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CARTA A UN COMUNISTA

Mi postura personal frente al comunismo no es difíícil de formular. El comunismo


(bajo el cual esencialmente, entiendo los objetivos y pensamientos del antiguo Manifiesto
marxista) estaí en camino de conseguir su realizacioí n en el mundo, y eí ste se halla maduro
para ello, no soí lo desde que el sistema capitalista presenta tan claros sííntomas de
decadencia, sino tambieí n desde que la socialdemocracia de “mayoríías” ha abandonado por
completo la bandera revolucionaria.

Para míí, el comunismo no soí lo estaí justificado, sino que lo considero loí gico. Llegaríía y
venceríía aunque todos estuvieí ramos en contra. Quien hoy esteí de parte del comunismo,
afirma el porvenir.

Aparte del “síí” que mi entendimiento da a su programa, ha hablado en míí, desde que
vivo, una voz a favor de quienes padecen; siempre estuve de parte de los oprimidos y
contra los opresores; de parte del acusado y contra los jueces, y de parte de los
hambrientos y contra los atiborrados. La uí nica diferencia reside en que nunca se me
hubiera ocurrido llamar comunistas a esos sentimientos que considero naturales, si no
cristianos.

Bien: creo, con usted, que el camino marxista, que pasa por encima del capitalismo
moribundo en direccioí n a la liberacioí n del proletariado, es, en efecto, el camino del futuro,
y que el mundo debe seguirlo, quiera o no.

Hasta este punto estamos de acuerdo.

Pero ahora usted preguntaraí seguramente por queí yo, si creo en la razoí n del
comunismo y defiendo a los avasallados, no me uno a usted en la lucha y pongo la pluma al
servicio de su Partido.

La respuesta a esto ya es maí s difíícil, porque se trata aquíí de cosas que para míí son
sagradas y obligatorias, mientras que para usted apenas existen. Yo rechazo totalmente, y
con firme decisioí n, convertirme en miembro del Partido o poner mi trabajo literario al
servicio de su programa, pese a que la perspectiva de tener hermanos y camaradas, de
vivir en comunidad con un mundo de correligionarios, seríía sumamente atractiva.

Pero es que, en realidad, no pensamos igual. Porque, aunque yo apruebe sus objetivos
o, para decirlo maí s claramente, aunque crea que el comunismo estaí maduro para subir al
poder y hacerse cargo, con ello, de la tremenda responsabilidad, empezando por la
necesidad de cargar con la sangre y la guerra, para míí eso no tiene maí s importancia que
cuando, en noviembre, pienso que ya estaí proí ximo el invierno. Creo en el comunismo
como programa para las horas venideras de la humanidad; lo considero indispensable e
ineludible. Sin embargo, no creo que el comunismo pueda dar mejores respuestas a las
grandes preguntas de la vida que cualquier otra doctrina anterior. Creo que, despueí s de
cien anñ os de teoríía y del gran intento ruso, ahora no tiene soí lo el derecho, sino tambieí n la
obligacioí n de realizarse en el mundo, y creo y espero sinceramente que conseguiraí
suprimir el hambre y librar a la humanidad de una gran pesadilla. Pero que con ello se
logre lo que las religiones, las legislaciones y las filosofíías de pasados milenios no pudieron
conseguir, es cosa que no creo. Que el comunismo, aparte de su razoí n de defender el
derecho de todo hombre a que no le falte el pan y se le reconozca su valor, sea mejor que
cualquier otra forma anterior de fe, no lo creo. Tiene sus raííces en el siglo XIX, en medio del
maí s aí rido y presuntuoso dominio del intelecto, de un sabihondo imperio de profesores,
carente de fantasíía y amor. Carlos Marx aprendioí su modo de pensar; es
extraordinariamente parcial e inflexible: su genialidad y justificacioí n no reside en un
espííritu maí s elevado, sino en su decisioí n de actuar.

Si hoy estuvieí ramos en 1831, en lugar de tener ya el anñ o 1931, yo, como poeta y
escritor, probablemente sentiríía gran preocupacioí n por los problemas y las amenazas del
manñ ana y pasado manñ ana, dedicando todas mis fuerzas, durante alguí n tiempo, al estudio
del inminente cambio. Asíí lo hizo el poeta Heinrich Heine entonces, y durante un cierto
tiempo, quizaí s el maí s fecundo de su vida, fue en Paríís el amigo y colaborador del joven
Carlos Marx. Pero hoy, ese mismo Heine volveríía a preocuparse maí s por el manñ ana y el
pasado manñ ana que por la realizacioí n de lo que ha quedado reconocido ya, desde hace
tiempo, como acertado y digno de ser llevado a cabo. Hoy reconoceríía sin duda que el
socialismo ha dejado atraí s su escuela y tiene que asumir el dominio del mundo o, de lo
contrario, estaí listo. Y aprobaríía este proceso, la conquista del mundo por los comunistas,
y lo encontraríía bien, mas no sentiríía el impulso, en su persona, de tener que ayudar a tirar
de un carro que con tanto empuje rueda por síí solo.

El poeta no es ni maí s ni menos importante que el ministro, el ingeniero o el tribuno,


pero síí es totalmente distinto a ellos. Un hacha es un hacha, y con ella se puede cortar
madera o, tambieí n, cabezas. Un reloj o un baroí metro, en cambio, tienen otras funciones, y
si con ellos pretendemos cortar lenñ a o cabezas, se romperaí n sin que nadie haya obtenido
provecho alguno.

No es eí sta la ocasioí n para enumerar y explicar los deberes y funciones del poeta como
instrumento especial de la humanidad. Quizaí s sea una especia de nervio, en el cuerpo de la
humanidad; un oí rgano destinado a reaccionar ante delicados avisos y menesteres, un
oí rgano cuya funcioí n es la de despertar, advertir y llamar la atencioí n. Mas no es un oí rgano
con el que se puedan redactar anuncios y colgarlos, y no se presta para pregonarlo a
grandes gritos en el mercado, pues su fuerza no reside en el volumen de la voz. Eso queda
para Hitler. De cualquier forma, y sean sus funciones unas u otras, el poeta soí lo tiene un
valor y soí lo merece que se le tome en serio si no se vende y no permite abusos con eí l, si
prefiere sufrir o morir que ser infiel a lo que considera su vocacioí n.

Carlos Marx tuvo mucha comprensioí n para la poesíía y el arte del pasado; por ejemplo,
para todo lo griego, y si bien en alguí n punto de su doctrina no fue, quizaí , totalmente
sincero, pudo deberse a que, pese a ser conocedor de las artes, no vio en ellas un oí rgano de
la humanidad, sino soí lo un trocito de “superestructura ideoloí gica”.

Precisamente quisiera advertiros a vosotros, los comunistas, del peligro que pueden
constituir aquellos poetas que os ofrezcan y se presten para pregoneros y combatientes. El
comunismo tiene muy poco de poeí tico; ya era asíí en tiempos de Marx y ahora lo es todavíía
maí s. El comunismo, como toda gran ola de poder material, llegaraí a constituir un serio
peligro para la poesíía; tendraí poco sentido de la calidad y, con paso tranquilo, aplastaraí
gran nuí mero de cosas hermosas sin lamentarlo siquiera. Traeraí consigo grandes cambios y
un nuevo orden, hasta que esteí edificada la nueva casa para esa nueva sociedad, por
doquier abundaraí n los escombros, y nosotros, los artistas, nos veremos desplazados si
tenemos que hacer de peones. La gente auí n se reiraí maí s de nosotros y de nuestras
rebuscadas preocupaciones, tomaí ndonos todavíía menos en serio que en tiempos de la
burguesíía.

Mas en la nueva casa de la humanidad volveraí a imperar muy pronto el descontento, y


tan pronto se haya desvanecido el miedo al hambre, se demostraraí que tambieí n el hombre
del futuro y de la masa posee un alma, y que eí sta crea en su interior sus propios tipos de
hambre y necesidades, deseos y suenñ os, y que los impulsos y las necesidades y los deseos y
los suenñ os de esta alma participan extraordinariamente en todo lo que la humanidad
piensa y hace y ansíía. Y seraí un bien para la humanidad que, entonces, haya hombres
entendidos en las cosas del alma: artistas, poetas, entendedores, consoladores e
indicadores del camino a seguir.

De momento, vuestras tareas son claras de ver. Vosotros, los comunistas, teneí is un
programa claramente establecido que realizar y es vuestro deber defenderlo. Actualmente,
vuestra labor parece mucho maí s clara, maí s necesaria y seria que la nuestra. Pero eso
cambiaraí , como ha cambiado ya tantas veces.

Con el derecho del combatiente tal vez matareí is a este o aquel poeta, porque compone
cantos de guerra para vuestros enemigos, y probablemente se demostraraí , despueí s, que
no era un verdadero poeta, sino uí nicamente un redactor de cartelones. Pero os
equivocareí is en perjuicio vuestro, si creeí is que un poeta es un instrumento del que la clase
que gobierna en ese momento pueda servirse como de un esclavo o de un talento
comprable. Os llevareí is un chasco con vuestros poetas, si no cambiaí is de opinioí n, y soí lo
quedaraí n pegados a vosotros los que no valen nada.

A los auteí nticos artistas y poetas los reconocereí is, en cambio, si es que alguí n díía
decidíís preocuparos de ellos, en que tienen un indomable afaí n de independencia y dejan
inmediatamente de trabajar cuando se les quiere obligar a trabajar de forma distinta a
cuanto les dicta la conciencia. No se venden por mazapaí n ni por apetitosos altos cargos,
prefieren que les maten antes que ser objeto de abuso. En eso les reconocereí is.

Herman Hesse, 1931

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