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ERIC HOBSBAWM Y LA HISTORIA SOCIAL.

UN CLÁSICO QUE NO PASA DE MODA1


Sergio Valerio Ulloa

La historia podrá juzgar mi ideología política de hecho ya la


ha juzgado suficientemente-, los lectores mis escritos. Lo
que busco es la comprensión histórica, no el acuerdo, el
beneplácito, o la simpatía del público.
Eric J. Hobsbawm2

Mutaciones de un economista a historiador.


Hablar de la obra y trayectoria de Eric J. Hobsawm me da la oportunidad de rememorar
mis años de joven estudiante en la Universidad de Guadalajara. Recuerdo que en 1980 no
sabía claramente qué carrera estudiar, después de haber descartado medicina, por
influencia de una pésima orientadora vocacional, decidí hacer trámites a economía, pero
al mismo tiempo echándole ojitos a filosofía y letras, ya fuera en historia o en literatura.
Me decidí por la primera, porque según yo, la carrera de economía era más “seria” y más
“científica” que las otras dos, y porque tal vez tuviera mayores oportunidades de trabajo
como economista que como historiador o escritor.
En aquel tiempo, como dicen los sermones bíblicos, los cursos que se impartían en
la licenciatura de Historia tenían un enfoque tradicional y positivista, o sea que se
orientaban principalmente a la narración de acontecimientos políticos y militares
nacionales e internacionales, se hacía muy poca investigación y se utilizaban muy poco los
archivos como fuentes de información para producir y generar nuevos conocimientos
sobre el pasado mexicano. No está demás decir que en esos años comenzaban a
publicarse los primeros estudios sobre la historia del occidente de México de forma más
académica y profesional.
Por esos años eran casi desconocidas en el ámbito académico de la Universidad de
Guadalajara las obras de los historiadores aglutinados en torno a la revista de Annales y a
la corriente historiográfica inglesa de historia social. Realmente muy pocos maestros

1
Conferencia ante los estudiantes de la maestría en Historia de México de la Universidad de Guadalajara,
noviembre de 2013.
2
Eric J. Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Barcelona, Editorial Crítica, 2003, p. 10.

1
mencionaban a autores como Marc Bloch, Lucien Febvre, Fernand Braudel, Pierre Chaunu,
Pierre Vilar, Maurice Dobb, Paul Swezy, Rodney Hilton, Edward P. Thompson, George
Rudé o Eric Hobsbawm.
Cuando estaba en cuarto o quinto semestre de la licenciatura en economía (1983-
1984), después de haber tomado varios cursos de macro y micro economía, estadísticas,
matemáticas y economía política, un pequeño grupo de jóvenes profesores formado por
Rafael Torres Sánchez, Antonio Ibarra y Francisco Pamplona, nos impartió cursos y
seminarios de historia económica, fueron ellos los que nos recomendaron leer a estos
autores, con lo cual se nos abrió un mundo insospechado de temas y lecturas
historiográficas. Fue entonces que a mí, particularmente, me dio un enorme apetito por
leer y aprender historia, en esos años me pasaba visitando continuamente las pocas
librerías que había en Guadalajara, y compraba todo lo que aparecía de los autores
mencionados.
Si consideramos esta anécdota personal como un parámetro para evaluar la
influencia que los Annales o el grupo de historiadores sociales ingleses había tenido en
Guadalajara hacia los inicios de los años 80 del siglo pasado, veremos que era muy pobre y
tardía. En primer lugar hay que considerar que casi nadie publicaba trabajos
historiográficos originales, y en segundo, que lo que se publicaba estaba dominado por la
crónica y por la historiografía tradicional-positivista, con el objetivo de recopilar
documentos y narrar acontecimientos políticos.
Uno de los historiadores pioneros en hacer historia económica y social en
Guadalajara fue Mario Aldana Rendón quien ya en 1983 citaba entre sus libros sobre la
república restaurada y Manuel Lozada3 a Eric Hobsbawm con su obra Bandidos.4 En otra
texto de 1986,5 Aldana citó el libro de Las revoluciones burguesas de Hobsbawm,6 pero
también introdujo entre su bibliografía a François Chevalier, con su libro La formación de

3
Mario Aldana Rendón, Jalisco durante la república restaurada, Guadalajara, Universidad de Guadalajara,
1983, 2 t. y Rebelión agraria de Manuel Lozada: 1873, México, SEP/80-FCE, 1983
4
Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Editorial Ariel, 1976,
5
Mario Aldana Rendón, Proyectos agrarios y lucha por la tierra en Jalisco, 1810-1886, Guadalajara, UNED-
Gobierno de Jalisco, 1986.
6
Eric Hobsbawm, Las revoluciones burguesas, Barcelona, Editorial Guadarrama/Punto Omega, 1980.

2
los latifundios en México,7 con lo cual se vinculaba a la historiografía francesa de los
Annales, pues Chevalier fue discípulo de Marc Bloch. De esta manera, Mario Aldana fue en
gran medida el introductor de la historia social y económica en el ámbito historiográfico
tapatío.
Por su parte, Antonio Ibarra, recién egresado de la licenciatura en economía,
publicaba sus primeros artículos en la revista del Instituto de Estudios Sociales.8 Ibarra en
el año de 1984 también citaba la obra de Eric Hobsbawm y de otros autores ingleses y
norteamericanos que discutían acerca de la transición del feudalismo al capitalismo.9
Esto no quiere decir que en otros ámbitos académicos a nivel nacional la obra de
Eric Hobsbawm y de otros historiadores ingleses y franceses enmarcados en la corriente
historiográfica denominada historia social y económica fuera desconocida, historiadores
muy influyentes para esta época y para mi generación fueron Enrique Florescano y
Enrique Semo, quienes desde fines de la década de los años 60 ya citaban la historiografía
francesa e inglesa con una marcada orientación hacia la historia social y económica.10
Durante las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado la historia social y económica
experimentó un auge muy importante en los medios académicos e intelectuales, no sólo
en el campo historiográfico, sino en general en las ciencias sociales. En otras palabras, la
historia social y económica se puso de moda en México, siguiendo la moda europea.
Aunque a la moda se le vincula especialmente con la historia del vestido, no es este
el único aspecto que abarca el fenómeno de la moda, también hay que considerar dentro
de su ámbito al mobiliario, a los objetos decorativos, al lenguaje, a las formas, a los gustos
y a las ideas, a los artistas y a las obras culturales, con sus caprichos y oscilaciones. En sí
misma, la moda no tiene un contenido propio, no se encuentra unida a un objeto
determinado, la moda es la forma específica del cambio, es un dispositivo social

7
François Chevalier, La formación de los latifundios en México, México, FCE, 1976.
8
Antonio Ibarra, “Notas para el análisis del proceso de acumulación originaria de capital en el espacio
regional de Jalisco (1820-1848)” en Estudios Sociales. Revista del Instituto de Estudios Sociales, Universidad
de Guadalajara, núm. 2, noviembre 1984/febrero 1985, pp. 5-40.
9
Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, México, Siglo XXI Editores, 1978. Rodney Hilton
(ed.), La transición del feudalismo al capitalismo, Barcelona, Editorial Crítica/Grijalbo, 1978.
10
Enrique Florescano, Precios del maíz y crisis agrícolas en México, 1708-1810, México, Ediciones ERA, 1986.
Enrique Semo, Historia del capitalismo en México. Los orígenes. 1521/1763, México, Ediciones ERA, 1973.

3
caracterizado por una temporalidad particularmente breve, por virajes más o menos
antojadizos, que afectan diversos ámbitos de la vida colectiva.11 La moda está relacionada
con lo actual, lo moderno, aquello que está en el gusto de las personas, pero también es lo
efímero, lo pasajero, lo vistoso, extravagante y exótico. La moda no resiste el paso del
tiempo y, sin embargo, está revestida de un elemento histórico que la sitúa en una época
determinada. Este elemento que fija a la moda en cierta temporalidad es lo que le da el
carácter de representar una época, de ser un producto auténtico y original de la sociedad
de su momento, y lo más representativo de esa época se convierte en un “clásico” que
trasciende la caducidad y la fugacidad de la moda. De esta manera es que podemos
calificar a Hobsbawm y a su obra como “un clásico”, después de que pasó el auge o el
“boom” de la moda de la historia social.
A principios de la década de los 90, el auge de esta corriente historiográfica
comenzó a decaer en el gusto de los historiadores, de los científicos sociales y del público
en general, debido a varios factores entre los que destacan los siguientes: la caída del
bloque socialista a nivel mundial y el fin de la guerra fría a partir de 1989; la crisis
profunda del pensamiento marxista que se venía presentando desde 1968, tras la invasión
soviética a Checoslovaquia y que terminó con el derrumbe del muro en 1989; y el
surgimiento y auge de distintas corrientes historiográficas, también desde finales de la
década de 1960, como la historia de las mentalidades, las historia cultural, la historia de la
vida cotidiana, la historia de género, la nueva historia política y la historia de los
conceptos, que ampliaron el abanico de temas, enfoques, métodos, fuentes documentales
y estilos narrativos en el quehacer historiográfico.12
De esta manera, la historia social y económica dejó de estar “de moda”, es decir,
decayó en el gusto de una gran cantidad de historiadores, científicos sociales y del público
en general, con lo cual las otras corrientes historiográficas se pusieron de moda y
ocuparon más espacios en los programas de las licenciaturas de historia, en los proyectos

11
Gilles Lipovestky, El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona:
Editorial Anagrama, 2010, p. 24.
12
Pablo F. Luna, “¿A dónde va la historia económica ‘a la francesa’?”, en América Latina en la Historia
Económica. Revista de Fuentes e Investigación, núm. 22, julio-diciembre de 204, México, Instituto Mora, pp.
29-52.

4
de tesis, en las investigaciones históricas y en las publicaciones editoriales. Esto no quiere
decir que haya desaparecido del todo la historia social y económica, esta se conformó
como una disciplina y corriente historiográfica muy sólida con sus fieles adeptos entre los
que todavía nos encontramos una gran cantidad de historiadores, estudiantes y lectores,
con sus publicaciones periódicas, sus libros, editores, asociaciones específicas a nivel
nacional, latinoamericano e internacional, con sus congresos y coloquios que se realizan
de forma regular y periódica. Pasado el gran “boom” de la historia social y económica,
quedaron algunos historiadores de estas décadas como los más importantes o
representativos, es decir, ya no como una mera “moda”, sino como los “clásicos” de una
época y de una corriente historiográfica, entre ellos destaca la figura y la obra de Eric
Hobsbawm, por supuesto.
En gran medida debo a autores como Eric Hobsbawm la decisión de dedicarme a la
historia social y económica en aquellos años que marcaron fuertemente mi forma de ver
el mundo, los años ochenta, poco antes del derrumbe del bloque socialista. Por tanto no
fue extraño que en el año de 1986, en vez de hacer una tesis clásica de economista sobre
“la matriz insumo-producto”, “los factores del crecimiento económico”, “la crisis
económica de 1982” o “la inflación”, presenté una tesis sobre el campo y la revolución en
Jalisco entre 1910 y 1920, en la cual no tenía que faltar Eric Hobsbawm entre los autores
de mi bibliografía.13

Algunas notas biográficas


A estas alturas dudo que alguno de los lectores no sepa quien fue Eric Hobsbawm. Sin
embargo, para aquellos que no tengan ni idea quien fue, les quiero decir que fue el
historiador marxista más importante del siglo XX, y esto se debe, sin duda, al enorme
conjunto de temas sobre los que realizó contribuciones muy importantes, en particular, la
historia de la clase obrera, los estudios sobre campesinos y la historia mundial.14

13
Sergio Valerio Ulloa, “Jalisco. El campo y la revolución (1910-1920)”, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 1986, tesis de licenciatura.
14
Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1989, p. 123.

5
Su nombre completo fue Eric John Ernest Hobsbawm, nació el 9 de junio de 1917,
en Alejandría, Egipto, en el seno de una familia judía. El apellido de Eric sufrió una
alteración por un error administrativo al momento de su registro y cambió la última letra
de “n” a “m”, lo cual arrastró durante toda su vida. Sus padres fueron Lepold Percy
Hobsbaun y Nelly Grüm, aunque eran de origen judío, realmente no practicaban su
religión, pero sí sus costumbres y su cultura. El mismo Eric dice que era “un judío no
judío”, pero que nunca fue “un judío renegado”. Hobsbawm no se sentía obligado
moralmente a practicar esa religión ni mucho menos a servir al Estado Israelí, pues a este
último lo consideraba de corte “militarista”, “culturalmente decepcionante” y
“políticamente agresivo”.15 El propio Hobsbawm relata el encuentro de sus padres con
estas palabras:

En el verano de 1913, una joven terminó sus estudios en la escuela secundaria en


Viena, capital del Imperio austrohúngaro. Este era un logro poco común entre las
muchachas centroeuropeas. Para celebrar el acontecimiento, sus padres
decidieron ofrecerle un viaje por el extranjero y, dado que era impensable que una
joven respetable de 18 años pudiera encontrarse sola, expuesta a posibles peligros
y tentaciones, buscaron un pariente adecuado que pudiera acompañarla.
Afortunadamente, entre las familias emparentadas que durante generaciones
anteriores habían marchado a Occidente para conseguir prosperidad y educación
desde diferentes pequeñas poblaciones de Polonia y Hungría, había una que había
conseguido éxitos brillantes. El tío Alberto había conseguido hacerse con una
cadena de tiendas en el levante mediterráneo: Constantinopla, Esmirna, Alepo y
Alejandría […] Egipto era, a un tiempo, un museo viviente adecuado para la
formación cultural y una comunidad sofisticada de la cosmopolita clase media
europea, con la que la comunicación era fácil por medio del francés, que la joven y
sus hermanas habían perfeccionado en un colegio de las proximidades de
Bruselas.16

Esa joven de la que habla Hobsbawm era su madre que había viajado desde Viena
a Egipto en un barco de vapor, mientras que su padre había llegado a Egipto procedente
de Londres unos años antes. La situación familiar del padre de Hobsbawm era más
modesta, su abuelo paterno había emigrado a Inglaterra desde la Polonia rusa en el

15
Hobsbawm, Años, p. 33
16
Eric J. Hobsbawm, La Era del Imperio (1875-1914), Barcelona, Editorial Labor, 1989, pp. 1-2.

6
decenio de 1870, era un ebanista que se ganaba difícilmente la vida en Londres y
Manchester, para sustentar a una hija de su primer matrimonio y ocho niños del segundo,
la mayor parte de los cuales habían nacido en Inglaterra. Entre los tíos de Hobsbawm
hubo un comerciante; otro fue ingeniero de minas en Sudamérica, otro más llegó a ser
actor, otro continuó con el negocio de ebanistería, uno más pudo ser maestro, otros dos
fueron empleados de correos. Debido a esto último el futuro padre de Hobsbawm fue a
probar suerte a Egipto, lo cual es relatado por el mismo historiador de la siguiente
manera:

Inglaterra había ocupado recientemente Egipto (1882) y, en consecuencia, uno de


los hermanos [de su padre] se vio representando a una pequeña parte del Imperio
británico, es decir, al servicio de correos y telégrafos egipcio en el delta del Nilo.
[Este] sugirió que Egipto podía resultar conveniente para otro de sus hermanos,
cuya preparación principal para la vida le habría podido servir de forma excelente
si no hubiera tenido que ganarse el sustento: era inteligente, agradable, con
talento para la música y un consumado deportista, así como un boxeador de gran
nivel de los pesos ligeros. De hecho, era exactamente el tipo de ciudadano inglés
que podría encontrar y conservar un puesto en una compañía de navegación
mucho más fácilmente <<en las colonias>> que en ningún otro lugar.17

El encuentro de sus padres en Alejandría fue posible debido a “la economía y a la


política de la época del imperio, por no mencionar su historia social”, pues según asegura
el mismo historiador, tal encuentro se llevó a cabo en “un club deportivo a las afueras de
Alejandría, cerca del cual establecerían su primer hogar”. Aunque nació en Alejandría, el
mismo Hobsbawm dice que Egipto no constituyó una parte de su existencia, ya que no
recuerda nada sobre él, ni sintió curiosidad alguna por el lugar que lo vio nacer.18 Poco
después de nacer Eric, la familia Hobsbawm se trasladó a Viena (1919), y más tarde a
Berlín (1931), donde vivieron hasta que Hitler llegó al poder en 1933. Aunque vivieron en
países de habla alemana, sus padres continuaron hablándole a él y a su hermana Nancy en
inglés. El padre de Hobsbawm murió en 1929 y posteriormente lo hizo su madre, por lo

17
Ibid.
18
Hobsbawm, Años, p. 14

7
cual él y su hermana fueron adoptados por su tía materna Gretl Grün y por su tío paterno
Peter Hobsbaun. En 1933 la familia se trasladó a vivir a Londres.
Eric Hobsbawm estudió en el Prinz-Heinrich-Gymnasium en Berlín, posteriormente
en el St. Marylebone Grammar School, en Londres. De ahí pasó al King’s College en
Cambridge, para estudiar historia, aquí fue donde se doctoró y participó en la Sociedad
Fabiana. Formó parte de una sociedad secreta de la élite intelectual llamada los Apóstoles
de Cambrige. El mismo Hobsbawm ha escrito que se consideró marxista incluso desde la
escuela y que su dedicación a los estudios históricos se debió a que contestaba las
preguntas de los exámenes de “forma inusual” y que se le daba muy bien. En Cambrige se
vio rodeado de otros estudiantes marxistas, de quienes, dice, aprendió más que de la
mayoría de sus profesores, y fue un miembro activo del Partido Comunista. Sus estudios
fueron interrumpidos por la guerra, durante la cual prestó sus servicios en el cuerpo de
Ingenieros y el Royal Army Educations Corps, es decir en el área de educación, en la cual
no disparó ni un tiro. Después volvió a Cambrige para obtener su licenciatura.
En 1947 obtuvo la plaza de ayudante de profesor de Historia en el Brikbeck
College, de la Universidad de Londres; después ascendió a titular en dicha materia en
1959 y catedrático de Economía e Historia Social en 1970 (puesto que mantuvo hasta su
jubilación en 1982). En los años 60 fue profesor visitante en Stanford, y en 1978 entró a
formar parte de la Academia Británica. Aunque se retiró en 1982, continuó como profesor
visitante, durante algunos meses al año, en The New School for Social Reserch en
Manhattan hasta 1997. Fue profesor emérito del departamento de ciencias políticas en
esta última institución hasta su muerte ocurrida el 1 de octubre de 2012. O sea que hace
apenas un año de su muerte.
Como datos adicionales habrá que decir que Eric Hobsbawm se casó dos veces,
primero con Muriel Seaman, cuyo matrimonio duró de 1943 a 1951, y luego con Marlene
Schwartz. Tuvo tres hijos de sus distintos matrimonios Julia, Andy y Joshua.

8
El marxismo y los respetos al “sensei”
Eric Hobsabawm ha sido considerado y ampliamente reconocido como el historiador
marxista más importante del siglo XX, y él mismo lo acepta abiertamente sin rechazar
dicha filiación, aun después del derrumbe del bloque socialista. En su libro titulado Sobre
la Historia (1997), Hobsbawm no niega la cruz de su parroquia, como decimos
coloquialmente los mexicanos, aunque se deslinda del marxismo ortodoxo, esquemático y
vulgar que prevalecía en muchos ámbitos académicos y políticos entre las décadas de
1960 a 1980. Textualmente el historiador dice en su defensa lo siguiente:

Sobre el planteamiento marxista de la historia con el que se me asocia. Aunque es


imprecisa, no repudio la etiqueta de marxista. Sin Marx no se hubiera despertado
en mi ningún interés especial por la historia, que no era una asignatura que
inspirara tal como se enseñaba en la primera mitad del decenio de 1930 en un
Gymnasium conservador de Alemania y tal como la impartía un admirable maestro
liberal en una escuela de enseñanza secundaria de Londres. Es casi seguro que no
hubiera acabado ganándome la vida como historiador académico y profesional.
Marx y los campos de actividad de los jóvenes radicales marxistas me
proporcionaron mis temas de investigación e inspiraron mi manera de escribir
sobre ellos. Aunque considerara desechable gran parte del planteamiento marxista
de la historia, continuaría presentando mis respetos –profundos, pero no
desprovistos de sentido crítico- a lo que los japoneses llaman sensei, es decir, un
maestro intelectual con el que se tiene contraída una deuda que no se puede
pagar. Da la casualidad de que […] para mí la <<concepción materialista de la
historia>> de Marx, sigue siendo, con mucho, la mejor guía de la historia.19

Aunque con ciertas reservas, Eric Hobsbawm sostiene y defiende su concepción


materialista de la historia, tal como la describió, mucho antes que Marx, Ibn Jaldúm, el
gran erudito del siglo XVI, para quien la historia de la sociedad humana era la historia de
los cambios que tenían lugar en la naturaleza de dicha sociedad, de las revoluciones y
levantamientos de un grupo contra otro, lo que daba como resultado la conformación de
reinos y de estados, además de las diferentes actividades y ocupaciones de los hombres,

19
Eric J. Hobsbawm, Sobre la Historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, pp. 8-9.

9
ya sea para ganarse el sustento o en diversas ciencias y oficios, y en general, “de todas las
transformaciones que experimenta la sociedad por su misma naturaleza”.20
Hobsbawm rechazó el “determinismo económico” y la sucesión lineal de los modos
de producción que se le atribuyen a la concepción materialista de la historia, con las
cuales hasta el mismo Karl Marx estaría en desacuerdo, pero que fue popularizada a partir
de la versión esquemática, reduccionista y simplista de historiadores marxistas vulgares
que, según Hobsbawm, “no leyeron más allá de la primera página del Manifiesto
comunista”.21
No obstante su declarada filiación marxista, no se puede ignorar la importancia de
su formación centroeuropea. Hobsabawm se asume también como un sobreviviente de la
clase media judía de la Europa central y, por tanto, de su herencia cultural. Dice al
respecto el autor al inaugurar un curso en la Universidad Centroeuropea de Budapest en
1993-1994:

A pesar de pertenecer a la segunda generación de una familia de ciudadanos


británicos, también me considero centroeuropeo. De hecho, mi condición de judío
me convierte en el miembro típico de la diáspora que protagonizaron los pueblos
de Europa central. Mi padre llegó a Londres procedente de Varsovia y mi madre
era vienesa, lo mismo que mi esposa, quien, todo hay que decirlo, ahora se
expresa en italiano mejor que en alemán. De pequeña mi suegra hablaba en
húngaro y sus padres fueron dueños de una tienda en Herzegovina durante los
años que vivieron bajo la antigua monarquía austrohúngara. Una vez, en la época
en la que aún había paz en aquella desafortunada zona de los Balcanes, mi esposa
y yo fuimos a Mostar para tratar de averiguar dónde estaba ubicada. En aquellos
tiempos, yo mismo solía mantener contactos con algunos historiadores húngaros.22

En otra parte dice Hobsbawm que pertenece a “un medio prácticamente


extinguido, el de la clase media judía centro europea posterior a la primera guerra
mundial”, del cual es uno de los sobrevivientes más jóvenes. Una clase que vivió bajo el
triple impacto del colapso burgués en 1914, la Revolución de octubre y el antisemitismo.
Señala Hobsbawm que para la mayoría de sus parientes austriacos más viejos, la vida

20
Ibid, p. 9.
21
Ibid, pp. 151-152.
22
Ibid, p. 14.

10
normal terminó con el asesinato de Sarajevo. Cuando estos parientes decían “en tiempo
de paz”, se referían al mundo de antes de 1914, cuando la vida para esta gente “se abría
ante ellos como un camino ancho y recto, predecible incluso en lo imprevisto,
cómodamente segura y aburrida”, desde el nacimiento hasta la muerte. Pero, “después de
1914, todo fue catástrofe y supervivencia precaria”, dice el autor, no tenía sentido hacer
planes a largo plazo, pues parecía algo sin sentido para una gente cuyo mundo se había
derrumbado ya dos veces en el plazo de diez años, primero con la guerra y luego con la
gran inflación. Los parientes austríacos de Hobsbawm fueron testigos de que la revolución
de octubre había mostrado que el capitalismo podía y debía terminar, los gustase o no.23
La experiencia de la primera guerra mundial, la revolución rusa, la crisis de 1929 y
la subsecuente depresión económica de los años 30, la intranquilidad política y la
aparición del fascismo, fueron los tiempos en los que Hobsbawm se formó como político.
Al respecto dice nuestro historiador:

¿Qué credo podían abrazar los jóvenes intelectuales judíos en tales circunstancias?
No el liberal en ninguna de sus formas, puesto que el mundo del liberalismo
(incluyendo la socialdemocracia) era precisamente el que había fracasado. Como
judíos no podíamos, por definición, dar nuestro apoyo a los partidos basados en la
confesionalidad o en un nacionalismo que excluyera a los judíos y en ambos casos
en el antisemitismo. Nos volvimos comunistas o abrazamos alguna fórmula de
marxismo revolucionario o bien, en caso de optar por nuestra propia forma de
nacionalismo visceral, nos hicimos sionistas. Pero incluso la mayoría de los jóvenes
intelectuales sionistas se consideraban como una especie de nacionalistas
revolucionarios marxistas. No había prácticamente otra opción. No tomábamos
partido contra la sociedad burguesa y el capitalismo puesto que parecían estar con
toda evidencia en los estertores de la muerte. No hacíamos más que optar por un
futuro, en lugar de resignarnos a no tener ningún futuro, y eso significaba la
revolución. Pero significaba la revolución en un sentido positivo y no negativo: un
mundo nuevo antes que ningún mundo en absoluto. La gran Revolución de
Octubre y la Rusia soviética nos probaban que un mundo nuevo era posible y que
tal vez estaba ya en marcha. “He visto el futuro, y funciona”, dijo Lincoln Steffens.
Si tenía que ser el futuro, tenía que funcionar, de modo que estábamos
convencidos de que lo era.24

23
Eric J. Hobsbawm, Revolucionarios. Ensayos contemporáneos, Barcelona, Editorial Ariel, 1978, pp.353-354.
24
Ibid, pp. 355-356.

11
De esta manera, afirma Hobsbawm, “nos hicimos revolucionarios”, y no
precisamente por causas económicas, aunque algunos eran pobres y la mayoría tenían un
porvenir incierto, “sino porque la vieja sociedad no parecía viable por más tiempo” y
carecía de perspectivas.25 En este ambiente sumamente politizado y siendo un joven
estudiante de la Universidad de Cambrige, durante la década de 1930, Hobsbawm se
afilió al Partido Comunista. Según sus propias palabras en esa década “muchos de los
hombres y mujeres jóvenes más capacitados se afiliaron al Partido Comunista […] en
muchos de ellos influyeron profundamente los grandes nombres a cuyos pies nos
sentábamos”.26
Pero ¿qué repercusión tuvo sobre la obra de Hobsbawm su ininterrumpida
pertenencia al partido comunista? En primer lugar, Hobsbawm decidió estudiar el siglo XIX
y no el siglo XX debido a que, como historiador de la clase obrera no podía ser comunista
ortodoxo y escribir públicamente sobre el Partido, pues en ciertos temas y aspecto era
contradecir la historia oficialista de la dirigencia de dicho partido, a lo cual el mismo
historiador comenta que esto “hubiera sido descortés, y también probablemente
estúpido, decirlo en público”. En segundo lugar, su visión ideológica y política, así como su
filiación al partido comunista, fue la causa principal de que la concepción histórica de
Hobsbawm sobre la historia de la clase obrera y sobre el movimiento socialista fuera
claramente pesimista. En tercer lugar, Hobsbawm mantuvo su adhesión total a la
concepción materialista de la historia durante toda su vida, aun cuando este paradigma
historiográfico comenzó a decaer del gusto de los historiadores y del público en general.
Finalmente, la pertenencia de Hobsbawm al Partido Comunista le proporcionó una amplia
gama de contactos y experiencias internacionales, así como oportunidades para
investigar, lo cual contribuyó a su clara erudición internacional.27

25
Ibid, p. 356.
26
Ibid, p. 163.
27
Kaye, Historiadores, p. 126.

12
El peso de una tradición historiográfica
Durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX en Inglaterra, un país en donde el
capitalismo industrial había llegado a un nivel de desarrollo muy alto y antes que en
cualquier otra parte del mundo, la historiografía respaldó por mucho tiempo la
interpretación whig (liberal) de la historia británica. Para esta corriente historiográfica la
historia como ciencia debía averiguar los hechos, proporcionar lecciones morales y
ratificar la idea de progreso, entendido este último como la manifestación de la razón, el
conocimiento y el avance tecnológico de la industrialización. Desde esta perspectiva, los
hechos resultaban de las acciones de los individuos que los “producían” a través de los
sistemas institucionales. Todo ello eran realidades empíricas verificables que el
historiador, una vez establecidas y confirmadas, tenía la obligación de juzgar. Por el
contrario, había realidades imperceptibles como las clases sociales, los modos de
producción o algunas actitudes culturales, que no podían probarse empíricamente. Y, por
tanto, tampoco podían averiguarse sólo a través de documentos, de ahí que la historia
fuera mejor interpretada como la interacción entre los grandes personajes y las
instituciones que ellos creaban, modificaban o combatían; dicha historia era acompañada
por un desprecio a las “turbas” y a la multitud. Es decir, privilegiaba un enfoque
individualista de la historia antes que una historia social.28
En este contexto, hasta finales de los años cincuenta, la historia que se enseñaba
en las universidades inglesas era básicamente la de las instituciones y de los
acontecimientos políticos. La historia social, que había sido introducida en Francia tres
décadas antes, a partir de la escuela de Annales, era poco conocida y practicada por un
reducido número de historiadores británicos.29 No obstante, desde los años treinta del
siglo XX en Gran Bretaña, ya habían aparecido algunos estudios serios de historia
económica y del movimiento obrero, que fueron los antecedentes de la historia social.
Entre los primeros historiadores británicos que se enfrentaron al dominio de la historia
positivista tradicional habría que contar a Edward H. Carr y a Maurice Dobb. La “nueva
historia social” se consolidó en los años sesenta, su producción más sólida fue la marxista,

28
Julián Casanova, La historia social y los historiadores, Barcelona, Editorial Crítica, 203, pp. 111-113.
29
Ibid, p. 114.

13
que tuvo su fuente originaria en la visión liberal-radical de la “historia popular”
decimonónica y en la obra de radicales del primer tercio del siglo XX como R. H. Tawney y
los Hammond. Los historiadores marxistas británicos de ese entonces estudiaron en
Oxorfd y en Cambrige en la década de los treinta y comenzaron su importante renovación
de los estudios históricos en la década posterior a la segunda guerra mundial, hasta finales
de los años cincuenta seguían siendo un grupo muy reducido y con una cuestionada
reputación izquierdista por su militancia comunista, cuyas concepciones parecían
demasiado rígidas a una nueva generación de jóvenes estudiantes e historiadores que
querían romper con la historia de las instituciones y de los acontecimientos políticos.30
Dice Hobsbawm que los historiadores ingleses “eran marxistas porque no sabíamos de
ningún historiador en Cambrige o en otra parte –y conocíamos a algunos grandes
historiadores como, por ejemplo, Marc Bolch- que pudiera competir con Marx, como
maestro e inspiración”.31
Los historiadores que en los años cincuenta pensaban que el marxismo en Gran
Bretaña era “demasiado rígido”, con todas las cuestiones importantes resueltas antes que
la investigación hubiera empezado, decidieron seguir el camino del paradigma de Annales
porque ofrecía la liberación de esa historia basada en los “documentos constitucionales” y
que “resucitaba el pasado”. Otros prefirieron recurrir a la sociología o a la antropología,
antes que al marxismo. Sin embargo, fueron precisamente los marxistas los primeros que
consideraron a los Annales como lo la cosa más interesante que había ocurrido en la
historiografía europea.32 Al respecto dice Hobsbawm que la nouvel vague (nueva ola)
francesa en la historia asociada con Annales influyó de manera muy importante en
Inglaterra gracias a la figura y a la obra de Fernand Braudel.

En primer lugar, influyó por ser el autor de un gran libro que […] leímos con gran
apasionamiento muchos de nosotros, casi desde el momento en que apareció, y
que ha sido influyente en varias maneras que no es muy fácil definir. En segundo
lugar, a partir de cierto momento, dejó su huella en nosotros como director de la

30
Ibid, p. 118.
31
Hobsbawm, Sobre la Historia, p. 163.
32
Casanova, Historia, p. 119.

14
propia Annales. Y, en tercer lugar, y tal vez sea lo más importante, es el hombre
que convirtió la VI Sección de la École Pratique, que ahora es la Escuela de Estudios
Superiores de Ciencias Sociales, en el motor y el centro principal de las ciencias
sociales francesas durante el periodo de una generación.33

Para Hobsbawm la influencia de la corriente de Annales en el ámbito


historiográfico inglés no fue tan tardía como suponen algunos autores como Peter Burke,
ya que según Hobsbawm, a ellos les dijeron que leyeran a los Annales desde la década de
1930. “Lo que es más- dice Hobsbawm- cuando Marc Bloch vino y nos habló en Cambrige
[…] nos fue presentado como el más grande de los medievalistas vivos, pienso que con
mucha razón”. Afirma Hobsbawm que fue en la confluencia de la historia económica, el
marxismo y la escuela francesa donde coincidieron los historiadores de Annales y los
historiadores ingleses.34

Obras y áreas de investigación


Las contribuciones de las obras de Hobsbawm se pueden dividir en tres partes, que se
refieren a los tres campos en los que el autor fue más activo como historiador: 1) la
historia de la clase trabajadora; 2) los estudios de campesinos y la historia rural, y 3) La
historia mundial y el capitalismo.
Hobsbawm comenzó su carrera como historiador de la clase obrera en 1948, poco
después terminaría su tesis doctoral titulada “Fabianismo y los fabianos, 1884-1914”.
Luego, en 1960, fue miembro fundador de la Sociedad para el Estudio de la Historia del
Trabajo. A partir de entonces escribió numerosos artículos y ensayos sobre la historia de la
clase obrera británica. Muchos de estos escritos han sido importantes bien como
contribuciones o como inspiradores de diversos debates e investigaciones posteriores, por
ejemplo, los que tratan sobre el metodismo y la clase trabajadora, el nivel de vida durante
la revolución industrial y la aristocracia del trabajo. Sin embrago, nunca publicó un “gran”
trabajo sobre esta materia, excepto el libro publicado sobre el Capitan Swing (1969) en

33
Hobsbawm, Sobre la Historia, p. 183.
34
Ibid, p. 184.

15
colaboración con George Rudé.35 No obstante, sus escritos han contribuido a la
transformación de los estudios de la clase obrera.
Hobsbawm trató de desarrollar la historia del trabajo como la historia de la clase
obrera, esto es, una historia que no se limitaba a los trabajadores organizados, a sus
organizaciones o a sus líderes, sino que se preocupó por las experiencias de las clases
trabajadoras. En su libro titulado Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera,
encontramos una colección de los más importantes estudios de Hobsbawm sobre el
trabajo, en el que toca temas como Thomas Paine, el demócrata radical; el ludismo,
costumbres y tradiciones de la clase obrera inglesa y francesa, y su impacto sobre los
respectivos movimientos obreros; además de diversos textos sobre temas de la unión de
trabajadores. También encontramos estudios y contribuciones sobre el nivel de vida; el
debate sobre el metodismo y el potencial revolucionario de la clase obrera en la Inglaterra
de principios del siglo XIX, temas tratados también por E. P. Thompson, además del
estudio de las relaciones entre la “aristocracia obrera” y la estabilidad social en el periodo
victoriano.36

En líneas generales –escribe Hobsbawm- se refieren al periodo que va desde


finales del siglo XVIII hasta la primera guerra mundial y grosso modo cabe
calificarlos en cuatro grupos: estudios sobre el <<nuevo sindicalismo>> de 1889-
1914, estudios sobre el resurgimiento del socialismo en Gran Bretaña a finales del
siglo XIX, y un grupo de artículos generales que abarcan un lapso bastante amplio.
La mayoría de estos artículos tienen en común un rasgo negativo: se sitúan al
margen de la historia directamente cronológica o narrativa de los movimientos
obreros”.37

Hobasbawm se preocupó en estos trabajos por hacer una historia total de la clase
obrera, aunque se le escaparon algunos aspectos de la vida de la clase trabajadora, no
obstante, sus escritos contribuyeron a ampliar los estudios sobre este campo. Para el
autor estudiar la totalidad de la experiencia de la clase obrera no sólo significó ampliar la

35
Eric J. Hobsbawm y Goerge Rudé, Revolución industrial y revuelta agraria. El capitán Swing, Madrid, Siglo
XXI Editores, 1978.
36
Kaye, Hisoriadores, pp. 125-129
37
Eric. J. Hobsbawm, Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1979,
p. 7.

16
perspectiva “horizontal”, sino también la vertical; estos es, situó a la clase obrera en el
centro del escenario de la lucha de clases y en un escenario más amplio que la pura
historia nacional, en el nivel internacional.38 Sus escritos sobre la aristocracia obrera se
han convertido en referencias obligadas sobre el tema. Aunque los estudios sociológicos
de Hobsbawm sobre la clase obrera fueron los grandes pioneros de lo que ahora se
conoce como la “nueva historia social”, él no escribió mucho sobre historia de la clase
obrera desde la década de 1960. Más bien sus estudios sobre el tema parecen algo
limitados a la fecha, sobre todo si los comparamos con los trabajos realizados por muchos
historiadores en las últimas dos décadas, pues incluyen estudios sobre mujeres, la familia,
la comunidad, la cultura, la ideología, los modos de lucha, los cambios técnico y
económicos, entre otras muchas cosas que han moldeado la experiencia de la clase
obrera. Sin embargo, no hay que olvidar que fue Hobsbawm, y más tarde Thompson,
quien puso las bases para los estudios que se realizan hoy sobre la historia social y sobre
las clases trabajadoras.39
Hobsbawm no se limitó al estudio de la historia de la clase obrera, también hizo
estudios sobre los campesinos tanto en Inglaterra como en Europa y Latinoamérica, es
más, él bautizó un nuevo tema de la historia social como “rebeliones primitivas”. El primer
trabajo sobre este tema fue publicado en 1963.40 Es interesante resaltar que su interés
académico inicial fue el problema agrario en el norte de África, pero en el periodo
inmediatamente posterior a la guerra pensó que era necesario cambiar hacia la historia de
la clase obrera. Durante la década de los cincuenta diversos sucesos renovaron su interés
en los estudios sobre los campesinos. Realizó frecuentes viajes a los países mediterráneos
en este periodo, conoció y habló con varios intelectuales del Partido Comunista Italiano,
leyó la obra de Antonio Gramsci y debatió con antropólogos sociales. De esta manera, al
igual que con la historia de la clase obrera, en sus estudios sobre los campesinos,

38
Kaye, Historiadores, p. 130.
39
Ibid, p. 134.
40
Eric J, Hobsbawm, Rebeldes Primitivos, Barcelona, Editorial Ariel, 1983.

17
Hobsabwm estableció puentes entre la historia, la sociología y la antropología, mucho
antes de que se pusiera de moda la historia interdisciplinaria.41
Los temas contenidos en Rebeldes Primitivos, como el mismo autor lo dice, se
refieren a las “formas <<primitivas>> o <<arcaicas>> de agitación social, entre los cuales
destaca el bandolerismo del tipo que encarna Robin Hood, las asociaciones secretas
rurales, diversos movimientos revolucionarios de carácter milenario, las turbas urbanas de
la era preindustrial y sus asonadas, algunas sectas religiosas obreras y el recurso al ritual
en las tempranas organizaciones revolucionarias y trabajadoras”.42 El periodo en que
estudia a estos movimientos son los siglos XIX y XX, son movimientos marginales, en un
mundo principalmente rural donde las personas no saben leer ni escribir, es decir que son
casi analfabetos, y que muy pocas veces son conocidos por sus nombres, excepto de sus
amigos y a los que a veces suelen llamarlos sólo por sus apodos. Dice Hobsbawm que
estos hombres “generalmente no saben expresarse y a los que pocas veces se entiende”.
Son gentes prepolíticas que no tienen un lenguaje específico para expresar sus
aspiraciones, pertenecen a un mundo donde el capitalismo no se ha desarrollado
plenamente, y por tanto son movimientos precapitalistas. Afirma el autor que los
movimientos surgidos de rebeliones primitivas “tienen poca evolución histórica, porque
pertenecen a un mundo familiarizado de antiguo con el Estado, con la diferenciación y la
explotación de clase, obra de terratenientes, mercaderes y afines, y con ciudades. Los
vínculos de solidaridad debidos al parentesco, a la tribu, al territorio, son la clave para la
comprensión de las que suelen clasificarse de sociedades <<primitivas>>”.43 En Rebeldes
Primitivos, Hobsbawm estudia a la gente que no nació en un mundo capitalista, pero que
tuvieron que adaptarse a él.
Un rasgo particularmente importante de los trabajos de Hobsbawm tanto de la
clase obrera como del campesinado es que en sus análisis dichos temas no se han visto de
forma aislada, sino que siempre han estado integrados al estudio de la totalidad de la
experiencia de dichas clases sociales, y al estudio del capitalismo, que el autor ha

41
Kaye, Historiadores, p. 136
42
Hobsbawm, Rebeldes, p. 9
43
Ibid, p. 12.

18
defendido correctamente como un fenómeno histórico mundial. Hobsbawm parte de una
visión esencialmente político-económica del capitalismo, alejada del reduccionismo
economicista, como sería la concepción de Wallerstein sobre el sistema mundial
moderno.44
Por ejemplo, en su libro Industria e Imperio (1969)45, hace una historia político-
económica de Gran Bretaña desde 1750 a la década de 1960, en la cual trata el desarrollo
del capitalismo industrial británico en el contexto de la historia mundial. No sólo considera
la economía británica en el contexto imperial, sino también con referencia a los cambios
en el proceso mismo del desarrollo del capitalismo industrial y sus consecuencias con
respecto a la posición de Gran Bretaña en la economía capitalista mundial. Dice
Hobsbawm sobre este libro que es una obra que “trata de describir y atestiguar la
aparición de Gran Bretaña como primera potencia industrial, su decadencia, tras el
dominio temporal que le cupo en calidad de iniciadora, sus relaciones con el resto del
mundo, y algunos de los efectos que estas circunstancias produjeron en la vida de los
británicos”.46 El autor afirma que Gran Bretaña se desarrolló como una pieza esencial de
una economía global, y específicamente como centro de un vasto “imperio”.47
Sin embargo, el trabajo más importante y de más largo aliento de Hobsbawm en
este campo fue su proyecto de escribir la historia mundial del siglo XIX. Examinando como
dice el autor, el desarrollo del mundo moderno, para lo cual divide a este siglo en tres
periodos distintos: el que va de 1789-1848 al cual denomina la The Age of Revolution;48 el
periodo de 1848 a 1875 que nombra como The Age of Capital;49 y finalmente la etapa que
va de 1875 a 1914 que titula como The Age of Empire.50 Estos trabajos son estudios de los
respectivos periodos vistos como totalidades en desarrollo, en los que la economía
política y las relaciones de clases y las luchas del capitalismo industrial determinan,

44
Kaye, Historiadores, p. 145.
45
Eric J. Hobsbawm, Industria e Imperio. Una historia económica de Gran Bretaña desde 1750, Barcelona
Editorial Ariel, 1982.
46
Ibid, p. 9.
47
Ibid, p. 19.
48
Eric J. Hobsbawm, Las revoluciones burguesas, Barcelona Editorial Guadarrama, 1980, 2 vols.
49
Eric J. Hobsbawm, La Era del Capitalismo 1848-1875, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.
50
Hobsbawm, La Era del Imperio, 1989.

19
estructuran o configuran dicho desarrollo, incluyendo el progreso de las ciencias, las ideas,
la religión y las artes.51
En el primer libro de esta trilogía que el autor titula en inglés The Age of
Revolution, y que al español fue traducido como Las revoluciones burguesas, dice que
trata de las transformaciones del mundo entre 1789 y 1848, las cuales son atribuidas a lo
que Hobsbawm llama la <<doble revolución>>, en referencia a la revolución francesa y a la
revolución industrial británica. El autor define a esta revolución de la forma siguiente:

La gran revolución de 1789-1848 fue el triunfo no de la <<industria>> como tal,


sino de la industria <<capitalista>>; no de la libertad y la igualdad en general, sino
de la <<clase media>> o sociedad <<bourgeoise>> y liberal; no de la <<economía
moderna>> sino de las economías y Estados en una región geográfica particular del
mundo (parte de Europa y algunas regiones de Norteamérica), cuyo centro fueron
los Estados rivales de Gran Bretaña y Francia. La transformación de 1879-1848 está
constituida sobre todo por el trastorno gemelo iniciado en ambos países y
programado en seguida al mundo entero.52

En el segundo libro de esta trilogía The Age of Capital 1848-1875 (La Era del
Capital, en español), Hobsbawm estudia el establecimiento de la hegemonía burguesa en
Europa y la extensión de la economía capitalista en el mundo entero entre las
revoluciones de 1848 y el comienzo de la depresión de 1870, cuando las perspectivas de la
sociedad inglesa y su economía parecían poco problemáticas dada la importancia de sus
triunfos alcanzados. Para el autor las dificultades de una industrialización y de un
desarrollo económico limitado por la estrechez de su base europea, fueron superadas en
gran medida por la difusión de la transformación industrial y por la extraordinaria
ampliación de los mercados.53 En este libro encontramos debates sobre las revoluciones
de 1848, a las que el autor considera como revoluciones sociales de los trabajadores
pobres, aunque fracasadas. Hobsbawm también discute en este libro el enfrentamiento
desigual del capitalismo europeo expansionista y las sociedades en Latinoamérica, África y
Asia, reconociendo la importancia de las estructuras y las luchas de clases en dichas

51
Kaye, Historiadores, p. 147.
52
Hobsbawm, Revoluciones, Vol. I, p. 16.
53
Hobsabawm, La Era del Imperio, p. 9.

20
sociedades a la hora de desarrollar capacidades para ganar, como en el caso de Japón, o
perder, como en el caso de los países que ahora se conocen como del Tercer Mundo.54
Con La Era del Imperio, el tercer volumen de su trilogía, Hobsbawm termina con su
análisis del capitalismo y la historia mundial del siglo XIX, la estructura de los tres libros
siguió el hilo conductor del “triunfo y la transformación del capitalismo en la forma
específica de la sociedad burguesa en su versión liberal”, según las mismas palabras del
autor. Sin embargo, en el tercer volumen Hobsbawm sostiene que de 1875 a 1914 “se
experimentó una época de paz sin precedentes en el mundo occidental, que al mismo
tiempo generó una época de guerras mundiales sin precedentes”. Agrega el autor que
“fue una época de creciente estabilidad social en el ámbito de las economías industriales
desarrolladas que permitió la aparición de pequeños núcleos de individuos que con una
facilidad casi insultante se vieron en situación de conquistar y gobernar vastos imperios,
pero que inevitablemente generó en los márgenes de esos imperios las fuerzas
combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con esa estabilidad”. 55
En ese mismo periodo, nos dice el autor, aparecieron los movimientos de masas
organizados de los trabajadores, característicos del capitalismo industrial que exigieron el
derrocamiento del mismo. También las instituciones políticas y culturales del liberalismo
burgués se ampliaron a las masas trabajadoras de las sociedades burguesas, incluyendo a
las mujeres. Al mismo tiempo que las democracias electorales liquidaron el liberalismo
burgués como fuerza política en la mayor parte de los países industrializados. Para
Hobsbawm este fue un periodo de crisis de identidad y de transformación para una
burguesía cuyos fundamentos morales tradicionales se hundieron bajo la misma presión
de sus acumulaciones de riqueza y su confort, de tal manera que su misma existencia
como clase dominadora se vio socavada por la transformación del sistema económico.56
Lo que Hobsbawm nos deja como conclusión al final de este tercer volumen es que
la sociedad y la civilización creadas por y para la burguesía liberal occidental
representaban no la forma permanente del mundo industrial moderno, sino tan sólo una

54
Kaye, Historiadores, p. 149.
55
Hobsbawm, La Era del Imperio, p. 9.
56
Ibid.

21
fase de su desarrollo inicial, tampoco fue la última fase del capitalismo, ni la historia en
general ni la historia del capitalismo en particular terminaron en 1914.
Las historias mundiales de Hobsbawm no tratan de ofrecer información nueva
sobre el siglo XIX, por el contrario, en gran medida están basadas en fuentes de segunda y
hasta de tercera mano, pero tampoco representan la mera suma o síntesis de argumentos
ya existentes. Su trilogía ofrece una reinterpretación de la construcción del mundo
moderno desde el punto de vista de un historiador inglés marxista que utiliza el análisis de
la lucha y la estructura de clases. Hobsbawm no escribe para un público reducido de
historiadores eruditos, sino para el público en general, no se dirige a los especialistas “sino
a cuantos desean comprender el mundo y creen que la historia es importante para
conseguir ese objetivo”. Al respecto dice Hobsbawm lo siguiente:

Lo que he intentado conseguir en esta obra, así como en los dos volúmenes que la
precedieron […] es comprender y explicar un mundo en proceso de transformación
revolucionaria, buscar las raíces del presente en el suelo del pasado y,
especialmente, ver el pasado como un todo coherente más que (como con tanta
frecuencia nos vemos forzados a contemplarlo a consecuencia de la especialización
histórica) como una acumulación de temas diferentes: la historia de diferentes
Estados, de la política, de la economía, de la cultura o de cualquier otro tema.
Desde que comencé a interesarme por la historia, siempre he deseado saber cómo
y por qué están relacionados todos estos aspectos del pasado (o del presente).57

Como complemento a esta trilogía, Hobsabwm publicó en 1995 su libro titulado


Historia del Siglo XX, periodo de tiempo que coincide con su propia vida, según afirma el
mismo autor, por tanto se asume y se sitúa como contemporáneo a los hechos que está
narrando y analizando. Sin embargo, el autor advierte que no es especialista en dicho
siglo, sino en el siglo XIX, y que es casi imposible que una persona conozca toda la
historiografía del siglo XX, aun la escrita sobre un solo idioma, como la de otros periodos
de la historia, por tanto asume que sus conocimientos son superficiales y fragmentarios,
pues sólo profundizó en algunos temas “espinosos y controvertidos”.58

57
Ibid, p. V.
58
Eric Hobsabawm, Historia del Siglo XX, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, p. 7.

22
Acompañando a este libro, Hobsbawm nos dejó como epílogo su autobiografía
titulada Años interesantes. Una vida en el siglo XX, ya que su vida se desarrolló
prácticamente a lo largo de este siglo que él lo califica como “el más extraordinario y
terrible de toda la historia”. Durante su larga vida Hobsbawm visitó varios países y fue
testigo de muchos acontecimientos que trató de comprender y analizar. Por tal motivo
dice el mismo Hobsbawm que escribió no sólo como un historiador especialista, sino como
lo que los antropólogos denominan “un observador partícipe”. En gran medida esta
autobiografía es muy importante para saber más acerca de la vida y de la obra
historiográfica de Eric Hobsabwm.59
A pocos años de su muerte es justo y necesario hacer honores a quien nos dejó
tantas enseñanzas, en mi caso fue un “sensei”, como el mismo Hobsbawm se refiere a
Marx, “un maestro intelectual con el que se tiene contraída una deuda que no se puede
pagar”.

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59
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23
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24
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25

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