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20-07-2018

Martillo Rojo
Nicolás Acosta
Rebelión

Según Sergey Kurginyan -el líder del movimiento comunista ruso llamado "Esencia del Tiempo"- la
principal causa del fracaso del proyecto soviético fue su enfriamiento metafísico a través del
tiempo. La primera generación, la de los revolucionarios, es la que enciende la llama roja en los
años 1910-1920, la segunda es la de la gran industrialización, ésta preparó el país para la Gran
Guerra Patria (conocida en el Occidente como la Segunda Guerra Mundial), y la de la posguerra:
con su titánica lábor de reconstrucción, conquista del átomo y espacio, sin mencionar su ayuda e
incidencia en los procesos de liberación y descolonizacion de muchos países alreadedor del mundo.
Estas son las cuatro generaciones que mantuvieron el gran proyecto rojo vivo, ya a partir de la
quinta generación se puede observar una pérdida catastrófica de pasión revolucionaria.

¿Y por qué volver hablar sobre el proyecto soviético, sobre cuál se han vertido, no sin ayuda de la
misma izquierda, ingentes cantidades de mentira y tamañas calumnias? Bueno..., porque la
izquierda actual no puede presentar ningún proyecto serio y creíble sin repensar y revaluar la
experiencia soviética. Seguir con la demonización de leninismo y estalinismo no conduce a nada
pero sí contribuye a inducir a las fuerzas que aglutina la izquierda hacia su fáctica alianza con el
liberalismo, convirtiéndolas en una especie de apéndice del partido demócrata estadounidense.

En el esfuerzo de alejar a la izquierda del proyecto soviético todo vale, constantemente nos
asustan con el cuco de la dictadura del proletariado sin mencionar las dictaduras oligárquicas más
férreas que, tarde o temprano, se adueñan de las democracias occidentales. Descaradamente se
inventan cientos de millones de personas reprimidas y ejecutadas, cuando no por Stalin
personalmente, entonces por sus colaboradores bolcheviques o comisarios con estrellas rojas en
sus komissarkas. No se salva nada, ningún símbolo ha sido más combatido por la maquinaria
propagandística occidental que el de la hoz y el martillo, siendo éste la insignia de dignidad y
libertad para todos los pueblos que fueron sentenciados, por el orden mundial imperante, a
subsistir en la servidumbre.

Cabe apuntar que nos cuesta creer que la satanización de Corea del Norte no sea parte del arsenal
ideológico, empleado con sutileza, para lograr, entre otros, el objetivo de desacreditación de
aquellas aspiraciones que aunque sea remotamente parezcan estar vinculadas a las que
proclamaron los comunistas soviéticos. Siendo los norcoreanos presentados, por las élites
occidentales, como un país de robots y aduladores hipnotizados, inmersos en la más abyecta
pobreza material (lo cuál de por sí es un pecado capital en los ojos del próspero Occidente), no es
de extrañarse que para la gran parte de los consumidores de la propaganda occidental, ellos ya se
ganaron su derecho a ser eliminados de la faz de la tierra por no saber, o no querer, ser
democráticos según les ha recetado el gobierno global. ¿Y la izquierda? Muy tímida mirando hacía
otro lado o demasiado entretenida con la autocrítica y autoflagelación por ser poco democrática.
Sin embargo, un país como Haití, insertado dramáticamente en el mismo corazón del Occidente, no
ofende a n ingún demócrata, ¿por qué será? Las galletas de tierra forman parte del menú haitiano
desde hace mucho tiempo pero esto no es suficiente para que sus penas salgan del sótano
informativo occidental. Y si acaso se filtra algo especialmente penoso, la comunidad internacional,
incluyendo frecuentemente a la izquierda, siempre está muy presta a culpar de eso a la vecina
República Dominicana, inocente y también muy sufrida aunque todavía en pie.

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Pero volviendo al caso soviético, de tanto atacar a Stalin solo se ha logrado abrirle el paso a
aquellos intelectuales que llegan al colmo de intentar vincularlo conceptualmente con Hitler por la
vía del totalitarismo, siendo ellos en realidad, diametralmente opuestos en todo. Además, hay un
extraño consenso de no querer a aceptar que sin Stalin, encabezando al pueblo soviético, no
hubiese sido posible derrotar a Hitler y detener al fascismo. Al mismo tiempo, la mayoría entiende,
o siente, que al extremo Mal - como lo fue el fascismo - sólo se le puede oponer realmente el
extremo Bien, y no hay otra alternativa. De ahí sigue que la Unión Soviética - aun imperfecta y
conducida precisamente por el camarada Stalin - llegó a encarnar ese extremo Bien en la lucha
más importante del siglo veinte. Pero nada de eso queremos saber en nuestro bastante roto
Occidente. Por todos los medios se trata de esconder esa realidad, alegando que el fascismo fue
derrotado por el invierno ruso, ayuda americana, o plegarias del Vaticano por la paz mundial, y a
pesar de Stalin, nunca gracias a él. De lo contrario, habría que admitir que el fascismo, nacido en el
seno de la refinada burguesía europea, sólo pudo ser derrotado por ese gran proyecto de
renacimiento humano dirigido por el histórico líder soviético: camarada Iósif Stalin. Cuya estatura,
legado y obra histórica sobrepasan, por cierto, con creces los méritos de otros líderes de su época,
incluyendo a Churchill, tan mimado por los historiadores y medios occidentales, a pesar de su
accionar genocida y posiciones racistas documentadas.

En conclusión, rehabilitar a Stalin, significa rehabilitar a Lenin y, obviamente, esto conduce a la tan
necesaria rehabilitación del proyecto soviético con su enorme carga de pasión revolucionaría. Esto,
además, implica reconocer que a pesar de su desenlace y sus errores, el gran proyecto rojo fue,
hasta ahora, el mejor intento que ha hecho la humanidad para salvarse a sí misma de las
deshumanizadoras garras del capitalismo y abrirse el camino hacia una nueva etapa en su
desarrollo histórico. Si la izquierda actual no logra aceptar reflexivamente esa realidad y empezar a
sentirse orgullosa de ella, nunca será posible su plena y victoriosa recuperación.

(Area de descanzo estudiantil Universidad Autonoma de Santo Domingo -UASD-, Rep. Dom., 2018)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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