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Carolina Mazzaferro
DNI 39212340
caromazzaferro@gmail.com
Comisión Martes 14hs
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El cine no sólo funciona como lupa para observar la vida cotidiana, sino que también
tiene la posibilidad de generar nuevas realidades. Mercado del abasto (1955) dirigida
por Lucas Demare y producida por Eduardo Bedoya, narra la disputa “romántica” entre
Lorenzo (Pepe Arias) y Jacinto (Juan José Miguez) por el amor de Paulina (Tita
Merello), dentro del mercado que le da el nombre al filme.
Se tomará como punto de vista el del personaje de Paulina y se observará como el deseo
o la carencia de éste modifica los comportamientos de los personajes. En relación a ésta,
se observarán las estructuras de poder bajo las cuales Lorenzo y Jacinto se cobijan para
“conquistarla”.
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¿”Hombre” es quien cree que tiene derecho a emitir su opinión sobre el cuerpo de una
mujer?
Por otro lado, la primera imagen que se tiene del personaje de Pepe Arias es bastante
opuesta. Hasta se podría decir que es “bárbara”: Lorenzo aparece en la pantalla y lo
primero que hace es emitir un grito. Su aspecto es desarreglado, su ropa rídicula y
desprolija, su boina y pañuelo denotan uso y le dan un aspecto más de “trabajador”.
Pepe Arias utiliza procedimientos de la actuación popular para construir a Lorenzo. El
principio constructivo sobre el cual compone es la mueca. Su sólo rostro ya es cómico,
sus facciones, sus ojos grandes y redondos. Además, compone una maquieta muy
particular y atractiva de ver. Su cuerpo no es para nada “realista” sino que es la
exageración de lo costumbrista. Al oírlo hablar hay que hacer un esfuerzo para entender
lo que dice, su voz es ronca y profunda pero interesante y a su vez “pronuncia mal”: por
ejemplo en vez de decir vereda dice “vedera”.
La imagen constituye sin duda una metáfora más o menos recurrente del
lenguaje político, que reaparece en momentos de confrontación política aguda y
a través de la cual la sociedad presenta sus divisiones bajo la forma de
antagonismos inconciliables. (Svampa, 2010, p.4)
Lo siguiente que se muestra en el filme es la relación que tienen los demás personajes
para con ellos: a Lorenzo las mujeres lo tratan como a un igual, no necesitan armar una
pantomima para relacionarse con él; se sienten habilitadas a decirle lo que opinan sin
miramientos. En cambio, a Jacinto lo tratan de una manera especial, pero nunca como a
un igual; por momentos lo tratan como si fuera “superior” a ellas y por momentos,
como si fuera menos.
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Dado el marco en el cual se encuadra la película, el Mercado del Abasto, se podría decir
que la lógica más cotidiana es la de la “barbarie”. Es más cotidiana, más corriente. Más
cómoda y de fácil relación. Dentro del Mercado del Abasto, todos los personajes forman
parte de una suerte de familia: se conocen todos con todos y el afecto tiñe sus
relaciones. Si bien están trabajando, han construido un grupo de pertenencia muy fuerte.
El “bárbaro”, en este caso y para todos los personajes, es un igual. No hay distinción de
clase, no hay jerarquía. El hombre “civilizado” por su parte, es ajeno. Es un extraño. Es
el que ha venido de otro sitio, el nuevo, el que no forma parte del grupo. Y sin embargo,
como forastero, trae consigo lo encantador de la novedad: ninguna mujer puede
resistirse a sus encantos. Incluida Paulina (Tita Merello), quien se muestra reticente al
principio, negándolo rotundamente, pero luego cae ante él.
Ninguno de los dos personajes, ni Lorenzo ni Jacinto, encarnan la figura del “hombre
perfecto”. Ambos tienen, a ojos de Paulina, cosas para criticarles. En primera instancia,
a Lorenzo ni siquiera lo considera como material de esposo. Es quien siempre ha estado
ahí, quien siempre la ha ayudado. Al ser casi familiar, no lo ve. Por otro lado, Jacinto no
es trigo limpio.
Aquí se muestra la condición “civilizada” de Jacinto. Paulina le dice que creyó que era
“capitalista” y él le contesta que “para ser rentista hay que tener capital” (Mercado del
Abasto, 1955). La civilización es civilización dado que posee dinero. Cree poder
arreglarlo todo de este modo, es la voz de la razón. Por otro lado, la barbarie atiende
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más a sus deseos, más a lo emocional, a la escucha del cuerpo: Lorenzo no sabe cómo
solucionarlo pero permanece ahí, fiel a sus afectos y mueve cielo y tierra para sacarlas
de la celda.
Es pertinente ver cómo se desenvuelve la relación afectiva entre Jacinto y Paulina, quien
minutos antes había dicho que no iba a caer ante los encantos de él. Jacinto intenta
acceder a ella, la “piropea” y avanza sobre su cuerpo sin miramientos. Ella lo rechaza
pero a su vez, continúa con su juego. ¿Por qué resulta atractiva, para Paulina, la
“civilización”? ¿El andar sin pedir permiso, la pérdida de humanidad? Se pueden
encontrar, en estos procedimientos actorales, manejos muy contrapuestos a los de la
actuación popular. Por ejemplo, el caminar de Jacinto es lo opuesto al “sigilo”.
En el picnic, la diferenciación se ancla aún más. En esta escena, Lorenzo casi que
confiesa que está enamorado de Paulina. Mediante una mueca sentimental y un tono
llorado que compone para hablar de quién está enamorado en secreto, genera un
momento nostálgico en el filme, generando empatía. Ganándose a los espectadores que
aún no estaban de su lado, llevándoselos a su bando. Lorenzo sufre, y se ríe de su propia
“fealdad”. Y, en el medio de su padecimiento, aparece Jacinto, quien encarna todo lo
que él no es. Es pintón, alto: “civilizado”. Ahí, Lorenzo en un pase de comedia grita:
“¿quién invitó a estos tres mafiosos?” (Mercado del Abasto, 1955)
La mueca, el principio constructivo sobre el cual se basa Pepe Arias para construir sus
personajes, es un procedimiento típico del actor popular. Mediante una mirada triste que
denota “lo perdido” y una sonrisa que denota la felicidad que eso ha provocado, se
condensa el padecimiento del personaje en un solo segundo.
Y lo que resulta primordial, lo hace riéndose. Tal vez esa risa suene a algo
bárbaro. Bien está. Que cada uno ceda a ratos un poco de humanidad a esa masa
que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto.
(Benjamin, 1998, p. 173)
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turbios. Lorenzo, por su parte, la ama. No busca conquistarla, si no que la quiere de
verdad: “usted se lleva oro en polvo” (Mercado del Abasto, 1955) le dice a Jacinto, no
cree que ella sea “algo” para conquistar, sino una compañera con la que querría
construir un futuro, cuidar, querer. Tomando la frase vox populi “ni la tierra ni las
mujeres somos territorios de conquista”, se puede afirmar que la “civilización” siempre
ha visto en la tierra un territorio de conquista, un terreno para sacar rédito económico. Y
más aún Jacinto, quien para colmo dice ser “rentista”. No hay que olvidar, por otro lado,
que la barbarie, antes de ser asociada con el sector popular al que corrientemente se la
“asocia”, estuvo asociada con el campo. El primer “bárbaro”, en quien piensa
Sarmiento, fue el Facundo, un caudillo de la pampa argentina. Si la civilización se
relaciona con la tierra de una manera menos armónica, la barbarie por su parte,
construye con ella: planta, riega, cosecha; tiene consciencia de los procesos de la
naturaleza. No pretende dominarla, como el hombre moderno, sino que se relaciona con
ella entendiendo y respetándola dado que la necesita para subsistir. No busca
corromperla, hacerla “suya”, sino crear un paisaje nuevo en conjunto.
De todas maneras, quien se casa (primero) con Paulina, es Jacinto. Paulina se “entrega a
él”, lo ama. Y sin embargo, él no es consecuente para con ella. Quien continúa
acompañándola es Lorenzo. A la hora del almuerzo y de la cena, es él quien está ahí
para ella. Y cuando se revela que Jacinto en realidad estaba casado y le había tendido
una emboscada a Paulina, Lorenzo continúa ahí para ella.
Los valores de la civilización están más ligados a una lógica egoísta y liberal. A la
búsqueda del propio bienestar, de la propia satisfacción. Si Jacinto debía huir, huyó sin
importarle nada. Sin siquiera despedirse de Paulina, quien lo esperaba embarazada.
Contrariamente, los valores de la barbarie, están más ligados al cuerpo y a la escucha de
los propios deseos. Esto los vuelve más salvajes, sí, ya que los impulsos quizá son
irrefrenables, pero por otro lado, más abiertos a la escucha de los deseos de los demás.
Más permeables. En la modernidad, los deseos no son racionales, y al no ser racionales,
son peligrosos.
Pero, ¿qué puede tener de peligroso Lorenzo? Si cuando Paulina se queda sola, le presta
dinero, y continúa ahí, fiel a su lado, acompañándola. Cuando Lorenzo está en el lecho
de muerte, le propone casamiento a Paulina para heredarle a su hijo su apellido y dinero.
No la fuerza, no es “amoroso”. Es la resignación del afecto por el bien común. Ella,
finalmente, acepta por el bienestar del niño. Por el bien común. Sacrifica su propia
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dicha en pos de la dicha del niño, quien ve en Lorenzo a un padre. A su vez, se puede
afirmar que la única que desoye sus deseos, en cierto punto, es Paulina. La mujer
siempre sometida al status quo y al orden social. Ya que Jacinto sólo se ha movido por
propio interés personal, y Lorenzo por su propio deseo de compañía.
Concluyendo, se puede ver que las distintas formas de masculinidad que construye el
filme dan cuenta de la dicotomía “civilización” y “barbarie”. Si bien dentro de ésta la
más amigable es la barbarie, ésta tampoco termina de construir una masculinidad contra
hegemónica. Paulina a lo largo de la película nunca se revela ante el orden establecido,
continúa mostrándose bravucona ante los ojos de los demás, pero en la intimidad se
ablanda y respeta a la perfección el rol pasivo de la “mujer” que le ha otorgado la
sociedad.
Si bien Mercado del Abasto (1955) es una película que, en cierto punto, denota una
irrupción para con cierto orden establecido, ya que se posiciona claramente del lado de
la barbarie, construye una femineidad obediente y contradictoria. Pero eso será material
para otro análisis.
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Bibliografía
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