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La génesis del valor humano se desprende del vocablo latín aestimable que le da significación etimológica al

término primeramente sin significación filosófica. Pero con el proceso de generalización


del pensamiento humano, que tiene lugar en los principales países de Europa, adquiere
su interpretación filosófica. Aunque es solo en el siglo XX cuando comienza a utilizarse el
término axiología (del griego axia, valor y logos, estudio).
En los tiempos antiguos los problemas axiológicos interesaron a los filósofos, por ejemplo:
desde Sócrates eran objetos de análisis conceptos tales como "la belleza", "el bien", "el mal".
Los estoicos se preocuparon por explicarse la existencia y contenido de los valores, a partir de las
preferencias en la esfera ética y en estrecha relación, por tanto, con las selecciones morales, hablaban
de valores como dignidad, virtud..
Los valores fueron del interés además de representantes de la filosofía como Platón para el cual valor "es lo
que da la verdad a los objetos cognoscibles, la luz y belleza a las cosas, etc., en una palabra es la fuente de
todo ser en el hombre y fuera de él" (2)
A su vez Aristóteles abordó en su obra el tema de la moral y las concepciones del valor que tienen los bienes.
En el Modernismo resurge la concepción subjetiva de los valores, retomando
algunas tesis aristotélicas. Hobbes en esta etapa expresó: "lo que de algún modo es objeto de apetito o deseo
humano es lo que se llama bueno. Y el objeto de su odio y aversión, malo; y de su desprecio, lo vil y lo
indigno. Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable siempre se usan en relación con la persona que
los utiliza. No son siempre una regla de bien, si no tomada de la naturaleza de los objetos mismos" (3)
Hasta este momento de la historia de los valores y luego en la axiología burguesa, que se analizará
seguidamente, se expresa el significado externo de los objetos para el hombre, se hace un análisis idealista
subjetivo, y desde este punto de vista los valores se fetichizan o se reducen a propiedades naturales.
En la segunda mitad del siglo XIX, con la agudización de las contradicciones propias de
la sociedad capitalista, es cuando el estudio de los valores ocupó un lugar propio e independiente en la
filosofía burguesa convirtiéndose en una de sus partes integrantes.
Los filósofos burgueses aumentaron su interés por los problemas axiológicos. Lo cual estuvo dado por las
condiciones concretas de esa nueva sociedad, que conducían a sus ideólogos a justificar el ficticio sistema de
valores de la burguesía. Así se aprecia que la necesidad del estudio de los valores ha existido siempre a
través de las diferentes etapas históricas, aunque respondiendo a los intereses de clases y a las condiciones
concretas existentes.
Max Scheler fue el filósofo burgués que más abordó el tema en esta etapa. Para él los valores son cualidades
de orden especial que descansan en sí mismos y se justifican por su contenido. El sentimiento de valor es una
capacidad que tiene el hombre para captar los valores. Para Scheler: "el hombre es hombre porque tiene
sentimiento de valor".
En igual marco histórico se desarrollaron los clásicos del marxismo, pero no se detuvieron en el análisis de los
valores, no los analizaron de forma independiente, aunque sí crearon las bases para una solución científica de
este problema. Entre algunas de ellas se encuentran: un profundo análisis crítico de todo el sistema de
valores de la sociedad capitalista, que sirve de fundamento para el reconocimiento de los verdaderos valores
de la humanidad. El estudio del papel del factor subjetivo para el desarrollo social, esta es la base para
comprender el significado de la valoración. En la teoría marxista del capital se analizan los valores
económicos. La doctrina leninista acerca de la coincidencia de los valores subjetivos declase del proletariado
con las necesidades objetivas del desarrollo social. También los postulados acerca de la posibilidad de
diferentes valoraciones de determinados fenómenos en dependencia de la pertenencia de clase del sujeto
valorante. Estos señalamientos y postulados constituyen una guía o fundamento metodológico para la teoría
marxista general de los valores.
A fines del siglo XIX y principios del XX con estos aportes del marxismo se comienza a abordar el concepto de
valor sobre la base de la relación sujeto-objeto, de la correlación entre lo material y lo ideal. De ahí que la
filosofía marxista leninista establezca el análisis objetivo de los valores, a partir del principio del "determinismo
aplicado a la vida social, donde se gesta el valor y las dimensiones valorativas de la realidad", es decir, esa
capacidad que poseen los objetos y fenómenos de la realidad objetiva de satisfacer alguna necesidad
humana.
Precisamente de estas tesis parten todos los filósofos marxistas de la contemporaneidad. En especial los
filósofos cubanos que según la literatura consultada, a partir de los últimos años de la década del ochenta,
tienen un pensamiento axiológico de corte marxista.
Los valores surgen en la relación práctico - objetal y no en el simple conocimiento de las cosas por el hombre.
Son el resultado de la actividad práctico del hombre.
Aunque las necesidades del hombre desempeñan un papel importante en el surgimiento de los valores, no
implica que la actividad subjetiva haga que los valores sean también subjetivos pues están determinados por
la sociedad y no por un individuo aislado.
En valor también pueden convertirse determinadas formaciones espirituales las ideas, las teorías. Pero aún
estos fenómenos espirituales siendo subjetivos por su existencia, sólo se convierten en valor en la medida en
que se correspondan con las tendencias del desarrollo social.
De tal forma los valores no existen fuera de las relaciones sociales, de la sociedad y el hombre. El valor es un
concepto que por un lado expresa las necesidades cambiantes del hombre y por otro fija la significación
positiva de los fenómenos naturales y sociales para la existencia y desarrollo de la sociedad.
De acuerdo con este análisis que hiciera el filósofo cubano José Ramón Fabelo en su tesis de doctorado, se
considera que los valores son objetivos, pues expresan las necesidades objetivas de la sociedad, expresión
de las tendencias reales del desarrollo social, un resultado de la necesidad histórica.
A fines de los ochenta igualmente otra autora Zaira Rodríguez aborda los valores con una diferenciación entre
los valores de las cosas (valores objetivos) y valores de la conciencia (valores subjetivos).
Primeramente esta concepción se refiere a bienes y materiales naturales, valores de uso,
al carácter progresivo o reaccionario de los acontecimientos históricos, a la herencia cultural y a las
características estéticas de los objetos.
En el segundo caso se trata de valoraciones, situaciones y actitudes, representaciones normativas, así como
del sentido de la historia de los ideales y principios.
De esta forma para Zaira "los valores como objetos o determinaciones espirituales no son otra cosa que la
expresión concentrada de las relaciones sociales."(4) Por lo que finalmente los valores para Zaira tienen un
carácter objetivo.
En la actualidad, a través de la década del noventa, las condiciones se han trasformado, han cambiado. De
ahí que el pensamiento filosófico capte las actuales condiciones, confirme así el carácter histórico concreto del
valor, y ofrezca nuevas tesis.
Exactamente el 8 de octubre de 1995 fue convocada una audiencia pública, por la asamblea nacional, en la
ciudad de Santa Clara. Donde Fabelo expone un concepto de valor más diferenciado, más amplio, aunque
mantiene su esencia objetiva.
Establece ahora tres planos de análisis: el primero son los valores objetivos, como las partes que constituyen
la realidad social tales como: los objetos, fenómenos, tendencias, ideas, concepciones, conductas. Estos
pueden desempeñar la función de favorecer u obstaculizar la función social, respectivamente será un valor o
un antivalor. Este es un sistema de valores objetivos.
El segundo plano es un sistema subjetivo de valores y se refiere a la forma en que se refleja en la conciencia
la significación social ya sea individual o colectiva. Estos valores cumplen una función como reguladores
internos de la actividad humana. Pueden coincidir en mayor o menor medida con el sistema objetivo de
valores.
El tercer plano es un sistema de valores institucionalizados, que son los que la sociedad debe organizar y
hacer funcionar. De este sistema emana la ideología oficial, la política interna y externa, las normas jurídicas,
el derecho y la educación formal. Estos valores pueden coincidir o no con el sistema de valores objetivos.
Aunque el proceso subjetivo, de concientización de un determinado sujeto, es importante, no es ajeno a los
otros dos momentos. Pues los valores que se forman son el resultado de los valores objetivos y los
socialmente institucionalizados.
En la audiencia pública otros estudiosos del tema, la formación de valores, expusieron sus criterios desde
diferentes ópticas, además de Fabelo desde el punto de vista filosófico, estuvo Cintio Vitier desde el histórico,
María Isabel Domínguez desde el sociológico, Fernando González Rey desde el psicológico y Gilberto García
desde el pedagógico. Este hecho fue precisamente para analizar las causas y consecuencias de las
transformaciones que ocurren hoy en nuestra sociedad. Es un llamado a resolver las dificultades de nuestro
bastión mas fuerte, la moral revolucionaria.
Un análisis de las causas de dichas condiciones implica recurrir al análisis de los factores externos: La caída
del campo socialista y en especial la URSS es una de ellas. Este fenómeno histórico provocó una
desestabilización económica en el país. Se perdieron mercados y precios seguros por
los productos, financiamiento externo, y relaciones de integración por más de treinta años. Esto ha traído
consigo internamente carencias materiales y el bajo nivel de satisfacción de las necesidades materiales. Lo
que provoca la disminución del valor a los fenómenos espirituales, sociales y se le conceda mucho más valor
a los que se asocien a la satisfacción de necesidades materiales.
En el aspecto político-social estos países representaban un paradigma social por lo que este fenómeno hizo
que se destruyeran patrones valorativos, de comparación, es decir, desaparecieron las virtudes de aquello a lo
que se aspiraba, se derrumbaron las aspiraciones, las ilusiones y ese ejemplo quedó desacreditado.
Al derrumbe del socialismo le sucedió la unipolaridad política, que engendró manifestaciones ideológicas
negativas, y esto influye sobre la juventud cubana que no está ajena a la crisis universal de valores que
impera hoy en el planeta.
A esto se une la agresión ideológica del imperialismo, que desde los inicios de
la Revolución ha estado dirigida a subvertir los valores de la conciencia de nuestro pueblo y en especial de la
juventud. En esta se ha dado una transformación en el deterioro de valores, no sólo de los que se identifican
con una ética de la Revolución, como el colectivismo, sino incluso valores morales universales como
la honestidad, a los que se superponen la doble moral, y el utilitarismo.
Luego de la audiencia pública tuvo lugar un debate público donde Armando Hart dijo: "hablar de valores
en Cuba es pensar en el siglo XXI"
De manera que serán los jóvenes de hoy los que decidirán el futuro de la Revolución, de nosotros depende en
gran medida el triunfo o no de esa verdad que llevamos adelante.
En nuestro país de manera general existe una juventud que es heredera de valores como la independencia,
la solidaridad, y la justicia social. Sin embargo, en una parte de esa juventud pueden observarse síntomas
evidentes de crisis de valores. Entre los síntomas están los siguientes: inseguridad acerca de cual es el
verdadero sistema de valores, que considerar valioso y que antivalioso, sentimiento de pérdida de validez de
lo que hasta ahora era valioso y por tanto atribución de valor a lo que hasta entonces era antivalioso, cambios
en el sistema jerárquico, otorgándole mayor prioridad a valores que eran más bajos.
Pero se considera que no se ha producido una crisis total del sistema de valores; si no que estos síntomas
indican un debilitamiento de determinados valores, en determinados grupos sociales dado un proceso de
reordenamiento, o reacomodo económico.
Este hecho no había ocurrido nunca antes desde el triunfo de la Revolución, por lo que la situación actual se
hace preocupante a pesar de que responde a las condiciones concretas, y más aún si se prevee que la
tendencia pudiera continuar en aumento.
Esto hace que el reto fundamental de estos momentos sea lograr que el reajuste económico, que implica la
actual situación de crisis económica, que es el factor que en última instancia determina los demás, debe ir
acompañada de una transformación ética. En la que se preserve lo más valioso de la moral revolucionaria y
se abandonen dogmas y estilos caducos.
Esta solución ética es extraño que se tome en algún lugar del mundo, pero no porque no sea necesaria, sino
por el contrario dado lo imprescindible que resulta este tema ante la realidad que vive hoy este mundo
globalizado. No obstante en nuestro país reafirmamos "que la solidaridad es más rentable que el egoísmo,
que el costo de la codicia es superior al de la generosidad, que la eficiencia basada en
la administración democrática es superior a la genialidad de cualquier burócrata y que el economismo no
puede ser la supraideología de una nación que aspira a seguir siéndolo con todos y para el bien de todos". (5)
BIBLIOGRAFIA
 Fabelo, José Ramón. La formación de valores en las nuevas generaciones. --La Habana:
Ed Ciencias Sociales, 1996. —70p.
 Fabelo, José Ramón. Práctica, Conocimiento y Valoración.—La Habana: Ed Ciencias Sociales, 1982. —235p.
 Rodríguez, Zaira. Filosofía Ciencia y Valor. ---. La Habana: Ed Ciencias Sociales, 1989. —52p
 Sánchez Linares, Felipe. ¿Es Ciencia la filosofía?. ---. La Habana: Ed Política, 1989. --226p

Lic.Yuliet Gelavert Jardines

Leer más: http://www.monografias.com/trabajos14/nuevmicro/nuevmicro.shtml#ixzz3oAvMp1AS


DEFINICIÓN DE VALOR

El valor es una cualidad que confiere a las cosas, hechos o personas

una estimación, ya sea positiva o negativa. La axiología es la rama de

la filosofía que se encarga del estudio de la naturaleza y la esencia del valor.

Para el idealismo objetivo, el valor se encuentra

fuera de las personas; para el idealismo

subjetivo, en cambio, el valor se encuentra en la

conciencia (o sea, en la subjetividad de los sujetos

que hacen uso del valor). Para la corriente

filosófica delmaterialismo, la naturaleza del

valor reside en la capacidad del ser humano para

valorar al mundo en forma objetiva.

En otro sentido, los valores son características morales inherentes a la persona,

como la humildad, la responsabilidad, la piedad y la solidaridad. En la

antigua Grecia, el concepto de valor era tratado como algo general y sin divisiones,

pero a partir de la especialización de los estudios, han surgido diferentes tipos de

valores y se han relacionado con distintas disciplinas y ciencias.

Los valores también son un conjunto de ejemplos que la sociedad propone en las

relaciones sociales. Por eso, se dice que alguien “tiene valores” cuando establece

relaciones de respeto con el prójimo. Podría decirse que los valores son creencias

de mayor rango, compartidas por una cultura y que surgen del consenso social.

La teoría de los valores implica la existencia de una escala, que va de lo positivo

a lo negativo. La belleza, lo útil, lo bueno y lo justo son aspectos considerados

como valiosos por la sociedad.


DEFINICIÓN SIGUIENTE →
Lee todo en: Definición de valor - Qué es, Significado y Concepto http://deLa
Naturaleza del Valor
Al respecto existen numerosas respuestas:

1. Teoría objetivista

El valor existe independientemente del sujeto o de una conciencia valorativa. El valor existe antes
de la valoración. Las variaciones de los objetos nos obligan a variar nuestras apreciaciones.

2. Teoría subjetivista

El valor depende el sujeto y no existe independientemente de él. Su asistencia, su sentido su


validez se debe a reacciones fisiológicas o psicológicas del sujeto que valora. Los hombres difieren
en sus juicios de valor generando un desacuerdo permanente, porque cada uno tiene sus gustos y
preferencias.

3. Teoría relacionista

Los valores surgen como puras reacciones entre sujeto y objeto. Si considera el sujeto aislado no
hay valor lo mismo, si atendemos solo al objeto. Ejem: un objeto es “bueno” no en si mismo sino
por relación con otros objetos más buenos, menos buenos, malos, etc.

4. El escepticismo axiológico

Sostienen que la palabra valor es un término desprovisto de sentido propio.

finicion.de/valor/#ixzz3oAvcYu3z
VALOR
Amelia Valcárcel

El término valor, aunque es de uso relativamente corriente,


dista de
ser intuitivo. Llamamos valor o valores a un conjunto no
bien
especificado de términos que denotan entidades abstractas,
es decir,
que no son objetos. Sirvan de ejemplo: paz, justicia,
belleza, felicidad,
bien, libertad, igualdad, solidaridad... Todos ellos son
valores a los
que, además, decimos adherirnos. Hay muchos más sin
duda. Esos
términos pueden ser muy abstractos o más concretos. Bien
o belleza
son bastante abstractos; fidelidad o valentía parecen más
concretos.
Dentro de la multitud de términos que denotan valores, los
más
abstractos son considerados absolutos, es decir, invocan
mayor
acuerdo, mientras que otros se conciben como relativos.
Todo ello
muestra que en el lenguaje corriente el uso de «valor» o
«valores»
está de hecho cargado. Por una parte, tiene la carga
ontológica de la
efectiva ordenación del mundo en que se inserte; por otra,
es cuestión
en litigio si cabe hablar de valor en ausencia de soportes de
valor o
cosas valiosas; y otro tanto se diga para valores.
La constatación de existencia de valor es muy simple y
tiene que ver
con el fenómeno universal de la valoración. Ningún lenguaje
natural es
meramente descriptivo. Los lenguajes naturales suponen
teorías del
conocimiento inexplícitas, y por tanto también ontologías.
Sobre ellos actúa la filosofía, bien para hacer patentes esos
órdenes, bien para proponer otros órdenes alternativos.
Empíricamente, la filosofía constata la existencia de
valoraciones y las
concomitantes ocurrencias lingüísticas de términos
valorativos. Desde
su racionalismo, siquiera sea lingüístico, investiga su lógica
o propone
nuevas ordenaciones.
El término valor, en sus usos académicos, está asociado en
nuestro
siglo preferentemente con un tipo de filosofías que tuvieron
su período
dominante en la Europa de la Primera Guerra Mundial y el
período
siguiente de entreguerras, cuyos más destacados
cultivadores fueron
Scheler y Hartmann. Se las llamó Teorias del valor. Sin
embargo, la
influencia y márgenes verdaderos de esa forma de
pensamiento son
más amplios. Trabajos que se inscriben en conceptos muy
similares a
los de las teorías del valor son también los de Dilthey,
Simmel o Weber,
nombres imprescindibles para la correcta apreciación de la
influencia,
difusividad e importancia de esta posición teórica.
La noción de valor aparece ya en la filosofía tardo-ilustrada.
Sin
embargo, pese al uso por Kant del término Wert, lo que se
conoce
como proto-teoria de los valores no se solidifica hasta
finales del siglo
XIX. Sus antecedentes están en Lotze y tiene inflexiones
fundamentales
en Meinong, Windelband y Ehrenfels; pero sin duda el
filósofo que más
utilizó la terminología con la que acabarían por
instrumentarse las
teorías del valor del siglo XX fue Nietzsche.

VALORES/QUE-SON: De Windelband es la primera


sistematización
de una teoría del valor en sus Preludios filosóficos de 1884,
continuadora de Lotze y paralela en el tiempo, o algo
anterior, a la
Genealogia de la moral (1887) de Nietzsche. Windelband
supone la
existencia de valores universales y considera que la filosofía
es
propiamente «la ciencia de los valores». Es ciencia crítica,
es decir,
investigación; como kantiano que es, Windelband distingue
entre ser y
deber ser. Los valores pertenecen al orden del deber ser, en
el que
lógica, ética y estética no son colecciones de hechos
empíricos ni
preferencias arbitrarias subjetivas, sino normativas ideales
a las que se
acomodan las conciencias, tanto en su ser como en su
conocer. Los
valores son lo que hace al mundo posible.

VALORES/NIETZSCHE: La posición de ·Nietzsche es


absolutamente contraria a ésta: los valores son
apreciaciones a las
que en efecto las conciencias se acomodan, pero son
invenciones con
fecha de nacimiento y teleologías poco claras. De los
valores
comúnmente admitidos, algunos son supervivenciales, otros
son
valores de los fuertes y, los más, resentimiento
reconducido. Todos
son productos históricos. Todos son, en términos absolutos,
falsos,
puesto que son convenciones admitidas para que algunas
formas de
vida puedan subsistir, y sólo eso. Aun así, los hay
preferibles: aquellos
que no oculten su origen en la fuerza y la violencia. El
Código de Manú
es en su crueldad preferible a las mixtificaciones
judeocristianas. Por
último, es deseable que se produzca una subversión de
todos los
valores para que la verdadera moral, la del superhombre,
advenga.
Retengamos por el momento el historicismo de Nietzsche,
porque
ese rasgo será el que ha de pervivir en la corriente de las
teorías del
valor encarnada por Dilthey. Los valores de este modo
pasan a ser,
por obra de Nietzsche, una suerte de pactos o convenciones
admitidas
dentro de las cuales se desarrolla la vida. Forman entonces
parte de
ella, la modelan, la limitan; por lo mismo, dan sus
posibilidades
efectivas de desenvolvimiento. Cada época es un sistema
de valores, y
así ha de ser analizada y no por recursos meramente
positivistas. Sin
embargo, Nietzsche lanza, en su ética, los valores al futuro,
porque su
diagnóstico de su propia época es pesimista y amargo: el
mundo
necesita una transvaloración de todos los valores que lo
han
cimentado, los de la cultura judeo-cristiana. De semejante
transvaloración saldrá un nuevo mundo que ni siquiera
podemos
concebir con claridad. Pero de las evidencias de que Dios ha
muerto,
que lo que se conoce bajo el nombre de moral es
resentimiento, que la
crueldad del ser humano hacia el ser humano ha sido la
inveterada
regla que ha guiado las acciones, ha de darse el salto a una
nueva
moral, un nuevo sistema de valores en el que cada
individuo asuma la
humanidad como un esfuerzo de autoconstrucción. Como
puede verse,
el programa amparado por Nietzsche es una especie de
hiperkantismo,
sin embargo sus derivaciones históricas fueron muy otras.
No es el
caso de tratarlas aquí. Para lo que ahora interesa, basta con
retener
que tanto la idea de «constelación de valor» como la de
historicidad de
todo valor pertenecen a la herencia de su filosofía.
La vía que llevaba de Nietzsche al historicismo tenía
además otras
fuentes de consolidación. Las expuso Meinecke en su obra
El
historicismo y su génesis. Comienza en la filosofía barroca y
tiene
episodios importantes en la Ilustración europea y en el
romanticismo
alemán. Las figuras de Vito, Leibniz, Voltaire, Gibbon,
Burke, Lessing,
Moser, Herder, Hegel, Goethe, Ranke, van poniendo a la
cabeza de la
gran cultura el sentido histórico. Las intuiciones filosóficas
llegan a
fundirse con las históricas, porque precisamente hablar de
valores con
sentido histórico proporciona el lenguaje en el que las
Teorías del valor
podrán expresarse.
Las líneas kantianas y las líneas historicistas difícilmente
podían
encontrar un equilibrio. La cuestión de los valores se mueve
siempre
entre ambos polos. Si se reconoce la historicidad o la
funcionalidad de
todo valor, da la impresión de que se afirma su falsedad
última. Si, por
el contrario, se afirma la sustantividad de todo valor, se
abre una
metafísica de la que están ausentes el sentido histórico y el
conocimiento de las formas de vida.
Porque éstos son polos tensionales, cuantas filosofías
trataron con
el término «valor» intentaron buscar puntos intermedios de
anclaje
entre historicismo y kantismo. A esa luz debe ser leído el
uso de la
expresión «politeísmo de los valores» de Weber o la propia
lectura de
Hegel realizada por Hartmann. El primero, admitiendo un
conjunto
difuso de valores colisionantes, que se encarna, en sus
relativas
ordenaciones, en formas de cultura que se constituyen en
marco de lo
posible y oponiéndose mediante este orden conceptual al
determinismo
económico. El segundo, encontrando en Hegel la figura
filosófica que
había sido capaz de realizar la síntesis entre historicismo y
realismo
valorativo.
Sin embargo, mantener este equilibrio entre realismo e
historicismo
resultó sumamente complicado, y a la larga se mostró más
como una
expresión de intenciones que como una realidad teórica. En
efecto, el
historicismo dio por su lado sus frutos, pero no contentó a
todos. Hubo
algunos para los cuales la explicación por génesis o la
explicación
funcional de los fenómenos que el historicismo
proporcionaba resultó
insuficiente, casi por las mismas razones que se aducen en
la
actualidad para mostrar la insuficiencia de cualquier
explicación
hermenéutica. Este tipo de explicación por génesis, aun
complementada por la explicación funcional, implicaba
circularidad
argumentativa y carecía de fundamentación propositiva.
En este contexto hay que entender el imperativo
husserliano de ir a
las cosas mismas, en la confianza de que las «cosas»
pueden dar
razón de su ser distinta de la mera explicación genética. En
este punto,
las teorías del valor introdujeron una simiente, la
fenomenológica,
completamente extraña y opuesta al historicismo. De esta
manera, y
porque tanto Scheler como Hartmann compartían gran
parte de los
presupuestos fenomenológicos, no pudieron dejar de
pretender
hipostasiar lo que por definición historicista era fluido;
propusieron
ordenaciones o jerarquías de los valores, con principios
internos de
coherencia y válidas para todos los tiempos, aunque ambos
hicieran
declaraciones de que entendían el aspecto fluido, esto es,
histórico, de
los valores.
Pero esto era de esperar. Cuando las cosas mismas son los
valores,
difícilmente se puede ir a ellas y esperar que hablen; hablan
en un
lenguaje peculiar: nada tiene de extraño que la filosofía
presocrática se
resucitara en nuestro siglo, puesto que fijismo o fluidez
fueron
alternativas fuertes, cuya resistencia se jugaba en las
posiciones
valorativas, que había que desplazar a su origen. Mediante
este
análisis, los viajes al pasado prelógico realizados por
Heidegger cobran
otra dimensión de sentido.
Ya se ha apuntado que la primera parte del siglo XX
contiene
muchas más teorías del valor de las que una visión estrecha
podría
sospechar: teorías del valor historicistas de las dos
etiologías dichas
(nietzscheanas y rankeanas), teorías del valor
neokantianas, teorías
del valor fenomenológicas, teorías del valor en sentido
estricto como
las de Hartmann y Scheler, síntesis como Heidegger, y
teorías del valor
hermenéuticas derivadas fundamentalmente de este último.
Y no son todas, porque en este momento hay un nuevo
dominio a
tener en cuenta. Dado que el trabajo filosófico se diversificó
en Europa,
se solidificó en dos corrientes fuertes y geográficamente
asentadas: en
el continente y en las islas. En el continente se produjo el
reinado
indiscutido de una mixtura de las teorías del valor
historicistas y
metafísicas dentro del marco general del vitalismo. En las
islas y sus
territorios culturales anexos se produjo el triunfo del
positivismo,
centroeuropeo en origen, pero que buscó mejores aires
durante el
período de entreguerras. El triunfo del positivismo en el
área filosófica
anglosajona estuvo avalado en ética por la teoría referencial
del
lenguaje de Wittgenstein.
Pero en este punto se produjo de nuevo una notable
inflexión. El
uso que Wittgenstein hace de «valor» en el Tractatus da pie
para
pensar que Wittgenstein comparte el uso neokantiano de
«valor» de
Windelband. O dicho en otras palabras, Wittgenstein piensa
que si
hubiera un valor que fuera un valor tendría que tener las
características intemporales y referenciales que Windelband
le
atribuye. En consecuencia, y guiado por su afán de
determinar en el
Tractatus «lo que es del caso», Wittgenstein funciona de
hecho con la
escisión entre mundo de los hechos y mundo de los valores
de la
etiología neokantiana. Y por tanto afirma que en el mundo
de los
hechos no hay ningún valor, porque si lo hubiera tendría
que estar
fuera de la completa esfera de lo que sucede y «es del
caso». Es decir,
en el mundo no existe el conglomerado atemporal y
regulativo llamado
«valor», en el mundo de los hechos; si se contempla el
mundo como un
todo, esto es, en la esfera de lo místico, el caso puede ser
otro.
Pero no fue Wittgenstein quien desarrolló la teoría
referencial del
lenguaje, sino el positivismo del Círculo de Viena, con el
que, dicho sea
de paso, Wittgenstein no llegó nunca a comulgar. Y el
referencialismo
positivista decidió simplemente que términos como «valor»
o términos
que denotaran valores carecían de referente empírico,
designaban
entidades inexistentes, y eran o puramente emotivos o
sinsentidos
lingüísticos.
El mantener posiciones tan cerradas obligó a las teorías del
valor
continentales a resituar sus planteamientos
epistemológicos. La teoría
referencial del lenguaje actuó por contaminación en la
filosofía
continental, y por ello se produjo el curioso caso de que las
filosofías
del valor de las décadas treinta y cuarenta entraran en la
discusión
referencialista y se empeñaran en el esfuerzo de probar que
tales
términos poseían referente, abstracto o conductual. Es
decir, que
teorías metafísicas, que no abjuraban de esta característica,
del valor
tomaron rasgos que las convertían en teorías referenciales
del valor.
Así, y en este contexto, se afirmará que los enunciados
valorativos
remiten a la realidad, a sus propias realidades que son las
entidades-valores, entidades que no son estrictamente
formaciones
sociales, pero que tampoco son subjetivas, sino más bien
un tercer
reino que determina lo uno y lo otro. En esta doctrina, que
es la de
Hartmann, la polémica inexplícita con el referencialismo se
observa con
claridad, pero a la vez apunta otro rasgo: la construcción de
ese tercer
mundo que proviene del vaciado de las teorías sociológico-
valorativas
de Durkheim y Weber.
La tópica de las teorías del valor produjo en el continente
una gran
luz, como suele suceder inmediatamente antes de cualquier
extinción.
Alrededor de los años cincuenta, muchos autores dedicaron
su trabajo
filosófico a esmeradas sistematizaciones valorativas, se
reunieron en
importantes congresos, gestaron un voluminoso número de
artículos.
Sirvan de ejemplo Lalande, Ruyer, Lavelle, o los congresos
de
Bruselas en 1947 y de Amsterdam en 1949, sin olvidar la
obra de
Bréhier.
Inversamente, y en el área anglosajona, el pragmatismo se
dobló de
énfasis valorativos. Autores de tan poca observancia
metafísica como
Dewey y Morris intentaron desarrollar teorías generales del
valor, cuya
intención era, obvio es decirlo, más empírica,
aparentemente, puesto
que, no por incardinar los valores funcionalmente en las
conductas,
podían soslayar entrar en definiciones esenciales de los
mismos.
Como ya ha quedado dicho, hay en la primera parte de
nuestro siglo
muchas más teorías del valor de las que normalmente se
reconoce. Y
sirva todo lo apuntado meramente como panorama general.
Sin
embargo, a partir de los años cincuenta, al núcleo más duro
de las
teorías continentales del valor le sobrevino el ocaso. Y la
causa fue la
entrada a saco en su mismo territorio conceptual de una
nueva
corriente filosófica, el existencialismo.
Mientras el existencialismo y las éticas anglosajonas, los
emotivismos, se repartieron el escenario filosófico
preferente, las
teorías del valor se colapsaron: habían abarcado
demasiado, habían
declarado fijo lo que es mudable, habían admitido el
referencialismo
inexplícitamente... habían logrado, en fin, un implante
difusivo de su
terminología en el lenguaje cotidiano enorme mientras que
su núcleo
se fragilizaba velozmente. Murieron de éxito. En el
pensamiento que
aboca al sesentaiochismo, estructuralismo incluido, no
queda rastro de
ellas. Legan sin embargo al discurso cotidiano toda su
terminología.
Asistimos en la actualidad al renacer del uso del término
«valor»,
que proviene de ese substrato y que cobra tanto mayor
relieve cuanto
más apreciable es el hundimiento del contexto
sesentaiochista. En
aquellos años pudo afirmarse con soltura que cualquier
valor no era
sino el reflejo de intereses de clase, con lo que se
desfundamentaba; y
no otra intención tenían algunos emotivismos, por ejemplo
el de Ayer,
que justificaba mediante su epistemología escéptica sus
propias
actitudes izquierdistas. Figuras menos relevantes, aunque
merecedoras de mayor estima como Prior, quedaron en la
sombra de
esta marea emergente que ahora se retira.
«Valor» vuelve a usarse, pero procede del discurso no
teórico, y por
tanto está necesitado de nueva teorización. Conocidas sus
dificultades,
el uso no suele entrañar el abuso, y con ello quiero decir
que se pasa
de puntillas sobre sus inconvenientes, limitándose las
autoras o
autores a mentarlo. La referencia a «valores», «valores
comunes», se
produce cada vez más, pero evitando entrar en la propia
definición de
«valor».
No sería infundado esperar que tras la avalancha
hermenéutica y la
concomitante resurrección de Heidegger, el pensamiento de
Husserl
volviera a recorrerse. De hecho, hay señales suficientes en
ese sentido
si se observan los títulos de los cursos impartidos en los
años 92 y 93
en las principales instituciones filosóficas. De proseguirse
este repunte,
sería de esperar un interés paralelo hacia las Teorías del
valor,
aunque por el momento el apuntado y creciente interés por
Husserl
más bien tiende a situarlo como padre de la idea de
logocentrismo
manejada por Deleuze y Derrida, padre evidentemente no
voluntario,
que como guía para una nueva apreciación conceptual de
valor o
valores. En esta corriente postestructuralista, todavía
bastante viva,
esas palabras llamadas valores son denominadas
«simulacros» y
vinculadas al mundo global de lo simbólico, cuyo territorio
no cesa de
crecer.
Podemos pues asistir a un renacimiento de la tópica de las
filosofías
del valor, si bien probablemente vinculado en ética en
particular a las
corrientes dialógicas y a los temas de conexión entre moral
y política.
En este contexto ya se están instalando obras como las de
Dworkin,
Maffetone o Vecca. Hacia el mismo contexto convergen las
últimas
publicaciones neoaristotélicas con la figura de McIntyre a la
cabeza. Y
el pensamiento del fin de la modernidad o el pensamiento
débil ponen
sus énfasis en el cambio o la fragilización de lo que no
puede llamarse
de otra manera que horizonte valorativo de la modernidad.
En estas condiciones, es evidente que un término como
«valor» está
siendo usado y soslayado a la vez, de forma que nada
tendría de
extraño que se presentara la necesidad de acudir de nuevo
a
delinearlo para la época presente. En el caso hipotético de
que este
recorrido volviera a transitarse, habría que tener en cuenta
algunas
cosas. Uno, que los valores son hechos lingüísticos, pero
no
meramente lenguaje; es decir, que pueden ser
verbalizados, pero en
modo alguno se agotan en esa posibilidad. Dos, que como
tales
hechos conforman y remiten a un orden simbólico en el cual
sus
territorios semánticos están relativamente bien
establecidos. Tres, que
por lo mismo, no son homogéneos, pero tampoco
necesariamente
colisionantes todos con todos, de manera que gran parte
del discurso
teórico consiste en señalar sus puntos de divergencia,
opacidad,
neutralización, y/o vigencia. Cuatro, que hay muchos más
términos que
connotan valor de los que a primera vista se perciben,
puesto que la
trama profunda del pensamiento, si se realiza de hecho en
el fondo de
enantiologías inespecificadas, no pueden evitar la carga
valorativa que
toda enantiología produce. Y cinco y último, que todo este
conspecto
nos remite a la antigua distinción entre ser y deber ser,
puesto que
ambos órdenes están comprometidos en cualquier
ocurrencia de
términos valorativos. Todo ello dejando a un lado la
cuestión del
estatuto subjetivo u objetivo de los valores, estrategia
hecha posible
por su enfoque sobremanera lingüístico.
Lo que parece claro a estas alturas de finales del siglo XX es
la
pérdida de peso relativa experimentada por el positivismo,
y por tanto
la consiguiente desaparición del interdicto positivista sobre
temas
valorativos. El positivismo sin embargo ha impregnado
suficientemente
tantas áreas del saber y del discurso como para que, desde
hace
décadas, se venga haciendo obligado poner de manifiesto
las tramas
valorativas que subyacen en los pretendidos discursos
objetivos.
Esto lo han hecho ya por su parte tanto filósofos de la
ciencia como
filósofos de la política o de la moral. De hecho, los
discursos
objetivistas, y aún menos los naturalistas, ya no son de
recibo en los
círculos teóricos avanzados. Los discursos cuantitativos
tampoco.
Pero, por lo mismo, la posibilidad manejada en el siglo
precedente de
hacer de la filosofía una ciencia general de los valores, se
eclipsa. El
término «ciencia» no es lo que era. Las diversas ciencias
han puesto al
descubierto sus aspectos historicistas, sus tomas de
partido
valorativas, e incluso sus metáforas.
En estas condiciones difícilmente cabría hallar verosimilitud
para un
nuevo discurso no-valorativo, y en este caso filosófico,
sobre los
valores. Ese punto de partida no existe, y la filosofía ha de
intentar
comprenderlo como una de las muchas metáforas
espaciales que ha
utilizado, del mismo modo y en el mismo sentido en que se
afana por
desvelar otras, como «fundamento», «ley», etc.
También ha de saber que en bastantes casos el recurso al
término
«valor» 0 «valores» forma parte de segmentos explicativos,
es decir,
produce una claridad analítica imposible de probar en los
hechos,
como cuando, por ejemplo, la filosofía se cruza con la
explicación
histórica. Se puede siempre decir que el valor más
importante de una
época determinada al cual los demás fueron subordinados
fue el valor
«x», pero esto no deja de ser un efecto de explicación que
cualquier
conocimiento más preciso de esa época suele deshacer. Con
ello
quiero decir que el enmarañado aspecto del estatuto de los
valores en
el presente no contrasta con su supuesto orden en el
pasado.
Todas las épocas han padecido la pluralidad que en el
presente
podemos advertir, aunque no la hayan nombrado de esta
forma. De la
lectura de los textos morales más clásicos se desprende ya
la
existencia de una diafonía valorativa que la teoría intenta
encauzar. Y
esto tanto en las discusiones recogidas en los Diálogos de
Platón como
en los intentos de conceptualización aristotélicos o en las
fundamentaciones ontológicas de las éticas de la
modernidad cuyo
paradigma podemos situar en Espinoza. Lo que de todo ello
se
desprende es la constatación de que la acción humana no
puede
producirse sin discurso, cotidiano y teórico, pero es lógico
que sea el
discurso teórico y su necesidad lo que preocupe y ocupe a
la filosofía.
Quizá partiendo de esta metaepistemología pueda
encontrarse un
nivel descriptivo para los términos «valor» y «valores»,
distinto de la
usual referencia a valores y valores compartidos del
discurso
ético-político del presente, en que se tiene la impresión en
ocasiones
de que «todos saben lo que son, aunque ninguno lo
entiende». En
cualquier caso, lo que es evidente es que los tiempos de
incredulidad
valorativa han terminado. La referencia a que algo es
«meramente»
una norma o un juicio de valor es una memez, no por
difundida, menos
trivial. Que nadie puede descartar en razón de tal
argumento nada.
Que del hecho de que algo sea un valor o un juicio de valor
por el
contrario se desprende que hay en ello una carga secular
simbólica
cuyo enorme peso debe ser ponderado con prudencia,
epistemológica
y ontológica.
Los instrumentos que poseemos para medir esas cargas son
a
estas alturas bastante sofisticados: el conocimiento
histórico, el giro
lingüístico, la lógica semántica, las teorías del poder, la
hermenéutica...
cada una de las cuales puede aclarar segmentos de lo que
para
abreviar damos en llamar «valores», cuando son en verdad
tramos
valorativos interepocales e interlingüísticos.
Sin embargo, este tipo de estudios no dejarán de ser
análisis y
tendrán por tanto que evitar la parte importantísima de los
valores en
los que éstos son propuestas. Llegarán tarde, como la
lechuza de
Minerva, o seguirán al ser, por utilizar la expresión de
Simmel. Mientras
tanto, la propuesta se estará dando en otra parte.
De ahí el énfasis de las filosofías llamadas de la vida
cotidiana en
buscar los puntos de emergencia de propuestas en el puro
presente,
énfasis que no siempre se corresponde con sus logros
efectivos.
Porque, por ejemplo y de hecho, hablan más de los valores
presentes
filosofías racionalistas como la de Rawls que seguimientos
del ser a pie
de obra como los de Heller.
Seguimos necesitando saber qué cosas son mejores que
otras y por
qué buenos motivos. La presencia de discursos compitientes
en este
ámbito, en el que pocos de ellos tienen los recatos
epistemológicos
que la filosofía debe guardar, aviva de nuevo la urgencia de
hablar,
aunque sea en el lenguaje intermedio propositivo cuya
pureza no está
garantizada, de valores, sabiendo que no son meros
esquemas
preferenciales ni acuerdos ocasionales, pero que tampoco
son ni
doctrina objetiva, como se pretende desde algún discurso
religioso, ni
transacciones arbitrarias, como parece desprenderse de la
cultura
ambiente y mediática.
La filosofía moral contemporánea usa las expresiones
heredadas de
las teorías del valor clásicas y prefiere, de momento, no
darse cuenta
de que no son claras, quizá porque estamos a medio
camino de salida
del paradigma linguistico-positivista y se piensa que es
mejor estrategia
ir introduciendo esas expresiones a fin de tener nuevo
lenguaje, que
pararse a analizarlas. Pero cuando su uso se haya
convertido en
abuso, no quedará más remedio que hacerlo, que
clarificarlas en sí
mismas. Por ahora existe la estrategia que podríamos
llamar «avanzar
por exhauciones». Es decir, analizar por separado cada
valor, la
libertad, la paz, la igualdad, la fidelidad.. intentando no
nombrar sus
mayores, el bien y el mal.
Esta estrategia está tocando fondo, se está acabando. Bien
y mal se
presentan de nuevo absolutamente, sin el intermediario de
las
valoraciones ni del giro del lenguaje ordinario, en el
discurso normativo
religioso y en algunas obras filosóficas recientes. Cuando
hayan
adquirido carta de naturaleza, habremos salido
completamente de la
fase relativista de cultura que provocó la emergencia de las
Teorías del
valor.

VALCÁRCEL AMELIA
10-ÉTICA págs. 411-426

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