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Magíster Ontoepistemología de la Praxis Clínica

Escuela de Psicología
Universidad Mayor

El construccionismo social como marco referencial para la


lectura de lo dicho y lo no-dicho en la praxis clínica: Hacia la
deconstrucción del “mito familiar” y su incorporación en la
formación de terapeutas

ENSAYO

Claudia Rojas Awad


El construccionismo social como marco referencial para la lectura de lo
dicho y lo no-dicho en la praxis clínica: Hacia la deconstrucción del “mito
familiar” y su incorporación en la formación de terapeutas

“Esa mujer de Oslo viste una falda inmensa, toda llena de


bolsillos. De los bolsillos va sacando papelitos, uno por uno, y en cada
papelito hay una buena historia para contar, una historia de fundación
y fundamento, y en cada historia hay gente que quiere volver a vivir
por arte de brujería. Y así ella va resucitando a los olvidados y a los
muertos; y de las profundidades de esa falda van brotando los andares
y los amares del bicho humano, que viviendo, que diciendo va.”

(Galeano, 1995, p. 6)

La praxis de la psicología clínica, praxis en tanto operar reflexivo


auotoreferencial, implica en mi opinión una serie de aspectos que se conjugan
en el espacio relacional y la narrativa emergente co-construida con los
consultantes.

Entre dichos elementos –entendidos como lo plantea Gergen (1994)


como preestructuras de supuestos– podemos distinguir aquellos generados en
la interacción social, tanto en la interacción con personas significativas del
grupo de socialización primario (o desde la tradición de la psicoterapia familiar,
la familia de origen del terapeuta), como en la interacción social generada
durante el proceso de formación disciplinar del terapeuta, específicamente en
relación a un modelo terapéutico.

Considerando que el saber puede ser entendido como articulaciones de


significado generadas en la interacción social, podemos pensar que el
terapeuta, previo a su formación como tal, ha generado una serie de
articulaciones de significado, por ejemplo en su interacción con miembros de su
“familia de origen” –utilizo el término a sabiendas que la familia es sólo una
distinción lingüística y no una entidad o verdad con preexistencia al observador
que la distingue.

2
Así también, el saber emanado durante el proceso de formación de un
terapeuta, puede ser entendido como articulaciones de significado. De tal modo
que, en el proceso formativo, supongo una articulación de articulaciones de
significados, una articulación entre aquellos saberes generados fuera del
proceso formativo –atendiendo particularmente a los co-construidos en el
proceso de socialización primaria– y aquellos saberes generados en el proceso
de formación profesional en un modelo de terapia específico.

Desde enfoques terapéuticos modernistas respecto del trabajo con


familias, ha aparecido como central el mito familiar, en tanto conjunto de
creencias que determinaría roles y funcionamientos familiares y personales de
los miembros de la familia donde surge y se mantiene transgeneracionalmente.

Desde esa perspectiva, el terapeuta en formación, como miembro de un


sistema primario de socialización, encarnaría un mito familiar. Sin embargo, el
abordaje del mito familiar se ha adoptado históricamente en relación a los
sistemas relacionales que se observa y con los que se trabaja clínicamente,
como parte de las creencias del sistema, de patrones transgeneracionales
comportamentales y no como parte de la observancia del operar y significar del
terapeuta “sistémico”.

Mi trabajo personal sobre la familia de origen impulsado por una inicial y


profunda formación en un modelo de terapia transgeneracional; mis reflexiones
y transformaciones en torno a una epistemología constructivista y hacia
metateorías construccionistas que me han llevado al cuestionamiento de las
premisas del modelo transgeneracional y de otras conceptualizaciones teorico-
prácticas emanadas desde el proceso de formación; mi reciente acercamiento
al modelo de terapia milanés y las instancias reflexivas desde espacios de
discusión y lecturas de carácter ontoepistemológicas, llevan a preguntarme por
cómo puedo entender el “mito familiar” desde la mirada del construccionismo
social, y qué utilidad puede tener este ejercicio en la formación de
psicoterapeutas.

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Posmodernismo y Construccionismo Social

El construccionismo social puede ser distinguido como una orientación


epistemológica emergente de manera relevante en los ’90, representativa del
pensamiento posmoderno, el que se ha puesto de manifiesto en las ciencias
sociales desde hace más de una década (Gergen, 1994; Lax, en McNamee y
Gergen, 1996).

El pensamiento posmoderno ha venido a levantarse como una voz


crítica frente a supuestos modernistas que han permanecido hasta nuestros
días presentes en las ciencias sociales y, particularmente, en la psicología.

Los “textos modernistas” se han caracterizado por poner en el centro el


supuesto de la racionalidad individual, lo que se extrapola también a la visión
del mundo como regido por lógicas lineales de causa y efecto. Otro punto de
interés lo constituye el lugar y énfasis que se ha dado al lenguaje como “una
expresión exterior de una mentalidad interior” (Gergen, 1994, p.108). Según
Gergen (1994), son estos discursos culturales los que han otorgado
inteligibilidad y dominación a los textos de la psicología. En psicología, “si bien
la terapia familiar reconoce al individuo dentro de un contexto y no lo considera
simplemente una entidad intrapsíquica, la mayor parte del pensamiento actual
conlleva aun una perspectiva más “moderna” que posmoderna.” (Lax, en
McNamee y Gergen, 1996, p. 94). En este sentido, la perspectiva moderna ha
considerado a la familia y a las personas como entidades con una estructura
que les son propias y que preexisten al observador e independiente del mismo,
(por lo tanto, los terapeutas en su formación clínica han de prepararse como
expertos en dicha estructura y funcionamiento).

La transición hacia un pensamiento posmoderno ha implicado cambios


significativos en relación a esas premisas con que ha operado la psicología
hasta nuestros días. En un marco general respecto del conocimiento y las
ciencias sociales, Gergen (1994) refiere que han emergido al menos tres voces
en la transformación posmoderna. La primera referente a un paso de una
racionalidad individual hacia una comunal, social, poniendo como central las
voces emergentes desde la crítica literaria y retórica que plantean el lenguaje,
no como una expresión de nuestro mundo interno ni de las representaciones

4
del mundo que tenemos, sino como un sistema en sí, que excede al individuo
(Gergen, 1994; Boczkowski, 1995). Así, “La racionalidad es un ejercicio
discursivo” (Gergen, 1994, p. 110). Vinculado a lo anterior, se asume la
imposibilidad de dar cuenta de un universo existente o dado, en tanto que las
descripciones de elementos de la realidad o relaciones lineales son extractos
textuales de una tradición cultural, de sistemas de significado construidos
histórica y socialmente. Un tercer punto refiere de la asunción del lenguaje
como acción cultural, interacción social, contrario a la idea de que el lenguaje
tiene una función representacional de un algo interno o externo. El lenguaje
adquiere significado en la acción. Aun más, el lenguaje es la acción, “el
lenguaje para el postmodernista no es un reflejo desde y hacia un mundo
exterior sino una constitución de mundo” (Gergen, 1994, p. 111).

Así, el construccionismo social pone el énfasis en la relación, como


expresión de sistemas de lenguaje y de significado, y no de patrones de
comportamiento (Bertrando y Toffanetti, 2004).

Lo anteriormente planteado ha implicado un cambio relevante en la


terapia sistémica, en tanto construcción social, poniéndose en el centro de las
conceptualizaciones el lenguaje y las relaciones sociales, incidiendo en la
praxis terapéutica que se orienta entonces a la promoción de historias y
articulación de significados novedosos frente a narrativas entampadoras,
dolorosas o problemáticas del experienciar humano; así se contempla a “la
narrativa como vehículo y manifestación del cambio en psicoterapia”
(Boczkowski, 1995; p.40).

En la esfera de la terapia sistémica se distingue entonces, un giro desde


la cibernética y “del contexto de Bateson al texto de Derrida, que se convierte
en la metáfora fundamental de las nuevas orientaciones” (Bertrando y
Toffanetti, 2004, p.296).

El significado, no solo es construido sino que también construye, y una


vez que emerge y se instala, cambia la historia, sus circunstancias y
temporalidades, cambiando también otros significados articulados con el
anterior, “(…) una historia no es simplemente una historia: es también una
acción situada, una representación con efectos de elocución. La historia actúa

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de este modo para crear, mantener o alterarlos mundos de la relación social.”
(McNamee y Gergen 1996, p. 211). De tal modo que el cómo se ha significado
una experiencia en un momento dado de la historia de una persona, y de las
personas que en la interacción han participado de esa generación de
significado, incidirá en cómo son significadas otras experiencias, pasadas y
aquellas que se van dando en el acontecer cotidiano.

La posibilidad generativa del lenguaje se encuentra limitada por el


contexto socio-histórico en que la interacción social acontece. Los diálogos,
conversaciones, significaciones y articulaciones de sentido se dan en un
contexto social donde la propuesta narrativa dominante y las prácticas
asociadas presuponen ciertos patrones de coordinación o de articulación de
significado y no otros (White y Epston, 1993; Boczkowski, 1995). White y
Epston (1993) se hacen de la analogía del texto para referir a ello, planteando
que “la vida de las personas están situadas en textos dentro de textos (…) cada
vez que se cuenta o se vuelve a contar un relato (…) surge un nuevo relato,
que incluye al anterior y lo amplia” (p. 30).

Tomando esta analogía, las distinciones que se realizan en torno a una


persona y las relaciones en que participa, puedo entenderlas como textos- con-
textos, un contexto “familiar”, “laboral”, “del grupo de pares”, etc., entonces
cada uno es distinguible como un texto con articulaciones de significado que
emergen en la interacción entre quienes participan de dichas relaciones
sociales. Lo que cada persona trae consigo, su relato de vida, sus
descripciones de sí y de los otros, han emergido como co-construcción en el
lenguaje, en el estar siendo con otros en la red de significados en la que
participa y tiene existencia. Este estar siendo con otros, en la relación con otros
implica que aquello que la persona dice, piensa, hace y cree, sea una co-
construcción textual-con-textual.

La centralidad en el carácter constructivo del lenguaje me parece


esencial para la praxis clínica del terapeuta, ya que en el encuentro con los
clientes la conversación terapéutica emerge como una posibilidad de generar
nuevos significados que adquieren sentido en su articulación con la red de

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significados que las personas que participan en dicho encuentro (incluyendo al
terapeuta) han construido en su devenir socio-histórico.

Lo dicho y lo “no dicho” del terapeuta

El grupo de terapeutas y formadores de Milán, en su constitución actual,


si bien reconoce cierta proximidad con el pensamiento posmoderno, y
distinguen semejanzas entre dicho pensamiento y sus construcciones
conceptuales, no han abandonado el desarrollo que hasta hoy ha tenido su
modelo de terapia. Esto no significa que no hayan incorporado algunos
referentes posmodernos. Es más, el desarrollo del modelo, desde una
perspectiva epigenética1, “acepta –más que rechaza– los modelos a nuestro
juicio más significativos a los que hemos estado expuestos” (Boscolo y
Bertrando, 1996, p. 44). De este modo, el grupo de Milán considera de
relevancia las orientaciones posmodernas de la narrativa y del
construccionismo social. Sin embargo, la mayoría de los postulados y acciones
terapéuticas del grupo de Milán continúan teniendo un fuerte referente en la
teoría sistémico-cibernética de segundo orden, y los planteamientos de
Bateson.

El interés por la narrativa deviene de investigaciones y reflexiones que el


grupo milanés ha realizado respecto del tiempo y del lenguaje en las relaciones
humanas, pasando desde una aproximación sincrónica, con base en
observaciones de las pautas relacionales en el tiempo presente, hacia una
perspectiva diacrónica que fue poniendo de relieve las historias y cómo se
construyen éstas temporalmente: “la apertura del marco temporal del presente
al pasado y al futuro nos impulsó a ocuparnos de las conexiones de los hechos
y los significados en el transcurso del tiempo” (Boscolo y Bertrando, 1996, p.
47).

1
Epigénesis: “en su significado más general se refiere a hechos en ciernes (génesis) que se construyen
sobre (epi) eventos inmediatamente precedentes” (…) “los intercambios y las transacciones de cada fase
del desarrollo se construyen sobre los resultados (outcomes) de las transacciones precedentes” (Wynne,
1984, en Boscolo y Bertrando, 1996, p. 51)

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Respecto del construccionismo social, ya habían incorporado la idea de
generación social del conocimiento y del concomitante centramiento en las
relaciones humanas en la generación de significado.

El construccionismo social ha conducido a una revisión de los


planteamientos teóricos y metodológicos del enfoque sistémico, no sólo en
torno a los modelos terapéuticos sino en relación a la propia concepción de la
psicoterapia y del psicoterapeuta, en el sentido de el cúmulo de teorías
generadas y compartidas en la cultura dominante, donde la psicología y la
psicoterapia adquieren, desde el construccionismo social, una mirada crítica y
desafiante a los conocimientos ya instalados, una posibilidad de distanciarse de
aquello que no es de utilidad, aunque sea parte del modelo al que el terapeuta
adhiere, y una posibilidad de incorporar la novedad a las propias articulaciones
de conocimiento construidas durante la formación en un modelo particular; una
expresión de ello es el concepto de “irreverencia” del terapeuta, planteado por
Cecchin2 (Boscolo y Bertrando, 1996).

En relación al espacio psicoterapéutico y a la praxis clínica, ya se habían


abandonado los conceptos de patología y disfuncionalidad, sin embargo, se
enfatiza ahora la co-construcción de significados en conjunto con los clientes,
el respeto, valoración y aceptación de sus expresiones, construcciones de
conocimiento y emocionar, por sus historias construidas respecto de sí y de los
otros, tomando la metáfora de las “voces internas” para referir al constante
diálogo entre las “voces internas” del cliente, las que exterioriza, las del
terapeuta y otros sistemas significantes, a lo que yo agregaría las “voces
internas” del propio terapeuta.

La posición del terapeuta se vuelve central, la concientización de sus


premisas y prejuicios en constante cambio y conversación con otras teorías y
conocimientos (o articulaciones de significados); la premisa básica de que el
observador y observado se co-construyen, ahora es enriquecida por el énfasis
en el lenguaje y su generatividad, así, la curiosidad como actitud básica del
terapeuta en el encuentro con el otro/cliente se abre a una curiosidad por las

2
Para mayor detalle véase Cecchin, Lane y Ray (1992/2002) “Irreverencia. Una estrategia de
supervivencia para terapeutas”. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, España.

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construcciones de significado generadas en el devenir histórico del cliente, y de
si mismos.

Teniendo presente estas consideraciones como referencia, y en el


ejercicio de constante observación sobre las propias acciones del terapeuta,
han planteado el concepto de “lo no dicho”, entendiéndose por éste todo
aquello que el terapeuta dice y hace, y que no parecen emerger de la teoría y
modelo al cual declara adscrirse:

(…) lo que ve y hace se puede adscribir incluso a otras teorías. Al hacer estas
consideraciones como observadores externos, nos valemos de nuestros
conocimientos, prejuicios y teorías, los cuales pueden establecer, entre la acción del
terapeuta y teorías específicas aprendidas en el pasado, conexiones que pasan
inadvertidas para aquel. A esta área sumergida, separada de la conciencia, la
llamaremos lo “no dicho”. (Boscolo y Bertrando, 1996, p. 51)

Lo no dicho puede ser “reconstruido” cuando el terapeuta reflexiona –o


es invitado a reflexionar– sobre lo que ha hecho, pensado y dicho en algún
momento de su práctica, este ejercicio reflexivo deja en evidencia que la
experiencia del terapeuta y la constante exposición a diversas teorías y
conocimientos de distintas fuentes, son las que guían sus distinciones, y
acciones en el quehacer de la psicoterapia. El actuar del psicoterapeuta estaría
basado en el principio epigenético del que antes se hizo referencia, integrando
así la variedad de experiencia y teorías durante su historia vital:

Si lo “no dicho” pudiese ser exhaustivamente analizado las características en


apariencia más idiosincrásicas de un terapeuta podrían ser atribuidas a la complejidad
de su formación personal y profesional, a la pluralidad de los modelos de los que ese
terapeuta se sirve; lo que parece ser el fruto de su misteriosa creatividad es la síntesis
que él logra hacer de esas experiencias. La explicitación de lo “no dicho” es coherente
con un punto de vista epigenético. (Boscolo y Bertrando, 1996, p. 51)

Las emociones, ideas, posibilidades de distinción y de acción


terapéuticas se constituyen como posibilidades de acción, de reflexión y de
generación en el encuentro terapéutico, a partir de lo dicho y lo “no dicho” del
terapeuta, desde los procesos de aprendizaje en los que ha participado y la
construcción de premisas en relación a ellos. Sin embargo, Boscolo y
Bertrando (1996) atienden a que “la elección final de la idea que tiene sentido

9
en la terapia deriva de la interacción con el cliente… es el cliente quien señala
–con la palabra, la metáfora, los silencios y las emociones– los posibles
caminos a seguir” (p. 55). En esta idea creo que se refleja el “influjo” que el
construccionismo social y el centramiento en la co-construcción de significados
ha tenido para el grupo de Milán.

La perspectiva epigenética, en el proceso formativo constante del


terapeuta, enfatiza el desarrollo histórico de su experiencia y la incorporación
de elementos novedosos sin abandonar los anteriores, sino que articulándolos
de tal manera que se asumen como parte de una mirada compleja de la
realidad, en un proceso recursivo.

Desde este entendimiento, es posible comprender cómo las experiencias


pasadas del terapeuta, su dicho y “no dicho”, se constituyen en fuentes de
múltiples posibilidades de acción en psicoterapia. Donde el terapeuta puede
darse cuenta de su “no dicho” a partir del ejercicio reflexivo (ejercicio que se
entiende un proceso de co-construcción de significado). Si aceptamos que lo
“no dicho” no sólo se refiere a aquellas teorías que escapan a la/las que
adscribe el terapeuta, sino que también incluye todo aquellas construcciones
de significado generadas en su devenir histórico, en las experiencias co-
generativas con sistemas sociales en los que se ha participado, las premisas,
prejuicios, creencias y emociones, entonces es posible pensar que aquello que
en la tradición de las terapias familiares ha sido concebido como mito familiar,
sea considerado parte de lo “no dicho” del terapeuta y, por tanto, un foco de
trabajo de explicitación en la formación profesional desde el modelo terapéutico
milanés, teniendo como hipótesis que el “mito”, como parte de lo no dicho,
operaría como premisa en las distinciones que hace el terapeuta en la relación
con el otro.

“Mito familiar": otra lectura en construcción

La palabra mito proviene del griego μῦθος (mythos) y es definida por la


real academia española como una “narración maravillosa situada fuera del
tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico.

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Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la
humanidad”3.

En psicología el mito familiar fue teorizado inicialmente por Ferreira


(1980) quien lo refiere como un conjunto de creencias ordenadas que son
compartidas por la totalidad de los miembros de una familia –aun sin que estas
convicciones sean expresadas en palabras– y que refieren a cada uno de ellos,
a las posiciones relacionales que adoptan en la cotidianeidad familiar, y a la
naturaleza de dichas relaciones: “el mito establecía ciertas reglas de la relación
al adscribir un rol a cada uno de sus miembros. Pero es importante destacar
que aquí el énfasis está puesto sobre la complementariedad de estos roles” (p.
158).

Desde esta concepción, el mito como entramado de creencias no


admitiría cuestionamiento alguno por parte de los miembros del sistema
familiar, y se relacionaría con reglas familiares y rituales de mantenimiento
(Ferreira, 1980; Andolfi y Angelo, 1989). Así, se trataría de una construcción
estática, no cambiante en el tiempo, coherente con la perspectiva de
homeostasis familiar reinante en el periodo en que emergen estas
conceptualizaciones (Boscolo y Bertrando, 1993).

De este modo, el mito familiar ha sido entendido como una red


articuladora de creencias y conocimiento que uniría a los miembros de una
familia y que implicaría “leer”, a la luz de dicha matriz, los acontecimientos
históricos individuales, familiares y sociales, la propia experiencia, actitudes y
emociones vivenciadas, sin perder un sentido de pertenencia al grupo de
origen (Andolfi y Angelo, 1989).

La asociación que Andolfi y Angelo (1989) postulan entre mito y regla


familiar –esta última como expresión de un mito a la base– y ambas
conceptualizaciones como constituidas a partir de una estructura familiar
particular, inscriben al mito familiar también como una construcción estacionada
en el tiempo, que se transmite transgeneracionalmente en las “familias”
tendiendo a permanecer constante en dicho proceso de transmisión.

3
Extraído del sitio web: www.rae.es/, el 01-09-2008.

11
Sin embargo, en la ritualización del mito, se da una posibilidad de cambio, en
tanto que la ocurrencia del rito puede ser una instancia para que uno de los
actores incorpore elementos propios y actúe sobre el mito (Andolfi y Angelo,
1989; Boscolo y Bertrando, 1993).

Un cambio en la conceptualización del mito ha emergido desde la


perspectiva de las narrativas. Alan Parry (1991, Pág. 52 en Boscolo y
Bertrando, 1993, p. 209) plantea:

Un mito, en esta perspectiva, representa una historia que encarna y define las
creencias reconocidas por una persona, o también por un grupo, sobre la naturaleza de
las cosas (…) Un mito, al definir las premisas y las creencias fundamentales de una
persona sobre determinadas circunstancias, influye en el proceso de selección de los
acontecimientos que se pondrán de manifiesto en las historias contadas. En esto
consiste el “círculo hermenéutico”, según el cual nuestras convicciones determinan
nuestro comprender, y nuestro comprender determina nuestras convicciones.

Se advierte aquí una modificación en relación a la conceptualización que


se hace del mito y su anteriormente asumida inmutabilidad, en tanto definiría
las premisas a partir de las que la persona distingue en su experienciar, en sus
diversos ámbitos. En el proceso del vivir humano, dichas premisas cambian en
la medida que se hacen nuevas distinciones, que a su vez delimitarán aquello a
lo que se atenderá en el experienciar, es decir, las distinciones posibles de
distinguir; “(…) un mito familiar puede ser una variación de un mito socialmente
aceptado (…) y un mito personal puede ser, a su vez, la adaptación individual
de un mito familiar” (Boscolo y Bertrando, 1993, p. 209).

Desde un enfoque narrativo, el mito, entendido en tanto historia o


narración, tiene un aspecto intemporal, que expresa metafóricamente el
sistema de significados y valores de la persona o grupo, y un aspecto temporal
de desarrollo de los acontecimientos, la narración misma. El mito puede ser
comprendido entonces como una historia que articula significados, que ordena
la experiencia y le otorga sentido; sin embargo, aún cuando le dan sentido,
siempre habrá sentimientos y experiencias vividas que el relato dominante no
puede abarcar; es decir, aspectos de la experiencia cotidiana que el mito –en
su calidad de premisa- no puede dar cuenta de ellos o no puede “significar”.

12
Los mitos, entendidos como relatos seleccionados y “primordiales”,
serían constitutivos: modelan las vidas y las relaciones, puesto que los relatos
que viven las personas determinan sus interacciones y el cómo éstas se
organizan en una línea evolutiva a partir de la representación de dichos relatos
(White y Epston, 1993).

Boscolo y Bertrando (1993) definen mito como:

Una historia particular con los caracteres de aparente rigidez e incorregibilidad que,
junto a una particular intensidad emotiva, daban forma a las mitologías antiguas. Todas
las historias que contamos de nosotros mismos, incluida la Historia, conservan algún
elemento mítico. Por eso los términos “historia” y “mito” se complementan, al expresar
matices diferentes del mismo concepto básico, el de un sistema de significados
expresado a través de los modos, los estilos y el desarrollo diacrónico propio de la
narración. (p. 299)

Si bien no se enfatiza, aparece ya vislumbrado aquí el carácter de


construcción socio-histórica del mito.

Desde una aproximación construccionista social al mito familiar, creo


necesario comenzar por plantear la inviabilidad del calificativo “familiar”, en
tanto que desde esta aproximación, la familia no tiene existencia sino como un
sistema social de significación. La familia es una afirmación ideológica que
estaría basada en una tradición de conocimiento que pierde sentido y
pertinencia desde los planteamientos del construccionismo social.

Por otra parte, el énfasis en las relaciones sociales y las construcciones


de significado que emergen en dichas interacciones implicaría que la
generación de aquello que puede ser distinguido como mito es también una
producción social, cultural, donde los límites a ese conocimiento particular no
están en el individuo, o el sistema “familiar” sino en la cultura y la compleja red
de significados instalados en el devenir histórico de ésta. Por ende, al pensar
en el proceso constructivo, donde una interacción social es sólo parte de una
matriz social mayor en la que se van construyendo los significados y ordenando
éstos en relación a núcleos de conocimiento empoderados en tradiciones que
se van “regenerando” en los discursos dominantes, se desdibuja la posibilidad

13
de distinguir un mito personal o familiar. Más aún, la palabra mito ya me parece
arbitraria.

Sin embargo, la carga de significación y emotividad que se le ha adscrito


a los mitos en las historias contadas respecto del fundamento constitutivo de
sociedades, grupos, parejas e identidades, me parece al menos de atractivo
valor como para atender a estas construcciones socio-históricas, que refieren,
adjudican, discursan sobre la vida y el mundo, sobre el devenir humano, en sus
diversos trazados.

Es desde esta capacidad de significación y desde la consideración del


mito como narración y construcción socio-histórica que creo posible discurrirlo
como parte de lo “no dicho” del terapeuta, es decir, como un sistema de
significado que está presente en el discurso y actuar del terapeuta, pese a no
ser explicitado por éste.

Algunas reflexiones a modo de conclusión

A partir de los argumentos planteados en el desarrollo de este escrito


esbozaré algunas reflexiones en torno al mito, lo “no dicho” del terapeuta, la
praxis clínica y la formación del terapeuta en el modelo de terapia sistémica de
Milán, esbozos cuya intención es la de invitar a la crítica, la re-lectura y
conversación colaborativa para la generación de re-formulaciones, en el ánimo
de abrir posibilidades y nuevas narraciones al respecto de estos temas.

Creo que los mitos, reconsiderados como narraciones y sistemas de


significado, donan sentido al experienciar, facilitan la organización de la
experiencia en el devenir relacional de los seres humanos. En cada encuentro
con el otro, todo aquello cuanto discursamos con nuestro cuerpo, mirada,
palabras y silencios, lo estamos discursando con ese otro y en el estar en
relación con ese otro. Y es en esa interacción social donde el mito emerge y se
articula como noción socio-histórica de sentido, y no es posible decir que se
trata del mismo mito que fue co-construido por los antepasados de las
personas en interacción. No podemos saberlo, menos suponerlo, es simple y
complejamente una historia, una narración que cada vez que se encarna y se

14
actúa en el lenguaje, es otra, es una nueva narración, con un significado que
sólo tiene sentido y que sólo puede emerger en la conversación, en el espacio
relacional donde se da y articula. Como tal, va delimitando nuestras
operaciones de distinción, operaciones que, en el lenguaje, van construyendo
realidades, nuevas narraciones y otorgando sentido a los intercambios
narrativos con el otro. En este sentido, puede ser entendido como premisa
sobre la que surgen las distinciones que se hacen en el encuentro con el otro.

En relación a la praxis terapéutica, el mito –generalmente alejado de


nuestros cuestionamientos y reflexiones autoreferidas, incluso entre quienes
adscriben a modelos terapéuticos como los transgeneracionales– puede
entonces ser entendido como parte de lo “no dicho” del terapeuta, operando
como premisas que ponen a éste en una particular disposición ideacional y
afectiva en su encuentro con el otro, en el espacio conversacional terapéutico,
generando ciertas posibilidades comprensivas (y no otras). En este sentido, la
posibilidad de atender al mito y a su construcción socio-histórica en un ejercicio
reflexivo sobre lo “no dicho” del terapeuta, crea la instancia de hacerlo parte de
lo dicho, explicitándolo para, por ejemplo, incorporarlo en los procesos de
hipotetización respecto de lo que esta aconteciendo en el espacio relacional de
la terapia en un momento particular.

Para los formadores y terapeutas del modelo de Milán, las premisas del
terapeuta, sus precomprensiones, son elementos esenciales sobre los cuales
detenerse en el proceso formativo y durante el ejercicio de la psicoterapia, y así
como se tiende a deconstruir el sistema de premisas sobre el que “se asienta el
problema” de los clientes para ampliar el campo de posibilidades de acción de
quienes están entrampados en dichos sistemas de significados, así también el
terapeuta podrá abordar sus propios sistemas de significados articulados en la
estructura narrativa del mito, deconstruir éstos y ampliar su propio campo de
posibilidades en el ejercicio terapéutico.

La posibilidad de reinterpretar, de significar el mito o mitos del terapeuta


como una construcción socio-histórica es una invitación a hacerse responsable
de esa construcción en el propio proceso formativo y en el estar en relación con

15
otros, en una relación discursiva co-generativa del otro, de sí mismo y de la
comprensión del mundo.

La relevancia de esta co-generación con el otro, en nuestra praxis


clínica, se hace presente aún más si atendemos a la implicancia que tiene en la
comprensión de lo psíquico. Somos seres humanos en el lenguaje, las
narraciones que hacemos de nosotros y de los otros, del mundo y su
comprensión, son historias que se construyen en el lenguaje, son constituidas
desde éste, es ahí donde está lo psíquico del ser humano, de nuestro ser
terapeutas, del ser clientes, del ser formadores, de ser personas en relación. Lo
psíquico me emerge como una distinción construida desde la capacidad auto
referente, reflexiva y narrativa del ser humano, que está en el fluir experiencial
del ser humano, su vivencia narrada y no narrada, de/a si mismo o de/al otro.

Osando trazar una ideación ontológica –que requiere de mayor ejercicio


reflexivo– sobre el ser del terapeuta, puedo entonces pensar que aquello “no
dicho”, como por ejemplo los mitos, las premisas que encarnan, y la disposición
afectiva en que el terapeuta acude al encuentro con el otro, esta operando,
emergente y vivo en cómo el terapeuta va desocultando al otro durante el
encuentro relacional. En ese desocultar al otro, nos desocultamos también a
nosotros mismos, y las reflexiones que podamos generar respecto de dicho
acontecer generaran nuevas posibilidades en que el otro se nos muestre. El
desocultar sólo es dado desde estar abierto, desde la apertura. El conocimiento
reflexivo y reflexionado abre, ilumina caminos posibles.

Toda acción que nos lleve a ampliar nuestras posibilidades de distinción,


darnos cuenta del texto-con-texto desde donde estamos siendo en la relación
con el otro –y en eso incluyo la ampliación y reflexión respecto de nuestras
articulaciones de significado “dichas” y “no dichas”, al estar atentos a aquello
que nos pasa con el otro, en términos de nuestra experiencia con sus
distinciones emocionales y cognitivas– implica un estado de apertura
“ampliado” desde donde estar-siendo-ahí-en-el-mundo con el otro,
comprendiendo-lo desde una particular afectividad y un discursar en la relación
con él.

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