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EL ARTE DE
NARRAR
Por Beatriz Sarlo
Matar a Borges
Saer invitó a Borges a Santa Fe. Raúl Beceyro evoca ese encuentro (único
hasta donde se sabe), que tuvo lugar en 1967 ó 1968:
“Saer, que era asesor en cuestiones culturales del COVEIQ, entidad que
organizaba una rifa destinada a solventar el viaje de estudios de los
egresados de la Facultad de Ingeniería Química, trajo a Borges para que
diera una conferencia en Libretex, una librería que estaba en San Martín al
2100. En esa ocasión, al parecer, Saer y Borges estuvieron conversando
antes y después de la conferencia.
“Hay otro punto inesperado en el que coinciden: la atracción por ‘lo bajo’. El
culto del coraje, la predisposición a entrevistar proxenetas diestros en el uso
del cuchillo y a ver en los diferendos entre matones de comité un
renacimiento de la canción de gesta, equivalen en Borges a la inclinación de
Gombrowicz por la adolescencia oscura y anónima de los barrios pobres de
Buenos Aires, en la que parecía encontrar la expresión viviente de uno de
sus temas fundamentales”.[13]
Leído con cuidado el paralelo está atravesado por una diferencia explicitada
en la ironía con la que Saer caracteriza los “temas” borgeanos y el tono
serio de la frase que describe los de Gombrowicz. Esta diferencia en los
tonos no es una casualidad. Saer encuentra puntos comunes entre Borges y
Gombrowicz: el gusto por la provocación, que es también un gusto saeriano
del que no se priva incluso cuando escribe sobre Borges.
Nora Catelli ha señalado, con razón, que “Saer siempre utilizó seriamente la
tradición literaria”.[14] Podría decirse: a diferencia de Borges.
Entre los borradores, hay una corrección de Saer a Borges, escrita también
en 1990, año de la publicación de “Borges francófobo”, con la sugerencia de
que Borges no se había dado cuenta del sentido de su propio relato “Pierre
Menard escribe el Quijote”. Anota Saer: “Pierre Menard, ante todo una sátira
y el personaje principal una caricatura. B. pensaba que intentar escribir
nuevamente el Quijote no era un acto de heroísmo literario sino un
esnobismo o una estupidez”.[15] Importa poco si Borges pensaba lo que
Saer creyó que pensaba sobre Menard. Quiero decir, importa poco si tiene
razón Borges escritor o su lector Saer. Tampoco importa si Saer se
equivoca al atribuir a Borges un juicio equivocado sobre su personaje. Más
interesante es el hecho de que Saer haya considerado que Borges pasó por
alto el “acto de heroísmo” de Menard, que Saer sí supo reconocer en el
cuento escrito por el escritor que critica.
Saer piensa que Borges redujo a caricatura lo que él, Saer, considera un
acto heroico. Lo critica por una visión mezquina y por su espíritu de sátira.
Saer tampoco tiene problemas en afirmar que los cuentos del Informe de
Brodie, excepto el que le da título al libro, no le parecen buenos; y que los
poemas de los setenta no le interesan. La cuestión a resolver es si, antes de
esos últimos libros de Borges, Saer ya temía que su admiración por Borges
fuera un tributo demasiado pesado para su propia literatura. Borges
habilitaba dos movimientos que, claramente, no le interesan a Saer: la
imitación o la exégesis repetitiva. Ya se había cumplido el deseo expresado
por Cortázar: escribir en la lengua de Borges; y el deseo inexpresado pero
que lo magnifica: escribir en una lengua propia, que fuera reconocible como
castellano rioplatense, pero que no cargara con demasiadas marcas
costumbristas (que Borges, a través de sucesivas correcciones, fue
borrando de su propia literatura, tachando algunas veces sus mejores
hallazgos).
Borges era central para los escritores que eran también buenos lectores
(que es el caso de Saer). Por tanto, esa centralidad debía desplazarse para
que esos buenos lectores pudieran realizarse como escritores. Como
sucedió en Francia con Sartre, era preciso matar a Borges (y seguir
leyéndolo).
Insinuación y juicio
Hay otras dos citas que me gustaría traer a la cuestión Borges y Saer. La
primera está en las “Hojas sueltas” escritas entre finales de los sesenta y los
setenta, sin fecha precisa. En un fragmento sobre Flaubert y el esteticismo,
Saer recuerda la afirmación de Borges de que lo más interesante de
Flaubert es su correspondencia. En este juicio que, sin duda, disminuye a
Flaubert, Saer cree que Borges ha encontrado una justificación:
“Creo que fincar el valor de la obra de Flaubert en su correspondencia, es
aceptar un complot común en la literatura de nuestro tiempo: la de
escritores de talento muy dudoso que justifican su propia obra por medio de
trabajos críticos, manifiestos, explicaciones, prólogos, etc.”.[16]
Borges formaría parte de este complot, lo cual ya sería grave. Pero también
puede interpretarse que Borges es uno de esos escritores. La ambigüedad
de la frase saeriana puede deberse al borrador. Pero un borrador también
es lo que queda de un momento de sinceridad inevitable, que un texto
corregido perfeccionaría y atenuaría. La frase de Saer se abre a dos
interpretaciones de Borges y ninguna de las dos lo favorece. Saer escribe
acá algo que no hará público pero que hoy conocemos.
En 1991, Saer publica El río sin orillas. Borges nuevamente, pero, en este
caso, no hay ambigüedad. Saer apresa a Borges en un doble juicio: primero
sobre su imaginario; luego sobre su política. Borges es un caso donde “por
nostalgia, se ha pasado a la exaltación”. Como miembro de un linaje,
idealiza el pasado de donde proviene. Y, para desautorizar el pasado del
cual Borges sería un nostálgico, Saer cita a Alfred Ebelot, cuando afirma
que los comandantes de frontera (entre los que menciona al Coronel
Borges) responden a los intereses del partido que los había nombrado,
dirigen las elecciones, vigilan opositores y acechan la opinión pública
adversa. De inmediato, pegado a la cita de Ebelot, Saer concluye:
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