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INTRODUCCION:

Un hilo que ha atravesado las ciencias humanas en los siglos X IX y XX ha sido


la conceptualización de la conducta humana como una serie de sistemas
autónomos que interactúan, cada uno de los cuales es susceptible de poderse
dividir en componentes más y más pequeños. Como vimos en los capítulos 5 y
6', en la lingüística este hilo ha significado la descomposición del discurso
humano en oraciones, frases, palabras, morfemas, fonemas y rasgos distintivos.
Todo este proceso nos ha. Permitido tener una comprensión más profunda de la
complejidad del habla humana, de sus diferentes planos, de las diversas formas
en que esos planos se retroalimentan, pero no ha respondido a la pregunta de
cómo los hablantes consiguen conectar las pequeñas unidades del lenguaje con
las grandes entidades a las que estas pertenecen. En los dos últimos capítulos
hemos examinado algunas tentativas de conectar las formas lingüísticas, bien
con los actos individuales, bien con las secuencias de actos. En este capítulo
voy a ampliar el estudio con la exploración de otras unidades de análisis. El tema
de fondo será en este caso la «participación».

La participación que aquí abordaremos tanto en su dimensión de interacción


humana como en la de perspectiva de análisis es un concepto que parte de
diversas corrientes dentro de la lingüística, la antropología, la sociología y la
psicología. Los sociolingüistas han interpretado que la participación es una
cuestión que afecta a la relación entre individuos y grandes grupos de referencia,
o a otros agregados como las redes sociales (Milroy, 1980; M ilroy y Milroy, 1985)
y las comunidades de habla (Hudson, 1980; Labov, 1966; Romaine, 1982;
Welters, 1988). Los antropólogos lingüísticos, por el estudio del lenguaje que se
usa en las interacciones cara a cara, como los intercambios ceremoniales, los
discursos orales, las narraciones, las bromas, las discusiones. Esta diferencia en
el objeto de estudio se debe, en parte, a las diferentes condiciones que
intervienen en la práctica de ambas disciplinas, sociolingüística y antropología
lingüística mientras que la primera trabaja normalmente sobre grandes
comunidades urbanas, la segunda lo hace en el seno de pequeñas comunidades
tradicionalmente rurales. Aunque el concepto de participación que estudiamos
en este capítulo es el resultado de este último tipo de investigación, su extensión
a otras disciplinas o investigaciones es un desafío con el que habrán de tener la
valentía de vérselas las nuevas generaciones de antropólogos lingüísticos que
trabajen en escenarios urbanos.

Al igual que en anteriores capítulos, voy a enunciar brevemente las fuentes


intelectuales de los conceptos que introduzco. También daré algunos ejemplos
del tipo de análisis que son posibles dentro del marco establecido por la noción
de «participación». Afirmaré que pensar en términos de unidades de
participación contribuye a reconectar estos aspectos del lenguaje que hemos
abordado en capítulos anteriores con otras dimensiones, casi siempre olvidadas,
de la experiencia humana, como el papel que desempeñan los cuerpos de los
hablantes, los recursos materiales que los rodean, y las instituciones sociales
constituidas por las prácticas lingüísticas. Pensar en los hablantes como
participantes significa, entonces, moverse más allá del habla e, incluso, más allá
del habla como acción, e incorporar la totalidad de la experiencia de lo que
significa ser miembro de una comunidad de habla. Al mismo tiempo, la
participación es una dimensión del habla que tiene también raíces gramaticales,
como muestran el trabajo sobre la deixis y los marcos metalingüísticos y meta
pragmáticos. Este capítulo reúne estas dimensiones diferentes de la
participación, que hasta ahora se han estudiado en el seno de tradiciones de
investigación separadas. Empezaré con la noción de «actividad», tal como la usa
la psicología de Vygotsky (sección 9.1), y con la noción de evento comunicativo
(sección 9.2), primero en la obra de Jakobson y, luego, en la formulación que
hace de él Hymes. A continuación veremos tres unidades de análisis diferentes
pero relacionados, que afirman tomar la participación como el lugar de partida
para el estudio de la interacción cara a cara (sección 9.3). La deconstrucción de
la noción de «hablante» y «oyente», que han realizado Goffman y otros autores,
nos permitirá abordar la discusión de la autoría, la intencionalidad y la
construcción conjunta de una interpretación.

LA NOCION DE ACTIVIDAD EN LA PSICOLOGIA DE VYGOTSKY

La noción de juegos de lenguaje de Wittgenstein (capítulo 7) convierte la noción


de actividad en el núcleo del estudio del significado. Este hecho supone un gran
cambio en el estudio del lenguaje como acción, porque trata al mismo tiempo de
integrar el lenguaje con la acción y de ofrecer un modo de pensar sobre los
grandes marcos dentro de los que opera el lenguaje. En vez de partir de los
enunciados, como hacen los teóricos del acto de habla, Wittgenstein sugirió que
se empezase por qué hacen realmente las personas cuando se reúnen. Basta
recordar el ejemplo del uso de sustantivos como cubo, pilar, losa o viga, entre un
albañil y su asistente al comienzo de las Investigaciones filosóficas (véase el
epígrafe 7.4). Wittgenstein no fue el único que pensó en términos de actividades,
porque aproximadamente en la misma época se adoptaba un enfoque similar en
el seno de la psicología soviética1. Comenzó con la teoría de Vygotsky sobre el
desarrollo cognitivo, que implicaba decisivamente una actividad mediada entre
un principiante (i. e. un niño) y un experto (un adulto) (véase el epígrafe 2.4).
Después de la muerte de Vygotsky, algunos de sus discípulos, especialmente A.
N. Leontyev, transformaron sus ideas en lo que denominarían la teoría de la
actividad. Como ha estudiado Wertsch (1981), una de las cuestiones que esta
teoría intenta resolver es la relación entre la conciencia y el mundo material. Para
algunos psicólogos soviéticos como Vygotsky, Leontyev y Rubinstein, esta
cuestión surge de una posición teórica sobre la cual gravitaba el debate de Marx
y Engels sobre la ideología, y la crítica de M arx a las teorías materialistas previas
(véanse los artículos de Wertsch 1985a). En su Tesis sobre Feuerbach, M arx
subraya la importancia de mantener una relación entre la conciencia y la
actividad práctica y sensorial de los seres humanos en el mundo:

El principal defecto de todo el materialismo actual hasta la fecha., es que la cosa,


realidad, sensorialidad, se concibe solo en la forma de un objeto para la
contemplación, y no como una actividad humana sensorial, como una práctica,
no subjetivamente. Por tanto, lo que ocurrió es que el idealismo, para contra
distinguirse del materialismo, desarrolló el lado activo, pero solo de forma
abstracta, puesto que, desde luego, el idealismo no conoce 3a actividad real
sensorial como tal, (Marx, [1845] 1978:143) (CursivaVygotsky y sus
colaboradores transformaron esta posición en una pregunta: ¿cómo elaborar una
teoría de la m ente humana que se tome en serio el hecho de que los sujetos
pensantes no solamente piensan, sino que también se mueven, construyen,
tocan, sienten y, sobre todo, interactúan con otros seres humanos y objetos
materiales por medio de la actividad física y semiótica. Esta perspectiva, que a
menudo está ausente en la psicología cognitiva norteamericana2, se acerca a (y
en algunos casos se apoya en) las recientes teorías antropológicas que tratan la
cultura como prácticas y no solo simplemente como modelos de pensamiento
(véase el capítulo 2). En ambos casos, la cuestión es cómo reconciliar lo que
parecen ser procesos cognitivos individualmente controlados con actuaciones
públicas conseguidas mediante la interacción, y donde los individuos participan
de forma conjunta en actividades que parecen más que la m era suma de sus
partes. La solución de Vygotsky a este problema fue invertir la relación habitual
entre el individuo y la sociedad. En vez de pensar desde el individuo y considerar
que la actividad social conjunta es la suma de procesos y acciones cognitivos
individuales, Vygotsky propuso una teoría del desarrollo según la cual las
facultades individuales (o intra psicológicas) surgen de procesos interaccionales
(o inter psicológicos). Ofrece el ejemplo del desarrollo de la señalización con el
dedo, que empieza con el intento fallido del niño

¿e alcanzar u n objeto (véase también Cassirer, 1955:181). El movimiento del


brazo del niño se convierte en un acto comunicativo (un signo) cuando la m adre
lo interpreta como una manifestación del intento del niño de hacer algo.

En consecuencia, el significado principal de ese movimiento fallido del brazo al


ir a coger algo lo establecen los demás. Solo más tarde, cuando el niño pueda
relacionar ese movimiento fallido con la situación global objetiva, empezará a
entenderlo como un acto de señalización. En este punto, ocurre un cambio en la
función del movimiento: un movimiento orientado hacia el objeto se convierte en
un movimiento dirigido a otra persona, un modo de establecer relaciones: el
movimiento del brazo al coger algo se convierte en un acto de señalización.
Como consecuencia de este cambio, el movimiento se simplifica físicamente, y
lo que resulta es una forma de señalización que podemos denominar un
auténtico gesto.

Partiendo de esta perspectiva, Leontyev desarrolló el trabajo de Vygotsky


básicamente en dos direcciones. La primera es que, al tomar una perspectiva
evolucionista, Leontyev ([1959] 1981) propone pensar en la conciencia como una
facultad del ser humano que surge del trabajo. Los seres humanos aprendieron
a coordinar sus acciones alrededor de un objetivo común que superaba y, en
algunos casos, iba contra sus necesidades individuales. Por ejemplo, en una
caza organizada, el ojeador, en lugar de satisfacer su necesidad inmediata de
alimento, debe ahuyentar la presa. Este es un auténtico giro intelectual3. La
segunda es que Leontyev desarrolló la intuición de Vygotsky sobre la importancia
de la interacción social para el desarrollo cognitivo construyendo una teoría que
tomaba la actividad como unidad básica de análisis. La actividad para Leontye v
es «una unidad de vida para el sujeto corpóreo y material» ([1975] 1979: 46). La
función de la actividad es «orientar al sujeto hacia el mundo de los objetos»
(ibíd.).

Esta perspectiva incluye dimensiones de la interacción que son decisivas para la


relación entre los procesos cognitivos y las estructuras lingüísticas con el mundo
material de su entorno (véase más abajo).

EVENTOS COMUNICATIVOS Y DE LAS FUNCIONES DEL HABLA A LAS


UNDADES SOCIALES:

El primer paso real que dieron los gramáticos hacia el estudio del habla
subordinada a unidades sociales fue la introducción de un modelo en el que tanto
el hablante como el oyente desempeñaban un papel decisivo. E n el Congreso
de Style, que organizó la Universidad de Indiana, en 1958, el lingüista ruso
Román Jakobson, en un trabajo que ampliaba los hallazgos del psicólogo
austriaco Karl B ühler4, propuso u n modelo de eventos comunicativos
compuesto de seis «factores constitutivos», cada uno de los cuales «determina
una función diferente del lenguaje» (Jakobson, [1960] 1974:353). La figura 9.1
reproduce los seis factores, y la figura 9.2 las seis funciones, tal como las
representaba esquemáticamente Jakobson.

CONTEXTO

MENSAJE

DESTINADOR......................................... DESTINATARIO CONTACTO


CÓDIGO

REFERENCIA!.

POÉTICO

EMOTIVO…………………………………………………………..CONAT1VO

FÁTICO
METALINGÜÍSTICO

REFERENCIA!.

Como muestra el hecho de que los ejemplos de Jakobson consisten en


enunciados aislados, en este modelo el «evento de habla» ha de interpretarse
como equivalente a la noción de acto de habla de Austin y Searle. La idea de
observar los enunciados como «eventos» nos permite examinar cómo los
distintos factores desempeñan un papel en la configuración del mensaje y de su
interpretación.

Para Jakobson, concentrase en un aspecto del evento de habla significa


privilegiar la función correspondiente del lenguaje. Así, pues, un mensaje verbal
en el que el contexto sea primordial es equivalente para Jakobson a un mensaje
donde el hablante privilegia la función referencial del lenguaje5. U n mensaje que
va dirigido predominantemente a describir una situación, objeto o estado mental
es un ejemplo de esta función del lenguaje, que engloba las declaraciones
descriptivas y las descripciones (i. e. la nieve es blanca; a los niños les gusta
creer en Santa Claus), así como enunciados con deícticos como yo, tú, aquí, allí,
ahora (i. e. Alicia vive aquí; yo dormía). Este modelo eleva la función referencial
(que incluye también la «denotativa», que hemos definido anteriormente) a
predominante en la mayoría de los mensajes, pero no en todos :«pero incluso
si... una orientación hacia el CONTEXTO... es el hilo conductor de muchos
mensajes, el lingüista atento no puede dejar de tomar en cuenta la integración
accesoria de las demás funciones en tales mensajes» (Jakobson, [1960] 1974:
353). El modelo también permite que sea relevante más de un factor y, por tanto,
más de una función al mismo tiempo dentro del mismo evento de habla.

El hecho de centrar la atención en el destinatario pone de relieve la función


emotiva (también llamada «expresiva» y, más recientemente, «afectiva»). El
ejemplo clásico aquí es el de las intelecciones (en inglés, oh, ah, ugh, pheiv; en
español, oh, ah, a y f y de ciertas modificaciones de sonidos lingüísticos que no
cambian el significado denotativo de una expresión, sino que añaden información
sobre una actitud particular o postura que adopta el hablante (véase Gum perz,
1992; Ochs, 1996). La orientación hacia el destinatario significa una explotación
de la función conativa: el ejemplo clásico es el vocativo, que en algunas lenguas
se marca morfológicamente (como en el latín Brute! « ¡Oh Bruto!», donde la vocal
final e nos dice que se habla a Bruto, no sobre Bruto), y en otros casos
únicamente por la entonación (la entonación apelativa de ¡Juan!, ¡ven aquí!). La
diferencia entre la función referencial, por un lado, y la conativa y emotiva, por
otro, es que solamente cuando se usa la primera puede afirmarse el valor de
verdad de lo que se dice. En los otros dos casos, este juicio no es apropiado.
Así, pues, como señala Jakobson, no podemos responder a alguien que dice
¡bebe! (función conativa que expresa la forma imperativa) diciendo «¿es cierto
eso o no?» ( véase la posición de Austin al respecto en el epígrafe 7.2). Jakobson
tomó prestadas de Bühler estas tres funciones, y añadió tres más: la poética, la
fática y la meta lingüística.

D el estudio de los aspectos secuenciales del habla (véase el capítulo 8) hemos


aprendido que ambas funciones, emotiva y conativa, desempeñan un papel en
el lenguaje, aunque pueden ser-más o menos dominantes. Por ejemplo, incluso
cuando la gente profiere imprecaciones después de un hecho adverso (i. e.
tropezar, dar un traspiés, perder un autobús, dejar caer u n helado al suelo) y
produce expletivas como fuck! ([joder!), en inglés, merde/, en francés, cazzo!, en
italiano, u oka!, en samoano, se pone en marcha a un cierto nivel el diseño del
destinatario. Esto se hace evidente por la habilidad de los hablantes para
controlar el modo y manera en que se articulan estas imprecaciones, que oscilan
entre los susurros y los gritos (Goffman, 1981:97—98).

La función poética se activa cuando se pone el énfasis «en el mensaje en sí


mismo» (Jakobson, 1960:356). Esta función, que forma parte aunque no
idéntica, del lenguaje de la poesía, es lo que permite el juego verbal, el fono
simbolismo (véase el epígrafe 6.8.1) y cualquier otra estrategia lingüística que
manipule u opere con la forma o el sonido del mensaje. La función poética
permite que la forma del mensaje prevalezca sobre el contenido. Por ejemplo,
cuando un escritor de canciones o un poeta buscan una palabra que rime con
otra de una línea anterior, dan preeminencia a la función poética sobre la función
referencial. D e hecho, en algunos casos, si encuentran la palabra o frase que
«suena bien», podrían incluso rehacer algo que escribieron antes para que
encaje con el marco acústico que establece la nueva expresión. Esta función
poética no predomina únicamente en los poemas, sino en géneros como los
eslóganes políticos y comerciales.

La predominancia del contacto sobre otros factores nos da lo que Jakobson,


siguiendo la noción de «comunión fática» de Malinowski (1923), llama la función
fática, que caracteriza lo que se dice solo (o principalmente) para establecer,
prolongar o cortar la comunicación, como cuando los hablantes se cercioran de
que el canal está abierto, como en Helio, can you hear me? (Hola, ¿me oyes?).
Para Jakobson, los saludos desempeñan esta función fática, puesto que no
suelen tener un «contenido» (no son «acerca de algo»), y cuando sí lo tienen,
este no se parece a su propósito principal. Esto ocurre también con expresiones
acerca del tiempo que suelen decirse en los ascensores y en otros espacios
cerrados donde la proximidad espacial impulsa a las personas (en muchas
sociedades) a sentirse en la obligación de decir «algo».

La función metalingüística (denominada normalmente meta - lingüística o


reflexiva) es el uso del lenguaje para hablar sobre el lenguaje (Lucy, 1993). El
término se ha tomado de la lógica, do n d e se hacen distinciones entre el
«lenguaje objeto» (por ejemplo, los símbolos matemáticos) y el «metalenguaje»,
esto es, el lenguaje que usamos para hablar del lenguaje objeto (i. e. el inglés)
(Tarski, 1956).Jakobson extendió la función metalingüística a todos los casos en
los que hablamos del habla, incluyendo el debate sobre el significado de las
palabras en nuestro propio lenguaje (cuando alguien dice «te odio» significa que
no sabe cómo relacionarse contigo) y la explicación de una palabra en una
lengua extranjera («hon» significa «libro» en japonés) (véase el epígrafe 6.7
sobre la conciencia metalingüística). del inglés afroamericano (A.A.E.) y del
inglés americano (A.E.) para respaldar sus argumentos.

En estos casos, entonces, ciertos rasgos gramaticales como el verbo mono


flexivo be (ser) en una proposición principal o la ausencia del verbo auxiliar haber
se convierten en deícticos de los contextos en que se utilizan dichas formas, que
se convierten así en casi citas.

El modelo de Jakobson debe bastante no solo a Bühler, como he mencionado


anteriormente, sino también a toda la teoría lingüística de la Escuela de Praga7.
Sus miembros instauraron un método para el estudio del lenguaje que prestaba
idéntica atención a la estructura y a la función. Según este enfoque, el lenguaje
está inmerso en la actividad humana y, al mismo tiempo, es u n instrumento de
ella Producto de la actividad humana, la lengua comparte con esta actividad su
carácter de finalidad. Cuando se analiza el lenguaje como expresión o
comunicación, la intención del sujeto hablante es la más plausible y natural de
las explicaciones.

Esta idea sobre el lenguaje, que ponía el énfasis en su carácter de actividad


orientada a un objetivo, era importante porque obligaba a los investigadores a
relacionar el estudio de las formas lingüísticas con el estudio de las funciones
sociales. Esta premisa, que había inspirado el modelo de Jakobson, ocupó un
papel más central si cabe en la invocación de Dell Hymes hacia una etnografía
de la comunicación. En este caso, la influenciade los intereses y métodos de la
antropología era visible en los tres pilares del enfoque de Hymes (1964): (i) los
métodos etnográficos; (ii) un estudio de los eventos de habla que constituyen la
vida social de una com unidad; (iii) un modelo de los diferentes componentes de
los eventos.

El punto de pardda es el análisis etnográfico de los hábitos comunicativos de una


comunidad en su totalidad, con el fin de determinar cuáles son los eventos
comunicativos y cuáles los componentes de estos, y de no concebir conducta
comunicativa alguna fuera o independiente del conjunto enmarcado dentro de un
escenario o de una cuestión implícita. El evento comunicativo es, pues, central.
(En términos del lenguaje adecuado, esta declaración significa que el foco de
atención se desplaza del código lingüístico al acto de habla.)

Como muestra esta cita, la tarea que se propuso Hymes para- él y sus discípulos
(muchos de los cuales se convertirían en grandes figuras de la antropología
lingüística) fue conectar las especificidades del uso del lenguaje con la com
unidad dentro de la cual dichos usos tienen lugar, son interpretados y
reproducidos. El vínculo con la comunidad se estableció por medio del evento
comunicativo como unidad de análisis. Él escribió: «en un sentido, esta
perspectiva se centra sobre las comunidades organizadas como sistemas de
eventos comunicativos» (1964b: 18).
Estos factores eran componentes del habla o componentes de los actos de habla
(Hymes, 1972a: 58). El término original «evento comunicativo» (Hymes, 1964b)
se abandonó más tarde a favor de «evento de habla». Por eventos de habla se
entendía, en sentido estricto, «aquellas actividades o aspectos de actividades
gobernadas directamente por reglas o normas para el uso del habla» (Hymes,
1972a: 56); son ejemplos de eventos de habla una lectura, una conversación
telefónica, una oración, una entrevista o un chiste. En estas actividades el habla
cumple un papel decisivo en la definición de lo que sucede, esto es, si
suprimimos el habla, la actividad no puede tener lugar. Las situaciones de habla,
por otro lado, son actividades en las que el habla desempeña un papel menor o
subordinado, como un partido de fútbol, un paseo con un amigo, un viaje en
autobús o una visita a un museo. Esta distinción analítica entre eventos de habla
y situaciones de habla es intuitivamente sugerente, pero puede ser problemática,
especialmente si, como analistas, esperamos distinciones nítidas entre ambas,
porque lo que encontramos en el mundo real son situaciones o fragmentos de
situaciones en las que el habla se usa de forma constitutiva, es decir, como un
instrumento para sostener o definir ese tipo particular de situación. Este uso es
lo que caracteriza una conversación, pero puede también caracterizar un juego,
o un paseo con un amigo. La ausencia de habla en estos casos podría ser tan
importante como su presencia en esas otras situaciones que hemos definido
como eventos de habla (véase Durante, 1985).

H ym es hizo hincapié en la naturaleza heurística de su modelo SPEAKING, que


él había pensado como una guía útil (o red ética) para el trabajo de campo y el
análisis intercultural (se suponía que los etnógrafos del habla estudiaban el uso
del lenguaje en distintas comunidades del mundo y en función de los
componentes que Hymes había descrito) (véase Sherzer y D arnell, 1972). La
idea no parecía invitar tanto a hacer una serie de descripciones etnográficas de
eventos de habla que ilustrasen con ejemplos cada u n o de los dieciséis
componentes — la lectura de estas descripciones suele ser particularmente
aburrida— como a ofrecer una idea de los factores que intervienen en el estudio
del lenguaje en cuanto parte integrante de la vida social (por tanto, el título de
Hymes del artículo de 1972 «Modelos de la interacción del lenguaje y la vida
social»). La auténtica novedad de la amplia- -ción-
que“Hymes"hizo"del'mo'del'o“de^ákobs'0'n~fiie“niD“tantb"él‘númefcr y tipos de
componentes como la naturaleza de la unidad de análisis.

Para Jakobson, la noción de evento de habla fue una forma de unificar sus seis
componentes y sus funciones correspondientes de lenguaje. Con el código
lingüístico como preocupación central de su modelo, Jakobson aportó
sugerencias importantes sobre la forma de relacionar las distintas formas de
participación con modelos gramaticales. Sin embargo, Jakobson no estaba
interesado en la organización sociocultural de los eventos de habla ni en el papel
que desempeñaban dentro de la comunidad. Por otra parte, para Hymes la
comunidad es el punto de partida, y los eventos de habla están allí donde se
forman y reúnen las comunidades. La unidad de análisis deja de ser una unidad
lingüística como tal, y se convierte en una unidad social en la que se basa o
integra el habla. Por tanto, a Hymes le preocupan menos las funciones del habla
en el sentido, de Jakobson y más, en cambio, el modo en que los diferentes
aspectos de la interacción contribuyen a definir lo que se dice y cómo se dice.
Los actos de habla y los eventos de habla son, pues, unidades de participación
para Hymes en, al menos, dos sentidos: (i) son formas en que las personas se
vinculan a la comunidad; (ii) son formas de constituir una comunidad. La
comunidad, p o r su parte, puede entenderse a distintos niveles. En un nivel micro
internaccional, la «comunidad» se refiere a un grupo pequeño o grande de
personas que se organizan alrededor de una actividad común, que puede variar
desde una conversación a dos bandas a través del teléfono, una ceremonia de
iniciación con una docena de participantes, hasta un mitinpolítico con miles de
personas. En un nivel macro interaccional, entiendo «la comunidad» como un
grupo de referencia, normalmente más amplio, real o imaginario (cfr. Anderson,
1983), cuya constitución excede los límites del aquí y el ahora de una situación
determinada, y que se establece sobre la base de uno o más criterios de
pertenencia de tipo geopolítico, tribal, étnico, profesional y lingüístico.

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