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Caucete: El terremoto de 1977

Hacia un análisis
social de los desastres naturales.

Catástrofe social y constitución de la memoria colectiva.


Terremoto de 1977 en la ciudad de Caucete,
San Juan-Argentina.
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AUTORES:

Dirección: Licenciado José Casas

Equipo de trabajo:
Lic. Santiago Morcillo.
Alumnos: Florencia Guillén
María Belén Herrero
Paola Ochoa
Fernando Salinas.
La redacción de este trabajo en gran parte se debe a los
alumnos participantes.
Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias
Sociales-Universidad Nacional de San Juan, 2005-2006.
Agradecimiento especial para Azucena Rodrigo, directora
del "Museo Caucete".
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Introducción

Este trabajo tiene origen a mediados del año 2005, en la


cátedra “Bloque Integrador” de la Licenciatura en Sociología de
la FACSO-UNSJ, como un ejercicio de investigación. El objetivo
de este espacio curricular consistía en acercar a los estudiantes a
una experiencia concreta de trabajo de campo, actividad que des-
pertó una gran motivación en los alumnos, quienes aportaron dis-
tintas opiniones para llevar a cabo la investigación. El interés del
equipo de trabajo en profundizar algunos aspectos, extendió las
jornadas de discusión y reflexión, que trascendieron el ciclo lecti-
vo académico. El resultado de la investigación constituye el pro-
ducto de múltiples esfuerzos realizados por los alumnos y el do-
cente que la dirigió.
El trabajo se focaliza en el terremoto ocurrido en 1977 en
la ciudad de Caucete, provincia de San Juan, al centro oeste de
la República Argentina. Intentamos analizar dos aspectos: los
desastres naturales como catástrofes sociales, y la memoria his-
tórica como construcción delimitada dentro de situaciones y con-
diciones históricas concretas, abordando ambos desde el relato
de quienes vivieron la experiencia del terremoto.
Los estudios sobre fenómenos naturales –en particular
aquellos llamados “desastres naturales”-, son realizados, en su
mayoría, desde una perspectiva que los considera como un ob-
jeto propio de las Ciencias Naturales. Se produce una suerte de
división disciplinar, donde los fenómenos naturales no podrían
ser abordados por las Ciencias Sociales. Sin embargo, una socie-
dad está siempre atravesada por la naturaleza, siendo, en reali-
dad, parte de ésta. Pensar la naturaleza y la sociedad como divi-
didas y opuestas, nos conduce a simplificaciones y
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reduccionismos, que dificultan la posibilidad de captar la com-


plejidad de estos fenómenos.
Los desastres naturales, en un momento determinado y
bajo ciertas condiciones, pueden convertirse en catástrofes so-
ciales. En particular en zonas de alto riesgo sísmico, los terremo-
tos dejan improntas, rasgos no visibles que, sin embargo, pue-
den quedar como marcas culturales en un pueblo. Tienen un
determinado impacto social, dejan huellas en la población que
los padeció, de tal manera que se configuran en la historia, la
cultura y memoria de una sociedad de una manera indeleble.
Sobre estos procesos consideramos es necesario e importante
investigar
La provincia de San Juan ha sufrido en un siglo cinco
grandes terremotos. El de 1944 fue el de mayor impacto, devas-
tó la ciudad de San Juan dejando 10.000 muertos. Sobre este
sismo se han realizado algunas investigaciones, se han escrito
varios artículos y diferentes publicaciones. Sin embargo, el terre-
moto ocurrido en el año 1977, aunque su impacto podría ser
categorizado como el segundo en magnitud, ha recibido muy
poca atención.
Al abordar los recuerdos sobre este desastre natural, de-
bemos tener en cuenta que los individuos piensan y recuerdan
dentro de estructuras sociales determinadas. Estructuras que ellos
mismos producen y reproducen; pero que a su vez son condi-
cionadas por la historia de las producciones y sus interrelaciones.
La memoria colectiva se construye dentro de un grupo social,
condicionada por la ubicación en el espacio social. La memoria
es individual, social e histórica a la vez, aspectos éstos reunidos
en un todo complejo, estructurado y simultáneo que contiene
percepciones, representaciones y concepciones ideológicas. Di-
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chas percepciones reúnen la experiencia personal de lo vivido


con los procesos socio-históricos y culturales, que transforman y
le dan determinada configuración a los recuerdos y a los olvidos.
Es por ello que consideramos la memoria configurada sobre el
sismo de 1977 -analizado como catástrofe social- dentro de las
relaciones sociales e históricas concretas y determinadas en que
se produce el hecho, con el supuesto general de que esa memoria
tiene configuraciones específicas dadas por dichas condiciones.
Bajo regímenes militares autoritarios y represivos se trata
de controlar rígidamente los fenómenos sociales. Esto repercuti-
rá en la configuración de las representaciones y la memoria his-
tórica que se constituye. Hablamos en este trabajo de memoria
histórica, en tanto se reúnan la historia documentada como pro-
ducción elaborada y la memoria como configuración que per-
manece en la conciencia, la cual no es estable y siempre está
transformándose en alguna medida. La memoria histórica signi-
ficaría la constitución de una memoria más acabada, más desa-
rrollada, implica una comprensión más profunda de los hechos.
En este sentido enmarcamos el tema que nos ocupa en este tra-
bajo: la elaboración colectiva de la catástrofe cuando ya es trage-
dia social.
Consideramos importante el intentar recuperar la memo-
ria de los protagonistas, abordándola desde la perspectiva socio-
lógica, trascendiendo la mirada de los sismos como hechos me-
ramente naturales. Por ello buscamos reconstruir el fenómeno a
través de la historia oral, elemento básico de la memoria social;
lo central no será en nuestro análisis la “memoria oficial” –como
producción documentada y legitimada, como lectura de los he-
chos por el Estado-, sino que nos interesa otro discurso, el no
escrito aún, el constituido por el recuerdo de las personas que
vivieron el terremoto.
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La metodología es siempre una herramienta en vincula-


ción con el objeto y el enfoque teórico del que se parte. Cree-
mos que una estrategia metodológica cualitativa es la más ade-
cuada para el abordaje que aquí nos proponemos. Utilizamos
como técnica de recolección de datos la entrevista en profundi-
dad, ya que esta permite reconstruir la memoria sobre los acon-
tecimientos a partir del discurso de los protagonistas. Las perso-
nas a entrevistar fueron seleccionadas a partir de algunos crite-
rios: haber vivido el sismo, residir en Caucete al momento de la
entrevista, ser mayor de quince años cuando se produjo el terre-
moto. Intentamos, además, seleccionar casos que representaran
distintas posiciones sociales. Tomamos en cuenta estos aspectos
a fin de buscar posibles variaciones en las capacidades y posibi-
lidades para afrontar la catástrofe, y también en las memorias
gestadas.
Las primeras aproximaciones a nuestro objeto, el cual fui-
mos construyendo en el campo, indagaban -a partir de la memo-
ria de los entrevistados- sobre la vivencia del terremoto, sobre
cómo reconstruyeron su cotidianeidad y cuáles fueron los cam-
bios producidos en sus modos de vida. A partir del análisis de las
primeras entrevistas fueron surgiendo nuevos aspectos de inte-
rés, por ello comenzamos a explorar cuál fue el papel del Esta-
do, cómo se produjo el proceso de reconstrucción (tanto de las
viviendas como de la vida social) y las diferencias en las expe-
riencias de lo sufrido, que se expresaban en los entrevistados
según su posición social.
Partimos de un supuesto básico: el terremoto había pro-
ducido un quiebre fundamental en la vida cotidiana y, además,
escindido el sentido temporal de los sujetos en un antes y un
después del evento. Pero al avanzar en las entrevistas fuimos
cuestionando este supuesto, ya que, pese a la ruptura de la
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cotidianeidad que produjo el sismo, su posterior restauración no


implicó una visión de división en la construcción social del tiem-
po. También se pensó, previo al trabajo de campo, que el Estado
había jugado un rol fundamental en el proceso de reconstruc-
ción de las viviendas. Fue necesario rediscutir este supuesto, ya
que la importancia de la acción del Estado fue valorada de dife-
rente manera en relación la posición social de los entrevistados.

Contextualización del sismo


Comenzaremos por ubicar el contexto histórico en que
ocurrió el sismo, cuales fueron las características, el impacto y
los daños que ocasionó, para luego -a través de los testimonios-
indagar sobre las significaciones de quienes lo vivieron y anali-
zar el proceso de construcción de la memoria colectiva.
En marzo de 1976 las Fuerzas Armadas derrocaron el go-
bierno de Isabel Martínez de Perón, y comenzó el
autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, que
implicó un proyecto de transformaciones estructurales tanto en
lo económico como en lo político y social. Se trataba de impo-
ner un salto en el proceso de acumulación del capital a favor de
los grupos concentrados de la aristocracia financiera. Para ello, y
bajo la justificación de combatir a las llamadas “organizaciones
guerrilleras” que actuaban entonces, se desencadenó una repre-
sión sistemática creando un estado de terror e inmovilidad en la
población, la cual, inerme, conocía y a la vez desconocía la mag-
nitud y las características de lo que estaba sucediendo. En el marco
de la apertura económica y de la acumulación financiera, la dic-
tadura militar logró una gran concentración de poder y capaci-
dad represiva, la que utilizó para instaurar un modelo económi-
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co neoliberal que requería un violento proyecto de


disciplinamiento social. Girbal Blacha (2001).
En esas condiciones políticas e históricas se produjo el
terremoto. El desastre natural se sobreimpuso a la tragedia polí-
tica que vivía la sociedad argentina. Consideramos que esta rea-
lidad configuró la reacción del Estado ante el desastre natural en
tanto catástrofe social, y también actuó moldeando la memoria
sobre este acontecimiento.
La ciudad de Caucete no fue el único lugar afectado por el
terremoto, pero constituyó el área más poblada; una ciudad de
15.000 habitantes aproximadamente, con construcciones anti-
guas de adobes, no-sismo resistentes. Estas características indi-
can las condiciones de vulnerabilidad de la población ante los
sismos. Alrededor del 80% de la población perdió totalmente
sus viviendas y gran parte del resto de éstas no quedaron habita-
bles. La mayoría de los edificios públicos sufrieron el impacto en
alguna medida, quedó destruida la mayor parte de la infraestruc-
tura y de las bodegas1. Las escuelas funcionaron como hospitales
y como refugios para las personas que habían quedado sin vivien-
da y sin ningún otro recurso.
El presidente de facto, el Gral. Videla, visitó la zona a po-
cos días del suceso. En sus declaraciones no hizo referencia a la
destrucción existente en el momento en Caucete, sino que in-
sistió sobre las ideas ejes del discurso de la dictadura, donde se
evidenciaba que a pesar de la catástrofe se trataba -como instan-
cia decisiva- de mantener el orden. Era necesario que las estruc-
turas económicas, políticas y sociales continuaran vigentes. El
orden impuesto por las armas debía también preservarse y res-

1 La actividad económica más importante de la ciudad era la vitivinicultura, al igual que el resto de la
provincia.
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taurarse en el caso de un desastre natural. En su discurso preva-


lecía la necesidad de disciplina sobre la comprensión social de la
tragedia (Diario de Cuyo 27-11-1977).
Habida cuenta de que las sociedades no son receptoras
pasivas de los desastres naturales, para lograr una comprensión
más precisa del modo en que una población vive el desastre na-
tural como tragedia social, se debe poner en relación al evento
con el contexto y las condiciones económicas, políticas, cultura-
les de la sociedad en la que se desarrolla. No todas las poblacio-
nes viven de la misma manera los desastres naturales; en un sis-
mo la magnitud del impacto está en relación con las condiciones
estructurales de esa población. Marlene Bermúdez Chávez (1994)
plantea que los desastres naturales se suman a los desastres coti-
dianos que viven las sociedades, porque actúan como el deto-
nante de una situación crítica previamente existente. Por ello
debemos aclarar la diferencia entre los conceptos de fenómeno
natural y desastre natural. El primero hace referencia al even-
to natural en sí; éste se convierte en desastre cuando tiene efec-
tos destructivos sobre la población. Es decir que, si a un fenó-
meno natural se suman determinadas condiciones de vulnerabi-
lidad de la población afectada, estamos frente a un desastre na-
tural. En este sentido hablamos de catástrofe social cuando los
efectos repercuten sobre grupos humanos, impactando sobre su
vida y organización social, provocando la necesidad de recons-
trucción material y de la cotidianeidad.
Al hablar de vulnerabilidad hacemos referencia a una si-
tuación que imprime dificultades para dar solución a determina-
das problemáticas, en el caso de Caucete visibles, entre otros, en
el tipo de construcción de las viviendas no sismo-resistentes. La
situación social de vulnerabilidad muestra el grado en el que los
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distintos grupos sociales se presentan diferencialmente ante el


riesgo. La vulnerabilidad comprende la exposición al riesgo (dis-
tancia entre un asentamiento humano y la localización de un
fenómeno), la fragilidad social (nivel de predisposición resulta-
do de la marginación y segregación social de un grupo humano,
sus condiciones de desventajas por factores socioeconómicos),
y la falta de resiliencia (limitaciones de acceso o de transferencia
de recursos de un asentamiento humano y su capacidad de res-
puesta para absorber el impacto del desastre natural).
En la ciudad de Caucete las características de las viviendas
y los aspectos estructurales de la población, constituyeron al fe-
nómeno en desastre natural, e incluso en catástrofe social. En la
mayor parte de los casos las familias cauceteras habitaban en
viviendas no-sismorresistentes. En este aspecto es posible mar-
car una diferencia con la ciudad de San Juan capital, donde el
mayor porcentaje de las viviendas eran, ya en esa época, sismo-
resistentes. Este hecho posiblemente se encuentre vinculado a la
reconstrucción de la ciudad luego del terremoto de 1944, que
desbastara casi en su totalidad las construcciones.
Las condiciones estructurales constituyen el conjunto de
recursos capaz de dar respuesta a la catástrofe. No toda la pobla-
ción en Caucete fue afectada de manera similar. Los daños en las
viviendas y las posibilidades de reconstrucción estaban en rela-
ción con los distintos recursos de que disponían las familias afec-
tadas. Por ello creemos que es posible plantear como hipótesis
que esta catástrofe social actuó ensanchando la brecha entre los
sectores sociales. En los siguientes testimonios se observa esta
situación:
“… nosotros al mes ya mi papá empezó a comprar las cosas
(…) me acuerdo que mi papá porque tenía lo hizo por cuenta pro-
pia…” (Entrevistada, 46 años)
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“… los más pobres se hicieron ranchos entre ellos, sin


ayuda; y hasta ahora hay gente en esos ranchos” (Entrevistado,
40 años)
Estas expresiones muestran las diferencias en la disponi-
bilidad de recursos económicos de las familias y en la red de
relaciones preexistentes, disponibilidad vinculada a la vulnerabi-
lidad y posterior capacidad de afrontar el desastre. En este senti-
do es la vulnerabilidad social del grupo afectado la que convier-
te al fenómeno en desastre natural.
“... esa misma tarde de Mendoza me trajeron... el cuñado
de mi hermana, vino con... en el auto y me trajo una carpa, vino
a ver como estábamos....como a los 7 meses nosotros, como
para un 20 de junio, nos terminaron la casa que mando a hacer el
patrón...” (Entrevistada, 72 años)
“Teníamos una tía en el centro, en la noche nos quedamos
a dormir ahí”(Entrevistada, 46 años)
“En la empresa que yo trabajaba traían mercadería duran-
te tres meses, se portaron muy bien; a mí me ayudaron la gente
de la empresa” (Entrevistado, 63 años)

La memoria y la historia
Partimos del enfoque teórico de Paul Ricoeur (2002) para
analizar la relación entre la memoria y la historia. El autor plan-
tea que no existe entre ambas una vinculación sencilla, ya que
consiste en relaciones complejas donde juega el poder de por
medio y donde también juegan los olvidos y los recuerdos. En
la cultura política de la memoria siempre se hace una lectura en
relación con la verdad de la memoria. Es importante, mas allá de
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esto, sostener la pretensión de la memoria a la verdad, al hecho


de alcanzar la categoría de verdad, ya que ésta por intermedio
del testimonio tiene un papel muy importante en la configura-
ción de la historia.
Ricoeur señala dos etapas en la aspiración de la memoria a
la verdad, para mostrar cómo la aporía -en tanto la dificultad que
se plantea a la memoria para pasar a ser verdad- se prolonga y
proyecta en el caso del discurso histórico “...La primera etapa es
la del testimonio; la segunda es la del documento. Con el testi-
monio nos encontramos aún muy cerca de la memoria, mientras
que con el documento entramos ya en la historia...” (Ricoeur,
2002: 26).
El testimonio traslada las cosas vistas al terreno de las co-
sas dichas, de las cosas colocadas bajo la confianza que el uno
tiene en la palabra del otro. De esta forma se presta al análisis
crítico a través de la posibilidad de confrontarlos con otros testi-
monios, aquí nos encontramos en el “umbral de la historia”.
La segunda fase de la memoria señalada por Ricoeur es el
documento, que permite pasar de la memoria individual a la me-
moria colectiva, “...tránsito perfectamente legítimo en la medida
en que, gracias al lenguaje, las memorias individuales se super-
ponen con la memoria colectiva. Decir que nos acordamos de
algo, es declarar que hemos visto, escuchado, sabido o aprendi-
do algo, y esta memoria declarativa se expresa en el lenguaje de
todos, insertándose así -al mismo tiempo- en la memoria colec-
tiva. A la inversa, la memoria colectiva descansa sobre una liga-
zón de memorias individuales, lo que se explica por la pertenen-
cia de cada uno a una multitud de colectividades, que son otros
tantos ámbitos de identificación colectivos e individual...”
(Ricoeur, 2002: 27)
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La historia amplía la memoria en el tiempo y en el espacio,


pero también lo hace en cuanto a los temas, a su objeto; de este
modo distinguimos una historia política, una social, económica,
cultural, entre otras. Pero el resultado de la acción de la historia
sobre la memoria es una memoria de distinta naturaleza, denomi-
nada por Halbawchs “memoria histórica”, en ella se unen me-
moria e historia. Para nosotros la memoria histórica constituiría
un momento fundamental del desarrollo de la memoria colectiva,
pues supone un enriquecimiento de las memorias individuales, y a
la vez genera un ámbito de reflexión sobre los procesos históricos
colectivos.
Sobre el terremoto de Caucete, y teniendo en cuenta lo
expuesto por Ricoeur, difícilmente cabría hablar de la construc-
ción de una “memoria colectiva”, ya que encontramos una mul-
tiplicidad de testimonios individuales y fragmentados, que no
alcanzan a configurar un marco colectivo.
“...Si se recuerda, ahora con el cura que tenemos no tocan
los clarines, pero a esa hora todos los años viene la banda del
Ejército y toca la retreta esa... (el cura anterior a cargo de la
iglesia) tocaba las campanas, el padre Daroni creo que cambió
toda esa historia, no quiso que se tocara más... No, aparte de la
misa del 23, no recuerdo que homenajeen a los muertos..” (En-
trevistada, 72 años)
“..Hoy poco se recuerda en la escuela, a veces en el muni-
cipio, poco...” (Entrevistado, 63 años)
“Cada vez se le da menos importancia, se hacía una misa,
en el mismo horario se toca una campana y la sirena..” (Entre-
vistada, 52 años)
A pesar de recabar varios testimonios, no fue posible en-
contrar la transición que Ricoeur plantea desde el testimonio
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hacia la historia, ni desde la historia hacia la memoria. Los docu-


mentos que pudieran constituir al terremoto de Caucete como
un acontecimiento histórico, -si los hubiera- no formarían parte
del acervo social de conocimiento, y por ello no estarían enri-
queciendo las memorias individuales.
Ricoeur también analiza las diferentes formas del olvido.
En la memoria de los que sufrieron el sismo de Caucete habría
un olvido que se halla vinculado con hechos que se han vivido
pero no están accesibles a la memoria. Según Ricoeur en este
olvido funcionan procesos de incomunicación que interrumpen
u obstaculizan los lazos sociales. En el plano de la vida social
unos no pueden hablar sobre algo y otros no quieren escucharlo.
Este aporte teórico nos permite reflexionar acerca de la
memoria de la población de Caucete, particularmente en refe-
rencia al número de fallecidos durante el terremoto. Este tema
se presenta como una especie de “laguna” en la memoria de
quienes vivieron el sismo. A lo largo de la historia, en aconteci-
mientos trágicos donde hubo una cantidad importante de muer-
tos, las sociedades instituyeron -a posteriori- una cifra que dio
cuenta de ello. Más allá de la precisión real de dicha cifra, ésta
permitió, de alguna manera, cerrar las heridas provocadas en la
sociedad –o por lo menos comenzar un proceso de cicatrización
y duelo- con la intención de darle una significación en términos
cuantitativos y cualitativos a la magnitud e importancia de la ca-
tástrofe social. En el terremoto de 1944, que afectó a la ciudad
de San Juan, murieron 10 mil personas; durante la dictadura mi-
litar en el país, por el accionar represivo, se reconocieron 30 mil
desaparecidos. Estas cifras están consolidadas en la memoria so-
cial e histórica. En la catástrofe social que tuvo lugar en Caucete
no encontramos una cifra instituida. Entendiendo que el esta-
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blecer dicha cifra es una forma de avanzar en la configuración


de una memoria histórica y de permitir el duelo asociado a una
situación social trágica, -como un modo de elaboración y signi-
ficación del drama ocurrido-. Entonces nos preguntamos: ¿Por
qué no se ha instituido una cifra de muertos?, ¿Cuáles son las instancias
que obturaron la posibilidad en la sociedad para constituirla?
El problema tiene dos aspectos, uno en la constitución de
la memoria oficial y el otro en la memoria de quienes sufrieron
el sismo; en ambos no se refleja ni la cifra de muertos ni la con-
figuración de una memoria colectiva. Consideramos que en la
base de la ausencia de una memoria colectiva actúan debilidades
y fragmentaciones, en los lazos sociales, en la configuración de
una identidad social y en los sentimientos de pertenencia a una
comunidad. Esto se expresa en la comunicación, en el “hablar
social”, como instancia de elaboración colectiva de la tragedia,
aspectos que habrían sido potenciados por el clima social de
silencio y temor impuestos por la dictadura, y estarían configu-
rando el olvido.
En el análisis de la temática propuesta nos parece relevan-
te rescatar la postura de Julia Kristeva (2002). En los términos
de esta autora el olvido se presenta de dos formas. Un olvido –
el que es necesario para recordar- es la diferencia entre la viven-
cia actual y el momento en que es recordada. Necesariamente se
olvidan aspectos de las vivencias, este sería un olvido de retardo
que está en relación a una diferencia en el plano temporal. Y
otro olvido, relacionado a una experiencia que es psicológica-
mente dañina para los individuos -algo que implica un sufrimien-
to-, olvido que se denomina “represión”. Esta represión, como
todo mecanismo psicológico, puede funcionar en niveles “nor-
males” o “patológicos”. Kristeva sostiene que el proceso que
permite el psicoanálisis a nivel individual –propiciar un ámbito
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donde a partir de la “transferencia” se puede re-elaborar y re-


significar un evento trágico y por ende “reprimido”- es posible
que se produzca también a nivel social. Pero para que esta situa-
ción tenga lugar, se requiere de una sociedad que confíe en sus
valores y proyectos, y que no se limite a recordar o condenar los
crímenes o las tragedias. A partir de ello es posible gestar una re-
significación de los procesos traumáticos. Si esto no se produce
existe la posibilidad de la hipermnesia, donde el individuo no
puede interpretar, sino que se detiene en el papel de víctima de
un enemigo, e implica -además- serios problemas de identidad.
En el caso de Caucete consideramos que existe olvido y, a
la vez, negación de ese olvido. Esto se funda en el hecho de que
en una primera instancia los entrevistados afirmaban hablar “ha-
bitualmente” del sismo, pero en el transcurso de las entrevistas
daban muestras cabales de lo contrario, lo cual denotaría que el
desastre natural en realidad no estaría elaborado en la conciencia
individual y social. Esto se puede evidenciar en las aparentes
“contradicciones” en los testimonios de los entrevistados:
“... la memoria es inalterable. El terremoto es un recuerdo
que se recuerda(…) No todos quieren hablar”. (Entrevistado,
72 años)
“... sí, siempre lo recordamos, estee.... así cuando toca (...)
.Es raro el que comenta… no se gusta acordarse (...) y algunos
que estuvieron en el terremoto ya se fueron”. (Entrevistado, 62
años)
“... sí, se habla en la escuela (...) se hacen chistes (...) hu-
bieron charlitas de prevención ... sí, sí en alguna oportunidad lo
más feo o lo más gracioso, pero son cosas que se rescatan (…).no,
no ya no, casi no se recuerda....” (Entrevistado, 47 años)
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Cuando se ha vivido un trauma y se ha elaborado, se pue-


de hablar –en mayor o en menor medida- del mismo, porque la
herida está cerrada, o se encuentra en proceso de duelo. En este
caso particular se advierte la existencia del olvido, y a la vez se
denotaría la negación de ese olvido. Lo que significaría que este
acontecimiento histórico, aun no habría sido procesado por la
sociedad caucetera.

Consideraciones finales
Este trabajo constituye una primera aproximación a la pro-
blemática abordada, es necesario aclarar que surgieron en el pro-
ceso de construcción del conocimiento nuevos interrogantes y
vetas de investigación no previstas en una primera instancia, que
ameritarían un nuevo trabajo. Sin embargo es nuestro interés
poner en juego las reflexiones obtenidas, en el intento de apor-
tar desde la sociología a la comprensión tanto de los desastres
naturales como de la configuración de la memoria que sobre
ellos se construye.
A partir del análisis desarrollado, detectamos que en el
caso del terremoto de 1977 ocurrido en la ciudad de Caucete, no
sería posible hablar de la configuración de una memoria históri-
ca constituida por los sujetos que vivieron el fenómeno, ni tam-
poco de una historia oficial. Los recordatorios anuales en la fe-
cha en que se produjo el sismo son prácticamente inexistentes.
Tampoco se perfila una historia del terremoto. Ello impide que
la memoria colectiva pueda incorporar elementos de la historia.
Las condiciones de existencia de la población, sumado a
la infraestructura disponible en una ciudad, constituyen la base
para potenciar los efectos de un sismo. La población que se lo-
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caliza en zonas de peligro vive constantemente en un nivel de-


terminado de vulnerabilidad, de exposición al riesgo -tanto na-
tural como social-. En el caso de Caucete, como zona de máxi-
mo riesgo sísmico, las viviendas no eran antisísmicas. Si bien
esta situación era generalizada, eran aquellos grupos con menor
disponibilidad de recursos los que se encontraban más expues-
tas. Por ello los factores que pueden resultar en daños a una
población no son únicamente naturales, sino también sociales.
Más aun, el riesgo social es, en muchas dimensiones, mayor y
más perdurable que el natural.
Podríamos preguntarnos entonces si, en estas sociedades
con profundas asimetrías en la distribución y en el acceso a re-
cursos, un desastre natural funcionaría como un reactivador de
la propia dinámica social. Entonces el terremoto, alteraría sólo
momentáneamente las características de la cotidianeidad, y en
mediano y largo plazo se acoplaría sobre las estructuras de la
sociedad profundizando sus efectos, se ensanchan las brechas y
a la vez se naturalizan las distancias sociales.
Los entrevistados recuerdan el sismo como desastre natu-
ral; no lo conciben como catástrofe social. Al parecer, la esci-
sión entre fenómenos naturales y catástrofe social, aquella que
replica la propia división entre naturaleza y cultura, bloquea la
comprensión de los vínculos entre estos mundos y así lo ocurri-
do se conserva en el imaginario de la memoria como fruto de la
fatalidad.
Las condiciones políticas de un régimen represivo confi-
guran el modo de accionar del Estado, limitan las acciones vo-
luntarias de la ayuda y las estrategias de los sujetos para afrontar
los efectos ante un desastre natural. Por ello planteamos que la
característica esencial represiva de la dictadura actuó configu-
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rando la memoria colectiva sobre el sismo, así como la memoria


general de toda la época.
La dictadura, que reprimía y asesinaba ocultando y negan-
do su accionar, se trasladó en su intervención a la zona afectada,
donde la preocupación era, fundamentalmente, imponer con-
trol político y social sobre la región del hecho y sobre los afecta-
dos. Así también manipuló la información sobre la magnitud
real del evento, en particular sobre el número de muertos.
Ominosamente no sólo ocultaba su propio accionar, sino tam-
bién lo que parecía ser “puro efecto de la naturaleza”. Ello signi-
ficó una manera particular de incidir en la memoria que consti-
tuyeron los sobrevivientes del sismo: sesgada, de manera incons-
ciente, por un olvido inducido por las condiciones sociales de
vida, teñidas por el temor a la represión –que existía aunque no
se la viese-. Represión que asimismo controlaba aunque no fue-
se perceptible, o mejor dicho, aunque la percepción del control -
justamente por la magnitud del mismo- no fuese susceptible de
ser enunciada socialmente.
No todo desastre natural es elaborado socialmente, tam-
poco toda tragedia social es elaborada socialmente: determina-
das condiciones políticas -y las concepciones ideológicas que las
conforman- supeditan la constitución de la memoria, de lo que
se recuerda y lo que olvida. Con la producción de un aconteci-
miento como historia oficial (que significará probablemente una
memoria oficial) se configura una memoria colectiva relativa-
mente independiente de la primera. La memoria colectiva es pro-
ducción compleja atravesada y condicionada por las estructuras
sociales y las estructuras de poder. En el caso del sismo de Caucete
ni la historia oficial, ni la memoria colectiva se han configurado
de manera cabal. La memoria está “a medio camino” de consti-
70 JOSE CASAS Y OTROS...

tuirse, y por ende también los olvidos -que son inseparables de


los recuerdos, ambos constituyen la memoria- tienen esta carac-
terística fragmentaria. Se recuerda y se olvida como proceso fa-
llido, no realizado plenamente.
Lo que se recuerda más nítidamente está situado en el mo-
mento del hecho, de la ruptura de la normalidad, de la supervi-
vencia propia y de los familiares, de lo trágico de los primeros
momentos, de las formas de organizarse posteriormente, del
estado de la vivienda. Luego la memoria se va haciendo menos
específica, menos nítida, alejándose del hecho en el tiempo y en
la significación de la tragedia, teniendo en cuenta sólo algunos
aspectos: en general se recuerda la acción del Estado, pero el
accionar militar dictatorial aparece con rasgos mucho más difu-
sos en varios casos. El terror está presente y a la vez olvidado, el
terror aparece frente al desastre natural concebido como fuerzas
incontrolables y terribles que se desatan para producir la des-
trucción y la muerte. El hecho concreto es que, según los grados
de vulnerabilidad, se puede llegar a perder gran parte de lo ma-
terial que se posee, (cuando no la vida). El desastre natural es
catástrofe social, la catástrofe social en condiciones de máxima
represión deviene en memoria que no alcanza a constituirse en
una plenitud. Por ello no abre las posibilidades de una reflexión
más profunda, menos superficial y que brinde un marco de re-
elaboración para los sucesos del pasado.
Bibliografía
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social y organización ante los desastres naturales en Costa Rica,
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