTO EN QUE SEAS
ALCANZADO POR POCA FE.
Cuando Salomón vio aquellas letras se quedó admirado y no osó entrar dentro,
sino que se echó hacia atrás y la nave fue lanzada entonces al mar, yéndose a tan gran
velocidad, que se perdió de vista en poco tiempo. Se sentó en la orilla y comenzó a
pensar en estas cosas; de pronto, bajó una voz que le dijo: «Salomón, el último
caballero de tu linaje descansará en esta cama que has hecho y tendrá noticias de ti».
Salomón se alegró mucho por esto. Despertó a su mujer y a los que estaban con él y
les contó la aventura, haciendo saber a propios y extraños cómo su mujer había
llevado a cabo aquello que él no consiguió decidir. Y, por esta razón que el libro os ha
contado, se os dice la historia de por qué la nave fue hecha y por qué y cómo los
maderos eran de por sí color blanco, verde y rojo, sin ninguna pintura. Aquí calla la
historia y habla de otras cosas.

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Cómo Hallaron La Corona Y La Carta Y
Cómo Tuvo La Espada El Tahalí Que Le
Correspondía
CUENTA la historia ahora que los tres compañeros miraron durante mucho rato la
cama y las tablas, hasta que se dieron cuenta que los palos eran de color natural y que
no tenían pintura y se admiraron mucho, pues no sabían cómo podía ser; después de
haberlo contemplado todo, levantaron la tela y vieron bajo ella la corona de oro y
bajo la corona una limosnera, al parecer, muy rica; Perceval la tomó, abriéndola, y
encontró dentro una carta. Cuando los otros la ven dicen que, si Dios quiere, esta
carta les dará noticias de la nave, de dónde vino y quién la hizo. Entonces comienza
Perceval a leer lo que ponía en la carta, hasta que les explica la naturaleza de las
tablas y de la nave, tal como la historia ha contado y no hubo allí nadie que no llorase
mucho mientras escuchaban esto, pues les hacía recordar altos sucesos y su elevada
estirpe.
Cuando Perceval les ha contado el porqué de la nave y de las tablas, dijo Galaz:
«Buenos señores, ahora nos conviene ir a buscar la doncella que cambiará este tahalí
y pondrá otro, pues sin esto no debe nadie tocar esta espada de aquí dentro». Ellos le
contestan que no saben dónde encontrarla. «Sin embargo —continúan—, de todas
formas, iremos con gusto a buscarla, ya que así conviene hacerlo». Cuando la
doncella, que era hermana de Perceval, los oye hablar de este modo, les dice:
«Señores, no os desesperéis, pues, si Dios quiere, antes que nos vayamos, será
cambiado el tahalí y será puesto uno tan hermoso y tan rico como conviene».
Entonces abrió la doncella un cofre que tenía y sacó un tahalí de gran riqueza: hecho
de oro y de seda y de cabellos, los cabellos eran tan hermosos y resplandecientes que
apenas se distinguía de ellos el hilo de oro, y engarzadas por medio había
extraordinarias piedras preciosas; además, tenía dos lazos de oro, tan ricos que apenas
se podían encontrar semejantes. «Valientes caballeros —les dice— he aquí el tahalí
que debe ponérsele. Sabed —continuó— que lo hice con lo que tenía de más querido,
que eran mis cabellos y no debe ser tomado por maravilla que los quisiera, pues el día
de Pentecostés en que fuisteis nombrado caballero, señor, —le dice a Galaz— tenía
yo la cabeza más hermosa que ninguna mujer del mundo tuvo, pero tan pronto como
supe que esta aventura me había sido preparada y lo que me convenía hacer, me hice
tonsurar rápidamente y tejí estas trenzas tal como las podéis ver».
«En nombre de Dios, doncella —dice Boores—, sed muy bienvenida, pues nos
habéis sacado de una gran preocupación en la que habríamos entrado, a no ser por
estas noticias». Ella se acercó entonces a la espada, quita el tahalí de estopa y coloca

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el otro tan hermoso y tan perfecto como si ella lo hubiera hecho durante toda su vida.
Después de sustituirlo, dice a los compañeros: «¿Sabéis cómo se llama esta espada?».
«Doncella —le contestan—, no; vos debéis darle el nombre, pues así lo dicen las
letras». «Sabed, pues —dice ella—, que esta espada se llama Espada del Extraño
Tahalí y la vaina se llama Recuerdo de Sangre, pues ninguno que tenga sentido en sí,
verá una parte de la vaina que fue hecha con el Árbol de Vida sin acordarse de la
sangre de Abel».

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Cómo Galaz Ciñó La Espada Del Extraño
Tahalí
DESPUÉS de oír estas palabras, dicen a Galaz: «Señor, ahora os rogamos en el
nombre de Nuestro Señor Jesucristo y para que toda la caballería sea ensalzada, que
ciñáis la Espada del Extraño Tahalí, que ha sido tan deseada en el reino de Logres,
que ni siquiera los Apóstoles esperaron tanto a Nuestro Señor, pues por esta espada
pensaba que terminarían las maravillas del Santo Graal y las aventuras peligrosas que
les sucedían cada día». «Dejadme ahora —dijo Galaz— antes de hacer lo justo con la
espada, pues no la debe ceñir nadie que no pueda empuñar su cruz. Podríais ver que
no es para mí, si fracaso en esto». Ellos contestan que es cierto; entonces él toma el
puño con la mano y al empuñarla queda rodeada por todos los dedos. Cuando los
compañeros ven esto, le dicen a Galaz: «Señor, ahora sabemos que os corresponde y
ya no puede haber nada que os impida ceñirla». Él la saca entonces de la vaina y la ve
tan bella y tan clara que se puede contemplar en ella; la toma apreciándola como lo
de más valor del mundo y, a continuación, Galaz la mete de nuevo en la vaina. La
doncella le quita la espada que llevaba ceñida y le ciñe esta otra en el tahalí y,
después de habérsela colgado al costado, le dice: «Ciertamente, señor, ahora puedo
morir cuando sea, pues me tengo por la más bienaventurada de las doncellas del
mundo, ya que he nombrado caballero al mejor hombre del mundo y sabed bien que
no lo erais de derecho mientras no ceñíais esta espada, que fue traída aquí para vos».
«Doncella —dice Galaz—, habéis hecho tanto que seré vuestro caballero para el resto
de mis días; muchas gracias por todo lo que decís». «Ahora —continúa ella—
podemos irnos de aquí y buscar otra aventura». Salen de allí y van a la roca y
entonces dice Perceval a Galaz: «Ciertamente, señor, ya no habrá día en que no dé las
gracias a Nuestro Señor de que haya querido que yo esté en una aventura tan alta
como ésta para acabarla, pues ha sido la más maravillosa que nunca había visto».

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Cómo Llegaron Al Castillo De Carcelois Y De
Lo Que Allí Les Ocurrió
CUANDO llegaron a la nave entraron en ella y el viento empezó a dar en la vela, de
tal forma que pronto los alejó de la roca. Cuando sobrevino la noche, comenzaron a
preguntarse unos a otros si estaban cerca de tierra y cada uno decía que no sabía.
Aquella noche la pasaron en el mar, sin comer ni beber, pues no tenían ninguna
provisión y cuando, a la mañana siguiente, llegaron a un castillo que se llamaba
Carcelois, que estaba en la marca de Escocia, dieron gracias a Nuestro Señor de que
les había sacado salvos de la aventura de la espada y llevado a otro lado. Entraron en
el castillo; después de atravesar la puerta, la doncella les dijo: «Señores, mal nos va
en este puerto, pues si se enteran que somos de la casa del rey Artús, se nos atacará,
porque los de aquí odian mucho más que cualquiera al rey Artús». «No os
preocupéis, doncella —dice Boores—, pues Aquel que nos sacó de la roca, si quiere,
nos librará de éstos».
Mientras hablaban así les salió un criado al encuentro que les preguntó: «Señores,
¿de quién sois?». Ellos dijeron: «De la casa del rey Artús». «En verdad —les contestó
—, por mi cabeza, habéis llegado en mala hora». Entonces se vuelve hacia la torre
fuerte y no tardaron mucho en oír sonar un cuerno que se podía escuchar bien por
todo el castillo. Una doncella se acercó a ellos y les pregunta de quién son; ellos se lo
dicen. «¡Ay!, señores, por Dios —les dice—, si podéis, volveos, pues, así me ayude
Dios, habéis llegado a vuestra muerte y por eso os daría el consejo de que os
volvierais antes de que os sorprendan dentro de las murallas». Ellos responden que no
se volverán. «Entonces —les dice— queréis morir». «No os preocupéis —le
contestan—, pues nos conducirá Aquél en cuyo servicio hemos entrado». En estas
palabras, ven venir por medio de la calle principal hasta diez caballeros armados que
les dicen que se rindan o que los matarán. Ellos contestan que no están dispuestos a
rendirse. «Entonces, habéis terminado», les dicen, y dejan correr sus caballos. Los
tres compañeros no les temen nada, aunque sean más que ellos y aunque están a pie y
aquéllos a caballo; sacan las espadas, Perceval hiere a uno de tal forma que lo derriba
de su caballo al suelo; toma el caballo y monta encima y ya había hecho lo mismo
Galaz. Tan pronto como estuvieron a caballo, comienzan a derribar y a matar y dan a
Boores otro caballo; cuando los otros se ven llevados a tan mal término, se dan a la
fuga y aquéllos los persiguen y se meten en la fortaleza.

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Cómo Mataron En Poco Tiempo A Muchos
Enemigos
CUANDO llegan a la sala se encuentran con caballeros y servidores que se estaban
armando por la llamada que habían oído en el castillo; cuando los tres compañeros,
que habían subido a caballo detrás de los demás, vieron que aquéllos se armaban, les
atacan con las espadas desenvainadas y van matando y derribando, como si fueran
animales mudos. Los otros defienden sus vidas lo mejor que pueden, pero al final
tienen que dar las espaldas. Galaz hizo tales maravillas y mató tantos que no piensan
que sea un hombre mortal, sino el Enemigo que ha entrado allí dentro para destruirlos
y, al final, cuando ven que no podrán salvarse, huyen los que pueden a través de las
puertas y los demás por las ventanas, rompiéndose el cuello, las piernas y los brazos.
Cuando los tres compañeros ven liberado el palacio miran los cuerpos muertos y
se tienen por pecadores por esta obra y dicen que han actuado mal por haber matado a
tanta gente. «Ciertamente —dice Boores— pienso que Nuestro Señor no los amaría
mucho, pues ha permitido que hayan muerto como han muerto, pues Nuestro Señor
no quiso que estuvieran más en vida y por eso nos envió aquí para destruirles». «No
decís bastante —dice Galaz— si hicieron mal a Nuestro Señor, la venganza no ha
sido nuestra, sino de Aquel que espera que el pecador se arrepienta, y por eso os digo
que no estaré nunca a gusto hasta que sepa, si a Nuestro Señor le agrada, las
verdaderas noticias de esta obra que hemos llevado a cabo».
Mientras hablaban así, salió un anciano de una de las habitaciones que allí había;
era sacerdote y estaba vestido con una túnica blanca, llevaba el Corpus Domini en un
cáliz. Al ver a aquellos muertos que había en la sala, se asustó y se echó hacia atrás,
sin saber qué hacer cuando vio tal abundancia de cadáveres. Galaz, que se dio cuenta
de lo que llevaba, se quitó el yelmo ante él, porque sabía que el sacerdote tenía
miedo; hizo detener a sus compañeros y se acercó al hombre diciéndole: «Señor, ¿por
qué os habéis parado? No os preocupéis por nosotros». «¿Quién sois?», pregunta el
religioso. Galaz le responde que son de la casa del rey Artús; cuando el buen hombre
oye esta noticia, se cree más a salvo y se sienta; ruega a Galaz que le cuente cómo
han sido muertos los caballeros y él le explica cómo los tres compañeros de la
Demanda habían sido atacados allí dentro y cómo fueron cercados, pero los de dentro
habían sido vencidos, tal como se podía ver. Cuando oye esto, dice: «Señor, sabed
que habéis hecho lo mejor que ningún caballero hizo jamás y si vos vieseis tanto
como el mundo dure, no creo que pudierais hacer otra limosna tan grande como ésta
y sé bien que Nuestro Señor os envió aquí para llevarla a cabo, pues no había gente
en el mundo que odiara tanto a Nuestro Señor como los tres hermanos que tenían este
castillo y por su gran deslealtad habían cambiado de tal forma este castillo, que eran

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peores que los sarracenos y no hacían nada que no fuera en contra de Dios ni en
contra de la Santa Iglesia». «Señor —dice Galaz— me había arrepentido mucho de
haberlos matado, pues creía que eran cristianos». «No os arrepintáis —le dice el
hombre—, antes bien, estad contentos, pues os digo verdaderamente que, al matarlos,
Nuestro Señor se ha alegrado, porque no eran cristianos, sino que eran los más
desleales que nunca había visto y os diré cómo lo sé».

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Historia Del Castillo
«EN este castillo donde estamos ahora, hace un año, era señor el conde Hernol y
tenía tres hijos muy buenos caballeros con las armas y una hija que era la más
hermosa que se conocía en esta tierra; los tres hermanos amaban a su hermana con un
amor loco que les calentaba ultramesura, hasta que se acostaron con ella y la
deshonraron, y ella fue tan atrevida que osó llamar a su padre y ellos la mataron y
cuando el conde vio esta deslealtad, los quiso expulsar de su lado, pero ellos no lo
permitieron, sino que tomaron a su padre y lo metieron en la cárcel, hiriéndole
duramente y lo hubieran matado sino fuera por un hermano suyo que lo rescató.
Después de hacer esto, comenzaron a hacer todas las deslealtades del mundo, pues
mataron a clérigos y a sacerdotes, a monjes y a abades e hicieron derribar dos capillas
que había aquí dentro; han cometido tantas tropelías desde entonces, que es
maravilloso que no hayan sido castigados hace tiempo, pero esta mañana sucedió que
su padre, que está enfermo, con el mal de la muerte, según creo, me mandó que le
fuese a ver, armado tal como me veis, y yo iba con gusto, pues me había querido
mucho en otro tiempo; pero tan pronto como yo iba me hicieron tanta afrenta que los
sarracenos no me hubieran hecho más si me hubieran tenido; yo lo aguanté con gusto,
por el amor de Aquel Señor en cuyo despecho lo hacían y cuando llegué a prisión
donde estaba el conde, le conté toda la vergüenza que me había sido hecha y me
respondió: “no os preocupéis, mi afrenta y la vuestra será vengada por tres servidores
de Jesucristo, pues así me lo ha mandado decir el Alto Maestro”. Por estas palabras
podéis saber bien que Nuestro Señor no se entristecerá de lo que habéis hecho, sino
sabed que os envió aquí para matarlos y derrotarlos y aún veréis hoy signos más
patentes que los que habéis visto».

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Cómo Murió El Conde Hernol Entre Los
Brazos De Galaz.
ENTONCES llama Galaz a los otros compañeros y les cuenta las noticias que el
santo varón le había dado: las gentes de dentro que habían sido muertas eran las más
felonas del mundo y les da las noticias del padre, al que tenían en la cárcel,
diciéndoles el por qué. Cuando Boores oye estas palabras, responde: «Señor Galaz —
le dice—, ¿no os lo decía yo que Nuestro Señor nos había enviado para tomar
venganza sobre ellos por su ultraje? Ciertamente si a Nuestro Señor no le hubiera
agradado, nosotros tres no hubiéramos matado a tantos hombres, en tan poco
tiempo». Entonces hacen sacar al conde Hernol de la prisión y cuando lo han subido
al palacio, a la gran sala, encontraron que estaba a punto de morir, pero sin embargo,
tan pronto como vio a Galaz, lo reconoció, aunque no lo había visto nunca, pero por
la virtud de Nuestro Señor le pasó esto. El conde comenzó a llorar con mucha ternura
y dijo: «Señor, hemos esperado mucho vuestra llegada y ahora os tenemos aquí,
gracias a Dios, pero, por Dios, sujetadme de tal forma que mi alma se alegre de que el
cuerpo muera junto a un hombre tan notable como vos sois». Aquél gustosamente
cumple lo que le pide y cuando lo hubo colocado junto a su pecho se inclinó el conde
como quien se encuentra ante la muerte y dijo: «Buen Padre de los Cielos, en tus
manos encomiendo mi alma y mi espíritu». Entonces se inclinó del todo y
permaneció de tal forma tanto tiempo, que pensaron que hubiera muerto; sin
embargo, habló al cabo del rato y dijo: «Galaz, te manda decir el Alto Maestro que tú
lo has vengado hoy tan bien de sus enemigos que la compañía de los cielos se alegra
y conviene que vayas a casa del Rey Tullido lo antes que puedas, para que reciba la
santidad que ha esperado durante tanto tiempo, pues él debe recibirla con tu llegada.
Id tan pronto se presente el momento».
E inmediatamente se calló, no dijo nada más, y entonces se le separó el alma del
cuerpo. Cuando los del castillo, que habían permanecido con vida, vieron al conde
muerto, hicieron un duelo maravilloso, pues le habían amado mucho y cuando su
cuerpo fue enterrado tan dignamente como se debía a hombre de tal calidad, entonces
hicieron saber las noticias de él y vinieron todos los monjes de los alrededores y
quisieron enterrar el cuerpo en una ermita.

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Cómo Llegaron A La Gasta Floresta Y
Hallaron El Ciervo Blanco
A la mañana siguiente, se fueron de allí los tres compañeros y volvieron a tomar su
camino; con ellos iba la hermana de Perceval. Cabalgaron hasta llegar a la Gasta
Floresta y cuando entraron en ella miraron delante y vieron venir al Ciervo Blanco
conducido por cuatro leones, a los cuales Perceval ya había visto en otra ocasión.
«Galaz —dice Perceval—, ahora podéis ver maravillas, pues, por mi cabeza, nunca vi
una ventura más maravillosa; pienso que estos leones guardan al ciervo y no estaré
nunca a gusto si no sé la verdad de este asunto». «En nombre de Dios —dice Galaz—
también desearía yo saberlo mucho, pero vayamos tras de él y sigámosle hasta que
sepamos dónde vive, pues pienso que esta aventura procede de Dios». Ellos se lo
otorgan con gusto.
Entonces, van detrás del ciervo hasta llegar a un valle; miran ante ellos y ven,
junto a un seto, una ermita donde vivía un viejo y anciano religioso; el ciervo entra en
ella y los leones también; los caballeros que los seguían descienden cuando llegaron
junto a la ermita. Volvieron hacia la capilla y ven al buen ermitaño vestido con las
armas de Nuestro Señor, que quería comenzar la misa de Espíritu Santo; cuando los
compañeros ven esto, dicen que han llegado a tiempo: oirán la misa que el hombre va
a cantar. En el momento de la consagración, los tres compañeros se maravillaron
bastante más que antes, pues vieron —al menos eso les pareció— que el ciervo se
hacía hombre y se sentaba junto al altar, en un trono muy hermoso y muy rico, y
vieron que los leones se hacían: uno, hombre; el otro, águila; el tercero, león, y el
cuarto, buey. Así se cambiaron los cuatro leones y tenían alas, que bien podrían volar
si hubiera querido Nuestro Señor, y tomaron el trono donde se sentaba el ciervo, dos
por los pies y dos por la cabeza, pues era una cátedra, y salieron por una vidriera que
había allí, de tal forma que la vidriera ni se estropeó ni se rompió, y cuando se fueron
y allí dentro no se veía nada más, una voz descendió entre ellos y les dijo: «Del
mismo modo entró el Hijo de Dios en la bendita Virgen María, que su virginidad no
fue estropeada ni rota».

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Significado De Las Aventuras Y Visiones De
Los Tres Compañeros
CUANDO oyeron estas palabras, cayeron al suelo tendidos, pues la voz les dio una
claridad tan grande y tan tremenda que les pareció que la capilla se hundía. Cuando
volvieron a su fuerza y a su poder, vieron al anciano ermitaño que se desvestía, como
aquél que ya había cantado la misa. Entonces se acercaron a él y le rogaron que les
dijera el significado de lo que habían visto. «¿Qué cosa —les pregunta— habéis
visto?». «Hemos visto —le dicen— un ciervo convertirse en hombre y hacerse
hombre y también a los leones convertirse en algunas cosas». Cuando el religioso oye
estas palabras, les dice: «¡Ay!, señores, sed los bienvenidos; ahora sé, por lo que me
decís, que sois hombres de bien, verdaderos caballeros, que llevarán a cabo la
Demanda del Santo Graal y que soportaréis las grandes penas y los grandes trabajos,
pues sois a los que Nuestro Señor ha mostrado sus secretos y sus cosas ocultas y os
ha mostrado una parte, pues el que cambiara el ciervo en hombre celestial, que no es
mortal, os mostrará el cambio que hizo en la cruz, allí donde fue cubierto de
vestimentas terrenas, que es la carne mortal; vivió y murió la muerte, y la muerte le
llevó a la vida eterna y lo que bien debe ser significado por el ciervo, pues del mismo
modo que el ciervo rejuveneció dejando parte de su cuero y su pelo, igualmente
vuelve Nuestro Señor de la muerte a la vida, cuando deja la piel terrena, que era la
carne mortal, que había tomado en el vientre de la bendita Virgen y como la bendita
Virgen no tuvo nunca pecado terrenal, aparece con la forma de ciervo blanco sin
manchas. Los que estaban con Él debéis comprender que son los cuatro Evangelistas,
felices personas que pusieron en escrito las obras de Jesucristo, obras que hizo
durante el tiempo que fue, entre nosotros, hombre terrenal y sabed que nunca ningún
caballero pudo conocer la verdad de cómo pudo ser.
El Alto Señor ha mostrado en este país y en muchas tierras las virtudes a los
hombres buenos y a los caballeros de forma semejante al ciervo y su compañía de los
cuatro leones, para que los vieran y tomaran ejemplo de ellos. Pero sabed que de
ahora en adelante, no habrá nadie que los vuelva a ver bajo tal forma».

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Cómo Llegaron Al Castillo De Las Doncellas
AL oír estas palabras, lloran de tanta alegría como tienen y dan gracias a Nuestro
Señor por haberles mostrado todo esto de forma tan patente. Permanecen todo el día
con el ermitaño y el siguiente, tras oír misa y cuando ya debían marcharse, Perceval
tomó la espada que Galaz había dejado y dijo que la llevaría en adelante; la suya la
dejó en casa del anciano religioso.
Cuando se marcharon de allí y después de haber cabalgado hasta mediodía, se
acercaron a un castillo, fuerte y bien construido, pero no entraron en él, pues su
camino los llevaba a otra parte. Se habían alejado un poco de la puerta principal,
cuando vieron venir tras ellos a un caballero que les dice: «Señores, ¿esta joven que
va con vos es doncella?». «Por mi fe —responde Boores—, sí que es doncella,
sabedlo en verdad». Al oír estas palabras estira su mano y agarra el freno de la joven
diciendo: «Por la Santa Cruz, no os escaparéis antes de cumplir con la costumbre de
este castillo». Cuando Perceval ve al caballero que tiene de tal forma a su hermana, le
pesa mucho y le dice: «Señor caballero, no habláis con razón al decir esto, pues
doncella, vaya a donde vaya, está franca de cualquier tipo de costumbres, y más
siendo mujer tan noble como ésta, que es hija de rey, y de reina». Mientras así
hablaban, salieron del castillo hasta diez caballeros armados y con ellos venía una
joven que llevaba una escudilla de plata en las manos. Aquéllos dicen a los tres
compañeros: «Buenos señores, conviene que esta joven que lleváis cumpla la
costumbre del castillo». Galaz pregunta qué costumbre es. «Señor —contesta un
caballero—, cada doncella que pase por aquí debe llenar esta escudilla con la sangre
de su brazo derecho y ninguna que pase se librará». «Que Dios maldiga —dice Galaz
— al falso caballero que estableció esta costumbre, pues ciertamente es mala y
villana. Así me salve Dios, con esta doncella habéis errado, pues mientras yo tenga
salud y ella lo acepte, no os dará lo que le pedís». «Así me ayude Dios —dice
Perceval—, ¡preferiría estar muerto!». «Yo también» —añade Boores. «Por mi fe —
dice el caballero— entonces moriréis todos vosotros, pues no podréis sobrevivir si no
sois los mejores caballeros del mundo».

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Cómo Combatieron Los Tres Compañeros
Contra Los Nobles Del Castillo
EN ese momento se atacan los unos a los otros. Los tres compañeros derribaron
diez caballeros antes de romper las lanzas; después toman las espadas y van
matándolos y derribándolos como si fueran animales; los hubieran matado a todos
con bastante facilidad, pero salieron del castillo a socorrerles sesenta caballeros
completamente armados. Entonces se acercó un anciano a los compañeros y les dijo:
«Valientes señores, tened compasión de vosotros mismos y no os hagáis matar, pues
ciertamente sería una calamidad muy grande, ya que sois nobles y buenos caballeros.
Por eso os queríamos rogar que nos otorgaseis lo que os pedimos». «En verdad —
dice Galaz— habláis en vano, pues no se os otorgará nada mientras ella no lo
acepte». «¿Cómo? —exclama aquél—, ¿queréis, pues, morir?». «Aún no hemos
llegado a ese punto —contesta Galaz—. Ciertamente preferiríamos morir a permitir
tal deslealtad como la que pedís». Empieza entonces un enfrentamiento grande y
admirable por ambas partes; los compañeros son acosados por todos los lados, pero
Galaz, que tiene la Espada del Extraño Tahalí, golpea a la derecha y a la izquierda,
matando al que alcanza, y logró tales hechos que todos los que lo vieran pensarían
que no era hombre terrenal, sino monstruo. Así va avanzando todo el tiempo, sin
retroceder; es más va quitándoles terreno a sus enemigos, y le valió mucho que sus
compañeros le ayudaran a diestro y siniestro, pues no podía llegarle nadie más que de
frente.
De tal forma duró el combate hasta después de nona, sin que los tres compañeros
tuvieran nunca lo peor ni perdieran nunca terreno, y así permanecieron hasta que
anocheció y se hizo negro y oscuro, por lo que, a la fuerza, tuvieron que separarse;
los de dentro dijeron que era conveniente dejar el combate. Entonces volvió a
acercarse el anciano a los tres compañeros, les habló otra vez, y les dijo: «Señores, os
rogamos por amor y cortesía que vengáis a albergaros con nosotros. Os jurarnos con
toda lealtad que mañana os colocaremos en el mismo punto y estado en que estáis
ahora. ¿Sabéis por qué lo digo? Porque sé de forma cierta que tan pronto como
conozcáis la verdad de este asunto aceptaréis que la doncella haga lo que le
pedimos».
«Señores —dice la doncella—, id, ya que os lo ruega». Entonces lo aceptan; se
conceden treguas unos a otros y entran juntos en el castillo. Nunca se hizo una alegría
tan grande como la que mostraron por la llegada de los tres compañeros; les hicieron
descabalgar y los desarmaron y, después de comer, los forasteros preguntaron por la
costumbre del castillo, cómo había sido establecida y por qué. Uno de los de allí
contestó de inmediato: «Os lo diremos».

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Cómo Conocieron Los Tres Compañeros La
Costumbre Del Castillo De Las Doncellas Y El
Porqué De Esta Costumbre
«ES verdad —dice— que hay aquí una doncella a la que pertenecemos nosotros y
todos los de este país y son suyos éste y otros muchos castillos. Hace ahora dos años
que la doncella cayó enferma por voluntad de Nuestro Señor, y después de haber
languidecido mucho tiempo, vimos qué enfermedad tenía: lepra. Hicimos venir a
todos los médicos, de lejos y de cerca, pero ninguno supo curar su enfermedad. Al
final, nos dijo un sabio que sanaría al momento si pudiéramos llenar la escudilla con
la sangre de una doncella que fuera virgen, tanto de deseo como de obras, hija de rey
y reina, y hermana de Perceval el virgen, y si con esa sangre se ungiera la dama.
Cuando oímos tal cosa, decidimos que no pasaría ninguna mujer por aquí delante,
doncella, con cuya sangre no llenáramos la escudilla; colocamos guardias en las
puertas del castillo para detener a todas aquellas que pasaran. Ya habéis oído —acabó
— cómo fue establecida la costumbre del castillo, tal como la habéis encontrado.
Haced lo que queráis».
Entonces llama la hermana de Perceval a los tres compañeros y les dice:
«Señores, aquí veis a esta doncella que está enferma y que si quiero yo puedo curarla,
y ella puede sanar. Decidme qué debo hacer». «En nombre de Dios —dice Galaz—,
si lo hacéis, no podréis escapares sin la muerte, pues sois joven y tierna». «Por mi fe
—responde ella—, si yo muriera por esta salvación, sería un gran honor para mí y
para toda mi familia. Yo debo hacerlo, en parte por vos y en parte por ellos, pues si
mañana os volvéis a enfrentar de nuevo con ellos del mismo modo que lo habéis
hecho hoy, seguro que habrá alguna pérdida mayor que mi muerte, por eso os digo
que lo haré todo según su voluntad; así se terminará esta disputa. Os ruego por Dios
que me lo concedáis». Aquellos así lo hacen muy a pesar.
La doncella llama entonces a los del castillo y les dice: «Alegraos y regocijaos,
pues vuestro combate de mañana ha sido aplazado: os juro que mañana cumpliré del
mismo modo que han cumplido las demás doncellas». Cuando los de dentro oyen
esto, se lo agradecen mucho y comienza una fiesta y una alegría mucho mayor que la
que habían hecho antes. Sirven a los compañeros en todo lo que pueden y los
acuestan con la mayor riqueza posible. Aquella noche fueron muy bien servidos los
tres compañeros y mejor lo hubieran sido si hubieran aceptado todo lo que les
ofrecían.

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Cómo Murió La Hermana De Perceval Por
Salvar A La Dama Del Castillo De Las Doncellas
A la mañana siguiente, después de oír misa, llego la doncella al palacio y pidió que
le trajeran a la dama que estaba enferma y que debía sanar con su sangre.
Le contestaron que lo harían con mucho gusto. Entonces fueron a buscarla a la
habitación donde estaba. Cuando la vieron los compañeros, se maravillaron mucho,
pues tenía el rostro tan deshecho, con tantas llagas y tan dañado por la lepra, que era
admirable cómo podía vivir con tal dolor. Al verla venir, se pusieron en pie e hicieron
que se sentara junto a ellos. Ella pidió a la doncella que cumpliese lo que le había
prometido, a lo que le contestó que con gusto lo haría; pidió la joven que le trajeran la
escudilla: se la traen al momento. Saca su brazo y hace que le abran una vena con una
pequeña hoja aguda y afilada, como de afeitar. Sale la sangre y ella se persigna,
encomendándose a Nuestro Señor y diciendo a la dama: «Señora, he llegado a la
muerte por vuestra salvación. Por Dios rogad por mi alma, pues estoy en el final».
Nada más decir estas palabras, se desmayó su cuerpo por la sangre que había
perdido, pues la escudilla ya estaba llena. Los compañeros corrieron a sostenerla y le
restañan la herida. Tras pasar un buen rato desmayada, cuando ya pudo hablar, dijo a
Perceval: «¡Ay!, buen hermano Perceval, muero por la salvación de esta doncella. Os
ruego que no hagáis enterrar mi cuerpo en esta tierra, sino que tan pronto como haya
muerto, metedme en una nave en el puerto más cercano que encontréis: dejadme ir
así, según me quiera llevar la ventura. Os digo que en cuanto lleguéis a la ciudad de
Sarraz, donde debéis ir en busca del Santo Graal, me encontraréis en la torre: allí,
haced por mí, como honor, que entierren mi cuerpo en el palacio espiritual. ¿Sabéis
por qué os lo pido? Porque allí yacerá Galaz y vos con él». Cuando Perceval oye
estas palabras, se lo concede entre lloros y le dice que lo hará con gusto. Entonces
ella añade: «Separaos mañana y que cada uno siga su propio camino hasta que la
ventura os reúna en casa del Rey Tullido, pues así lo desea el Alto Maestro y por eso
os lo hace saber a través de mí, para que lo hagáis así». Ellos prometen hacerlo de
esta forma; entonces ella les ruega que hagan traer a su Salvador. Llaman a un buen
ermitaño que vivía allí, bastante cerca del castillo, en un bosque. No tardó mucho en
llegar, pues vio que la necesidad era muy grande. Se presentó ante la doncella y
cuando aquélla lo vio venir, tendió las manos hacia su Salvador y lo recibió con gran
devoción. Así abandonó el siglo, con lo que los compañeros quedaron tan
entristecidos que pensaron no poder reconfortarse con facilidad.

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Cómo Sanó La Dama Gracias A La Hermana
De Perceval
AQUEL mismo día sanó la dama, pues tan pronto como se lavó con la sangre de la
santa doncella, quedó limpia y curada de la lepra, volviendo a una gran belleza su
carne, que antes era negra y repugnante a la vista. Por esto se alegraron mucho los
tres compañeros y todos los demás; hicieron con el cuerpo de la doncella lo que había
pedido: le quitaron las vísceras y todo lo que le debían quitar, después la
embalsamaron con tanta riqueza como si fuera cuerpo de emperador; a continuación,
hicieron construir una nave, cubriéndola con una tela de seda muy rica, e hicieron
dentro una cama muy hermosa. Después de haber preparado la nave lo más ricamente
que pudieron, acostaron en ella el cuerpo de la doncella y botaron la nave al mar.
Boores dijo a Perceval que le pesaba que no hubiera una carta con el cuerpo para que
se pudiese saber quién era la doncella y cómo había muerto. «Os digo —le contesta
Perceval— que a su cabecera he colocado una carta que muestra todo su parentesco,
explica cómo ha muerto y todas las aventuras que ha ayudado a terminar y así, si es
encontrada en un país extraño, se sabrá bien quién es». Galaz le dice que ha hecho
muy bien, «pues cualquiera que encuentre ahora su cuerpo la honrará mucho más que
antes, ya que conocerá la verdad de su persona y de su vida».
Mientras se podía ver la nave, permanecieron en la orilla los del castillo, llorando
tristemente la mayoría de ellos, pues la muchacha había mostrado una gran
generosidad al entregarse a la muerte por salvar a una dama de un país extraño, y
decían que nunca había hecho cosa semejante una doncella. Cuando ya no podían
divisar la nave, entraron en el castillo; los compañeros no quisieron entrar por amor a
la doncella que habían perdido en él. Permanecieron fuera y pidieron que les sacasen
las armas, y así les fue hecho.

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Cómo Destruyó La Tormenta El Castillo De
Las Doncellas
CUANDO los tres compañeros habían montado de nuevo, y querían reemprender el
camino, vieron que el cielo se oscurecía y las nubes se cargaban abundantemente de
lluvia: se retiraron a una capilla que estaba junto al camino; entraron en ella, dejando
los caballos fuera, bajo un cobertizo, y vieron que el tiempo había empeorado más
aún. Comenzó a tronar, a relampaguear y caer rayos junto al castillo, tan a menudo
como si fuera lluvia. La tormenta duró todo el día y fue tan grande y maravillosa
junto al castillo que, fácilmente, la mitad de los muros quedaron hundidos y
derruidos, con lo que se asustaron mucho; pensaban que era necesario más de un año
para que una tormenta como aquélla destruyera el castillo tanto como lo había
destruido, al parecer, según lo que se veía desde fuera.
Después de vísperas, cuando el tiempo se serenó, vieron a un caballero muy
gravemente herido en el cuerpo que huía ante ellos diciendo muchas veces: «¡Ay!
Dios, ¡Socorredme!, pues ahora lo necesito». Tras él iban un caballero y un enano
que le gritaban de lejos: «Ya estáis muerto, no podréis salvaros». Aquél tendía las
manos hacia el cielo diciendo: «Buen Señor Dios, socorredme y no me dejéis morir
en este momento, que no se me vaya la vida con una tribulación tan grande como ésta
me parece».
Entró una gran compasión a los compañeros cuando vieron al caballero que se
encomendaba así a Nuestro Señor. Galaz dice que va a socorrerle. «Señor —dice
Boores—, iré yo, pues no es necesario que os molestéis por un solo caballero». Aquél
le dice que se lo concede, ya que así lo quiere. Boores se acerca a su caballo, monta y
les dice: «Buenos señores, si no vuelvo, no dejéis por mí vuestra búsqueda; antes
bien, cuando llegue la mañana tomad cada uno vuestro camino y vagad hasta que
Nuestro Señor nos conceda a los tres el volvernos a reunir en la casa del Rey
Tullido». Aquéllos le dicen que vaya con Nuestro Señor, pues ellos dos se separarán
por la mañana. Éste se aleja y va tras el caballero para socorrer a aquel que así sé va
encomendando a Nuestro Señor. Aquí se calla la historia por lo que a él se refiere y
vuelve a los dos compañeros que quedaron en la capilla.
Cuenta la historia que Galaz y Perceval se quedaron toda la noche en la capilla
rogando a Nuestro Señor que protegiese a Boores y que lo guiara allí por donde fuera.
A la mañana, cuando el día ya era hermoso y claro, cuando la tormenta se apaciguó y
el tiempo escampó, montan en los caballos, dirigiéndose hacia el castillo para ver
cómo les ha ido a los de dentro. Al llegar a la puerta, se encontraron derribados todos
los arcos y los muros. Entran; y después de entrar, se admiran mucho más que antes,
pues no encontraron ni hombre ni mujer que no estuviese muerto. Buscan por todas

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partes y dicen que es una desgracia muy grande y una gran pérdida de gente. Cuando
llegaron a la sala principal, hallaron los muros derribados y las paredes caídas,
encontrando caballeros muertos por todas partes, tal como Nuestro Señor los había
fulminado con los rayos y la tormenta por la mala vida que habían llevado. Al ver los
compañeros esto, dicen que es una venganza espiritual «sucedida —dicen— para
aplacar la ira del Creador del mundo». Mientras hablaban así, oyeron una voz que les
decía: «Ésta es la venganza por la sangre de las buenas doncellas que ha sido
derramada aquí para la salvación terrena de una desleal pecadora». Al oír estas
palabras, piensan que la venganza de Nuestro Señor es admirable y que está muy loco
quien va en contra de su voluntad para morir o para vivir.

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Cómo Galaz Y Perceval Hallaron El
Cementerio De Las Doncellas
HABÍAN ido ya un buen rato los dos compañeros por el castillo viendo la gran
mortandad que había, cuando encontraron en la cabecera de una capilla un
cementerio lleno de arbustos frondosos y de hierba verde, y que estaba repleto de
hermosas tumbas: bien podía haber sesenta. Era tan hermoso y tan deleitable que no
parecía que la tormenta hubiera pasado por allí. Y así era, pues allí yacían los cuerpos
de las doncellas que habían sido muertas por amor a la dama. Al entrar en el
cementerio, a caballo, tal como estaban, se acercaron a las tumbas, encontrando
encima de cada una el nombre de la que yacía en ella. Van leyendo las letras hasta ver
que hay allí doce doncellas, todas hijas de rey y procedentes de los más altos linajes.
Cuando ven esto, dicen que tenían una costumbre muy mala y muy baja los del
castillo y que los de aquel país la habían soportado durante mucho tiempo, pues
muchos linajes ricos habían sido humillados y aniquilados al matar a aquellas
jóvenes.

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Cómo Se Separaron Perceval Y Galaz
PERMANECIERON los dos compañeros así hasta la hora de prima; cuando ya
hubieron visto bastante, se marcharon y caminaron hasta llegar a un bosque. Estaban
en el lindero cuando Perceval le dijo a Galaz: «Señor, hoy es el día en que debemos
separarnos y llevar cada uno nuestro camino. Os encomiendo a Nuestro Señor y que
nos permita que podamos volver a encontrarnos pronto, pues no hallé nunca a nadie
cuya compañía me pareciera tan dulce ni tan buena como la vuestra; por eso se me
hace más grave de lo que vos pensáis esta separación. Pero conviene que así sea, ya
que le agrada a Nuestro Señor». Se quita entonces el yelmo y Galaz hace lo mismo:
se besan antes de separarse, pues se aman mucho con gran amor, y bien les pareció la
muerte, pues vivirán muy poco tiempo el uno después del otro. Así se separaron los
compañeros en el lindero de un bosque, que los de aquella tierra llamaban Aube,
tomando cada uno su camino. La historia deja de hablar de ellos aquí y vuelve a
Lanzarote, al que ha silenciado mucho tiempo.

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Cómo Lanzarote Entró En La Nave
CUENTA la historia ahora que cuando Lanzarote llegó al río Marcoise se vio
cercado por tres cosas que no le agradaban nada: por una parte, estaba el bosque,
grande y misterioso; por otra, había dos rocas altas y escarpadas; por el otro lado, el
río, profundo y negro. Estas tres cosas le llevaron a decir que no se movería de allí,
sino que esperaría la gracia de Nuestro Señor: así permaneció hasta el anochecer.
Cuando ya se había mezclado la noche con el día, Lanzarote se quitó las armas,
acostándose al lado de ellas y se encomienda a Nuestro Señor, haciendo la oración tal
como la sabía, y rogándole que no lo olvidase, sino que le enviara socorro como Él
sabía necesitaba, para el alma y el cuerpo. Después de decir esto, se duerme: su
corazón pensaba más en Nuestro Señor que en las cosas terrenas. Cuando ya estaba
dormido, le llega una voz que dice: «Lanzarote, levántate, toma tus armas y entra en
la primera nave que encuentres». Al oír estas palabras, se sobresalta, abre los ojos y
ve a su alrededor tal claridad que piensa que el día está muy avanzado; pero no tarda
mucho en apagarse de manera que no supo lo que había ocurrido con la luz. Levanta
la mano, se persigna y, tomando las armas, se encomienda a Nuestro Señor y se las
viste. Ya estaba completamente armado y tenía la espada ceñida, cuando mira a la
orilla y ve una nave sin velas ni remos; va hacia allí y entra en ella. Tan pronto como
está dentro, le parece oler todos los buenos aromas del mundo y estar lleno de los
mejores alimentos que nunca probó hombre terrenal. Se encuentra cien veces más a
gusto que antes, pues ahora tiene, al menos eso le parece, todo lo que deseó durante
su vida: por esto da gracias a Nuestro Señor; se arrodilla en la misma nave y dice:
«Buen Padre Jesucristo, no sé de dónde puede venir todo esto si no es de ti mismo,
pues ahora veo a mi corazón en una alegría tan grande y en tal suavidad, que no sé si
estoy en la tierra o en el Paraíso Terrenal». Entonces, se acuesta junto a la borda de la
nave y se duerme con esta gran alegría.

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Cómo Lanzarote Halló El Cuerpo De La
Hermana De Perceval
DURANTE toda la noche durmió Lanzarote tan a gusto que le pareció que no era tal
como solía, sino que había cambiado. Por la mañana, al despertarse, miró a su
alrededor viendo en medio de la nave una cama muy, hermosa y riquísima. En el
centro de la cama yacía muerta una doncella, a la que sólo se le veía la cara. Al verla,
se dirige hacia allí, persignándose y dando gracias a Nuestro Señor por haberle
concedido tal compañía. Se le acerca, como quien desearía saber con gusto de quién
es y a qué linaje pertenece. La mira tanto por todas partes que ve bajo su cabeza una
carta. Alarga la mano, la toma y, desplegándola, encuentra unas letras que decían:
«Esta doncella fue hermana de Perceval el Galés y permaneció siempre virgen en
deseo y en acto. Fue ella la que cambió el tahalí de la Espada del Extraño Tahalí, que
lleva ahora Galaz, hijo de Lanzarote del Lago». Después halla en la carta todo sobre
su vida, cómo murió y cómo los tres compañeros, Galaz, Boores y Perceval, la
enterraron tal como estaba, poniéndola en la nave por orden de la voz divina. Cuando
supo la verdad de todo esto, se pone bastante más contento, pues le alegra mucho que
Boores y Galaz estén juntos. Coloca de nuevo la carta en su sitio y se vuelve a la
borda de la nave, rogando a Nuestro Señor que le permita encontrar a su hijo Galaz
antes de que lleve a cabo esta Demanda y que pueda verle, hablar con él y alegrarse
mutuamente.

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Cómo Lanzarote Encontró Al Ermitaño Y De
Lo Que Éste Le Dijo
MIENTRAS Lanzarote rogaba así, mira y ve que la nave llega a una roca escarpada
y arisca; muy cerca de la roca a la que acababa de llegar la nave, había una pequeña
capilla y ante su puerta estaba sentado un canoso anciano. Al acercarse, le saluda de
tan lejos como puede oírle. El buen hombre le devuelve el saludo con bastante más
fuerza de la que Lanzarote creía, se levanta de donde estaba sentado y se aproxima a
la borda de la nave; sentándose sobre un montón de tierra, pregunta a Lanzarote qué
es lo que le ha traído allí. Le cuenta la verdad de su vida y cómo la fortuna le ha
llevado a aquella parte, donde nunca había estado según cree. Entonces le pregunta el
anciano quién es. Le dice su nombre. Cuando aquel oye que es Lanzarote del Lago,
se admira mucho de cómo entró en la nave y le pregunta que quién está con él.
«Señor —dice Lanzarote—, venid a verlo si queréis». Entra en la nave y se encuentra
a la doncella y la carta: tras leerla de cabo a rabo, al oír hablar de la Espada del
Extraño Tahalí, dice: «¡Ay, Lanzarote, creía que no viviría tanto como para saber el
nombre de esta espada! Bien puedes decir que eres desdichado, pues no llevarás a
término la alta aventura en la que has estado y en que están los tres nobles, que
alguna vez se consideraron menos valientes que tú. Pero ahora es sabido por todos
que son hombres de bien y verdaderos caballeros, más de lo que tú has sido hacia
Nuestro Señor Dios. Pienso que si te quieres guardar de ahora en adelante del pecado
mortal y de ir contra tu Creador, aún podrías encontrar piedad y misericordia, por
todo lo que hayas hecho antes, en Aquél en quien habita toda compasión y que te ha
llamado al camino de la verdad. Pero cuéntame ahora cómo entraste en esta nave». Él
se lo cuenta. El anciano le contesta llorando: «Lanzarote, debes saber que Nuestro
Señor te ha mostrado una gran benevolencia al llevarte en compañía de una doncella
tan elevada y tan santa. Procura ser casto en pensamiento y en acto desde ahora en
adelante, de tal forma que tu castidad concuerde con su virginidad, y así podrá durar
la compañía de vosotros dos». Promete de todo corazón que no hará nada que piense
que vaya en contra de su Creador. «Vete, pues ya no tienes por qué quedarte. Si Dios
quiere, con el tiempo llegarás a la casa a la que tanto deseas ir». «Y vos, señor —
pregunta Lanzarote—, ¿os quedaréis aquí?». «Sí —le contesta—, pues así conviene
que lo haga».
Mientras hablaban así, el viento dio sobre la nave e hizo que se alejara de la roca.
Al ver que uno se separa del otro, se encomiendan mutuamente a Dios y el anciano
regresa a su capilla. Pero antes de marcharse de la roca, comenzó a gritar: «¡Ay!
Lanzarote, servidor de Jesucristo, por Dios, no me olvides; ruega a Galaz, el
verdadero caballero, que estará con el tiempo en tu compañía, que pida a Nuestro

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Señor que por su piedad tenga compasión de mí». Así gritaba el buen hombre a
Lanzarote, que estaba muy contento con las noticias que le había dado de que Galaz
estaría pronto en su compañía. Se acercó a la borda de la nave, acodándose en ella y
poniéndose de rodillas, rogando y pidiendo a Nuestro Señor que lo conduzca a un
lugar donde pueda hacer algo que le agrade.

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Cómo Galaz Llegó A La Nave Y Encontró En
Ella A Lanzarote, Su Padre
ASÍ estuvo Lanzarote un mes —y aún más— en la nave, sin salir nunca de ella. Si
alguno preguntara de qué vivió en este tiempo, pues no había encontrado comida en
la nave, la historia responde que el Alto Señor que dio de comer maná en el desierto
al pueblo de Israel y que hizo salir agua de la roca para que bebieran, mantuvo a
aquél de tal forma que todas las mañanas, al acabar su oración, después de pedir al
Alto Maestro que no le olvidara, sino que le enviase su pan como cualquier padre
debe hacer con su hijo, al momento de hacer esta oración, se encontraba tan lleno, tan
saciado y repleto de la gracia del Espíritu Santo, que le parecía haber comido de todas
las buenas viandas del mundo.
Después de permanecer mucho tiempo así, sin salir de la nave, le sucedió que una
noche llegó al lindero de un bosque. Prestó atención y oyó que un caballero venía por
el bosque a caballo produciendo un gran estrépito. Al llegar a la salida y ver la nave,
bajó del caballo y le quitó la silla y el freno, dejándolo ir por donde quisiera. Él se
acercó a la nave, se persignó y entró dentro armado con todas las armas.
Cuando Lanzarote vio venir al caballero, no corrió a armarse con presteza, pues
pensaba que se trataba de lo que le había prometido el anciano acerca de Galaz: que
estaría con él y le acompañaría durante algún tiempo. Se puso en pie y le dijo: «Señor
caballero, sed bienvenido». Aquél se admira al oírle hablar, pues pensaba que no
había un alma allí dentro; asustado le contesta: «Señor, tened buena ventura y, si
puede ser, por Dios, decidme quién sois, pues deseo mucho saberlo». Le dice su
nombre y que se llama Lanzarote del Lago. «En verdad, señor, sed bienvenido. Por
Dios, os deseaba ver y teneros por compañero sobre todos los del mundo, y bien
debía ser así pues sois mi origen». Entonces el caballero se quita el yelmo de la
cabeza y lo pone en medio de la nave. Lanzarote le pregunta: «Ay, Galaz, ¿sois
vos?». «Señor —le contesta—, en verdad soy yo». Al oírlo, va hacia él corriendo con
los brazos abiertos y empiezan a besarse. Tienen tal alegría que no os puedo contar
una mayor. Entonces se preguntan por su situación y cada uno cuenta las aventuras,
tal como le habían sucedido desde que se alejaron de la corte. Estuvieron tan
entretenidos con esta plática que apareció el día y el sol se levantó. Cuando el día
estaba bello y claro, se vieron, reconociéndose, y recomenzando la gran alegría, digna
de admiración. Cuando Galaz vio a la doncella que yacía en la nave, la conoció al
momento, pues ya la había visto en otra ocasión. Preguntó a Lanzarote si sabía quién
era aquella joven. «Sí —contestó—, bien lo sé, pues la carta que hay a su cabecera
cuenta de manera clara la verdad. Decidme, por Dios, si habéis llevado a cabo la
aventura de la Espada del Extraño Tahalí». «Señor —le responde aquél—, sí. Y si

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nunca visteis esa espada, héla aquí». Cuando Lanzarote la mira, piensa que sin duda
es la misma; la toma por el puño y comienza a besar la cruz, la vaina y la hoja. Ruega
entonces a Galaz que le cuente cómo la encontró y dónde. Le explica cómo era la
nave que la mujer de Salomón mandó construir en otro tiempo, cómo eran las tres
maderas y cómo Eva, la primera madre, había plantado el primer árbol, cuya madera
era, espontáneamente, blanca, verde y roja. Después de haberle hablado de la forma
de la nave y de las letras que encontraron en ella, dijo Lanzarote que nunca había
llegado a ningún caballero una aventura tan insigne como la que les había sucedido.
Lanzarote y Galaz permanecieron en aquella nave medio año y más, de tal
manera que no había ninguno que no pensara servir a su Creador de todo corazón.
Muchas veces llegaron a islas extrañas, alejadas de la gente, en las que no vivían más
que animales salvajes, en las que encontraron sucesos maravillosos que llevaron a
cabo por su propio valor y por la gracia del Espíritu Santo, que siempre les ayudaba.
La historia del Santo Graal no hace mención de todo, pues sería necesario que se
demorara mucho en ello quien quisiera contar todo lo que les sucedió.

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Cómo Galaz Abandonó La Nave Donde Iba
Lanzarote, Su Padre
DESPUÉS de Pascua, con el tiempo nuevo que trae el verdor a todas las cosas,
cuando los pájaros cantan por el bosque su dulce canto por el comienzo de la suave
estación, cuando todo está más dispuesto a la alegría que en otra estación, en esta
época les sucedió que un día llegaron a la hora de mediodía ante una cruz, en el
lindero de un bosque. Entonces vieron salir del bosque a un caballero armado con
armas de color blanco, montado con mucha riqueza y llevando a la diestra un caballo
blanco. Cuando vio la nave que había llegado, fue hacia allá lo más rápidamente que
pudo y saludó a los dos caballeros de parte del Alto Maestro y dijo a Galaz: «Señor
caballero, habéis estado ya bastante con vuestro padre. Salid de esta nave y montad
sobre el caballo, que es bien hermoso y blanco; marchad allí donde os conduzca la
ventura en búsqueda de las hazañas del reino de Logres y acabad con ellas».
Al oír estas palabras, corre hacia su padre, le besa con mucha dulzura y le dice
llorando: «Buen dulce señor, no sé si os volveré a ver. Os encomiendo al verdadero
corazón de Jesucristo, para que os mantenga en su servicio». Entonces comienzan
ambos a llorar. Nada más salir Galaz de la nave y al montar sobre el caballo, vino a
ellos una voz que les dijo: «Cada uno piense ahora en hacer lo mejor, pues ya no os
volveréis a ver hasta el gran día espantoso en que Nuestro Señor mostrará a cada cual
sus faltas: será el día del Juicio». Cuando Lanzarote oye estas palabras, dice a Galaz
llorando: «Hijo, ya que me separo de ti para siempre, ruega al Alto Maestro por mí,
que no me deje alejarme de su servicio, sino que me proteja de tal forma que sea su
servidor terrenal y espiritual». Galaz le responde: «Señor, ninguna oración vale tanto
como la vuestra, y por eso os lo recuerdo». Al momento se separan el uno del otro.
Galaz entra en el bosque; el viento sopla a la nave con tal fuerza y vigor que en poco
tiempo alejó mucho a Lanzarote de la orilla.

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Cómo Lanzarote Llegó Al Castillo Del Santo
Graal
ASÍ se quedó Lanzarote completamente solo en la nave, con el cuerpo de la
doncella. Erró más de un mes por el mar, de manera que dormía poco y velaba
mucho, rogando a Nuestro Señor, entre lloros, con mucha amargura, que le llevase a
un lugar en el que pudiera ver alguna cosa del Santo Graal.
Un día, alrededor de medianoche, llegó a un castillo muy rico, hermoso y
resistente; por detrás del castillo había una puerta que daba al río y que permanecía
abierta durante todo el día, por la mañana y por la noche. En aquella parte no tenían
puestos guardias, pues había dos leones que custodiaban la entrada, de tal forma que
no se podía entrar si no era pasando entre ellos dos, si es que alguien quería entrar por
aquella puerta. Cuando llegó la nave a aquel lugar, brillaba la luna con tal claridad
que se podía ver bien a lo lejos y de cerca. Entonces oyó una voz que le dijo:
«Lanzarote, sal de la nave y entra en el castillo, en el que encontrarás gran parte de lo
que buscas y que tanto deseabas ver». Al oír esto, corre a sus armas y las toma, sin
dejar nada de lo que había traído. En cuanto salió, se acercó a la puerta, en la que
encuentra a los dos leones; piensa que, sin duda, no podrá escapar sin pelea. Toma la
espada y se prepara para defenderse. Tan pronto como Lanzarote cogió la espada,
mira hacia arriba y ve venir una mano ardiendo que le golpea en medio del brazo con
tanta fuerza que le hizo volar la espada de la mano. Entonces oyó una voz que le dijo:
«¡Ay!, hombre de poca fe y de mala creencia, ¿por qué te fías más de tu mano que de
tu Creador? ¡Eres muy desdichado, pues piensas que Aquél en cuyo servicio te has
metido no vale más que tus armas!».
Lanzarote se asusta tanto por estas palabras y por la mano que le golpeó que cae
al suelo completamente aturdido, y cuando vuelve en sí no sabe si es de día o de
noche. Al cabo de un rato se endereza y dice: «¡Ay! Buen Padre de Jesucristo, os doy
gracias y adoro porque os dignáis reprenderme por mis errores. Ahora me doy cuenta
de que me tenéis por servidor, pues me mostráis señales de mi poca fe». Entonces
Lanzarote vuelve a tomar su espada, la mete en la vaina y dice que no la sacará de allí
en lo que queda de día, sino que se colocará bajo la protección de Nuestro Señor. «Y
si a Él le agrada que yo muera, será para salvación de mi alma. Y si resulta que me
salvo, recibiré un gran honor». Hizo entonces el signo de la cruz en medio de su
frente, se encomienda a Nuestro Señor y se acerca a los leones. Al verlo venir, se
sientan y no muestran ninguna intención de hacerle daño. Pasa entre los dos, de tal
forma que no le tocan; llega a la calle mayor y continúa subiendo hasta el castillo, de
manera que alcanza la fortaleza: va estaban todos acostados dentro del castillo, pues
bien podía ser medianoche; llega a las escaleras y las sube, hasta alcanzar la gran

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sala, completamente armado. Cuando estuvo arriba, mira a todas partes, pero no ve ni
hombres ni mujeres, por lo que se maravilla mucho, pues pensaba que un palacio tan
bello y unas salas tan hermosas como las que veía no podrían estar nunca desiertas.
Continúa avanzando decidido a no detenerse hasta que encuentre a alguien que le
diga a dónde ha llegado, ya que no sabe en qué país está.

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De Lo Que Lanzarote Vio En El Castillo
HA caminado tanto Lanzarote que ha llegado a una habitación cuya puerta estaba
cerrada y bien atrancada. La toca y piensa que podrá abrirla, pero no lo consigue; se
esfuerza mucho, pero nada le vale para entrar dentro. Presta atención entonces y oye
una voz que cantaba con tanta dulzura que no parece que sea voz de cosa mortal, sino
espiritual. Le parece que decía: «Gloria, alabanza y honor a ti, Padre de los cielos».
Cuando Lanzarote oye lo que la voz decía, se le enternece el corazón; se arrodilla
ante la cámara, pues piensa que el Santo Graal está dentro, y dice llorando: «Buen y
dulce Padre de Jesucristo, si alguna vez hice algo que te agradara, buen Señor, por tu
piedad, no me desprecies hasta el punto de no mostrarme de alguna manera lo que
voy buscando».
Nada más decir esto, Lanzarote mira ante sí y ve la puerta de la habitación
abierta, y al abrirse salió una claridad tan grande como si el sol tuviera allí su
aposento. Por el gran resplandor que salía, se iluminó tanto la casa igual que si todos
los cirios del mundo se hubieran encendido. Cuando vio esto, le entró tal alegría y tal
deseo de ver de dónde venía aquella gran claridad, que olvida todas las cosas; se
acerca a la puerta de la habitación y pretende entrar cuando una voz le dice: «Alto,
Lanzarote, no entres, pues no debes hacerlo. Si a pesar de esta prohibición entras, te
arrepentirás». Al oír esto, Lanzarote retrocede muy dolorido, porque a gusto hubiera
entrado, pero se retuvo por la prohibición que ha escuchado.
Mira dentro de la cámara y ve sobre una mesa de plata el Vaso Santo cubierto con
un jamete bermejo; a su alrededor ve ángeles, de manera que unos sostenían
incensarios de plata y cirios encendidos, mientras que otros tenían una cruz y los
ornamentos del altar, y no había ninguno que no hiciera nada. Ante el Vaso Santo
estaba sentado un anciano, vestido como sacerdote y parecía que estuviera en el
sacramento de la misa. Cuando debía elevar el Corpus Domini, le pareció a Lanzarote
que sobre las manos del viejo, arriba, había tres hombres: dos de ellos colocaban al
más joven entre las manos del sacerdote y éste lo elevaba, haciendo semblante de
mostrarle al pueblo.
Lanzarote, que ve esto, se admira mucho, pues contempla al sacerdote tan
cargado con la figura que sostiene, que piensa que se le caerá al suelo; al verlo, quiere
ir a ayudarle porque le parece que ninguno de los que están con él quiere socorrerle.
Tiene tantas ganas de ir que no se acuerda de la prohibición que le había sido hecha
de que no pusiera el pie dentro. Se acerca a la puerta rápidamente y dice: «¡Ay!, Buen
Padre de Jesucristo, no me sea vuelto en pena ni en condena el que yo quiera ayudar a
este buen hombre que lo necesita». Entra entonces y se dirige hacia la mesa de plata.
Cuando se ha acercado, nota un soplo de viento tan cálido, así le parece, como si
estuviera mezclado con fuego, y le golpea en el rostro con tal fuerza que creyó que se

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le había quemado la cara. No le queda vigor para avanzar más, como aquel que
hubiera perdido la fuerza del cuerpo, del oído y de la vista y no le queda ningún
miembro del que se pueda valer. Entonces nota varias manos que lo cogen y lo llevan.
Después de zarandearlo, lo echan fuera de la habitación y le abandonan allí.

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Cómo Lanzarote Quedó Amortecido Tras La
Visión
A la mañana siguiente, cuando amaneció el día hermoso y claro, y los de allí se
levantaron, encontraron a Lanzarote que yacía ante la puerta de la habitación y se
preguntaron admirados qué podría ser. Le invitan a levantarse, pero no da muestra de
oírles y tampoco se mueve. Al ver esto, dicen que está muerto: lo desarman pronta y
rápidamente y le miran por todas partes para ver si está vivo. Encuentran que no está
muerto, sino lleno de vida, pero no puede hablar ni decir palabra: es como un montón
de tierra. Lo toman y se lo llevan en brazos a una de las habitaciones y lo acostaron
en un lecho muy rico, lejos de la gente, para que el barullo no le moleste. Lo cuidan
en lo que pueden y permanecen todo el día a su lado, dirigiéndole muchas veces la
palabra para saber si puede hablar, pero él no contesta ni hace muestras de haber
hablado nunca. Aquéllos le toman el pulso, miran las venas y se admiran del
caballero, pues está vivo y no puede hablar con ellos; otros dicen que no saben a qué
puede deberse a no ser por venganza o manifestación de Nuestro Señor.
Todo aquel día permanecen ante Lanzarote y también el tercer y el cuarto día.
Unos decían que estaba muerto y otros que estaba vivo. «En el nombre de Dios —
dijo un anciano que estaba allí y que sabía mucho de medicina— os digo que, en
verdad, no está muerto, antes bien está tan lleno de vida como el más fuerte de
nosotros; por eso aconsejo que sea guardado bien y con esmero hasta que Nuestro
Señor le devuelva la salud que tuvo alguna vez: entonces sabremos la verdad sobre él,
quién es y de qué tierra. Ciertamente, si yo supe alguna vez algo, creo que ha sido
uno de los buenos caballeros del mundo y lo será aún si quiere Nuestro Señor, pues,
según me parece, no tiene trazas de morir; pero no digo que no pueda permanecer
mucho tiempo en el estado en que se encuentra ahora». Así habló de Lanzarote el
anciano, como quien era muy sabio y prudente: nunca señaló nada que no fuera
verdad, tal como había predicho. Lo acompañaron así pues durante veinticuatro días
y veinticuatro noches, sin que bebiera ni comiera, no salió una palabra de su boca, ni
movió un pie, ni una mano, ni ningún miembro, ni hizo semblante de estar vivo por
nada que apareció allí dentro. Y daba pena a todos, que se apercibían de que estaba
vivo y se lamentaban mucho diciendo: «¡Dios!, qué tristeza que este caballero que
parecía tan valiente y noble, que era tan hermoso haya sido puesto por Dios en tal
punto y en tal extremo».
Así decían muchas veces de Lanzarote y lloraban; pero no sabían tanto que
pudieran identificarlo. Y, sin embargo, había muchos caballeros que lo habían visto
tantas veces que deberían conocerlo bien.

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Cómo Despertó Lanzarote De Su Sueño
EN tal forma yació Lanzarote veinticuatro días y los de allí no esperaban más que la
muerte. El día vigésimo cuarto, hacia mediodía, abrió los ojos y al ver a la gente
comenzó a hacer un gran duelo diciendo: «¡Ay!, Dios, ¿por qué me habéis despertado
tan pronto? Estaba tan a gusto como no volveré a estar. Ay, Buen Padre de Jesucristo,
¿quién podrá ser tan bienaventurado y tan noble que pueda ver abiertamente las
grandes maravillas de vuestros misterios y todas aquellas cosas en las que fueron
cegadas mi mirada pecadora y mi vista sucia por las inmundicias terrenas?». Cuando
los que había alrededor de Lanzarote oyeron estas palabras, tuvieron una gran alegría
y le preguntaron qué había visto. «Yo he visto —contestó— unas maravillas tan
grandes y tan extraordinarias que mi lengua no os las podría describir de ninguna
manera y mi mismo corazón no las podría pensar de lo grandes que son: no ha sido
cosa terrena, sino espiritual; y si no hubiera sido por mis grandes pecados y mi gran
desdicha, aún hubiera visto más, pero perdí la vista de mis ojos y la fuerza del cuerpo
por la gran deslealtad que Dios había encontrado en mí».
Y dirigiéndose a los que estaban allí, les dijo Lanzarote: «Nobles varones, me
extraño cómo me hallo en este lugar, pues no recuerdo cómo fui puesto en él, ni de
qué forma». Le cuentan todo lo que habían visto de él y cómo había permanecido con
ellos veinticuatro días, de manera que no sabían si estaba vivo o muerto. Al oír estas
palabras, comienza a meditar por qué había permanecido tanto en ese estado, hasta
que llegó a la conclusión de que había servido al Enemigo durante veinticuatro años,
y por eso Nuestro Señor le impuso la penitencia de perder veinticuatro días la fuerza
del cuerpo y de los miembros. Entonces miró Lanzarote ante sí y vio el sayal que
había llevado casi durante medio año y del que estaba desnudo ahora: le pesa mucho,
pues le parece que con esto ha roto su juramento. Le preguntan qué tal está y contesta
que gracias a Dios sano y salvo. «Pero, por Dios —les pregunta—, decidme dónde
estoy». Le responden que está en el castillo de Corbenic.

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Cómo Terminó La Demanda De Lanzarote
ENTONCES se acercó una doncella a Lanzarote, trayéndole un vestido de lino
limpio y nuevo; pero él no quiere ponérselo, sino que cogió el sayal. Cuando los que
había alrededor vieron esto, le dijeron: «Señor caballero, podéis dejar el sayal, pues
vuestra búsqueda ha terminado; en vano trabajaréis más para hallar el Santo Graal:
sabed que no veréis más de lo que ya habéis visto. Ahora nos traerá Dios a los que
deben ver más». A pesar de estas palabras, Lanzarote no quiso dejar nada, antes bien,
tomó el sayal y se lo vistió y después se puso el vestido de lino por encima y además
una túnica de tela roja que le trajeron. Cuando ya estaba vestido y preparado, vienen a
verle todos los de allí; tienen por gran maravilla lo que Dios ha hecho con él. Apenas
le han mirado cuando lo reconocen y le dicen: «¡A!, señor Lanzarote, ¿sois vos?». Él
les dice que así es. Comienza entonces una alegría enorme. Las noticias van y vienen
de unos a otros de tal forma que el rey Pelés oye hablar del suceso, pues le dice un
caballero: «Señor, os puedo contar maravillas». «¿De qué?», pregunta el rey. «Por mi
fe, el caballero que ha yacido tantos días como muerto se ha levantado ahora sano y
salvo: sabed que es Lanzarote del Lago». Al oír esto, el rey se alegra mucho y va a
verlo. Cuando Lanzarote lo ve venir, se pone en pie, le dice que sea bien venido y le
muestra un gran júbilo. El rey le da noticias de su hermosa hija que había muerto,
aquélla en quien Galaz había sido engendrado. A Lanzarote le pesa mucho, porque
era una gentil dama y de alto linaje.
Allí se quedó Lanzarote cuatro días, durante los cuales el rey le mostró una gran
alegría, pues había deseado mucho tenerle consigo. El quinto día, cuando se iban a
sentar para cenar, les sucedió que el Santo Graal había servido las mesas de tal forma
que ningún hombre podría pensar en mayor abundancia.

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Cómo Héctor No Pudo Entrar En El Castillo
Del Santo Graal
MIENTRAS cenaban, les ocurrió un hecho que tuvieron como gran maravilla, pues
vieron que las puertas del palacio se cerraban sin que nadie las tocara y se admiraron
mucho de esto. Un caballero armado con todas las armas y montado sobre un gran
caballo llegó a la puerta principal y comenzó a gritar: «¡Abrid, abrid!», y los de
dentro no le quisieron abrir. Aquél continuó gritando y les molestó tanto que el
mismo rey dejó de comer, se levantó y se acercó a una de las ventanas del palacio que
daban a la parte donde estaba el caballero. Le miró, y al verlo esperando delante de la
puerta, le dijo: «Señor caballero, no entraréis; ni lo hará nadie que esté montado tan
alto como vos estáis, mientras el Santo Graal permanezca dentro. Idos a vuestro país,
pues ciertamente no sois uno de los compañeros de la Demanda, sino que sois de los
que han abandonado el servicio de Jesucristo y se han puesto al servicio del
Enemigo».
Cuando el caballero oye estas palabras se desazona mucho y le entra una tristeza
tan grande que no sabe qué hacer. Entonces se vuelve; el rey lo llama y le dice:
«Señor caballero, ya que habéis venido aquí, os ruego que me digáis quién sois».
«Señor —le contesta—, soy del reino de Logres y me llamo Héctor de Mares; soy
hermano de Lanzarote del Lago». «Por el nombre de Dios —dice—, ahora sé bien
quién sois; lo siento bastante más que antes, pues antes no me preocupaba y ahora sí
que me preocupa por amor a vuestro hermano que está aquí dentro».
Cuando Héctor oye que su hermano está allí, que era el hombre del mundo al que
más admiraba por lo mucho que lo quería, dijo: «¡Ay! Dios, ahora se dobla mi
vergüenza y crece más y más. Ya no seré nunca tan atrevido como para ir ante mi
hermano, pues he fracasado en aquello en lo que los nobles y verdaderos caballeros
no fracasaran. ¡Ciertamente me dijo verdad el anciano de la colina cuando aclaró a mí
y a Galván el sentido de nuestros sueños!».
Héctor se marchó entonces del patio, yéndose del castillo lo más deprisa que
podía su caballo. Cuando los del castillo lo ven huir así, le gritan, le dan voces y
maldicen la hora en que nació; le llaman mal caballero y cobarde; él tiene tan gran
dolor que quisiera estar muerto. Huye hasta salir fuera del castillo; entonces se dirige
al bosque, hacía la parte por donde lo ve más tupido. El rey Pelés vuelve al lado de
Lanzarote y le cuenta las noticias de su hermano; aquél lo siente tanto que no sabe
qué hacer: no puede ocultar su dolor sin que se den cuenta los demás, pues le ven
correr lágrimas por el rostro. Por esto se arrepiente mucho el rey de habérselo dicho y
no lo hubiera hecho de ninguna forma si hubiera sabido que Lanzarote se entristecería
tanto.

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Cómo Lanzarote Dejó Al Rey Pelés Y Fue A
La Corte Del Rey Artús
DESPUÉS de cenar, Lanzarote pidió al rey que le trajeran las armas, pues querría ir
al reino de Logres, adonde no había ido hacía más de un año. «Señor —dijo el rey—,
os ruego por Dios que me perdonéis por haberos dado noticias de vuestro hermano».
Le respondió que se lo perdonaba con gusto; entonces pide el rey que le traigan las
armas: se las traen y las toma. Cuando ya está preparado, que no le falta más que
montar, el rey hace que le saquen al patio un caballo fuerte y rápido; le dice que
monte y él así lo hace. Cuando está montado, ya ha obtenido licencia de todos, se
marcha y cabalga largas jornadas por tierras extrañas.
Una noche se albergó Lanzarote en una abadía blanca, en la que los frailes le
hicieron un gran honor pues era un caballero andante. Por la mañana, después de oír
misa, cuando quería irse del monasterio, miró hacia la derecha y vio una tumba muy
rica y hermosa, que al parecer estaba recién hecha. Se vuelve hacia aquella parte para
ver qué era; cuando ya estaba cerca, la encontró tan bella que bien le parecía que en
ella debe yacer un rico príncipe. Mira la cabecera y ve unas letras que dicen: AQUÍ
YACE EL REY BANDEMAGUS DE GORRA, A QUIEN MATO GALVÁN, EL
SOBRINO DEL REY ARTUS. Al oír esto, lo siente mucho pues tenía un gran amor
al rey Bandemagus y, si hubiera sido otro que Galván el que lo mató, no escaparía a
la muerte. Llora amargamente y hace un duelo digno de admiración diciendo que ésta
es una calamidad muy luctuosa para los de la casa del rey Artús y para muchos otros
nobles.
Aquel día Lanzarote permaneció allí muy apenado y entristecido por amor al
noble que le había hecho muchos honores. A la mañana siguiente, después de
armarse, montó en su caballo y encomendó los frailes a Dios, volviendo a tomar su
camino. Erró muchas jornadas, según le llevaba la ventura; así llegó a las tumbas en
las que las espadas estaban derechas. Tan pronto como vio esto, se dirigió hacia allá a
caballo y contempló las tumbas. Después se alejó de allí y vagó hasta llegar a la corte
del rey Artús, donde todos mostraron una gran alegría nada más verle, pues deseaban
mucho que regresaran él y los demás compañeros, de los que habían vuelto muy
pocos y los que habían vuelto no habían conseguido nada de la Demanda, por lo que
estaban muy avergonzados. La historia deja aquí de hablar de todos ellos y vuelve a
Galaz, el hijo de Lanzarote del Lago.

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Cómo Galaz Llegó A La Abadía Donde
Estaba El Rey Mordrain
CUENTA ahora la historia que cuando Galaz se separó de Lanzarote, cabalgó
muchas jornadas a la ventura, una vez hacia delante y otra hacia atrás, hasta que llegó
a una abadía en la que estaba el rey Mordrain; cuando oyó la noticia del rey que
esperaba al Buen Caballero, pensó que iría a verlo. A la mañana siguiente, tan pronto
como hubo oído misa, fue a donde estaba el rey; al entrar, el rey, que hacía tiempo
que por la voluntad de Nuestro Señor había perdido la vista y la fuerza del cuerpo,
vio claro tan pronto como se le acercó. Se incorporó rápidamente y dijo a Galaz:
«Galaz, servidor de Dios, verdadero caballero cuya venida he esperado durante tanto
tiempo, abrázame y déjame descansar sobre tu pecho, de tal forma que pueda morir
entre tus brazos, pues tú eres tan limpio y virgen sobre todos los demás caballeros
como la flor de lis, en la que se simboliza la virginidad, es más blanca que todas las
otras. Tú eres lis en virginidad, eres rosa verdadera, auténtica flor en virtud y en color
de fuego, pues el fuego del Espíritu Santo está tan prendido y encendido en ti que mi
carne, que estaba completamente muerta y envejecida, ha rejuvenecido ya en virtud».
Cuando Galaz oye estas palabras, se sienta a la cabecera del rey, lo abraza y se lo
pone delante porque el anciano deseaba descansar así; éste se inclina hacia él y,
abrazándole por el costado, empieza a apretarle diciendo: «Buen Padre de Jesucristo,
ya tengo mi voluntad. Ahora te pido que vengas a buscarme a este punto en el que
estoy, pues no podría morir en un lugar tan agradable y tan a mi gusto a no ser este
mismo sitio, pues en esta gran alegría que he deseado durante tanto tiempo no hay
más que rosas y flores de lis». En cuanto acabó esta oración a Nuestro Señor, fue
evidente que Nuestro Señor había oído su ruego, pues al punto entregó su alma a
Aquél a quien había servido durante tanto tiempo y murió entre los brazos de Galaz.
Al enterarse los de dentro de estos hechos, vinieron al cuerpo y encontraron que todas
las heridas que había padecido tanto, habían sanado: lo tuvieron como gran milagro.
Al cuerpo lo prepararon según convenía a rey y lo enterraron allí mismo.

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Cómo Galaz Terminó Con Las Aventuras De
La Fuente Que Hervía Y De La Tumba Ardiente,
GALAZ se quedó en aquel lugar dos días. Al tercero se marchó y cabalgó muchos
días hasta llegar a la Floresta Peligrosa, en la que encontró la fuente que hervía con
grandes olas, tal como contó la historia más arriba. Tan pronto como la tocó, se alejó
de aquélla el ardor y el calor, pues en él no había habido nunca calentamiento de
lujuria. Los del país tuvieron esto como gran maravilla en cuanto oyeron que el agua
se había enfriado. Desde entonces, perdió el nombre que tenía antes y fue llamada, en
adelante, la Fuente de Galaz.
Después de llevar a cabo esta aventura, llegó a la entrada de Gorra y tal como le
llevaba la fortuna, llegó a la abadía en la que Lanzarote había estado antes, en la que
encontró la tumba de Gallaad, rey de Hoselice, hijo de José de Arimatea, y la tumba
de Simeón, donde había muerto. Al entrar, miró la cripta que había bajo el
monasterio: cuando vio la tumba que ardía tan admirablemente, preguntó a los frailes
qué era aquello. «Señor —le contestaron—, es algo maravilloso que sólo puede ser
terminado por aquel que sobrepase en bondad y caballería a todos los compañeros de
la Tabla Redonda».
«Querría —les dijo—, si os agrada, que me llevaseis a la puerta por donde se
entra». Aquéllos le responden que lo harán con gusto. Le llevan a la entrada de la
cripta y desciende por las escaleras. En cuanto llegó a la tumba, desapareció el fuego
y la llama, que durante mucho tiempo habla sido grande y admirable, remitió por la
llegada de aquél en quien no había mal calor. Se acercó a la tumba y la levantó:
dentro vio el cuerpo de Simeón que había muerto; tan pronto como remitió el calor,
oyó una voz que le dijo: «Galaz, Galaz, debéis dar muchas gracias a Nuestro Señor
por haberos otorgado tan grandes virtudes, pues por vuestra buena vida podéis sacar
las almas de la pena terrenal y llevarlas a la alegría del Paraíso. Yo soy Simeón,
vuestro antepasado, que en el gran calor que habéis visto permanecí trescientos
cincuenta y cuatro años para purgar un pecado que cometí antaño contra José de
Arimatea. Y a pesar de la pena sufrida, yo me habría perdido y condenado, pero la
gracia del Espíritu Santo, que actúa en vos más que la caballería terrena, me ha tenido
compasión por la gran humildad que hay en vos y me ha quitado, afortunadamente,
del dolor terreno y me ha llevado a la alegría de los cielos sólo por la gracia de
vuestra venida». Los de allí, que habían bajado tan pronto como la llama se extinguió,
oyeron estas palabras y lo tuvieron por gran maravilla y por milagro. Galaz tomó el
cuerpo y lo sacó de la tumba en la que había estado tanto tiempo y lo llevó en medio
del monasterio. Después de hacer esto, los frailes lo tomaron y lo enterraron como
corresponde a caballero, pues él había sido caballero, le hicieron oficios como se le

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debían hacer y lo enterraron ante el altar mayor. Cuando lo hubieron hecho todo,
fueron a Galaz, haciéndole una honra tan grande, que no se podía más; le preguntaron
de dónde era y de qué gente. Él les contó la verdad.

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Cómo Galaz, Perceval Y Boores Llegaron A
Casa Del Rey Tullido
A la mañana siguiente, después de oír misa, Galaz se marchó, encomendando los
frailes a Dios; tomó el camino y cabalgó así cinco años completos hasta llegar a la
casa del Rey Tullido. Durante los cinco años le acompañó Perceval por todas partes.
En este tiempo llevaron a cabo todas las aventuras del reino de Logres que venían
sucediendo por manifestación maravillosa de Nuestro Señor. Y en ninguno de los
lugares, a los que fueron, por mucha abundancia de gente que hubiera, se
desconfortaron ni desmayaron ni tuvieron miedo.
Un día, al salir de un gran bosque admirable, encontraron por el camino a Boores,
que cabalgaba completamente solo. En cuanto lo conocieron, no preguntéis si se
pusieron alegres y contentos; pues habían estado sin él mucho tiempo y deseaban
muchísimo verle. Se alegran, honran y felicitan mutuamente. Después, le preguntan
cómo le ha ido; les cuenta todo y cómo se ha comportado: dice que fácilmente hace
cinco años que no se ha acostado más de cuatro veces en cama ni en hostal en el que
hubiera gente, sino en bosques desconocidos y en montañas alejadas, en las que
habría muerto más de cien veces de no haber sido por la gracia del Espíritu Santo que
le reconfortaba y sostenía en todas sus desdichas. «Y ¿encontrasteis algo de lo que
vamos buscando?», preguntó Perceval. «Ciertamente —le respondió—, no; pero creo
que no nos separaremos antes de haber dado con el motivo por el que esta Demanda
comenzó». «¡Qué Dios nos lo otorgue! —dijo Galaz—. Y así me salve Dios, no sé de
nada que me pueda alegrar tanto como vuestra venida, pues la quería y la deseaba
mucho».
De este modo el destino reunió a los tres compañeros a los que había separado.
Cabalgaron mucho tiempo, hasta que un día llegaron al castillo de Corbenic. Cuando
estuvieron dentro, el rey los reconoció y se produjo una gran alegría, pues sabían que
con esta llegada terminarían las aventuras del castillo, que tanto tiempo habían
durado. La noticia corrió por todas partes, hasta que todos fueron a verlos. El rey
Pelés llora sobre Galaz, nieto suyo, y lo mismo hacen todos los demás que lo
conocían desde niño.

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Cómo Galaz Acabó Con La Aventura De La
Espada Rota
CUANDO se hubieron desarmado, Eliezer, hijo del rey Pelés, trajo ante ellos la
Espada Rota, que fue aquella que hirió a José en medio del muslo, y de la cual ya ha
hablado la historia. La saca de la vaina y les cuenta cómo se rompió; entonces,
Boores la toma por si puede unirla, pero no pudo ser. Al ver que ha fracasado, la
entregó a Perceval y dijo: «Señor, intentad, veamos si este hecho es llevado a fin por
vos». «Con gusto», le responde. Toma la espada tal como estaba y junta las dos
piezas, pero no se unieron de ninguna forma. Cuando ve esto, dice a Galaz: «Señor,
nosotros hemos fracasado en esta aventura. Ahora conviene que vos lo intentéis, y si
vos también fracasáis, pienso que no será llevada a cabo por hombre mortal».
Entonces coge Galaz las dos piezas de la espada y las ajusta: se unen de manera tan
perfecta que no hay hombre en el mundo capaz de reconocer la ruptura anterior y, ni
siquiera, de apreciar que estuvo rota.
Cuando los compañeros observan esto, dicen que Dios les ha mostrado un buen
comienzo y que bien creen que fácilmente terminarán con los demás hechos, pues
esta aventura ha podido ser llevada a fin. Los de allí, al ver que la aventura de la
espada ha sido acabada, manifiestan una admirable alegría. La entregaron a Boores y
le dijeron que no podría ser mejor empleada, pues era un buen caballero y sensato.

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Cómo Los Tres Compañeros Vieron A
Josofes Descender Del Cielo
A la hora de vísperas empezó a oscurecer y a cargarse el cielo y se levantó un
viento fuerte y grande que golpeaba en la misma sala: era tan cálido que la mayoría
de ellos pensaron estar ardiendo y algunos cayeron desmayados por el gran miedo
que tenían. Entonces oyeron una voz que dijo: «Los que no deben sentarse en la mesa
de Jesucristo, que se vayan, pues los verdaderos caballeros ahora serán saciados con
el alimento del cielo».
Al oír estas palabras, salieron todos sin esperar más, a excepción del rey Pelés,
que era muy buen hombre y de santa vida, de Eliezer, su hijo, y una doncella,
descendiente del rey, que era lo más santo y religioso que se conocía en la tierra. Con
estos tres se quedaron los tres compañeros, por ver qué manifestación quería hacerles
Nuestro Señor. Al poco rato, vieron venir por la puerta nueve caballeros armados, que
se quitan los yelmos y las armaduras y se acercan a Galaz; se inclinan ante él y dicen:
«Señor, mucho nos hemos apresurado para estar con vos a la mesa en la que se
repartirá la Alta Comida». Éste les responde que han llegado a tiempo, pues tampoco
hace mucho que llegaron ellos. Se sientan todos en medio de la sala; Galaz les
pregunta de dónde son; tres contestan que son de Gaula, otros tres dicen que son de
Irlanda y los demás que son de Dinamarca.
Mientras hablaban así, ven salir de una de aquellas habitaciones un lecho de
madera, traído por cuatro doncellas. En el lecho yacía un anciano, enfermo al parecer,
que llevaba una corona de oro a la cabeza. Al llegar al centro de la sala, lo dejan y se
marchan. Aquél levanta la cabeza y dice a Galaz: «Señor, ¡sed bienvenido! He
deseado mucho veros y he esperado largo tiempo vuestra llegada en tal pena y
angustia que cualquier otro no lo hubiera podido soportar; pero, si Dios quiere, ha
llegado ahora el momento en que mi dolor se aliviará y en que yo moriré tal como me
fue prometido hace tiempo».
Mientras decía estas palabras, oyeron una voz que dijo: «El que no haya sido
compañero en la Demanda del Santo Graal, que se vaya, pues no tiene derecho a
permanecer más». Tan pronto como fueron pronunciadas estas palabras, salieron el
rey Pelés, su hijo Eliezer y la doncella. Cuando la sala quedó vacía, sólo con los que
se sentían como compañeros en la Demanda, les pareció a los que habían
permanecido que de la parte del cielo bajaba un hombre vestido a semejanza de
obispo, con una cruz en la mano y mitra en la cabeza; lo llevaban cuatro ángeles en
una silla riquísima y lo sentaron junto a la mesa sobre la que estaba el Santo Graal. El
que había sido traído con figura de obispo tenía unas letras en su frente que decían:
«He aquí a Josofes, el primer obispo de los cristianos, el mismo a quien Nuestro

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Señor consagró en la ciudad de Sarraz, en el palacio espiritual». Los caballeros que
ven esto y saben de letras, se extrañan mucho, pues este Josofes, del que hablan las
letras, había muerto hacía más de trescientos años. Les habla diciéndoles: «¡Ay!,
caballeros de Dios, servidores de Jesucristo, no os admiréis si me veis ante vos tal
como estoy con este vaso santo, pues del mismo modo que yo le serví en la tierra, así
soy su siervo en espíritu».

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De La Visión Que Tuvieron Los Tres
Compañeros
DESPUÉS de decir esto, se dirige hacia la mesa de plata; se acoda y arrodilla ante el
altar y después de estar allí un gran rato, presta atención y oye que se abre la puerta
de la habitación y que da un golpe muy fuerte. Mira hacia aquella parte y los demás
hacen lo mismo: ven salir a los ángeles que habían traído a Josofes, de los cuales dos
llevaban sendos cirios; el tercero, una tela de jamete rojo y el cuarto una lanza que
sangraba tan abundantemente que las gotas caían en un recipiente que llevaba en la
otra mano. Colocaron los dos cirios sobre la mesa; el tercero, puso la tela junto al
Santo Vaso y el cuarto sostuvo la lanza completamente recta sobre el Santo Vaso, de
tal forma que caía dentro de él la sangre que corría por el asta abajo. Nada más hacer
esto, se levantó Josofes y retiró un poco la lanza de encima del Santo Vaso y lo cubrió
con la tela.
Entonces hizo Josofes como que iba a comenzar el sacramento de la misa.
Después de permanecer así un rato, tomó de dentro del Santo Vaso una oblea que
estaba hecha a semejanza de pan. Al elevarla, descendió del cielo una figura
semejante a un niño, cuyo rostro era tan rojo y ardiente como el fuego; se metió en el
pan, de tal modo que los que estaban en la sala vieron sin dificultad que el pan tenía
forma de hombre de carne. Después de haberlo sostenido un buen rato, Josofes lo
volvió a meter en el Santo Vaso.

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Cómo Quedaron Saciados Por La Comida Del
Santo Graal
CUANDO Josofes hubo hecho lo que el sacerdote debe hacer en el servicio de la
misa, se acercó a Galaz, lo besó y le dijo que besara a sus hermanos. Así lo hizo.
Después de esto, les dijo: «Servidores de Jesucristo, que os habéis esforzado y habéis
sufrido por ver una parte de las maravillas del Santo Graal, sentaos en esta mesa:
quedaréis saciados con la mejor comida que nunca probó ningún caballero, repartida
por la mano misma de vuestro Salvador. Podréis decir que en buena hora os
esforzasteis, pues hoy recibiréis la más alta recompensa que nunca recibió caballero».
Tras decir esto Josofes, desapareció de entre ellos, de tal forma que no supieron qué
había sido de él. Se sentaron a la mesa con gran miedo y comienzan a llorar con tal
amargura que sus rostros se mojan.
Miran entonces los compañeros y ven salir del Santo Vaso a un hombre desnudo,
con las manos, los pies y el corazón sangrando, y que les dijo: «Caballeros y
servidores míos y de mi leal hijo, que en vida mortal habéis llegado a ser espirituales,
que me habéis buscado tanto que no puedo ocultarme a vosotros durante más tiempo,
conviene que veáis parte de mis secretos y de mis misterios, pues habéis hecho tantas
cosas que ya estáis sentados a mi mesa, a la cual no comió ningún caballero desde los
tiempos de José de Arimatea. Los restantes tuvieron lo que tienen los servidores: es
decir, los caballeros actuales y muchos otros han sido saciados con la gracia del Santo
Vaso, pero nunca estuvieron como vosotros estáis ahora. Tomad y recibid el alto
alimento que habéis deseado durante tanto tiempo y por el que habéis trabajado
tanto».
Entonces él mismo tomó el Santo Vaso y se acercó a Galaz; éste se arrodilla
cuando le da su Salvador. Lo recibe gozoso con las manos juntas y lo mismo hace
cada uno de los demás, y no le pareció a ninguno que no le metiera en la boca el trozo
semejante a pan.

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Cómo Galaz Sanó Al Rey Tullido Y Partió
Con El Santo Graal Hacia Sarraz
CUANDO todos hubieron recibido el alto alimento, que les parecía tan dulce y
maravilloso que creían que todas las suavidades que se pueden pensar con el corazón
estaban dentro de su cuerpo, Aquel que así les había saciado dijo a Galaz: «Hijo,
limpio y puro como hombre terreno puede ser, ¿sabes qué tengo entre mis manos?».
«¡De ninguna manera! —le contestó—, si no me lo decís vos». «Es —le dijo— la
escudilla en la que Jesucristo comió el cordero el día de Pascua con sus discípulos. Es
la escudilla que ha servido a todos aquellos que he encontrado en mi servicio; es la
escudilla que no vio ningún hombre de poca fe sin que le pesara mucho. Y porque ha
servido abundantemente a todos, debe ser llamada el Santo Graal. Ya has visto lo que
tanto querías ver y deseabas, pero aún no lo has visto tan al descubierto como lo
verás. ¿Sabes dónde tendrá lugar esto? En la ciudad de Sarraz, en el palacio
espiritual: por eso debes irte de aquí en compañía de este Santo Vaso, que esta misma
noche se alejará del reino de Logres de tal forma que no volverá a ser visto y no
volverá a haber más acontecimientos extraños. ¿Sabes por qué se va? Porque no es
servido y honrado por los de esta tierra como le corresponde, pues, se han hecho de
peor vida y más mundana aquellos que fueron saciados antaño por la gracia de este
Santo Vaso. Y ya que lo han recompensado tan mal, les desvisto de los honores que
les había concedido. Por eso quiero que mañana por la mañana vayas al mar, donde
encontrarás la nave en la que tomaste la Espada del Extraño Tahalí; para que no vayas
solo, quiero que lleves contigo a Perceval y a Boores. No deseo que te marches de
esta tierra sin que el Rey Tullido haya sanado; por eso, tomarás sangre de la lanza y
se la untarás en las piernas: con esto quedará sano y ninguna otra cosa podrá curarle».
«¡Ay!, Señor —dijo Galaz—, ¿por qué no permitís que vengan todos conmigo?».
«Porque no lo quiero así —le contestó—, sino que lo hago a semejanza de mis
apóstoles; pues del mismo modo que comieron conmigo el día de la cena, igualmente
coméis vosotros ahora conmigo en la mesa del Santo Graal y ya sois doce, como doce
fueron los apóstoles. Y yo soy el décimo tercero, por encima de vosotros, que debo
ser vuestro maestro y vuestro pastor. Y del mismo modo que yo los separé y los hice
ir por el universo mundo a predicar la verdadera ley, igualmente os separo a unos de
los otros. Y todos moriréis en este servicio a excepción de uno». Les da la bendición
y se desvanece de tal forma que no supieron qué había sido de él y sólo lo vieron ir
hacia el cielo.
Galaz se acercó a la lanza que estaba tendida sobre la mesa, tocó la sangre y
después se dirigió al Rey Tullido y le untó con ella las piernas en donde había sido
herido. Éste se vistió al momento y salió del lecho sano y salvo. Dio gracias a

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Nuestro Señor por haberle curado tan súbitamente; después vivió mucho tiempo, pero
no fue en el siglo, sino que se entregó a una orden de monjes blancos. Por su amor
hizo Nuestro Señor muchos milagros hermosos, de los que no habla aquí la historia,
porque sería una gran tarea.

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Cómo Se Despidieron Los Que Habían
Contemplado El Santo Graal
ALREDEDOR de medianoche, después de orar un buen rato a Nuestro Señor para
que, fuesen por donde fuesen, su piedad los condujera a la salvación de sus almas,
descendió una voz sobre ellos que les dijo: «Hijos míos, y no hijastros míos, amigos
míos, y no guerreros míos, salid de aquí y marchad a donde penséis que podréis hacer
lo mejor, según os lleve el destino». Al oír esto, responden todos a la vez: «Padre de
los cielos, bendito seas tú que te dignas tenernos como hijos y amigos. Bien nos
damos cuenta ahora de que hemos terminado con nuestras penas». En esto, salen de
la sala y descienden al patio, encontrando armas y caballos; se preparan y montan.
Cuando ya están sobre los caballos abandonan el castillo mientras se preguntan
quiénes son, para conocerse los unos a los otros. Resulta que de los tres que había de
Gaula, uno era Claudín, hijo del rey Claudas y los otros, fueran del lugar que fueran,
eran bastante gentiles y de elevado linaje. A la hora de marchar se besaron como
hermanos, lloraron con ternura y todos dijeron a Galaz: «Señor, sabed que en verdad
nunca tuvimos una alegría semejante a la que tuvimos en el momento en que nos
enteramos de que os acompañaríamos y nunca hubo un dolor tan grande como el que
tenemos al separarnos de vos tan pronto. Pero vemos bien que esta separación agrada
a Nuestro Señor y por eso conviene que nos dejemos sin hacer duelo». «Buenos
señores —dijo Galaz—, si amasteis mi compañía, tanto más amé yo la vuestra; pero
bien podéis ver que es imposible seguir de compañeros. Por eso, os encomiendo a
Dios y os ruego, si vais a la corte del rey Artús, que me saludéis a Lanzarote, mi
padre, y a los de la Tabla Redonda». Ellos le responden que, si van hacia allá, no lo
olvidarán.
Así se separan unos de otros. Galaz toma el camino con sus compañeros y
cabalgan los tres juntos hasta llegar al mar en menos de cuatro días; y hubieran
llegado aún antes, pero no seguían el camino recto, como quienes no conocen
demasiado bien las sendas.

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Cómo Galaz Pedía Morir En La
Contemplación Del Santo Graal
CUANDO llegaron al mar, encontraron a la orilla la nave en la que había sido
hallada la Espada del Extraño Tahalí y vieron al costado de la nave las letras que
decían que no entrara en ella nadie si no creía con firmeza en Jesucristo. Al acercarse
a la borda y mirar dentro, vieron que en medio del lecho que había en la nave, estaba
la mesa de plata que habían dejado en casa del Rey Tullido. Y el Santo Graal estaba
encima, cubierto con un jamete bermejo, hecho a semejanza de tela. Cuando los
compañeros ven esto, se lo fueron mostrando unos a otros y decían que habían tenido
suerte, pues lo que más querían y deseaban ver les acompañaría hasta donde tuvieran
que quedarse. Se persignan entonces y se encomiendan a Nuestro Señor al entrar en
la nave. Tan pronto como penetraron, el viento, que antes estaba en calma y sereno,
dio sobre la vela con tal fuerza que hizo que la nave se alejara de la orilla y la empujó
a alta mar. Comenzó entonces a ir muy deprisa, tal como el viento la impulsaba, cada
vez con más y más fuerza.
De tal forma vagaron por el mar mucho tiempo, sin saber a dónde les llevaba
Dios. Siempre que se acostaba y levantaba, Galaz rogaba a Nuestro Señor que le
permitiera abandonar la vida en el momento en que se lo pidiese. Tantas veces hizo
este ruego, por la mañana y por la noche, que la voz divina le dijo: «No desmayes,
Galaz, pues Nuestro Señor hará tu voluntad en lo que le suplicas: en el momento en
que le pidas la muerte de tu cuerpo, la tendrás y recibirás la vida del alma y el gozo
eterno». Este ruego que Galaz había hecho tantas veces, lo había oído Perceval, y se
preguntaba extrañado por qué lo pedía; le suplicó por la amistad y la fe que entre
ellos debía haber, que le dijera por qué rogaba tal cosa. «Os lo diré, le contestó Galaz.
Anteayer, cuando vimos parte de las maravillas del Santo Graal que, por su santa
piedad, nos mostró Nuestro Señor, mientras yo contemplaba los misterios que no se
descubren a todos, sino solamente a los ministros de Jesucristo, entonces, mientras
veía aquellas cosas que un corazón humano no podría pensar, ni lengua alguna
describir, estaba mi corazón en tan gran arrobamiento y en un gozo tan grande, que si
hubiera abandonado esta vida en aquel momento, sé bien que, si hubiera muerto
entonces, ningún hombre hubiera muerto en ocasión tan feliz como la mía; había ante
mí tal cantidad de ángeles y tal abundancia de cosas espirituales que yo hubiera sido
trasladado entonces de la vida terrena a la vida celestial, a la alegría de los gloriosos
mártires y de los amigos de Nuestro Señor. Y porque pienso que aún estaré en
semejante ocasión o en mejor que en la que estuve entonces viendo aquella gran
alegría, por eso hago este ruego que habéis oído. Así deseo abandonar la vida, por la
voluntad de Nuestro Señor, viendo las maravillas del Santo Graal».

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Cómo Llegaron A La Ciudad De Sarraz,
ASÍ anunció Galaz a Perceval la llegada de la muerte, tal como le había prevenido
la respuesta divina. Y según os he contado, los del reino de Logres por sus pecados
perdieron el Santo Graal, que tantas veces les había alimentado y saciado. Y del
mismo modo que Nuestro Señor lo envió a Galaad y a José y a sus descendientes, por
ser buenos, así se lo quitó a los malos sucesores de aquéllos por la maldad y la
infidelidad que en ellos encontró. Y por esto se puede apreciar de forma clara que los
malos descendientes perdieron por su maldad lo que los buenos habían mantenido
con su valor.
Mucho tiempo permanecieron en el mar los compañeros; un día dijeron a Galaz:
«Señor, no os habéis acostado nunca en esta cama que, según la inscripción, fue
hecha para vos. Y debéis acostaros, pues la carta afirma que descansaréis en ella». Él
respondió que se echaría a descansar. Se acuesta y duerme un buen rato. Al
despertarse, mira ante sí y ve la ciudad de Sarraz. Entonces les llegó una voz que
dijo: «Salid de la nave, caballeros de Jesucristo; tomad entre los tres esta mesa de
plata y llevadla a la ciudad tal como está y no la dejéis hasta que hayáis llegado al
palacio espiritual en el que Nuestro Señor consagró a Josofes como primer obispo».

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Del Milagro Que Hizo Galaz A La Entrada
De La Ciudad
CUANDO ya querían sacar la mesa, miraron hacia alta mar y vieron venir la nave
en la que habían puesto, hacía mucho tiempo, el cuerpo de la hermana de Perceval.
Al ver esto, se dijeron: «En nombre de Dios, bien ha mantenido esta doncella su
promesa, pues nos ha seguido hasta aquí». Toman entonces la mesa de plata y la
sacan fuera de la nave; Boores y Perceval van delante y Galaz detrás; y comienzan a
ir hacia la ciudad. Cuando llegaron a la puerta, Galaz estaba ya muy cansado por el
peso de la mesa, que no era nada ligera. Ve entonces a un hombre con muletas junto a
la puerta, que esperaba la limosna de los transeúntes, quienes a menudo le hacían el
bien por amor a Jesucristo. Cuando Galaz estaba más cerca, lo llamó y le dijo: «Buen
hombre, ven a ayudarme a llevar esta mesa ahí arriba, al palacio». «¡Ay! Señor, por
Dios, le contestó, ¿qué es lo que decís? Hace más de diez años que no puedo caminar
sin la ayuda de otro». «No te preocupes, le responde, levántate y no dudes, pues estás
curado». Al decirle esto Galaz, intenta ponerse en pie; mientras lo intenta, se
encuentra tan sano y salvo como si no hubiera padecido mal en su vida. Corre
entonces hacia la mesa y la coge por el mismo lado que Galaz. Cuando entra en la
ciudad les va diciendo a todos los que encuentra el milagro que Dios le había hecho.
Al llegar arriba, al palacio, vieron la silla que Nuestro Señor hizo antaño para que se
sentara Josofes. Mientras tanto, acuden corriendo todos los de la ciudad a ver al
hombre tullido que se había enderezado de nuevo. Cuando los compañeros hubieron
hecho lo que se les había encomendado, volvieron a la orilla y entraron en la nave en
la que estaba la hermana de Perceval. La toman con su lecho y la llevan al palacio,
enterrándola con tanta riqueza como corresponde a hija de rey.

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Cómo El Rey Ezcorant Hizo Prisioneros A
Galaz, Perceval Y Boores
CUANDO el rey de la ciudad, que se llamaba Ezcorant, vio a los tres compañeros,
les preguntó de dónde eran y qué habían traído en aquella mesa de plata. Ellos le
dijeron la verdad de cuanto les preguntó, las maravillas del Graal y el poder que en él
puso Dios; pero el rey fue desleal y cruel, como perteneciente al maldito linaje de los
paganos: no creyó nada de lo que le contaron y les dijo que eran desleales, traidores.
Esperó a que se desarmaran y entonces los hizo apresar por sus gentes y
encarcelarlos; los tuvo un año en la prisión sin que salieran nunca. Pero ellos tuvieron
suerte, pues tan pronto como fueron encarcelados, Nuestro Señor, que no los
olvidaba, les envió el Santo Graal para que les hiciera compañía: con la gracia fueron
alimentados todo el tiempo que estuvieron en la cárcel.
Al cabo del año, Galaz se quejó a Nuestro Señor diciéndole: «Señor, creo que ya
he permanecido bastante tiempo en esta vida; si os agrada, sacadme pronto». Aquel
mismo día Ezcorant yacía en el lecho, enfermo de muerte. Los llamó ante sí y les
pidió perdón porque los había tratado mal sin razón. Ellos se lo perdonaron con gusto
y al punto murió.

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Cómo Galaz fue hecho rey de Sarraz
UNA vez enterrado, los de la ciudad se entristecieron mucho, pues no sabían a
quién podían nombrar rey. Estuvieron reunidos mucho tiempo y los que estaban en el
consejo oyeron una voz que les dijo: «Tomad al más joven de los tres compañeros; él
os protegerá bien y os dará buenos consejos mientras esté con vosotros». Cumplieron
la orden de la voz; tomaron a Galaz, lo nombraron señor de todos ellos, quisiese o no,
y le pusieron la corona en la cabeza. A él le pesó mucho, pero, como vio que era
conveniente hacerlo, aceptó, pues si no lo hubieran matado.
Al ser nombrado señor de la tierra, Galaz mandó construir, por encima de la mesa
de plata, un arco de oro y de piedras preciosas que cubriera el Santo Vaso. Todas las
mañanas, tan pronto como se levantaba, iba con sus compañeros ante el Santo Vaso y
hacían allí sus ruegos y sus oraciones.
Al cabo de un año, el mismo día que Galaz se había ceñido la corona, se levantó
muy temprano con sus compañeros. Fueron al palacio que se llamaba espiritual y al
mirar delante del Santo Vaso vieron a un hermoso hombre revestido como obispo,
arrodillado ante la mesa y que golpeaba su pecho; a su alrededor había tal cantidad de
ángeles como si fuera el mismo Jesucristo. Después de estar un buen rato de rodillas,
se levantó y comenzó la misa de la gloriosa Madre de Dios. Al llegar a la
consagración, cuando quitó la patena de encima del Santo Vaso, llamó a Galaz y le
dijo: «Ven, servidor de Jesucristo, verás lo que tanto tiempo has deseado ver».
Avanza y mira dentro del Santo Vaso. Tan pronto como lo hubo mirado, comienza a
temblar mucho, pues la carne mortal había contemplado asuntos espirituales.
Entonces tiende Galaz sus manos hacia el cielo y dice: «Señor, te adoro y doy gracias
por haber cumplido mi deseo, pues ahora veo con toda claridad lo que ninguna lengua
podría describir y ningún corazón pensar. Aquí veo el principio de los grandes
atrevimientos y el motivo del valor; aquí veo la maravilla de todas las demás
maravillas. Y ya que es así, buen dulce Señor, pues habéis cumplido mi voluntad de
dejarme ver lo que siempre deseé, os ruego ahora que igual que estoy, con este gran
gozo, permitáis que pase de la vida terrena a la celestial».

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Cómo Galaz Se Despidió De Sus
Compañeros Y Murió
NADA más hacer esta petición a Nuestro Señor, el buen hombre que estaba ante el
altar revestido corno obispo, tomó el Corpus Domini de encinta de la mesa y lo
ofreció a Galaz. Éste lo recibió con mucha humildad y con gran devoción. Apenas
había comulgado, el anciano le dijo: «¿Sabes quién soy?». «Señor, no, si no me lo
decís». «Sabed —le dijo— que soy Josofes, el hijo de José de Arimatea, enviado por
Nuestro Señor para hacerte compañía. ¿Sabes por qué me ha mandado antes que a
ningún otro? Porque te has parecido a mí en dos aspectos: has visto las maravillas del
Santo Graal, como yo las vi, y has sido virgen como yo soy; es justo que un virgen
acompañe a otro».
Después de decirle estas palabras, Galaz va hacia Perceval y lo besa, después a
Boores y le dice: «Boores, saludadme a Lanzarote, mi padre, tan pronto como lo
veáis». Entonces, se volvió Galaz a la mesa y se puso apoyando en el suelo codos y
rodillas; apenas había estado un momento cuando cayó de bruces sobre el suelo del
palacio, pues su alma ya estaba fuera del cuerpo. Los ángeles se la llevaron con gran
gozo, y dando gracias a Nuestro Señor.
Nada más morir Galaz, sucedió algo maravilloso, pues sus dos compañeros vieron
que una mano venía del cielo, pero no vieron el cuerpo al que pertenecía la mano;
descendió directamente al Santo Vaso, lo tomó y también la lanza y, se los llevó al
cielo, de tal forma que no hubo nadie desde entonces tan osado que se atreviera a
decir que había visto el Santo Graal.

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Cómo Perceval Se Hizo Ermitaño
CUANDO Perceval y Boores vieron que Galaz había muerto lo sintieron más que
nadie y, si no hubieran sido tan buenos y de vida tan santa, pronto hubieran caído en
la desesperación, por el gran amor que le tenían. La gente del país hizo un duelo muy
grande y se entristeció mucho. En el mismo sitio donde murió se le hizo la fosa y, tan
pronto como fue enterrado, Perceval se metió en una ermita a las afueras de la ciudad,
tomando hábitos de religión. Boores marchó con él, pero nunca cambió la ropa de
seglar, pues aún debía volver a la corte del rey Artús. Perceval vivió en la ermita un
año y tres días, y después abandonó la vida; Boores hizo que lo enterraran con su
hermana y con Galaz en el palacio espiritual.

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Cómo Boores Regresó A La Corte Del Rey
Artús Y Contó Todo Lo Que Sabía
CUANDO Boores vio que se había quedado completamente solo en tierras tan
lejanas como aquella parte de Babilonia, se marchó de Sarraz completamente armado,
fue al mar y entró en una nave. Tuvo tanta fortuna que en muy poco tiempo llegó al
reino de Logres. Al llegar al país, cabalgó varias jornadas hasta alcanzar Camaloc,
donde estaba el rey Artús. Nunca hubo una alegría tan grande como la que tuvieron
por él, pues bien pensaban haberlo perdido para siempre jamás, pues había estado
mucho tiempo fuera del país.
Después de comer, el rey hizo venir a los clérigos que escribían las aventuras de
sus caballeros. Cuando Boores hubo contado los hechos del Santo Graal, tal como los
había visto, fueron puestos por escrito y guardados en los armarios de Salebieres, de
donde los sacó MAESTRO GAUTIER MAP para hacer su libro del Santo Graal por
amor al rey Enrique, su señor, quien hizo trasladar la historia del latín al francés.
Aquí calla la historia y no dice nada más de las AVENTURAS DEL SANTO
GRAAL.

www.lectulandia.com - Página 284


Notas

www.lectulandia.com - Página 285


[1]
La Chanson de Saisnes narra las campañas de Carlomagno en Sajonia. Fue
publicada por F. Stengel, 2 vols, 1906-1909. Los versos citados son los 6-11. <<

www.lectulandia.com - Página 286


[2] Sólo hay tres materias para quien tenga entendimiento: de Francia, de Bretaña y de

Roma la Grande; ninguna de las tres materias se parece. Las historias de Bretaña son
ligeras y agradables, las de Roma son sabias y educativas. Las de Francia se muestran
más verdaderas cada día. <<

www.lectulandia.com - Página 287


[3]
Godofredo de Monmouth era galés; llegó a ser obispo de Saint-Asaph, en
Inglaterra. Su obra está dedicada a Enrique I Plantagenet (hacia 1135). <<

www.lectulandia.com - Página 288


[4] Wace fue clérigo de origen inglés, aunque formado en Francia. Su actividad
literaria se centró especialmente en los temas hagiográficos (Vida de santa Margarita,
Concepción de la Virgen, Vida de san Nicolás, etc.), pero destaca por sus dos obras de
carácter histórico: el Roman de Brut (de cómo Bruto llegó a Britannia y la pobló) y el
Roman de Rou (historia inacabada de los monarcas ingleses). <<

www.lectulandia.com - Página 289


[5] El Tristán de Thomas se ha conservado fragmentariamente. <<

www.lectulandia.com - Página 290


[6] Además de las influencias citadas, en Layamon se pueden encontrar recuerdos de

diversas tradiciones orales de los pueblos germánicos: concretamente se han señalado


paralelismos con ciertos detalles del Beowulf. <<

www.lectulandia.com - Página 291


[7] Chrétien de Troyes tituló estas obras de otra forma: Le Chevalier da Lion (Ivain),

Le Chevalier de la Charrete (Lancelot) y Li contes du Grial (Perceval) y procuró


ocultar el nombre del héroe hasta bien avanzada la narración. Hay traducciones de las
dos últimas: Lanzarote del Lago o el Caballero de la Carreta, por García Gual y L.
A. de Cuenca. Barcelona, 1976. Perceval o el Cuento del Grial, traducción del texto
francés del siglo XII por Martín de Riquer. Madrid, 1961. <<

www.lectulandia.com - Página 292


[8] Además del Lancelot de Chrétien hay un Lanzelet (de principios del siglo XIII) en

alemán, obra de Ulrich von Zatzikhoven y que procede de fuente distinta que el
Chevalier de la Charrete. <<

www.lectulandia.com - Página 293


[9] El remontarse a la infancia, juventud y linaje del héroe constituye un paso casi

obligado en aquellas manifestaciones literarias que giran en torno a un personaje: en


épica son muy abundantes los ejemplos. <<

www.lectulandia.com - Página 294


[10]
Fue esta obra de Wolfram von Eschenbach la que inspiró el Parsifal de R.
Wagner. <<

www.lectulandia.com - Página 295


[11] Por este motivo —junto con otros detalles— algunos críticos han sospechado que

Robert de Boron escribió una Muerte de Artús, que cerraría el ciclo. <<

www.lectulandia.com - Página 296


[12] Las hazañas de Lanzarote se deben más a su fuerza moral y a sus virtudes que a

su valor. <<

www.lectulandia.com - Página 297


[13] El Graal es un objeto difícil de identificar: en principio, los autores suelen
considerarlo como una especie de escudilla o de fuente; pero después de Chrétien
empieza a definirse como algo mucho más concreto: en unos será el Vaso que sirvió
para recoger la sangre derramada por Cristo al recibir el lanzazo de Longinos; para
otros, es la fuente que llevaba los manjares en la Ultima Cena. Algunos críticos
actuales han pensado en tradiciones celtas, mientras que otros estudiosos vieron en el
Graal y la lanza sangrante la pervivencia de ciertos ritos paganos relacionados con la
fertilidad. Por último, hay quien señala el paralelismo existente entre la procesión del
Graal y algunas manifestaciones litúrgicas del rito bizantino. Por fin, también hay
quien ha encontrado motivos de carácter judío. <<

www.lectulandia.com - Página 298


[14] Galaz es hijo de Lanzarote y de la hija del rey Pelés (o rey Tullido), en quien

Lanzarote vio —por efectos de un filtro— a la reina Ginebra; no hubo, pues,


infidelidad voluntaria por parte del caballero. <<

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[15] Es necesario recordar el extraordinario trabajo de F. Lot, Etude sur le Lancelot en

prose, París, 1994. A lo largo de este epígrafe citaré varias veces la obra de Lot de
forma abreviada, Etude. <<

www.lectulandia.com - Página 300


[16] Ocupa siete volúmenes en 4.º (con más de 2800 páginas) en la edición de O.

Sommer (Washington, 1909-1913). <<

www.lectulandia.com - Página 301


[17] Además de Vulgata, el conjunto de las cinco partes recibe otros nombres, como

Pseudo-Map y Lanzarote-Graal; por lo general, la denominación Lanzarote en prosa


se reserva para las tres últimas partes del ciclo, aunque no es raro verla aplicada al
conjunto. Nosotros emplearemos el título de Vulgata cuando nos refiramos al ciclo
completo y Lanzarote en prosa para aludir a los tres últimos libros de la Vulgata. Para
evitar mayores confusiones, no utilizaremos ninguna otra denominación. Los
problemas relativos al texto pueden verse en Lot, Etude, pp. 13 y ss. <<

www.lectulandia.com - Página 302


[18] Vid. Lot, Etude, pp. 126-159. <<

www.lectulandia.com - Página 303


[19] J. Frappier, Etude sur la Mort le Roi Artu, p. 119 y siguientes. <<

www.lectulandia.com - Página 304


[20] Cfr. E. Gilson, La Mystique de la Grace, pp. 19-91. <<

www.lectulandia.com - Página 305


[21] Para el estudio de la Materia de Bretaña en la literatura peninsular resultan útiles

los trabajos que cito a continuación y cuya referencia bibliográfica completa se puede
hallar en la Bibliografía que incluyo en el presente volumen: Bohigas, Los textos
españoles; Entwistle, The Arthurian Legend; Lida, Estudios de literatura; Martins,
Estudos; Pietsch, Spanish Grail. Una Bibliografía de conjunto es la de Sharrer, A
Critical Bibliography, donde se alude a la existencia de otros fragmentos
desconocidos hasta ahora (cfr., p. e., p. 20). <<

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