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an transcurrido ya muchos años desde que
Javier Heraud y César Calvo obtuviesen el pre-
mio “Poeta joven del Perú”, ¿cuál es la prime-
ra impresión que tuviste de la denominada
Generación del 60?
La primera impresión siempre es fragmentaria. Yo
tuve la suerte de estar, en esos años, de profesor
en la Universidad Católica, y tuve como alumnos
a Javier Heraud, Luis Hernández, Marco Martos y
Toño Cisneros, entre otros. Los conocí bien, y vi
que tenían una gran inquietud por la poesía y so-
bre todo me di cuenta de un hecho que me llamó
la atención: lo que escribían, en relación a la ge-
neración anterior, tenía cierta originalidad, quiero
decir, se expresaban, en cierto modo, con otro len-
guaje. Mostraban algo diferente en sus versos,
aunque se puede decir que estaban ligados aún...
¿A la Generación del 50?
Washington
Sí, efectivamente, habían ciertos vasos comuni-
cantes entre ellos y nosotros los del 50. Pero hay
Delgado, en su
que decir con claridad que ellos buscaban nuevos casa de
caminos, nuevas formas poéticas, nuevos lengua- Miraflores
jes. Por ejemplo, acentuaron el tono coloquial; ha- (Foto Jason
bía también un entusiasmo juvenil en casi todos Sullivan)
ellos, incluso eran proclives al ludismo, al juego
verbal como Luis Hernández, Arturo Corcuera, in- teamericana estaban dando sus primeros frutos.
cluso César Calvo. Por una parte, le quitaban se- En todo caso, se puede decir que los del 60 te-
riedad a la poesía que se había vuelto un poco nían un gran abanico de lecturas, una diversidad
grave, un poco discursiva, a veces panfletaria, a de autores que leían con pasión.
veces demasiado angustiosa. Sobre todo hay que Alguna vez Hinostroza dijo en un texto
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señalar que descubrieron el lenguaje de la calle, polémico, publicado en Los Nuevos,
las expresiones de la calle... de Leonidas Cevallos, que ag áli
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Corcuera, Calvo y Naranjo no
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oralidad del lenguaje, pero los del 60 le dieron ma- visión de generación
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U n J U G L A R D e N u e s t r o s D í a s
Washington Delgado
18
Precisamente por buscar esa elegancia, ese Por supuesto. Hay que entender por otro lado que
refinamiento, algunos piensan que la poesía a veces se renuncia al sentimentalismo. La Van-
de Calvo deslumbra pero no conmueve... guardia renunció al sentimentalismo, allí está como
No es cierto, en todo caso a mí no me parece. Su prueba la aventura surrealista, el creacionismo de
poesía está ligada a experiencias personales, él Huidobro, el ultraísmo, la poesía de Borges de ese
lleva la experiencia personal al poema. Su poema entonces. Nada de sentimentalismo. La emoción
no parte de otro poema, o de alguna lectura. Par- debe ser puramente una emoción poética. Y sino
te de una experiencia viva. Y esa experiencia la veamos el caso de Vallejo y la vanguardia....
expresa con un lenguaje transparente, coloquial, Y Carlos Oquendo de Amat...
sólo que con mucho refinamiento. Y sin duda, con- Vallejo recurre más a la cosa sentimental, desde
mueve, llama la atención por su gran sensibilidad. el principio. Vallejo es emocional, sentimental.
Veamos por ejemplo “Nocturno de Vermont”, qué Vallejo, a diferencia de la propuesta vanguardista
rítmico, qué musical, y qué emoción transmite el no abandona la anécdota en el poema. En cierta
poema. Lo que ocurre es que Calvo es musical medida, pero menos que Vallejo, ocurre en la poe-
por excelencia, y otros no: Cisneros, Hinostroza, sía de Oquendo de Amat. Volviendo al 60, por
incluso Martos, tienen otro sentido, otras claves, ejemplo, Cisneros, Hinostroza tienen otra propues-
otras características. Toño es musical, pero de una ta. La poesía de ellos tiende a lo intelectual, a di-
manera diferente a Calvo. Lo mismo ocurre con ferencia de Calvo que mantiene su tono sentimen-
Martos. Calvo es melodioso como lo era Gonzalo tal con el que conmueve a sus lectores.
Rose...
¿Descubres tú en la poesía de Calvo ese tono
Y se podría agregar que Calvo tiene también la militante que suele tener la poesía del 50?
ternura de Rose...
Claro que sí. Y no sólo en Calvo, bien vista la poe-
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U n J U G L A R D e N u e s t r o s D í as
Washington Delgado
sía de Cisneros, o de Martos, también tienen esa Bueno, digamos que Lorca no era precisamente
característica. Lo que ocurre es que ellos elabo- un donjuan. Era más bien al revés. Dicen que Lorca
ran, trabajan los versos de otra manera distinta a tenía una gran simpatía, y en eso podemos
la retórica de Romualdo, o de Valcárcel, o de Rose. emparentarlo con Calvo. Lorca era muy amiguero,
Calvo, en ese sentido, está más próximo a Calvo también. Lorca era un gran conversador, to-
Romualdo y Rose. La Revolución cubana, la gue- caba piano, cantaba, era una fiesta dicen quienes
rra de Vietnam y otros hechos históricos tocaron lo conocieron. Lo mismo era Calvo. Un día leí un
la sensibilidad de los poetas del 60. testimonio de un norteamericano que dijo que había
¿Guardas alguna imagen personal de Calvo? conocido a un genio. Lorca realmente era genial.
Sus amigos lo adoraban, bueno, un poco de eso
La verdad es que lo traté muy poco. No tengo
tenía Calvo. Sus amigos lo quieren mucho, una prue-
muchos recuerdos, como sí tengo de otros del 60.
ba es la revista que ustedes están preparando.
Ocurre que cuando yo llego a San Marcos, ya
Calvo estaba saliendo. Y Calvo era un poeta an- Calvo tenía una habilidad asombrosa para caer
dariego, siempre andaba viajando. Lo mismo me bien en cualquier ambiente. Podía ingresar a los
pasa con ese otro gran poeta del 60 que es Juan salones aristocráticos y caer simpático. Podía in-
Ojeda. A mí me parece que Ojeda es un notable gresar al Palacio de Gobierno y caer de pie, como
poeta, desafortunadamente no circula mucho su se dice. Pero también podía ir a una peña criolla,
obra poética. Ojalá que lo editen pronto. a una fiesta pueblerina con Máximo Damián y fas-
cinaba a quienes estaban con él. Me imagino a
Conocí mucho a Heraud, a Martos, a Cisneros, a
Calvo en Malambo o un pueblo andino, siempre
Corcuera, a quien conocí por Romualdo. A Calvo,
cayendo simpático, agradable, amistoso, solida-
pues, lo traté menos, sin embargo de rato en rato
rio. “Yo a los palacios subí...yo a las cabañas bajé”,
nos encontrábamos y me leía sus poemas. Re-
decía el Don Juan de Zorrilla. Calvo era así. Un
cuerdo, ahora, un poema suyo que era un elogio
verdadero Don Juan.
del mimeógrafo, esa máquina con la que se impri-
mían los volantes de las guerrillas del 60. No sé si Justamente porque se movía en diferentes
alguna vez lo publicó, era un poema muy emotivo espacios, no sólo sociales sino culturales, las
y sonaba bien. últimas cosas que hacía Calvo era explorar una
escritura hermanada con la de Arguedas, una
Se ha comentado mucho la relación amorosa
búsqueda de una sintaxis española transida
que cultivaba con éxito Calvo y que se expre-
de quechua digamos...
sa en su poesía...
Como el presidente que se fue, ja, ja, já. Bueno, a
Justamente es otra cosa que viene de eso que
parte de bromas, celebro que Calvo estuviese
estamos llamando actitud vital, su vitalismo. Hay
buscando renovarse, enriquecer su escritura. Es
poetas que son unos donjuanes incurables, y hay
curioso: hay poetas que se acercan al universo
otros que son, digamos, castos. Sí, he escuchado
quechua pero no al mundo negro. Veo, ahora, que
las historias sobre Calvo y la legión de amigas que
Calvo sí se acercaba con la misma pasión a estos
tenía. Acaso esa pasión por la vida, por el amor,
mundos diversos. Sin duda, es más versátil que
es una veta importante en su poesía.
otros poetas.
A Calvo le gustaba decir que la poesía amorosa
Qué quedara de Calvo con el tiempo...
de Scorza era la que él utilizaba para enamorar
o seducir a sus amigas... Si contemplamos la poesía del 60, está claro que
tanto Heraud como Cisneros han marcado la pauta
Calvo era mejor poeta que Scorza, entre paréntesis.
para las generaciones venideras, en estos últimos
Scorza es bueno, sobre todo en Las imprecasiones.
años ha sido también la poética de Hernández que
Tuvo una fuerza que se fue agotando rápidamente.
ha llamado la atención. No me sorprendería que
Lo último que escribe es ya muy retórico: Requien
la poesía de Calvo también genere, por su nota-
para un gentilhombre. En cambio, Calvo es más
ble calidad, por sus recursos fáciles de visualizar,
parejo, tuvo siempre un gran sentido de la imagen,
por su ternura y belleza, no me sorprendería, digo,
del ritmo, de la musicalidad del poema. Creo que
encontrar a los nuevos poetas del Perú con cier-
tenía más recursos que Scorza.
tas resonancias líricas igual a las de Calvo.
Por lo que esás señalando hasta ahora, un
poco que podemos emparentar a Calvo con
Lorca...
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En el metro de París, 1989
21 (Foto Carlos Domínguez)
Los poetas jóvenes del Perú
César Calvo y Javier
Heraud, 1960
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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos
periencias disímiles, la de las exploraciones de los te baja de las alturas, va alineando sus versos cui-
astronautas en el espacio que culminó con la lle- dadosamente libres, anunciando las cualidades
gada del hombre a la luna, y el caminar de los contradictorias de las que viene poseída. Al final
hombres de Ernesto Ché Guevara por las pam- el río habla de la necesidad de mezclar sus aguas
pas de la sierra boliviana. Mientras unos, Gagarin, limpias con las turbias del mar, de silenciar su can-
Armstrong y sus compañeros ascienden al firma- to, de tener que abandonar mucho de lo querido,
mento, otros, más anónimos, reconocidos solo campos fértiles, nuevas aguas luminosas, nuevas
por sus patronímicos, Ernesto, Alejandro, Antonio, aguas apagadas. A pesar de Neruda y de Vallejo,
bajan a los infiernos y encuentran la muerte. Mien- a quienes cita en otros de sus poemas, Heraud
tras unos ingieren dietas balanceadas, los otros trae una frescura personalísima, un modo de ha-
apenas briznas y beben agua mala. cer poesía que transforma los símbolos tradicio-
El poema de Romualdo expresa bien las preocu- nales.
paciones estéticas y vitales de una parte impor- El mismo año de 1960, Heraud ganó un importan-
tante de los poetas peruanos de los años cincuen- te premio para escritores jóvenes. Con su libro El
ta, Rose, Valcárcel, Salazar Bondy, y evidencia viaje compartió con César Calvo los lauros del
también las tensiones ideológicas de la sociedad concurso “Poeta joven del Perú” convocado en la
contemporánea. Ahora que ha desaparecido la ciudad de Trujillo por la revista Cuadernos trimes-
Unión Soviética y se ha derribado el muro de Ber- trales de poesía. El libro apareció en 1961 y fue el
lín, el poema cobra un valor más simbólico. Si po- último que alcanzó a ver Javier Heraud. En esta
nemos entre paréntesis las cuestiones coyuntu- ocasión, el poeta asume su “yo personal”, sigue
rales, podríamos decir que alude al destino mis- atraído por los elementos naturales, el mar, las
mo del hombre, a las vastas posibilidades de ex- vertientes, pero el trasfondo es el de un hombre
ploración científica y a la perentoria necesidad de madurando a trancos, fatigado prematuramente,
que la riqueza se distribuya con equidad entre los que va a encontrarse con los suyos para cumplir
hombres. involuntariamente con el rito de la despedida.
Heraud visita uno a uno todos los claustros mater-
Heraud, un poeta símbolo nos, y aparecen los personajes simbólicos, la
madre, el padre, el hermano Gustavo que sueña
A principios de los años sesenta, muchos jóvenes
con los tigres, y toma energías para emprender
en América Latina quedaron deslumbrados con la
diferentes logros. El éxito de sus dos primeros li-
revolución cubana, uno de ellos fue Javier Heraud
bros fue para Heraud un viaje rápido, un partir sin
(1942-1963). Así como Los heraldos negros (1919)
despedirse “porque en su corazón no cabían más
de César Vallejo significó parentesco y ruptura con
flores”.
el modernismo, El río (1960) de Javier Heraud evi-
dencia relación y distanciamiento con el grupo de Así terminaron “los viajes no emprendidos, trazos
los años cincuenta. Todavía hoy nos sorprenden de los dedos silenciosos sobre el mapa”, como lo
esos frescos primeros versos escritos por un jo- escribió otro poeta trágicamente desaparecido,
ven que entonces tenía dieciocho años. Luis Hernández. Así empezaron los viajes verda-
deros, el afán explorador y fundador de Javier
El río apareció como las verdaderas novedades
Heraud, su claro compromiso político, el último tra-
literarias, sin hacer osten-tanción de su condición:
mo de su vida erizado y heroico. Heraud marchó
el poeta tomaba ese símbolo de la tradición filosó-
a Cuba y regresó al Perú transformado en guerri-
fica y literaria que petence a lo que se llama la
llero. No estaba en combate cuando fue baleado
lógica paradójica según la cual, las palabras es-
en un río de Madre de Dios en mayo de 1963.
trictamente verdaderas parecen paradójicas. El río
de Heraud es cristalino en la mañana y luego baja Heraud en sus viajes “de verdad” no tuvo mucho
con furia y rencor. El poeta conoce la línea expre- tiempo para corregir los que serían sus últimos
sada por Jorge Manrique en el siglo XV que com- poemas, pero de esta etapa son algunos de sus
para nuestras vidas con los ríos que van a dar a la mejores versos, como aquellos de su Arte poética
mar que es el morir, continuada por Antonio Ma- de su libro Estación reunida donde dice:
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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos
[...] conforme pasa el tiempo bles de ser poetizados sostiene que estos son el
Cielo, en el sentido de lugar de la presencia de
y los años se filtran entre las sienes, Dios, normalmente simbolizado por el cielo físico;
Marco
S
no y pecado por debajo de la naturaleza.
arcilla que modelan fuegos rápidos. i despojamos a las afirmaciones de Northrop de
su contenido teológico, podemos concluir que hay
cuatro espacios para cantar: los cielos, los sue-
Y la poesía es un relámpago maravilloso, ños, la superficie de la tierra y las cavernas. Hay
poetas que hacen un viaje iniciático, bajan a las
una lluvia de palabras silenciosas, cavernas y van ascendiendo lentamente hacia los
cielos. Son los más escasos y el ejemplo
un bosque de latidos y esperanzas, arquetípico es Dante Alighieri. En la poesía lati-
noamericana probablemente el único poeta que
se puede citar es César Vallejo. Hay otros poetas
el canto de los pueblos oprimidos,
que siguen el camino inverso: caen de los cielos
hacia la tierra. Ese es lo que ocurre con Vicente
el nuevo canto de los pueblos liberados. Huidobro y su libro Altazor. Hay poetas de los
sueños como André Breton y poetas de la tierra
Y la poesía es entonces, como Pablo Neruda. Aunque bien visto, todos los
seres humanos, y los poetas de manera especial,
están hechos de la materia misma de los sueños.
el amor, la muerte,
Y es cierto también, como lo sostiene Jorge Luis
Borges, en numerosos escritos, que para la ma-
la redención del hombre. yor parte de la gente esta opinión es un suspiro
de descorazonamiento o una metáfora; para los
metafísicos y para los místicos es la enunciación
El poeta, más en su biografía personal que en su simple de una verdad precisa.
escritura, expresa bien la contradicción que, usan-
do una metáfora de Roberto Fernández Retamar, Casi nunca los poetas son teóricos de la literatu-
podemos llamar de los poetas que quieren ser co- ra, metodólogos, profesores y, obviamente no pien-
mandantes. El acto privado de escribir sustituido san en las clasificaciones que los otros hacen de
por el acto público de tomar las armas. Un poeta sus poemas, Es el caso de César Calvo (1940-
nacido en 1928, Juan Gonzalo Rose, atrapado en 2000), uno de los más dotados líricos de la poesía
esta aparente contradicción, hablando de una co- peruana del siglo. Su primer título Poemas bajo
lumna guerrillera, sostiene que él es el que lleva tierra (1960) lo ubica, dentro de la clasificación que
las guitarras. hemos esbozado, como un poeta de las cavernas
y de los sueños. Calvo trae a la poesía peruana,
Naturalmente, muerto Heraud tuvo un halo sim- desde ese momento y hasta el final de su produc-
bólico para los jóvenes; ahora que han pasado ción, imágenes deslumbrantes, adjetivación varia-
casi cuatro décadas de su desparición, su poesía da y lujosa, sueños que proponían nuevas reali-
empieza a ser leída con desapasionamiento y ob- dades verbales. Su poesía da la impresión de ser
jetividad. imaginada por alguien que tiene asombrosa facili-
dad para la escritura y maneja el castellano con
Un mago de la mucha propiedad, y aunque evidencia de un modo
muy claro sus vínculos con la poesía tradicional
palabra
en cuanto a manejo de recursos, conocimiento de
verso medido por ejemplo, no hay forma, desde
Northrop Frye, uno de los téoricos que desde la ese primer libro, de negarle una peculiar originali-
perspectiva cristiana, ha abordado el estudio de dad:
la literatura, hablando de los espacios suscepti-
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Pudiera ser verdad que no estoy solo Aquel bello pariente de los pájaros
alguien viene a dictarme lo que vivo. sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.
Pudiera ser verdad que en blanco escribo. por el estambre rojo del verano
Alguien cierra mis ojos cuando miro. Tu niño preferido -¡si lo vieras!-
Pudiera ser verdad cuanto he callado. es el alma de un ciego que pena entre los cactus.
Pudiera ser verdad cuanto he mentido. Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,
al sol,
Guardo mi corazón para mañana. para que hoy ande respirando asfixias
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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Marco Martos
El texto, escrito en segunda persona, se constru- cen su belleza a lectores insistentes que se pro-
ye dirigido a la propia poesía y recorre dos mo- pongan llegar a esas vetas luminosas: oro verda-
mentos en la vida del personaje que narra, el mis- dero bajo una montaña de palabras.
C
mo poeta: cuando niño subía por el estambre rojo
del verano, y ahora, en el momento de la escritu-
ra, se ha convertido en rabioso jardinero de oto-
Ausencias y retardos
ños enterrados. No podemos olvidar que quien ésar Calvo fue un hombre muy vital. Sobre él se
escribe esto tiene veinte años y no deja de sor- han tejido leyendas que si no son ciertas, están
prender esa apariencia de vida con muchas expe- bien contadas. De todo ese cúmulo de palabras,
riencias, que el poema puede dejarnos. No es esa, hay algunas que parecen verdaderas, como aque-
sin embargo, una actitud infrecuente en los jóve- lla que cuenta que el título de su segundo libro, le
nes poetas, que se ven en numerosas ocasiones fue sugerido por una página burocrática que con-
como envejecidos o con una vida largamente re- trolaba la asistencia de los periodistas de “El Co-
corrida. Un poeta como el chileno Gonzalo Rojas, mercio Gráfico”, diario de la tarde que circuló por
en sus veinte años, escribió un poema que se titu- algún tiempo en los años sesenta. Calvo, que era
laba “Mi juventud la perdí en los burdeles”. Ha- periodista de planta, como es adivinar por quie-
bría que decir, de un modo muy general, que la nes lo conocieron, tenía algunas ausencias y nu-
iniciación en la vida adulta significa efectivamen- merosos retardos y en en uno de éstos, su mirada
te, para muchos espíritus sensibles, una sensa- distraída, que buscaba un título entre las nubes,
ción de pérdida. Se pierde no solamente la ino- lo halló en la mesa del empleado responsable de
cencia, sino la relación intensa con los elementos esa penosa labor. La carcajada olímpica del lírida,
naturales: el mar, el sol, el viento, las flores. Que- que era muestra del contentamiento por el hallaz-
dan los cactus y la niebla. Pero en el texto de go, sacó de su marasmo al distraído servidor que
Calvo, hay una seña precisa que, encaramada sumo su risa tímida a la tremebunda del poeta.
sobre la clave personal que hemos enunciado, El encuentro feliz y casual del título, junto con la
introduce la variable social de la sociedad perua- capacidad de “verlo” en una página insólita, poco
na de los años sesenta, que empezaba a crujir, tiene que ver con el cuidado extremado, formal-
harta de las injusticias: mente hablando, que pone César Calvo en ese
manojo de versos. Desde la época de Garcilaso,
existe en castellano una combinación estrófica lla-
Poesía, no quiero este camino mada “silva”, selva en italiano, que es la sucesión
aparentemente desordenada de versos
que me lleva a pisar sangre en el prado endecasílabos con versos heptasílabos. La prác-
tica de varios siglos ha probado que se trata de
cuando la luna me dice que es rocío una combinación de versos particularmente
O
eufónica en castellano. Poetas muy exigentes for-
y cuando mi alma jura que es espanto. malmente, como Francisco Bendezú, han usado
silvas que podemos llamar blancas, es decir sin
tra observación que se deduce del texto, pero que rima, lo que asocia de un modo que podemos lla-
es válida para la mejor porción de la poesía de mar natural a la poesía más tradicional con la con-
Calvo, es la manera indirecta de cómo se refiere a temporánea. Un poeta como César Vallejo hace
la realidad social: la sangre en el prado, que es algo muy audaz en su época. Sabido es que Rubén
rocío para la luna y espanto para el poeta. Poesía Darío, por la influencia francesa que tenía, volvió
llena de imágenes, la de Calvo, distanciada de los a introducir el verso de catorce sílabas que había
modelos que entonces se ofrecían a los jóvenes, usado Berceo en el siglo XIII. Vallejo percibió que
la poesía de Romualdo o la de Rose, más direc- el verso de catorce sílabas, que es el doble de
tas, aunque compartiendo el mismo ideal social. siete, se combinaba bien con el de once y el de
Inclusive hay una diferencia muy marcada con la siete sílabas. Lo percibió y lo hizo. Parte de la be-
poesía de Heraud. Lo que en Heraud es deseo y lleza de su célebre poema Idilio muerto es formal.
premonición, en Calvo es añoranza de una infan- Se trata de la combinación eufónica de versos de
cia perdida, ¿acaso no se dice que la infancia es la catorce sílabas, los alejandrinos, de once sílabas,
verdadera patria del hombre?, y constatación de los endecasílabos y de siete sílabas, los
una realidad descorazonante. El título Poemas bajo heptasílabos. Antes de proseguir, leamos un her-
tierra, indica también que la poesía de Calvo tiene moso poema de César Calvo, y veamos cómo
sentidos ocultos que permanecen bajo tierra, se- cuenta las sílabas:
pultados bajo imágenes deslumbrantes que ofre-
26
Me han contado también que allá las noches desmadejan tus manos
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas, Y es cual si navegaran mis palabras
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba? en los frascos de nácar que los sobrevivientes
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene ¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente ¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos
do Calvo, es algo también familiar en algunos poe- Qué niño cruel un libro en blanco hojea
mas de Francisco Bendezú: reintroducir el conteo
de sílabas en el verso libre. El poema se sostiene sin párpados
Marco
C
onocí a Javier Heraud en la Universidad Católica.
Alto, siempre de traje, pocas veces con corbata,
caminaba desgarbado haciendo equilibrios en el
patio empedrado. Entraba y salía apresurado, con Quédate así, penumbra en la penumbra
Mario Sotomayor, o rodeado de dos o tres mu- que bebo solo porque a ti me lleva.
chachas, las musas de aquellos años, Adela y
Adela, las Adelitas, primas ambas de una belleza Alguien, tras de la puerta, me apresura.
que muchos conservan cristalizada en la memo-
ria. El recuerdo más intenso que tengo de Javier Y sé bien que no hay nadie tras la puerta.
es haberlo acompañado a San Marcos en 1961
para escuchar a Jorge Guillén, una noche en la
que Wáshington Delgado hizo el elogio del poeta Esta es la paradoja: César Calvo, hombre de tan-
español. Ahí conocí a Arturo Corcuera. A César tos amigos y amigas, estuvo solo toda su vida,
Calvo lo admiré pronto. Me gustó mucho su pri- solísimo.
mer libro, y en 1963, de manera anónima estuve
entre los que escucharon su lectura, en la puerta
de la casa de la poesía, en la bajada de baños de
Barranco, de Ausencias y retardos. Un tiempo más
tarde, no puedo precisar cuándo, tal vez en 1965,
Calvo me visitó en la Universidad Católica, para
darme palabras de aliento; había leído unos poe-
mas míos que le habían gustado. De Calvo se de-
cía que era un bohemio, algo que yo no quería ser
de manera muy firme. Había visto desde siempre
a muchos desperdiciar su talento conversando en-
tre cervezas o piscos, pero hubo una instantánea
simpatía. Creí ver –y no me equivocaba- que de-
trás de la máscara histriónica que se colocaba,
detrás del riguroso oropel: traje negro, bastón, cor-
bata mariposa, había un poeta de verdad con alma
Bibliografía
de niño. Y fui su amigo intermitente. También me
conoció pronto y seguramente no sin ironía toma- César Calvo. Poemas bajo tierra. Lima. Cuadernos tri-
ba café con leche conmigo algunas veces, en las mestrales de poesía. 1961.
mañanas. Años más tarde, Max Silva nos juntó César Calvo. Ausencias y retardos. Lima. La rama flori-
algunas veces o Francisco Bendezú, al que am- da. 1963.
César Calvo. Pedestal para nadie. Lima. Instituto Na-
bos, César y yo, siempre consideramos un her- cional de Cultura. 1965.
mano. Ahora que César Calvo ha entrado en las César Calvo.
sombras , para recordarlo tal como era, releo uno Como tatuajes en la piel de un río. Lima. Ediciones El
de sus poemas que lo define con mano maestra: río. 1984.
Northrop Frye. Poderosas palabras. Barcelona, Munhnik
editores. 1990.
Javier Heraud. Poesías completas. Lima. La rama flori-
da. 1964.
Alejandro Romualdo. El movimiento y el sueño.
Lima.Editorial gráfica labor. 1971.
28
Sobre un Poema de Cesarcalvo
Max Silva tuesta
N
o es el mejor de sus poemas; pero, como en ningún otro, en éste César Calvo revela un trozo de su
intimidad sin mayores ropajes. Más de una vez tuve la tentación de invitar a su autor a comentarlo, pero
me abstuve: consideré que la confianza también tiene sus límites. He aquí el poema:
En los poemas que otros han dedicado a sus padres —que no son pocos— rinden tributo al
progenitor correspondiente. En el de César Calvo, no. Lo que prima, más bien, es el reclamo amargo, la
queja rabiosa y hasta una suerte de imprecación:
Aunque el autor no la nombre, debe suponerse que las cartas / nunca escritas tienen que ver,
más que con él, con la madre2. El hijo hace causa común con ella. No en vano, en otro poema Calvo dice
que debe hablar, no sólo de sus sufrimientos, sino también hablar de la nostalgia de mi madre (PBT. 30),
y no de cualquier nostalgia: Otto Fénichel ya nos habló de ‘‘aquellas formas de depresión que se llaman
nostalgia’’ 3.
1. Los poemarios de César Calvo: ‘‘Poemas bajo tierra’’, ‘‘Ausencias y retardos’’, ‘‘El último poema de Volcek Kalsaretz’’,
‘‘El cetro de los jóvenes’’, ‘‘Pedestal para nadie’’ y ‘‘Como tatuajes en la piel de un río’’, se señalarán con las
respectivas iniciales: PBT, AYR, PVK, CDJ, PPN y TPR, seguídas de un paréntesis donde va el número de
la página correspondiente.
2. En el poema ‘‘Nocturno en Vermont’’, sí hay un claro reclamo sobre el particular: Porque en barcos de nieve,
diariamente, / tus cartas / no me llegan. ( AYR. 73 )
3. Fénichel, O.: TEORÍA PSICOANALÍTICA DE LA NEUROSIS. Editorial Nova, Buenos Aires, 1957; página 518.
29
Sobre un Poema de Cesarcalvo
Max Silva tuesta
30
No es mera casualidad que, en una carta
de 1967, Calvo me contara lo siguiente: ya de niño Ya nadie vendrá nunca.
pensaba yo ( intuía yo) que la vida era un triste
Contando alguna tarde de provincia,
escenario que los demás montaban para mí; pa-
saba los días y las noches (es una exageración, hoy nos hemos comido para siempre las rosas.
pero es posible) atisbando la conversaciones fa- (PBT. 41)
miliares, angustiado y atento a sus descuidos bus-
cando sorprenderlos en su vida, en la verdadera Mucho más se podría hablar sobre el padre tran-
vida que me ocultaban 5. seúnte; pero tal es la claridad y la inteligencia con
que César Calvo ha escrito sobre sus más doloro-
De lo anterior se deduce el sufrimiento, en sas experiencias que basta con este último ejem-
general, y la pobreza, en particular, en que vivió plo:
nuestro poeta, dos de los elementos que más se
translucen en POEMAS BAJO TIERRA. Después Y mi padre me habla con su voz de retrato.
vendrá el modo de ser bronco, rebelde y escépti-
(PBT. 52)
co de Calvo que muy bien se manifiesta en su
libro mayor logrado: PEDESTAL PARA NADIE.
Sobre el sufrimiento hay varios testimonios Y el poeta sigue derrochando inteligencia y hasta
y testigos, actualmente fáciles de ubicar. Pero lo sabiduría cuando se refiere a su padre ahora re-
que dejó escrito tiene más contundencia en cuan- presentado por el SOL, símbolo del padre más
to verdad auténtica. En varios de los POEMAS difundido, después de Dios:
BAJO TIERRA se refleja ambas experiencias ne-
gativas. Pongamos por caso: Sólo el invierno. Y además
invierno
Tu niño preferido -¡si lo vieras!- en pleno estío. Y en la pura sangre,
es el alma de un ciego que pena entre los cactus. ceniza de algún sol que se marchara.
(PBT. 25).
(PBT. 45)
31
En busca de Ino Moxo...
(Fotos de Iván Calvo)
32
La
Gar ayar
Magica Cosmovision de Ino Moxo
E n apariencia Las tres mitades de Ino Moxo y otros realiza, de ese modo, desde el vértice materno
brujos de la Amazonía es uno más de esos libros hacia el paterno. Ese padre no es el carnal -el pin-
que exploran el mundo de la magia y que, planea- tor César Calvo de Araújo, también mencionado-,
dos como entrevistas o experiencias con un fa- sino el espiritual, el que le facilitará el acceso a la
moso chamán, buscan introducirnos, de manera comprensión, Ino Moxo.
más o menos impertinente o impostada, en la La obra trabaja con relativamente pocos persona-
mentalidad mítica de los llamados pueblos primiti- jes, caracterizados menos por su singularidad
Carlos
vos. Pronto, sin embargo, el torrente de imágenes sicológica o su forma de hablar, que por su jerar-
en que nos sumerge nos hace descubrir que la quía en el mundo de la sabiduría ancestral y por
excursión a lo exótico no es el impulso que guía a las historias que cuentan: los brujos don Javier,
esta narración límpida y desconcertante. don Hildebrando, don Juan Tuesta; Iván Calvo,
El desconcierto empieza con la estructura. Por Ruth Cárdenas y Félix Insapillo; o aquellos que
comodidad podemos llamarlo novela, pero el libro forman parte de los relatos de otros, como Fermín
acepta ser considerado como una serie de visio- Fitzcarrald, Babalú o el curaca Hohuaté. Todos se
nes que, en primera instancia, se superponen de ven enriquecidos por los desdoblamientos que,
modo caótico y enhebradas apenas por la historia sabiéndolo o no, experimentan y por su continuo
de una búsqueda. Ésta no sigue una secuencia tránsito de una visión a otra; desdoblamientos que
lineal, sino, más bien, es circular y recurrente, por son consustanciales al mundo de la magia y que
lo que, a pesar de que sabemos que el protago- en la cosmovisión amazónica son aun más com-
nista tiene como meta encontrar a Ino Moxo, no plejos, pues para ella no sólo se desdobla el hom-
llegamos a determinar en qué etapa de la bús- bre en alma y cuerpo, sino en varios hombres,
queda nos encontramos. Las escenas, entonces, cada uno con su cuerpo y con su alma. Los perso-
parecen sucederse no por una relación de causa najes, así, aunque sicológicamente sencillos, ad-
a efecto o progresión temporal, sino por la reso- quieren consistencia y misterio.
nancia de una palabra, un tema, un personaje que Podemos decir, entonces, que Las tres mitades
actúan a modo de conjuros que convocan a otras de Ino Moxo se estructura en tres niveles: el de la
escenas, anteriores o posteriores, cercanas o le- búsqueda del encuentro con el padre-maestro, que
janas, nuevas o ya contadas. Exteriormente, sin parece ser el nivel “objetivo”, hasta que al final
embargo, el libro está dividido en cuatro seccio- resulta también relativizado; el de los personajes,
nes, cada una constituida por varias escenas, que oscilantes y escindidos, según sus “personas” o
no son compartimentos estancos ni necesariamen- vidas; y el de las visiones, iridiscentes e igualmente
te siguen un desarrollo cronológico. La última sec- imposibles de asir. Detrás, nutriendo todo, la
ción nos da la clave del conjunto porque parece cosmovisión amazónica y su principio de la con-
ser el único que está anclado en la realidad tal tradicción totalizadora, según el cual las cosas son
como solemos considerarla. y no son lo que aparentan, pues las dimensiones
El protagonista emprende la búsqueda del jefe de la realidad son muchas y simultáneas. Para
amawaka Ino Moxo en las profundidades de la abarcarlas, uno debe “ver”, esto es, traspasar la
selva. Por supuesto, no importa saber por qué ni capacidad de los sentidos. Un río, dice uno de los
cuándo lo hace. La narración se instala en una brujos, puede ante nuestros ojos corporales care-
geografía reconocible –se mencionan ríos, ciuda- cer de agua, porque esa percepción pertenece al
des, direcciones-, pero el otro determinante bási- espectro de lo visible, pero no de orillas, y éstas
co, el tiempo, se enrosca como una gran serpien- no son dos, sino tres, cuatro, cinco...
te o se disuelve como la bruma. Igual sucede con La relación del hombre con los objetos cobra, así,
los motivos. Sólo sabemos que esa búsqueda es una importancia capital. Para el que “sabe”, ellos
esencial porque, como la de Telémaco, es la del son el vínculo con la totalidad. Los objetos poseen
padre. El protagonista es César Soriano, y su pri- espíritu, contienen fuerzas positivas o negativas
mo César Calvo, uno de sus acompañantes; pero que el brujo domina y potencia. “Igual que los re-
al final nos enteramos que este último es el real, y molinos son amamantados por serpientes gigan-
Soriano únicamente un desdoblamiento en la vi- tes, así todo vegetal tiene su madre también. Las
sión. Aunque el narrador no hace hincapié en ello, despertamos para que aumenten con su cariño
no se necesita ser demasiado observador para las fuerzas de la cura”, dice don Manuel Córdova.
darse cuenta de que, siendo Soriano el apellido Pero aun los objetos fabricados por el hombre son
de la madre de César Calvo, el viaje iniciático se
33
La Mágica Cosmovision de Ino Moxo
Gar ayar
el punto de encuentro de las varias dimensiones plo, tal vez demasiado explícitamente, don Ma-
de la realidad, como el cajón de Babalú, que si- nuel Córdova (una de las mitades de Ino Moxo) le
gue sonando, aunque su dueño ya es difunto, e aconseja a César Calvo: “No vayas a alterar la
Carlos
introduciéndose en el cual su viuda se interna en realidad del sueño, no divorcies la magia de la his-
el mar. Sin embargo, hay objetos privilegiados, toria ni la vigilia del mito”.
especies de talismanes o puertas hacia el espa- Las tres mitades de Ino Moxo, a pesar de su
cio sagrado, en los que se concentra esa poten- estructuración insólita, mantiene preso al lector
cia. De esa calidad son el quero que se le apare- porque por debajo de su caos de imágenes, de
ce al protagonista en sus “mareaciones”, la piedra sus recurrencias y de su regusto por las contra-
negra que da origen al “agua de la serenidad” o dicciones late un fondo de autenticidad y pasión.
los icaros que pronuncian los brujos. Pero el vín- Pocos libros como éste se han acercado a la sel-
culo por excelencia con la realidad que “habita el va con la naturalidad que da el conocimiento pro-
aire” es la ayahuasca, la soga del muerto, la fuen- fundo. La amazonía ha tenido la desdicha de figu-
te de las visiones. rar en la literatura las mayoría de las veces como
La naturaleza y las cosmovisiones americanas han naturaleza más o menos exótica, apenas telón de
sido fuente de inspiración para la literatura desde fondo de historias en las que, siguiendo el lugar
tiempos remotos, y en el siglo XX dieron origen a común del “infierno verde” o el paraíso donde el
las corrientes de lo real maravilloso y el realismo hombre prueba sus fuerzas, se desarrollan argu-
mágico. A ninguna, aunque comparte con ellas el mentos más o menos simplones. El libro de Cé-
impulso inicial, puede adscribirse Las tres mita- sar Calvo no reduce la selva a paisaje, ni siquiera
des de Ino Moxo. Para Alejo Carpentier lo maravi- cuando, como en el capítulo en el que “Ino Moxo
lloso es observado desde una racionalidad que enumera las pertenencias del aire”, los animales
establece comparaciones y ordena lo contempla- y las plantas son presentados, uno tras otro, en
do, en tanto que para Gabriel García Márquez el un recuento abigarrado, porque para él la selva
prodigio, a pesar de ser asumido como natural, se es naturaleza viva –sintomáticamente, los seres
proyecta sobre un fondo de normalidad que esta- de esa enumeración son descritos según sus so-
blece el contraste. César Calvo, en cambio, con- nidos, incluso los peces y los vegetales-, a la vez
cibe lo maravilloso como la subversión total de lo atmósfera y suma de objetos individualizados, pero
racional, como un espacio saturado de presen- sobre todo en estrecha relación con el hombre, ni
C
cias, paralelo al real, visible para quien esté dis- empequeñecida ni abrumadora.
puesto a verlo e imperceptible para el que se nie- onocido casi exclusivamente como poeta, César
gue a él, el tiempo del mito. Calvo incursiona por única vez en la narrativa con
“La realidad no es nada si no se llega a verificar Las tres mitades de Ino Moxo. El cambio de géne-
en los sueños”, dice Ino Moxo. Porque el sueño ro, sin embargo, no le ha de haber resultado difí-
que proporciona el ayahuasca no exime al inicia- cil, pues este libro, que, como dijimos, se resiste a
do de la realidad; por el contrario, lo instala en una ser considerado novela, resulta, de algún modo,
más amplia que le permite asumir como una tota- una extensión de su labor poética. El registro de
lidad con sentido aquello que la linealidad del tiem- algo tan complejo como una alucinación requería
po y la continuidad del espacio no pueden sino de un trabajo de lenguaje que Calvo, sin exagerar
presentar en forma fragmentaria. El protagonista la nota lírica, realiza a gran altura. Gran parte de
del libro consigue en sus vuelos unir lo que en el la fascinación que el libro ejerce sobre el lector
nivel de la apariencia es inconexo: las visiones deriva de esa elaboración lingüística en la que se
saltan del Cuzco a Pucallpa o al mar de Eten, en- combinan la rotundidad y sonoridad del léxico con
lazan el esplendor del imperio incaico con la casi la cadencia del ritmo y la aparición inesperada de
extinción de la nación amawaka, identifican a Ino las metáforas. Esa presencia poética no se limita
Moxo con el inca Manko Kalli, mezclan las imáge- a las descripciones, su ámbito natural, sino im-
nes de unos brazos que se convierten en alas con pregna los diálogos, los silencios, los giros
la crónica de Fermín Fitcarrald editada por el sorpresivos de la narración. Por eso, quien lea la
cauchero Zacarías Valdez. La voluntad de repre- obra desde la incredulidad, de todas maneras en-
sentar el conjunto del Perú y su historia, convir- contrará magia en sus páginas, la magia de un
tiendo las visiones en testimonio y a la vez en re- lenguaje que cobra vida propia, de la poesía que,
clamo de los vencidos, lleva al narrador a estable- finalmente, es revelación y, a la vez, como quería
cer algunas relaciones forzadas. Al final, por ejem- el Lunarejo, “pompa de palabras”.
34
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo
C
¿uál es el recuerdo más antiguo que tienes de guien que conoce de forma natural, que es
la presencia de tu hermano César?, ¿cuándo parte incluso de la naturaleza y hay incluso al-
fue la primera vez que tú recuerdes que llegó a gunos capítulos en los que te elige enteramente
la selva y cuál fue su actividad cuándo estuvo por la labor que hacías tú de guia. ¿Cómo fue
Ivan
mos a navegar y en esa zona, como es altura, uno sabe que ahí va a encontrar un kilo de arroz e
Ivan
hay correntosas, pedregales y hay que saber en- ingresas con seguridad. Igual, la intuición misma,
trar en cada quebrada. Uno tiene que conocer para el comunicarse con la selva, con la Amazonía, te
navegar en contra corriente, para no voltear la da ese don de percibir donde vas a cazar, en qué
embarcación, para no virar. Hay que tener como momento.
un instinto. Cuando yo me adentro a la selva es Tú veías que en César había un conflicto entre
como si tuviera un don de la naturaleza, te orien- su racionalismo de la cultura occidental que
tas como si tú hubieras nacido ahí. Parece que traía y el idioma de la cultura nativa, folklórica
César me estudiaba eso, porque cuando yo na- de los asháninkas, de los campas. El se daba
vegaba le decía, hay q ue cuidarnos, por ahí hay cuenta que ingresaba en conflicto, él tenía dis-
un palo, hay tal cosa. Y él me preguntaba: “ ¿por posición de aprehender, pero dentro de sí, de
qué zigzagea la canoa si no veo nada?”. Era un
S
pronto, veía que eso era más mito que real.
olfato instintivo el que yo tenía. Tú no verás nada, Sin embargo, tú le estabas demostrando que
le decía, pero yo sí. era real.
Es como el otorongo, que sabe que no debe í, incluso él se sorprendió cuando comencé a ha-
pasar debajo de un árbol, porque puede estar blar campa con los nativos. Me dijo que tenía el
acechándole el peligro. acento similar al japonés. Entonces yo le dije:
Así es y vas navegando y luego cuando vas sur- César lo que sí he descubierto aquí es que los
cando ves todo tipo de garzas, gavilanes también. campas me parece que son descendientes de
Eso lo dejaba totalmente sorprendido los Incas. “¿Por qué?”, me replicó. Porque yo he
llegado al Gran Pajonal donde no hablan nada de
Claro. Recuerdo que cuando navegábamos vi un
castellano, con un guía, que se fue a avisar que
gavilán, que se le conoce como la vieja, que me
yo iba como un hermano para que me dejen en-
esperaba de pecho y yo le dije: César nos va a ir
trar. Entonces yo ingresé. Me vestí con cushma,
bien. “¿Por qué?”, me preguntó. Porque ese ga-
con mi rostro pintado con achiote, con jahua - que
vilán me está avisando. “¿Qué te dice?”, que nos
son árboles de la selva- y la costumbre de ellos es
va a ir bien. Si nos hubiese esperado de espaldas
chacchar coca y comen maíz tostado, como los
las cosas no irán bien. “Estás imaginando”. No, le
Incas, como nuestros antepasados. Entonces yo
respondí, es así.
deduzco que como esa zona del Tambourubamba,
El lenguaje de la naturaleza se confundía con del Cusco, ellos han venido huyendo de los espa-
el lenguaje mítico. ñoles. Las costumbres son netamente incaicas.
Sí, pues. Y luego, cuando atracábamos a descan- ¿Cómo crees que César empezó a conocer
sar un rato y a masticar algo, shibe o alguna car- más a los llamados hechiceros, curanderos,
ne del monte, aparecieron unos moscardones las personas mágicas de la selva? ¿Tú tam-
grandotes, que se les llama “shinguitos” y comen- bién llegaste a conocer a Ino Moxo?
zaron a prenderse en mis manos. Y los otros
campas, que observaban dijeron: “paisano, va a Sí, a don Hildebrando Ríos.
haber mitayo”. Entonces César me dijo: “¿Qué es Era un hombre de carne y hueso...
eso?”. Que voy a cazar, le dije. “¿Cómo sabes?”.
Porque la mosca me lo está indicando, los Como cualquiera.
shinguitos me avisan que voy a tocar carne fres- Pero tenía poderes mágicos.
ca. Entonces empezamos a surcar y llegamos a
un barranco, cogí la retrocarga y me adentré en el Tenía esos poderes mágicos. Y también don Juan
monte y no caminé mucho. Maté una pumagarza Gonzáles. Con César hemos ido a varias sesio-
y la traje. Esto, le dije, es lo que me anunciaban nes y mi hermano se quedó sorprendido. Porque
que íbamos a cazar. primero él, como mucha gente, creía que todo en
la Amazonía es mitología. Pero hay cosas increí-
Eso le provocó mayor admiración.
bles, como que una casa de árboles, con palme-
Claro. Cuando atracamos le dije: aquí vamos a ras de unos quince metros, que físicamente sólo
parar. “¿Por qué?”, me preguntó. Porque aquí está se puede mover con un tractor, era movida por
el mitayo. “¿Pero, cómo sabes?”, yo sé, aquí va- este personaje. Cuando se concentraba daba la
mos a cazar. Paramos ahí y los otros, los campas, impresión como que hablaba dentro de una vasi-
no se sorprendieron al igual que yo, porque es ja, de un pozo, en un idioma diferente y entonces
una cosa natural, como pasar por una bodega y parecía que del techo de la casa saltaba un espí-
36
ritu frente a nosotros. Se oía que se desprendía no menor me llamó para darme la noticia. Sé que
alguien del techo y la inmensa casota se movía mi hermano se transformó y está conmigo. Y como
como un terremoto y si tú no estabas preparado César, además había dicho que había nacido en
era para salir gritando. Uno no se imagina cómo la Amazonía, creo que su ánima nació antes que
puede pasar eso. Y otra cosa más increíble era él viniera a este mundo, él ya había nacido en la
que te decía si tenías alguna enfermedad. Te ha- Amazonía.
cía un diagnóstico tan cierto como si uno se pu- ¿Qué crees que César Calvo, tú hermano,
siera ante un aparato de rayos equis. Te decía qué aprendió de ti y a través de ti de la selva?, ¿qué
enfermedad tienes y que has que hacer. Y otra crees que le has enseñado, que al final llegó a
cosa es cuando los espíritus te hacen operacio- plasmar en sus libros y no sólo en sus libros
nes internas, que no se ve nada. Hay gente que sino en hacerse sentir como amazónico?. El
no cree y desobedece lo que se le indica, por ejem- siempre se identificaba como alguien de la
plo, que no tenga actividad sexual o levante peso Amazonía?
por varios meses y como no ven ningún corte, no
Yo creo que César empieza a amar la naturaleza
creen y continúan con su actividad y luego les
a través de mí. El siempre me decía que yo era su
sobreviene un derrame interno porque se les abre
hermano mayor y eso me enorgullecía a mí y yo
la herida, porque no han dado tiempo para que
lo veía como un niño, tal es el caso que yo lo co-
cicatrice la operación. Son cosas increíbles, que
gía entre mis brazos y lo engreía, lo arrullaba y él
César ha descubierto.
se dejaba como un niño que yo lo acariciara y él
¿El relato refleja bien lo que sucedió en esas me decía tú eres mi hermano mayor.
fechas, así era realmente Ino Moxo?
Y él es mucho mayor que tú.
Realmente, no agregó nada. Cuando yo me iba a
Físicamente, pero él veía en mi al hermano ma-
visitarlo, incluso a don Juan Gonzáles, él sabía ya
yor, basándose en la experiencia del hombre míti-
que yo había llegado. Yo a veces entraba a la casa
co, el amazónico y él era un niño delante de mí en
de don Juan y le decía: no pude venir ayer, y él
ese sentido.
me contestaba: “si, ya sabía”. El me decía las co-
sas que yo había hecho. Por ejemplo, “cómo está Estaba aprendiendo de ti.
Iquitos”, me preguntaba, “sí, sé que no has venido Creo que yo maduré antes de tiempo. Yo me daba
por tal o cual cosa”, sin que yo le contara que la facultad de llamarle la atención muchas veces
había estado ahí. Ya no había necesidad de de- a César, en Lima, dónde estaba, no me gusta que
cirle que había hecho o cuál era el motivo de tu hagas esto, le decía. ¿Qué que es lo que César
atraso o de tu visita. El ya sabía todo. Tu ánima admiraba en mi? Era el instinto, la intuición de
llegaba con anticipación ante su presencia. reconocer a las personas, como el animal que pre-
¿César consultó a estos curanderos? siente el peligro, lo bueno y lo malo. Cuando César
me presentaba alguien, le decía: esa persona no
Claro, ha conversado con él, por eso él habla
me gusta,”¿pero por qué, si es un gran amigo?”, no
mucho que viaja a través del tiempo.
me gusta, te va a hacer daño. Al transcurrir el tiem-
¿Y eso tú crees que sea posible, viajar a tra- po, me daba la noticia: “oye, flaco, carajo, ese es
vés del tiempo?, ¿tú crees que César pueda una basura”, te lo dije, no me creíste, y así ocurrió
estar perdido o caminando por el bosque? muchas veces. El se sorprendía de lo que le anun-
Lo sé y lo comprobé, porque justamente el día ciaba,” pero cómo, si tú nunca lo has conocido, si es
que me dan la noticia de su partida, el ánima de la primera vez que lo ves”, me decía. Yo sé que él es
César vino a la casa como una mariposa y se me así y le describía a esa persona y no me fallaba.
posó en el pecho. César tenía un alma de Dios. Cuando yo lo lleve
con mis hermanos nativos, los campas -los
Tú lo sentiste, sabías que era él. campas también tienen ese instinto de olfatear- lo
presenté como mi hermano y los campas me dije-
Supe que estaba mal, sí, y delante del viejo
ron: “hermano es buena gente, buena gente”. Y
Francoisse, en la casa, una mariposota azul, rara
había un amigo, que no te menciono el nombre,
dentro de la ciudad, de esas grandotas, entró así.
que también lo llevé y lo presenté y les dije, es un
Y yo le dije, esta es el ánima de alguien. De pron-
amigo, viene conmigo. “No, ese no, ese mara gen-
to se me acercó y se me posó en el pecho. Enton-
te, ese no. Ese amigo no, mara gente”.
ces le dije, este es César. Por la noche, mi herma-
37
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo
38
César y su
hermano Iván
en Pucallpa
39
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo
Ivan
A q u e l b e l l o p a r i e n t e d e l o s
p á j a r o s
C é s a r
41
p o e m a s
Si encontráis a Evelina
C é s a r
(Si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras)
42
M i p a d r e l l e g ó a y e r
43
J a v i e r H e r a u d y Cesar Calvo
ensayo a Dos Voces
C i s n e r o s
Florales de la Universidad de
documento de amor a la
poesía
44
Es necesario volver
una vez más
a la noche que nunca
conocimos, a los ríos
que siempre se negaron:
es naufragio
en el último navío.
Acaso una vez más
es necesario. El tiempo
se acorta
y no regresa. Heridos,
es necesario
reanudar los puertos.
El tema sigue siendo
lo perdido (mi corazón
también). El invierno
gastará sus lluvias
si los árboles mueren.
Y habremos de anegarnos
sin remedio,
sentados en un parque
de Diciembre.
Ha llegado la hora
de volver.
Hoy los ríos
destruyen
las cosechas,
y ha quedado sin nadie
la alegría.
Es necesario (entonces)
correr, gritar un poco,
saludar el retorno
de los días
(necesita sus alas
la tristeza),
y recibir
el canto del rocío
desde los labios
dulces
de la hierba.
Nuevamente,
ahora que las lluvias
del verano
45
p o e m a s
y entrar en casa
de la vida,
a tientas,
para que no se enteren
las hojas
y
C é s a r
las sombras.
Ni el olvido
sabrá de este regreso.
Apenas si el aroma
de las tardes,
al esculpir sus rosas
en el viento,
hablará de nosotros.
Y desde nuestras solas
soledades, seguirán
extrañándonos los ecos.
46
47
p o e m a s
Nocturno de Vermont
48
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).
Y pregunto y pregunto:
AUSENCIAS Y RETARDOS
49
p o e m a s
Prosigo.
Nadie puede alcanzarme.
Nadie puede alcanzarme cuando enciendo tu nombre,
cuando hasta los cadáveres se cubren de rocío
y yo danzo fatigado y triunfal en redor de tu aliento
que arde como esqueleto de una pira en el bosque.
A Héctor Béjar
1
Detrás de nuestros actos, como una piel
de voluntad sin tregua, somos
nuestros propios antepasados. No hay roca
que no sea memoria de nosotros, no hay
trigo ni lamento
que no hayamos sembrado o desgajado. Sobre
estos mismos campos donde otros derramaron
las lunas de su sangre, y se alzaron los látigos
y nadie dijo nada: caminamos. A nuestro paso dejan
los muertos de morir, los aún no nacidos
respiran libremente.
51
p o e m a s
3
La soledad es larga entre estos ríos, y a veces
nada sino el recuerdo
de lo que ha de venir nos alimenta. Hoy
los fusiles reposan
como plantas, un campesino trajo una guitarra,
C a l v o
4
(Bajo la luna, Edgardo, no dejes de mirar. Nosotros
soñaremos esta noche en tu nombre, y acaso
pasearemos de memoria las playas que te extrañan.
No dejes de mirar. Es cierto que el cansancio
más largo es que la luna, aquí, junto a los vientos,
y si en tu mano
duerme nuestra vida, no existe la tristeza.
No existe la tristeza ni el agobio acaricia
tus ojos encendidos, Edgardo, centinela).
5
Al alba partiremos. Demás está decir, hermanos,
que os extraño, que entre las luces
de la emboscada o del descanso, recuerdo
aquella nave de la ciudad, las noches
prolongadas hasta el agua.
Si no vuelvo a miraros, si mis ojos
- en paisajes sin viento ni reposo -
humedecen los vuestros, quiero decir tan sólo
que al alba partiremos. Otra vez
en el pecho húmedo de los bosques
reclinaremos nuestra frente, teñiremos de lluvia
52
nuestras manos lavadas por la sangre.
Sea mañana el júbilo en nosotros.
Nunca el odio florezca bajo nuestros pasos.
Sean mañana lejos los tañidos
del corazón. Las lluvias (no los ojos)
apaguen nuestro sueño, nuestros rostro.
6
Pinos crueles de este ajeno invierno:
haremos una hoguera con tus huesos,
danzaremos
bajo el árbol puro de la sangre.
¡Oh, tierra de la vida, única eterna!
¡Recibe nuestra sangre!
¡Guárdala entre las horas que se abrirán mañana!
¡Alimenta con ella las flores, la alegría!
R E L O J D E A R E N A
Yo vi nacer
un muerto en tu memoria
a dos metros de mí no hay nada sino niebla
bajo los pinos cuentos
del Congreso
de Lima ala de cisne sobre la frente
de los dormidos
ciudad fortalecida
mi sangre por el miedo
y la garúa
esas banderas rojas
lo vi
caer
lancé una piedra el miedo
azul esta flor
tenebrosa
contra las balas
Vi caer a Javier
a cientos de kilómetros
de mí abrías las ventanas
en un hotel de cera, llamabas
desde entonces al verano
estoy solo con la boca llena de ceniza
54
y nadie respondía
sino la lluvia
gastada queja sobre los suburbios
Después
Edgardo y tú haciéndome señas
abierto
junto a
Luis
entre
la
la nieve desde las azoteas luminosas
55
V a l s T r e n z a d o
Calvo
agonizó
tres noches no tus tardes mentidas
los demás tus huéspedes
fueron echados
a los buitres condecorados
pudo verlos
tres noches
y tres días
hasta que
un pico pardo tu alma cómplice
le buscó el corazón
sentenciada
es la víspera
no he muerto en tus deseos, en tus patios
donde los niños crecen como escombros
ah mi caritativa
ni entre los manantiales
es la víspera
de los Andes
mi ciudad, mi muchacha
tampoco
en tus caderas
en tu piel
de linterna caída tras del muro
oropéndola ciega
en tu avispa
zumbando óxido y vicio
allá
en mi infancia para siempre perdida
57 la vida.
V a l s T r e n z a d o
Calvo
César
Yo vi caer
un muerto
a varios siglos de mí:
la barba del Virrey, tu Mustio Esposo,
sirvió de escarapela a los soldados
58
La verdadera historia de
H u - Ts a n g, e l p i n to r
Hu-Tsang lo mira
todo con un manojo de pinceles ávidos,
59
Para elsa , poco antes de partir
Porque vivo hace siglos en el aire
César Calvo
como
un
trapecio
vacío
yendo y viniendo
de lo que he sido a lo que no seré
60
en todo cuerpo que mis manos alejen de la orilla,
tú seas el reverso de esta inútil victoria,
la única copa que yo no desdeñe después del vino
fúnebre
Nada puede aprisionar al viento sino la libertad
Nada sino la libertad podría rodearnos ahora
y hacerte comprender que estuve solo
porque la intemperie no cabía en aquel cuarto
sórdido
que tú insistías en llamar país, doce millones
de rostros
pegados a los muros de un Orden repudiable
y desleído
61
Para elsa , poco antes de partir
César Calvo
Ayúdame a no vivir
como una roca en medio del mar
Ayúdame a no ser más el pasajero que la lluvia
62
desdice
sino el único suelo por donde caminen los hoteles
en donde nuestros cuerpos giraron y se hundieron,
no los pasos medrosos
sino el pie detenido al borde de la cama
a la orilla de un cuerpo que cae dentro de sí
como un abismo precipitándose hacia el pecho
del suicida,
hacia el irremediable plumaje del suicida,
no esta frente viuda, sin nadie al frente, viendo
cojear al destino como un río que ha perdido
una orilla
y avanza seco recordando el agua,
no una silla sino cualquier camino
y cualquier trote cálido en lugar de esta oreja
pegada en tierra, oyendo llegar nada
63
Para elsa , poco antes de partir
César Calvo
en la infancia
que no husmee tu mano
ni el corazón como un delfín atado a su veloz
terciopelo
me había olvidado
el receloso animal que me habita
que nunca más repetiré en agosto estas caderas
y la miel quemada
en cuyo olor subimos uno a uno los labios,
los instantes
la inalcanzable noche de Madrid
hasta encontrarnos, hasta renacernos,
hasta exterminarnos
64
Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos
que me devuelves
sin proponértelo
los mares
los adioses
de estos días
en donde tú ya eres
y ha de pasar en medio
de las olas
ese
niño
indefenso
65
C a n c i o n a r i o
César Calvo
L a d e s p e d i d a
Mi canto va en la noche,
luna encendida
con la luz de tu cuerpo,
con la luz de tu cuerpo
desvanecida.
66
Señorita, cuando muera
diré tu nombre callando
Pudieron haber tenido
para que en medio la noche
una casa y un velero,
tiemble una estrella en mis labios.
una canción ignorada
y dos hijos junto al fuego.
Que sea noche de junio
o sea noche de mayo
Pudieron haber vivido
pero que tus ojos lluevan
azules allá en el puerto
dentro mis ojos cerrados.
y dibujar en la arena
países de sol, recuerdos.
Palomita, señorita,
Pudieron haber tenido
en la noche de tus trenzas
una casa y un velero.
luna ciega es mi destino,
luna ciega es mi destino.
Eran vecinos de calle
pero no se conocieron.
El se llamaba Rosendo.
Ella no llegó a saberlo.
Está lloviendo de nuevo
67
p o e m a s
A m a z o n a
68
69
70
La Ventana Del Mundo
C a l v o
avier Heraud decía que los verdaderos maestros suelen ser los mejores amigos porque nos
J
enseñan acompañándonos. El Amauta Mariátegui, mucho más que enseñarme a caminar por
la vida, me sigue demostrando que la vida está hecha de infinitos caminos simultáneos y que,
memoria a compartir en una misma lumbre, lo que nos reverbera desde aquesta modernísima
Ventana del Mundo de su obra, con lo que simboliza y nos re-simboliza desde aquella intemporal
Ventana del Mundo que se alza en lo más alto de Pawkartampu, detrás del sol del Qosqo. Me
he referido ya, en otro espacio-tiempo de este libro, a un dirigente campesino sin edad llama-
hace siglos rehuyen todo contacto con nuestra discutible “civilización” y se preservan lejos,
allá por las alturas intrincadas y selvosas de Q´osñipata, viviendo y vistiendo y hablando
donde ahora son libres, hasta ellos no llega todavía ninguna noticia de los conquistadores
vida, pero estoy cierto que él se encuentra aquí, viviendo con la música de Manongo Mujica,
esta Ventana del Mundo que se abre hacia nosotros desde nosotros mismos.
Su música inaugura un idioma que viene de muy lejos. Presiento que se trata de un idioma
que, como en los cantantes idiomas amazónicos, configuran su trama impredecible. Sin em-
bargo, tales pausas de apariencia callada van enhebrando frases y secuencias, y soldando
emociones. Por la función fundamental que cumplen, fusionadora, más que conjuncionadora,
los silencios de Manongo instituyen Otra manera de proseguir musicándonos. Son palabras
distintas realmente, no silentes ni ausentes, pues del énfasis con que las pronunciemos al
oírlas depende la significación simbólica de las demás palabras (me refiero a las “otras” reso-
nancias, visiblemente audibles), y depende la vida de la fabla del hombre (no casualmente
“fabla”, “habla” y “fábula” poseen idéntica raíz) en su razón de ser que está en la música, y en
su pasión de estar que es la poesía. Yo no sé bien cómo es que esto ocurre dentro del
embrujo natural de las creaciones de Manongo Mujica; solamente percibo que la tensión y la
extensión de sus silencios varían de acuerdo con las intenciones nómades de su idioma en
conjunto, y según los sentimientos que él acentúa o desapercibe mediante las escalas del
conocer conmovido que Manongo comparte cuando crea; y sé que en sus afectos y efectos
p e r e n n e s
71
La Ventana Del Mundo
C a l v o
72
tras montañas que no veo, difuminándola
en la noche.
73
La Ventana Del Mundo
C a l v o
esperándonos.
que se desconocen.
¿Temerosos de qué?
74
nos han hecho creer que esa voz atendemos.
El final de la noche no da sombra:
nos han querido hacer creer que esa sombra somos.
¡Candela castrada, no tallo bajo cielo, que se quiebra,
el aquí mentiroso, por su flor alejada distinguimos!
Sin pretexto de alturas nos juntamos al fin de la noche
y sobre hogueras hembras crezco al viento que no se ruboriza.
Un silencio nomás necesito para poder volver a comenzar.
¡En ese silencio, conviérteme!
Una palabra nomás quiero para poder volver a comenzar.
¡En esa palabra, reencárname!
Una canción nomás busco para poder volver a comenzar.
¡En esa canción, regrésame!
¡Haz que reviva en mí el hermano errante
que solamente sobre brasas descansa!
Todopoderoso Padre, más que tú mismo eres,
fuera del tiempo vives, inabarcable, y sin embargo
sólo el viento que pasa es tu sustento.
Boca de oro del corazón del Universo, eso eres,
y también tú sólo te nutres de aire.
Rimaymanta
Takiymanta
Upallaymanta
ñawsa kawsaypi tukuchiway
Kaypi kay kutimunaykama
Kusiyninchis qallarinanpaq
¡wiñaykawsaypaq upallaspa!
¡wiñaykawsaypaq kararispa!
75
En la peña “El sentir de los barrios”, del
Cercado de Lima, se ven, de izquierda a
derecha: Julio Pizarro (segundo); Caitro Soto
de la Colina (tercero); atrás, Manuel Acosta
Ojeda; el presidente de la peña (cuarto) y uno
de los hermanos Vásquez (quinto); Carlos
Hayre (sexto); atrás y arriba, Eduardo Gianoti;
el compositor Buenaventura Muñoz (séptimo);
al centro, Nicomedes Santa Cruz, Alicia
Maguiña y Olga Vásquez y, a su lado, séptimo
desde la derecha, Rolando Campos; siguen
las hermanas Polo y Abelardo Vásquez con
Alberto Romero Zegarra. Despedida antes de
su viaje a Salta, Argentina, como primer grupo
folclórico negro del Perú.
76
77
Peru Negro: la tierra se Hizo Nuestra
T h o r n d i k e
78
llenó con su canto el
Luna Park sin tocar el micrófo-
no. La prensa argentina aprobó con
entusiasmo el fallo del jurado y el destino
del Gran Premio, en contraste con la apática re-
acción de cierta prensa peruana frente a la consa-
C é s a r
gración de “Perú Negro”. // La propia crítica extranjera
se encargó de subrayar la importancia del argumento
en la presentación peruana. // “La tierra se hizo nuestra”
unía números de danza con una historia contada por una
C a l v o
voz sin rostro —la voz de César Calvo, dueña de su propia mú-
sica y grandeza— mientras un reflector manejado por Lucho
Garrido Lecca debía acertar en la aparición siempre arriesgada
de Eusebio Cirio, el inolvidable “Pititi”, acompañante de Alicia
Maguiña a quien “Perú Negro” reclutó la víspera de presentarse
y
por primera vez. “Pititi” debía salir en la oscuridad por el anda-
miaje de un escenario que subía hasta unos veinte metros del
G u i l l e r m o
suelo, guiado por Thorndike, productor improvisado por la ne-
cesidad. // Un año más tarde volverían a reunirse para presen-
tar “La tierra se hizo nuestra” en el Municipal de Lima. Esa vez,
Calvo y Thorndike también sirvieron de promotores y pro-
ductores del estreno de “La Navidad Negra” y de los
primeros recitales públicos del extraordinario artis-
ta ayacuchano Raúl García Zárate, un espectácu-
T h o r n d i k e
79
Peru Negro: la tierra se Hizo Nuestra
César Calvo y Guillermo Thorndike
1
Nuestro país, sin embargo, no tiene límites, no tiene fronteras.
Nuestra sangre es el África.
Nuestro lenguaje, la danza.
Venimos a contarles nuestra historia: cadenas, sangre, y viento.
Empezaremos con una danza africana que los padres
primeros bailaban en la tierra primera, al aire libre de una vida libre.
La danza ha de contarles a todos nuestra historia.
2
Congo, Angola, Mandinga, Yoruba, Carabalí ...
Así bailábamos.
Así éramos, parientes del baobab y la pantera.
Pero de pronto fuimos otros y fue otra nuestra tierra.
Ajena tierra, de cuarzo y volcán, tierra de médano y despeñaderos.
Sembraron nuestras vidas lejos de las llanuras y los bosques.
Fuimos machete de cortar caña, filo de pelear entre nosotros,
fuimos humo de zafra, canción bajo los sauces extranjeros,
en la hacienda del amo.
Agonizamos en las plantaciones, doliéndonos del sol,
de la alegría, de la tierra que no nos daba sombra.
Ni siquiera teníamos un nombre:
ni Congo, ni Angola, ni Mandinga, ni Yoruba, ni Carabalí ...
3
Esclavos de trabajar: recordamos el látigo, la molienda.
Esclavos en carne viva: supimos de los perros, del cepo,
de los fuegos que marcan la piel.
Sin embargo, cantábamos.
Entre algarrobos, bajo la luna, nuestro pueblo cantaba
a la llanura lejana, a sus pesares, a la madre tierra.
En noches de azufre y tambor invocamos a los antiguos dioses.
No teníamos el consuelo de amar a otra piel como la nuestra
porque el patrón dispuso de nuestras mujeres.
Supimos de los forzadores que engendraban en nuestras madres
obedeciendo órdenes del amo.
¡Ochún, ven a nosotros!
80
¡Yemayá, disuelve estas cadenas!
¡Changó, sosténnos en la sombra!
Los dioses no pudieron ayudarnos.
Sin embargo, cantábamos.
A veces no teníamos tiempo ni de sufrir: cantábamos.
Cantábamos.
5
Tanto morir para seguir esclavos, aún recordamos.
Eran tiempos de guerra. Y nosotros, llevando a cuestas
nuestra casa de viento y de follaje, respondimos, luchamos.
Nosotros los esclavos, fuimos libertadores:
luchamos para que otros fueran libres.
Porque una vez apagada la hoguera contra España,
sólo los dueños fueron sus propios dueños
y nosotros volvimos a la hacienda del amo.
La tierra había engordado con nuestros muertos.
Ni siquiera por eso era nuestra.
Tierra ennegrecida, tierra tensa como piel de tambor.
Nuestros pies, sobre ella, como las manos de la danza,
invocaban, golpeaban, reclamaban.
81
Peruú Negro: la tierra se Hizo Nuestra
C é s a r C a lv o y Gu i l l e r m o Thor n di k e
(antes de El tamalero)
82
(antes de la mozamala)
83
(antes de repetir la danza africana)
10
Vamos a terminar como empezamos:
con la danza primera, aquella que vivimos hace siglos,
en el África, al aire libre de una vida libre.
Danza negra, después encadenada, venida con nosotros sobre el mar,
desde la verde tierra de los padres.
Danza que padeció en las plantaciones,
que sollozó en silencio en las barracas,
que hizo regresar a nuestros dioses,
que fue consuelo en el instante de la muerte.
Danza callada, afiló nuestras armas.
Danza encendida, nos condujo a la guerra.
Danza triunfante, deshizo las cadenas.
Danza primera, danza nuestra y de todos ...
Vamos a terminar como al comienzo,
porque la libertad fue nuestro inicio,
y será nuestro término.
84
/ T e s t i m o n i o
César Calvo
p
ara comenzar de alguna manera y no por el comienzo, confesaré que mi primer intento de libro
fue escrito por varios amigos allá por el año de 1958. Juan Gonzalo Rose, Javier Dávila Durand,
Germán Lequerica y César Calvo, entre otros, me regalaron esos derechos autorales con sus
respectivos asientos en el pre-Parnaso. Lamentablemente, no pude gozar tan fraternos obse-
quios pues el poemario (incautamente titulado Carta para el Tiempo e inmerecidamente men-
cionado en el Primer Concurso Hispanoamericano de la Casa de las Américas), el poemario,
digo, no llegó a publicarse jamás. Y no llegó a publicarse jamás debido, entre otras razones, a
que uno de sus autores sucumbió a la espléndida iniciativa de quemar los originales. Debo decir
que los quemé también en mi memoria. Hoy sólo recuerdo brumosos perfiles y no versos; una
temperatura sedosa o arisca o fatua; un aliento de cortinas y de infancia, y acaso si los nombres
de los personajes, de los queridos reinos que atravesaban sus páginas, que subieron por ellas y
bajaron como por la escalera quebrantada del vecindario limeño que me aprendió a vivir.
Entre aquellos poemas incendiados habían también cantos que anhelaban ser políticos, porque
en ese entonces todos los visitantes, todos los habitantes de este mundo tenían diecinueve años
dentro del corazón, dentro del mío; y ustedes, por ejemplo, eran altos y pálidos y hermosos en mi
memoria o en mi desconocimiento; y yo me negaba a recién-salir de una adolescencia alborota-
da, prefería confundirla y confundirme con mis propias hambres de escribir y existir, y me era
otoñal, me era gélido, me era muy difícil aceptar los distingos entre rebeldía y delincuencia, entre
amor y cuerpo en llamas, entre palabra confiada y balbuceo altisonoro-escrito (equívocos que,
por lo demás, suelen seducirme hasta la fecha). Llevaba ya tres años en la Universidad de San
Marcos y dos en el Frente Estudiantil Revolucionario. Más deseoso de agra-
dar escribiendo arengas que de trabajar rastreando poemas, me gané
a n o d e
to Itali
el tiempo de puro perderlo: rondaba a las cachimbas melancóli-
Ins titu 7 4 un a
El izó en 19 to -
cas y recitaba en las aulas y en los mítines, esquivando las
el cuy s
res en . En una sala as, las charla frustrado grupo de guerrilla urbana que organizaron
nd i n n varios compañeros, varios amigos igualmente iman-
Raymo de cie n perso ores adquiría tados por la heroica experiencia de Fidel Castro, es-
aba scrit lvo, cribí mi primer cuaderno que creo que verdadero:
no pas por poetas y e ue César Ca
ofrecid
as
fe s ion al al q e ju lio, agre- los Poemas bajo tierra. Esos versos compartieron con
n to n o con
vie rn e s5d y u n a
cánticos de El viaje de Javier Heraud, el primer
u e del umor
premio en el concurso “El poeta joven del Perú”, lleva-
n o ch u en h n
en la de b r quie Antonio Corcuera. A fin de adelantar algunas excusas
do a cabo por el incurable empeño del poeta Marco
d o sis c on ta
gó una ceridad para no que- surrealistas de mi arte poética y mi vida, debo declarar
n
gran si ¡alguien que que me fue más problemático cobrar el premio que escribir
era. . . ¿
e r p oe ta!? el libro premiado. El asunto fue así: con Mario Razzeto, tam-
ría s bién distinguido, como se dice, en aquel concurso, partí un atar-
decer rumbo a Trujillo, donde nos esperaba Javier para recibir los che-
ques correspondientes. Pues bien. No llegamos a tiempo a raíz de un lamenta-
ble error de la policía política de Prado, la cual —confundiendo a Mario Razzeto conmigo, y a mí
con Mario Razzeto, ambos entonces con orden de captura— nos apresó a la altura del río Chillón
(río de nombre muy apropiado) y nos devolvió amablemente a Lima, a uno de los sótanos de
Radiopatrulla de la Guardia Civil, en La Victoria (barrio de nombre igualmente apropiado). Para
recuperar nuestra libertad, y siguiendo los ordenamientos parasicológicos descubiertos por Dadá
ha mucho tiempo, Mario Razzeto y yo no tuvimos más remedio que falsear y/o intercambiar nues-
tras identidades. O sea que Mario Razzeto se hizo pasar por Mario Razzeto, yo me hice pasar por
César Calvo, y así —dejando atrás a un comisario confuso para siempre— pudimos cosechar,
como se dice, algunos ralos aplausos trujillanos al día siguiente de la entrega de premios.
Pero sospecho, con terror, que no estoy aquí para hablar de esas cosas sino de otras peores, si
cabe. Intentaré intentarlo. Al parecer, se trata de exponer cómo escribo. Y por qué. Y para qué.
Diré de antemano que me lo he planteado varias veces y que nunca he conseguido sonsacarme
una misma respuesta. En un primer momento (y eso que no existen los primeros momentos),
llegué incluso a declarar que yo no era poeta, que yo escribía únicamente para demostrar que la
85
/T e s t i m o n i o
Calvo
poesía no era privilegio de los poetas. Cuando lo hube demostrado (por lo menos a mí), dejé de
creer en ese anzuelo para cocineras trágicas, no sin antes haber fatigado unas cuartillas que
todavía andan por ahí engrosando ciertas antologías de poesía revolucionaria. Era la hora de las
César
D
Después, poco después, me ocupó totalmente la certeza de que sólo podía escribir sobre un
cuerpo sediento, encimado al relámpago perpetuo de que habla Manuel Scorza, amarrado al
jadeo como a la única hoguera que podría salvarnos o —para repetirse— escribir como quien
galopa por una playa infinita, desnudo y bañado en sangre, dando gritos de goce y de victoria...
Así abracé (con c y con s, de brasa y abrazo), así abracé los versos de Ausencias y retardos,
editados en 1963.
espués hice canciones. Aquí, por ejemplo, pierdo nombres, armarios cálidos, pierdo cosas que
me ocurrieron con tan breves, con tan eternos hermanos. Estoy pensando en Samuel Agama, en
Arturo Corcuera, en César Franco, en Reynaldo Naranjo, en 1958, 59, 60 y más. Mucho más. Y
al mismo tiempo quisiera no recordar nada, porque uno disfraza, uno se disfraza al volver hacia
atrás los ojos, se pone los gestos en la nuca, el cabello en la cara, no se ve nada. O ve lo que
quisiera haber visto, lo que quisiera haber vivido. Bueno... Dije que hice canciones. Y debía decir
que hice otras canciones. Canciones a mi padre, a mi primera casa, a los amores eternos cada
vez más fugaces, a las plazas de pequeñas ciudades, a los invencibles hermanos de Cuba, a los
puentes insomnes, a los compañeros que combatían desde el MIR y desde el Ejército de Libera-
ción Nacional. Algunos de esos cantos fueron grabados con Carlos Hayre y Reynaldo Naranjo
en un disco que ya no recuerdo. Otros los recogió Chabuca Granda y Luis Gonzáles. Otros se
perdieron así nomás. Y otros adquirieron vanidad de poema, se divorciaron de sus lentas músi-
cas y fueron a parar a un nuevo intento de libro, El cetro de los jóvenes, publicado en la
Colección Premio de la Casa de las Américas, en 1966. Era la hora del infructuoso, del temeroso
apoyo urbano que ofrecimos al movimiento guerrillero; la hora de las reuniones de etiqueta de
donde salíamos a hurtadillas para poner bombas en la noche inofensiva, vanos estruendos en
ciertos rincones de la impasible Lima.
En resumen, ni antifaz ni peligro verdaderos. Sólo la desperdiciada posibilidad de un suicidio gene-
roso —siempre al servicio pero nunca a tiempo— que yo busqué negándola, cambiándome de
nombres en hoteles de engañosa memoria, hasta que un día desperté sin distinguir en realidad mi
rostro, perdido entre máscaras como un naipe en un mazo de barajas ajenas y gastadas. Juan
Pablo Chang, con otras palabras, me diría después, en París, generosamente, que fue la soga del
ahorcado la que no pudo sostener nuestro cuerpo, y que por ello aquel dudoso arrojo terminó con
un palmo de narices en tierra, al pie del árbol. Palabras. Palabras puesto que él, como Javier, tuvo
el coraje de hallar un árbol fuerte, una rama saciada en cuya sed morir, en un momento desespe-
rado que nos metía los ojos hacia un callejón sin salida, y acaso era preciso colmar el abismo con
nuestros cadáveres, a falta de otros puentes. Y en el fondo de todo, aquella soledad que inventa
sentimientos y que inventa poemas, y en cuya compañía suelo aún descubrirme el corazón en el
lugar del pómulo —así dice algo escrito—, el corazón en el lugar del pómulo, los gestos del adiós
anticipándose a la mano, y a un gran vacío en medio no sé si del amor o de los brazos.
Si es que no me distrae la memoria. Y es entonces que escribo. Nunca del mismo modo ni por los
mismos rumbos, ni con el mismo paso ni a la sombra de una misma lámpara.
Todo lo que he dicho antes, todo lo que he sido antes, se ha juntado, tal pareciera, en una única
boca. En una palabra. En una letra sola, emparentada desde hace siglos con las grandes estre-
llas aún no descubiertas. Siento que cada libro, cada poema, cada verso, obedece a sus propias,
intransferibles leyes. Tiene su tiempo de luz, como las vendimias, y su sed de llorar, como los
hombres. De allí que definirme resulta tan fácil e imposible al mismo tiempo. Pienso en Nicanor
Parra y en las incansables respuestas que nos dimos una tarde, allá en lo alto de su casita en los
andes chilenos, cuando nuestros hermanos del Sur vivían mediodías nocturnos y no la pesadilla
de traiciones y sangre que resisten ahora, y cuando Enrique Lihn exclamó de pronto en el centro
de un gran vaso de vino: ¿Para qué coño se escribe, a fin de cuentas, un poema? Y aquí voy:
86
Se escribe un poema para sentirse el centro del
mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a
los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos el centro
del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una
muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos
odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos
acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
o al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer
otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más
querida
pueda decir a todos que tiene un sobrino que
escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en
la playa,
para emborracharse en Surquillo
sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo,
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura,
para que a uno lo consientan todo,
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no
nos cobren,
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente
poseída,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos
de escritores
87
/T e s t i m o n i o
Calvo
César
88
aquellos que ya he sido me lleva de la mano, me
Pero estaba hablando, creo, de París. Y de un conduce como un ciego que conduce a otro cie-
amigo. Algo de un árbol y una soga, algo de un go, y las aguas despiertan bajo mi pie, y sólo pue-
palmo de narices en tierra. Precisamente en Pa- do presentir en sombra esas luces que otros han
rís terminé un libro que inicié en La Habana, allá de beber y han de mirar cantando. Y aquí tal vez
por 1968. En realidad lo concluí — en 1970—, ya radique la más alta generosidad de este insonda-
en Lima. Se llama Pedestal para nadie, y no le ble egocentrismo que los entendidos han dado en
gusta nada a Fito Loayza. A Leoncio Bueno, en llamar poesía. Y me viene Vallejo: ¡qué ganas de
cambio, lo apasiona. Mi vanidad se inclina hacia quedarse plantado en este verso!, porque no tengo
Leoncio, como podría esperarse. Bueno, este libro la menor idea de qué es lo que ustedes quisieran
está dedicado a un gran compañero en la amistad escuchar de mí, y por si fuera poco, yo no sé hablar
y en la poesía: Carlos Delgado. Carlos me ayudó a en prosa... Para salir del pozo y no del paso, ten-
corregir varias cosas y podría decir dré que apelar una vez más a la memoria.
demagógicamente, que algunos de sus aportes hi- Nací el 26 de julio (o el 24) de 1940. Cursé la pri-
cieron merecedor, a este libro, del Premio Nacional maria en la Escuela Primaria número 414 de Lima,
en el 71 o en el 70, por ahí. Y aquí he escrito unas y la secundaria en el Colegio Nacional Hipólito
líneas sobre ello, porque sino se me pierden. Unanue. Crecí en un vecindario del jirón Carabaya,
Pedestal para nadie es, en verdad, mi primer li- entre gente inolvidable: Pluma, Manteca, Currurra,
bro, por cuanto en él atisbo puertas que antaño Cara´e sopa. Entre formidables muchachos, Juan
descifré a oscuras; logro mirar entre la cerradura Munar, Miguel Inza, la “conga” Ana y entre hijos
y veo, allá delante, detrás de las maderas, colinas de zapateros remendones, gente hermosa,
que resplandecen en los cuartos, veranos habita- canillitas de mi edad y de mi pobreza, y otros ami-
dos de fuerzas y países, parejas innumerables gos que me observan desde aquel entonces, pa-
colmadas como sueños de anticuario, toda esa rados en su orgulloso asombro. Algunos admiran
forma de soñar y vivir poesía que perseguí tantos el que me haya dedicado a escribir cosas, así di-
años sin saberlo. Allí, como en la vida, nunca hay cen, aunque secretamente habrán de reprochar-
un solo tema que se inicia, desarrolla y concluye, me que no haya seguido robando carros a su lado;
sino constelaciones, constelaciones impredecibles, otros me reprocharán que no trabaje en un Ban-
que se rozan a veces para nada y a veces para co; otros, que haya perdido tiempo con la política
siempre. Nunca una sola vida o su reflejo breve, y otros, que no me hayan durado más de tres
sino infinitas brevedades, eternidades efímeras meses las esposas... Entre ellos he crecido, pues,
que se entrelazan aniquilándose, que se entrela- si es que he crecido...Vivo ahora en todas partes
zan alimentándose. El asunto son varios y es nin- y en ninguna. Duermo donde me sorprende la
guno. No hay asunto: hay ritmo. No hay ritmo: hay noche o el deseo, pero conservo todavía aquel
el fantasma de un oleaje, sus cabellos en la playa, cuarto salobre, en el tercer piso de la cuarta cua-
invisibles y amargos, de mármol, hechos de már- dra del jirón Carabaya (lo paga mi hermano Gui-
N
mol y de memoria. Y el poema no es el reflejo de llermo, y por él he sabido que el alquiler sigue sien-
la vida. El poema es la vida. do casi el mismo: ochetaitantos soles al mes). No
puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo,
aturalmente, las posibilidades y el sentido de esto
ni en la misma ciudad, ni con el mismo cuerpo.
me nacieron después de haberlo escrito, conver-
Será porque he viajado desde temprano o, según
sando un día con José Miguel Oviedo, quien me
célebre frase del extraordinario creador que es
impulsó a insistir y a insistir. Porque ahora creo,
Emilio Adolfo Westphalen: cómo será pues. El
además de no creer, creo que la poesía es como
hecho es que he podido recorrer muchas gentes
el bastón de un ciego, que con ella en la mano es
en mi vida, muchos países. Fui por primera vez a
posible seguir el camino pero no es posible verlo
Europa, representando al Ejército de Liberación
... Es como si todas las personas que uno ha sido
Nacional a un Congreso de Juventudes en
en su vida, como si todos los países, los destinos,
Bulgaria. Las ciudades que más me han conmo-
los desatinos y los resplandores que uno ha sido
vido son Praga, Río de Janeiro, Cusco y París.
en su vida, se turnaran la dirección del rumbo, y
Odio Lima. Volveré al Cusco pronto, cuando
de esa gigantesca migración de oscuridades na-
Avendaño esté libre y los gusanos se hallen lejos.
ciera la mañana como detrás de una cortina ines-
Soy el segundo de cuatro hermanos. Mi padre era
perada. Ahora que digo esto, siento que uno de
89
/T e s t i m o n i o
Calvo
pintor, y era también mi hermano. Los demás son: Graciela (que además es mi madre), y des-
pués viene Helwa y Nanya, y Guillermo. No me gustan las drogas ni el alcohol (quiero decir que
puedo prescindir de ellos). De cualquier casa, siento verdadera pasión por la cama, el escritorio
César
y la cocina (quiero decir que entre cocinar, escribir poemas y hacer el amor, yo encuentro más
parecidos que desemejanzas).
Amo a este país y creo que lo amaría igual si hubiese nacido en otro, así como amo tantos países
que sólo he conocido desde un avión en vuelo. Creo, sin embargo, como Guillermo Thorndike,
que el mundo es una mierda. No el mundo que estamos construyendo, naturalmente, sino la
podredumbre que heredamos, esa amarga fanfarria de transistores, automóviles y etcéteras;
esa máscara de feriante, ese biombo de prostíbulo que sólo puede encandilar a los ingenuos al
grado de ocultarles el mundo de injusticias y barbarie, el mundo de hipocresía y de terror, el
C
mundo de niños envejecidos y de bombas atómicas, el mundo de mierda que ya estamos devol-
viendo a su lugar de origen.
reo firmemente en la amistad y en el amor. Los desencantos me llegan, ni siquiera me llegan:
sigo creyendo igual. Creo en la amistad, en el amor, en la igualdad de los hombres, en el sicoanálisis
de Max Hernández, en nuestro padre Freud, en nuestro abuelo Marx, y en todo lo que no creen,
por ejemplo, los fascistas. Creo firmemente en el advenimiento de un mundo justo y digno, sin
explotadores, sin hambre, sin penumbras. Un mundo donde se enseñe, como dice Pablo Vitali,
donde se enseñe a nuestros hijos que es más importante tener un amigo y no un televisor, tener
una conciencia limpia y no un automóvil último modelo. Donde se enseñe que las cosas son
verdaderamente nuestras solamente cuando son compartidas, sólo cuando no han nacido de las
hambres ajenas, de las penurias ajenas, sino de las mutuas alegrías y los empeños generosos.
Y creo que ese mundo lo haremos ahora, y lo haremos con armas invencibles, escribiendo y
amando, y cantando. Y lo haremos aquí, en esta tierra dura, y no en algún sedoso paraíso
celestial (tan peligroso, a estas alturas de la ciencia, tan colmado de asteroides en vez de ánge-
les). Mis primeros versos, por ejemplo, no eran míos. Por eso creo firmemente en la poesía. Mis
primeros versos los escribí a los doce años y eran plagios de José María Eguren. Poco después
de descubrir a Eguren y a Vallejo (cuyos libros me fueron obsequiados por mi madre, quien tuvo
que ayunar para comprarlos), poco después, digo, tuve que echar por la borda una magnífica
carrera de plagiario, por culpa de mi abuelo. Fue la tarde en que descubrí su cabeza, blanca,
sobre la almohada consagrada a sus siestas de verano. Me dio una pena horrenda verlo así,
canoso, abandonado al sueño, indefenso, supongo que ante el tiempo, y me fui a esconder en la
azotea conteniendo las lágrimas. Allí, avergonzado y solo, contemplando un paisaje de techos
ruinosos, escribí a mi abuelo una larga carta pidiéndole que no envejezca, ¡y vaya a saberse por
qué tuve que redactar aquella carta en verso!
Creo que así comenzó todo.
Desde aquella tarde, vengo haciendo todo lo imposible para no ser poeta. Y francamente, no sé
qué más decir. Les ruego me disculpen.
90
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
César Calvo
- Las veces que lo vi no se llamaba todavía Ino Moxo. Otro nombre tenía. En lengua de
amawakas Ino Moxo es Pantera Negra. Yo lo frecuenté antes que se convirtiera en la
pantera negra de los amawaka. Me acuerdo: tenía la piel como de día, el cabello
marrón, los ojos de mestizo. Nunca le pregunté ni él me lo dijo pero yo sabía que su
padre había venido desde Arequipa en busca de fortuna y que los amawaka lo rapta-
ron por una orden del gran jefe Ximu. Ximu era entonces el shirimpiáre, el jefe-brujo de
los amawaka que habitan el Mishawa. No supe nunca por qué lo raptaron precisamen-
te a él, por qué se lo llevaron monte adentro, Urubamba arriba, por las selvas del
Mapuya, por qué lo prepararon desde niño para que fuera sucesor de Ximu. Ya que
durante años el gran maestro Ximu lo educó para jefe. Por qué lo eligieron, lo raptaron
y le enseñaron todo a él, eso es lo que no sé…
- Don Hildebrando mismo, tú le has visto en Pucallpa -dice Iván- sabe un icaro que
carga con juventud sexual a una bebida. Yo se la pedí una vez para un pariente que
tiene casi setenta años, yo he visto cómo le mira ahora su mujer, y su mujer tiene
apenitas veinte años…
También Don Hildebrando me habló de los poderes de Ino Moxo, de la celeridad con
que el niño secuestrado acrecentó las enseñanzas de Ximu, de cómo se fue haciendo
inalcanzable no sólo en las temibles bondades de la magia sino en las más temibles
del amor y en las menos mañosas de la guerra.
- Sabiduría, fuerza y cariño -dijo-. Conocimiento del poder y poder del conocimiento. El
agua es un secreto. Los ríos pueden existir sin agua pero no sin orillas. Y esas son las
orillas de Ino Moxo: sabiduría, fuerza y cariño. Sin ellas no podría transcurrir la vida de
un brujo digno de los amawaka.
Sin que Don Hildebrando lo supiera yo grabé todo lo que conversamos en esas cuatro
noches. Más por mi inseguridad que por su timidez supuse que no aceptaría guardar
su voz en una cinta afónica. Con disimulo encendía mi grabadora asegurándole que
se trataba de un aparato de radio y orientándola hacia la banqueta donde él solía
sentarse. Extinguida la charla regresábamos al Hotel Tariri. Ya en la habitación, acom-
pañado únicamente por César, retrocedía la cinta, escuchábamos. Todo se oía, los
ruidos de la noche, los plañidos del piso de tablas sin pulir, mi voz, las preguntas de mi
primo, hasta el chasquido de Yando al encender un cigarrillo. Todo se oía, todo. Pero
ni una palabra de Don Hildebrando. Ni una sola palabra suya, en ningún momento, en
ninguna parte de la cinta grabada. La primera noche lo atribuimos a algún defecto del
micrófono incorporado, tal vez mal dirigido, acaso demasiado distante. La segunda
quisimos creer en cierta insuficiencia del volumen de grabación. La tercera noche no
encontramos excusas y la cuarta preferimos no interrogarnos más.
Ahora, sumergido en la selva, asediado por los temores de Félix Insapillo acerca del
chullachaki, terqueaba en no aceptar lo inexplicable como una verdad más. Trataba
5
de fijar en mi memoria lo que Don Hildebrando me había dado de vivir en esas cuatro
noches.
91
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
Calvo
ramas el camino regresaba paralelo a la orilla atisbando las aguas verdinegras del Mapuya por
entre las rendijas que aceptaba el boscaje. Cuando hubimos andado, ¿una, dos horas?, obede-
ciendo el culebreo de la trocha, razoné que mejor hubiera sido avanzar ese tramo en nuestra
fatigada y eficiente piragua de motor, exonerando así de más trajines a nuestros pobres cuerpos.
César
Pronto tuve que agradecer la decisión del niño. El rumor del río se iba volviendo estruendo
conforme caminábamos y sus riberas se confabulaban más y más alzándose en paredes de
greda oscura y húmeda y brillante. Llegué a sentir nostalgia de aquel temor que tuve descubrien-
do el tronar del Urubamba. Pues el Río Sagrado, cuyo fondo de fangos amordaza al empecina-
miento de las aguas, imponía una música de orillas más extensas pero francas y lánguidas. El
canto del Mapuya, en cambio, simulando angostarse, en verdad se afilaba sobre un lecho de
fósiles, de piedras de escándalo y de remolinos, inmemoriables cascajos rencorosos. Los no
hace mucho tímidos barrancos se volvían insolentes farallones y la corriente se tornaba vértigo
revestido de troncos, de cocodrilos que se fingen troncos, inertes y varados en los recodos
arcillosos o tumbados al sol sobre la arena de las playas blancas. Nuestra embarcación no
hubiera conseguido vencer aquellos pasos, tantas malintenciones del Mapuya.
- ¿Oyes cómo crece y crece el río? Si hubiéramos seguido canoando, fijo que aquí se nos hundía
la piragua. ¿Oyes?…
U
n aroma de pomarrosas nos golpeó: hurtamos algunos de sus frutos al azar, sin detenernos. Un
trecho más allá tuvimos que caminar al tanteo, peor que ciegos, en esa noche breve que los
bosques provocan al tupirse de golpe, sin piedad, confundiendo a los monos nocturnos bajo el
espeso techo de lianas y de copas frondosas, entreverando ruidos húmedos, perfumes estanca-
dos, aleteos y frutos invisibles, haciendo del camino un inquietante, indescriptible túnel que cru-
zamos a gachas entre temerosos y maravillados.
La voz de Iván me orienta en lo oscuro:
- Los estrechos del Mapuya son cuidados por serpientes gigantes, enormes boas de cuarenta,
de cincuenta metros, que llaman yakumama. En quechua yakumama significa La Madre de Las
Aguas. ¿Oyes? No hay razón para que un río flaco produzca tanto ruido, ese ruido de terribles
correntadas. La yakumama las provoca, eso dicen…
La voz de Insapillo, que yo no suponía tan cercana, lo interrumpió en la sombra:
- En los lagos he visto yakumamas pero nunca en los ríos y menos a estas altura del Mapuya. En
los lagos, sin avisar, la yakumama pare remolinos, muyunas, tormentas que vuelcan barcos
grandes como casas. Yo la he visto tragarse pescadores como si fueran frutos.
- ¿No te estarás equivocando?, lo provocó la voz de Iván bordeando una burla, tal vez no fue una
yakumama lo que viste sino un kotomachácuy, esa serpiente que tiene dos cabezas. Porque
únicamente en los lagos, bien al fondo de los grandes lagos vive el kotomachácuy. ¿O caso no lo
sabes?…
———————
- Una tarde, entonces, ante un arroyo que también era ceniza, Kaametza fue a mirarse, o a
beber, o a lavarse. Se agachó hasta las aguas quietas del río que pasaba entre esas tres orillas,
y de lo alto del bosque surgió una pantera de espanto, un otorongo negro, bramando. Ella se
quedó inmóvil al comienzo, sin siquiera asustarse. ¿Acaso conocía? ¿Acaso tenía conocimiento
de lo que era el susto, de lo que era un otorongo enfurecido? Todo era tarde y víspera en el alma
de Kaametza, una gran tarde oscura e inocente sobre su entendimiento. Garras, no distinguía,
no imaginaba. No había palabras en su mente, ni nombre de ninguna cosa. Pero gracias a ese
conocer desconocido, sin conciencia, que hasta hoy poseemos, Kaametza comprendió lo que
debía y eludió al otorongo. Y el otorongo volvió a saltar sobre ella, con las uñas afuera, prepara-
das, como astillas de piedra calcinada. Y Kaametza volvió a esquivarlo. Una y otra vez el otorongo
negro quiso atraparla: sólo clavó sus garras en despecho. Y Kaametza descubrió dentro de sí un
temor gigante, comprendió lo cerquita de la muerte. Y sin pensarlo ni proponerse nada, arrancó
un hueso de su cuerpo. De aquí delante, junto a su cintura, mira, así se extrajo una costilla, igual
que obedeciendo, sin dolerse, y no le salió sangre, no le quedó señal alguna en la piel, ninguna
herida abierta. Y empuñando su hueso, así, como puñal bien afilado, le sajó la garganta al otorongo.
Aquí, bien me acuerdo, mi compadre Inganíteri que estaba contándome esta historia, cerró los
ojos y se quedó silencio, inmóvil, escuchando no sé, algo venía de lo hondo del monte, desde los
riachuelos que sonaban próximos juntándose a las aguas del Unine. Sentados a la entrada de su
choza estábamos, a un lado de la kaápa, ese tambo pequeño que me había destinado, sobre la
92
escalerita de tres palos gruesos, mirando el bosque que se movía enfrente, allá tras un yucal que
avisaba el comienzo de su chacra, me acuerdo. El sol primerito de la tarde caía de filo contra el
patio redondo, apisonado, limpio de todo vegetal. Pero no era por la luz del patio, no fue por eso
que Inganíteri cerró los ojos, era porque me habló de la pantera negra, de ese gran otorongo. La
cara del curaca campa se ancianó, pura tensión, aumentada de arrugas a ambos lados de los
pómulos anchos. Al ratito tembló: parecía que su alma regresaba de lejos, de muy lejos, y el
cuello le creció llenándose de venas por estallar…
- Y dijo que Kaametza cayó de rodillas luego de matar al otorongo, agradeciendo se postró en la
arena de ceniza, al borde de ese río, en la tercera orilla, y contempló el cuchillo que la había
salvado, con las manos lo levantó hacia su boca, lo acercó despacito, despacito, diciéndole qué
cosas, casi como besándolo tal vez.
- Disculpe, Don Javier -atreví, metiendo mi voz por entre su ensimismamiento- disculpe usted
pero hay algo que quisiera aclarar: cuando el jefe Inganíteri cerró los ojos…
- El ojo -me detuvo, ya como era su hábito, Don Javier-. Porque Inganíteri, no sé si te lo dije,
tenía un solo ojo. El otro lo perdió por una esposa que le robó el maestro Ino Moxo. Se quedó
tuerto de un flechazo en plena contienda por recuperarla…
Y adelgazó los ojos en la bruma del bar contra la humada de tabaco fuerte y el perfume ácido de
los manguales, de las pomarrosas, de las palmeras de yarina que rebosaban, en la oscuridad,
las riberas del Ucayali, al frente. Ya la risa de la muchacha había desertado de la mesa del fondo.
Don Javier desperdició una condescendiente atención sobre los tres borrachos defraudados.
- Seguro lo hizo para no hablar, murmuró. Seguro mi compradre Inganíteri cerró su ojo para no
contarme más…Así, sin ver, estaba como no hablándome. Será que algo difícil, peligroso, prohi-
bido de contarse, ha de haber siempre, acaso, en las historias viejas… Sin decir nada, pues,
hablando como ciego, Inganíteri me dijo que Kaametza acarició su hueso, lo levantó tal vez para
besarlo, tal vez para decirle cosas suaves, y el cuchillo sacado de su cuerpo no guardaba ni
sangre de Kaametza ni sangre del otorongo que la había arañado, y Kaametza le dio las gracias
con su aliento, con el cariño de su boca, jadeando, y el hueso se encendió, tembló como aquellos
relámpagos que no suenan, que sólo saben alumbrar, ¿has visto?, cuando llueve y no es época
de lluvias se ven rayos así, y ella lo soltó como si le chamuscara las manos, y me dijo Inganíteri
que el hueso se puso a dar vueltas rehuyéndose y creciendo, igual que un ahogado buscando
aire, ocupando una forma que ya estaba en el aire, que lo esperaba desde siempre como un
destino en el aire, y que fue pareciéndose más y más a Kaametza, apagándose a pocos y
volviendo a brillar convirtiéndose en la sombra de un árbol de incendio, en una pomarrosa de
sombra, en una piedra de árbol animado, en alguna huella vieja sobre una roca grande, imitando
los ojos y los brazos y el pelo de Kaametza como si el cuerpo de Kaametza hubiera tenido
siempre un molde allí en el aire esperándolo y después retrocediendo y avanzando de nuevo y
brillandoasfixiándosebuscando, buscando diferencias en el aire, diferenciándose de lo idéntico
de Kaametza y al final aquietándose y victorioextenuándose sobre la playa de ceniza, en lo
oscuro, igualito y distinto de Kaametza.
D
on Javier bebe de un vuelco los restos de cañazo que porfían en su vaso y permanece otro
momento mirando nada, creciendo en mi ansiedad.
- Así fue que apareció el varón, así aparecimos. Y el primer shirimpiáre que ya por entonces vivía
sin vivir, sin cuerpo, apenas, el shirimpiáre número uno que estaba de testigo observándolo todo
desde el aire, se alegró mucho y decidió que el hombre viva, decidió que era bueno que el
hombre acompañara a la mujer y que juntos se procuraran descendencia, y le obsequió asimis-
mo dándole un nombre. Para que pudiese seguir existiendo le puso nombre, pronunciándolo
fuertemente desde el aire.
- ¡Narowé!, lo llamó.
el primer varón, al oír el nombre que el Dios Pachakamáite había aprobado, continuó durmien-
do. Continuó durmiendo pero la sangre comenzó a caminar por todo su cuerpo y el aire entró en
su sangre preñándole de luces de generosidad el corazón y esparciendo fuerza y valentía por
sus músculos y dotándolo de alma y de palabra para que pudiera abrir las puertas de los mundos
inclusive de aquellos que no se ven con los ojos del cuerpo material y para que pudiera agrade-
cer a los dioses y a los hombres y supiera guerrear y trabajar y hacer hijos y embellecer la tierra.
93
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
Calvo
- ¡Narowé!, lo llamó, que en idioma de campas, de ashanínkas, quiere decir yo soy o yo soy el
que soy, por igual.
César
1
y nos fue concedido conocer
a la Pantera Negra
N
o por amplia sino por distinta la choza de Ino Moxo se nos figura el centro del poblado, el funda-
mento de esta dispersión de columnatas de humo y de cabañas con viseras de paja amarillenta,
sin embargo se yergue sobre un tímido extremo del caserío, más bien ya fuera de él, como quien
va camino del río Mishawa. Y al Mishawa volvimos antes de lo imaginado, luego de saludar al
viejo jefe de los amawaka, manos que titubean en su mano, ojos que no se atreven a los suyos,
y luego de aceptarle un mate de chicha hecha con yucas masticadas y saliva de hembraje, el
fraternal y forzoso masato que ciertos nativos aderezan con harina de huesos de sus antepasa-
dos.
Ignoro en qué momento se incorporó de la esterilla, nos invitó a conversar en la ribera del
Mishawa, crujió el entarimado de ponas de su cabaña inclinada. Las demás casuchas, por aquí,
de donde asoman con temor, por allá, negándose, tristes pechos al aire, mujeres, taparrabos,
tras una compasión de árboles mansos: chimicúas, shapajas, más atrás capironas, y más atrás
la frente de un sapote, una espintana, tres wakapuranas, un ojé que discrepa del verdor entre las
nubes tardas. Ignoro en qué momento descendimos los tres peldaños rudos de su casa, aparta-
mos las lianas de la pashakilla que enmarcaba la entrada, descubrimos la trocha zigzagueando
hacia el río, caminamos en fila detrás del brujo sin concebir aquella claridad bajo su piel tostada
por la selva, desconcertados por su estricta pronunciación castellana, ese pantalón de drill im-
perturbable bajo la cushma indígena, y por su caminar brioso y encantado, de tigrillo, imposible
si consideramos los noventaytantos años de la Pantera Negra que ahora se atenúa entreviendo
la paz del sol, sentada sobre el anca de un tronco devastado por musgos, disolviendo sus ojos
canela tras las colinas golosas de caobos, platanales y garzas y piraguas hincando los flancos
del río. Cierto ruido, a mi derecha, volteo: un cocodrilo negro se ha delatado entre árboles en el
agua fangosa, se aproxima flotando, malfingiendo. Ino Moxo se inclina, lo empuja con la mano, el
enorme lagarto se desvía hacia el véspero, desaparece bajo los ramajes pelados del renaco que
sólo entonces advierto en el centro del Mishawa como un pequeño bosque muerto tasajeando la
correntada con raíces que se asfixian en el aire. El brujo de los brujos contempla al renaco
anclado en nadie, inhábil ante el torrente, sin flores y sin ramas que frutezcan, abrazado tan sólo
por sus propias raíces, vuelve a verme, apenado, le respondo:
- ¿Podría contarnos cómo, no siendo usted amawaka, ha llegado a jefe de los amawaka?
- ………………………..
- Su piel no es piel de indio puro, habla usted mejor que un blanco…
- Soy amawaka, me interrumpió. Purísimo amawaka. Hijo de chori más que de virakocha, hijo de
andino más que de blanco, es cierto, pero también descendiente de urus por parte de mi señora
madre…
- Don Hildebrando dijo que usted…
- Soy legítimo yora, se mortificó. Yora, que ustedes conocen solamente como amawaka. Ino
Moxo, eso soy. Y por el lento cuello de su cushma, ese poncho pintado que atemoriza al sol y a
los impredecibles aguaceros amazónicos, extrajo del bolsillo de su camisa blanca un cigarro
ajado, un shirikaipi, lo que pasa es que antes no fui lo que ahora soy, dice, todo de fuertes hojas
de tabaco silvestre, antes tuve otro nombre y otra vida, y enciende el cigarrillo y la brasa maltrecha
sonroja su perfil, antes no fui Ino Moxo y mañana seguramente no lo seré, extravía sus facciones
en el humo lloroso y oloroso, es una historia larga, larga, una historia que pocos conocen en toda
su verdad. Yo avizoré otros reinos, Ino Moxo fumaba, como si recordara para adentro, allá en el
borde de oro del Mishawa en la noche.
94
ÁLBUM DE CÉSAR CALVO
Aquí empieza una travesía por la
vida de César Calvo, cuatro décadas ín-
tegramente fotografiadas por Carlos
Domínguez, frecuente compañero del poeta en
viajes y aventuras. De su extraordinario archivo
han salido las imágenes que llenan las páginas
siguientes y que describen a César Calvo en su
alegría y su tristeza, en su teatralidad y su me-
lancolía, en su bella juventud y en la vís-
pera de un final que ahora parece in-
necesario y pese a todo, o a
causa de todo, vivo.
95
A la izquierda, en
Sacsayhuamán, 1959.
Arriba y abajo, en
Sofía, Bulgaria, 30 años
después.
96
En casa de Alejandro Romualdo.
En Barranco,
entrevistado por
“Quéhacer”.
97
En Barcelona, con el poeta catalán Con el novelista Juan Marsé,
José Agustín Goytisolo. también en Barcelona.
98
En la cevichería de Javier Wong, primo de César Calvo, de izquierda a derecha: Eugenio Vallebuona, César
Con su amigo Max Silva Tuesta. Miró, Miki González, Alfonso Barrantes, César Calvo, Coco León, Lorenzo Villanueva y Juan Pedro Carcelén.
Ya enfermo, César Calvo llega con Guillermo Thorndike al Colegio Manuel Scorza, en Villa María del Triunfo, para un homenaje de los alumnos a Scorza en 1998
99
César Calvo se apoya
en Guillermo Thorndike
para firmar autógrafos
en Villa María del
Triunfo.
100
Con una amiga en Agua Dulce. En Brasil, con el poeta y compositor Vinicius de Moraes.
101
Graciela Soriano, madre del poeta, con sus
hijos César y Guillermo, en la casa del
Jirón Callao.
102
En París, con Julio
Ramón Ribeyro.
En Perugia, Italia,
una cerveza frente al
Partido Comunista
En Florencia, Italia.
Cariño característi-
co: César Calvo alza
en vilo a Pablo
Milanés al
reencontrarse en
Lima.
103
Conversadores
incansables: Calvo y
Ribeyro.
Foto de la izquierda
inferior,
En París, de izquierda
a derecha: el escritor
uruguayo Rodolfo
Gershman, el pintor
Alberto Quintanilla,
César Calvo y el poeta
Carlos Málaga.
En casa de Pedro
Morote, Calvo y dos
viejos y cariñosos
amigos, los poetas
Rodolfo Hinostroza
y Antonio Cisneros.
En la finca de
Torrent-bo, en
Aryens du
Mount, la casa
reconstruida
por José
Agustín
Goytisolo, los
viejos amigos y
Asunción
Carandell,
esposa del gran
poeta catalán.
105
elegia de sombra ante un cuerpo encendido
C é s a R c a l v o
CO
NS EL Que mi carne no es bella porque es
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Q E RT
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A
AM
U sino porque será,
PO RL A,
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O R ILL porque también los cuervos se comerán mis ojos
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, AC y de sus sucias alas
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ÍA NA cisnes de vidrio se alzarán, hermosos
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S vientos para ellos esta asfixia que ardo,
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TO esta vida que quiebro, estas olas oscuras
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G TE donde sólo tu frente resplandece:
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D EA oh astro malherido bajo quien nuestros cuerpos
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AC línean rengos senderos en la nieve, oh tu frente
TIL
MU
lloviéndonos, diciéndonos
“por aquí se va al mar, este es el rumbo,
por aquí se va a amar, roja es la hierba
como el amor, y tal como el amor
el mar es verde”.
106
He de llorar semanas, bosques, años.
Porque ya sobre ti no girarán las tardes
y el trineo del verano,
el trineo del verano halado por llameantes pájaros:
he de llorar semanas, ríos, años.
Y en vano el mar ha de buscar tus ojos,
y el amor, y el invierno, en vano, en vano
han de buscar tus ojos, ya flores de ceniza
entre las flores,
y tus pies, y la sangre
de tus pies cual dos largos caminos, cual un río
azul entre los ríos del otoño, y tu cuerpo,
caído como un árbol tu cuerpo entre los árboles,
y tus pies y tus manos y tus ojos
y tu sangre lavándonos, llamándonos,
llamándonos tu sangre entre las flores;
los caminos, los ríos y los árboles.
107
elegia de sombra ante un cuerpo encendido
C é s a R c a l v o
Está escrito
que sobre nuestros tristes destinos
se alzarán los hermosos, aurorados crepúsculos,
y habrá cielos más claros,
soledades más juntas
y juglares más bellos que nosotros.
(1963)
108
109
Una Generacion Golpeada por la Muerte
P é r e z
D
on Jorge Heraud Gricet es un claro ejemplo de amor doliente: el 15 de Mayo de 1963, perdió a
uno de sus hijos, el poeta Javier Heraud. Desde entonces, permanece fiel a la memoria incan-
descente del eterno Poeta Joven del Perú. Rodeado, ahora, de Victoria, su leal compañera de
toda la vida y de sus hijos y nietos y bisnietos, y sobreponiéndose al peso de sus 90 años, aún
con voz firme pero con resonancias melancólicas, desea compartir algunas cálidas remembranzas
en torno a Javier y César.
Para un padre no hay olvido. Hace 39 años, Javier cayó abatido en medio de sus
más altos sueños. A ese escándalo y despropósito, Don Jorge debe sumar, ahora, la muerte
de César Calvo, entrañable amigo de Javier. He aquí sus límpidas palabras...
César era un mozo alegre. Era una fiesta permanente. Su contagiante alegría lo distin-
guía de los demás amigos de mi hijo Javier. Fue él quien un día lo trajo a nuestra casa de San
Martín, aquí en Miraflores. Y César de inmediato se supo ganar el afecto de todos nosotros. Con
qué ternura nos trataba. Siempre se esmeraba en halagarnos.
Fácilmente podía adivinar que admiraba mucho a Javier, quien era más reposado, más
formal. César era un vendaval. Como los dos eran poetas, se entendían a las mil maravillas.
Nació entre ellos una hermosa complicidad. A veces, ya muy tarde, por las noches, los oía
discutir acaloradamente, con pasión sobre la poesía. Ninguno quería ceder en sus posiciones.
Después se refrescaban con una cerveza.
Mientras Javier era un muchacho muy estudioso, muy dedicado a la lectura desde niño,
tanto que desde su examen de ingreso a La Católica llamó la atención favorablemente de algu-
nos profesores como Porras, Cisneros, Puccinelli y Washington Delgado, César tenía la pinta de
un bohemio. Y esto en cierta forma a mí me preocupaba porque Javier ya era Ayudante de
Cátedra, antes de los 20 años, y yo pensaba que los amigos, entre ellos César, podían distraerlo
demasiado. Y que conste que yo también, en mis años de estudiante de Derecho, más de una
vez me dejé llevar por la vida bohemia. Incluso, en cierta ocasión, acompañé a Martín Adán en
una de sus travesías por el centro de Lima, junto a José Alvarado Sánchez, un poeta, un hombre
muy culto y muy fino.
110
La presencia de los amigos de mi hijo, en cierta forma nos aliviaba. Nos parecía que en
cualquier momento iba a bajar de su cuarto, corriendo por las escaleras para decirnos: “han
venido mis amigos, almorzarán con nosotros”. Y César era uno de los que se acercaban a
nuestra casa. Victoria, mi esposa, recuerda, por ejemplo, aquel día en que César por hacer
alardes de malabarista rompió un vaso de whisky. Créanme: más nos preocupaba el abatimiento
de César. Ah, qué muchacho para simpático.
De todos los amigos de Javier, el más impredecible era César. En esos años de profunda
tristeza para nosotros, él, de repente, se aparecía en casa, imprevistamente, trayendo el almuer-
zo, un chifa. Recuerdo también que una vez nos sorprendió: vino él y nos invitó a almorzar a un
restaurante. Mi esposa y yo sentíamos el afecto, el cariño que César nos prodigaba.
Cuando se cumplieron los veinte años de la muerte de mi hijo Javier, fui, como en otras
ocasiones, a Puerto Maldonado. En esta ocasión fui con una delegación de poetas entre los que
se encontraban César y el poeta cusqueño Lucho Nieto. Fue un viaje muy emotivo para mí. En la
Plaza de Armas, Lucho Nieto dio un discurso muy hermoso, que realmente me conmovió y que
se lo agradecí de inmediato. César también habló. Y lo vi conmovido, y ante una Plaza llena de
jóvenes, con esa voz especial que tenía recordó a mi hijo, con imágenes muy poéticas, y habló
de la juventud, de la esperanza y el futuro de nuestra patria.
Al César lo que es del César
En mi casa guardamos imágenes muy vivas, muy alegres de César. Nunca dejó de tener ese
aire de palomilla, de niño travieso y juguetón, al menos con nosotros, Pero había días en que lo
descubríamos con ciertos aires de tristeza, de preocupación, de melancolía. Creo que a él tam-
bién la soledad, a ratos, lo envolvía. Mi esposa Victoria aún recuerda cómo César, abatido, con
aires de orfandad, se comía las uñas hasta hacérselas sangrar. Mi esposa, conmovida por esta
situación le decía: “César, prométemelo: ya no te comas las uñas, yo misma te las cortaré”. Este
hecho podrá revelar el aire familiar que había en nuestro trato con César.
Acabo de cumplir 90 años y 4 meses. Y si no fui ni al velorio ni al entierro de César es porque
estaba postrado en cama, recuperándome de una dolencia cardíaca. Justo en esos días andaba
recuperándome de una delicada operación al corazón. Mi hija Cecilia sí fue. Ella estuvo por
todos nosotros, incluso, quiero pensar que allí estuvo mi hijo Javier, pues si los dos fueron ami-
gos entrañables en vida, pues, ahora, en la muerte se volvían a reencontrar.
Sí supimos de su larga enfermedad al oído. Mi esposa y yo, con amigos comunes, le enviába-
mos nuestro afecto, nuestro cariño. Qué generación tan admirable de Poetas. Qué Generación
tan golpeada por la muerte. Ah, los poetas, siempre nos dan alegría pero también nos dan
mucha tristeza.
111
Reynaldo Naranjo y César Calvo.
112
Con Versacion con Cesar Calvo
Reynaldo Naranjo
E
entonces era todo oscuro. A tientas se entretejían Mi infancia fue una mano
los sueños. Recuerdo muchos años de peregri- Donde cabía el mar,
nación desde la vieja terraza de mi casa hasta el
Donde los astros
Patio de Letras de San Marcos. Allí quedaron in-
cendiados mis primeros poemas gracias a la inol- Cabían como hoy caben
vidable y desastrosa belleza que me causó «El mis ojos en el llanto”
Túnel» de Sábato.
Nadie como Jorge Eduardo Eielson hubiese pre- Era entonces César Viacheslav Calvo.
sentido esa etapa de humedad interior que me
inundaba. Me sentía exactamente como un cier-
vo malherido” deambulando por las avenidas soli- Y luego fueron todas las estaciones y el silencio
tarias de un mundo ignorado por todos. Hasta que sonoro en edades futuras. Y luego hablar desde
fue la luz. Sí, la luz entre palmeras, la luz despier- su voz. Desde su propio amado corazón, desde
ta eternamente en el agua de la fuente, la luz de la su cuerpo comandando el navío de una genera-
amistad entre añosas arquerías, la luz de las cons- ción, hablar desde sus sueños sólo para que con-
piraciones para tomar el cielo por asalto” o sólo verse con Javier, con Arturo, con Germán, con
un poco de alegría entre gatos plomizos y aserri- Guillermo, Juan Gonzalo, Rodolfo, Chabuca, Ma-
nes. La luz para inventar las alegrías derrotadas nuel, Alejandro, El Carmen y tendido entre la nie-
por amores pálidos. Fito Loayza intentaba los bla y la hierba abrazar a Evelina , en todos los
retos. Fito, eximio nadador de la filosofía y a pe- rincones del planeta . Hablar desde Graciela y
sar suyo, amante de esa luz. La luz en las calles y Juana, más eternas que el fuego.
en las plazas, la luz en los inviernos, en la taza de Hablar desde su hoguera ardiéndole en los ojos,
café, la luz en la multitud solitaria, la luz en el si- hablar desde sus ojos. Hablar desde César en
lencio, en las canciones, la luz en la tristeza. Era nombre de César sólo para escucharlo entre no-
la hermosa, brillante, desafiante, invencible juven- sotros.
tud y en el centro de ella, un poeta : César Calvo.
También era su padre el Pintor de la Selva, su Decir : Me aferro a tu camisa y tú nos hablas,
corbata sin nudo, su barba, su boquilla sin humo, ríes a grandes carcajadas y vuelves a inventarle
su esquina, sus infames olvidos. Y más era Gra- otra fiesta a la poesía.
ciela, mucho más que ternuras. Eran Nania, Gui-
De no ser así, con nosotros y nosotros contigo.
llermo, Elwa compartiendo garúas desde una altí-
De no ser así, amado César , mejor no hemos
sima ventana. Era más que una casa, era una to-
nacido. Mejor tu no te vas. Eres y por lo tanto vuelve
rre defendida por la sabiduría desde donde par-
cuando quieras. El tiempo no reposa así como no
tían mensajes ( a la vida ).
habrá de reposar un solo verso tuyo.
Eran los recitales en el Salón de Grados. Graciela
Para tí este momento que hemos vivido ríos, ciu-
la primera en la primera fila. Desde la fuente ante-
dades, bosques, tempestades. Para tí los hono-
rior a todas aparecían los pasos definitivos, la
res de siempre, como siempre, para siempre.
mirada adiestrada únicamente para ver, el bastón
enjoyado de la mocedad, el bastón que jamás debe Gigante amado como un niño, César, que no des-
usarse en la vejez. Era el poeta que llegaba como canse en paz tu poesía.
todos los días de su vida, a ocupar su lugar.
Con voz pausada, clara, llena de entonaciones El ensayo de César Titulado LOS POE-
mesuradas, emocionada voz alzada para acertar TAS , AQUELLOS SOÑADORES DE LO REAL
en el sitio que más iba a sentirse, con voz enamo- fue escrito para un libro que me parece que publi-
rada nos decía: có Moisés Lemlij. Fue su aporte al psicoanálisis al
que él estuvo muy ligado. Se trata de reflexiones
brillantes, en torno, quizá, a su propia experien-
cia. Creo que es de inmenso valor para entender
mejor su honda preocupación y su obra.
113
Reynaldo Naranjo, Manuel Scorza y César Calvo.
114
Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e
H
ace casi treinta años, cuando hablé por primera
vez en la vieja Casa de Pilatos, aún se escuchaba
el aullido de los huracanes populares.
Se había producido el imborrable fogonazo de
París, con sus estudiantes dueños de Francia y
de nada, la gran insurrección del vacío, tan pode-
rosa que tumbó a un héroe nacional sólo para apa-
garse exhausta, sin el combustible de la historia
que son las ideas, buenas o malas, pero ideas, al
menos la propuesta de un objetivo, la idea inau-
gural capaz de generar una época verdaderamen-
te distinta, mejor que las antiguas.
Mayo en París nos dejó como herencia la lección
de su victoria y su fracaso.
G u i l l e r m o
115
Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e
publicaciones; también al cabo de quince meses dres tampoco. Y sin embargo sabíamos ser her-
de vigilancia domiciliaria y casi dos años de lista manos, no de palabra ni hermanones sino de ve-
negra; y, en fin, de lo que hasta entonces había nas abiertas, de alma y vida entera. Uno deja todo
sido mi existencia, sin nunca haber sido conside- y acude en busca del hermano si está triste o si
rado no diré que buen escritor o malo, no; sin ja- somos necesarios o si el hermano quiere festejar.
más haber sido considerado autor de nada, me Los hermanos comparten, enseñan, dan de sí. Una
G u i l l e r m o
permití felicitar al INC, con vengativa arrogancia, cierta identidad secreta, voz de sangre indescifra-
me permití felicitar a nuestro Instituto Nacional de ble, vida compartida aún antes del primer encuen-
Cultura por haberme descubierto. tro, adivinada, presentida, permite reconocer al
Voy a retroceder a la prehistoria que fueron los hermano que faltaba, quien llega a ocupar la silla
años 40 para empezar mi pequeña historia de esta que creíamos abandonada. Termina una ausen-
noche. Tengo la impresión de que el eje de mi cia.
generación fue justamente el año redondo, mun- ¿Por qué no te recuerdo fanfarrón sino triste tristí-
dial, terrible, el de la segunda guerra: 1940. simo? ¿Por qué no lleno de vida y sonido sino de
Vine al mundo el 25 de abril de ese año, un día muerte y cansancios?
jueves, a las diez de la mañana. En realidad debí El Instituto Nacional de Cultura ha tenido la gene-
haber nacido el 25 de mayo, pero vine adelanta- rosidad de darnos esta noche a César e
do, con la misma prisa que no me ha abandonado injustificadamente a mí para cerrar un gran ciclo
en este negocio de seguir viviendo. de conferencias que ha reunido a un centenar de
El mismo año, el miércoles 24 de julio, a las 2 y 20 importantes autores peruanos. Voy a permitirme
de la mañana, nacía César Calvo. tomar mi parte de tiempo para una celebración y
un reencuentro.
Él pesó más de tres kilos, yo menos de dos. Así
que yo debiera haber sido el flaco, en vez del gor- Celebración de César Calvo y reencuentro con él.
do cuando la vida nos permitió conocernos años Vista desde ahora, la nuestra fue una generación
más tarde. con trágicos destinos y también de ciertas voces
Nuestras madres nunca se conocieron. César lla- que se cansaron, silencios que nos duelen.
maba “madre maga” a la mía, dada a las La conocen mejor como la Generación de los 60
adivinaciones y los enigmas. Y yo conocí a la de pero empezó en el año de la segunda gran guerra.
César como el “Chino”, que es como él y su otro No nos guiemos por la década de nuestra inaugu-
hermano Guillermo la llamaban risueña y afectuo- ración sino por la década de los alumbramientos.
samente. Algunos nos precedieron. Alfredo Bryce era del
Y es que debo adelantar un dato de la irrealidad: 39 y parecía aún más viejo, mascando una pipa
éramos dos hermanos llamados Guillermo, uno mientras aprendía latín y griego. Mario Razzetto y
de carne y hueso, médico de niños; y otro que Reynaldo Naranjo venían del 39. Germán
escribe, un Guillermo que se esfuerza por existir Lequerica habría de pegarse a los 40 aunque per-
aquí y ahora en vez de establecer peligrosa resi- tenecía al 37. Del 39 procedía el pintor Pancho
dencia en la memoria y en un tiempo que ya se Izquierdo.
cumplió. Al 40 debe pertenecer el pintor Gerardo Chávez.
Sigo tu último consejo, César: en vez de historiar Y Ángel Avendaño, poeta del pueblo, con quien
hay que misteriar... escribí “Abisa a los compañeros pronto”.
Mi padre murió demasiado pronto. Pero me tocó El 41 fue el año de Hildebrando Pérez y tal vez
asistir a la muerte del padre de César. Y acompa- fuese el año de Lucho Pesci, hijo de Hugo Pesci,
ñar a César en un largo silencio cuando volvió de amigo e iniciador del Ché Guevara en la senda
París a destiempo del funeral. revolucionaria. Lucho, médico como su padre y
Trato de acordarme y sólo vuelve la imagen de Ernesto Guevara, fue un héroe civil: murió ahoga-
César tumbado en un sofá de la segunda “Parro- do en el mar mientras trataba de salvar a un niño
quia” mientras su hermano menor, Iván, el Caci- en peligro.
que, me enseñaba a cazar ascensores —que vie- Después sobrevino el aluvión de talentos en 1942:
nen a ser “otorongos de ciudad”. Javier Heraud el 18 de enero. Al día siguiente, el
Nuestras madres no se conocieron. Nuestros pa- poeta Edgardo Tello, que moriría en la Guerrilla
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César Calvo, Arturo Corcuera y Reynaldo
Naranjo en Chaclacayo.
Con amigas en La Herradura
117
Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e
Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional. Ahí escribió su primer poema, una carta al abuelo
Año de Antonio Cisneros, de Luis Hernández Ca- Soriano, pidiéndole que no se pusiera viejo.
marero, Marco Martos y Rodolfo Hinostroza, de Vivíamos un verano que no cumplía treinta años y
Julio Ortega, Hernando Núñez, del loretano Julio desandamos pasos viejos rumbo a la Plaza de
Nelson y, pese a su aspecto juvenil, año de Jorge Armas, donde quedaba la sastrería que César vi-
Pimentel. En la selva, Róger Rumrill. sitaba para admirar al abuelo y su enorme tijera y
G u i l l e r m o
El 43, Juan Ojeda. veinte años después de esos recuerdos nos sen-
tíamos eternos, nos sentíamos poderosos, capa-
Dos caídos por sus ideas. Tres suicidas. Sólo unos
ces de todas las empresas. Ah, feliz arrogancia,
cuantos no han capitulado y siguen escribiendo.
demasiada risa para ser totalmente risa. No que-
Una larga década vio llegar a espléndidos difun-
daba sastrería, tijera, abuelo, rollos de telas, eter-
tos que rehusamos dejar en el olvido.
nidad.
En fin, los más jóvenes, cercanos a los 50 aunque
Aunque no todos estén de acuerdo, pertenezco a
de la estirpe de los 40. Tulio Mora y parte de Hora
una generación que tiene un gran progenitor: Cé-
Cero. Mirko Lauer desembarcado en brazos de
sar Vallejo.
su padre en el Callao (¡huían de las guerras euro-
peas, que sarcasmo!) precisamente el 3 de octu- Qué peruana la humanidad en sus palabras. Qué
bre de 1948, día de la revolución de la marinería humanidad el Perú, patria tristísima, madre carni-
aprista, cuando la aviación combatía con los bu- cera.
ques rebeldes en plena bahía del Callao... Qué ganas de que haya Dios en su poesía inmen-
Sólo Dios sabe cómo habrán de vernos en el futu- sa.
ro, de qué manera habrán de clasificarnos. Tal vez Vallejo, nieto de Verlaine, hijo de Darío, hermano
nos agrupen por cuanto hicimos, quizás por lo que de Rimbaud. Tal es, hermanos, nuestro linaje.
dejamos de hacer. Acaso nos reúnan según otros La sangre de Vallejo corría por las venas de San
momentos de nuestras vidas. También es posible Marcos cuando llegué a los claustros en 1957.
que ni siquiera nos tengan en cuenta. Circulaba por las venas ocultas de la universidad
Pero aquí, ahora, puedo decir que soy parte de en ejemplares mimeografiados que vendían los
cierta fraternidad que tiene, al menos, una comu- porteros.
nidad de origen en el tiempo. Acaso Vallejo nos dio parentesco a quienes coinci-
No sólo hemos coincidido en la hora de vivir, dán- dimos en las universidades en la década de los 50.
donos encuentro en plena juventud, en las univer- Empezaba la aventura de vivir. Unos escribían
sidades o cerca de ellas, en la rebeldía o su vecin- poesía, ganaban juegos florales, se llevaban a
dario tan lleno de héroes y cobardes. Además todas las estudiantes. (No voy a dar nombres, o,
hemos sido, casi todos, amigos entrañables. He- mejor dicho, nombre, aunque ya imaginen de quien
mos coincidido en grandes afectos. Se puede de- se trata.) Se estrenaba el café expresso, que se
cir que tenemos una memoria común. Tenemos la bebía en horas de grandeza, reverso del café con
suerte de haber sido, en realidad, muchos herma- achicoria, sabroso pero aguadote, que servían en
nos. chinganas próximas a San Marcos.
Mil novecientos cuarenta... Nos amontonábamos por toda clase de
Lima estaba hecha de casas viejas. El terremoto establecimientos. El Palermo era una institución.
de 1940 no acabó con la altiva obstinación de las Yo acechaba las tertulias del Café de los Huérfa-
moles de quincha aunque arruinó su esplendor. nos y sus personajes, Martín Adán, Sebastián
Palacios de adobe se convirtieron en casas de Salazar Bondy, Luis Felipe Angell, Juan Mejía
pobres numerosos. Baca. Y el Café Viena, cerca del Instituto de Arte
Otro César, futuro y alto, me lleva por el latoso, Contemporáneo, donde era frecuente ver a Paco
cuadriculado laberinto limeño, no lejos de la Plaza Moncloa y a Sebastián. Y, a veces, a Max Her-
de Armas, para mostrarme una finca medio des- nández, de revoltosa juventud y maternal Merce-
moronada con largos balcones de madera cuyas des Benz, en vísperas de doctorado y de ser ele-
tablas seguramente reventarían al primer pisotón. gido presidente de la Federación de Estudiantes
Ahí jugaba. Ahí fueron cuatro junto a su madre. del Perú.
Cuatro llantos. Cuatro soledades. Cuatro pobrezas. El expresso imperaba en la modernidad de las
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Galerías Boza, con su escalera mecánica que Debe haber dos respuestas: no existimos o el sis-
nunca funcionaba y sus cafés de argentinos en tema está ciego. No hemos sido ni seremos nun-
los que sentó sus reales Alfredo Bryce. Después ca, o el sistema tiene que cambiar y ustedes, los
nos dispersamos. Pasábamos la vida reunidos y jóvenes que nos acompañan esta noche, obligan
de pronto no nos volvimos a ver. (Se cumplirían al sistema a abrir los agujeros de su maldita cala-
veinte años antes de que me reuniese con Bryce vera y a ponerse los ojos en el lugar exacto.
en casa de Julio Ramón Ribeyro en París.) Mientras tanto no somos.
Unos marcharon a Cuba, a ser guerrilleros. Otros En 1969 fundamos La Parroquia. Mi casa por des-
andaban medio clandestinos en Lima. Acaso Cé- gracia es una casa... ¿Te acuerdas? Me acuerdo.
sar quiso morir en las guerrillas del ELN. La alegría de escribir en grupo. El amanecer azul
Empezábamos a contar nuestros muertos. Heraud en Punta Hermosa y los delfines que se acerca-
en Madre de Dios, Roque Dalton en el Salvador. ban a la playa a saludar a Toño Cisneros.
Heraud y Calvo. Abrieron la puerta de mucho más Mi maestro de escritura, César. Y Manuel Scorza
que una década y de muchas vidas. predicando Poesía. Reynaldo Naranjo dedicado
Fantasmas. a crear una canción con una música circular, de la
que no había escape. La Parroquia era nuestra
Heraud, Calvo, Tello, Hernández, Ojeda, fantas-
casa. La casa de Manuel, César, Reynaldo y Gui-
mas...
llermo. Llegarían a ella infinidad de visitantes. Lle-
No han sido, no estamos aquí. gamos a tener tres hogares en Lima y una sucur-
Fantasmas deambulando por la buena concien- sal playera.
cia nacional, empeñados en expresar, cada quien El nombre fue elegido por Scorza, que consideró
a su manera, una visión y una interpretación de impropio darle un nombre desordenado y bohe-
nuestro país y nuestro pasado de acuerdo a códi- mio, destino que temíamos tuviese nuestro domi-
gos de creación estética y a urgencias de futuro cilio común, inicio de cierta sociedad indefinible
influidas por la belleza, la verdad, el espíritu de aunque perpetua.
justicia, la bondad, la fraternidad y otras locuras
César, de alma transeúnte, se instaló en un gran
que, (¡y esto ya es el colmo!) ni siquiera son renta-
sofá en plena sala... desde donde controlaba el
bles, productivas o al menos remuneradas.
tránsito de todas las habitaciones. Manuel era mi
¡Pues esta noche nos hemos reunido en asam- vecino de cuarto. Reynaldo se adueñó del otro
blea de irrealidades, convocadas para celebrar a extremo de la vivienda. Había un solo baño en el
César, fantasma principal, en un auditorio repleto que nos íbamos turnando cada mañana y en cuya
de fantasmas, de juventud inexistente, gente nin- tina, ciertas noches, auxiliado por unos cojines y
guna! una frazada de tigre, dormía, sin entumecerse,
Esto es, pues, nuestra pobre patria: una irrealidad Juan Gonzalo Rose.
poblada de seres invisibles para el sistema, vein- Nos turnábamos en la cocina acicateados por
ticinco millones de espectros para los cuales que- Scorza, propicio y fundamental, sustancioso y
remos escribir, pintar, cantar y pensar, sin que exacto en sus horas de tener hambre, venido de
podamos llegar a ellos porque el sistema no nos la pobreza, de modo que desdeñaba los menús
reconoce, no puede vernos. Existimos contenidos sin adecuada ración de proteínas.
en programaciones diferentes. El gobierno está
Su mamá vivía a tres cuadras de distancia. Ella
organizado para prohibir. Nosotros, para prohibir
era dueña de un restaurante muy concurrido en
más prohibiciones. El gobierno quiere acciones al
Lima, el “33”; que daba menús de empleados. A
pie de la letra, nosotros somos la imaginación de
veces la señora Torres de Escorza —con E, no a
la que nace la letra. Con frecuencia me pregunto:
la italiana, sólo con S— nos mandaba asados,
¿por qué nunca nos podemos encontrar en el te-
enormes trozos de carne de regalo, cajones de
rritorio céntrico, en el punto medio de la virtud
frutas o verduras, y, tal transitoria opulencia de ví-
aristotélica que es el espacio de las decisiones,
veres, provocaba destellos de felicidad en la mira-
donde ellas se toman y a las que deben concurrir
da de su hijo.
la imaginación y el método, la ley cumplida y la ley
por ser escrita, el mundo hecho y el mundo que En La Parroquia tuvimos muchos visitantes y mo-
aún espera creación, la realidad y la Poesía?. mentos memorables. Scorza viajaba a los esce-
narios de sus novelas. Llegaban libros de París y
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Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e
120
han de rodear pidiendo autógrafos. Como otras mentos, sus carbonos, su arcilla transitoria, su for-
veces estaremos ahí donde concluyen las ciuda- ma a semejanza de Quien no podemos ver, que
des. Esa vez me abrazará con fuerza murmurán- acaso nunca podrá ser visto como no sea hacia el
dome al oído: “Sálvame. Ya no soporto más.” Des- interior de nuestras miradas, el verdadero espejo
de antes del homenaje en el INC había perdido frente a otro espejo, el Creador observándose a sí
un oído y el otro lo torturaba reproduciendo soni- mismo.
dos por su cuenta. Avalanchas interiores le impe- No hemos llorado. ¡Hemos cantado a nuestros
dían dormir y en el colmo del cansancio tragaba muertos!
somníferos para dormir o morir. Entonces pedire-
Los alzamos como banderas de un destino co-
mos ayuda y se producirá una respuesta interna-
mún y una historia que sólo podrá ser escrita cuan-
cional sin precedentes, fuera del Perú fortalecida
do hayan pasado siglos, pues el tiempo es el úni-
por la preocupación afectuosa de Gabriel García
co juez capaz de dar a cada quien lo suyo, cuan-
Márquez, y César podrá viajar a recibir el implan-
do ya nada importa.
te de un oído computarizado en la clínica del doc-
tor Clarós en Barcelona. Y no me refiero al tiempo pequeño, al siglo de ayer,
sino al verdadero tiempo que escapa inaccesible,
Me acuerdo, César, de la frase: “Qué es la vida
más rápido que la luz separada de las tinieblas; el
sino memoria, después de ser la vida”.
tiempo que contiene todo lo que ha sido y no fue,
Ni tres años de nuestras existencias construyeron y lo que habrá de ser, lo real y lo soñado, las in-
La Parroquia y todavía nos dura y ella habrá de contables posibilidades y combinaciones de la
estar con nosotros hasta siempre, hasta después cordura, también el caos de órdenes excesivos,
que seamos olvidados. la idea de la felicidad y toda la fe y la incertidumbre
Y esto somos, ahora que ya fue la vida, memoria original, lo que estuvo antes y que estará después.
en las memorias de otros, un recuerdo que per- Sacrificio todavía sin cumplir, es lo que somos.
manece en miradas que a lo mejor ni siquiera nos Insignificancia caída en las dunas de la humani-
han conocido. dad pasajera de sí misma. Partícula y totalidad.
Pasajeros que vamos llegando a destino, es decir, Arena que sube y baja por un reloj inmóvil, deján-
a ninguna parte. No importa dónde se acabe. Lo donos en ninguna parte.
que importa es haber vivido. Son las doce en punto de nuestra gente, quienes
Qué es la vida sino memoria después de ser la coincidimos en esto que llaman generaciones y
vida, decir que todo estuvo bien, que todo estuvo que son apenas peldaños incesantes, acumula-
mal, que todo estuvo. ción que ni va ni viene, que nada más sucede.
Qué es la vida sino estar aquí, reunidos en con- Las doce en punto para estas multitudes, ni si-
memoración de la belleza, en celebración de la quiera capaces de la unanimidad, que van tallan-
amistad. do su historia en rocas profundas, por ahora a salvo
Qué es la vida sino ir llenándonos de buena muer- de vientos que todo lo borran.
te, mientras nuevas generaciones ocupan un mun- Las doce en punto de una época.
do que hemos mejorado al menos por la palabra. En palabras de otro amado maestro de la toleran-
Pero nuestra historia aún no termina. Cada ma- cia y la belleza, Wáshington Delgado: la mañana
ñana nos empezamos como si se tratara del co- cumple su espléndida gana de convertirse en ayer.
mienzo de la Creación. Acaso se nos cumple la mañana y por eso la cuen-
Cada mañana asistimos a la inauguración del ta de quienes partieron es tan alta y somos me-
mundo. nos, siempre menos quienes servimos de testi-
Eso hemos aprendido. A ser dignos de estar aquí gos.
y de pertenecer a esta época y a esta congrega- No tenemos nada que presentar en nuestra de-
ción infinita de almas coincidentes y simultáneas, fensa.
apretándose unas a otras, ansiosas de salvación. Fuimos promesa y fracaso y acaso cumplimos
No importa lo que aún venga, tendremos que se- nuestro cometido, cómo saberlo.
guir siendo dignos de nuestros hermanos, los Pero nunca se nos oyó el canto roto de los deser-
muertos que llevamos dentro, los padres de los tores.
padres, toda esta patria que nos presta sus ele-
Pero el día es largo y seremos lo que se pueda,
121
siempre a toda vida, a nuestro modo dándola en tros sino para escribir obstinadamente en pobre-
el constante sacrificio de la palabra, pues hemos za, en soledad tremenda, en vacío muchas veces
tenido que vivir dos veces, una vida que contem- insoportable, en verdad sin haber esperado esta
plaba a la otra, duplicándonos para dejar retrata- maravillosa recompensa que es el afecto de la ju-
do nuestro tiempo, no una imagen apenas sino ventud.
cuanto fue vivido y cuanto hubo de morir y ser Significa que podrá haberse ido el tiempo, pero
sufrido. que no hemos envejecido.
Hemos luchado para ser dignos de ustedes, y digo Ha sido para mi un honor ocupar este espacio y
juventud, descendencia; digo mi patria tristísima, aún más honor iniciar este homenaje. César Cal-
esperanzada, mi país de roca, mis padres petrifi- vo es la voz más alta de mi tiempo y aún no la
cados, la resonancia de nuestras voces pronun- hemos escuchado en su totalidad.
ciando nuestra herencia que sólo esto es: una in-
Quiero terminar y no me alcanza la palabra.
tención de belleza, ansiedad de justicia, la convic-
ción de que en algún momento de la eternidad Ha de ser que verdaderamente quiero mucho a
Dios habrá de apiadarse y consolarnos, secar este este hermano mío con quien inauguramos la ma-
llanto que es la suma de todas las lágrimas y de durez de nuestras existencias.
todas las hambres y los fríos, de todos los huérfa- Ha de ser que no me asiste con suficiente vigor el
nos y soledades que hemos conocido. espíritu de la Poesía.
¡Alma de la Poesía, danos compañía! Puesto que no voy a terminar sino a dar por co-
No hace mucho, cuando presentábamos “Maes- menzada esta asamblea en derredor de César
tra vida” en casa de Víctor Delfín, los ojos de Cé- Calvo, quiero remontarme al primer Sábado de Glo-
sar Calvo descubrieron que en medio del gentío ria y admitir que, en efecto, la noche es larga, y la
estaba Manuel Scorza. cruz de madera, y hay traspiés que iluminan igual
que la victoria.
Al rato vio a ese otro hermano de juventud que
será siempre Javier Heraud. De madera el alma de los asesinados por la vida,
no sólo por el hombre. De palo las campanas que
Y en verdad habían llegado todos a escucharlo,
llaman a difunto cuando se nos van los compañe-
hasta el padre César Vallejo y el abuelo Verlaine y
ros. De algarrobo el fuego de los sueños y de sau-
el abuelo Darío y el hermano Rimbaud y, con cada
ce el fusil de los poetas.
quien, sus personajes, sus voces y sus músicas.
Esa noche comprendí que no se van verdadera-
mente quienes existen en otros y para otros, pues Y en tus palabras, querido hermano César:
la Poesía no está fuera sino dentro de hombres y
mujeres, al interior de todas las edades y en todas
las lenguas de la tierra. Abandonaremos, a la señal del alba,
Ahora, en esta noche que entregamos a César
Calvo, yo quiero decir que hemos estado casi de estas naves oscuras, los ídolos de yeso,
pie, ya no siempre de rodillas los arrodillados, y
que seguiremos irguiéndonos en gran parte gra-
cias a su palabra, voz que prolonga voces más an- las palabras del manso y el vaho de los muertos.
tiguas, no el eco sino voz propia que se agrega a la
de nuestros antepasados, voz primera y sin em- Saldremos a la plaza. Viviremos.
bargo inclasificable, voz de mando, voz que nos
trajo a esta tarde haciéndonos lo que somos, lo que
ansiamos: ser dignos de la condición humana. A nuestro paso encenderán los tristes sus castillos
Los ojos del amor se nos han abierto al haber vis-
to otros ojos cosidos por la sangre. y un árbol de relámpagos
Y hemos alcanzado esa cierta dignidad después
de compartir cuanto teníamos con quien necesi-
nos brindará su voz: confianza y sombra.
taba, simplemente al pasar y en silencio, dando lo
más valioso: la vida, o, mejor dicho, el tiempo que
nos ha sido concedido para vivir... no para noso- Señor, yo sí soy digno.
122
R e c u e r d o s
Vega
M
e llamó siempre la atención el interés de César por
la Historia. Lo recuerdo hablándome de los países
balcánicos, entonces socialistas, donde había libros
para niños sobre los Incas. Después visité aquella
región, tan complicada, y comprobé que era ver-
Otro punto: César, sin duda, mientras recorría los
rincones de nuestra selva iba recogiendo toda suer-
te de hechos y las fábulas que los rodeaban. Oyen-
do lo que las gentes de la selva contaban, él escri-
bía. Léase nomás este fragmento, que trocando
José
dad, no era imaginación de un poeta. Eran esos nombres, bien podría encajar en los tiempos míticos
libros a colores. Todavía estarán circulando por allá. de Europa. Definía al bufeo.
En cuanto a testimonios, igualmente recuerdo su “Delfín del río. Pez mamífero del tamaño de un hom-
versión sobre lo que ocurrió en cierta fiesta con José bre. Algunas nativas en estado de menstruación o
Juan
María Arguedas; eso fue luego de su primer intento de preñez evitan navegar embarcaciones frágiles:
de suicidio. Se había bebido un poco, como era saben que los bufeos se exacerban oliéndolas y
natural, y él sintió llegado el momento para acer- embisten sus naves intentando volcarlas. No son
carse un tanto más al alma de nuestro famoso es- infrecuentes los casos de mujeres que han pereci-
critor. Arguedas estaba muy contento y coloquial, do ahogadas no a causa del naufragio sino de los
como solía hallarse entre gente amiga. Se oía mú- bufeos que las arrastraron al fondo de las aguas y
sica andina. Y aprovechando un momento, aparte, allí las fornicaron. Tampoco son escasas las histo-
vaso en mano, le preguntó: “José María, ¿qué po- rias de pescadores que han capturado hembras de
demos hacer para que no te mates?. El contestó bufeo: aseguran que ninguna humana se les com-
cambiando de rostro: “¡que se vayan los Viracochas. para en destreza ni ardor. La hembra del Bufeo
Qué se vayan los Viracochas!”. Y sin duda creo que Colorado es la más codiciada: los brujos recortan
esa escisión del Perú fue la principal causa de lo el aro de su vagina, lo dotan de poderes ayunando,
que ocurrió después. Quiero agregar acá - yo co- icarándolo, y con esa pulsera frabrican la única
nocía a Arguedas un poco, trabajé con él; vivíamos pusanga infalible en cuestiones de amor. Es cosa
cerca- creo que Chimbote lo mató, con sus indios resabida que los bufeos machos pueden, si así lo
desindianizados. Pero volviendo al relato de Cé- quieren, convertirse en personas: disfrazados de
sar, aquella reunión fue mitificada en “Tres Mitades gente salen de los ríos, especialmente en época
de Ino Moxo”. Pero diciendo siempre la verdad: de fiestas, y protegidos por la algarabía, la confu-
sión, los bailes, galantean muchachas y al final se
las roban.”
“No pude oírlos más. Me desperté. Con los ojos
tapiados quién sabe por cuáles sueños, miré: José
María Arguedas volvía caminando sobre el río, des- Historia también es lo que hemos leído; Historia
de el embarcadero de “Dos de Mayo” que se nu- Mítica por supuesto, como la de los griegos de la
blaba al frente de la isla, envuelto en una cushma época de Troya, entrelazando hechos reales y otros
amarilla y flamante. La muerte lo miraba por el ojo fabulosos sobre la guerra, el amor y la vida.
de una pukuna de tanrilla.
Estas líneas tampoco pueden olvidar la evocación
¡Dime qué puedo hacer!, plañó la voz rugosa y a Túpac Amaru en un poema-cantado en su recuer-
grisácea del río Amazonas. ¡Dime qué debo hacer, do. Lo compuso conjuntamente con Reynaldo Na-
José María Arguedas, para que no nos abando- ranjo. Es un acercamiento tierno al personaje más
nes, para que no resignes tu frente hacia el dardo importante del Perú en la Historia Universal y lu-
que sopla el enemigo!… chador por la justicia social.
Y José María Arguedas, un trecho más allá, delante Releyendo a César confirmo una antigua intuición:
de mí, respondió sin dejar de caminar sobre el río: los poetas y narradores del Perú han poseído más
sensibilidad popular y rebelde que la enorme ma-
yoría de los historiadores del Perú.
¡Regresa al Urubamba!, así le dijo, ¡regrésame con-
tigo aguas arriba! ¡Avanza cuatro siglos! ¡Retroce-
de, Amazonas, cuatro siglos por el Río Sagrado!
¡Impide el desembarco de los bárbaros, los
virakocha, los conquistadores!”
123
El Rabioso jardinero Del Patio de letras
Eloy Jáuregui
quita dando. No dijo más. Desde elegancia inglesa [alguna vez con-
esa vez fueron más amigos que fesaría que los seres dignos deben
nunca. El poeta estaba enamora- ser elegantes antes que dignos] o
do a su manera de su condesa y su voz estentórea y/o brillante que
no era correspondido por una dama sumó a sus aspecto –era alto y
uno
Al viejo le gustaba el vino, los de la alta sociedad. El viejo confir- perfilado—el misterio de los poe-
cuentos de Chéjov, el boxeo y en mó con los años que lo mejor de la tas enigmáticos. Así, poseía el don
esos días no cabía en su gozo: vida eran los amigos, la familia y la de la ubicuidad y estaba presente
Mauro Mina había derrumbado por literatura. El joven poeta era César donde nadie menos pensaba y
KO al negro norteamericano Eddy Calvo, el viejo, Néstor, mi padre. también desaparecía por tempora-
Cotton en una memorable noche das del Patio de Letras de la uni-
En una ciudad asombrada de
en el Estadio Nacional y ahora es- versidad de San Marcos [epicen-
sí misma que crecía sin orden ni
taba a tiro del título mundial de los tro de escritores e ideólogos sin
concierto. Una vieja ciudad de gen-
Medios. Una tarde de abril, el jo- edad y las ideas convulsas del país]
te muy joven que cultivaba los ges-
ven poeta llegó hasta la pequeña o se alejaba de aquella pandilla de
tos y las formas heredadas de un
librería que el viejo regentaba en escritores inspirados y locos tiernos
pasado remotísimo, mi padre ad-
el Parque Universitario. El poeta porque era así, un viajero impeni-
ministrando con prez su pequeña
traía la noticia. A Mauro le habían tente. Ora mandaba una postal
librería –una parada obligada por
detectado un desgarro en la retina desde Buenos Aires donde exigía
escritores de aquel Perú de fines
del ojo izquierdo y jamás pelearían rigor para amar, ora alguien en el
de los cincuentas—de viejo. Viejo
por el cetro universal. El viejo se mítico y gigantesco bar Palermo
él, murió una tarde aún con el pol-
puso triste. Entonces el poeta des- juraba que el poeta había apareci-
villo dorado de longevos textos en
cubrió aquel paquete que escon- do retratado en una revista brasi-
las uñas. Libros del amor para su
día debajo del gabán beige. Era leña del jet-set cuando asistía a una
vida. Viejo él, se despidió inédito
una botella de Valpolicella, el vino fiesta benéfica organizada por un
—la sabiduría oral es silente— in-
que Hemingway bebía en Venecia conde de abolengo comprobado.
terrogando por la salud de su guar-
amando a la condesita Renata. Al
dapolvo beige que colgaba cual La universidad se San marcos
viejo se le abrieron los ojos y el
insignia del honor en el perchero tenía su emblemático Patrio de
corazón. Así, el poeta sentencio: El
de su librería del parque Universi- Letras y entre el crecimiento y la
amor da quitando lo que el vino
tario, muy cerca al establecimiento modernidad del país existía firme,
de don Juan Mejía Baca.
César Calvo, provinciano de/en
y entre los años de la dictadura
124
Lima, ya desde aquellos años, era
todo un personaje más allá de su
surrealista personaje limeño que se
hacía llamar Presidente del Perú,
de Aire, Mar, Tierra y Profundidad.
También aparecía el enloquecido
sacerdote Salomón Bolo Hidalgo,
odrísta y sus maneras autoritarias, con su voz grave. En 1967, Naran- un religioso pecaminoso hasta sus
fue un espacio natural de resisten- jo y César Calvo grabaron con el cachas, y se aseguraba que Mar-
cia. En Lima, la vida transcurría acompañamiento de Carlos Hayre tín Adán había escrito un soneto
desencantada entonces entre su un larga duración en el sello R.C.A. sobre una mesa de madera. Lle-
sarro espiritual y la suciedad del Victor bajo el sello editorial El Río. gaban también cuanto chiflado ne-
ánimo; al compás de las ofertas de Extraño que dos jóvenes poetas cesitaba auditorio. Los jóvenes de
la tienda Kelinda, las rarezas elec- hayan tenido esta oportunidad y el traje a rayas y anchas corbatas,
trónicas de Musitrón, el catchascán disco existe pero sólo ciertos es- discutían con ardor hasta que se
en el Luna Park de la avenida Co- cogidos lo poseen. les quebraba la voz o se quedaba
lonial, las hebras del velorio sono- Y eran más que amigos desde sin plata. Los muchachos de ese
ro a lo lejos de Pedro Infante y un 1959 cuando se conocieron en el centro de estudios que soñaban
ritmo muy extraño que había traí- Patio de Letras de la Universidad con un país distinto y más justo. El
do un gringo llamado Bill Halley y Nacional Mayor de San Marcos. recordado Alfonso Barrantes
sus cometas: el rock and roll y los Entonces Calvo llegaba con traje Lingán, un líder estudiantil innato o
grandes banquetes en los chifas de cruzado y corbatas de seda. Más José Carlos Vertiz, presidente de
la calle Capón. En aquel tiempo, el allá de usar un fino bastón labra- la Federación Universitaria de San
postulante a presidente de los do, Calvo sorprendía por su forma Marcos o los otros soñadores
EE.UU., Richard Nixon había que- de elegancia. Una noche de gru- apristas que profesaban una ciega
rido visitar la añosa casona de San po, mientras la cerveza doraba sus devoción por Haya de la Torre.
Marcos y los estudiantes se lo ha- gargantas, César Calvo confesaría Un par de años antes, en San
bían impedido a patadas. Calvo, se que su abuelo materno regentaba Marcos, el llamado Grupo Cahuide,
dice, estuvo el la primera línea de una sastrería de alta costura y muy suerte de célula militante de facha-
los jóvenes dinamiteros. El poeta cerca de la Plaza de Armas. El da, ocultaba a jóvenes preocupa-
siempre lo negaba. abuelo me da permiso para probar dos por los dogmas marxistas. Ahí
En realidad Calvo, que fue un los ternos antes de venderlos, les estaba un imberbe Mario Vargas
estudiante dedicado y que se en- confió esa vez a Naranjo y Carlos Llosa, el joven Felix Arías
tusiasmaba con la ingeniería quí- Franco que lo interrogaban absor- Schereiber y la lúcida Lea Barba.
mica. Una mañana del verano de tos en una chingana de una calle Fue Calvo, en ese entonces, quien
1959, confesaría que se le cruzó que rozaba a la de la universidad. junto a grupo de comunistas ado-
la musicalidad de los elementos Calvo escribía poesía desde lescentes y otros poetas radicales,
químicos y sus valencias y ahí, que se quedó detenido frente a los impulsaron la formación de Van-
frente al maestro Raúl Porras Ba- ojos de su abuelo paterno y se dijo guardia Estudiante Revolucionaria
rrenechea, decidió en el examen de que siempre sería un gran poeta que tiempo después lograron
ingreso a San Marcos, recitarle joven. Ya en San Marcos, tenía que atraer a un grupo de belaundistas
Tristitia, el poema de Valdelomar y ver con todos porque era un gran y otro de la Democracia Cristiana,
explicarle que él también escribía conversador y de una memoria sor- para conformar el épico Frente
y cierto, que ingresó, aprobado por prendente [Nicolás Yerovi lo des- Estudiantil Revolucionario, el FER.
los tres jurados, pero ingresó a Le- cribe como: ingenioso y alegre a Calvo explicaría su militancia de
tras y ese fue su asombro y desa- mansalva, loco por la vida] y ape- esta manera: «En pleno ochenio,
fío. Así, era pues aquella Lima la nas atrapó la confianza de sus San Marcos era un bastión del
ciudad de la presentación de El compañeros del Patio de Letras, los aprismo. Quienes me llevaron a la
Sexto, el libro que José María guió hacia un bar de japoneses que Juventud Comunista fueron Carlos
Arguedas escribió de sus experien- se ubicaba al costado del Salón y César Franco que eran mis ami-
cias en la cárcel capitalina y toda- Blanco, el café de los estudiantes gos. Héctor Bejar y Juan Pablo
vía no pasaban los efluvios musi- más aplicados de la universidad. Chang que tenía años en la univer-
cales que dejara el maestro Igor En verdad, el sitio no pasaba de sidad, también eran mis amigos. Yo
Stravinsky cuando llegó para diri- ser una pocilga de mala muerte con caminaba con Samuel Agama y
gir la Orquesta Sinfónica Nacional un gran espejo biselado pero roto Pancho Guerra. Después conocí a
exactamente por la mitad. Calvo, Javier Heraud que era de la uni-
una noche de viernes, entre el bu- versidad Católica y nos hicimos
dos
127
Liana de alma amazónica, poema visual para Cesar
índice Calvo por Jesús Ruiz Durand 1
Un juglar de nuestros días, conversación
INDICE
con Washington Delgado 17
Reflexión sobre Javier Heraud y César Calvo,
escribe Marco Martos 23
Sobre un poema de César Calvo,
por Max Silva Tuesta 29
La mágica cosmovisión de Ino Moxo,
por Carlos Garayar 33
César Calvo, mi hermano, conversación
con Iván Calvo en Pucallpa 35
Un poco antes de partir, poemas
de César Calvo 41
Aquel bello pariente de los pájaros
Venid a ver el cuarto del poeta 42
Mi padre llegó ayer 43
Ensayo a dos voces, escrito
con Javier Heraud 44
Nocturno de Vermont 48
Ausencias y retardos 49
Diario de campaña, a Héctor Béjar 51
Reloj de arena 53
Revista de artes y letras
Vals trenzado 48
Universidad de San Martín de Porres
La verdadera historia de Hu-Tsang, el pintor 59
Año 1, número 2, julio 2001.
Para Elsa, poco antes de partir 60
Cancionario 66 Director académico Hildebrando Pérez Grande
La despedida 66 Director artístico Jesús Ruiz Durand
Esta historia es una historia 66 Director editorial Guillermo Thorndike Losada
De la luna ciega 67 Fotografía Jason Patrick Sullivan, Jesús Ruiz Durand
Está lloviendo de nuevo 67 Coordinación y archivo Hilda Isabel Velasco
Amazona 68 La revista agradece a Alejandro Tamashiro por ha-
Inédito/La ventana del mundo 71 bernos cedido algunos textos y fotografías de su
archivo personal.
Danza y canción/Perú Negro:
Los derechos de autoría de las ilustraciones del poema vi-
la tierra se hizo nuestra 78 sual, así como de todas las ilustraciones digitales de
Testimonio, en el Instituto Italiano esta revista son propiedad de Jesús Ruiz Durand, cedi-
dos sólo para la presente edición. Prohibida su repro-
de Cultura, 1974, conferencia 85 ducción analógica o digital no autorizada.
Ino Moxo, fragmentos 91
Álbum de César Calvo, 40 años de fotografías Martín, revista de artes y letras
con Carlos Domínguez 95 Una publicación de la Universidad de San Martín de
Elegía de sombra ante un cuerpo encendido, Porres
poema a la muerte de Javier Heraud 106 Av. Las Calandrias s/n, Santa Anita, Lima.
Depósito Legal N° 2001-1620
Una generación golpeada por la muerte,
Oficinas de la revista: Calle Martín Dulanto 101 San
don Jorge Heraud Gricet conversa
Antonio/Miraflores/Lima 18 Tel 241-4273 • 241-
con Hildebrando Pérez 110 4274 • 241-4275 Fax 242-3278 e-mail:
ConVersación con César Calvo, escribe revistamartin@usmp.edu.pe
Reynaldo Naranjo 113 Diseño, concepto e ilustración digital: Jesús Ruiz Durand
Producción gráfica integral: Íkono ediciones y multimedia
Confesión desde La Parroquia, Guillermo Thorndike, S.A. Tel: 463-6770 E-mail: ikonos@terra.com.pe
homenaje a César Calvo en el Instituto
Nacional de Cultura, julio de 1998, 115
Recuerdos, Juan José Vega
El rabioso jardinero del patio de letras
123
128
por Eloy Jáuregui 124