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Del Talibán laico a la Gestapo Gay: Historia de un viacrucis

Cuauhtémoc Mondragón López

Ese aferrado concepto de la "ideología de género", con el cual se ha descalificado la


impartición de temas sobre identidad sexual en escuelas de nivel básico en la república
mexicana, puede resultar tan incomprensible como aquel otro de los "talibanes del
laicismo" con el que llegó a insistir cierta parte del sector eclesiástico hace tiempo.

Corría el año 2009 y el entonces Presidente de la República, Felipe Calderón


Hinojosa, fue objeto de crítica por presidir en calidad de jefe de Estado el sexto
Encuentro Mundial de las Familias, cuyo anfitrión fue la Arquidiócesis Primada de
México. Calderón habló de nuestro país, “tierra de María Guadalupe y San Juan Diego,
también de los mártires de la persecución”. Y sin poder omitir el comercial (pues la
carne es débil), también habló del primer santo mexicano: su seguro patrono San
Felipe de Jesús.

El mandatario aprovechó para externar su preocupación por la desintegración


del núcleo familiar tradicional (papa-mama-e-hijitos, como dios manda) y su
repercusión obvia: el ascenso de la descomposición social. El grito en el cielo de
algunos funcionarios públicos no se hizo esperar. Y ante la ignominia, la Arquidiócesis
sentenció que aquellos detractores de la buena fe de nuestro expresidente no eran más
que unos talibanes, en su sentido más alegórico. Adeptos a ultranza del Estado “laico”.

Con frecuencia este concepto es entendido como opuesto al culto religioso,


cuando en realidad no es así. En el siglo V, el papa Gelasio I fundó “la doctrina de las
dos espadas”, que proponía la independencia entre las auctoritas del pontífice y las
potestas del emperador. Ésta serviría como base para la defensa moderna de la
laicidad, entendida por el filósofo Nicolás Abbagnano como “reivindicación de la
autonomía recíproca de las diversas esferas de la actividad humana”. Bovero y su
texto, El concepto de Laicidad, tendrán más para ahondar sobre este asunto.

En todo caso, cabría cerrar este episodio de la política en México con la


definición que apuntó Rafael Barajas “El Fisgón” para entender a ese Frankenstein
conceptual del talibán laico: un fanático de la tolerancia que no permite imponer nuestra
intolerancia.
Pero lo cierto es que existen muchos otros casos donde la exclusión se reviste
bajo una confusa idea de justicia (can you hear me, Major Trump?) que para hacerse
respetar patalea, llora y mueve amenazadoramente sus manitas como un nene
consentido (o más bien, sin sentido) a quien todavía hay que explicarle la importancia
de la convivencia con otros. Un nene cuyo universo es mamá y papá.

Situémonos ahora en el 2016. El actual presidente Enrique Peña Nieto emitió


una iniciativa de ley para legalizar a nivel federal el matrimonio sin distinciones de clase
social, origen étnico, género u orientación sexual. La propuesta también avalaría el
ejercicio de adopción, con lo cual se ampliaría el margen tradicional de la familia para
dar cabida a formas de organización familiar con mayor heterogeneidad.

En paralelo, la Secretaría de Educación Pública ha hecho permisiva la


distribución de textos gratuitos con temas de educación sexual e información que busca
visibilizar las diferentes formas de orientación e identidades de género desde un punto
de vista incluyente, con el fin de sensibilizar en materia de diversidad social.

Y como un déjà vu, la crítica también arreció sobre el titular del poder ejecutivo,
sólo que esta vez provino de la grey que en 2009 vitoreó a Calderón como nuestro
presidente católico. La organización Red Familia se pronunció contra la impartición de
estos temas por considerar que promueven la homosexualidad, sin mencionar lo
irrespetuosos que resultan para el concepto de familia natural.

Después, la propuesta de Peña Nieto quedó fuera de la agenda legislativa en el


actual periodo ordinario por no existir consenso para su aprobación y por no ser una
cuestión prioritaria, según dijera Emilio Gamboa, coordinador del PRI en el Senado.
Aun así, el Frente Nacional por la Familia (FNF) convocó a una marcha que se realizó
el 10 de septiembre para confrontar la “ideología de género” y su aplastante imposición.
La jornada de aquella ocasión promete repetirse para el 24 del mismo mes.

Ya en últimas, el vocero de la Arquidiócesis, Hugo Valdemar, acusó a la


Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) de estar cooptada
por eso que en el semanario Desde la fe llaman “la Gestapo Gay”; de confabular contra
la defensa de la familia y el derecho a calificar la homosexualidad como una
enfermedad, aun cuando también existan enfoques que contradigan esta tesis. Cabe
recordar aquí a Fernando Barragán, autor del libro El sistema sexo género y los
procesos de discriminación, para quien los estereotipos de género “impiden el
desarrollo de la diversidad en el propio concepto de masculinidad y femineidad”.

Se trata pues, de una confabulación en contra del derecho a designar quién es


normal y quien no lo es. En contra del derecho (¿divino?) a ser intolerante. Y es en este
punto donde conviene rescatar ese vituperado concepto del laicismo. Para autores en
filosofía política como Robert Nozick, lo más cercano a una vida en utopía precisa del
reconocimiento a la existencia de distintos proyectos sociales, todos ellos
complementándose entre sí a través del diálogo y la competencia justa.

Lo intolerable es que un sólo proyecto busque predominar por encima de los


demás y determinar para sí las reglas del juego, ya sea un culto religioso particular o un
modelo único de identidad. Más impresionante aún, que también pretenda ser víctima.

El reconocimiento legal a la unión entre personas del mismo sexo permite


constituir un marco donde quepan distintos proyectos de organización familiar. Estos, a
través de la complementariedad, pueden derivar en respuestas cada vez más factibles
frente a un entorno donde el esquema de la familia tradicional es rebasado por los
cambios en la división social del trabajo y la revaloración del Sujeto en la construcción
de identidades. Pues aunque constituyamos organismos machos o hembras por una
condición biológica inevitable, asumimos determinado rol como hombres y mujeres por
racionalidad.

Lejos que ser un dogma doctrinario o una necedad que trastoca el desarrollo de
la infancia, la perspectiva de género tiene para ofrecer dentro del proceso educativo la
transmisión de valores como la otredad, tan vital para la convivencia y la consolidación
de lo político.

Sin embargo, pareciera que nos dejaron sólo las sobras más chafas de la guerra
fría: con argumentos tendentes a la polarización simplona de la realidad, donde el
discurso ideologizante del otro carece de total raciocinio. Tal perspectiva deja ver el
FNF y otros movimientos como Escola Sem Partido en Brasil. Ya bastante
preocupantes.

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