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Capítulo I
Dios quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos suyos
queridísimosl. Por eso, Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a llamarle
Padre nuestro2. Pero ¿qué significado y qué alcance tienen estas palabras
en
nuestros labios?
Es evidente que podemos llamarle Padre porque al creamos nos dio cuanto
somos y tenemos. Sin embargo, hemos de comprender que este hecho no
nos convierte propiamente en hijos de Dios, pues la relación que se
establece entre el Creador y sus criaturas no es la misma que existe entre
un padre y su hijo, sino la que hay entre un autor y su obra.
Ef 5, 1.
2 Mt 6, 9.
Pero Dios no se conforma con que seamos sus criaturas y, movido por su
amor -un amor que nunca acabaremos de entender en esta vida-, se nos
acerca y establece con nosotros una relación mucho más estrecha y
familiar. Mirad-dice San Juan- qué amor nos ha tenido el Padre que no sólo
quiere que nos llamemos hijos de Dios sino también que lo seaMOS3. ¡Ser
hijos de Dios! Si no hubiera sido porque Él lo quiere, ni siquiera hubiéramos
llegado a pensar en esa posibilidad. No hay nada tan grande, no hay nada
que esté por encima, nada que pueda colmar y satisfacer en tal grado
nuestras aspiraciones. Ni la riqueza, ni la hermosura, ni la salud, ni el amor
humano admiten tan siquiera un punto de comparación con la maravilla de
ser hijos de Dios.
3 1 Jn 3, 1 1.
4 Ga 4, 4 y S.
La adopción es un acto por el cual, ante la ley y ante los demás, un extraño
es admitido como hijo y heredero en una familia de la que no forma parte
natural. ¿Es así como nos adopta Dios? Antes de responder a esta
cuestión es preciso aclarar que la adopción exige el cumplimiento de ciertos
requisitos.
¿Es así nuestra filiación divina? Cuando Dios nos adopta, ¿lo hace como
los hombres? Si estudiamos los elementos fundamentales de la adopción
entre los hombres, veremos que hay claras diferencias entre la humana y
la divina.
62PI,4.
11
12
13
2. HIJOS DE DIOS
8 Cfr 1 Co 8, 1.
· Gn 3, S.
15
Un amor diferente
11 1 Mc 4,24.
17
fin de que goce del mayor de los bienes: ser hijo de Dios.
18
Dios nos quiere tanto que no sólo desea estar con nosotrosl2 sino que
convierte en realidad ese deseo. Esta verdad la ha revelado expresamente
Nuestro Señor Jesucristo: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi
Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada 13.
Se trata del misterio de la inhabitación tñnitaña, que consiste en que el
Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo viven de un modo inefable, que no
tenemos palabras para describir, en el alma en gracia. Desde allí, como un
fuego que ilumina y enciende, nos hacen participar de la naturaleza y de la
vida de Dios convirtiéndonos en hijos suyos.
12 Cfr Pr 8, 3 1.
13 Jn 14, 23.
19
sotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a
sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo ... »14.
ViVO15.
14 Camino, 267.
15 2 Co 6,16.
20
16 Camino, 319.
17 Rm 8, 17.
21
18 1 Co 2, 9.
El Cielo
El rostro de Dios
San Pablo habla de lo que Dios tiene reservado para aquellos que le aman
porque en este mundo, al faltamos la visión de Dios, no podemos alcanzar
tanta dicha. En la tierra, como comprobamos a diario, a lo más que
podemos aspirar es a pasarlo relativamente bien, huyendo constantemente
del dolor, a sabiendas de que incluso eso terminará un día. Al presente-
comenta San Pablo- no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo
imágenes oscuras; pero entonces lo veremos cara a cara2O. Por eso,
incluso la fe, que nos proporciona un conocimiento superior, está muy lejos
de la visión inmediata que tendremos en el Cielo donde nada se interponclrá
entre Dios y nosotros.
19 Mt 5, 12.
20 1 Co 13, 12.
24
Lo que Dios tiene reservado para aquellos que le aman,es la visión con que
colmará de felicidad a sus hijos en el Cielo. Al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo, los veremos con mayor claridad que contem lamos la luz del sol.
P,
21 Ibid.
idea creada sería capaz de representar, tal cual es, ni la hermosura infinita
de Dios ni su amor sin límites. Los hijos de Dios estamos llamados a
contemplar la infinita fecundidad de la divina naturaleza manifestándose en
tres Personas, la eterna generación del Verbo, y la inefable espiración del
Espíritu Santo, término del común amor del Padre y del Hijo que les une
eternamente.
Tiene Dios desde toda la eternidad un Hijo único al cual comunica toda la
naturaleza divina, dándole ser Dios de Dios y Luz de Luz; y quiso tener hijos
adoptivos a quienes comunicar una participación de su naturaleza, la gracia
santificante, en la esencia de sus almas; y con esta gracia descienden,
sobre sus facultades superiores, la luz de la gloria y la caridad.
Él 'ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; Mt 21, 23)»23.
Éste es el premio que Dios ha prometido a sus hijos. Quizá nos parezca
lejano, pero no olvidemos que, si lo deseamos, podemos empezar a
disputarlo aquí en la tierra. «La filiación divina es una verdad gozosa, un
misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual,
porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y
así colma de esperanza nuestra lucha interior y nos da la sencillez confiada
de los hijos pequeños»25.
24 Mt 25, 23.
Capítulo II
AMOR DE PADRE
Esto mismo puede ocurrirnos a nosotros con el amor del Padre: sabemos
que nos ama, pero su amor lo imaginamos situado en el mundo de las
ideas, incapaces de considerarlo como algo real que también puede
disputarse aquí, en la tierra. Para ver si es ésta nuestra situación podemos
preguntamos: ¿Creemos firmemente que el Padre nos ama como a hijos
suyos queridísimos? ¿Estamos convencidos de que su amor es tangible y
demostrable en toda su grandeza?
28
Pues bien, aunque el Padre ame a todas sus criaturas, a quien más ama es
a su Hijo, en quien contempla su propia Imagen, que le atrae y despierta su
amor en un grado tal que, al ser correspondido por el de su Hijo, da lugar a
la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, al Espíritu Santo.
¿Y cómo nos ama el Padre? ¿Tenemos alguna referencia que nos permita
hacernos una idea cabal de la magnitud de su afecto?
29
El libro del Génesis narra, en efecto, cómo Abraham, nuestro padre en la fe,
ha creído entender que la voluntad de Dios es que sacrifique a Isaac. Dios
le había dado su palabra de que tendría una descendencia numerosa, como
las arenas del mar, y ahora le pide la vida de su hijo -que era quien podría
dársela-, cerrando de esta manera las puertas de su esperanza.
Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio de lejos el lugar Dijo a sus dos
mozos: «Quedaos aquí con el asno; yo y el niño iremos hasta allí, y
después de haber adorado, volveremos a vosotros». Y tomando Abraham
la leña para el holocausto, se la cargó a Isaac, su hijo; tomó él en su mano
el fuego y el cuchillo y siguieron ambos juntos. Dijo Isaac a Abraham, su
padre: «Padre mío». « ¿Qué quieres, hijo mío?», le con-
Llegados al lugar que le dijo Dios, alzó allí Abraham el altar y dispuso sobre
él la leña, ató a su hijo y le puso sobre el altar, encima de la leña. Tomó el
cuchillo y tendió luego su brazo para degollar a su hijo. Pero le gritó desde
los cielos el ángel de Yavé, diciéndole - «Abraham, Abraham». Y éste
contestó: «Heme aquí». «No extiendas tu brazo sobre el niño -le dijo- y no le
hagas nada, porque ahora he visto que en verdad temes a Dios, pues por
mí no has perdonado a tu hijo, a tu unigénito»1.
1 Gn 22, 1-15.
31
¿Cómo nos ama el Padre? El Padre nos ama tanto que envió a su Hijo al
mundo para que se hiciera hombre y pudiera morir por nosotros,
rescatándonos de esta manera del castigo que justamente merecemos por
nuestros pecados.
Esta maravilla se realizó en la Encarnación por obra del Espíritu Santo, que
formó en las purísimas entrañas de la Virgen Marla el cuerpo perfectísimo
de un niño; para este cuerpo creó un alma nobilísima que unió a
1 Rm 8, 32.
32
A quien más ama el Padre es a su Hijo. No hay amor como ése: nadie
puede alcanzarlo. Y ese amor es precisamente la referencia para entender
la medida de lo que el Padre siente por sus hijos. Al contemplar la
Encarnación y la muerte de Cristo en la Cruz, podemos concluir que el
Padre nos ama hasta el extremo de querer que su Hijo muera por nosotros.
El amor que nos tiene es tan grande que le lleva al extremo de entregar a su
Hijo al dolor de la Cruz. Se trata de una realidad que, aunque nos parezca
un exceso -que lo es-, demuestra que así es como nos quiere el Padre.
Hemos de considerarlo una y otra vez, mil veces y siempre: el Padre nos
ama tanto -me quiere tanto a mí-, que ha q3ierido que su Hijo muera para
que yo viva. Este es nuestro Padre del Cielo y éste es el amor que siente
por nosotros. Aunque nos cueste trabajo entenderlo y ordenar nuestra vida
a partir de este principio, deberíamos meditarlo con más frecuencia y, sobre
todo, esforzamos más en vivir de acuerdo con su querer, abandonando en
sus manos cuanto somos y tenemos.
33
Sabemos que Dios está en todas partes porque dentro de él vivimos, nos
movemos y eXiStiMOS3@ pero debemos recordar que, a partir de la
inhabitación trinitaria, está en el alma de un modo singular. Esto no quiere
decir que empiece a estar donde antes no estaba, sino que está de otra
manera, porque ha establecido una nueva relación con nosotros.
35
tendrán como fin nuestro provecho, porque el Padre no está contra nosotros
sino a nuestro favor.
4 Hb 12, 7-12.
36
Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a
DiOS5@ y esto nos proporciona una paz y una serenidad que no se pierden
cuando Él interviene para arrancar o enderezar nuestras tendencias
desordenadas. De otro modo ¿cómo podríamos cambiar la soberbia por la
humildad, la pereza por la diligencia, los apegos desordenados por el
verdadero amor al Padre?
5 Rm 8, 28.
6 Cfr Mt 5, 3.
37
El descubrimiento de la Cruz
En nuestra lucha por identificarnos con Cristo para vivir como hijos de Dios
no estarnos solos. El amor que el Padre siente por su hijos establece con
nosotros algo permanente, una mano que no suelta la nuestra ni siquiera
mientras dormimos, y le lleva a velar por nuestra suerte. Si no le dejamos
Él tampoco nos abandonará. Sin embargo, la ayuda divina recorre un
camino que los hombres no siempre entendemos, y ocasiones habrá en las
que tengamos la impresión de que nos ha olvidado porque el dolor o la
contradicción nos visitan.
P. 15.
38
Con este fin, Dios se vale muchas veces de cosas a primera vista sin
sentido, de situaciones que nos parecen fuera de toda razón. Son moneda
corriente: el trabajo que no sale bien; el prójimo que no nos entiende; los
hijos que no se dan cuenta de que sólo buscamos su bien; el superior que
no se hace cargo de nuestras razones; la pérdida de la honra, de la fortuna
o de la salud; pequeñas o grandes dificultades que nos hacen sufi-ir y
perder la alegKa.
Y ¿qué sentido tienen las cosas sin sentido? Si las miramos a la luz de la fe
responderemos sin dudar: estas cosas son las señales de que el Padre se
acuerda de nosotros, y las quiere o las permite para que podamos
identificamos con Cristo. Así lo entendía Santo Tomás Moro cuando a la
sombra del--cadalso escribió: «Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te
preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada
puede pasanne que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por
39
Margarita.
Por eso hay que estar atentos a esas situaciones en las que Dios se hace
particularmente presente, revelándose como Padre a través del dolor o de la
contradicción, y aprovecharlas para abrazarse a la Cruz, y, en ella,
identificarnos con Cristo. En este sentido, cualquier descuido repercute en
nuestro itinerario espiritual porque supone un rechazo de la gracia divina
que nos invita a caminar por la senda de los hijos de Dios llevados de su
mano.
41
El valor de la Cruz
En esta situación o en otras parecidas en las que podamos encontrarnos,
nos interesa descubrir el valor de la Cruz; que sea grande o pequeña, es lo
de menos y queda en las manos de Dios. Lo importante es darse cuenta de
que se trata de algo querido o permitido por Él con el propósito determinado
de transformarnos en auténticos hijos suyos. Desde esta perspectiva hasta
lo más pequeño adquiere un relieve especial porque queda iluminado por la
luz de la visión divina.
De acuerdo con esto ¿por qué hemos de ver la acción del Padre solamente
tras lo que nos llega directamente de Él? ¿A qué se debe esa actitud de
evitar a toda costa lo que nos viene de los hombres? Es cierto que muchas
cosas tienen su origen exclusivamente en la malicia o en la torpeza
humana, pero ¿esca-
pan estas cosas a los designios divinos? ¿No son estas circunstancias de la
vida los hilos invisibles de la Providencia? ¿Acaso ignoramos que hasta los
cabellos de la cabeza están contados y que nada puede suceder sin el
permiso del Padre?9.
43
12 Is 49, 1 S.
13 1 Jn 3,2.
44
El tesoro
15 Mt 6, 21.
45
¿Cuántos serán, en efecto, los que sin apenas darse cuenta de lo que
hacen, ponen su corazón en un hecho concreto del día o de la semana,
como si fuera lo único que les importa? Podría ser un acontecimiento
deportivo, una película, o una manifestación artística o cultural. Y no
hablamos de teorías, sino de realidades, de lo que sucede a los que sólo les
interesa aquello que de momento despierta su interés. Y ¿cuántos serán de
los que matan el tiempo que les falta para ver colmados sus deseos con una
espera en la que malamente cumplen sus deberes? «¿Tú, por ventura,
sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has
examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así, alegre, lo dejas
pasar»16.
46
Son las victorias en lo pequeño, en lo que apenas vale algo, las que
templan el alma y crean el ambiente propicio para escuchar la
47
Basta abrir los ojos para descubrir las oportunidades de ejercitamos en este
quehacerl7. La puntualidad, el cuidado de los detalles, la intensidad en el
trabajo -con horas de sesenta minutos y con minutos de sesenta segundos-,
la práctica de la caridad, el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones y de
nuestras normas de piedad, y otros ejemplos que se nos podrían ocurrir,
sólo serán una muestra de las mil ocasiones en las que podemos atacar al
egoísmo para reducirlo a su mínima expresión, pues nunca lograremos
anularlo del todo.
48
cosa más insignificante no marcha según su voluntad y deseo, ese tal, de
cristiano sólo tiene el nombre»18. Y si sólo tenemos el nombre de
cristianos, ¿cómo invocaremos a Dios como Padre?
Capítulo III
INFANCIA ESPIRITUAL'
i PEQUEÑOS
Ante todo deberá tenerse en cuenta que, en la filiación humana, los padres
transmiten la vida a sus hijos. Por eso, el recién nacido tiene vida propia e
independiente. La razón estriba -y es preciso insistir en esto-, en que al
nuevo
Necesitamos vivir unidos a Dios por la gracia como el niño necesita estar
unido a su madre mientras permanece en su seno, como el hierro necesita
el fuego para encenderse, y como el sarmiento necesita la vid para dar su
fruto2. El reconocimiento de esta necesidad, y tomarla como norma de
conducta en nuestros pensamientos y en nuestras obras, es lo que en
teología se llama vida de infancia espiritual; uno de los caminos, no el único,
que podemos seguir con la seguridad de que en él nos encontraremos con
nuestro Padre Dios.
Por la filiación divina nacemos a una vida nueva, y es preciso que nos lo
recuerden frecuentemente porque lo olvidamos con facilidad. ¿Acaso no es
ésa la razón que lleva a San Pablo a invitamos a caminar y a vivir con esa
nueva comprensión de las personas y de las
51
Vida de infancia
Para obrar de este modo hay que hacerse pequeño. Y ¿qué es hacerse
pequeño, sino aprender a conducirse con la sencillez y la docilidad que los
niños ponen en seguir las enseñanzas de su padre?
3 Cfr Rm 6, 4.
4 Camino, 265.
52
como su padre, y que su padre le ama como nadie puede quererle. Este
conocimiento le lleva a abandonarse en él, a no querer hacer nada solo, y a
buscar en todo momento su compañía.
Por eso, si deseamos ser como niños en la vida espiritual, debemos adoptar
esa actitud, y apoyamos más en las fuerzas de Dios que en las nuestras.
Solos no podemos nada y, en consecuencia, buscaremos el remedio de
nuestra debilidad en los brazos del Padre donde, con toda seguridad,
hallaremos la fortaleza que nos falta.
5 Sal 30, 4.
53
vida de los hombres. Esto no quiere decir que a la hora de tomar una
decisión hayamos de prescindir de unos o de otras, sino más bien su
contrario.
En efecto, un hijo de Dios debe tener muy en cuenta los datos que le
proporciona la razón, porque para eso la hemos recibido. Pero ¿no dice la
razón que el Señor tiene un conocimiento mayor -perfecto- de la realidad?
¿Acaso no sabe nuestro Padre lo que nos conviene en un momento
determinado, y no es el mejor de los padres? Entonces, ¿por qué no vamos
a dejamos guiar por las razones sobrenaturales que encontramos en las
enseñanzas divinas, y en el ejemplo de Jesucristo?
Sólo hay una manera de comportarse como niños delante de Dios: dejarle
actuar, hacernos pequeños, conducirse como el niño débil y torpe que no se
aparta nunca de su padre, que no emprende ninguna tarea más que
54
Para obrar de este modo hay que hacerse pequeños. Pero no es suficiente
que ya lo seamos por la filiación divina, sino que también hemos de
aprender a conducimos como tales. Es Nuestro Señor Jesucristo quien nos
lo advierte: En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a
los niños, no entraréis en el reino de los cielOS6. Y no se refiere aquí Jesús
a la necesidad de la gracia santificante -como afirma con claridad en el
diálogo con NicodeMO7-@ sino más bien a esa otra e ineludible necesidad
de corresponder a su gracia con la sencillez y con la docilidad que pone un
niño al seguir las enseñanzas de su padre.
El abandono de los hijos de Dios
6 Mt 18, 3.
7 Cfr Jn 3, 5.
55
que se resumen en la fe, los que nos llevan a poner nuestra esperanza en el
Padre, los que nos conducen a amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos.
Para vivir vida de infancia espiritual hay que ser valientes y decididos,
porque no faltarán ocasiones en las que nos parecerán locura las
decisiones que habremos de tomar a la luz de la fe, de la esperanza y de la
caridad. Y nos parecerán locura porque aparentemente encontraremos
contradicción entre lo que nos dice la experiencia o el sentido común y lo
que nos dicte el sentido sobrenatural adquirido en el trato con el Padre.
56
· Camino, 855.
57
La semilla de la gracia
10 Lc 22, 42.
1 1 Lc 7, 31-33.
58
revelada: Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificaciónl2.
Si el Padre quiere que seamos santos, ¿por qué no nos disponemos, como
buenos hijos, a secundar sus planes en lugar de seguir los nuestros que nos
alejan de Él y nos convierten en esclavos del egoísmo? ¿Es que no nos
parece bien lo que nos pide, o tal vez ignoramos que no todo el que dice,
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padrel3@ y que para esto es preciso hacerse violencia?14.
12 1 Ts 4, 3.
13 Mt 7, 21.
14 Cfr Mt 1 1, 12.
59
gencia del misterio de la Iglesia»15. De ahí que los hijos de Dios no
debamos contentarnos con reconocer de un modo genérico que her,los de
ser santos. Debemos aceptar como un don divino que el Señor nos quiera
santos a todos y a cada uno de nosotros. «Tienes obligación de santificarle.
-Tú también. -¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y
religiosos? A todos, sin excepción dijo el Señor 'sed perfectos como mi
Padre Celestial es perfecto'»16.
Camino, 291.
60
18 Cfr Ap 2, 23.
61
comportarnos como el mejor de los hijos. Por eso, también, la santidad que
nos pide el Padre resulta imposible cuando nuestra vida no es plenamente
coherente con la fe, cuando nuestros caminos no son sus caminos'9.
Vida de fe
La coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos tiene dos postulados
fundamentales: «en primer término practicar la fe íntegramente, sin poner
entre paréntesis ningún aspecto de la doctrina o de la moral (... ); la fe es
una y no se puede suprimir ninguna de sus exigencias sin alterarla. En
segundo lugar, es necesario vivir la fe en todos los momentos de nuestra
existencia cotidiana (... ). La fe debe iluminar todas nuestras circunstancias,
para que se cumpla la exhortación del Apóstol: Ya comáis, ya bebáis, ya
hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1 Co 1 0,
31)20.
19 Cfr Is 55, 8.
62
Cristo vive en mí
La santidad a la que estamos llamados los hijos de Dios, consiste en
identificarse con el Hijo de Dios hecho Hombre. Si deseamos que nuestro
amor al Padre sea verdadero y no una simple y piadosa aspiración, hemos
de transformarnos en Cristo, y para eso «hay que unirse a Él por la fe,
dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda
decirse que cada cristiano es no ya'alter Christus', sino'ipse Christus', ¡el
mismo Cristo!»22.
63
decir, por una transformación interior en la que cada vez nos parecemos
más a Jesucristo en nuestra manera de pensar, comprender, trabajar y
amar al Padre y a nuestro prójimo, hasta que llegue un momento en el que
podamos decir con San Pablo: No soy yo el que vive, sino que Cristo vive
enMí23.
Conocer a Cristo
23 Ga 2, 20.
24 Rm 8,29.
64
ción. Pero para imitarle hay que conocerle. y ¿lo conocemos bien? ¿Qué sé
de Cristo? ¿Conozco sus pensamientos, sus ilusiones, el trabajo que
desarrolló durante sus años de vida oculta? ¿He pensado alguna vez en los
sacrificios, en las humillaciones, en su anonadamiento para corresponder a
la voluntad del Padre y redimirnos del pecado? ¿Qué podría decir de su
amor por nosotros que le lleva a la Pasión y a la Muerte para convertirnos
en hijos de Dios?
Tanto más somos hijos de Dios, cuanto más nos unimos a Jesús en el
ejercicio de la caridad y con la práctica de las virtudes cristianas. Por eso,
el camino de nuestra filiación divina pasa necesariamente por la imitación
de Cristo. Pero, para imitarle hay que conocerle, y parece mentira que
existiendo tanta avidez por informarse de la vida de algunos personajes, sea
tan grande la ignorancia acerca de Nuestro Señor Jesucristo.
¿Hemos meditado la vida de Jesús? Por los Evangelios conocemos su
infancia, la fundación de la Iglesia, la institución de los sacramentos, el
Primado de Pedro, y todas las verdades que debemos conocer si queremos
salvamos. ¿Hemos leído estos libros detenidamente, con afán de conocer al
detalle la historia de su vida?
65
rias, por estar grandemente encariñado con ellas: «Yo, pues, miserable y
desventurado pecador -escribe el Santo-, ayunaba por leer a Tulio.
Después de las vigilias ordinarias de las noches, y después de haber
derramado muchas lágrimas al recuerdo de mis pecados pasados, tomaba
en mis manos a Plauto y leía en él. Si alguna vez, tomando en mí,
comenzaba a leer los Profetas, dábame allí pena el lenguaje sin arte y sin
estilo; y porque teniendo yo los ojos ciegos no veía la luz, no pensaba que
era de ellos la culpa, sino del Sol».
En este estado tuvo una visión: «Fui arrebatado en espíritu -dice el santo- y
llevado como por fuerza y arrastrado al tribunal del Juez. Había allí tanta
luz y tanto resplandor de la claridad de los circunstantes, que, caído en
tierra, no podía ni osaba mirar arriba. Preguntáronme qué religión
profesaba. Yo respondí que era cristiano. Mentís, dijo el Juez que presidía,
mentís; que no sois sino ciceroniano, y no sois cristiano, porque donde está
vuestro tesoro allí está vuestro corazón».
Una corrección severísima siguió en aquel mismo instante a este reproc 'le,
1 casta e punto de que, llorando, pronunció este juramento: «Señor, si de
aquí en adelante yo tuviese libros profanos y los leyere, haced cuenta de
que os he negado, y castigadme como tal».
ces leí las cosas divinas con mayor diligencia y atención que las que antes
había tenido para leer las cosas humanas»25.
Buscara Cristo
Tournail936.
27 Pr 231 26.
28 Ef 4, 22.
Capítulo IV
«Dios quiere nuestro amor y no estará satisfecho con ninguna otra cosa. Lo
que nosotros hagamos no tiene valor fundamental para Dios, porque Él
puede hacer lo mismo que nosotros con un solo pensamiento, o con gran
facilidad puede crear otros seres que hagan lo mismo que nosotros
hacemos. Pero el amor de nuestros corazones es algo único que ningún
otro puede darle. Él podría hacer otros corazones que le amasen, pero una
vez que nos ha creado a nosotros y nos ha dado libertad, el amor de
nuestro corazón particular es algo que sólo nosotros podemos darle»1.
70
cuando nos manifiesta su divina voluntad, lo primero que nos dice es:
amarás al Señor ti¿ Dios con todo tu corazón2. Esto hace que sólo a los
que se mueven por egoísmo les parezca que Dios pide demasiado. Pero,
incluso ellos, han de reconocer que la entrega del corazón es el mejor
medio de corresponder a su amor paternal.
De ahí que cuando nos demos cuenta de que algo no va, de que nos
sentimos lejos de Dios, nos dispongamos a reaccionar con un sincero
examen de conciencia para detectar la causa, que no sería extraño
encontrarla en los afectos desordenados.
2 LV 19, 18.
71
que el Padre nos pide no son nuestras cosas sino nuestro amor.
72
Para descubrir las inclinaciones que nos impiden vivir como hijos de Dios
hemos de
3 Mt 5, 9.
rk@
73
5 Mt 6, 24.
74
2. MADERA DE SANTO
75
alcanzarla con las propias fuerzas, sino en el sentido de que una vez
iniciados en esa nueva vida, nos toca a nosotros poner cuanto se precisa
para caminar con el garbo de los hijos de Dios.
Por parte de Dios todo está dispuesto; Él hace cuanto es preciso para que
podamos vivir como hijos suyos, pero con eso no basta; es necesaria
también nuestra correspondencia personal para vivir de acuerdo con esta
realidad. De no ser así, nuestra situación seria como la de quien posee un
tesoro y vive en la indigencia porque no hace uso de su riqueza. De ahí que
el verdadero obstáculo de nuestra filiación se encuentre en nuestro interior,
en nuestra falta de disposición para cor-responder a tan gran don, no en el
ambiente o en las circunstancias de tiempo y de lugar, sino en nosotros
mismos.
Y ¿qué sucederá entonces con nuestra vida de hijos de Dios? Pues que
pronto dejará de existir para convertirse en una caricatura, porque nos
moveremos de acuerdo con una peculiar escala de valores en la que el
primer puesto será para lo mío: mi placer, mi comodidad, mi opinión, mi
voluntad, mis gustos o mis caprichos; y, después, si ha lugar, vendrá lo
demás.
77
mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los
escollos de la vida interior. Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de
la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos
conduzca a puerto seguro»6.
6Camino, 59.
78
79
En la dirección espiritual buscamos orientar toda nuestra actividad de cara a
Dios; descubrir lo que quiere de nosotros en las situaciones concretas de la
vida real en la piedad, en el trabajo, en el comportamiento familiar o en el
apostolado, para sacar el máximo provecho a los talentos recibidos.
1 Camino, 56.
80
¿Libres o esclavos?
81
que es libre de verdad el que hace lo que le viene en gana. En una visión
superficial podría parecer verdadera esta afirmación, pero carece de
fundamento y no resiste el más ligero análisis.
En efecto: ¿es libre, libre de verdad, quien sólo hace su capricho? ¿Quién
es más libre el que hace su gusto o el que hace lo que le dicta su razón?
¿Es más libre quien no puede superar sus apetitos, o el que los vence y
hace lo que quiere su voluntad? ¿Es más libre el que no puede prescindir, a
veces, de un programa de televisión o el que sabe renunciar a ese
programa? ¿El que se toma su bebida preferida, o el que se vence y se
priva de ella? ¿No será que llamamos libertad al placer, al gusto, a la propia
voluntad?
La verdad os hará libreS8. Sólo se puede ser libre con la verdad por
delante. Hemos de conseguir la verdadera libertad, que consiste
8 Jn 18, 32.
82
Abrir el alma
El":
83
84
Docilidad
T. 1, p. 506.
86
que no nos sometemos a su tiranía, de que no toleramos que nadie ni nada
se imponga a nuestro querer- serán la prueba de que hemos roto las
caden@s y seguimos las sendas de los que viven con la libertad de los hijos
de Dios".
11 CfrRm 8,21.
Ca pítulo V
HOMBRES
1. EN EL MUNDO
Sentimientos y fe
1 Jn 1, 12 y 13.
89
SUYOS, miembros de su Cuerpo MíStiCO2. Gracias a esta unión
singularísima participamos de la Filiación del Hijo de Dios, y somos hijos de
Dios en CriSto3. De aquí se deduce que, tanto más seremos hijos de Dios,
cuanto más íntima y vital sea nuestra unión con Jesús, cuanto más nos
identifiquemos con Él. Por eso no deberíamos descansar hasta que «en las
intenciones, sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor; en la
palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo»4.
El mosquitero
'Camino, 27 1.
90
si la pregunta estuviera fuera de lugar, respondió: «De las fieras, nada. Las
fieras no suelen atacar. Sin embargo, el peligro viene normalmente de los
insectos; ésos son los peligrosos, porque transmiten las fiebres. De ahí
que, en esas circunstancias lo importante no es ir bien armados, sino bien
preparados para dormir con mosquitero».
Sucede algo parecido a los que, en el trato con Dios, sólo tienen en cuenta
las cuestiones de mayor apariencia y descuidan lo cotidiano. Y no saben lo
que se pierden, porque «la vida ordinaria no es cosa de poco valor: todos
los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que
nos llama a identifi-
carnos conÉI»5.
Sólo los que orienten su vida de acuerdo con este criterio sacarán provecho
espiritual de lo más pequeño. Sólo ellos sabrán descubrir el sentido
sobrenatural que encierra, y sólo ellos serán capaces de convertir la rutina
de lo ordinario en un peldaño que les facilita la ascensión al trato y a la
identificación con Jesucristo.
Por eso debemos prestar suma atención a este modo de entender la vida
interior, porque, salvo aquellos que el Señor ha llamado a la vida religiosa
en el convento, la mayoría de los hombres hemos de encontrarnos con
Cristo en los afanes del mundo, sin que para ello tengamos necesidad que
hacer cosas especiales, distintas de los afanes de la gente
91
Por tanto, para permanecer unidos a Cristo no hay que dejar de amar al
mundo y a las criaturas, sino amarle más que al mundo y a las criaturas; y
no desanimarse ante las dificultades, porque no ama a Jesús el que nunca
las tiene sino el que las vence, el que se esfuerza en vivir como Él vivió y
como'Él viviría en la situación concreta en que nosotros nos encontramos.
92
6 Mc 8, 35.
93
Hemos, pues, de entender, que para ser felices de verdad hay que
identificarse con Cristo cumpliendo su voluntad en los pormenores de lo
ordinario, aceptando cuanto nos sucede con una sonrisa, con una acción de
gracias constante, con una visión sobrenatural que nos permita descubrir la
ocasión de dialogar y compartir nuestra vida en sus menores incidencias
con Él.
7 Ap 3, 17.
94
Jesús nos lo dice a las claras: Yo soy el camino8. Por eso, si queremos
identificarnos con Él, hemos de seguir las huellas que ha dejado a su paso
por la tierra. A partir de la Encarnación nuestro itinerario está tan bien
definido que no hemos de afanamos más que en intentar imitarle con la
mayor fidelidad posible: «Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación
que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de
Jesucristo»9.
8 jn 14, 6.
· Camino, 2.
95
'0 1 Jn 3,18.
" Tt 1, 16.
96
celestial»". San Pablo lo consideraba tan importante que les dio a los
cristianos la siguiente norma de conducta: el que no trabaje que no comal3.
Y no se limitó a decirlo sino que fue por delante con su ejemplo trabajando
día y nochel4.
De manera que Jesús era conocido por ser el Hijo de la Virgen y por
tratarse de un artesano del lugar; un hombre que trabaja, al que no se le
supone más ciencia ni más saber que el demostrado hasta esos
momentos. Pensaban así porque durante años le habían visto, en su
pueblo, afanarse en su tarea y manejar con habilidad las herramientas de su
profesión, desde que apenas era un niño. Con razón pone el Salmista estas
palabras en su
12 BEATO JOSEMARÍA EscRivÁ, caria 1 1 -III- 1 940. Citado por J. L.
ILLANEs en La santificación del trabajo, p. 113. Madrid
1980.
13 2 Ts 3, 10-12.
14 1 TS 2, 9.
15 MC 6, 2-3.
97
tierna edadl6.
Santificar la profesión
Para que el trabajo identifique con Cristo hay que hacerlo por Dios. Y no lo
hacen por Dios los que sólo pretenden la retribución material, la satisfacción
de la vanidad, la aproba-
98
ción de los superiores o cualquier otro fin. Por eso los que obran así
quedarán defraudados en el más allá, pues ya recibieron su recom~
pensa'9; la de los hombres, la que buscaban movidos por intereses
puramente humanos.
Este modo de obrar está en manifiesta oposición al sentir de Cristo que «no
aprobará jamás que el hombre sea considerado o se considere a sí mismo
solamente como un ins~ trumento de producción; que sea apreciado,
estimado y valorado según ese principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por
eso se ha hecho clavar en la cruz, como sobre el frontispicio de la gran
historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del
hombre, también a la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece
ante nuestros ojos sobre su cruz, para que todos los hombres sean
conscientes de la fuerza que Él les ha dado: Les ha dado el poder de llegar
a ser hijos de Dios (Jn 1, 12)»20.
El correveidile
En todos los pueblos, en todas las regiones y en todas partes hay siempre
alguien que trae y lleva de acá para allá los chismes locales; es lo que en
buen castellano se llama el correveidile, Uno de estos personajes asistió en
cierta
19 Mt 6, 3-5.
99
-Lo sé -contesta éste-, yo mismo le clavé una astilla en la pata para que me
lo vendiera más barato.
-¿Te crees que no lo sabía? Pero me alegré porque el caballo ya era cojo.
Us clavijas
23 Mc 7, 37.
NUESTROPADREDIOS 101
La dificultad es, pues, más aparente que real y se desvanece como el humo
cuando realizamos el trabajo con presencia de Dios, como lo haría Cristo,
porque entonces se convierte en oración, en un diálogo divino. Por eso
debe realizarse «con perfección humana (competencia profesional) y con
perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los
hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e
insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las
realidades temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e
integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del
mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se
convierte en obra de Dios»21.
102
-Y ¿cómo lo sabe?
-Y ¿qué tendrá que ver el estudio con el amor a Dios? -añadió asombrado el
chaval.
,Uermanos en Cristo
En nuestro trato con Dios debemos evitar el peligro que supondría convertir
nuestra vida en algo egoísta que nos llevase a olvidarnos de los demás,
como si nuestra filiación divina no tuviese otro horizonte que el trato íntimo y
personal con el Padre. Si por unas cosas o por otras, en la teoría o en la
práctica, nos dejásemos seducir por este modo de pensar o de actuar,
caeríamos en un error lamen-
table.
104
Pero la preocupación por los demás que nos llevará a buscar su mayor
bien, y en consecuencia nos impulsará al apostolado, no tiene su origen
exclusivamente en el ejemplo y en la enseñanza de Nuestro Señor
Jesucristo. Existe también una razón más profunda. En efecto; como
somos hijos de Dios en Cristo, también en Él somos hermanos, y de esta
fraternidad nacen unos vínculos que nos ligan a los demás con una fuerza
mayor que la que nace de los lazos de la sangre. Por eso, el apostolado es
irrenunciable, pues no tiene su origen en nuestro deseo de ayudar al
prójimo sino en la voluntad de Dios que, al hacemos hijos suyos, nos
hermana con todos los hombres porque sois uno en Cristo JesúS27.
27 Ga 3, 28.
28 Ef5, 2.
105
Vosotros sois la luz del mundo -dice el Señor-. No se puede encubrir una
ciudad edificada sobre un monte, ni se enciende la luz para ponerla debajo
de un celemín, sino sobre el candelero, a fin de que alumbre ante los
hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cieJOS29. Y ¿cómo vamos a ser luz?
¿Cómo será posible iluminar a los demás en un mundo obscurecido, tantas
veces, por las tinieblas del pecado? Sólo con la ayuda de Dios. Podemos
estar seguros de que esta ayuda no nos faltará porque, cuando el Señor
llama a una tarea determinada, proporciona siempre los medios necesarios
para arribar con éxito a la meta propuesta.
29 Mt 5, 14-16.
30 Jn 15,16-18.
106
Y la cuarta, por fin, sale al paso del desaliento que puede surgir ante la
aparente ineficacia del trabajo apostólico, cuando afirma que Dios bendice
nuestros esfuerzos: y vuestro fruto sea duradero. Vayamos, pues, a ganar
a
107
El ejemplo de Jesús
Jesús nos amonesta para que nos guardernos de hacer nuestras buenas
obras delante de los hombres con el fin de que nos vean33, pero eso no
significa que deban omitirse, porque el apostolado debe ser tan real y tan
concreto como la luz que alumbra a los que viven en la casa o la ciudad
edificada sobre un monte, que sólo dejan de verse, la una cuando se oculta,
y la otra cuando no está allí.
32 Is 6S, 23.
33 Cfr Mt 6, 1.
108
34 Jn 15, 5.
109
Por eso no debemos ser tímidos ni temer al qué dirán, ni amilanarnos ante
el reconocimiento más o menos exagerado de nuestra falta de condiciones
para ir en nombre de Cristo a los demás. ¿No nos dice el Señor que
seamos luz? Pues vamos a ser luz, no sólo con el ejemplo, que es
imprescindible, sino también con la palabra, con el consejo oportuno,con la
ayuda apostólica que hace posible acudir a unos medios de formación
espiritual y a frecuentar los sacramentos.
El padre de Kika
Don José estaba algo nervioso y repasó cuidadosamente su guión. Por fin
salieron juntos, pero Juan, curioso e impaciente, le preguntó a bocajar-ro:
-Pues quería decirte que hace mucho tiempo que no vas a Misa -le soltó
don José, con la impresión de quien ha metido la pata y no sabe cómo
sacarla. Sin embargo, su amigo reaccionó noblemente y mirándole a los
ojos le dijo:
111
Pero «es que mis amigos no entienden»; «es que viven lejos de Dios»; «es
que no me harán caso». Y ¿quién dice eso? ¿No somos nosotros? ¿No es
nuestra pereza? ¿No es nuestra comodidad? ¿No son ésas las falsas
razones en que nos apoyamos para dejar de hacer lo que debemos? Jesús
prometió la asistencia divina en momentos de persecución: os será dado en
aquella hora lo que hayáis de decir Puesto que no sois vosotros quien habla
entonces, sino el Espíritu de vuestro Padre, el cual hablará por vosotroS37.
Y ¿nos abandonará por el hecho de no ser perseguidos por los demás?
¿No pondrá en nuestros labios palabras de vida eterna, capaces de
remover a los que aún viven lejos de Él, quizá porque nadie se les ha
acercado en nombre de Cristo?
37 Mt 10, 19-20.
Capítulo VI
CIELO
114
Las ideas deben ser siempre claras. No todos los cristianos, sin embargo,
poseen esa claridad, y a menudo se conforman con lo que podríamos llamar
aproximación a la verdad. Y esto ocurre precisamente en lo que se refiere a
nuestra vida de hijos de Dios. Así es frecuente pensar que basta recibir los
sacramentos para ser buenos hijos de Dios, sin darnos cuenta de que los
sacramentos solamente son un medio para alcanzar nuestro fin:
identificarnos con Nuestro Señor Jesucristo, ser Cristo, y en Cristo hijos de
Dios.
Por eso un buen hijo de Dios no tiene en poco la oración, sino que la valora
como lo primero en el orden de sus disposiciones interiores a la hora de
tratar con nuestro Padre del Cielo. Sin oración no hay o es muy difícil que
pueda existir verdadero amor al Padre. Jesucristo no sólo la aconsejó:
conviene orar siempre2@ sino que también nos dejó el ejernplo a seguir,
recogido en el Evangelio en citas tales como: pasó la noche en oración3@ u
otras parecidas, que han quedado como testimonio de su conducta.
2 LC 18, 1.
3 LC 6, 12.
115
4 Camino, 91.
116
Sabemos que el cariño nace y crece con el trato, por eso si de veras
queremos amar a nuestro Padre del Cielo, no podemos prescindir del
alimento de la oración. De ahí que resulte imprescindible saber encontrar
cada día unos minutos, un tiempo dedicado exclusivamente a conversar con
Él. En esto debemos ser muy exigentes, y no descansar hasta que
hayamos fijado el momento de la jornada y el tiempo que vamos a dedicar a
la oración. De no ser así, pronto descubriremos que las disposiciones
generales de poco o de nada sirven, si no van acompañadas de la firme
determinación de cumplirlas.
Una vez concretados estos aspectos, cada uno se dirigirá al Padre como
pueda, y lo hará de acuerdo con la formación y la cultura que posea, que
Dios no se fija en esas cosas sino en nuestra buena voluntad, aunque no
acertemos a expresaría con palabras. Al actuar de esta manera -aunque no
seamos conscientes de ello-, el alma se adentra en la intimidad divina, y allí
-en diálogo filial-, nacerán los mejores propósitos de fidelidad y santidad.
Mirando a Jesús
Id., 252.
Como nuestro modelo es Cristo, hay que contemplarle en la oración, hay
que «observar los pasos del Mesias porque ÉI'ha venido a mostrarnos la
senda que lleva al Padre. Descubriremos, con Él, có'mo se puede dar
relieve sobrenatural a las actividades aparentemente más pequeñas:
aprenderemos a vivir cada instante con vibración de eternidad, Y
comprenderemos con mayor hondura que la criatura necesita esos tiempos
de conversación íntima con Dios: para tratarle, para invocarle, para alabarle,
para romper en acciones de gracias, para escucharle o, sencillamente, para
estar conÉI»7.
Como fruto del trato con el Padre nacerán los propósitos, las decisiones
personales con
7 Id., 239.
11 9
las que nos determinamos a cumplir su voluntad y a vivir como hijos suyos.
Sin embargo, seda un error pensar que la oración debe tenninar siempre
con un propósito. Muchas veces, en efecto, bastará insistir en algunos de
los hechos anteriortnente, y pedirle a Dios que nos ayude a cumplirlos. Si
actuamos así, cuando se presente la ocasión de practicarlos, el alma estará
preparada para vencer con mayor facilidad porque se sentirá empujada a
actuar de acuerdo con las disposiciones adquiridas.
La oración es un diálogo con nuestro Padre Dios
120
ción para convertirse en una fonna más 0 menos velada de pensar en los
propios problemas y pretender resolverlos a fuerza de darle vueltas en un
ejercicio inútil de la imaginación.
En la oración es Dios quien debe llevar «la voz cantante», a nosotros nos
corresponde prestar atención a su palabra. ¿No habéis observado lo que
sucede cuando entre dos personas, una no quiere tratar determinado tema
en la conversación? Se hablará de pájaros y de flores, o del tiempo, de
todo menos de lo que verdaderamente importa. Se dirá que nadie va a la
oración con esta ausencia de buena voluntad; pero el hecho de que nos
cueste trabajo pensar en alguien así, no significa que no exista, y ni siquiera
que no sea uno de nosotros.
121
8 Id., 253.
122
San Gabriel habla con la Virgen en la Anunciación, Santa Isabel con María
en la Visitación, y con las palabras de estas dos entrevistas la Iglesia ha
formado esa hermosísima oración que es el Avemaría. Y si previamente
tenemos en cuenta que cuando los Apóstoles piden a Jesús que les enseñe
a orar les recita el Padrenuestro -la mejor de todas las oraciones-, llegamos
a la conclusión de que la oración vocal, aunque el demonio o un ejército de
demonios se empeñen en convencernos de lo contrario, no es cuestión de
poca monta.
Para seguir la exhortación del Espíritu Santo de orar sin descansos, es casi
imprescindible el ejercicio de la oración vocal. Porque, ¿cómo conseguirlo
cuando la cabeza no da de sí o el tiempo del que disponemos es escaso?
¿Nos abandonaremos al loco juego de la imaginación cuando lo más seguro
es que nos lleve por otros derroteros?
¿No vale la pena comenzar el día, desde el principio, con un sentido más
profundo de nuestra filiación, rezando las oraciones que
123
nioria?
12 Entre las diversas fónnulas que pueden utilizarse para rezar la comunión
espiritual, recogemos la siguiente. Yo quisiera, Señor, recibimos con
aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima
Madre; con el espíritu y fervor de los santos.
¿Es posible que queramos vivir como hijos de Dios, que deseemos dialogar
continuamente con Él, y que seamos capaces de prescindir de un medio tan
sencillo de conseguirlo? ¿Somos conscientes de que son muchos los
minutos que se pierden a lo largo del día en pensar en nuestras cosas o en
luchar tontamente con las tentaciones, cuando tenemos a nuestro alcance
la posibilidad de aprovecharlos dialogando con nuestro Padre Dios?
Identificación con Cristo en la oración vocal
125
Claro que la oración vocal tiene un secreto. Consiste en poner los medios
para que no se convierta en una rutina sin sentido, aunque digamos siempre
lo mismo. «¿Siempre lo rnismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que
se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía porque en lugar de pronunciar las
palabras como hombre, emites sonidos como aninial, estando tu
pensamiento muy lejos de Dios?»17.
Las distracciones que suelen surgir en la oración vocal, se vencen como los
malos pensamientos: huyendo de ellos y acudiendo a la ayuda de la
Virgen. Por eso hemos de seguir el
peteo de latas. Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración aunque
mucho menees los labios» 18.
18 Camino, 85.
127
tarle también en la vida ordinaria, en el trabajo y en las relaciones con los
demás. Por eso, no debemos confonnamos con dedicarle unos minutos de
la jornada, sino que hemos de esforzarnos en prolongar el diálogo con el
Padre hasta convertir nuestro día en una oración continua.
«Es posible que haya quienes, como hombres fuertes, a los que basta hacer
sólo una gran comida al día, mantengan la tensión interior gracias a un largo
rato de oración; nosotros somos niños que necesitan para mantenerse de
muchas comidas: tenemos siempre necesidad de nuevo alimento. Cada día
debe haber algún rato dedicado especialmente al trato con Dios, pero sin
olvidar que nuestra oración ha de ser constante, como el latir del corazón:
jaculatorias, actos de amor; acciones de gracias, actos de desagravio,
comuniones espirituales. Al caminar por la calle, al cerrar o abrir una
puerta, al divisar en la lejanía el campanario de una iglesia, al comenzar
nuestros quehaceres, al hacerlos, y al tenninarlos, todo lo referimos al
Señor» 19.
128
si las cosas fueran así, mantener la presencia de Dios resultara poco menos
que imposible.
¿Qué sucedería, en efecto, a una mujer ocupada en las tareas del hogar, a
un contable, o a un obrero de la industria, si se les pidiese que además de
tener en cuenta el tiempo del asado, la suma de una columna de cifras y la
exactitud de una pieza de precisión, tuvieran que estar imaginándose al
Señor? El resultado sería catastrófico porque al intentar mantener su
atención en dos ocupaciones a la vez, se terminaría descuidando alguna de
ellas; y se acabaría arruinando la comida, con error en las cuentas o
destruyendo la maquinaria; 0, por el contrario, olvidándonos de Él.
129
nios que esforzarnos porque, aunque de un modo ideal Dios sea lo primero
para nosotros, no ocurre igual en la realidad cotidiana. ¿En qué pensamos
durante el día? ¿Dónde están nuestras ilusiones? ¿Cuántas veces nos
detenemos para ofrecer al Padre el trabajo, las alegrías o las contrariedades
que nos salen al
paso'>
Los hijos de Dios somos siempre hijos suyos, y por tanto no hay, o no
debería haber, horas, días, trabajos o actividades en los que nos podamos
considerar desligados del compromiso amoroso que nos une a Él. Por eso
no hemos de conformarnos con vivir algunas prácticas de piedad, y
después, con la satisfacción del deber cumplido, dedicamos a lo que
llamamos nuestras cosas: aficiones, gustos, diversiones o trabajo.
No, un hijo de Dios no se contentará con el cumplimiento de unos cuantos
deberes, sino que procurará mantener un diálogo constante con el Padre.
¿Cuándo se entenderá esta verdad tan sencilla y que puede hacernos tan
felices? Porque ¿cabe pensar en algo más bonito que esa idea de
compartir nuestro día, nuestro traba . o, nuestras diversiones, nuestras pe-
El Padre nos ha hecho, y nos ama como somos. Y somos materia y espíritu,
cuerpo y
130
Capítulo VII
1. LA HUIDA DE DIOS
132
jos suyos. Y se pierde por desamor: cuando nuestra falta de
correspondencia nos lleva a apartarnos de Él. Así sucedió en el Paraíso,
donde vinimos a parar de hijos de Dios en simples criaturas', heridas incluso
en lo natural, incapaces por nosotros mismos de conseguir nada que, de
una o de otra manera, tuviese algo que ver con la vida divina.
La separación de Dios
«El hombre es como un planeta. El planeta tiene que girar alrededor del
sol. La obligación de girar pertenece a su esencia. Si el planeta tuviera
voluntad libre, podría abandonar su órbita y desviar su trayectoria hacia
cualquier punto del espacio. Esto es lo tentador del pecado, su
independencia. Pero sin duda
· St 3, 2.
3 1 Jn 1, 8.
133
alguna, la independencia es para el hombre lo que sena para el planeta si
pudiera librarse de su órbita. Naturalmente, el girar significa una obligación
para él, pero también significa luz. Mientras gira alrededor del sol, recibe de
éste la luz que le vivifica y calienta. Pero lejos, en el espacio universal hacia
donde su libertad le irnpulsa, reina el ffio y la noche»4.
Esta triste situación se repite cada vez que caemos en los pecados que nos
separan del Padre.. Cuando pecamos lo hacemos a sabiendas de que nos
apartamos de Dios, de que huirnos de la casa del Padre, y de que
perdemos el derecho a llamarnos hijos suyos. Pero nos amamos tan
desordenadamente a nosotros mismos, que pretendemos ignorar ese
conocimiento para actuar con mayor tranquilidad de conciencia en la
búsqueda de la satisfacción personal: del orgullo, de la vanidad, de la
pereza, de la sensualidad o del egoísmo.
· 1Jn 5, 16.
134
De ahí que no sea justo argumentar acerca de la injusticia del Infierno, sino
que, de acuerdo con la fe y con la razón hemos de decir: el pecado mortal
nos aparta de tal modo de Dios y nuestra voluntad está tan apegada al
6 Mt 25,41.
7 Cfr 1 Tm 2, 4.
135
Además del pecado mortal existe también el venial. Esta clase de pecados
procede de una tibieza en el amor, por la que nos quedarnos para nosotros
algo que le corresponde al padre. Algo que le negamos con egoísmo.
Santa Teresa de Jesús lo describe admirablernente: «Que esto me parece a
mí, ser como quien dice: Señor, aunque os pese, haré esto; ya veo que lo
veis, y sé que no lo queréis, y lo entiendo; mas quiero más seguir mi antojo
y mi apetito que no vuestra voluntad»9.
136
2. EL RETORNO
Nos enseña la fe que en esa huida de la casa del Padre que es el pecado
mor-tal, perdemos la gracia divina y quedamos sin las fuerzas necesarias
para realizar un acto de arrepentimiento que nos permita recuperar los
derechos de hijos de Dios. La Iglesia lo ha definido así al afirmar que el
hombre caído no puede convertirse y hacer penitencia sin el auxilio del
Cielo'O.
11 Flp 2,13.
137
que tú, Señor, eres mi Diosl2. Esta petición debernos hacerla llenos de
esperanza porque sabemos que el Padre no sólo desea nuestro retorno,
sino que lo favorece siempre. De no ser así, ¿cómo podríamos interpretar
las palabras de la Escritura Santa: Arrepentíos y convertíos para que sean
borrados vuestros pecados? 13. ¿Acaso no manifiestan que Dios está
dispuesto a prestarnos, en cualquier circunstancia, la ayuda necesaria para
convertirnos?
12 Jr 31,18.
13 Hch3, 19.
138
16 Jn 201 21-23.
139
porta nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que
abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre,
que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de
podemos llamar y de ser, a pesar de tantas faltas de correspondencia por
nuestra parte, verdaderamente hijosSUyOS » 17.
18 Ibid.
140
19 Ibid., 179.
20 Rm 4, 25.
141
alma devolviéndole la gracia perdida, o la aurnenta si lo recibió libre de
pecado mortal. En la Confesión se recibe ayuda para poner nuestra vida de
hijos de Dios más de acuerdo con las enseñanzas de Jesucristo; se nos
aumentan las fuerzas para combatir las malas inclinaciones y para evitar las
ocasiones de pecado; la voluntad se fortalece en el propósito de no volver a
caer, y encontramos nuevos bríos para reemprender con ilusión la tarea de
la santificación personal y el apostolado a la que somos llamados por el
Señor.
143
144
23 Jn 6, 56.
d. 12, q. 2, a. 1 1.
145
ir de Jesucristo
25 Jn 6, 57 y 58.
26 1 Co 11, 27.
146
come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor come y bebe su propia
condenación27.
Después de la Comunión
Debemos tener en cuenta que, al descomponerse las especies
sacramentales, desaparece
27 Ibid., 28-30.
147
Al comulgar nos hacemos uno con Cristo que nos habla, nos anima, nos
consuela y nos enseña a portamos como verdaderos hijos de Dios. Él está
con nosotros con todo el poder de su Divinidad y con toda la fuerza de su
amor, y siendo esto así «¿quién se atreverá a impugnar o reprender a la
Iglesia porque aconseje a los sacerdotes y a los fieles que, después de la
Sagrada Comunión, se entretengan al menos un poco con el Divino
Redentor y porque inserte en los libros litúrgicos oraciones oportunas?»29.
29 Enc. Mediator De¡, 20-XI- 1 947.
148
31 2 Co, 1, 3.
32 1 P 3, 18.
149
33 Jn 3, 6.
34 Flp 2,8.
37 2 Co 5, 15.
1
151
salvación que llenó con la Sangre, por Él vertida; pero si los hombres no se
bañan y no lavan en ella las manchas de su iniquidad, no serán ciertamente
purificados y salvados. Por eso, para que los pecadores se purifiquen en la
Sangre del Cordero, es necesaria su propia
colaboración»19.
Si deseamos que se nos apliquen los méritos de Cristo, sentirnos más hijos
de Dios, que el Padre nos acoja en sus brazos, y vivir de este modo con
más intensidad nuestra filiación divina, debemos acudir al Santo Sacrificio
con las mejores disposiciones que podamos conseguir.
40 Ibid.
152
Jesucristo es, pues el Camino que nos lleva al Padre: nadie va al Padre sino
porMí42@ y Sólo por Él, con Él y en Él, podemos vivir como hijos de Dios y
acercamos al corazón del Padre. La Iglesia nos lo recuerda todos los días
en la Santa Misa: «Por Él, con Él y en Él, a Ti Dios Padre omnipotente en la
unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria». únicamente a través de
Cristo acepta el Padre concedemos su perdón y acogemos de nuevo en su
seno, como hizo con el hi . o que abandonó su hogar y dilapidó sus bienes.
Por eso debemos ofrecemos con Cristo en el Santo Sacrificio con la
voluntad de cambiar de vida.
42 jn 14, 6.
153
hombre de ayer, el hombre de la infidelidad, el hombre de deseos
desordenados, pasiones, inclinaciones y hábitos perversos, el hombre de
los apegos absurdos, de la preocupación desmedida por lo terreno, el
hombre del amor propio desordenado y del egoísmo»43@ para convertirnos
en imágenes vivas del Hijo de Dios.
p. 187.
Capítulo VIII
1 Lc 1, 38.
156
dfico porque nos hallamos ante una auténtica realidad sobrenatural,
confirmada y proclamada por Nuestro Señor Jesucristo desde el árbol de la
Cruz. Poco antes de expirar, se dirige a la Virgen y mirando a Juan -en
quien la Iglesia ha visto siempre representados a todos los hombres- le dijo:
aquí tienes a tu hiio2. Y ¿no es esto la proclamación solemne, a los cuatro
vientos, de que María es nuestra Madre?
157
empezado a ser su madre, sino más bien en el sentido de ser entonces
cuando ella -la Santa-, se determinó a tomarla por tal y a vivir como hija
suya. Conviene dejarlo claro: la Virgen no es nuestra Madre porque
nosotros la hayamos elegido, sino porque colabora con el Padre para
hacernos nacer a una nueva vida como hijos de Dios.
4 Jn 1 S@ 16.
158
Amor de Madre
Al decir que la Virgen es Nuestra Madre debemos tener presente que «la
maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre las
personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando
una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con
cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. En
efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale
tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo
modo por aquel amor ma-
Nos alegra saber que el amor de Nuestra Señora sea así; tan singular como
el que una madre puede sentir por su único hijo. Pero, ¿hasta dónde llega
su amor, hay alguna medida, algún punto de comparación que nos permita
ponderar, sopesar la magnitud de ese amor? Afortunadamente sí, y está a
nuestro alcance; se trata del amor que siente por el Hijo de Dios hecho
hombre en su seno virginal. Ése es el punto de comparación que nos
pertnite medir su inmensidad.
Dice el cantar: amor de madre, lo demás es aire. No hay amor que pueda
comparase al amor de las madres. El amor de una'madre es el mayor amor
que cabe imaginar. Es un amor mayor que el de los esposos, mayor que el
de
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6 Camino, 506.
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Nuestra Madre del Cielo es como un espejo que refleja el amor que el Padre
siente por nosotros. Por eso, amar a Nuestra Señora es una forma de amar
a Dios, que -si es lícito decirlo así- se manifiesta más asequible a nuestra
condición humana, al solicitar nuestro afecto a través del Corazón de su
Madre que también es Madre nuestra.
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Sin embargo esto no significa que se trate del verdadero amor. El amor de
nuestra Madre ha sido demostrado con obras, y qué obras: ¡cuántas
renuncias, cuánto dolor al entregar a su Hijo a la muerte! Y, en contraste
con esta actitud, quién se atrevería a decir que ha llegado a la meta de su
amor por María sin que su conciencia la diga: ¡mentira!
¿Desaliento?
La consideración de las dificultades que encierra ese amor sin medida, sin
embargo, no debe desanimarnos, porque María nos mira como una Madre
que contempla los esfuerzos de sus hijos pequeños, desvalidos, en-
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fermos y débiles, por portarse bien, y sigue nuestros pasos con mayor
solicitud que la más cariñosa de las madres.
Estos pasos, aunque sean lentos, no deben faltar nunca porque Ella se
alegra al comprobar que nuestros deseos son sinceros, que intentamos
demostrar con obras que somos buenos hijos suyos. Y se lo demostraremos
con nuestra oración, que no ha de faltar a diario; con nuestra vida limpia,
viviendo la virtud de la pureza sin dejarnos engañar con pretextos de
naturalidad, de no querer llamar la atención, o de no ser distintos de los
demás.
Amor con amor se paga. Si de verdad queremos amar al Padre y vivir como
hijos suyos, hemos de aspirar a la santidad, hemos de ser santos, y gastar
lo mejor de nuestras fuerzas en ese afán. Y para esto, oración. Y para
esto, vida de la gracia. Y para esto, confesión frecuente. Y para esto, trato
con el Señor en la Santa Misa y en la Comunión. Y para esto,
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como una panacea universal, amor a la Virgen porque María es el camino
más corto para ir a
Jesús.
Nuestro Padre del Cielo nos espera, desea encontrarse con nosotros en
Jesucristo. Y ¿cómo va a verificarse ese encuentro, esa identificación con
Cristo si no vamos a MaKa? Tomemos su mano maternal, dejémonos
conducir y Ella nos llevará a Jesús en el trabajo, en el descanso, en la
obediencia, en el desprendimiento. Ella nos enseñará y ayudará a vivir con
plenitud de entrega nuestra vocación de hijos de Dios. Si nos dejamos
conducir alcanzaremos la meta a pesar de nuestras debilidades y flaquezas,
y a pesar de nuestra pequeñez nos sentiremos seguros porque sabemos
que Ella no nos abandona.
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