La crítica de Popper a la filosofía política de Platón
Marco Parra Muñoz
La reflexión política de Popper, autor que viene del mundo de la ciencia matemática, asume la distinción entre leyes naturales (aquellas que rigen el transcurrir uniforme e invariable del universo y que están más allá de todo control humano) y leyes normativas (prohibiciones, mandatos, reglas, exigencias de conducta, etc., cuyo cumplimiento puede ser forzado por los hombres), arrimando con ello a una toma radical de posición respecto el punto de partida de la historicidad del ser humano: “La naturaleza no nos suministra ningún modelo, sino que se compone de una suma de hechos y uniformidades carentes de cualidades morales o inmorales. Somos nosotros quienes imponemos nuestros patrones a la naturaleza y quienes introducimos, de este modo, la moral en el mundo natural, no obstante el hecho de que formamos parte del mundo. Si bien somos producto de la naturaleza, junto con la vida la naturaleza nos ha dado la facultad de alterar el mundo, de prever y planear el futuro y de tomar decisiones de largo alcance, de las cuales somos moralmente responsables”. (Popper, 2017: 76-77) Explicitando de entrada la falta de fundamento del quehacer humano de la que ya hablara Nietzsche, Popper advierte que las nociones de decisión y responsabilidad entran al mundo de la naturaleza sólo con el advenimiento del ser humano. Su propuesta política, la “sociedad abierta”, enmarcada por su preocupación por comprender el fenómeno del totalitarismo, procurará que esa posibilidad de decisión sea cultivada y respetada, poniendo “en libertad las facultades críticas del hombre” (Popper, 2017: 15) y formando así individuos con clara conciencia de la diferencia entre leyes de naturaleza y normas sociales, entendiendo que las segundas son variables, alterables y perfectibles. Sólo al aceptar esta falta de una fijeza anterior e inmodificable resulta posible el crecimiento del conocimiento y de la capacidad de cooperación y ayuda mutua en pos de un mayor bienestar y mejores posibilidades de sobrevivencia. Es en la sociedad abierta donde de mejor manera puede llegar a manifestarse el humanismo y es en la capacidad de decisión del ser humano que debiera basarse cualquier labor civilizatoria o proyecto de futuro (que en opinión de Popper debiera más propiciar la erradicación del dolor que la implantación de felicidad). El concepto de “sociedad abierta” será contrastado con el de “sociedad cerrada”, predominante en la historia humana, que en líneas generales caracteriza una sociedad de tipo tribal, con prácticas sociales e instituciones más bien rígidas, como por ejemplo el lugar que en ellas ocupan los individuos, debido a que sus integrantes se guían por un pensamiento mágico más que racional y están gobernados por tabúes, comúnmente religiosos, no sujetos a crítica. Los individuos no distinguen entre regularidades naturales y sociales, considerando a ambas como impuestas por alguna voluntad divina, siendo por ello inalterables. En estas sociedades existe poca libertad de elección y los individuos presentan poca responsabilidad intelectual sobre sus acciones, experimentando pocos dilemas morales pues lo “correcto” está determinado de antemano (Lessnoff, 2001). Este es el tipo de sociedad que terminan implantando, dice Popper, los sistemas basados en premisas historicistas, caracterizando a los historicistas como aquellos que entienden que “la tarea general de la ciencia consiste en formular predicciones o, más bien, en mejorar nuestras predicciones cotidianas, colocándolas sobre una base más segura; y la de las ciencias sociales, en particular, en suministrarnos profecías históricas a largo plazo. También creen haber descubierto ciertas leyes de la historia que les permiten profetizar el curso de los sucesos históricos” (Popper, 2017: 17) Identificado el historicismo, tal como lo entiende Popper, como el principal enemigo de la sociedad abierta, nuestro autor formulará la crítica a los que considera principales ideólogos de esta tendencia a poner leyes “naturales” al transcurso de la historia, restándole importancia al gesto individual de la elección y responsabilidad, propia del ser humano. Los autores confrontados como representantes del historicismo denunciado por Popper, son Platón, Hegel y Marx, todos caracterizados por intentar adecuar la historia humana a ciclos o pautas. Nos inclinamos por referir la crítica realizada a Platón porque evidencia la manera en que desde el principio de la filosofía en Occidente se instala y hace tradición un pensamiento que entremezcla las nociones de poder y verdad, y que muestra cómo en un periodo de tanta intuición y lucidez se colaba el germen del prejuicio y la negación de la libertad. Crucial para el surgimiento de la “sociedad abierta”, en opinión de Popper, es la aparición del pensamiento filosófico en la Grecia antigua. “Gran generación” (Popper, 2017: 85) llamará nuestro autor al movimiento intelectual de marcado carácter humanista surgido en Atenas hacia la Guerra del Peloponeso (431 a.C. - 404 a. C.) y al que pertenecen figuras como Pericles, Heródoto, Protágoras, Demócrito, Gorgias, Licofrón, Antístenes y Sócrates. La filosofía adoptará una actitud crítica y racional frente a las creencias e instituciones establecidas, creando una filosofía a la vez natural, moral y social con implicancias tanto teóricas como prácticas, provocando, en opinión de Popper, una de las revoluciones más profundas que conozca la humanidad y que tendrá entre sus rasgos más característicos el incremento de los modos de libertad (intelectual para criticar lo ya establecido, individual para elegir el modo de vida a llevar, en cuanto relaciones sociales, en cuanto ocupación, etc.). Es en reacción a esta generación que “Platón y su discípulo Aristóteles expusieron la teoría de la desigualdad biológica y moral del hombre” (Popper, 2017: 85). En particular Platón planteará sus dos principales teorías políticas: el cambio social será entendido como corrupción o degeneración; su teoría de las formas o ideas aplicada a la política. Popper encontrará en Platón ideas relativas a una raza superior (los filósofos que debían gobernar), a la defensa y promoción de la esclavitud (cuestionada ya a la época como el propio Popper hace notar). Pero por sobre todo, la idea de un jefe político omnipotente, amparado en su condición de filósofo conocedor de las “formas” eternas e inmutables, que monopoliza el poder de decisión e iniciativa que debiera más bien fomentar. En este punto Popper contrasta a Platón con la figura de Sócrates, cuyo intelectualismo era “esencialmente igualitario e individualista”, siendo el elemento autoritario por él involucrado mínimo “dada la modestia intelectual y la actitud científica de Sócrates” (Popper, 2017: 85). A diferencia de su maestro Sócrates, que acusaba no conocer nada, Platón, y los filósofos que siguen su doctrina, cree conocer la realidad mejor que nadie y por ello pretende instalar en la sociedad la idea de que los filósofos merecen poseer la prerrogativa de un poder político absoluto. En el fondo, opina Popper, hay en Platón un intento nostálgico por reconstruir “una primitiva sociedad griega tribal y colectivista, semejante a la de Esparta” (Popper, 2017: 99), pretendiendo con ello instaurar una sociedad tan perfecta que pueda resistir cualquier cambio o decadencia. Es en este punto que Platón despliega su máximo rasgo historicista, pues entenderá que la política transcurre acorde a una sucesión necesaria de formas de gobierno, encabezada cada una por distintas instancias. El gobierno ideal o perfecto es aquel encabezado por los más sabios (los filósofos), el que, de no estar idealmente estructurado, degenerará primero en una timocracia (gobierno de los más ricos) y luego en una democracia para por fin llegar a la tiranía, la peor forma de gobierno. Habría aquí una degeneración sucesiva inevitable y que obedece a la imperfecta naturaleza del hombre. De ahí que el primordial objetivo político de Platón sea el intentar implantar un Estado libre de conflictos e indemne a la decadencia, para lo cual es necesario no sólo que gobiernen los filósofos, sino que además proyecten en el tiempo la unidad y permanencia de la clase dominante. Todo enmarcado en la idea que acusa Popper en Platón: “que el cambio es el mal y que el reposo es lo divino” (Popper, 2017: 52), asumiendo el estancamiento del pensar como base de futuro. En suma, Platón iniciaría el pensamiento totalitario, encarnando en política al primer gran historicista y por eso opositor que la sociedad abierta haya conocido.
Bibliografía Lessnoff, Michael (2001). La filosofía política del siglo XX. Madrid: Akal.
Popper, Karl (2017). La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós.