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El Bautismo en la Escritura

Antecedentes en el Antiguo Testamento.


Vemos en nuestra cultura que para muchos el bautismo es la forma de sentirse cristianos.
Quien no está bautizado sabe que no lo es. De hecho, hay quienes no bautizan a sus hijos para
no imponerles una religión y darles libertad para que cuando ellos sean grandes elijan por ellos
mismos.
Es decir que el bautismo está considerado como un rito de iniciación. Una primera pregunta
que nos podemos hacer es si esto es un invento cristiano o existe algo parecido en otras
culturas. Al mirar encontramos distintos ritos de iniciación que incluye la mayoría de las veces
alteraciones físicas: corte de cabello, cambio de vestido, cambio de nombre. También incluyen
un período de prueba que culmina con la aceptación por parte del resto del grupo.
En el judaísmo este rito de iniciación consiste en la circuncisión. Probablemente este rito haya
cobrado importancia cultual durante el exilio como forma de identificación frente a la cultura
babilónica. El primer texto donde aparece la prescripción de la circuncisión es Gn 17, 10-13 y
es de origen sacerdotal. Está muy claro cómo la circuncisión es signo de pertenencia. Después
del exilio también adquiere un valor simbólico y moral. Jer 4, 4 y Jer 6, 10 habla de circuncidar
el corazón y los oídos. La relación de la circuncisión como rito de iniciación con el bautismo no
pasa desapercibida para la Iglesia primitiva. Ver Col 2, 11-13.
Otra perspectiva que nos permite buscar antecedentes es ver el bautismo como rito de
purificación. Encontramos en otras culturas ciertos baños de purificación.
También en el judaísmo muchos ritos de purificación incluían el agua. Ya desde el diluvio el
agua es vista como purificadora (Gn 6, 5 - 8, 17; Cfr. 1 Pe 3, 20-21) Podemos ver Lev 14, 8; 15,
13; Num 8, 7. Vemos que el agua servía para purificar personas y cosas. Estas costumbres se
fueron extendiendo y adquirieron cada vez mayor importancia. En Mc 7, 1-5 podemos apreciar
la trascendencia que le daban a estas prácticas.
El profeta Ezequiel anunció un agua purificadora relacionándola con el don del Espíritu
(Ez 36, 24-28).
Ya en la época de Jesús hay testimonios de que los esenios practicaban baños de purificación.
De la misma manera se practicaba un bautismo con los prosélitos. Al ser paganos impuros
debían someterse, además de la circuncisión, a un baño purificatorio.
En este rito de los prosélitos encontramos entonces juntos los dos elementos que veníamos
viendo hasta ahora: una iniciación y una purificación. Dos elementos que vamos a encontrar
también en el bautismo cristiano. De todas maneras es necesario aclarar que se sumergían
ellos mismos en el agua a la vista de testigos judíos. Además este no era el último de los ritos.
Recién eran admitidos cuando participaban del sacrificio y allí era donde se los consideraba
reconciliados. El baño de purificación era sólo preparación.
El Nuevo Testamento
El Bautismo que practicaba Juan Bautista
Llegamos así al testimonio anterior más próximo al bautismo cristiano: el bautismo practicado
por Juan Bautista. Por lo que hemos visto hasta ahora, ya podemos adelantar que en muchos
aspectos representaba una novedad. Frente a los numerosos baños purificatorios, Juan
propone esta inmersión como preparación para el verdadero bautismo, que sería en el Espíritu
Santo (Cfr. Mc 1, 8). Juan se sabe el último de los profetas y el encargado de preparar el
camino para quien debía venir. Relaciona íntimamente el bautismo que él realiza con la
conversión del corazón. Este bautismo no podía repetirse y además, no era uno quien se
autobautizaba sino que debía ser sumergido por Juan como enviado de Dios. No era exclusivo
para un grupo sino que todo el pueblo de Israel estaba invitado a bautizarse. Este acto debía
estar acompañado de la confesión de los pecados (Mc 1, 5). Era un bautismo de preparación
inmediata para la llegada del Reino de Dios.
Que el bautismo de Juan era diferente a todo lo demás queda de manifiesto en su nombre: se
lo conoce como Juan “Bautista”.

El bautismo de Jesús
Mención aparte hay que hacer del bautismo de Jesús. En los Evangelios notamos cierta
controversia frente a este hecho1, sin embargo era necesario que Jesús asumiera totalmente
nuestra condición.
Del análisis de los textos de los Evangelios nos encontramos con algunos elementos en común.
El bautismo de Jesús está en estrecha relación con su muerte y así lo expresa Lc 12, 50.
El Espíritu que desciende sobre él en forma de paloma y los cielos abiertos nos hablan de la
nueva comunión que se establece entre Dios y los hombres. Más tarde en Nazaret, según
Lc 4, 18-21, Jesús se aplicará a sí mismo el texto del Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi
porque me ha consagrado por la unción”. Si el hecho de que Jesús se bautice está en relación
con su muerte, el Espíritu nos habla de la Vida y la Resurrección que Jesús nos trae.
Finalmente aparece la voz del Padre declarando a su Hijo muy amado. Este texto recuerda a
Is 42, 1 donde la palabra Siervo es reemplazada por Hijo. De esta manera se unen la teología
del Siervo de Yahwe de Isaías y la teología real del Mesías Rey, descendiente de David, hijo de
Dios (2 Sam 7, 12-16)
El bautismo de Jesús es visto entonces como la inauguración del tiempo mesiánico y del
cumplimiento de las promesas. Jesús, asumiendo en todo nuestra condición menos en el
pecado, se abaja dejándose bautizar (así como después aceptará morir en la cruz), y recibe la
confirmación del Padre y el don del Espíritu (así como después será resucitado por el Padre).
Probablemente es por esto que la Iglesia asume el bautismo como parte del anuncio del

1
Marcos -1, 9-11 menciona el hecho sin más. Mateo pone ciertos reparos en boca
de Juan Bautista (3, 13-17). Lucas sitúa el bautismo de Jesús inmediatamente después de
que Juan es encarcelado (Lc 3, 19-22). Juan no menciona el bautismo de Jesús y el mismo
Jesús bautiza (Jn 3, 22-27) aunque se aclare que son sus discípulos (4, 1-2).
Evangelio, ya que los textos donde encontramos un mandato expreso de bautizar por parte de
Jesús son más bien tardíos: Mt 28, 18-20 y Mc 16, 15-16.

La primera comunidad cristiana


La primitiva comunidad asumió desde sus comienzos el rito del bautismo como signo de la fe
en Jesucristo y de la incorporación a la Iglesia. Así aparece en los primeros discursos de los
apóstoles según Hch 2, 37-38 y en la práctica de la Iglesia primitiva: Hch 8, 12: Felipe en
Samaría; 8, 36: el etíope; 9, 18: Pablo; 10, 47: Cornelio; 19, 5: los discípulos de Juan en Éfeso
(notemos en este último texto las diferencias establecidas entre el bautismo de Juan y el
Bautismo en el nombre de Jesús).
Si miramos estos textos vamos a encontrar una misma dinámica evangelizadora:
 Instrucción previa (discurso, catequesis, etc.)
 Respuesta de fe – conversión
 Rito bautismal
 Ruptura con la situación anterior (dejar atrás el pecado para comenzar una nueva vida)
 Incorporación a la comunidad

El bautismo según San Pablo


En el NT encontramos el bautismo mencionado dentro de contextos más amplios,
generalmente kerygmáticos. Por eso nos vamos a encontrar con innumerables textos que
hacen referencia al bautismo. Pero hay un pasaje en la carta de San Pablo a los Romanos que
nos puede servir como texto capital para entender el bautismo desde la perspectiva de la
primera comunidad cristiana. Este texto es Rom 6, 1-11 que transcribimos a continuación:
1
¿Qué diremos entonces? ¿Qué debemos seguir pecando para que abunde la gracia? 2¡Ni
pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? 3¿No
saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su
muerte? 4Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo
resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. 5Porque si nos
hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos
identificaremos con él en la resurrección. 6Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido
crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser
esclavos del pecado. 7Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. 8Pero si hemos
muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. 9Sabemos que Cristo, después de
resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. 10Al morir, él murió al
pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. 11Así también ustedes,
considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

¿Cuál es la tesis de Pablo en este texto? Él recuerda a los Romanos lo que ya saben (“No saben
ustedes...”), que se ha realizado en ellos un cambio radical en sus vidas y esto ha tenido lugar
en el momento del bautismo. Allí fuimos liberados de la muerte y del pecado y ahora vivimos
para Dios. Por el bautismo hemos pasado con Jesús de la muerte a la vida. El bautismo nos
vincula inexorablemente a la suerte de Jesús. Si Él ha muerto y ha resucitado, también
nosotros hemos muerto con Él y vivimos con Él.
Pablo expresa esto de una manera que tal vez para nosotros pasa desapercibida al no poder
acceder al texto original en griego. Si pudiéramos leer el Evangelio en su idioma original nos
llamaría la atención el uso repetido del prefijo “syn”, que significa “con” (como en “sinfonía”,
“sincronizar” o “síntesis” donde el prefijo nos da idea de unidad del conjunto). Así el texto
podría ser traducido, en lugar de “fuimos sepultados con él”, fuimos “con-sepultados”.
Análogamente podríamos decir “con-crucificados”, etc.

De esta manera Jesús ha realizado la obra de salvación y nosotros somos “injertados” (Rom 6,
5) en ella por el bautismo. Esto pone de relieve que la acción salvadora de Cristo es previa a
nuestros méritos -o como dice el mismo San Pablo en Rom 5, 8- Cristo murió por nosotros
cuando todavía éramos pecadores. De esta manera queda evidenciado el carácter gratuito de
la Salvación que Cristo nos ofrece y que nosotros aceptamos por el bautismo.

Se entiende entonces mejor el discurso de Pedro el mismo día de Pentecostés (Hch 2, 14-38)
donde retoma las promesas del Antiguo Testamento y explica desde allí la muerte y
resurrección de Jesús, culminando sus palabras con una invitación a la conversión y al
bautismo en el nombre de Jesús.

Cabe aclarar que, dado el contexto, Pablo debe poner más énfasis en la muerte que en la
resurrección. Conviene mirar también Col 2, 9-13; 3, 1-4 donde se habla más de la vida nueva
que Cristo nos ha regalado.

Desde esta perspectiva se entienden también la expresión “hombre viejo-hombre nuevo”


usada en otras cartas paulinas, especialmente en Ef 4, 17-24 y Col 3, 5-11. Revestirse del
hombre nuevo tiene un significado concreto en la vida de la persona que debe dejar atrás al
hombre viejo.

El bautismo en el Evangelio según San Juan


San Juan no habla directamente del bautismo pero nos ha dejado una serie de textos que
hacen clara referencia. Los encontramos en el diálogo de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 1-21).
Jesús habla de “renacer de lo alto” (Jn 3, 3) y de “nacer del agua y del Espíritu” (Jn 3, 5) para
poder entrar en el Reino de Dios. Este renacer del Espíritu se contrapone al nacimiento de la
carne (Jn 3, 6; cf. Jn 1, 13). Los que han renacido de lo alto se dejan guiar por el Espíritu, que
como el viento, sopla donde quiere (cf. Jn 3, 8). Ellos son los que han creído en el Hijo, y
creyendo tienen Vida Eterna (cf. Jn 3, 15-16).

El bautismo en “el nombre de Jesús”


Una vez que hemos entendido esto, nos es más fácil acceder a otros aspectos del bautismo
que aparecen en el NT. El primero de ellos, y tal vez el más notable, es que el bautismo
cristiano es “en el nombre de Jesucristo”

Esta fórmula aparece varias veces en el NT: Hch 2, 38; 10, 48. También aparece “del Señor
Jesús”: Hch 8, 16; 19, 5 o también más breve “en Cristo”: Gal 3, 27.

No es fácil determinar qué significa “en el nombre de Jesucristo”. Puede ser “por encargo de”,
“con el poder de”, “en virtud del nombre”. De todas maneras, lo decisivo es la referencia a su
persona.
Si lo relacionamos con la teología paulina vista antes, podemos entender con más claridad esta
referencia. En Cristo ha tenido lugar Salvación que Dios nos ha regalado. Estábamos en poder
del pecado y ahora estamos bajo la protección de Jesús. Por el bautismo sucede en nosotros
un cambio de poderes. Con su resurrección Jesús vence a la muerte y al pecado y por el
bautismo nos hace a nosotros vencedores con él.

El bautismo y el Espíritu Santo


También se afirma repetidamente en el NT que con el bautismo, el creyente recibe el Espíritu
Santo. Hch 1, 5; 2, 38; 1 Cor 12, 13. Esta donación del Espíritu tiene un carácter irrepetible y
único, a la manera de un sello (2 Cor 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30) y se nos da gratuitamente (Tit 3, 5-
7). Esta efusión del Espíritu confirma lo prometido por Juan Bautista (Mt 3, 11; Mc 1, 8; etc.).
Es interesante notar que en el bautismo queda manifiesta la intrínseca unidad existente entre
el misterio pascual y la donación del Espíritu.

Se establece así una íntima relación entre el ser de Cristo por el bautismo y la donación del
Espíritu. Rom 8, 9; Gal 4, 6 nos muestran que el Espíritu nos hace uno con Cristo y esto sucede
en el bautismo.

La relación entre el bautismo y el Espíritu recibe en Jn 3 otro nombre: regeneración o “nuevo


nacimiento”. Este término subraya la acción gratuita de Dios padre como origen de la vida. En
el bautismo nacemos a la vida de Hijos de Dios. Una idea análoga la encontramos en Tit 3, 5-7
y 1 Pe 1, 3. 23. Al ser “injertados” en Cristo, nos hacemos hijos de Dios, hijos en el Hijo. Esta
misma concepción subyace en Gal 4, 4-7 y Rom 8, 12-17.

De la misma manera hay que entender la expresión “revestirse de Cristo” que aparecen en Gal
3, 27; Rom 13, 14 o “revestirse del hombre nuevo”: Col 3, 10 y Ef 4, 22-24

El bautismo y la Trinidad
Dicho todo esto estamos ya en condiciones de entender la formulación trinitaria que aparece
en Mt 28, 19 y que hoy es usada por la Iglesia. El bautismo es una nueva creación de Dios
Padre por su Hijo en el Espíritu Santo. El Dios Trino interviene en el hombre y para el hombre,
somos sumergidos en el misterio hondo de la Trinidad. El Espíritu nos hace hijos en Jesús, el
Hijo, de Dios Padre.

El bautismo pone además de manifiesto otro aspecto de la salvación que Dios nos ofrece.
Hacernos bautizar es responder afirmativamente a la voluntad salvífica de Dios. Él nos regala la
salvación pero no lo hace sin nuestra aceptación. El hombre por la fe puede hacer que la obra
salvadora se realice en él. Esto es lo que llamamos conversión y es lo que lleva al hombre a
pedir el bautismo como se ve claramente en los Hechos de los Apóstoles. La “conversión” no
consiste en que nosotros nos acerquemos a Dios sino en aceptar por nuestra fe que Dios nos
haga sus hijos en Jesús por el Espíritu.

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