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UGARES E IMAGINARIOS

EN LA METRÓPOLIS

Alicia LIN D Ó N
Miguel Ángel AGUILAR
Daniel H IER N A U X (Coords.)

A
co

a
ANTHROPOS Casaabiertaaltiempo
UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA División de Ciencias Sociales y Humanidades
• cuadernos A

temas de innovación social


El presente volumen aborda, con un fuerte espíritu transdiscipli­
nario y a partir de diferentes casos empíricos, la apropiación
simbólica del espacio a través de los imaginarios urbanos cons­
truidos socialmente en las interacciones de las personas con el
espacio.
El punto de vista del sujeto en la ciudad es el hilo conductor de la
obra. Se recupera analíticamente la experiencia espacial de los
sujetos habitantes de las metrópolis contemporáneas, en su
cotidianidad y su mundo de sentido.
La construcción social del espacio metropolitano desde la pers­
pectiva de los imaginarios urbanos es contemplada según tres
ejes: la centralidad urbana como elaboración sociocultural y
espacial; los espacios del miedo; y, por último, las apropiacio­
nes e identificaciones de y con los espacios públicos.


Alicia Lindón, Miguel Angel Aguilar,
Daniel Hiernaux (Coords.)
Miembros del Área de Investigación Espacio y Sociedad
de la Universidad Autónoma Metropolitana campus
Iztapalapa (México D.F.) y profesores-investigadores
titulares de esta Universidad.

ISBN: 84-7658-777-5

9 788476"587775

www.anthropos-editorial.com
LUGARES e im agin arios en la m etróp olis / Alicia Lindón,
M iguel Angel Águilar y Daniel H íem aux (coords.). — Rubí
(B arcelona) : A nthropos Editorial ; M éxico : UAM -
Iztapalapa. Div. C iencias S ociales y H um anid ades, 2006
219 p. ; 24 cm . — (C uadernos A. Tem as de In novación
Social ; 22)

Bibliografías
ISBN 84-7658-777-5

1. C iudades 2. U rbanism o 3. S ociología u rb a n a I. L indón,


Alicia, coord. II. Aguilar, M iguel Ángel, coord. III. H iernaux,
Daniel, coord. IV. U niversidad A utónom a M etropolitana -
Iztap alap a. Div. Ciencias Sociales y H um anidades (México)
V. Colección
911.375
711

Prim era edición: 2006

© A licia L indón et alii, 2006


© UAM Iztapalapa, D ivisión de Ciencias Sociales y H um anidades, 2006
© A nthropos Editorial, 2006
Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona)
ww w.anthropos-editorial.com
En coed ición con la División de Ciencias Sociales y H um anidades.
Universidad Autónoma M etropolitana, Iztapalapa, M éxico
ISBN: 84-7658-777-5
D epósito legal: B. 25.931-2006
Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial
(Nariño, S.L.), Rubí. Tel.: 93 697 22 96 / Fax: 93 587 26 61
Impresión: Novagráfik. Vivaldi, 5. M onteada i Reixac

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electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
De la espacialidad, el lugar y los imaginarios
urbanos: a modo de introducción
Alicia Lindón, Daniel Hiemaux y Miguel Ángel Aguilar
UAM-Iztapalapa, México

Este libro analiza, desde distintos ángulos y en diferentes casos empíricos, la apro­
piación simbólica del espacio a través de los imaginarios urbanos, que se construyen
socialmente en las interacciones entre las personas y el espado. Dicha apropiación
construye socialmente el espacio en múltiples «lugares». Por ello, la mirada que atra­
viesa todo el libro es la del punto de vista del sujeto, en otras palabras, se recupera
analíticamente la «experiencia espacial» del sujeto habitante de las metrópolis contem­
poráneas, en su vida práctica (la cotidianidad) y en su mundo de sentido.
El análisis de la construcción social del espacio metropolitano desde la mirada de
los imaginarios urbanos, en esta ocasión se focaliza en tres campos: la construcción
social de los espacios centrales, vale decir, la centralidad como construcción socio-
cultural; los espacios del miedo; y por último, la apropiación/pertenencia e identifica­
ción «de» y «con» los espacios públicos.
Para estos efectos, se reflexiona —con un fuerte espíritu transdisciplinario— en
varios niveles analíticos: el epistemológico y teórico correspondiente a los campos
temáticos particulares que se van abordando, las estrategias metodológicas acordes
a la m irada particular de cada texto, así como aspectos empíricos diversos, pero
siempre interrogados desde esta mirada holística que denominamos «la espacialidad
y los imaginarios urbanos». A continuación presentamos algunas especificaciones
conceptuales acerca de estos dos campos sobre los cuales enfocamos la m irada co­
mún: la espacialidad y los imaginarios urbanos. Posteriormente ubicamos este pro­
ducto del trabajo colectivo con relación al campo tradicional de los estudios urbanos,
para concluir con su contextualización institucional.

La espacialidad

La relevancia que le otorgamos a la espacialidad requiere algunas aclaraciones


ya que muchas veces en las ciencias sociales el espacio es reducido al simple locus
de los fenómenos sociales analizados. A diferencia de ese tratam iento tan difundi­
do, en nuestro caso la espacialidad es problematizada y considerada una compleja
dimensión de la vida social, y urbana en particular, y por lo tanto es mucho más que
un recorte-soporte en el cual se ubican los fenómenos sociales, el conocido «espacio
receptáculo».

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R to fu ú ív ti ia ce ririe p C Ío ri
La experiencia y la práctica humana, y en consecuencia la vida social en todas sus
expresiones, necesariam ente lleva consigo u n com ponente espacial: el hacer del ser
humano, en cualquiera de sus formas, casi siempre está espacializado. Asociado a esto,
encontramos que la palabra espacio ha sido siempre una «noción»1del lenguaje natu­
ral vinculada precisamente a esa dimensión espacial insoslayable de la vida humana.
Sólo aposteñori se transforma en «concepto» científico a través de un ejercicio teórico
que se va desarrollando dentro de campos especializados del conocimiento.
La tarea —dilatada en el tiempo— de construir la noción en un concepto se ha
desarrollado en diversos contextos teóricos, epistemológicos y disciplinarios. Por esta
razón, actualmente nos encontramos con varios conceptos de espacio así como diver­
sos usos del término en los distintos campos del conocimiento científico. Se utiliza la
palabra espacio en campos tan diversos como pueden ser la matemática, la lingüísti­
ca, la geografía, la sociología, la psicología, la antropología, el urbanismo, la arquitec­
tura... También es importante observar que las acepciones en estos campos no son
equiparables unas a otras, aunque tal vez podamos afirmar que responden a un tras­
fondo común: la experiencia hum ana es necesariamente espacial, posiblemente por
esto mismo las metáforas espaciales son habituales o naturales en el lenguaje colo­
quial. Eric Dardel en 1952 expresaba este fenómeno con las siguientes palabras: «Po­
demos cambiar de lugar, marcharnos de un lugar, pero siem pre tendremos que buscar
un lugar donde estar [...]. Es necesario un aquí desde donde observar el mundo y un
allá adonde ir» (1990: 56). O bien, desde la perspectiva de Lakoff y Johnson (1995) la
espacialidad es reelaborada en las metáforas orientacionales a partir de una experien­
cia física y cultural, en donde, por ejemplo, «andar por los suelos» se opone a «andar
por las nubes».
La noción de espacio: la palabra espacio procede del latín (Spatium) y expresa la
apertura, la amplitud o lo abierto. Sus antecedentes en griego {Chora}12 y en alemán
(Raum) también tenían un contenido muy semejante, sobre todo la raíz alemana que
expresaba directamente la idea de aclarar o abrir un claro en el bosque. En este senti­
do, la noción de espacio también trasluce otro aspecto importante: el espacio, entendi­
do como el claro en el bosque, se produce por la acción hum ana (Ortega Valcárcel,
2000:340-342). Entonces, en el lenguaje coloquial y desde tiempos remotos, el espacio
siempre ha referido a un producto humano o un producto de las prácticas humanas
que transforman la naturaleza.
En síntesis, la noción de espacio llevó consigo como un rasgo característico la idea
de amplitud, y ésta fue una forma de conectar al espacio con la extensión, conexión que
se puede apreciar más directamente en el adjetivo «espacioso». A su vez, la extensión se
relaciona con la noción de distancia. Con ello estamos destacando que la noción de
espacio siempre ha estado asociada a las de extensión y distancia, así como a la acción
hum ana que produce el espacio y lo espacioso.
El concepto de espacio: la tarea de construir al espacio en concepto necesariamen­
te debe ser ubicada en el horizonte de la tradición grecolatina y la cultura occidental.
De manera muy sintética se pueden diferenciar al m enos dos raíces en esta tarea.

1. Hablamos de noción en tanto conocimiento elemental que se tiene de u n a cosa, es decir, el conocimiento
de sentido común (Diccionario de la Lengua Española).
2. Para el análisis fino de las dos tradiciones de espacialidad construidas a partir de Spatium y Chora nos
remitimos a Guy Di Meo (1991; 2000a; 2Q0G&).

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Una de ellas es la vertiente que ha concebido al espacio como un contenedor,
continente, soporte o receptáculo de los fenómenos. Para esta visión, el espacio geomé­
trico o espacio euclidiano es el punto de partida. A la misma se han sumando muchos
otros aportes muy relevantes, como por ejemplo la concepción kantiana, según la cual
el espacio es una condición o posibilidad de existencia de los fenómenos, es decir, es un
fundamento necesario de los fenómenos. Un aspecto importante en esta perspectiva es
que el contenedor es casi siempre vacío o algo neutro que solo toma rasgos a partir de
lo que en él se coloca. Una variante contemporánea de esta mirada dentro de las cien­
cias sociales (aunque ya sin la condición de vacío) —y en cierta forma, como una
versión aplicada— es la concepción del espacio como reflejo de la sociedad o escenario
de la sociedad, o de ciertos fenómenos sociales, o bien un telón de fondo de lo social
(Hiemaux y Lindón, 1993).
La segunda vertiente en la construcción del concepto de espacio es aquella de raíz
idealista (hegeliana) que lo ha concebido como una visión, como un modo de ver las
cosas, una intuición. En este mismo sentido, dos destacados geógrafos clásicos como
son Federico Ratzel y Alfred Hettner han dicho tempranamente que el espacio es una
forma de percepción o un esquema intelectual.
Ambas vertientes filsóficas han sido el sustrato para distintas concepciones más
especializadas de las cuales destacamos en particular los esfuerzos realizados desde la
geografía humana. Esta decisión se funda en que precisamente es ésta la disciplina que
ha abordado de modo más directo este desafío por haber construido su objeto de estu­
dio en tomo al espacio, o más exactamente alrededor de la relación espacio/sociedad.
Los esfuerzos por construir un concepto de espacio en este campo parecen orientarse
hacia cuatro rumbos: 1) la concepción naturalista del espacio, 2) la concepción del
espacio absoluto-relativo, 3) la concepción del espacio material producido y 4) la con­
cepción del espacio vivido-concebido.
Para la prim era de estas concepciones —la naturalista— el espacio es el medio
natural. Esta perspectiva tiene una larga tradición dentro de la geografía regional clási­
ca, pero tam bién en las visiones tam bién clásicas del paisaje (tanto las regionalistas
como las culturales) y más recientemente los enfoques ambientales, retom an esta
visión.
La concepción del espacio absoluto es la más antigua y de m anera muy escueta
concibe al espacio como un plano homogéneo. Esta visión se enriqueció generando
más tarde la concepción del espacio relativo, es decir un espacio absoluto en el cual son
contenidos distintos elementos, que anulan así la homogeneidad geométrica. Esta tra­
dición ha trabajado el espacio como puntos, líneas y áreas, que equivalen a lugares,
distancias y zonas/regiones. Los interrogantes planteados desde esta concepción se
orientan al «dónde» se localizan los distintos fenómenos. Esta concepción del espacio
relativo ha sido el eje del análisis Iocacional y de la geografía analítica o cuantitativa de
corte positivista. Específicamente se ha aplicado tanto en la geografía económica como
en la urbana, desarrolladas dentro de estas perspectivas cuantitativas. Algunos de los
temas abordados recientemente desde esta visión, cada día más complejizada, son las
ciudades globales, los flujos y redes, así como los distritos industriales.
La concepción del espacio material producido ha resultado de los esfuerzos por
comprender el espacio como un producto material de las sociedades. Estas elaboracio­
nes se han dado a la luz de miradas marxistas, neo-marxistas y críticas. Para esta
concepción el espacio tiene una realidad material construida a lo largo del proceso

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histórico de acumulación capitalista. La sociedad produce su espacio en función de su
desarrollo tecnológico, de sus necesidades, de sus instituciones, de su estructura so­
cial, económica y política. Por su parte, el espacio produce a la sociedad en tanto le
representa «rugosidades» (Santos, 1990) resultantes de las ineludibles formas materia­
les. Muchas veces, esas formas materiales vienen del pasado, representan relictos de
otros tiempos históricos pero que siguen presentes y frente a los cuales las sociedades
recrean nuevos usos, funciones y sentidos, o más bien, se ven necesitadas de hacerlo.
De esta forma, el espacio es observado y analizado a la luz de un movimiento dialéctico
y dentro de un horizonte histórico dado por el desarrollo de las sociedades modernas
en tanto sociedades capitalistas. El espacio aparece como un capital fijo vinculado al
proceso de producción y por lo mismo está fuertemente afectado por las inversiones de
capital y la circulación de los capitales (Harvey, 1998). Esta concepción también ha
estado presente en buena parte de la geografía económica, pero también urbana, aun­
que en este caso de raíz crítica y radical.
La concepción del espacio vivido-concebido constituye nuestro foco de interés,
en parte por su particular articulación con los imaginarios urbanos y el punto de
vista del sujeto. Por esa razón nos extendemos algo más en su presentación. En este
caso la tarea de construir el espacio en concepto toma cuerpo en las perspectivas
subjetivistas, a veces más fenomenológicas, a veces más existencialistas o bien, más
constructivistas, tanto de la geografía hum ana como de la psicología social. En esta
perspectiva la palabra clave es «experiencia» (Tuan, 1977: 7), pero se trata de un tipo
particular de experiencia, la experiencia espacial.
Para esta visión «el espacio sólo deviene en objeto de estudio por los significados
y valores que le son atribuidos» (Gumuchian, 1991: 9), el espacio debe ser estudiado a
través de los sentidos y significados que las personas le otorgan. Algunos autores insis­
ten en que en este rumbo se ha transitado en los últimos años desde una concepción
inicial del «espacio percibido» hacia otra más actual, el «espacio concebido» y/o «vivi­
do»3(Pellegrino, 2000). Este tránsito alude a la profundización del camino constructivista
al subrayar que los sentidos y significados del espacio son construidos a través de un
proceso de contraste entre los elementos materiales y las representaciones, esquemas
mentales, ideas e imágenes con los que los individuos se vinculan con el m undo, que
por otra parte son de carácter socio-cultural. .
Esta concepción del espacio también dialoga con el lenguaje, precisamente por­
que la construcción de sentidos y significados no puede darse fuera del lenguaje (Mon­
dada, 2000), sino dentro de él. Así se plantea que el espacio puede ser considerado
como un texto, como un conjunto de símbolos. Al nom brar de cierta forma al espacio
y sus fragmentos, se le da sentidos específicos. No obstante, el problema de los sentidos
también es un problema de prácticas, del hacer cotidiano, de prácticas socio-discursivas.
Por eso, en esta concepción es necesario estudiar el espacio de la vida cotidiana, en
tanto espacio de vida y espacio vivido (Di Meo, 1991 y 2000a).
En este camino se ha construido (o mejor aún, reconstruido) el concepto de «lu­
gar» como la forma clave de comprender el espacio a partir de la experiencia del sujeto
y con toda la carga de sentido que dicha experiencia lleva consigo. El lugar es conside­

3. Este tránsito se puede contextualizar en la transformación de la inicial geografía de las percepciones,


hacia una geografía de las representaciones, y luego hacia una geografía cognítiva. Para terminar desembocan­
do todo en el humanismo geográfico o geografía humanista.

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rado como «acumulación de sentidos». De esta forma, aunque la palabra «lugar»4 ha
sido muy utilizada en las diversas visiones del espacio, hoy nos encontramos en la
situación de que al hablar de «lugar» necesariamente nos estamos ubicando en este
cuarto rumbo geográfico que estamos esbozando respecto a la concepción del espacio.
Esta perspectiva recupera la vieja problemática del paisaje, pero con nuevos matices,
al abordarlo como «portador de signos que es necesario interpretar, cómo los perciben
los seres humanos, qué comportamientos producen» (Gumuchian, 1991: 8).5
Por todo lo anterior, el concepto de «lugar» hace referencia a espacios delimita­
dos, con límites precisos, que para los sujetos representan certezas y seguridades otor­
gadas por lo conocido (Tuan, 1977). A pesar de que el lugar alude a un espacio con
límites, dichos límites se extienden hasta donde lo hace el contenido simbólico de los
elementos objetivados en él y que pueden ampliarse a través de redes y relaciones de
sentido. Por ello, se puede considerar al lugar, siguiendo a Gumuchian, como «una
acumulación de significados». La acumulación de significados sobre un lugar también
es considerada a través de «iconos portadores de sentido que se lo confieren a los
lugares», como lo señaló Joel Bonnemaison (2000).
Así, con en énfasis en el concepto de «lugar» ha emergido un abanico muy amplio
de problemáticas «espaciales» de investigación. Muchas de ellas son retomadas en este
libro. Por ejemplo, algunas buscan «reconocer lugares frecuentados, definir itinera­
rios, situar al hombre-habitante en su cuadro familiar de existencia» (Gumuchian,
1991:62). Asimismo, el concepto de lugar ha abierto un importante horizonte en tomo
al estudio de la «identidad del lugar» (Aguilar, 2000 y en prensa; Hiemaux, 2000) y el
«sentido del lugar» (Sense o f Place) (Eyles y Butz, 1997). Otra derivación del concepto
del lugar son los estudios sobre la memoria del lugar y los «lugares de memoria», para
retom ar la expresión que ha hecho célebre Pierre Nora (1997) (Javeau, 2000). Otros
ángulos abiertos a partir del concepto de lugar son las denominadas «fantasías geográ­
ficas» (Rowles, 1978), las «topofilias», «topofobias» y los «paisajes del miedo» (Tuan,
1974,1990,1980), asimismo la tan polémica «deslugaridad» o Placelessness planteada
inicialmente por Relph (1976), la «atopía» (Turco, 2000; Lindón, 2005a), la «territoria­
lidad» y la apropiación de los lugares (Sacks, 1983; Raffestin, 1977; 1982; 1986), así
como el papel de la retórica y sus tropos en la constmcción de los lugares (Debarbieux,
1995; Lindón, 2003). También esta visión del lugar ha producido una profunda renova­
ción de los estudios del paisaje con énfasis cultural (Nogué, 1992 y 2001; Cosgrove,
1985 y 1989), muchas veces articulados a la indagación sobre identidades. En esta
última perspectiva lo innovador radica en no concebir al paisaje como simple produc­
to cultural (como se hizo dentro de la tradición saueriana) sino reconocer la anterior
condición de producto cultural junto a su capacidad para incidir en la cultura.
Al mismo tiempo cabe destacar que esta forma de concebir el espacio ha traído
consigo importantes desafios metodológicos, vinculados precisamente a la dificultad
de estudiar la subjetividad, en este caso la subjetividad espacial. Esto ha tenido

4. D u ran te m u ch o tiem p o la palab ra lu g ar h a sido asociada particu larm en te con Vidal de la Blache, fu n d a ­
dor de la escuela de geografía clásica francesa, quien expresó que la geografía es la «ciencia de los lugares» con
lo cual el espacio co n creto era identificado com o «lugar».
5. E n esta perspectiva cabe d estacar los trabajos de algunos geógrafos h u m an istas sobre paisaje de m o n ta ­
ña, en p a rtic u la r sobre paisajes alpinos y pirenaicos. E n tre los prim ero s (alpinos) cabe d estacar los trab ajo s de
G um u ch ian y de D ebarbieux; entre los segundos (pirenaicos) se puede subrayar el intenso trab ajo de Joan
N ogué y Di Meo.

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implicaciones en la producción de la información con la cual se la aborda, así como en
las posibles formas de analizar dicha subjetividad, Por ejemplo, algunos autores han
planteado que estas visiones del espacio requieren de la realización de un particular
tipo trabajo de campo, denominado «experiencial» (Rowles, 1978; Nogué, 1992). Ob­
servaciones semejantes se pueden plantear con referencia a las formas de analizar la
información producida en dicho trabajo de campo. Asimismo se observa una reflexión
cada vez más profunda y continua respecto a qué tipos de trabajo de campo se pueden
hacer y cuáles son sus desafíos, cuando se estudia la espacialidad en esta perspectiva
—es decir, como lugares, como experiencia espacial, como espacios vividos. Este inte­
rés se viene expresando de diversas formas, una de ellas es el hecho de que en 2001
una de las más destacadas revistas geográficas americanas, como es Geographical
Review, dedicó un extenso número (un número especial) al tema. Dicho número fue
titulado Doing Fieldwork (DeLyser y Starrs, 2001) y en más de 500 páginas reunió
cincuenta y seis artículos escritos por investigadores de diversa trayectoria, desde
doctorantes hasta profesores eméritos como Yi Fu Tuan.6

Los imaginarios y la subjetividad

Si la espacialidad y en particular el concepto de lugar son una de las entradas


analíticas en tom o a la cual se construye el conocimiento en este libro, la segunda es la
de los imaginarios urbanos. En cuanto al concepto de «imaginarios» es necesario su­
brayar que sus dos pilares son la subjetividad y la elaboración simbólica. El valor ana­
lítico de este concepto es la posibilidad de reconstruir visiones del mundo desde las
cuales los sujetos actúan con propósitos y efectos de «realidad». Por eso, es un concep­
to que permite articular diferentes temáticas y aproximaciones metodológicas actua­
les. En efecto, las imágenes, imaginaciones, modos de representación de aspectos
cruciales de la vida en las ciudades (como la seguridad, la acción pública, la proximi­
dad, las estrategias residenciales, las nociones sobre los otros habitantes) están confor­
madas desde maneras particulares de combinar información, experiencias, carencias
y fantasías, que se resisten a ser entendidas desde criterios meramente objetivos,
objetivistas o racionalistas. Para penetrar en ese campo de los imaginarios es necesario
preguntarse por el valor simbólico que les da su fuerza persuasiva a estos elementos,
así como por su capacidad para elaborar definiciones de lo real, poderosas en sus
implicaciones para la acción.
De acuerdo con Comelius Castoriadis (1985), el «imaginario» no es la «imagen
de» sino la creación incesante y esencialmente indeterm inada de formas e imágenes a
partir de las cuales solamente puede referirse a algo. En otros términos, lo imaginario
no representa en el sentido de que no necesariamente remite a algo real o sustituye una
presencia. En consecuencia, la presencia se reconoce a partir de sus efectos, es decir
por el peso que toma en la vida cotidiana social. También plantea el autor que, en esta
perspectiva, existen significaciones que tienen una independencia relativa de los
significantes que son sus soportes. En otras palabras, existen significaciones que pue­
den corresponder al orden de lo percibido, de lo racional o al del imaginario.

6. Dicho número se publicó en conmemoración del sesquicentenario de la fundación de The American


Geographical Society, la más antigua organización geográfica de los Estados Unidos.

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En esta perspectiva, en este libro, se analizan las prácticas socio-espaciales que
conforman los lugares, se recuperan las retóricas y narrativas que se generan sobre las
prácticas socio-espaciales y los lugares, así como los procesos de semantización y
resemantización de los lugares. De esta forma, los distintos autores construyen así el
vínculo entre la simbólica de los lugares y la construcción de los imaginarios urbanos.

Los imaginarios y los estudios m etropolitanos

Las dos entradas analíticas presentadas más arriba —la espacialidad y los imagi­
narios— en este libro toman cuerpo en las ciudades, y más aún, en las grandes ciuda­
des actuales: las metrópolis.
Cuando nos referimos a lo urbano es imposible no recordar que desde hace al
menos tres décadas los estudios urbanos han cobrado una importancia creciente a
nivel nacional. De tal suerte que se han desarrollado numerosos programas de grado y
posgrado, en diversas disciplinas, centrados todos ellos sobre temas urbanos. Asimis­
mo, se han realizado y se realizan numerosas investigaciones en diferentes centros
académicos sobre temas urbanos. En síntesis, se ha constituido una tradición dentro
del campo de los estudios urbano-regionales.
Sin embargo, tanto las transformaciones del entorno territorial en el mundo ente­
ro como a nivel nacional, así como los concomitantes replanteamientos ocurridos den­
tro de las ciencias sociales, están mostrando que el estudio de estos temas le ha dado
preeminencia a la componente material, ya sea en términos del espacio construido,
como también en términos de lo socio-económico. Evidentemente, esto ha permitido
avanzar en el conocimiento de las metrópolis desde esos ángulos y constituir así una
tradición bastante fuerte en relativo poco tiempo.
Hoy resulta notorio que ha quedado un tanto relegado el componente socio-cultu­
ral de los procesos de conformación del espacio urbano durante largos años. Se ha
prestado poca atención a la comprensión de la espacialidad, la territorialidad, el senti­
do del lugar, la «deslugaridad» o ausencia del lugar. Desde nuestra mirada, esta tradi­
ción urbana que se centra en lo socio-económico y lo material —y para la cual el espa­
cio se reduce a una localización— nos resulta insuficiente para comprender las
metrópolis actuales. Nuestra mirada se alimenta de las tendencias más innovadoras en
el campo de los estudios espaciales y territoriales —tanto a nivel nacional como inter­
nacional— que asumen el desafío de incorporar la componente cultural, la subjetivi­
dad social, los imaginarios, las representaciones, los significados, todo ello para enten­
der la construcción social del espacio en la ciudad en las distintas escalas, desde los
micro-espacios hasta la ciudad como un todo. Éste es uno de los desafíos más fuertes
que enfrentan los estudios urbanos desarrollados en México (y en buena medida, en
América Latina), si es que pretenden seguir dando cuenta del pulso de lo urbano.
Las transformaciones recientes de las ciudades, particularmente de las metrópolis
latinoamericanas cuyas mutaciones se han revelado extremadamente aceleradas en
los últimos años, difícilmente pueden interpretarse sólo a partir de los postulados bási­
cos de esa tradición de los estudios urbanos de los años setenta y ochenta. Los límites
de aquella tradición urbana emergen de diversas formas. El intento por edificar nue­
vos esquemas de interpretación, como por ejemplo a través del estudio de la globalización
de las ciudades, no ha hecho más que intensificar el recurso a viejas concepciones que

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atravesaban los estudios metropolitanos del pasado. Asi, la relevancia de temas como
las migraciones--(hoy internacionales, ayer nacionales), la modernización de la base
económica (ayer por la industrialización, hoy por el terciario superior), la segregación
social y otros temas muy apreciados en la actualidad por los estudios sobre la
globalización de las ciudades, no parecen ofrecer las explicaciones complejas que exi­
gen los cambios de las metrópolis de inicios del tercer milenio.
Ha sido una práctica reiterada en los estudios urbanos, y particularmente aque­
llos relacionados con las grandes metrópolis, hacer hincapié en los fenómenos de ma­
sas, como la urbanización periférica, por ejemplo, o el incremento del comercio ambu­
lante y la informalidad, sin olvidar el transporte masivo. Frente a ello, la dimensión
subjetiva ni siquiera fue considerada en segundo plano para este tipo de estudios. Al
mismo tiempo, estas investigaciones asumieron que eran las leyes de los grandes nú­
meros (aquello de la «mayoría de los casos») y la masificación de los procesos lo que
establecía qué ameritaba ser estudiado. Por ende, los estudios urbanos se alimentaron
por largos años de las tradiciones científicas acordes a estas miradas. Así, tuvimos
estudios urbanos durante mucho tiempo en los que la regencia la daban la economía,
la demografía y cierta sociología, aveces más estructuralista, otras, más funcionalista,
pero siempre carente de sujetos y subjetividad.
Afortunadamente, en la actualidad se están revisando tales planteamientos y se
empiezan a generar nuevas preguntas que apuntan hacia otras dimensiones de la vida
social: ¿será que la acumulación, la especulación inmobiliaria, las diferencias sociales
son suficientes para explicar los procesos urbanos actuales o incluso los del pasado? La
respuesta actual cada vez parece coincidir más en la negación. Si bien no puede redu­
cirse el análisis de las metrópolis a unos fragmentos aislados de las subjetividades,
tampoco es aceptable que los grandes procesos que fueron considerados como deter­
minantes y homogéneos para explicar las metrópolis el pasado sean suficientes para
comprender en profundidad el fenómeno, sobre todo cuando cada vez más la vida
social parece apartarse aceleradamente de las situaciones promedio.
La necesidad de inyectar nuevas temáticas en el estudio de lo metropolitano se ha
hecho evidente a los ojos de no pocos investigadores: así, entran en juego nuevas lectu­
ras de este texto complejo (¿o hipertexto?) que son las metrópolis. Las miradas
innovadoras son cada vez más frecuentes y se plantean desde diversos ángulos. Pero,
aun así, todas son miradas emergentes, no consolidadas: por úna parte, la antropolo­
gía parecería haber superado —o estar en ese proceso— el énfasis en las comunidades
tradicionales, y así redescubre la vida cotidiana de las «tribus urbanas posmodemas».
El llamado de varios autores de este campo del conocimiento, como Marc Augé o
Néstor García Canclini, a favor de antropologías «post» ha abierto la vía de los estudios
que excavan en terrenos metropolitanos, aún relativamente vírgenes.
Otras disciplinas experimentan transformaciones más o menos similares. La geo­
grafía humana ha redescubierto que el individuo es un agente esencial para compren­
der la transformación del territorio. Así, esta disciplina llegó a la paradoja de que, a
pesar de su nombre (geografía «humana»), recién en las últimas dos décadas se perca­
ta de la «condición humana», del sujeto, del actor (aunque los clásicos decimonónicos
siempre lo incluyeron). Por ello, muchos geógrafos y geógrafas actuales intentan desa­
rrollar miradas de escalas «grandes» (es decir, observar con gran detalle los mi-
croespacios). Así, en esta disciplina cobra un interés creciente el estudio de la vida
cotidiana, la espacialidad de las relaciones de género en el espacio urbano, el carácter

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efímero de los paisajes y de las configuraciones urbanas en general, los espacios del
miedo, las apropiaciones espaciales innovadoras que surgen de las nuevas configura­
ciones tem porales de la vida hipermodema, com o algunos de los tem as em ergentes de
una geografía en plena ebullición.
Consideraciones similares pueden hacerse para las otras disciplinas sociales, como
la sociología, la psicología social. La prim era de ellas, la sociología, también es a partir
de las últimas tres décadas que logra cuestionar las miradas estructurales y estructu-
ral-funcionalistas, y así consolida teorías, perspectivas, enfoques, legítimamente reco­
nocidos que toman como punto de partida el sujeto. A veces, lo paradójico es que estos
enfoques innovadores encuentran sus raíces en los inicios del siglo X X , aunque esas
raíces durante m uchos años quedaron más o menos desvalorizadas (como las
microsociologías interaccionistas). Y como la sociología también ha estudiado inten­
samente las ciudades, estos cambios dentro de la disciplina no dejan de tener fuertes
repercusiones en sus miradas sobre la ciudad, lo urbano y lo metropolitano.
Todo esto conlleva dos tendencias portadoras de cambios en el horizonte nada
despreciables. Por una parte, se observa un «giro cultural» notorio en todas las cien­
cias sociales y las humanidades. Este giro cultural ha implicado un interés creciente
por la subjetividad, los imaginarios, los significados... Y por otro lado, un giro geo­
gráfico o espacialista, en general en las ciencias sociales que redescubren y se pre­
guntan acerca del espacio, el territorio, el lugar. Por ejemplo, Peter Gould dice que el
siglo X X I será el «siglo espacial»: «se evoluciona hacia una fuerte conciencia es-
paciotemporal», «Un tiempo en que la conciencia de lo geográfico volverá a adquirir
una presencia destacada en el pensamiento humano» (1996). Los estudios urbanos se
encuentran en la encrucijada de ambas tendencias: la necesidad de profundizar en la
espacialidad y repensarla más allá del mero «soporte» y la necesidad de considerar de
lleno lo cultural, sin por ello caer en discursos generalizantes aunque de signo
culturalista.
En este cruce de tendencias innovadoras, un tema que genera cada vez más inte­
rés es el de la subjetividad social. El fin de las grandes certezas epistemológicas del
pasado no es ajeno a este auge renovado de la subjetividad, que alcanzó gran reconoci­
miento a inicios del siglo X X , tanto por los trabajos freudianos como por las aportacio­
nes de la filosofía, entre otras el existencialismo y la fenomenología. Pero que luego
quedaron más o menos relegados.
Hoy en día, las corrientes subjetivistas han ganado terreno, paradójicamente en
un momento en el que los análisis positivistas parecerían mejorar sustancialmente,
sobre todo gracias a los saltos tecnológicos logrados en los últimos quince años. En
efecto, algunas disciplinas (por ejemplo cierta geografía, cierta sociología, la demogra­
fía...) se embarcan en el desarrollo de modelos extremadamente sofisticados de análi­
sis espacial y social cuantitativo y de representación computarizada por sistemas de
información geográfica. Pero, al mismo tiempo, no son pocos ni casos aislados, los
investigadores que —involucrados en los anteriores giros— prefieren recurrir al análi­
sis cualitativo, recuperando saberes a veces muy antiguos, como la hermenéutica, o
apropiándose de técnicas (si pueden llamarse así) de análisis interpretativo-compren-
sivo similares a las que usaron tradicionalmente los etnólogos, o incursionando en
nuevas aproximaciones de análisis visual, de imágenes, de iconos.
Ello expresa la solidez y la validación social crecientemente adquiridas por el aná­
lisis de la subjetividad social entre los científicos sociales. En este camino se tom a cada

17
vez más importante el estudio de la subjetividad social y de la formación y refonnulación
constante de los imaginarios para comprender las ciudades.
El tema de los imaginarios y los lugares es transversal a las disciplinas que se
interesan por la metrópoli. Los imaginarios urbanos intentan interpretaciones acerca
de cuestiones como, por ejemplo, cómo se han construido las imágenes (cambiantes a
lo largo de la historia) que se hacen las sociedades, y sus individuos en particular, de la
ciudad y/o de sus fragmentos (barrios, colonias...); cómo esas imágenes se movilizan
en la vida práctica y cobran «realidad». Se abre así una perspectiva innovadora que se
nutre de la subjetividad pero en diálogo con otras dimensiones de la vida urbana, como
por ejemplo la materialidad de los lugares, las llamadas formas espaciales, a veces de
larga duración y otras efímeras.
Los imaginarios constituyen una entrada analítica potente para dilucidar las fuer­
zas profundas que atraviesan los grandes procesos urbanos actuales. Así, por ejemplo,
la suburbanización no es sólo un proceso de evicción de las clases populares de los
espacios centrales, es también el resultado de imaginarios profundamente anclados en
todos los grupos sociales, entre los cuales está lo que Alicia Lindón ha llamado el mito
de la casa propia (2005&). También el regreso a los centros históricos, tema analizado
en este libro por Armando Silva, Anna Ortiz y Daniel Hiemaux, remite a su tum o a
imaginarios particularmente intensos en la actualidad.
Asimismo, las tendencias a la fragmentación del espacio materializadas en diver­
sas formas espaciales como pueden ser las comunidades cerradas estudiadas en este
texto por López Levi, Méndez y Rodríguez, también responden a imaginarios del mie­
do y la inseguridad, profundamente inscritos en el pensamiento y el actuar de las socie­
dades actuales, no sólo latinoamericanas.
Todo ello apunta a señalar enfáticamente la relevancia del estudio de los imagina­
rios para com prender las metrópolis actuales y para entrever qué horizontes se abren a
las formas urbanas y la vida en la ciudad en las décadas por venir.

La encrucijada de la espacialidad y los imaginarios urbanos:


problem áticas particulares

Un prim er grupo de trabajos presentados en este libro hace referencia a la


centralidad urbana desde diferentes puntos de aproximación. Retomando la perspecti­
va analítica de los imaginarios urbanos, Daniel Hiemaux inicia la primera parte po­
niendo en evidencia la pugna existente entre dos imaginarios que pretenden revitalizar
los centros históricos: el primero de corte patrimonialista y el segundo sustentado en
visiones posmodemas. Estos imaginarios entran en conflicto en cuanto a la espacio-
temporalidad asignable a los centros históricos y, por ende, proponen modelos distin­
tos de uso cotidiano de los mismos. Armando Silva invita al lector a realizar un recorri­
do por los imaginarios dominantes en las capitales latinoamericanas. En este andar,
destaca la presencia del centro urbano como núcleo en el que se cristalizan imágenes
de toda la ciudad al tiempo que la percepción ciudadana se alimenta de datos sensoria­
les, de pasados recurrentes y de proyecciones de futuros posibles para darle forma a las
ciudades a partir de su centro.
La renovación de los barrios céntricos en Barcelona le permite a Anna Ortiz inte­
rrogarse sobre el uso de los espacios públicos y el sentido de pertenencia de los habi­

18
tantes de estos barrios, destacando la diversidad de visiones y la pluralidad de expe­
riencias. En este conjunto de trabajos es clara la importancia contemporánea de los
centros urbanos, no sólo como nodos de actividades sino como áreas que experimen­
tan una fuerte transformación física, social y simbólica.
El trabajo de Alicia Lindón abre el segundo conjunto de textos en donde los imagi­
narios le otorgan al espacio habitado un sentido de riesgo y el miedo. En particular en
su trabajo se analiza un imaginario urbano dominante: «el suburbio como paraíso».
Este imaginario, que se puede rastrear en la idea del suburbio americano, está consti­
tuido por las nociones de lo natural, lo extenso y abierto, lo vacío en términos materia­
les y de memoria e historia local. Al relacionar este imaginario con las experiencias
latinoamericanas se encuentra su persistencia en ciertas estrategias de ocupación de la
periferia en las grandes ciudades. Al realizar un estudio de caso en la periferia oriente
de la ciudad de México analiza las resemantizaciones de este imaginario del suburbio
paraíso. Mientras que para algunos de sus habitantes mantiene vigencia, para otros,
principalmente mujeres, aquel imaginario de la apertura espacial periférica ha toma­
do el sentido de una espacialidad del miedo, poniendo de manifiesto formas de habitar
topofóbicas que ponen en tela de juicio la noción de espacio público de las calles.
De igual modo, un tema recurrente en los textos presentados en este libro tiene
que ver con la idea del espacio público, en particular con la experiencia del espacio
público subvertido, con aquella promesa de la modernidad de mediados del siglo X X en
el sentido de que la ciudad podía albergar en su interior lo diferente, lo heterogéneo, y
todo esto podría coexistir en su seno sin una conflictividad excesiva o rupturas fuertes.
El panorama que se presenta en algunos textos no es el de la ciudad que ha sucumbido
ante lo heterogéneo, más bien es el de un espacio público deteriorado y degradado a
partir de los imaginarios y las prácticas sociales relacionadas con la inseguridad y el
miedo. En el artículo de Rosa María Guerrero referido a Santiago de Chile y el de
Roxana Martel y Sonia Baires en que se analiza la ciudad de San Salvador se proponen
algunas de las múltiples aristas del tema. Por un lado, hay un claro argumento en el
sentido de que todo proceso de construcción social del miedo lo es al mismo tiempo de
sujetos y espacios en los cuales cristalizan los temores sociales. Es decir, se desarrolla
un proceso de creación de figuras y lugares amenazantes que disgregan la experiencia
de la ciudad al someterla al principio de la amenaza y lo incierto.
Por otra parte, se enfatiza que el deterioro del espacio público es correlativo a las
difíciles condiciones de vida en las sociedades latinoamericanas. Las certezas vitales
(educación, empleo, salud, en fin, lo que se denomina actualmente como desarrollo
humano) se ven en situación de fragilidad ante los cambios estructurales en donde el
Estado-nación cede funciones al mercado. De aquí que no sea únicamente en el espa­
cio público donde se experimenten estos cambios. Más bien, es el ámbito donde se
hacen socialmente visibles las separaciones físicas y simbólicas existentes a nivel so­
cial. La elaboración de un nosotros y de un otros no sólo remite a las identidades
grupales, sino a la manera de asignar cercanías y distancias sociales en contextos de
incertidumbre.
Se podría pensar, y con razón, que hay mucho de nostalgia puesta en juego al
momento de evocar un presente social en donde la idea de lo público está rota por el
asedio de fantasmas sociales, y para argumentarlo se evocan, explícita o implícitamen­
te, otros tiempos más armoniosos. Quizás no es sólo nostalgia, es tal vez una produc­
ción imaginaria del pasado, una memoria inventada para darle sentido al presente

19
cuando es necesario encontrar alguna idea de continuidad social que señale que no
todo ha sido pérdida, y sobre todo, que hay u n estad© de cosas que es necesario resti­
tuir. Memoria e imaginario social se tocarían en este punto: hay una invención del
pasado para poder dibujar un futuro en que podamos reconocemos. De aquí pueden
surgir tentaciones autoritarias con legitimidad social, o reinvenciones del pasado con
un sentido lúdico y de valoración de lo heterogéneo. En todo caso, las operaciones
simbólicas puestas en juego al momento de valorar lo público merecen atención, ya
que en ellas hay implícitamente un proyecto de pasado y futuro social.
La idea de lugar y espacio público es abordada por Miguel Ángel Aguilar desde la
relevancia de las estéticas cotidianas, por Abilio Vergara en relación con el parque,
Liliana López Levi, Eloy Méndez e Isabel Rodríguez lo hacen a partir de los frac­
cionamientos cerrados. Éste es el inicio de la tercera parte del libro, dedicada a la
apropiación y pertenencia «de» y «a» los lugares.
En el texto de Aguilar se argum enta la pertinencia de analizar las estéticas coti­
dianas en tanto que discurso sobre la vida urbana. En la relación entre sensibilidad y
producción de formas significativas se expresan imaginarios sobre las carencias y
los deseos urbanos. En el texto de Abilio Vergara el parque establece códigos de
comunicación y socialidad diferentes a los del entorno urbano que lo rodea. Las
nociones de tiempo, cuerpo y vínculos interpersonales cambian en la medida en que
se elaboran desde una pequeña ruptura con lo cotidiano. Esta ruptura se realiza
desde experiencias más cercanas al placer que al temor, al imbricarse con una de las
m aneras en que desde lo urbano se imagina a la naturaleza: lo arbolado, lo verde,
peatonal, tranquilo.
Los fraccionamientos urbanos se relacionan con la ciudad desde otra dinámica, la
de afirmar su tajante separación de ella. De acuerdo con López Levi, Méndez y Rodríguez
un sector del mercado inmobiliario apela a los imaginarios del castillo, la fortaleza, la
nobleza y el feudo al publicitar desarrollos habitacionales cerrados. Así, un título de
propiedad puede trastocarse en un título nobiliario y afirmar la realización material de
múltiples fantasías que al plasmarse en el territorio quedan no como algo real, sino
como algo que se disloca de ese ámbito: se vuelven hiperreales. Son lugares con una
doble espacialidad negativa: por un lado, no son ni están en la ciudad, ya que en su
diseño arquitectónico la niegan, y por el otro, tampoco están en la realidad.
Cierra este bloque temático el trabajo de Camilo Contreras sobre el «Puente Ati­
rantado» en la ciudad de Monterrey, que actúa como un nuevo hito de la modernidad
y disparador de enfrentamientos de imaginarios sobre las obras públicas y particular­
mente sobre la materialización del poder en el espacio público y los enfrentamientos
en tom o al paisaje urbano entre grupos de poder político.
E stas últim as experiencias de investigación (las estéticas, el parque, los
fraccionamientos cerrados y la conflictividad de la obra pública) se pueden ver como
una reflexión acerca de la dimensión simbólica de los lugares en la ciudad. Por más
que se quiera afirmar una distintividad, e incluso una ruptura, respecto a las imágenes
e imaginarios dominantes sobre lo que constiütye una ciudad, estos inevitablemente
aparecen: la estética de la reja y la barda requiere, a su vez, de la importancia simbólica
asignada a los lugares abiertos y vacíos en algunos proyectos habitacionales; estar en el
parque se disfruta por la oposición a los ritmos y tiempos urbanos; proyectos arquitec­
tónicos de vivienda responden a temores sobre la ciudad y una obra pública hace emer­
ger la disputa sobre quién puede actuar con legitimidad sobre la ciudad.

20
La importancia de los programas de radio como escenario en donde se despliegan
atributos identitarios con referentes espaciales es abordada por Marlene Choque al
plantear el caso de los sectores populares en la ciudad de La Paz, Bolivia. Por su parte,
Rosalía Winocur analiza el imaginario del progreso y el prestigio asociados a la tecno­
logía, y particularmente al uso de la computadora y el acceso a Internet, en el caso de
una comunidad semi rural cercana a la ciudad de México. La capacidad para apropiar­
se de los medios de comunicación y la tecnología por parte de sus usuarios es crucial
para entender la configuración de identidades en un espacio público mediático, y para
acceder a una espacialidad que incluye tanto lo cercano, los contactos con amigos y
vecinos, como lo transnacional, las comunicaciones con parientes que viven en Esta­
dos Unidos.
En este contexto de abordajes innovadores y propuestas emergentes surge
este libro, expresión del trabajo colectivo im pulsado por un grupo de profesores
investigadores de la Universidad Autónoma M etropolitana, Unidad Iztapalapa. A
este proyecto se sum aron colegas adscritos a otras unidades de la UAM y a varias
instituciones de investigación y educación superior, tanto nacionales como inter­
nacionales.
En términos institucionales queremos señalar que la UAM Iztapalapa inició, hace
unos años, más precisamente en 2000, una nueva licenciatura en Geografía Humana.
La apuesta fue doble, primero la apertura de un programa de estudios nuevo como
reto en sí. Luego, el diseño de un plan de estudios capaz de integrar las tendencias
recientes de las ciencias sociales y las humanidades, particularmente tomando en cuenta
esos procesos ya señalados que han dado en llamarse «giro geográfico» y «giro cultu­
ral», experimentados no sólo en la geografía humana sino también en las otras discipli­
nas sociales. Evidentemente, estos giros no son ajenos al giro lingüístico, sino más bien
derivaciones y concreciones del mismo.7
Esta circunstancia, si bien parecería un proceso independiente de los contenidos
de este libro, fue el detonador del trabajo colectivo de profesores investigadores de
varias disciplinas, quienes reforzaron sus inquietudes por las miradas transdisciplinarias,
por indagar en la visión de los demás colegas acerca de temas y campos de interés
compartido, por visitar las vecindades disciplinarias. Así las cosas, ello contribuyó a
que en nuestra Universidad sé constituyera uña nueva área de investigación, denomi­
nada «Espacio y Sociedad», que fue impulsada por varios de los profesores investiga­
dores que iniciaron la carrera de Geografía Humana, junto con otros profesores con
intereses afines. En última instancia, la nueva área de investigación fue propuesta y
lanzada por investigadores que son activos partícipes de estos «giros» en la búsqueda
de nuevas miradas para entender la ciudad. En esta área de investigación se definió

7. R ecordem os que el «giro lingüístico» fue plan tead o p o r G ustav B ergm an en 1964 y rep resen tó u n paso
esp ectacu lar al p ro p o n erse com o un parad ig m a a p a r tir del cual los filósofos lingüistas p o d ían d escrib ir el
m un d o m ed ian te el análisis de u n lenguaje adecuado. Con an terio rid ad al giro lingüístico, cu an d o la filosofía se
refería al lenguaje se in teresab a p o r la relación en tre la p a la b ra y el objeto. E n otros térm inos, la preo cu p ació n
estab a en los vínculos en tre los objetos y las p alab ras com o co nstrucciones culturales: C ada p alab ra da cu en ta
de u n objeto y cad a objeto es n o m b rad o de u n a cierta form a. E n ta n to que el giro lingüístico in co rp o ra otro
esqu em a de relaciones: Lo relevante p a sa a ser la relación en tre la p a lab ra y la acción que esa p a la b ra suscita.
E sto tiene enorm e rep ercu sió n p a ra el análisis de la espacialidad ya que la relación en tre el «objeto y la palabra»
(p o r ejem plo, en tre el reco rte te rrito ria l llam ado región y la p a la b ra región) puede ser rep en sa d a a través de la
m ed iació n d ad a p o r la acción con sentido, y en consecuencia el sujeto que despliega dicha acción con sentido en
el espacio, y así lo construye socio-sim bólicam ente.

21
una línea de trabajo llamada «Imaginarios y Lugares», en la cual se han registrado e
iniciado varios proyectos de investigación,8
A su tumo, el área de investigación se integró a un cuerpo académico, figura
innovadora promovida por las autoridades educativas nacionales para reforzar la in­
vestigación. El cuerpo académico fue denominado «Estudios Socio-Espaciales». Al ser
evaluado a nivel nacional resultó ser reconocido desde el prim er momento como uno
de los únicos dos cuerpos académicos consolidados en ciencias sociales a nivel nacio­
nal en 2004.
Estas afortunadas institucionalizaciones han permitido otorgar una visibilidad
peculiar a la línea de investigación «Lugares e Imaginarios», en la cual contribuyen con
su trabajo de investigación los tres coordinadores de este libro, junto con otros tres
profesores de la UAM.
Desde estos contextos institucionales mencionados (pero también contextos del
pensamiento), y sumándonos a las actividades conmemorativas de los XXX años de
nuestra Universidad, en octubre de 2004 realizamos un Coloquio Internacional titula­
do «Imaginarios, Lugares y Metrópolis», cuyo éxito fue notorio, desde la convocatoria
abierta hasta los términos en los que se concretó como ámbito de encuentro, discusión
y reflexión colectiva en la búsqueda de nuevas alternativas para pensar la ciudad, fren­
te a la tradición urbana más consolidada para la cual la «ciudad sobre todo se analiza
desde lo m aterial y desde lo socio-económico», y el espacio urbano se concibe
prioritariamente en términos relativos, o bien como producto material y social.
En este Coloquio Internacional se presentaron y discutieron más de 40 trabajos
desarrollados por especialistas en el tema, procedentes de instituciones y lugares diver­
sos: Colombia, Chile, España, Brasil, El Salvador, Puebla, Monterrey, Guadalajara,
Nayarit, Michoacán, Toluca y el Distrito Federal. Los trabajos bordaron sobre seis ejes
temáticos albergados todos ellos en el tema general de Imaginarios, Lugares y Metró­
polis. Como espacio de reflexión se destacó por el notorio nivel de análisis, lo que
evidencia que el tema de los imaginarios y los lugares ha permeado sistemáticamente
las ciencias sociales de numerosos países y ya está dando frutos destacados dentro del
pensamiento actual.
A partir de los trabajos presentados en ese coloquio, continuamos trabajando con
algunos de los autores cuyos temas y enfoques encontraban una mayor cohesión inter­
na y cercanía a la de los coordinadores de este libro. Ese trabajo continuo nos permitió
llegar a esta obra.
Consideramos que tanto el Coloquio Internacional como este libro son una semi­
lla de la difusión de los estudios sobre el tema que se ha propuesto el área de investiga­
ción Espacio y Sociedad para los próximos años. También debemos destacar que tanto
el coloquio como el trabajo posterior que condujo a esta obra han contado con el apoyo

8. «El lu g ar com o cruce de sentidos» a cargo de M iguel Ángel Aguilar, «Lugares e Im aginarios en la ciudad
de México» cuyo responsable es D aniel H iem aux. «Figuras de la territorialidad: La casa y la calle en la construc­
ció n social del lugar» a cargo de Alicia L indón. «Terruños im aginados» bajo la resp o n sab ilid ad de Federico
Besserer. Cabe su b ray ar que el Área de Investigación E spacio y Sociedad tiene o tra lín ea de investigación dedi­
cad a a la reflexión m etodológica. E n esta ú ltim a línea y en diálogo co n los an terio res proyectos, se desarrollan
los siguientes proyectos de investigación: «En busca del espacio: L a geografía al en cu en tro de las ciencias socia­
les» bajo la responsabilidad de Daniel H iem aux. «D im ensiones expresivas en to m o al espacio cotidiano: lengua­
jes que con stru y en lugares» de M iguel Ángel Aguilar. «M etodologías cualitativas e n to m o a la relación lu g ar y
lenguaje» cuya responsable es Alicia Lindón.

22
de un fondo especial creado por la Rectoría General de la Universidad Autónoma Me­
tropolitana en ocasión de las actividades conmemorativas de los treinta años de nues­
tra casa de estudios. Nuestro más sincero agradecimiento a las autoridades de la UAM
por esta iniciativa que nos permitió realizar ese Coloquio Internacional y financiar
parte de esta publicación.
Por otra parte, tanto la Dirección de la División de Ciencias Sociales y Humanida­
des de nuestra unidad Iztapalapa, como el Departamento de Sociología, a los cuales
estamos adscritos los coordinadores de esta obra, han apoyado en diversas formas
nuestras iniciativas, tanto en la vertiente de institucionalización de nuestro trabajo
colectivo como en esta publicación en particular. Por ende, no podemos dejar de agra­
decer respectivamente al doctor Rodrigo Díaz Cruz y al maestro Víctor Alarcón Olguín
por su apoyo persistente y convencido a nuestro proyecto académico.
Finalmente, queremos mencionar que este libro es el resultado de un esfuerzo
colectivo de diversos especialistas que fueron convocados ex profeso para producir los
capítulos de esta obra. No podemos más que agradecer su confianza y reconocer la
calidad de los trabajos que nos ofrecieron para esta publicación.

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Géographies á Cerisy, Belin, París, pp. 287-299.

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Los centros históricos; ¿espacios
posmodemos? (De choques de imaginarios
y otros conflictos)
Daniel Hiemaux
Universidad Autónoma M etropolitana, México

Un título como éste puede parecer una contradicción. Estamos, en efecto, mez­
clando dos registros que, aparentemente, no pueden convivir: los centros históricos
son, en ojos de la mayoría de sus espectadores y de quienes pretenden vivirlos, un
remanente de un legado histórico, en otros términos, un patrimonio colectivo. Por
otro lado, los espacios de la posmodem idad refieren a esta fase, posterior a la moder­
nidad, de la cual no es necesario en este momento describir las características, en la
que los tiempos y espacios se atropellan entre sí, como si viviéramos como ciegos
desafortunados.
El propósito de este ensayo es convocar a una suerte de confrontación entre
dos formas de concebir los centros históricos. Para ello, introducim os la espacio-
tem poralidad de dos tipos de imaginarios: los imaginarios posm odem os y los
patrim onialistas, bajo el supuesto de que es a partir de la coexistencia, confronta­
ción y particularm ente de su conflicto, que pueden interpretarse las transform a­
ciones aparentes y visibles de los centros históricos actuales. Nuestros análisis si­
guientes no provienen de un caso en particular, sino de muchos, particularm ente
las ciudades latinoam ericanas y las europeas. El caso de las ciudades estadouni­
denses es sensiblemente diferente, por ello difícilmente cabrían en nuestras pro­
puestas analíticas.1
Como se ha observado recientemente en las ciencias sociales, la dimensión espa­
cial se ha tomado ineludible en cualquier análisis que pretenda recuperar la compleji­
dad. No obstante las fornias de tratar la espacialidad son variadas, y nuestra propuesta
no es hacerlo desde las perspectivas urbanísticas (sin negarles valor analítico y recono­
ciendo su progresivo acercamiento a las ciencias sociales desde hace por lo menos tres
décadas) sino desde un enfoque que sitúa el tema del sentido del lugar en el centro de
las preocupaciones.

1. C iertam ente que n o to d os los centros históricos de E stados U nidos y C anadá d em u estran las m ism as
tendencias. P o r ejem plo, los cen tro s de las ciudades del N oreste del subcontinente —cu n a de la colonización
inglesa y francesa, tan to en C anadá com o en los E stados Unidos— con frecuencia se asem ejan a las ciudades
europeas, p o r lo m enos en cu an to al in terés m arcado en p reservar y revitalizar sus centros históricos de reco n o ­
cido valor p atrim o n ial.

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Este interés en la espacialidad es parte del denominado giro geográfico experi­
m entado por las ciencias sociales, que aunque fuera difícil en u n principio con el
paso del tiempo ha mostrado su carácter benéfico. En última instancia, esto ha im­
pulsado una compenetración de conceptos derivados de la geografía hum ana con los
de las otras ciencias sociales. Si bien este proceso no ha escatimado dificultades
(como las relacionadas con el diálogo entre miradas aparentemente distintas), enri­
quece tanto a las otras ciencias sociales como la misma geografía humana. En este
artículo nos ubicamos en esta perspectiva, para contrastar las lecturas tradicionales
de los centros históricos con nuevas orientaciones en cuanto a la percepción de la
espacio-temporalidad.
Nuestro planteamiento sobre los centros urbanos toma como punto de partida la
confrontación entre temporalidades: el presente y el legado del pasado. Retomamos,
así, una perspectiva benjamimana. Esta visión exige la introducción de los imaginarios
urbanos.
En una primera parte de nuestro trabajo realizamos una prim era aproximación al
tema de los imaginarios, para después presentar las dos líneas de fuerza sobre la toma
de posición de los diversos actores sobre los centros históricos.

1. De los imaginarios urbanos

El tema de los imaginarios urbanos se ha puesto de moda: como bien lo señala


Armando Silva en su libro seminal de 1992, las «proyecciones fantasiosas» sobre el
tema, como él las denomina, han recibido una gran acogida por dos motivos decisivos:
por una parte, la articulación de la política latinoamericana con un fuerte ingrediente
imaginario «... como forma de confrontar el poder» (Silva, 1992: 14). Por otra, y más
importante desde nuestro punto de vista, surge el hecho de que «América Latina ha
visto nacer en los últimos años una auténtica pasión cultural por lo urbano y compren­
der lo que significa eso» (Silva, 1992: 15).
Finalmente, la ciudad es reconocida por las sociedades latinoamericanas como el
espacio principal, protagónico, donde.serealiza todo y aun lo demás: producción, dis­
tribución, consumo y, sobre todo en el m undo actual, la ciudacLtambién es el espacio
del espectáculo. Nos podemos remitir a los trabajos precursores de los situacionistas y
en primer lugar a los de Guy Debord (Debord, 1995), quien, más que otros autores,
supo anticipar la transición acelerada del mundo actual desde una sociedad de la pro­
ducción marcada por la rígida doctrina taylorista y por el espíritu protestante descrito
por Max Weber a inicios del siglo XX, hacia otra que entremezcla lo anterior con una
dosis poco común de desorden, instantaneidad, reagrupaciones sociales con sustratos
culturales ligeros, y un sentido creciente del ocio y de lo lúdico.
La sociología reciente en la voz de autores como Michel Maffesoli ha rendido el
testimonio de una recomposición de las sociedades capitalistas que supera el nivel de
las apariencias, para ir hasta el fondo del potencial humano que le permite resistir y
enfrentar el poder, sea político o económico, y crear así nuevas formas de socialidad.
En estas nuevas formas de socialidad, las apariencias, la fiesta y el mismo desorden,
son manifestaciones esenciales y sugestivas (Maffesoli, 1993; 2003).
Se podría objetar que las corporaciones económicas nunca habían sido tan fuer­
tes ni los gobiernos tan belicosos y represivos: ciertamente, pero también nunca la

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llamada sociedad «civil» había manifestado intereses tan divergentes, contribuyendo a
perfilar una sociedad diferente. Lo belicoso, lo lúdico, lo creativo y lo explosivo de las
sociedades actuales, expresa una circunstancia histórica en la cual no sólo hay expan­
sión global sino resistencia y actuación social.
Podemos definir entonces al imaginario urbano como una creación incesante de
figuras/formas/imágenes, a partir de las cuales solamente puede uno referirse a algo
(Castoriadis, 1985: 7). Esta definición preliminar pone el acento en la creación de ele­
mentos que escapan a la materialidad dominante y que remiten a un componente de lo
hum ano que ha sido con frecuencia menospreciado: la subjetividad social.
Lo imaginario, por ende, está relacionado con procesos cognitivos y de memoria,
sin que ello niegue su expresión en formas materiales, tanto de tipo arquitectónico,
como en los graffitis, los performances u otras manifestaciones efímeras. Aunque estos
procesos también se manifiestan en otras cuestiones como el atuendo de las personas,
resultado del deseo de evidenciarse y ser reconocido/admirado/rechazado a través de
comportamientos que buscan mostrarse como extravagantes.2 En otras ocasiones la
búsqueda de ser reconocido como diferente a las masas informes que suelen poblar las
ciudades, recurre a las marcas físicas duraderas o efímeras.
La incorporación de lo subjetivo entre los elementos fecundos para analizar la
ciudad de hoy debe asociarse con el rechazo creciente a los análisis realizados uni­
lateralmente desde las formas materiales o desde las imposiciones de la economía y la
organización social. Esta incorporación de lo subjetivo que había sido tocada ya por
Georg Simmel y posteriormente reforzada en parte por los estudios de la Escuela de
Chicago, desafortunadamente se fue diluyendo en el tiempo, sin que por ello no haya
dejado huellas importantes en la sociología y la psicología social, y en menor grado
también en los estudios de la ciudad.
Para comprender la ciudad a la que nos confronta el presente, tenemos entonces
que echar mano de la dimensión subjetiva que es constitutiva de las ciudades. Y una
forma de hacerlo es a través de la comprensión de la construcción simbólica individual
y colectiva de los territorios urbanos. Esto no implica sólo remitirse a las dimensiones
psicosociales, sino a todo lo que puede significar nuestra relación con la ciudad desde
la subjetividad.
La construcción de los imaginarios, es decir de un conjunto de figuras, formas e
imágenes por medio de las cuales nos representamos la ciudad pero también la cons­
truimos, deviene entonces un material esencial para la empresa de comprender la di­
mensión subjetiva de la ciudad, aunque no sea la única.
Quizás podamos hablar de «imaginario urbano», en sentido genérico, cuando
nos enfrentamos a un conjunto de elementos que apuntan a una construcción subje­
tiva particular que tiene características propias y se distingue de otras. Pero en tér­
minos generales, debemos reconocer la pluralidad de las construcciones imaginarias
sobre la ciudad, por lo que consideramos más oportuno hablar de «imaginarios ur­
banos» en plural.

2. Hoy la fig u ra del «m etrosexual» p arecería im ponerse com o la de u n a p erso n a que busca el extrem o
refin am ien to en su ap arien cia, p ero no deja de ser significativo que este tip o de extravagancias se h ab ía p resen ­
tad o p o r lo m en o s desde inicio s del siglo XIX con los «Incoyables» en F rancia, p o sterio rm en te la figura del
dan d y (personificada en el «Beau Brum m el» com o figura paradigm ática) o del «Pachuco» en el m undo latino de
la segunda posguerra.

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La complejidad misma de los imaginarios urbanos es, al mismo tiempo, el reflejo
de la selva subjetiva que habita el m undo urbano y la m anifestación de u n a riqueza
social con potenciales formidables: no hay una lectura, un pensamiento único que
surja y se modele a partir de los imaginarios urbanos, sino una pluralidad de sentidos
que se transmiten también en la extraordinaria complejidad de las manifestaciones de
estos imaginarios en la vida cotidiana; lo anterior, de paso, representa un reto muy
fuerte para la investigación urbana.
Los imaginarios urbanos no son estables, como ya se afirmaba anteriormente.
Son una creación constante, a la imagen de todo el trabajo de la mente urbana, que teje
y desteje constantemente, a diferencia de aquellos animales que construyen ru­
tinariamente de forma irreversible y con patrones muy precisos sus redes para atrapar
a las presas. Afortunadamente, los imaginarios urbanos no operan de la misma forma,
ya que la subjetividad social actúa permanentemente para recomponer las figuras,
cambiar las formas, repensar las imágenes, de tal manera que los imaginarios suelen
ser precarios.
Por otra parte, es necesario reconocer que existen dos niveles sociales de cons­
trucción imaginal: el individual, basado en las interpretaciones —siempre sociales—
de una persona, y el colectivo que se construye cuando las interpretaciones individua­
les logran encontrarse para confluir hacia imaginario colectivo que integra —sin por
ello desvanecerlas— las diversas construcciones individuales. Los modelos de imagi­
narios sociales pueden entonces ser entendidos como fuerzas transversales en el pen­
samiento social, que imprimen una direccionalidad sólida hacia ciertos comporta­
mientos colectivos.
Pero también se debe tener en mente que los imaginarios se deconstruyen con
cierta frecuencia: tanto en la confrontación con otros imaginarios, como por la perma­
nente interacción cotidiana entre lo que se ha asimilado subjetivamente por el pasado
con las nuevas figuras-formas-imágenes que emergen o literalmente brotan de la reali­
dad. Por ende, la construcción-deconstrucción-reconstrucción de los imaginarios ur­
banos es un proceso permanente que m uestra una gran capacidad de adaptación a la
innovación social vehiculada en las prácticas de la vida cotidiana.
Podríamos concebir los imaginarios como construcciones subjetivas cuyas com­
ponentes son esenciales ideas, por ende, cuerpos mentales sin reanaaa concreta y
tam bién sin espacio y sin tiempo. Es una forma de interpretarlos, quizás la forma
más frecuente en la literatura actual sobre el tema, forma que tiende a situar los
imaginarios en la esfera de la ideología. Lo significativo de esta postura es negarle a
los imaginarios todo tipo de vitalidad (vida). Dicha interpretación podría ser el resul­
tado de la forma tradicional de pensar el desarrollo de las ideas y, también, podría
resultar de la supervivencia de concepciones estructuralistas que relegan las ideas a
un plano estrictamente etéreo.
Nos parece, por el contrario, que los imaginarios urbanos son perfectamente
identificables en su dimensión espacio-temporal. Esto no quiere decir que la espaciali-
dad de los imaginarios sea susceptible de ser relacionada con un espacio absoluto,
medible en términos de la geometría euclidiana. De manera similar, tampoco referi­
mos a un tiempo lineal, igualmente medible y especializado, propio de la contraparte
temporal del mismo mundo espacial convencional.
Más bien, nos referimos a otra espacio-temporalidad: el imaginario se engarza en
un espacio subjetivo, no medible (de)formado por consideraciones no racionales,

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susceptible de mutaciones que tienen poco que ver con su materialidad. De la misma
form a, el tiem po de los im aginarios urbanos es algo diferente al tiem po m edido.
Puede trastocar el orden tradicional, es decir el del pasado-presente-futuro, reorga­
nizándose desde criterios y apreciaciones no lineales, sino curvadas por las presiones
ejercidas por la subjetividad y las sensaciones, a partir de las cuales se aprecia buena
parte de la realidad cotidiana. Los imaginarios operan entonces desde lo mental,
pero tom an cuerpo y se pueden entender sólo si se intuye su espacio-temporalidad
que forma parte del mismo imaginario, pero al mismo tiempo derivan en su m ateria­
lidad inmediata o mediata.
La espacio-temporalidad de los imaginarios implica que no pueden ser analizados
solamente desde su dimensión mental, sino también a través de los tiempos que los
generan, de los espacios que los inspiran, de las nuevas temporalidades que hacen
emerger y de los espacios que contribuyen a crear.
Detrás de las manifestaciones materiales de los imaginarios, a veces escondi­
dos en el discurso sobre la ciudad del individuo anónimo, emergen los motores
profundos de las transform aciones materiales de nuestras ciudades. Más que anali­
zar los «hechos», la realidad «concreta» (que tam bién merece una lectura desde lo
subjetivo y los imaginarios), el gran desafío del analista es interrogarse acerca de,
por ejemplo, una expresión verbal aparentem ente secundaria, una expresión pictó­
rica que parecería no trascender (la pinta, como un tatuaje no permanente), un
performance individual o social, no sólo en su sentido artístico actual sino adm itien­
do que todos representamos un papel en el gran escenario que son nuestras ciuda­
des actuales.
Estos interrogantes deben ser de acompañamiento y no de transgresión de la ac­
tuación verbal o comportamental ni tampoco de imposición de una tram a de análisis
preestablecida, como solía hacerse por el pasado y sigue haciéndose en ciertos contex­
tos de las ciencias sociales.
Podemos realizar muchos estudios sobre los imaginarios urbanos y, sin embar­
go, todos serían insuficientes si quisiéramos conocerlos «todos». Nuevos imagina­
rios se construyen en el momento mismo en que intentamos, tales Sísifos intelectua­
les, co n stru ir el m odelo del im aginario estudiado, pensando —con cierta cuota de
idealismo o de ingenuidad— que quizás estamos construyendo un tipo ideal we-
beriano.
En las páginas que siguen tratamos de reconstruir las características centrales de
dos modelos de imaginarios, que consideramos esenciales para entender los centros
históricos actuales: éstos son los imaginarios patrimonialistas y aquellos que se deri­
van del asalto posmodemo a nuestras ciudades latinoamericanas. Como ya lo mencio­
namos en la introducción, estas construcciones que hacemos son a la vez resultados
del seguimiento de las transformaciones recientes de los centros históricos de las ciu­
dades latinoamericanas y europeas, pero también son una suerte de modelo que he­
mos intentado construir en diálogo con dichas transformaciones. Su valor no se deriva
entonces tanto de su capacidad de adaptación precisa para la comprensión de algún
caso particular, sino de que pueden ser figuras de referencia con las cuales las diversas
realidades concretas pueden confrontarse.

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2. Los imaginarios patrim onialistas: dim ensión espacio-tem poral

La modernidad, en su afán por distanciarse de las sociedades tradicionales, ha


sido ávida de destrucciones en sentido material. Desde los albores de la nueva revolu­
ción urbana, ahijada de la modernidad en ciernes en los inicios del siglo xrx, hasta
nuestros días, la historia de las destrucciones urbanas parecería superar en intensidad
y extensión el relato de las construcciones nuevas.
En los últimos tiempos se ha asistido a un interés creciente por comprender algu­
nas formas espaciales de la modernidad incipiente, tan bien apodada por Walter Ben­
jam ín como «ur-modemidad» (Benjamín, 1996). La aparición de las galerías cubiertas
en Europa y casi simultáneamente en Estados Unidos desde principios de siglo xrx, el
surgimiento de las tiendas departamentales en la segunda mitad del mismo, la multi­
plicación de las exposiciones universales y las grandes ferias coloniales, son algunos de
los temas que han interesado a geógrafos, sociólogos, filósofos o estudiosos de la cultu­
ra en los últimas veinte años (Gregory, 1994; Pred, 1991).
De paso, esto ha obligado a una nueva lectura de la obra de Walter Benjamín que,
sin lugar a dudas, fue pionera en la materia, con su inolvidable e inconcluso Passagenwerk
que se ha vuelto una obra de «culto» para este género de estudios.
También el análisis de las formas urbanas del pasado y de las grandes transforma­
ciones de las ciudades es sin lugar a dudas el paradigma que ha florecido en la literatu­
ra sobre el tema (Harvey, 2003). Como antecedente empírico de estas transformacio­
nes siempre resulta ilustrativo recordar la visión de Napoleón III, materializada en la
traza parisina por el barón Haussman.
Esta situación seguramente es la consecuencia de un interés genuino hacia las
formas de reconstrucción impulsadas por la modernidad, de las cuales están pendien­
tes de analizar muchas facetas. Este interés también parecería corresponder a un esta­
do de espíritu que nos genera la necesidad de m irar hacia el pasado, cuando el presente
se ha acelerado a tal grado que parecerían haber desaparecido los referentes tempora­
les tradicionales a los cuales las sociedades modernas se remitían.
La mirada al pasado es entonces una forma de entender cuáles son los imagina­
rios sociales que han conducido el mundo actual al estado en el que se encuentra.
El téma de nuestras ciudades se ha vuelto crucial. La#prol¡fei ación de centros
comerciales, la privatización del espacio, la segregación o dualización creciente o in­
clusive la mundialízación de las ciudades son temas actuales que invitan a recorrer la
historia de las ciudades en busca de elementos explicativos y quizás de analogías fe­
cundas. Las analogías entre las galerías cubiertas y los centros comerciales actuales
parecen hoy cobrar gran interés, y seguramente constituyen una línea próspera de
análisis.
A pesar de este aspecto en particular, queremos destacar una tendencia más inten­
sa. Hoy en día nos encontramos en una verdadera boga de regreso al pasado que afecta
a todas las esferas de la vida social del planeta. La mirada sobre el pasado puede ser
asimilada a una forma de enfrentar la angustia profunda que se deriva de la contem­
plación de un mundo que pretende negar su pasado (el fin de la historia) y que trans­
forma radicalmente la faz de la tierra, los paisajes tradicionales del mundo de la mo­
dernidad.
En este sentido, el pensamiento de David Lowenthal (Lowenthal, 1998), quien
consideró al pasado como un país extraño, está lleno de enseñanzas. Para entender la

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sociedad de hoy y su forma de enfrentar el presente debemos asumir que nuestra m ira­
da hacia el pasado puede ser una suerte de viaje a tierras desconocidas pero con gran
capacidad para explicamos, por analogía, el presente.
No es tema de este trabajo profundizar sobre la necesidad de este viaje al pasado
que deben realizar las sociedades actuales. Sólo abordaremos una faceta del mismo,
la m irada al pasado del imaginario patrimonialista que anunciábamos en el título de
este acápite.
El imaginario patrimonialista sería entonces el conjunto de figuras/formas/imá-
genes a partir de las cuales la sociedad actual, o por lo menos una parte de ella, concibe
la presencia de elementos materiales o culturales del pasado en nuestro tiempo y nues­
tro espacio de hoy. También el imaginario patrimonialista es la guía de ciertos progra­
mas sobre los centros históricos en particular, pero también sobre otras manifestacio­
nes de las espacialidades del pasado todavía presentes en la actualidad.
Podemos calificar al imaginario patrimonialista como el sustrato que guía el in­
tento individual y colectivo de algunos para imponer al resto de la sociedad, la preser­
vación de las marcas físicas y de las manifestaciones culturales que estuvieron en boga
en épocas anteriores.
Por ende, el imaginario patrimonialista se ha vuelto una fuerza potente que no
sólo marca el pensamiento actual sobre las ciudades y particularmente sobre sus cen­
tros históricos; ha devenido un verdadero referente al cual se remiten constantemente
aquellas personas o grupos que tienen alguna capacidad y poder para transformar de
raíz las formas materiales de las ciudades; entre ellos contamos a los políticos, los
promotores inmobiliarios, ciertos empresarios modernos, pero también aquellos sec­
tores profesionales cuyas actividades están fuertemente enlazadas con la historia m a­
terializada en huellas espaciales: arqueólogos, arquitectos, historiadores urbanos, en­
tre otros.
El imaginario patrimonialista tiende a plantear que las manifestaciones materia­
les de las culturas urbanas del pasado deben ser rescatadas, preservadas y enarboladas
por las sociedades actuales. Esto proviene de la perspectiva que busca revalidar un
pasado de fuerte presencia para la producción actual de identidades y formas de cohe­
sión social.
Se defiende la idea de que el pasado es parte de nuestro presente y que, a la mane­
ra de lo expresado por el geógrafo brasileño Milton Santos, el pasado se encuentra, en
cierta manera, cristalizado en las formas materiales del presente, bajo la forma de las
llamadas «rugosidades» (Santos, 1990: 20). Así, para entender nuestro presente, es
ineludible comprender nuestro pasado y, en particular, reconocer y valorizar sus for­
mas materiales cristalizadas en el espacio actual, nuestro espacio de vida.
Los defensores de un imaginario patrimonialista, aquellas personas o grupos que
se han encargado de circular socialmente (difundir) este constructo, no dejan de utili­
zarlo como sustento de su actuar cotidiano sobre los centros históricos. Ya sean em­
presarios o asociaciones civiles que se construyen en tom o a la defensa del patrimonio
material urbano, todos sin excepción «operativizan» su imaginario en la concreción de
sus acciones. Por ende, este imaginario tiene un papel significativo en las transforma­
ciones actuales y en el futuro de los espacios urbanos fuertemente marcados por el
pasado.

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3. El Centro «revisitado»: el asalto posmoderno

La otra vertiente de los imaginarios urbanos sobre los centros históricos se impo­
ne a partir de la deconstrucción de la concepción moderna del tiempo y el espacio. Los
nuevos imaginarios urbanos resultantes irrumpen en los centros históricos a partir de
las consideraciones espacio-temporales progresivamente impuestas por la moderni­
dad acelerada: éste es el imaginario posmodemo sobre el centro histórico.
Iniciemos por esclarecer los rasgos esenciales de este imaginario a partir de sus
fundamentos espacio-temporales. Como ya lo han manejado varios autores (Giddens,
1997), el punto clave es la transformación en la concepción del tiempo a partir de las
potencialidades ofrecidas por la tecnología. Las consecuencias inherentes a un modelo
marcado por la fragmentación de la linealidad temporal es la pérdida de la continui­
dad del tiempo lineal, propio de la modernidad pero construido a lo largo de varios
siglos. Así, la pedacería del tiempo, esta atomización de la duración en momentos sin
continuidad (Bachelard, 2002), conlleva una pérdida de memoria y de las tradiciones /•
históricas.
Cada momento es valorizado en sí mismo, es concebido como un fragmento pre­
sente, un momento vivido, pero sin la profundidad ni la textura insertas en la referen­
cia temporal de largo plazo. Esta vida del —y para el— instante, esta fragmentación de
la vida cotidiana, se traduce simultáneamente, por una desestructuración de las for­
mas espaciales propias de la modernidad.
El espacio pierde, pues, su sentido de lugar, cargado de historia, de referentes
identitarios y de memoria colectiva. Se hace sólo un espacio genérico, que puede dife­
renciarse de otro gracias a cualidades físicas distintas, a localizaciones evaluadas como
interesantes o en virtud de potenciales complejos.
Estamos asistiendo a lo que Henri Lefebvre había advertido en términos de la
indiferenciación del espacio a medida que avanza el capitalismo (Lefebvre, 1974). Este
espacio absoluto es una suerte de espacio indefinido, moldeable según las necesidades,
fragmentado según requerimientos particulares.
No es de extrañar entonces que este espacio no integre la profundidad histórica
anterior, y que los imaginarios susceptibles de construirse en tom o a él no reflejen más
que conjeturas sobre el sentido «présente» dé este espacio. Sentido del espacio que no
es, indudablemente, un sentido de lugar. Pero también, es un sentido del espacio sus­
ceptible de modificarse en cuanto se modifiquen los intereses, se desplacen las imáge­
nes acerca de los ideales de belleza, de valorización estética, de sentido para hacer
posible un nuevo instante presente.
El imaginario que se construye en este contexto no manifiesta el mismo interés
por el pasado y su cristalización espacial en sitios y monumentos, que aquel que suele
plantearse el imaginario patrimonialista. No por ello destruirá estos sitios y monu­
mentos, sino que no dudará en refuncionalizarlos para necesidades ingentes, ligadas
con la percepción que en un momento dado se hace de este espacio al cual se encuentra
confrontado.
Por ende, no existe el sentido del estilo —como advertía también Henri Lefebvre a
fines de los sesenta (Lefebvre, 1972)—, se pueden mezclar los géneros arquitectónicos,
se pueden confrontar en un mismo conjunto marcas de un pasado dejadas por el paso
del tiempo con creaciones nuevas (Jameson, 1996). La nueva concepción de la armo­
nía estética no viene de una adaptación de lo nuevo a lo viejo, sino de un choque,

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frecuentemente voluntario, entre elementos pasados en su inserción con rasgos nue­
vos, con muestras de la más refinada posmodemidad arquitectónica.
La yuxtaposición de estilos, vista como incongruente por el imaginario pa-
trimonialista, es percibida por el imaginario posmodemo como una forma una acu­
mulación hic et nunc de lo que ha sido dejado por otros presentes. La diferencia entre
períodos de edificación no alcanza a tener sentido ya que cada uno de ellos fue «pre­
sente» en un momento dado: el momento actual sólo recoge la «presentación» (la pues­
ta en exhibición en la actualidad) o sea el hecho de insertar en el momento actual,
vivido, restos de un presente pasado que perdió su sentido como tal.
No existe pues incongruencia de estilo si todos los presentes anteriores se han
vuelto actuales, por lo que la vida urbana puede apropiarse de estos restos, de estas
ruinas que testifican otros presentes.
Los usos que pueden darse a los edificios dependen entonces tam bién del ins­
tante vivido: los usos se desprenden de la piedra, sólo la ven como un recipiente
desprovisto de historia: así, la casa patricia se transform a en «antro»; luego el antro
deviene oficina de diseñadores, o ésta en un café de franquicia; todo es posible, por­
que las porciones del pasado cristalizadas en el espacio de hoy se yuxtaponen sin
por ello forzosamente integrarse (en el sentido de lograr una integración de estilo,
uso y sentido) con el resto de las edificaciones.
La tradición de las escuelas estéticas no es entonces primordial, más bien puede
imponerse como confrontación, como voluntad de jugar con estilos y momentos en
collages espaciales de temporalidad limitada.
La vida urbana que se puede reinsertar en los centros históricos y en ese patrón
espacio-temporal, no podrá nunca adquirir las características de la urbanidad tradi­
cional, donde la pertenencia se tejía entre espacios conexos, por las tradiciones y cos­
tumbres ancladas en la piedra y en la memoria colectiva, con la certeza de actuar de
manera «adecuada» y avalada por la costumbre. Este modo de vida urbano tradicional
se ha desmoronado progresivamente por la embestida de la modernidad. Ésta insertó
progresivamente, en un proceso de décadas, piezas de un nuevo juego ajeno a la vida
tradicional de los barrios centrales. Los comercios nuevos, las actividades recreativas
no tradicionales, las nuevas pautas constructivas y la destrucción progresiva del patri­
monio para fragmentarlo en piezas sueltas, inconexas, todas ellas fueron algunas de las
estrategias modemizadoras que llegaron progresivamente para imponerse y transfor­
m ar de fondo los barrios tradicionales.
Sabemos que algunos barrios pudieron «resistir», en ciertos casos por la cali­
dad de su patrimonio protegido por las autoridades, otros por la fuerza de su econo­
m ía local, algunos otros por ofrecer anticipadamente servicios a la modernidad, sin
olvidar aquellos que por la marginación y pobreza fueron m antenidos como espa­
cios de reserva para la modernidad en expansión. La mayoría de los barrios tradicio­
nales fueron progresivamente perdiendo su vida urbana o protegiéndola con suma
dificultad.
Los cambios actuales entonces, no son el resultado de un pasado reciente, de los
últimos años de hipermodemización, de la llamada «globalización», son el fruto de
años de una transformación que suele ser lenta pero no por ello menos drástica (aun­
que en algunos casos se hayan dado programas de «renovación urbana» con una re­
construcción radical y de temporalidad acelerada). Hoy se vive algo que no puede
comprenderse de m anera profunda sin considerar el proceso que llevó a la degrada-

35
ción de la vida urbana anterior. Y en esos procesos, los imaginarios fueron y son
centrales.
Así, la vida urbana que se pretende reconstruir es diferente a la que mencionamos
antes en varios sentidos. En primer lugar, porque ha perdido esta profundidad históri­
ca que citamos; en segundo lugar, porque no pretende recrear una vida tradicional, aun
cuando se instale en espacios tradicionales y construya escenarios teatrales miméticos
de ciertas pautas de la vida urbana anterior (los cafés con terrazas al aire libre, las vías
peatonales...); y finalmente, porque no hace realmente «ciudad» sino que introduce el
espectáculo urbano en la vida de quienes no conocieron pero anhelan nostálgicamente
una vida urbana desaparecida desde décadas atrás.
La dimensión espectacular es ciertamente la clave. En eso, los centros históricos
no son muy distintos de los parques de diversión, particularmente aquellos que han
usado la dimensión estética e histórica como atracción. La temporalidad del escenario
es diferente, pero el uso suele ser similar. Por ende, entre Las Vegas y el centro de
Cracovia o de la ciudad de México, la diferencia no es esencialmente el símil de vida
urbana que se constituye, sino la presencia de actores institucionales, que producen
este espacio y lucran con su uso, en forma evidentemente más intensa y «comodificada»3
en los parques de diversión.
Pero la «comodificación» del espacio es ahora parte inherente del uso de los cen­
tros históricos. El estacionamiento pagado o los parquímetros fueron las primeras
expresiones de ese carácter monetario (aunque la venta sea efímera) de fragmentos del
espacio urbano; el café se paga más caro en la terraza y el mismo dueño del sitio paga
impuestos para usar el espacio público en su beneficio, en una suerte de privatización
temporal.4Las actividades pagadas se multiplican: ferias, museos, exhibiciones de cual­
quier tipo, esculturas humanas requiriendo de su cooperación voluntaria (cuasi pago)
así como los organilleros. El transeúnte parece apreciar y justificar el precio que debe
pagar para usar este espacio y «jugar a ser un urbanita» tradicional.
El imaginario posmodemo permite así que un Ersatz5de vida urbana tradicional
sea parte de la vida espectacular a la cual nos invitan en todos los rincones de nuestra
existencia. El centro histórico es un espacio privilegiado para ello, un reservorio de
imágenes que también puede llamar a la superficie a aquellos recuerdos transmitidos
por las tradiciones familiares o reflejadas-en el cine local. Por ejemplo, podemos pre­
guntamos si el imaginario posmodemo acaso no juega más Sobre las imágenes acumu­
ladas en la historia mental de las personas, o si usa prioritariamente aquellas imágenes
vehiculadas por los medios masivos de comunicación.
Todo parecería indicar que es lo segundo, tanto más que las reconstmcciones his­
tóricas o los escenarios tradicionales suelen ser frecuentes en las producciones televisivas,
como las telecomedias y las series históricas, para los cuales el recurso a asesores histo­
riadores es frecuente. La «historia» (con «h» minúscula) de algunos historiadores es la
disciplina que hace verosímil las reconstmcciones «pseudo», ofreciendo así un nuevo

3. U sam os los neologism os «com odificar» y «com odificación» p a ra tra d u c ir los térm inos anglosajones refe­
rid o s al proceso de tran sfo rm ació n de u n b ie n o u n a idea en algo «vendible».
4. E n u n aspecto se asem eja a aquello que G offm an plan teab a con el ejem plo de la apropiación efím era que
u n a perso n a puede hacer de u n a b an ca en u n a plaza, con la diferencia que en el ejem plo goffm aniano no en trab a
el pago p o r esa ap ro p iació n efím era.
5. Ersatz es la p alab ra alem ana p a ra referirse a sucedáneo, u n p roducto de reem plazo y se aplicó particular­
m en te a ciertos su stitu to s de bienes de consum o escasos com o el café, d u ran te la S egunda G uerra M undial.

36
derrotero profesional a quienes no parecían tener lugar en un mundo que pierde cada
vez más la memoria.
El límite entre la «ciudad espectáculo» y la «ciudad farsa» es muy estrecho:6 las
necesidades de la rentabilidad y el deseo de producir actividades «comodificables» a
corto plazo, conllevan a emprender maniobras tales como disfrazar las actividades
«mal vistas» con el color y estilo del barrio (el McDonald’s del Barrio Latino en París,
disfrazado de cultura con falsos libros y un busto de Voltaire, presumiblemente de
plástico). También, en la ciudad de México, un falso tranvía turístico (un bus disfraza­
do) recorre el centro histórico.
Los centros históricos se vuelven así, concretamente, lugares aprovechables para
imponer nuevos imaginarios de vida urbana, susceptibles a su tum o de engendrar
prósperas actividades.

4. El conflicto inevitable

Suele considerarse a los centros históricos como espacios del conflicto entre un
sector tradicional de la población que vive en el —y del— mismo y un sector «moder­
no» que desea recobrar ese espacio. Vendedores ambulantes, población residente (con
frecuencia envejecida) e intereses meramente locales, formarían entonces un primer
grupo, mientras que jóvenes en busca de nuevos espacios de calidad para vivir, empre­
sarios ilustrados, funcionarios y políticos bien intencionados que desean m antener el
patrimonio, formarían el segundo grupo en conflicto.
Esta forma de enfocar la situación social de los centros históricos plantea, de
forma simplista, que el problema medular principal de los centros es la presencia de
los sectores débiles, aquellos que forman parte del «circuito inferior de la economía
urbana» (Santos, 1975). Son vistos como invasores en el caso de los ambulantes, o
como un residuo de un pasado inaceptable, como personas incapaces de preservar el
valor patrimonial de los centros históricos; por ende, se les presenta como elementos
negativos. Este discurso es elaborado no sólo por las cámaras del comercio o agrupa­
ciones empresariales, sino también por los políticos que comparten esta interpretación.
Para consolidar aún más este enfoque, se opera una asimilación entre la informalidad
y la baja integración social y económica con la peligrosidad: el referente renovado de
las «clases peligrosas», discurso propio de fines del siglo X IX , se ha reactivado últi­
mamente.
Los estudios de Neil Smith sobre Nueva York evidencian que lo anterior es una
estrategia muy clara de ciertos grupos económicos asociados con una parte de la clase
política local, lo que se hizo evidente durante el mandato como alcalde de esta ciudad
de Rudolf Giuliani (Smith, 1996).
Tal enfoque no sólo es limitado: sobre todo descarta o esconde de tajo que los
intereses sobre el centro histórico son antagónicos. Este antagonismo se refleja enton­
ces, en prim era instancia, entre quienes suelen ocupar el centro histórico de una ciu­
dad y quienes desean reapropiárselo. Podemos afirmar que estamos frente a una visión
endógena de quienes viven o trabajan en el centro (es decir que tienen ya una presencia

6. Aquí cabe la referencia a A rm ando Silva que habla de período de producción, consum o, espectáculo y farsa.

37
fuerte, aun si no es una residencia permanente) confrontada con la visión y los intere­
ses de aquellos grupos que manifiestan una visión transformadora del centro, lo que
incluye ta n to los enfoques p a trim o n ialista s m ás convencionales com o los
«posmodemos ».
Se detectan serias contradicciones entre los dos imaginarios recién citados, pero
tam bién en el seno mismo de cada uno. Los intereses son suficientemente comple­
jos como para justificar su desmenuzamiento. Esto es justam ente lo que permite
dilucidar un abordaje desde los imaginarios. En este caso sólo hemos confrontado
dos imaginarios, los que consideramos más significativos o de fuerte emergencia.
Son aquellos que rem iten a las visiones exógenas sobre el centro histórico, es decir
aquellas que se sustentan una postura de conservación, y los que demandan una
reforma radical del sentido mismo del patrim onio en un contexto netamente más
emprendedor.
Debemos ubicar el sentido mismo del conflicto, es decir cuáles son las llaves
para entenderlo. Por una parte, parece que detrás de estas posturas está el sentido^
mismo de la historia: historia-recurso para los emprendedores versus historia-patri­
monial para los otros. La apuesta no es m enor ya que es el sentido mismo de la
historia de las naciones, de los pueblos, la que está en juego. ¿Podemos perm itir que
la historia se vuelva un elemento más de la búsqueda exacerbada de ganancias, con el
riesgo de destruir los fundamentos de la identidad? ¿Es más importante, en esta fase
en la cual nos encontramos, pensar en patrimonio histórico o en historia «como­
dificada»?
Por otra parte, el sentido de lo público y lo privado se ubica en el meollo de la
discusión. No solamente lo público como propiedad, lo que de por sí es relevante,
sino la idea misma según la cual los centros históricos son un patrimonio vivo que
pertenece a todos y no debe ser sujeto de una nueva producción para fines privados.
Éste es el sentido mismo de la preservación patrimonial y su transformación en un
capital cultural colectivo. La otra postura recupera los elementos relevantes de los
centros históricos para transformarlos en nuevos soportes privatizados de la vida
económica.
Finalmente, nos inquieta más cuál es el sentido mismo de la vida social y particu­
larmente del tiempo libre que se encuentra en tela de juicio con estas transforma­
ciones. Mientras que el imaginario patrimonialista no ha pensado a fondo en las
implicaciones sociales de la preservación patrimonial, justificándose esencialmente a
partir de la preservación de un capital cultural colectivo, la visión posmodema va mu­
cho más allá.
Esa visión posmodema transforma los centros históricos en espacios privilegia­
dos para el turismo y la recreación, por ende interviene en el impulso fuerte de visiones
mucho más integrales de la vida social que el imaginario patrimonialista. De tal suerte
que el tiempo libre queda cada vez más sometido a la presión del consumo, ya no en el
contexto de sus espacios tradicionales (tiendas departamentales, centros comercia­
les. ..) sino en un entorno renovado susceptible de ser más atractivo para la población
(Judd, 2003). La posibilidad de ejercer una cierta transgresión7 (Giannini, 1987) o pe-

7. A dherim os a la definición de tran sg resió n de G iannini, com o «... cualquier m odo p o r el cual se suspende
o se invalida la rutina» (1987: 73).

38
queña subversión, como la llamamos en otro contexto (Hiemaux, 1999) frente a las
presiones sistémicas se ve reducida a nada.
En este sentido, parecería que el centro histórico como paisaje no es lo esencial en
la lucha de ambos imaginarios por el espacio central. Como lo hemos notado, es posi­
ble para el imaginario emprendedor recuperar las formas materiales del pasado para
reconvertirlas. Es además uno de los elementos clave de su aceptación en el interior de
la clase política. Entre no poder preservar a secas un elemento patrimonial y aceptar
un uso comercial que sirva a la preservación u otorgar recursos para la misma, la
elección parecería evidente.8
El conflicto se centra entonces en el modelo de vida que se quiere integrar en el
centro. Este modelo implicaría eliminar las formas tradicionales (residentes pau-
perizados, comercios de mala calidad con dominante de ambulantaje). Se exacerba la
lucha abierta entre las dos propuestas.
Regresando al tema de las temporalidades, son pocos los casos en los cuales la
eliminación del modelo tradicional puede hacerse de una vez, por lo que la convivencia
suele ser larga y conflictiva.
Por ello, los centros históricos recuperados tienden a ser lugares de alta vigilancia,
con pautas de consumo y de comportamiento muy definidas y de represión a la trans­
gresión. La vigilancia y la represión son entonces dos condiciones fundamentales para
la reconquista (calificada como «revanchista», según Smith, 1996) del entorno físico, y
para la transformación de su uso. La asociación entre la esfera política y la económica
se vuelve esencial, dando así lugar a la aparición de regímenes urbanos particulares
para los centros históricos.9 El caso de La Habana es particularmente ilustrativo en
este sentido, donde la extraterritorialidad del centro histórico está plenamente refleja­
da en las modalidades de su gestión actual. En otros contextos donde la capacidad
autoritaria es menos notoria, como es el caso de las ciudades mexicanas, la mezcla
social es más fuerte, aunque la tendencia es a una progresiva separación o dualización
entre espacios «reconvertidos» y «espacios en transición».
Por su parte, el imaginario patrimonialista, sostenido por las instancias de go­
bierno (a veces a regañadientes por la presión de los empresarios) podría perm itir un
uso socialmente más equitativo del espacio, un nivel de libertad mayor para las per­
sonas, una integración de las poblaciones residentes en los Centros históricos. Pero
esto sería posible sólo si se desprende de su m anto de virtudes estrictamente restric­
tivas y conservacionistas, para ofrecer propuestas con sentido para transform ar a los
centros históricos en espacios que posibiliten un modelo distinto de ciudad y de
sociedad.

8. H a sid o p a rtic u la rm e n te n o to ria esta d isc u sió n en el seno de las a u to rid a d e s a carg o del p a trim o n io
en M éxico: h a n aflu id o las d e m a n d a s de g ru p o s de p o d e r eco n ó m ico p a r a u s a r sitio s arq u eo ló g ico s p a ra
even to s co m erciales m ás o m en o s c u ltu ra le s (p o r ejem plo, u n c o n c ie rto de Jean -M ich el Ja rre co n lu z y
so n id o ) o p a r a «co m o d ificar» la o fe rta e n to rn o a o tro s ce n tro s, o sim p le m e n te p a r a re c o n v e rtir u n e d ifi­
cio. Lo a n te rio r h a g en e ra d o fu e rte s p o lém icas en el sen o m ism o de la c o m u n id a d re la c io n a d a co n el
p a trim o n io .
9. Un aspecto in teresan te es que el régim en u rb a n o constituido p o r el m odelo de asociación público-privado
p a ra la g estión de los cen tro s h istóricos puede ap arecer com o fuertem ente diferente del resto del im aginario y
del discurso p úblico sobre la ciu d ad en general, situ ac ió n p articu larm en te evidente en la ciu d ad de México,
don d e el d iscurso sobre el cen tro es de tip o represivo-posm odem o (inclusive se llam ó a G iuliani p a ra aseso rar
los tem as de seg u rid ad pública) m ientras que es m ás de centro izquierda (apoyo a los desfavorecidos) en el resto
de la ciu d ad aunque, au n así, con m atices.

39
El conflicto abierto no es menor: tampoco remite sólo al centro histórico, sino al
sentido mismo de la vida urbana y a su gestión desde lo político. Resulta particular­
mente ilustrativo que las posiciones de gobiernos de izquierda reflejen, en no pocos
lugares, un total acuerdo con la visión de la recuperación del espacio para su
comodifícación a favor de intereses privados.
Queda por construirse una reflexión sobre cómo evitar la degradación de los cen­
tros, conjugando los diversos imaginarios en una visión unificada de los centros histó­
ricos, menos excluyente pero también dinámica.

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41
Centros imaginados de América Latina1
Armando Silva
Universidad Externado de Colombia

Al recorrer la calle Hidalgo en el centro de México DF, algunos ciudadanos sentían


hasta hace poco un olor nauseabundo que los obligaba a taparse la nariz para escapar
de esos indeseables aromas. La alcantarilla fue canalizada, pero los olores continua­
ron. Para evitar este contagio colectivo, las autoridades decidieron, finalmente, insta­
lar en el lugar mismo de la fetidez la escultura El caballito del artista Sebastián. Con
esta operación estética se cambió una desagradable percepción olfativa imaginada por
una fuerte imagen visual ecuestre moderna. En Buenos Aires, Carlos Gardel es todavía
el personaje típico porque representa a la ciudad en diferentes lugares emblemáticos
de su centro histórico como el Obelisco o la reconocida avenida Corrientes: el cantante
andaba por esas calles donde se le recuerda con la imagen del típico porteño picaro o
«piola», ese «tipo bien pintón», «bien vestido y siempre ganador». También Gardel es
evocado en nuestros estudios12como parte de la Buenos Aires de los «barrios tangueros»
—La Boca, San Telmo, Barracas, donde según ellos nació el tango—, el más urbano de
los ritmos latinos, describiendo a toda la ciudad con la canción más representativa del
género: «Mi Buenos Aires Querido» (Lacarrieu y Pallini, en prensa). Pero esta figura
mítica de comienzos de la vida urbana en la primera parte del siglo X X es también
reclamada como originalmente suya por Montevideo, exhibiendo su acta de nacimien­
to en esa ciudad. Y todavía más; en Medellín, Colombia, celebran cada año en las
cantinas del sector de Guayaquil, en pleno centro urbano, no el nacimiento de Gardel,
sino su muerte, pues a su parecer uno es ciudadano del lugar donde muere, lo que allí
ocurrió en un desdichado accidente aéreo en 1935.
Las percepciones ciudadanas que responden a los centros de nuestras ciudades
del continente como hecho de cultura pueden seguir sin fin. Verdaderos o falsos, no
importa. Se construyen en la memoria ciudadana como ciertas. Rigen comportamien­
tos sociales, identifican comunidades, generan batallas entre seguidores de las mismas
causas, vislumbran el futuro. Poseen en común el ser fantasías ciudadanas nacidas al

1. El p re se n te tra b a jo se p u b lic a co n a u to riz a c ió n de la F acu ltad L atin o a m e rican a de C iencias Sociales


—FLACSO— sede Quito, ad o n d e se p resen tó originalm ente d en tro del Sim posio: «Centros históricos de Am éri­
ca L atina: gestión de suelos», coordinado p o r F em an d o C arrión (18 y 19 de ju n io del año 2005). S in em bargo
esta v ersión se p u b lica actu alizad a p o r su a u to r y ad ap tad a de su p resen tac ió n a n te rio r d en tro del Coloquio
In tern acio n al «Im aginarios, lugares y m etrópolis» de la U niversidad A utónom a de México —UAM— co o rd in a­
do p o r M iguel Ángel Aguilar, D aniel H iem aux, Alicia L indón y Sergio Tam ayo (27-19 de octu b re del añ o 2004).
2. Me refiero al P royecto «C ulturas u rb a n a s en A m érica L atina y E sp añ a desde sus im aginarios sociales»
(Convenio A ndrés Bello y U niversidad N acional de Colom bia, 1998-2005) en el cual m e baso p a ra las deduccio­
nes del p resen te ensayo. E n ad elante se c ita esta fuente sencillam ente com o Proyecto.

43
calor de la fricción social y, poco a poco, se convierten en hecho público, en saber social
reconocido. La ciudad —desde estas visiones— pasa a ser un efecto imaginario de sus
ciudadanos. Por ello los distintos caminos para dibujar esos mapas de afectos ciudada­
nos han de orientarse hacia su captación emocional. Si un sujeto siente un olor inexis­
tente es sin duda de interés para la psicología individual, pero si la fantástica sensación
es colectiva rebasa las fronteras íntimas y entra en el campo de las culturas ciudada­
nas: sus imaginarios urbanos.
¿Qué pueden aportar los estudios de los imaginarios sociales para dimensionar
los aspectos identitarios y culturales en los centros de las ciudades como hechos urba­
nos, en especial ahora en el nuevo milenio?
Permítanme pasar primero por algunas aclaraciones conceptuales. Al hablar de
los imaginarios le damos algunos alcances al término. Mientras los sueños son de vida
nocturna, de carácter arqueológico y por tanto miran o viven hacia atrás, los imagina­
rios se ponen de cara al futuro y lo visionan a su manera. Pensar al ser in futuro corres­
ponde a una concepción pirra fuera de discusión realista. Sin embargo, el ser in futuro
aparece en formas mentales. Decir, como lo evidenció el lógico estadounidense Charles
Peirce, que el futuro no influye en el presente es un principio insostenible; «equivale a
decir que no hay causas finales o fines». Los imaginarios llevados al estudio urbano
contemporáneo averiguan hacia dónde sentimos que vamos, lo cual se constituye en
base para la conformación de la ciudad imaginada que pretendemos. En este caso se
trata de pensar la ciudad desde un ángulo diferente, en vez de la ciudad física de los
arquitectos se m ira hacia los habitantes, sus sentimientos y sus culturas. Estos estu­
dios se fortalecen con una tendencia a la «desmaterialización de la ciudad» o, mejor
dicho, se concibe que los ciudadanos se urbanizan, se conforma un «ser urbano».
Urbanizar las ciudades significa cada vez más lo que recoge la presente perspecti­
va de estudios. Esto es atender un efecto que viene desde afuera, desde las tecnologías,
los medios, los saberes, los desplazamientos físicos. Urbanizar adquiere así un nuevo
sentido, distinto de aquel más reconocido de urbanizar la ciudad como se entendió
desde el siglo XVIII, en cuanto a edificar y producir cascos citadinos. Pero también es
distinto al sentido de urbanidad, dado desde el siglo XIX, como normas de buena con­
ducta ciudadana. Entonces, adquirir ahora el significado de urbano en su dimensión
cultural: los modos como los ciudadanos hacen un mundo urbano, lo comparten y lo
imaginan viviéndolo. Pero esa imaginación constructiva no«es reductible a la fantasía o
la simple quimera social, sino que adquiere la capacidad de actuar como modos socia­
les cognitivos que definen percepciones colectivas de ciertos grupos según lo que lla­
mamos «puntos de vista ciudadanos» (modos de recomponer un estudio de acuerdo
con categorías sociales que explico más adelante) o bien como imaginarios fundantes
de modos de ser locales, regionales o incluso, globales. A esta nueva perspectiva de
base imaginaria la hemos denominando urbanismo ciudadano3 y es desde ella que
presentamos estas reflexiones sobre sus centros imaginados. Por ello, se busca captar
cómo son vividos y proyectados los centros urbanos por parte de sus ciudadanos en el
caso de América Latina.
Este nuevo concepto de urbanismo ciudadano implica entender que la ciudad
visible, la de los mapas, de los edificios, de los límites geográficos, crece paralelamente,

3. AI respecto, p a ra u n a m ayor com prensión sobre lo m etodológico rem ito a Silva (2005).

44
o es absorbida, por la ciudad invisible, de las bases de datos, de las interacciones virtuales
y a su vez de los croquis imaginados. La Telé-polis o ciudad a distancia (de la que
hablan autores como Manuel Castells o José Echavarría) ya no se ve. Entre Polis y
Telépolis se agranda la diferencia y a su vez interactúan muy de cerca. Y es justo en ese
momento que la ciudad imaginada como categoría cobra su estratégico valor. Si la
ciudad se ve pero su urbanización es invisible por residir ahora en las culturas ciuda­
danas, nuestras acciones de vida urbana son impulsadas cada vez más desde una con­
dición imaginaria. Vivimos seguramente una primera vez en la historia cuando «ser
urbano» no significa vivir en la ciudad. Mientras la ciudad se desconcentra lo urbano,
entonces, se fortalece. De ahí lo discutible del concepto de «no lugares» del antropólogo
francés Marc Augé, pues sigue pensando en los espacios físicos citadinos, tradicionales
y estacionados, para concedemos la condición de urbanos, cuando la contemporanei­
dad la temporaliza, desde el tránsito, desde la acción entre sujetos, desde sus nuevas
culturas y así entra en sus mentes cohabitadas mutuamente sin establecerse en algu­
nos «lugares» específicos. Tal vez sea ésta la mejor manera de aceptar, ante la evidencia
misma, la existencia de las sociedades del conocimiento en la cuales vivimos y de las
cuales los imaginarios se constituyen en sus motores sociales.
Pero, ¿cómo entender desde una condición imaginaria a los centros tradicionales
que aparecen enclavados en nichos espaciales e históricos e incluso en ocasiones den­
tro de límites concretos? Al someter a consideración de varios ciudadanos de trece
ciudades de América Latina algunos grandes temas urbanos para ser proyectados,4 se
revelan visiones colectivas, algunas compartidas y otras opuestas o hasta excluyentes
en búsqueda de alguna ciudad imaginada que los represente.
Para una mejor comprensión metodológica menciono, a título informativo, que
para el estudio de los imaginarios urbanos se utilizaron estadísticas cualificadas según
puntos de vista ciudadanos, tales como identificar en los ciudadanos encuestados zo­
nas de residencia, desplazamientos diarios, género, estratos sociales y niveles de edu­
cación, entre otros, que actuaban como filtros de la percepción.5 Estas estadísticas se
aplicaron en todas las ciudades del estudio según criterios de probabilidad matemática
que nos permitiese hacer proyecciones confiables para formar «croquis ciudadanos»
de percepción sobre temas urbanos variados, desde meras sensaciones como miedos o
afectos por lugares hasta evocaciones libres, tales como la percepción del futuro o
visiones catastróficas compartidas. De esta manera, mediante respuestas muy subjeti­
vas, se pudo «zonificar» a los encuestados y generar diagramas con percepciones com­
partidas. Junto a la técnica estadística se utilizaron otras entradas, como las que llama­
mos crónicas de personajes reconocidos (en relatos de ciudadanos) y la fotografía de
lugares emblemáticos de la ciudad que revelarán imaginarios visuales y otros recursos
que no son relevantes para estas notas sobre los centros imaginados. En realidad las
apreciaciones que soportan este escrito sólo toman en consideración algunas proyec­
ciones generales (sin distinguir puntos ciudadanos específicos) sobre percepciones de
las zonas centrales de algunas de las ciudades estudiadas.

4. Las ciu d ad es que h a n sido p arte de este estudio son: Asunción, B arcelona, Bcienos Aires, B ogotá, C ara­
cas, C iudad de P an am á, La Paz, Lim a, M ontevideo, México DF, Q uito, Sao P aulo y Santiago. E sta investigación
h a sido g estad a p o r el C onvenio Andrés Bello (CAB) y la U niversidad N acional de Colom bia, 1999-2005.
5. P ara aspectos m etodológicos del Proyecto se puede co n su ltar Silva, 2005.

45
Así al abordarlos centros de algunas de las ciudades del estudio se puede observar
una gran variedad de hechos culturales que construyen esa ciudad imaginada, tales
como personajes que habitan los recuerdos de esos centros, algunas marchas que acon­
tecen en calles comparables a expresiones estéticas del arte público, zonas céntricas
que no son imaginadas por sus ciudadanos (en nuestras encuestas ciudadanas) pero
que existen en la realidad o, al contrario, olores que se imaginan pero no existen en la
realidad empírica, sitios de gran poder imaginario compartido por distintos grupos,
adonde llegan marchas de un sector social o de donde parten las de otro sector popu­
lar; sensaciones de peligro en centros de ciudades seguras o emblemas que concentran
una fuerte referencia ciudadana representada en esculturas, ríos o recuerdos. Y así
también se presentan otras experiencias que nos permitan poner de relieve la ciudad
imaginada que viven nuestros ciudadanos del continente. Asimismo, cabe destacar
que me baso en las consideraciones sobre cada una de las ciudades realizadas por los
autores de los libros que integran el Proyecto citado,6 que edito. Presento distintas
ciudades y trato de encontrar situaciones similares en todas o muy particulares de
cada una de ellas para avanzar en la caracterización urbana de un continente, lo que
acerca estas reflexiones a un hacer literario de los mismos ciudadanos.
Aclaro que los centros sobre los que reflexiono en este escrito no son todos imagi­
nados de la misma manera —y ése puede ser uno de los criterios fundantes sobre cuán
distintos son los imaginarios— en las distintas urbes, pero tampoco me ha interesado
exponer los mismos perfiles en cada una, sino que, más bien, he dado libertad para
representar cada uno según sus desbordes imaginarios más representativos, confiando
en que, al mirarlos en conjunto, nos den una visión del continente que las habita. En
esta operación se puede reconocer, también, que ideologías de los mismos autores de
los libros a los que retom o permanentemente en un ejercicio de inter-textualidad y de
cita comentada serán otro factor distintivo en la apreciación de cada urbe, y como me
baso en sus escritos —y muchas veces son sus propias voces las que hablan— se po­
drán apreciar unas diferencias de «tono emocional» al abordar las unas y las otras. Sin
embargo he terminado por reconocer que cada autor tuvo el logro de acercar mucho
su tono literario con la mentalidad de cada una de las ciudades.
En Montevideo la «Ciudad Vieja» apenas se piensa como City bancaria. Montevi­
deo se fue construyendo como una no-Buenos Ajresi (puertoain porteños), que sondos
del otro lado del río de La Plata, como frontera que divide y*también integra. A pesar de
la «paradoja de rivales y hermanas, para los montevideanos no existe ciudad más afín
a la suya que Santa María de los Buenos Aires». Hoy, según constatan Luciano Álvarez
y Christa Huber en Montevideo imaginado, la bahía ya no figura en el imaginario de los
montevideanos:

Mientras el Montevideo del puerto y la bahía ya no existe en el imaginario, apenas


en la realidad, el croquis urbano de los montevideanos dibuja una ciudad que perdió la
bahía y se estiró sobre el Río de la Plata [Álvarez y Huber, 2004: 32 y ss,].

Al seguir indagando por su centro o como allí se le llama, la Ciudad Vieja, encon­
tramos que para los montevideanos es una figura representativa, pero no sólo de la

6. C uando las citas de los escritores de los libros del Proyecto son extensas, las tran scrib o en bastadiíía y de
esta m an era d ar cab id a en la m ism a escritu ra a las d istin tas voces autoriales.

46
arquitectura y de venta de platos locales como de su reconocida carne bovina: la ciu­
dad del mundo que consume más carne por habitantes, sino que también corresponde,
en cuanto a espacio físico, a una área urbana lim itada p or la línea donde estuvieron,
hasta mediados del siglo XIX, los muros que rodeaban a la ciudad-fortaleza. Sin embar­
go, la misma Ciudad Vieja pugna por salir de su alternancia entre City bancada y
tugurio portuario habitado por marginales y desgastadas prostitutas, que poco se pa­
recen a la letra del tango. Mañana zarpa un barco: ya no son «muchachas de ojos
tristes» que nos vienen a esperar.

Mientras tanto, en el nuevo milenio, la Ciudad Vieja trata de reconstituirse como


ámbito residencial; ha logrado mejorar su perfil turístico. Es el caso de Mercado del
Puerto, enorme estructura de hierro, que concentra la mayor atracción de turistas y
montevideanos. Luego de haber sido un clásico mercado de abasto, se transformó, como
tantos similares, en lugar de gastronomía y tiendas típicas [Álvarez y Huber, 2004].

De acuerdo con nuestras estadísticas del Proyecto, en esa ciudad ante la pregunta
a los montevideanos sobre cuánto les gustan ciertos lugares, el 63 % sostuvo que el
Mercado del Puerto les gusta «mucho».

Foto 1: Venta de carne asada en Montevideo: la ciudad que más la consume en el mundo
(Foto de Óscar Bonilla)

A medida que el centro fue perdiendo en Montevideo valor de reconocimiento


ciudadano, ese protagonismo pasó al Paseo de las Ramblas que viene a ser como su
extensión moderna, lugar y paseo que concentra la mayor expresión de cualidades
positivas en el imaginario montevideano. Por ello vale la pena analizar su ubicación
como hecho espacial y social. La rambla es un producto del rediseño urbano que nace
y se instala definitivamente en la década que corre entre mediados de los años veinte y
de los treinta:

El primer tramo de su construcción, en la década del veinte, supuso una impresio­


nante obra de ingeniería, que le ganó 18 hectáreas al mar, en una operación urbanística

47
liderada y administrada por el Estado a través de la Comisión Financiera de la Rambla
Sur, cuyas premisas eran: conectar eficientemente la península y los barrios costeros,
continuar el centro de la ciudad hacia la costa, proporcionar a la población de la Ciudad
Vieja un paseo marítimo, otorgar a «la ciudad del turismo» un poderoso atractivo y regu­
larizar y embellecer el sector sur de la ciudad [Carmona, 1993: 89].

Esta situación de «salida» de la ciudad no le es ajena a la urbanización física de


las ciudades americanas ya que, o bien es un fenómeno estructural en las «ciudades
largueros» de Estados Unidos, donde vive más de la m itad de su población y las
cuales no poseen ningún centro, o bien es un hecho que pervive con distintas moda­
lidades aún en la actualidad como es el caso de los Country de varias ciudades del
estudio, ubicados en las afueras y donde se crean nuevos centros (de salud, comer­
ciales, de tráfico) o igualmente se trata de nuevas salidas como el caso de Puerto
Madero en Buenos Aires en los años noventa, donde se redescubre el río como nuevo
centro de paseos ciudadanos.
Buenos Aires, que fuera la ciudad sudamericana «más europea», ha ido tomando
el carácter de otras grandes urbes latinoamericanas en la misma medida en que el
colapso socio-económico fue profundizándose y sus calles fueron llenándose de vende­
dores ambulantes, indigentes, cartoneros, hechos de inseguridad, afirman las autoras
de Buenos Aires imaginado, Monica Lacarrieu y Verónica Pallini (en prensa). Sin em­
bargo, aún quedan huellas de la ciudad de las luces seductoramente espectaculares,
luces que en ocasiones m uían en apagones, momentos en que la urbe se observa
ensombrecida y espanta a sus habitantes.
Buenos Aires se debate hoy, entonces y de modo contradictorio, entre los recorri­
dos imaginarios de la «ciudad del progreso» que miraba a Europa —y ahora a los
Estados Unidos—, y la otra de los espacios practicados por los nuevos recorridos de la
«ciudad de la crisis».

Los primeros [recorridos imaginarios] marcados por los trazos civilizatorios que
dieron forma a la ciudad del siglo XX, registrados en los imaginarios mediante diversos
sitios representativos del centro como el Obelisco, barrios como San Telmo en tanto
reservorio de la historia de la ciudad y en su opuesto Recoleta, como espacio de la moder­
nidad, la elite y el ocio, el Teatro Colón, como fiel exponente dé la «alta cultura», entre
otros. Los segundos [recorridos imaginarios], pujando por dejar su huella sobreimpresa
en algunos de esos signos identificatorios y en otros territorios de la ciudad, a través de
itinerarios dibujados mediante la protesta visualizada en la forma de asambleas popula­
res y/o barriales, cacerolazos que siguen los caminos locales y que desde los mismos
muchas veces han sido conducidos hacia la Plaza de Mayo, piqueteros que cortan calles,
rutas y puentes o bien a través de circuitos de la indigencia, marcados por los cartoneros,
los niños que piden, los nuevos ambulantes, la reproducción de los «amantes de Poní
Neuf», así como del empobrecimiento bajo los nuevos espacios de clubes de trueque, con
una suerte de auge hoy en franca decadencia y el retomo de las ferias de abastecimiento
en las calles de algunos barrios [Lacarrieu y Pallini, en prensa].

Los ciudadanos en nuestro estudio, según Buenos Aires imaginado (en prensa),
hacen de la ecuación centro = ciudad una fórmula de lo perturbador, por oposición a
los barrios, vistos como tranquilos y solidarios. Esta división se repite en otros centros
latinoamericanos donde las elites han migrado a «sitios tranquilos» hacia afuera de la
ciudad, lo que a su vez nos permite comprender las influencias de los Estados Unidos,

48
en especial del modo de vida califomiano. Esta apreciación es bastante entendible
desde la ocupación «real o física» de la ciudad: el centro o mejor el micro centro, en el
que se ubica la «City financiera y bancaria» aparece como un «lugar de paso o tránsi­
to», ocupado entre las 9 y las 20 h y desierto los fines de semana cuando la gente no
trabaja (con excepción de algunas calles como Florida), mientras los ciudadanos resi­
den en los barrios cercanos o alejados del centro.
El centro para los consultados, además de lo histórico, corresponde a la zona
bancaria, la denominada city porteña. Cuando se solicitó que se lo definiera en térmi­
nos de tamaño, resultó que lo imaginan expandido y abarcando extramuros la zona de
los bancos y hasta tocándose con los límites de barrios como el Barrio Norte. No obs­
tante, es muy común en esta ciudad, como en otras del mundo actual de comienzos del
milenio, referenciar diversos centros que tiene la ciudad, como el centro histórico (San
Telmo), el centro de poder político y religioso (Plaza de Mayo con sus edificios históri­
cos), el centro comercial (variable según diversas centralidades como Florida, Santa
Fe), el centro de la cultura y el ocio (Corrientes, Recoleta), entre otros.
Varios residentes reconocieron, sin embargo, al centro histórico como un lugar al
que se accede a pie y se puede usar y en esto hay que hacer notar la diferencia, pues a
pesar del deterioro que ha sufrido Buenos Aires sigue siendo, no obstante, poseedora
de uno de los centros más usados, no sólo por sus habitantes, sino ahora por los nuevos
conglomerados turísticos que llegan de países de la región atraídos por los bajos pre­
cios, por las divisas baratas y por los iconos de su cultura urbana, como Gardel, Borges,
Cortázar, el tango o, si no, el hoy más promocionado imaginario nacional, el fútbol,
encamado en la figura de Diego Armando Maradona. Imágenes de estos iconos porte­
ños y nacionales pueblan parte del centro, se ven por las calles dispuestos a las fotos del
turista emocionado (véase foto 2).
Esos aspectos positivos que reconocen expertos en el mayor uso y referencia del
centro de Buenos Aires, respecto a otros centros de las ciudades del continente, se
deben a su accesibilidad a través de autobuses, trenes, Metro y de manera peatonal.
Todo ello contribuye a que hoy lo visiten durante el día cerca de dos millones de
ciudadanos.
La oposición centro-barrios, mencionada antes, remite también al centro del po­
der y la periferia, también llamada antiguamente los bordes o arrabales de Buenos
Aires. Pero la definición de lo barrial y de cómo se constmye el sentido de este tipo de
espacio es lo que ayudará a clasificar lugares de la ciudad en tanto barrios o no-barrios,
al mismo tiempo que permitirá desde la misma ubicar la posición central, referente
ineludible y distante respecto de aquéllos.
El centro de Buenos Aires, al menos en su lado oriente, ha sido revitalizado en
algunos aspectos por la reconstrucción de Puerto Madero, pero se trata de un sitio
«m», enclave posmodemo y elitista de la ciudad, vigilado de modo privado, de alto uso
turístico. Se encuentra al lado del puerto, donde hoy viven alrededor de 100.000 habi­
tantes que, luego de violentos desalojos, dejaron ver las condiciones perversas de las
actuales «recuperaciones» de lugares céntricos para una élite internacional, como lo
que ha pasado en Barcelona con la invasión turística que ha desalojado a sus habitan­
tes, o en Santiago con su apertura. Este nuevo centro de Buenos Aires, según el estudio
de Lacarrieu y Pallini, creció al mismo tiempo que la crisis de los años noventa, la del
famoso «corralito» (retención del dinero de los ahorradores y cuentahabientes) que
puso en tela de juicio el sistema bancario y que, como ocurrió en otras partes como en

49
F o t o 2: Muñeco de Maradona con aire de tango en el centro de Buenos Aires
(Foto de Armando Silva)

Brasil, a la postre significó el empobrecimiento de los habitantes y el enriquecimiento


de los bancos y las corporaciones de vivienda. No se vislumbra un diálogo entre las
políticas de suelo y la urbana.7 Los subsidios van a parar en el propietario de suelos,
como el caso de Puerto Madero, y no en la ciudad ni en los habitantes más desposeídos
que muchas veces viven de modo marginal en los territorios recuperados, que concen­
tran más riqueza aún pero que también empobrecen el espacio público por su misma
privatización. Buenos Aires no escapa a esta modalidad especulativa internacional en
aumento, que opera en la recuperación de ciertas zonas céntricas.
En la vecina Santiago de Chile, el centro posee la característica de ser especial­
mente resguardado en términos de seguridad. Se convirtió en la primera ciudad de
América Latina con cámaras instaladas para tal efecto. Sin embargo, al mismo tiempo
sus calles también son las de mayor invasión por parte del fenómeno de la venta ambu­
lante, como se verá enseguida al entenderlas como parte.de su emblemática actual. A
pesar de ser la ciudad con menos índices de criminalidad dentro las estudiadas y de su
bonanza económica, al ser Chile precisamente el país considerado más exitoso en la
apertura internacional, los habitantes de Santiago están entre los menos esperanzados
del futuro de las grandes ciudades del continente (gráfica 1) y la ciudad resulta percibida
como peligrosa (gráfica 2).
Por su lado arquitectónico, el neoclasicismo arquitectónico del siglo XIX —lo mis­
mo que ocurrió en Bogotá, una de sus ciudades pares en desarrollo, en su geografía y
sus intereses culturales— se instala más allá de un estilo, reconocen los autores de
Santiago imaginado Nelly Richard y Carlos Ossa. Constituye la expresión de un imagi­
nario político que confunde republicanismo con magnificencia: «lo público se arma

7. Conclusión reiterad a p o r varios expertos en planificación que asistieron al encu en tro «Centros histórico
y suelo», en Quito.

50
como el lugar desde el cual se contempla la bonanza del país, la certeza de sus institu­
ciones y la disciplina corporal de la ciudad» (Richard y Ossa, 2004). La taxjeta postal
que se estudió en Santiago hnaginado:

También habita este tiempo pues sus ftisios y escenas parisinas, sus cristalerías
británicas, sus valses y polcas, borran el rictus del temor y la violencia que coloca a los
«otros» (la chusma o el pueblo) fuera del perímetro geográfico de la legitimidad social
[Richard y Ossa, 2004],

Gráfica 1. Opinión del futuro de Santiago de Chile

□ negativa
■ positiva
□ otras

Gráfica 2 . Percepción de los ciudadanos


de América Latina sobre su ciudad
70
60
60

50 46____ 46
38
40 34 31 30
30
*
20
7,33
10
....
0

Zy

51
Desde la apertura económica de los años ochenta, los cambios en la situación de
la ciudad se han acrecentado vertiginosamente como se puede ver en su régimen de
exportaciones c importaciones, que superan con creces la producción local para el
consumo:

Los corredores que interconectan las céntricas calles Agustinas, Huérfanos y Com­
pañía sirven de expresión de una microeconomía de objetos, vanidades, alimentos y cré­
ditos que se juntan con lugares subterráneos habitados por peluqueros, reparadoras de
calzados, estudios fotográficos o talleres de «arreglarlo todo» para —finalmente— termi­
nar en los pasillos de galerías saturadas de pequeñas tiendas de relojerías, carteras, pelu-
ches, ropa «íntima», etc. La trama da forma a un modelo de gavilla que retoma sobre sí
mismo: ni la vocación española del damero salva al centro del caos que nace de las
disjunturas entre fragmentos de vida y poses comerciales a menudo irreconciliables
[Richard y Ossa, 2004].

El Paseo peatonal de la Calle Ahumada merece especial mención en esta referen­


cia a Santiago debido a su importancia histórica y social. Podría ser la calle más repre­
sentativa del centro, tanto por su uso como por la memoria que se tiene de ella por
parte de los santiaguinos. Al recorrerla se encuentra un mercado de mercancías bara­
tas de la economía global, que se ofrecen junto a algunos productos de primera necesi­
dad hechos localmente. También es una calle de varias actuaciones callejeras, de esta­
tuas humanas y de varias manifestaciones políticas. El 22,4 % de los consultados en
Santiago imaginado consideran al Paseo Ahumada, justamente, como una de las calles
con más movimiento de la ciudad. En el 17 % de los casos se la asocia también con
puestos de comida, y se la reconoce como una de las calles por la cual transitan más
hombres que mujeres. Es uno de los sitios que los ciudadanos asocian más con la venta
callejera (gráfica 3).

Gráfica 3. P ercep ción sobre la ca lle y zona con m ás ventas


callejeras en A m érica Latina

© Asunción

a Barcelona
a Bogotá

©Buenos Aires
© Caracas
B La Paz

a Lima
© México, D.F.

B Montevideo
© Panamá
a Quito

© Sao Paulo
a Santiago

52
El escritor Enrique Lihn, cuando se aprobó —bajo el régimen militar— la crea­
ción del Paseo Ahumada desconfío del anhelo modemizador que ese paseo peatonal
buscó introducir en la ciudad como impostura:

El Paseo Ahumada iba a ser la pista para el despegue económico, un espacio para la
descongestión urbana. Se trataba de cultivar un oasis peatonal en medio de una ciudad
tan próspera como vigilada. La vigilancia es lo único que recuerda el proyecto, se la
mantiene con armas y perros policiales. En todo lo demás ocurrió lo que tenía que ocu­
rrir. El Paseo es el pabellón en que se exhibe el quiebre del modelo económico. Son
razones de economía las que han convertido el Paseo en el gran teatro de la cmeldad
nacional y popular donde se practican todos los oficios de la supervivencia [Lihn, 1983].

La sonoridad fuerte y envolvente del centro puede ser otra característica de los
centros estudiados y a la cual se refieren Richard y Ossa para el caso de Santiago. Esta
hecha de una vocifería extraña y mutante que confunde las señales haciendo que todo
se reduzca a ruido.

Se cruzan las canciones de artistas de moda reproducidas en máquinas de contra­


bando que negocian CD «piratas», músicos profesionales que amplifican su espectáculo
con micrófonos y parlantes, grupos folclóricos que recuperan en sus voces furtivas me­
morias políticas, hombres y mujeres que recurren a la caridad para salvar familiares que
el sistema de salud desecha [Richard y Ossa, 2004].

Los consultados perciben a Santiago melancólica, sin goce y carente de alegría (34 %);
también la ven tocada por la tristeza (31 %), no la encuentran especialmente peligrosa,
pero se atreven a sentenciarla como insegura (33 %) y entre las contradicciones perceptivas
y los sentidos comunes hilvanados por la prensa, la política y el mercado, la vitalidad no es
un rasgo identificable (11 %).8Una calle emblemática del centro y que pesa en su proyec­
ción simbólica es la Plaza Italia, que es recomendada por sus ciudadanos a quienes visitan
la ciudad, por lo que se deduce que es concebida como algo orguEoso para mostrar. En la
Plaza Italia converge la alegría deportiva con la rabia política, el festejo con la indignación
social.

También puede ser entendida desde sü misma ubicación geográfica como el eje que
ordena y distribuye la ciudad según escalas de pertenencia urbana que van desde lo alto
hacia lo bajo, tanto en lo topográfico como en lo social [Richard y Ossa, 2004],

La Plaza Italia separa al Santiago rico del pobre, a la vez que sirve de principal
sitio de encuentro colectivo que recibe todo tipo de espectáculos y fiestas:

[...] desde el festejo por triunfos deportivos de fútbol, la realización de misas al aire
libre de Semana Santa, los homenajes militares a la estatua del General Baquedano, hasta
mítines sindicales o políticos [...].9 Visitada —en su mayoría— por jóvenes, Plaza Italia

8. La p reg u n ta del cu estio n ario ¿Cómo percibe su ciudad? ofrecía cinco alternativas no excluyentes, p erm i­
tien d o m a rc a r m ás de u n a, ra z ó n p o r la cual los au to res de Santiago Imaginado su m a ro n el to tal de respuestas
p a ra alcan zar el 100 %.
9. R ich a rd y O ssa (2004: 52) m u e stra n que el 35,5 % de los consultados aso ciaro n a la P laza Ita lia co n el
encu en tro , la celebración, el tu m u lto o la aglom eración de personas, lo que viene a consolidar u n h áb ito in au g u ­
rad o d u ran te las m an ifestacio n es políticas de los ochenta, y que se traslad a du ran te los noventa a la celebración
deportiva o futbolística, prin cip alm ente.

53
hospeda el frenesí de una cultura ex-céntrica que busca entre el Parque Forestal y Bellavista,
lo usual (el paseo) y lo transgresivo (la drogadicción). El papel de «límite simbólico» y
geográfico que ostenta la Plaza la dispone a la trashumancia juvenil. Es una frontera
sorda donde a determinadas horas de la madrugada se encuentran y se obvian pandillas,
traficantes, taxistas, puestos improvisados de comida casera, niños-vendedores,10 borra­
chos y trabajadores que circulan por el sector según su tumo laboral. La performance
territorial de la Plaza hace converger en ella la diversidad de los viajeros del Metro que,
subterráneamente, se desparraman por la ciudad a partir de una estación —Baquedano—
que hace de punto de conexión [Richard y Ossa, 2004: 52 y ss].

No hay que olvidar que la Plaza Italia de Santiago es el lugar desde donde se
controla las actividades ciudadanas con cámaras (foto 3).
Si pensamos ahora en ciudades ubicadas más al norte del continente, tenemos que
sus centros son aún más abandonados o menos atendidos. Quito, en especial en las horas
de la noche, se tom a casi de uso exclusivo de sectores populares o indígenas, abriéndose
una doble personalidad en su concepción: la diurna y la nocturna, como también ocurre
en Bogotá, Santiago, y en el Distrito Federal de México, así como en Caracas y otras más.
En Caracas, por ejemplo, se habla en lenguaje cotidiano de «minas» en referencia a la
zona donde quedaban las pomposas torres del afamado Hotel Hilton, en pleno centro. Al
preguntar en México DF por los lugares de la ciudad a los cuales llevaría a pasear a
familiares que vinieran de provincia, aparecen mencionados con intensidad sitios cén­
tricos como El Zócalo y la Catedral Metropolitana, los mismos que muestran las fotos de
prensa o las postales (Aguilar, 2003). Esto permite plantear, y ampliándolo a otras ciu­
dades latinas, que «la iconografía urbana m ira al centro», pero también sus habitantes
—sin excepción— en las ciudades estudiadas ubican su primer sitio de reconocimiento
de la ciudad en esa misma zona central (gráfica 4).

mi. U E |

Foto 3: Plaza Italia en Santiago, lugar donde se inician las cámaras de seguridad ciudadana
(Foto de José Errázuriz)

10. E n Chile, según la OIT, el 2 % de la población infantil trab aja p a ra ay u d ar a sus hogares, rep resen tan d o
u n to tal de 125.000 n iños que tien en en tre 6 y 17 años, y obtienen en prom edio p o r sus faenas n o ctu rn as (espe­
cialm en te de jueves a dom ingos) ingresos en tre 5.000 y 25.000 pesos (R ichard y Ossa, 2004: 93 y ss.).

54
En contraste, el centro se desocupa y el crecimiento de su población es negativo en
la mayoría de las ciudades grandes del continente, convirtiéndose en lugares de paso.
Tal pareciera ser, entonces, que el proceso de urbanización en Latinoamérica aleja
cada vez más a la ciudad de su centro mientras éste adquiere mayor relevancia a nivel
simbólico y político.
Quito, fiel representante de las ciudades andinas, fue la primera en lograr que su
centro histórico fuese inscrito en la lista de la Convención del Patrimonio Mundial de
la Unesco. Hernán Crespo, ex director de Cultura de ese mismo organismo, señala que
en América Latina la conservación de los monumentos había sido, antes del reconoci­
miento de Quito, una tradición más que centenaria, especialmente en México y Perú,
pero también en otros países en los que el legado de las culturas prehispánicas y sus
excepcionales edificaciones del período colonial habían propiciado el interés de algu­
nos científicos e intelectuales por su estudio y conservación. Sin embargo, no era opi­
nión generalizada, ni mucho menos, la necesidad de conservar los testimonios del
devenir cultural y social de los pueblos que podían no tener un valor excepcional si no
se los vinculaba con el contexto histórico y antropológico. Así, este autor señalaba:

Se creía, más bien, que esos testimonios que no tenían carácter monumental, que
habían pasado de generación en generación, debían desaparecer de los centros de las
urbes puesto que eran una rémora para el progreso [Crespo, 2004].

La necesidad de conciliar las exigencias del progreso urbano con la salvaguardia


de los valores ambientales ha pasado a ser hoy día una norma expresión de cierta

Gráfica 4. Sitios reconocidos de la ciudad: todos


en el centro de las ciudades de América Latina

55
conciencia —incorporada en los planes reguladores de las ciudades continentales. En
particular esto se observa como una concepción de los planes para el futuro. Así, todo
plan de ordenación debiera realizarse de forma tal que permita integrar al conjunto
urbanístico los centros o complejos históricos de interés ambiental o paisajístico. En
las «Normas de Quito» prevalecen, de acuerdo con Crespo (2004), «criterios pragmáti­
cos que vinculan la conservación del patrimonio especialmente con el desarrollo turís­
tico y sus consecuencias económicas». Se desprende así que la cultura empieza a
asumirse en varios casos como ingrediente fundamental del desarrollo, y así lo aceptan
varios organismos financieros internacionales que financian obras de reestructura­
ción de los centros históricos.
Los autores de Quito imaginado, Milagros Aguirre, Femando Cam ón y Eduardo
Kingman, sostienen que la expansión urbana plantea la distinción entre la ciudad colo­
nial y la ciudad moderna, dando lugar al nacimiento del llamado centro histórico. En
1966 se delimita por primera vez el área y se definen políticas de preservación, siendo
una de ellas:

[...] la correspondiente a la uniformidad de la zona mediante el uso generalizado y


combinado del color blanco con el azul añil, con el fin de dar presentación decente y
uniforme a la ciudad de Quito, especialmente en las zonas que conforma la vieja ciu­
dad española, que corresponde al mismo centro de la ciudad [Aguirre, Carrión y
Kingman, 2005].

Respecto a las percepciones sobre el centro de la ciudad, estos autores encuentran


que Quito antiguo es para muchos un lugar lejano, anclado en la historia, fuera del
tiempo, inmóvil, detenido (Aguirre, Carrión y Kingman, 2005). No obstante es ese mis­
mo Quito antiguo el referente de identificación de los quiteños. La Plaza Grande y El
Panecillo son los iconos de la ciudad. Aparecen en las postales y en los portales de
Internet, junto al monumento a la Mitad del Mundo, reconocimiento que pesa en los
quiteños al sentirse marcados por esa posición media y céntrica.

En la mayoría de esas representaciones está ausente la población que habita esos


espacios o que transita por ellos, pues su centro no es percibido como un lugar vivo a
pesar deque diariamente circula por sus calles mucha gente y de que los fines de semana
se convierte en un espacio dinámico de socialización, recreación y peregrinación popu­
lar [Aguirre, Carrión y Kingman, 2005].

Esto último es un fenómeno observado también en otras ciudades vecinas, como


Lima, La Paz y Bogotá. En contraste con el poco uso y hasta cierto desprecio por el
centro experimentado por parte de las clases altas, el casco colonial, sin embargo, es
considerado por la mayoría de la población como el emblema mismo de la «quiteñidad».
Allí 320.000 ciudadanos concurren diariamente por razones de trabajo, compras, tu­
rismo, actividades religiosas o gestión pública. En Quito imaginado, Aguirre, Carrión y
Kingman (2005) reconocen que el 76,8 % de las personas que hacen sus compras en el
centro histórico procede de otros sectores de la ciudad; el 42,5 % son del sur y el 30,6 %
del norte. En las 22 manzanas que lo conforman habitan 80.000 personas; hay 5.000
edificaciones patrimoniales inventariadas y 362 monumentos históricos de importan­
cia. La concentración cultural se expresa en que allí se ubican 183 escuelas y colegios,
además de los 4.000 propietarios de locales comerciales.

56
Gráfica 5. Sitios que identifican a Quito,
según sus ciudadanos

Sus calles estrechas son, por las mañanas, lugares de constante congestión, tanto
vehicular como peatonal. Pero por las noches viene el silencio. La ciudad histórica duer­
me, se va convirtiendo en un espacio vacío, los intentos por darle vida son muchos, entre
ellos, la recuperación de casas para vivienda de la clase media. El centro ha sido descui­
dado, se envejeció y, como viejo, ha quedado abandonado a su suerte hasta épocas muy
recientes. Las élites se mudaron a partir de la década de los veinte en el siglo pasado. Al
abandonarlo desarrollaron una nostalgia por el centro, hablan de recuperarlo y en los
últimos años han apoyado políticas dirigidas a hacerlo. Pero el centro tiene un significa­
do distinto para los sectores populares que, por el contrario, permanecen ahí [Aguirre,
Camón y Kingman, 2005].

Algo propio de la agitada vida política de la Quito de la última década es que


cambia presidentes cada dos años, que es testigo de fuertes transformaciones en su
espació físico y que acogió un cambio de su moneda por la misma dolarización de la
economía. Todo ello genera un imaginario de extrema movilidad en sus referentes.

Cada nueva situación desdibuja los límites de la ciudad. Durante los levantamien­
tos indígenas, por ejemplo, los parques de El Ejido y de El Arbolito se convierten en
frontera entre un norte y un sur imaginados. Las marchas indígenas generalmente par­
ten de ahí para dirigirse al centro, representación simbólica del poder, mientras que las
concentraciones organizadas por las elites parten siempre del norte, por lo general la
avenida de los Shyris, junto al parque de La Carolina, y terminan en El Ejido [Aguirre,
Camón y Kingman, 2005].

Esta referencia a unas fronteras imaginadas y que actúan como marcas sociales,
aparecen también en varias otras ciudades. Por ejemplo, es también éste el caso de
Caracas con referencia a la autopista del Este que conecta al centro y que marca dife­
rencias entre sectores medios adinerados y los sectores populares, en una evidente
visualidad (foto 4). Pero también es el caso de Sao Paulo detrás de la Plaza de la Repú­
blica, donde en verano ciertos ciudadanos pueden bañarse, dándole al centro un parti­
cular uso recreativo para sus habitantes.

57
F o t o 4: División visual y social de Caracas según la Avenida Oeste
(Foto proyecto Caracas Think Tank)

Otra ciudad andina, como es La Paz, se reconoce por un rasgo cultural evidente:
alberga una presencia de población indígena más intensa que en todas las demás ciu­
dades de la región americana. El rostro aymara, quechua y mestizo es una presencia
visual constante en el centro de la ciudad. De acuerdo con las estadísticas (INE, 2002),
un 45 % de la población urbana de La Paz es indígena y proviene de las masivas migra­
ciones del altiplano boliviano que se dan desde mediados del siglo XX. Al mismo tiem­
po, casi un 53 % es mestiza, pero con profundos rasgos indígenas. En La Paz, el por­
centaje de grupos de origen europeo es muy bajo, menos del 3 %.
Carlos Villanueva (en prensa), autor de La Paz imaginada, analizando el centro de
su ciudad pone de relieve lo siguiente:

Es la ciudad que se bloquea y autoflagela por todos los males nacionales en pago a
una exacerbada centralidad que dura casi un siglo. Por ser el crisol nacional, donde se
hierven centenariamente los problemas políticos de todos, cada pliegue de la topografía
urbana conlleva su propia historia y su verdad política: asesinatos, revoluciones, mítines,
masacres, conspiraciones y revueltas son huellas indelebles en el paisaje urbano paceño.
Pero paradójicamente, la protesta convive con la fiesta. En esta ciudad jamás se han
acallado los ritmos y los bailes ancestrales que se recrean año tras año en las variadas
entradas folklóricas que toman por asalto la ciudad y que son convocadas por motivos
religiosos o por razones de pervivencias culturales. Miles de danzarines y decenas de
bandas de música bailan o ensayan sus bailes durante todo el año. Sin miramientos a la
condición de clase o a la escala económica, la fiesta folklórica es un movimiento conti­
nuo y un sonido persistente que siempre se percibe en la atmósfera paceña y junto a los
pliegues topográficos bailan también los pliegues de las polleras de las cholitas que giran
sin pausa en nuestro imaginario colectivo. En una superposición incomprensible, sin
prioridades visibles, los paceños conviven el día a día entre el baile y la retórica política,
sumidos a plenitud en una dualidad cíclica, de raigambre precolombina, que muy difícil­

58
mente puede digerir una visión occidental afincada en la coherencia y la consistencia
[Villanueva, en prensa].

La Paz posee una estructura simbólica y una red de imaginarios urbanos que se
basan en representaciones y narraciones de fuerza y extensión locales y enraizadas.
Seguramente, este imaginario se ha podido gestar en un encierro natural de fuerte
autorreferencia.
Villanueva, destaca que después de 1985, la ciudad sufre una inaudita e incom­
prensible división. Por un decreto originado en presiones de intereses políticos, el área
de la ciudad que se halla en el altiplano a 4.000 metros de altitud, llamada El Alto, se
escindió formando artificialmente una ciudad distinta. Ésta es una característica pro­
pia de esta ciudad, que no se presenta en las otras ciudades latinoamericanas estudia­
das. Ello ha generado una serie de manifestaciones y demandas en permanente con­
frontación entre una ciudad que tiene más, como La Paz, y otra que es desposeída, El
Alto, creándose una delicada pugna entre ellas.
Las encuestas aplicadas en el proyecto sobre La Paz imaginada revelan un fuerte
reconocimiento de la topografía y las montañas circundantes como la mejor manera
de imaginar y dibujar el centro de la ciudad. Junto a su topografía elocuente que se
impone por su altura a quienes allí llegan (piénsese en los futbolistas internacionales
derrotados desde antes del partido por la altura), la ciudad de La Paz se caracteriza
porque su centro presenta una tram a urbana estrecha extendida sobre un solo eje
troncal, la Avenida El Prado. Esta avenida se fue consolidando históricamente y permi­
te ahondar las tensiones cuando un grupo social toma cualquiera de sus calles o plazas.
«Con sólo m archar por El Prado y sus prolongaciones, la ciudad en toda su extensión
puede ser literalmente bloqueada» (Villanueva). Esta situación ocurre con frecuencia y
genera, para los transeúntes, una visión de tumulto, de protesta o de fiesta colectiva.
Este accionar colectivo según Villanueva tiene un guión perverso y puede poner en
la escena callejera los actos imaginados por la mente más proíífica que pudiera existir
en la dramaturgia urbana.

Con una necesidad de renovación constante, las protestas paceñas han inventado
las formas más creativas y trágicas para conmover al transeúnte y por ende a las autori­
dades. Aquí y con mucha anterioridad (a las actuales intervenciones del arte público
urbano) se han recreado crucifixiones colectivas en el eje central en una imagen intermi­
tente de despojos humanos atados a improvisadas cruces, a lo largo de las principales
avenidas de la ciudad. Rentistas o jubilados de la tercera edad o infortunados mineros
despedidos por la mutación violenta de las relaciones del mercado, se han amarrado en
cruces pegadas a los postes de iluminación, a las rejas de la Universidad o a los muros de
los edificios públicos. En un fenómeno político y social que lacera cotidianamente y que
tiende a incrementar las tensiones del drama social y urbano; a finales del siglo XX y
comienzos del XXI, el espacio público en la ciudad de La Paz es prioritariamente el esce­
nario de confrontación que reúne la lucha de clases que se da en todo el contexto nacio­
nal. En ese abanico de múltiples protestas, los crucificados en La Paz son la representa­
ción social, inserta en el paisaje urbano, de la exclusión y del empobrecimiento que se
automartiriza como forma inusual de protesta, que prefiere sacrificarse a sí misma para
generar una catarsis colectiva de corte masoquista y lastimero [Villanueva].

Uno de los puntos de encuentro de la teoría de los imaginarios urbanos se da con


el llamado arte público, en la medida en que ocurren dos acciones simultáneas: el arte

59
sale de los museos a las calles, pero por otro lado las ciudades entran a los museos y sus
aconteceres se vuelven museables, como exhibición de fotos urbanas, instalación de
cafeterías y restaurantes en los museos o incluso la llegada a los museos de nuevas
tecnologías y de exhibiciones mundanas con temas urbanos como shopping y sus mo­
dos de relacionar a los ciudadanos con el consumo, o también el hecho de ver cine en
galerías, como antes se hacia en los barrios. En estas situaciones La Paz, en especial en
su uso de la calle, informa sobre estos vínculos entre el arte y el espacio público.
Según Carlos Villanueva, podríamos afirmar que en La Paz suceden a diario una
serie de performances artísticas hirientes y de gran intensidad que dejan a los artistas
locales y a sus obras como pálidos reflejos de alguna intensidad creativa. El grupo
político, artístico y de género «Mujeres Creando»:11

Ha pintado penes al pie del obelisco principal de la ciudad como una alusión perver­
sa al machismo local que es, sin duda, de una patética falocracia; ha recreado pública­
mente actos de amor lésbico entre sus participantes y ha regado de tinta roja —a modo
de sangre— las piedras de la Plaza Murillo o de la casa de un ex presidente, como accio­
nes que tienen múltiples interpretaciones y efectos en el mundo de los significados urba­
nos [Villanueva].

Un aspecto que llama la atención en La Paz es la exhibición del cuerpo. Desde las
mismas cholas que muestran sus atavíos vistosos, hasta la congestión de transeúntes
en los días de huelga —y casi todos lo son— y los actos de arte que se ven a diario, todos
ellos muestran que la experiencia corpórea en su relación con la materia urbana es
directa y brutal. Un ejemplo de esto es:

Un contingente de centenares de hombres y mujeres de la tercera edad marchó


desnudo a finales del siglo pasado en una escena difícil de soportar y con una estética de
la perversidad que se proyecta más allá de sus reclamos políticos [Villanueva].

Estas imágenes muestran un encuentro entre la materia a significar, cuerpos ham­


brientos de unos ancianos, con lo que se quería decir: estamos muertos de hambre
porque no nos pagan.
Para concluir esta ciudad diré, tal como lo mostré en Urban Imaginarles from
Latín America (Silva, 2003a), en La Paz en los últimos 10 años se vive junto al interés
por el cuerpo público, una recuperación de costumbres ancestrales del mundo rural,
con las entradas folklóricas que han crecido en cantidad y calidad en el siglo XX. La
«Fiesta del Señor del Gran Poder» es la más importante de todas y renueva ritos y
bailes sobre la Santísima Trinidad, en el invernal mes de junio. Esta fiesta constituye el
reflejo de la pujanza de una burguesía chola que ahora está presente en el imaginario
colectivo, con más carisma que el poder municipal o el Estado formal. Agrupando a
casi un centenar de fraternidades de danzantes y bailarines de Diabladas, Morenadas,
Tinkus, Llameradas entre otras, el Gran Poder toma la ciudad por completo el día
oficial de la entrada y tensiona además sus flujos y ritmos diarios, cada vez que tiene
sus respectivos ensayos o los llamados convites a lo largo de todo el año. Este accionar

11. «M ujeres C reando» es u n colectivo fem inista que produce arte visual, literario y m usical, que realiza
acciones de arte. E stá conform ado p rincipalm ente p o r M aría G alindo y Ju lieta Paredes, quienes h a n d esarrolla­
do u n am plio espectro de p ro p u estas políticas y artísticas.

60
no es para la perspectiva de los imaginarios urbanos, como podría pensarse desde una
sociología de corte tradicional, una sobrevivencia de lo rural en lo urbano, sino muy
por el contrario, el surgim iento de nuevas m aneras de ser urbanos en el continente.
Esto es parte de nuestro patrimonio de seres urbanos en el continente.
En el caso de Bogotá, otra de las ciudades andinas que comparte varias de sus
características con las anteriores, sus ciudadanos han sido educados para entender el
centro como parte concreta de una división física. Si Bogotá se compone de veinte
localidades distribuidas en seis zonas geográficas, el centro será una de ellas, y cada
una arroja distintos aportes poblacionales: occidental (33 %), sur-oriental (23 %), sur-
occidental (16 %), norte (12 %), centro (11 %), chapinero (5 %). Así, lo que se llama
centro, dentro del cual está el centro histórico, es algo como la décima parte de la
totalidad de la ciudad. Para los ciudadanos consultados, los siete sitios reconocidos
como suyos son los siguientes:

Gráfica 6. Emblemas bogotanos del Centro


%

50 ,

Uno de los aspectos más significativos de estos lugares es que todos ellos están
ubicados en el centro. Estos lugares se han convertido en emblemas urbanos de la
arquitectura bogotana. Esto muestra —como en las otras ciudades ya consideradas,
desde México D.E hasta Buenos Aires— que Bogotá en su centro posee una alta con­
centración simbólica. Contrasta con esta circunstancia su poco uso social, ya que es
uno de los lugares menos preferidos para visitar por sus ciudadanos de clases medias y
altas, a no ser en plan turístico. El centro histórico de Bogotá lo visitan diariamente
alrededor de un 1.500.000 ciudadanos y sólo lo habitan cerca de 250.000 personas.
Al revisar (Silva, 2003b: 69) la riqueza arquitectónica de Bogotá encontramos que
los bogotanos tienen «zonas mentales» sobre la belleza construida que se pueden orga­
nizar de acuerdo a seis tipos de objetos: barrios, plazas, iglesias, edificios, entidades y
parques. Dentro de los barrios resultan característicos del centro de Bogotá los si­
guientes, considerando que suman el 80 % del total: La Candelaria, Teusaquillo, Palermo,

61
Santa Fe, Macarena, Concordia, Cruces, Egipto, San Victorino y Centro Internacional.
En cuanto a las iglesias, en el centro se reconocen a la Catedral Primada de Colombia,
Monserrate, San Francisco, 2b de julio, con u n 73 % del total. E n el plano délos edifi­
cios se apuntan: la Biblioteca Nacional, Maloka (Museo de Ciencia), Museo Nacional,
Museo del Oro, Museo de Arte Moderno, Planetario, Auditorio León De Greiff, Plaza
de Toros, Avenida Jiménez, Campín, Quinta de Bolívar o Camarín del Carmen. El 90 %
del total de los edificios reconocidos están en el centro. Además de esto, en el centro se
reconocen varias de las universidades y escuelas más prestigiosas de la ciudad, lo que
contribuye a que sus calles por momentos, durante las horas del día, se constituyan en
paseos de jóvenes universitarios revitalizando sus espacios.
Cuando la memoria de los bogotanos identifica los lugares más representativos, o
bien cuando piensa la ciudad como una totalidad, no reconoce sitios del sur de la
ciudad. Esto es similar a lo que ocurre en Quito, donde también la ciudad se divide,
imaginariamente, en una zona sur para los pobres y una zona norte para los ricos, y
unos pocos lugares en el occidente, sólo lugares de tránsito. Se reconoce a la Bogotá del
centro y luego a la del nororiente como representativas de la ciudad visual. No es que
no haya expansión hacia el sur y occidente, donde habita el 72 % de los bogotanos y,
por lo tanto, son las zonas de mayor concentración poblacional. Suba, en el noroccidente,
es una de las zonas más habitadas de Bogotá. Sin embargo, mereció escasas mencio­
nes en nuestras estadísticas. No obstante, el nuevo desarrollo de la llamada Ciudad
Salitre le ha dado un nuevo peso al occidente y al sur, y se espera que adquiera aun
mayor auge con la creación de zonas verdes (lo que más extrañan sus habitantes) y lo
mismo con la construcción de ciclovías y complejos habitacionales, así como bibliote­
cas públicas.
La construcción de ciclovías en Bogotá (foto 5) puede considerarse el aconteci­
miento que mayor vida le ha dado a la ciudad y al mismo centro, ya que permiten que
los domingos y días festivos, se usen las calles con fines exclusivamente peatonales.
Una de ellas, la Carrera Séptima, la más importante de la capital colombiana, llega y
atraviesa al mismo centro caracterizándolo y creando una rica diversidad de paseos
dominicales desde todos los rincones de la ciudad, dándose el muy famoso y
bogotanísimo «septimazo».
El nororiente de Bogotá, donde se ubican los sectores sociales más privilegiados
económicamente, representa también, junto con el centro mencionado, la zona de «si­
tios» más reconocidos de la ciudad. Esto es desalentador pues con diferente informa­
ción para indagarla ciudad imaginada (estadísticos, colecciones de fotos, asociaciones
verbales, representación de la ciudad en los medios), se encontró algo similar, sus ciu­
dadanos representan la ciudad por el centro y el nororiente. Algo parecido ocurre en
relación con su representación arquitectónica y zonal de la ciudad: la Bogotá que apa­
rece en las mentes, como hecho cultural, es elitista y excluyente. Vale ahora la pena
examinar otra memoria, no la de los sitios sino la de los hechos, para seguir avanzando
en las cualidades de sus croquis urbanos.
En la memoria, como construcción imaginaria, también el centro es determinan­
te en Bogotá. Más del 50 % se refiere a dos hechos de sangre. Uno es «la toma del
Palacio de Justicia» (ubicado en el centro) por parte del grupo guerrillero M-19 que
terminó con la orden militar de evacuarlo a sangre y fuego, bajo la presidencia de
Belisario Betancourt en 1986 (29,7 %). Si revisamos la memoria en la historia de la
ciudad, la situación también es céntrica. La segunda parte del siglo XX en Colombia

62
Foto 5: Ciudadano en cidovía bogotana: una de las conquistas para caminar el centro
(Foto Guillermo Santos)

nace, efectivamente, con el asesinato ocurrido en 1948, del líder popular Jorge Eliécer
Gaitán. Ese acontecimiento tuvo lugar en una esquina de la Bogotá vieja. Este hecho es
considerado por un 60 % de los consultados como la gran herida de Bogotá, situándose
imaginariamente como el (verdadero) inicio de la violencia colombiana de su actual
etapa y como una de las bases para el desarrollo urbanístico de la ciudad moderna.
Este drama bogotano dejó también profundas huellas en la creación cultural, en la
arquitectura, el arte y los medios. La literatura misma, como el cine o luego la televi­
sión, fueron rápidamente receptores de tales acontecimientos.
Si se explora la memoria sobre la riqueza botánica, el centro vuelve a sobresalir.
De los cerros orientales del centro bajan todavía burros cargados con hojas de eucalip­
to, con sahumerio purificador y la flor del saúco que riega su aroma dulce por patios y
calles de la ciudad. Hoy en día el centro bogotano se llena de parques y las obras de la
vieja Plaza España y del Parque del Tercer Milenio y una alameda que los une van a
constituirse en uno de los parques más grandes de América Latina y, sin duda, en el de
mayor esfuerzo reciente para ganar naturaleza en zonas céntricas de las ciudades de
este continente.
Se puede decir entonces, como conclusiones preliminares, que los centros de las
ciudades de América Latina m antienen aspectos comunes tales como la concentra­
ción del poder simbólico, como lugares de ejercicio del poder y como lugares de
desarrollo de las zonas financieras. Los centros son lugares en donde se concentran
las mayores riquezas arquitectónicas de las ciudades latinoamericanas. Los centros
han caído en el abandono por parte de sus élites sociales. Los centros viven ahora
ciertos impulsos de renovación urbana que llegan con fuertes olas especulativas. Los
centros se llenan de ventas callejeras, en especial de comidas y en algunos casos de
productos de baratija de la economía global.
En su proyección inmaterial también habría que subrayar algunos temas que
cruzan los centros de América Latina. Uno de ellos es que son referidos como lugares

63
de la mayor importancia histórica y, por tanto, tienden a verse como lugares del pasa­
do. Los medios refuerzan su poder de representación en las noticias diarias. La pro­
ducción industrial de tarjetas postales muestra una gran concentración en la ecuación
centro = ciudad. Los espacios centrales poseen más conexiones con la red mundial,
mientras las actividades culturales siguen siendo de importancia en sus representa­
ciones colectivas.
Otras conclusiones para algunas de las ciudades estudiadas, y posiblemente en
proceso de convertirse en tendencias generales, es que hay varios planes de reestructu­
ración en ciertas ciudades en franca lucha con la idea de recuperar los centros por
corporaciones privadas que term inan privatizando espacios públicos para pequeñas
élites nacionales e internacionales. Otra tendencia favorable en algunas ciudades co­
rresponde a un uso escolar y universitario en casonas y edificios del centro, lo que
podría revalorizar estos espacios en las horas nocturnas como ya lo ha hecho en el día.
Y quizás otra conclusión relevante pasa por el turismo, el cual puede ser, además de
importante fuente de recursos, motor para impulsar importantes reformas en su espa­
cio y en su habitación. En este aspecto no puede desconocerse que el turismo desbor­
dado y superestimulado, como en el caso de Barcelona, puede conducir a una especie
de enajenamiento de los sitios y a una ruptura imaginaria desde sus propios habitantes
que pueden sentir que sus centros —y por extensión su ciudad— ya no les pertenece
(Escoda, 2004). Otra pista final para la comprensión de la mayoría de estos centros,
relacionada con la percepción de mugre e inseguridad, es reconocer a la policía y los
nuevos controles de las industrias de seguridad como nuevos protagonistas urbanos en
América Latina.
En fin, hablar de los centros de las ciudades es ponemos en el centro mismo del
litigio contemporáneo: ¿hacia dónde van las ciudades en pleno auge y desarrollo de la
inteligencia artificial y de las mayores telepresencias urbanas? En otras palabras, cómo
los ciudadanos, al dimensionar su futuro, lo ven como un «hecho tecnológico», lo que
quiere decir que la ciudad se irá usando menos, frente a la casa todopoderosa e
hiperconectada. Así, los centros producen fascinación, incluso para actos terroristas
(como el del 11-S de Nueva York, el del 11-M en Atocha [Madrid] y luego en el Metro de
Londres, por citar tres casos internacionales recientes). Los centros también inspiran
nostalgia, como se pudo ver en todas las ciudades estudiadas. De este modo los centros
de las ciudades latinoamericanas conllevan hoy fuertes Conexiones contradictorias en
sus evocaciones, entre miedos, esperanzas y nostalgias como tal vez los tres mayores
sentimientos que despiertan. Se trata quizás de la llegada de una nueva época para
América Latina, donde las ciudades temen desaparecer para en su lugar crecer urbani­
zaciones que sólo miran al centro desde lejos.
Los significados políticos de las ciudades perm anecen intactos. Al examinar los
acontecimientos políticos de los últimos días se puede ver el uso del centro como el
lugar privilegiado de la contienda. Ejemplos de ello son las m archas ciudadanas que
concluyeron con la caída del coronel Lucio Gutiérrez en Quito en abril de 2005, que
se realizaron por la Avenida Amazonas en el centro de la ciudad; los movimientos de
protesta contra la visita de Bush a la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en
noviembre de 2005, que derivaron en manifestaciones en la capital argentina alrede­
dor de la Plaza de Mayo (ya de por sí hecha mítica por el movimiento de las madres
después de la dictadura); las últimas manifestaciones en pro y contra de Chávez en
Venezuela que se concentran en la Plaza Altamira, o los movimientos ciudadanos en
Bogotá para que los habitantes desplazados que llegan de otras provincias sean es­
cuchados, que se hacen tomando como escenario las iglesias ubicadas en el centro
de la ciudad.
Al imaginar los centros de sus ciudades, los ciudadanos sin percatarse suficiente­
mente relacionan intenciones con estados emocionales tales como creencias, rabias,
recuerdos, nostalgias, anhelos, que dibujan sus futuros urbanos. Así, el centro no sólo
es un hecho geográfico, sino un lugar del desprendimiento hacia otros modos de orga­
nizar las nuevas urbes.

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65
Uso de los espacios públicos
y construcción del sentido de pertenencia
de sus habitantes en Barcelona
Anna Ortiz Guitart
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Iztapalapa, México
y Universidad Autónom a de Barcelona, España

Este trabajo muestra, por un lado, el uso y la apropiación de las mujeres y los
hombres de unos espacios públicos determinados de Barcelona y, por otro lado, la
construcción del sentido de lugar y de pertenencia de los residentes de los barrios
donde se han localizado los espacios públicos estudiados.1Los espacios públicos selec­
cionados para el estudio son la Via Júlia, en el barrio de Prosperitat, y la Rambla del
Raval, en el barrio del Raval, situados, respectivamente, en los distritos de Nou Barris
y de Ciutat Vella de Barcelona.12
Los objetivos principales de este trabajo son, en primer lugar, mostrar el impacto
que tienen los espacios públicos en las actividades de las personas en la ciudad con el
fin de conocer los efectos y las repercusiones (uso y apropiación)3de los espacios públi­
cos sobre la vida cotidiana de los residentes, ya que solamente de esta forma podrán
conocerse los aciertos y los fallos de su proyección y mejorar la planificación y el dise­
ño de nuevas operaciones urbanísticas sobre los espacios públicos en la ciudad. En
segundo lugar, entender cómo se construyen los sentidos de pertenencia de las perso­
nas en un lugar determinado y cómo éstos pueden fortalecerse mejorando la calidad
urbanística y ambiental del entorno donde viven mediante la potenciación de la parti­
cipación ciudadana en la toma de decisiones.

1. E ste tra b a jo es u n a v ersió n re su m id a de la tesis d o cto ral titu la d a «G énero, espacios p ú b lico s y co n s­
tru c c ió n del se n tid o de p e rte n e n c ia en B a rcelo n a (los b a rrio s de P ro sp e rita t, el V erdum y el Raval)», d e fe n ­
d id a en el D ep artam en to d e G eografía de la U niversidad A utónom a de B a rcelo n a (E sp añ a) e n a b ril de 2004.
A dem ás este tra b a jo se e n m a rc a d e n tro del p ro y ecto «K onzepte u n d S tra te g ie n in R a u m p la n u n g u n d -
g estaltu n g , die au s fe m in istish e r S ich t zu m A bbau vo n so c ial-rau m lich er A usgrenzung b eitrag en » , fin a n c ia ­
do p o r la F u n d ació n V olksw agen (2000-2003) y en el que p a rtic ip a ro n la U níversitát H an n o v er (A lem ania), la
U niv ersid ad A u tó n o m a de B a rcelo n a (E sp añ a) y el C entre N atio n al de la R ech erch e S cien tifiq u e de P arís
(F rancia).
2. El m u n icipio de B arcelona, co n u n a superficie de 10.096 hectáreas y 1.582.738 h ab itan tes, está dividido
en diez d istrito s ad m in istrativ o s (dos de ellos son N ou B arris y C iutat Vella) y dividido a la vez en num erosos
b a rrio s histó rico s que co n fig u ran los d istrito s (P ro sp eritat y el Raval so n los nom bres de algunos de los b arrio s
que co n fig u ran Nou B arris y C iu tat Vella) (A yuntam iento de B arcelona, 2004).
3. El uso del espacio público hace referencia al n ú m ero y perfil de los usuarios, m ien tra s que su apropiación
h ace referen cia a las form as de uso específicas, a las actividades y relaciones que tien en lu g ar en el espacio
público (Paravicini, 2002; K ram er, 2002).

67
Los espacios públicos en la ciudad: diversos enfoques y perspectivas

El uso y la apropiación de los espacios públicos es uno de los aspectos fundamen­


tales en los estudios sobre la vida cotidiana de los hombres y mujeres que viven en la
ciudad. Esta experiencia no es la misma para todo el mundo, ya que factores como el
sexo, la edad, la clase social y la identidad étnica afectan la percepción y la vivencia de
la vida urbana. En los últimos años las diferentes maneras en que el espacio público es
usado han sido objeto de estudio desde diferentes disciplinas (antropología, sociolo­
gía, psicología, geografía, arquitectura, etc.) y por tanto los espacios públicos urbanos
pueden ser definidos desde diferentes perspectivas, aunque todas ellas resulten com­
plementarias.
Desde una perspectiva sociocultural, los espacios públicos se definen como luga­
res de interrelación, de encuentro social y de intercambio, donde grupos con intereses
diversos convergen (Borja, Muxí, 2001). Los espacios públicos pueden ser definidos
como espacios mentalmente abiertos porque suelen diseñarse para una gran variedad
de usos, a veces incluso usos que podrían considerarse no deseables (Walzer, 1986).
Además cuando los espacios públicos son usados por una gran variedad de personas y
para múltiples actividades, pueden contribuir a la identidad colectiva de la comunidad
(Del Valle, 1997; Franck, Paxson, 1989).
Desde una perspectiva política, la definición incluiría una visión de los espacios
públicos como lugares donde la gente puede participar en la vida pública y donde los
derechos civiles pueden expresarse (López de Lucio, 2000). La perspectiva de la arqui­
tectura define los espacios públicos como espacios abiertos y accesibles a todo el m un­
do, espacios donde todos pueden ir y circular, en contraste con los espacios privados,
donde el acceso es controlado y restringido (Chelkooff, Thibaud, 1992-1993). Los espa­
cios públicos tienen la capacidad de convertirse en «paisajes participativos», es decir,
en elementos centrales de la vida urbana, que reflejan nuestra cultura, creencias y
valores (Francis, 1989). El diseño arquitectónico de un espacio, el mobiliario urbano y
la iluminación pueden estimular o desanimar el uso de un determinado espacio por
parte de ciertos individuos o grupos. Sin embargo, también se ha señalado el papel de
los espacios públicos en la integración y la cohesión social y se ha argumentado que la
calidad de vida en las calles y éñ íós espacios abiertos es úna condición necesaria para
la sociedad, para tener un alto grado de convivencia (Rogers, 1998).
Las académicas feministas han señalado el sesgo machista de muchos de los estu­
dios sobre el medio urbano y el espacio público (Hayden, 2000; Greed, 1996; McDowell,
2000). Históricamente la arquitectura y la planificación urbana, así como su enseñan­
za y profesionalización, han sido áreas ampliamente dominadas por los hombres. Como
resultado de ello ha surgido una visión del espacio urbano homogéneo y «desgenerizada»
(que no tiene en cuenta la estructura de género de la sociedad), como si los intereses y
las necesidades de los hombres fuesen universales. Sin embargo, muchas mujeres han
reivindicado el derecho a participar en la planificación y el diseño urbanos a fin de
promover una organización no sexista del espacio público (Bondi, 1998; Sandercocky
Forsyth, 2000; Wekerle, 1984).
Algunos estudios indican que el diseño de los espacios públicos tiene mayor im­
pacto en las vidas cotidianas de las mujeres que en las de los hombres. Esto es debido
al hecho de que las mujeres tienen una relación con su entorno urbano mucho más
estrecha, ya que pasan más tiempo fuera, desarrollando tareas relacionadas con asun­

68
tos domésticos o familiares (recogiendo a los hijos/as del colegio, acompaftándolas/las
al médico/a, a actividades extraescolares, comprando, etc.) (Justo, 2000).
Los espacios públicos tienen significados múltiples y variados según las activida­
des cotidianas de la gente que los usa. Algunos autores consideran que los espacios
públicos urbanos han contribuido a liberar a las mujeres de la dominación masculina
y las normas burguesas (Wilson, 1995). Estas visiones contrastan con las de otros auto­
res que ven los espacios públicos como espacios inaccesibles y peligrosos para las mujeres
(Valentine, 1989; Pain, 1997).
Para terminar con estas reflexiones, pensamos que el éxito o el fracaso de la plani­
ficación urbana en la creación o la remodelación de espacios públicos urbanos debería
ser evaluada midiendo por un lado el número de usuarios y usuarias y por otro m iran­
do la diversidad de perfiles de la gente que los usa, así como la variedad de actividades
e interrelaciones que tienen lugar en ellos. Si los espacios públicos alcanzan resultados
satisfactorios en ambos sentidos pueden contribuir significativamente a mejorar la
interacción social y reducir la exclusión basada en la clase social, el origen étnico, la
edad o el género.

El sentido de lugar y el sentido de pertenencia

El sentido de lugar considera el lugar como una construcción social o una


subjetivización de los lugares y permite analizar la forma como el «espacio», entendido
como algo abstracto y genérico, se convierte en «lugar» gracias a la experiencia y a la
acción de los individuos que, viviéndolo cotidianamente, lo humanizan y llenan de
contenidos y significados (Massey, 1995). El sentido de lugar, construido a partir de la
experiencia cotidiana y de los sentimientos subjetivos de cada persona, puede llegar a
concebirse con tanta intensidad que se convierta en un aspecto central en la construc­
ción de la identidad individual (Rose, 1995).
Las personas necesitan identificarse con un grupo o un territorio específico, a la
vez que necesitan sentirse parte de un colectivo y sentirse arraigados en un lugar
concreto. Relph (1976: 1, 34) lo manifiesta y lo expresa en su obra Place and Pla-
celessness con estas palabras: «ser humano es vivir en un mundo lleno de lugares con
significados: ser hum ano es tener y conocer tu lugar» y «la gente es sus lugares y un
lugar es su gente».
La otra cara de la moneda está expresada por la idea del desarraigo (placelessness)
y tiene que ver con la ausencia de significados de los lugares y con la pérdida de auten­
ticidad de éstos. La cultura del consumo y la cultura de masas han creado espacios
(centros comerciales, parques temáticos, nudos de intercambio como los aeropuertos,
estaciones de tren, etc.) estandarizados, atemporales y sin connotaciones emocionales
(Relph, 1976; Arefi, 1999).
Los límites entre los conceptos de sentido de lugar y sentido de pertenencia son
poco nítidos, y es por eso que en este trabajo se han utilizado ambos indistintamente
como sinónimos. Algunos autores usan la expresión sentido de lugar para destacar más
la identificación y la territorialización personal en un espacio determinado, mientras
que otros utilizan la expresión sentido de pertenencia para subrayar más los aspectos
espirituales (sentimientos, emociones, memoria...) que ligan a las personas a unas co­
munidades e identidades nacionales.

69
La geógrafa Fenster (2003,2004) ha profundizado recientemente sobre los múlti­
ples significados que se encuentran dentro del concepto de sentido de pertenencia. La
autora deconstruye el sentido de pertenencia —asociado tradicionalmente a los luga­
res sagrados, simbólicos y al territorio— y lo defíne como el conjunto de sentimientos,
percepciones, deseos, necesidades... construido sobre la base de las prácticas y activi­
dades cotidianas desarrolladas en los espacios cotidianos. Fenster (2003) propone apro­
vechar el conjunto de conocimientos que da la experiencia de la vida cotidiana en un
lugar concreto (el local embodied knowledge, según la autora) para potenciar la partici­
pación ciudadana en la práctica de la planificación urbanística y crear y fortalecer, de
esta forma, el sentido de pertenencia de las personas en el entorno donde viven.
Estas ideas teóricas, tanto las relacionadas con los espacios públicos como con la
construcción de los sentidos de lugar y de pertenencia, han sustentado el trabajo empí­
rico que se presenta a continuación, previa presentación de la metodología utilizada y
el contexto urbanístico y social de los barrios estudiados.

Un enfoque desde la metodología cualitativa

Se ha escogido una metodología cualitativa con el fin de recoger opiniones, expe­


riencias y reflexiones sobre los efectos de la planificación urbanística en la vida cotidia­
na de los hombres y las mujeres residentes en los barrios, así como sobre las percepcio­
nes y el uso de los usuarios de los espacios públicos.
Las entrevistas en profundidad y las observaciones directas han sido las técnicas
cualitativas principales utilizadas para elaborar esta investigación. También, y con el
fin de complementar y enriquecer los resultados, se han realizado entrevistas informa­
tivas a agentes sociales y profesionales del urbanismo y la arquitectura, así como ob­
servaciones y conversaciones informales. En total se han realizado 72 entrevistas en
profundidad a hombres y mujeres residentes en Prosperitat y el Raval; 29 entrevistas
informativas a agentes sociales y profesionales de la arquitectura y el urbanismo y 16
observaciones directas en la Via Júlia y la Rambla del Raval.
Las entrevistas en profundidad a residentes fueron repartidas proporcionalmente
entre hombres y mujeres de diferentes grupos de edad. El sexo y la edad fueron las
variables básicas establecidas para la selección de las personas*entrevístadas, aunque
se intentó ampliar al máximo la tipología de los perfiles humanos para recoger opinio­
nes y experiencias de personas con diferentes situaciones familiares y laborales, nive­
les educativos y profesionales, orígenes étnicos y culturales, etc.
La heterogeneidad social y étnica de las personas entrevistadas en el Raval hizo
necesaria su clasificación en tres categorías4 con el fin de facilitar el análisis de sus
opiniones y experiencias. Un grupo correspondería a las personas «autóctonas» o «de
toda la vida», es decir, aquellas personas nacidas en el barrio, en el resto de Cataluña o
en otra región española que llevan residiendo en el barrio más de 20 años con diferen­
tes niveles de renta e instrucción. Otro grupo sería el de las personas «recién llegadas»
(denominadas por Martínez (2000] como «gentrificadoras») que agruparía a personas
con un nivel de instrucción y de ingresos mayores y que llevarían pocos años viviendo

4. E sta clasificación está to m ada de A ram buru (2002).

70
en el barrio. Un tercer grupo sería el de las personas «inmigradas» procedentes de
países extracomunitarios con niveles de renta bajos y diferentes niveles de instrucción.
Como se ha indicado anteriormente, se efectuaron también entrevistas informati­
vas a agentes sociales, profesionales de la arquitectura y urbanistas con el objetivo de
conseguir un conocimiento más profundo de las asociaciones de vecinos y de la vida
cultural del barrio, así como de las consecuencias socioespaciales de las actuaciones
urbanísticas llevadas a cabo en los distritos.
Finalmente, se realizaron observaciones directas en los espacios públicos selec­
cionados: la Via Julia y la Rambla del Raval. Estas observaciones permitieron mapificar
el uso de estos espacios públicos según las variables de sexo y grupos de edad. Los
mapas de uso y de apropiación tienen como objetivo ilustrar el número de personas
que usan el espacio público, su localización dentro del espacio, así como las
interrelaciones entre las personas y las actividades allí desarrolladas. Durante la ob­
servación se registraron, además, descripciones detalladas del ambiente general en
cada uno de los espacios públicos. Estas descripciones pretendían captar detallada­
mente la vida en el espacio público haciendo especial énfasis en la descripción del uso
y de la apropiación de las personas usuarias.

Contexto urbanístico y social de los barrios

Las cifras sociodemográficas, sociolaborales y residenciales de dichos barrios


muestran realidades más desfavorables comparadas con las del conjunto de la ciudad
pero, a pesar de todo, se observa en los últimos veinte años un ascenso social visible en
la mejora del nivel de estudios y profesional de la población. Ambas áreas de estudio
han sido territorios de acogida y han crecido a lo largo del siglo X X y principios del X X I
por la llegada de población proveniente de otras regiones españolas en los años sesenta
y, actualm ente, especialm ente el Raval, por población procedente de países
extracomunitarios (o de fuera de la Unión Europea).
El origen de los barrios estudiados es bastante dispar cronológicamente: mientras
que el Raval ya acogía conventos e iglesias en el siglo XIV, en Prosperitat no se empeza­
ron a construir casas de autoconstrucción junto a los campos de viñas hasta las prime­
ras décadas del siglo XX. Durante el franquismo las dos áreas de estudio sufrieron la
inoperancia del régimen dictatorial representada, en el caso de Prosperitat, por el cre­
cimiento desordenado sin planificación urbanística, y en el caso del Raval, por la in­
controlable degradación urbanística de sus viviendas.
A principios de los años ochenta del siglo X X el nuevo gobierno democrático muni­
cipal de la ciudad heredó una periferia con problemas de marginación social, falta de
equipamientos sociales y culturales, ausencia de espacios públicos, discontinuidad res­
pecto al centro y una elevada densidad, entre otros problemas; y un centro histórico
degradado físicamente (casas viejas en pésimo estado y servicios insuficientes) con
una población envejecida por el cambio de residencia de la población joven, un aumen­
to de la delincuencia y la marginación, una escasez de inversión económica, etc. Frente
a estos desafíos, la política urbanística de los primeros años de gobierno democrático
municipal persiguió rectificar esta situación a partir de dos objetivos fundamentales:
en primer lugar, revalorizar y «monumentalizar» los barrios periféricos, y en segundo
lugar, recuperar e higienizar los barrios del centro de la ciudad (Bohigas, 1999).

71
Una de las prioridades del nuevo Ayuntamiento fue buscar soluciones para estos
problemas anteriormente señalados en los barrios periféricos y céntricos de la ciudad,
incluyendo en esta estrategia la creación de espacios públicos de calidad. Además de la
escasez de plazas y espacios verdes, la red de transporte público y de infraestructuras
sociales y culturales era muy débil, y por ello era objeto de fuertes críticas por parte del
activo movimiento social y vecinal de Barcelona. Según Braja y Muixí (2001: 70), las
acciones llevadas a cabo en los espacios públicos constituyeron «una oportunidad para
la justicia urbana», y fueron un factor que contribuyó a reforzar los sentimientos de
pertenencia y de identificación con el lugar de los residentes en la ciudad (García Ramón,
Albet, 2000). Como resultado de este proceso las plazas y los espacios públicos en gene­
ral se transformaron en elementos organizadores de la planificación urbana y en el
punto de partida de un ambicioso proceso de renovación urbana que todavía hoy no ha
finalizado. Conozcamos brevemente a continuación los espacios públicos estudiados.

La Via Julia

La Via Júlia fue uno de los proyectos urbanísticos mejor concebidos durante los
años ochenta por el Ayuntamiento de Barcelona. Este paseo, inaugurado en el año 1986,
se urbanizó sobre un terreno previamente no urbanizado con el objetivo principal de dar
continuidad al barrio de Prosperitat, separado por un desnivel de hasta tres metros de
altura en algunas cotas. Su urbanización consiguió cumplir una serie de objetivos: impul­
só la regeneración urbanística de Prosperitat y «monumentalizó» y dignificó la periferia
a través del diseño urbano de calidad. Las obras de urbanización de la Via Júlia permitie­
ron «convertir aquello que era casi infranqueable en un eje cívico y de relación ciudada­
na» (Ayuntamiento de Barcelona, 1987: 62). La V a Júlia, con una extensión de un kiló­
metro de largo por cuarenta de ancho, es un paseo central semielevado con una marquesina
central, bancos de piedra y madera situados en los laterales del paseo, dos esculturas, una
gran variedad de árboles y un área de juegos infantiles. Es, además, un eje cívico vertebrador
del conjunto de espacios libres del barrio, a la vez que uno de los ejes comerciales más
dinámicos del distrito de Nou Barris.

La Ram bla del Raval

La Rambla del Raval ha sido rma operación urbanística enmarcada dentro del
Programa de Revitalización del Centro Histórico de Barcelona. El proyecto de urbani­
zación comportó una serie de operaciones: expropiación del suelo, construcción de
viviendas para el realojamiento de las familias afectadas, derribo de cinco manzanas
de casas y rehabilitación de los edificios más degradados (Artigues y Cabrera, 1998). El
coste de las obras corrió a cargo de las tres administraciones públicas: la estatal, la
autonómica y la municipal, junto con las ayudas de los Fondos de Cohesión de la
Unión Europea, que aportaron un 85 % del total de la operación (ARI, 2000). El nuevo
espacio público, de 58 metros de ancho y 317 metros de largo, fue inaugurado el 24 de
septiembre de 2000 y consta de un paseo central formado por un conjunto lineal de
bancos, parterres y árboles.

72
Diversidad en la apropiación de los espacios públicos
y en la construcción de lo s sentidos de pertenencia

A continuación se presentan los principales resultados obtenidos del trabajo de


campo llevado a cabo a partir de las entrevistas en profundidad a residentes de los
barrios estudiados y las observaciones realizadas en dos espacios públicos de estos
mismos barrios. Los dos primeros subapartados se centran, por un lado, en el uso y la
apropiación de estos espacios públicos y, por el otro, en el importante papel que jue­
gan como lugares de encuentro e interacción social. Los dos últimos se refieren a los
diferentes aspectos que contribuyen a la construcción de los sentidos de pertenencia
al barrio.

Uso y apropiación en los espacios públicos

Se han observado diferencias significativas en la intensidad de uso y en el tipo de


apropiación de los hombres y las mujeres según sea su edad, condición social, etnia y
circunstancias personales. En la Via Júlia, por ejemplo, predominan mayoritariamente
hombres mayores, especialmente durante las mañanas de los días laborables. Diver­
sas razones pueden explicar el predominio de unos colectivos sobre los otros. El des­
igual reparto de las tareas domésticas y familiares según el género podría explicar las
diferencias de uso en la Via Júlia. A pesar de las mejoras observadas en los últimos
años en la corresponsabilización doméstica y familiar entre sexos, las mujeres conti­
núan cargando con el trabajo reproductivo (reforzado, sin lugar a dudas, por las
condiciones del mercado de trabajo con unas tasas bajas de actividad y unas elevadas
tasas de desempleo). La presencia de una mayor proporción de hombres mayores en
la Via Júlia podría deberse a una mayor disponibilidad de tiempo libre comparado
con el de las mujeres de su misma edad. Las mujeres dedicarían más tiempo y es­
fuerzos a las tareas domésticas y familiares, con la consecuente disminución de su
tiempo libre.
En la Rambla del Raval predomina, durante todos los días observados, un ma­
yor húmero de hombres jóvéñés y adultos de origen paquistaní y marroquí. La pre­
sencia num erosa de estos hombres en este espacio público se debe a diversas razones
como, por ejemplo, el elevado número de integrantes de este colectivo que vive en el
barrio, las pésimas condiciones de habitabilidad de las viviendas donde viven y la
precariedad laboral, que los hace estar sin trabajo largos períodos de tiempo. Ade­
más la Rambla se ha convertido, según un hombre paquistaní entrevistado, en «un
lugar social para la gente, para contactar y hablar» (Khan, 53 años, vecino «inmi­
grante» del Raval). El colectivo paquistaní ha bautizado a la Rambla con el nombre
de Presham Rambla que en urdu (la lengua oficial del Pakistán) significa la «Rambla
de los problemas» o la «Rambla de la gente preocupada».
Las mujeres utilizan mayoritariamente la Rambla del Raval como lugar de paso
más que como lugar de encuentro. La presencia femenina en la Rambla del Raval, por
tanto, es bastante escasa con excepción de las terrazas de los bares donde se observa un
equilibrio entre sexos. La existencia o no de determinados elementos en los espacios
públicos (bancos, área de juegos infantiles, terrazas de bares, etc.) puede incentivar o
desincentivarla participación de determinados colectivos de personas. La ausencia de

73
un área de juegos infantiles en la Rambla del Raval afecta, de alguna forma, la presen­
cia de mujeres adultas y de niños y niñas en el paseo central.
Evidentemente, otros grupos de identidades diversas, además de los ya nombra­
dos, usan y se apropian de los espacios públicos estudiados a lo largo del día y durante
todos los días de la semana. Lo comentado anteriormente sería el resultado cuantitati­
vo de los grupos de personas que predominan durante los días de observación realiza­
dos en cada uno de los espacios públicos estudiados.

Intervenciones urbanísticas en tos espacios públicos

Se puede afirmar, sin ninguna duda, que los dos espacios públicos estudiados, la
Via Júlia y la Rambla del Raval, han mejorado la vida cotidiana de las personas, ya que
han ofrecido a los barrios donde están ubicados espacios de encuentro, interacción y
comunicación. Estos espacios públicos han sido exitosos en la medida que han cumpli­
do una serie de expectativas: presentan una diversidad de personas según el sexo, la
edad y el origen étnico; presentan una gran diversidad de actividades; y propician
oportunidades para la interacción y la comunicación social (Paravicini, 2002; Project
for Public Spaces, 2002; Whyte, 1980).
Si bien es cierto que ningún grupo de usuarios se apropia de forma única o exclu-
yente de alguno de estos espacios, también lo es que la elevada proporción de hombres
paquistaníes y marroquíes en la Rambla del Raval es percibida por algunas personas
entrevistadas, sobre todo mujeres, como un factor que cohíbe su uso. Las siguientes
citas de personas entrevistadas muestran esta percepción:

Es muy bonita. Pero es lo que yo te digo: ahora pasas por allí y está llena de
paquistaníes. No hay un banco vacío, allí no te puedes sentar [Paquita, 53 años, vecina
«autóctona» del Raval).
No tengo tiempo [...] por eso no me puedo sentar allí. Cuando estoy libre tiene
mucha gente [...] por eso no puedo sentar [...]. No puedes sentar... aquí en la Rambla del
Raval hay muchos hombres, y mujeres na pueden sentar porque no hay sitio. No hay
mucho sitio [Jadicha, 23 años, vecina «inmigrante» paquistaní del Raval],
Está llena de marroquíes, de paquistaníes y todo eso. Se han «apoderao» de la Ram­
bla del Raval, esa gente [...]. Los asientos los ocupan todos ellos. Los 8 o 10 bancos que
hay los ocupan ellos [Augusto, 70 años, vecino «autóctono» del Raval],

Se observa, también, una gran diversidad de actividades potenciadas por su dise­


ño polivalente y por la diversidad de personas que usan estos espacios: gente sentada
en los bancos o en el césped; gente de pie o paseando; gente leyendo, observando o
hablando; niños y niñas jugando, en bicicleta o en patinete, etc. El diseño de los espa­
cios públicos, con un buen equilibrio entre áreas de acción y de reposo, favorece la
variedad de actividades.
Finalmente, los dos espacios públicos propician oportunidades para la interacción
y la comunicación social entre personas que se conocen y entre otras que no. Conversa­
ciones, saludos, frases intercambiadas para preguntar o pedir algo, manifestaciones de
afectividad, contacto visual, miradas, etc. sor^ algunas formas de interacción y de co­
municación observadas entre los usuarios de estos espacios públicos.

74
Teniendo en cuenta todo este conjunto de elementos que ayudan a medir el mayor
o menor éxito de los espacios públicos y considerando paralelam ente las opiniones de
las personas residentes entrevistadas, se concluye que la Via Julia es un espacio público
más exitoso que la Rambla del Raval.
La planificación urbanística y el diseño de los dos espacios públicos estudiados
tienen un papel fundamental en la seguridad objetiva (la que se constata) y la subjetiva
(la que se percibe) de las personas entrevistadas, y especialmente de las mujeres, que
son las que manifiestan más explícitamente una mayor inseguridad en los espacios
públicos abiertos (Bowlby, 1996; Morrell, 1998; Michaud, 2002).
Ningún hombre ni mujer entrevistada cita específicamente la Via Júlia o la Ram­
bla del Raval como espacios inseguros o espacios que eviten cruzar por razones de
seguridad. El hecho de que los espacios públicos seleccionados estén situados en áreas
multifuncionales y rodeados por bloques de viviendas, comercios, equipamientos, etc.
proporciona vivacidad y dinamismo a su alrededor y, al mismo tiempo, una mayor
sensación de seguridad. Además, la diversidad del perfil de usuarios que ocupan los
espacios públicos, la diversidad de actividades que se desarrollan y la animación que
proporcionan las terrazas de los bares situadas en los mismos paseos provoca que se
genere una «vigilancia natural» entre los mismos usuarios y, por tanto, llega a crearse
una mayor sensación seguridad (Loudier, Dubois, 2002). La buena accesibilidad, visi­
bilidad e iluminación de estos espacios y el casi siempre correcto mantenimiento del
mobiliario urbano hacen de estos dos espacios públicos lugares considerados seguros
para las personas entrevistadas.

Sentidos de lugar y de pertenencia en los barrios

El fuerte movimiento social y reivindicativo en Prosperitat que impulsó a finales


de los años setenta y principios de los ochenta la dignificación de los barrios y que
todavía hoy, a pesar de la pérdida de peso específico de este movimiento, continúa
alzando la voz y reivindicando mejoras, ha ayudado a fortalecer los sentidos de lugar y
de pertenencia (Domingo, Bonet, 1998).
Es importante hacer constar el papel de las mujeres en la historia del movimiento
social en Prosperitat tanto por lo que ha representado de visibilización pública como
agentes activos en las luchas vecinales como por la sensibilidad mostrada hacia aque­
llas reivindicaciones estrechamente relacionadas con las mejoras de vida de los ba­
rrios. A continuación se presentan algunas citas que muestran esta importancia:

A la asociación de vecinos venían señoras con sus zapatillas... no era fácil distinguir
quiénes eran militantes políticos, quiénes eran activistas sociales y quiénes eran los veci­
nos que estaban allá porque pensaban que hacía falta una escuela o que llegase el trans­
porte [Jordi Boija, 2001].
En las luchas participaron muchas mujeres. Durante el franquismo la mayoría de
cosas la hacían las mujeres, porque eran las que menos les paraban [...]. Muchas mujeres
que han sido amas de casa y que sus maridos han estado trabajando y muchas han
participado en la lucha [...]. A la vez han sido capaces de llevar una casa, de cuidar unos
crios... Y las luchas han estado reconocidas a los hombres [Paula, 22 años, vecina de
Prosperitat],

75
Los agentes sociales y los vecinos y vecinas entrevistados, especialmente los de
mayor edad, que vivieron personalmente las lachas y las reivindicaciones sociales y
urbanísticas, sienten que sin su esfuerzo no se habría conseguido ni la mitad de las
mejoras obtenidas en los barrios. La participación ciudadana en la defensa de los espa­
cios públicos ha ayudado a fortalecer el sentido de pertenencia de los habitantes de los
barrios. Estas narraciones muestran estas opiniones:

Este barrio siempre ha sido un barrio combativo. Siempre se ha movido por impul­
sos como: ¿necesitamos esto?, pues vamos a tenerlo. Nunca hemos retrocedido. Ahora
tenemos muchas cosas, muchas más que otros barrios de Barcelona [Ricardo, 33 años,
vecino de Prosperitat].
Haber conocido el barrio hace cuarenta y tantos años a ahora... Lo han dejado
estupendo. Que no te dan ganas de irte al centro. Antes tenías que irte al centro porque
antes todo eran viñas, y no podías. No había nada [Josefa, 59 años, vecina de Prosperitat],

La Via Júlia es, quizás, uno de los espacios públicos más emblemáticos de los pro­
yectados en Barcelona por el Ayuntamiento durante los primeros años de gobierno de­
mocrático. Su creación coincidió con uno de los momentos culminantes para los movi­
mientos sociales urbanos, circunstancia que resultó especialmente interesante ya que
combinó el saber profesional por parte del equipo técnico de la administración local y el
conocimiento de las necesidades y preocupaciones cotidianas de la población por parte
de las asociaciones vecinales.
Los vecinos y las vecinas entrevistados de Prosperitat opinan, casi unánimemente,
que los cambios urbanísticos experimentados en las últimas décadas han supuesto una
mejora considerable y esto ha provocado, paralelamente, una mayor satisfacción e
identificación con sus barrios. Esta satisfacción no se traduce, como cabría esperarse,
en un sentimiento conformista con la situación actual, sino más bien, ha ayudado a
fortalecer el sentido de compromiso que las asociaciones y las entidades vecinales tie­
nen hacia sus conciudadanos, a la vez que continúan reivindicando mejoras y un diálo­
go más abierto con el gobierno local.
Contrariamente, el proceso urbanizador de la Rambla del Raval, concebida des­
de sus orígenes como un espacio para servir al barrio y a la ciudad, no contó con un
movimiento vecinal fuerte capaz de cohesionar las demandas y las reivindicaciones
de los vecinos y vecinas del Raval. Seguramente con una mayor voluntad por parte
del gobierno local podría haberse asegurado una auténtica participación ciudadana
en el proceso de urbanización de la Rambla del Raval y se hubiese podido conseguir
un mayor hibridismo en su diseño para conjugar mejor las diferentes necesidades y
deseos.
El movimiento social y reivindicativo en el Raval ha estado menos cohesionado
que el de Prosperitat, hasta el punto de que diversas asociaciones del barrio que reivin­
dican, desde su pequeña esfera de influencia, mejoras sociales y urbanísticas para la
población del barrio, lo hacen de espaldas unas de oirás sin establecer bases de diálogo
para la consecución de objetivos comunes.
Las transformaciones urbanísticas llevadas a cabo en el Raval lian tenido un im­
pacto menos evidente en el fortalecimiento de los sentidos de lugar y de pertenencia de
los residentes entrevistados. Las actuaciones urbanísticas ivalizadas en el Raval han
sido más complejas y han provocado cambios extremadamente significativos en el

76
paisaje urbano del barrio. Sólo la creación de la Rambla del Raval ha supuesto el derri­
bo de cinco bloques de viviendas en el corazón del barrio y ha provocado la casi total
relocalización de los vecinos afectados en viviendas de nueva construcción de protec­
ción oficial en el Raval.
La Rambla del Raval ha sido una de las operaciones urbanísticas más ambiciosas
y polémicas de las realizadas por el Ayuntamiento de Barcelona en el centro histórico
de la ciudad. Ha sido ambiciosa, por la profunda renovación del tejido urbano, por la
construcción de viviendas de promoción pública y la voluntad de realojar en el mismo
barrio a las familias afectadas por los derribos. Según Martí Abella (2001), otro de los
arquitectos entrevistados y responsable de Foment Ciutat Vella, solamente un 10 % de
los afectados sufrió una expulsión «directa» y tuvo que aceptar una compensación
económica por falta de viviendas disponibles. Y ha sido polémica por las críticas surgi­
das en tom o a las dimensiones del espacio, la destrucción irreversible del patrimonio
histórico, la desaparición del tramado viario y la toponimia, la escasa calidad arquitec­
tónica de los edificios de nueva construcción y la especulación inmobiliaria generada
alrededor de las obras de renovación.
Es evidente que el urbanismo no puede por sí solo corregir, mediante actuaciones
físicas, desigualdades sociales si no va acompañado paralelamente de políticas sociales
(Gans, 2002). No obstante, actuaciones urbanísticas concretas en barrios degradados y
marginados pueden mejorar la calidad de vida de la población mediante la creación de
espacios públicos de calidad proporcionando lugares de encuentro, mejoras ambienta­
les y la incentivación de la inversión económica a su alrededor.
La Rambla del Raval, junto con otras operaciones urbanísticas en el barrio como
el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), el Museo de Arte Contem­
poráneo de Barcelona (MACBA) y la Facultad de Geografía e Historia de la Universi­
dad de Barcelona, ha influido también, de una forma espectacular, en la transforma­
ción estética, social, económica y urbanística del barrio. El Raval, en general, es un
espacio de nueva centralidad sometido a una presión constante por parte de entidades
públicas y operadores privados interesados en ganar espacios céntricos y simbólica­
mente emblemáticos para la consolidación de una oferta de servicios financieros, co­
merciales y hoteleros (Pujadas, Baptista, 2001).
Esta presión insistente por parte especialmente de operadores privados está sien­
do vivida de primera mano por algunos vecinos y vecinas del Raval y de otros barrios
de Ciutat Vella a través del fenómeno bautizado como mobbing. Esta palabra definiría
la presión que ejercen las empresas inmobiliarias sobre sus inquilinos para que aban­
donen su residencia lo antes posible con el fin de poner nuevamente a disposición los
departamentos a través de nuevos contratos de alquiler o venta con precios muchísimo
más elevados (Cia, 2004).
Con todo este proceso de renovación urbanística no es extraño que se hayan insta­
lado en el barrio nuevos residentes «elitizadores»5con una mayor capacidad adquisiti­
va, antiguos residentes y nuevos residentes extranjeros «inmigrantes» atraídos por sus
redes sociales y unas condiciones más asequibles de los precios de alquiler de las vi­
viendas más antiguas y sin rehabilitar. Esta variedad de población con identidades

5. De acuerdo con la reflexión de la geógrafa Luz M arina G arcía (2001) se utiliza el térm in o «elitización» en
vez del neologism o «gentrificación» proveniente de la p alab ra inglesa gentrification.

77
diversas muestra hasta qué punto el Raval está inmerso en un proceso dinámico de
transformación social y urbana y como esta población vive en plena fase de definición
y redefinición de los sentidos de lugar y de pertenencia.
Veamos qué opina cada uno de los grupos entrevistados en el Raval. Los residen­
tes «autóctonos» entrevistados valoran las operaciones urbanísticas realizadas en el
barrio, pero una gran parte de ellos minimizan los resultados obtenidos, ya que la
preocupación y la inquietud que les provoca la presencia de los nuevos vecinos y veci­
nas inmigradas (especialmente la de los colectivos paquistaníes y marroquíes) desluce
cualquier percepción de mejora en su vida cotidiana.
Los residentes «recién llegados» entrevistados se sienten satisfechos por vivir en el
barrio. Sin embargo, son las personas que tienen una opinión más critica sobre la
concepción, la evolución y el resultado final de las actuaciones urbanísticas en el ba­
rrio. El hecho de que este colectivo, por su perfil sociocultural, tenga un acceso más
directo a la producción cultural más crítica con las transformaciones urbanísticas po­
dría explicar su posicionamiento.
El tercer grupo estudiado en el Raval, el de los residentes «inmigrados» entrevista­
dos, lejos de tener unas opiniones uniformes, y como muestra de la variedad de identi­
dades individuales y de sus múltiples experiencias, tienen opiniones diversas: algunos
encuentran muy positivas las actuaciones urbanísticas realizadas en el barrio, mien­
tras que los más politizados y con niveles educativos más altos comparten puntos de
vista y opiniones con los residentes «recién llegados».
Como se ha podido ver, los sentidos de pertenencia de los residentes entrevistados
en el Raval son múltiples y se han visto poco fortalecidos por los cambios urbanísticos
hechos en los últimos años. Es evidente que la situación de degradación física que
sufría el barrio en los años ochenta reclamaba una actuación urbanística contundente,
pero también lo es que quizás con una mayor participación de las asociaciones vecina­
les y un mayor consenso entre las partes implicadas podía haberse actuado de una
forma más sensible y menos agresiva con el entorno urbano del barrio.

Nuevas identidades de barrio

Siguiendo las líneas teóricas apuntadas por algunas geógrafas como Massey
(1995) y Fenster (2004), este artículo ha pretendido deconstruir el sentido de perte­
nencia —asociado tradicionalmente a los lugares sagrados, simbólicos y al territo­
rio— para definirlo con el conjunto de sentimientos, percepciones, deseos, necesida­
des, etc. construidos sobre la base de las prácticas y actividades cotidianas
desarrolladas en los espacios cotidianos. La memoria tiene un papel fundamental en
la construcción del sentido de pertenencia a un lugar determinado y es uno de los
aspectos esenciales de la propia identidad basada en la acumulación de pequeños
acontecimientos de la infancia y del pasado.
Los hombres y las mujeres entrevistadas en Prosperitat y el Raval construyen sus
sentidos de lugar y de pertenencia basándose en sus múltiples experiencias individua­
les y cotidianas, así como en relación con todo aquello que, de una forma u otra, confi­
gura la identidad del barrio.
Se han observado diferencias notables entre las construcciones de los sentidos de
lugar y de pertenencia entre los vecinos y vecinas entrevistadas de una y otra área de

78
estudio. Mientras que los hombres y las mujeres de Prosperitat se sienten fuertemente
arraigados a sus barrios, los del Raval tienen un sentido de lugar más debilitado y
desorientado. En las dos áreas de estudio, las mujeres son las que más insisten en la
importancia de sentirse a gusto entre la comunidad donde viven. Son ellas las que, a
causa de la división de funciones que socialmente y tradicionalmente se les atribuyen a
los distintos sexos, desarrollan más actividades de la vida cotidiana en el barrio, hecho
que provoca que tengan más oportunidades para establecer relaciones personales con
otros residentes y personas que trabajan en el barrio.
Los residentes entrevistados de Prosperitat se sienten muy a gusto en el barrio
donde viven y muy identificados con su entorno. Expresan su satisfacción por vivir en
un barrio donde las relaciones interpersonales que se establecen son cordiales y agra­
dables, resultado de la convivencia cotidiana a lo largo de muchos años de residencia
en el mismo barrio. Gran parte de las personas mayores que viven en este barrio
llegaron hacia los años cincuenta y sesenta del siglo X X y fueron configurando el pai­
saje físico y humano. La homogeneidad social (clase obrera que ha ido ascendiendo
socialmente hasta tener una capacidad adquisitiva y educativa similar a la media de la
ciudad) ha ayudado a crear una personalidad propia y una dinámica particular basa­
da en la gran estima de los habitantes por su barrio (Costa, Ros, 1997). Por otro lado,
una importante proporción de los hijos y nietos de los primeros habitantes del barrio
se ha quedado a vivir en éste y ha mantenido muy presente la memoria colectiva y la
memoria individual basada en la acumulación de acontecimientos de la infancia arrai­
gados al lugar.
El Raval ha sido a lo largo del siglo XX un territorio de acogida para la población
llegada a la ciudad y, a la vez, un territorio de paso donde los habitantes que progresa­
ban socialmente dejaban un lugar excesivamente denso, degradado físicamente y dete­
riorado socialmente para trasladarse a otro con mejores condiciones de vida. Este ir y
venir de población ha repercutido, sin duda, en la cohesión social del barrio creando
un sentido de lugar y de pertenencia menos cohesionado y quizás más debilitado que
en Prosperitat.
En el Raval, las personas entrevistadas tienen un sentido de lugar muy variado
dependiendo de su identidad social, étnica y cultural. Nuevamente sentirse a gusto en
el espacio cotidiano va estrechamente relacionado con la percepción de las personas
que comparten este mismo espacio y las relaciones interpersonales que se establecen.
La mayoría de mujeres y hombres «autóctonos» entrevistados sienten que la llega­
da de población extranjera está haciendo perder la esencia identitaria del barrio. El
debilitamiento de su sentido de pertenencia puede explicarse por la pérdida de poder y
control sobre el barrio provocado por el desconocimiento y la desconfianza hacia el
«Otro»,6la presencia de personas de otras etnias y culturas y la proliferación de comer­
cios étnicos que modifican el paisaje urbano tradicional. Las condiciones de precarie­
dad del mercado laboral y el escaso desarrollo del Estado de bienestar en España (en
comparación con otros países europeos) explicarían el sentimiento de inseguridad que
tienen estos grupos sociales y la competitividad que se crea para acceder a los recursos
sociales (Navarro, 2002). A pesar de este sentimiento casi generalizado entre los resi­

6. Con el objetivo de en fatizar la im agen im aginada, falsa y d isto rsio n ad a que se tiene de las p ersonas
inm ig rad as se u tiliza el térm in o «Otro». S an tam aría (2002) h ace u n excelente estudio sobre el uso de este co n ­
cepto y u n a in teresan te reflexión sobre la con stru cció n social de la «inm igración» en la sociedad española.

79
den tes «autóctonos» se observa que son, junto con los residentes «inmigrados», los que
ocupan más espacios del barrio (compran en los comercios del barrio, llevan a sus
hijos a las escuelas del barrio, utilizan más los espacios públicos de éste, etc.).
Los sentidos de lugar y de pertenencia de los vecinos y vecinas «inmigrados» en­
trevistados se van construyendo a medida que aumen ta el tiempo de llegada y enrique­
cen el substrato de memoria, experiencias y actividades cotidianas desarrolladas en el
barrio. Casi todos ellos se sienten a gusto viviendo en un barrio tan multicultural, ya
que la misma heterogeneidad social y cultural del Raval les ayuda a pasar desapercibi­
dos y les concede un mayor grado de anonimato, a la vez que les permite estar más
cerca de las personas de su misma cultura. Los grupos «autóctonos» e «inmigrados»
comparten, de esta forma, una gran variedad de espacios en su vida cotidiana, hecho
importante para fortalecer el conocimiento mutuo y las relaciones interpersonales.
Por lo que se refiere a los vecinos y vecinas «recién llegados» entrevistados, se
sienten a gusto en el barrio que han escogido vivir y les gusta su multiculturalidad. Así
lo muestran estas citas de dos mujeres entrevistadas:

Estoy muy contenta [...}. Es un barrio que tiene gente muy diferente, muy dinámi­
co, muy variado [...]. La diversidad de la gente que vive. Cuando voy a otros barrios te
sorprende que sean todos tan unificados o tan iguales [Mercé, 35 años, vecina «recién
llegada» del Raval].
Creo que el tema de la mezcla de culturas es fascinante, es encantador, me gusta
mucho, pero no es un barrio que se pueda hablar de una comunidad, de los vecinos que
se conocen... [Linda, 33 años, vecina «recién llegada» del Raval].

Sin embargo, a diferencia de los grupos anteriores, la población «recién llegada»,


a pesar de ensalzar la diversidad cultural del barrio, desarrolla sus actividades cotidia­
nas fuera de éste. Podría decirse, entonces, que los «recién llegados» se comportarían
como fláneurs y disfrutarían del Raval más como observadores del espectáculo
multicultural que les ofrece el barrio que como vecinos sumergidos en la práctica coti­
diana del barrio.
Los tres grupos sociales del Raval coinciden en afirmar que hay poca interrelación
y comunicación entre los diferentes colectivos. Por esta razón todos los espacios públi­
cos del barrio tienen un papel fundamental para propiciar espacios de contacto y de
comunicación, aunque sea visual, con el objetivo de dibujar entre todos nuevos paisa­
jes donde sentirse representados.

Reflexiones Anales

Para finalizar se destacan las ideas principales que surgen a lo largo de este traba­
jo. En primer lugar, se ha podido observar cómo los hombres y las mujeres con identi­
dades individuales diversas muestran diferentes pautas espaciales en el uso y la apro­
piación de los espacios públicos; en segundo lugar, se ha podido ver cómo las
intervenciones urbanísticas dirigidas a la creación de espacios públicos de calidad han
mejorado las condiciones sociales y ambientales de los barrios estudiados; en tercer
lugar, se ha mostrado cómo sentirse a gusto en el lugar donde se vive es imprescindible
para construir sentidos de lugar y de pertenencia; y, finalmente, se ha podido compro­

80
bar cómo las identidades de los barrios son cambiantes y se configuran a través de las
experiencias y las prácticas cotidianas.
A modo de síntesis cabría insistir en la necesidad de superar la cientificidad, uni­
versalidad y neutralidad del conocimiento subyacente en las prácticas profesionales de
la planificación urbanística que no tienen en cuenta la diversidad cultural ni las rela­
ciones de poder dentro de las comunidades donde tienen lugar. En estas dinámicas el
espacio es concebido solamente por sus dimensiones físicas y «absolutas» sin tener en
cuenta las relaciones sociales que se establecen y olvidando que las personas perciben,
usan y viven el espacio de forma diferente según su propia identidad personal y social
(Fenster, 2004).
Como sucedió con el diseño y la planificación de uno de los espacios públicos
estudiados, la Via Júlia, los profesionales del urbanismo y los gobiernos locales debe­
rían aprovechar los conocimientos que da la experiencia de vivir cotidianamente en un
lugar concreto, potenciar así la participación ciudadana en la práctica de la planifica­
ción urbanística y fortalecer, de esta forma, los sentidos de lugar y de pertenencia de las
personas en el entorno donde viven. Con este fortalecimiento se favorecería el uso y la
apropiación de los espacios públicos, a la vez que se potenciarían los lugares de en­
cuentro, de intercambio, de comunicación social y de expresión colectiva en la ciudad.

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83
Del suburbio como paraíso a la espacialidad
periférica del miedo
Alicia Lindón
UAM-Iztapalapa, México

En este trabajo tomamos como punto de partida un imaginario que llegó a consti­
tuirse en dominante, como es el que asocia la idea de espacio abierto de los suburbios
con la de libertad y acercamiento a la naturaleza. Indudablemente nos referimos al
imaginario que se va constituyendo a mediados del siglo XX en los suburbios de las
ciudades americanas. Así, antes que centramos en el proceso de suburbanización en
su aspecto material, colocamos el foco en el imaginario que ha acompañado la exten­
sión material de la ciudad en su entorno. No obstante cabe observar que esta mirada
no implica asumir al imaginario como una representación directa de las formas mate­
riales. Ambos aspectos —materialidad e imaginario— terminan siendo los complejos
marcos en los cuales se desarrollan modos de vida urbanos particulares.
Las ciudades latinoamericanas, y mexicanas en particular, han estado muy abier­
tas a estos ideales suburbanos y también a los patrones urbanos americanos, sin per­
der otros rasgos propios como sus cinturones de pobreza urbana. De hecho, la ciudad
de México ha sido una de las primeras ciudades latinoamericanas que empieza el pro­
ceso de americanización.1Actualmente, el llamado modelo Los Ángeles12aparece como
un horizonte instaurado o al menos próximo —aunque aún sea de modo parcial o
intersticial— incluso en las ciudades de América Latina que han sido más reticentes a
este patrón urbano, como son las del Cono Sur por sus herencias urbanas más euro­
peas que americanas. En otras palabras, buena parte de las formas urbanas que hace
tres y cuatro décadas parecieron marcar profundamente el estilo de las ciudades ameri­

1. C uando h ab lam o s del m odelo de ciudad am erican a nos referim os a la ciudad que se extiende p o r su
periferia (o su b u rb io ) y el autom óvil se constituye en u n elem ento cen tral en este proceso u rbano, con las
im plicaciones socio-culturales que ello supone. A veces se habla de m an era m ás p a rtic u la r del m odelo de c iu ­
dad, Los Ángeles.
2. R especto al llam ad o m odelo Los Ángeles cabe tra e r a colación el p lan team ien to de C ynthia G horra-
G obin (1997): en b u e n a m ed id a se h a considerado en p a rtic u la r a Los Ángeles com o la ciu d ad em blem ática del
m odo de vida am erican o p o r se r la ciu d ad am erican a que a nivel del paisaje u rb a n o casi no se diferencia en tre
el cen tro y los sub u rb io s. P o r ello, au n q u e p arezca u n sinsentido o u n a con stru cció n discursiva contrad icto ria,
el llam ad o m odelo Los Ángeles refiere a u n a ciu d ad u n ifo rm em en te «suburbana», o dicho de o tra form a, lo
que fue característico del su b u rb io en u n m o m en to se p re se n ta hoy com o el todo. E n otros casos se h a se ñ a la ­
do que el m odelo Los Ángeles refiere a ciudades sin centro, lo que se ría el anverso de lo expresado m ás arrib a.
S in em bargo, p o sib lem en te la ex presión «sin centro» no re su lta ta n ilu strativ a del perfil com o sí lo es la p ro ­
p u e sta de G ho rra-G o b in que la caracteriza com o u n a ciu d ad en teram en te su b u rb an a.

85
canas, ahora las encontramos cada vez más presentes en las latinoamericanas.3En este
nivel, nuestro interrogante se define no sobre esas formas espaciales materialmente
definidas, sino sobre las ideas que acompañan a la expansión de la ciudad y con las
cuales sus habitantes le otorgan sentido a esos territorios de la expansión metropolita­
na, haciendo uso tanto de la memoria, como de la capacidad representacional y tam­
bién de la creatividad y la fantasía.4 En síntesis, no analizamos la americanización de
las ciudades latinoamericanas, ni de la ciudad de México, pero sí exploramos la difu­
sión de ese imaginario americano acerca del suburbio como paraíso, como una utopía
fuerte que acompaña a la expansión periférica de la ciudad de México. En nuestra
investigación empírica hemos hallado que ese imaginario americano dominante, en la
ciudad de México ha estado presente —y lo sigue estando— incluso en las periferias
más pauperizadas. Esto resulta significativo si se tiene en cuenta que en Estados Uni­
dos estas ideas son propias de las clases medias y medias altas, es decir, quienes habi­
tan esos suburbios.
De esta forma, en la primera parte del capítulo se analiza ese imaginario america­
no dominante para el cual el suburbio es libertad y contacto con la naturaleza, gene­
rando así un habitar topofílico (el afecto por el suburbio). Luego, en la segunda parte
se plantea la difusión de ese imaginario, para considerar en la tercera parte la
resemantización de dicho imaginario en el caso de la periferia del oriente de la ciudad
de México. De las distintas formas de resemantización de los suburbios/periferia5pre­
sentamos una que concibe a ese territorio como un espacio del miedo, por lo que el
habitante lo vive de manera topofóbica.
Es importante subrayar que nuestro análisis se desarrolla exclusivamente en el
plano del imaginario suburbano o periférico, es decir, nos interesa presentar las ideas,
concepciones, percepciones y vivencias, y no los hechos objetivos. Esto no quiere decir
que ese plano del imaginario no tenga relaciones, a veces cercanas, otras lejanas, a
veces directas y otras inversas, con los fenómenos materiales. Así por ejemplo, cuando
se plantea que el suburbio es concebido como un territorio vacío ello no significa que
efectivamente lo estuviera, sino que así era concebido por sus habitantes. El valor de
esa construcción radica en que es constitutiva del fenómeno, quienes la asumen reali-
záñ prácticas específicas articuladas con esa idea, que tienen efectos de realidad.
Por último es necesario destacar que la investigación empírica que está detrás de
estas reflexiones se viene desarrollando desde hace más de 15 años, centrada particu­
larmente sobre la periferia oriental de la ciudad de México conocida como Valle de

3. E n las ciudades latin o am erican as actuales se extiende de m a n e ra creciente y acelerad a u n rasgo que no
estab a p resen te en las ciudades am ericanas. Nos referim os a la llam ad a «m edievalízación de la ciudad» o
«am urallam iento», o sim plem ente, los fraccionam ientos cerrados. S in em bargo, vale la p e n a te n e r e n cu en ta
que este rasgo ta n an alizado e n los estudios u rb an o s actuales —la m u ralla o la condición de espacio cerrado—
opera co n relació n al resto de la ciu d ad o co n respecto a lo que q ueda afu era de ella. P ero, in tern am en te esa
m u ralla tien e u n a fu n ció n central, que es la de p o sib ilitar u n a convivencia al m ejo r e stilo del su b u rb io am erica­
no, es decir, con ap aren te «libertad».
4. Abilio V ergara es enfático en la creatividad y lo fantasioso com o com ponentes cen trales de los im agina­
rios (2001: 12).
5. E n esta ocasión no ab o rd am os directam en te la d iscusión en tre las expresiones «suburbio» y «periferia»,
deb ate que hem o s to cad o en o tra ocasión (H iernaux y L indón, 2004). P ero m encionam os sólo de m an era
aclarato ria, que estam os reservando la expresión su b u rb io p a ra las ciudades am erican as y p eriferia, p a ra las
latinoam ericanas.

86
Chalco.6 En estos años hemos realizado muy diversas fases y etapas de trabajo de
campo, con diversos instrumentos, aunque dándole prioridad a los acercamientos usual­
mente denominados cualitativos. Los aspectos de la vida local que se analizan en esta
ocasión sólo se alimentan de información y análisis cualitativos, básicamente de análi­
sis de los relatos de vida libres y abiertos de los habitantes anónimos del lugar. No
obstante, no estamos incorporando voces particulares en este texto, ya que no es nues­
tro objetivo en esta ocasión realizar una presentación del caso, sino retomar ideas-
fuerza que hemos hallado en ese contexto y traerlas a la discusión para pensar el pro­
blema de las periferias de manera más amplia. En última instancia nos estamos valiendo
del caso concreto de Valle de Chalco por su carácter paradigmático de la expansión de
la periferia metropolitana registrada a partir de los años ochenta y más aún, noventa,
en la ciudad de México. Por otra parte cabe destacar que se trata de ideas-fuerza que
han sido reiteradas en otras investigaciones sobre diferentes periferias de la ciudad.

1. El suburbio como paraíso: un imaginario dominante

Cuando a mediados del siglo XX (y de manera más intensa desde los años seten­
ta),7las ciudades americanas empiezan a extenderse sobre su entorno, constituyendo y
extendiendo los suburbios, el espacio abierto deviene una forma espacial diferente a lo
conocido para el habitante de la ciudad.8Será ante esta nueva espacialidad suburbana
que los habitantes de la ciudad comienzan a entretejer una tram a de sentido en tom o a
esa forma material del suburbio y la vida allí desarrollada. Esta constmcción de senti­
do respecto a cómo entender el suburbio va a articular con otras ideas en auge en la
cultura americana en ese momento, como la de progreso y movilidad social ascenden­
te. Este imaginario sobre el suburbio también resulta del contraste con otras ideas,
difundidas en diversos países, como son las de rechazo a las ciudades y la vida urbana
debido al entorno que en ellas había producido la industrialización del siglo XIX e
incluso de inicios del XX. En el discurso urbano especializado posiblemente Lewis
Munford (1959) fue uno de los autores que plasmó de manera más acabada la fisono­
mía de aquellas ciudades. Aunque la idea de la «ciudad carbón» nace en Inglaterra (con
referentes empíricos concretos) , pronto circula por el occidente que se industrializaba,
y las ciudades americanas no escapan a ello. De esta forma, en las ciudades americanas
de mediados del siglo XX, estas ideas de rechazo al deterioro de la ciudad habían sido
incorporadas. Esto no fue ajeno al enorme peso que en esta sociedad adquiere en esa
época la idea de progreso y movilidad social. La conjunción de estas visiones termina

6. A títu lo sólo ilu strativo cabe re co rd ar que Valle de Chalco cu en ta con u n a población to tal de algo m ás de
m edio m illón de h ab itan tes, y la ocupación de estas tierras p a ra uso u rb an o se inició de m an era irreg u lar a fines
de los añ o s setenta.
7. B au m g artn er (1988:6) destaca que de acuerdo con la inform ació n censal, en la década de los setenta, casi
todos los centros de las ciudades am ericanas h an perdido población, m ientras que los suburbios la in crem entaron
en ese m ism o p erío d o en u n 17 %. E ste a u to r concluye que en u n futuro no lejano se p uede prever que la
m ayoría de los am erican o s vivan en suburbios.
8. Cabe re c o rd a r que los estudios u rb a n o s de la época m a n e ja ro n la m etáfo ra de la «m ancha de aceite»
p a ra d a r cu en ta del pro ceso d e su b u rb an izac ió n o periferización. T iem po después el vocabulario u rb a n o espe­
cializado generó la ex presión « m ancha u rb a n a » , com o derivación de la m an c h a de aceite que se extiende e n el
territo rio . F in alm en te, estas expresiones y m etáfo ras re su lta n cercan as a lo que aq u í estam os den o m in an d o
«ap ertu ra espacial».

87
conformando un imaginario respecto a los suburbios como un paraíso, que llegará a
ser dominante, a diferencia del sentido que tenía hasta ese momento: el suburbio era el
lugar de la gente más pauperizada y de distintos intercambios desagradables (Tuan,
1990:248). En cambio, en este nuevo imaginario el suburbio-paraíso reuma las venta­
jas del campo por su naturalidad y las de la ciudad, sin ninguna desventaja.
Este imaginario se articula con ciertos elementos materiales del paisaje suburba­
no; aunque no lo hace ni linealmente ni de manera unívoca. Así, el imaginario subur­
bano se ancla en unos elementos mientras que otros no son registrados. El rasgo mate­
rial que puede considerarse como el desencadenante de una serie de asociaciones que
terminan construyendo una tram a de sentido es la «apertura espacial» y la «exten­
sión», que siempre han caracterizado al territorio en el cual se extiende la ciudad, sea
que se llame suburbio, o periferia como resultará más frecuente con posterioridad en
las ciudades latinoamericanas (Hiernaux y Lindón, 2004). La apertura espacial, como
forma material, se expresó en varios elementos, desde la presencia de lotes baldíos, el
tipo de viviendas (separadas unas de otras), la monotonía del paisaje (Relph, 1976:
132-134) hasta otros como las carreteras. A estos rasgos materiales (apertura espacial
y extensión) y en aquel contexto, se le han asociado dos atributos principales: uno es la
noción de libertad y el otro el contacto con la naturaleza.

1.1. La apertura/extensión espacial y la idea de libertad

Las carreteras han sido un elemento material clave en el nuevo paisaje suburbano,
expresando de la manera más acabada la asociación entre la apertura espacial/exten­
sión y la libertad. Esta asociación entre la forma espacial básica del suburbio y la
libertad se configura en contraste al menos con dos cuestiones principales. Una es el
orden urbano establecido y materializado en la retícula de la traza urbana (más aún en
el centro de las ciudades). Así, la traza urbana cerrada si lele vivirse cnmn la restricción
de la libertad (Tuan, 1990,1980a y 1977),precisam ente porque la traza misma impide
ciertos movimientos, da visibilidades a algunos lugares y se la reduce o niega a otros.
La traza urbana establece las posibilidades para la movilidad espacial, no sólo por las
reglas y códigos de circulación, sino también por la maicrinlidad misma de las cons­
trucciones. En esta perspectiva, la ciudad densa puede Ilegal- a representar lo opuesto
a la libertad. Pero, ese sentido del tejido urbano cerrado como una restricción sólo
surge cuando aparece el suburbio porque ese nuevo contexto abre la posibilidad de
hacer una analogía entre ambas formas urbanas.
La segunda cuestión que contribuye a la asociación entre la apertura espacial
suburbana y la libertad es el hecho de que los espacios abiertos, sin un limite claro

9. De acuerdo con Tuan, la tra z a u rb a n a ce rra d a es u n obstáculo a la libertad. No obstante, a inicios del siglo
XX, Sim m el p lan teó que la a lta densidad p ro p ia de las grandes m etrópolis p uede oto rg arle lib erta d al in d ividuo
a trav és d e la fig u ra del an o n im ato y a través de la ac titu d blassée, es decir, la indiferencia com o estrategia de
h a b ita r e n u n m edio sa tu rad o de personas, de im ágenes y estím ulos sensoriales de todo tipo. Posiblem ente, las
interp retacio n es opuestas de fenóm enos sem ejantes que h acen am bos autores haya que ub icarlas en su s respec­
tivos contextos históricos. M ientras que p a ra Sim m el lo que ofrecía la ciu d ad h a b ía que en ten d erlo com o una
salid a frente a los controles sociales de la sociedad tradicional (la com unidad) que em pezaba a retroceder. P ara
Tuan, la den sid ad de los cen tro s u rb an o s debe en ten d erse en u n contexto (en los añ o s setenta) en el cual la
m o d ern id ad in d u strial y cap italista ya h ab ía prod u cid o nuevos m ecanism os de opresión.
(como los suburbios americanos de mediados del siglo XX pero no exclusivamente),
fácilmente se conciben como un desafío a lo conocido y lo instituido, precisamente por
la falta de límites. Por ello, el espacio abierto —el suburbio que se extiende «sin solu­
ción de continuidad»— se asoció sin dificultad con la atracción por lo desconocido, y
ello suele venir de la mano del sentido de la aventura. Así, el habitante de los suburbios
(pero también de la periferia), aun de manera no consciente, recrea la figura del pione­
ro y la épica de la aventura.
Además, hay que tener en cuenta que en la sociedad americana la noción de liber­
tad —en este caso atribuida a una forma espacial— tenía un fuerte arraigo cultural ya
que articulaba con la noción de independencia, y ésta a su vez, con la concepción de los
vínculos comunitarios débiles como una forma de sortear las ataduras y controles
sociales.

1.2. La apertura/extensión espacial: el suburbio com o «Wildemess»

La apertura espacial del suburbio no sólo es vista como libertad, también se asocia
a la idea de la «tierra no cultivada», tierra yerma, el territorio natural o Wildemess. 10En
suma, la apertura espacial también permite concebir al suburbio como un territorio no
transformado por el ser humano. Ésta es la concepción del suburbio americano como
Wildemess que integra lo natural con lo vacío en tanto territorio virgen, en sentido mate­
rial y también cultural. De acuerdo a Tuan, el poder del concepto de Wildemess radica en
su capacidad para evocar admiración por la armonía del orden natural (1990:133).

La naturaleza

El sentido del suburbio como Wildemess surge en el imaginario colectivo por la


realización de un ejercicio de pareo (contraste) con los centros urbanos, que represen­
tan lo construido por el ser humano, la naturaleza manipulada y transformada al extre­
mo de rió reconocerse lo natural en el producto final. E n cierta perspectiva de corte
humanista, lo construido por el ser humano puede ser más valorado como «obra» o
producto de una cultura o del trabajo humano. Sin embargo, hay que tener en cuenta
que esa obra hum ana que son las ciudades, después de mediar el siglo XX ya empeza­
ban a verse como la expresión de una vida no natural. Por ello, la noción de Wildemess
en este contexto del suburbio termina alojando un sentido complejo y muy valorado. Al
ver al suburbio como Wildemess, el suburbio adquiere ese sentido de territorio natural,
en oposición a lo artificial como lo son las ciudades.
En buena medida esta idea viene relacionada con la densidad en la ocupación del
suelo (más baja que en las áreas centrales) y en parte con el tipo de vivienda que se
construye en los suburbios americanos de ese momento: la conocida «vivienda
unifamiliar con un jardín». También hay otro rasgo que contribuye a esa noción, la

10. Tuan h a an alizad o en diversas ocasiones el concepto de Wildemess, incluso ha revisado el sentido que ha
tom ad o en d istin tas trad icio n es religiosas y en d istintos m om entos históricos. Y concluye que no puede ser
definido objetivam ente po rq u e es ta n to u n estado del esp íritu com o un a descripción de u n orden n a tu ra l frente
al cual el se r h u m an o ex p erim enta ad m iració n y respeto (Tuan, 1990: 112).

89
presencia de lotes baldíos, tan frecuentes en los suburbios. Este fenómeno no se pre­
sentaba en los centros de las ciudades, y cuando aparecía un lote vacío no tenía el
aspecto de «recorte de la naturaleza» sino de área de destrucción. En términos preci­
sos el suburbio no es «natural», es tan construido como otras zonas de la ciudad, pero
lo que nos interesa destacar es cómo es concebido. Además, esa naturalidad no conlle­
va la condición de ruralidad, que era una de las formas de lo natural que la cultura
urbana reconocía. Así, no es una naturalidad en la que se realicen trabajos rurales ni se
carezca de las comodidades de la ciudad.
La naturalidad del suburbio tampoco correspondía con la otra forma de naturali­
dad conocida, la que se relaciona con paisajes lejanos, remotos, no habitados (aunque
en esencia estén habitados de alguna forma), verdaderas Teme Incognitae (en el senti­
do otorgado por John K. Wright en 1947 a esta expresión). En ese conjunto de concep­
ciones, el suburbio como territorio natural conjuntaba ambas ventajas: era natural
pero sin ser ni remoto ni un fragmento de la vida rural. Se crea la fantasía de que es
más natural que el centro de la ciudad. Así, el suburbio como Wildemess era la fantasía
geográfica11 de unir lo atractivo de la vida rural con lo atractivo de la vida urbana.

El vacío de materialidad

El suburbio como Wildemess no sólo es naturalidad, ésa es una de sus facetas,


pero también suma otro rasgo: refiere a un espacio «vacío», lo que urbanísticamente
encuentra correspondencia con la presencia de «baldíos». En esencia, tampoco está
vacío, en todo caso eso deriva de que suelen encontrarse lotes «vacantes», por ejemplo
en espera especulativa de valorización o simplemente porque aún no se completaba la
ocupación urbana.
Muchas veces el sentido de territorio vacío, tanto de objetos como de personas,
suele proceder de la baja densidad de edificación y, relacionada con ella, la baja densi­
dad de ocupación. Este aspecto se construyó socialmente como una garantía de una
«vida tranquila», entre otras cosas, por la escasez de estímulos sensoriales.112
Indudablemente, la valoración positiva de este vacío en términos materiales resul­
ta del contraste con los centros urbanos que se viven como «llenos», de personas y de
objetos. Dicha saturación implica movimiento y vida social, que toman el sentido de
restar tranquilidad.

El vacío de memoria

Así como el suburbio en tanto Wildemess denota el vacío en sentido material,


también connota la noción de vacío en términos de significados construidos a través
del tiempo, de historias, en suma, de memoria colectiva. Entonces, el suburbio como

11. U tilizam os el concepto de «fantasía geográfica» e n el sentido que le d iera G rah am Row les (1978), es
d ecir la cap acid ad de las p erso n as de unir, en la experiencia cotidiana, espacios físicam ente rem o to s y construir­
los así en u n espacio de vida integrado.
12. Vale la p en a señalar q u e Simmel planteó tempranamente la m ultiplicidad d e estím ulos sensoriales com o
algo pro p io de la ciu d ad y de las grandes m etrópolis e n particular.

90
Wildemess también está vacío de memoria. Desde una perspectiva de valorización de la
historia, se podría presum ir que un espacio sin memoria tiene menos valor.
Sin embargo, en estos suburbios americanos se valorizó esa ausencia de memoria
porque, por un lado, ello dejaba abierta la posibilidad de construir la historia y no
recibirla construida. Esto puede verse como construir una historia nueva de logros y
éxitos. Por otro lado, esa ausencia facilita volver a relocalizarse, práctica frecuente
entre los habitantes de los suburbios americanos.

1.3. La topofilia hacia el paraíso suburbano

En síntesis, todas estas dimensiones llevaron a una construcción de sentido que


articuló la apertura espacial (la falta de límites) propia del suburbio, con el sentido de
libertad, de proximidad con la naturaleza, de territorio tranquilo y aun, de territorio en
el cual se están haciendo e instituyendo reglas y códigos para una particular conviven­
cia, que podría identificarse como de «proximidad distante». Estos significados
imbricados entre sí vinieron a constituir una tram a de sentido que le dio fuerza al
suburbio americano como un lugar atractivo para vivir, y así contribuyó para que el
habitante del suburbio estableciera una relación topofílica con su espacio: un sentido
de bienestar y agrado por estar en ese lugar.
No se trata de una topofilia profunda como la que resulta del individuo que siente
una relación orgánica con el lugar, que se ha arraigado en un lugar, que siente perte­
nencia respecto a ese lugar o que siente que ahí están sus orígenes. Pero tampoco se
trata de una topofilia efímera, como la resultante de la contemplación circunstancial
de un lugar que resulta agradable. No obstante, también hay que tener en cuenta que
en los suburbios americanos —en parte debido al tipo de empleos de sus habitantes, en
grandes corporaciones— es frecuente que la experiencia de habitar un cierto lugar
también esté impregnada del sentido de lo transitorio (Baumgartner, 1988:9). Y esto, a
su vez, contribuye a no establecer vínculos sociales más estrechos o duraderos. Esa
circunstancia no conduce a sus habitantes a cambiar su estilo de vida de manera fre­
cuente, sino a cambiar eisuburbio en el que residen. No cambian el estilo de vida, pero
sí cambian de vivienda en sentido material, de domicilio y también cambian los veci­
nos. Por eso termina generándose una topofilia que si no es efímera, tampoco es pro­
funda. La sensación de agrado y bienestar no deriva del vínculo con unos vecinos en
particular ni con una casa particular, con un estilo de vivienda, de entorno y de vecin­
dario y de vida, más allá de lo particular: un estilo en el que las estructuras físicas
favorecen la privacidad y autonomía, la separación sin aislamiento.
No obstante, con el paso de los años esos suburbios se han transformado material­
mente, al menos en algunos aspectos. Por ejemplo, las carreteras suburbanas —símbo­
los materiales de la libertad— han devenido en lugares del confinamiento a partir del
congestionamiento vehicular y el tránsito estacionado en ellas. Y aun a ello se ha suma­
do otra situación como es la megalopolización, que ha generado el continuo de la
tram a urbana entre el suburbio dé una ciudad y el suburbio de otra. Por ello, el discur­
so urbano especializado busca acuñar nuevas expresiones, como edge cities, urbaniza­
ción difusa, archipiélagos urbanos, o la expresión antecesora de todas ellas, aunque refe­
rida a un fenómeno diferente: megalópolis. Es importante no perder de vista que estas
expresiones, a veces verdaderos conceptos urbanos y otras veces etiquetas novedosas o

91
conceptos a medio construir, sólo aspiran a explicar el fenómeno mismo, tanto en su
configuración espacial como en los procesos que los producen.
Queda un vacío que estas expresiones ni explican ni se proponen explicar y que no
carece de relevancia: cómo estos nuevos fenómenos urbanos —ya sea que los
conceptualicemos como archipiélagos urbanos, megalópolis, edge ciñes u otros— son
semantizados en la experiencia concreta de sus habitantes. En otras palabras, esa idea
del suburbio como puerta a la libertad y al contacto con la naturaleza se configura
cuando materialmente los suburbios eran próximos a zonas rurales o, al menos, a
tierras vacantes en apariencia verdes y naturales, es decir, cuando los suburbios repre­
sentaban una zona intermedia entre las áreas urbanas centrales y las áreas rurales.
Cuando los suburbios se densificaron, las carreteras que los conectan se saturaron de
vehículos y un suburbio se unió con otro, y ese con otro y otro, es posible preguntamos
qué ocurre con aquella idea del suburbio verde, natural, tranquilo y libre. No obstante,
nuestro análisis en esta ocasión no se orienta hacia la resemantización del suburbio
americano en aquel contexto, sino a la resemantización que ocurre con este imaginario
una vez que «migra» y se difunde en otros contextos. Concretamente optamos por
darle seguimiento a ciertos vestigios de este imaginario americano que hemos hallado
en la periferia oriental de la ciudad de México y cómo han sido resemantizados en
algunos casos.

2. La difusión del imaginario americano suburbano

Este imaginario americano suburbano puede considérame un imaginario domi­


nante por la capacidad que ha tenido para difundirse, penetrar en diferentes contextos
socio-culturales (particularmente latinoamericanos), ser apropiado por sujetos socia­
les sumamente diversos y dificultar la constnicción de otros imaginarios. En la expan­
sión de la periferia de la ciudad de México ha estado notoriamente presente. Incluso,
una de sus paradojas es que ha terminado siendo apropiado no sólo por los sectores
medios locales, sino incluso por grupos sociales urbanos pauperizados. No obstante, a
pesar de su enorme influencia —como cualquier otro imaginario— en la vida práctica
ha sido y sigue siendo reconstruido, sin perder enteramente todas sus ideas-fuerza.
Dicha reconstrucción, o resemantización, ocurre en la confrontación con la expe­
riencia cotidiana, en el constante discurrir de lo cotidiano. Asimismo, es necesario
destacar que esas experiencias siempre son «situadas».13 Esto implica que Ja recons­
trucción de las tramas de sentido la realizan sujetos particulares que habitan ese terri­
torio periférico, desde posiciones concretas que ocupan en la sociedad y desde sus
específicos contextos espacio-temporales en los que viven la periferia. Por ello, la
resemantización no produce otro imaginario sobre la periferia que sustituya al imagi­
nario dominante, sino que lo abre en una multiplicidad de variantes, todas ellas rela­
cionadas con la situación de los diversos sujetos sociales pero también relacionadas
con ese imaginario dominante, que no se pierde, sino que se torna más heterogéneo y
contradictorio.

13. P lanteam os lo «situado» en la perspectiva goffxnaniana, av eces llam ada «situacionism om etodológico»,
es decir, e n don d e el foco es la «situación de interacción». E sto es la relación cara a ca ra en u n espacio-tiem po
y d en tro de u n cierto m arco (elframe goffmaniano).

92
Entre los ideales americanos que afloran en nuestras periferias está el del acerca­
miento a la naturaleza y la valoración de distintos elementos que expresan lo natural.
Sin embargo, al mismo tiempo encontramos que otros elementos constitutivos de aquel
im aginario am ericano que daba sentido al suburbio han sido profundam ente
replanteados y otras veces omitidos, como ha ocurrido con el sentido de libertad. Posi­
blemente, la periferia excluida mantiene el sentido de la libertad pero no en los térmi­
nos americanos. Si la periferia excluida puede ser sinónimo de libertad es en la pers­
pectiva de que al habitante le representa independizarse de la parentela y su control
social, con la cual compartía residencia. Este fenómeno lo hemos analizado en otras
ocasiones (Lindón, 1999; Hiemaux y Lindón, 2003), aunque no calificándolo como
libertad sino como independencia respecto a la parentela. Pero posiblemente, sea una
forma de libertad asociada al individualismo contemporáneo.
Uno de los atributos otorgados a la apertura espacial en las ciudades americanas y
que hemos hallado en nuestra investigación empírica sobre la periferia oriental de la
ciudad de México es la asociación entre la apertura espacial y la naturaleza. En esta
periferia lo natural se particulariza en «lo verde», lo extenso, igual que en los suburbios
americanos. Aunque en este caso se agrega otro elemento paisajístico particular, como
son las figuras de los volcanes, como un signo indiscutible de lo «natural», pero tam ­
bién de la fuerza de la naturaleza. No obstante, cabe subrayar que en este contexto
particular hemos hallado que este sentido de la «periferia natural» (verde, extensa, con
los volcanes en el horizonte) está particularmente presente en los discursos masculi­
nos. Por su parte, los discursos femeninos suelen destacar otros elementos naturales, e
incluso, darle sentidos adversos a muchos de ellos.
En esta investigación también encontramos que este sentido de lo natural se aso­
cia a otro: la vida en la periferia es «más sana», extensamente documentado en muy
diversos procesos de periferización y suburbanización de diferentes latitudes y de dis­
tintos momentos históricos.14 Los «hechos objetivos», en la periferia oriental estudia­
da, muestran que no necesariamente hay más sanidad en esta periferia ya que casi
siempre la naturaleza está deteriorada y lo urbano no es lo suficientemente consolida­
do como para asegurar la sanidad. No obstante, es relevante observar que las ideas
acerca de ciertos fenómenos materiales no se construyen directamente sobre la mate­
rialidad evidente e insoslayable. Esta forma de darle sentido a la apertura espacial de la
periferia metropolitana pauperizada del oriente de la ciudad de México parece más
apegada a la subjetividad espacial del suburbio americano que a las formas materiales
periféricas inmediatas con las cuales se convive. Posiblemente este caso pueda resultar
un ejemplo de una idea reiterada en el discurso teórico sobre imaginarios: los imagina­
rios no «representan», es decir, no necesariamente construyen una imagen a partir de
los elementos materiales presentes. Los imaginarios suelen incorporar elementos «au­
sentes» en términos materiales. En el ejemplo, lo que se incorpora es algo ausente
localmente (la sanidad natural) aunque presente en otros contextos lejanos y no vivi­

14. Jam es Scobie, en su análisis de B uenos Aires, reproduce u n anuncio p ublicitario publicado en los p e rió ­
dicos de aquella ciu d ad en 1902, que resu lta ilustrativo de este im ag in ario de la n atu raleza san a de la p eriferia/
sub u rb io . El an u n cio exhortaba: «O breros, D ejad el conventillo y com prad u n lote en la F loresta (al oeste de
Flores) o en cu alq u ier otro p araje sano, si queréis la salud de vuestros hijos y deseáis vivir contentos». O tro
anu n cio p u b licad o en 1904 pregonaba: «El G ran rem ate del Día p a ra los Pobres» (Scobie, 1977: 236-237).

93
dos. Como planteara Starobinski, la im a g i n a c i ó n nos permite representamos cosas
alejadas y distanciamos de las realidades presentes (1974:137),

3. La resem antización del im a g in a rio suburbano: la espacialidad


del m iedo

La concepción de la periferia como un territorio que se extiende sin solución de


continuidad, sin un límite claro que marque ni el inicio ni el final, como un horizonte
espacial difuso, también se presenta en la periferia oriental de la ciudad de México. Sin
embargo, junto a ella encontramos que al tiempo que la periferia va acumulando histo­
ria, se va poblando de signos espaciales que a modo de mojones e hitos la van diferen­
ciando de lugar en lugar. Precisamente, la amalgama de ambas imágenes es más fre­
cuente en la periferia estudiada que la idea de la apertura espacial pura. Es extensión
espacial pero al mismo tiempo en ella hay hitos y marcas salpicadas irregularmente.
Esas marcas, hitos o mojones son diversas, desde viviendas con rasgos particulares,
comercios, ciertas calles y cruces de calles, letreros, lotes baldíos, basurales, etc. Esas
marcas recuerdan experiencias vividas allí, y así contribuyen a reconstruir el sentido
del espacio abierto vivido de maneras particulares.

3.1 .L a apertura espacial fragmentada y marcada por el miedo

Estos hitos o marcas van delimitando fragmentos de ese espacio vasto y extenso
sin límites nítidos, ponen límites dentro de un territorio caracterizado por la ausencia
de límites. Los límites demarcan áreas, muchas veces invisibles al simple observador.
Al mismo tiempo, las marcas sirven para nom brar los lugares, incluso con el correr del
tiempo contribuyen a la toponimia. Esos trozos o fragmentos no están definidos de la
misma forma para todas las personas, no son evidentes en sí mismos como lo puede
ser una gran avenida que divide de m anera evidente dos zonas de la ciudad. Algunos
habitantes y transeúntes de estos espacios periféricos reconocen ciertos fragmentos en
función de algunas marcas importantes para sí, pero que otras personas ni siquiera las
perciben. Esto implica que ese territorio vasto y extenso que es la periferia está cargado
de elementos que lo marcan, lo diferencian de un lugar a otro. La identificación de
estas marcas y áreas demarcadas por los mismos hitos «experienciales» está relaciona­
da con lo vivido en esos territorios.
En ese proceso de construcción de una historia cotidiana reciente, muchas
veces la apertura espacial se vive como un aum ento del riesgo de agresión. Por ello,
encontram os relatos de sus habitantes en los cuales se construye la apertura como
el espacio por el cual pueden circular los otros peligrosos, amenazantes, figuras
que acechan. Este sentido otorgado a la apertura espacial viene a integrar la pers­
pectiva del riesgo, que de por sí ya es una figura condensadora de fenómenos de
varios planos de la vida social local. Entonces, junto a las narrativas —muchas
veces masculinas— que retom an la idea am ericana de la apertura como el contacto
con la naturaleza, tam bién hallamos otras narrativas —a veces femeninas, pero no
siempre— en las cuales la apertura espacial es concebida como una espacialidad
del miedo.

94
En nuestra investigación sobre esta periferia encontramos que muchas de estas
marcas y áreas diferenciadas están relacionadas con experiencias de miedo a la agre­
sión, o de agresión experimentada. La fuerza de este miedo (ya sea por daño real o
imaginado) está en que se espacializa y, en consecuencia, perdura en el tiempo. El
espacio queda marcado por el miedo. Así, la apertura espacial resulta asociada al
miedo e incluso al pánico, y no a la libertad, como se observa en el imaginario ameri­
cano. Algunos autores que han estudiado el miedo desde enfoques espaciales, como
Denis Duelos (1995), han reconocido largas tradiciones en Occidente en las cuales se
asocian los espacios abiertos y el miedo, claro, tam bién hay otras que relacionan el
miedo con los espacios cerrados.
El caso de los espacios abiertos como fuente de miedo, según este autor, implica
que el miedo se experimenta como una amenaza externa. Éste es el tema por excelen­
cia de las fobias espacializadas. Por ejemplo, la conocida agorafobia como un caso
particular de topofobia. En estos casos, el miedo es una construcción de sentido que se
conforma en relación con ciertas formas espaciales: la apertura espacial es concebida
como una forma espacial que favorece el desplazamiento de los agresores. Vale compa­
rar con la construcción del sentido de la apertura espacial observada en los suburbios
americanos de mediados del siglo XX. Allí, la apertura espacial se concebía como lo que
le permitía subjetivamente al individuo sentirse protagonista de su libertad, de su avan­
zada sobre lo desconocido como fuente de innovaciones, sentirse artífice de algo que
iba a construir. En las periferias actuales como la analizada, la apertura espacial no le
sirve subjetivamente a la persona para posicionarse en sí misma, sino para referir a las
posibilidades que le otorga a los otros, cuando además la alteridad representa por
encima de todo la amenaza.15Incluso en situaciones de peligro real, esa misma apertu­
ra espacial podría ser vista como la posibilidad de huir del agresor. Pero lo relevante es
que para muchas voces que habitan esta periferia, esa apertura sólo es concebida como
una posibilidad para que el otro concrete su amenaza.
Esta forma de darle sentido a la apertura espacial se alimenta de experiencias
vividas (pasadas) de amenazas o directamente de agresiones, pero también de mitos y
leyendas localmente reconocidos y transmitidos (Lindón, 2005c). No por ello queda
limitada a un simple recuerdo del pasado, a la imagen que se puede rememorar. Al
mismo tiempo que se recuerda anecdóticamente, se constituye en un esquema con el
que el habitante de la periferia se orienta y actúa en el presente, como un verdadero
dispositivo cognitivo espacial. Conforma las prácticas actuales y aun las futuras de la
persona. La proyección de ese esquema en el presente y aun en el futuro es el rechazo
al «estar» en un lugar público, en las calles. Pero como no es posible para ninguna
persona evitar totalmente el espacio público, esto alimenta el sentido de que el espacio
público sólo es para circular y cuanto más rápidamente y más breve sea la exposición
al mismo, el sujeto se siente más protegido. El habitar estos espacios ha transitado
hacia formas topofóbicas (Lindón, 2005a y 2005b), a diferencia del habitar topofílico
de los espacios abiertos del suburbio americano. Así, aun cuando muchas veces las
personas llegaron al lugar movidas por un sueño de progreso, y depositaron en la aper­
tura espacial muchos sueños y quimeras, la experiencia cotidiana muchas veces lleva a
reconstruir ese imaginario topofóbicamente.

15. E n o tra ocasión hem os analizado en p articu lar experiencias de agorafobia en la m ism a periferia oriental
de la ciu d ad de México (Lindón, en prensa).

95
Dado que esta construcción de sentido de la apertura como un espacio del miedo
está particularmente presente en ciertas narrativas como las femeninas, es bastante
notorio que también contribuye a profundizar una apropiación más diferenciada de
los espacios públicos, de acuerdo a perfiles de habitantes. Este imaginario ayuda a
excluir a las mujeres de estos espacios públicos, pero también a otros habitantes que
asumen esta espacialidad del miedo.

3.2. La «peri-feria» de la lejanía y el aislamiento

La palabra periferia remite a una localización, es lo que rodea a algo. En conse­


cuencia, la periferia es lo que está afuera. En el suburbio americano ese contenido
estaba presente, aun cuando no se hablaba de periferia: el estar afuera, rodeando a la
ciudad, era como estar en la puerta hacia la libertad. Entonces estar afuera era valo­
rado. En la periferia oriental de la ciudad de México la localización «periférica» se
vive como lejanía. Y la lejanía a su vez toma el sentido de la inaccesibilidad y también
el del estar «fuera» de la ciudad en el sentido de la exclusión. Es relevante esta obser­
vación ya que para los estudios urbanos y las dinámicas de funcionamiento de la
ciudad, la periferia no está afuera de la ciudad sino que es su prolongación, es la
extensión espacial de la urbanización. Pero en el discurso de sus habitantes aparece
reiteradamente la figura retórica «allá, en la ciudad de México». Este sentido se po­
tencia por la cotidianidad de los grandes desplazamientos en transporte público para
acceder a otras zonas del área metropolitana, y también en algunos casos por la nece­
sidad del habitante del lugar de constituirse en un transeúnte de extensas distancias
dentro de la misma periferia para acceder al transporte público. A ello se suma el
hecho de que esas distancias a recorrer diariamente muchas veces integran los espa­
cios marcados por el miedo, como se vio anteriormente.
Indudablemente, el sentido del territorio periférico o suburbano alejado de las
zonas más centrales de la ciudad se configura de manera muy diferente si el habitante
se desplaza en automóvil particular o si lo hace a través de un deficiente sistema de
transporte público.
a

3 3 . La naturaleza hostil y los vacíos de la periferia

Así como en el suburbio americano la naturaleza y el sentido de contacto y cercanía


con ella han sido centrales en la construcción del imaginario del paraíso suburbano, en
la periferia excluida de la ciudad de México la naturaleza y lo vacío también han jugado
un papel importante en la reconstrucción de un imaginario. Pero en este caso, la natura­
leza —en ciertas narrativas— toma el sentido del medio hostil que se hace cómplice de
las figuras que controlan las calles e infunden miedo. Esta hostilidad y complicidad casi
siempre se asocia con ciertos elementos naturales: por ejemplo, las lluvias —y los conse­
cuentes lodazales de las calles— y la oscuridad en las noches. Incluso, los lotes baldíos, en
tanto vacíos no construidos, también se hacen cómplices de los agresores al constituirse
en espacios en donde estas figuras pueden ocultarse mientras acechan. De acuerdo con
Tuan (1990), el Wildemess americano suburbano genera respeto y admiración en los
habitantes por la armonía que expresa el orden natural. En la periferia excluida de la

96
ciudad de México, aun cuando sus vacíos (espacios no construidos) pudieran llamarse
Wildemess, lo natural toma un sentido muy diferente. Aquí lo natural expresa lo que
se impone a sus habitantes como una perturbación angustiosa —es decir, como mie­
do—, o bien, lo que dificulta la vida cotidiana. De modo tal que lejos de generar una
armonía admirable, parece producir una desarmonización de lo cotidiano porque obliga
a convivir con expresiones naturales que dificultan la vida cotidiana, como los lodazales,
las lluvias que devienen inundaciones y desbordamientos de aguas negras, o las
tolvaneras de la estación seca que todo lo cubren.
Al mismo tiempo hay que destacar que la noción de vacío de objetos se resemantiza
en el sentido de carencias, falta de lo básico para la vida cotidiana. La baja densidad de
residentes, por su parte, lejos de ser vista como tranquilidad, toma el sentido de la
desprotección ante las posibles agresiones, es decir, como una circunstancia en la cual
no hay otros que puedan ofrecer ayuda.
Por su parte, el vacío de m em oria —que tam bién está presente en la periferia
excluida— lejos de construirse con historias de progreso y éxito como en el subur­
bio americano, tom a otro sentido: la m em oria local se va llenando con experiencias
de miedo, agresión y daño m aterial y simbólico, desprotección, carencias y sufri­
miento.

3.4. La topofobia periférica

Todo lo anterior conduce a formas de habitar topofóbicas, desde algunas topofobias


muy efímeras hasta otras profundas, que incluso esporádicamente transitan hacia ago­
rafobia. Las topofobias profundas como las agorafobias suelen abrir en el horizonte
familiar la ilusión/objetivo de dejar el lugar y relocalizarse en otra periferia. En mu­
chos casos se construye una verdadera «fantasía geográfica» en tom o a la perspectiva
de dejar el lugar, que a veces se concreta e incluso de manera reiterada. Por ello, en este
contexto periférico el nomadismo residencial, como la práctica reiterada de desplazar
la residencia a otro lugar de la periferia, es usual. Esto último también marca un víncu­
lo con el suburbio americano, en donde los desplazamientos del lugar de residencia
son frecuentes pero se deben a la movilización que muchas corporaciones hacen de sus
empleados. En aquel caso, esas relocalizaciones no afectan el habitar topofílico y más
bien contribuyen a la repetición del paisaje suburbano monótono y a la reproducción
del modo de vida suburbano en distintos lugares. En las periferias excluidas de la
ciudad de México, y en buena medida de América Latina, las relocalizaciones residen­
ciales son una auto-expulsión y búsqueda de una quimera de suburbio americano nun­
ca encontrada.16 Estas relocalizaciones también traen consigo un habitar distintos lu­
gares, inicialmente de manera topofílica, pero luego de manera topofóbica.
Así, en las periferias actuales se observan dos fenómenos aparentemente muy dis­
tintos pero que se potencian uno al otro y terminan deteriorando el espacio público
como espacio vivido. Por un lado, se entroniza el automóvil y en consecuencia se pro­

16. E ste tem a lo hem os trab ajad o con detalle en varias ocasiones, en p arte relacionado con el m ito de la
casa pro p ia. Nos rem itim o s a esos trab ajo s ya que su tratam ie n to nos alejaría del objetivo de este artículo
(Lindón, 2005d; L indón 2003; H iem au x y L indón, 2002; H iem au x y L indón, 2004).

97
fundiza la función circulatoria de las calles (heredada de los ideales lecorbusianos y
reforzada por el modo de vida americano suburbano). Por otro lado, el sentido del
miedo también viene a reforzar la perspectiva circulatoria de las calles: el no estar sino
sólo pasar. Se llega así, a la convergencia entre las ideas socialmente aceptadas, de raíz
lecorbusiana, de que las calles son para circular con las ideas que asocian las calles al
peligro, el miedo y, en consecuencia, también son para circular rápidamente, y no para
permanecer.
Se construye de esta forma un imaginario de la periferia excluida que parece
ubicar de manera cada vez más distante la posibilidad de reconquistar el espacio de
las calles de las periferias como espacios para «estar», excepto para quienes sean
capaces de asumir el rol de agresores, o por distintos medios asuman el control de
dicho espacio. Indudablemente, estos sujetos no son quienes construyen las narrati­
vas de la espacialidad del miedo, como las consideradas anteriormente. En este senti­
do cabe recordar que aun cuando el sentido del miedo directamente es de una «per­
turbación angustiosa por un riesgo o daño real o imaginado» (Diccionario de la Lengua
Española, 1992: 1.369-1.370), el miedo también reconoce otro sentido, el de la emo­
ción (Abbagnano, 1996: 804).
El habitar topofóbico es un conjunto de prácticas dominadas por el desagrado por
el lugar. En este caso ese desagrado resulta del miedo en tanto perturbación angustio­
sa. Esto es, desde el punto de vista de ese tipo de sujetos, una parte de los habitantes de
dicha periferia. Sin embargo, ese territorio periférico es habitado simultáneamente
por otros sujetos que no lo experimentan topofóbicamente por miedo, sino que lo
viven como el espacio de fuertes emociones. Son los sujetos que lo viven como un
territorio controlado en el cual la emoción deriva del someter o dañar a otros.
Desde la perspectiva del género se ha enfatizado reiteradamente la participación
de las mujeres en los mercados de trabajo, incluso esto se constata en casos como las
periferias pobres. Sin embargo, esta construcción de sentido respecto al espacio públi­
co abierto en téiminos de miedo, indica que aun cuando estas mujeres participan
ineludiblemente del espacio público (de las calles) por su inserción laboral, en buena
medida es una presencia desde el miedo.
Si traemos a colación una f e s e conocida y citada en distintas ocasiones de Eric
Dardel (1990), «la ciudad como realidad geográfica es la talle», caben nuevos
cuestionamientos: si las calles son parte central de la ciudad, pero en las periferias
excluidas las calles se constituyen en espacios del miedo por los que sólo se circula y
que orientan al sujeto a recluirse en espacios cerrados, entonces es posible plantear un
interrogante respecto a si hay alguna posibilidad para la vida urbana como fenómeno
colectivo en este tipo de periferias metropolitanas.
El cuadro siguiente sintetiza los principales rasgos del imaginario del suburbio
americano como paraíso y su resemantización en el imaginario periférico del miedo.

4. Reflexiones finales

Pensar la ciudad y la periferia sin la dimensión subjetiva mutila el fenómeno estu­


diado y limita profundamente la comprensión del mismo. Las acciones con las que se
construye, se habita y se vive la ciudad y el espacio urbano, suburbano y periférico no
están desprovistas de significados, aunque durante mucho tiempo se los ha analizado

98
Cuadro 1 . E l su b u rb io y la p eriferia: ra sg o s d e la co n fig u ra ció n
esp a cia l, sig n ifica d o s y resignificación d el esp a cio

A s p e c t o s d e la S ig n if ic a d o s d e l s u b u r b io 1'’ , ^ GNIFICACÍÓN DE LA PERIFERIA


CONFIGURACIÓN
ESPACIAL
AMERICANO
E EXC1 UIDA

SUBURBANA/
PERIFÉRICA X
N om bre S u b u rb io (am erica n o ): re fie re a
la re la c ió n c o n la c iu d a d («sub»)
P P eriferia (excluida): só lo refiere
a la relació n c o n la c iu d a d e n lo

L a voz n o c o n fig u ra al su b u rb io e lo cacio n al («peri» c o m o lo q u e


e s tá alred ed o r)

9BrH
d e fo rm a a u tó n o m a c o n re sp e c to
a la c iu d a d
HBP
Ll n o m b re d a c u e n ta de c ie rta
a u to n o m ía re sp e c to a la c iu d a d

Traza u rbana , A u sen cia d e re stric c ió n i P eligro


APERTURA
ESPACIAL L ib e rta d e F acilid ad p a r a los q u e a c e c h a n
Y EXTENSIÓN
n
L o c a l iz a c ió n A v en tu ra p o r falta d e lím ite s

A v en tu ra p o r la a tra c c ió n a n te lo
c L ejanía, p u e s aísla o d ific u lta el
acce so a o tro s lu g ares

d esco n o cid o

A v en tu ra p o r el u so del
i L ejanía p o te n c ia d a p o r la s larg as
c a m in a ta s o b lig a d a s o p o r los

a u to m ó v il e n u n te rrito rio
d ista n te
a ex ten so s d e s p la z a m ie n to s en
lia n s p o r te p ú b lic o

N aturaleza C o n tac to c o n la n a tu ra le z a , sin


s e r r u ra l n i le ja n o o exótico
s N a tu ra le z a h o stil sie m p re
có m p lice d e las fig u ra s que
acechan
P u re z a

L os e le m e n to s e m b lem ático s
S 1 i ■- C em entos em b le m á tic o s de
la n a tu ra le z a cóm plice: las
d e lo n a tu ra l: lo verde,
la v eg etació n , lo s árb o les, la
lu m in o sid a d ....
i in u n d a c io n e s, el lodo

L os elem en to s em b le m á tic o s de

t la n a tu ra le z a q u e d ific u lta la vida:


las to lv an eras

V a c ío d e P o co trá fic o co m o tra n q u ilid a d u C aren cias, fa lta de to d o , p o b re z a


OBJETOS
Lo «espacioso» a
B a ja d e n s id a d V ida tra n q u ila S oledad, d e sp ro te c c ió n
DE PERSONAS
d
V a c ío d e
MEMORIA
O p o rtu n id a d p a r a c o n stru irla ,
p a r a lle n a rla de su e ñ o s de a Si . i lle n a n d o d e h isto ria s de
ag resio n es, de a ta q u e s, acec h o
p ro g re s o y m o v ilid ad ascen d en te,
éx ito e h is to ria s felices s y fa n ta sm a s

como si no existieran. Como planteara Debarbieux (1997), parafraseando a Torsten


Hagerstrand (2000), ya no podemos detenemos en las puertas de los mundos interio­
res, es necesario penetrar en ellos.
No obstante, también deberíamos estar alerta ante la posibilidad de que los imagi­
narios urbanos se constituyan en una nueva visión macro y generalizante, con el solo
matiz de que ahora se trate de la macro subjetividad social sobre el espacio. Si inclui­

99
mos la subjetividad espacial en estos términos, nuevamente terminaríamos acercándo­
nos a los reduccionismos, aun cuando ahora fuesen reduccionismos subjetivistas. Por
eso, la resemantización de los imaginarios dominantes es una veta fecunda, pero al
mismo tiempo exige del microanálisis.
Esta perspectiva puede resultar difícil si el/la investigador/a sigue apegado/a a los
principios de exhaustividad y a la consecuente ilusión de que la subjetividad espacial
puede ser conocida totalmente. Nunca será posible conocer todas las expresiones sub­
jetivas de la espacialidad y, además, siempre serán cambiantes, mutantes. Por eso, aun
cuando los imaginarios urbanos sean una vía fértil también se debe tener en cuenta
que sólo son asibles de manera fragmentada.
Otra cuestión que no se puede perder de vista es que en términos de la subjetivi­
dad sobre el espacio, cabe la incongruencia, los contrasentidos. Un mismo sujeto pue­
de experimentar un espacio de m aneras diferentes, incluso opuestas: ahora una
topofobia intensa y en unos instantes una topofobia efímera.
En términos de contenidos particulares, resulta altamente significativo el hallaz­
go de ideas suburbanas americanas y notoriamente clasemedieras, arraigadas en con­
textos de pobreza urbana en la ciudad de México. Posiblemente, esto sea parte del
proceso, que desde otros ángulos analíticos, ha dado en denominarse «americanización»
de las sociedades. Por eso en un inicio planteamos que el punto de partida estaba en un
imaginario «dominante», aun cuando en su difusión se multiplica en muchos imagina­
rios diferentes, pero siempre conectados con el dominante.
Asimismo, es importante destacar que la faceta «naturalista» del imaginario subur­
bano americano se difundió y arraigó en el contexto de las periferias mexicanas, pero no
lo hizo así la faceta de la libertad espacializada. Y en sustitución del ideal de «libertad»
asociado a la apertura espacial, se construyó uno de «miedo» ante las amenazas externas
que tom a frágil al sujeto. Aunque también hay que considerar que este aspecto del ima­
ginario periférico para el cual la apertura espacial toma el sentido de un espacio del
miedo, sobre todo se alberga en narrativas femeninas. Y como los imaginarios se relacio­
nan con nuestras prácticas cotidianas, tanto con las que hemos realizado como con las
que vamos a desplegar, este tipo de construcciones de sentido terminan profundizando el
desigual usoy apropiación que los distintos sujetos sociales realizan del espacio público,
Cabe destacar también que los imaginarios urbanos se resisten a ser comprendi­
dos desde lógicas binarias. Por ejemplo, sería discutible plantear que los territorios
poco instituidos, como las periferias nuevas, se constituyen en espacios del miedo, en
tanto que los espacios muy instituidos (como podrían ser los barrios consolidados más
céntricos en las ciudades) son vividos como lugares de la seguridad.
Posiblemente, el microanálisis de los imaginarios urbanos y la experiencia de ha­
bitar los centros históricos también muestre la vivencia del miedo a pesar de ser espa­
cios más instituidos. En esos casos, seguramente que el miedo no se anclaría en dimen­
siones como la presencia de lotes baldíos, la apertura espacial, la falta de iluminación,
sino en otras cuestiones. En otras palabras, es importante no arrastrar al campo de la
subjetividad espacial esquemas analíticos propios de otro tipo de aproximaciones, como
es el caso de los planteamientos dicolómicos, precisamente porque la subjetividad es­
pacial (como todos los ámbitos ele la subjetividad) incluye las contradicciones y los
aparentes sinsentidos, y excluye las clasificaciones binarias.
Para cerrar estas reflexiones queremos observar que el tema del miedo en la ciu­
dad contemporánea, aun en su periferia, se puede retroalimentar reiteradamente del

100
pensamiento de Tuan. Así, cabe recordar que su revisión del miedo a través de la histo­
ria (1980) lo llevó a destacar que en períodos como la Edad Media el miedo era propio
tanto de las ciudades como de las áreas rurales, aun cuando fuera diferente en unas y
otras. En las primeras estaba muy relacionado con los asaltos a la propiedad, en tanto
que en el campo el miedo resultaba más ligado a experiencias de agresiones físicas a las
personas, incluidos los asesinatos. Esto nos lleva a incorporar una pieza clave que no
incluimos en el cuerpo del trabajo: el habitar topofóbico y la posibilidad de que un
conjunto de sujetos habitantes construyan su espacio de vida a través del miedo, es un
proceso que también ocurre en relación con otros individuos que realizan prácticas
con las cuales dañan, agreden o perturban a aquél. En otros términos, comprender las
topofobias y los espacios del miedo también requiere del reconocimiento del agresor o
el delincuente.
En esta perspectiva, Tuan (1980: 133) observa un detalle relevante para nuestro
análisis: en la Alta Edad Media europea, en las zonas rurales existían los llamados
«delincuentes de las carreteras», que se escondían a los costados de los caminos o en
los bosques cercanos. Así, de los diversos sujetos sociales, los viajantes —aquellos que
se desplazaban atravesando áreas despobladas— eran los más azotados. Si en un juego
analógico contrastamos estos hallazgos de latitudes diversas y tiempos remotos con el
miedo en la periferia oriental de la ciudad de México, surge que la figura del delincuen­
te que en la Edad Media acechaba escondido y oculto a los costados de los caminos,
ahora se encuentra en las calles oscuras y solitarias de las periferias metropolitanas
excluidas. En parte, estas periferias ofrecen condiciones físicas que entran en compli­
cidad fácilmente con el delincuente, como antes ocurrió con la vera del camino rural o
los bosques próximos: ahora es la oscuridad y el lugar por el que necesariamente va a
pasar una persona que se traslada (ahora, un transeúnte intrametropolitano). Las peri­
ferias actuales también suman otras condiciones que no tenían los caminos rurales de
la Edad Media, como la posibilidad de acechar a muchas más personas, todas aquellas
que regresan al hogar después de una jom ada de trabajo, estudio u otras actividades.
En suma, la periferia actual tiene las condiciones de espacio desolado semejantes a las
que podía tener la vera del camino rural medieval, pero agrega otras que potencian a
las anteriores, como una mayor afluencia de posibles acechados sin que sean tantos
como para que peligre el agresor.
A esto hay que agregar otras condiciones, muy presentes en las periferias actuales
(aunque también suelen estarlo en otros territorios), que también contribuyen a la
constmcción de los espacios del miedo desde las prácticas del agresor. Nos referimos a
la presencia de pandillas (sujetos colectivos) para las cuales las calles se constituyen en
su principal espacio vivido, se apropian de ellas, las marcan y controlan territorios
dentro del espacio público. En parte este fenómeno está asociado con otro proceso
emparentado, aunque no abordado en este trabajo, como es el fenómeno creciente
denominado homelessness, es decir, la presencia de personas sin casa. Cuando muchos
individuos han visto degradado o desaparecido su espacio de vida básico, la casa, la
apropiación de espacios públicos suele compensar lo perdido. Así, se llega a la situa­
ción en la cual significados y sentidos que en otros contextos eran atribuidos a la casa,
como las emociones o los mecanismos de control, para algunos homeless se trasladan
al espacio público. Es necesario reconocer que ese traslado no se reduce a lo elemental,
un lugar en donde estar o un lugar en donde dormir, sino que en algunos casos, las
personas suelen hacer suyos fragmentos del espacio público y buscan controlarlo, como

101
algunos lo hacen dentro de un espacio privado, es decir, sometiendo a los otros (en
este caso, el transeúnte).17 Dicho sea de paso, al analizar los espacios del miedo
desde una mirada de espacio vivido (en la perspectiva del hum anism o geográfico),
vale decir desde la mirada del sujeto, tam bién se hace notorio que aquel espacio que
para unos sujetos toma el sentido del miedo, para otros puede ser un espacio de la
«emoción».
Estas dos dimensiones del miedo consideradas más arriba (el agresor solitario
que se oculta y el sujeto colectivo que busca el control de un territorio) no son ajenas
a esa condición de territorio escasamente instituido tan característica de la periferia
excluida. El bajo nivel de lo instituido de este tipo de periferias, desde el punto de
vista de sus habitantes es algo evidente. Por ejemplo, en el discurso de los habitantes
de la periferia estudiada se señala reiteradam ente que «éste es un lugar en el cual se
refugia m ucha gente que huye de una condena». Para el habitante, lo poco institui­
do socialmente permite, entre otras cosas, que quienes se ocultan de «la ley» puedan
pasar desapercibidos en este lugar. No obstante, lo poco instituido emerge en m u­
chos otros aspectos: desde las viviendas a medio construir, los lotes baldíos, la falta
de servicios e infraestructuras, la falta de legalidad en cuestiones como la propiedad
de la vivienda, hasta otros aspectos más relativos a la socialidad, como la dificultad
o el rezago en la construcción de lazos de vecindario sólidos, que en el mejor de los
casos se sustituyen por redes sociales. También es una expresión de lo mismo, la
escasa difusión de actividades y servicios urbanos que puedan contribuir a la vida
urbana más diversificada, es decir más allá de la exclusiva función residencial. En
suma, lo no instituido socialmente se relaciona con la baja consolidación en térm i­
nos urbanos. Este tipo de periferias excluidas, pauperizadas, más o menos recien­
tes, están menos instituidas que el resto de la ciudad, tienen menos historia urbana
y en consecuencia hay menos aspectos establecidos, fijados, regulados, negociados,
menos rigideces. Esa condición de territorio que no está totalm ente instituido es lo
que contribuye a que el residente se sienta desprotegido y frágil y construya su espa­
cio de vida de m anera topofóbica, y al mismo tiempo, el agresor se pueda sentir más
libre y lo construya como un espacio de la aventura y la emoción. Una vez más este
problema nos recuerda el pensamiento de Tuan (1980), cuando señalaba que la ciu­
dad ha sido durante largo tiempo una expresión del «orden» que resulta tanto de las
formas materiales como sociales, y como tal restringe, limita. La asociación entre la
ciudad y el orden se expresa de muchas formas, que van desde las construcciones
como formas físicas que imponen pautas, perm iten ciertas prácticas y formas de
vida y no otras, hasta la legalidad misma de las ciudades que establece lo que se
puede hacer y lo que no es posible, o las condiciones bajo las cuales es posible reali­
zarlo. Parecería que las periferias excluidas como la analizada representan el rever­
so del sentido de la ciudad planteado por Tuan, se aproximan más bien al sentido
que este autor le daba a las zonas rurales, en su propuesta, expresiones del caos y la
falta de límites.

17. No en todos los casos, e¡ homeless se asocia con la agresión a ios otros. Indudablemente. en muchos casos
to m a la fo rm a del indigente o incluso, del h ab itan te de u n albergue o refu g ia tem poral CSormnejTñlle, 1992).

102
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En la actualidad, la incertidumbre es quizás una de las características más


definitorias para describir la experiencia cotidiana en las ciudades contem poráneas.
El miedo pareciera haberse constituido en fuerza y m otor de la nueva ciudad con­
temporánea, especialmente en las ciudades latinoamericanas, erigidas en tom o a la
pobreza, guerras, tráfico y otros males endémicos (Reguillo, 2003). Esta creciente
inseguridad urbana es, según Lechner (2002), el resultado de transformaciones so­
ciales más globales que han erosionado los tradicionales referentes de sentido social,
como el Estado, la familia y el territorio. Estas transformaciones implican que ya no
podemos entender el miedo, la violencia y la incertidumbre como históricamente se
han comprendido, ligados al poder, al Estado y a ciertos procesos histórico-sociales.
La sociedad m uta y, en este entendido, la idea de amenaza e incertidumbre también,
constituyendo un nuevo marco de sentido para comprender la realidad moderna
(Reguillo, 2001).
Es en las sociedades urbanas donde este proceso ha tomado más fuerza. Las divi­
siones sociales y espaciales impresas, como una de las características centrales de las
grandes metrópolis, han ido reconfigurando el sentido que los habitantes otorgan al
sentido de vivir y percibir la ciudad. Frente a ello, la inseguridad se constituye en un
elemento que contribuye a este debilitamiento progresivo de la ciudad como comuni­
dad de encuentro centrada en la noción de espacio público y principios como la ciuda­
danía y la integración social.
En este marco, el análisis sobre los significados de la inseguridad en Santiago de
Chile, ciudad de alto nivel de segregación social y territorial, constituye un caso intere­
sante para el estudio de los diversos resquebrajamientos y fronteras sociales presentes
en la ciudad y que la problemática de la inseguridad, como ya diversos estudios dan
cuenta, pone de manifiesto y ayuda a cimentar. En el presente artículo se presentan
algunos hallazgos y reflexiones derivados de una investigación llevada a cabo en San­
tiago de Chile en el año 2003, la cual tenía como objetivo indagar en los significados
que imprimen las representaciones de inseguridad al espacio público urbano y a la
sociabilidad urbana en dos grupos social y económicamente diferenciados. El estudio
pretende contribuir a la reflexión respecto a los múltiples sentidos que adquiere la
inseguridad en un espacio urbano poblado de fracturas territoriales y sociales.

107
1. Santiago, inseguridad en una ciudad de fronteras

Al proceso de segregación urbana que dividió la ciudad de Santiago entre comu­


nas de ricos y pobres, iniciado a principios de los sesenta y cimentada en los años
ochenta, se agrega hoy una nueva forma de segregación: la inseguridad. Este senti­
miento colectivo, que en el último decenio ha sido una de las principales preocupa­
ciones ciudadanas, políticas y de los medios, ha reelaborado las fronteras existentes,
resignificándolas en función de protegerse unos de otros, y de dividir la ciudad entre
buenos y malos, amenazantes y amenazados. La inseguridad ciudadana, como re­
presentación de diversos miedos colectivos, tiende a buscar formas de nom brar y de
localizar los miedos. Para ello, construye muros físicos y simbólicos que separan a
unos de otros (Reguillo, 2001). En los significados de estas separaciones simbólicas y
físicas confluyen las diversas representaciones sociales a partir de las cuales los acto­
res sociales viven y perciben lo social y sus cambios. Como lo expresa Lechner (1998),
tanto los miedos como la seguridad son un producto social y tienen que ver con
nuestra experiencia de orden. En este sentido cualquier evento puede transformarse
en una amenaza vital cuando no nos sentimos acogidos y protegidos por un orden
sólido y amigable.
El aumento y consolidación de las desigualdades sociales como parte de un mode­
lo económico-social excluyente y desigual, la crisis del Estado para garantizar la segu­
ridad y protección de todos los ciudadanos, el surgimiento de un modelo de ciudada­
nía privada basado en la autorregulación y la consecuente privatización de la vida
social se han constituido, según Lechner (1998), en los grandes procesos sociales que
han elaborado los miedos de los chilenos. Asimismo la forma segregacionista de la
distribución urbana en Santiago se ha establecido en un referente adicional a la confi­
guración de los sentidos de la inseguridad de sus habitantes. Para el caso de Santiago,
como lo expresa Márquez (2003), ser de un barrio como Las Condes o como Cerro
Navia, del barrio alto o el barrio bajo, son marcos identitarios que delinean diferentes
representaciones respecto a la ciudad, sus beneficios y problemáticas.
Según De Mattos (1999), el desarrollo urbano de Santiago progresivamente ha
delineado una forma urbana que ha agudizado las diferencias sociales ya existentes a
nivel de país.1Los evidentes rasgos de segregación social y urbana que tiene la actual
tram a de Santiago no sólo representan un modelo de urbanismo, sino que elaboran
también una forma particular de percibir y experimentar la ciudad como espacio so­
cial donde se recrean y reproducen las dinámicas sociales. Las transformaciones y
prácticas que se han evidenciado a partir de una creciente percepción de inseguridad,
tales como el despoblamiento de los espacios públicos tradicionales, como plazas y
parques y el uso masivo de los nuevos espacios públicos urbanos como malls, han
puesto en evidencia la relevancia que pueden adquirir las percepciones colectivas en la
configuración y trasformación de la formas de convivencia urbana.
Sin embargo y aun cuando la tram a urbana de Santiago en el último decenio se ha
tejido en tom o a la inseguridad y el fenómeno se ha cuantificado, medido y difundido

1. E n Chile la u b icació n estam en tal de sus individuos tiende a asen tarse. La claSe a!ta; lá d é m ayores ingre­
sos, rep re sen ta u n 7 % de las fam ilias y co n tro la m ás del 60 % de los ingresos del país. E n 1990, el 20 % m ás rico
recib ía 14 veces m ás que el 20 % m ás pobre. E n el año 2000, diez años m ás tarde, recib e 15,5 veces m ás (E ncues­
ta Socioeconóm ica Nacional-Casen, 2000).

108
extensivamente,2poco se ha indagado por los significados y creencias que construido
esta creciente inseguridad, prevaleciendo un discurso social elaborado en torno a la
seguridad objetiva,3que tiende a homogeneizar las causas y sentidos de la inseguridad
como un problema que afecta a todos de igual manera.
Desde diversos estudios (Arraigada y Godoy, 1999; Concha-Eastman, 2000;
Dammert y Lunecke, 2002; Dávila, 2000; Espinoza y Márquez, 2000; Lechner, 1998 y
2002; Martín Barbero, 2000) se ha evidenciado que los significados y la vivencia de la
inseguridad son procesos diferenciados. Como lo expresa Naredo (1998), la percep­
ción de inseguridad está relacionada con factores como las condiciones personales
(edad, sexo), condiciones sociales (entorno, trabajo), redes de socialización y hábitos
de vida y mayor o menor vulnerabilidad al mensaje violento de los medios de comuni­
cación de masas (Naredo, 1998:2). En una ciudad conviven grupos heterogéneos: an­
cianos, jóvenes, migrantes, mujeres, gente de clase media y alta, etc. Las vivencias y
necesidades de uno y otros van a determinar su percepción de seguridad, que será
distinta u opuesta para cada grupo (Concha-Eastman, 2000).
La segregación urbana, como reflejo de la desigual distribución de los beneficios
sociales, económicos y culturales en el interior de la ciudad, pone de manifiesto los
distintos significados sociales que están en juego en la construcción de la inseguridad
urbana. Las experiencias sociales y territoriales construyen los significados de la inse­
guridad de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada grupo, a su historia y al
marco social dentro del cual ésta se desarrolla. Las fisuras urbanas, las barreras al
interior de la ciudad, aparecen entonces como la expresión y el recurso de integración
e identificación en el interior de cada grupo social, pero también de exclusión y distin­
ción en relación al resto de la sociedad. El proceso de consolidación de la segregación
urbana en Santiago, como lo expresa Márquez (2003), tiene también como efecto la
radicalización de sus consecuencias sociales e identitarias. Paralelamente a los muros
sim bólicos que levanta la inseguridad va tam bién aparejado el electo de la
estigmatización de ciertos grupos sociales y la percepción de éstos de «estar de más»
(Márquez, 2003).
La segregación y las fronteras espaciales no son sólo un reflejo de las desigualda­
des sociales en el acceso y distribución de los beneficios sociales de la ciudad, sino que
también ayudan a elaboraría. La segregación urbana permite dar cuenta de la consoli­
dación progresiva de un modelo de ciudad de fronteras, marcada por la afirmación de
una ciudadanía privada y una comunidad fuertemente fragmentada.
Ubcado en este marco concreto, el estudio se cuestionó: ¿cuáles son los múltiples
significados que articulan la inseguridad como una narrativa de la experiencia urbana
de Santiago? ¿La ubicación territorial de los grupos en el interior de la ciudad es un
marco de sentido para la elaboración de los significados que adquiere la inseguridad
en las prácticas sociales urbanas y en el uso y acceso de los espacios públicos? En tom o
a estas interrogantes el estudio rescata la desigual distribución social y territorial exis­

2. P ara m ás an teced en tes respecto a la pro b lem ática de la in seguridad en S antiago ver: E stad ísticas de
F u n d ació n Paz C iudadana, índice de temor ciudadano 1998-2001; F undación F uturo, Mapa del Temor Área Me­
tropolitana de Santiago-, A rraigada, I., Godoy, L (1999); C oncha-E astm an, Alberto (2000); D am m ert, L ucía y
Alejandra Lunecke (2002); Dávila, M ireya (2000); Espinoza, Vicente, M árquez, F rancisca (2000); Lechner, N orbert
(1998,2002).
3. La Seguridad Objetiva se tr a ta del grado real de seguridad de u n a sociedad m edida en base a elem entos
m en su rab les tales com o los índices de crim in alid ad y estadísticas oficiales (Perogaro, 2000).

109
tente en la ciudad como un elemento relevante en la construcción de los significados
que adquiere la inseguridad en los espacios públicos urbanos. Se abordó la segrega­
ción urbana a partir de entrevistas en profundidad a habitantes de dos comunas4
periféricas fuertemente diferenciadas. Por un lado los habitantes de Cerro Navia, un
barrio de fuerte marginalidad social, económica y territorial y que desde las estadísti­
cas es considerado como un barrio de alta peligrosidad social,5y por otro Las Condes,
un barrio también en el borde urbano, de nivel socioeconómico alto y considerado de
bajo nivel de inseguridad.

2. Las fuentes de la inseguridad, desde dos periferias urbanas

Los días se encuentran más cortos porque uno vive pre­


ocupado. La preocupación hace que los días pasen como
una hora.
E ntrevistado Cerro N avia

Uno de los objetivos del estudio se orienta a conocer cuáles, según ambos grupos
de entrevistados, son las causas o factores que dan origen a la inseguridad urbana del
Gran Santiago.6 El sentido de este interés es explorar las creencias y sentidos a partir
de los cuales los distintos grupos elaboran una explicación simbólica respecto a la
inseguridad urbana, sus fuentes, causas y consecuencias y en como ésta se contextualiza
en el marco de procesos sociales y urbanos que dan forma a la ciudad y a sus proble­
máticas. Los hallazgos nos permiten observar que en los significados que ambos gru­
pos le atribuyen a las causas y factores que dan origen a la inseguridad urbana del Gran
Santiago confluyen las distintas experiencias sociales y territoriales a través de las cua­
les éstos perciben el desarrollo social del país y de la ciudad. Ambos grupos represen­
tan dos polos de experiencias urbanas y sus significados de inseguridad están profun­
damente delineados por las oposiciones y fronteras sociales, espaciales y económicas
que están presentes en la ciudad.
Para los entrevistados de Cerro Navia, la emergencia de la inseguridad urbana en
Santiago tiene tres grandes causas o fuentes. La primera de ellqs nos dice que la inse­
guridad es resultado de pérdida de referentes sociales y personales de seguridad. Esta
fuente de explicación se refleja en dos procesos. Por un lado, en la ausencia del Estado
como referente de seguridad social y como un mediador y orientador de procesos de
desarrollo equitativos, y por otro en la pérdida progresiva de seguridades personales,

4. Las co m u n as son las u n id ad es adm inistrativas m enores d en tro del o rg an ig ram a del p o d e r del E stado.
S on dirig id as p o r el Consejo C om unal, cuya m ag n itu d d ep en d er de la can tid ad de gente q u e h a b ita n en la
com una, que es p residido p o r u n Alcalde. El M unicipio, o gobierno com unal, tiene am plias esferas de acción en
varios aspectos de la vida de sus h ab itan tes, com o p o r ejem plo la salud, la educación, la vivienda, la higiene
pública, el m an ten im ien to de lu g ares de recreación, etc. (Vignoli, 1993).
5. E stad ísticas de F u n d ació n Paz C iudadana, índice de temor ciudadano 1998-2001; F u n d ació n F uturo,
Mapa del Temor Área Metropolitana de Santiago.
6. El G ran Santiago, que fue nu estra u n id ad de análisis de estudio, hace referencia a la P rovincia de S antia­
go, la cu al está dividida en 32 com unas, las que co n ju n tam en te con las C om unas de P u en te Alto (Provincia
C ordillera) y de San B ernardo (Provincia de M aipo) conform an actualm ente el Área M etropolitana de Santiago.
L a p o b lació n de S antiago alcan za u n to tal de 6.038.974 h ab itan tes según el censo de p oblación de 2002, lo que
rep re sen ta u n 40,1 % del to tal del país (S abatini, 2001).

110
tales como la estabilidad del trabajo y el acceso equitativo a la justicia. Esta pérdida de
referentes de seguridad se refleja también en procesos más amplios Tos ontrevistarlnc
perciben una agudización de la marginalidad y un aumento de las diferencias entre
los distintos grupos sociales, procesos que consecuentemente han generado sentimien­
tos de apatía y desconfianza que han replanteado el significado de las relaciones socia­
les. De una desconfianza hacia las instituciones y hacia el desarrollo social, como
fuente de beneficios y condiciones equitativas para todos, se ha pasado a una descon­
fianza en el otro como referente para la construcción de proyectos personales y colectivos.
Para este grupo, una segunda fuente desde donde emerge la inseguridad es el tipo
de vida urbana. La «locomoción excesiva», los «atropellos», la «gente estresada», la
rapidez y falta de sanciones son fenómenos y problemas que para los entrevistados
resultan descriptivos de la vida en la ciudad. Estas formas de vivencia urbana produ­
cen sensaciones de «intranquilidad», «inseguridad», «preocupación»; reorientando tanto
sus acciones: «me siento adelante», como sus percepciones: «la preocupación hace que
los días sean más cortos».
Una tercera causa que para este grupo da origen a la inseguridad urbana es la que
vincula a ésta como resultado de un deterioro de las relaciones familiares. La inseguri­
dad es el resultado de relaciones sociales que se han ido estructurando en tom o a la
desconfianza y el temor. Estos sentimientos emergen como resultado de relaciones
familiares desvinculadas y marcadas por la falta de responsabilidad en la toma de
roles. El alcohol, la violencia intrafamiliar y la despreocupación de los padres son con­
diciones que van generando conductas agresivas, especialmente en los jóvenes. Estas
conductas se constituyen en fuente de desconfianza e inseguridad para los otros. La
pérdida de seguridad en el interior de la familia se transforma, entonces, en la base que
elabora inseguridad hacia el resto de las relaciones sociales.
Para los habitantes de Las Condes la emergencia de la inseguridad adquiere otras
fuentes y sentidos, vinculados ciertamente a las mejores posibilidades sociales, econó­
micas y culturales que este grupo tiene en relación al anterior. Una prim era fuente de
la inseguridad urbana para este gmpos esta vinculada a la segregación urbana. Para
los entrevistados, la distribución diferenciada de los gmpos al interior de la ciudad
relativiza el sentido de la inseguridad. Inseguridad es cualquier espacio que no es
conocido. El espacio seguro es él espacio propio, en el cual tienen acceso a todo lo que
necesitan. En función de ello y mientras se mantengan en «su» espacio, con su gente,
estarán protegidos de las amenazas de la ciudad, de su dinámica y de los otros actores
urbanos.
Una segunda fuente de inseguridad urbana para este grupo está vinculada a un
cierto tipo de individualismo que tiene dos sentidos. Una falta de cultura grupal y de
baja tolerancia con las diferencias: «la gente en la calle es muy fría», «pensamos como
muy en nosotros». Y, segundo, no se observan las diferencias. En la medida que cada
persona está tan concentrada en sí misma, estresada y preocupada, no logra ver a los
demás y observar las posibles diferencias que hay entre irnos y otros. «Ver al otro»
implica ver las diferencias y similitudes con respecto a uno y, por ende, permite elabo­
rar ciertas prácticas de protección o de acercamiento. Esta significación de la inseguri­
dad permite observar la importancia que tiene para este grupo la elaboración de la
diferencia como elemento constmctor de seguridad. Estar atento a los otros, delinear
la diferencia y establecer ciertas distancias parecieran ser elementos estructurantes de
seguridad.

111
Una tercera vertiente desde donde fluye la inseguridad para este grupo es el dete­
rioro de las relaciones sociales producto deu n a pérdida de valores. Desde esta significa­
ción sientes seguridad cuando percibes que los demás te van a respetar a ti, a tu fami­
lia, a tus bienes y tu espacio, es decir, cuando las otras personas comparten ciertos
valores básicos de convivencia, como el «respeto» y la «honestidad». Sin embargo,
estos valores se lian erosionado progresivamente, lo que ha alimentado el surgimiento
de miedos personales que toman forma en diversos estereotipos sociales: «miedo aú n a
persona que se viste de negro»; y en miedos más difusos: «a que te mientan», «a que te
ofendan», «un miedo que está siempre». En definitiva, la erosión de valores fundamen­
tales de convivencia para este grupo cimientan la emergencia de diversos miedos que
van elaborando las relaciones sociales en torno a la sospecha y la desconfianza como
elemento estructurante de las mismas.
Los distintos significados que ambos grupos atribuyen a las fuentes de la inseguri­
dad urbana permiten observar que la segregación urbana es un marco significativo
para comprender los sentidos opuestos a partir de los cuales se construyen la vivencia
y la aprehensión de los procesos sociales y económicos que han configurado la ciudad.
Para el primer grupo, la inseguridad los confronta con la manera desigual como se han
distribuido los beneficios y consecuencias del desarrollo urbano, proceso que es perci­
bido más bien como desestructurador que integrador. Para el otro, las fuentes de la
inseguridad pone de manifiesto la relevancia que la segregación adquiere como un
elemento positivo de orden social y de generación de seguridad. Desde ambos grupos,
las fuentes de la inseguridad urbana nos dejan entrever la coexistencia de imaginarios
sociales que no sólo se oponen entre si, sino que también dan cuenta de las formas
desiguales y conflictivas a partir de los cuales se elabora el sentido del habitar urbano.

3. Seguridad e inseguridad en los espacios públicos: la construcción


del otro en el espacio
Hay ciertos lugares que me molestan más, pero nunca he
estado en ellos...
ENTRE^STADO LAS CONDES

Otro interés de nuestra investigación era indagar cómo eran significados los espa­
cios públicos a través de la inseguridad y la seguridad, en el entendido de que los
espacios públicos en su sentido tradicional son lugares de encuentro y sociabilidad
donde las dinámicas urbanas se recrean y adquieren sentido. Sin embargo, la fragmen­
tación urbana, la violencia y la inseguridad están reorientando las prácticas de uso y
significado de estos espacios. De esta forma, éstos se han constituido también en luga­
res donde se reflejan las tensiones, fracturas y conflictos sociales entre los distintos
actores urbanos.

Inseguridad: ¿dónde?... afuera; ¿quiénes?... los otros...

Como una vertiente común para ambos grupos la inseguridad siempre proviene
del afuera, de un lugar que no es el nuestro y de un otro que no es como nosotros. Para

112
los habitantes de Las Condes la inseguridad se ubica en los barrios periféricos, lugares
que concentran los diversos estereotipos sociales que desde los medios y la narrativa
social han sido tipificados como los sujetos portadores de las inseguridades colectivas.
En los barrios bajos están los pobres, los vagabundos, las prostitutas, los delincuentes;
aquellos que por opción o condición sienten «frustración» y «animadversión» hacia
ellos y que por ende son fuente de amenaza. Unos «otros» que no se conocen más que
por los medios, pero que no es necesario que se los conozcan para saber cómo son.
Sujetos que representan la antítesis valórica y estética de lo que ellos son. Por ello, «lo
mejor es no ir a esos lugares», la seguridad es moverse dentro de lo conocido y los
conocidos.
Para los entrevistados de Cerro Navia la inseguridad tam bién es el afuera, pero
no tiene un territorio definido. La inseguridad es un relato de lo social, circula por
todos los intersticios de la ciudad; en la calle, en el micro, en los otros barrios. La
droga, la violencia, la agresividad, las personas sospechosas como fenómenos y suje­
tos de la inseguridad, provienen de otros barrios, de otras comunas, del «afuera», no
de los espacios que ellos habitan o en los cuales circulan cotidianamente. Para los
entrevistados de Cerro Navia, los otros amenazantes son los desconocidos, los dife­
rentes, los estereotipos sociales: los delincuentes, los hombres de la noche, los que
están acechando en cualquier lugar de la ciudad; pero también hay un otro amena­
zante que está dentro de la comunidad y que altera la sociabilidad del barrio. Ese
otro son los jóvenes, los que por las circunstancias personales y sociales son «la m an­
cha» de la comunidad, lo que los confronta con sus limitaciones y conflictos y que no
les permite elaborar un «nosotros» que les proteja.
Un espacio público común donde confluyen las inseguridades de ambos grupos es
el Centro de la ciudad. El Centro —el casi único lugar de la ciudad donde aún confluye
la heterogeneidad urbana— es el espacio público que según los entrevistados concen­
tra la inseguridad urbana, donde confluyen las inseguridades de unos respecto a otros.
El Centro para ambos grupos pareciera representar la manera conflictiva que tienen
de convivir con la diferencia y la heterogeneidad social. El Centro es el lugar donde se
ubica ese otro, que no conozco, que está sumergido en la multitud, el lugar donde
«cualquiera puede ser cualquier cosa», lo que lo hace aún mas amenazante.

Seguridad: ¿dónde?...aquí; ¿quiénes?... entre nosotros

La seguridad urbana desde ambos grupos de entrevistados se simboliza en el ba­


rrio. La comunidad donde es aprehensible un nosotros, el espacio público del refugio.
El barrio representa seguridad para ambos grupos fundamentalmente porque es, el
espacio de lo conocido: la familia, los vecinos, los que son iguales. Los significados de
la seguridad se nutren a partir de la construcción de un sentido de pertenencia comu-j
nitaria que es elaborado fundamentalmente a partir del contraste entre unos y otrosJ
Para los habitantes de Cerro Navia la elaboración de un sentido de seguridad es
también la búsqueda conflictiva de un sentido de identidad comunitaria. La seguridad,
en este sentido, es un proceso en constante construcción. Por un lado se elabora valo­
rando los sentidos positivos de la vivencia comunitaria: «solidarios», «buenos veci­
nos», «amigables, rescatando las formas colectivas de hacer frente a las carencias y
exorcizando las amenazas hacia afuera. Por otro lado, el proceso de construcción de

113
seguridad comunitaria se libra a partir de una lucha por borrar las nominaciones exter- i
ñas que los estigmatizan: pobres, delincuentes, marginales. La construcción de seguri- |
dad, desde ambos sentidos, se instala como una tarea colectiva por configurar valores !|
positivos a la vida comunitaria. En este marco, el barrio emerge como un «lugar» de
significados comunes y de sentido de pertenencia. Un lugar de cobijo y de protección
donde se puede vivir bien, un espacio positivo en el cual se desarrollan relaciones más
cercanas y afectivas. El lugar donde se han desarrollado ¡experiencias colectiva^e indi­
viduales de alto significado personal, el espacio de recuerdos y vivencias agradables, f
Seguridad, para este grupo, implica reelaborar la pertenencia al territorio habitado
como una dimensión central de la identidad colectiva.
Para los habitantes de Las Condes, la seguridad es ante todo m antener una co­
m unidad homogénea, una comunidad de iguales que comparte símbolos, costum­
bres, valores y objetos que los diferencia del resto y que configura las fronteras de la
identidad propia. El barrio representa un refugio en la medida que es el lugar protegi­
do del devenir urbano y de sus efectos, la comunidad de iguales, el lugar que mantiene
valores, como la confianza, la solidaridad, valores que estructuran seguridad. Una
comunidad que ha sido construida a la medida de sus necesidades, la representación
del «espacio anhelado» e idealizado, frente a un espacio urbano que no los satisface.
Los entrevistados se sienten a salvo y encuentran lo que desean en su barrio: «un aire
más puro», «vistas a la naturaleza», posibilidades de generar una vida de más vecin­
dad entre sus iguales, un lugar que les proporciona una tranquilidad que no encuen­
tran en las calles de Santiago. El barrio es el lugar que pone un límite a la ciudad
caótica y hostil, marcando el contraste. Es el lugar «agradable», «bonito», «limpio» y
«ordenado», un espacio armónico que deja fuera el caos y la fealdad. El barrio es el
lugar que «escapa» de la ciudad, la cual, geográfica y simbólicamente, se sitúa en los
márgenes, en el «afuera». El barrio no posee los defectos de la ciudad (ruido, locomo­
ción contaminante, aglomeraciones, edificaciones de altura, etc.), aun con la ventaja
de que se está en ella y se accede a sus beneficios. Para los entrevistados de Las
Condes el barrio es la representación de la ciudad que anhelan, es una micro-ciudad
armónica, de paisajes verdes, agradable, tranquila, que ellos han construido, un en­
torno que contrasta con la otra gran ciudad y que la m uestra más hum ana y agrada­
ble de vivir.

4. Reflexiones finales: inseguridad, la conflictiva relación con el otro

A partir de los hallazgos podemos pensar que los significados de la inseguridad


representan la reelaboración de las diversas tensiones y diferencias que están presentes
en el orden social urbano. Sus sentidos ilustran la consolidación de un modelo que
incentiva la interacción entre grupos homogéneos social e identitariamente y el debili­
tamiento de un modelo fincado en la diversidad, el intercambio entre diferentes, la
noción de espacio público y valores como la ciudadanía y la integración social. Los
distintos significados que elaboran la inseguridad nos hablan de las desiguales posibi­
lidades sociales que tienen los actores urbanos para participar en el diálogo público y
en el acceso equitativo a los beneficios del desarrollo social. Propone lecturas respecto
a cómo se tejen los sentidos de lo urbano, sus fracturas y conflictos y pone de relieve las
ausencias y presencias poderosas que articulan los procesos sociales.

114
La inseguridad despoja progresivamente a los espacios públicos urbanos de los
diversos sentidos sociales que éstos adquieren en la construcción de ciudadanía. Per
un lado, la segregación urbana pone de relieve el acceso inequitativo a los espacios
públicos urbanos, lo cual no sólo simboliza territorialmente las diferencias sociales ya
existentes, sino que también es el corolario de un modelo social y económico que ha
estructurado divisiones sociales, culturales y económicas que aún se mantienen y que
surgen como estructurantes en la elaboración de los significados de la inseguridad. Por
otro lado, los espacios públicos se constituyen además en el lugar donde se plasman las
fronteras y límites que articulan la relación con los otros y con nosotros mismos. Lo
que configura un espacio público como seguro o inseguro no es el espacio en sí, ni sus
características físicas, sino un «alguien» que establece la distinción entre un «nosotros
y un otro». Así, los espacios públicos son siempre la representación de un otro, y en el
marco de la inseguridad, otro que es diferente y amenazante.
La relación entre iguales que promueve la segregación urbana y la consecuente
homogeneidad residencial y barrial de la ciudad ^bre paso a un imaginario y una prác­
tica de vida comunitaria que a partir del relato de la inseguridad refüéraaypfotege"aí
ñosotmsdeTos embates y K p e E ^ ^ c ^ ^ I ^ o f r o ^ T a a liS S tte e lS B ^ e ig ic E is nrác-
ticas por parte del relato medial y político va progresivamente colmándola de sujetos y
lugares, reforzando con ello un imaginario urbano fragmentado y excluyente. La se­
gregación urbana como marco de elaboración de los significados de inseguridad pare­
ciera dar cuenta de un imaginario urbano que no encuentra asideros sociales y perso­
nales para convivir con la heterogeneidad urbana y sus desigualdades.
La segregación urbana y la percepción de las desigualdades en la distribución de
los beneficios y logros del desarrollo urbano y social parecieran ser los marcos de
sentido a partir de los cuales nuestros entrevistados elaboran los significados de la
inseguridad en los espacios públicos urbanos y en las relaciones con los otros. Cada
grupo, desde sus limitaciones y posibilidades, va haciendo frente a sus miedos reafir­
mando las fronteras reales y simbólicas que lo separan de los otros y lo unen a su
comunidad. La comunidad se constituye entonces en el principal referente del sentido
de identidad urbana, haciendo difícil construir un sentido de integración en tom o a
referentes sociales y territoriales más amplios. En este marco, el estudio nos deja una
serie de interrogantes: ¿cómo reelaborar puentes simbólicos que permitan conectar la
diversidad urbana? ¿cómo rearticular los espacios públicos para que éstos sean espa­
cios abiertos a la interacción y comunicación social? ¿Cómo hacer frente socialmente
a las inseguridades colectivas en una sociedad urbana dividida, que convive y tolera la
desigualdad y la segregación?
La presencia de los miedos como un relato colectivo de la ciudad nos confronta
no sólo con nuestras formas conflictivas de enfrentar socialmente la diferencia y la
diversidad, sino también con el tipo de sociedad que se está construyendo. Incita a
repensar quiénes son los que participan en el establecimiento de los acuerdos políti­
cos y sociales y cuáles son los temas y actores ausentes en la construcción de ellos. Los
olvidados, las ausencias, la memoria relegada son, siguiendo a Lechner (2002), ele­
mentos que quizás perm itan comprender, reelaborar y procesar los miedos colectivos
y constituirse en mecanismos activos para la construcción social de la integración
social y urbana.

115
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118
Imaginarios del miedo y geografías
de la inseguridad: construcción social
y simbólica del espacio público
en San Salvador
Roxana M a rte l, Universidad Centroam ericana «José Simeón Cañas» de San
Salvador, El Salvador
Sorda Baires, Universidad de Québec, M ontreal, Canadá

La gran ciudad no es un escenario de pérdida irremedia­


ble del sentido. Es un medio en el que las identidades se
dejan leer en la superficie. La superficie como lugar de
sentido es precisamente la experiencia antropológica del
paseante que vaga por la ciudad.
I saac J o s e p h

La transformación del espacio público es un fenómeno creciente en las ciudades


salvadoreñas que se produce en un contexto de cambios globales y cuestiona la distin­
ción entre lo público y lo privado, privilegiando este último. Dicha transformación se
caracteriza por una creciente degradación y pérdida de usos recreativos y de socializa­
ción, por un lado y por una progresiva «privatización», por otro. Estos elementos cons­
tituyen un aspecto fundamental del deterioro de la calidad de vida de la población y del
ejercicio de su ciudadanía (Boija, 2003; 1998).
Un punto de partida del análisis, planteado en un trabajo más extenso sobre el cual
se basa este capítulo,1es que la pérdida de ciertos usos, así como de la sociabilidad de los
espacios públicos en San Salvador, está condicionada en buena medida por la violencia y
la inseguridad que viene ocurriendo en la ciudad. El interés que sustentaba el estudio
inicialmente fue el de aproximamos a las formas y matices de este condicionamiento. En
esa búsqueda, cobró cada vez más fuerza el papel de las representaciones sociales y los
imaginarios urbanos. Esto es así porque la construcción social y simbólica de los espa­
cios públicos se hace desde la combinación de las prácticas sociales, los usos y los actores
sociales: cómo se nombran, cómo se apropian y cómo se defienden estos espacios es algo
que no es ajeno a las representaciones sociales (Jodelet, 1986).
La búsqueda conducida desde estas preguntas iniciales respecto a los espacios
públicos capitalinos la hicimos a partir de estadísticas policiales, pero sobre todo por
el conocimiento directo de las actividades, usos, actores y conflictos cotidianos de es-

1. El proyecto «Violencia u rb a n a y recuperación de espacios públicos. El caso del AMSS», fue financiado po r
PNUD-E1 Salvador, com o p arte del P rogram a Una S ociedad Sin Violencia y realizado d u ran te el año 2003 p o r un
equipo de i investigación integrado por R oxana M artel, C laudia R om ero y Carla Sánchez, bajo la coordinación de
Sonia Baires.

119
tos espacios y de las representaciones sociales de su población usuaria en relación con
la seguridad/inseguridad que los rodea.
Metodológicamente, el estudio se realizó en tres etapas. En primer lugar, se elabo­
ró un marco conceptual y un diagnóstico de la problemática de la violencia y el espacio
público. En El Salvador hay una diversidad de estudios sobre violencia, pero muy
pocos abordan específicamente la violencia urbana. Los estudios que retoman este
fenómeno lo hacen desde un enfoque epidemiológico o judicial, por lo que esta prime­
ra etapa resultó fundamental. En la segunda etapa de la investigación se realizaron
estudios de caso basados en un trabajo de observación participante y de entrevistas
colectivas con usuarios y usuarias de esos espacios.
Se observaron, en el estudio completo, cuatro zonas-tipo que representan la diver­
sidad de formas que adquiere el espacio público en San Salvador y los complejos pro­
cesos de socialidad que de ellas se desprenden. Para este artículo se retoman los resul­
tados parciales de dos de las zonas estudiadas, a saber, Comunidad Iberias y Metrocentro.
Se abordan estas dos zonas porque desde ellas puede analizarse con mayor claridad el
papel de los imaginarios urbanos y las representaciones en la construcción social y
simbólica de la ciudad y el fenómeno de la violencia. Se presentan en la tabla 1 los
criterios de selección de las cuatro zonas seleccionadas en el estudio completo.
Durante la tercera etapa se hizo una revisión general de las políticas, programas y
proyectos de las instituciones gubernamentales y no gubernamentales relacionadas
con el espacio público y la violencia.
En la aproximación empírica a esta difícil relación de la violencia urbana y los
espacios públicos, dos categorías conceptuales permitieron volver inteligibles los hallaz­
gos: las «geografías de la inseguridad» (Reguillo, 1997) y los «imaginarios del miedo». La
primera se estructura a partir de los recorridos de las personas en las zonas estudiadas y
tiene como elemento central la identificación de sitios y sujetos hecha por los usuarios.
La segunda es una adaptación de la categoría trabajada por Comelius Castoriadis (2002).
Este autor dice que el imaginario refiere a algo «inventado» —ya se trate de un «invento
absoluto» o de un desplazamiento de sentido, en el que unos símbolos ya disponibles
están investidos con otras significaciones que las suyas «normales o canónicas».
imaginarios del miedo serán, entonces, la invención personal o colectiva que
| se hace de la ciudad construida y que tiene como fundamento la vivencia cotidiana de
| la inseguridad, y que permite que se constituya una representación determinada de los
| espacios urbanos, principalmente los públicos. Es desde los imaginarios del miedo que
j se constituyen las formas de nom brar (y estigmatizar) estos sitios y sujetos sociales
1 -^identificados con la inseguridad y el riesgo.
El primer eje que estructura esta reflexión es el imaginario de la inseguridad ciu­
dadana que se ha venido construyendo en el uso de los distintos espacios públicos
(derivada de un alto índice de casos de violencia social y simbólica) en el país. Un
análisis más profundo de las condiciones de estos espacios y sus habitantes en el plano
de lo simbólico muestra que la relación inseguridad-violencia es uno entre los varios
aspectos que intervienen en el deterioro de lo público. Sin embargo, otras cuestiones
como las inadecuadas regulaciones urbanas, los cambios en los usos del suelo y el
déficit de las municipalidades para mantener los espacios existentes y crear otros, apa­
recen también como importantes.
El problema entonces no es si la violencia constituye el único factor explicativo del
deterioro del espacio público, sino hasta qué punto ella y los imaginarios de la insegu-

120
Zonas C o m u n id ad C en tro M etro cen tro Z o n a R o sa
Ib erias h istórico
V aria b les .

R e la c io n a d a s co n e l u so d el esp acio

Uso principal del Habitacional Comercio Comercial/ Comercial/


suelo informal servicios formal servicios
formal
Uso principal del Convivencia Comercio Movilidad Movilidad
espacio público y movilidad
Usuario Ingresos bajos Ingresos bajos Ingresos medios Ingresos
predominante y medio-bajos medios y altos
(grupo
socioeconómico)
Actor principal Organización Vendedores Sector privado Sector privado
comunitaria organizados

R e la c io n a d a s co n la v io le n cia y la segu rid a d

Forma Pública Pública Privada Privada


institucional
de seguridad
predominante
Grado de Alta Alta Media Baja
peligrosidad*

Fuente: E laboración propia.

* La Policía N acional Civil, PNC, clasifica las zonas según la peligrosidad establecida po r los índices
delincuenciales registrados p o r la institución. D atos obtenidos en la entrevista con el com andante V ladim ir
Cáceres, febrero de 2003.

ridad que genera están interviniendo o influyendo en las prácticas sociales observadas
en el mismo, y cómo el Estado, a través del gobierno central y los gobiernos locales,
está manejando estas cuestiones.
Finalmente, se discute la posibilidad de fortalecer los procesos de construcción
de los espacios públicos sin una visión romántica que suponga retom ar el pasado,
pero tam bién sin perder de vista los cambios que se han operado entre lo público y lo
privado, y rescatando el sentido de bien común que tienen esos espacios y la respon­
sabilidad del Estado al respecto. Aquí volvemos al tema del espacio público y la ciu­
dadanía.

1. Construcción de los imaginarios desde la vivencia


en los espacios públicos

A continuación se analiza la construcción de los imaginarios urbanos en dos áreas


de la ciudad emblemáticas por la asociación con el miedo y la inseguridad en un caso,
y con la seguridad en tensión con la inseguridad en el otro: la Comunidad Iberias y
Metrocentro.

121
1.1. Iberias: la construcción de la ciudad desde los estigmas

Vivir aquí es como vivir en una cárcel... A veces me siento


más seguro afuera, en las calles, que aquí... Ni la autoridad
nos cuida porque lo único que hacen es aprovecharse de su
unifomie... tampoco podemos confiar en los mareros. Ellos
sólo protegen a los batos de la mara, su familia.
[Hombre joven, Iberia B, 10 de agosto, 2003.]

Contradictoria. Ésa es la forma en la que se viven, sueñan y sufren los espacios


públicos en la Comunidad Iberias. Todo, en un espacio de 0,17 km2 y una población
estimada de 40.000 habitantes,2localizado al norte del centro capitalino.
En un sector de la ciudad en el que el espacio es reducido, la población numerosa
y los usos diversos —desde el habitacional, pasando por el institucional hasta el recrea­
tivo— cualquier lugar es utilizado y aprovechado por sus habitantes. Límites como lo
público y lo privado, el acceso libre y el restringido, son cruzados permanentemente.
Los bordes entre ellos se difuminan propiciando la generación de conflictos. La Alcal­
día Municipal de San Salvador e instituciones como el Consejo Nacional de Seguridad
Pública (CNSP) llaman a éste y otros sectores en condiciones de precariedad social
similares, comunidades de alto riesgo por las peligrosas condiciones físicas, ambienta­
les, sociales, económicas y culturales en que se encuentran.
Los espacios públicos comunes a las comunidades son la calle principal que co­
necta toda la comunidad, las casas comunales y las canchas o estadios deportivos (Po­
lígono Deportivo C1 y Cancha «El Hoyo»),

1.1.1 .E l barrio prohibido: violencia, inseguridad y conflictos


en el espacio público

Los espacios públicos, adem ás de lugares de encuentro, son espacios de


desencuentro y de inseguridad. El barrio, cuya construcción social y simbólica está
profundamente matizada por la convivencia, la conversación y el juego, también se

En el desarrollo de la investigación se pudieron identificar distintas zonas insegu­


ras. Cada comunidad, cada habitante construye discursivamente violencias y amena­
zas haciendo visibles sus principales preocupaciones. Éstas se ven matizadas por la
condición de género y la edad. Toda la Comunidad Iberias y sus espacios públicos se
presentan más peligrosos y amenazantes para los niños, niñas y jóvenes.

a) Violencia crim inal y form as de vigilancia


En Iberias la presencia de diversos tipos de prácticas de violencia criminal es un
hecho reconocido por sus habitantes y reportado por la Policía Nacional Civil (PNC).
Como sucede con otras comunidades de precariedad social, la representación de ésta
se construye desde afuera, como uno de los lugares más peligrosos de San Salvador.
Los tipos de prácticas violentas más frecuentes son los homicidios a hombres
jóvenes, heridos por arma de fuego o arm a blanca, asaltos, agresiones físicas a niños y

2. D atos ap o rtad o s p o r el presid en te de la Intercom unal, M iguel Azucena, 24 de julio de 2003.

122
niñas (quemaduras), agresiones sexuales, venta y tráfico de drogas. Estas prácticas
están territorializadas. Hay lugares y sujetos m arcados que los habitantes del sector
pueden identificar y desde ellos nombran las inseguridades propias de las comunida­
des. Lugares como la calle principal, la avenida Las Flores, la Cruz Verde, el límite
entre jardines de Don Bosco e Iberia B, la cancha de El Hoyo y la línea férrea son
lugares señalados en las distintas entrevistas como lugares inseguros.
Los homicidios son adjudicados, en su mayoría, a los conflictos entre maras. En
el sector puede identificarse la presencia de la Mara Salvatrucha (MS) y la Mara 18
(M I8). Territorialmente, la MS se localiza en el sector de Iberias A y B (los de abajo)
y la M I8 en el sector de Concepción y Don Bosco (los de arriba). Los conflictos
territoriales entre ambas han provocado una serie de hombres jóvenes m uertos o
heridos, sobre todo en dos de las comunidades.
Pistolas, granadas y cuchillos tienen tam bién un papel im portante en la
cotidianidad de la comunidad. La presencia de armas de fuego, el alto grado de
armamentización —como recurso de defensa o para m arcar el territorio— es una
característica presente en la comunidad. Esta situación posibilita que la amenaza de
homicidios y lesiones sea mayor.
Aunque no aparecen contabilizadas como tal en las estadísticas policiales, pare­
ce importante hacer énfasis en las agresiones físicas recibidas por niños y niñas en la
comunidad. Éste es un tipo de violencia cotidiana, expresión de la agresividad y hos­
tilidad con la que se matizan las relaciones sociales en este asentamiento. Esta violen­
cia focalizada en los niños y niñas tiene efectos perversos en su socialización ya que
se ven amenazados no sólo por la violencia que se ejerce entre vecinos jóvenes y
adultos, sino porque ellos mismos son víctimas. La respuesta agresiva de ellos des­
pués de una agresión parece integrarse casi naturalm ente en las prácticas cotidianas
de todo el sector.
La violencia intrafamiliar es otra de las caras que adopta la violencia. Aunque no
siempre deviene en violencia criminal, el maltrato, las agresiones físicas y sexuales
hacia niños y niñas, jóvenes y mujeres es una de las preocupaciones de los habitantes.
Ésta aparece como una de las áreas de trabajo enfatizadas en los talleres Policía-Comu­
nidad (FESPAD, 2003). Como otros estudios señalan, el grupo social más vulnerable
ante esta amenaza es el femenino.
Un último hecho de violencia criminal registrado en la comunidad es el tráfico y
venta de drogas. Además de propiciar el consumo, los conflictos y pleitos entre las
personas que venden drogas se convierten en un problema más de inseguridad y
violencia.

b) Violencia no crim inal


En la Comunidad Iberias, las prácticas de violencia no criminal enunciadas son el
abuso policial, las agresiones verbales y las amenazas de distinta índole.
El abuso policial es uno de los temas recurrentes en el discurso de los niños, las
niñas y los hom bres jóvenes en los distintos grupos. La presencia policial produce
una sensación de seguridad y hay demandas por el aumento policial, aunque tam ­
bién hay quejas por los malos tratos (sobre todo en jóvenes hombres). Algunos
jóvenes term inan siendo víctimas del abuso e irrespeto policial. Esta situación no
afecta directamente a las mujeres jóvenes, ya que las agresiones policiales no son
contra ellas.

123
La violencia generada en la Comunidad Iberias no es sólo instrumental. Hay mu­
cho de violencia simbólica: verbal, gritos, gestos que advierten, amenazan, condenan.
Éstas son el tipo de agresiones verbales que niños, niñas, jóvenes y adultos, hombres y
mujeres, producen y reciben. Las mujeres y los niños suelen ser los receptores de este
tipo de violencia. Irrumpir en los espacios que se consideran propios, el ruido, la risa,
son condenados e incluso penalizados con agresiones físicas.

c) Factores de amenaza
Además de estos tipos de violencia, que se tejen en la cotidianidad y forman parte de
la cultura de la Comunidad Iberias, se encuentran otros factores más bien de amenaza a la
seguridad. Estos factores los podemos clasificar en tres tipos: sujetos, prácticas y espacios.
Los sujetos que se configuran como factores de amenaza son, principalmente, las
vecinas que no toleran los juegos de los niños y niñas en los pasajes. Además de agresio­
nes físicas y verbales (que se traducen en los tipos específicos de violencia desarrolla­
dos anteriormente), en el discurso de los niños aparece como generadora de miedo y
rechazo la imagen de la señora que les arroja agua caliente. Este sujeto, con una prác­
tica social específica, entra en conflicto por el uso del espacio.
Podríamos citar una práctica que aparece en la matriz discursiva de los distintos
actores y usuarios: la apropiación de los espacios públicos para actividades privadas.
Zonas verdes y pasajes utilizados como tendederos, cocinas, lavaderos, son escenas
vistas en todo el sector. Lo público como una extensión de lo privado que dificulta la
convivencia, la recreación, el encuentro y el juego. Si no es el uso privado de espacios
públicos, es la utilización de estos para depositar la basura. Costumbres, insuficiente
sistema de recolección de basura, ausencia de depósitos, ausencia de comodidades...
todo se combina para formar un espacio que además de los otros usos, debe «acoger»
el de vertedero de basura. Es necesario aclarar que, si bien es cierto que los factores
anteriores están presentes en todo el sector, la limpieza y el cuidado de los pasajes
depende, sobre todo, de los vecinos y las vecinas. En las distintas comunidades hay
pasajes —aunque no es la mayoría— que se mantienen limpios y ordenados.
Los espacios también se convierten en fuente de amenaza. Las amenazas presentes
en éstos se relacionan coxr las condiciones físicas. Un factordeterminante y presente en
todas las comunidades es el deterioro e insuficiencia de la infraestructura. Pasajes, ca­
lles, casas comunales, todas tienen en mayor o menor grado problemas por el deterioro
y el inadecuado mantenimiento.
Un factor de amenaza en la cotidianidad del sector, generado en el espacio públi­
co, es el de las condiciones en que se encuentra la calle principal. Ésta, con una
función de centralidad simbólica por la concentración de usos y convivencias, ha
sufrido un deterioro evidente a lo largo de todas las comunidades que cruza. Este
deterioro se manifiesta en falta de pavimentación, la insuficiencia en los sistemas de
desagüe, los tramos sin aceras, etc. que se convierten en amenazas para los automó­
viles y los transeúntes por igual. No sólo se corta la posibilidad de tránsito, sino la de
socialización. A falta de espacios, la calle es el sustituto. Si sus condiciones son pre­
carias la socialización que de ella se deriva se tom a igual de precaria.

d) Conflictos en el uso del espacio


Ya se expuso cómo un espacio tan reducido (0,17 km2 y una diversidad de usos
habitacionales, comerciales, de tránsito, institucionales, etc.), generan distintos tipos

124
de conflictos. En este punto interesa enfatizar dos de los conflictos más fuertes alre­
dedor del espacio público. El prim ero está relacionado con el tránsiíu vehiculai y
peatonal. La calle Renovación es una calle de acceso que conecta al sector con la
ciudad. Cruza todas las comunidades y juega un papel importante en la construcción
social y simbólica del barrio. La ausencia de espacios públicos para el juego, para el
comercio, para la conversación hacen que la calle acoja estos usos, aun cuando esto
riña con su funcionalidad primaria: el tráfico vehicular. Las aceras a lo largo de la
calle son insuficientes, están deterioradas o son inexistentes, por lo que los peatones,
los vehículos —livianos y pesados—, los niños y jóvenes que juegan o comparten el
espacio tienen que «luchar» por el uso. Distintas historias relatan las experiencias
que esta diversidad de usos en la calle ha llegado a provocar, incluso accidentes.
Otro conflicto en tom o al espacio público es el generado por el uso del estaciona­
miento que tiene una de las canchas deportivas. Esto pone en evidencia, nuevamente,
la insuficiencia de espacios en el sector.
Si bien es cierto que los conflictos alrededor del tránsito vehicular-peatonal y el
uso de las canchas deportivas son registrados como conflictos en el espacio, todos
aquellos que devienen de la violencia —criminales o no— y de los factores de amenaza
son también conflictos alrededor del espacio. ¿Quién tiene más derecho a usar este
espacio o el otro?, ¿qué uso es el que tiene más fuerza?, ¿qué actor tiene más poder
para hacer valer su uso? Todas son preguntas que se responden desde la cotidianidad y
según la «ley del más fuerte». Nunca hay respuestas únicas. Los marginados del espa­
cio cambian permanentemente. Todo depende de las negociaciones y las luchas simbó­
licas y físicas que se hacen alrededor del mismo. Los niños y niñas son quienes más
sufren por ser los que menos poder tienen con relación a los jóvenes y adultos.

1.1.2. Geografía de la inseguridad e imaginarios de la hostilidad y la muerte

A partir del trabajo de campo en este asentamiento se puede decir que, en térm i­
nos de representaciones sociales, el espacio público está constituido por geografías de
la inseguridad que conviven con formas desde las que la sobrevivencia es posible. Geo­
grafías acompañadas de imaginarios de la hostilidad y la muerte. Geografías constitui­
das por fronteras, límites y bordes que marcan los espacios en los que se pueden mover
y en los que no.

a) Lugares marcados
La geografía de la inseguridad tiene como elemento central la identificación de
«lugares». Estos son construidos discursivamente por los y las habitantes del sector
con la oposición seguridad-inseguridad. De esta relación se pueden delimitar los luga­
res seguros e inseguros en las comunidades, conformados bajo la relación inseparable
entre lo público y lo privado. Fronteras confusas y ambiguas en un espacio tan reduci­
do y altamente poblado.
Un imaginario construido en las geografías simbólicas es el de los bordes, como el
espacio de frontera. Los bordes seguros son configurados por los límites de cada co­
munidad hacia adentro. El «nosotros» y el «ellos» se construyen espacialmente. Un
«nosotros» que protege, que acuerpa.
En oposición a éstos aparecen los bordes inseguros. Estos bordes tienen dos di­
mensiones. La primera son los límites de las comunidades hacia afuera. De nuevo, la

125
relación «nosotros-ellos». En las otras comunidades no se está seguro. Estos límites
están marcados, principalmente, entre los niños y los jóvenes de ambos sexos de las
comunidades. El conflicto de pandillas juega un papel importante en esta construc­
ción. Anteriormente se comentó sobre la presencia de pandillas en la comunidad. En el
sector Iberia A y B viven y conviven jóvenes de la MS. En los sectores Concepción y
Don Bosco, la MI 8. Jóvenes y niños que no necesariamente pertenecen a estas pandi­
llas construyen estas fronteras desde su discurso que expresa un imaginario urbano.
Otro borde que se construye desde la inseguridad es el de la Comunidad Iberias en
relación con el resto de la ciudad. La entrada al sector de comunidades es un espacio
liminar entre el «adentro» y el «afuera». Aunque el sector se construya desde la hostili­
dad, las negociaciones y los pactos, es «su territorio». Quienes expresan su seguridad
en la relación sector-ciudad son, sobre todo, los jóvenes, hombres, por las acciones de
la Operación Mano Dura.3 Los hombres de apariencia joven y de sectores populares
son los principales sospechosos del delito de «portación de cara» (Reguillo, 2003).
Entre las zonas seguras, otra representación en la geografía de la inseguridad es la
calle Renovación, que no sólo es un lugar de paso, sino de encuentro, también los
pasajes, como ya se expuso antes; y las canchas deportivas —para los sectores de la
propia comunidad. Las zonas inseguras están marcadas, sobre todo, por dos fantas­
mas que rondan el sector: las pandillas y el tráfico de drogas. No es la presencia de las
pandillas lo que en sí mismo causa inseguridad, son los conflictos entre ambas y el uso
de armas de todo tipo que éstas hacen.
El tráfico y el comercio de drogas también producen la inseguridad de determina­
das zonas. En la Comunidad Iberias, los diferentes actores localizan esta inseguridad
en algunos pasajes y en la calle principal.
Para concluir la presentación de esta geografía de la inseguridad, es necesario
ubicar un último elemento: las marcas distintivas. Las marcas visibles con mayor im­
portancia simbólica —por sus significados y lo que eso representa en la construcción
de rutas de tránsito y convivencia— son los graffitis. Éstos son una de las expresiones
más visibles de los jóvenes de mara. Son marcas que identifican un territorio domina­
do por la mara representada en él. Los graffitis marcan un dominio, pero también
rinden tributo a «los caídos». Aparecen en las paredes de las comunidades, aunque las
acciones gubernamentales quieran borrarlos. ,
Una segunda marca, invisible4pero que pesa en la construcción social y simbólica
de los espacios públicos del sector, es la de la muerte. La muerte como un hecho coti­
diano. No sólo por problemas de salud —que los hay y no son pocos— sino por la
violencia que se produce y reproduce cotidianamente. Estas muertes, aunque en su
mayoría son generadas por los conflictos entre las pandillas, también se dan por el

3. Acción ejecutada p o r el Ó rgano E jecutivo de El S alvador desde 2003 en el m arco de su política de segu­
rid a d ciu d ad an a. La O peración M ano D ura se p lan teó com o la m a n e ra de erra d ic a r el p roblem a de las m aras.
Fue d eclarad a en los p rim ero s m eses de su aplicación com o an tico n stitu cio n al y que violaba derechos funda­
m en tales de los jóvenes. E n tre o tras cosas, la O peración M ano D ura arre sta b a a jóvenes solam ente porque
p o rta ra n tatu ajes que se id en tifica ran con alguna de las m aras, po rq u e estuvieran reu n id o s m ás de dos en el
espacio público, po rq u e h u b iera u n a den u n cia que señ alara a algún joven com o perten ecien te a m aras. U na de
las acciones sim bólicas que la O peración co ntem plaba era b o rra r cualquier graffiti de las p aredes que identifica­
ra n a alg u n a m ara.
4. Al u tilizar invisible, nos referim os a esas m arcas que au n q u e no se ven co tid ian am en te p esan y quedan
allí, com o m arca indeleble en la h isto ria de u n territorio.

126
tráfico de drogas, por ajustes de cuentas entre las bandas, por conflictos producidos o
alim entados p o r el alcohol, p or descuidos en el uso de arm as de fuego, p or la violencia
intrafamiliar —menos visible que la producida por las pandillas, pero igual de temida.
Las víctimas mortales son, principalmente, hombres jóvenes, tal como se apuntó en el
apartado de violencia criminal.

b) Sujetos marcados
En la construcción de la geografía simbólica de los espacios públicos de esta zona
juegan también un papel importante los sujetos. Se pueden identificar cuatro tipos de
sujetos sociales: los jóvenes de maras, los traficantes, la policía y las vecinas que no
permiten a los niños y niñas jugar en los pasajes.
La representación social de los jóvenes de m ara (o pandilleros) es una construc­
ción ambigua. La imagen del pandillero está vinculada a la muerte, al riesgo, a las
armas. Pero también esta figura está vinculada al territorio, al sentimiento de grupo, a
la defensa de su espacio. La mayoría de los jóvenes que ahora pertenecen a pandillas
fueron amigos de juegos en la infancia de los otros, lo que convierte a los primeros en
cercanos. Así como los jóvenes de pandilla defienden su territorio, los otros jóvenes
reclaman que las comunidades sean vistas con un mayor respeto.
Un segundo sujeto «marcado» y que marca el territorio es el traficante de drogas.
Éste es conocido y posee un espacio delimitado. «Si no nos metemos con ellos, no nos
molestan», dicen los jóvenes. También, como en el caso de las maras, reconocen el
peligro que generan a la comunidad y temen las consecuencias en la generación de
violencia criminal.
Un tercer sujeto marcado son los agentes de la PNC. Relación ambigua que se teje
entre los jóvenes, principalmente, y la PNC, si bien es cierto que ellos representan la
esperanza de la tranquilidad y la seguridad, también representan el abuso de autori­
dad y la indiscriminación en el trato a los delincuentes.
Un cuarto imaginario son las vecinas que no permiten a los niños jugar en el
pasaje. Esta figura se construye desde el temor y el rencor. Niños y niñas asustados que
aprovechan los momentos en que pueden desafiar a este otro-amenaza.

c) Otra marca más: Operación M ano Dura


La Operación Mano Dura aparece como un elemento más en la matriz discursiva
de los habitantes de las comunidades. Como en las otras construcciones que tienen
relación con el espacio público y la seguridad en Iberias, la representación social de la
Operación es contradictoria. Por una parte, se percibe como una medida eficaz, a
corto plazo, para controlar el problema de las maras. Sin embargo, los habitantes del
sector, sobre todo los jóvenes, dudan que ésta sea la única vía para resolver los proble­
mas de las comunidades del asentamiento.
El problema de las m aras no es nuevo ni es el único en el sector. Solicitudes de
mayor vigilancia y mayor presencia policial se habían hecho en repetidas ocasiones.
La escalada de muertes —no sólo por pleitos entre pandillas—, el narcotráfico, las
bandas criminales, incluso, las lesiones por violencia intrafamiliar, ya habían sido
reportadas antes. Que la presencia de agentes de la PNC sea más constante ahora
produce un sentimiento de alivio y confianza lógico, por las condiciones en que han
vivido las comunidades. Llama la atención, por ejemplo, el puesto de la PNC (ahora
catalogado como caseta). Éste no es nuevo y sin embargo es muy poco lo que había

127
podido hacer para disminuir los problemas de la delincuencia común y organizada,
antes de la Operación Mano Dura, pese a que el sector ya aparecía como uno de los
lugares en los que ocurrían hechos criminales. La confianza que produce la Operación
viene dada por la atención y presencia constante de agentes policiales y de la Fuerza
Armada en el sector.
Los habitantes de Iberias reconocen el problema que intenta erradicar la Opera­
ción, pero saben que no es el único. Hay otros problemas, igual de importantes en la
comunidad como la falta de atención médica, la falta de provisión de servicios, la po­
breza, etc., y a los cuales no se les está prestando la adecuada atención. El sentimiento
de confianza que produce «Mano Dura» es contrastado con la desconfianza y el temor
con los que, sobre todo los jóvenes, ven a los agentes policiales. En el apartado sobre la
violencia no criminal se expuso el problema del abuso policial. Esta Operación posibi­
lita esta forma de abuso.

1.2. Metrocentro: tránsito entre la seguridad y la inseguridad

En el parqueo me han robado dos carros: en el parqueo


subterráneo de la octava y en el área del cine, en la noche.
[Adolescente, 10 de septiembre de 2003.]

Una vivencia conflictiva de seguridad (relativa) e inseguridad es lo que mejor des­


cribe las percepciones de los jóvenes de ambos sexos que circulan en esta zona de la
ciudad conocida como Metrocentro. El ir de paso, en automóvil o en autobús, en trán­
sito para llegar a otro lugar, o el entrar a cualquiera de los diversos negocios del centro
comercial, son algunas de las principales formas de ser y estar en este espacio, caracte­
rizado por un intenso tránsito vehicular y peatonal, el ruido y la contaminación am­
biental, especialmente en las horas pico.
Metrocentro5 es un nodo metropolitano importante, localizado hacia el nor-po-
niente de la ciudad, contiguo al centro histórico. Su corazón, el centro comercial, es el
punto de concentración de las actividades comerciales, de servicios y entretenimiento
y lá zona punto de confluencia de vías de acceso y rutas de transporte colectivo que
conectan varios municipios del Área Metropolitana de San Salvador (AMSS). Aquí, los
espacios privados y públicos —constituidos estos últimos por calles, aceras, am ates—
se articulan alrededor de la movilidad y el consumo, principalmente.
Los usos habitacionales aledaños coexisten tensamente con una actividad comer­
cial y de servicios que presiona por desplazarlos. Un conjunto de asentamientos preca­
rios ubicados a lo largo del costado oeste del centro comercial, sobre la Alameda Juan
Pablo II, y viviendas de grupos de ingresos medios hacia el norte y el este, rodean este
complejo comercial.
Hechos de violencia o agresión, factores amenazantes del entorno como el tránsi­
to vehicular intenso y conflictos sobre los usos del suelo m arcan este espacio urbano

5. M etrocentro es u n com plejo integrado p o r u n gran centro com ercial y u n hotel de cu atro estrellas, el cual
p erten ece al G rupo Roble, u n a de las com pañías d esarrolladoras m ás im p o rtan tes de la región centroam erica­
na. A ctualm ente, en alian za con el em presario m exicano Carlos Slim, trab aja en la con stru cció n del p rim e r
S an b o rn s en S an Salvador, d entro de u n com plejo com ercial de escala regional, no sólo m etro p o litan a sino
sobre todo centroam ericana.

128
con las figuras dominantes de la inseguridad. En su paso o estancia en esta zona, los
peatones, los automovilistas y los residentes experimentan sentimientos opuestos de
inseguridad y seguridad. Mientras la inseguridad está en la calle, la seguridad está
dentro del centro comercial y se asocia con una alta presencia policial (privada o públi­
ca), cuestión que como se verá más adelante llama a la reflexión sobre las nociones
actuales de seguridad y convivencia.

1.2.1. La form as de violencia

Robos y hurtos de vehículos, asaltos y robos a las personas y distribución y consu­


mo de drogas (vinculada a tugurios contiguos) se destacan entre las actividades delictivas
más reportadas por la Policía en esta zona, especialmente en horas de la noche y en
tom o a los fines de semana. Los delitos contra la propiedad suelen ocurrir dentro del
centro comercial, en los estacionamientos, sobre todo por la noche. Mientras los deli­
tos contra las personas (robos y asaltos) se suceden en las calles y en las paradas de los
autobuses.
Jóvenes de ambos sexos relataron haber sido víctimas de algún hecho delincuencial
y compartieron el temor en la calle, tanto cuando circulan como peatones como cuan­
do conducen automóviles, y algunas jóvenes señalaron un mayor miedo, por ser muje­
res, a circular en horas de la noche cuando las calles comienzan a quedar desiertas.
Asimismo, otras formas de violencia están presentes en el entorno de Metrocentro
generando prácticas y vivencias de agresión constante. De nuevo, las calles, las aceras
y las paradas de los autobuses son los escenarios principales de estas prácticas agresi­
vas, las cuales se han convertido en prácticas culturales toleradas y aceptadas.
Tres formas principales de violencia no criminal fueron identificadas: las agresio­
nes verbales o físicas a las personas, las cuales incluyen generalmente palabras soeces;
prácticas agresivas de conductores y pasajeros en el uso del transporte colectivo, las
cuales pueden resultar en daños como caídas o golpes menores de los pasajeros, muje­
res u hombres; y finalmente, los «piropos» hacia las mujeres, cargados de expresiones
soeces y denigrantes. Las paradas de autobuses se observaron como el lugar por exce­
lencia donde se suceden estos tipos de prácticas agresivas.

a) Las amenazas del entorno


Otro tipo de factores amenazantes de la seguridad de los peatones y conductores
son las condiciones y características del espacio construido. Estos factores son: la falta
de iluminación, la ausencia o la mala señalización, la estructura de las pasarelas (si sus
gradas son pequeñas o grandes, la altura, etc.) y las continuas construcciones, tanto en
el interior del centro comercial como en las calles circundantes. Estas condiciones
dificultan una circulación fluida y el tráfico peatonal, contribuyendo así a generar inse­
guridad o riesgo de ser atropellado, asaltado, etc.
Una segunda fuente de amenazas son las prácticas con las cuales los peatones,
pero sobre todo los automovilistas, se comportan en los espacios públicos. Las princi­
pales prácticas identificadas se relacionan con el tránsito vehicular y el tránsito peato­
nal, pero también con la concentración de personas. Algunas de las prácticas que pue­
den señalarse son: el irrespeto a la señalización vial establecida, la alta velocidad a la
que circulan los conductores de autobuses, microbuses, taxistas o automovilistas par­
ticulares, el no uso de las pasarelas para el cruce de las calles.

129
Asimismo, la alta concentración de personas y de automóviles, especialmente en
las horas pico y en los días de más afluencia, se constituye en sí mismo en un factor de
am enaza, tanto en las afueras com o en el centro comercial.

b) Los conflictos alrededor de los usos


De la madeja de conflictos observados se destacan dos. El primer grupo de con­
flictos se relaciona con el uso de las calles para el tráfico vehicular y peatonal, y el
segundo con el uso de las aceras y calles para las actividades económicas informales.
Los conflictos entre el tránsito vehicular y tránsito peatonal se manifiestan en la
rivalidad sostenida entre los conductores de autobuses y microbuses por llegar a las
paradas de autobuses; en la regulación que hacen los vigilantes de Metrocentro del
acceso y salida de vehículos al centro comercial, especialmente a las horas pico, ya que
ellos privilegian el paso de los vehículos, y en la discusión entre los conductores de los
autobuses y los automovilistas particulares por el paso.
Los conflictos alrededor del uso de las calles que rodean Metrocentro por los y las
vendedoras informales son manifestaciones del conflicto entre las actividades econó­
micas formales y las informales, que evidencian una forma de conflicto con el poder
establecido. Esta situación parece relevante en el contexto de una problemática pre­
sente en puntos de la capital como el centro histórico, pero también ligada al desem­
pleo, subempleo y a la pobreza urbana existente.6
Lo observado en este estudio indica que los intentos por eliminar estas ventas no
han sido exitosos, aunque se mantienen bastante regulados. El Grupo Roble, principal
actor económico en la zona, es quien intenta a través de su vigilancia privada no dejar
que nuevos vendedores se instalen en las paradas de autobuses ni en las cercanías del
centro comercial. Así, la gestión de las aceras del centro comercial está en manos de
este actor económico y no del municipio, evidenciándose las tendencias privatizadoras
en la gestión de los espacios públicos.

1.2.2. Geografías de la inseguridad e imaginarios del miedo en Metrocentro

Las geografías de la inseguridad y los imaginarios del miedo en esta zona, los
abordamos a partir de los lugares marcados, los sujetos marcados y la marca de la
seguridad. .

a) Los lugares marcados


La geografía de la inseguridad en esta zona se construye principalmente en el
trasbordo de los autobuses, en la realización de actividades dentro del centro comer­
cial, caminando de un lugar a otro, etc., cruzando siempre las líneas entre el espacio
público —calles, aceras y paradas de autobuses— y el espacio privado —centro comer­
cial, sus negocios y establecimientos. Un trazado de la geografía de la inseguridad se
estructura a partir de los recorridos, los nodos, las zonas y los bordes.
Los recorridos inseguros son aquellos tramos de calle donde las personas cami­
nan más rápido, las mujeres toman sus carteras y todos, mujeres y hombres, guardan
sus teléfonos móviles para asegurarse ir alertas, especialmente en aquellos tramos so­

6. U na revisión in teresan te sobre los debates alrededor del espacio público es la de Salcedo, 2002.

130
litados. Estos recorridos están marcados en general por los robos y asaltos, el inten­
so tránsito vehicular y las prácticas de los actores, volviéndose el cruce de las calles
en algunos de ellos una verdadera «aventura». Un factor adicional que hace que
algunos de estos recorridos sean percibidos como peligrosos es lo angosto de las
aceras que hace que las personas tengan que cam inar sobre la calle donde transitan
vehículos.
Los nodos inseguros son lugares donde la aglomeración de personas y el tránsito
vehicular intenso producen con más facilidad hechos delincuenciales como robos y
asaltos, generando angustia y sobre todo una sensación de caos a los peatones. Para los
peatones estos nodos inseguros son las paradas de los autobuses, los semáforos o las
intersecciones de calles y el centro comercial mismo. Los nodos inseguros para los
automovilistas son los semáforos o las intersecciones de las calles. Estos lugares gene­
ran temor principalmente porque se identifican con sujetos marcados como peligro­
sos, tales como los limpiavidrios, los lanzallamas y vendedores ambulantes de todo
tipo. En cuanto al centro comercial es percibido como inseguro tanto por la delincuen­
cia (robos y hurtos) que dentro de él se pueda dar, como por la alta concentración de
personas que plantea riesgo para la evacuación en caso de una emergencia (terremo­
tos, por ejemplo).
Las zonas inseguras son aquellas a las cuales se puede entrar, atravesar e identifi­
car por rasgos distintivos que las diferencian de otras zonas. En el estudio, tres zonas
fueron mencionadas como inseguras: la zona del Redondel México, las comunidades
Tutunichapa y la Zona Real, siendo la primera la que tuvo más menciones, por identi­
ficarse con el tráfico de drogas.
La Alameda Juan Pablo II constituye un borde inseguro, un límite donde term i­
na el centro comercial y comienza otra zona donde se encuentran hospitales y ofici­
nas gubernamentales (sobre la 1.a calle poniente). Es una calle límite identificada
con la venta de drogas y con las actividades de las personas que piden dinero en las
intersecciones.

b) Los sujetos marcados


En la construcción de la inseguridad en Metrocentro los sujetos marcados juegan
un papel determ inante, en asociación con los lugares en el espacio urbano.
Los indigentes («pidepesos») y los vendedores ambulantes son percibidos por los
usuarios y usuarias de esta zona como una amenaza asociada a los semáforos, las
calles y las aceras del lugar. Un tercer grupo que provoca miedo es el delincuente anó­
nimo, que se oculta entre las aglomeraciones, en la oscuridad o en los lugares vacíos.
Los dos primeros pueden ser definidos más como sujetos incómodos que como delin­
cuentes.
Los indigentes o «pidepesos» son niños, jóvenes o adultos, mayoritariamente hom ­
bres, que limpian vidrios, lanzan llamas o simplemente piden limosna, sobre todo en
los semáforos. Viven en casas abandonadas cerca de la comunidad Tutunichapa o en el
centro de San Salvador. Algunos son dependientes del alcohol o las drogas. Son perso­
nas sin casa, con condiciones físicas y de salud deplorables: sucios, mal olientes y
descalzos. Sus actitudes son a veces agresivas.
Los vendedores ambulantes provocan sobre todo molestia y desconfianza. Estas
personas provienen de distintas áreas de la ciudad y se mueven constantemente entre
los semáforos. Ellos generan desconfianza por su insistencia para que se les compre,

131
cuestión que a veces linda también con la solicitud de una limosna. La diferencia entre
estas personas y las del grupo anterior es que éstas se definen como trabajadoras por
cuenta propia.
Finalmente, tenemos la figura del delincuente, que por delinquir desde el anoni­
mato genera también ansiedad en los usuarios y usuarias. En esta zona circulan «car­
teristas» que abordan los autobuses en las horas pico y los ladrones de vehículos, espe­
cialmente en el interior del centro comercial, en los estacionamientos techados más
solitarios, de día pero especialmente de noche.
Otro tipo de sujetos marcan tam bién el espacio con su presencia. Los conductores
de autobuses/microbuses y los vigilantes de Metrocentro generan temor por conducir
a altas velocidades sin importar las consecuencias. Los conductores de autobuses y
microbuses han adquirido en el imaginario de las personas un papel destacado porque
m arcan muy fuertemente el espacio y porque sus prácticas pueden ocasionar lesiona­
dos y muertes.
Por otra parte, los vigilantes de Metrocentro también son personas que marcan el
espacio en el interior del centro comercial y en las aceras inmediatas. Ellos son el ojo
vigilante del promotor inmobiliario que controla, observa y hace sentir su presencia
como forma de disuasión a los usuarios/as.

c) Otra marca: la seguridad privada


La vigilancia de Metrocentro llama la atención por su carácter masivo y organiza­
do. Vigilantes en bicicleta, a pie y en posiciones fijas mantienen el control sobre el
ingreso y la salida peatonal y vehicular. Al mismo tiempo, el diseño arquitectónico del
edificio y los otros mecanismos, tales como cámaras de observación, alarmas, etc.,
facilitan la labor de vigilancia.
En el desarrollo de su labor, estos vigilantes sostienen con los usuarios y usuarias
relaciones distantes, a veces de desconfianza e incluso de agresividad, pero a veces
también de amabilidad con los adultos mayores o con las personas que les requieren
información. El contacto amable entre usuarios y vigilantes se produce casi siempre
por iniciativa de los primeros, los cuales en muchas ocasiones demandan información.

los usuarios y usuarias de la zona. Pero, ni el contacto amable ni la mirada escrutadora


sirven de mucho cuando se produce un hecho delincuencia! fuera del centro comer­
cial, pues los vigilantes privados se mantienen dentro de las fronteras de éste. Las
fronteras de la vigilancia privada son las de los muros y puertas de su establecimiento.
La PNC, por su parte, aunque realiza patrullajes a pie y en vehículo con cierta regulari­
dad y apoya en la regulación del tránsito vehicular en las horas pico, pasa en general
desapercibida para los usuarios y usuarias, con quienes prácticamente no establece
comunicación de ningún tipo.

2. Construcción de imaginarios de la ciudad

San Salvador se vive desde las construcciones simbólicas de lo seguro y lo insegu­


ro. En este sentido, los mapas mentales que los usuarios de ambos lugares (Comuni­
dad Iberias y Metrocentro) esbozan están marcados por las experiencias y usos que
éstos hacen de la ciudad.

132
En el caso de Iberias, la experiencia urbana que los jóvenes y niños tienen de la
ciudad es mucho más reducida en relación con los usuarios de Metrocentro. Pareciera
ser que la frontera simbólica entre las zonas seguras y las inseguras la marca el Centro
de San Salvador. Es del centro hacia el oriente donde los usuarios entrevistados ubican
las zonas peligrosas. Peligros que responden a asaltos, homicidios, pleitos entre pandi­
llas, tráfico de drogas.
Esa misma zona de la ciudad es también la más utilizada para usos recreativos.
En ese sentido, la ubicación de zonas seguras e inseguras hace visible cómo la expe­
riencia de ciudad se hace con la matriz de la inseguridad como mediadora importante.
Las imágenes de lo inseguro deriva de tres fuentes principales: experiencias perso­
nales, relatos de otras personas y relatos difundidos desde los medios de comunica­
ción. Estos últimos repiten de manera recurrente los mapas de la inseguridad que la
Policía Nacional Civil tiene de los lugares. Los usuarios de la Comunidad Iberias reco­
nocen que la imagen que de ellos y de su zona tiene la población es en buena parte por
lo que en los medios se dice de ellos. Asimismo, ellos señalan a otras zonas en situación
de precariedad social y económica como inseguras (Chacra, Tutunichapa).
En el caso de los usuarios de Metrocentro, cuando pasamos a la escala metropoli­
tana, su geografía de la inseguridad muestra rasgos interesantes. Un primer rasgo ca­
racterístico es que hay más lugares inseguros que seguros en el AMSS, con lo cual
puede inferirse que la ciudad en su globalidad es percibida como insegura. Un segundo
rasgo de estas geografías es que la mayor parte de los lugares señalados como insegu­
ros se encuentran en el municipio de San Salvador y unos pocos fuera del mismo. Si
bien esto podría relacionarse con distintos factores como el origen y la movilidad en el
AMSS de las personas entrevistadas, el estudio completo reflejó bastante coincidencia
en los lugares identificados como peligrosos.
En este último sentido, algunas calles parecieran estar definiendo líneas divisorias
entre las zonas seguras e inseguras de la ciudad, una de ellas es el Boulevard de Los
Héroes, y otra la Carretera Panamericana. Las zonas seguras y de recreación, por su
parte, tienden a estar localizadas en zonas habitadas por grupos sociales de ingresos
altos y medios (norponiente); mientras las zonas inseguras están más distribuidas en el
reste del municipio^
Un elemento interesante, en contraste con el mapa mental de la ciudad construido
por los usuarios del centro comercial, es que los habitantes de la Comunidad Iberias
reconocen como zonas de esparcimiento y diversión los espacios ubicados en el centro.
Para ellos, estos lugares representan espacios de encuentro. En este sentido la relación
es contradictoria pero posibilita establecer vínculos sociales con el «otro» de manera
más clara. Son los usuarios de estos sectores los que reivindican el derecho a mejores
espacios en el centro y en zonas que identifican como inseguras.

3. Derecho a espacios públicos para la convivencia ciudadana:


¿posibilidad o utopía?

Esta investigación tuvo como eje central la relación que existe entre la violencia y
los espacios públicos en San Salvador. El trabajo de campo y la revisión de documen­
tos institucionales han permitido hacer un mapa simbólico de ambas problemáticas a
partir de las representaciones e imaginarios de los usuarios. El estudio saca a la luz la

133
complejidad que supone la relación entre la violencia y los espacios públicos, más allá
de lo que se aprecia en u n p rim er acercam iento. El abandono o deterioro de los espa­
cios públicos no se genera solamente por las formas de violencia física que en él se dan.
Tampoco es correcto que los espacios privados, como los centros comerciales que aho­
ra concentran algunas de las actividades históricamente relacionadas con los espacios
públicos, se perciban como seguros sin ninguna duda. La complejidad de ambos fenó­
menos, la vinculación que tienen los procesos de construcción social de los espacios y
las formas en que los distintos sectores de la población viven una realidad violenta
expresada de tan diversas formas han sido algunas de las evidencias arrojadas por el
estudio. El contexto con sus complejidades y la lectura que hacen de éste los usuarios
permiten que la construcción de los imaginarios matice de m anera contundente las
formas de expresión de ciudadanía.
Si la ciudadanía es la condición a partir de la cual nuestros derechos políticos,
sociales y culturales, son ejercidos, vivir la ciudad y sus espacios desde el miedo no
contribuye a su ejercicio pleno. La construcción de la ciudad y sus espacios desde el
miedo, la inseguridad, hace que el «otro» no sea visto como un ciudadano, sino como
una amenaza.
Partimos del supuesto de que los espacios públicos son elementos importantes en
la construcción de la convivencia social y la ciudadanía en una sociedad democrática.
El acceso a ellos deviene de una concepción inclusiva de la sociedad. Los espacios
públicos son los lugares donde el bien común es expresado de manera concreta. En
este sentido los espacios públicos se convierten en un derecho humano.
Los espacios observados parecen tener en su centro la violencia y la inseguridad.
Es desde allí que se viven los espacios públicos. Ésta es una lógica perversa ya que el
espacio público, centro de la deliberación política, del reconocimiento de la diversi­
dad, de la construcción colectiva de una sociedad tolerante con la diferencia se convier­
te en el lugar-amenaza por antonomasia.
En la revisión de las distintas políticas institucionales puede verse cómo el modelo
de urbanismo que se ha venido implementando en los últimos treinta años se ha desen­
tendido de los espacios públicos como apuesta política. Por el otro lado tenemos una
cada vez más coercitiva política de seguridad ante los problemas de violencia social
que, sin embargo, no disminuye la percepción de inseguridad generalizada. Ambos
procesos parecieran no permitir pensar y soñar los espacios públicos como una posibi­
lidad de convivencia social.
Niños, niñas, hombres y mujeres tienen derecho a construir la convivencia coti­
diana desde espacios acondicionados para ello. La construcción de una sociedad en la
que la convivencia social sea posible no se limita al trabajo desde los espacios públicos,
pero éstos se pueden convertir en detonantes de procesos más integrales. Esta situa­
ción se vuelve prioritaria cuando la construcción de esos espacios se hace desde los
imaginarios de sujetos y personas estigmatizadas o degradadas a la situación de exclu­
sión social.
En esta percepción, los niños, niñas y jóvenes se llevan la peor parte. Están
bajo sospecha, sobre todo los de los grupos sociales más desfavorecidos, y además
en muchas ocasiones son criminalizados por los distintos usuarios de los espacios
públicos.
Es necesario reconocer la importancia de los espacios públicos sobre los demás
espacios de la ciudad «con la intención de conformar un escenario colectivo urbano que

134
permita a través de la planeación, la intervención y el mantenimiento, favorecer el uso
colectivo y que fortalezca a su vez la convivencia ciudadana» (Suárez, 2004).

Bibliografía

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135
La dimensión estética
en la experiencia urbana
Miguel Ángel Aguilar
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Iztapalapa, México

En el presente texto se buscará reflexionar, a partir de diferentes casos empíricos,


sobre las maneras en que la experiencia de la ciudad puede ser abordada como una
experiencia estética. Cabría señalar, de entrada, que un elemento clave al momento de
referimos a la idea de lo estético no radicaría ya en el énfasis en la idea de lo bello1y las
maneras de apreciarlo, sino de manera definitiva, en un acento contemporáneo en la
idea de sensibilidad y, por tanto, en las maneras en que una situación o experiencia
alteritaria dentro de la vida cotidiana requiere para su apreciación de habilidades
interpretativas propias de un contexto sociocultural particular.
Se busca realizar un acercamiento a la idea de estética cotidiana en la ciudad. No
interesa particularmente la noción de estética urbana sin más, ya que la intención no es
la de resaltar los valores formales de tal o cual proyecto arquitectónico o de diseño urba­
no, amén de que el tema así planteado es sumamente amplio. Más bien la intención es
pensar a la ciudad y a lo urbano como ámbitos de creación de formas significativas, en
donde usualmente se encuentra presente una fuerte imbricación entre formas físicas y
estrategias de interacción y contacto interpersonal en la esfera de lo cotidiano. Planteado
así el tema los puntos de observación y análisis se refieren a espacios públicos, de tránsi
to, o residenciales, como barrios o conjuntos habitacionales. En suma, la idea es pensar
las formas significativas que emergen en la vida de la ciudad, formas que para acceder a
ellas requieren, y son producto, de una sensibilidad particular generada en el contacto y
tránsito en los espacios urbanos.
Más que presentar los resultados de un trabajo de campo o etnografía particular
se acudirá a diferentes trabajos de investigación realizados en los últimos años para de
ahí problematizar la noción de estética cotidiana en la ciudad e ilustrar diferentes
modalidades que pudiera tomar y de ahí señalar las líneas de tensión que atraviesan
este campo temático. Una idea que ánima este texto es que al hablar de estética urbana
se ha tendido a enfatizar el análisis de «obras» o «formas» concebidas desde una volun­
tad particular de significar empleando los recursos expresivos propios del material y
del discurso desde el que se trabaja: arquitectura, diseño urbano, diseño de paisaje,

1. Id ea que p o r lo dem ás tam p oco e s tru c tu ra el cam po de las artes visuales. E n p alab ras del crítico A rthur
C. D anto (2002): «Es el sello del período co ntem poráneo en la histo ria del arte que no haya lím ites que gobier­
n en la fo rm a en que d eb erían verse los trab ajo s de arte visual. U n trab ajo artístico puede verse com o cualq u ier
cosa y estar hecho de cu alq u ier m aterial —todo es posible».

137
artes visuales. Con todo, algo que interesa abordar es no sólo la esfera de la ciudad
concebida, sino más bien la de la ciudad practicada y representada. La de aquella
que es transformada a cualquier escala por los habitantes, a partir de cambios o
adaptaciones que bien pueden realizarse con el objetivo de perdurar en el tiempo, y
así expresar algún proyecto cualquiera, o bien, son incidentales, veloces, condenadas
a la fugacidad, y ante la falta de proyecto lo que expresan de m anera definitiva es una
sensibilidad que podríamos llamar urbana, o por ponerlo en las palabras de Michel
de Certeau, un arte del hacer.
Cabe hacer notar que estas transformaciones realizadas por los habitantes usual­
mente no son abordadas sistemáticamente por las ciencias sociales en la medida en que
es difícil adscribirlas a un proyecto disciplinario particular. Entre la antropología y la
sociología urbana, o la psicología del espacio y las artes visuales, relativamente poco se
ha indagado sobre la virtud comunicativa de lo intersticial, de aquello que en su fugaci­
dad no puede pensarse que forme un sistema o se adscriba de manera contundente a una
cultura particular. No habría una voluntad explícita de significar en las maneras de cami­
nar por la calle, o en la forma de dirigirse a un desconocido para pedir una dirección, con
todo, es en la manera de hacerlo que se revela una pertenencia social o se configura un
mundo sensible urbano a una escala reducida, pero llena de sentido compartido.
Es en este contexto que la vida urbana cobra una dimensión metacomunicativa.
No se trata sólo de pensar los actos cotidianos como poseedores de un sentido único e
instrumental, son actos expresivos en múltiples direcciones, dicen algo sobre la natu­
raleza del espacio en que se desarrollan, sobre los lenguajes que permiten entenderlos.
Esta idea se puede trazar con claridad en los planteamientos del antropólogo Clifford
Geertz (1990) sobre la dimensión significativa de la cultura. Para Geertz la antropolo­
gía interpretativa se propone analizar significados situados socialmente, elaborados en
contextos culturales donde toman sentidos particulares. La noción de «expresiones
culturales simbólicamente marcadas» (Cruces, 2004) recupera igualmente este afán
por entender el potencial de sentido encamado en prácticas urbanas usualmente pen­
sadas como residuales.
Este texto, por último, no pretende formular una visión acabada sobre el tema,
m ás bien apunter rasgos e ideas p ara hacer visible un tipo particular de estética coti­
diana y urbana que alimente nuestra reflexión sobre la naturaleza cultural y conflictiva
de las formas de estar en la ciudad.1

1. Hacia la estética y la ciudad

Pensar la noción de la estética implicaría referirse de entrada a lo bello, o, por lo


menos, evocar aquellas instituciones que lo sancionan (museos, galerías, instituciones
de lo cultural). Sin embargo, esto pondría el énfasis en los objetos, en las obras, olvi­
dando a los sujetos. Parecería pertinente entonces tomar como punto de partida la
propuesta de K. Mandoki (1992: 77) en el sentido de afirmar que «la experiencia esté­
tica es aquella que se produce desde la facultad de sensibilidad del sujeto que la experi­
menta. Es la sensibilidad la que unifica, da cuenta, caracteriza, define a la experiencia
estética». Más aún, la noción de estética es útil para poner el acento en la afectividad y
la experiencia compartidos, lo cual rescata su sentido etimológico de facultad común
de sentir o experimentar (Maffesoli, 1990: 137).

138
La mirada sobre la estética cotidiana, así enfocada, produciría un punto intere­
sante de abordaje hacia aquellas formas expresivas de las cuales participan los ciuda­
danos y que no son estrictamente individuales o personales. Toman su carácter colecti­
vo del hecho de poseer una dimensión simbólica capaz de ser entendida por y con
otros. Es una estética que podría llamarse necesaria, emparentada con la idea de
socialidad cotidiana, en la medida en que posibilita el reconocimiento y la distinción a
nivel social a partir de un componente lúdico que le es inherente. También merece
señalarse que la dimensión estética es el ámbito de expresión de un discurso sobre lo
cotidiano puesto en actos, es una manera de decir que no necesariarñente surge en
enunciaciones de carácter textual, son las prácticas, del estar y del hacer, las que mani­
fiestan una valoración singular de un entorno.
La vida urbana no sólo transcurre entre formas ya dadas o preexistentes al indivi­
duo y la colectividad, también supone su creación recurrente, expresando maneras
emergentes de sentir en común y haciendo visibles, y en muchos casos legitimando, las
formas de expresión que le son inherentes. Si pensamos que el cuerpo en la ciudad se
vuelve parte de ella, podremos admitir que la moda o ciertas estrategias de arreglo
personal comienzan de manera incierta y llegan con el tiempo a estar ampliamente
codificadas, produciendo adscripciones y distinciones en un juego social en donde hay
un algo más que eso. El algo más sería justamente la apelación a la dimensión estética
y a la sensibilidad para hacerla significativa.
Por otra parte, el presente social se encuentra fuertemente cruzado por procesos
de mundialización cultural, lo que implica reconocer, con Martín-Barbero (2004), «las
transformaciones de las condiciones de existencia y operación de las culturas naciona­
les y locales. Es desde dentro que cada cultura se mundializa hoy. Y ello tanto si esa
mundialización resulta en la apropiación de prácticas o expresiones de otras culturas
reelaborándolas y enriqueciéndose, o en el empobrecimiento de lo propio y hasta en su
disolución como cultura». Esto obligaría a pensar entonces en lo propio y lo comparti­
do en las sensibilidades urbanas, que también pueden ser vistas bajo la óptica de local-
global, en la medida en que la ciudad es el territorio privilegiado de acceso a tecnolo­
gías de comunicación e innovaciones culturales.
Aquel que recorre la ciudad contemporánea se ve expuesto a diversidad de estilos
arquitectónicos, a la traza dé barrios antiguos y nuevos, a los panoramas que el medio
de transporte utilizado le deja ver de la ciudad. Algunos de estos lugares le resultarán
cercanos, descifrables, le dicen algo en el sentido de poder interpretar afectivamente
sus características visibles. Se puede pensar que en buena medida estos espacios se­
rán «locales» en cuanto a que permiten una sensibilidad particular derivada de la
experiencia y la memoria. Sin embargo, también habrá quién encuentre en los gran­
des desarrollos de vivienda y edificios corporativos de alta tecnología un eco, tal vez
no de una historia común, pero si de un conjunto de imágenes arquitectónicas de
aquello que puede ser llamado como presente global, texturas, materiales, volúmenes,
que remiten difusamente a la sensación de ser contemporáneo. Ambas sensibilidades,
con todo, no son excluyentes, se imbrican y crean competencias particulares de desci­
framiento del lugar. Esto plantea una vez más el tema de la expresividad y la estética
urbana como pertinente en la medida en que el habitante participa de un proceso de
diversificación permanente de los referentes de lo social urbano (Vergara, 2005).
Sin embargo, antes de explorar el presente es conveniente situar algunas coorde­
nadas que hagan referencia tanto a la escala urbana como a la temporalidad. En la

139
medida en que se propone en este texto la idea de sensibilidad cabe señalar que esta no
se encuentra desanclada de contextos históricos precisos, emerge y es formada por
ellos. Así, en un primer momento se propone considerar el análisis de los proyectos de
desarrollo urbano no sólo como expresión de modos de gobierno y de satisfacción de
necesidades, sino también como una propuesta de forma urbana guiada bajo princi­
pios que podrían calificarse de estéticos. En el lenguaje de estos proyectos los términos
de orden, equilibrio, proporción, ocupan un lugar importante y dan testimonio del
acercamiento entre proyectos urbanos y estética. Ésta sería una primera escala a nivel
macro en el análisis del vínculo entre estética y ciudad. Es en ella donde se crean y se
asientan proyectos modemizadores que recogen ideas de la época y forman parte inte­
gral de las representaciones de lo urbano.
Por citar un caso, el Paseo de la Reforma en la ciudad de México es trazado en
1865, en tiempos de Maximiliano de Hasburgo, lo que ocasiona una redefinición del
centro de la ciudad, que se ve ahora ligado al bosque de Chapultepec a partir de la
nueva estructura de circulación. «La geometría urbana de Maximiliano es una geome­
tría más dinámica y también personal, abre espacios a fin de que sea posible la circula­
ción (Fernández, 1997)». Durante el resto del siglo XIX la necesidad de fijar el pasado
como referente de identidad convirtió al Paseo de la Reforma, de inspiración clara­
mente europea, en una suerte de panteón nacional en donde héroes de la historia fue­
ron enaltecidos con su estatua. Al conectar el centro de la ciudad con el bosque de
Chapultepec no sólo se crea una estructura vial, se pone en m archa una suerte de
mirador peatonal y vehicular desde el cual la ciudad se hace visible para sí misma a
partir del valor de representación de lo urbano asignado a la centralidad.
Siguiendo el vínculo entre proyecto urbano y la generación de valores estéticos,
dando un salto en el tiempo, también se puede citar como caso significativo el de la
construcción y ocupación del multifamiliar Miguel Alemán en la colonia del Valle en la
ciudad de México. El multifamiliar se construye en 1949 en un momento importante
en la vida de la ciudad en el siglo XX. Como bien se documenta en el libro coordinado
por Graciela de Garay sobre el tema (2004), la trayectoria del arquitecto Mario Pañi lo
había colocado como uno de los principales promotores de las propuestas del movi­
miento funcionalista en arquitectura. En particular las ideas de Le Corbusier lo anima­
ron a realizar un conjunto habitacional que albergara poco más de mil viviendas y que
igualmente fungiera como un dispositivo de desarrollo urbano para una zona de la
ciudad que se encontraba en proceso de expansión.
Al mismo tiempo, el Estado conformaba una política de consolidar instituciones
de manera amplia, lo que significó no sólo una organización administrativa, sino tam ­
bién incrementar los beneficios a los que podían acceder los trabajadores de estas
instituciones. Esto evidentemente no sólo promovió una modernización del país, tam­
bién dotó al Estado de efectivos instrumentos de control social. En este contexto el
multifamiliar Alemán es concebido como una forma de proporcionar vivienda de cali­
dad a sus trabajadores y hacer visible la idea de modernización promovida por el régi­
men. Así, el corporativismo estatal y la arquitectura moderna dieron origen a marcas
urbanas con múltiples lecturas posibles.
Al plantear brevemente estos dos casos interesa puntualizar que en el desarrollo
de aquello que podemos llamar de m anera sucinta como estéticas urbanas hay un
elemento nodal que es el desarrollo histórico y social del marco espacial en el cual se
constituyen y expresan. En el caso de México durante buena parte del siglo XX es difícil

140
pensar en desarrollos urbanos sin la participación de un Estado nacional y su proyecto
modemizador. Con todo, para algunos autores (Tamayo, 20011 este proceso no crea
necesariamente una imagen coherente de ciudad, más bien plasma archipiélagos de
modernidad urbana en donde la fragmentación es el principio recurrente, al menos en
el caso de la ciudad de México. Al final del siglo XX cuando el Estado pierde su papel
protagónico en la vida social se hacen visibles con intensidad nuevas maneras de aproxi­
marse y recrear lo urbano, en las próximas secciones quisiera explorar algunas de ellas.

2. Imágenes que visibilizan cierta ciudad

De las innumerables maneras en que la ciudad es objeto de representación por


parte de los medios, la fotografía periodística es interesante en la medida que constru­
ye, entre otras cosas, una visión sobre lo actual a partir de lo que ilustra la mirada del
fotógrafo y al mismo tiempo apela a maneras de representación en que lo mostrado se
apega a reglas de verosimilitud. Ya sea desde imágenes de puentes en construcción,
manifestaciones o accidentes automovilísticos, es patente la creación de una forma de
mostrar en donde se enfatiza lo amplio, lo grande, lo monumental que se intersecta
con lo disruptivo, con aquello que en este marco usualmente gris da la sensación de
actualidad y presente.
Al elaborar un análisis sobre las maneras de representar la ciudad en la prensa
escrita de la ciudad de México a mediados de los años noventa (Aguilar, 1998) emergió
un tema sobre el cual fijaban su atención los diarios, que si bien no era el más relevante
en términos cuantitativos, si era elocuente en su m anera de m ostrar la ciudad. Me
refiero a la mirada fotográfica que proporcionaba una valoración de lo cotidiano al
m ostrar a los habitantes en sus múltiples rutinas, actividades y oficios como protago­
nistas de la ciudad. La recuperación de actividades se volvía también recuperación de
lugares, y así el lector ejercía de transeúnte urbano con su sola mirada. Lo significativo
en este caso era la intención manifiesta de apelar a la complicidad del lector, la invita­
ción a reconocer un lugar o identificarse con una práctica específica. Es decir, se trata­
ba de hacer referencia y elaborar una sensibilidad común ante una vida urbana que
ocurría en paralelo de lo estrictamente noticioso. Claro está que fotografías de esta
índole competían por atención frente a fotografías de otros tópicos, o notas periodísti­
cas sobre multitud de temas, pero su lectura transversal enfatizaba, como señala el
fotógrafo Dan Russek (2001), la capacidad de la imagen para dar relieve a lo real,
m ostrar lo que estando a la vista pasa inadvertido.
Esta ciudad narrada en clave de descubrimiento a veces lúdico, crítico o de de­
nuncia, la podríamos contrastar en el presente con los discursos recurrentes sobre la
calle como espacio regularmente invadido. Más allá de la discusión sobre la economía
informal que privó hace una década en los medios de comunicación atestiguamos
ahora una desvaloración recurrente de la calle en tanto que espacio público. Esta ten­
dencia parece ser global en la medida en que según Sennett (2001: 255) «El ámbito
urbano en que se desarrollan conflictos y discrepancias entre extraños ha quedado
“abandonado” en manos de clases medias y bajas». Mostraría esto que el uso del espa­
cio público no es un asunto de preferencias personales, sino, y cada vez con mayor
intensidad, de prácticas de grupos sociales que desde sus representaciones sobre lo
urbano y sus lugares son atraídos o repelidos por ciertos espacios.

141
Una de las estrategias discursivas mediáticas en que se muestra con mayor elo­
cuencia esta desvaloración social de lo público se encuentra en lo que podríamos deno­
minar «la narrativa de la invasión». Ésta se configura desde la invocación de la ruptura
de un orden cotidiano por la presencia de vendedores ambulantes que es juzgada como
disruptiva per se, sea por las disputas entre ellos o en relación a figuras de autoridad, lo
que impide a fin de cuentas la circulación peatonal o vehicular como valor relevante de
lo urbano. Igualmente emerge con regularidad la discusión sobre la degradación de la
calle, ocupada por presencias que restan valor al entorno en que se ubican, de manera
tal que se conforma la figura de la calle amenazante.
Desde las fotografías y los discursos en la prensa escrita emerge un tropo que es
revelador y configura una dimensión estética del comercio ambulante, a saber, la esté­
tica de lo mucho, de lo excesivo, lo abigarrado, e incluso de lo irremediable. Abundan
imágenes en donde se conjuntan objetos de cualquier tipo, peatones y compradores,
enfatizando así la característica de que todo está afuera, todo se muestra. Parece desde
estos referentes que el comercio en la calle es un dispositivo de compresión del espacio
que desemboca en su secuestro. El peatón, por su parte, experimenta esta situación
desde la sensación del túnel, el desplazarse entre objetos y otros peatones como único
mundo visual y sensorial. En esta narrativa mediática no se apela a nadie en particular,
se recrea la situación de expulsión del habitante de un espacio que en términos abs­
tractos tendría que pertenecerle, pero del cual ha sido despojado para ser encapsulado
en un entorno imprevisto. Vuelve así la imagen del ciudadano como víctima, tan recu­
rrente en los discursos sobre la violencia y la inseguridad.
Esta persistente narrativa abre discursivamente un tema que luego queda a la
deriva, a saber, si el espacio público ha dejado de pertenecerle al ciudadano común y
corriente, cuál es ahora su lugar social. O, puesto en otros términos, ¿a dónde se va
luego de la exclusión? Éste no es tem a de interés de los medios, sin embargo es visible
la operación simbólica de afirmar a la ciudad como conjunto de espacios intersticiales
desde los cuales los habitantes disputan algún lugar. Otra interpretación podría ser la
de configurar habitantes cuyo lugar en la ciudad es no estar en ella, sino en un aden­
tro de otro tipo: la vivienda, espacios recreativos o de trabajo.
Estas dos maneras de m irar la ciudad, la recreación de lo cotidiano que búsca la
complicidad y la exclusión desde la ocupación de la calle, apelan a diversas modalida­
des de experiencia y sensibilidades situadas. Con todo, su recepción social puede pen­
sarse que es desigual: los guiños desde lo cotidiano buscan a sujetos que puedan evocar
con libertad desde las fotografías mostradas, los paisajes urbanos desde lo repleto si
bien pueden encontrar ángulos y elocuencia en lo multitudinario, en muchas ocasio­
nes tienden a reproducir la sensibilidad del agobio y reproducir un discurso ya muy
reiterado.

3. Interacciones con y desde lo construido

Si desplazáramos el centro de atención, de estas maneras de m irar propiciadas


desde los medios a formas de acción ciudadanas, en las que el diálogo con la ciudad
ocurre en otra escala, se podrían observar también elementos interesantes.
Uno de los espacios privilegiados para analizar las mutaciones que sufre el espa­
cio público urbano es la escala de lo local. La manera en que los habitantes reformulan

142
las nociones de público y privado continuamente a partir de sus recursos simbólicos y
materiales es p articu larm ente visible en zonas residenciales, barrios, conjuntos
habitacionales. En este incesante mover los límites de lo mío y lo ajeno se producen
marcas y delimitaciones que precisamente podrían constituir elementos para pensar
en una estética de lo cotidiano en lo local.
Tomando el caso de los conjuntos habitacionales, de suyo relevante por su impor­
tancia cuantitativa en términos de número de viviendas en esta tipología en la ciudad
de México, es posible apreciar elementos reveladores. Al estar en un régimen de vivien­
da de tipo condominal se parte de una capacidad de organización y agrupación entre
los habitantes para llegar a acuerdos sobre los servicios cotidianos y el mantenimiento
en general de los edificios. Lo que es patente es que esta capacidad no existe más que en
muy contados casos, y mostraría una gran dificultad para llegar a acuerdos entre esos
iguales. El resultado es el deterioro persistente de las condiciones materiales y sociales
de vida en estos conjuntos (Aguilar, Cisneros y Urteaga, 1998; Villavicencio, 2000).
Para el habitante y el observador en estos conjuntos habitacionales lo común es
encontrar fachadas con huellas lejanas de pintura, graffitis desperdigados en cualquier
superficie, canchas de fútbol dibujadas en el asfalto de los estacionamientos, y, sobre
todo, rejas y bardas, muchas de ellas. Delimitando el interior del conjunto de su exte­
rior, protegen un área verde, resguardan el auto en el espacio abierto del estaciona­
miento, están en la entrada de los edificios, y también en las ventanas de los departamen­
tos. Todo esto convive con las plantas, en macetas o directamente sembradas en el piso,
algunos nichos con imágenes religiosas puestos en las entradas de los edificios, anun­
cios dispersos con ofertas variadas («se peina», «se pinta», «se visten niños dioses», «se
cuidan enfermos», etc.). Si se partiera del supuesto de que las modificaciones y ade­
cuaciones en estos entornos son parte de un proceso de extemalizar las imágenes de la
ciudad y de lo público que practican sus moradores, restaría entonces preguntarse por
lo que dicen, cómo interpretar su carácter expresivo.
Una primera veta es que todo esto muestra un delirio del deslinde, de m arcar
límites frente a otros, a los cuales siempre hay que jerarquizar. Son los vecinos de la
colonia colindante, los del edificio de enfrente, los del departamento de abajo. A pesar
de lo deteriorado que pueda estar el espacio en que se vive hay un esfuerzo por no
confundirse con los demás, por m arcar alguna distancia que devuelva la sensación de
que lo que está adentro, la vivienda, todavía puede ser un otro espacio, distinto a ese
exterior múltiple. Se trata entonces de definir la idea del individuo, o la familia, a partir
de la exclusión de los otros cercanos. Se evidencia la estética del individuo, o grupo
familiar, que marca fronteras para deslindarse, y al hacerlo probablemente transgrede
los límites de lo que en algún momento llegó a ser considerado como espacio público
(áreas abiertas, jardines) o simplemente los límites que otros han marcado para sí. En
un contexto de este tipo, persisten las islas de comunidad como los pequeños altares,
los comercios que se convierten en lugares de reunión, o las canchas improvisadas y
mercados ambulantes algún día a la semana. La lógica de la reja como conjuro de
algún tipo convive con los lugares de encuentro creando así un doble discurso sobre la
vida en común.
Más allá de la dimensión del uso y las apropiaciones del lugar a través de su trans­
formación, un elemento revelador es el del discurso sobre el mismo. Al indagar sobre
los espacios más significativos en los conjuntos habitacionales suele ocurrir que son
las áreas abiertas las que son contadas como animadas o peligrosas, sitios lúdicos o de

143
encuentros. Al tratarse de espacios con muy escaso o nulo mobiliario urbano se puede
pensar que en este «vacío» se realiza la proyección de lo deseado, lo temido y lo posible.
Hay una labor de un imaginario del habitar en el que se fantasea y se construye algún
tipo de referencia de realidad a partir de lo no estructurado, anclado justamente en un
«vacío» por el que se transita diariamente. En tom o a éste ocurren apropiaciones invi­
sibles que, como tales, no se inscriben directamente en el espacio, sino en las aspiracio­
nes y fantasías de los habitantes. Este juego entre el espacio cercano al que se ponen
límites y los deseos que se expresan a partir de lo abierto supondría que hay un imagi­
nario sobre la ciudad constmido a partir de la estética de lo cerrado y de lo abierto, del
límite y la posibilidad. La estética de lo cerrado se manifestaría en las múltiples formas
de m arcar el espacio que se fantasea como propio, la de lo abierto se encontraría en
aquellos usos disruptivos del espacio que lo convierten efímeramente en otra cosa.
Otras prácticas en espacios residenciales pueden ser vistas como soluciones ima­
ginadas por los habitantes a las carencias o problemas urbanos. Pensemos en un con­
junto de botellas llenas de agua y puestas sobre una pequeña área de paste afuera de las
viviendas en zonas residenciales de nivel medio en la ciudad de México. Usualmente se
ponen dos o tres botellas juntas, incluso se les da una alineación pareja, para que no se
vean mal y ése es un patrón que se repite por algunas calles, luego cesa. ¿Para qué
sirven? En rigor para nada, sin embargo el discurso es que impiden que los perros
arrojen sus deshechos sólidos en el pasto. No hay, de hecho relación causa y efecto
entre las botellas y el fin que persiguen. A un nivel todo es imaginario, la eficacia de la
solución, la capacidad de los dueños de los perros para descifrar el mensaje, lo que si
hace es reivindicar una mínima acción colectiva para evitar las calles sucias, a través de
un discurso que marca con materiales desechables el espacio común. El acuerdo re­
quiere solamente la racionalidad de la imitación y clonación estética.
Si bien se puede argumentar que muchas de las transformaciones realizadas en
los espacios habitacionales obedecen más a la necesidad que a una lógica que enfatice
valores estéticos, en el acercamiento aquí propuesto el tema nodal es el de producción
de formas que le dan al espacio un sello distintivo. Estas formas producen y son inter­
pretadas desde una sensibilidad particular: la del encierro, la del contacto intermiten­
te, la de la fantasía escenificada frente a otros.

4. Derivas de lo público

¿Cómo pensar el espacio público urbano en un momento histórico en que las


tendencias de desarrollo metropolitano apuntan hacia una fuerte fragmentación
socioespacial? En un proceso de especialización de funciones urbanas se han creado
áreas de punta en términos arquitectónicos, acceso a tecnologías y servicios urbanos.
Estos enclaves de modernidad marcan un fuerte contraste con el resto de la ciudad,
señalan de manera elocuente no sólo las distancias sociales, también generan múlti­
ples preguntas sobre el sentido de la otra ciudad, esas áreas cuya estructura se deterio­
ra y que no parecen ser estratégicas para algún tipo de desarrollo.
Si en lo cercano, lo local, pensamos que una clave de análisis puede ser pensar en
la fragilidad de lo íntimo (el individuo y su grupo familiar en su casa) que se muestra
en la manera de configurar su exterior, queda ahora interrogarse por las claves que
brindarían una aproximación al espacio público urbano.

144
Para abordar este tema quisiera relatar brevemente aspectos significativos de dos
trabajos sobre la imagen y los imaginarios en tom o a la ciudad de México. El primero
de ellos trata sobre las formas de evocación de la ciudad tomando como punto de
partida las respuestas a una encuesta sobre las prácticas y puntos de referencia m etro­
politanos (Aguilar, Nieto y Cinco, 2002). El segundo trabajo es un ejercicio en recons­
trucción de marcas emblemáticas de la ciudad a partir de fotografiar espacios en la
ciudad evocados como significativos en donde a partir de un corpus amplio de imáge­
nes fotográficas se realizó una lectura transversal de ellas para encontrar consistencias
temáticas (Aguilar, 2005).
Un aspecto interesante de estas experiencias fue encontrar, por un lado, que son
bastante previsibles las áreas y arquitecturas de la ciudad valoradas positivamente y
que cumplen una función emblemática. Es decir, el habitante de la ciudad cuenta con
un acervo de lugares públicos que han cristalizado en la memoria y prácticas urbanas
como poseedores de un valor indiscutible. Sin embargo, el número de tales lugares es
relativamente limitado y tiende a concentrarse en el centro de la ciudad. Esto mueve a
preguntarse sobre el destino del resto de la ciudad en términos de su capacidad para
ser imaginada e integrada en lo que podríamos llamar áreas socialmente significativas.
Se tiende a pensar actualmente en la idea de ciudad difusa al referirse al crecimiento
de las periferias, en donde los límites de la ciudad han perdido nitidez. Sin embargo,
tal vez la misma imagen de lo difuso puede aplicarse a la ciudad consolidada que no
posee marcas urbanas o arquitectónicas claras capaces de crear puntos de referencia
distintos a los tradicionales y a los centrales.
El espacio público, de entrada abierto, de uso común, no supone necesariamente
una intensa vida pública asociado a él. Más bien este rasgo sería una excepción. Am­
plias avenidas, paraderos de transporte, ciertas colonias y barrios en la ciudad, no
poseen una vida pública que sea particularmente amplia y heterogénea. Se pierden en
una suerte de ruido blanco de las imágenes en que lo urbano no puede ser leído con un
carácter común y positivo.
Por otra parte al mirar, en la segunda experiencia de investigación, el conjunto de
fotografías sobre los espacios señalados como importantes en la ciudad emergieron
temas no buscados originalmente. En particular, llamó la atención lo notorio de la
vigilancia en éstos lugares públicos significativos. Buscando fotografiar las actividades
cotidianas que en estos espacios se realizaban, al tiempo en que se procuraba captar
sus rasgos arquitectónicos, aparecían recurrentemente las presencias vigilantes. Y apa­
recían no sólo en la imagen, también antes de ella. Y es que al estar en ese espacio con
cámara fotográfica y de video, rápidamente emergían agentes de seguridad preguntan­
do los comunes quién y para qué. ¿Saber que la mirada está siendo escudriñada cambia
la sensibilidad frente al lugar? ¿En qué medida la experiencia del espacio urbano está
siendo mediada por esas miradas que parten de ubicar al ciudadano como sospecho­
so? Se trata en este caso de una dimensión previa a la de una experiencia que se podría
llamar estética del lugar, pero que en todo caso construye una sensibilidad particular:
la de quien se siente seguro, la de quien elabora alguna estrategia para burlar estas
vigilancias pertinaces, la de quien se siente en el filo de algo.
Sabemos ampliamente que uno de los rasgos del espacio público es el de permitir
la visibilidad colectiva en un contexto de heterogeneidad social; otro elemento que
emerge ahora es el de la visibilidad sospechosa. Mirar con la fijeza de una cámara
significa ser mirado por otros, con el sesgo contemporáneo de que los límites y las

145
formas de sanción no son sociales, es decir, a cargo de otros transeúntes, se opera
ahora desde cuerpos de seguridad con sus propias maneras de interpretar la situación.
Así, la idea de usos previstos y transgresivos del espacio público toma un nuevo giro
ante la idea de una mirada flotante sobre el ciudadano.
Con todo, en la misma experiencia de investigación se acudió a un lugar urbano
marcado como significativo, pero por su carácter de «lugar prohibido». Se trata de una
zona de la ciudad caracterizada fuertemente como insegura. Lo relevante aquí fue
encontrar una intervención artística auspiciada por el gobierno de la ciudad y realiza­
da con la colaboración de los propios habitantes y trabajadores del barrio. Consistía en
tom ar los materiales de trabajo usados ahí, todo tipo de partes de automóviles, y con­
vertirlos en otra cosa (esculturas, objetos) y montarlos sobre las calles. Se ha propuesto
en este texto que podríamos considerar las alteraciones ciudadanas al espacio público
como un diálogo con la ciudad: algo se afirma al realizar una alteración o un añadido.
Una acción desde el ámbito artístico supondría, al menos en teoría, realizar una re­
flexión múltiple sobre el espacio, los objetos que lo componen y los «efectos» buscados.
En el caso que se relata se puede entender con relativa facilidad que al recurrir a un
discurso distinto al del estereotipo social se buscaba desactivar esta imagen estigmati­
zada de la colonia, y brindar a los habitantes nuevos referentes identitarios.2Esto seña­
la, en su escala, el potencial de los discursos artísticos en el ámbito urbano al ampliar
la gama de lenguajes con los que pueden nombrarse las experiencias comunes al tiem­
po que se propicia la creación de un vínculo social, un nosotros, desde la apropiación
de objetos que en principio pueden parecer enigmáticos, y ése es tal vez su poder.

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2. Con todo, sobre la intervención artístic a en lugares públicos tam b ién puede ejercerse un a m ira d a crítica.
S eñ ala C onrado Tostado (2003), quien fu era directo r del M useo de la C iudad de México: «La ru tin a es m onóto­
na: se establece el contacto con la comunidad...: se interviene; [...] se documenta y entonces sí, com ienza la
pro d u cció n p recio sita de la pieza...; se instala [...] y e n seguida, se documenta... p a ra m o stra r el m aterial a otros
cu rad o res [...] y ser invitado a en trar en contacto con nuevas com unidades. La indiferencia de fondo de m uchos
artistas an te la sociedad se revela, p o r supuesto, en su despreocupación p o r el público».

146
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147
Espacio, lugar y ciudad: etnografía
de un parque
Abilio Vergara Figueroa
Escuela Nacional de Antropología e Historia, México

Y, sí, hay armonía, porque el ambiente se presta aquí [usua­


rio de Los Coyotes],

Esta etnografía explora un cierto tipo de nodos urbanos desde donde dialogan los
urbícolas con su ciudad. Este diálogo involucra conocimientos, emociones, proyeccio­
nes imagínales y representaciones. Aquí intentamos, brevemente, des-cubrir las
implicaciones emosignificativas entre cuerpo, espacio público y urbanidad.
Las dos sensaciones —que se vive como sentimiento casi ontológico— que carac­
terizan a la residencia en la ciudad de los urbícolas, son las de miedo y placer. Ambas
se colocan en dos polos que son habitados de m anera diferencial; no obstante, y para­
dójicamente, muchos pueden poseer ambas, intermitentemente, o ser poseídos por
alguna con mayor frecuencia, siendo, según la prensa y ciertos imaginarios, la insegu­
ridad y el miedo los sentimientos mayoritarios y de mayor intensidad. Sin embargo,
pienso que entre ambos polos, la mayoría de los urbícolas recorre sus zonas interme­
dias y pasa, en diferente grado, de unas a otras y, a veces, quizás más frecuentemente,
puede quedarse en esa zona neutra de la indiferencia simmeliana.1 Dentro de este
contexto, el parque puede constituirse en uno de los pocos lugares de urbanización,
relajamiento12y placer.
«¿Por qué se acentúa en nuestros días la preocupación por lo que significa vivir en
común, y por qué identificamos la ciudad como lugar estratégico donde esta comunidad
acontece o está en riesgo? ¿Qué hace que las ciudades, especialmente las megalópolis,
sean la sede de los peligros, incluso del pánico? », se interrogaba —en septiembre de 2001,
en el marco del Simposio «Reabrir espacios públicos»— Néstor García Candín! Hoy este
cuestionamiento se vuelve más dramático por el asedio extendido de la sospecha y el
recelo; no obstante que el proceso puede revertirse por la participación ciudadana.3

1. Ver Sim m el, 1988. E s posible afirm ar, m ás allá de Sim m el, que esta indiferencia se está convirtiendo en
facto r p o lítico con el que cu en ta la c o rru p c ió n política, p a ra o p e ra r con im punidad. E sa m ism a indiferencia
puede co n trib u ir a h ip erb o lizar el p o d er de la corrupción.
2. Como u n a expresión in ten sa de su carácter, m uchos asisten a él com o terapia, p o r p rescripción m édica.
3. Un in d icad o r im p o rtan te en este sentido lo constituye la m u ltitu d in aria m anifestación de la sociedad civil
co n tra el secuestro, la inseguridad, la violencia y la injusticia social realizada el 27 de ju n io de 2004, en la que los
m an ifestan tes expresaron pro b lem as que excedieron a los form ulados p o r sus convocantes iniciales, enfocando
a pro b lem as estru ctu rales com o «m ientras h aya pobres, no h a b rá tran q u ilid ad p a ra los ricos».

149
La ciudad da placer porque se abre a la diversidad, la novedad y la sorpresa;4 no
obstante, por ello mismo puede causar temor e incertidumbre. Para unos es invitación
a realizar sus búsquedas —cognitivas, emotivas, identitarias— y para otros, su dimen­
sión crece incontrolable, de modo uniformemente opresivo y obliga a la rutina y la
reclusión. Esa posibilidad del encuentro y la diversidad requiere de espacios públicos
para realizarse. No obstante, en las actuales grandes ciudades dichos espacios son los
que más se han deteriorado en términos de uso y mantenimiento, contribuyendo a ello
la inseguridad —«real» o «imaginaria», distinción que aquí no interesa ser discutida—,5
así como la intensificación y masificación del uso de la televisión, el vídeo, Internet y las
computadoras, privilegiando el urbícola la oferta cultural a domicilio.
Si toda relación social se establece en cronotopos6 caracterizados por una cultura
trabajada en la historia, ahora asistimos a su radical transformación. Un componente
fundamental de la reconstrucción del tiempo y del espacio en el mundo actual lo cons­
tituye nuestra relación con los medios modernos de comunicación. La separación en­
tre los medios de transporte y los medios de comunicación (Giddens, 1995) —que tuvo
como una de sus consecuencias que la información «ya no pesara», como una carta o
un documento hecho en papiro o en cerámica— pareciera haber repercutido en lo que
Paul Virilio (1997) ha denominado «retomar sin partir», relativizando las distancias,
afectando los sentidos de la duración; pero más aún recolocando —y aun destruyen­
do— las redes sociales en presencia, para construir redes virtuales que pueden poster­
gar la interacción cara-a-cara y prácticamente arrancan al individuo de su entorno
comunitario7y aun familiar.
En el «mundo de mundos» o la «sociedad-mundo» en que vivimos, la sobre­
valoración de los circuitos informáticos pareciera retener el presente en detrimento del
futuro —y de la memoria— y de las rutinas en la prioridad de los problemas de las
ciencias sociales. Sin embargo, para un sector importante, mayoritario, creo que aún
son las trayectorias e itinerarios de los habitantes de la ciudad los que articulan los
lugares pertenecientes a diferentes circuitos y campos, y son esos recorridos los que
actualizan una m anera de ver, representar, habitar, imaginar y recorrer la ciudad
(Vergara, 2003); las biografías de las personas siguen construyéndose entre el trabajo y

4. Com o u no de sus co m ponentes, lo que no niega que el re-conocim iento, el encu en tro con lo esperado y
conocido, con lo que perm anece, sea tam b ién causal de agrado. Asim ism o, la indiferencia que dificulta el com ­
prom iso pu ed e co n v ertir la vida pública u rb a n a en espectáculo.
5. E sta (in )distinción pu ed e expresarse, p o r ejem plo, en la polém ica que desató en el contexto de la m arch a
indicada, el valor de la info rm ación estadística. El gobierno del D istrito F ederal acude a ella, p a ra d ecir que h a n
d ism in u id o los delitos —m o stran d o cifras, cuadros com parativos con años an terio res—, y que el m iedo actual
es m an ip u lad o p o r los m edios de com unicación m asiva; m ien tra s que éstos —que parad ó jicam en te endiosan en
el raiting—, algunas organizaciones civiles y m uchos intelectuales, dicen que u n a vida no es u n núm ero, que ella
«no pu ed e h a b ita r en la estadística» (M onsiváis). Lo com plejo del asunto se ve porq u e am bas posiciones tien en
la razón: n o se puede plan ificar sin ver proporciones y tendencias; pero u n m u erto tra e u n inm enso dolor que se
resiste a esconderse en un o s cu adros estadísticos; y m enos aú n en la com placencia con dichos avances, que
aparecen grotescos an te el d o lo r singularizado.
6. La bella alu sió n de Sim m el a la «cita» com o u n a expresión ejem plar del cronotopo —la cita requiere de
u n lu g ar y u n tiem po fijos— p uede servir p a ra ir m ás allá y ejem plificar esta im plicación; p o r ejem plo, en
México es posible citarse de v arias form as: a h o ra fija, p o r ejem plo, p a ra u n a re u n ió n co n sid erad a im portante;
de m an era m ás o m enos in cierta cuando u n grupo de m u ch ach o s que asiste a la escuela dice: «nos vem os en la
tarde», h acien d o que el cro n o to po crezca, se vuelva elástico; y, en tercer lugar, de m a n e ra m anifiestam ente
am bigua, sin te n e r la posib ilid ad de definir sus lím ites, cu an d o dicen: «nos vem os luego».
7. Lo que n o im plica que su nueva com unidad, virtual, no am plíe sus horizontes, ni, al con trario , lo lance
hacia u n a in fin id ad de posibilidades.

150
la casa, las celebraciones familiares, el trámite administrativo en una dependencia
gubernam ental, la m isa dom inical o conm em orativa, la asistencia al cinc o a los salo­
nes de baile, el «vitrineo» en las tiendas o en los grandes centros comerciales, así como
en las visitas a las cantinas, cafés, «tianguis», en el estar en los parques y plazas, etc.,
prácticas que contribuyen aún a construir o mantener el tejido social, quizás ya laxo,
quizás fugaz, pero que son importantes para la conservación de nuestras identidades e
identificaciones urbanas, y más aún para elevar la calidad de vida. No obstante, es
pertinente también reconocer que un campo de actividades crece en detrimento del
otro: quien prefiere el vídeo en casa disminuye su asistencia al cine, y por lo tanto hace
menos ciudad.
En este sentido, el parque se constituye en un lugar privilegiado de estar en —y
hacer— la ciudad, así como se constituye en un punto de enfoque8 de la vida urbana:
permite reposar de las prisas citadinas, m irar el entorno y en nuestro interior, reflexio­
nar acerca de lo posible y de las limitaciones de la experiencia de vivir la ciudad. A este
carácter, digamos positivo, de la experiencia conjunta en un lugar público diferente de
la calle o la plaza, se le opone la inseguridad que atenta contra su realización como
entidades urbanizantes, pues el asedio de la violencia delincuencial y la corrupción
consecuente generan un clima inapropiado para la construcción de una ciudadanía
participativa y reflexiva al limitar el acceso a los lugares donde se puede estar con los
otros. No obstante, esta misma carencia puede ser un punto importante de la agenda
ciudadana y gubernamental. Por ello, aun con las limitaciones que le impone su entor­
no, el parque es todavía un territorio de urbanidad.

El parque

Para abordar el parque como un lugar, retomo las características señaladas en


otro trabajo, pues considero que el lugar se define por «un lenguaje peculiar; una
ritualización específica; un sistema o red imaginal-conceptual en el que se inserta y de
él participa para tener sentido; una jerarquización interna;89una demarcación; la afec­
tividad, y, finalmente, condensan una biografía e historia» (Vergara, 2001); es decir,
son producto de actores que los usan, significan y simbolizan en un despliegue cons­
tante de prácticas, de memoria y proyección imagina! Por lo que se puede decir que la
red que transitan sus usuarios inserta física y significativamente al lugar en su domi­
nio, y el itinerario del día se produce por varias «oraciones» o «frases»; y si seguimos
con la analogía con la lengua, los sustantivos designan los lugares, los verbos las accio­
nes desplegadas en —y entre— ellos y los artículos y conjunciones las calles que los

8. Se p u ed e realizar u n a analogía con Claude Z ilberberg cuando, cita a Rousseau: «El gusto p o r la vista del
p an o ram a y la lejan ía p rocede de la inclinación que la m ayoría de los hom bres tien en de com placerse en el sitio
en que n o se hallan», p a ra luego concluir que «para R ousseau el p u n to de vista constituye u n a h u id a h ie ra del
tem plum » (1999: 179). D iría tam bién, p o r m i parte, que posicionarse en u n p u n to de enfoque es com o p o n e r la
ciu d ad a d istan c ia y d eten er el tiem po lineal del trabajo, el de la responsabilidad y del proyecto, conjugándolos
p ara d eb ilitarlos en la en so ñ ación que p ro p icia la atmósfera del parque.
9. S itu ació n que tien e que v er con u n a especialización del espacio y otorga a los actores las posibilidades y
lim itaciones se acceso y uso, pues, p o r ejem plo, el feligrés no puede estar sentado en la silla del confesionario, lo
m ism o que u n invitado recien te —en determ in ad o s sectores sociales— no puede p asar a la cocina sin u n a
invitación de los d u eñ o s de la casa.

151
unen a través del desplazamiento —en cuya duración puede introducir «pies de pági­
na», «citas», glosas, por ejemplo cuando mecido por el viaje «visita» con la memoria o
la imaginación otros ambientes—101del urbícola.
Entonces, en primer término, si bien no lo agota —ni pretende, obviamente—, el
parque se asocia a un lenguaje y a unas imágenes que las elaboran: desde su aspecto
físico hasta las figuraciones subjetivo-expresivas, el parque produce —y es producido
por— e irradia un campo semántico-estético con el que habla y es narrado, traduce y
sintetiza las contradicciones entre sociedad y naturaleza11 y las utopías que dicha
interrelación produce. En segundo lugar, esas imágenes y ese lenguaje se realizan en la
atmósfera especial que generan,12 así como en las sensaciones que des-atan en los
parquéfilos. De alguna manera, en este sentido, el parque funciona como un espacio
emosignificativo opuesto a la calle y el espacio público defeños: calle y estrés se oponen
a parque y relajación, constituyéndose en un oasis en la megaciudad. Aun las propias
irrupciones de la ciudad en el parque se asumen como argumento de su oposición; así
un usuario decía: «Ayer pasó un policía arm ado... con la metralleta, por ahí atravesó,
pero yo me imagino que custodia valores, o no sé, alguna cosa, por ahí parecida, y tiene
que entrar; pero a veces es necesario porque, si en otros lados hay atracos y todo eso, al
menos aquí hay más seguridad, tranquilidad. Las señoras vienen a practicar su ejerci­
cio, imagínese que se expongan, si luego cuando uno sale en la madrugada, las señoras
las asaltan ahí cerca de la lechería. Yo vivo a dos o tres edificios de la lechería, y nos han
platicado las señoras, ¿no?».
Asimismo, el parque es opuesto al centro comercial, al museo, a la iglesia, al me­
tro, porque, por ejemplo, permite usar el espacio, leerlo, por cualquier vía, en cualquier
dirección. No hay un libreto que oriente ni los desplazamientos ni el estar, no existe
una secuencia obligatoria que ordene el tiempo, el ritmo o la extensión a usar: cada
quien puede llegar y quedarse quieto, contemplando, y salir cuando se aburra;13 no
obstante, algunos se imponen metas —tres vueltas al perímetro, corriendo o caminan­
do o intercalando velocidades que leen las energías y los años, las urgencias, el esfuerzo
o el placer—, pero siempre a voluntad; alguien se detiene no en lo que ofrece el parque
institucional, sino en la ocurrencia de un niño, en la presencia de alguna avecilla o el
rocío enlos pequeñosupinos o mirando la «actuación» de un grupo que irrumpe inespe­
rado, precisamente por aquello que posibilita el parque por ser tal; aunque, por ejem­
plo, en los senderos casi todos se desplazan, unos caminan, otros corren, tomando la

10. Un caso m uy expresivo es el que n a rra Julio C ortázar en su cuento El perseguidor, donde el protagonista,
en el tran scu rso del viaje de u n a estación a o tra en el m etro —en m enos de u n m in u to y m edio— im agina lo que
n a rra d o pu ed e o cu p ar fácilm ente m ás de u n a h o ra y m edia.
11. El p o eta p eru an o José Santos Chocano expresaba bellam ente la relación entre la alam eda y el río Rímac:
«Tu A lam eda —an acró n ica y solem ne alam eda— / que luce su follaje de en carru jad a seda / com o u n a dam a
an tig u a su acuchillado traje / a lo largo del río con su esp u m a de encaje» (en P orras, 1987: 82).
12. Aquí podem os estab lecer u n a analogía en tre la p ro p u esta de E d m u n d L each sobre el funcionam iento
sim bólico o el que p ro p o n e Je an B au d rillard p a ra el «sistem a de los objetos»: en el p arq u e n ad a h ab la p o r sí
solo: el can to de la aves y el m u rm u llo de las hojas dialoga so rd am en te con el jad eo de quienes corren; así com o
habla, e n los viajes interiores, autoreflexivos —o com o u n a deam bulación interior, perdidos sin m eta— de quie­
nes cam in an sin p o d er correr, o se sie n ta n a contem plar. El piso hum edecido p o r la lluvia se em p añ a m ás si en
el cielo aso m an n u b arro n es o, p o r el co n trario , b rillan alegres cuando el sol sonríe con él y co n las h ierbas y
flores que se m u estran rad ian tes a quienes los ven.
13. El ab u rrim ien to extiende el tiem po, así com o «pasarla bien» lo contrae, pues la vivencia del tiem po tiene
que ver m u ch o con la afectividad.

152
dirección izquierda de las entradas, de modo que son muy pocos que van «contra
corriente» —corriente que hicieron, espontáneamente, como masa que se desplaza—;
lo que, a su vez, permite que los rostros casi no se miren, que los individuos o grupos,
al m archar en la misma dirección, muestren la espalda, y así puedan ser mirados sin
que nadie se percate —aunque todos saben que son mirados—, así tampoco los ojos
pueden «encontrarse». Las secciones del parque esperan, quienes asisten llegan, los
usan o los ignoran, por ahora, pues mañana puede ser otra la historia, o puede ser la
misma, quizás.
Defino al parque como un espacio urbano amplio —como la plaza—, usado en un
tiempo que interrumpe las actividades citadinas ordinarias —del desplazamiento ins­
trumental—, con una delimitación espacial interna distinguible que especializa las áreas
—aunque en su conjunto realiza el ideal de proximidad con la naturaleza—; está den­
tro de la ciudad, pero quiere ser otro, 14 enfatiza la convivencia, los valores de acceso
igualitario y la expresividad estética —redundo para subrayar—, de actividad cultural
intensa centrada en el cuerpo y la sociabilidad: incide decisivamente en la calidad de
las interacciones que mutuamente se posibilitan los urbícolas que convoca. Su condi­
ción abierta y extensa1415 lo opone físicamente a la calle, y por extensión su ritmo, su
velocidad o quietud, su falta de imperativos físicos signan su especificidad. Cabe agre­
gar que —para enfatizar su especificidad y autonomía—, como lo señala Emilio García
Montiel (1998: 95), es «un espacio en una zona urbanizada y no un coto alrededor de
los templos o santuarios».
Por otro lado, y de m anera paradójica, en el parque ocurre una interesante
trasmutación de la relación público-privado. En este sentido, si consideramos que la
imaginación de la ciudad tiene como un ordenador importante dicha división,16vere­
mos que el parque posibilita que el cuerpo expuesto en público sea más parecido al del
ámbito privado: se le descuida un poco en su presentación, se le expone en sus males­
tares o alegrías, se camina con dificultad sin mayor vergüenza, se reza, se come, se
cumple años y conmemora, se enamora y acaricia, etc. En esa dirección, la funcionalidad
del tiempo del desplazamiento al trabajo se opone al descanso dominical, así como al
dejarse estar en un parque o en una caminata sin rumbo, porque en estas prácticas
gratuitas y «sin sentido», los límites —del tiempo y del espacio— requieren menor
definición, como tiempo a invertir y como ruta a recorrer. Así, las actividades definidas
por la política o la economía, como actividades encaminadas a un objetivo específico y
controlado por una cronometración que permite la coordinación, también se oponen a
un estar en el parque —que asemeja más al ámbito doméstico—, aunque posiblemente
—de manera «invisible», aunque internamente imperativa— esas presiones actúen más
de lo que los cuerpos muestren; y allí también está esa cualidad positiva del parque.

14. Q uizás sea el tiem po el que puede ejem plificar m ejor esta disposición: en el parque, el tiem po se detiene,
se despoja de sus p resiones de la coordinación y la sincronía funcional del trab ajo o el estudio; asim ism o,
p erm ite tam b ién co n sid erarse a u n o m ism o quizás sin u n a sum a u tilitaria, y se ab re a placeres cotidianos
p oten ciad o s p o r su atm ósfera: com o u n brinco ju n to al hijo que ríe o la m ira d a p erd id a que la ensoñación
propicia.
15. G iannini señala tam bién esta característica p a ra las plazas —de arm as o zócalo— de m an era m uy expre­
siva: «En otras palabras: significa “h acer espacio” a u n a presencia. Lo que sólo puede o cu rrir en lo abierto: en la
ap ertu ra física de u n espacio y en la ap e rtu ra espiritual de cierta disponibilidad p ara lo O tro (no estar ocupado)»
(1999:63).
16. E n cuya o cu p ació n y trán sito el cuerpo se pone en escena y cuestión, expresándose en tran q u ilid ad ,
seguridad, b ien estar o m iedo, inseguridad, p risa y ansiedad.

153
Una hipótesis de la que partimos es que el parque se constituye en un lugar desde el
cual se piensa a la ciudad de otra manera, porque pone en suspenso a la ciudad cotidia­
na: es un mirador desde donde podemos evaluar la calidad de la vida urbana y pensar en
el ejercicio de una ciudadanía menos aprensiva; entre otras causas porque la vegetación
y la naturaleza refuerzan nuestra (des)atención espontánea, posibilitan que nuestro sis­
tema sensorial se relaje y nos infunde nuevas energías y nos permite m irar la contami­
nación, la inseguridad, las presiones, el estrés y «nuestras responsabilidades» desde
otra perspectiva y otra temporalidad. No obstante, el parque también es un lugar donde
solamente se está —y puede ser depositario de soledades—, también puede ser el lugar
donde se refuerzan las relaciones ya adquiridas y no se muestre apertura a la novedad ni
la otredad: la mayoría de los entrevistados me ha dicho que no ha hecho amigos en el
parque, que en algunos casos sí, a «punta de verse frecuentemente», pueden «saludarse,
y no más». No obstante que en términos «objetivos» esa potencialidad del parque no se
traduce en la ampliación de las redes personales o familiares, la mayoría ha manifesta­
do que le gusta mirar a la gente, observar cómo, «inclusive los que están malitos se
alegran», cómo otros «festejan juntos», o cómo cada quien —como individuo o como
grupo— puede estar sin ser molestado, situaciones fundamentales de la convivencia
urbana, extrañados en la ciudad.
Así, el parque es uno de los pocos lugares donde la alteridad puede ser observada
con mayor detención: al estar en disposición de sus tiempos, los sujetos permanecen
expuestos más tiempo y con menor resguardo de sus fachadas personales (Goffman,
1989); por lo tanto, el parque se constituye en el espacio de construcción de la convi­
vencia, donde se entiende al cuerpo que sufre y va a curarse, como también al cuerpo
que va a perfeccionarse, lo que se traduce en la coexistencia o copresencia de las dife­
rentes velocidades y ritmos con que ellos circulan, están y miran e incluso ignoran.
Desde esta perspectiva, el parque es un espacio de educación ciudadana y uno de los
pocos espacios, en la actualidad, en los que se hace ciudad —aunque quizás, paradóji­
camente, negándola.17Asimismo, el parque posibilita el aprendizaje a través de la expe­
riencia directa —el cuerpo como dispositivo cognitivo (Kauffman, 1995)— y no sólo a
partir de lo que hacen los medios o la abstracción.
Esa posibilidad de obnubilar las fronteras de lo público y lo privado, de poner a la
ciudad a distancia para ser mirada —que no necesariamente*deviene opinión—, así
como esa facultad para hacer del cuerpo un instrumento de cognición especial, hacen
que el parque desarrolle un cierto sentimiento de territorio, es decir de identidad. Es
posible pensar que, por lo menos en los usuarios frecuentes, se construyan lazos de
identidad hacia este espacio que va siendo su lugar, casi como en el sentido que Vicente
Guzmán (2001) descubre para las calles y plazas dacotalpeñas, donde mi calle y mi
plaza son formulaciones identitarias.

17. Com o dice un u su a rio que viene p o r p rescrip ció n m édica: «Más que n a d a la tran q u ilid ad , la alegría con
que se viene a p racticar algún deporte, en ocasiones hay m úsica, no h ay obstáculos com o bicicletas, aunque en
ocasiones hay m u ch o ch am aco ... Los sábados y dom ingos es m ás p esa d o ... están las versiones de las bicicletas
m últiples, y a son p o r fam ilia y se llena m ás, o sea no se p uede p ra c tic a r ta n to el ejercicio... De lunes a viernes
está bien, está tran q u ilo , la gente se co n creta a lo que es del ejercicio...».

154
El entorno: las redes del lugar

Para entender el lugar, en primer término, hay que emplazarlo en el espacio físico
social en el que se encuentra ubicado, y, al mismo tiempo, en la red conceptual e imaginal
en que se inserta, y que no necesariamente tiene que ver sólo con proximidade¡ físicas
A este nivel, el parque se ubica en el dominio de los espacios del tiempo libre y del
entretenimiento, es decir, opuesto a las actividades y movimientos instrumentales.18
El parque-zoológico Los Coyotes se encuentra en la Delegación Coyoacán, en la
zona de Los Culhuacanes, entre las calles calzada de La Virgen, Escuela Naval, el eje 3
y Tepetlapa. Frente al parque está la Secretaría de la Marina y a un costado (hacia el eje
3) la Escuela Superior de Estudios Marítimos. Cada mañana, a las seis, se escucha la
diana y los gritos de los marinos y de vez en cuando el ruido de disparos.19Al frente
también está una tienda muy grande de la compañía norteamericana Walmart, que
viene «secando» a la tienda del ISSTE que se ubica a un costado del parque. A dos
cuadras del parque está Bachilleres 4, adonde asisten mayoritariamente jóvenes de
sectores populares. Frente a la puerta secundaria del parque está la Dirección Zonal
«Los Culhuacanes».
La población que habita en la zona es diversa, pero puede ser caracterizada entre
popular y media baja y se diferencia levemente entre los que viven en casitas y en
edificios de cinco hasta más de diez pisos. Destacan las colonias de CTM Culhuacán y
de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, más conocida como Fovisste. Cerca
también están las colonias Avante, Presidentes ejidales y Carmen Serdán, esta última
muy conocida como zona de residencia de delincuentes: ellos, dicen los vecinos,
incursionan en las colonias antes señaladas, de hecho, algunas tiendas han cerrado
bajo su presión (y la de Walmart).
Por otro lado, Los Coyotes es uno de los tres zoológicos que hay en la ciudad de
México,20por lo que su condición de parque tiene una singularidad que las distingue de
Viveros o Alameda del Sur, para señalar otros dos que también convocan gente que va
a entretenerse, estar juntos y/o hacer deporte: por ser un zoológico está cercado y se
accede a él por dos puertas vigiladas, también por ello se prohíbe el acceso de perros.21
Su administración y cuidado dependen de la Delegación de Coyoacán, lo cual lo inser­
ta en una red administrativa y burocrática.

Espacios y conexiones interiores

Quizás sea el parque uno de los lugares en los que la jerarquización interna pro­
puesta por la planificación no se realice completamente, pues cada usuario o grupos de

28. E s posible m a tizar esta afirm ación: quien va bajo la recomendación del especialista a recu p erar su salud
o quien va a h a c e r ejercicio p a ra p erfeccionar o tra b a ja r su «físico» so n d istintos a quienes v an a en so ñ arse o
«pasar el rato».
19. U na m añ an a, a eso de las 10, cu an d o entrevistaba a u n a señora, se escucharon fuertes detonaciones del
lado de la S ecretaría de la M arina; la n iñ a que estaba con ella p reguntó con fingida angustia a su m adre: «¿co­
m en zó la guerra?».
20. Los o tro s dos so n C hapultepec y Aragón.
21. Siendo esta característica destacad a p o r los usuarios, quienes la com p aran con las p equeñas plazas que
tien en cerca de sus casas en las que los p erro s pasean, dejan sus excrem entos y allí m ism o ju eg an niños, ju n to a
herm an o s y m adres, que p arecen hab erse insensibilizado al olo r y sus riesgos.

155
usuarios traza sus propios itinerarios y sus estancias, aun cuando, en determinadas
horas, fundamentalmente cuando hay mayor afluencia, cada sección del parque fun­
cione más de acuerdo a la planificación: palapas festivas, gimnasios deportivos, sende­
ros para desplazarse.
El territorio del parque Los Coyotes se puede dividir en estancias y conexiones;
unos permiten mayores intercambios y otros posibilitan ensimismarse y refirmar más
que explorar. Allí podemos encontrar una más clara diferencia entre las «palapas» y los
senderos; aquellas promueven la sociabilidad entre la microcomunidad socioafectiva
convocada por algún acontecimiento que se festeja, y reafirma o actualiza sus lazos,
mientras que los senderos permiten mirar a los otros en su desplazamiento, acompañarse
aunque no se diga nada, seguir con el movimiento y cierta atención reservada y pruden­
temente disimulada22 a quienes son compañeros efímeros de ruta.23 El campamento,
que convoca fundamentalmente escolares, puede, desplegar características semejantes
a ambos: es una comunidad que comparte, pero sus miembros se exponen más íntima­
mente que de costumbre —en la escuela los niños pueden resguardar mejor algunos
aspectos de su personalidad—, pues al descansar, dormir o compartir los alimentos,
relajan algunos de sus controles y su presentación ante los otros los des-cubre más. Los
espacios de la cafetería y el puesto de venta de jugos y frutas —el primero más formal,
concesionado, el segundo ubicado cerca de la puerta principal, bajo un techo de lona
que cada día montan y desmontan— son también lugares donde la gente puede inten­
tar una comunicación más detenida, aunque prudentemente controlada. No obstante,
el sudor, la agitación y el vestuario, posibilitan una comunicación y exposición m utua
diferente.
En el siguiente cuadro se sintetiza el uso de los diferentes espacios y sus valores en
cuanto a la convivencia y significación social:

Secciones S entido de uso


C a m p a m e n to E d u c a tiv o , s o c ia l
P a la p a s S o c ia l, f a m i li a r
B o s q u e c illo s . Á re a s v e rd e s L a s o le d a d , e l S ilen cio , l a in t i m id a d
G im n a s io s D o n d e el c u e r p o y el y o s e t r a b a j a n
Z o o ló g ic o D e c o n s e rv a c ió n . F a m ilia r . E d u c a tiv o
S en d ero s S o le d a d , a c o m p a ñ a m i e n t o
D ire c c ió n A d m in is tr a c ió n
T ie n d a -C a fé . P u e s to s d e ju g o s y o t r a s v e n ta s C o m e rc ia l. C o n v iv io
J a r d i n e s tem á tic o s D e c o n s e rv a c ió n . E d u c a tiv o
S e n d a s p a r a t r o t a r y la b ic ic le ta M a siv o , el O tr o c e r c a n o
Á rb o l d e J e s u c r is to y G r u ta d e la V irg e n ín t i m o , s a g ra d o

22. A unque algunos, m uy pocos u suarios, salu d an con m u ch a expresividad a gentes que no conocen, y
co n tin ú an su carrera, al p arecer m ás satisfechos luego del saludo.
23. Inclusive la velocidad de unos fren te a la len titu d de otros oficia com o un m ecanism o que increm enta las
posibilidades de m ayor exposición frente a los otros.

156
Remarco que los usos de los espacios no son únicos y tampoco se agotan en los
que se planificaron es posible distinguir la distribución de los espacios oficiales de
los usos informales, innovadores o disidentes incorporados por los usuarios, los
que no sólo se realizan por la intención por infringir, sino por la disposición del
espacio a ser ocupado indistintam ente, de la falta de rigidez en sus estructuras y
fronteras, y están condicionados por los horarios de uso, la presencia/ausencia de
los otros, los acompañamientos propios, etc. por ejemplo, hay parejas en las palapas
entre semana, gentes que juegan fútbol o practican la bicicleta en el «lago seco», el
bosque se convierte en sendero para algunos, y un sendero se transform a en gimna­
sio para otros.
Las secciones y usos específicos del parque son: el zoológico —donde frecuente­
mente se ven niños con sus padres, parejas de jóvenes, personas solas— dividido en
varios ambientes de diferente dimensión y población: el aviario, las dos zonas de los
venados, la zona de los coyotes, la de los teporinos; las palapas, estructura circular,
techada, con una diámetro de aproximadamente seis metros, que se adorna con globos
inflados de colores llamativos y piñatas, donde se festejan cumpleaños principalmente
de niños,24 al que concurren entre 20 y 60 personas;25 los cuatro gimnasios —uno de
ellos techado, al que se accede previo pago, mientras que los otros son abiertos y de
entrada libre—, los dos espacios de juegos infantiles, las áreas de bosque y jardines
temáticos,26 las de los viveros, y dos espacios sagrados: una gruta pequeña, ubicada al
extremo que da hacia la calzada de la Virgen, alejada del sendero por donde la gente
corre, trota o camina, atravesada por un aviso que prohíbe la entrada a los visitantes,27
y otro, ubicado junto a un espacio de juegos infantiles, visible desde el sendero, situado
en un árbol que tiene dos troncos ligeramente separados, lo que permite sostener —en
ésa su abertura— una especie de altar donde la figura predominante es un Cristo cru­
cificado y tiene a su lado pequeñas esculturas de santos y vírgenes, entre las que desta­
can la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo, estampas grandes o cuadros de La últi­
ma cena, Saint Chabrel, además de numerosas estampitas. Por la parte de atrás están
colgadas cuatro o cinco botellas grandes de refrescos con agua cristalina. Dos ramos de
flores artificiales penden del árbol y al pie crecen flores y hierba.
Podemos también, entonces, ubicar dos lugares que se contraponen y comple­
mentan: el lugar sagrado y el gimnasio . En ambos se trabajan diferentes sectores del yo;
no obstante, esta distinción no siempre aflora a la conciencia: para unos constituyen
dos ámbitos completamente separados, para otros son uno mismo o son complemen­
tarios: quien va a rezar ante la figura del Cristo y otras figuras sagradas —muchas de

24. Se solicita este espacio con u n a anticip ació n de dos m eses de prom edio, previo u n pago de 208 pesos. El
arreg lo se realiza desde m u y tem p ran o . E s usu a l ver al p a p á y algún hijo y/o h ija que lo acom pañan. Si no h a n
podido lograr el acceso a las palapas, algunas fam ilias cercan u n espacio con un a delgada soga que atan entre los
árboles y arbustos, y am a rra n globos p a ra d a r visibilidad y p restan cia a dicho cerco y festejan allí. D em arcan así
u n espacio p ro p io p a ra el día.
25. Q uisiera destacar lo siguiente: las reuniones que convocan las palapas, decía, son confirm atorias, refuer­
zan lazos m icro co m u n itario s y fam iliares. E sto puede verse tam bién en la form a física de la palapa y la disposi­
ción que asu m en los cuerpos: p o r la ubicación circular de su delim itación, a través de u n m uro bajo —esta
fro n te ra se logra tam b ién p o r la proyección de éste con el techo, am bos producen la sensación de u n afuera y u n
aden tro — que se hizo tam b ién p a ra servir de asiento a los asistentes, la gente da la espalda al parque: se m iran
entre ellos, p u ed en olvidar el entorno.
26. D estacan las dos áreas destinadas a Jas hierbas silvestres del valle y la de las hierbas utilizadas p a ra
h a c e r el té cotidiano.
27. Aviso ju stificad o p o r la presencia, en la ru ta, de u n vivero y un pequeño espacio donde cultivan m aíz.

157
ellas depositadas por las mismas personas, haciendo más singular su vinculación con
los sagrado— que están en el árbol, encomienda su salud a ese ser sagrado, mientras
que los que asisten regularmente al gimnasio, trabajan su cuerpo no sólo buscando
salud, sino belleza. Hay quienes hacen las dos cosas; mientras muchos ignoran ambos
espacios.

Sujetos, prácticas y relaciones sociales: el lenguaje y el ritual

La variedad de personas que acuden al parque es grande, aunque pueden cla­


sificarse entre «sector popular» y clase media, ambos, por cierto, muy diversos. La
clase media se distingue: no están donde hay demasiada aglomeración, se emplazan
en zonas con poco tránsito de personas —como en recodos—, conforman grupos pe­
queños, constituido por la pareja y uno o dos hijos, no más. Los de sectores populares
son —casi siempre, los fines de semana— numerosos y bulliciosos, llevan mucha co­
mida y como que se abstraen del lugar, para convivir entre ellos; a los de clase media
los he visto callados más tiempo, observando distraídamente el entorno, como si no
fijaran la vista en nada. No obstante, en algunos espacios —principalmente en los
senderos— se mezclan.
No obstante la afluencia, ya no es el rito de «dejarse encontrar»28 en la plaza del
pueblo o de la pequeña ciudad, es más bien otro proceso que más tiene de explora­
ción que de confirmación de que asistía a dichos ritos: aquí el otro es más indiferente
aunque físicamente se asome muy cerca de nosotros.
Me encuentro sentado entre tres familias —me separa de cada una como un me­
tro y medio de distancia—, cuando sorpresivamente se aparece un niño a punto de
caer al «barranco» —de un metro, cuyo riesgo no viene de su altura sino del fondo de
cemento de una lagunilla seca— y un padre clasemediero lo atrapa al filo; mas antes
este mismo padre había auxiliado a su otro hijo, quien cayó de su pequeña bicicleta en
un pequeño charco de la misma lagunilla —no hubo regaño ni comentario con la espo­
sa que luego apareció a ayudarlo. Delante nuestro disputan, ardorosamente, una doce­
na de adolescentes una partida de fútbol, una porra de siete chicas, sentada en una de
las bancas que dan precisamente hacia la improvisada cancha, grita y grita apoyando a
los suyos, pero el héroe de la tarde es el ¡portero!, ¡portero! Al lado de las jovencitas, un
padre persigue jugando a un bebé de unos dos años, mientras que la madre sigue esta
escena dando la espalda —y el gran trasero— despreocupadamente hacia los futbolistas;
a nuestro lado una pareja espera a otra, pero mientras tanto no pierde el detalle de
cada una de las escenas, platican entre ellos y al parecer lo comentan a sus amigos que
acaban de llegar —miran cada cierto tiempo al niño mojado. Al lado derecho de donde
estamos sentados, unas ocho mujeres, tres niños y un varón adulto descansan despreo­
cupados, echados, luego de haber terminado una abundante comida que se delata por
los restos, que vienen de varias cocinas; los que descansan, miran irnos al suelo y otros
al cielo, sosteniendo cabezas en barrigas o espaldas, se ven bastante compenetrados los

28. H u m b erto G iannini dice al respecto: «En otros tiem pos, este espacio festivo, gratuito, al que las cosas
vienen a m o strarse, en los días de fiesta em pezaba a anim arse lentam ente de m ovim iento hum ano: de vidas que
se d ab a n cita p a ra red esc u b rir el goce de entrar, tam b ién ellas, en este espectáculo circular: de m o strarse en las
m irad as, en el saludo, en las p alabras. El goce de d ejarse encontrar» (1985: 64).

158
cuerpos; conversan riendo a carcajadas, mientras uno de los niños, de aproximada­
m ente cuatro años, cabalga en las espaldas de tres de las señoras subidas de peso,
pasando de una a otra, la primera se luce separando alternativamente la panza irnos
diez centímetros del suelo para simular el ¡putukum, putukum! de los caballos, mien­
tras las otras dos quieren imitarla, pero no pueden alejarse ni un centímetro, mas las
tres son festejadas. Todos miramos a todos: los cuerpos parecen dispuestos, despreo­
cupados se exhiben, aunque en círculos pequeños: en nuestro caso de tres grupos cer­
canos y uno que otro que se asoma por alguna circunstancia y se va. No obstante, este
llegar e irse es también una forma de hacer ciudad.
Por otro lado, en el parque habría que explorar más el papel de los niños: para
muchos posibilita «regresar» a esa etapa, regresar a la —hoy coactada— espontanei­
dad, cambio permitido sin mayor censura que una prudente discrecionalidad que se
olvida muy pronto, por lo que, por ejemplo, es posible invadir con la mirada el territo­
rio del otro, sin mayor riesgo. Aquí es fundamental el papel de los niños, ellos invaden
a los otros con mayor facilidad —la torpeza en el desplazamiento de los más pequeños,
que caen literalmente en el terreno de los otros, es un recurso social que hace que los
adultos se hablen—, son propiciatorios de ligeros toques comunicativos entre extraños
de una macrourbe, promueven sonrisas que iluminan el entorno, y el extraño se pro­
yecta hacia el otro y esa iluminación se traduce en —cierta, aunque limitada— confian­
za. La comunicación, fácil, entre los pequeños también conjunta a los mayores: por
ejemplo la pequeña hija de Claudia, una joven señora, dice contenta que allí conoció a
Lalo, un niño que ahora es su amigo y de quien habla con entusiasmado afecto. Pero la
función de los niños no queda allí: ellos transforman también, aunque sea momentá­
neamente, a los mayores: «Una vez vine con una hermana, y nos pusimos a jugar como
niñas, en uno de los juegos que dan vueltas... y a mí me causó gracia, porque pues,
¡oye, ya, parecemos niñas!».
La socialidad —en el sentido presentista simmeliano, aquella relación que no quiere
la duración ni el lazo— promueve lo urbano, no obstante mina lo comunitario, pero
también es recurso para vivir la multiculturalidad creciente de nuestras urbes. Por otro
lado, en los parques se redefine la relación público-privado, mostrando espacios del ser
que esas fronteras obligaban a controlar respecto al acceso de los otros, lo que genera
la posibilidad de verse en el otro y establecer una relación distinta entre ciudadanía y
cultura, lo que involucra también a las relaciones de género, redefiniendo los imagina­
rios, expresados en símbolos y estéticas urbanas que peculiarizan la relación global-
local y, por ende, del cuerpo y la identidad. Este trabajo quiso mostrar, a través del uso
del tiempo libre en un espacio público, la construcción de la urbanidad y las funciones
de la imaginación en la ampliación de la vida, lo que permite reconocer los diferentes
espesores, densidades y estratos de lo real y la relación con la otredad. Quiere también
m ostrar que la antropología puede servir para hacer mejor y más bella la convivencia
citadina.
En este sentido, si consideramos que la voluntad de percibir puede deformar aque­
llo que percibimos, en el parque encontramos el espacio como para que dicha voluntad
se relaje y predomine la percepción más inocente; de esta manera aquello que percibi­
mos adquiere las formas que la atmósfera relajada del parque posibilita: es éste un
momento y una situación fundamentales para trabajar la empatia, puesto que las «ca­
tegorías invasoras» (Giannini, 1987) que construyen las demarcaciones también se
debilitan, aunque sea momentáneamente.

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ellas depositadas por las mismas personas, haciendo más singular su vinculación con
los sagrado— que están en el árbol, encomienda su salud a ese ser sagrado, mientras
que los que asisten regularmente al gimnasio, trabajan su cuerpo no sólo buscando
salud, sino belleza. Hay quienes hacen las dos cosas; mientras muchos ignoran ambos
espacios.

Sujetos, prácticas y relaciones sociales: el lenguaje y el ritual

La variedad de personas que acuden al parque es grande, aunque pueden cla­


sificarse entre «sector popular» y clase media, ambos, por cierto, muy diversos. La
clase media se distingue: no están donde hay demasiada aglomeración, se emplazan
en zonas con poco tránsito de personas —como en recodos—, conforman grupos pe­
queños, constituido por la pareja y uno o dos hijos, no más. Los de sectores populares
son —casi siempre, los fines de semana— numerosos y bulliciosos, llevan mucha co­
mida y como que se abstraen del lugar, para convivir entre ellos; a los de clase media
los he visto callados más tiempo, observando distraídamente el entorno, como si no
fijaran la vista en nada. No obstante, en algunos espacios —principalmente en los
senderos— se mezclan.
No obstante la afluencia, ya no es el rito de «dejarse encontrar»28 en la plaza del
pueblo o de la pequeña ciudad, es más bien otro proceso que más tiene de explora­
ción que de confirmación de que asistía a dichos ritos: aquí el otro es m ás indiferente
aunque físicamente se asome muy cerca de nosotros.
Me encuentro sentado entre tres familias —me separa de cada una como un me­
tro y medio de distancia—, cuando sorpresivamente se aparece un niño a punto de
caer al «barranco» —de un metro, cuyo riesgo no viene de su altura sino del fondo de
cemento de una lagunilla seca— y un padre clasemediero lo atrapa al filo; mas antes
este mismo padre había auxiliado a su otro hijo, quien cayó de su pequeña bicicleta en
un pequeño charco de la misma lagunilla —no hubo regaño ni comentario con la espo­
sa que luego apareció a ayudarlo. Delante nuestro disputan, ardorosamente, una doce­
na de adolescentes una partida de fútbol, una porra d e siete chicas, sentada en una de
las bancas que dan precisamente hacia la improvisada cancha, grita y grita apoyando a
los suyos, pero el héroe de la tarde es el ¡portero!, ¡portero! Al lado de las jovencitas, un
padre persigue jugando a un bebé de unos dos años, mientras que la madre sigue esta
escena dando la espalda —y el gran trasero— despreocupadamente hacia los futbolistas;
a nuestro lado una pareja espera a otra, pero mientras tanto no pierde el detalle de
cada una de las escenas, platican entre ellos y al parecer lo comentan a sus amigos que
acaban de llegar —miran cada cierto tiempo al niño mojado. Al lado derecho de donde
estamos sentados, unas ocho mujeres, tres niños y un varón adulto descansan despreo­
cupados, echados, luego de haber terminado una abundante comida que se delata por
los restos, que vienen de varias cocinas; los que descansan, m iran unos al suelo y otros
al cielo, sosteniendo cabezas en barrigas o espaldas, se ven bastante compenetrados los

28. H u m b erto G iannini dice al respecto: «En o tro s tiem pos, este espacio festivo, g ratuito, al que las cosas
vienen a m o strarse, en los días de fiesta em pezaba a an im arse len tam en te de m ovim iento hum ano: de vidas que
se d ab an cita p a ra red esc u b rir el goce de entrar, ta m b ié n ellas, en este espectáculo circular: de m o strarse en las
m irad as, en el saludo, en las p alabras. El goce de dejarse encontrar» (1985: 64).

158
cuerpos; conversan riendo a carcajadas, mientras uno de los niños, de aproximada­
m ente cuatro años, cabalga en las espaldas de tres de las señoras subidas de peso,
pasando de una a otra, la primera se luce separando alternativamente la panza unos
diez centímetros del suelo para simular el ¡putukum, putukum! de los caballos, mien­
tras las otras dos quieren imitarla, pero no pueden alejarse ni un centímetro, mas las
tres son festejadas. Todos miramos a todos: los cuerpos parecen dispuestos, despreo­
cupados se exhiben, aunque en círculos pequeños: en nuestro caso de tres grupos cer­
canos y uno que otro que se asoma por alguna circunstancia y se va. No obstante, este
llegar e irse es también una forma de hacer ciudad.
Por otro lado, en el parque habría que explorar más el papel de los niños: para
muchos posibilita «regresar» a esa etapa, regresar a la —hoy coactada— espontanei­
dad, cambio permitido sin mayor censura que una prudente discrecionalidad que se
olvida muy pronto, por lo que, por ejemplo, es posible invadir con la mirada el territo­
rio del otro, sin mayor riesgo. Aquí es fundamental el papel de los niños, ellos invaden
a los otros con mayor facilidad —la torpeza en el desplazamiento de los más pequeños,
que caen literalmente en el terreno de los otros, es un recurso social que hace que los
adultos se hablen—, son propiciatorios de ligeros toques comunicativos entre extraños
de una macrourbe, promueven sonrisas que iluminan el entorno, y el extraño se pro­
yecta hacia el otro y esa iluminación se traduce en —cierta, aunque limitada— confian­
za. La comunicación, fácil, entre los pequeños también conjunta a los mayores: por
ejemplo la pequeña hija de Claudia, una joven señora, dice contenta que allí conoció a
Lalo, un niño que ahora es su amigo y de quien habla con entusiasmado afecto. Pero la
función de los niños no queda allí: ellos transforman también, aunque sea momentá­
neamente, a los mayores: «Una vez vine con una hermana, y nos pusimos a jugar como
niñas, en uno de los juegos que dan vueltas... y a mí me causó gracia, porque pues,
¡oye, ya, parecemos niñas!».
La socialidad —en el sentido presentista simmeliano, aquella relación que no quiere
la duración ni el lazo— promueve lo urbano, no obstante mina lo comunitario, pero
también es recurso para vivir la multiculturalidad creciente de nuestras urbes. Por otro
lado, en los parques se redefine la relación público-privado, mostrando espacios del ser
que esas fronteras obligaban a controlar respecto al acceso de los otros, lo que genera
la posibilidad de verse en el otro y establecer una relación distinta entre ciudadanía y
cultura, lo que involucra también a las relaciones de género, redefiniendo los imagina­
rios, expresados en símbolos y estéticas urbanas que peculiarizan la relación global-
local y, por ende, del cuerpo y la identidad. Este trabajo quiso mostrar, a través del uso
del tiempo libre en un espacio público, la construcción de la urbanidad y las funciones
de la imaginación en la ampliación de la vida, lo que permite reconocer los diferentes
espesores, densidades y estratos de lo real y la relación con la otredad. Quiere también
m ostrar que la antropología puede servir para hacer mejor y más bella la convivencia
citadina.
En este sentido, si consideramos que la voluntad de percibir puede deformar aque­
llo que percibimos, en el parque encontramos el espacio como para que dicha voluntad
se relaje y predomine la percepción más inocente; de esta manera aquello que percibi­
mos adquiere las formas que la atmósfera relajada del parque posibilita: es éste un
momento y una situación fundamentales para trabajar la empatia, puesto que las «ca­
tegorías invasoras» (Giannini, 1987) que construyen las demarcaciones también se
debilitan, aunque sea momentáneamente.

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Es también importante, en este colofón, señalar que se va al parque albergando
expectativas diversas. Ésta es una característica que lo diferencia de otros espacios
públicos como la Plazas de Armas, o los museos o hasta el centro comercial: al parque
se llega con disposiciones más que con finalidades; se llega como buscando algo, para­
dójicamente conocido, más que tratando de encontrar lo sorpresivo. Esta disposición
es también un recurso social que se orienta hacia la interlocución. En el parque, aun en
la quietud, todo transcurre, más que ocurre.

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Liliana López Levi, Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad
Xochimilco, México
Eloy Méndez Saínz, El Colegio de Sonora, México
Isabel Rodríguez Chumillas, Universidad Autónoma de M adrid, España

Una de las principales características de la sociedad posmodema es su inclinación


por las simulaciones y la hiperrealidad; por la ambigüedad que se genera entre realida­
des y ficciones, entre la fantasía, los discursos y los acontecimientos físicamente con­
cretos. Todos ellos construcciones sociales que conllevan procesos territoriales.
Los procesos urbanos de las últimas décadas han ido transitando hacia la desarti­
culación y la segregación, con la construcción, cada vez más frecuente de espacios
cerrados, aislados de su entorno. En este contexto surgen núcleos habitacionales pla­
neados, cuya morfología defensiva es explícita, y en donde el márketing se encarga de
vestir con los lugares con las virtudes que van de acuerdo a los valores del consumo.
Con ello se producen microcosmos que simulan la fortificación y se ofrece confort,
seguridad y armonía con la naturaleza, se ofrece el aislamiento, sin renunciar a las
comodidades de la ciudad y de una vida ligada al consumismo.
Esta práctica del enclaustramiento se va perneando cada vez más de las zonas
elitistas a espacios de la clase media. De manera tal que se generan tanto los vecinda­
rios defensivos de super lujo, como sus correspondientes copias baratas. Las estructu­
ras urbanas resultantes están conformadas de forma tal que el aislamiento es física­
mente concreto, pero que más allá de lo real, puede materializar el mundo de los sueños
previamente concebido por los inversionistas.
Simbólicamente m arcan un espacio exclusivo, en el cual no cualquiera es bienve­
nido. Son barreras sociales, económicas y culturales en favor de los consumidores, que
saben presentarse con la imagen apropiada.
Estas urbanizaciones tan bellas y bien dotadas se ofrecen como alternativa a la
problemática y deficiencias urbanas, construyen su propio espacio colectivo y desde­
ñan el que pertenece a los otros, a los que poco a poco se convierten en amenaza, en el
sujeto del cual hay que protegerse, pero que al mismo tiempo es necesario para las
labores de servicio y mantenimiento de sus espacios.

La construcción de la hiperrealidad

En términos generales, dentro del ámbito cultural se pueden distinguir las esferas
de la realidad, la ficción y la representación. Hay una idea generalizada de que la pri­
mera es físicamente concreta, la segunda se le opone y la tercera es una manera de

161
plasm ar a las otras dos. Se piensa que existe una clara diferencia entre las tres y, sin
embargo, lo fantástico cada vez invade más a este mundo posmodemo y lo aleja de
las certezas absolutas de antaño, para fundir lo real, lo ficticio y lo simbólico en uno
solo. En palabras de Baudrillard hemos caído en una «condición en la cual la reali­
dad ha perdido su referente, y los modelos, simulaciones o discursos se han converti­
do en más reales que la realidad misma» (Baudrillard, 1983,1987, citado por Tuathail,
1992: 157).
El proceso se ha llamado hiperrealidad y consiste en la generación de modelos de
la realidad que no se originan en la realidad misma (Baudrillard, 1983: p. 2), pero que
son vividos como tales. Lo anterior ha sido considerado como punto de partida para la
caracterización y análisis de diversos espacios tales como los parques temáticos, cen­
tros comerciales, museos y hoteles, entre otros (Eco, 1983).
La hiperrealidad se conforma a través de la dinámica cultural de hoy en día y de la
forma como se incorporan los diversos discursos a la vida cotidiana. En consecuencia,
surgen nuevos espacios y cambian los significados que adquieren. En particular nos
interesa centramos en aquellos, donde se combinan la lógica de consumo, la inseguri­
dad y el miedo para recrear fantasías sociales, previamente conformadas en los medios
de comunicación masiva, y que nos remiten a las viejas estructuras medievales euro­
peas. De manera tal que generan una versión posmodema de los castillos fortificados y
de las ciudades amuralladas, donde los habitantes se entregan a los placeres del consu­
mo para convertirse en príncipes y princesas, encerrados por tem or al dragón, por
miedo a los bárbaros que amenazan con derribar los muros e invadir la seguridad de
su espacio. Es decir, quedan de pronto inmersos en un mundo donde fantasía y reali­
dad se confunden, donde los medios masivos y el márketing dictan la forma en que
debemos interpretar y decodificar el mundo que nos rodea y, en función de ello, cons­
truir nuestros espacios palpables, ideales y virtuales, aquellos que en el fondo conside­
ramos reales. Las simulaciones resultantes de este proceso tienen que ver, tanto con
estas aperturas globales como con los encierros.
Las relaciones entre el espacio social construido y las fantasías ciudadanas que­
dan plasmadas en los edificios, en los espacios habitacionales, en las calles cerradas, en
los letreros, en los anuncios, en la televisión, en el cine y las revistas. Por todos lados
vemos rastros de un universo donde realidad, representaciones e imaginarios dejan de
ser opuestos para fusionarse en una misma cotidianidad, donde un mundo alternativo
se transporta para poblar nuestras zonas urbanas.
La decisión de encierro compete a todos y a todo. El encierro habitacional urbano
tiene sus antecedentes en las Gated communities de finales del XIX, crece lentamente a
partir de los años cuarenta y desde 1970 el fenómeno tiene un crecimiento exponencial
que logra consolidar el fenómeno para la última cuarta parte del siglo XX (Cabrales,
2003: 58).
La tendencia a fortificar los espacios de vivienda ha generado fraccionamientos
cerrados que se consolidan como barrios defensivos que excluyen los elementos nega­
tivos de la ciudad y se quedan con un ideal fantástico.
Como muestra de la forma en que se tejen los discursos para promover la confor­
mación y consumo de los fraccionamientos cerrados aludiremos a una de las revistas
mexicanas de sociales de mayor circulación, la revista Quien del 28 de mayo del 2004.
Este número se dedica a difundir que el príncipe de Asturias, futuro rey de España, se
casó en una boda de ensueño, con una plebeya. Dicho en palabras de los redactores de

162
la revista, «este sábado 22 de mayo será recordado por el Príncipe de Asturias como el
día en que cumplió su más grande anhelo: contraer matrimonio no con la mujer im­
puesta por la tradición monárquica sino con su verdadero amor».
En las páginas interiores están todos los detalles, la ceremonia, los asistentes, la
ropa que usaron, la vida pasada de la que se convertirá en la reina de España, etcétera.
Entre las fotos de los solteros más codiciados de la aristocracia y el elenco de todas las
mujeres que sin ser parte de la realeza se casaron con príncipes europeos, nos encon­
tramos ventanas hacia el mundo externo a la revista; textos e imágenes que tratan de
comunicarse con el lector mexicano para proponerle el mejor estilo de vida. ¿Y qué
mensajes publicitarios hay para aquellos que se interesan en la nobleza? Se trata de
nuevos desarrollos inmobiliarios que ofrecen seguridad, naturaleza y comodidad. «Ya
no existen límites para una vida mejor», dice el anuncio de Palmetto, «Más allá de los
sueños. Todo lujo, confort y seguridad». En otra hoja, se m uestra otro conjunto
habitacional cerrado, «Torres bosques: un sueño hecho realidad».
Como salidos de un cuento de hadas, los fraccionamientos cerrados se vuelven
accesibles para la gente indicada a través del crédito, la realidad se presenta en m an­
cuerna con el consumo, el cual no se basa en la racionalidad sino en las emociones.
Con ello se producen espacios cerrados que simulan la fortificación y con ello preten­
den ser espacios seguros, en armonía con la naturaleza, pero sin renunciar a las como­
didades de la ciudad y de una vida ligada al consumismo.
Uno de los rasgos más importantes del encerramiento es que permite ocultar in­
comodidades y problemas urbanos, generar comunidades con identidades vacías, uni­
das por ser clientes del mismo sujeto, deslumbrados por un discurso de exclusividad y
riqueza que no corresponde con la situación de la mayoría de la población y acentuado
por el miedo, la desconfianza y la paranoia, para generar la necesidad de reproducir la
fortificación.

Retórica-arquitectura-simulacro

El vigor expresivo de objetos banales se agota en la soledad del monumento aisla­


do entre la multitud de monumentos. La paradoja radica en el interminable muestra­
rio de fragmentos protagónicos de la imagen urbana, un efecto similar a la reproduc­
ción masiva de la imagen de la lata de sopa Campbell's pintada por Andy Warhol. En
ese sentido persiste el modernismo de la individualidad indiferente.
Mas ¿qué sucede en la vivienda resguardada tras las murallas? Lejos de las preten­
siones ordenadoras, los vecindarios defensivos se engarzan en la tram a vial que les
enlaza con la ciudad y la región. Ni siquiera el vecindario, como conjunto, se constituye
en elemento ordenador respecto a la ciudad. Más bien, al contrario, suele erigirse a
contrapelo de esta lógica.
La morfología del urbanismo defensivo se distingue en el exterior por la simple
envolvente del muro o cerca, tendida desde la puerta de acceso, tanto más monumen­
tal cuanto más distinción se pretende. La traza interior depende por completo de este
punto de contacto con el exterior, en una analogía fetal inocultable. Desde este punto
de distribución se define por tanto el esquema de control panóptico. La transparencia
responde al orden absoluto extendido desde el acceso vigilado hasta las entrañas todas
del espacio urbano acotado.

163
Desde luego, el diseño expresa y condiciona la relación social prevista. La traza
urbana ha ido por lo mismo evolucionando desde la retícula funcionalista abierta has­
ta los ejes curvilíneos ramificados en cortos tramos de calles locales con retomo, for­
mando el esquema cul-de-sac, o fondo de saco. Todos los extremos se cierran, forman­
do en cada fondo un pequeño vecindario, o pretendida comunidad, a su vez agmpada
con otras para constituir un barrio que, sumado a otros, constituyen la unidad
habitacional. Claro, hay variantes según las dimensiones de cada unidad.
La tipología arquitectónica suele ser, en consecuencia, cerrada. El cerramiento se
resuelve empleando lenguajes formales que intentan responder a un supuesto imagi­
nario regional con raigambre histórica. Con mucha frecuencia el orden formal de las
construcciones se viola por los avecindados, pero no lo suficiente como para anular la
propensión al cierre, virtual y fáctico.
¿Por qué se cierra la casa mediante el retom o a la forma vernácula? La cerca y la
barda no marcan sólo la vuelta al recinto medieval, también se remiten a referentes
más cercanos, el casco de hacienda, o los grandes patios o huertos circundados de las
pequeñas ciudades provincianas con impronta rural. Pasado similar tienen las casas
de fachada casi cerrada hacia la calle. Éstos serían sin duda antecedentes regionales y
aun nacionales que legitiman decisiones actuales de diseño.
Historicismo y regionalismo arquitectónicos han coincidido con el aumento de la
demanda de espacio habitable hermético. Es un ascenso que corresponde al declive del
movimiento moderno y con él la arquitectura de espacios abiertos. Las barreras sim­
bólicas son así desplazadas y hasta reforzadas con las barreras físicas. Pero el fenóme­
no está lejos de reducirse a este cambio, ya que la figura de la casa tradicional se
revalora en el marco de las connotaciones de un mundo con certidumbre, más ordena­
do, armónico, seguro, de relaciones cara a cara, familia cohesionada y relaciones más
amables con la naturaleza. De m anera que la recuperación de este imaginario pasa por
la reconstitución física del hogar y su entorno, aunque sea una simulación de ambien­
tes sociales irrecuperables. Lo novedoso es la barda de contención que mantiene
encapsulado al vecindario para retener incontaminada la utopía.
A nadie se le ocurriría presentar como opción viable de vivienda una casa de vi-
drio protegida eon la rejilla metálica de una jaula sobrepuesta. La búsqueda de la casa
apropiada mantiene liga inevitable con la búsqueda de la libertad familiarizada con la
fluidez de movimiento seguro en el interior y sus alrededores. Entonces, la oferta de los
promotores inmobiliarios es la fórmula del vecindario cercado, figura intermedia en­
tre la ciudad y la casa, aún factible de ordenamiento y control, esfera de libertad condi­
cionada.
También la casa recupera el om ato como aspecto visible de la flexibilización del
diseño. Elementos formales desterrados por el modernismo lucen a través de copias
facsimilares, o en nuevos barroquismos de montajes ajenos a los criterios académicos
y con frecuencia animadores de eclecticismos exóticos. Se imitan viejas arquitecturas,
a la vez simuladas en sus componentes (materiales, formas, fachadas), propiciando el
empleo de la nueva tecnología y los nuevos materiales para parecer otra tecnología,
otros materiales, otras formas, otros tiempos, otra arquitectura. Es la resaca tras el
minimalismo moderno, es sed de un entorno construido ordinario, accesible, entendible
y por tanto identificable. La estética resuelta en claves cifradas por especialistas y diri­
gidas a observadores atentos, es ahora sustituida sin ambages por el kitsch a través de
la reproducción de modelos emblemáticos como estrategia recurrente de diseño, ad­

164
virtiendo una ética ajustada al pragmatismo del valor de cambio. Igual sucede con la
unicidad de la experiencia artística cuando la etiqueta de autor reconocido es dirigida
a poner en valor las grandes inversiones inmobiliarias.
El nuevo urbanismo adoptado en México se confunde con las variantes del vecin­
dario defensivo. O, si se quiere, el autodenominado nuevo urbanismo da cuerpo con­
ceptual a la práctica de los asentamientos cerrados. Desde que los principios neo urba­
nísticos proclaman el modelo del pequeño pueblo tradicional, se materializan en
asentamientos con población límite, siguiendo el ejemplo de las fundaciones utópicas
difundidas en Norteamérica en el siglo XIX. Pero a diferencia de éstas, acotadas por el
número de habitantes y establecidas sin límite de suelo en territorio rural, las nuevas
suelen ser periurbanas, extendidas en el interior de barreras físicas artificiales y natu­
rales; son totalidades acabadas, no admiten crecimiento ni la extensión a través de la
tram a vial de la ciudad, según permite la retícula moderna.
La raigambre tradicional del nuevo urbanismo le otorga la impronta historicista.
Por ello el diseño urbano está condicionado a configurar pueblos y barrios con
centralidad propia definida en equipamientos colectivos, emplazados y tratados de tal
manera que son investidos en centros simbólicos y dotados desde el origen con capaci­
dad ordenadora. Las figuras estratégicas de la estructura urbana convencional pierden
sentido desde el momento que carecen de cualidades de elementos primarios, así como
tampoco inciden en la valoración diferencial del suelo, propiedades transferidas a la
maqueta del proyecto y sostenidas por los reglamentos internos. Resulta paradójico: el
historicismo del proyecto se plasma en un asentamiento sin historia, de manufactura
total e instantánea.
Con estas premisas se ingenian los cada vez más abundantes proyectos de distin­
tas características y tamaños, cuyo impacto en el tejido urbano está aún por manifes­
tarse a plenitud y a los tipos les falta consolidarse. Destacan los casos más ambiciosos
de largo plazo que pretenden conformar ciudades completas. Para ello se reúnen intra­
muros los ingredientes que, según el nuevo urbanismo, eran necesarios en la coexisten­
cia armónica de los pueblos tradicionales: a) mezcla de población de distintos estratos
sociales; b) fuentes de trabajo; c) equipamiento colectivo de una pequeña ciudad sol­
vente (escuelas, comercios, centros de salud y deportivos), y d) lugares de esparcimien­
to (jardines, canchas, club de golf).
Al mismo tiempo, el vecindario es dotado de una forma de autogobierno garante
de la seguridad y orden internos, así como para la gestión de servicios con las autorida­
des municipales. Los enunciados de la propaganda escrita y gráfica explicitan el plus del
nuevo urbanismo y sus bondades. Las pre-formas del diseño tradicional establecidas en
los reglamentos de construcción se ensamblan de las maneras más distintas con la in­
tención de obtener la homogeneidad visual del entorno construido por el vecindario. Se
montan entonces perspectivas casuales que integran una riqueza de accidentes visuales
planeados con resquicios, recodos, remates, salientes, cambios inesperados de pavi­
mentos, secciones de calle o de vegetación. Reglas comunes en las variadas experiencias
persisten en la percepción de los distintos planos del escenario, que ha de mantenerse
transparente y legible. Nada más lejos de la experimentación y libertad estética, donde
el orden y la seguridad es una sensación antes que una realidad.
Con la reglamentación constructiva, que es también de diseño, del gusto y del
estilo, se sientan las bases de coexistencia cifradas en lo previsible, lo conocido, lo
convencional. Es un mecanismo para regular la competencia, donde no caben las ex­

165
cepejones de la casa inacabada, o deteriorada, ni la audacia formal, o irreverente, ni el
lucimiento exagerado, o exótico, como también se excluyen la austeridad y la exacerba­
ción expresivas. Nada más anti-modemo en la ciudad de la información y los flujos que
el lugar estático, anclado en la normalización y modulación acordes a patrones fijos.
Sí se logra, sin duda, que los avecindados perciban un entorno construido respetuo­
so de las reglas. Hay entendimiento y relación sin tensiones con lo que se observa, como
tampoco hay sorpresas, ni sobresaltos. Reina un presumible consenso, condescendencia
y autosatisfacción. Parece cerrarse el ciclo abierto con la arquitectura moderna.

Sueños en serie clonan el espacio

Esta práctica del enclaustramiento que promueven los vecindarios defensivos avan­
za, además, social y espacialmente. Se ha extendido desde las zonas elitistas dentro del
espacio urbano, donde se atrinchera concentrada espacialmente, a nuevas áreas para
la clase media colonizando la periferia difusa.
Nuevos y clónicos desarrollos de diseño cerrado se programan masivamente con
apoyo del crédito en versiones populares. Esta modalidad del estilo de vida encerrado
popular es más comunitaria y se fabrica en serie. Por razones obvias, no se consigue
desprender del síndrome de las estrecheces formales en las que se expresa su función
de servir a los mismos sueños de otros con menos capacidad económica para comprar
el estilo que mejor emule el patrón del encierro comunitario. De modo que ahora la
casa apropiada del estilo de vida ideal se aparea en módulos de edificaciones o es
adosada a la interminable hilera de iguales, cuando no se agrupa en minicomunidades
casi consanguíneas de tres, cuatro y cinco unidades. Todas, variantes de la producción
masiva indiferenciada pero consumida y ofrecida dentro del discurso del nuevo estilo
de vida del encierro, empaquetada con los símbolos de la seguridad.
La opción, estilo arquitectónico, formas y tamaños, con todo y pese a ello, mues­
tran la unidad del producto y su destino social de clase media mediante la repetición
del mismo modelo de casa o los idénticos cierres traseros de las unidades, contorneando
clónicos pequeños patios. Forman, a su vez, clónicas islas de viviendas en la periferia
extensa y difusa, con el sello inequívoco del interés social en los intensivos aprovecha­
mientos del suelo y en las seriadas disposiciones en hileras.
Los modos de nom brar e identificar el producto definen las múltiples variantes
del estilo de vida del encierro popular clasificadas en función de las distintas categorías
socioeconómicas y culturales, pero sobre todo, las diferentes opciones resultan de la
holgura económica que el crédito posibilita a los destinatarios potenciales.
Los fraccionamientos cerrados constituyen hoy un elemento notoriamente recu­
rrente en las periferias y junto con los centros comerciales son dos ingredientes
definitorios de los hinterland extensivos en los modelos de ciudad compacta en des­
composición por las tendencias suburbanas. Ambos contribuyen a la configuración de
un ambiente no consolidado o en vías de consolidación en los cuales actúa un orden
provisional determinado por una serie de intervenciones todavía esporádicas que aún
no configuran una organización sistemática.
El producto de cerrada popular es un esperpéntico resultado de la mezcla del
ideario del Nuevo Urbanismo con la arquitectura moderna, es una formulación que
recoge am bas influencias. La reproducción clónica de m odelos seriados del

166
funcionalismo se encaja en los clichés simbólicos del Nuevo Urbanismo expresados en
evidencias de hermetismo antifuncional, principalmente a través del cierre con el muro
con el objeto de forzar la génesis de un nuevo espacio para un nuevo orden social y
urbano. La delimitación es requisito para la separación del resto y el nuevo ideario
aunque en su propia homogeneidad formal ya muestran procesos de selección social
(Le Goix, 2002).
Las cerradas populares mantienen a la perfección la deontología de la arquitectu­
ra moderna. No han abandonado el principio del funcionalismo y la reproducción
clónica, al contrario, son una exacerbación individualizada de sus principios más tos­
cos. La búsqueda de las formas mercantilmente más operativas a las prácticas y nece­
sidades sociales, con el horizonte abierto por la ciudad-negocio, se reorientan a sumi­
nistrarlas series de elementos acoplados a moldes funcionales. La arquitectura buscaba
deshacerse de todo artificio para unlversalizarse y rendirse a la riqueza, naturalidad y
acciones impredecibles de los hombres. La producción en serie de vivienda unifamiliar
es algo, por otra parte, nada original. Sin embargo, su combinación con el lenguaje y
las finalidades del urbanismo en comunidad cerrada resulta novedosa, así como su
evidencia más clara: el mensaje de la aceptación social del cierre. Ahora, a diferencia
de otras ocasiones en las que se intentó, la producción de conjuntos de casas idénticas
para clases medias-bajas resulta una modalidad competitiva. Las condiciones genera­
les de producción de la economía y el deseo y gustos de la sociedad han cambiado. La
oferta inmobiliaria ha respondido, lo que permite interpretar, en el sentido señalado
por Pierre Bourdieu, que se produce una homogeneización de los dos sectores que se
enfrentan en la dimensión horizontal del espacio social, desde el punto de vista de la
estructura del capital «categorías que hasta entonces habían sido poco proclives a con­
vertir la adquisición de su vivienda en una inversión de primer orden, han entrado,
gracias al crédito y a las subvenciones del gobierno, en la lógica de la acumulación de
un patrimonio económico» (Bourdieu, 2000: 55). A la élite, la primera y más proclive
demandante de los encapsulamientos de la urbanización, la calle y la propia casa, se le
suman los consumidores de clase media en determinación de nuevos productos espe­
cíficos de consumo de vivienda como éstos que emulan los estilos de vida de la élite.
La aparición de modelos parecidos en el mercado muestra, además, prácticas de
producción masiva bien experimentadas y más ventajosas por reducir costos en la
estandarización pero, sobre todo, por ampliar mercado. Esta emergencia, más o me­
nos simultánea, de similares ofertas inmobiliarias, una eclosión de cerradas populares,
denota tanto la vigilancia y plagio de nuevos productos entre empresas competidoras
como la reacción, ante el retraimiento o ralentización del mercado, para conquistar
con nuevos productos a otras categorías sociales (Bourdieu, 2000: 93).
Las empresas de promoción inmobiliaria para captar nuevos compradores inten­
tan hacerse con un mercado sostenido en las nuevas condiciones del sistema financie­
ro de subvención y de crédito y en productos presentados como innovadores aplicando
la fórmula del urbanismo clónico y formas cerradas. Como señala Bourdieu (2000:
92): «Esta diversificación no es exclusiva de una estandarización evidente de los pro­
ductos de la propia empresa y de una homogenización de los productos de las empre­
sas que ocupan posiciones próximas en el campo [...] es resultado directo de la necesi­
dad técnica de reducir los costos [...] y del efecto de la competencia que impulsa a las
principales empresas a ofrecer a sus clientes unos productos capaces de competir con
los que tienen más éxito entre sus competidores más directos (en la circulación de la

167
información los propios clientes tienen, sin duda, un papel importante [...] informan a
los vendedores sobre los argumentos de venta de sus competidores —en su aprendizaje
inmobiliario en el proceso de observación y decisión de su compra—)».
Los productos capaces de competir con mayor éxito en el mercado son los que
ofrece el encerramiento que concretan los códigos del miedo y el consumo y que deman­
dan las clases solventes, altas, medias o medias bajas, todas embarcadas en el mismo
viejo sueño de vivir bien. Responden a prácticas comunes del sector inmobiliario que
atiende los distintos nichos del mercado dirigiéndose indistintamente a las clientelas
más exclusivas y al resto de las categorías sociales estandarizando el producto con los
modelos cerrados de producción masiva. Esta versatilidad de destino social ha ampliado
extraordinariamente el mercado y con ello ha reactivado el sector inmobiliario.
El cerramiento y la arquitectura hermética aliada a la producción clonada mues­
tran ser una fórmula de gran rentabilidad económica porque permiten recuperar
plusvalías de los suelos intersticiales y suelos desvalorizados en las mejores condicio­
nes de mercado. Estas tipologías urbanas son fórmulas de gran capacidad de respuesta
a cualquier parte de la ciudad y tipo de demanda residencial.

Conclusiones

Actualmente la ciudad nos lleva de regreso al medioevo y a los cuentos de castillos,


dragones y princesas. Sin embargo la copia no tiene un referente arqueológico, la re­
producción no pretende ser precisa, sino que tan sólo busca apelar al imaginario colec­
tivo de lo que fue entonces, adaptado al ahora. A lo anterior se le añade la inseguridad
que vivimos, la cual, con el apoyo de los medios de comunicación, adquiere un lugar
central en la mente del citadino. Lo anterior favorece a los inversionistas que buscan
vender sus espacios; para generar un nuevo concepto de lo que debe ser público y lo
que debe ser privado. Del período medieval recuperan el atractivo del encierro y ofre­
cen una versión mejorada, a la que más gente accede pues hecha mano de las ventajas
que le facilitan los tiempos y el dinero, para construir un simulacro, a la manera que
describen Baudrillard y Eco.
El urbanismo cerrado, entendido como espacio hiperrgal, da cuenta de una serie
de simulaciones. Para empezar, se fomenta una sensación de comunidad, sin embargo,
el vínculo entre los habitantes es el producto que consumen y hecho de que pertenecen
al mismo nicho del mercado. La estructura social y los vínculos entre ellos no son
mayores que los de aquellos que viven en áreas habitacionales abiertas. La búsqueda
de seguridad y armonía con la naturaleza no necesariamente se logra. No está probado
que la criminalidad les afecte menos ni tampoco se puede pensar que la presencia de
árboles y pasto compensa la gran cantidad de desechos que produce una sociedad de
consumo de la cual no se alejan. Las casas de hoy en día, por ejemplo, no están hechas
para durar lo que duraban las de antaño. El área residencial simula orden, pero es el
resultado de una ciudad desintegrada y desarticulada. El espacio público al interior es
a la vez muy privado y marca su diferencia con el que tienen los que viven fuera de las
murallas. En el interior de los fraccionamientos cerrados, las tram as urbanas son más
cómodas, los espacios son más abiertos y el paisaje más estético y agradable. Es un
ensueño que sigue las reglas del consumo y se promueve a través de la publicidad y el
crédito.

168
Más allá de las fantasías que reflejan, los fraccionamientos cerrados denotan un
declive del espacio público urbano y, por lo tanto, la desintegración de la ciudad como
tal. Son una fantasía iniciada en las clases altas, pero que poco a poco, a la sombra de
un dragón y en el marco de la vorágine del consumo, se fueron abriendo camino hacia
los estratos más bajos. Ahora las palabras cerrado, seguridad y vigilancia forman parte
de la promoción de casi cualquier conjunto de viviendas.
El símil que hacemos con el medioevo nos muestra que el ser humano lleva su
esencia a través de la historia; cambia el entorno, cambian los espacios, cambia la
tecnología, pero los temores y los sueños permanecen. Dice Joaquín Sabina en una de
sus canciones que «las niñas ya no quieren ser princesas...», pero no, las pequeñas aún
quieren ser princesas y los niños siguen jugando a los superhéroes que luchan contra el
mal. Pero ahora, los personajes que representan no sóp únicos porque deben ajustarse
a los productos promovidos por el capital y los medios masivos de comunicación. Las
princesas vienen de los cuentos tradicionales retocados por la industria Disney y pro­
movidos a través de películas, objetos y parques temáticos; los héroes vienen de las
historietas, pero han sido socializados a través de la televisión y el cine. El mundo de
los adultos no sigue reglas tan diferentes, pero es considerado más real, pues se tiene la
idea de que un centro comercial no es tan fantástico como Disneylandia.
La organización urbana que contempla nuevos castillos y ciudades amuralladas
no puede ser un elemento de progreso ni una evolución positiva de la planeación terri­
torial, es un negocio lucrativo que sigue las dinámicas del consumo para garantizar
ganancias, contribuir a la segregación de los espacios sociales y a la desarticulación del
conjunto urbano.

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169
Paisaje y poder político: la formación
de representaciones sociales
y la construcción de un puente
en la ciudad de Monterrey
Camilo Contreras Delgado
El Colegio de la Frontera Norte, Dirección Regional de Monterrey, México

El propósito central de este trabajo es reflexionar sobre la materialización de las


relaciones de poder en el paisaje urbano. Partimos de que el paisaje es uno de los
medios de expresión del poder dominante, pero también de los grupos subalternos.
El caso empírico que seguimos es la construcción de un puente en el área metropoli­
tana de Monterrey. Esta obra llamó nuestra atención porque ha sido objeto de debate
por casi tres arios. Es una obra concebida e inaugurada por la administración guber­
namental panista (que concluyó en 2003), pero Administrada y en algunos casos re­
parada por la nueva administración gubernamental priísta (que regresó al poder en
2003). Si bien una parte del debate está soportado por estas dos instancias (antigua
administración panista y nueva administración priísta), otra parte fundamental es la
participación del resto de la sociedad, ya sea en grupos organizados, o con la forma­
ción individual de una opinión al respecto.
El supuesto que dirige este trabajo es que uno de los factores por los que el grupo
en el poder impuso este proyecto es el factor ideológico. Fue una manera de imponer la
ideología que detentan las clases dominantes de Monterrey en el paisaje. Por otro lado,
destacamos que los grupos subalternos tienen la capacidad de crear resistencias y pro­
testas relacionadas con el paisaje que se les impone, una de estas manifestaciones son
los topónimos o sobrenombres que se acuñaron sobre el puente. Pero, más allá, la
gente organizó la información generada en los medios y el conocimiento propio para
adoptar una actitud con respecto a la imposición del paisaje.
Los dos conceptos básicos en este trabajo son el paisaje de poder y las representa­
ciones sociales. Las fuentes de información fueron principalmente entrevistas semi-
estructuradas y la revisión bibliográfica y hemerográfica. En primer lugar discutimos
el concepto general de paisaje y de las representaciones. Luego describimos someramente
los rasgos más característicos de la ideología de los grupos hegemónicos de Monterrey
y algunas de sus manifestaciones en el paisaje. Por último revisamos las representacio­
nes generadas a propósito de la construcción del controvertido puente. Esta revisión
está organizada por medio de las «categorías de sentido común» que extraemos de los
discursos producto de las entrevistas.

171
E l p a is a j e c u ltu r a l u r b a n o

Para la geografía el paisaje es mucho más que la superficie de la tierra. El paisaje


cultural incluye los edificios en sus diversas formas (casas, fábricas, monumentos,
barreras, etc.), pero, además de eso, el paisaje tam bién incluye las personas y las
relaciones entre ellas.1Los arqueólogos han propuesto la metáfora del iceberg para
ejemplificar que el paisaje (visible) es sólo una pequeña parte que sale a la superficie.
Por tanto, la utilidad de los elementos visibles del paisaje es limitada puesto que lo
visible es sólo la etapa final de una larga secuencia de desarrollo. Esto no quiere decir
que no se puedan obtener conclusiones a partir de los elementos visibles del paisaje,
más bien significa que esas conclusiones pueden quedar condicionadas por estructu­
ras antecedentes no visibles12 (Roberts, 1995: 83-85). A esta propuesta podemos agre­
gar que la parte visible tam bién puede ser la parte inicial (detonante) o intermedia en
la formación del paisaje y sus representaciones sociales. Es decir, la cuestión mate­
rial no es el único punto de partida o de llegada en la formación del paisaje (analítica­
mente hablando), el paisaje más que un resultado es un proceso. De esta manera
acotamos la utilidad de la metáfora del iceberg: es útil la precaución de no remitimos
sólo a lo visible, pero es imprecisa al identificar lo visible con la etapa final del paisaje
(el paisaje como resultado). El caso que ahora nos ocupa ejemplifica esta última
reflexión: dado que se trata de un puente recién construido, pudiéramos concluir que
esa construcción, inaugurada en una fecha precisa, m arca el inicio de la formación
de un nuevo elemento del paisaje en cuestión, o más específicamente, de la forma­
ción de nuevas representaciones. Sin embargo, el análisis sería incompleto por dife­
rentes razones: a) se trata de un elemento más de un paisaje en construcción, ya
iniciado anteriormente, y no acabado; b) en el caso de la formación de representacio­
nes, si bien se trata de un nuevo referente que genera nuevas informaciones, la gente
ya cuenta con información y representaciones previas que armonizarán, se opon­
drán o retraducirán con las más recientes. De m anera que el contexto histórico y
social es indispensable en el entendimiento del paisaje como proceso, en continua
reconstrucción. La reflexión anterior nos lleva a considerar tres cuestiones funda­
mentales en el estudio del paisaje: el papel del tiempo, las limitaciones de lo visible, la
complejidad de los fenómenos que lo componen. #

1. El estudio del p aisaje en la geografía h a tra n sita d o p o r posiciones diversas, d entro de la propia disciplina
podem os en co n trar nociones com o el paisaje urb an o , paisaje ru ral, paisaje in d u strial, paisaje cultural, h asta
paisaje m oral, en tre otras. O tra g ran división d entro de las subdisciplinas está m arcad a p o r las perspectivas
objetivistas y subjetivistas. D entro de la geografía cu ltu ral los prim ero s esfuerzos se d ieron en las escuelas
alem an a (con O tto Schlüter, H ahn); francesa (con P aul Vidal de La Blache, Je an B ruhnes); la estadounidense
(con Cari O. S auer y la escuela de Berkeley). P ara m ayor inform ación de estas prim eras escuelas puede consultarse
Claval (1999).
2. P o r supuesto que esto es lógico p a ra los propósitos de la arqueología: a p a rtir del descubrim iento interesa
en ten d erlo en «su tiem po», en el tiem po en que jugó u n rol y no en el tiem po en que fue descubierto o rescatado.
De m an era que el tiem po «actual» del descubrim iento no será ta n ú til com o el tiem po «pasado». Sin em bargo,
p a ra la geografía in teresa el tiem po pasado, ya sea el tiem po en que apareció el elem ento del paisaje analizado,
y au n el tiem p o an terio r a la ap arició n del paisaje en cuestión, p ero, adem ás, tam b ién in teresa el tiem po actual
del paisaje, a d iferencia de la arqueología.

172
E l p a is a j e y la n u e v a g e o g r a fía c u ltu r a l

La crítica a los conceptos sauerianos de cultura y paisaje fue el punto de partida


de la Nueva Geografía Cultural a principios de los años ochenta. La nueva propuesta
retoma con más énfasis las categorías de espacio y espacialidad a diferencia de la
geografía cultural antecedente que enfatiza la parte ambiental y material del paisaje.
Los aspectos centrales del paisaje en esta «nueva geografía» son el simbolismo, el signi­
ficado, la identidad, el territorio, la agencia humana así como el reconocimiento de la
importancia del pasado en el entendimiento del paisaje.
Schein (1997: 662) desde una fórmula más dinámica del paisaje sin perder su
materialidad propone: «Los paisajes están siempre en proceso de transformación, ya
no reificados ni concretizados, sino continuamente bajo escrutinio, a la vez manipulable,
siempre sujeto a cambio, donde quiera implicado en la formulación constante de la
vida social».
Desde la definición de Sauer en las primeras décadas del siglo XX, la forma de ver
y definir el paisaje cultural ha cambiado enormemente. Cuando en Sauer hay una
visión más estructuralista, con más énfasis en lo visible, y el aspecto cambiante queda
circunscrito al «rejuvenecimiento», las nuevas definiciones enfatizan el papel de las
representaciones del paisaje en la constitución de la realidad, y por tanto la centralidad
del sujeto en la construcción del paisaje. La temporalidad es un aspecto, que ya se
había considerado desde antes de la nueva geografía cultural, pero que las nuevas
corrientes han destacado, la diferencia es que la temporalidad no está sujeta a la suce­
sión de «capas» visibles, sino que aun aquello que parece estable está en continuo
cambio y transformación.

Paisaje y poder

El estudio del paisaje estuvo centrado principalmente en enfatizar cómo el paisaje


físico influenciaba (o determinaba) las culturas. Posteriormente se enfatizó en cómo
las culturas imprimen su sello en los paisajes. Los estudios contemporáneos se han
interesado en las representaciones textuales del paisaje y, fundamentalmente, en cómo
las relaciones de poder son corporizadas (embodied) en los paisajes. Una de las premisas
es que el paisaje está involucrado en la reproducción de las relaciones de poder entre
los grupos culturales. Así como el paisaje es medio de expresión de los poderes domi­
nantes, también es claro, por otro lado, que el paisaje es medio de expresión de resis­
tencias y oposición de grupos subalternos (Winchester, Kong y Duna, 2003: 9).
El objetivo central de este trabajo nos lleva a dilucidar la relación entre el diseño
del paisaje y el ejercicio del poder. En primer lugar, en un contexto más amplio, es
necesario enmarcar el paisaje analizado en la ideología del grupo hegemónico en tanto
que ésta se encamina a beneficiar ciertos intereses así como a determinar las relacio­
nes de poder.
Los autores antes citados ensayan una definición de «paisajes de poder», argu­
mentan que una de las maneras claves por las que el poder puede ser expresado, m an­
tenido e incrementado, es a través del control y la manipulación del paisaje y de las
prácticas de la vida diaria. Tanto en paisajes urbanos como rurales, los grupos de po­
der buscarán imponer sus propias versiones ¿eda realidad y de la práctica aplicando la

173
ideología en la producción y uso del paisaje, así como definiendo los significados de
esos paisajes. Lo anterior produce paisajes de poder, es decir, paisajes que reflejan y
revelan el poder de aquellos quienes los construyen, definen y mantienen. Una vez
construidos, esos paisajes tienen la capacidad de legitimar al poder, afirmando las
ideologías que los han creado pues ya serán parte de la construcción de la realidad, y,
como en un ciclo, esos paisajes contribuyen en la construcción social de ideologías.
Ahora bien, dado que el poder está presente en diversos niveles, es de esperarse que la
producción de paisajes de poder suija desde diferentes frentes como el Estado, los siste­
mas religiosos, el capital, la ideología racial y de género, así como sus combinaciones3
(Winchester, Kong y Duna, 2003:67). El poder hegemónico, sea cual sea su fuente (del
Estado, del capital, de género, étnico, de clase...) se erige como árbitro del buen gusto
y de la estética, impone su propia visión para todos.
Los paisajes de poder no se imponen y aplastan o uniformizan las conciencias de
los subalternos. Se han acuñado una serie de conceptos en las ciencias sociales para
dar cuenta de las resistencias por parte de los dominados: tácticas (De Certeau), rebo­
tes de poder (Foucault), rituales (Hall y Jefferson). De esta m anera el paisaje es tam ­
bién el sitio de resistencia y de lucha activa. Uno de los tipos de resistencia simbólica
más común son los nombres (formales o sobrenombres) de sitios, edificios, calles,
plazas, etc. El mencionado Faro del Comercio en Monterrey conocido como «falo del
comercio» es uno de esos casos. El puente que ahora nos ocupa no escapó a esta resis­
tencia: su nombre oficial es el Puente de la Unidad o bien técnicamente se le conoce
como Puente Atirantado, este nombre ha derivado peyorativamente en el «puente ata­
rantado», «elefante atirantado» (en referencia al elefante blanco por costoso e inútil), y
el «puente de la unidad de todos contra ellos» entendiéndose por «ellos» a la adminis­
tración gubernamental que lo construyó. Otros ejemplos de resistencia paisajista son
el carnaval, las marchas, los desfiles, el graffiti.

Las representaciones

En el problema empírico que abordamos en este trabajo están presentes una serie
de factores que nos hicieron voltear a la teoría de las representaciones sociales. Está
presente una controversia, la imposición de un estilo de infraestructura por parte del
poder hegemónico gubernamental, las protestas activas de organizaciones de colonos
de clase socioeconómica alta y otras organizaciones civiles y la activa participación de

3. E jem plos de pro d u cción de paisajes de p o d e r h ay m uchos tales com o la segregación residencial en cam ­
pos m in ero s según el estatu s de los trab ajad o re s en las em presas, y según la nacionalidad; la destrucción de
p irám id e s y tem plos de cu ltu ras precolom binas y su su stitu ció n p o r co nstrucciones de la C orona española y
religiosas. Tam bién hay ejem plos de reap ro p ia ció n de edificios que perten eciero n a poderes precedentes, p o r
ejem plo cuando In donesia se independizó no dem olió el centro de poder de los colonizadores holandeses (K ing's
S quare) m ás bien se ap ro p ió de ese espacio, lo cual es consistente con la concepción indígena de las relaciones
de p o d er en las cuales el p o d er de los enem igos d erro tad o s es absorbido p o r el vencedor p a ra a u m e n ta r su
p rop io poder. Medan Merdeka es el m ás poderoso sím bolo de la in dependencia precisam ente po rq u e invoca el
largo tiem p o del p o d er holandés. E n M onterrey existen diversos reflejos del p o d e r económ ico en el paisaje. El
F aro del Com ercio localizado en la «M acroplaza» es u n a de esas construcciones controvertidas. Inicialm ente se
plan eó p ara que a p a rtir de allí em itiera u n rayo láser. S in em bargo, esto fue cu estionado p o r inútil. Hoy el rayo
h a d ejado de em itirse. E n el tiem po de la controversia se le conoció tam bién p o r sus d etracto res como el «falo
del com ercio», o b ien se le co m p arab a con u n a p a re d de frontón. O tro ejem plo de paisajes form ados p o r el
capital en M onterrey es la pro liferación de plazas com erciales (Malls).

174
los medios de comunicación. Pero sobre todo, se generó una discusión generalizada
en el Área M etropolitana de Monterrey en la que la mayor parte de la población
tuvo una opinión. Este último factor, sin que los demás dejen de ser importantes,
nos llevó a utilizar a las representaciones sociales com o estrategia teórico-
metodológica.
Para Moscovici (1979:17), principal impulsor del enfoque de las representaciones
sociales, éstas son una modalidad particular de conocimiento, cuya función es la ela­
boración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. Las repre­
sentaciones sociales permiten a los individuos «estar al día» y sentirse dentro del am­
biente social. Fair (1983:655) señala que las representaciones sociales aparecen cuando
los individuos debaten temas de interés mutuo o cuando existe el eco de los aconteci­
mientos seleccionados como significativos o dignos de interés por quienes tienen el
control de los medios de comunicación. Las representaciones sociales tienen una do­
ble función: hacer que lo extraño resulte familiar y lo invisible perceptible, lo cual
puede manifestarse en actividad cognoscitiva de orden social, producción de significa­
dos por parte del sujeto, forma de discurso, práctica social donde se reflejan las institu­
ciones sociales (Peña y Gonzáles, 2001: 332).
Estos sistemas cognitivos con lógica y lenguaje propios dejan ver que las represen­
taciones tienen su grado de autonomía, o como lo dicen Peña y Gonzáles (Peña y
Gonzáles, 2001: 328), las representaciones no son simple reproducción, sino también
construcción del objeto representado. Esta autonomía supone la acción tanto indivi­
dual como colectiva, acciones que tienen que ver con las condiciones socioeconómicas
e históricas de una sociedad así como con las biografías individuales.
Según Moscovici, y en eso también concuerda nuestro caso empírico, las repre­
sentaciones tienen como denominador común el hecho de surgir en momentos de
crisis y conflictos. Las representaciones sociales del «puente atirantado» surgieron en
medio de un descrédito de la administración gubernamental (panista) que impulsó la
obra, continuaron (la formación de representaciones) en medio de la contienda para
elegir gobernador, que si bien no son conflictos propiamente dichos, si son hechos
extraordinarios que exacerbaron la generación y el sostenimiento de las representacio­
nes sociales.4
Una consideración que permite que el análisis de las representaciones trascienda
el tiempo en que se da el acontecimiento en cuestión es lo que se conoce como anclaje.
Es decir, se precisa identificar y entender las ligas de la representación con el marco de
referencia de la colectividad, con el sistema preexistente de pensamiento. Esto, ade­
más de reconocer la historicidad del fenómeno, posibilita captarlo en su complejidad
por los factores circundantes (sistemas de creencias y valores en los que se entenderán
las actitudes a favor o en contra). Esto último nos llevó a considerar la ideología

4. De acu erd o con este autor, p a ra la em ergencia de representaciones sociales, se requiere: a) disp ersió n de
inform ación; (no suficiente, con diferentes niveles de calidad); b) focalización (aparecen fenóm enos a los que se
debe atender); c ) p resió n a inferencias (por m edio de opiniones y discursos, de sa car conclusiones, fijar posicio­
nes). P ara M oscovici las rep resen tacio n es sociales tien en tres dim ensiones: a) la inform ación, referid a a la
organ izació n o su m a de cono cim ientos que posee u n g rupo sobre u n fenóm eno en particular. La in form ación
pued e ser evaluada, de acuerdo a su can tid ad y calidad, com o estereotipada, trivial u original; b) el cam po de
represen tació n , referido a la org anización del contenido de la rep re sen tació n en form a jerarq u iza d a con varia­
ciones Ín ter e in trag ru p al; y c) la actitud, referid a a la orientación favorable o desfavorable en relación con el
objeto de rep resen tació n social.

175
hegemónica así como su representación en otros elementos del paisaje anteriores al
puente (como la Macroplaza y el Faro del Comercio).
En relación con las representaciones sólo resta comentar algunas experiencias
con este recurso teórico desde la geografía en particular. La geografía cultural aprove­
cha y adecúa la perspectiva de las representaciones sociales en tanto que asume que
éstas no sólo son textos, palabras y pinturas, sino que también incluyen la cultura
material como el paisaje. Si bien se reconoce que el paisaje no es simplemente una
referencia de uno a uno entre la realidad y el sentido, es claro que el paisaje comunica
una multiplicidad heterogénea de mensajes donde la gente selecciona, se apropia, re­
compone y particulariza los significados de fenómenos materiales y culturales.

Apunte m etodológico

Durante la investigación advertimos que estábamos enfrentando representacio­


nes de dos tipos: a) por un lado el Puente es un elemento del paisaje construido con la
intención de representar el poder y la ideología hegemónica. Se trata de una obra que
expresa una ideología preexistente; b) por otro lado, ese mismo puente una vez cons­
truido es motivo de representaciones para los diferentes actores y sujetos de la socie­
dad regiomontana. Uniendo estos dos aspectos tenemos la siguiente fórmula: para el
poder hegemónico el puente es una de sus expresiones, mientras que los subalternos
generan sus propias representaciones de una representación dada (el puente), en este
último caso hablamos de una doble representación. Este proceso de «doble representa­
ción» aparece esquematizado en la figura 1.
De acuerdo con lo anterior la estrategia metodológica fue la búsqueda de la for­
mación de los dos tipos de representación. Por una lado fue necesario entender me­
diante revisión hemerográfica y bibliográfica «los anclajes» (o marcos preexistentes de
pensamiento) del puente en la ideología dominante. Fue necesaria la identificación
histórica de la ideología regiomontana dominante. Por otro lado, se requirió indagar
mediante entrevista semiestructurada en las representaciones que la gente tiene en
relación con el puente. Es necesario aclarar que respecto de este segundo punto hay
una diversidad de reprcseniaciones, sin embargo, esta etapa del trabajo sólo contem­
pla aquellas representaciones que generaron una actitud desfavorable al puente.
Uno de los aspectos fundamentales en la formación de representaciones es la in­
formación y el papel de los medios de comunicación. La opinión que se forma la gente
depende en gran medida de los medios. Los indicadores que guiaron las entrevistas en
este punto en particular fueron: calidad y cantidad de la información a juicio de las

Figura 1. Esquema de la formación de representaciones


en el paisaje urbano

IDEOLOGÍA
HEGEMÓNICA ----------► PUENTE
COMO SU EXPRESIÓN REPRESENTACIONES
EN EL PAISAJE ------------ ► DE GRUPOS SUBALTERNOS
A PARTIR DEL PUENTE

176
propias personas entrevistadas. En esta parte de la investigación (en la «representa­
ción de la representación») dedicada a las representaciones en los grupos subalternos
otros de los indicadores fueron las diferentes expresiones de resistencia a lo que se
consideró una decisión unilateral, entre las que podemos encontrar los sobrenombres
(como rebotes de poder, en términos de Foucault), hasta las demandas y protestas
organizadas (como tácticas en palabras de De Certeau).
Finalmente, es importante destacar la importancia de la coyuntura. La controver­
sia tuvo sus momentos más rispidos en los meses finales de la administración guberna­
mental que construyó el puente y en medio de las campañas políticas para elegir gober­
nador y presidentes municipales. Por tanto, el análisis abarca diferentes temporalidades:
la formación histórica de la ideología regiomontana dominante, la coyuntura en que
fue construido el puente y el tiempo actual en que se indagaron las representaciones de
grupos e individuos con opinión desfavorable a la obra en cuestión.

Monterrey y el sentido de grandeza. Apunte sobre la ideología


regiomontana dominante y algunas de sus m anifestaciones
en el paisaje

En este apartado traemos sólo algunas observaciones que intentan dar cuenta de
la idea de grandiosidad de Monterrey que detentan los grupos dominantes (a veces
empresarios, a veces gobernantes y a veces la combinación de ambos en un mismo
sujeto). Este apartado dará elementos para encontrar el «anclaje» del puente en un
marco preexistente de pensamiento. Para esto nos apoyamos en revisión bibliográfica
fundamentalmente.
En la construcción de las identidades es común la sobrevaloración que hacen los
grupos (etnocentrismo) y los individuos (egocentrismo) de sus cualidades. De esta
manera, los grupos y los individuos organizan su relación con el mundo y con los
demás sujetos. La búsqueda de la diferenciación, de la comparación, de la distinción
implica lógicamente la búsqueda de una valorización de sí mismo con respecto a los
demás. Los individuos y las colectividades tienden, en primera instancia, a valorar
positivamente su identidad, lo que tiene por consecuencia la estimulación de la
autoestima, la creatividad, el orgullo de pertenencia, la solidaridad grupal, la voluntad
de autonomía y la capacidad de resistencia contra la penetración excesiva de elemen­
tos exteriores (Giménez, 1997:21). Sin embargo, el estudio de las identidades enfatiza
también la dispersión de éstas. Con esto queremos señalar que: a) en la identidad
regiomontana uno de los valores destacados es la grandiosidad; y b) en la dispersión de
la identidad, esta idea de grandiosidad es propia de grupos dominantes que pueden ser
grupos políticos en el gobierno, o grupos empresariales (que por cierto en ocasiones se
trata de un mismo grupo con las dos características).
El estado de Nuevo León y más particularmente Monterrey y su área metropolita­
na han sido identificados (desde los grupos hegemónicos) como la vanguardia y el
símbolo del progreso y del trabajo de México. En lo que sigue citamos algunos autores
que dejan ver este aspecto de la ideología.

Ésta es una ciudad excepcional (a pesar de lo que afirman sus críticos) que no pasa
inadvertida. Su gente y sus empresas constituyen una especie de símbolo y de testimonio

177
de la grandeza del capitalismo... ese grupo [Grupo Monterrey] de hombres cuyo princi­
pal pecado ha sido el de haber propiciado la industrialización, en forma admirable, de la
ciudad de Monterrey y con ésta, sin duda, la de buena parte del resto de las regiones
industrializadas de México. Monterrey es grande por sus empresas y, naturalmente, por
sus empresarios. Guste o no, los «burgueses» regiomontanos han sido, sin duda, hom­
bres ilustres cuya gran obra es la ciudad industrial que unos admiran y otros aborrecen
[Arreóla, s.f: pp. 6, 21, 94].
Nuevo León, el más progresista de los Estados de la República... transformaron a
Monterrey, como dice Neimeyer, «de una ciudad desértica y lánguida en un centro indus­
trial: el Chicago de México» [Fuentes, 1976: 38].

Uno de los pilares de la ideología hegemónica es el «espíritu empresarial y em­


prendedor» de sus habitantes. A veces, esta idea no sólo es la visión de los propios
empresarios, sino en ocasiones también compartida por otros sectores de la sociedad
como en las notas anteriores. Este trabajo no tiene la intención de contrastar estas
ideas y los estereotipos de la sobrevaloración de la identidad de los grupos dominantes,
el alcance de este trabajo es la identificación de estas creencias y tratar de reconocerla
en la construcción de algunos elementos del paisaje urbano.
La ideología hegemónica no sólo se caracteriza por ser detentada por las clases
dominantes, sino que además, constantemente, se quiere imponer al resto de la socie­
dad para encontrar su propia legitimación. El caso del patemalismo patronal es un
buen ejemplo:

La identificación entre patrones-padres-sacerdotes y obreros-hijos-feligreses es


inocultable. Usted sabe, los católicos vemos a los sacerdotes de la iglesia como hombres
llamados a cumplir un designio sagrado —dijo uno de los empleados de la Cervecería
(Cuauhtémoc). Asi sentimos nosotros la vocación por la industria: como si fuésemos
escogidos para guiar a México hacia el progreso [Nuncio, 1982: 144].

La legitimación de la ideología dominante tiende a uniformar a la sociedad y,


discursivamente, a desaparecer las diferencias. El siguiente es un párrafo extraído de
un libro de texto de secundaria de los años sesenta escrito por Santiago Roel:

En ningún Estado como en el nuestro las diferencias sociales son menos sensi­
bles. Desde tiempo inmemorial, aquí la clase media es la dominante, y a ésta corres­
ponde una buena parte de la obrera y campesina, que sólo es proletaria de nombre, por
titularse asalariada. La indígena pura puede decirse que no existe, apenas comienza a
conocerse la rica en el sentido estricto de la palabra, pues los pocos que han podido
amasar una fortuna lo deben a sus personales esfuerzos, después de haberse educado
en la escuela de las necesidades. No faltan, como sucede en todas partes, quienes se
hayan enriquecido con explotaciones inicuas, pero constituyen muy contadas excep­
ciones. Y la clase miserable, que habita en los suburbios y mantiene aún hábitos de
gente primitiva, podemos decir con orgullo que no vio la luz primera en suelo de Nuevo
León, pues es producto de constantes inmigraciones de otros lugares del país [texto
citado por De León, 1968: 18-19].

Una de las representaciones modernas de la idea de grandeza en el paisaje urbano


es la Macroplaza. Esta enorme plaza fue proyectada para albergar en su contorno los
principales centros financieros, políticos, culturales y comerciales. La construcción de

178
la plaza no sólo implicó la demolición de algunos edificios con importancia histórica y
simbólica para la ciudad, además se incurrió en irregularidades legislativas a fin de
agilizar la construcción.5

Primero se instaló PROURBE (el organismo encargado de las obras); después se


compraron los terrenos; más tarde se inició la demolición de edificios y todavía después
el Congreso del Estado aprobó la creación de PROURBE... Más adelante se instaló la
primera piedra para construir el Teatro de la Ciudad, el Gobierno del Estado aplica el
Impuesto de Aumento de Valor y Mejora Específica de la Propiedad y hoy (exactamente
seis meses después de iniciada la demolición), por fin, se pide el visto bueno de los legis­
ladores para realizar la obra y aprobar el impuesto [Nuncio, op. cit., 113].

En regímenes autoritarios los gobernantes no encuentran impedimento de nin­


gún tipo para plasmar en el paisaje su idea de la estética y el orden urbano. Hoy la
Macroplaza es un lugar significativo para los habitantes del Área Metropolitana de
Monterrey y un lugar de visita obligada para los turistas. El lugar se ha legitimado y las
representaciones sociales sobre la plaza están cambiando. La Macroplaza se ha legiti­
mado, cumple con su objetivo original de «corresponder con la gran ciudad». Lo ante­
rior también lo podemos ver reflejado en la transmisión del orgullo a través de la ense­
ñanza escolar, el libro de texto de tercer año de secundaria correspondiente a historia y
geografía de Nuevo León llevado por los alumnos en 1997;

La Gran Plaza. Fue construida en el sexenio del gobernador Alfonso Martínez


Domínguez, en sólo tres años, tiene una superficie de 40 hectáreas. La Gran Plaza, mejor
conocida como Macroplaza, transformó por completo el centro de la ciudad regenerán­
dolo y dándole una nueva cara. La Macroplaza es seis veces mayor que el Zócalo de la
Ciudad de México, cinco veces y media que la Plaza del Vaticano; cinco veces mayor que
la Plaza San Marcos y dos veces más grande que la Plaza Roja de Moscú. Todas juntas
casi caben en la Gran Plaza, que es el pulmón central de la metrópoli. Es motivación de
arte, la cultura, el esparcimiento y la alegría del regiomontano. Se inicia la construcción
de la Gran Plaza el 18 de mayo de 1981... se ubica entre las más grandes del mundo en su
género. Para la construcción de la obra, son demolidos sitios tradicionales como el cine
Elizondo y la Fuente de Monterrey [Treviño et alii, 1997; 113, 199].

Otra construcción que ya es parte del paisaje regiomontano es el Faro del Comer­
cio. En el mismo libro de secundaria, no sólo se destacan las cualidades de esta cons­
trucción sino que los autores van más allá al ponerse en el pensamiento de los «visitan­
tes» y asegurar lo que el monumento significa para éstos. Independientemente de si
aciertan o no, lo que podemos destacar es que, para los autores, es importante dar
cuenta de lo que consideran es el carácter distintivo de la ciudad: la industria y la
tecnología:

5. «Prim ero se in staló PROURBE (el organism o encargado de las obras); después se c o m p raro n los te rre ­
nos; m ás ta rd e se inició la dem olición de edificios y todavía después el Congreso del E stado aprobó la creación
de PROURBE... M ás ad elan te se instaló la p rim e ra p ie d ra p a ra c o n stru ir el Teatro de la C iudad, el G obierno del
E stad o aplica el Im p u esto de A um ento de Valor y M ejora E specífica de la P ropiedad y hoy (exactam ente seis
m eses después de in iciad a la dem olición), p o r fin, se pide el visto buen o de los legisladores p a ra realizar la o b ra
y a p ro b ar el im puesto» (N uncio, 1982:113).

179
Fue construido para conmemorar en 1984 el primer centenario de la Sección
Monterrey de la Cámara Nacional de Comercio. Tiene setenta metros de altura, es el
monumento más alto de la República y uno de los más originales; cuenta en lo alto con
su rayo láser que, proyectado por las noches hacia el Cerro de la Silla, recuerda a los
visitantes el carácter industrial, tecnológico de la ciudad. La obra fue diseñada por el
arquitecto mexicano Luis Barragán y ejecutado por el arquitecto Raúl Ferrá [Treviño et
alii, 1997: 105].

El puente atirantado6 como representación de la ideología dominante

Desde que el proyecto del puente se hizo público a finales de 2001, inició una
discusión donde participaron «en una esquina» el gobierno estatal y los municipales
de Monterrey y San Pedro, y en la «otra esquina» organizaciones como Colegios de
Ingenieros, Asociaciones de Colonos, medios de comunicación (prensa escrita y tele­
visión), así como participaciones individuales. Se esgrimieron todo tipo de argumen­
tos desde técnicos, presupuéstales, de licitación,7 políticos, estéticos, hasta de sospe­
chas de plagio del diseño al arquitecto español Santiago Calatrava (diseñador de un
puente similar en Sevilla llamado Puente del Alamillo). Por ahora lo que queremos
destacar, entre los argumentos del gobierno que construyó el puente es aquello que
está referido con los aspectos estéticos y cómo éstos se relacionan con la idea de
ciudad que se tiene desde la instancia gubernamental.8
Los cuestionamientos llevaron al presidente municipal de San Pedro Garza García
y al Secretario de Obras Públicas del Gobierno del Estado a declarar que no era nece­
sario someter el proyecto a la opinión de la ciudadanía, «ya que los ciudadanos deben
confiar en las decisiones de sus gobernantes» (Robles et alii, 2001:20 de diciembre). La
administración gubernamental que impulsó el proyecto del puente trascendió lo fun­

6. El P uente A tirantado es p arte de u n sistem a de in fraestru c tu ra m ás am plio denom inado P uente Viaducto
de la U nidad q u e une las avenidas R ogelio C antó Gómez, en M onterrey, con la avenida H u m b erto Lobo, en San
P ed ro G arza G arcía. E L conjunto tien e u n a.lu ag itu d .d e 1,2 kilóm etros, de los que 300 m etros corresponden al
P uen te A tirantado.
7. Con relación a la licitación los constructores e ingenieros cu estionaban el apresuram iento con que ésta se
llevó a cabo. A rgum entaron que u n a o b ra de esa m ag n itu d no podía te n e r u n plazo de licitación de 19 días. Esos
19 días eran insuficientes p a ra p re p a ra r p ro p u estas y aú n m ás p a ra co m p rar las b a se s. El proyecto fue an u n cia­
do el 17 de d iciem bre de 2001 y el día 21 fue lan zad a la p rim e ra licitación. Adem ás se atravesaba u n período
vacacional. E s m ás, p a ra dem o strar que efectivam ente se tra ta b a de u n ap resu ram ien to desm edido, se dieron a
conocer los tiem pos de o tras licitaciones vigentes, de m en o r envergadura: C om pra de niples, conexiones y tu b e­
ría p a ra agua y drenaje: 26 días en tre la fecha de publicación de la convocatoria y la fecha de ap e rtu ra de
p ro p u estas técnicas; am pliación de ca rre te ra en El Carm en, N uevo León: diferencia de días, 21; construcción de
taludes y revestim iento en el Arroyo Topo Chico: diferencia de días, 39; [...] (Ram os, 2001: 28 de diciem bre). No
cabe d u d a que el gobierno del estado quería asegurar, a to d a costa, que la inau g u ració n del p u en te estuviera aú n
d en tro de su gestión. Las p risas rep ercu tie ro n adem ás en la m ala calidad de term in a ció n de algunas partes: u n a
vez in au g u rad o y ya in stalad a la siguiente ad m in istració n g u b ern am en tal (ah o ra del PRI), fue necesario hacer
rep aracio n es en d iferentes p artes del puente.
8. E n diciem bre de 2001 co m en tab a el S ecretario de O bras P úblicas del G obierno del Estado: «El puente
atiran tad o que cru zará el río S anta C atarina, adem ás de ser u n a ob ra que resp etará p o r com pleto el lecho del río
al n o in terponer b arre ra alguna sobre su cauce, se erigirá com o u n nuevo elem ento de la iconografía del M onterrey
m etro p o litan o de hoy... De m an era adicional, esta o b ra co n stitu irá u n sím bolo que con su presen cia atra e rá
visitantes, convirtiéndose en u n orgullo m ás p a ra quienes h ab itam o s la zona m etro p o litan a de M onterrey y en
resp u esta a la van g u ard ia e idio sincrasia de los nuevoleoneses... E s tiem po de p en sar y corresp o n d er a la dim en­
sió n d e la ciu d ad y su gente» (Bulnes, 2001: 23 de diciem bre).

180
cional para, por medio de una «marca» estética, herrar el paisaje. El puente fue la
m anifestación más clara del deseo de tra sp a sa r el tiem po de gestión gubernam en­
tal. Pero no sólo se trató de un hecho narcisista de los actores políticos de tum o, es
a la vez una práctica de reproducción y legitimación de la ideología dom inante
desde el poder político. Por tanto, sin im portar qué partido esté en el poder, la
tendencia será reproducir los valores hegemónicos. Por supuesto que cada gestión
preferirá m arcar el paisaje a su modo. Esto último explica la insistencia de la
adm inistración que heredó (más no concibió) el puente, de desacreditar la obra,
es decir evitar a toda costa que el puente se instalara en el im aginario colectivo
metropolitano.

Las representaciones sociales del Puente Atirantado en sectores


subalternos regiom ontanos

Este apartado se construye a partir de la información recabada con las entrevis­


tas, aunque sólo se presentan algunos extractos. El propósito es destacar las repre­
sentaciones que se generaron en los grupos subalternos (los diferentes al gobierno
que impulsó la construcción del puente). Entendidas las representaciones como teo­
rías o ram as de conocimiento (para la organización de la realidad que permite a los
individuos orientarse en su m undo material y social y dominarlo, así como para
posibilitar la comunicación entre ellos) procedimos a form ar categorías de sentido
común que agruparan los puntos de vista. Antes de enunciar las categorías y de dar­
les contenido con las entrevistas conviene comentar que la mayor parte de la gente
tuvo como fuente de información los periódicos y los noticieros locales. Este grupo
de gente evalúa esta información de diferente manera: desde completa, hasta m ani­
pulada. En otros casos se comenta que si se apoyan en esas fuentes de información es
porque «es lo que hay». Es notable que a pesar de esta diferenciación en la evaluación
de la información, la gente confluye en una actitud desfavorable hacia el puente. Si
bien la información de los medios siempre fue desfavorable al asunto del puente,
esto no bastó para que la gente se formara la misma actitud desfavorable, es la propia
reflexión de la gente (al juntar esta información con otra reflexión tal como el apre­
mio de otras necesidades diferentes al puente) que permite la conformación de sus
propios argumentos.
Hay otro grupo de gente que se distinguió no sólo por haber obtenido la infor­
m ación de planes urbanos y otros documentos oficiales, sino que además la gene­
raron. Se trata de gente y grupos organizados que protestaron activam ente en
contra de la construcción del puente: Asociación Alianza por San Pedro y la Junta
de Residentes de la Colonia del Valle, A.C. Los argum entos de estos grupos recu­
rren al conocimiento que poseen de las leyes, de los planes urbanos, de las instan­
cias de gobierno relacionadas con el asunto. A continuación presentam os estas
categorías agrupadas según el principal aspecto a que hacen referencia: aspectos
técnicos, la imposición, paisaje como expresión y reacción y paisaje como legiti­
mación.

181
a) Categorías relacionadas con aspectos técnicos y funcionales

«La obra no era la adecuada, el puente no es funcional, es absurdo»

Con esta categoría la gente empieza a construir u organizar la información que la


llevará a adoptar una actitud desfavorable hacia el puente. Denota la posesión de infor­
mación de tipo técnico del puente y su no correspondencia con la necesidad que se
pretende cubrir por el gobierno. Para ilustrar esto presentamos sólo uno de los extrac­
tos de las entrevistas.

Es casi un plagio del diseño de Calatrava. Es absurdo hacer un puente de estas


dimensiones en un río tan poco caudaloso. Cuando ves todos los demás puentes que hay
en el [mismo] río dices bueno, ¿que no pudieron hacer un puente simple que costara
cinco, ocho veces menos que éste y no todas esas cosas elevadas y demás que no tienen
tanto sentido para la funcionalidad?, es mucho más alto que largo... [Profesora Universi­
taria, radicada en Monterrey].

«Hay otras necesidades m ás importantes»

Esta categoría denota la posesión de información tanto de la magnitud del costo


como de otras necesidades diferentes que deberían ser atendidas antes de la construc­
ción del puente. Esto es, la opinión desfavorable al puente también se formó por las
necesidades de infraestructura no satisfecha o que la gente considera que se dejan de
hacer por obras como el puente:

Hay muchas necesidades, por ejemplo, reforzar la seguridad pública, la lucha con­
tra el narcotráfico, el transporte público, el drenaje pluvial pues cada vez que llueve en
Monterrey hay daños cuantiosos, ahogados... [Dirigente de la Asociación Alianza por San
Pedro, radicado en el municipio de San Pedro Garza García],

b) Categorías qué deno tan él paisaje com o un a im posición

«Fue una decisión unilateral»

Ésta es una de las categorías que presenta mayor coincidencia en todas las entre­
vistas. Denota la calificación que la gente otorga al gobierno que impulsó la construc­
ción del puente, así como el reconocimiento de la debilidad con que se ven a sí mismas
ante el poder dominante.

Porque haga de cuenta que aquí no toman en cuenta a la gente, ellos dicen: «voy a
hacer esto y lo voy a hacer aunque la gente diga que no, que no lo haga»... la gente dice:
«no, está mal, no lo hagas», y de todos modos lo hacen... Porque ellos son gente de dinero
y no saben ver a la gente pobre que tiene diferentes necesidades [Juez Auxiliar, residente
en el municipio de San Pedro Garza García].

182
«Todos los gobernantes se quieren lucir, todos quieren dejar huella»

El empecinamiento gubernamental para llevar a cabo la obra, la decisión unilate­


ral de este caso en particular en combinación con un conocimiento de lo que es ser
gobierno posibilita a la gente interpretar los motivos de fondo de la autoridad. Esto
también denota la capacidad popular de la generalización y de transportar juicios en­
tre administraciones del pasado y del presente y sin duda de lo que se puede esperar en
el futuro.

Lo hicieron (el puente) con la idea de que fuera un magno proyecto, distintivo de
la ciudad, del paisaje urbano. Pero cuando ves todas las necesidades urbanas como
drenaje pluvial y cosas así te das cuenta de que lo que menos les importa era la
funcionalidad, ni las necesidades reales de la ciudad sino más bien la ostentación, el
símbolo que va a caracterizar ese período de ese gobernador. Del anterior gobernador
otro juguete fue la serie Cart. Ahora el juguete de Natividad (actual gobernador) será el
F orum ...9 Enferm os de poder, todos quieren dejar algo que les recuerde
[Profesora Universitaria].

c) Categorías que denotan el paisaje com o medio de expresión y reacción

«Todos los gobiernos y los partidos son iguales»

Con esta categoría la gente se explica la complicidad de las otras fuerzas políticas
con el poder ejecutivo. Denota la frustración por la actitud de fuerzas que se suponen
oponentes (como los partidos políticos diferentes del PAN, miembros del poder legisla­
tivo diferentes del PAN), así como de la actitud de gobiernos locales (municipales) que
se suponen más cercanos a la población inconforme.

Desconocemos mucho el tejido, el tejido que existe entre los partidos porque
da la impresión de que están peleados el PAN el PRI y luego salen abrazados y
que están peleados con el PRD y luego salen y están también abrazados con el PT, y
lo s ú n ico s que estam os com o fich a s de ajedrez som os los ciu d ad an os
[Dirigente de la Junta de Residentes de la Colonia del Valle, A.C.].

9. El F o ru m fue llevado a cabo, en su p rim e ra edición, en B arcelona, en 2004. Tuvo críticas en aquella
ciu d ad p o r la escasa concurrencia. El gobierno actual «peleó» p o r conseguir la sede an te u n a débil com petidora:
S udáfrica. La m ejo r p ro p u esta de aquel país fue co m p artir el F orum con Monterrey, p ro p u esta que fue rech aza­
da de inm ediato. N ingún o tro país se m o stró interesado en la re c ta final p o r d isp u tar el Forum . E ste evento será
el escenario de lu cim ien to del gobierno de tu m o . Com o in stru m en to de p o d er hegem ónico, las exposiciones
tien en p ro p ó sito s económ icos y políticos a través de desarro llar intercam bios com erciales, de prom o v er lo
local, de realzar las am biciones políticas, de consolidar la influencia política así com o de o frecer educación y
en treten im ien to (W inchester, Kong, Dunn, 2003: 91). El gobierno actu al p o r u n lado desacredita al p artid o rival
con la p erm an en te crítica al p u en te atiran tad o , m ien tra s que p o r o tro lado, se apoyará en u n a exposición que le
p e rm itirá te n e r el g ran sello distintivo de su gestión. A hora, el m ism o p artid o que en el p o d er construyó el
pu en te en cuestión, critica al gobierno actu al p o r «el derroche de recursos» que se h a rá en la celebración del
F orum . Los d etracto res del F o ru m op in an que existen carencias m ás im p o rtan te p o r resolver que realizar even­
to s de lucim ien to in tern acio n al.

183
«La gente los castigó»

Aunque esta categoría no es uniforme entre el grupo con actitud desfavorable, sí


fue frecuente. La gente supone que esta obra fue un reflejo de la forma de gobernar del
PAN por lo que hubo un desquite a la hora de votar por nuevos gobernantes al nivel
estatal y municipal.

[La gente los castigó] no sólo por el puente, pero sí por todas las decisiones unilate­
rales. Hubo mucho abstencionismo, pues también es una manera de castigar... ya se
dieron cuenta que la gente tiene un voto de castigo y yo creo que esa manera de gobernar
que tuvo Canales pues se reflejó en que el PRI volviera a ganar, o sea, si no hubiera sido
tan impositivo, si hubiera escuchado un poco más, quizás hubiera otra versión del go­
bierno panista, bueno, si hubieran escogido otro candidato y no Mauricio tal vez
[Profesora Universitaria].

«Se utilizó com o golpeteo político por los adversarios»

Aunque el PRI ha mantenido las críticas al puente, sobre todo en el discurso en


público, la gente puede descifrar que se trata más de una estrategia de descrédito y
desgaste sistemático hacia el PAN y hacia la administración anterior, que de un genui­
no seguimiento de las irregularidades cometidas en la construcción de la obra.

El gobernador actual (Natividad González Parás, del PRI) en su campaña tam­


bién estuvo utilizando el puente como bandera, o sea, diciendo que era un dis­
pendio, un despilfarro y un capricho, que por cierto nunca vimos que se opusiera
gran cosa cuando fue senador, com o que fue muy tib io en ese aspecto
[Asociación Alianza por San Pedro].

A casi tres años de que fue anunciado el proyecto que incluía el puente, y a más de
un año de su inauguración (28 de septiembre de 2003) el asunto sigue en debate. La
administración estatal actual se ha encargado de mantenehel cuestionamiento de la
obra y con ello de la imagen del PAN y la administración anterior. Los motivos de los
cuestionamientos han variado: desde la mala calidad en la terminación, las auditorías,
y más recientemente por las permutas de terrenos que fueron afectados (se aduce que
hubo favoritismo a propietarios de filiación panista). No sorprendería que esta estrate­
gia se prolongue o reavive en las siguientes elecciones gubernamentales.

d) Categorías relacionadas con el paisaje com o legitimación


de las relaciones de poder

«Corresponde a la idea de grandeza»

La gente sabe de la ideología dominante caracterizada por la cualidad de gran­


deza de la ciudad, ideología que puede o no ser compartida por todos los sectores. En
esta ideología la gente puede «anclar» el porqué «todos los gobernantes quieren dejar
huella».
Es u n a ciudad con u n ego ta n grande, donde esas cosas son las que im portan. Es
una ciudad muy preocupada por dar esa imagen. Existía un asta de bandera que según
el gobierno era la más grande, está el faro de comercio más alto, la plaza más grande,
siempre la magnífica ciudad de Monterrey. Estoy de acuerdo en que tengas amor por tu
ciudad, pero eso de sentirte tan magnífico... eso de sentirse un poco más que los
d em á s... es un valor m uy fo m en ta d o d esd e las cú p u las em p resa ria les
[Profesora Universitaria].

«Será un icono»

A pesar de la oposición a la obra, de que se tenga una actitud desfavorable, la gente


sabe que se impondrá la magnificencia del puente. Esto denota un conocimiento de lo
que ha pasado con otras obras similares, así como la certeza de que la formación de
iconos no depende de la inconformidad de origen que la obra haya despertado. Esto es,
las representaciones actuales (sintetizadas en una actitud desfavorable) serán reempla­
zadas por representaciones futuras (concretadas en un icono). Esto, sin embargo, no
quiere decir que las resistencias seas borradas. Como dice Barthes: los significados
pasan, los significantes quedan.

Sí va a lograr ser un ico n o pues es una arquitectura muy bella, m a­


jestu o sa ... yo creo que el ser hum ano por salud m ental prefiere verlo con
b u en o s o jo s ... p orq u e no vas a esta r d ia ria m en te en ojad a, fru stra d a ...
[Junta de R esid en tes de la C olonia del Valle, A.C.].

Es evidente que la gente no está peleada con la estética, reconocen que la obra es
«bonita», «bella», «majestuosa», en esto se apoyan para suponer que en el futuro será
una obra representativa de Monterrey.

Reflexiones finales

La construcción del Puente Atirantado nos sirvió aquí como ejemplo de


corporización de las relaciones de poder en el paisaje urbano. La imposición de los
criterios estéticos y de la «correspondencia de la obra con la grandeza de Monterrey»
no sorprende, esto se ha visto en la historia de la humanidad y en la historia de esta
ciudad en particular. Lo que queremos destacar es la manera en que un mismo elemen­
to del paisaje concebido como el sello de lucimiento de una administración guberna­
mental puede ser utilizado como estrategia de los adversarios políticos para desacredi­
tar a su creador. Esto quiere decir que la lucha ya no es sobre lo material (en este caso
la infraestructura) sino más bien una lucha simbólica: la idea de la administración
actual es retardar el paso de la obra al plano simbólico que refleje el valor en el paisaje
y en la identidad regiomontana. La manera de retrasar este paso es desacreditando la
obra y a sus creadores.
Por otro lado podemos reconocer a la ciudad y en particular al paisaje urbano
como una arena de debate donde no sólo participan los grupos en el poder, sino ade­
más los grupos subalternos. El elemento del paisaje que utilizamos como pretexto, el
Puente Atirantado, nos permite ver la interrelación de la gente con su entorno geográ­
fico y cómo integra éste a explicaciones propias más amplias. En la «categorización de

185
sentido común» resultante de las representaciones sociales es posible identificar la capa­
cidad de organización e interpretación de la gente, donde traspasa tiempo y espacio. En
la formación de «sus teorías» la gente echa mano, además de la información proporcio­
nada por los medios, de su propia experiencia urbana. También es relevante aclarar que
si bien sólo consideramos las representaciones desfavorables hacia el puente, esto no
quiere decir que éstas fueran uniformes. Cada subgrupo mostró sus propias formas de
organizar la información generada a propósito del puente y de interpretarla en los mar­
cos de referencia colectivos (anclajes) para concluir en una actitud desfavorable.

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186
Territorio e identidades: el espacio como
referente de identificación en los discursos
radiales de los sujetos populares
de la ciudad de La Paz, Bolivia
Marlene Choque Aldana
Universidad Intercontinental, ciudad de México

[...] habiendo recorrido en m edio de u n silencio sepulcral


el estrecho y lóbrego pasaje flanqueado por altísim as
murallas, de im proviso se detiene, sobrecogido por el rui­
do de la ciudad, la cual resplandece allá abajo [...] enton­
ces puede que se acerque, poco a poco, para tocar aquella
superficie; para encontrar allí, para descifrar, por el tac­
to, los secretos de la ciudad...
Jaime SÁENZ, Im ágenes paceñas

El concepto de identidad es problemático. Además de referirse a una compleja red


de elementos que no son necesariamente excluyentes ni armónicos, puede llevar a
asumir estabilidad, continuidad, esencialidad y aun inmutabilidad en elementos con­
tingentes. Para evitar esas dificultades, seguimos a autores como Jacques Lacan (1984)
y, más específicamente, Michel Maffesoli (1990) y preferimos hablar de identificacio­
nes, en alusión a un proceso constante, inacabado y difícil de darse por concluido en
algún momento. Analizaremos algunas identificaciones y referentes de identificación
que los habitantes de los «sectores populares» de la ciudad de La Paz, en Bolivia, reali­
zan y mencionan en el marco de los programas «participativos» de los medios de co­
municación. Centrándonos en un programa radial, veremos cómo los sujetos constru­
yen las representaciones e imágenes de sí mismos; cómo se posicionan para formular
sus demandas al Estado o la sociedad en general y qué rol juega la identificación espa­
cial —la pertenencia a un «nosotros» definido espacialmente— en este posicionamien-
to o construcción de imagen. Apuntamos a comprender la importancia de los referen­
tes territoriales —como mecanismos de inclusión y exclusión— en la construcción de
la mismidad y la alteridad.
El programa La Calle destacaba en los sectores populares por su aceptación, au­
diencia y efectividad. Comenzó sus emisiones en 1987 en Radio Fides.1Se autodefinía
como un programa «participativo» y su principal objetivo era intermediar en la solu­

1. Fides p erten ece a la C om pañía de Jesús. Con sus 19 em isoras en las principales ciudades bolivianas
constituye un o de los m ás influyentes consorcios radiales del país.

187
ción de las demandas colectivas de los pobladores de los barrios pobres de La Paz. El
conductor y su equipo acudían cada día a un barrio diferente para escuchar y amplifi­
car las solicitudes, denuncias y reclamos que los vecinos realizaban en vivo a las auto­
ridades. La Calle llegó a ser un importante punto de encuentro que posibilitaba la
interacción mediática y cara a cara entre los vecinos y las autoridades municipales.
Gracias a la intermediación del conductor, muchos barrios consiguieron la realización
de obras importantes para su vida cotidiana.2

1. El escenario y el enfoque

La ciudad de La Paz es la sede del gobierno de Bolivia. Se encuentra a 3.640


metros sobre el nivel del mar, en una depresión formada por la cordillera oriental de
Los Andes, rodeada casi completamente por cerros en cuyas pendientes se expandió
sin orden la mancha urbana. El centro es conocido como «la hoyada»; la periferia,
como «las laderas». La Paz cuenta con alrededor de un millón de habitantes, más de la
mitad de origen indígena aymara o quechua (49,8 % se reconocieron en el censo de
2001 como «originarios aymaras») y 35 % en situación de pobreza (INE 2002).
La caprichosa topografía paceña sirve de coartada y refuerzo a la segregación.
Históricamente, las estratificaciones y diferenciaciones socioeconómicas, culturales y
étnicas coincidieron con la separación «natural» del espacio y se configuraron en fun­
ción de ésta. Así, la zona sur, de clima más caluroso y acogedor, corresponde a las clases
altas; los inmigrantes pobres de origen indígena habitan las inestables pendientes de
los cerros.3Esta «determinación» espacial y geográfica de las diferencias fue apropia­
da efectivamente por los grupos sociales —aunque de manera particular y con diferen­
tes connotaciones—, y se fue consolidando históricamente contribuyendo a la confor­
mación de una sociedad segmentada.
Es necesario apuntar algunos elementos que ayudan a enmarcar la complejidad
del tema. Hay que resaltar primero que antes en Bolivia los términos «indio» y «cam­
pesino» eran prácticamente intercambiables; denotaban al mismo sujeto y variaban
sólo en sus connotaciones (más despectivas, en el primer caso; más inclusivas, en el
segundo). Emigrar a la ciudad significaba en cierta medida dejar de ser «indio». Pero
en los últimos treinta años se reveló el carácter contingente de esta relación y La Paz
acentuó sus rasgos aymaras y mestizos. Si antes la cara espacial de las diferencias
socioculturales se afincaba en la relación campo-ciudad, ahora se trasladó al seno mis­
mo de la ciudad, transformándose en la relación centro-periferias y «zonas residencia-
les»-laderas.
Señalemos dos momentos históricos que ayudan a destacar la conformación
segmentada de La Paz. El primero, la fundación y elección del nombre de la ciudad,
alude a la pacificación de dos grupos españoles y se refleja en el escudo paceño, dividi­
do por la imagen del río Choqueyapu. Hasta entrado el siglo pasado, el río separó la
ciudad criolla y blanca de la ciudad plebeya e indígena. Chukiago (Choqueyapu) Marica

2. Se tra ta b a de dotació n de servicios básicos, in fra e stru c tu ra vial, con stru cció n de equipam iento com uni­
tario y protecció n del p atrim o n io público.
3. E sta u b icación es altam ente riesgosa p o r la am en aza co n stan te de deslizam ientos, que no siem pre es
con sid erad a p o r la po b lació n o las autoridades.

188
es precisamente el nom bre que la población aymara da a La Paz, El segundo m om ento
es el cerco que los indígenas liderados por Túpaj Katari infligieron a la ciudad en 1781,
privando a la población citadina criolla, española y mestiza de comunicación, alimen­
tos y agua. Para las organizaciones aymaras, este hecho inauguró una memoria de
resistencia —todavía vigorosa— frente a la ciudad como símbolo de la dominación
colonial, mientras que en el imaginario colectivo citadino se incrustó un temor endé­
mico —igualmente vigente— ante la amenaza de la invasión y el cerco. La topografía
—el cerco de las montañas— sustenta este temor por más de dos siglos. Ambos ejem­
plos afirman una tendencia particular a la segmentación y la segregación basada en las
características del terreno en que se instaló la ciudad.
Hechas estas precisiones, analizaremos cómo es vivenciado, apropiado y repre­
sentado el espacio vital por los sujetos populares a través de los medios radiales. Inda­
garemos el uso del espacio en la construcción de sentidos de referencia y pertenencias
comunitarias: espaciales (de la calle, del barrio) e intersubjetivas (modos de ser, pensar,
sentir y actuar en referencia a sus semejantes). Para ello tomaremos en cuenta los
discursos emitidos en el programa La Calle.4
El estudio de la identidad en la sociología enfrentó varios problemas. A decir de
Maffesoli, éstos se deben al predominio del paradigma de la modernidad y una lógica
de la identidad como algo estable. Una forma de resolverlos fue introducir en la discu­
sión el concepto de identificación. Desde su propuesta de socialidad empática, Maffesoli,
siguiendo a Weber, propone pensar en términos de constelaciones indeterminadas,
polimorfas y cambiantes y, por tanto, de identificaciones sucesivas, de acuerdo con una
concepción relacional que varía según las situaciones y la acentuación de determina­
dos valores, donde la relación con uno mismo, con el otro y con el entorno siempre
pueden ser modificadas (Maffesoli, 1990: 123, 280).
La identificación, en principio, se constituye sobre la base del reconocimiento de
un origen común u otras características compartidas con otro —persona, grupo o ideal—
y con la solidaridad y lealtad establecidas sobre estas bases. Esta concepción se enri­
quece al considerar la identificación como una construcción permanente: «un proceso
nunca acabado —siempre «en proceso» [...] es finalmente condicional, sujet(o) a con­
tingencia [...] es un proceso de articulación, una sutura, una sobredeterminación y no
una subsunción» (Hall, 1996: 3). Además, como todas las prácticas significantes, está
sujeta al «juego de la diferencia» e implica un trabajo discursivo, la unión y señala­
miento de límites simbólicos, la producción de «efectos de frontera». Las identificacio­
nes pertenecen al imaginario: «son la sedimentación del "nosotros” en la constitución
de cualquier yo, el presente estructurante de la alteridad en la mera formulación mis­
ma del yo» (Butler, 1993: 105, en Hall, 1996: 23-24).
Siguiendo a R. Gallisot, podemos distinguir dos tipos de identificación: la identifi­
cación por pertenencia y la identificación p o r referencia. La primera es la adscripción a
colectivos situados en el espacio social inmediato (espacios del hábitat, del trabajo, de la
vida cotidiana), caracterizada por interacciones de alta frecuencia y por su relativa «visi­
bilidad». La segunda es la autoproyección de los individuos a comunidades imaginadas

4. N uestro análisis se basó en la observación, grabación, registro y tran scrip ció n literal de cinco em isiones
com pletas realizad as en tre 1998 y 1999, las m ism as que fu ero n seleccionadas aleatoriam ente de u n a m u estra
m ayor (de 10 em isiones).

189
más amplias que desbordan los espacios de las interacciones de alta frecuencia y se definen
por su carácter imaginario, invisible y anónimo (Gallisot; 1987:16, Giménez, 1993:25).
En este texto consideramos las identificaciones no como atributos o propiedades
intrínsecas del sujeto, sino con un carácter intersubjetivo y relacional. Se construyen a
partir de la autopercepción de un sujeto en relación con los otros y con el entorno, a lo
que corresponde a su vez el reconocimiento y aprobación de los otros sujetos. Para
Stuart Hall, al igual que la identidad cultural, las identificaciones no se constituyen
sólo alrededor de los puntos de semejanza y de diferencia; éstos son múltiples (las
identificaciones de clase, género, edad, etnicidad, nacionalidad y religión), y cada una
de esas posiciones o situaciones discursivas es de por sí inestable (Barker, 2003: 60).
Para examinar la identidad como producto de una sucesión nunca acabada de
identificaciones, preguntamos cómo se estructura la «representación» que los sujetos
tienen de sí mismos, de los otros y del entorno. Primero, en términos de un principio de
diferenciación. Se trata de un proceso lógico primordial por el cual todos los sujetos
(individuales y colectivos) se representan a sí mismos, «se auto-identifican [...] por la
afirmación de su diferencia con respecto a otros individuos y otros grupos» (Giménez,
1992: 189). Estos rasgos «distintivos» pueden adquirir ulteriormente connotaciones
«buenas» o «malas» (Devereux, 1975: 148).
Segundo, el principio de diferenciación coexiste y se complementa con el principio
de integración unitaria o de reducción de las diferencias hacia el interior del grupo. Hall
señala que las identidades son construidas a través —no fuera— de las representaciones
y de las diferencias: «Esto implica el reconocimiento radicalmente perturbador de que es
solamente a través de la relación con el Otro, [...] su exterior constitutivo que el significa­
do “positivo” de cualquier término —y de esta manera es su “identidad”— puede ser
construido» (Hall, 1996:6, parafraseando a Derrida, 1981; Laclau, 1990; Butler, 1993).
Proponemos superar la visión del vecindario como una comunidad homogénea
que se autoconfirma y reflexionar sobre los elementos que permiten la integración y la
diferenciación desde el interior de la misma. Nos interesa ver lo vecinal sobre todo como
una experiencia de identificaciones, sin negar que constituye un espacio social complejo

cia”, que reconozca la importancia del diálogo sobre nuestras diferencias inerradicables»
(Donald, 2000, siguiendo a Nancy, 1991).
Así, las identificaciones vecinales son parte de un sistema de relaciones que tiene
entre sus referencias el territorio. Se vinculan con representaciones y prácticas de perte­
nencia —a un barrio o vecindario— a partir de las cuales se definen las fronteras —reales
o imaginarias— de un territorio que, desde el punto de vista de los sujetos, posee una
identidad que lo distingue de otros (Safa, 2001:157).
Las identidades se constituyen en la acción social y se refrendan en el ámbito
simbólico; y ya que los procesos de identificación requieren de la sanción social, impli­
can una dimensión discursiva. Las identificaciones serían tam bién construcciones
discursivas formadas o reguladas en el discurso, y por lo tanto son contingentes. No
obstante, las múltiples narrativas de los sujetos no sólo son resultado de los significados
cambiantes del lenguaje, sino de la proliferación y diversificación de las relaciones so­
ciales, de los contextos y de los lugares de interacción (si bien, podría decirse, constitui­
dos en y a través del lenguaje). En lo que sigue observaremos cómo se ponen en juego
y (re)construyen discursivamente —en los espacios mediáticos «participativos»— las iden­
tificaciones espaciales de los habitantes de los barrios populares de la ciudad de La Paz.

190
El análisis del discurso fue u n a técnica fructífera en el exam en de los referentes
de identificación. Permitió dar cuenta de los contenidos —manifiestos y subyacen­
tes— de los mensajes mediáticos que el programa radial pone en circulación. Parti­
mos de la premisa de que: «Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye
como sujeto; porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del
ser, el concepto de "ego”» (Benveniste, 1999: 180). Los ejes del análisis son las clases
de acciones discursivas (sobre todo las autoconstrucciones) realizadas en las
autopresentaciones de los sujetos populares. El análisis del discurso se sustenta en
los diferentes recursos textuales que más utilizan los participantes, con los cuales
construyen los referentes identitarios (espaciales, de rol, socioespaciales), así como
las representaciones de sí mismos y de los otros.
Operativamente, la tarea se centró en la identificación y análisis de los siguientes
recursos lingüísticos: i) el sistema pronominal (pronombres personales y posesivos);
ii) los morfemas verbales de persona y iii) las nominalizaciones.

2. Las autoconstrucciones de los vecinos

Los vecinos que participan en La Calle inician usualmente sus intervenciones con
una breve presentación de sí mismos. Aquí no interesa estudiar las autopresentaciones en
sí mismas sino los recursos empleados en ellas y en la formulación de demandas (indivi­
duales o comunitarias), las cuales implican una autodefinición y un posicionamiento
frente a algún grupo, hecho o necesidad. Analizaremos las modalidades diferenciadas
que adoptan las acciones discursivas en dichas autopresentaciones y su vínculo con el
espacio vital de las actividades cotidianas. Encontramos seis acciones discursivas bási­
cas (ver Tabla 1), de las cuales examinaremos la autoconstrucción y sus tres subtipos: la
autoconstrucción individual, la colectiva y la dual (individual-colectiva). En el caso de la
primera autoconstrucción se realizará un análisis diferenciado por sexo para mostrar
cómo varían los recursos usados por los hablantes según sus adscripciones genéricas.

T abla 1. Acciones discursivas en el programa


L a Calle según el rol del participante

Tipo de acción discursiva Todos % Vecinos % Autoridades % Conductor %

1. A u to c o n stru c c ió n 377 31,6 168 42,0 109 47,8 100 17,7


A u to c o n stru c c ió n in d iv id u a l 101 8,4 57 14,2 22 9,6 22 3,9
A u to c o n stru c c ió n co lectiv a 214 18,0 70 17,5 72 31,6 72 12,8
A u to c o n stru c c ió n d u a l 62 5,2 41 10,3 15 6,6 6 1,0
2. C o n stru c c ió n del in te rlo c u to r 339 28,4 86 21,5 33 14,5 220 39,0
3. C o n stru c c ió n d el o tro 430 36,1 132 33,0 78 34,2 220 39,0
4. C o n s tru c c ió n del re fe re n te 16 . 1,4 1 0,3 2 0,9 13 2,3
5. A cción im p e rso n a l 17 1,4 5 1,2 5 2,2 7 1,3
6. A cción n o d isc u rsiv a 13 1,1 8 2,0 1 0,4 4 0,7
TOTAL 1.192 100,0 400 100,0 228 100,0 564 100,0

F u en te: E la b o ra c ió n p ro p ia.
2 . 1 . L a s a u to c o n s tr u c c io n e s in d iv id u a le s d e lo s v e c in o s

2.1.1. Autoconstrucción individual de los varones: el «yo» espacial


versus el «yo» dirigencial

La autoconstrucción individual5no es la forma más usual en que los vecinos se


refieren a sí mismos al presentarse ante la audiencia. Cuantitativamente, ocupa el
cuarto lugar (14,3 %) entre sus acciones discursivas en los program as analizados
(el quinto lugar, con 8,4 %, entre las acciones del total de participantes; 6,4 % en el
caso de los varones). Cualitativamente, la autoconstrucción individual es un recur­
so im portante para los dirigentes vecinales —varones, en su mayoría—, sobre todo
en sus presentaciones o cuando presionan a las autoridades para que sus demandas
sean atendidas.
En general, los participantes del program a La Calle siguen un patrón de
autopresentación espacial (“yo» espacial) que prevalece en comparación con formas de
presentación usuales en las conversaciones cotidianas y directas (cara a cara), que
acuden a rasgos más particulares (el nombre de pila o el vocativo ocupacional). Los
vecinos apelan habitualmente a referentes espaciales de identificación con base en la
zona de residencia o referencias de su vivienda —una calle, un sector. Se trata de un
«yo» anónimo que se sustenta en una construcción territorial que frecuentemente va
antecedida de un sustantivo usual de identificación: «soy un vecino de...»; «habla un
vecino de...», explicitando una zona de la ciudad.
Como señalan los analistas del discurso, la sustantivación permite eludir las refe­
rencias personales, desde la primera persona singular o mediante la tercera persona
del singular. Esto provoca a su vez cierto anonimato o supresión de los protagonistas
de la enunciación, y al aparecer junto a la zona de residencia, produce un efecto
generalizador. Así, el hablante se incorpora a un colectivo indefinido, tal como vemos
en los siguientes ejemplos:

Soy un vecino de Villa Salomé, es la Urbanización Jardín Esperanza, los techitos


verdes. También pertenecemos a la Subalcaldía de Villa Sao Antonio [vecino, 18/11/98].
Sí, hablamos de aquí de la zona de Jucumarini [vecino, 30/08/99].
Soy vecino de la zona aquí del sector Ivo [vecino, 16/11/98].

Si bien la referencia espacial se sustenta en la experiencia de pertenecer a un


lugar, éste puede variar en su amplitud, yendo desde el barrio o zona de residencia
hasta un sitio más específico como una calle o sector particular. Se trata de una forma
de autoidentificación que opta por la elisión de referencias personales o por la sumer­
sión en el anonimato de un colectivo que justifica la posición del hablante (cf. Calsamiglia
y Tusón, 1999: 139).

5. Es u n tipo de acción discursiva en la cual el h ab lan te se coloca com o figura cen tral de lo expresado
asum e u n papel protagónico. La noción de acción discursiva deriva de la teo ría de los actos de habla, cuya base
fue establecida p o r Jo h n Austin al se ñ alar que «el acto de expresar la o ración es realizar u n a acción, o p a rte de
ella» (1971: 45-46).

192
En las autopresentaciones masculinas la variante está dada por quienes ocupan
posiciones de estatus y desempeñan roles de autoridad ante la comunidad. Los diri­
gentes apelan habitualmente a su identidad de rol dirigencial («yo» dirigencial). Esto
les permite mostrarse afirmativamente y de forma individualizada, asumiendo la res­
ponsabilidad individual de sus actos de habla, a través de la primera persona singular
—en pronom bres o flexiones verbales— o m ediante los vocativos de sus roles
dirigenciales, con lo que mantienen el centro deíctico6 de la persona que habla. Se
trata de un «yo» que, como advierten Calsamiglia y Tusón, implica riesgo y compro­
miso, ya que con él los hablantes se responsabilizan públicamente del contenido de
sus enunciados (1999: 139).
Así, éstos son los únicos hablantes del programa que se presentan con nombre
propio completo. Usualmente, combinan dos referentes de identificación —espacial y
de rol, dando predominancia al último. Su identidad de rol los ratifica como fuentes de
información autorizada o «portavoces oficiales» de su comunidad y da legitimidad a
sus actos de habla ante su propia comunidad y ante el resto de la audiencia, con lo que
a la vez refrendan su estatus como dirigentes.7

Permítame presentarme, don Jorge, ante su programa. Mi nombre es Félix Flores


Blanco [...] Soy vecino de Villa San Antonio Alto, dirigente, vicepresidente de la Junta
Vecinal Sector Cervecería de este sector del Distrito 15 [dirigente, 11/11/98].

Le habla don José Jiménez, Presidente de la Junta Vecinal de aquí de La Merced,


Sector B. Primeramente quería agradecerle por el espacio que me está usted brindando
[dirigente, 18/11/98].

Buenas tardes, querido Jorge. En calidad de vicepresidente de la Asociación de OTBs8


del distrito 12, quiero hacer un llamado a todas las autoridades especialmente judiciales
[dirigente, 19/11/98],

Como se puede ver, en los enunciados de los dirigentes vecinales destaca el lugar
predominante dado a la identidad de rol. No obstante, la referencia espacial sigue
jugando un papel significativo. Si bien sobresale el cargo que ocupan, opera sola­
mente si se explícita un ámbito de referencia espacial. Se es dirigente de una zona,
una junta vecinal9 o un sector específico de la ciudad. Se requiere de estos dos ele­
mentos —la identificación de rol y la referencia espacial— para sustentar ciertos
actos de habla —críticas directas y duras en contra de autoridades y funcionarios
municipales— que para un vecino común serían muy comprometidos.

6. El cen tro deíctico constituye el centro de orientación de las locuciones lingüísticas desde el p u n to de vista
del h ab lan te (Koike, 1989: 191, en H av e rk ate, 1994: 130).
7. El posicionamiento del h ab lan te com o m ensajero autorizado y acto r decisivo es fu n d am en tal p a ra la
realizació n «feliz» de cierto s actos de h ab la (órdenes, pedidos, advertencias, prom esas). E s el caso de ciertas
aseveraciones audaces que sólo p ueden ser «felices» sobre la base de la au to rid ad del h ab lan te (Cf C hilton y
Scháffner: 2000: 314).
8. Las O rganizaciones T erritoriales de Base (OTBs) son los principales sujetos sociales de la gestión m u n i­
cipal. La Ley de P articip ació n P o p u lar (1994) c o n sid é ra la adscripción territo rial com o el criterio m ás universal
y eficaz p a ra la p articip ació n social en la gestión. Según esta reform a, el derecho de definir el destino de los
recu rso s públicos se su sten ta en el hecho de h a b ita r u n d eterm inado territorio.
9. Las ju n ta s vecinales rep re sen tan los intereses de los pobladores de las áreas u rb a n a s del país. Son reco­
n o cidas com o OTBs.

193
2 . 1 .2 . A u to c o n s tr u c c ió n in d iv id u a l d e la s m u je re s: e l « y o » e s p a c ia l a n ó n im o

Las mujeres de sectores populares recurren en menor proporción que los varones
a la autoconstrucción individual y explícita.10 Siguen el patrón generalizado que apela
referentes espaciales de identificación con base en la zona de residencia y en
sustantivaciones:

Buenas tardes, señor Torrico. Habla una vecina de Villa Copacabana, quisiera hacer
una denuncia [vecina, 18/11/98],
Mire, soy una vecina de la zona de Ovejuyo [vecina, 16/11/98].

Yo soy vecina aquí del Mercado Rodríguez [vecina, 30/08/99],

Tal como podremos corroborar en la siguiente parte —al tratar las demandas
propiamente dichas—, las referencias espaciales no son meramente formales sino que
expresan una experiencia de pertenecer, que «significa mucho más que solamente ha­
ber nacido en un lugar. Significa formar parte de lo que constituye la comunidad, ser
recipiente de la distintividad y conscientemente preservar la cultura, ser un deposita­
rio de valores y tradiciones, y un actor de sus habilidades, un experto en el lenguaje e
idiosincrasia de tal manera que cuando se le nombre se le reconoce como miembro de
una comunidad como un todo» (Cohén, 1982: 9, en Safa, 2001: 156).

2.2. Autoconstrucción dual: el «yo»!«nosotros» de los vecinos

En los discursos de los vecinos —aunque no es exclusivo de estos participantes—,


se observa otra modalidad de autorreferencia que también guarda un estrecho vínculo
con el espacio: una forma dual que denominamos el «yo»/«nosotros» y que ocupa el
quinto lugar en frecuencia (10,3 %) entre las acciones discursivas de los participantes-
vecinos. Común en el habla coloquial, este fenómeno discursivo es denominado por
Emile Benveniste como encabalgamiento, porque resulta de una contaminación entre
las formas del singular y plural o del plural y el impersonal. Son expresiones que se
mezclan en la necesidad de dar al «nosotros» una comprensión indefinida y la afirma­
ción voluntaria vaga de un «yo» prudentemente generalizado (1990: 170).
Henk Haverkate designa este fenómeno discursivo como desfocalización, y lo ex­
plica en función del desplazamiento que los hablantes realizan por la coordenada de la
persona, cuando recurren de m anera simultánea a dos personas gramaticales (habi­
tualmente, primera singular y plural: «yo»/»nosotros») como centro deíctico del acto
de habla. La desfocalización constituye «una táctica de distanciamiento manejada por
el hablante para reducir o minimizar su propio papel o el del oyente en lo descrito»
(1984: 83-84).

10. El u so del «yo» sólo adquiere preem inencia e n denuncias directas relativas a preocupaciones fam iliares
de las particip an tes. E ste posicionam iento afirm ativo puede explicarse p o r el sentim iento de enojo, indignación
o im p o ten cia an te las adversidades cotidianas. E s el «yo» de la indignación o de la necesidad.

194
Más que todo yo como vecina de esta calle., me siento feliz [..,3 nos sentimos felices,
porque usted sabe siempre necesitamos los vecinos tener una callecita empedrada [veci­
na, 18/11/98],
Yo llevo la portavoz de mi calle más que todo [...] hemos pasado mucho calvario
[...] para obtener esa maquinaria, pero lo hemos logrado; eso es lo importante [vecina,
18/11/98],
Yo le llamé hace casi tres meses atrás acerca de este pasaje [...] ya hemos hecho el
trato [...] Ahora estamos en un barrial, hemos ido a la Subalcaldía tanto tiempo [...] yo no
sé qué le pasa al Subalcalde que no quiere por nada empedrar [...] no sabemos ya dónde
recurrir [...] de balde pagamos impuestos, no nada, son 18 años que este pasaje no se ha
hecho nada [vecina, 18/11/98],

El desplazamiento de la coordenada de la persona genera una suerte de amplia­


ción o pluralización del referente de identificación y aumenta la fuerza persuasiva de la
aserción (Haverkate, 1994: 132). Es un recurso muy usado por los vecinos, especial­
mente cuando se trata de criticar o denunciar a algunos funcionarios municipales.
Esta generalización permite que la experiencia personal sea tomada como una expe­
riencia compartida por otros vecinos, logrando así su integración en un referente de
identificación colectivo. Esto ya ilustra la presencia de ciertos indicios de identificación
grupal que se constituyen desde una dimensión no sólo cognitiva sino también afectiva.

2.3. Las autoconstrucciones colectivas de los vecinos: los «nosotros»


de los vecinos

La autoconstrucción colectiva11es una acción discursiva importante en los discur­


sos vecinales. Su frecuencia ocupa estadísticamente el tercer lugar (17,5 %) entre las
participaciones de los vecinos —luego de la construcción del «otro» (33 %) y la cons­
trucción del interlocutor (21,5 %). Es usada para demandar, exigir, criticar o agradecer
a sus interlocutores. La figura del enunciador colectivo va más allá de la homogeneidad
del nombre mediante el cual se presenta regularmente en la escena discursiva. El sujeto
social que aparece en ella se revela heterogéneo. Esa heterogeneidad corresponde tanto
al carácter de los sujetos sociales designados mismos como a la amplitud de la entidad
que designan. Retomando la expresión de Annie Geffroy (1985), se habla en estos casos
de los distintos grados de colectivización del enunciador (Chiricó, 1987: 71-72).
Analizaremos los dos casos extremos (el más restringido y el más amplio) de las
autoconstrucciones colectivas vinculadas a la referencia espacial empleadas en La Ca­
lle; el «nosotros» exclusivo restringido —la vecindad y la familia— y el «nosotros» exclu­
sivo ampliado —las laderas de la ciudad de La Paz.112

11. Se p resen ta cu an d o el h ab lan te u sa la p rim e ra p erso n a en plural, en p ronom bres, flexiones verbales o
adjetivos posesivos. El «nosotros» exclusivo corresponde a «yo» + x (m enos «tú» o «vosotros/as»).
12. E n la investigación co m pleta aparecen otros tipos de n osotros que no desarrollarem os aquí: el «noso­
tros» exclusivo restringido dirigencia! —los dirigentes— y u n a con stru cció n híbrida, e l «nosotros¡>/«ellos».

195
2 . 3 .1 . E l « n o s o tr o s » c o m u n ita r io e x c lu s iv o r e s tr in g id o : la v e c in d a d

Este referente de identificación colectiva usado de manera frecuente por los veci­
nos constituye el menor grado de colectivización del enunciador y también está estre­
chamente asociado al ámbito espacial a partir del cual se construye. Alude sólo al
hablante individual y al círculo más circunscrito y homogéneo del «nosotros», y lo
denominamos «nosotros» exclusivo comunitario restringido. No se dilata hacia el lado
del destinatario, sino que refuerza la exclusividad respecto del hablante (Chiricó, 1987:
73-74). En los discursos de los vecinos este colectivo de identificación comprende ge­
neralmente a los vecinos activos de la zona.
La desfocalización producida por el uso de la primera persona del plural exclusivo
(«nosotros» en vez de «yo») provoca una extensión de la zona deíctica del hablante
hasta desdibujar los límites de la misma. Así permite un distanciamiento respecto al
enunciado. Sugiere que lo que se asevera no corresponde a un punto de vista personal,
sino a una verdad generalmente aceptada o reconocida por un colectivo más amplio.
La generalización, desde luego, tiene como fin aumentar la fuerza persuasiva de la
aserción (Haverkate, 1994:132). El uso de un «nosotros» exclusivo comunitario restrin­
gido: la vecindad es un medio eficaz para sustentar denuncias, reclamos y demandas
desde la zona o comunidad hacia las autoridades municipales. Veamos estos ejemplos:

Nosotros queremos gente que trabaje como don Macario [...] si no hay las carpetas,
señor Torneo, parte de Villa Copacabana nos vamos a declarar y vamos a ir a la Subalcaldía
a pedir que se vaya nomás el señor Vega [vecina, 18/11/98].

Pertenecemos a la Subalcaldía de Villa San Antonio [...] Nosotros tenemos un pro­


blema en nuestra urbanización, hace un tiempo atrás [...] han hecho una apertura de una
calle acá en nuestras viviendas [...] nosotros hemos hecho los reclamos respectivos a la
Subalcaldía [...] representa un peligro para nuestras viviendas y más ahora que va a
empezar la época de lluvias [vecino, 18/11/98].

Agradecerle mucho por esta visita a nuestra humilde zona ¿no? Es un rinconcito
pero es muy cálido, el lugar es bonito [...] a nuestro señor Alcalde que nos complemente,
por ejemplo, no hay control, foco, luminaria [...] ahora mismo esta semana ya no tene­
mos luz [vecino, 30/08/99],

El uso del «nosotros» produce una pluralidad ficticia que puede ir acompañada
algunas veces del nombre de la zona aludida. En otras ocasiones puede presentarse
con una referencia sustantivada: nuestra zona, nuestro sector, nuestra urbanización,
nuestro «rinconcito».13La situación compartida de múltiples necesidades, de olvido y
sufrimiento sustenta y refuerza el sentimiento de solidaridad grupal del «nosotros»
exclusivo restringido: nuestra zona.
Aquí la identificación con la vecindad se sustenta en compartir ciertos códigos
contextúales y prácticas sociales que intervienen para dibujar las fronteras y señalan a

13. Aquí el sentido de pertenencia está reforzado p o r el pro n o m b re posesivo en p rim e ra perso n a del plural,
que aco m p añ a al lu g ar de residencia. Los sustantivos se asocian a adjetivos que en general tien en orientaciones
poco favorables p a ra ex p re sa rla au topercepción y la au todenom inación de los vecinos: zonas «olvidadas», «ne­
cesitadas», «alejadas», «hum ildes», «sufridas».

196
los que son incluidos e integrados dentro del «nosotros». Las fronteras son m arcadas
porque las comunidades interactúan de una u otra manera con entidades de las cuales
se distinguen o quieren ser distinguidas (Southerton, 2002: 174-175). Si bien las fron­
teras simbólicas «presuponen la inclusión y la exclusión y son construidas a través de
las prácticas sociales, actitudes o valores que se afirman y reafirman mediante la
interacción» (175), el proceso de llegar a ser incluidos (pertenencia) requiere además
un «trabajo discursivo de frontera», el mantenimiento activo y la negociación de los
marcos que guían la inclusión.

2.3.2. El «nosotros» com unitario exclusivo ampliado: las laderas

Los participantes en La Calle también recurren a la primera persona del plural


exclusivo para ensanchar su extensión a un círculo más amplio. Se trata de una expan­
sión imaginaria en términos socioespaciales que les permite identificarse con vecinos
de otras zonas con quienes comparten una posición socioeconómica similar o una
igual situación de olvido y desatención por parte de las autoridades. Constituye un
referente colectivo de identificación amplio que incluye a los que viven en las laderas,
barrios marginales o periféricos de la ciudad de La Paz. Los vecinos buscan la inclu­
sión de otros sujetos semejantes, estableciendo simbólicamente una relación de solida­
ridad de grupo y la pseudoinclusión de otros no presentes que son integrados en un
«nosotros» exclusivo ampliado: las laderas.

Su brillante programa realmente nos ha hecho un gran favor en las laderas [...] nos
han ayudado para las zonas laderas, especialmente y aquí para las seis zonas marginales
que tantos años hemos anhelado, hemos luchado, hemos reclamado, pese a pesar que
nunca hemos sido escuchados [vecino, 30/08/1999],

Este lugar ya está abierto, tan temible que era el cerro montaña [...] Esto es hoy día
para nosotros también un gran día para todos [...] vecinos de estas laderas, como potjemplo
[s/c] para Cusicancha, para Rincón Portada, para Alto Villa Victoria, para Barrio Villani,
Mirador Munaypata, asimismo Munaypata encima Autopista, mire, imagínense son seis
zonas y Alto Portada [vecino, 30/08/1999],

En estos enunciados predomina el uso de la primera persona del plural exclusivo.


Los hablantes incluyen a vecinos de su zona y de zonas aledañas, de manera explícita o
mediante sustantivos acompañados de adjetivos calificativos: las «laderas», zonas «mar­
ginales», reforzando la solidaridad intervecinal y construyendo así una intersubjetividad
compartida.

Soy una vecina también de aquí de Villa Copacabana [...] apoyo la moción del diri­
gente que acaba de hablar y como vecina que hemos visto que aquí se han hecho las
obras, creemos [necesario que se] vayan haciendo por toda la circunscripción [...] Ojalá
puedan hacer por Villa San Antonio lo que están haciendo por Villa Copacabana [vecina,
16/11/98].

Nosotros estamos gozosos para cooperar en nuestra sede social, de nuestra zona
Kupilupaca Central [...] Entonces todas las zonas aledañas de la Avenida Periférica nosotros
invitamos en este momento la presencia [de] nuestros vecinos aledaños [dirigente, 19/11/98].

197
Yo vengo a nombre de Cuarto Centenario a solidarizarme con el-la junta vecinal de
Kupilupaca Central porque tiene que recuperar su área verde para que realmente se cons­
truya un complejo deportivo [...] es lo que está ocurriendo en todas las zonas [...] el Cuarto
Centenario que se están loteando áreas verdes, está ocurriendo en Barrio Minero que se
están apropiando [...] nosotros llamamos a todos de vecinos de Barrio Minero, Cuarto
Centenario, a recuperar las áreas verdes [dirigente, 19/11/98],

La pluralidad ficticia intervecinal es forjada mediante el uso del «nosotros» exclu­


sivo en pronombres personales, inflexiones verbales o pronombres posesivos («nos
han ayudado», «hemos anhelado», «hemos luchado», «nuestros vecinos aledaños»).
En los discursos de los vecinos prevalece el principio de integración grupal sustentada
en la experiencia cotidiana común. Además, la presencia reiterada de ciertos atributos
muestra el tipo de autoadscripciones y heteroidentificaciones que prevalecen en el ima­
ginario de los sujetos populares. Esto ilustra cómo los procesos de autoidentificación
no sólo tienen que ver con compartir el espacio social, geográfico o una historia co­
mún; intervienen además otros criterios diferenciadores que se sustentan en la evalua­
ción de los modos de ser, sentir, pensar y actuar en referencia a sus semejantes.
Se observa una fuerte identificación de los vecinos con el hecho de habitar las
laderas. A pesar de la carga despectiva de las heteroidentificaciones, éstas son
reapropiadas en una autoidentificación positiva y afirmativa. Como señala Gilberto
Giménez: «Todo el esfuerzo de los grupos minoritarios se orienta, no tanto a reapropiarse
una identidad que frecuentemente es la que les ha sido otorgada por el grupo dominan­
te, sino [...] se esfuerzan por transformar la hetero-identidad, que frecuentemente es
una identidad negativa, en identidad positiva» (Giménez, s.f.: 45).
Debe tenerse en cuenta que las laderas constituyen el área urbana menos atendida
por las autoridades debido, entre otros factores, a que se encuentran en terrenos defi­
nidos anteriormente como forestales, y por el carácter erosionable de los suelos las
construcciones siempre fueron consideradas riesgosas. Su ocupación se dio por
loteamientos (división y venta de tierras rurales). Uno de los principales objetivos de las
organizaciones vecinales fue siempre la legalización de los asentamientos. La munici­
palidad, que no atendió el proceso de ocupación ni el desordenado trazado urbano de
las laderas, terminó dándoles reconocimiento legal aun sin evaluar los riesgos que ello
comportaba (Blanes, 1999:4). La instalación de servicios básicós e infraestructura vial
se hizo generalmente en trabajos comunitarios y con aporte económico de los vecinos;
en una reciprocidad distorsionada, las obras se intercambiaron por votos en elecciones
municipales y no por impuestos o por el ejercicio de los derechos ciudadanos. A pesar
de esas dificultades, el traslado a las laderas significa para los inmigrantes la inclusión
en la ciudad de La Paz. Según este razonamiento, los límites naturales de la ciudad
forman parte de ella.

3. A manera de cierre: más preguntas que respuestas

El análisis realizado permite dar cuenta de la importancia del espacio en los pro­
cesos de identificación. La autoconstrucción individual no es la m ás com ún
autorreferencia y en general es usada en las presentaciones y posicionamientos para
aludir al interés comunitario. Los recursos y estrategias usados se sustentan en la ape­
lación a referentes de identificación espacial y varían más en función del estatus de

198
partida y el rol ante la comunidad que del género del hablante. Así, los varones dirigen­
tes apelan a su identidad de rol (el «yo» dirigencial) y a la autoridad que les da esta
situación para legitimar sus actos de habla. El resto optan por el anonimato y se
subsumen en la sustantivación de vecino de una determinada zona —identificación
por pertenencia.
La autoconstrucción colectiva constituye la forma más usual en que los vecinos se
refieren a sí mismos. Su uso generalizado puede explicarse por dos factores. Primero,
el efecto desfocalizador que produce la primera persona del plural permite sustentar
ciertos actos de habla comprometidos sin asumir una responsabilidad individual. Se­
gundo, y más importante, al tratarse de un «nosotros» exclusivo, se expresa la identifi­
cación e integración de los hablantes en un colectivo inmediato —la vecindad— o más
amplio —las laderas. Éste refuerza la cohesión y la solidaridad grupal, y permite una
integración simbólica con otros actores con los que se comparten características im­
portantes —identificación por referencia. Sentirse parte de una comunidad más am ­
plia —»las laderas»— es particularmente significativo. Debido a los procesos de seg­
mentación territorial y sociocultural, los pobladores de las laderas no se sienten
plenamente integrados a la sociedad paceña.
Es clara la importancia que los referentes espaciales y los estatus de las zonas de
residencia tienen para la identificación de y dentro de las categorías sociales, así como
para las autoconstrucciones individuales y colectivas. Los procesos identitarios se
sustentan en la interacción social y en las formas de sociabilidad y copresencia, en
aspectos tangibles como el compartir un espacio geográfico o social o una historia, y
luego trascienden o traspasan a los procesos de diferenciación en una dimensión
subjetiva —los modos de ser, pensar, sentir y actuar en referencia a los semejantes.
Las interpelaciones mediáticas diarias operan como referentes sociales y simbó­
licos desde y a través de las cuales se van generando procesos de reconocimiento e
identificación que constituyen la base de una intersubjetividad compartida y de la
pertenencia a una cierta comunidad geográfica y política. A partir de estos referentes
de autoconstrucción, los residentes de áreas populares se adscriben, autodefinen y
autonombran desde diferentes posicionamientos: una autopercepción socioeconómica
—desde la necesidad, la carencia, la marginación—; una demarcación socioespacial
—como residentes de áreas marginales, las laderas— y, sobre todo, una autovaloración
sociocultural —como los olvidados, no escuchados, burlados o excluidos.
Las acciones discursivas predominantes de los residentes de áreas populares de la
ciudad de La Paz evidencian que en la producción del espacio y sus significados persis­
ten y se siguen reproduciendo relaciones de poder asimétricas, expresadas en estructu­
ras de exclusión, desigualdad y privilegios. Las acciones mismas tienden a sustentar
estas estructuras, riaturalizándolas. Por un lado, están los actores con «poder», que
viven en la zona sur. Por otro lado, los residentes de zonas populares —que no pueden
ejercer plenamente sus derechos porque son considerados ciudadanos de segunda cla­
se y, cuando pueden hablar, no son escuchados por la alteridad.
La asunción de referentes espaciales no se agota en las demandas de mejora de las
zonas o barrios. Recubre o connota la pertenencia a un determ inado estrato
socioeconómico (los sectores «populares») y a un grupo étnico particular (los aymaras).
El nombre de «laderas» (y no «villas miseria», «pueblos jóvenes» o «barrios margina­
les», como en otras ciudades latinoamericanas) expresa cabalmente la enorme influen­
cia de la topografía en la conformación segmentada de La Paz y la persistencia de

199
criterios de discriminación que se enmascaran en la influencia de los atributos físicos
de la ciudad. Como en otros casos, los márgenes (los límites físicos del crecimiento
urbano) pueden ser interpretados como internos o como externos a la ciudad depen­
diendo del posicionamiento de los sujetos.

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201
El imaginario popular sobre
la incorporación de la computadora
en la casa, la familia y el vecindario 1
Rosalía Winocur
Universidad Autónom a M etropolitana, Unidad Xochimilco, México

San Lorenzo Chimalpa es un pequeño poblado donde habitan alrededor de 150


familias en una extensión de 10 manzanas. A pesar de estar ubicado a 20 minutos del
centro de Chalco, un municipio de alta densidad poblacional en el estado de México,
conserva rasgos semi rurales. Muchos de sus habitantes son campesinos que trabajan
su propia milpa o la de algún vecino. En San Lorenzo los pobladores desarrollan una
intensa vida social que gira alrededor de la iglesia, el mercado y las celebraciones fami­
liares. Existe la costumbre entre las familias más viejas de abrir las puertas de su casa
para compartir con sus vecinos en la calle la celebración de un cumpleaños o de un
aniversario. No obstante existe una relación de intercambio fluida y constante con el
centro de Chalco y la ciudad de México en general. La mayoría de los pobladores,
particularmente los jóvenes, se desplazan para trabajar, ir de compras o estudiar. Tam­
bién es habitual que los fines de semana o feriados las familias vayan de compras, al
cine o a comer. La mayoría de los padres y madres de familia de más de 40 años
cuentan sólo con la primaria o secundaria, sin embargo es evidente la aspiración de
que sus hijos superen esa situación, y hacen grandes esfuerzos económicos para que
éstos lleguen a la universidad. Casi todos los niños, adolescentes y jóvenes se encuen­
tran estudiando en algún sistema escolarizado. Los habitantes de San Lorenzo Chimalpa
viven en hogares de familias numerosas con fuertes lazos parentales que se extienden
hasta el otro lado de la frontera. La idea de la casa no se puede entender sin la localidad
concebida como el ámbito afectivo más cercano al hogar, un espacio simbólico de
pertenencia que trasciende el espacio físico de la vivienda. Se trata de un espacio don­
de al mismo tiempo que se convive intensamente con los vecinos y los parientes en las
fiestas familiares y celebraciones colectivas, en el tianguis los sábados y en misa los
domingos; se sostienen vínculos virtuales a través de la línea telefónica, el teléfono
celular e Internet con los que se encuentran en Estados Unidos; y se intercambian
saberes, consumos y prácticas entre los de «adentro» y los de «afuera», en un incesante

1. E ste articu lo p resen ta los resu ltad o s de u n a investigación cualitativa que se llevó a cabo en el añ o 2003
con 100 fam ilias del poblad o de S an L orenzo C him alpa, ubicado en el M unicipio de Chalco, estado de M éxico.
C ontó con la p articip ació n de los alum nos del proyecto de investigación y servicio social: «Redes virtuales y
com u n id ad es m ediáticas. Nuevos núcleos de sociabilidad y pertenencia» de la UAM-Xochimilco.

203
ir y venir entre San Lorenzo, el centro de Chalco, la ciudad de México, y California. A
este entramado de afectos y extrañamientos, de permanencias y tránsitos, de certezas
e incertidumbres, los habitantes de San Lorenzo Chimalpa le llaman «comunidad».
La ilusión de poseer una comunidad de lazos sólidos, permanentes y originarios,
tiene un fuerte sentido de realidad en la medida que permite generar estrategias sim­
bólicas de contención de la conducta diaspórica de sus habitantes, dándole un sentido
de retom o obligado al hogar. Estas estrategias se organizan en diversos flujos que, por
una parte, permiten ordenar los tránsitos cotidianos entre el vecindario-casa-iglesia-
tianguis-milpa y la ciudad-centro-trabajo-servicios-escuela-universidad; y, por otra, el
flujo migratorio de ida y vuelta con Estados Unidos. En el sentido expuesto, las remesas,
el teléfono, el celular y los viajes, constituyen los canales privilegiados de comunica­
ción e intercambio.
El imaginario acerca de la incorporación de la computadora y de Internet hay que
entenderlo, por una parte, en el contexto de estos desplazamientos cotidianos, flujos
mediáticos y migratorios, y por otra, asociado a las expectativas de movilidad social
vinculadas a la educación y al sentido de lo público.

Tener la computadora en casa

En él imaginario de las familias de San Lorenzo Chimalpa la posibilidad de incor­


porar una computadora en la casa plantea una reorganización simbólica del espacio y
de los tiempos domésticos. A diferencia del televisor o de la radio —que ya son miem­
bros de la familia y están mimetizados con las rutinas familiares y domésticas—, la
posible llegada de una computadora exige generar adecuaciones en los espacios y tiem­
pos domésticos para darle cabida. En el poblado los espacios de la casa son pequeños
y multifuncionales para poder albergar las necesidades de todos los miembros de la
familia. En la cocina, mientras se m ira la televisión o se escucha el radio, se prepara la
comida, se reúne la familia a comer, los niños realizan la tarea y muchas veces también
se convierte enialler de. costura pára los que hacen trabajos a destajo en su domicilio.
Sin embargo, la computadora plantea imaginariamente la necesidad de diferenciar el
espacio a partir de un uso y un mobiliario especializado dedicado sólo al estudio:

Le compraría un mueble de esos que ya venden diseñados para poner la computa­


dora y si tuviéramos más espacios la pondría en un cuarto en el que no hubiera ruido,
donde estuviera tranquilo, para que cuando Paulina trabajara estuviera silencioso [Ama
de casa, 41 años, primaria].

El televisor, el equipo de música y la radio están asociados con el entretenimiento,


el acompañamiento y la información, pero la computadora con el saber y la escuela, y
su incorporación en el hogar representa simbólicamente la posibilidad de llevar la
escuela a la casa, de ahí la idea de crear un sitio «aparte» del resto de las rutinas
domésticas dentro de la sala o construyendo un cuartito especial:

Pues ahorita estamos haciendo otros cuartitos... yo tengo en mi idea tener un


estudio chiquito, aparte... especialmente para hacer sus tareas [Campesino, 32 años,
secundaria].

204
Cuando se piensa en la incorporación de la computadora en la casa también se
piensa en la necesidad de compartirla con los vecinos y la familia extensa, al igual que
sucedió con la radio y la televisión en sus orígenes, cuando los primeros aparatos eran
compartidos en las aceras o en las cantinas:

Pues si se la podríamos prestar a los estudiantes que no tuvieran en donde hacer sus
trabajos y pues si uno tiene el aparato no debe uno de ser egoísta, porque siempre nece­
sitamos favores y pues entre nosotros tenemos que ayudamos [Mujer, 56 años, primaria,
comerciante],

Aníbal Ford plantea refiriéndose a países donde aún hay 200 o 300 televisores por
cada 1.000 habitantes, que «la desigualdad puede generar fenómenos interesantes como
la escucha colectiva» (1999: 161). Si lleváramos esta reflexión para el caso de San Lo­
renzo Chimalpa, podríamos pensar que desde el punto de vista imaginario están crea­
das las condiciones para propiciar una socialización y apropiación colectiva de Internet,
fincada en las necesidades de la comunidad de recreación de lo local y de conexión con
lo global:

La prestaríamos ya que entre todos debemos de echamos una manita, así que si
alguien llegara a requerirla con gusto se le prestaría [...] ya sean familiares o vecinos.
[...] puesto que todos nos conocemos y nos debemos de echar la mano. Aun siendo
personas que no fueran de la familia siempre nos hemos echado la mano [Obrero, 30
años, secundaria].

El cúmulo de expectativas, temores y mitos que generan las dificultades económi­


cas y culturales para acceder a las nuevas tecnologías va conformando en el imaginario
una representación de la computadora como una suerte de «artefacto salvador» que es
necesario incorporar en el hogar, una especie de altar tecnológico que guarda
mágicamente el conocimiento del mundo, y a semejanza de los altares religiosos, exige
el respeto y los cuidados que sólo se destinan a los asuntos sagrados. De ahí la necesi­
dad de cubrirla con un guardapolvo para que nada la contamine ni impida su funcio­
namiento:

[...] la pondría en el cuarto donde está mi sala, en una esquina con una mesita y pues
le haríamos su camisa, sino imagínese, deben ser bien delicados esos aparatos [Ama de
casa, 56 años, primaria]

[...] le pondría una mesita con su mantel y algo para que la tapen cuando ya no la
usen [Ama de casa, 52 años, primaria]

[...] la taparía con una tela muy delgada o alguna sábana para que no se fuera a
maltratar y no se llenara de polvo [Ama de casa, 41 años, primaria],

A diferencia de lo que ocurre con la televisión o el radio, nadie concibió la posibi­


lidad de comer, beber o jugar cerca de ella. Podría pensarse, como ellos afirman, que es
necesario cubrirla y aislarla para que no se ensucie ni se contamine, pero también es
posible sugerir la idea inversa, es decir, mantenerla aislada para evitar que invada la
privacidad y altere los rituales cotidianos. En el imaginario de los habitantes de San
Lorenzo, la computadora también representa una amenaza de pérdida de control y de

205
exclusión social como veremos a continuación. Una de las imágenes que aparece en
forma recurrente es la de la computadora como una especie de big brother, capaz de
controlar la vida de las personas y de invadir los ámbitos más recónditos de la intimidad:

He visto en la tele que averiguan muchas cosas por la computadora, [...] saben su
dirección, [...] saben el dinero, todo averiguan ahí [...], hasta los rateros de ahí sacan
muchas cosas, mucha investigación para las personas [Ama de casa, 40 años, primaria].

O como una máquina destructiva capaz de organizar:

«una guerra de botones: [...] también ha avanzado para mal, yo siento que inclusive
una guerra a futuro va a ser a base de botones, ya no se van a pelear, a base de botones se
va a escribir el mundo [Hombre, 70 años, secundaria, Comerciante].

Desde la perspectiva de los habitantes de San Lorenzo Chimalpa, las múltiples


narrativas que circulan en los medios y en la vida cotidiana sobre la computadora e
Internet pueden agruparse en dos visiones, una benévola y otra maligna. La benévola
sostiene las posibilidades infinitas del uso de la tecnología, una especie de varita mági­
ca capaz de arreglar los problemas del mundo:

[...] ya se facilita todo, ya no se mortificarían por investigar, ya nada más es apretar


botoncitos y te sale la información [Ama de casa, 45 años, primaria].

También incluye las ventajas en términos de educación y progreso, oportunidades


de desarrollo, y comunicación asociado a su facilidad de comunicar rápida y simultá­
neamente a las personas ubicadas en comunidades alejadas, o a los que migraron con
los que se quedaron, como en su momento fueron las carreteras y el teléfono. La otra
idea, de signo contrario, habla de sus peligros y riesgos en términos de enajenación,
pornografía, delincuencia, control, e invasión de la privacidad.
En el imaginario de los habitantes de San Lorenzo Chimalpa, la representación de
la exclusión y la inclusión social se vinculan fuertemente al acceso no sólo de bienes de
consumo sino fundamentalmente él acceso a los bienes públicos, donde la escuela y las
fuentes de trabajo serían los bienes más preciados. Los asuntos del saber representan
muchas de las aspiraciones y de los sueños en los sectores populares, pero también mu­
chas de las frustraciones y limitaciones; eso también explica porque la idea de adquirir
una computadora aún resulta poco compatible y asimilable a la vida de todos los días.

La computadora como estrategia de m ovilidad social

En el caso de San Lorenzo Chimalpa, sólo el 12 % de los hogares posee una com­
putadora,2 sin embargo el 70 % de los entrevistados respondió que de tener, o reunir
dinero, en un futuro próximo, sí comprarían un aparato porque lo consideran necesa­
rio para facilitar la educación de sus hijos. A pesar del desempleo y la falta de oportu­

2. Se tr a ta de fam ilias don d e el pad re o la m ad re poseen educación universitaria.

206
nidades, las familias aún tienen fuertes expectativas de movilidad social a través de la
educación y empiezan a visualizar en la computadora un atajo a los costosos y largos
ciclos de la educación media y superior:

[...] yo tengo un primo que hizo un curso de capturista de datos y le agarró a la


computadora, tuvo buen trabajo, estuvo en varias empresas, pero después él se sentía
muy volado y decía que era ingeniero... ni siquiera acabó la vocacional [Campesino, 49
años, secundaria].

Esta representación se expresa de diversos modos, uno es la creencia de que el


principal beneficio de la tecnología es que facilita las exigencias escolares y allana el
camino hacia el éxito:

[...] ya no tienes que estar leyendo, ya no tienes que estar hojeando libros, que nada
más aprietas un botón y ya aparece, se puede decir que, un resumen de un libro ya lo
puedes encontrar en la computadora y no estar leyendo todo el libro [Hombre, auxiliar
de cocina, 24 años, primaria],

Y es desde ese lugar que los hijos desde muy pequeños presionan en sus hogares
para que sus padres incorporen dentro de sus prioridades de consum o la com pra de
una computadora. La necesidad se plantea en términos de desventajas y de marginación,
y así se lo transmiten a sus padres: si no tengo la com putadora no sólo no voy a gozar
de sus ventajas sino que voy a quedar fuera de lo que socialm ente se ha vuelto significa­
tivo en términos de acceso al conocimiento, prestigio, placer, visibilidad, competitividad,
reducción de complejidad y oportunidades de desarrollo:

[...] ahora sí que en el tiempo que estamos deben de saber estudiar, manejar apara­
tos, lo que es computadora, la Internet, máquinas de escribir y todo eso, porque pues
ahora sí que tampoco quiero que mis hijos se queden como yo hasta la secundaria y
namás con eso... ya para encontrar un trabajo está muy diñcil, ya te piden papeles, qué
carrera sabes, qué es lo que sabes hacer, y pues más que nada por eso sí me gustaría tener
eso o aprende!... porque pues ahora sí que yo al menos, como me doy cuenta, como que
se les facilitan más las cosas [Obrero, 28 años, primaria].

Los jóvenes que tienen acceso a una computadora en la escuela o en los cafés
Internet van socializando en el imaginario de la familia, los amigos y los vecinos sus
usos y posibilidades y legitimando un discurso acerca de la necesidad de incorporar un
aparato a corto, mediano o largo plazo, particularmente vinculado a nuevas exigencias
escolares y a su capacidad de simplificar las labores escolares:

Yo creo que aunque uno no quiera, pues en algún momento la tenemos que com­
prar porque cada día se las exigen más en la escuela. Me doy cuenta con mis sobrinos que
estudian la secundaria y otros la prepa, siempre tienen que ir a Chalco para hacer sus
tareas en la computadora y dicen que les sale caro. Para facilitarle las cosas a Marlene yo
creo que sí la compraríamos y pues tendríamos que empezar a ahorrar desde ahorita
[Ama de casa, 30 años, secundaria].

Otro dato importante que refuerza la idea de que esta aspiración ya forma parte
del imaginario es que el 40 % de los entrevistados había generado alguna clase de

207
estrategia para acercar o facilitar el recurso tecnológico a sus hijos. En algunos casos,
utilizando las redes familiares, o en otros, dando dinero a sus hijos para que renten
computadoras en el centro de Chalco, distante unos 20 minutos del pueblo, o para
pagar a alguien que les resuelva su tarea bajando información de Internet. La mayoría
de los cafés Internet en el centro de Chalco tienen empleados que por encargo de los
padres o de los niños llevan a cabo las tareas escolares y/o apoyan a los niños para
realizarlas. Primero buscan la información en Internet y luego la editan y le dan una
presentación adecuada:

Pues a veces uno de mis sobrinos le ayuda porque él tiene computadora en su casa,
entonces Lupita (su hija) le llama por teléfono y él le trae los trabajos el fin de semana,
pero cuando los trabajos son de un día para otro pues tenemos que ir a Chalco a rentar
una, o con un amigo de Lupita que vive por aquí cerca y que le presta la computadora de
sus hermanos, pero cuando ellos también tienen tarea pues es más difícil [Ama de casa,
37 años, secundaria].

Esta demanda ha generado en los últimos dos años un florecimiento inusitado de


diversos locales que ofrecen sus servicios de renta de computadoras, acceso a Internet
y realización de tareas escolares por encargo en el centro de Chalco. En la mayoría de
los casos se trata de establecimientos improvisados y piratas, que se instalan con tres o
cuatro computadoras en escritorios públicos, fotocopiadoras, papelerías, tiendas de
abarrotes y casas de familia que disponen de la sala o el estacionamiento para ofrecer
sus servicios. Aunque la mayoría de los habitantes de San Lorenzo Chimalpa se trasla­
dan al centro de Chalco, distante a unos veinte minutos, en el poblado ya existen dos,
uno dentro de una papelería y otro en una tienda de abarrotes.
A pesar de la fragmentación y el desorden de las búsquedas, el mal uso y aprove­
chamiento de los exploradores, la dudosa eficacia pedagógica del «cortar y pegar»
por encargo, la informalidad y las fallas técnicas que padecen la mayoría de estos
lugares, no podemos negar su importancia como fuente de socialización, iniciación y
aprendizaje del manejo de la computadora e Internet entre los jóvenes de sectores
populares:.....................................................................

[...] podría considerarse a los cibercafés como puntos de difusión de una innova­
ción cultural profunda. Son lugares donde se permite el acceso, casi sin supervisión ni
censura, a contenidos culturales ajenos, exóticos, eróticos, prohibidos y muy contrastantes
con los códigos cotidianos de los usuarios jóvenes [Robinson, 2003: 2],

La computadora e Internet como espacios esencialm ente públicos

En la perspectiva de los habitantes de San Lorenzo, lo que define a un espacio


como algo público es el acceso. En ciertos contextos, como las tiendas, los parques, la
calle, esto significa poder entrar y circular libremente:

[...] los lugares públicos son la calle, un mercado, una feria, o sea, un lugar a donde
puede entrar todo el que quiera [Ama de casa, 30 años, secundaria].

208
En otros, como la escuela, significa tener el derecho a usufructuar un servicio
público:

Pues las cosas públicas son ir a la escuela, ir a la biblioteca, a la escuela, un deporti­


vo [Campesino, 44 años, primaria].

Y, en otros, lo público refiere a la vida social en la comunidad:

Las cosas públicas podrían ser las actividades que yo realizo en la calle, como ir al
mandado o a la tienda, pues son lugares en común con otras personas [Ama de casa, 37
años, secundaria].

Llevar a mis hijos a la escüela, eso es público yo creo, salir a trabajar, la rutina de
uno, el mandado... [Ama de casa, 39 años, primaria].

Todos estos espacios son imaginados y representados como lugares donde no exis­
ten restricciones para el acceso, es decir, constituyen una forma de acceso a lo público,
y también una forma de inclusión en lo público. La tienda representa la dimensión de
lo público en el ámbito de lo local, lugar de encuentro con los vecinos y de rumores,
chismes y comentarios sobre los acontecimientos locales.
Veamos ahora tres cualidades que conforman la representación de lo público en el
imaginario popular que fueron transferidas a la computadora y a Internet:

[Internet] es público porque uno puede buscar lo que quiera sin que te diga nadie
que no busques, o que te diga qué es lo único que tienes que buscar, además pues, mucha
gente lo usa, privado sólo que fuera un libro que sólo tú puedes leer [Ama de casa, 52
años, primaria],

Al igual que en el caso de los espacios considerados públicos Internet constituye


no sólo un espacio al que se pueda ingresar sin restricciones, sino también un espacio
que no está segmentado socialmente. Es interesante como la representación de lo con­
trario a Internet sería un libro de uso exclusivo, tal vez podría sugerir la idea de que el
acceso a los libros ha sido siempre un privilegio. En el siguiente ejemplo podemos
advertir como la palabra «exclusivo» marca la idea de la exclusión, en contraposición a
la idea de la igualdad de oportunidades:

[...] es público porque muchas personas lo pueden usar, no es exclusivo, además de


que todos pueden revisar las mismas cosas [Ama de casa, 37 años, secundaria].

La segunda idea que asocia a estas nuevas tecnologías con lo público es la del
objeto compartido en un espacio y en un tiempo común:

Yo creo que es público porque todos los estudiantes ocupan los mismos aparatos
para hacer sus tareas [Despachadora, 56 años, primaria].

La idea de compartir, socializar y aprovechar con otros sus ventajas apareció con
mucha fuerza en varias de las entrevistas. Hay que recordar que en los sectores popu­
lares el consumo de los medios casi siempre es una actividad compartida con otros, y

209
es probable que esta experiencia esté resignificando el uso de la computadora y de
Internet:

[...] público porque luego pueden estar varias personas ahí viendo la computadora,
y la computadora es para todo público [Ama de casa, 39 años, primaria].

La tercera idea vinculada a lo público y transferida a la computadora es la de la


comunicación: si uno está comunicado está integrado en alguno de los circuitos afectivos,
recreativos, laborales, educativos, socialmente válidos desde el punto de vista de la
comunidad:

[...] yo digo que ha de ser público porque se puede hablar con cualquier persona, y
se pueden integrar otras personas [Campesino, 44 años, primaria].

En esta última cita aparece la idea de integración, que también alude a la preocu­
pación permanente que orienta todas las estrategias de comunicación desarrolladas
por los habitantes de San Lorenzo Chimalpa: comunicación significa visibilidad, para­
dójicamente sólo lo que fluye y es visible puede garantizar que lo primario, lo origina­
rio, lo local, lo comunitario no se diluya.
En cuarto término, la computadora e Internet también fueron definidos por la
mayoría de los entrevistados como objetos y espacios esencialmente públicos vincula­
dos con el acceso al saber y a la información. Respecto a su capacidad de acumular
saberes que todo el mundo puede consultar y valerse de ellos, su carácter público se
vincula a la educación, poseer una computadora colocaría a sus usuarios en ventajas
competitivas respecto a lo que ofrece la escuela, es decir, no sólo quedarían incluidos
socialmente al participar del saber, sino que lo harían con ventajas comparativas.
Y por último, apareció una definición de lo público que vinculó la dimensión de lo
público local representado en la tienda, con lo público global representado por la com­
putadora e Internet.

Lo público seria Iá televisión, una tienda y la compütadora [Obrero, 32 años, se­


cundaria].

El tem or de que la computadora se convierta en un nuevo factor


de exclusión social

Detrás de la fuerte valoración de la computadora como una herramienta para


acceder a recursos más calificados, y obtener empleos de mayor jerarquía y mejor
remunerados, se esconde la otra cara de la misma moneda: la representación de la
computadora como la responsable en el presente y en el futuro de la pérdida del em­
pleo a partir de desplazar al hombre como fuerza de trabajo:

[Las computadoras] se crearon para suplantar al hombre y que ya no trabajen las


personas, para que las empresas ya no tengan que pagar... vayan poco a poco liquidan­
do personal y ya no pagar [Obrera, 39 años, primaria].

210
E n el im aginario popular la com putadora es «humanizada» gracias a su capaci­
dad tecnológica de reemplazar al hombre, al mismo tiempo que deshumaniza las habi­
lidades manuales de los trabajadores al volverlas socialmente innecesarias para la pro­
ducción:

Ya se está dando, incluso en trabajos de fábricas automotrices que he visto que hay
brazos que hacen labores que el hombre antes hacía o hace y es colocar muchas cosas...
imagínate más adelante [Obrero, 20 años, preparatoria].

El temor no es sólo a perder el empleo, o a no encontrar empleo, sino a volverse


socialmente innecesario y prescindible:

[...] habría un montón de desempleados... empezarían a hacer a un lado a la gente y ya


no la tomarían en cuenta por su capacidad que tiene [Ama de casa, 28 años, secundaria].

Además, perciben que esta amenaza también podría extenderse al lazo social. La
computadora, al resolver las tareas de varios hombres, elimina la línea de producción,
lo cual también afecta el engranaje colectivo donde unos dependen de los otros para
term inar la pieza, creando lazos solidarios que se extienden más allá de la fábrica.

Comentarios finales

El punto de vista que hemos asumido para plantear el problema del imaginario
popular sobre las nuevas tecnologías y su probable inserción en los ámbitos locales,
nos obliga a replanteamos el estatus de lo local, que ya no puede ser pensado sólo
vinculado al territorio y a la vida social y productiva de la comunidad, sino que es
necesario concebirlo en relación con los Sujos mediáticos y migratorios, no en el senti­
do de que el territorio desaparezca ni pierda su importancia sino en el sentido de cómo
se reconstituye en el entretejido de las relaciones virtuales y cara a cara. En esta pers­
pectiva, lo local se entiende como...

[...] algo primariamente relacional y contextual, en vez de algo espacial o una mera
cuestión de escala. Lo entiendo como una cualidad fenomenológica compleja, constitui­
da por una serie de relaciones entre un sentido de la inmediatez social, las tecnologías de
la interacción social y la relatividad de los contextos [Appadurai, 2001: 187],

Como se refirió al comienzo, la vida comunitaria vinculada al territorio, las cele­


braciones colectivas y los rituales sociales, siguen siendo los anclajes fundamentales
para los pobladores de San Lorenzo Chimalpa, pero poco entenderíamos de la cuali­
dad de estos anclajes si no los dejáramos mecerse en los oleajes migratorios y las co­
rrientes mediáticas que fluyen en múltiples direcciones:

El vocabulario clásico —territorio, parentesco, comunidad, etnia— se enriquece al


ocuparse también de redes, flujos y fragmentación transnacional. Las estancadas políti­
cas de identidad, que absorbieron a los estudios culturales y a los antropólogos en los
años sesenta a ochenta del siglo pasado, los «esencialismos estratégicos» con los que se
intentó resistir la globalización, ceden lugar a las [...] «politicéis postidentitarias» de las

211
que habla James Clifford. Por más importante que siga siendo encontrar hogares, las
identidades se forman hoy con múltiples pertenencias y necesitan ser compartidas por
una antropología multilocalizada [García Canclini, 2004: 14].

El conjunto de referencias locales y globales que han reorganizado en el imagina­


rio el sentido de lo público y lo privado, ubican a la computadora y a Internet como
tecnologías esencialmente públicas asociados con el derecho a la educación, el acceso
a la información y sus infinitas posibilidades de comunicar lo cercano con lo distante y
de volver visible lo invisible. En el contexto de los continuos desplazamientos cotidia­
nos, virtuales y reales, que realizan los habitantes de San Lorenzo, las nuevas tecnolo­
gías y también las viejas son visualizadas como una estrategia individual y colectiva de
cohesión, visibilidad e inclusión social. Estar comunicado en sentido amplio no sólo
representa una defensa contra la dispersión, sino fundamentalmente una defensa con­
tra la exclusión.

Desde dentro de las comunidades los actuales procesos de comunicación son


percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus culturas —la
larga y densa experiencia de las trampas a través de las cuales han sido dominadas carga
de recelo cualquier exposición al otro— pero al mismo tiempo la comunicación es vivida
por las comunidades rurales o urbanas como la posibilidad de romper la exclusión, como
experiencia de interacción que si comporta riesgos también abre nuevas figuras de futu­
ro. Lo que está conduciendo a que la dinámica de las propias comunidades tradicionales
desborde los marcos de comprensión elaborados por los folcloristas y no pocos
antropólogos: hay en esas comunidades menos complacencia nostálgica con las tradicio­
nes y una mayor conciencia de la indispensable reelaboración simbólica que exige la
construcción de su propio futuro [Martín-Barbero, 2004: 16].

Dan Andasko define el imaginario tecnológico como:

[...] el entramado de imágenes e ideas que el hombre se hace acerca de la tecnología y


de su vínculo con ella; un conjunto de representaciones que conforma un determinado or­
den y da sentido a la relación del hombre con el resto de la sociedad y con el universo que lo
rodea. Asimismo el imaginario tecnológico conlleva una cosmoviSión del mundo [1998:61].

La valoración negativa y positiva acerca de las posibilidades de la computadora


pueden convivir en el imaginario de los habitantes de San Lorenzo porque representan
el anverso y el reverso del mismo problema, expresan al mismo tiempo las expectativas
y los temores que genera la aparición de una nueva tecnología de información
resignificados, por una parte, a partir de la experiencia de viejas desigualdades en el
acceso a los bienes culturales y de consumo, y por otra, de nuevas amenazas de exclu­
sión y marginación social. De ahí que en el imaginario popular, la necesidad de incor­
porar la computadora no surge sólo de percibir las posibilidades del mundo virtual,
sino también, de las carencias, necesidades y amenazas del mundo real. Y, en ese sen­
tido, la representación de sus usos y potencialidades se expresa en el imaginario como
un recurso compensatorio que permitiría superar o paliar las desventajas de la situa­
ción de pobreza.
Por último, consideramos que la conformación de los imaginarios populares so­
bre las nuevas tecnologías de la información se ha convertido en una cuestión de im­
portancia socio-antropológica indiscutible:

212
Es preciso que entendamos la tecnología, en especial nuestras tecnologías mediáticas
e informacionales, justamente en ese contexto, si pretendemos captar las sutilezas, el
poder y las consecuencias del cambio tecnológico. Puesto que las tecnologías son cosas
sociales, impregnadas de lo simbólico y vulnerables a las eternas paradojas y contradic­
ciones de la vida social, tanto en su creación como en su uso [Silverstone, 2004: 54].

Este imaginario, al igual que sucedió con otras tecnologías mediáticas en su mo­
mento, organiza y reorganiza los sentidos, las expectativas y las demandas de las perso­
nas acerca de los usos de la tecnología en la intersubjetividad colectiva, donde se com­
binan sentidos y representaciones de diversos universos simbólicos a nivel social e
individual. Lo cual no sólo impacta las prioridades del consumo, la relación con el
conocimiento, las formas de inclusión y exclusión social, las redes de sociabilidad y los
estilos de vida, sino, también, los discursos políticos, las políticas públicas y las estrate­
gias de visibilidad en la esfera pública.

Bibliografía

ADASZCO, Dan (1999), «Redefinición de las esferas pública y privada a partir de la amplia­
ción del uso de Internet», en Emilio Cafassi (ed.), Internet: políticas y comunicación,
Editorial Biblos, Buenos Aires.
Appadurai, Arjun (2001), La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la
globalización, Trilce/FCE, Buenos Aires.
Bartra, Roger (2004), «Imágenes y territorios de la alteridad», en el III Seminario Interna­
cional Representación e Imaginarios, UAM-A, México, agosto.
GARCÍA Canclini, Néstor (2004), «De cómo la interculturalidad global debilita al relativismo»,
conferencia magistral presentada en el simposio ¿A dónde va la antropología?, Universi­
dad Autónoma Metropolitana, México, DF, 22 al 24 de septiembre.
Ford, Aníbal (1999), La marca de la bestia. Identificación, desigualdades e infoentretenimiento
en la sociedad contemporánea, Editorial Norma, Buenos Aires.
MartíN-Barbero, Jesús (2004), «Políticas de interculturalidad», en el diálogo Comunica­
ción y Diversidad Cultural, Forum de las Culturas, Barcelona, 24 al 27 de mayo.
ROBINSON, Scott ( 2 0 0 3 ) , «Los retos culturales de los cibercafés: los changarros olvidados»,
en el Seminario Cultura e Internet, CRIM, Cuemavaca.
Silverstone, Roger (2004), ¿Por qué estudiar los medios?, Amorrortu Editores, Buenos Aires.

213
Autores

M iguel Áng el Aguilar D íaz, es candidato a doctor en Ciencias Antropológicas por la Uni­
versidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, maestro en urbanismo por la Universidad
Nacional Autónoma de México y psicólogo social por la Universidad Autónoma Metropolitana.
Actualmente se desempeña como profesor-investigador titular en el Departamento de Sociología
(área de investigación Espacio y Sociedad) de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad
Iztapalapa, en las Licenciaturas en Psicología Social y Geografía Humana. Sus temas de investiga­
ción giran alrededor de la dimensión simbólica y narrativa en la cultura urbana. Ha realizado
publicaciones sobre estos temas. Correo electrónico: mad@xanum.uam.mx

SONIA BAIRES, es licenciada en sociología y candidata a doctora en el Programa de Doctora­


do en Estudios Urbanos del Instituto Nacional de Estudios Científicos (INRS- Urbaniza­
ción, Cultura y Sociedad) de la Universidad de Québec en Montreal (UQAM), Québec,
Canadá. Actualmente se encuentra finalizando su tesis sobre «Barrios Cerrados y segrega­
ción socio-espacial en el Área Metropolitana de San Salvador». Sus líneas de investigación
son: violencia urbana, espacio público, segregación, bardos cerrados (gated communities).
Correo electrónico: Sonia_Baires@UCS.INRS.Ca y sonia_baires@hotmail.com

M ar lene Ch o q ue Aldana , es socióloga y comunicadora social, maestra en Ciencias Socia­


les por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de (sede México) y candidata a
doctora en Ciencia Social por El Colegio de México, de México. Actualmente es profesora
del Posgrado en Educación Superior y de la Escuela de Comunicación de la Universidad
Intercontinental de la ciudad de México. Sus temas actuales de investigación son: identida­
des colectivas, imaginarios urbanos, representaciones colectivas; ciudadanía, cultura polí­
tica y medios de comunicación masiva. Correo electrónico: marlench@yahoo.com

Camilo Co ntreras D elgado , es doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de la Frontera


Norte. Actualmente es investigador de El Colegio de la Frontera Norte, en la Dirección
Regional de Monterrey, Nuevo León, México. Es miembro del Sistema Nacional de Inves­
tigadores, Nivel I. Se desempeña como docente en las áreas de Espacio y Sociedad y de
Metodología de las Ciencias Sociales. Las publicaciones recientes están relacionadas con la
geografía del trabajo en espacios mineros del norte de México, el estudio del paisaje, los
espacios privados y el trabajo doméstico. Actualmente trabaja en el libro «La Geografía de
Nuevo León». Correo electrónico: camilo@colef.mx

es licenciada en sociología y maestra en Ciencia


R o sa M aría G u e r r e r o V a l d e b e n it o ,
Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. FLACSO. México. Ac­
tualmente es estudiante del doctorado en ciencias políticas y sociales en la Universidad
Nacional Autónoma de México. UNAM. Sus temas actuales de investigación son: usos
sociales del patrimonio cultural urbano en áreas históricas y análisis sociocultural de la
realidad urbana latinoamericana. Sus enfoques de interés son sociología de la cultura y
sociología urbana. Correo electrónico: rosyguerrero6@yahoo.com.mx

215
D aniel H iernaux N icolás , es ingeniero civil arquitecto y maestro en Ciencia y Programa­
ción Urbana y Regional por la Universidad de Lovaina, Bélgica y Doctor en Geografía por la
Universidad de la Sorbona Nueva, París ni. Actualmente es profesor investigador titular de
tiempo completo (en el área de investigación Espacio y Sociedad) y Coordinador de la Licen­
ciatura en Geografía Humana de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Uni­
versidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa de la ciudad de México. Es miembro
del Sistema Nacional de Investigadores con el nivel IH. Sus temas actuales de investigación
son: geografía del turismo; imaginarios urbanos y lugares; geografía urbana y centros histó­
ricos; teoría geográfica. Correo electrónico: danielhiemaux@yahoo.com.mx

es doctora en sociología por El Colegio de México, maestra en


Alicia Lin d ó n V illoría ,
Estudios Urbanos por El Colegio de México y licenciada en Geografía por la Universidad de
Buenos Aires. Actualmente se desempeña como profesora-investigadora titular de tiempo
completo del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana,
campus Iztapalapa, en donde se desempeña como investigadora del área Espacio y Socie­
dad, y docente en las licenciaturas de Geografía Humana y Sociología, y en el Posgrado de
Estudios Laborales. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II. Sus lí­
neas de investigación son: «La investigación cualitativa y la subjetividad espacial», «Ciu­
dad, vida cotidiana y espacios vividos», «El giro geográfico: Hacia el humanismo». Correo
electrónico: alindon@prodigy.net.mx

L iliana L ópez L ev i , es licenciada, maestra y doctora en Geografía por la Universidad Na­


cional Autónoma de México. Actualmente es Profesora investigadora titular de tiempo com­
pleto del Departamento de Política y Cultura de la División de Ciencias Sociales y Humani­
dades de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco en la Ciudad de
México. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores con el nivel I. Sus temas
actuales de investigación son geografía electoral; espacio y cultura urbana; imaginarios y
simulación. Correo electrónico: levi_lili@yahoo.com.mx

R oxana M artel Tr ig uero s , es licenciada en Comunicaciones yPeriodismo por la Univer­


sidad Centroamericana «José Simeón Cañas, UCA, de San Salvador, El Salvador y candidata
a doctora en Sociología del Conocimiento por la Universidad Pública de Navarra, España.
Actualmente es profesora investigadora titular tiempo completo del Departamento de Le­
tras y Comunicaciones de la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas», e inves­
tigadora del Programa Interdisciplinarios de Estudios Urbanos, PIEU, integrado por el
Departamento de Letras y el Departamento de Organización del Espacio de la misma uni­
versidad. Sus líneas de investigación son cultura y violencia urbana, espacio público, ju­
ventud, comunicación y medios masivos. Correo electrónico: rmartel@comper.uca.edu.sv

E loy M én dez S aínz , es arquitecto, maestro y


doctor por la Facultad de Arquitectura-UNAM.
Profesor investigador titular de tiempo completo de El Colegio de Sonora, en Hermosillo,
donde coordina la Especialidad en Estudios Urbanos y Ambientales de la Maestría en Cien­
cias Sociales. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores-Nivel II. Investiga sobre la
arquitectura y el urbanismo en la frontera norte de México. Correo electrónico:
emendez@colson.edu.mx

An n a ORTIZ G ü ITART, es doctora


en geografía por la Universidad Autónoma de Barcelona
(España). Actualmente es profesora investigadora (estancia posdoctoral financiada por
el Ministerio de Educación y Ciencia de España) de la Licenciatura en Geografía Huma­
na de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Me­

216
tropolitana, unidad Iztapalapa de la ciudad de México. Es miembro del Grupo de Estu­
dios de Geografía y Género de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus temas actua­
les de investigación son: geografía urbana, geografía del género y geografía de los niños/
as. Correo electrónico: anna.ortiz@uab.es

I sabel R o dríguez Ch um illas , es doctora en Filosofía y Letras, especialidad de Geografía,


por la Universidad Autónoma de Madrid dónde ejerce desde 1982. Actualmente es profeso­
ra titular de Análisis Geográfico Regional en la citada universidad y miembro de la Junta
directiva del Grupo de Geografía Urbana de la AGE. Dedicada a temas urbanos sobre la
propiedad y la promoción inmobiliaria y su papel en el crecimiento y forma de las ciuda­
des. Su campo de interés desde finales de los noventa es el urbanismo segregado aplica­
do principalm ente a ciudades mexicanas y de la frontera. Correo electrónico:
isabel.rodriguez@uam.es

es doctor en Filosofía y Literatura Comparada por la Universidad de


Ar m a n d o S ilva,
California y realizó un Posdoctorado en Teoría Critica en la misma universidad. Es maes­
tro en Semiótica y Psicoanálisis de l’École de Hautes Études en Sciences Sociales de
París; maestro en Estética por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Roma y tiene
una especialización en Lingüística por la Universidad Complutense de Madrid. Fue pro­
fesor de estética y pensamiento visual de la Universidad Nacional de Bogotá hasta el
2005. Actualmente se desempeña como profesor investigador de la Universidad Externado
de Colombia. También dirige el proyecto «Culturas urbanas en América Latina y Espa­
ña», que auspicia el Convenio Andrés Bello en catorce ciudades iberoamericanas. Sus
líneas de investigación son la comunicación, la estética y, principalmente, los imagina­
rios urbanos. Correo electrónico: armandosilva@cable.net.co

ABILIO V ergara FlGUEROA, es doctor en ciencias antropológicas por la Universidad Autó­


noma Metropolitana, maestro en antropología social por la Escuela Nacional de Antropo­
logía e Historia y licenciado ciencias sociales, especialidad Antropología por la Universi­
dad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Es miembro del Seminario de Cultura Urba­
na, UAM-I. Recibió el premio nacional a la mejor investigación en etnomusicología,
CONCYTEC, Perú, 1988. En la actualidad es docente-investigador de la División de posgrado
de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde es responsable de la Línea de
Investigación Metrópolis, imaginarios, símbolos y retóricas urbanas. Es miembro del Sis­
tema Nacional de Investigadores. Es director fundador de la revista Antropologías y Estu­
dios de la Ciudad. Correo electrónico: abilio99@hotmail.com

R osalía W ino cur I parraguirre , es maestra en Ciencias Sociales por FLACSO, sede Méxi­
co y doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel
Iztapalapa. Actualmente es profesora e investigadora titular de tiempo completo en el De­
partamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana,
plantel Xochimilco. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus temas ac­
tuales de investigación son: Usos sociales, imaginarios y prácticas de las nuevas tecnologías
en diferentes grupos sociales de la ciudad de México. Correo electrónico:
rosaliawinocur@yahoo.com.mx

217
índice

De la espacialidad, el lugar y los imaginarios urbanos: a modo de introducción,


por Alicia Lindón, Daniel Hiemaux y Miguel Ángel Aguilar...................................... 9

Los centros históricos: ¿espacios posmodemos? (De choques de imaginarios y otros


conflictos), por Daniel Hiemaux ............................................................................ 27
Centros imaginados de América Latina, por Armando Silva .......................................... 43
Uso de los espacios públicos y construcción del sentido de pertenencia
de sus habitantes en Barcelona, por Anna Ortiz Guitart........................................ 67
Del suburbio como paraíso a la espacialidad periférica del miedo, por Alicia Lindón..... 85
Nosotros y los Otros: segregación urbana y significados de la inseguridad en Santiago
de Chile, por Rosa María Guerrero Valdebenito....................................................... 107
Imaginarios del miedo y geografías de la inseguridad: construcción social y simbólica
del espacio público en San Salvador, por Roxana Martel y Sonia Baires ................. 119
La dimensión estética en la experiencia urbana, por Miguel Ángel Aguilar..................... 137
Espacio, lugar y ciudad: etnografía de un parque, por Abitio Vergara Figueroa............... 149
Fraccionamientos cerrados, mundos imaginarios, por Liliana López Levi, Eloy Méndez
Saínz e Isabel Rodríguez Chumillas ....................................................................... 161
Paisaje y poder político: la formación de representaciones sociales y la construcción
de un puente en la ciudad de Monterrey, por Camilo Contreras Delgado................... 171
Territorio e identidades: el espacio como referente de identificación en los discursos
radiales de los sujetos populares de la ciudad de La Paz, Bolivia,
por Marlene Choque Aldana ................................................................................... 187
El imaginario popular sobre la incorporación de la computadora en la casa, la familia
y el vecindario, por Rosalía Winocur...................................................................... 203

Autores........................................................................................................................ 215

219

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