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Universidad de Panamá

Facultad de Psicología
Escuela de Psicología

Integrantes:
Katiuska Olaya
Karina Guerra
Yomelis Anaya
Laura Restrepo

Profesora: Bélgica Bernal

Asignatura: Necesidades Educativas Especiales

Fecha de entrega: lunes 14 de mayo de 2018


Riesgo Social

Se entiende por riesgo social a la posibilidad de que una persona sufra


un daño que tiene su origen en una causa social. Esto quiere decir que
el riesgo social depende de las condiciones del entorno que rodea al
individuo. Las condiciones económicas, la falta de acceso a la
educación, los problemas familiares y la contaminación ambiental son
apenas algunas de las circunstancias que pueden generar un riesgo
social.

El riesgo social, en otras palabras, supone la existencia de algo que


podría derivar en que un conjunto de personas quede marginado de la
sociedad. Si en una comunidad los niños no tienen acceso a las
escuelas, dichos menores están en riesgo social: crecerán sin la
formación necesaria para integrarse al mundo laboral y, por lo tanto, no
tendrán la posibilidad de ganarse su sustento.

Ante la posibilidad de que exista el riesgo social en una población es


necesario tomar más de una medida, siendo los dos extremos la
prevención y la búsqueda de soluciones. El punto de partida de toda
investigación relacionada con este tema debería ser siempre el entorno
de crianza de los niños; ya sea que vivan con sus padres, familiares o
tutores legales, las precauciones nunca parecen ser suficientes, porque
el maltrato puede darse en todos los ámbitos.

Para aquellos niños que tienen acceso a la educación escolarizada, los


docentes juegan un papel fundamental en la detección de cualquier
signo anómalo en su desarrollo, especialmente en lo que hace a
manifestaciones de agresión física o psicológica. Como nos ha
demostrado la psicología en más de una ocasión, los primeros años de
vida son cruciales en nuestra formación, y por eso es tan importante
cuidar de los más pequeños para atacar cualquier problema de índole
social. Muchas veces, el riesgo social comienza no por una agresión
directa, como puede ser el abuso sexual o el maltrato físico, sino por la
negligencia, y esto puede acarrear peores consecuencias que cualquier
otro tipo de daño. En la infancia, los seres humanos somos muy
dependientes de nuestros mayores, no sólo para que nos alimenten y
nos protejan del mundo exterior, sino para que nos demuestren que
nuestra existencia es importante para ellos, que hemos nacido en un
sitio en el cual nuestra presencia marca una diferencia.
Los enfoques teóricos que abordan la epistemología de la infancia en
situación de riesgo se centran en la situación familiar, identificando las
causas y los factores de riesgo en el microsistema familiar: la
desestructura familiar, los maltratos infantiles familiares, la dinámica
conflictiva entre padres e hijos, la ausencia o el exceso de disciplina, la
negligencia o la ausencia de lazos afectivos, son algunos de los factores
que se han identificado como causa de la desadaptación social.

La condición de riesgo es la que se da en individuos que tienen un déficit


importante en las necesidades básicas de contención, y en la provisión
de estímulos afectivos en un momento de su desarrollo colocándolo en
estado de abandono.

Síntomas
El fenómeno de los malos tratos a la infancia responde a un tipo de
relación entre el adulto y el niño que podamos definir como disfuncional
o distorsionada. La poca atención y la falta de cuidado hacia los
intereses y expectativas de los niños, el abandono, las respuestas
inadecuadas, las conductas punitivas y aversivas, el abuso tanto físico
como sexual o psicológico, sirven para determinar una cierta o total
incapacidad por parte de los padres con respecto a la atención, cuidado,
protección y educación de sus niños y niñas.
Signos de alarmas que se tomaron en cuenta para detectar niños/as en
situaciones de riesgo:
Señales de abuso físico: Señales de abuso sexual:
 Moretones, golpes  Dificultades al caminar o
 Negativa a cambiarse de sentarse
ropa ante determinadas  Llantos reiterados y
actividades escolares sensaciones de angustia
 Extrema agresividad o  Dolores o infección en la
introversión región genital
Señales de abandono: Señales de maltrato emocional:
 Conducta indolente,  Alteraciones del habla
agresiva o depresiva  Retraso en el desarrollo
 Cansancio permanente físico
 Constantes pedidos de
perdón
Instrumentos utilizados para el diagnóstico
Estos son algunos de los instrumentos utilizados para realizar el
diagnostico a una persona con riesgo social:
1. Q-PAD (Cuestionario para la Evaluación de Problemas en
Adolescentes)
La finalidad de este cuestionario es la evaluación comprehensiva
de los adolescentes que permite obtener puntuaciones en nueve
escalas: Ansiedad, Depresión, Problemas interpersonales,
Problemas familiares, Insatisfacción corporal, Incertidumbre sobre
el futuro, Abuso de sustancias, Riesgo psicosocial y Autoestima y
bienestar. Puede ser utilizado colectivamente en centros
educativos como test de detección y screening de problemas
psicológicos, así como en el contexto clínico o en el forense como
parte de la evaluación o del seguimiento.
Está compuesto de los siguientes materiales:
 Manual: contiene las instrucciones sobre cómo realizar la
aplicación del Q-PAD y su posterior corrección así como
pautas para la interpretación de los resultados.
 Cuadernillo: el cuadernillo del Q-PAD incluye las
instrucciones para responder a la prueba y los ítems.
 Hoja de respuesta: en la hoja de respuesta se deberían
anotar todas las contestaciones a la prueba
 Clave de acceso para la corrección por internet: se trata de
una hoja que contiene el código que permite realizar la
grabación de las respuestas dadas al Q-PAD y su posterior
corrección.

2. Guía para medir comportamientos de riesgo en jóvenes


El contenido de esta guía se centra en la red de causalidad para
identificar y medir comportamientos de riesgo. Busca proveer los
conceptos para medir no solo resultados finales, sino también sus
determinantes.
Medir el comportamiento de riesgo conlleva desafíos metodológicos y
conceptuales que se tratan en las secciones de esta guía. Del mismo
modo, cuantificar los determinantes de los comportamientos de riesgo
es esencial para explicar los mecanismos de cambio de un programa,
lo que permite establecer una relación causal entre determinantes
psicosociales y culturales, con comportamientos de riesgo específicos.

Niveles y Formas de Intervención psicológica

Las estrategias de apoyo social pueden desarrollarse en varios niveles


de intervención de forma: Individual, Familiar, Grupal, Comunitario e
Institucional. En el área de la prevención, los programas de intervención
preventiva van dirigidos a la familia y al menor, y nos permiten disminuir
las situaciones de riesgo creando condiciones de protección. Este tipo
de intervención tiene varios niveles:

El primer nivel, lo podemos entender como general, es decir, las


características generales de la familia en situación de riesgo, como
pueden ser drogodependencias, desequilibrios emocionales, ponen al
menor en situación de riesgo. La intervención por tanto deberá ir dirigida
al desarrollo de habilidades de afrontamiento adecuado a estas
situaciones de estrés, ansiedad para que nunca sea superior la
situación que las capacidades de afrontamiento. Los padres que están
en estas situaciones de ansiedad y estrés suelen tener una percepción
muy negativa de la conducta de sus hijos, por lo que es necesario
ayudarlos a que desarrollen habilidades educativas y eficaces para
controlar las conductas y el comportamiento del niño. Habilidades que
le hagan comprender que el castigo físico, es un procedimiento negativo
que no responde a las necesidades y derechos del niño y que su uso
solo contribuye a que el maltrato se mantenga y agrave.

En un segundo nivel, tenemos la intervención para la protección. En


este sentido, el riesgo que constituye la pobreza extrema favorece los
conflictos entre padres y las dificultades de desarrollo de los niños. Se
hace necesaria la intervención para la mejora de las condiciones de
vida, para el incremento de su relación con los sistemas sociales ya que,
para proteger a estas familias, es necesario mejorar sus condiciones
sociales, económicas para que con ello podamos desarrollar
habilidades sociales y mejorar su autoestima.
Las necesidades humanas, que entendemos como estados de
carencias que presentan los individuos respecto a los medios
necesarios para su subsistencia y desarrollo, son múltiples y dinámicas
(Barranco, 1999). Entre las distintas tipologías, la descrita por Maslow
(1954) nos permite obtener una visión generalizada sobre las mismas
las cuales quedan representadas en el siguiente cuadro.

Sin duda todo ello nos está indicando una evolución creciente al abordar
las diversas necesidades de las personas de manera global. Todas
estas situaciones de graves dificultades, causan un aislamiento de la
familia, con lo que el contexto social donde se produce el maltrato, está
aislado de otros sistemas sociales, como son: amigos, familiares,
vecinos, asociaciones...Dicho aislamiento es a su vez fruto de las
mismas deficiencias y podemos considerarlo como un importante factor
de riesgo, haciéndose necesaria la intervención y ofreciendo ayuda para
resolver sus problemas, bien a través de los propios servicios sociales,
de la familia, los vecinos, del sistema educativo, prácticas y habilidades
para mejorar la autoestima.

En un tercer nivel, tendríamos la necesidad de intervenir para favorecer


el desarrollo de las competencias evolutivas. Las situaciones de
desprotección y maltrato en los menores, da lugar a la aparición de
trastornos afectivos. El miedo, por parte del niño, a perder la atención y
cuidado de los adultos, de dónde depende la satisfacción de sus
necesidades, a largo plazo, produce un deterioro personal que
indiscutiblemente va afectando a las competencias de cada periodo
evolutivo y propiciando la aparición de la angustia y ansiedad como
trastorno afectivo.

Desde edades muy tempranas, los niños dependen de la imagen y la


valoración que el adulto le refleja o le da, el hecho de sentir o percibir la
perdida de este afecto, le hace angustiarse ya que de alguna forma
perdería su propia valoración, su propia autoestima. Todos estos
mecanismos básicos aparecen en los menores en edades muy
tempranas, y cuando estas relaciones de apego se deterioran, frenan el
desarrollo de las relaciones sociales, la seguridad en sí mismos y la
respuesta positiva a situaciones de estrés en los menores. Fomentar la
seguridad emocional, ofrecer modelos estables, asertivos, responder a
las demandas, ser accesibles, dar estabilidad afectiva, es la forma de
una intervención eficaz para mejorar su seguridad emocional, así como
las relaciones sociales, habilidades sociales para ayudarlos a que
manifiesten sus emociones. Entendemos que los menores en situación
de riesgo son el objetivo prioritario de intervención, la falta de apego
familiar y seguridad emocional, les hace sentirse sin capacidad para
establecer unas relaciones de confianza y con escasas posibilidades de
adaptarse a las normas sociales, la escuela, etc.

Este supuesto se fundamenta en la idea de que el problema


fundamental de los niños maltratados es el apego inseguro que llegan
a desarrollar debido a la falta de cariño y sensibilidad de sus padres
ante sus necesidades emocionales. Estas ideas sobre la importancia
del apego han evolucionado en los últimos años hasta convertirse en un
modelo central del desarrollo infantil.

Un menor sin la seguridad emocional y el cariño de sus padres, con una


ambivalencia de trato de sus padres hacia él, carece de la base
necesaria para formar buenas relaciones, para aprender a confiar en los
demás y para adaptarse con éxito a las nuevas situaciones y demandas.
(Crittendem y Ainsworth, 1989).

Gran parte del éxito de la intervención depende de la creación del


vínculo con los menores y las familias. Este vínculo, que en términos de
terapia se refiere a la alianza terapéutica, se hace extensible y
necesario, en este caso, al conjunto de los profesionales que están
implicados en todos los programas de la intervención (ocio y tiempo
libre, refuerzo educativo, escuelas de verano, etc.), para de este modo,
ofrecer a los menores un punto de partida que les permita poder
explorar su mundo interior y exterior con confianza y seguridad. Así,
para crear un buen vínculo, es necesario disponer de profesionales con
formación y experiencia que estén capacitados para poder entender y
abordar las posibles dificultades que presentan los menores en su día a
día; profesionales disponibles y estables en el tiempo, que puedan
ofrecer una atmósfera de confianza, seguridad y exploración;
profesionales capaces de crear un contexto con aportes educativos y
afectivos, donde se equilibre la empatía con la firmeza; profesionales
que puedan brindar un ambiente predecible y seguro; y que respeten
los ritmos individuales de manera natural. En el modelo, se explica que
estas actitudes tienen que ver con el fortalecimiento del ambiente social,
los recursos personales y las habilidades sociales que promueven la
resiliencia:
* El ambiente social facilitador se refiere a la existencia de redes de
apoyo social disponibles, como grupos comunitarios, religiosos, etc. Se
refiere también a modelos positivos y a la aceptación incondicional del
niño o adolescente por parte de su familia, amigos y escuela. Para ello,
es necesario no solo que el niño cuente con personas que le acepten
incondicionalmente, sino que además le establezcan límites y le
generen seguridad, que le muestren modelos adaptativos y saludables
para actuar, y que le ayuden a alcanzar su autonomía personal.

* Los recursos personales hacen referencia a la fuerza psicológica


interna que desarrolla el niño en su interacción con el mundo. Aquí,
Grotberg (1995) destaca recursos como la autoestima, autonomía
personal, control de impulsos, empatía, optimismo, sentido del humor y
fe o creencia en un ser superior o en la fraternidad universal. Así, es
necesario que el menor se sienta amado, respetado y sea capaz de
respetarse y respetar a los demás.

* Por último, las habilidades sociales se centran en la capacidad de


manejar situaciones de conflicto, tensión o problemas personales. Para
ello es necesario que el niño o niña establezca canales de comunicación
con sus adultos de referencia, genere estrategias adaptativas y
saludables para resolver conflictos, pueda controlar impulsos y sea
capaz de crear vínculos de apego seguro con otras personas de su
entorno.

Los planteamientos teóricos expuestos enmarcan y justifican nuestro


modo de enfocar la intervención psicoterapéutica, entendiéndola, desde
estos presupuestos teóricos, como una intervención necesaria para
acompañar a los menores en su proceso de desarrollo,
complementando así a las figuras de apego de su entorno, que no se
encuentran siempre disponibles ni reúnen, en algunos casos, las
características necesarias para acompañarlos en este proceso.

Intervención de los padres

La familia juega un rol primordial en la prevención de conductas de


riesgo, siendo el primer agente protector y facilitador del desarrollo sano
en el adolescente, en cuyo interior se educa y su grado de funcionalidad
permitirá que éste se convierta en una persona autónoma, capaz de
enfrentarse e integrarse a la vida. En la familia los padres y adultos
significativos son fundamentales por la influencia que ejercen en el
desarrollo de hábitos de vida, formas de expresar afectos, relacionarse
con los demás, de resolver conflictos y de desarrollar conductas de
autocuidado.7-9 Los estilos de crianza parental pueden tener un efecto
positivo o negativo en la incidencia de conductas de riesgo adolescente,
comprobándose que a mayor apoyo parental y control conductual hay
menor consumo de drogas, autoagresión, violencia y depresión entre
otras

En el proceso de intervención establecemos una serie de factores


protectores en la familia que, si se dan, pueden hacer disminuir las
posibilidades de que sus miembros se inicien o se mantengan en
situaciones críticas que afectan a su desarrollo integral, o que sean
víctimas o autores de violencia u otras situaciones que afecten sus
derechos esenciales.

Estos factores protectores en la familia son:

1. Fuertes vínculos al interior de la familia.

Cercanía, apoyo emocional, trato cálido y afectuoso con los/as hijos/as


(expresión abierta de cariño, conocimiento de los problemas, intereses
y necesidades de los hijos/as, espacios y tiempo compartido).

2. Madres y padres involucrados y comprometidos con la crianza de sus


hijos/as conociendo las necesidades diferentes entre sus hijos e hijas y
en función de sus ciclos de vida (desde la primera infancia hasta la
juventud).

3. Disciplina familiar adecuada y normas claras de conducta dentro de


la familia, tomando en cuenta las opiniones de los NNA y basadas en el
respeto. Límites claros, pocas normas bien de definidas y comunicadas,
que se muestran a través del buen ejemplo, fomentando el desarrollo
de una conciencia reflexiva y critica.

4. Fortalecimiento y desarrollo de habilidades personales y sociales en


hijos e hijas.

Algunos factores protectores individuales son: auto concepto y


autoestima positivos; tolerancia a la frustración; adecuada resolución de
conflictos y de toma de decisiones; resistencia a la presión de grupo;
capacidad para reconocer y expresar adecuadamente emociones y
sentimientos; adecuada integración escolar, social y académica.

5. Adecuado estilo de comunicación.

Comunicación asertiva, promoviendo el diálogo abierto acerca de los


sentimientos y opiniones, respetando y tolerando las diferencias
individuales, considerando los temas que preocupan a los hijos e hijas
(en función de la edad y del sexo) y basándose en la confianza y el
respeto.

6. Adecuado estilo de resolución de conflictos.

Sin violencia, agresividad, ira o, evitando el autoritarismo y la


permisividad, manejando con el estrés y promoviendo la tolerancia a la
frustración.

7. Fortalecimiento de los vínculos con el colegio y en la comunidad.

Implicándose y participando en los aprendizajes y en la propia escuela


así́ como en la comunidad, promoviendo la realización de acciones y
actividades comunitarias.

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