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Editorial Cactus
UJCCURSUS~
Schérer, René, Miradas sobre Oeleuze. -la ed.- Buenos Aires: cactus, 2012.
16o p.; 21X14 cm.- (Occursus)
ISBN 978-987-26219-8-8
Filosofía. l. Título.
1.
CDD190
a
Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide la Publica!ion Victoria acampo,
bénéficie du soutien du Service deCoopération et d'Action CuJturelle de rAmbassade de
France enArgentine
Esta obra, publicada en el marco del programa de Ayuda ala Publicación Victoria acam-
po, cuenta con el apoyo del Servicio de Cooperación yde Acción Cultural de la Embajada
de Francia en Argentina
9: www.editorialcactus.com.ar
s: editorialcactus@yahoo.com.ar
fNDICE
Advertenda
9
1. Preludio. Deleuze vivo- Un tono de amistad
JI
z. La escritura, la vida.
15
3· El demonio de Deleuze (lmpersonal1)
29
4· Horno tantum (Impersonal z)
.39
S· Paradojas de los devenires
57
6. Potencias del deseo: Deleuze y las costumbres
73
1· Unavía no-platónica de la verdad.
La homosexualidad revisitada
79
B. Fábrica del alma- Cilles·Félix
107
g. Subjetividades fuera del sujeto
121
10. Deleuze y la utopía
131
René Schérer
MIRADAS SOBRE DELEUZE
Advertencia
9
Gracias a Nicolas Hutter,
Emilie y Jean-Baptiste,
Muriel Schum-King. Zouzi,
Driss, Halim y Paulette Kayser,
sin e{Jqr ~Ita mopilación
no hubiera virto la luz,
1
Preludio
Deleuze vivo- Un tono de amistad
En 1994. dado que tenía trato con dos estudiantes de América latina,
discípulos muy entendidos de Gilles Deleuze, udeleuzianos» incondi-
cionales, ganado yo mismo por el entusiasmo y sintiéndome devenir un
prosélito, le escribí a Gilles:
«Nosotros, deleuz.ianos ... ».
Me contestó, divertido:
«No creo que seas \deleuziano' sino, en cambio, que somos amigos,
y estamos entonces en ese estado de entendimiento anticipado, o aún
mejor, en esa hospitalidad».
Esta frase, que hace partícipe al humor, me ha tocado y me ha gustado.
Más aún hoy, que nos ha abandonado trágicamente y tan dignamente.
Eso es Deleuze, aquél que desde el principio convirtió su filosofía tan
atractiva, fuera de toda inquietud de orden teórico y de obediencia, en
el desl urnbramicnto provocado por sus fulguraciones: esa hospitalidad,
ese acto de amistad y de amor.
Ella le ha dado a mucha gente la posibilidad simple de pensar, de no
avergonzarse de su propio pensamiento... o de su falta de pensamiento;
los ha despertado al ejercicio del pensamiento, los ha reconciliado con
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René schértr
cada vez más grande que reúnen Gilles Deleuze, Fran.¡:ois Lyotard, René
Schérer y Guy Hocquenghem, a quienes consideraban la avanzada del
irracionalismo»2 •
Evidentemente, Fran.¡:ois ridiculiza esta idea tan estúpida como extraña,
así como la fulsa unidad de una «pretendida filosofla del deseo». Con
su expresión filosófica, Deleuze le otorgó a la multiplicidad de agencia-
miemos de deseo en los movimientos de ese entonces (mujeres y MLF,
homosexuales y FHAR3), un incremento de vida y de potencia. En I:J t:kseo
homosexual, Guy Hocquenghem se apoyaba en una única filosofla; la de
Deleuze y Guattari. Tomaré otro ejemplo de la relación sin igual que ha
hed10 que se encuentren, en una suerte de reconocimiento mutuo, una
filosolia compleja, exigente, y el movimiento simple de la vida. Este es
más reciente, y más puntual y anodino, pero caracterlstico. Está sacado
del Abecedario de Claire Parnet, jus10 después de la muerte de Gilles.
Es un ejemplo a propósito de l-lisroria de la jilosofia, de la correspon-
dencia entre «problema» y «concepto». Deleuze explica que inventó el
concepto de «pliegue» para dar respuesta al problema leibniziano de la
implicación del universo en las mónadas. Comenta entonces: «Después
de haber escrito eso, recibí una carta de los «plegadores de papel» (sic)
diciéndome: «¡Pero el pliegue somos nosotros!»». Es un poco lo que pasó
en los años 70, en Vincennes y en otras partes del mundo, debido al flujo
de extranjeros. Se encontró gente que dijo: •¡Deleuze somos nosotros!» y
que se reconoció deleuzi:ma. Era un sentido, una dirección, y un sentir,
una sensibilidad, que iba al encuentro de la sensibilidad de él, siempre
tan segura en sus evaluaciones. No juicios, por los cuales sentía aversión,
sino una sensibilidad abierta a lo que hacía fulta albergar, y por eso lista
para develar la estupidez y la infamia.
Mencioné a Guy Hocquenghem. Una de las últimas cartas que recibí
de Deleuze era a propósito de t:Amphithéatre des morti'. Est:Í fechada el
28 de octubre de 1994:
IJ
Ren~ Schérer
14
2.
La escritura. la vida.
15
René Sch~rer
1 En la jerga educativa, curso superior del Liceo preparatorio para d ingreso a la sección
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Miradas sobre Oeieuze
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Rene SchPrer
18
Miradas sobre Deleuze
acerca de las obras literarias, de las novelas inlini tamen te más ricas, más
profundamente verdaderas que cualquiera de las experiencias vividas fuera
de ellas. Entre paréntesis, esta es la razón por la cual sentía un profundo
horror hacia las emisiones de los medios de comunicación, en los que
se convoca al autor en tanto que productor distinto de su obra, y se le
interroga como si poseyera la clave. Mientras que lo verdadero es lo
contrario. La verdad de un hombre est:í en lo escrito, aunque lo escrito
nunca esté enfocado en sí mismo -del mismo modo en que se habla
de «el arte por el arte», pero para otra cosa: para la vida que contiene y
exalta-. •La escritura, a través de las combinaciones que arroja, tiene la
vida como único fin», le confesar~ a Claire Parnet en Didlogos.
Así como la escritura de Deleuze es rica, agitada, propone perspectivas
y experiencias inauditas en todos los dominios del sentido y de la expe-
riencia, soltando amarras respecto de rodas las creencias y de rodas las
constricciones, comenzando por la de un yo timorato replegado sobre sí
mismo, su vida •real» fite sensata, disciplinada, sedentaria. Él, el apologista
del vagabundeo, del nomadismo, el que transformó esta última P•tlabra
en concepto operatorio de una •nornadologia., nunca salió de su habi-
tación -Q casi -. Viajero inmóvil: así se denominaba. Así me lo describe
otro de sus amigos de los años 50-60, Alain Aptekman, confidente y
cómplice de sus •escapadas» amorosas de ese entonces, como lo fue m:ís
tarde, hacia 1972, de su relación con su estudiante Claire Parnet: en una
habitación de la Isla Saint-Louis, literalmente tapizada con postales que
reproducían cuadros: su vio.) e. No cesó de dar la espalda, prodam:índolo,
a los coloquios tan preciados en nuestros días, falso nomadismo, falsa
comunicación, en 1a cual cada uno permanece replegado sobre si, mientras
que el problema consiste en desengancharse de las pertenencias, en saber
abandonar los «territorios», en •desterritorializar», según la queridísima
palabra formada con Félix Guatrari, sin necesariamente tener que despla-
zarse. Deleuze, al revés del hombre del divertimento pascali:mo, es aquél
que supo cambiar la imagen del pensamiento y del mundo quedándose
•en reposo en un• habitación•.
En esta vida sembrada de obras, ellas marcan hitos. llldiquemos de
entrada, como dato principal, que Deleuze siempre fue hacia delante,
volviendo a empezar en cada libro con un nuevo pie, aportando fórmulas
conceptuales apropiadas para reorganizar el conjunto, haciéndolo exten-
derse por todoslos costados al 1hismo tiempo, como la mar en su flujo.
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Rene lchér er
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Miradas sobre Oeleuze
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René S<hérer
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Miradas soore Deleuze
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René Sthérer
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René Schérer
3. •Se escribe siempre para dar la vida. para liberar la vida allí donde esté
apresada, para trazar líneas de fuga»".
De cierta manera, toda la obra de Deleuze puede ser considerada
quizás como una teoría de la literatura, de la escritura. Y. en particular,
de la literatura inglesa y americana. Sin exclusión alguna, puesto que
menciona y estudia ampliamente a Proust, Artaud, Kleist, Dostoiewski,
etc; pero sigue siendo cierto que tituló uno de los capítulos de Diálogos,
«De b superioridad de b literatura anglo-americana•, y que considera
que esta literatura, en contraste con la francesa, ha sido la única capaz
de liberarse del psicologismo y del moralismo del su jeto y de la persona,
de dar vía libre a la vida autosuficiente, sin necesitar más justificación
que ella misma.
La literatura es, para Deleuze, referencia y fuente. En razón de su
«evaluación más adecuada de la sexualidad•, saca más de David Herbert
Lawrence y de Henry Miller, de Sacher-Masoch, que de Freud. Es por
medio de una cita de Virginia Woolf o de Charlotte Bronce que alumbras u
concepción de la «dispersión del sujeto•, de las •singularidades nómades•,
de esta diseminación de partículas, moléculas que componen el deseo, el
inconsciente, las má~<JS«moleculares•. Más que una base de naturaleza
física, estas tiene~a correspondencia en la escritura. Pues es ella la que
capta y expresa, en el agenciamiento de sus signos volátiles, lo incorporal
del acontecimiento. Sólo la escritura alcanza 1 s singularidades que escapan
a las formaciones masivas (lo molar) de los objetos y las entidades que el
lenguaje corriente transporta como si fueran la realidad de las cosas. Sólo
cuentan las singularidadés,las e((eidades. El escritor ha de tomarse al pie
de la letra. Tiene el arte de accedera la vida porque tiene el secreto de los
devenires en la línea en la cual se mete, que es llamada linea defoga. no
porque ella le haga volver irreal el mundo por medio de una evasión en
lo imaginario, sino porque él sabe meterse, por fuera de los caminos de
las identidades pesadas, en los caminos de las metamorfosis.
«La escritura es inseparable del devenir•''· Un devenir que es devenir
niño, mujer, animal, nunca hombre: al contrario, es la «vergüenza de ser
hombre• lo que mete al escritor sobre su línea de fuga en la bt1squeda de
una vida que valga la pena ser vivida; pues la escritur:~ nunca es su propio
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Miradas sobre Oeleuze
4. «Antesquejuez, barrenderO»•.
Última fórmula que elegiría de buena gana para la filosofla en tanto tal,
en su singularidad, en comparación con otras disciplinas y en su sentido
último, en su relación con la vida y con las dominaciones.
La especificidad de la filosofía es el concFfJfo que no pertenece al or-
den de la reflexión, de la generalización, sino del acontecimiento y de
la construcción; al orden de la creación. El concepto da un contorno al
acontecimiento y a acontecimientos porvenir que él anuncia. El concep-
to como contorno de acontecimientos, por tanto como línea. Línea de
agenciamiento, línea de búsqueda, arma polémica o de guerra. Uno de
los mejores ejemplos: el pliegue para definir, dibujar la manera en que el
universo está envuelto, replegado en la mónada que lo expresa ...Cuerpo
sin órganos», que expresa la vida no orgánica del deseo, es un concepto
tomado de Antonin Artaud. •Agujero negro», que manifiesta la trascen-
dencia de la mirada en la m:íquina despótica de rosrridad (el efecto de
terror de! rostro), es un concepto de origen astronómico; y lí~a. la línea
abstracta, es un concepto de origen geométrico. Ahora bien, Ddeuze
insiste sobre este punro: no son metáforas; es dc:cir que estas «imágenes»
12 Dialogurs {en colaboración con daire P..Jmct). Paris, Fl:unmarion, 1977, p. 12.
" Dittlogurr, p. 15.
27
Rene Scherer
"Pourparlers, p. 171.
n Oilit¡ut~trlifliqut, p. 169.
1' Dialoguts, p. 142.
28
3·
El demonio de Deteuze
(lmpersonal1)
Unrervención en el coloquio
uDeleuze, inmanencia y Vida•. organizado por el
Collegc lnterna¡jonal de Ph;Josophie,
25-27 de <neJO de 1997)
Dts<artts/20, mayo 1998, París, P.U.F.• p. 149-157: en panicular p. 150:. ... evoquemos el
nombre de Fouricr.. ese gran olvidado de la his,oria de las cia1cias, Joscph, comcmpor3neo
de Charles. .. ,,.
¡g
Rene Schérer
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Miradas sobre Deleuze
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Ren!Sch!m
30
Miradas sobre Deltuze
Michel, !966.
31
Rene Schérer
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Miradas 1obre Deleuze
has¡:¡ el devenir imperceptible en el que Mil mesetas situaba «el fin j¡ Jma-
nente del devenir, su fórmula cósmica» (p. 342). Sorprendente ambición,
sorprendente ascesis del filósofo, la de ser «como todo el mundo», la de ser
desconocido. Pero a la manera del •caballero de la feo de Kierkegaard, a la
manera de Firzgerald, de VirginiiWoolf. para fundirse en la escritura, para
<<hacer un mundo». «Devenir imperceptible, indiscernible, impersonal»; De-
leure les llama «las tres virtudes» (Mil mesetas, ibid.). Modestia del filósofo.
Queda el nombre, que no es la persona, contrariamente a lo que afirma
una antropología ernológica demasiado orientada por la creencia en la
superioridad de la persona. No es a la persona que se adhiere el nombre,
es al personaje.
Pero el personaje, afirma Deleuze, prevalece por sobre la persona. Esta
tUtima no hace m:ís que designar el lugar incierto de un yo, mientras que
el personaje agrupa los momentos intensos, los rasgos fUertes, todas las
singularidades que conforman un cuerpo. Frente a la persana exangüe, el
personaje tiene una consistencia. Dibuja y ocupa un plano de consisten-
cia. E 1personaje conceptual, se lee en ;Qué es la .fi/osofla!, se componed e
singularidades que no habitan la persona, sino que se propulsan fuera de
ella, vagabundas, nómades. Una risa, por ejemplo. La risa de Foucault.
No es su persona, es su personaje.
El personajeest:í del lado de lo impersonal, no de ese impersonal que
es comítnmente confundido con la indiferenciación, sino de aquél que
libera bs diferencias más elevadas. El primero podría. llamarse impersonal
abstracto, el otro impersonal concreto, consistente.
Se m e objetar:i: usted dice que Deleuze, en el fondo, es un nombre,
¿pero no lamentamos todos actualmente la desaparición de Deleuze «en
persona», su presencia irremplazable, sus gestos, su palabra, su encanto?
}uStmente el encanto; no es el yo, la persona. Lo explica él mismo en
Diálogos con Claire P:lrnet. Es una atmósfera, un cambio de atmósfera,
un temblor, una turbación en el espacio, una diferencia de carga, de
potencial. Esas son las singularidades que se deben a lo impersonal o
incluso a lo pre-individual. Son ellas las que componen el personaje y
las que, a cambio, manan de su presencia. Sin duda producen también
los individuos y las personas, pero corriendo el riesgo de encadenarse a
ellos y de desaparecer.
Esm es la razón por la cual en Ddeuze sólo lo impersonal, lejos de
conducir a una indiferenciación, permite liberar las singularidades.
JJ
RPné Schérer
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Miradas sobre Deleuze
5 Rcsprtazno.s J¡¡ traducción franccs.1 que utiliza d auror, que craducc stalki11g por
parlanr. (Nota del <raductor]
35
René Schérer
37
René 5chér~r
que se refiere lógica del sentido: homo tantum (Logique du sens, p. 148,
Critiqueetdinique, p. 110). Que se podr:ícotejarcon ese «humano pri-
mordial» que introduce el guattariano y deleuziano Fernand Deligny a
propósito de Janmari, su autista, «ese chico ahí» (Le croire et 1e crai11dre,
p. 120 ). Sin persona y sin yo.
Para terminar, último momento de este recorrido -y encuentro en este
punto las bellasexplicacionesde Jean-Clet Martinsobre el acontecimiento:
lo impersonales lo que se relaciona con el acontecimiento, es lo que lo hace
surgir, particularmente por y en la escritura. Lo incorpóreo del aconteci-
miento es llevado por lo impersonal de la escritura. Es una operación, lo
impersonal que deviene activo, podría decirse, accionando, encarnándose,
activándose como una fuerza oculta, como la fuerza maquínica del alma.
Se habrán dado cuenta: es la fuerza del i/ y del on, ese «esplendor del
on» que celebra la 21° serie de Logiquedu sens {p. 178), consagrada a la
muerte, a Joe Bousquet, y a Maurice Blanchot. Se puede leer también
en Virginia Woolf. con Clarissaen tanto que persona que se revoca en el
on del pas~o por Bond Street.
/
/ «on était la, a avancer dans Bond Street... Meme plus
Clarissa, non, on était Mrs Richard Dalloway•' (Traduc-
ción de M.C. Pasquier, Folio Gallimard, p.71 -en inglés
this being Mrs Richard Dalloway, también totalmente
impersonal-).
7 «Se esro:r.ba :tllí, o:r.v:tnzando por Bond Strect... Ni siquieril Clouissa, no, se eral01 sciloril
El artículo de la muerte
Hay que volver constantemente a ese maravilloso rexro en el que está
todo dicho, el último publicado de Gilles Deleuze, bajo el tirulo: «La
inmanencia: una vida •. •. Volver sobre esas líneas inspiradas, cuasi mís-
ticas, pero de un misticismo ateo, en las cuales a propÓsito de Nuestro
comú11 amigo de Dickens, de la complacencia, del amor que rodean a
un moribundo en sí mismo poco estimable, escribe: •Hay un momento
que no es m:ís que el de una vida que juega con la muerte. La vida del
individuo ha dejado lugar a una vida impersonal y sin embargo singular,
que desprende un puro acontecimiento liberado de los accidentes de la
vida interior y exterior, es decir de la subjetividad y de la objetividad de
lo que sucede. «Horno l"tllltUm» al que todo el mundo compadece y que
alcanza una suerte de beatitUd»'.
Todo está dicho alú, puesto que los temas principales del pensamiento
de Deleuze se encuentran condensados y, de cierra manera, llevados en
39
René Schérer
40
Mirad" sobre Oe~uze
líneas de vida
Incesante estribillo: los impersonales de la lengua constituyen y ha-
cen subsisrir por sí mismo el sentido del acontecimiento, el «solamente
acontecimiento», eventum lllntum. Una expresión del mismo orden que
el horno tantum, adecuada para poner en evidencia su Íntima afinidad.
Pertenecen ambos a la misma naturaleza, a la misma esencia, al mismo
sentido.
El evtntum tantum es lo acontecimental propiamente dicho, el nada
más que acontecimiento cuyo •sujeto• -sujeto gramatical, se entiende-
es siempre un impersonal, y para el cual la muerte es paradigma. Pues
para simplemente nombrarlo, expresarlo y hacerlo vivir, para alcanzar la
acontecimentalidad pura, es preciso abolir la parte demasiado subjetiva,
demasiado personalmente vivida de lo que se llama comúnmente acon-
tecimiento, canco como su parte demasiado objetiva de encadenamiento
material de las causas y efectos donde se disuelve. Abolir lo demasiado
humano en él que sólo soporta lo impersonal.
Spinoza tiene la costumbre de urilizar la expresión latina quatemu
para la expresión de la Sustancia (o Naturaleza) por los modos. Estos
úlrimos son la Sustancia misma en tanto que expresada, d Ser en tanto
que acontecimiento, en ramo que modo o singularidad.
El tantum, el «solamente• del eventurn es ese quatmus, y lo mismo
para el tantum del horno; expresión aconrecimental de la Naturaleza en
canco que bombee. O más aún: el homo tantttm es «Una vida» en tanto
que expresada. Esta expresión requiere la abolición de la persona, lo
impersonal o, como escribió poéticamente Lawrence Ferlinghettí, una
«Cuarta persona ... por la cual nadie habla, de la que nadie habla, y que
sin Fmbargo existe». O mejor, en ellengua)e propio de Deleuze, ínstrte o
cot*iste, más y de otro modo que el ser -un «extra-ser>>, como el aconte-
ciml¡ento del cual ella se convierte en sujeto-.
SI!, ve bien aquí cuál es la proximidad que se establece entre Deleuze y
Blanehot, señalada para su •se muere., y que podría también invocarso:
43
René Schérer
para su teoría de la escritura que debe abolir las cosas antes de -para-
nombrarlas, pues las nombra a parcir de su •puesta fuera de juego», de su
ausencia, .de la ausencia del todo, es decir de nada», según las fórmulas
ya convertidas en clásicas de La parte del.fuego".
Pero quizá hay que decir más. La cuarta persona, o el uso que hace
Deleuze de ella para hacerse cargo de todo el plano de despliegue de lo
impersonal, viene a llenare! vacío, la ausencia, el giro puramente negativo
del análisis de Blanchot, las resonancias de la potencia de lo negativo
hegeliano o heideggeriano. Lo impersonal escapa a la dialéctica de la ne-
gatividad. Elude tanto la lógica de lo contradictorio, como la lógica de la
unión de los contrarios, para adoptar la de la paradoja, o de la admisión
de ese •imposible», motor del sentido, que es la cuarta persona. Salto de
una partícula fuera de su órbita que activa el mecanismo de la creación.
«Reconocemos ene! escritor», decía Blanchot, «ese movimiento q uevasin
parar, y casi sin intermediario, de nada a todo. Vemos en él esta negación
que no se satisl:tce con la irrealidad en la que se mueve, pues quiere rea-
lizarse y sólo puede hacerlo negando algo real, más real que las palabras,
más verdadero que el individuo aislado del que dispone; por eso no cesa
de empujarlo hacia la vida del mundo y la existencia pública para llevarlo
a concebir cómo, mientras escribe, puede devenir esa misma existencia».
Y Deleuze, como en eco, viene a completar a Blanchot, a quien cita
y en quien se inspira profusamente para sus observaciones sobre el il en
la escritura de Kafka: «La litetatura solo se pl~ntea :11 descubrir, bajo las
personas aparentes, la potencia de un impersonal que no es en absoluto
una generalidad, sino una singularidad en su punto más alto: un hom-
bre, una mujer, un animal, un vientre,·un niño. No son las dos primeras
personas las que sirven de condición para la enunciación literaria, la
literatura sólo comienza cuando nace en nosotros una tercera persona
que nos despoja del poder de decir yo» 12 •
U na observación preciosa (la nota número 6), en el mismo textO de
Crítica y clinica, indica que aquí la literatura desmiente a la lingüística
cuando esta convierte a las dos prim~ras personas, calificadas de embra-
gues, en condiciones de la enunciación, es decir de la determinación del
sentido.
44
Miradas sobre Deleuze
Impersonal. no unipasonal
Deleuze no disilllUb. -refiriéndose a esto incluso de manera explíci-
ta- que en su conO'Pción del acontecimiento puro incorporal, doble de
la producción matrrial o encarnación, designa lo que en otro lenguaje,
fenomenológico, Ilusserlllamó «r¡oema•, o el sentido «noemático»: este
doblez o capa de sentido o de significación (Husserl los emplea indis-
tintamente) que se intercala entre la palabra y la cosa, capa impalpable,
tal como lo lncor¡,)teo, que forma la designación de la cosa «como r:al»,
sin la cual el signo ~erbal sería simple señal o parte de la cosa. La palabra
nombra el objeto P'" la interposición de su significación o, para volver al
lenguaje esr:oico-dcleuziano, de su sentido acontecimenr:al; este le confiere
sentido en tanto que acontecimiento.
Las proposlcio!les husserlianas de las Investigaciones lógicas, no valen
solamenteparabssignificadones fijas llamadas «objedvas., sino también
para las significaciones fluidas llamadas «Ocas ionales•, aquellas que están
particularmente li,!íadas a los pronombres personales como a los adverbios
de lugar y de tientpo y a las locuciones verbales de los que dependen:
«llueve» 13 • O, máS exactamente, el sentido o la sign"1fir31ciÓn de estas
locuciones y expresiones son distintos de la circunstancia. Este sentido
es el que será llaf1l'ldO «noemático» en las lekas relativas a una ftnome-
nología, posteriores a las Investigaciones, donde se lija definitivamente el
vocabulario propio de la fenomenología contemporánea".
Esr:a capa del r~tedio, este •entre,, entre las palabras y las cosas, este
•neu[f"O», sentido exp-esado o noem:ltico, es el lugar de lo impersonal o
el plano que lo impersonal despliega. Lugar, tópico de lo que no es ni
45
René Schérer
"Lapartdufi¡• p . .30.
"Fourault, 1988, p. 62.
Miradas sobre De/euze
Esplendor del On
Resumamos:
-El primer acto, la primera cara presentada por lo impersonal era su
aparición en el artículo (o pronombre) de la muerte. Lo impersonal en
tanto que absoluto revelador del acontecimiento, de la acontecimenra-
lidad del hombre, homo, on, en el plano de inmanencia de una vida18 ;
en ramo que su expresión. Natura sive vita quatmus homo tantum. La
primera potencia.
- La segunda potencia (potencia que es a la vez virtualidad y poder,
ese Potenz que utilizaba a menudo Hegel en sus primeros escritos) es el
Rujo de las palabras creadoras de universos inexistentes pero insistentes,
factores integrantes de la realidad humana,
Y estas dos potencias implican una lógica paradoja!:
-la primera es la revdación de una vida por la muerte.
-la segunda es que la expresión más original y auténtica deusí mismo»,
la más singular, sólo se conquista por lo impersonal.
de 1946): •Sm,c<ure des rdadons de personnes dans les ver beso, p. 230. J. Moigne<, Lr
pronom penolmt:lftatlfltis- Ess11i de ps:Fho-systtmcttiqu.~ hinorique, Po1.ris. 1\Jincksirck,
1965, enpm. pp. 110.158.
111 Una de: lJs hipóteSis sobre d origen etimológico del pronombre of'l sostiene qt~e
1 47
~ené Schérer
' 4'9-,
René Sch~rer
so
Miradas sobre Deleuze
24 En referelt.ei61 a las hipótesis sobre el origen etimológico de on: del latín homo o del
52
Miradas sobre 0(1Jeuze.
Política de la no-persona
Sin embargo, sobre la base del descubrimiento del hombre fuera de
las cualidades y fuera de la persona, la cuestión para Deleuze no es un
«retorno a la naturaleza». La guía, la brújula orientadora, es aquí lo que
escribió a propósito de D. H. Lawrence que, se sabe, es para él uno de
los grandes pensadores filosóficos de nuestro tiempo. «No hay retorno
a la naturaleza, hay solamente un problema polí rico del alma colectiva,
54
Miradas sobre De,euze
las conexion~s de las que es capaz una sociedad, los Aujos que soporta,
inventa, deja o hace pasar•J<•.
Por eso la •naturaleza primera• o «el hombre primordi~J, adquieren
sentido y valor, pues es sobre esta base que se inventan las formas de
una sociedad nueva.. Virtud de lo impersonal que engendra la vida y la
hace cambiar, precisamente porque la vida, como lo dice Diálogos, «no
es algo personaJ»37 •
El lector familiarizado con Charles Fourier comprenderá fácilmente
estos pasajes paradojales de lo más singular a lo colectivo, o mejor, a lo so-
cietario. En efecto, es a partir de la singularidad en los infinitesimales, una
vez dispersado el sujeto, que •el u 1idismo• puede efectuar sus acuerdos.
Los artículos consagrados a Mel ville, a Walt Whitman, así como a los
dos Lawrence, que conforman el pivote de Crítica y clírdca y le dan su
tono, precisan la función altamente «congregante» (en lenguaje fourie-
rista) de lo impersonal. En la liberación de la sujeción paternal, consiste
en abrir el camino hacia una sociedad d~ hermanos o en hvorecer en el
•aquí y ahora» una <<Camaradería•, extrafias ambas a la caridad cristiana
y a la filantropía humanista.
Entre el hombre cualquiera que parece reducido a una originalidad
singular que podría tomarse por un repliegue en la soledad, y la apertura
al alma colectiva a través de la cadena fraternal, hay una corriente con-
tinua. Son dos polos, indispensables para la creación y la circulación de
los flujos intensos. En «un mismo mundo», escribe Deleuze a propósito
de Kleist y de Melville, «alternan los procesos estacionarios y cuajados y
los procedimientos de loca velocidad» 38,
En efecto -e indudablemente allí se encuentra el secreto «3 descubierto»
de lo impersonal-, de su 1ado está el alma, la vida, mientras que la muerte
está del lado del yo: «Dejar de¡Péíi~~rse como un yo para vivirse como un
Rujo, conjunto de flujos, en r~lación con otros flujos, fuera de sí y en sí•"'·
Finalmente, última paradbja: si homo tanmm dice el hombre, segu-
ramente dice también, sino lo inhumano, lo sobtehumano en ese acceso
abierto a los flujos de la vida. Nada impide encontrar su expresión,
*!bid p. 170.
"Dialoques, p. 12.
"!bid, p. 108 .
... !bid, p. 68.
55
Rene Schérer
56
5·
Paradojas de los devenires
Un concepto dramatizado
L~ experiencia del calcetín intriga, es revelación filosófica porque se
despliega en un espacio paradoja 1o n~ejor, manifiesta una paradoja del
espacio cuando este escapa a la intuición inmediata de las formas de la
geometría métrica, y que atañe no a una proyección plana, sino a un
análisis cualitativo de las situaciones: el de las relaciones topológicas,
características de los envolvirrt!entos, plegamientos, y que designan, en
general, las propiedades de lo viviente. Sólo con la vida, en efecto, la
«interioridad» comienza a definirse, a adquirir sentido. Lo inanimado es
todo exterioridad, partes extra partf!:l; la vida invagina, al mismo tiempo
que empuja hacia el afuera, empuja hacia un adentro que ella constituye;
inventa la interioridad distribuyéndola alrededor de esta superficie de
propiedades especificas que es la membm~a.
Gilbert Simondon ha explicado esta diferenciación y el proceso de
aparición de lo viviente de una manera particularmente accesible y lumi-
1 VI. Benjamín, <tArmoircs)t, StrtJ uniqu~- Enjítnct: !NrlirJoise~ u-ad.. }canl.acostc, Letcrcs
ss
Miradas sobre Deleuze
59
Rene Schérer
5o
Miradas sobre Deleuze
Lugar de vampiros
Los devenires son del orden de )lis esquemas y de los dramas. La
presentación narrativa de Mil Mmta}l a través de •recuerdos•: los de
un espectador, de un naturalista, de u~ brujo, de un bergsOniano ... , así
como, insólitamente, los de una molécl!lla y una ecceidad, contribuye a
esta dra¡natización, descartando toda aspiración a una lógica deductiva.
Estamos en el alogismo, en .constancias alógicas• 6•
Los devenires son esquemas, pero también son vampiros. Quizá ante
todo vampiros, si se tiene en cuenta la datación, 1730, de codo el capitulo
que, bajo el subtítulo •recuerdos de un bergsoniano», precisa: «De 1730
a 1755 no se escuchó hablar más que de vampiros ......
Hay que tomar en serio esta broma, con la dosis de humor que, se
sabe, en Ddeuze siempre acompaña a la verdad.
Solo se necesita abrir el libro cl:isico de Dom Calmet que, en 1746,
introdujo en Francia al mismo tiempo la cos:1 y la palabra7 • El capítulo
VIII enumera todos los casos relatados desde 1730, en particular por Le
Glandeur de Hollaride, cita los Philosophkae cogitationes de vampiriis de
J. Christophe Herenberg en 1733, menciona informaciones del Mercure
galant a partir de 1693. Todos casos a los que el R. P. aplica una crítica
escéptica demasiado falta de entusiasmo, según el gusto de la Encyclopédie
(artículo «Vampiros•).
Un incontestable fenómeno histórico, entonces. Es por otra parte una
de las observaciones m:is interesantes del prefacio que establece lo que
llamaríamos hoy la •modernidad». «En este siglo, desde hace aproxima-
damente sesent:l años, en Hungría, Silesia, Moravia, Polonia, se ofrece a
nuestros ojos una nueva escena: se dice ver hombres muertos desde hace
muchos meses que vuelven, hablan, caminan, infestan los pueblos ... En
ninguna historia se lee nada tan compartido ni tan pronunciado». El
autor es particularmente sensible a este nuevo rostro, a esta metamorfosis
de una creencia en los resucitados, benévolos o temibles, que se remonta
a la Antigüedad; en términos dc¡leuzianos, sensible a estos «devenires•.
Y habiendo leído Mi/Mesetas, agregaríamos que el devenir se manifiesta
en este caso bajo los rasgos más propios, en el borde extremo de una fron-
tera, en la ocupación de una zona de •indecidibilidad» entre lo viviente
y lo muerto, lo humano y lo animal. Rasgos significativos del modo de
existencia del ser metamórfico, como a propósito de los hombres lobo
abordados bajo el título •Recuerdos de un teólogo•: .No hay hombres
lobo, el hombre no puede devenir realmente animal»; «Hay sin embargo
una realidad demoníaca del devenir-animal del hombre•.
62
Miradas sobre Deleuze
Pero para los vampiros, hay m:ís; pues en su caso lo que esr:í en discu-
sión es precisamente lo animal del devenir-animal. Dom Calmet llama
•sanguijuelas• a estos fantasmas que el serbio nombra como vampirs, el
checo o el ruso oupires, que proviene del turco ubre (•brujo•). En cuanto
al vampiro, ese murciélago de América, chupador nocturno de la sangre
de los animales, fue nombrado así por Buffon en 1761, en referencia a los
vampiros de Dom Calmet. Esta reversión onomástica hace de nuestros
vampiros un paradigma paradoja!. Ocupan un entre-dos, en el límite de
una superficie en la cual se pasa sin discominuidad (superficie topológi-
ca de Moebius) del animal al hombre y del hombre al animal, primero
sanguijuela, después mamífero alado que alimentó el imaginario del
cine, hasta la serie Eipeque~io vampiro que llega cada tarde para alegrar
la soledad televisiva de los jóvenes alemanes.
Si el vampiro es animal, en todo caso sólo lo es (pero paradigmática-
mente) por la succión, por la boca o la cabe'la.
En el horizonte de las artes plásticas, Gilbert Lascaulr reunió notas
muy convincentes sobre el vínculo entre la boca y lo bestial: •Una de
las maneras de hablar de la animalidad consiste en pensar las bocas•. El
privilegio del hombre es el ojo, la mirada; el animal es todo boca; la lleva
al frente, es su «proa• (G. Bataille). En cuanto a Francis Bacon, juega la
animalidad en contra de •la hipótesis del alma•; •elige la boca que agrede,
sufre una regresión, aúlla, se retuerce, se devora a sí misma» 8•
Resta comprender y siruar la animalidad. La relación del animal con
el hombre, ¡es simplemente la de la materia con el alma? ¿No es la ani-
malidad en d hombre aquello que persiste, insiste, lo fuerza a •sufi·ir una
regresión• hacia más ac:i de sí mismo para transporrarse m:ís allá de las
formas cerradas? M:ís bien una involución, como aquella que, en el seno
mismo de la molécula viviente, mantiene las materias y las cristalizaciones
de lo no-viviente'.
\
La boca de las figuras de F. Bacon, esa manera que riene de devorarse
ella misma, 1a carne, el grito que borra todo habla, \ra
no es la simple
materialidad presente, son fuerzas que brotan, lo invisible de la vida
pasando a lo visible, deviniendo. Así las evoca Deleuze: •Bacon hace
'G. Lascaulr; Éaiu timidt:s '"'le visi/k, A. Colin, !992, PI' 344·345: "On" bribcs
de bcsciaires 3.peuprCsconcemporains• (1976).
'G. Simondon, op. cit., pp. 131·132.
RenéSchérer
la pintura del gri10 porque pone la visibilidad del grito, la boca abierta
como abismo de sombra en relación con fuerzas invisibles que no son
otras que las del porvenir""· Un porvenir--conviene precisarlo- que no
está proyectado en el futuro, sino presente en la torsión espacio-temporal
del devenir que animaliza al hombre humanizando al mismo tiempo al
animal, estableciendo entre ellos una zona de pasaje o de indiscernibilidad.
No hay más que boca, todo el rostro distingue al hombre de la bestia
y disimula la cabeza, que Bacon reestabiece. •Bacon es pintor de cabezas,
no de rostros ... A la organización estructurada en vistas de la supremacía
del sujeto, a la «máquina de rostridad» imperiosa y aterrorizante («el
rostro, ¡qué horror!», de Mil Mesetas), esta pintura le opone la cabeza,
prolongamiento del cuerpo, su «punta,., y al pensamiento cogitante, «un
espíritu que es cuerpo, soplo corporal y vital, un espíritu animal». Es este
espíritu el que, en el hombre, con el hombre, insuRa !a animalidad: «Es
el espíritu animal del hombre: un espíritu-cerdo, un espíritu-búfalo, un
espíritu-perro, un espíritu-murciélago ...
He allí, en efecto, el espíritu del vampirismo que sedujo a la Europa
de 1730, que se difundió a través de las mallas del racionalismo de las
Luces, demasiado poco sensibles al soplo de ciertos devenires que la razón
lógica es incapaz de estimar, y cuya riqueza y fecundidad es incapaz de
apreciar. En, con los vampiros, está en germen una poética, el contagio de
otra cultura. En esto también los vampiros son paradigma de una génesis
de los devenires, prolif~rantes y prolíficos no según un modo natural,
«naturalístico•, de filiación, sino según aquél, demoníaco y dionisiaco,
de las •epidemias». •
A lo cual convendrá agregar que los vampiros, que ocupan la frontera
entre el hombre y la animalidad, seres de los confines, lo son también
de acuerdo a su nacimiento geográfico y la difusión de sus leyendas. Se
produjo en las guarniciones de los Cárpatos, en los bordes móviles de las
provincias fronterizas, tal como aquella Moravia, recientemente agregada
al Imperio". Son, como lo advertía Dom Calmet, un fenómeno de la
modernidad, pero en sus márgenes.
1984, p. 19.
11 Esta vez. la indicación me la dio Claire Pamet, que participó de las investigaciones
Eventum tantum
El devenir escapa a la semejanza: retiene trazos, un espíritu, como se
escribe en Lógica tk la sensación. En ese caso, ¿se trata de esa «semeianza no
sensible• (unsinniiche Aehnlichkeif¡ de la que habla W. Benjamín en uno
de sus ensayos, que aunque dependen de un método muy diferente del
de Mil Mesetas, aparentemente en las antípodas de su conceptualización,
no carecen de relación, e incluso convergen hacia ella? 14
Pues si bien Benjamín sigue tomado en el horizonte de la mimesis, le
impone una variación, una generalización en la cual ella parece disol-
verse en los devenires. En efecto, en ese texto inspirado, la imitación no
se relaciona con las formas visibles, ni tampoco con la vida orgánica,
sino que concierne a los fenómenos celestes, las estrellas, los planetas,
las correspondencias astrológicas. De dio retiene tr~zos, un espíritu,
elementos de una lectura y de una escritura del univerllp. La semejanza
no sensible es cósmica. \
Los devenires también pueden ser tratados como u~1a •escritura»
cósmica, una puesta en relación con, tal como lo formul~ Deleuze en el
65
Reneschére¡
caso del cine: c<la potente vida no-orgánica que encierra el mundo•". Y
en efecto, es a partir de tales aproximaciones que se puede comprender
su modo de existencia, dar sentido a una realidad insistente que no se
confunde con la de los cuerpos y la de las cosas visibles; así como definir
su dependencia respecto del «nosotros. quelos contiene, es decir de aquél
que los inventa y de aquellos que los recogen al menos en la iluminación
del instante, haciéndolos suyos, sin confundir ese ccen nosotros• con una
inclusión cualquiera en un sujeto, en una interioridad psíquica.
Los devenires no son productos subjetivos, ficciones o metáforas,
«maneras de decir., «modos de hablar•. Creaciones literarias, desde luego,
no son sin embargo •solamente• literatura, sino que aseguran la más alta
potencia de una vida revelada por la escritura y por el arte. No se dejan
incluir en una filosofia del •como si• (Als ob), como aquella, célebre,
del neo-kantiano Hans Vaihinger, que hace del arte como del concepto
simples ficciones cómodas".
La filosofía de losdeven ires es sin duda, en gran parte, una pragmática.
El capítulo de Mil Mesetar sobre los «regímenes de signos• establece, y
¿Qué es la ji!OJOfia? confirma, que la verdad de un concepto depende de
su fecundidad, en la medida en que da una mejor respuesta a los proble-
mas: «Si un concepto es •mejor• que el preeedente, es porque hace oír
variaciones nuevas y resonancias desconocidas, opera recortes insólitos,
aporta un Acontecimiento que nos sobrevuela» 17 •
Así es el concepto de devenir en comparación con las teorías de la mi-
mesiJ o del estructuralismo. ¡.s •me jor•. Escapa a los a!s ob precisamente
porque no se deja aprisionar en una definición limitativa de lo real o de
los géneros del ser (seres por analogía), sino que expresa el devenir, o más
aun, el Ser en tanto que Devenir, ese Acontecimiento -o advenimien-
to- que se manifiesta al mismo tiempo, .nos sobrevuela•, cada vez que
se produce un devenir- (devenir con guión). Dicho de otro modo: el
Devenir, el Ser en tanto que Devenir, no está en ninguna parte más allá
de los devenires-. La filosofla deleuziana no es la del «como si• porque
reposa sobre la univocidad del ser expresado en el acontecimiento. Hay
que volver sin cesar a las proposiciones fundadoras de Lógica del sentido,
66
Miradas sobre Del'"ze
esa otra É1ica: •El ser unívoco insiste en el lenguaje y sobreviene en las
cosas•; y: •No más que un solo y mismo ser para lo imposible, lo posible
y lo real, para todo lo que se dice•"·
Devenir es alemán. Werden conjuga el ser haciéndose, fteri en latín.
Pero conviene distinguir en d proceso lo advenido, tvtntus, del advenir,
eventum. El devenir es advenir: eventum tantum, como se escribe también
en la misma página de lógica del sentido.
Los devenires-acontecimientos o los acontecimientos de los devenires
son «efi:ctos de superficie», •simulacrO», en el sentido de Lucrecio, para
quien los simulacros, juego de Jos átomos que los componen, escapan a
las confrontaciones vanas entre modelo y copia, imagen y cosa, ficción
y realidad. En el plano de los simulacros se expresa todo el ser en tanto
que devenir. Están en Ja línea froliteriza que separa y reúne a Ja vez lo
corpóreo y lo incorpóreo, sobre esa cresta, en su punta.
P011deroción misterioso••
Los devenires deleuzianos ocupan líneas de cresta o puntas. Hacen
más que estar en ellas, son ellas. En ellos se concentran trazos singulares
o,lo que es lo mismo, multiplicidades que ellos reflejan y expresan. Son,
según sus puntos de vista y las conexiones raras pero irrecusables que
establecen, espejos vivientes del universo. Atómicos o moleculares, ¡si!,
pues irisan todas las superficies, destruyendo sin tregua viejas figuras para
hacer surgir otras nuevas en las que vienen a alojarse otros sentidos. Los
devenires-animales, mujer, niño, molécula ... aseguran al mundo y a su
expresión una vida y un estremec"lmiento inmóvil, en el cual es sencillo
descubrir el arte barroco del co111:etto o concep,~; ese «temblor fijo del
barroco», según Ja impacmnte expresión de: Lorca .
A no dudarlo, el concepto ddeuziano, y singula . ente el de Jos de-
venires, es barroco.
67
Tiene en común con el concepto (remitiéndome aquí a Baltasar Gracián,
utilizaré el término españo~ en lugar del concetto italiano que menciona
Deleuze en El pliegue) esa distinción oscura que se elabora en la idea y
fulgura en la punta; agudeza de espíritu que no es a menudo más que
un juego de palabras. Es producción y emergencia del sentido, que da
«acceso a la concepción bajo las sombras de la oscuridad», según una
fórmula de Góngora22•
El concepto barroco, en su punta, es la cima o el acumen: Agudeza del
ingenio, título del tratado de Baltasar Graci:ín, quien define además el
concepto: «Un acto del entendimiento que expresa la correspondencia que
se encuentra entre los objetos», o «sutileza ob jetiva•23 •
Puede parecer a veces que el concepto zozobra en el preciosismo verbal del
lenguaje amoroso, como en el ejemplo de este cuarteto de Lope de Vega:
1992, p. 62.
"!bid, p. 57.
"!6id. p. 41.
"Pedro Cald<rón de la Barco, la V;.. <st un song<, PcemiCrc: joumée, crod. B<rnard
Scsé, Flammarion, •Gf,, 1976, p. 75.
68
Miradas sobre Deleuze
70
M1radas soore Deleuze
l'J B. Gracián, Art «-tJirures át> fesprít, Discours 6, trad. Benito Pelegrin, Paris, Seuil,
1983. p. 114.
Jo K.:1rl Borinski, DitAntikt"in Pot"tik urld Kunsu.heDrie, Berlín, O. Weichcr, 1914, p.
193 y W. B<njamin, op. cit., p. 254.
"Lepli,p. 168.
71
René Scllér~r
73
René lchérer
Una de las mejores entradas .aDeleuze» es, sin duda, la puerta del deseo.
Todos aquellos que vivieron el 68 y los años siguientes se acuerdan de la
bocanada de aire, de la gran sacudida, provocadas en 1972 por El Anti-
Edipo, escrito junto oon Félix Guaccari. El libro respondb a las aspiraciones
de su tiempo, les daba expresión, las orientaba relanz:índolas con un nuevo
impulso. Se comprendía finalmente, gracias a él, por qué y cómo d deseo
concernía y penetraba lo poli cico y lo social, cómo y por qué era canco
como lo económico, sino m:ís, una fuerza material, una Hinfraestruccura»,
y no dependía de •la ideología burguesa»- Fuera de las constricciones ins-
titucionales, de las amputaciones y los travescismos teóricos, conquistaba
en el pensamiento un lugar que había ganado en la calle. Se operaba una
simbiosis encre ese libro-faro y esas políticas del deseo que instalaban el
movimíemo de las mujeres (MLI') o de los homosexuales (FHAR) 1• ElAnti-
Edipo reencaminaba una razón extraviada, abusada por «eiencias• ilusorias,
74
Miradas sobre Deleuze
75
René Sdtérer
n
René Schérer
79
René Schérer
2 Id., ibid., p. 9.
So
Miradas sobre Oeleu1e
81
René lchérer
Eso confunde todo ... habrá que rehacer vuestra educación, hijo mío», le
dice el propio Charlus al narrador, quien creía poderinferirde la revelada
homosexualidad de un patrón pecador la de todos sus amigos•. El homo-
sexual «no habla, no disimula, da signos», a la manera del dios del oráculo
de Delfos según Heráclito: «Sin duda sucede que un genio singular, un
alma directriz, presida el curso de los astros: así por ejemplo, Charlus•'·
la homosexualidad, haz, red de signos, da entonces algo en que pensar.
¿Pero qué? Ciertamente no, en primer lugar, la propia homosexualidad,
en canco que dependería de una interpretación, de una reducción a
causas distintas y heterogéneas, que le busquen un origen, una génesis
orgánica o psíquica fuera de su pura manifestación. Pues solo puede ser
abordada en la cobertura de los signos que produce, en la complejidad
de ese envolvimiento.
Da algo en que pensar en la medida en que desalienta la comunicación
clara y distinta. Su riqueza en signos la dota de una profundidad que sólo
consiste en su reticencia a las convenciones de la comunicación corriente
sobre las cuales está fundado d orden social. U na profundidad superficial,
legible en las modulaciones de una superficie saturada, intensiva. Ella se
condensa y se descifra en los signos-índices que revolotean encima de la
mundanidad, a la manera del abe jorro observado en el patio del hotel
de Guermantes, de orquídea en orquídea.
La riqueza en signos de lo homosexual, que constituye para el filúsofo
un objeto selecto, tampoco tiene nada que ver con una superioridad de
inteligencia. Se emparentaría más bien con las propiedades de la «mujer-
mediocre» de la que habla Proust, que enriquece el universo del artista
más de lo que lo haría una mujer inceljgente, pues, comenta Deleuze,
está más cerca de las materias y de las naturalezas elemenmles: •Con la
mujer-mediocre retornamos a los orígenes de la humanidad, es decir al
momento en que los signos prevalecían sobre el contenido explícito y los
jeroglíficos sobre las letras•'·
Riqueza de lo elemental. Allí se entrevé algo que comandará el des-
cubrimiento de lo •molecular» en los futuros análisis deleuzíanos. Pero
ya en l'roust y los sigws la multiplicidad de signos a descifrar hace de lo
en intima resonancia con una sexualidad sin otro fin que ella misma, sin
inquietud por el engendr~mienl:o biol óg1coo espiritual, a la manera de
la relación intersexual o de la pederastia pedagógica de Platón.
Punl:o de encuentro y de juntura entre filosofla y homosexuali~d,
esta mutación del filósofo en explorador de las superficies, a favor de
una torsión, de un desarreglo en la apreciación y el funcionamiento de
los sentidos y de los valores. «¿Cómo nombrar», leemos en Lógira del
sentido, .la nueva operación fil coó fica en ranl:o que se opone a la vez a la
conversión platónica y a la subversión presocrática? Quizá con el término
de perversión, que al menos conviene al sistema de provocación de este
nuevo tipo de filosolla, si es cierro que la perversión implica un extraño
arte de las superficies»26 • Y no se rrarade una analogia o una metáfora. La
perversión liberada de toda referencia normativa, moralizante, y que no
designa otra cosa más que el vuelo libre de los afectos fuera de los lastres
freudianos (las prof•mdidades), comandaba la Presetztación de Sacher-
Ma.wcl;o. Ella mantiene una relación privilegiada Con el pensamiento
inventivo. En un parolelismo cautivante, en una correspondencia término
a término, pensamiento y homosexualidad se responden. El pensamiento
platónico está comandado por la jerarquía dellogos, y por su pederastia
igualmente anagógica, ascensional. El pensamiento cínico, estoico,
epicúreo, nietzscheano, en una palabra, moderno, que se aparra de ese
logos, es perverso, y la homosexualidad es el paradigma de la perversión.
El pensamiento .moderno». Ya era perverso el de Kant, cuando se halla
comprometido en la perspectiva del juego estético que libera la imagina-
ción del entendimiento y de la razón. Entre las «Cuatro fórmulas poéticas
apropiadas para resumir la filosofla kantiana» de 1986, Deleuze introduce
la de Rimbaud: «llegar a lo desconocido a rravés del desarreglo de rodos
los sentidos». Es que «el ejercicio desarreglado de rodas las facultades va
a definir la filosofla futura, como f>ara Rimbaud el desarreglo de rodos
los sentidos debía definir la poesía del porvenir»28 •
No, la perversión no caracteriza a la filosofla por medio de una simple
metáfora. Ha de comprenderse en ranro que torsión de superficie o de
16 Id. ibid.
IJ G Dclcuzc, Ptéscntdtion dcSaciJtr mas«h, Paris, Minuic, ]967, p. 132: Masoch es
el amo del f:ntt:lSma y del swpense».
~• G. Dcleuzc, (..'ritique rtCiiuiiJUt, Paris, Minuit, 1993, p. 49.
88
Miradas sobre Deleuze
Culpable - no culpable
El jeroglífico es el emblema de la homosexualidad moderna. A la
marcha anagógica, ella le opone la dispersión de los signos. A la tensión
unificanre, la división desgarradora de su esquizofrenia. Se aparro del
camino de la verdad común, echa una maldición sobre aquél al que
afecta y lo conviene en transmisor de la falta inmemorial. Judía en eso.
Ciertamente uno podría detenerse en estas anotaciones, y develar en
esa culpabilidad la marca de una profundidad para una filosofía de las
profundidades. Esa sería una homosexualidad trágica, que a&-egura al
homosexual la marca de una vocación, la carga de un destino. En todo
homosexual, y ciertamente en Charlus, hay algo de eso trágico que, por
otra parte, es muy nietzscheano.
Perola homosexualidad trágica, con su carácter de excepción, es inme-
diatamente equilibrada, puesra en conflicto humorístico con su reverso:
la omnipresencia de una francmasonería homosexual, que practica un
corte transversal de la sociedad y de la historia. Humorístico porque
a la rareza le opone: todo el mundo lo es. No hay más que Sodoma y
Gomorra, la separación de los hombres entre ellos y de las mujeres entre
ellas, en cada generación, repetitiva. Esta repetición no es desvalorizame.
Todo lo contrario, dibuja el cuadro nuevo en el cual la homosexualidad
se deja pensar, se filosofa.
La homosexualidad moderna, contrariamente a la platónica y rombién
a un pensamiento del destino, no se funda sobre una reminiscencia, sino
que anuncia una repetición. Es cierto, roda vía se encuentra la reminiscen-
cia en algunos modernos, tal el caso de Frederic Rolfe, contemporáneo
del joven Proust, en FJ deseo y la btuqueda del todo;•. Pero ni En busca
90
Mir adassobte Deleuze
El secreto de Albertine
La separación de los sexos no es la verdad de la homosexualidad. La
teoría prousriana, escribe Deleuze, conlleva tres niveles: en el primero,
los amores intersexuales, en el srgundo, la división de ese conjunto en
dos series homosexuales que busc~n «el secreto» de la mu¡"er amada y del
amante. Allí es donde •reinan la idea de falta y de culpabilidad» 34 • Pero
ese nivel no es el último. Aunque las dos series homosexuales sean «más
finas que la gruesa apariencia de los amores heterosexuales••, todavía con-
cierne solamente a los grupos o las masas. Lo que importa para Deleuze,
co.no para Proust, es un tercer nivel, imrain dividua!, donde los dos sexos
91
René Scllerer
"id.,;J,;d., p. 212.
•• G. Delcuzc y F. Gualtar' L'Anli-CEdi¡x, p. 338.
17 G. Ddcuze, Pro~tst et lrs slgnr.s. p. 164.
Mirada11obre Deleuze
93
Roné Schéror
"Id.,ibid.
44 G Deleuz.c, L'lmage~mUiwtmmt. P:u-is, Minuit, 1983, p. 147.
94
Miradas so!Jre Oeleuze
95
Rene Sch!tor
g6
Miradas sollre Deleuze
:.5 Pcncncce a Karl Hcinnch Ulricbs en La Naturr J~xue/1~ á~ l'unmirte mJk (1868).
Citada por Guy Hocqucughem, Race á'Hp!, cditi<>tlS librcs/Hallicr, 1979, p 50.
"'G. Ddeuze y F. Gu•ttori, Millt pi.Jt<'ll«, p. 3.~8.
"Id.,ibiá.
97
René Schérer
donde el deseo funciona según sus eleme mos y sus flujos moleculares•58•
Es un mundo de .viaje intensivo», «inmóvil•, pero que es lícito que el
homosexual reconozca como el de sus propios vagabundeos por el mun-
do, el de su ..levante• nómada, tal como lo hará G. Hocquenghem: «El
paseo del homosexua~ atento a todo lo que puede llegar a conectarse
a su deseo, no deja de recordar lo que E/ A11ti-haipo llama el paseo del
esquizofrénico•".
GrarumsaJis
Los devenires, escribe Deleuze, están «en nosotros». ¡Se trataría enton-
ces de una ilusión, de una metáfora? N o, todo lo contrario, de un real
enriquecido por el concepto que lo circunscribe, abarcando a la vez los
átomos corporales, las singularidades afectivas, los elementos de la escri-
tura, todas partículas dadas y que se agitan en superficie, y que conciernen
a una materialidad común. El mundo de Deleuze es lucreciano y, como
este, abarca en una continuidad los átomos materiales y los vocablos. El
devenir ocupa la zona de indiscernibilidad entre real e imaginario, y los
comprende en la aproximación y la elaboración de una misma verdad.
No carente de humor, sin embargo. Que ante todo no se vea en esta
formula una cláusula restrictiva. El humor es parte integrante de la verdad
a transmitir, le ofrece a esta última el alivio de su hospitalidad. Deleuze
dice del h umo,.G• que es efecto de superficie, arte de los acontecimientos
puros, que deshace los señuelos de la representación, del individuo, de la
subjetividad, en beneficio de las multiplicidades. Le repugna, ante todo,
la superioridad irónica del sujeto que juzga e interroga. Está del lado de
las minorías: un «devenir-minoritario•. La mujer molecular, la muchacha
universal, 11 sexos, el sexo no humano -tomado de Marx, humorista de
aspecto serio- están indudablemente condimentados con la sal de un
humor apropiado a la liberación de la sexualidad respecto de los lastres
sociales u orgánicos. Todas estas expresiones le otorgan a la escritura, al
concepto mismo, una soltura suprema y la frescura de un «devenir-niño».
"L'Ami·fEdipe. p. 380.
YJ G. Hocquenghern, l~ [)hir bomosrxUt/, p. 60.
99
Rene Schérer
Potencias de lo falso
Muy cerca de la mentira y de lo falso. Pues la verdad de la homosexua-
lidad, en los más sinceros que la han pensado, está asociada sin cesar al
error. La homosexualidad vivida, experimentada en nosotros, nunca es la
homosexualidad o la pederastia en el sentido psiquiáttico. Es así que en
sus cartas a Daniel Halévy, su condiscipulo, el joven Proust «opera una
cuidadosa distinción entre la upederastia•, condenable entretenimiento
de los hastiados, y la pasión recíproca que pueden experimentar dos
muchachos que •por nada en el mundo practicarían la pederastia»67 •
Es as! que Hocquenghem le opone a la triste reducción freudiana, «el
carácter heteróclito• del deseo, su «dispersión maquínica. en el sentido
deleuzo-guattariano, destacando que nunca hay «homosexualidad» como
estado de cosas, sino homosexualización de un vivido no codific:>do68 • En
todo homosexual resuenan los desasosiegos dd Torless de Musil: «¡No
100
Miradas sobre oereuze
por d prefijo sur, con d que :se ha uaducido en francés la auftuhuug hegeliana. En
C.:lstdlano correspondería a[ neologismo tsobrcsumir.., por oposición a .subsumirb [Nor;"t
del rrnducror).
101
RenP Schérer
104
Miradas sob1e Deleuze
Y al igual que para Lawrence, ser del secreto, tampoco conviene buscar
un «verdadero• Genet bajo sus m:íscaras. Pues no est:í debajo ni detr:ís,
sino con, en los pliegues de donde hace surgir sus múltiples figuras, como
«una gallinita de papel•, un «espontáneo simulador•". Si la primera teoría
no griega, no platónica, de la homosexualidad es la de Proust, la segunda
se bosqueja a través de la obra de Genet, que es como su imagen invertida.
Un doblez, una duplicidad, pues -independientemente de la obra, por la
cual ha expresado la mayor admiración- es seguro el parentesco entre el
universo de Genet y el universo mundano de En busca del tiempo perdido,
cuyo reverso social constituye. Mundo de los guapos, de los maricones,
de los criminales, poblado también, e incluso m:ís, de signos.
Entre estos dos mundos esc:ín dispuestos muchos pasajes: entre otros,
la homosexualidad, esa fuerza que corta transversalmente la sociedad y
hace que se reúnan los aristócratas y los bajos fondos. Proustyadio cuenta
de esta comunicación subyacente, tratándola como una francmasonería
secreta, aunque preservando irregularidades ilocalizables que confun-
den las cosas. Pero Genet es el Proust de un universo que ya no se deja
seducir por las apariencias del «mundo•, ni siquiera para lacerarlo con
su humor. Genet interioriza la reprobación de la raza maldita contra la
cual Proust espera protegerse al convertirla, en su narración, en centro
motriz de la sociedad contemporánea; Genet se sumerge en su abismo,
alcanza el punto extremo donde la traición deviene santidad. Para Genet,
la homosexualidad asumida y provocadora entra en el pliegue singular de
sub jetivación a partir del rechazo radical del orden social.
Es en este punto que, en términos deleuzo-guattarianos, puede decirse
que funciona maquínicamente: m:íquina de deseo, creación de devenires,
m:íquina de guerra y de revuelta. Opera una torsión de las fuerzas del
afuera y hace abrazar interiormente las causas de las Panteras negras, de
los palestinos, de los transexuales, mejor llamados !:JS transexuales en
razón de su devenir-mujer, cuya causa se confunde con las otras en un
heroísmo común".
Gracias a Genet, la homosexualidad, en sus potencias en las que se
mezclan y se confunden la verdad y la mentira en «Un sentido exrramoral•,
como decía Nietzsche, pasa del contenido finito de una elección sexual a
jalones
Walter Benjamín escribía de Charles Fourier que «hay que ver en
la aparición de las máquinas el impulso más íntimo que se le dio a su
utopía»3 • Ellas le sugirieron el mecanismo de las pasiones y la idea de un
nuevo agenciamiento societario conforme a sus movimientos.
Me parece que esa frase conviene todavía más a Félix Guattari y a sus
máquinas deseanres. En efecto, ellas han de concebirse como mecanismos
frenados o enloquecidos por la r.ivilización; en el exceso mismo de sus
arrebatos, abren, para una sociedad verídica, el campo de lo posible. Se
convierten en «brújula de ArmonÍa», orientada hacia una esquizofrenia
1 Machin, de uso f3miliar en francés para referirse a un objeto o persona cuyo nombre
Sin metáfora
¡Hay máquinas «propiamente dichas», objetos puramente técnicos, y
otras llamadas así por analogía? El acceso a la 6losofla de Guattari como
a la de Deleuze, a sus obras comune-s, exige que se abandone el lenguaje
de la analogía canco como el de la metáfora. Las «m:íquinas deseantes»,
al igual que las m:íquinas sociales, institucionales, políticas, culturales,
literarias, estéticas, etc., no son nombradas metafóricamente. En codos
los casos se trata de producción de un efecto, de conexiones, de fuerzas
y de movimientos a desplazar y a transformar. Cuanto m:ís se asciende
desde las grandes formas visibles hacia la fuente de su producción. m:ís
se revoca la distinción entre lo inanimado y lo viviente, lo material y lo
espiritual La diferencia, no solamente de grado, sino también de natu-
raleza, esr:í entre c<lo molar» y lo «molecular•, lo atómico que, como en
Lucrecio, compone las almas canco como los cuerpos.
Ha de nocarse yue la referencia de El Anti-Edipo no es la mecánica
cartesiana de La Mertrie en El hombre máqtlina, sino el transformismo
neolamarckiano de Samud Buder en «El libro de las máquinas• de la
novela Erewho>l, relato de una ficción utópica. Esta última trata, en efecto,
de una hipótesis fanr:ística, del ¡>eligro representado por la sustitución
del hombre por las máquinas, de la apropiación de las máquinas de lo
que es la especificidad del o viviente: la aurosínresis, la aurorregulación,
la reproducción. Este cctexto profundo., según la expresión de Guacrari
y de Deleuze, logra tal resultado al disociar la unidad estructural de la
máquina incluyendo en su campo a los hombres que la alimentan, la
sirven, la multiplican. El hombre ya depende en su actividad y en su
alma de un universo en el que reimm sus máquinas. Se puede proyectar,
109
Rene Sch!rer
mente los únicos calificados de económicos, sino que les ~grega todo lo
que permite ens~n1blulos y comprenderlos, comenz~ndo por su fuenre
común, fuente de wd~ vid~. la energía sol~r•. Félix, y Deleuze co11 él,
proponen un •m~quinismo general» que unifica en un mismo campo
de producción deseanre, sobre un mismo •plano de consistencia.», las
grandes y las pequeñ~s máquin~s, aquellas visibles, del exterior. Pat':l las
cu~les se reserva ese nombre, y aquellas del ~dentro ~ las que solo cree-
mos poder nombru como tales por analogía, transferenci~ de sentido,
según la im~gen acostumbr~da de la que ;ust~mente hay que deshacerse,
a través de b máquin~.
Este maquinismo se extiende, por inrermedio de lo molecular, ~ las
relaciones del hombre con el cosmos; orientará l~s consideraciones eco-
lógicas resrringidas h~cia una ecología umbién «generalizada», junto con
la sabiduría que inspira: una «ecosofbo 10•
Este úlrimo término, que evoca el pasaje, en Fourier, de la simple
gastronomía a la gasrrosofia, ciencia universal, recuerda a su vez que la
·~tracción ~pasionada.fourierian~ no es un~ pura metáfOra de la a reacción
newtoniana. Es su generaliz~ción en el •movimiento• p~sion~l lo que
va a devenir el verd~dero principio explic~tivo del propio movirnienro
material, su •pivote».
Hay ciert~mente un esoterismo guattari~no que concierne~ la técnica
del funcion~mienro m~quínico, con los •agenci~mientos», bs •des... y re-
terricorializaciones,,, los ufilos», los «diagran,asl), etc., que designan las pie~
zas de estas máquinas nuevas, en par~lelo con las mutaciones maquínic~s
de la cibernétic~ contemporáne~. Están también,~ cambio, los boquetes
luminosos, las beng~las que alumbran los propios lenguajes a los cuales
~veces nos sentimos tent~dos de rr~ducirlos. Estas beng~las iluminan la
partida y el desenlace, cu~ndo anunci~n •un inmenso movimiento de
reapropiación de las máquinas técnic~s por las m:íquin~s dese~ntes»",
o que cdejos de los rellejos defensivos y de las crisp~ciones nosrálg¡c~s•,
entre «las muraciones maquínicas y la subjetividad» ya se puede Percibir
y nombrar «una productividad onrológic~ de subjetividades nueVas•".
112
Miradas sobre Deleuze
Paradojas
La máquina deseame es, no obstante, paradójica. La expresión en sí
misma ya lo es. Constituye una suerte de oxímoron, a la manera de •la
oscura claridad•. En efecto, ¿no es por lo general lo propio de la máqui-
na ser insensible, no poder desear nada? El deseo es lo que construye la
máquina o la goz:t, aquello que la detenta, no la máquina misma. Sin
embargo, toda la fuerza, polémica, toda la seducción, inventiva, de la
máquina deseante, deriva de esta apropiación por lo maquínico de aquello
irreducible a lo 71U'cdnico, que es el deseo.
Paradoja del deseo que llega a idemificarse con un movimiento o con
una fuerza material, productores de otros movimientos, al mismo tiempo
que posee, a la manera de la concienciad e Raymond Ruyer 14 , la notable
113
Rene Scnérer
Producción de sentido
El defecto de la teoría estructuralista es deformar la expresión y elimi-
nat la fuerza productiva del deseo, con el pretexto de delimitarlo mejor.
No reemplaza el sujeto de la filosofía cartesiana por un .sistema» m:ís
rico, según la fórmula consagrado.; a ese sujeto, •lo aprisiona y sólo tolera
perderlo en tamo que es recuperado en el seno de una determinación
estructural distinta» 15 •
114
Miradas sobre Deleuze
115
René Schérer
Hacia la semiótica
Productora de sentido, la máquina deseante puede ser calificada tam-
bién de •abstracta». Esta abstracción no es del orden de una generalidad
que desconocería lo individual y lo sensible, sino del orden de la pintura,
cuando ella se desprende de una representación imitativa del objeto y
deviene de este modo .abstracta•, por sus líneas y colores, produciendo
nuevas figuras no menos sensibles que aquellas de la percepción ordinaria,
pero sin significación (= no figurativas y no realistas).
La teoría de las máquinas abstractas está en la base de la semiótica
gumarlima, parte central de La revolución molecular (1977), de El in-
co>~sciente maquinico (1979), de Mil mesetas (1980), escrito en común
con G. Deleuze.
Las máquinas son abstractas como lo son las lugas de Bach, indiferentes
a timbres determinados, pero actualizándose en ejecuciones concretas.
Son singulares: máquina-Bach, máquina-Einstein, máquina-Webern,
máquina-Swann, etc.; con otras máquinas singulares en cadaunadeellas:
tal como la «pequeña lrase• de la sonata de Vinteuil en Proust.
El funcionamiento de todas estas máquinas abstractas ya no apela a la
relación significado-significante de una lingüística de base saussuriana.
Proceden por •agenciamienros», y el elemento específico de su «régimen
de signos• deja de ser el fonema-símbolo, es el .diagrama• o esquema en
el plano de composición.
Agenciamimto: hay que volver aquí, esta expresión indica que las
máquinas están acopladas directamente con una realidad no reducida.
El ejemplo más simple puede ser provisto por esos psicoanálisis de nhios
a los cuales se entregan Freud o Mélanie Klein: los de Hans, Richard o
Fritz. Son agenciamientos maquínicos que mantenían con su sexo, su
vecindad, con tal otro niño deseado sensualmente, un caballo, la calle,
mapas geográ6cos, trenes, letras del alfabeto, etc., antes de que se les haya
116
Miradas sobre Deleuze
Expresividad
No está al alcance de la voz del que ordena, como del lenguaje de la ley
-del cual la ley dd lenguaje es una de sus formas- el producir superficies
de expresión cargadas con toda la profundidad del deseo. El diagrama
llama en superficie a la profundidad.
La filosofla de Félix es una tilosofla que, por el desvío de lo a-signifi-
cante, se dirige a la expresividad; da figura a las virtualidades, libera las
potencialidades que, sm las máquinas deseantes, no podrían encontrar
expresión.
Incluso las grandes máquinas, Estado, instituciones con vocación
represiva, y las pequeñas máquinas a >u servicio, como la «máquina de
rostridad., que sirven a la transmisión de las consignas del orden, rostro
117
ReneSchérer
118
Miradas 1ollre D•l•uz•
El autómata reconciliado
El hombre no debe tener temor a ser finalmente invaclido por sus
máquinas técnicas, que acapararían las funciones intelectuales. Puede
legítimamente aspirar, por otra parte, a no devenir engranaj ede máquh1as
despóticas, estatales o religiosas, o de una economía capitalista incontro-
lable en la escala de una geopolítica de los poderes. Le debe esto a su ser
deseante, a la estrategia de una micro-política que sólo depende de él,
a su ser-máquina en potencia de agenciamientos todavía desconocidos,
no a las ilusiones de un tradicional sujeto «demasiado humano», cuyas
prerrogativas se desmoronan hoy en una universal sujeción.
119
Ren! ScMrer
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g.
Subjetividades fuera del sujeto
ad Felicem
Con esa distancia que permite la muerte y que favorece una mirada
de conjunto sobre una obra, sino acabada, al menos irremediablemente
cerrada, me parece hoy que el pensamiento de Félix ha estado dominado
por una constante: la del proceso, más bien la de los procesos, de subjeti-
vación. Allí está su propósito, su carácter, su aporte obstinado a nuestro
siglo, que tomó los rodeos de la escisión con un psicoanálisis ortodoxo y
normativo, de la revolución que él llama molecular, en oposición con la
revolución masiva de la ideología. marxista y de los aparatos de partido, de
la adopción de una triple ecología que se extiende, además de a lo natural,
a lo social y a lo mental, de una rcosojiaconcebida como pensamiento de
las subjetividades mutantes de este tiempo.
La subjetivación no llene punto fijo, centro. Si la modernidad en
general puede concebirse como un descentramiento del mundo y una
multiplicación de los puntos de vista, se ha subjetivado falazmente, en el
origen, alrededor de la ilusión de un único sujeto. Ahora bien, su lógica
es, por el contrario, la del devenir y la multiplicidad. Es esta lógica de
una modernidad consecuente la qlle ha desarrollado Félix en torno de
procesos de subjetivación que son devenires de multiplicidades.
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René Scherer
122
Mira das sobre Oeleuze
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Renólchérer
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Miradas sobre Deleuze
125
Rene Schérer
1 Puede leerse sobre este punto el bello estudio de: Georg,cs Blocss e~1. su tesis d.e
doctorado: .Puissance de la subjectivité dans la création arri.stique ct poet1que de-puls
l'cxprcssimtisme en Allemagnen, Paris VIII, 1993.
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Miradas sobre Deleuze
127
R•né lchéror
128
Miradas sobre Oeleuze
129
10.
Deleuze y la utopía
Fuer a de escena
Samuel Buder, Gabriel Tarde, Pierre-Simon Ballanche: tres nombres,
en la obra de Deleuze, que aparecen por momentos, a la vuelta de una
página, en el recodo de una nota.
Pequeños resplandores que parpadean. Con facilidad se los considera-
ría menores, en relación con el pequeño lugar que ocupan. En relación
también con su desvanecimiento en la historia de las ideas, que casi los
ha olvidado.
Fortuna rápidamente desaparecida de Tarde, sepultado bajo los estratos
sucesivos de la sociología contemporánea: durkheimismo, weberi.<mo; G.
Simmel, en su lugar, revivificado. Marginalización de Samuel Bucler, darwi-
nista herético, autor apenas conocido por una única novela, por una ficción
utópica. Pierre-Simon Ballanche, el lionés Íllspirado, el dulce soñador, el
trabajador secreto, profeta misterioso de un nuevo cristianismo social.
Los tres, además, ajenos a la Universidad, a pesar de la elección de
Tarde en el College de France, en los últimos años de su vida; y en un
132
Miradas sobre Oeleuze
Tópicas de la utopía
Utopía. Y sin embargo, Deleuze explícica.rnente pretendió cuidarse de
la utopía. Sintió la necesidad de hacerlo, insistió en tomar distancia de
134
Miradas sobre Oeleuze
sistemas filosóficos a los cuales les ha gustado jugar con la utopía. a la vez
como palabra y como concepto. Ernsr Bloch, que construyó sobre ella
roda su lilosolla; o llteodorAdorno y la escuda de Frankfurt, que reservan
a la utopía una función de concepto operatorio para una dialéctica que,
al contrarío de la hegdiana, es inconciliable con el siglo: una dfalécrrca
negativa. «Deleuze»: Deleuze y Guarrari, Gílles-Félix. Todo eso se lee en
¿Qué es la filosofia? En el maravilloso capítulo de la «geofilosofía».
Ese capítulo es maravilloso, infi niumente precioso para la orient:J.ción
del pensamiento, porque por una ve7, a decir verdad, por primera vez,
provee una referencia para pensar la utopía, define su lugar de pensa-
miento --en el sentido de los «lugares• de la lógica cl:isíca- su tópica. Sin
duda ya existen fórmulas y descripciones muy pertinentes para pensar
la utopía. Por ejemplo, la de R. Ruyer en L'utopie et kt utopi'es': «una
exploración de los posibles laterales•; o la de Louis Marín en Utópims,
juegosdeespador, consagrada m:is particularmente al «discurso utópico•,
que opone al «discurso del concepto• el «de la figura», un discurso «cuyo
medio lo constituye lo imaginario•. Y m:is aún, mejor aún para el esta-
blecimiento de una tópica, la atribución a la utopía de lo «neutro•, con d
ejemplo de la «modificación de neutralidad• que, en la fenomenología de
Husserl, prepara el acceso a lo imag·mario. La utopía es lo que ocupa esa
región que es también aquella de la cUstancia, de la •polémica infinita.,
de la «Contradicción ilimitada• (o.c., p. 21). eso que está a resguardo del
concepto, en la ficción, en la imagen.
¡Qué es esa tópica/ Se reconocerá en dla, creo que fácilmente, la
partición operada por Leibniz en Louzuevor mrayos (IV, 1), a propÓsito
del conocimiento, entre dos géneros de «temas•: los del conocimienro
discursivo, que obedecen a una lógica del encadenamiento de las propo-
siciones demostrativas; y los llamados «incomplejos», que no conciernen
a ese orden, aunque enriquecen el conoc'Jmiento. Entre los cuales Leibniz
sitúa a las ficciones, novelas y cuentos, la de Cyrano de Bergeruc, por
ejemplo, o la de Ariosro. En resumen, no solamente los posibles, sino
también los imposibles.
Efectivamente el lugar de la utopía se ubica entre los posibles, pero
actualmente imposibles, incomposibles.
137
René Sthérer
Historia ydevenir
La primera tópica concernía al territorio, la segunda concierne al tiempo.
Después de la desterritorialización absolU!a del pensamiento, se trata de
una forma de reterritorialización. Reterritorialización sobre el concepto;
sobre el concepto de aquello que está en cuestión de un lado y del otro en
la confluencia histórica: el tiempo, la historia, el acontecÍ! niento. Ahora
bien, dice Deleuze, utopía y concepto no se relacionan de la misma maneta
con ese estado de cosas. Y la •buena• relación, es decir la relación según
la realidad, está del lado del concepto, no de la utopía.
Sin duda lo sospechábamos, y estábamos dispuestos a admitirlo, pues-
to que la utopía proclama abiertamente que opera en lo irreal. Pero es
h solución lo que sorprende y se propone primero como una paradoja
que va a exigir explicación: la utopía está en falta respecto del concepto
porque se refiere a la historia, mientras que el concepto no depende de
ella. Paradoja, al menos, en el marco de la 6losoHa deleuziana, que no
admite la intemporalidad de las esencias platónicas, que siendo una filo-
solla de la vida, tiene también como horizonte, incluso si toma distancia
y se disocia de ellas, las filosofías contemporáneas del a historia. Paradoja
para la utopía, de la cual diríamos que se burla de la historia y que no
se preocupa mucho por los medios que han de ponerse en marcha para
volverse histórica. ¿No es, por otra parte, uno de los reproches esenciales
que Marx le dirige al •socialismo utópico•?
¿Cómo comprender, en ese caso, el aspecto paradoja! de la siguiente
fórmula: «la utopía no es un buen concepto porque, incluso cuando se
opone a la Historia, se refiere a ella y se inserta en ella como un ideal o
como una motivación»? Fórmula a la cual se opone la del carácter uno
histórico• del concepto, que •nace de la historia y vuelve a caer en ella,
pero no lo es•. Lo que interesa al concepto, lo «que es• el concepto, no
es la Historia, es el devenir: •pero el devenir es el concepto mismo ... El
devenir sin el cual no se haría nada en la historia, pero que no se confunde
con ella• (pp. 106-107).
La dificultad se aclara cuando se comprende lo que está en juego, dicho
de mro modo, el problema. Y el problema, el problema filosófico por
excelencia es el de la realidad. La realidad del tiempo frente a la cual la
utopía es indiferente, y que la historia trasviste y aplasta en su cronología
uniforme. Es en el marco de este aplastamiento uniForme del tiempo que
Miradas sobre Deleuze
139
Rene Schérer
140
Miradas sobre Deleuze
141
Rene Sch•rer
11 Añado ene califi.catlvo. esta glosa, para liberarlo del contexto en el que aparece en
Ln Mptsserte de Nut" Dame:
.Somos esa lglcsi:l y ese haz ligado,
Son1os esa raz:z imernal y profundo!».
Para d Aión, ver particulnrmenre la serie 23 de logiqur du ""'· p. 190.
142
Mirada~ !Obre Oeleuze
a los que invita a la gran sociedad filosófica de los amigos, Burler, Tarde,
e incluso Ballanche, a pesar de las apariencias, nunca fueron tributarios
de la historia.
Pues si Ballanche se refiere a la historia, lo hace porque es terreno,
terreno de experiencia apto para manifestar la profundidad del tiempo,
su «inrernidad». El tiempo de Ballanche es, como el de Péguy, una du-
ración de los pueblos, grandes vivi<:nres que conocen, al igual que los
individuos, el crecimiento, la muerte y el renacimiento (palingenesia).
Para él que, como Péguy, piensa al interior de un cristianismo místico, el
acontecimiento Jesús no ser:\ nunca un objeto para la historia; es interna!:
«no puede haber interrupción, sólo puede haber la aparición del mismo
hecho que nunca deja de ser un hecho actual», escribe en La ciudaddelas
expiaciones. Y: «La psicología cristiana es una psicología cosmogónica».
Por eso «el acto de la creación es a la vez espont:íneo y sucesivo, puesto
que es eterno)) 12,
Aunque Ballanche habla de cierra manera para la historia por venir,
la de un cristianismo social proletario, su tiempo de la utopía es cercano
al de la célula viviente de Burler, profundidad de memoria o Ai6n: «una
vez que hemos comprendido que somos todos una sola criatura y que
cada uno de nosotros tiene varios millones de años» ... «todo ser viviente
forma parte de la fase actual de cualquier identidad pasada incluida en
su cadena ancestral•'3•
La naturaleza, la propiedad singular de este tiempo, es no detenerse en
el presente, no hipnotizarse con él, no inmovilizarse en él, sino excederlo
infinitamente.
Completarlo y profundizarlo, acompañándolo con lo que Deleuze,
con Bergson, llama los «Virtuales•, que han de considerarse también, en
estos autores, bajo el nombre de «posibles•.
Y es Tarde quien escribe en Monadología y sociología que «en el fondo
de cada cosa, está todo lo real o posible•' 4; o, en un poema de juventud,
más líricamente, más urópicamenre: «Que esa masa es elevada y numerosa
1895. p. 338.
143
Rene Schérer
"]Clln Mil<t, Gnbri•l Tnrdt tt la pbillnophi< d• l'histoirt, Paris, Vrin, 1970, p. 393.
"Tarde, lO<. dt., 337.
''Citado en Di.lfirmct el répétitiu11, p. 102.
144
Miradas 1obr~ O.leuze
Un plano de naturaleza
La respuesta deleuziana, como cuando se trataba del tiempo -¿pero
no es exactameme el mismo problema?- es la conversión en superficie
de la sorda profundidad inaccesible. La construcción de un plano de
consistencia que puede ser llamado esta vez •plano de naturaleza•. No
porque se trate de ocorgarle a esta última, entidad personificada, un poder
subterráneo, sino porque Naturaleza es la superficie de inscripción y de
expresión de las cosas, de su inestabilidad, su pasaje de una a otra, su
emre-expresión, su devenir.
El plano, hubiera dicho Barches, es el mamel que arrastra codo cuando
se tira de é]'?. El mame] del mundo, que del mismo modo puede ser
llamado, que es en efecco también, su alma.
Hay una manera totalmeme deleuziana -parodiemos el pasaje de El
Anti-Edipo en d cual se habla de una •manera totalmente buderiana•"'-de
tratar a las cosas, de llevar al plano. Alli donde los problemas insolubles,
insolubles por falsos, de la metafísica, de la dialéccica y de la utopía sin
concepto, se disuelven entrando en otra formulación: problema falso de
h oposición y de la vinculación entre el alma y el cuerpo, la materia y
el espíritu.
Plano sin sujeto, a-subjecivo, pre-personal, impersonal, de la expresión
pura, del dato puro. Realidad, puesto que dada, única realidad. Que no
podemos decir que •exista• en el sentido de las causas corporales, de los
cuerpos-objetos. Pero que e.r, de todos modos, •insisteme>~, ,,consistente•.
Es el plano donde aparecen y se mueven los conceptos, donde se resuel-
ven, de una manera distinta a la utópica, los falsos problemas del deseo
18Félix Rawmon, [)< /'hd/Hnulr. intr. De J. Baruzi, París, F. Alean, 1927, p. 59.
" R. J!;!Cthcs, Sadr, Fourirr. l.oJOW, l'aris. Seuil, !97 1, p. lOO.
10 L'Anti.aidipr, p. 338.
145
René Schérer
y del alma de las cosas, el plano del Aión, todo en superficie, ese plano
que tiene la consistencia musical de •lo incorporal».
Lo incorporal, heredado de los estoicos, consistencia del aconteci-
miento, del concepto del devenir, es lo que permite en Deleuze erigir la
primera y última tópica, la de una teoría no sustancialista del ser y de las
multiplicidades que lo componen. Tópica para el acontecimiento, para su
expresión conceptual y para los devenires que se organizan sobre el plano
de Naturaleza -pero que, dice Mil mesetas, no está especialmente ligado
a «la Naturaleza», incluyendo también el artificio, y que encuentra su
primera y mejor ilustración en el plano musical 21 , •plano de inmanencia
y de univocidad».
Se trata aquí de una de esas •nuevas distribuciones que el genio de
una lilosofra le impone a los seres y a los conceptoS>>, como se escribe en
lógica del sentido a propósito de la filosofia estoica.
Y esa manera totalmente butleriana de comprender cómo el hombre
se hace m:íquina y cómo la m:íquina desea, manera de dispersar la uni-
dad estructural de la máquina y la unidad org:ínica del individuo (El
Anti-Edipo) haciendo entrar el deseo en la m:íquina y la m:íquina en el
deseo -esa manera sería, en el cuadro del pensamiento causalista, el de
las causas eficientes, una imposibilidad, una utopía-;
- esa manera totalmente tardeana, totalmente leibniziana también,
de llenar en la mónada •el abismo separativo del movimiento y de la
conciencia, del objeto y el sujeto, de la mec:ínica y de la lógica, de la
naturaleza y de la sociedad» (/>fonadología y sociología), manera de •pul-
verizar el mundo y espiritualizar el polvo» (El pliegue);
- esa manera totalmente ravaissoniana, totalmente schellingiana de
hacer pensar al cristal;
- esas utopías, esas imposibUidades respecto de las causas eficientes
del mundo flsico objetivo, pero requisitos a los ojos del alma, devienen
la manera totalmente deleuziana de hacer entrar, de hacer ascender al
plano, de hacer ascender a la superficie, donde no hay m:ís que líneas,
pliegues, dispersiones o contracciones en las cuales se expresan lasfi1erzas
de las prof•mdidades.
147
René 5chérer
"Jean Wahl, Vers lajin Jelontologit, Paris, SEDES,I957: .El ser eso!, según el propio
Heidegger, disperso, diseminado en el ente múltiple. Así, no sorprende que no podamos,
según él, recapcurareste ser. Sólo vemos los entes, y la propia. palabracntc ya se nos aparece
como bas1anrc vacía y bastante vaga.. Y mencionando el comentario que- hace Heidegger
del 'lis( barrado de Zur S.insfiagt: .Esa cruz que barra la palabra, en principio no hace
m~s que protegernos del h~bito ClSi inextirpable de representan\osel ser como un wa a
cara... », \l'ahl añad(': •Esa cruz marca a.lgl, m.í.s esencial: el fin de la ontología, comt.10111cl!,
por otra parte, a parrir de Nietzsche, (p. 257).
Miradas sobreOei@UZt
149
René Sché1er
150
Mira das sobre Oeleuze
·11 Para c.sti.\ c;omparac;ión de Stirner c:on Fouricr, y para d sentido de lo •propio» en
S[irncr, v. Bernd Kast, Die 1hematik áes •Eig11ers» in Jtr Phünsophie Max Stimers, Bonn,
BouvierVorL1g, 1979.
151
René lchérer
Interna!
En Clío se descubren cosas m u y bellas sobre la lectura, •operación
comÍin de lo que lee y lo leído, de la obra y del lector, del libro y del
lector, del autor y del lector•"·
Del mismo modo que Deleuze nos enseña a vivir, nos enseña a leer.
Nos enseña en particular a leer autores en los que no hubiéramos pensa-
do, pensadores a los que no hubiéramos considerado como pensadores y
como filósofos. Fascinados como estamos, inmovilizados como estamos
en bs grandes salas superpobladas de la ontología, y sin que se nos ocurra
mirar en los rincones o afuera. Sobre todo afuera.
Nos enseña, nos invita a leer -o a releer, pero leyendo mejor- a los
utopistas descuidados, olvidados: Buder, Tarde, Ballanche, sin hablar de
Fourier. Nos invita a hacerlo, añadiéndoles su lectura. Hace eclosionar fra-
ses, imágenes, formulas sepultadas -abramos Clio- •como una sombrilla
l:t termin:tción de un v:tra», «como un punto raro, único, singular», «Como
una gracia particular y coronaria•. De Tarde, la avidez de las mónadas, el
«todo parte de lo infinitesimal, y todo retorna a él•, la sociedad presente
en el universo entero. Pero no solamente visiones del orden de la utopía
del conocimiento, sino también consecuentemente, arrastrada junto con
el mantel, una sentencia como: «el libre vuelo del espíritu disidente vale
por sí mismo más que todo».
De Butler, no solamente las máquinas que desean, sino •el hombre debe
su alma a las máquinas», la agudeza de los dardos de El cami11o de toda
carne en contra de b bmilia, de fa crueldad paternal de los eclesiásticos
anglicanos, en contra de •la solicitud maternal que teme ante todo que
el niño llegue a tener deseos y sentimientos personales•; la fórmula de
un devenir-joven: «la verdaderamente madura y la que verdaderamente
tiene experiencia es fa bella juventud, porque sólo ella posee una memoria
viva que le sirve de guía•.
Ballanche y su palingenesia, que encuentran, con Fourier, expresiones
comunes: «hay en nosotros cosas que en el presente duermen y que un
día deben despertarse. ¿No tenemos ya los órganos que harán de la oruga
rastrera una brillante mariposa?».
O su evocación de ese pueblo irremediablemente minoritario para el
cual escribe Deleuu, al cual dirige su filosofla y su política: «el esclavo,
el siervo de la gleba, el campesino a merced de su señor, el artesano cuyo
salario se calculaba para b m:ís estricta, b más indispensable subsistencia,
el indigente, el proletario». Linaje ciertamente cristiano, pero que deviene
para el siglo venidero el del hombre sin nombre.
Que deviene raza utópica, que anuncia aquella a la cual ¿Qué es la
jilowfla? abre el plano del concepto: «Pues la raza llamada por el arte o la
filosofía no es la que se pretende pura -se lee a propósito de Heidegger,
el filósofo de una «ontología fundame•nal», y contra él- sino la raza
oprimida, bastarda, inferior, anárquica, nómada, irremediablemente
menor• (p. 105 ).
Raza «interna!•, que Péguy situaba bajo el signo de la gracia, con la
nostalgia, con la utopía melancólica de la memoria de un Querubín
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Ren~ Schem
» Critiqueetcliuif!Jue• p. 11 .
., Mil/e p/att•atiX, p. 339.
"Cinima z, Cimag<-l<mps, Paris, Minuit, 1985, p. 225.
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