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La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano,

en traducción de Antonio Nariño (1793)

Álvaro Echeverri

El mes de diciembre de 1994 marcó el segundo centenario de la primera traducción de


la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en territorio
hispanoamericano. Esta efemérides de tanta transcendencia para el continente no tuvo
mucho éxito entre el público en general y fueron muy pocos los historiadores que se
ocuparon de este hecho histórico. Aunque el interés por la traducción en la historia del
subcontinente de habla hispana es relativamente reciente (finales del siglo XX), los
historiadores de la traducción han mostrado gran atención por este hecho
traductológico.
Antes de hablar de la traducción de la Declaración de los derechos humanos
realizada por el colombiano Antonio Nariño es pertinente recordar que la idea de un
código para establecer los derechos de la persona no es una creación del siglo XVIII. De
hecho la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen proclamada por la Revolución
francesa en 1789 es un eslabón más de una larga cadena de textos. La genealogía de
textos a la que pertenece la Declaración incluye la Magna carta (1215), el Mayflower
Compact (1620), el Habeas Corpus (1679), el Bill of Rights de 1689 y el Virginia Bill of
Rights de 1776, solo en la tradición inglesa. Hasta la Declaración universal de los
derechos del hombre de 1948.
Lo más importante de la Declaración de 1789 es el hecho de que en este texto
fundador se concretizan los ideales de la Revolución francesa y el alcance universal de
sus diecisiete artículos. Sin la traducción y sin los traductores, la universalidad de la
Declaración hubiera sido difícilmente alcanzada. Una universalidad que ni la censura
de la Inquisición española pudo evitar.
En 1789, poco después de la publicación de la Declaración, las autoridades
españolas prohibieron su reproducción en todos los territorios del reino. Por edicto del
13 de diciembre de 1789, el Tribunal de la Inquisición de Cartagena de Indias condenó
toda publicación del documento (Ocampo López 1999: 170). Esto no impidió que cuatro
años más tarde, en diciembre de 1793, el texto escapara a las medidas represivas de la
Corona para caer en manos de Antonio Nariño, un americano español impregnado de

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las ideas de la Ilustración, bibliófilo y comerciante de quina y de libros, quien lo tradujo
por primera vez al español en tierra americana.
Convencido del valor económico y político del texto, Nariño hizo la traducción
sin, al parecer, reflexionar sobre las consecuencias políticas y legales de su proyecto.
Según Ocampo López (1999: 171), entre diciembre de 1793 y enero de 1794, Nariño
mandó imprimir cien ejemplares de la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano en español. Los resultados económicos de la empresa no fueron los que el
traductor esperaba ya que los primeros compradores del texto comprendieron
rápidamente que su existencia y difusión podrían provocar la furia de los inquisidores.
De ahí que Nariño intentara destruir todos los ejemplares de su traducción. Pero el
daño ya estaba hecho y los pocos ejemplares que no pudieron ser destruidos fueron
suficientes para poner en manos de los americanos españoles un texto de gran
influencia en el movimiento independentista hispanoamericano. Tal acto de
desobediencia y de rebeldía no pasó desapercibido a las autoridades, que decidieron
crear un precedente en el caso de Nariño con el fin de aplacar cualquier intento de
rebelión futuro.
Fue sin lugar a dudas la persecución de la que fue víctima por parte de las
autoridades la que encendió en el traductor la llama revolucionaria. El hecho de haber
corrido a destruir los ejemplares puede ser visto como una prueba que el traductor no
había medido ni las consecuencias ni el impacto de su acto. Posiblemente, tal como
explicaría más tarde el traductor en su defensa, el hecho de que el contenido de los
artículos de la Declaración fuera ampliamente conocido por la clase más cultivada de la
sociedad le llevó a pensar que lo único que hacía era poner sobre el papel una verdad
bien conocida por todo el mundo (Forero Benavides 2005).
Desde el punto de vista traductológico, la lectura del texto de Nariño revela una
versión excesivamente literal. La literalidad es tal que el número de palabras es casi el
mismo del texto original: el original tiene 802 palabras, la traducción 804. No es la
calidad lingüística o literaria del texto en español la que le confiere un lugar especial en
la historia de la traducción en Hispanoamérica. Para ésta, la importancia reside en el
acto mismo de dar vida al texto en otra lengua. El hecho histórico es el acto de verter el
significado de la Declaración al español en un contexto de alta tensión política. La
existencia del texto en español y las repercusiones políticas del proceso que se hizo al
traductor son mucho más significativas que el valor estético o literario del texto.
La importancia de esta traducción en la historia de Hispanoamérica se plasma en
varios aspectos. En primer lugar, Nariño puso en manos de los americanos españoles,
«los criollos» principalmente, un texto legal que reconocía su igualdad con respecto a
los españoles nacidos en Europa en lo referente a la administración de la colonia. El
nepotismo de los españoles peninsulares fue sin lugar a dudas una de las razones que
más distanció a los criollos de la metrópoli. No se puede olvidar que en la época de la
independencia, el poder económico de los criollos era cada vez mayor y este poder se
veía afectado por decisiones políticas que se tomaban en España. Tampoco se puede

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ignorar que los ideales expresados en la declaración beneficiaron principalmente a los
criollos en primera instancia. Los otros grupos sociales de la colonia (indios, mestizos y
esclavos) obtuvieron pocas ventajas de esta primera emancipación de tipo ideológico,
aunque los argumentos de igualdad y de libertad serían fundamentales para motivar su
participación en el proceso de emancipación.
En segundo lugar, esta traducción constituye una de las primeras acciones
concretas de un miembro de la élite criolla suramericana contra la autoridad de la
monarquía. Los criollos estuvieron ausentes en las primeras escaramuzas
revolucionarias anteriores, en las que los grupos de indígenas y de negros esclavos eran
los protagonistas. Por el lado de los indígenas, cabe recordar el caso de los hermanos
Catari en Bolivia entre 1776 y 1778 o Túpac Amaru entre 1780 y 1781; en lo referente a
los esclavos, baste mencionar la insurrección de los esclavos negros en Valencia
(Venezuela), liderados por Juan Andrés López del Rosario, más conocido como
Andresote, entre 1730 y 1733.
En tercer lugar, es destacable la severidad de la pena que se le impuso a Nariño:
su encarcelamiento, la confiscación de todos sus bienes y el exilio del que fue víctima
posteriormente, incitaron a los espíritus revolucionarios, indecisos hasta entonces, a
implicarse de forma directa en el proceso de emancipación.
Por último, las circunstancias que rodean esta traducción la convierten en un hito
de la historia de Hispanoamérica. Marca la división de los dos grupos étnicos más
poderosos de la colonia: por una parte, los españoles peninsulares enviados por la
Corona para ocupar los puestos más importantes de la administración y, por otra, los
americanos españoles que ostentaban el poder económico y que veían como las
decisiones que afectaban sus intereses eran tomadas en la metrópoli. Esta misma élite
criolla era la que veía como uno de sus miembros recibía una pena exagerada por
imprimir un texto cuyos diecisiete artículos eran de conocimiento general.
Los preceptos de la Declaración formaban parte de la tradición oral. Pero el paso
de la oralidad al texto escrito cambia completamente la visión que los americanos
españoles se habían formado de los derechos del hombre. Las pocas copias del texto
que no fueron destruidas circularon de mano en mano y permitieron la propagación de
los derechos del hombre en todo el continente de habla hispana. Cuando los
americanos españoles vieron en 1810 el contexto preciso para la emancipación de
España, los revolucionarios recurrieron a la traducción de Nariño como texto jurídico
para la fundación de las nuevas repúblicas. La primera traducción al español de la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en Hispanoamérica brinda un
excelente ejemplo del papel determinante que desempeñaron la traducción y los
traductores en la evolución de las ideas y en el desarrollo de los acontecimientos que
determinaron la suerte del continente hispanoamericano en las tres primeras décadas
del siglo XIX.

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BIBLIOGRAFÍA
BASTIN, Georges L. 1998. «Latin American Tradition» en Mona Baker & Gabriela Saldanha
(eds.), Routledge Encyclopedia of Translation Studies, Londres, Roudtledge, 505-512.
FORERO BENAVIDES, Abelardo. 2005. «Impresión y represión de los derechos del hombre»,
Revista Credencial Histórica 47, <http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/
credencial/novie1993/novie1.htm>.
OCAMPO LÓPEZ, Javier. 1999. El proceso ideológico de la emancipación en Colombia, Santa Fé
de Bogotá, Planeta.

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