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Washington Delgado J U G L A R D e N u e s t r o s D ias

H
an transcurrido ya muchos años desde que
Javier Heraud y César Calvo obtuviesen el pre-
mio “Poeta joven del Perú”, ¿cuál es la prime-
ra impresión que tuviste de la denominada
Generación del 60?
La primera impresión siempre es fragmentaria. Yo
tuve la suerte de estar, en esos años, de profesor
en la Universidad Católica, y tuve como alumnos
a Javier Heraud, Luis Hernández, Marco Martos y
Toño Cisneros, entre otros. Los conocí bien, y vi
que tenían una gran inquietud por la poesía y so-
bre todo me di cuenta de un hecho que me llamó
la atención: lo que escribían, en relación a la ge-
neración anterior, tenía cierta originalidad, quiero
decir, se expresaban, en cierto modo, con otro len-
guaje. Mostraban algo diferente en sus versos,
aunque se puede decir que estaban ligados aún...
¿A la Generación del 50?
Washington
Sí, efectivamente, habían ciertos vasos comuni-
cantes entre ellos y nosotros los del 50. Pero hay
Delgado, en su
que decir con claridad que ellos buscaban nuevos casa de
caminos, nuevas formas poéticas, nuevos lengua- Miraflores
jes. Por ejemplo, acentuaron el tono coloquial; ha- (Foto Jason
bía también un entusiasmo juvenil en casi todos Sullivan)
ellos, incluso eran proclives al ludismo, al juego
verbal como Luis Hernández, Arturo Corcuera, in- teamericana estaban dando sus primeros frutos.
cluso César Calvo. Por una parte, le quitaban se- En todo caso, se puede decir que los del 60 te-
riedad a la poesía que se había vuelto un poco nían un gran abanico de lecturas, una diversidad
grave, un poco discursiva, a veces panfletaria, a de autores que leían con pasión.
veces demasiado angustiosa. Sobre todo hay que Alguna vez Hinostroza dijo en un texto

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señalar que descubrieron el lenguaje de la calle, polémico, publicado en Los Nuevos,
las expresiones de la calle... de Leonidas Cevallos, que ag áli
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Corcuera, Calvo y Naranjo no
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Pero esto, en verdad, ya había empezado, en


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Washington Delgado

cierto. Veamos, por ejemplo, en la narrativa: los


narradores propiamente del 50 son Vargas Vicu-
ña, Zavaleta, Ribeyro, Congreins y luego Reynoso.
Pero también Vargas Llosa. Están dentro de esa
corriente que se caracteriza por el empleo de nue-
vas técnicas narrativas y una temática urbana, una
literatura de ciudad. Entre los del 50 y los del 60,
desde esta perspectiva hay, pues, similitud. Pien-
so que la antología de Cevallos fue injusta. No
incluyó ni a Calvo ni a Corcuera.
Bien visto, sin embargo, se puede decir que tanto
Calvo como Corcuera estaban ligados en alguna
medida a la poesía de Romualdo y de Rose, mien-
tras que algunos poetas del 60 no tenían esa liga-
zón, o no la querían tener más. Corcuera, por ejem-
plo, destacó como un buen poeta epigramático.
En Noé delirante, hace gala de mucho humor, de
ludismo y de crítica social. Esa faceta humorística
no está, si miramos bien, en los del 50. Creo que
hay que pensar en que tanto el 50, como el 60, es
un proceso vivo, complejo. Hay huellas de
Romualdo en Corcuera, hay huellas de Rose en
Calvo, pero los dos ponen lo suyo, la búsqueda
personal. Calvo tiene el gran sentido musical de
Rose. No hay que olvidar que Romualdo es muy
sonoro, más épico, y Rose más lírico, más íntimo,
más fino. Y no olvidemos que Martos y Cisneros
tienen también un tono social como lo tuvo Calvo.
Como repito, pues, me parece artificial esa fronte-
ra entre el 50 y el 60.
En una primera lectura, ¿qué te dice la poesía
de Calvo? dando la poesía española, Federico García Lorca
sería un claro ejemplo de poeta juglar. Pedro Sali-
Que es un poeta vital, muy vital frente a una poe-
nas o Jorge Guillén son más bien clérigos. Por su
sía más bien de tendencia intelectualista como la
parte, Alberti es, como Lorca, un poeta juglar.
de algunos de su generación. Pienso, ahora, en
Hinostroza, por ejemplo. La poesía Calvo da la Siguiendo el esquema guevariano, ¿dónde
impresión de algo vivo, de algo vital... ubicamos a Vallejo?
¿Se puede decir acaso de un vitalismo román- Vallejo tiene algo de juglar, aunque en sus últimos
tico? poemas manifiesta una gran meditación. Tiene,
por otro lado, el tono coloquial. Vallejo es un poeta
Sin duda, tiene mucho del romanticismo. Pero no
coloquialista de su tiempo. Utiliza palabras de la
de ese romanticismo tipo Espronceda. El romanti-
calle, de la esquina como dicen ahora, recurre a
cismo de Calvo es de otro temperamento. Pablo
los refranes populares, no se cuida de ser elegan-
Guevara, a quien no veo hace mucho rato, siem-
te, fino o refinado. Recuerden lo que decía Basadre.
pre para sorprendiéndonos con esquemas, con
Nuestro historiador diferenciaba a Eguren de Vallejo
nuevos sistemas para estudiar la poesía peruana.
precisamente por esto. Decía que Vallejo nunca po-
A propósito de Calvo, recuerdo, ahora, una clasifi-
dría escribir un poema a la liga de una marquesa y
cación elaborada por Guevara, que me parece
Eguren nunca podrá comprender por qué Vallejo
muy buena, muy oportuna. Guevara divide a los
utiliza palabras del vulgo, vale decir un lenguaje pro-
poetas en Juglares y Clérigos. Un clérigo es
saico. Volviendo a Calvo, lo que ocurre es que él es
Sologuren, Calvo sería un juglar. Calvo está dentro
un poeta coloquial y a la vez un poeta refinado, mu-
de la poesía juglaresca, parte de algo vital, no vie-
sical, con mucho sentido del ritmo. Calvo, pues, po-
ne su poesía del estudio o el recogimiento. Recor-
día utilizar el lenguaje popular y ser refinado.

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Precisamente por buscar esa elegancia, ese Por supuesto. Hay que entender por otro lado que
refinamiento, algunos piensan que la poesía a veces se renuncia al sentimentalismo. La Van-
de Calvo deslumbra pero no conmueve... guardia renunció al sentimentalismo, allí está como
No es cierto, en todo caso a mí no me parece. Su prueba la aventura surrealista, el creacionismo de
poesía está ligada a experiencias personales, él Huidobro, el ultraísmo, la poesía de Borges de ese
lleva la experiencia personal al poema. Su poema entonces. Nada de sentimentalismo. La emoción
no parte de otro poema, o de alguna lectura. Par- debe ser puramente una emoción poética. Y sino
te de una experiencia viva. Y esa experiencia la veamos el caso de Vallejo y la vanguardia....
expresa con un lenguaje transparente, coloquial, Y Carlos Oquendo de Amat...
sólo que con mucho refinamiento. Y sin duda, con- Vallejo recurre más a la cosa sentimental, desde
mueve, llama la atención por su gran sensibilidad. el principio. Vallejo es emocional, sentimental.
Veamos por ejemplo “Nocturno de Vermont”, qué Vallejo, a diferencia de la propuesta vanguardista
rítmico, qué musical, y qué emoción transmite el no abandona la anécdota en el poema. En cierta
poema. Lo que ocurre es que Calvo es musical medida, pero menos que Vallejo, ocurre en la poe-
por excelencia, y otros no: Cisneros, Hinostroza, sía de Oquendo de Amat. Volviendo al 60, por
incluso Martos, tienen otro sentido, otras claves, ejemplo, Cisneros, Hinostroza tienen otra propues-
otras características. Toño es musical, pero de una ta. La poesía de ellos tiende a lo intelectual, a di-
manera diferente a Calvo. Lo mismo ocurre con ferencia de Calvo que mantiene su tono sentimen-
Martos. Calvo es melodioso como lo era Gonzalo tal con el que conmueve a sus lectores.
Rose...
¿Descubres tú en la poesía de Calvo ese tono
Y se podría agregar que Calvo tiene también la militante que suele tener la poesía del 50?
ternura de Rose...
Claro que sí. Y no sólo en Calvo, bien vista la poe-

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Washington Delgado

sía de Cisneros, o de Martos, también tienen esa Bueno, digamos que Lorca no era precisamente
característica. Lo que ocurre es que ellos elabo- un donjuan. Era más bien al revés. Dicen que Lorca
ran, trabajan los versos de otra manera distinta a tenía una gran simpatía, y en eso podemos
la retórica de Romualdo, o de Valcárcel, o de Rose. emparentarlo con Calvo. Lorca era muy amiguero,
Calvo, en ese sentido, está más próximo a Calvo también. Lorca era un gran conversador, to-
Romualdo y Rose. La Revolución cubana, la gue- caba piano, cantaba, era una fiesta dicen quienes
rra de Vietnam y otros hechos históricos tocaron lo conocieron. Lo mismo era Calvo. Un día leí un
la sensibilidad de los poetas del 60. testimonio de un norteamericano que dijo que había
¿Guardas alguna imagen personal de Calvo? conocido a un genio. Lorca realmente era genial.
Sus amigos lo adoraban, bueno, un poco de eso
La verdad es que lo traté muy poco. No tengo
tenía Calvo. Sus amigos lo quieren mucho, una prue-
muchos recuerdos, como sí tengo de otros del 60.
ba es la revista que ustedes están preparando.
Ocurre que cuando yo llego a San Marcos, ya
Calvo estaba saliendo. Y Calvo era un poeta an- Calvo tenía una habilidad asombrosa para caer
dariego, siempre andaba viajando. Lo mismo me bien en cualquier ambiente. Podía ingresar a los
pasa con ese otro gran poeta del 60 que es Juan salones aristocráticos y caer simpático. Podía in-
Ojeda. A mí me parece que Ojeda es un notable gresar al Palacio de Gobierno y caer de pie, como
poeta, desafortunadamente no circula mucho su se dice. Pero también podía ir a una peña criolla,
obra poética. Ojalá que lo editen pronto. a una fiesta pueblerina con Máximo Damián y fas-
cinaba a quienes estaban con él. Me imagino a
Conocí mucho a Heraud, a Martos, a Cisneros, a
Calvo en Malambo o un pueblo andino, siempre
Corcuera, a quien conocí por Romualdo. A Calvo,
cayendo simpático, agradable, amistoso, solida-
pues, lo traté menos, sin embargo de rato en rato
rio. “Yo a los palacios subí...yo a las cabañas bajé”,
nos encontrábamos y me leía sus poemas. Re-
decía el Don Juan de Zorrilla. Calvo era así. Un
cuerdo, ahora, un poema suyo que era un elogio
verdadero Don Juan.
del mimeógrafo, esa máquina con la que se impri-
mían los volantes de las guerrillas del 60. No sé si Justamente porque se movía en diferentes
alguna vez lo publicó, era un poema muy emotivo espacios, no sólo sociales sino culturales, las
y sonaba bien. últimas cosas que hacía Calvo era explorar una
escritura hermanada con la de Arguedas, una
Se ha comentado mucho la relación amorosa
búsqueda de una sintaxis española transida
que cultivaba con éxito Calvo y que se expre-
de quechua digamos...
sa en su poesía...
Como el presidente que se fue, ja, ja, já. Bueno, a
Justamente es otra cosa que viene de eso que
parte de bromas, celebro que Calvo estuviese
estamos llamando actitud vital, su vitalismo. Hay
buscando renovarse, enriquecer su escritura. Es
poetas que son unos donjuanes incurables, y hay
curioso: hay poetas que se acercan al universo
otros que son, digamos, castos. Sí, he escuchado
quechua pero no al mundo negro. Veo, ahora, que
las historias sobre Calvo y la legión de amigas que
Calvo sí se acercaba con la misma pasión a estos
tenía. Acaso esa pasión por la vida, por el amor,
mundos diversos. Sin duda, es más versátil que
es una veta importante en su poesía.
otros poetas.
A Calvo le gustaba decir que la poesía amorosa
Qué quedara de Calvo con el tiempo...
de Scorza era la que él utilizaba para enamorar
o seducir a sus amigas... Si contemplamos la poesía del 60, está claro que
tanto Heraud como Cisneros han marcado la pauta
Calvo era mejor poeta que Scorza, entre paréntesis.
para las generaciones venideras, en estos últimos
Scorza es bueno, sobre todo en Las imprecasiones.
años ha sido también la poética de Hernández que
Tuvo una fuerza que se fue agotando rápidamente.
ha llamado la atención. No me sorprendería que
Lo último que escribe es ya muy retórico: Requien
la poesía de Calvo también genere, por su nota-
para un gentilhombre. En cambio, Calvo es más
ble calidad, por sus recursos fáciles de visualizar,
parejo, tuvo siempre un gran sentido de la imagen,
por su ternura y belleza, no me sorprendería, digo,
del ritmo, de la musicalidad del poema. Creo que
encontrar a los nuevos poetas del Perú con cier-
tenía más recursos que Scorza.
tas resonancias líricas igual a las de Calvo.
Por lo que esás señalando hasta ahora, un
poco que podemos emparentar a Calvo con
Lorca...

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En el metro de París, 1989
21 (Foto Carlos Domínguez)
Los poetas jóvenes del Perú
César Calvo y Javier
Heraud, 1960

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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos

E n 1971, un poeta peruano de la llamada genera-


ción del cincuenta, Alejandro Romualdo, publicó
un extenso poema titulado “El movimiento y el sue-
ño” que resumía bien su estética. El texto recogía
formalmente la lección de Mallarmé de desplegar
las palabras en todo el espacio de la página en
blanco y aludía en columnas paralelas a dos ex-
chado que compara la vida con un ancho río y por
T. S. Eliot quien dice que el río es un fuerte Dios
pardo, adusto, indómito, intratable.
La novedad perceptible en el libro es el contenido
dramático que Heraud confiere al viejo símbolo.
La voz que escribe se trasmuta en río y aparente-
mente con el mismo capricho con que serpentean-
Marco

periencias disímiles, la de las exploraciones de los te baja de las alturas, va alineando sus versos cui-
astronautas en el espacio que culminó con la lle- dadosamente libres, anunciando las cualidades
gada del hombre a la luna, y el caminar de los contradictorias de las que viene poseída. Al final
hombres de Ernesto Ché Guevara por las pam- el río habla de la necesidad de mezclar sus aguas
pas de la sierra boliviana. Mientras unos, Gagarin, limpias con las turbias del mar, de silenciar su can-
Armstrong y sus compañeros ascienden al firma- to, de tener que abandonar mucho de lo querido,
mento, otros, más anónimos, reconocidos solo campos fértiles, nuevas aguas luminosas, nuevas
por sus patronímicos, Ernesto, Alejandro, Antonio, aguas apagadas. A pesar de Neruda y de Vallejo,
bajan a los infiernos y encuentran la muerte. Mien- a quienes cita en otros de sus poemas, Heraud
tras unos ingieren dietas balanceadas, los otros trae una frescura personalísima, un modo de ha-
apenas briznas y beben agua mala. cer poesía que transforma los símbolos tradicio-
El poema de Romualdo expresa bien las preocu- nales.
paciones estéticas y vitales de una parte impor- El mismo año de 1960, Heraud ganó un importan-
tante de los poetas peruanos de los años cincuen- te premio para escritores jóvenes. Con su libro El
ta, Rose, Valcárcel, Salazar Bondy, y evidencia viaje compartió con César Calvo los lauros del
también las tensiones ideológicas de la sociedad concurso “Poeta joven del Perú” convocado en la
contemporánea. Ahora que ha desaparecido la ciudad de Trujillo por la revista Cuadernos trimes-
Unión Soviética y se ha derribado el muro de Ber- trales de poesía. El libro apareció en 1961 y fue el
lín, el poema cobra un valor más simbólico. Si po- último que alcanzó a ver Javier Heraud. En esta
nemos entre paréntesis las cuestiones coyuntu- ocasión, el poeta asume su “yo personal”, sigue
rales, podríamos decir que alude al destino mis- atraído por los elementos naturales, el mar, las
mo del hombre, a las vastas posibilidades de ex- vertientes, pero el trasfondo es el de un hombre
ploración científica y a la perentoria necesidad de madurando a trancos, fatigado prematuramente,
que la riqueza se distribuya con equidad entre los que va a encontrarse con los suyos para cumplir
hombres. involuntariamente con el rito de la despedida.
Heraud visita uno a uno todos los claustros mater-
Heraud, un poeta símbolo nos, y aparecen los personajes simbólicos, la
madre, el padre, el hermano Gustavo que sueña
A principios de los años sesenta, muchos jóvenes
con los tigres, y toma energías para emprender
en América Latina quedaron deslumbrados con la
diferentes logros. El éxito de sus dos primeros li-
revolución cubana, uno de ellos fue Javier Heraud
bros fue para Heraud un viaje rápido, un partir sin
(1942-1963). Así como Los heraldos negros (1919)
despedirse “porque en su corazón no cabían más
de César Vallejo significó parentesco y ruptura con
flores”.
el modernismo, El río (1960) de Javier Heraud evi-
dencia relación y distanciamiento con el grupo de Así terminaron “los viajes no emprendidos, trazos
los años cincuenta. Todavía hoy nos sorprenden de los dedos silenciosos sobre el mapa”, como lo
esos frescos primeros versos escritos por un jo- escribió otro poeta trágicamente desaparecido,
ven que entonces tenía dieciocho años. Luis Hernández. Así empezaron los viajes verda-
deros, el afán explorador y fundador de Javier
El río apareció como las verdaderas novedades
Heraud, su claro compromiso político, el último tra-
literarias, sin hacer osten-tanción de su condición:
mo de su vida erizado y heroico. Heraud marchó
el poeta tomaba ese símbolo de la tradición filosó-
a Cuba y regresó al Perú transformado en guerri-
fica y literaria que petence a lo que se llama la
llero. No estaba en combate cuando fue baleado
lógica paradójica según la cual, las palabras es-
en un río de Madre de Dios en mayo de 1963.
trictamente verdaderas parecen paradójicas. El río
de Heraud es cristalino en la mañana y luego baja Heraud en sus viajes “de verdad” no tuvo mucho
con furia y rencor. El poeta conoce la línea expre- tiempo para corregir los que serían sus últimos
sada por Jorge Manrique en el siglo XV que com- poemas, pero de esta etapa son algunos de sus
para nuestras vidas con los ríos que van a dar a la mejores versos, como aquellos de su Arte poética
mar que es el morir, continuada por Antonio Ma- de su libro Estación reunida donde dice:

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Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos

[...] conforme pasa el tiempo bles de ser poetizados sostiene que estos son el
Cielo, en el sentido de lugar de la presencia de
y los años se filtran entre las sienes, Dios, normalmente simbolizado por el cielo físico;
Marco

el Paraíso Terrenal, hogar natural y original del


hombre, representado en el relato bíblico por el
la poesía se va haciendo Jardín de Edén, que ha desaparecido como lugar
pero que hasta cierto punto es recuperable como
trabajo de alfarero, estado mental; El Entorno Físico en el que hemos
nacido, teológicamente un mundo caído y de alie-
arcilla que se cuece entre las manos, nación; y el Mundo demoníaco de muerte, infier-

S
no y pecado por debajo de la naturaleza.
arcilla que modelan fuegos rápidos. i despojamos a las afirmaciones de Northrop de
su contenido teológico, podemos concluir que hay
cuatro espacios para cantar: los cielos, los sue-
Y la poesía es un relámpago maravilloso, ños, la superficie de la tierra y las cavernas. Hay
poetas que hacen un viaje iniciático, bajan a las
una lluvia de palabras silenciosas, cavernas y van ascendiendo lentamente hacia los
cielos. Son los más escasos y el ejemplo
un bosque de latidos y esperanzas, arquetípico es Dante Alighieri. En la poesía lati-
noamericana probablemente el único poeta que
se puede citar es César Vallejo. Hay otros poetas
el canto de los pueblos oprimidos,
que siguen el camino inverso: caen de los cielos
hacia la tierra. Ese es lo que ocurre con Vicente
el nuevo canto de los pueblos liberados. Huidobro y su libro Altazor. Hay poetas de los
sueños como André Breton y poetas de la tierra
Y la poesía es entonces, como Pablo Neruda. Aunque bien visto, todos los
seres humanos, y los poetas de manera especial,
están hechos de la materia misma de los sueños.
el amor, la muerte,
Y es cierto también, como lo sostiene Jorge Luis
Borges, en numerosos escritos, que para la ma-
la redención del hombre. yor parte de la gente esta opinión es un suspiro
de descorazonamiento o una metáfora; para los
metafísicos y para los místicos es la enunciación
El poeta, más en su biografía personal que en su simple de una verdad precisa.
escritura, expresa bien la contradicción que, usan-
do una metáfora de Roberto Fernández Retamar, Casi nunca los poetas son teóricos de la literatu-
podemos llamar de los poetas que quieren ser co- ra, metodólogos, profesores y, obviamente no pien-
mandantes. El acto privado de escribir sustituido san en las clasificaciones que los otros hacen de
por el acto público de tomar las armas. Un poeta sus poemas, Es el caso de César Calvo (1940-
nacido en 1928, Juan Gonzalo Rose, atrapado en 2000), uno de los más dotados líricos de la poesía
esta aparente contradicción, hablando de una co- peruana del siglo. Su primer título Poemas bajo
lumna guerrillera, sostiene que él es el que lleva tierra (1960) lo ubica, dentro de la clasificación que
las guitarras. hemos esbozado, como un poeta de las cavernas
y de los sueños. Calvo trae a la poesía peruana,
Naturalmente, muerto Heraud tuvo un halo sim- desde ese momento y hasta el final de su produc-
bólico para los jóvenes; ahora que han pasado ción, imágenes deslumbrantes, adjetivación varia-
casi cuatro décadas de su desparición, su poesía da y lujosa, sueños que proponían nuevas reali-
empieza a ser leída con desapasionamiento y ob- dades verbales. Su poesía da la impresión de ser
jetividad. imaginada por alguien que tiene asombrosa facili-
dad para la escritura y maneja el castellano con
Un mago de la mucha propiedad, y aunque evidencia de un modo
muy claro sus vínculos con la poesía tradicional
palabra
en cuanto a manejo de recursos, conocimiento de
verso medido por ejemplo, no hay forma, desde
Northrop Frye, uno de los téoricos que desde la ese primer libro, de negarle una peculiar originali-
perspectiva cristiana, ha abordado el estudio de dad:
la literatura, hablando de los espacios suscepti-

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Pudiera ser verdad que no estoy solo Aquel bello pariente de los pájaros

que escondía su sombra de la lluvia

Pudiera ser verdad que no estoy solo; mientras tu dirigías

alguien viene a dictarme lo que vivo. sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.

Pudiera ser verdad que no estoy muerto. El niño que subía

Pudiera ser verdad que en blanco escribo. por el estambre rojo del verano

para contarte ríos de perfume,

Arde un duelo en mi cuarto desolado. cabellos rubios y país de nardos.

Alguien cierra mis ojos cuando miro. Tu niño preferido -¡si lo vieras!-

Pudiera ser verdad cuanto he callado. es el alma de un ciego que pena entre los cactus.

Pudiera ser verdad cuanto he mentido. Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,

rabioso jardinero de otoños enterrados.

De cualquier modo, soy. Me acuesto tarde.

Le tengo al llanto un poco de cariño. ¿Y sabiendo esto lo quisiste tanto?

Y llego puntualmente a degradarme. ¿Lo acostumbraste al mar,

al sol,

Sigo esperando lo que ya ha venido. al viento,

Guardo mi corazón para mañana. para que hoy ande respirando asfixias

Me despido de aquello que no vino. en un pozo de náufragos?

¿Para esta pobre condición de niebla

defendiste su luz de enamorado?

En 1960 era hasta cierto punto fácil señalar en


este poema la semejanza con el Vallejo que vol-
vió a escribir sonetos en su etapa parisina y seña- Poesía, no quiero este camino
lar también el común temblor frente a la vida de
Calvo y García Lorca. Más difícil era ver en la que me lleva a pisar sangre en el prado,
entrelínea, el verdadero descenso a los infiernos
cuando la luna dice que es rocío
que la poesía de Calvo nos anuncia, los sufrimien-
tos, apenas dichos del mago de las palabras en su y cuando mi alma jura que es espanto,
difícil camino por la vida. Pero en otro texto hermo-
sísimo, no solamente característico del libro, sino Poesía, no quiero este destino.
emblemático de toda su poesía, Aquel bello pariente
de los pájaros, Calvo expresa algunas constantes Llévate tus sandalias.
de lo forma cómo se vé a sí mismo, de cómo ve su
relación con la poesía y la vida: Devuélveme mis manos!

El final de la historia lo dirán las estrellas

y las hojas que cubran mi sueño sepultado.

25
Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Marco Martos

El texto, escrito en segunda persona, se constru- cen su belleza a lectores insistentes que se pro-
ye dirigido a la propia poesía y recorre dos mo- pongan llegar a esas vetas luminosas: oro verda-
mentos en la vida del personaje que narra, el mis- dero bajo una montaña de palabras.

C
mo poeta: cuando niño subía por el estambre rojo
del verano, y ahora, en el momento de la escritu-
ra, se ha convertido en rabioso jardinero de oto-
Ausencias y retardos
ños enterrados. No podemos olvidar que quien ésar Calvo fue un hombre muy vital. Sobre él se
escribe esto tiene veinte años y no deja de sor- han tejido leyendas que si no son ciertas, están
prender esa apariencia de vida con muchas expe- bien contadas. De todo ese cúmulo de palabras,
riencias, que el poema puede dejarnos. No es esa, hay algunas que parecen verdaderas, como aque-
sin embargo, una actitud infrecuente en los jóve- lla que cuenta que el título de su segundo libro, le
nes poetas, que se ven en numerosas ocasiones fue sugerido por una página burocrática que con-
como envejecidos o con una vida largamente re- trolaba la asistencia de los periodistas de “El Co-
corrida. Un poeta como el chileno Gonzalo Rojas, mercio Gráfico”, diario de la tarde que circuló por
en sus veinte años, escribió un poema que se titu- algún tiempo en los años sesenta. Calvo, que era
laba “Mi juventud la perdí en los burdeles”. Ha- periodista de planta, como es adivinar por quie-
bría que decir, de un modo muy general, que la nes lo conocieron, tenía algunas ausencias y nu-
iniciación en la vida adulta significa efectivamen- merosos retardos y en en uno de éstos, su mirada
te, para muchos espíritus sensibles, una sensa- distraída, que buscaba un título entre las nubes,
ción de pérdida. Se pierde no solamente la ino- lo halló en la mesa del empleado responsable de
cencia, sino la relación intensa con los elementos esa penosa labor. La carcajada olímpica del lírida,
naturales: el mar, el sol, el viento, las flores. Que- que era muestra del contentamiento por el hallaz-
dan los cactus y la niebla. Pero en el texto de go, sacó de su marasmo al distraído servidor que
Calvo, hay una seña precisa que, encaramada sumo su risa tímida a la tremebunda del poeta.
sobre la clave personal que hemos enunciado, El encuentro feliz y casual del título, junto con la
introduce la variable social de la sociedad perua- capacidad de “verlo” en una página insólita, poco
na de los años sesenta, que empezaba a crujir, tiene que ver con el cuidado extremado, formal-
harta de las injusticias: mente hablando, que pone César Calvo en ese
manojo de versos. Desde la época de Garcilaso,
existe en castellano una combinación estrófica lla-
Poesía, no quiero este camino mada “silva”, selva en italiano, que es la sucesión
aparentemente desordenada de versos
que me lleva a pisar sangre en el prado endecasílabos con versos heptasílabos. La prác-
tica de varios siglos ha probado que se trata de
cuando la luna me dice que es rocío una combinación de versos particularmente

O
eufónica en castellano. Poetas muy exigentes for-
y cuando mi alma jura que es espanto. malmente, como Francisco Bendezú, han usado
silvas que podemos llamar blancas, es decir sin
tra observación que se deduce del texto, pero que rima, lo que asocia de un modo que podemos lla-
es válida para la mejor porción de la poesía de mar natural a la poesía más tradicional con la con-
Calvo, es la manera indirecta de cómo se refiere a temporánea. Un poeta como César Vallejo hace
la realidad social: la sangre en el prado, que es algo muy audaz en su época. Sabido es que Rubén
rocío para la luna y espanto para el poeta. Poesía Darío, por la influencia francesa que tenía, volvió
llena de imágenes, la de Calvo, distanciada de los a introducir el verso de catorce sílabas que había
modelos que entonces se ofrecían a los jóvenes, usado Berceo en el siglo XIII. Vallejo percibió que
la poesía de Romualdo o la de Rose, más direc- el verso de catorce sílabas, que es el doble de
tas, aunque compartiendo el mismo ideal social. siete, se combinaba bien con el de once y el de
Inclusive hay una diferencia muy marcada con la siete sílabas. Lo percibió y lo hizo. Parte de la be-
poesía de Heraud. Lo que en Heraud es deseo y lleza de su célebre poema Idilio muerto es formal.
premonición, en Calvo es añoranza de una infan- Se trata de la combinación eufónica de versos de
cia perdida, ¿acaso no se dice que la infancia es la catorce sílabas, los alejandrinos, de once sílabas,
verdadera patria del hombre?, y constatación de los endecasílabos y de siete sílabas, los
una realidad descorazonante. El título Poemas bajo heptasílabos. Antes de proseguir, leamos un her-
tierra, indica también que la poesía de Calvo tiene moso poema de César Calvo, y veamos cómo
sentidos ocultos que permanecen bajo tierra, se- cuenta las sílabas:
pultados bajo imágenes deslumbrantes que ofre-

26
Me han contado también que allá las noches desmadejan tus manos

tienen ojos azules en tanto el tiempo temporal golpeando

y lavan sus cabellos en ginebra. como una puerta de silencio suena).

Desde el viento te escribo.

¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas, Y es cual si navegaran mis palabras

el silencio es un viento de jazz sobre la hierba? en los frascos de nácar que los sobrevivientes

encargan al vaivén de las sirenas.

¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios

inclinan al crepúsculo, A lo lejos escucho el estrujado celofán del río

y en tu voz, a la hora de mi nombre, bajar por la ladera.

en tu voz, las tristezas? (Un silencio de jazz sobre la hierba).

O tal vez, desde Vermont, enjoyado de otoño, Y pregunto y pregunto:

besada tarde a tarde por un idioma pálido

sumerges en olvido la cabeza. ¿Es cierto que allá en Vermont

Porque en barcos de nieve, diariamente, las noches tienen ojos azules

tus cartas y lavan sus cabellos en ginebra?

no me llegan.

Y como el prisionero que sostiene ¿Es cierto que allá en Vermont los geranios

con su frente lejana otoñan las tristezas?

las estrellas:

chamuscadas las manos, diariamente ¿Es cierto que allá en Vermont es agosto

te busco entre la niebla. y en este mar, ausencia...?

Ni el galope del mar: atrás quedaron


El número de sílabas de cada verso, varía de un
inmóviles sus cascos de diamante en la arena. modo parecido al hecho por César Vallejo en Idilio
muerto y es el siguiente: 11-7-11-11-14-11-7-11-
Pero un viento más bello 7-14-14-11-11-3-4-11-11-11-7-11-14-7-7-14-7-7-
12-11-7-11-14-11-7-11-7-11-7-7-10-11-11-7-7-14-
amanece en mi cuarto, 7. A pesar de que el poema puede considerase de
versos libres, no lo es rigurosamente. Los versos
un viento más cargado de naufragios que el mar.
14 y 15 : “ tus cartas / no me llegan” puede consi-
derarse como un heptasílabo y el verso 28 “ en
tanto un tiempo temporal golpeando” que tiene 12
(Que luna inalcanzable sílabas, tiene una especie de diptongo arbitrario
en golpeando, que es la única “libertad” contra la
métrica que se toma el poeta. Lo que está hacien-

27
Reflexion sobre javier Heraud y cesar calvo
Martos

do Calvo, es algo también familiar en algunos poe- Qué niño cruel un libro en blanco hojea
mas de Francisco Bendezú: reintroducir el conteo
de sílabas en el verso libre. El poema se sostiene sin párpados
Marco

por esa cadencia de origen clásico, por lo exquisi-


to del vocabulario, y por un sentimiento de natura- y rasga la página más nuestra!
leza romántica, que vive en la poesía de cualquier
época: el dolor de la separación. Ese viento de jazz
sobre la hierba, esa música sostenida, leve y triste,
Ceniza, no rocío, es la fortuna
es la poesía de César Calvo, que paradójicamen-
te, muchos leen como bálsamo en sus propios su- de las flores que crecen como estrellas:
frimientos.
son de ventura sólo si fulguran
Colofón personal y fulgurar es siempre su tragedia.

C
onocí a Javier Heraud en la Universidad Católica.
Alto, siempre de traje, pocas veces con corbata,
caminaba desgarbado haciendo equilibrios en el
patio empedrado. Entraba y salía apresurado, con Quédate así, penumbra en la penumbra
Mario Sotomayor, o rodeado de dos o tres mu- que bebo solo porque a ti me lleva.
chachas, las musas de aquellos años, Adela y
Adela, las Adelitas, primas ambas de una belleza Alguien, tras de la puerta, me apresura.
que muchos conservan cristalizada en la memo-
ria. El recuerdo más intenso que tengo de Javier Y sé bien que no hay nadie tras la puerta.
es haberlo acompañado a San Marcos en 1961
para escuchar a Jorge Guillén, una noche en la
que Wáshington Delgado hizo el elogio del poeta Esta es la paradoja: César Calvo, hombre de tan-
español. Ahí conocí a Arturo Corcuera. A César tos amigos y amigas, estuvo solo toda su vida,
Calvo lo admiré pronto. Me gustó mucho su pri- solísimo.
mer libro, y en 1963, de manera anónima estuve
entre los que escucharon su lectura, en la puerta
de la casa de la poesía, en la bajada de baños de
Barranco, de Ausencias y retardos. Un tiempo más
tarde, no puedo precisar cuándo, tal vez en 1965,
Calvo me visitó en la Universidad Católica, para
darme palabras de aliento; había leído unos poe-
mas míos que le habían gustado. De Calvo se de-
cía que era un bohemio, algo que yo no quería ser
de manera muy firme. Había visto desde siempre
a muchos desperdiciar su talento conversando en-
tre cervezas o piscos, pero hubo una instantánea
simpatía. Creí ver –y no me equivocaba- que de-
trás de la máscara histriónica que se colocaba,
detrás del riguroso oropel: traje negro, bastón, cor-
bata mariposa, había un poeta de verdad con alma
Bibliografía
de niño. Y fui su amigo intermitente. También me
conoció pronto y seguramente no sin ironía toma- César Calvo. Poemas bajo tierra. Lima. Cuadernos tri-
ba café con leche conmigo algunas veces, en las mestrales de poesía. 1961.
mañanas. Años más tarde, Max Silva nos juntó César Calvo. Ausencias y retardos. Lima. La rama flori-
algunas veces o Francisco Bendezú, al que am- da. 1963.
César Calvo. Pedestal para nadie. Lima. Instituto Na-
bos, César y yo, siempre consideramos un her- cional de Cultura. 1965.
mano. Ahora que César Calvo ha entrado en las César Calvo.
sombras , para recordarlo tal como era, releo uno Como tatuajes en la piel de un río. Lima. Ediciones El
de sus poemas que lo define con mano maestra: río. 1984.
Northrop Frye. Poderosas palabras. Barcelona, Munhnik
editores. 1990.
Javier Heraud. Poesías completas. Lima. La rama flori-
da. 1964.
Alejandro Romualdo. El movimiento y el sueño.
Lima.Editorial gráfica labor. 1971.

28
Sobre un Poema de Cesarcalvo
Max Silva tuesta

N
o es el mejor de sus poemas; pero, como en ningún otro, en éste César Calvo revela un trozo de su
intimidad sin mayores ropajes. Más de una vez tuve la tentación de invitar a su autor a comentarlo, pero
me abstuve: consideré que la confianza también tiene sus límites. He aquí el poema:

Mi padre llegó ayer. Ha parecido


una partida más este regreso.
A mi llanto he subido para verlo
perderse por la cuesta más honda.

Qué ganas de decirle que estuvimos


esperando sus pasos
para seguir muriendo!
Qué ganas de que nada, que sus cartas
nunca escritas
nos llegaron sin falta!
Pero la casa
calla
y todos caminamos
de puntillas, para no despertarla.

Mi padre llegó ayer. No sé quién baja


a media asta los días de febrero.

Mi padre llegó ayer.


Y está más lejos 1. (PBT. 53)

En los poemas que otros han dedicado a sus padres —que no son pocos— rinden tributo al
progenitor correspondiente. En el de César Calvo, no. Lo que prima, más bien, es el reclamo amargo, la
queja rabiosa y hasta una suerte de imprecación:

A mi llanto he subido para verlo


perderse por la cuesta más honda. (PBT. 53)

Aunque el autor no la nombre, debe suponerse que las cartas / nunca escritas tienen que ver,
más que con él, con la madre2. El hijo hace causa común con ella. No en vano, en otro poema Calvo dice
que debe hablar, no sólo de sus sufrimientos, sino también hablar de la nostalgia de mi madre (PBT. 30),
y no de cualquier nostalgia: Otto Fénichel ya nos habló de ‘‘aquellas formas de depresión que se llaman
nostalgia’’ 3.

1. Los poemarios de César Calvo: ‘‘Poemas bajo tierra’’, ‘‘Ausencias y retardos’’, ‘‘El último poema de Volcek Kalsaretz’’,
‘‘El cetro de los jóvenes’’, ‘‘Pedestal para nadie’’ y ‘‘Como tatuajes en la piel de un río’’, se señalarán con las
respectivas iniciales: PBT, AYR, PVK, CDJ, PPN y TPR, seguídas de un paréntesis donde va el número de
la página correspondiente.
2. En el poema ‘‘Nocturno en Vermont’’, sí hay un claro reclamo sobre el particular: Porque en barcos de nieve,
diariamente, / tus cartas / no me llegan. ( AYR. 73 )
3. Fénichel, O.: TEORÍA PSICOANALÍTICA DE LA NEUROSIS. Editorial Nova, Buenos Aires, 1957; página 518.

29
Sobre un Poema de Cesarcalvo
Max Silva tuesta

Nadie se muere por no recibir una carta.


¡Qué duda cabe! La respectiva depresión sucede
si el régimen epistolar refleja desinterés, cuando
no olvido; y, con mayor razón, si hay prole de por
medio. La madre, en este caso, como suele decir-
se, ‘‘tiene que hacer milagros’’. Y los hace no sólo
en el terreno material. Calvo cuenta que los libros
de Vallejo ‘‘me fueron obsequiados por mi madre,
quien tuvo que ayunar para comprarlos’’ (PPN.
292). ¿Y el padre? ¡Bien, gracias!...
Digámoslo de una vez: el padre de nues-
tro poeta corresponde a ese tipo de padre que, a
falta de mejor nombre, llamaremos padre tran-
seúnte. ¿Por qué transeúnte? porque, en vez de
retornar a casa cada día, aduce cualquier motivo
para hacerlo cuando se le antoje o cuando le con-
viene, bien sea por una temporada o por un tiem-
po breve. Al parecer, los meses de febrero fueron
los preferidos para el retorno en este caso:

Mi padre llegó ayer. No sé quién baja


a media asta los días de febrero (PBT. 53).

En el ejemplo anterior se vuelve a impre-


car, en el sentido de ‘‘Proferir vehementes pala-
bras manifestando vivo deseo de que alguien re-
ciba mal o daño’’ 4. ¿Acaso los emblemas no se
ponen a media asta como señal de duelo?
Aquí, en particular, el padre transeúnte
es el producto de una dinámica familiar donde una
esposa conformista o demasiado complaciente y
un suegro sin mayor carácter consienten, en un
primer momento, y convalidan, después, como
para que las cosas sucedan de acuerdo con los
designios del padre transeúnte.
Todo esto se produce, en general, cuando
los hijos están pequeños y, como se dice
coloquialmente, aún no tienen vela en este velo-
rio. Pero, el tiempo pasa, y los hijos ya con uso de El pintor César Calvo de Araujo,
razón y corazón, se ven involucrados o sufren en padre del poeta. Arriba, en su
silencio. atelier.
En otras palabras, la comunicación de los
(Fotos colección Max Silva
padres y el abuelo que, antaño, se realizaba sin Tuesta)
tener en cuenta la presencia de los hijos; hogaño,
tiene que realizarse sotto voce.

4. Enciclopedia Universal Sopena. Barcelona, 1983.


Tomo 9, página 5993.

30
No es mera casualidad que, en una carta
de 1967, Calvo me contara lo siguiente: ya de niño Ya nadie vendrá nunca.
pensaba yo ( intuía yo) que la vida era un triste
Contando alguna tarde de provincia,
escenario que los demás montaban para mí; pa-
saba los días y las noches (es una exageración, hoy nos hemos comido para siempre las rosas.
pero es posible) atisbando la conversaciones fa- (PBT. 41)
miliares, angustiado y atento a sus descuidos bus-
cando sorprenderlos en su vida, en la verdadera Mucho más se podría hablar sobre el padre tran-
vida que me ocultaban 5. seúnte; pero tal es la claridad y la inteligencia con
que César Calvo ha escrito sobre sus más doloro-
De lo anterior se deduce el sufrimiento, en sas experiencias que basta con este último ejem-
general, y la pobreza, en particular, en que vivió plo:
nuestro poeta, dos de los elementos que más se
translucen en POEMAS BAJO TIERRA. Después Y mi padre me habla con su voz de retrato.
vendrá el modo de ser bronco, rebelde y escépti-
(PBT. 52)
co de Calvo que muy bien se manifiesta en su
libro mayor logrado: PEDESTAL PARA NADIE.
Sobre el sufrimiento hay varios testimonios Y el poeta sigue derrochando inteligencia y hasta
y testigos, actualmente fáciles de ubicar. Pero lo sabiduría cuando se refiere a su padre ahora re-
que dejó escrito tiene más contundencia en cuan- presentado por el SOL, símbolo del padre más
to verdad auténtica. En varios de los POEMAS difundido, después de Dios:
BAJO TIERRA se refleja ambas experiencias ne-
gativas. Pongamos por caso: Sólo el invierno. Y además
invierno
Tu niño preferido -¡si lo vieras!- en pleno estío. Y en la pura sangre,
es el alma de un ciego que pena entre los cactus. ceniza de algún sol que se marchara.
(PBT. 25).
(PBT. 45)

Calvo tenía veinte años de edad o poco


Ya es hora de ponerle punto final a esta
menos cuando se quejaba así, conmo-
nota porque, creo yo, que ya he contestado a mi
vedoramente. Había comprendido todo lo que
inolvidable amigo César Calvo una de las mil y
pasaba en rededor. Y tenía el coraje y la fuerza
una preguntas que entrambos solíamos hacernos:
para escribir lo que sentía cada vez que su padre
llegaba.

Siempre es bueno sufrir


Mi padre llegó ayer.
pero sabiendo
Y está más lejos.
cuál es la nube que negó la lluvia.
(PBT. 43).
Pues bien: que alguien me diga
Puede decirse que en su experiencia ya
todo estaba pasado en limpio: el abuelo, con su a quién debo el honor de esta amargura.
humilde oficio de sastre daba lo que el padre es- ( PBT. 39 )
taba obligado a dar. Resultado: la pobreza, la
malhadada pobreza, la herida que nunca cicatriza
por más que en algún libro se hable de LAS CI-
CATRICES DE LA POBREZA6. César Calvo tenía
suficiente resiliencia, no sólo para resistirla a pie
firme, sino para gastarle alguna broma:
5. Silva, M.: HOTEL SEMENTERIO. Lima, 1983. Pági-
na 347.
6. Rodríguez Rabanal, C.: CICATRICES DE LA POBRE-
ZA. UN ESTUDIO PSICOANALÍTICO. Editorial
Nueva Sociedad. Caracas 1991

31
En busca de Ino Moxo...
(Fotos de Iván Calvo)

32
La
Gar ayar
Magica Cosmovision de Ino Moxo

E n apariencia Las tres mitades de Ino Moxo y otros realiza, de ese modo, desde el vértice materno
brujos de la Amazonía es uno más de esos libros hacia el paterno. Ese padre no es el carnal -el pin-
que exploran el mundo de la magia y que, planea- tor César Calvo de Araújo, también mencionado-,
dos como entrevistas o experiencias con un fa- sino el espiritual, el que le facilitará el acceso a la
moso chamán, buscan introducirnos, de manera comprensión, Ino Moxo.
más o menos impertinente o impostada, en la La obra trabaja con relativamente pocos persona-
mentalidad mítica de los llamados pueblos primiti- jes, caracterizados menos por su singularidad
Carlos

vos. Pronto, sin embargo, el torrente de imágenes sicológica o su forma de hablar, que por su jerar-
en que nos sumerge nos hace descubrir que la quía en el mundo de la sabiduría ancestral y por
excursión a lo exótico no es el impulso que guía a las historias que cuentan: los brujos don Javier,
esta narración límpida y desconcertante. don Hildebrando, don Juan Tuesta; Iván Calvo,
El desconcierto empieza con la estructura. Por Ruth Cárdenas y Félix Insapillo; o aquellos que
comodidad podemos llamarlo novela, pero el libro forman parte de los relatos de otros, como Fermín
acepta ser considerado como una serie de visio- Fitzcarrald, Babalú o el curaca Hohuaté. Todos se
nes que, en primera instancia, se superponen de ven enriquecidos por los desdoblamientos que,
modo caótico y enhebradas apenas por la historia sabiéndolo o no, experimentan y por su continuo
de una búsqueda. Ésta no sigue una secuencia tránsito de una visión a otra; desdoblamientos que
lineal, sino, más bien, es circular y recurrente, por son consustanciales al mundo de la magia y que
lo que, a pesar de que sabemos que el protago- en la cosmovisión amazónica son aun más com-
nista tiene como meta encontrar a Ino Moxo, no plejos, pues para ella no sólo se desdobla el hom-
llegamos a determinar en qué etapa de la bús- bre en alma y cuerpo, sino en varios hombres,
queda nos encontramos. Las escenas, entonces, cada uno con su cuerpo y con su alma. Los perso-
parecen sucederse no por una relación de causa najes, así, aunque sicológicamente sencillos, ad-
a efecto o progresión temporal, sino por la reso- quieren consistencia y misterio.
nancia de una palabra, un tema, un personaje que Podemos decir, entonces, que Las tres mitades
actúan a modo de conjuros que convocan a otras de Ino Moxo se estructura en tres niveles: el de la
escenas, anteriores o posteriores, cercanas o le- búsqueda del encuentro con el padre-maestro, que
janas, nuevas o ya contadas. Exteriormente, sin parece ser el nivel “objetivo”, hasta que al final
embargo, el libro está dividido en cuatro seccio- resulta también relativizado; el de los personajes,
nes, cada una constituida por varias escenas, que oscilantes y escindidos, según sus “personas” o
no son compartimentos estancos ni necesariamen- vidas; y el de las visiones, iridiscentes e igualmente
te siguen un desarrollo cronológico. La última sec- imposibles de asir. Detrás, nutriendo todo, la
ción nos da la clave del conjunto porque parece cosmovisión amazónica y su principio de la con-
ser el único que está anclado en la realidad tal tradicción totalizadora, según el cual las cosas son
como solemos considerarla. y no son lo que aparentan, pues las dimensiones
El protagonista emprende la búsqueda del jefe de la realidad son muchas y simultáneas. Para
amawaka Ino Moxo en las profundidades de la abarcarlas, uno debe “ver”, esto es, traspasar la
selva. Por supuesto, no importa saber por qué ni capacidad de los sentidos. Un río, dice uno de los
cuándo lo hace. La narración se instala en una brujos, puede ante nuestros ojos corporales care-
geografía reconocible –se mencionan ríos, ciuda- cer de agua, porque esa percepción pertenece al
des, direcciones-, pero el otro determinante bási- espectro de lo visible, pero no de orillas, y éstas
co, el tiempo, se enrosca como una gran serpien- no son dos, sino tres, cuatro, cinco...
te o se disuelve como la bruma. Igual sucede con La relación del hombre con los objetos cobra, así,
los motivos. Sólo sabemos que esa búsqueda es una importancia capital. Para el que “sabe”, ellos
esencial porque, como la de Telémaco, es la del son el vínculo con la totalidad. Los objetos poseen
padre. El protagonista es César Soriano, y su pri- espíritu, contienen fuerzas positivas o negativas
mo César Calvo, uno de sus acompañantes; pero que el brujo domina y potencia. “Igual que los re-
al final nos enteramos que este último es el real, y molinos son amamantados por serpientes gigan-
Soriano únicamente un desdoblamiento en la vi- tes, así todo vegetal tiene su madre también. Las
sión. Aunque el narrador no hace hincapié en ello, despertamos para que aumenten con su cariño
no se necesita ser demasiado observador para las fuerzas de la cura”, dice don Manuel Córdova.
darse cuenta de que, siendo Soriano el apellido Pero aun los objetos fabricados por el hombre son
de la madre de César Calvo, el viaje iniciático se

33
La Mágica Cosmovision de Ino Moxo
Gar ayar

el punto de encuentro de las varias dimensiones plo, tal vez demasiado explícitamente, don Ma-
de la realidad, como el cajón de Babalú, que si- nuel Córdova (una de las mitades de Ino Moxo) le
gue sonando, aunque su dueño ya es difunto, e aconseja a César Calvo: “No vayas a alterar la
Carlos

introduciéndose en el cual su viuda se interna en realidad del sueño, no divorcies la magia de la his-
el mar. Sin embargo, hay objetos privilegiados, toria ni la vigilia del mito”.
especies de talismanes o puertas hacia el espa- Las tres mitades de Ino Moxo, a pesar de su
cio sagrado, en los que se concentra esa poten- estructuración insólita, mantiene preso al lector
cia. De esa calidad son el quero que se le apare- porque por debajo de su caos de imágenes, de
ce al protagonista en sus “mareaciones”, la piedra sus recurrencias y de su regusto por las contra-
negra que da origen al “agua de la serenidad” o dicciones late un fondo de autenticidad y pasión.
los icaros que pronuncian los brujos. Pero el vín- Pocos libros como éste se han acercado a la sel-
culo por excelencia con la realidad que “habita el va con la naturalidad que da el conocimiento pro-
aire” es la ayahuasca, la soga del muerto, la fuen- fundo. La amazonía ha tenido la desdicha de figu-
te de las visiones. rar en la literatura las mayoría de las veces como
La naturaleza y las cosmovisiones americanas han naturaleza más o menos exótica, apenas telón de
sido fuente de inspiración para la literatura desde fondo de historias en las que, siguiendo el lugar
tiempos remotos, y en el siglo XX dieron origen a común del “infierno verde” o el paraíso donde el
las corrientes de lo real maravilloso y el realismo hombre prueba sus fuerzas, se desarrollan argu-
mágico. A ninguna, aunque comparte con ellas el mentos más o menos simplones. El libro de Cé-
impulso inicial, puede adscribirse Las tres mita- sar Calvo no reduce la selva a paisaje, ni siquiera
des de Ino Moxo. Para Alejo Carpentier lo maravi- cuando, como en el capítulo en el que “Ino Moxo
lloso es observado desde una racionalidad que enumera las pertenencias del aire”, los animales
establece comparaciones y ordena lo contempla- y las plantas son presentados, uno tras otro, en
do, en tanto que para Gabriel García Márquez el un recuento abigarrado, porque para él la selva
prodigio, a pesar de ser asumido como natural, se es naturaleza viva –sintomáticamente, los seres
proyecta sobre un fondo de normalidad que esta- de esa enumeración son descritos según sus so-
blece el contraste. César Calvo, en cambio, con- nidos, incluso los peces y los vegetales-, a la vez
cibe lo maravilloso como la subversión total de lo atmósfera y suma de objetos individualizados, pero
racional, como un espacio saturado de presen- sobre todo en estrecha relación con el hombre, ni

C
cias, paralelo al real, visible para quien esté dis- empequeñecida ni abrumadora.
puesto a verlo e imperceptible para el que se nie- onocido casi exclusivamente como poeta, César
gue a él, el tiempo del mito. Calvo incursiona por única vez en la narrativa con
“La realidad no es nada si no se llega a verificar Las tres mitades de Ino Moxo. El cambio de géne-
en los sueños”, dice Ino Moxo. Porque el sueño ro, sin embargo, no le ha de haber resultado difí-
que proporciona el ayahuasca no exime al inicia- cil, pues este libro, que, como dijimos, se resiste a
do de la realidad; por el contrario, lo instala en una ser considerado novela, resulta, de algún modo,
más amplia que le permite asumir como una tota- una extensión de su labor poética. El registro de
lidad con sentido aquello que la linealidad del tiem- algo tan complejo como una alucinación requería
po y la continuidad del espacio no pueden sino de un trabajo de lenguaje que Calvo, sin exagerar
presentar en forma fragmentaria. El protagonista la nota lírica, realiza a gran altura. Gran parte de
del libro consigue en sus vuelos unir lo que en el la fascinación que el libro ejerce sobre el lector
nivel de la apariencia es inconexo: las visiones deriva de esa elaboración lingüística en la que se
saltan del Cuzco a Pucallpa o al mar de Eten, en- combinan la rotundidad y sonoridad del léxico con
lazan el esplendor del imperio incaico con la casi la cadencia del ritmo y la aparición inesperada de
extinción de la nación amawaka, identifican a Ino las metáforas. Esa presencia poética no se limita
Moxo con el inca Manko Kalli, mezclan las imáge- a las descripciones, su ámbito natural, sino im-
nes de unos brazos que se convierten en alas con pregna los diálogos, los silencios, los giros
la crónica de Fermín Fitcarrald editada por el sorpresivos de la narración. Por eso, quien lea la
cauchero Zacarías Valdez. La voluntad de repre- obra desde la incredulidad, de todas maneras en-
sentar el conjunto del Perú y su historia, convir- contrará magia en sus páginas, la magia de un
tiendo las visiones en testimonio y a la vez en re- lenguaje que cobra vida propia, de la poesía que,
clamo de los vencidos, lleva al narrador a estable- finalmente, es revelación y, a la vez, como quería
cer algunas relaciones forzadas. Al final, por ejem- el Lunarejo, “pompa de palabras”.

34
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo

C
¿uál es el recuerdo más antiguo que tienes de guien que conoce de forma natural, que es
la presencia de tu hermano César?, ¿cuándo parte incluso de la naturaleza y hay incluso al-
fue la primera vez que tú recuerdes que llegó a gunos capítulos en los que te elige enteramente
la selva y cuál fue su actividad cuándo estuvo por la labor que hacías tú de guia. ¿Cómo fue
Ivan

contigo? eso?, ¿es cierto o hay mucha imaginación en


El empezó a amar la naturaleza cuando me vio de todo?.
niño, cuando llegó a Santa Sofía, donde estaba la Es cierto todo lo que escribe.
casa de mi padre. El me dio un abrazo efusivo, Las personas de las que narra, la boca del
cariñoso y yo de frente le dije: vas a andar conmi- macuya...
go. “Ya pues”, me dijo. Yo lo tomé como una bro-
Todo es cierto, incluso las piedras, las conchas
ma, que lo hacía simplemente por complacerme
petrificadas, cuando yo me interno a la selva y
nada más. Y al día siguiente cogí una canoa y un
aparezco con un venado, con un niño indígena .
remo y lo invité a él y me siguió.
¿Qué recuerdas de eso, por ejemplo, cómo fue
Pero, él tenía interés de conocer la selva, de
que salieron a pasear?
pasear por los bosques, un amor por la natu-
raleza. Yo estuve conviviendo con los campas por el
Tambocurubamba y fue una sorpresa cuando yo lle-
Sí, eso sí. Cuando ya comencé a andar en canoa
go de viaje y encuentro a mi hermano César con
con él, me empezó a preguntar cosas, acerca de
Javier Dávila Durand y me abraza, en medio de la
qué quebrada es esta. Era como un niño que des-
selva inmensa, como un tigre, con su risotada acos-
cubría algo, un preguntón y yo a cada rato le ha-
tumbrada...
cía callar para que no haga correr a los peces o
cuando nos íbamos en plan de cacería y él dale El era muy efusivo, ¿verdad?
que preguntaba, qué es esta rama, qué es esta Sí, sí. Me dijo: “Hermano, que mi flaco, que no te
soga, para qué es esto, qué hueles, qué sientes, he visto‘. ¿Qué haces?”. Le conté que estaba con-
qué te dice la selva. Era como un libro abierto, en viviendo con los campas. Entonces me dijo: “ma-
el que iba descubriendo cosas, pero jamás imagi- ñana salimos. Ya de una vez y listo, así como siem-
né naturalmente que algún día iba a escribir sobre pre, nos embarcamos”. Estábamos con unas
la Amazonía. campas, él y yo, que iba de motorista. Comenza-
El tenía más bien una experien-
cia más libresca, más académi-
ca de viajes en Europa que via-
jes en la selva.
Naturalmente, porque siempre
supe que él viajaba a Europa. A la
selva muy poco.
Pero no solamente tenía interés
en conocer los peces, sino tam-
bién las leyendas, los mitos.
Eso sí. Incluso le comencé a con-
tar de Ino Moxo de don Juan
Gonzáles y de muchos otros icaros
y él, siempre con la curiosidad de
averiguar más y más. Por ese moti-
vo también, a través de otras perso-
nas de la ciudad y ,del campo fue
averiguando las vivencias, la convi-
vencia del hombre con la naturale-
za y los icaros, las ánimas, la vida
después de la muerte. Descubrir y
descubrir.
En el libro de Ino Moxo él te con-
sagra como su guía, como al-

35 (Foto de Iván Calvo)


C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo

mos a navegar y en esa zona, como es altura, uno sabe que ahí va a encontrar un kilo de arroz e
Ivan

hay correntosas, pedregales y hay que saber en- ingresas con seguridad. Igual, la intuición misma,
trar en cada quebrada. Uno tiene que conocer para el comunicarse con la selva, con la Amazonía, te
navegar en contra corriente, para no voltear la da ese don de percibir donde vas a cazar, en qué
embarcación, para no virar. Hay que tener como momento.
un instinto. Cuando yo me adentro a la selva es Tú veías que en César había un conflicto entre
como si tuviera un don de la naturaleza, te orien- su racionalismo de la cultura occidental que
tas como si tú hubieras nacido ahí. Parece que traía y el idioma de la cultura nativa, folklórica
César me estudiaba eso, porque cuando yo na- de los asháninkas, de los campas. El se daba
vegaba le decía, hay q ue cuidarnos, por ahí hay cuenta que ingresaba en conflicto, él tenía dis-
un palo, hay tal cosa. Y él me preguntaba: “ ¿por posición de aprehender, pero dentro de sí, de
qué zigzagea la canoa si no veo nada?”. Era un

S
pronto, veía que eso era más mito que real.
olfato instintivo el que yo tenía. Tú no verás nada, Sin embargo, tú le estabas demostrando que
le decía, pero yo sí. era real.
Es como el otorongo, que sabe que no debe í, incluso él se sorprendió cuando comencé a ha-
pasar debajo de un árbol, porque puede estar blar campa con los nativos. Me dijo que tenía el
acechándole el peligro. acento similar al japonés. Entonces yo le dije:
Así es y vas navegando y luego cuando vas sur- César lo que sí he descubierto aquí es que los
cando ves todo tipo de garzas, gavilanes también. campas me parece que son descendientes de
Eso lo dejaba totalmente sorprendido los Incas. “¿Por qué?”, me replicó. Porque yo he
llegado al Gran Pajonal donde no hablan nada de
Claro. Recuerdo que cuando navegábamos vi un
castellano, con un guía, que se fue a avisar que
gavilán, que se le conoce como la vieja, que me
yo iba como un hermano para que me dejen en-
esperaba de pecho y yo le dije: César nos va a ir
trar. Entonces yo ingresé. Me vestí con cushma,
bien. “¿Por qué?”, me preguntó. Porque ese ga-
con mi rostro pintado con achiote, con jahua - que
vilán me está avisando. “¿Qué te dice?”, que nos
son árboles de la selva- y la costumbre de ellos es
va a ir bien. Si nos hubiese esperado de espaldas
chacchar coca y comen maíz tostado, como los
las cosas no irán bien. “Estás imaginando”. No, le
Incas, como nuestros antepasados. Entonces yo
respondí, es así.
deduzco que como esa zona del Tambourubamba,
El lenguaje de la naturaleza se confundía con del Cusco, ellos han venido huyendo de los espa-
el lenguaje mítico. ñoles. Las costumbres son netamente incaicas.
Sí, pues. Y luego, cuando atracábamos a descan- ¿Cómo crees que César empezó a conocer
sar un rato y a masticar algo, shibe o alguna car- más a los llamados hechiceros, curanderos,
ne del monte, aparecieron unos moscardones las personas mágicas de la selva? ¿Tú tam-
grandotes, que se les llama “shinguitos” y comen- bién llegaste a conocer a Ino Moxo?
zaron a prenderse en mis manos. Y los otros
campas, que observaban dijeron: “paisano, va a Sí, a don Hildebrando Ríos.
haber mitayo”. Entonces César me dijo: “¿Qué es Era un hombre de carne y hueso...
eso?”. Que voy a cazar, le dije. “¿Cómo sabes?”.
Porque la mosca me lo está indicando, los Como cualquiera.
shinguitos me avisan que voy a tocar carne fres- Pero tenía poderes mágicos.
ca. Entonces empezamos a surcar y llegamos a
un barranco, cogí la retrocarga y me adentré en el Tenía esos poderes mágicos. Y también don Juan
monte y no caminé mucho. Maté una pumagarza Gonzáles. Con César hemos ido a varias sesio-
y la traje. Esto, le dije, es lo que me anunciaban nes y mi hermano se quedó sorprendido. Porque
que íbamos a cazar. primero él, como mucha gente, creía que todo en
la Amazonía es mitología. Pero hay cosas increí-
Eso le provocó mayor admiración.
bles, como que una casa de árboles, con palme-
Claro. Cuando atracamos le dije: aquí vamos a ras de unos quince metros, que físicamente sólo
parar. “¿Por qué?”, me preguntó. Porque aquí está se puede mover con un tractor, era movida por
el mitayo. “¿Pero, cómo sabes?”, yo sé, aquí va- este personaje. Cuando se concentraba daba la
mos a cazar. Paramos ahí y los otros, los campas, impresión como que hablaba dentro de una vasi-
no se sorprendieron al igual que yo, porque es ja, de un pozo, en un idioma diferente y entonces
una cosa natural, como pasar por una bodega y parecía que del techo de la casa saltaba un espí-

36
ritu frente a nosotros. Se oía que se desprendía no menor me llamó para darme la noticia. Sé que
alguien del techo y la inmensa casota se movía mi hermano se transformó y está conmigo. Y como
como un terremoto y si tú no estabas preparado César, además había dicho que había nacido en
era para salir gritando. Uno no se imagina cómo la Amazonía, creo que su ánima nació antes que
puede pasar eso. Y otra cosa más increíble era él viniera a este mundo, él ya había nacido en la
que te decía si tenías alguna enfermedad. Te ha- Amazonía.
cía un diagnóstico tan cierto como si uno se pu- ¿Qué crees que César Calvo, tú hermano,
siera ante un aparato de rayos equis. Te decía qué aprendió de ti y a través de ti de la selva?, ¿qué
enfermedad tienes y que has que hacer. Y otra crees que le has enseñado, que al final llegó a
cosa es cuando los espíritus te hacen operacio- plasmar en sus libros y no sólo en sus libros
nes internas, que no se ve nada. Hay gente que sino en hacerse sentir como amazónico?. El
no cree y desobedece lo que se le indica, por ejem- siempre se identificaba como alguien de la
plo, que no tenga actividad sexual o levante peso Amazonía?
por varios meses y como no ven ningún corte, no
Yo creo que César empieza a amar la naturaleza
creen y continúan con su actividad y luego les
a través de mí. El siempre me decía que yo era su
sobreviene un derrame interno porque se les abre
hermano mayor y eso me enorgullecía a mí y yo
la herida, porque no han dado tiempo para que
lo veía como un niño, tal es el caso que yo lo co-
cicatrice la operación. Son cosas increíbles, que
gía entre mis brazos y lo engreía, lo arrullaba y él
César ha descubierto.
se dejaba como un niño que yo lo acariciara y él
¿El relato refleja bien lo que sucedió en esas me decía tú eres mi hermano mayor.
fechas, así era realmente Ino Moxo?
Y él es mucho mayor que tú.
Realmente, no agregó nada. Cuando yo me iba a
Físicamente, pero él veía en mi al hermano ma-
visitarlo, incluso a don Juan Gonzáles, él sabía ya
yor, basándose en la experiencia del hombre míti-
que yo había llegado. Yo a veces entraba a la casa
co, el amazónico y él era un niño delante de mí en
de don Juan y le decía: no pude venir ayer, y él
ese sentido.
me contestaba: “si, ya sabía”. El me decía las co-
sas que yo había hecho. Por ejemplo, “cómo está Estaba aprendiendo de ti.
Iquitos”, me preguntaba, “sí, sé que no has venido Creo que yo maduré antes de tiempo. Yo me daba
por tal o cual cosa”, sin que yo le contara que la facultad de llamarle la atención muchas veces
había estado ahí. Ya no había necesidad de de- a César, en Lima, dónde estaba, no me gusta que
cirle que había hecho o cuál era el motivo de tu hagas esto, le decía. ¿Qué que es lo que César
atraso o de tu visita. El ya sabía todo. Tu ánima admiraba en mi? Era el instinto, la intuición de
llegaba con anticipación ante su presencia. reconocer a las personas, como el animal que pre-
¿César consultó a estos curanderos? siente el peligro, lo bueno y lo malo. Cuando César
me presentaba alguien, le decía: esa persona no
Claro, ha conversado con él, por eso él habla
me gusta,”¿pero por qué, si es un gran amigo?”, no
mucho que viaja a través del tiempo.
me gusta, te va a hacer daño. Al transcurrir el tiem-
¿Y eso tú crees que sea posible, viajar a tra- po, me daba la noticia: “oye, flaco, carajo, ese es
vés del tiempo?, ¿tú crees que César pueda una basura”, te lo dije, no me creíste, y así ocurrió
estar perdido o caminando por el bosque? muchas veces. El se sorprendía de lo que le anun-
Lo sé y lo comprobé, porque justamente el día ciaba,” pero cómo, si tú nunca lo has conocido, si es
que me dan la noticia de su partida, el ánima de la primera vez que lo ves”, me decía. Yo sé que él es
César vino a la casa como una mariposa y se me así y le describía a esa persona y no me fallaba.
posó en el pecho. César tenía un alma de Dios. Cuando yo lo lleve
con mis hermanos nativos, los campas -los
Tú lo sentiste, sabías que era él. campas también tienen ese instinto de olfatear- lo
presenté como mi hermano y los campas me dije-
Supe que estaba mal, sí, y delante del viejo
ron: “hermano es buena gente, buena gente”. Y
Francoisse, en la casa, una mariposota azul, rara
había un amigo, que no te menciono el nombre,
dentro de la ciudad, de esas grandotas, entró así.
que también lo llevé y lo presenté y les dije, es un
Y yo le dije, esta es el ánima de alguien. De pron-
amigo, viene conmigo. “No, ese no, ese mara gen-
to se me acercó y se me posó en el pecho. Enton-
te, ese no. Ese amigo no, mara gente”.
ces le dije, este es César. Por la noche, mi herma-

37
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo

Por instinto.... wayrauma, como siempre decimos los


amazónicos, un cabeza volada. Cuando me veía
Ivan

Sí, y de verdad, lo que decían era cierto y no lo


pasaban ni a balas. conversar cogía cualquier hoja de papel o un pa-
pel higiénico o servilleta que encontraba a la mano
Conocían a la persona con sólo mirarla.
y escribía y se lo ponía en el bolsillo. Pero nunca
Así es. Eso César se lo contó al chino Domínguez, me imaginé que esas pequeñas cositas se las iba
quien viajo a Iquitos para un encuentro con poe- guardando para luego, con el tiempo escribirlas,
tas e invitó a Yanamono y si no me equivoco él fue y, naturalmente, no contento con eso, venía a la
más que todo por conocerme, por ver quién era el Amazonía a dialogar directamente con las perso-
tal Iván Calvo. nas que yo lo contactaba y tomaba la ayahuasca
El siempre te tenía presente en las conversa- e iba descubriendo, viajando a través del tiempo,
ciones. a través de su ánima, para ir conociendo a las
Sí, todos los amigos de César ya me conocían personas.
antes de verme, simplemente aparecíamos Cé- Comentaste, que tú al principio no lo acepta-
sar y yo y ya todo el mundo me identificaba por la bas como hermano, tenías cierto temor, hasta
presentación que hacía César. Me decía: “Ya te que te diste cuenta que su piel se acercaba al
conocen” y entonces sacaban máquinas fotográ- color de tu piel.
ficas, grabadoras y me comenzaban a preguntar Eso fue una cosa de niño. Como de hombre
qué me decía la Amazonía en ese momento. Re- amazónico ignorante, pero puro, sincero, como un
cuerdo que una noche estábamos conversando árbol, sin hacer daño a nadie, así, libre como el
y, grabadora en mano, todos los invitados de Cé- viento. Recuerdo que yo tenía ocho ó nueve años.
sar me comenzaron a interrogar y de repente co- César llegó a Santa Sofía y era mi hermano, que
menzó a caer una torrencial lluvia. Me acuerdo venía de Europa, de Lima, todo blanquiñoso y yo
que Gino Giacarelli me preguntó: “¿Iván esta llu- bronceado, quemado de sol. Nos dimos un efusi-
via va a demorar o pasa rápido?. A ver déjame, vo abrazo, claro, efusivo, eso sí, siempre he sido
quiero preguntarle, le contesté. Todos se queda- su engreído y siempre lo seré, de César, un abra-
ron a la expectativa. Se interrogaban, ¿pero, pre- zo que equivalía a miles y miles de años que no
guntarle a quien?. Simplemente comencé a nos veíamos. Fue hermoso y soltamos lágrimas
contactarme con la lluvia y con la selva misma y los dos. Y luego de ese efusivo abrazo, comencé
con los animales que ella vela y ellos me comuni- a mirar hurañamente a mi hermano, como midién-
caron que la lluvia no iba a durar mucho. Enton- dolo, como estudiándolo y cuando él me miraba a
ces les dije: ¿saben?, en media hora va a pasar. los ojos, yo me metía a lo profundo de él y él, como
Y la verdad, así fue. La admiración fue general, respetando mi silencio, me observaba. Al pasar
pero uno de ellos me dijo: “no, es pura coinciden- los días, cuando ya andábamos juntos, pero no
cia”. Y cuando estábamos conversando, le dije: tan ligados a la conversación, porque yo siempre
oiga, un momento, mañana, al mediodía va a he sido un tipo parco, desde niño, debía tener una
empezar a llover nuevamente, pero fuerte. “No, confianza terrible para soltarme. Entonces llegó
qué va a hacer”, me dijo. Y al día siguiente, en la un momento en que mi hermano, al pasar los días,
mañana, salió un sol terrible, bien iluminado. No ya se iba bronceando, y una tarde lo encontré
había ni nubes, ni nada, azul el cielo. Todavía me observando el río y me acerqué sigilosamente,
tomaron el pelo: “¿no decías que iba a llover?”. como un tigre, que él no me sintió . Me puse a su
Espérate, al mediodía llueve. Al mediodía una lado, me senté junto a él, no me dijo nada, pegué
torrencial lluvia. Y no son coincidencias, les dije. mi brazo al suyo y estaba tan bronceado como el
“¿Cómo sabes?”, me contestaron. No sé yo, no mío y muy natural le dije: ahora sí eres mi herma-
soy sabio, simplemente la naturaleza me avisa y no. Entonces él se comenzó a reir ¿no? En ese
he aprendido a comunicarme con la naturaleza y momento me abrazó y desde entonces comenza-
la naturaleza me dice si va a llover o no, si va a mos realmente a sentirnos como hermanos, como
calmar o no, si vas a pasar un buen día, o el grito buscando que él sea un amazónico más para po-
de una avecilla, de un sapito, cualquier ruido es der compenetrarnos y sentirnos más unidos.
un mensaje que te da. Igual que los peces, y los
¿Qué crees haber aprendido de él?
vientos.
Bueno, de él, lo humano, en todo el sentido de la
César estaba absorto con todas esas cosas, pero
palabra. Era más que humano. Yo creo que no
siempre lo veía como un alocado, como un

38
César y su
hermano Iván
en Pucallpa

(Fotos de Iván Calvo)

sólo yo lo admiraré sino muchos, pero


para mí, que he convivido con él, lo pri-
mero que puedo resaltar de él es eso.
Y eso lo transmite en su poesía.
Sí, eso sí. Si él podía dar su vida a
todo el mundo la daba. Si era posible
se desnudaba y nos desnudaba a
nosotros, los hermanos, por darle a
alguien. Cuando hablábamos de di-
nero, me decía: “el dinero se ha he-
cho para gastarlo, no para guardarlo.
Después se consigue más”. Recuer-
do que cuando me visitaba y nos íba-
mos por los ríos y por la selva, él as-
piraba profundamente, queriendo que
el Amazonas, la selva en sí, penetra-
se en él, eso solía hacerlo siempre.
“Esto huele a selva, a tierra, a aire
puro, no al aire enviciado que respiro
en otras partes”, decía.

39
C e s a r C a l v o , M i H e r m a n o
calvo
Ivan

La casa del Jirón Callao, que


fuera hogar de César Calvo
por muchos años en el viejo
centro de Lima.
40
U n p o c o a n t e s d e p a r t i r
C a l v o

A q u e l b e l l o p a r i e n t e d e l o s
p á j a r o s
C é s a r

Aquel bello pariente de los pájaros


que escondía su sombra de la lluvia
mientras tú dirigías
sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.
El niño que subía
por el estambre rojo del verano
para contarte ríos de perfume,
cabellos rubios y país de nardos.
Tu niño preferido –¡si lo vieras!–
es el alma de un ciego que pena entre los cactus.
Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,
rabioso jardinero de otoños enterrados.

¿Y sabiendo esto lo quisiste tanto?


¿Lo acostumbraste al mar,
al sol,
al viento,
para que hoy ande respirando asfixias
en un pozo de náufragos?
¿Para esta pobre condición de niebla
defendiste su luz de enamorado?

Poesía, no quiero este camino


que me lleva a pisar sangre en el prado
cuando la luna dice que es rocío
y cuando mi alma jura que es espanto.

Poesía, no quiero este destino.


Llévate tus sandalias.
Devuélveme mis manos!

El final de la historia lo dirán las


estrellas
y las hojas que cubran mi sueño sepulta-
do.

41
p o e m a s

Venid a ver el cuar to del poeta

Venid a ver el cuarto del poeta.


Desde la calle
hasta mi corazón
hay cincuenta peldaños de pobreza.
Subidlos.
A la izquierda.
C a l v o

Si encontráis a mi madre en el camino


cosiendo su ternura a mi tristeza,
preguntadle
por el amado cuarto del poeta.

Si encontráis a Evelina
C é s a r

contemplando morir la primavera,


preguntadle
por mi alma
y también por el cuarto del poeta.

Y si encontráis llorando a la alegría


océanos y océanos de arena,
preguntadle
por todos
y llegaréis al cuarto del poeta:
una silla, una lámpara,
un tintero de sangre, otro de ausencia,
las arañas tejiendo sordos ruidos
empolvados de lágrimas ajenas,
y un papel donde el tiempo
reclina tenazmente la cabeza.

Venid a ver el cuarto del poeta.


Salid a ver el cuarto del poeta.
Desde mi corazón
hasta los otros
hay cincuenta peldaños de paciencia.
¡Voladlos, compañeros!

(Si no me halláis
entonces
preguntadme
dónde estoy encendiendo las hogueras)

42
M i p a d r e l l e g ó a y e r

Mi padre llegó ayer. Ha parecido


una partida más este regreso.
A mi llanto he subido para verlo
perderse por la cuesta más honda.

Qué ganas de decirle que estuvimos


esperando sus pasos
para seguir muriendo!
Qué ganas de que nada, que sus cartas
nunca escritas
nos llegaron sin falta!
Pero la casa
calla.
y todos caminamos
de puntillas, para no despertarla.

Mi padre llegó ayer. No sé quién baja


a media asta los días de febrero.

Mi padre llegó ayer.


Y está más lejos.

43
J a v i e r H e r a u d y Cesar Calvo
ensayo a Dos Voces
C i s n e r o s

En octubre de 1961, César y

Javier escribieron este poema.

Según el proyecto, vendrían

otros más para formar un libro

que concursaría en los Juegos


A n to n io

Florales de la Universidad de

San Marcos. Sólo alcanzaron a

redactar el primer poema de

Ensayo a dos voces. // No es - y

salta a la lectura - un intento de

automatismo como el de los

versos de Breton y sus amigos

(una imagen persiguiendo a la

otra porque sí). Es el experimen-

to de dos poetas reunidos en

uno. // Lo primero que hubieron

de plantearse fue la necesidad

de un tema: se escogió el del

retorno (tan cerca a Javier).

Entonces, juntos realizaron el

trabajo, la consulta, el deseo y la

corrección. Dos maneras de

poetizar fundidas en este único

poema. // Ensayo a dos voces es

entre César y Javier, un hermoso

documento de amor a la

poesía

44
Es necesario volver
una vez más
a la noche que nunca
conocimos, a los ríos
que siempre se negaron:
es naufragio
en el último navío.
Acaso una vez más
es necesario. El tiempo
se acorta
y no regresa. Heridos,
es necesario
reanudar los puertos.
El tema sigue siendo
lo perdido (mi corazón
también). El invierno
gastará sus lluvias
si los árboles mueren.
Y habremos de anegarnos
sin remedio,
sentados en un parque
de Diciembre.

Ha llegado la hora
de volver.
Hoy los ríos
destruyen
las cosechas,
y ha quedado sin nadie
la alegría.
Es necesario (entonces)
correr, gritar un poco,
saludar el retorno
de los días
(necesita sus alas
la tristeza),
y recibir
el canto del rocío
desde los labios
dulces
de la hierba.

Nuevamente,
ahora que las lluvias
del verano

45
p o e m a s

enlodan los caminos


del retorno,
hay que cortar los trinos
de las aves,
los truenos
de las noches,
C a l v o

y entrar en casa
de la vida,
a tientas,
para que no se enteren
las hojas
y
C é s a r

las sombras.

Ni el olvido
sabrá de este regreso.
Apenas si el aroma
de las tardes,
al esculpir sus rosas
en el viento,
hablará de nosotros.
Y desde nuestras solas
soledades, seguirán
extrañándonos los ecos.

Será partir de nuevo


este regreso.
De la luz
a la luz, de la nube
a los ríos,
de la fuente
a la boca de las aves
y de las aves
a su antiguo vuelo.
Recorriendo
con los ojos
de la tarde
las llanuras del tiempo
derramado,
abriremos
una sonrisa en cada valle.

46
47
p o e m a s

Nocturno de Vermont

Me han contado también que allá las noches


tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
C a l v o

¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,


el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?

¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios


inclinan al crepúsculo
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
C é s a r

en tu voz, las tristezas?

O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,


besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.

Ni el galope del mar: atrás quedaron


inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.

(Qué luna inalcanzable


desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena).

Desde el viento te escribo.


y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.

48
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).

Y pregunto y pregunto:

¿Es cierto que allá en Vermont


las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios


otoñan las tristezas?

¿Es cierto que allá en Vermont es agosto


y en este mar, ausencia ...?

AUSENCIAS Y RETARDOS

Más allá de los últimos mástiles ardiendo,


más allá de mis ojos y tus pies y tus manos de yeso,
y tus pechos mordidos por la nieve,
más allá de los jóvenes mendigos
que con babeantes dedos mancharon en tu vientre
el sello blanco del amor:
yo te amo.

Yo me emociono por primera vez.

Yo recuerdo tus ojos de pescado


Debajo de esta lluvia que golpea las ramas del verano.

Yo me interno descalzo por el tiempo vacío


mientras la noche cae
como un árbol quemado
y el placer acecha entre las lianas oscuras
desde los ojos de una boa irresistible.
Y prosigo.

49
p o e m a s

Prosigo.
Nadie puede alcanzarme.
Nadie puede alcanzarme cuando enciendo tu nombre,
cuando hasta los cadáveres se cubren de rocío
y yo danzo fatigado y triunfal en redor de tu aliento
que arde como esqueleto de una pira en el bosque.

Escrito está que siempre,


doquiera se entreabran al viento las compuertas,
C a l v o

en el vaso que bebas,


en la luna que vuelques sobre mi pecho helado,
cuando subas a los tranvías
o desciendas
estremecida
de los ardientes cadalsos,
C é s a r

o sonrías a solas con los otros


tras una máscara de celofán mojado.

Porque yo soy tu sangre.


La crujiente memoria de las tardes de hotel
donde una toalla de azahar y el gesto
con que la sed desborda los cántaros de cobre.

Y eres tú en el galope lejano de los años, eres tú


quien detiene, quien desboca
los ríos de las noches en mi cuarto.

Y aunque mi rostro apagues en espejos de sangre,


aunque sea una piedra quien te guíe desde un cielo
de barro,
bien sabes que encanezco, bien sabes
qué espejismo palpito cuando pasas,
cuando no, cuando barres la neblina,
cuando inventas la lluvia a través de ciudades
calcinadas.

Pequeña diosa, carne de los cuervos,


agua de mordeduras insaciables,
lávame en la candente ceniza de tu cuerpo,
vierte tu dolorosa palidez en mis manos,
y antes que el crepúsculo descienda
de los bosques
a tenderse en la arena como un lagarto acuchillado,
desgárrate los muslos con mi flecha de seda
y en el centro del sueño deja entonces que me hunda
bajo las plumas rojas y lentas del otoño.
50
D i a r i o d e c a m p a ñ a

A Héctor Béjar
1
Detrás de nuestros actos, como una piel
de voluntad sin tregua, somos
nuestros propios antepasados. No hay roca
que no sea memoria de nosotros, no hay
trigo ni lamento
que no hayamos sembrado o desgajado. Sobre
estos mismos campos donde otros derramaron
las lunas de su sangre, y se alzaron los látigos
y nadie dijo nada: caminamos. A nuestro paso dejan
los muertos de morir, los aún no nacidos
respiran libremente.

(Después de aquella vida que en la ciudad vivimos


como una muerte a medias, esta otra que avanza
sobre el hilo de los disparos en la noche,
alta en el corazón, nos reconforta.
¡Oh vida amenazada, golpeada
por los vientos, al aire, siempre al aire
y delante de sí misma siempre! Tal,
en pos de nosotros, avanzamos, somos
nuestro destino, la patria de los tiempos.
Y desde estas llanuras que son otras, entre
los altos bosques o relámpagos, nos miramos
llegar, nos saludamos).

¡Saluda, tierra, nuestro paso


que tuyo es: callado
como el peligro, fértil
como tus leyes, revelado milagro! ¡Salúdalo
en la sangre, en la flor que se abre o en la tumba
que se cierra como una flor sin nadie!
2
Han cesado las lluvias. Es noche todavía
en los blancos cabellos
del Warqaqasa, en lo alto, y a los pies
de nuestro andar: las luces del poblado. (Horacio
piensa en su madre, abajo, preocupada y alta
recordándolo). Hoy no descenderemos, dormiremos
al aire de los astros, dejaremos
dormir a los soldados por esta noche, acaso.

51
p o e m a s

3
La soledad es larga entre estos ríos, y a veces
nada sino el recuerdo
de lo que ha de venir nos alimenta. Hoy
los fusiles reposan
como plantas, un campesino trajo una guitarra,
C a l v o

y el corazón jazmín que se deshoja


sólo el peso
de una canción soporta (Amor lo cubre
como una hoja roja, dulcemente).
“Palomitay cuando muera
diré tu nombre callando
C é s a r

para que en medio la noche


tiemble una estrella en mis labios”.
¡Fuego de nuestra sangre, confiado
río que jamás se apaga, corre
sobre nosotros y los campos,
lame nuestras heridas, aguarda la mañana!

4
(Bajo la luna, Edgardo, no dejes de mirar. Nosotros
soñaremos esta noche en tu nombre, y acaso
pasearemos de memoria las playas que te extrañan.
No dejes de mirar. Es cierto que el cansancio
más largo es que la luna, aquí, junto a los vientos,
y si en tu mano
duerme nuestra vida, no existe la tristeza.
No existe la tristeza ni el agobio acaricia
tus ojos encendidos, Edgardo, centinela).

5
Al alba partiremos. Demás está decir, hermanos,
que os extraño, que entre las luces
de la emboscada o del descanso, recuerdo
aquella nave de la ciudad, las noches
prolongadas hasta el agua.
Si no vuelvo a miraros, si mis ojos
- en paisajes sin viento ni reposo -
humedecen los vuestros, quiero decir tan sólo
que al alba partiremos. Otra vez
en el pecho húmedo de los bosques
reclinaremos nuestra frente, teñiremos de lluvia

52
nuestras manos lavadas por la sangre.
Sea mañana el júbilo en nosotros.
Nunca el odio florezca bajo nuestros pasos.
Sean mañana lejos los tañidos
del corazón. Las lluvias (no los ojos)
apaguen nuestro sueño, nuestros rostro.

¡Sasharaqay, luna de arena


de Sasharaqay: recuérdanos; negra sea tu luz
para los Otros que lamen nuestra huella,
y que al volver
no falte nadie
entre los que dejamos, nadie
entre los que a encenderte regresemos!

6
Pinos crueles de este ajeno invierno:
haremos una hoguera con tus huesos,
danzaremos
bajo el árbol puro de la sangre.
¡Oh, tierra de la vida, única eterna!
¡Recibe nuestra sangre!
¡Guárdala entre las horas que se abrirán mañana!
¡Alimenta con ella las flores, la alegría!

R E L O J D E A R E N A

En el instante en que él abrió los brazos


al mundo, lo enterraron.
Suyo era el ojo de las esmeraldas
cantando en la otra orilla. Lo enterraron.
Y acaba hoy de pasar por la pradera
donde las tenebrosas lo persiguen
año tras año, le dan alcance para siempre.
Es un caballo, ya sepulto, de humo
su estatua perdurable.
Acaba de pasar por tu nostalgia.
La presa desdeñada persiguiendo el destino
de un disparo, duende y perfil que huye
sobre la tierra que huye, el amarrado
53 llueve desde sus ojos que te buscan.
V a l s T r e n z a d o
César Calvo

Yo vi nacer
un muerto en tu memoria
a dos metros de mí no hay nada sino niebla
bajo los pinos cuentos
del Congreso
de Lima ala de cisne sobre la frente
de los dormidos
ciudad fortalecida
mi sangre por el miedo
y la garúa
esas banderas rojas
lo vi
caer
lancé una piedra el miedo
azul esta flor
tenebrosa
contra las balas

tú te revolcabas en las alfombras, lejos


yo lo vi derrumbarse
entre tus cabellos desgreñados por la luna
dormías
desde hace cientos de años
sin saber que esa sangre era la víspera
no hay nada sino niebla
y los hermanos que jamás
volvieron

desde hace cientos de años


no hay nada sino sangre en los palacios
nada en las casas de cita
sino sangre donde te desvestías,
redondeabas
moneda el mundo
que se devuelve a semejanza de tu alma.

Vi caer a Javier
a cientos de kilómetros
de mí abrías las ventanas
en un hotel de cera, llamabas
desde entonces al verano
estoy solo con la boca llena de ceniza

54
y nadie respondía
sino la lluvia
gastada queja sobre los suburbios

Después
Edgardo y tú haciéndome señas
abierto
junto a
Luis
entre
la
la nieve desde las azoteas luminosas

Víctor con su candor igual a tus callejas


sin cólera y sin sueño
y sus tijeras abriéndote
de piernas
a cualquiera
guardando tus collares
tus estampas
de dios
y Juan Pablo
potente como el alma del oro
asesinado

tú puteabas desde hace cientos de años


de reojo no hay nada
en las iglesias sino niebla

y los señores ordenaban fuego


sus asuntos de chamuscados sueños
pisco y terraza azul
de las guitarras
los virtuosos como
crímenes la sangre

¡y tú dientes de perla cabellitos de ángel!

Y tú pereza incienso parabienes


del robo a ti
que mal me amaste

55
V a l s T r e n z a d o
Calvo

luciérnagas terribles a tus ojos, moho


César

de vistosas tinieblas a tu traje, ramera


desposada por el confiado paso de los años!

quise un diáfano rostro me diste


para todos
un retrato sin nadie
quise un canto y recibí
de alas inacabables estas llaves
abiertas a los viajes entré a tu corazón, toqué las
piedras donde los condenados
inscribieron
deslumbrantes insultos fechas nombres
antes del rezo último y
la capucha negra
un canto de perenne mediodía
de colinas erguidas y apacibles
de lámparas alimentadas con sangre
libre
para todos
no tu saliva no tus pechos mansos
como un soborno
ni tu “bella es la vida la libertad el coito”

agonizó
tres noches no tus tardes mentidas
los demás tus huéspedes
fueron echados
a los buitres condecorados
pudo verlos
tres noches
y tres días
hasta que
un pico pardo tu alma cómplice
le buscó el corazón

Tuyo es el cielo último destello


bajas del vinagre
envuelta la cabeza algazara sangrienta
de arrebatos
y flores
paseas
entre mis muertos
56
tu insolente vetusta despiadada belleza
desde hace cientos de años
no hay nada alma vacía
sino sangre tres veces coronada
por mi gravísima culpa
sonríes
en la feria
doradamente
danzas yo no he muerto
jamás
entre los pinos
sin saber
que es la víspera en tus alamedas umbrías
donde no paz ni primavera
pródiga sino un paso temible
sobre el césped sin sueño

sentenciada
es la víspera
no he muerto en tus deseos, en tus patios
donde los niños crecen como escombros
ah mi caritativa
ni entre los manantiales
es la víspera
de los Andes
mi ciudad, mi muchacha
tampoco
en tus caderas
en tu piel
de linterna caída tras del muro
oropéndola ciega
en tu avispa
zumbando óxido y vicio
allá
en mi infancia para siempre perdida

Ha llegado el invierno toca


sus vientos en tu cuello
centellean
como filo de hacha toca
por última, primera, única vez

57 la vida.
V a l s T r e n z a d o
Calvo
César

Yo vi caer
un muerto
a varios siglos de mí:
la barba del Virrey, tu Mustio Esposo,
sirvió de escarapela a los soldados

Escucha son los vientos los únicos


que no te han olvidado

Yo cerraré tus ojos con un canto


de dicha peinaré tus cabellos
y otro rostro
ha de alzarse para siempre
del tuyo

Los vientos centellean en la noche: es el día

¡El yeso, el sin memoria no hay nada


para tu última máscara! sino sangre.

58
La verdadera historia de
H u - Ts a n g, e l p i n to r

Frente a la casa de Hu-Tsang, en la Colina

de los Seis Almendros, sólo crece

el furor de la batalla: llegó la primavera y todavía


no se vislumbra al vencedor.

Es una lanza negra de arcoiris

frente a la casa de Hu-Tsang.

Frente a la casa de Hu-Tsang, en la colina

florece la matanza, los hombres caen


más pronto que las hojas

y el otoño es un río de sangre,

el otoño es un río de sangre que pasa


frente a la casa de Hu-Tsang.

Hu-Tsang lo mira
todo con un manojo de pinceles ávidos,

no conoce otras flechas, se inclina

y se levanta como un árbol


su brazo. Luego bebe un amargo,

dulcísimo brebaje de ciruelos. Cuando acaba

l guerra, entre los restos


de la Colina de los Seis Almendros

no queda nada sino un lienzo blanco.

Hace ya miles de años que pasó todo esto.

Nadie se acuerda de la guerra. Existe

una colina que se llama Hu-Tsang.


Está siempre cubierta por el viento.

59
Para elsa , poco antes de partir
Porque vivo hace siglos en el aire

César Calvo
como
un
trapecio
vacío
yendo y viniendo
de lo que he sido a lo que no seré

Porque en el aire habito como respiración


a medianoche,
como el hálito de alguien que no vivió jamás,
como la última mirada
de un remo que prosigue, ya sin brazo, remando

Porque cruzo los días como un puñal la cara del


que huye,
como lápiz sin dueño sobre el papel en blanco

Porque escribo estas líneas no solamente con mi vida


sino con el jadeo de todos los fantasmas
que me amaron,
de todos los fantasmas que murieron y renacieron
con el rostro vuelto a una feroz desolación,
culpándome

Porque con culpa escribo, con el lento rumor


de tus ropas
cayendo en la penumbra de Ginebra, cuando aún
era tiempo
y los relojes ignoraban el peligro, sus agujas
como el abrazo de un náufrago en la dichosa
profundidad,
mi boca persiguiendo tu vientre en el silencio que
precede a los incendios
y las almohadas húmedas y los ojos que ya no veré
nunca
girando en los espejos y en la noche infinita:

ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos

En todo cuerpo que mis manos conduzcan


a la hoguera,

60
en todo cuerpo que mis manos alejen de la orilla,
tú seas el reverso de esta inútil victoria,
la única copa que yo no desdeñe después del vino
fúnebre
Nada puede aprisionar al viento sino la libertad
Nada sino la libertad podría rodearnos ahora
y hacerte comprender que estuve solo
porque la intemperie no cabía en aquel cuarto
sórdido
que tú insistías en llamar país, doce millones
de rostros
pegados a los muros de un Orden repudiable
y desleído

Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo


Ayúdame a no golpear y golpear la puerta
como si ella tuviera la culpa
Ayúdame a ser la llave que abra sin cerrar
nunca nada

A mí, tu único hermano que nació sin tiempo,


ayúdame a no perderlo, por lo menos así
como quien pierde la llave con la puerta
y no puede salir ni regresar, menos que un niño
que rasguña el aire como si fuera la tapa del ataúd

Porque yo he recorrido las colinas de Francia


y he visto
en el estruendo verde, en la delicadeza desbocada
de junio
he visto un niño lejano y eternamente dormido bajo
un río de sangre

Y he cruzado el Pont Neuf con los ojos vueltos


al turbio origen del destello
- miles de argelinos fundidos para cada baranda
de piedra
- miles de vietnamitas bajo cada loseta primorosa
miran pasar, inútilmente, el Sena
Y están ahora aquí nombrándome, hilo de los
retratos
de saliva dorada colgados de los muros que
se ensanchan

61
Para elsa , poco antes de partir
César Calvo

Los días pasan por tu rostro como una cicatriz


oscura
Ayúdame a prescindir de esos fantasmas que amo
y que destruyo
y mis dedos te palpan con la voracidad de un ciego
en la noche
Me había olvidado de la noche
Ayúdame a tocarte ansiadamente
Me había olvidado de mi cuerpo y su noche soleada
como quien toca la puerta de una casa que se aleja
y se aleja
y tu cuerpo, este leño que sobrevive al miedo
y la ceniza

Me había olvidado de algo tan simple y verdadero


como beber un vaso de agua, levantarme en la
sombra
de los cuartos prestados, dejar correr el tiempo
todavía entre sueños y luego despertarme con la sed
en tu cuello

Me había olvidado que la vida también está hecha de


todos esos íntimos, esos heroicos acontecimientos
que se cumplen a tientas
entre un cuerpo desnudo y otro cuerpo desnudo,
entre el cauce del río y el vaso de la boca

Anduve mucho tiempo tras los muros


demasiado lejos, buscándome
con un palito entre las ruinas, con un fósforo
que encendía en mi mano las mechas temblorosas
Y no me hallé siquiera entre los muertos

Me había olvidado de quedarme dormido


a la intemperie
sobre un pecho como sobre una llanura inacabable
donde las maravillas de cada día crecen
sin sobresaltos
y los ciegos hallan placer en extraviarse
y los amantes que se despidieron para siempre
no temen encontrarse de nuevo por primera vez

Ayúdame a no vivir
como una roca en medio del mar
Ayúdame a no ser más el pasajero que la lluvia

62
desdice
sino el único suelo por donde caminen los hoteles
en donde nuestros cuerpos giraron y se hundieron,
no los pasos medrosos
sino el pie detenido al borde de la cama
a la orilla de un cuerpo que cae dentro de sí
como un abismo precipitándose hacia el pecho
del suicida,
hacia el irremediable plumaje del suicida,
no esta frente viuda, sin nadie al frente, viendo
cojear al destino como un río que ha perdido
una orilla
y avanza seco recordando el agua,
no una silla sino cualquier camino
y cualquier trote cálido en lugar de esta oreja
pegada en tierra, oyendo llegar nada

Me había olvidado de mi boca persiguiendo algo más.


Ayúdame a prescindir de los fantasmas que amo
y que destruyo
y sin los cuales la vida sería solamente
algo más que una hermosa palabra entre las sábanas
algo más que otra boca entre los falsos sueños
y las páginas

Me había olvidado de escribir simplemente,


como quien bebe
o ama, sin que el Olimpo se me suba a la cabeza
Me había olvidado que un poema se prepara
con minuciosa alegría
como un regalo que ya nadie espera, y se moldea
con urgencia
y violencia, con irrepetible, con irremediable ternura,
como hacerle el amor a una mujer que se va a morir
mañana

Me había olvidado que te vas a morir mañana


Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
Me había olvidado que me voy a morir mañana
que no pide nada sino un poco de camino
Me había olvidado que nunca más tendré 31 años
sino un tronco de sombra junto al fuego
Me había olvidado que nunca más tendré 18
Pero que yo no me dé cuenta
ni un padre flaco y barbudo pintando allá

63
Para elsa , poco antes de partir
César Calvo

en la infancia
que no husmee tu mano
ni el corazón como un delfín atado a su veloz
terciopelo

me había olvidado
el receloso animal que me habita
que nunca más repetiré en agosto estas caderas
y la miel quemada
en cuyo olor subimos uno a uno los labios,
los instantes
la inalcanzable noche de Madrid
hasta encontrarnos, hasta renacernos,
hasta exterminarnos

Y como canta al fin de la escalera, sobre las últimas


estrellas
otra vez, otra vez por vez primera, como una rama
tierna el fuego muerto
y oyéndolo nosotros regresamos a ver, somos los ojos
del niño que dormía bajo esa flor de nieve

Porque vivo hace siglos en el aire de un trapecio vacío


yendo y viniendo
de lo que he sido a lo que no seré
Porque muerto hace siglos a la orilla
de un cuerpo hundido:
ayúdame a no olvidarte
y la pesada piedra que me amarra hacia el fondo
sea una pompa de jabón, las alas de un dulcísimo
castigo

Ayúdame a tocarte ansiadamente como quien toca


la puerta
de una casa que se aleja y se aleja
Ayúdame a ser el caminante que no pide nada
sino un poco de camino, un tronco de sombra junto
al fuego
Pero que yo no me dé cuenta, que no husmee tu mano
el receloso animal que me habita
el desolado animal que me habita en la noche
y en el día
deja abierta la puerta para que tú regreses o me vaya

64
Ayúdame a quedarme cuando me encuentre lejos

cuando me encuentre lejos de la memoria

que me devuelves

sin proponértelo

como quien llena un vaso de agua simple

y en el gesto de su mano extendida caben todos

los mares

Pasan todos los mares

Como los días

Pasan todos los años, las personas, las calles,

los adioses

Ayúdame a quedarme cuando yo haya pasado

cuando yo haya pasado sobre el papel en blanco

como un cuchillo por el rostro

de estos días

en donde tú ya eres

la sonrisa que insiste cuando los labios cesan

el mar se abrirá entonces

y ha de pasar en medio

de las olas

ese

niño

indefenso

Y en su mano nosotros como el último fósforo

65
C a n c i o n a r i o
César Calvo

L a d e s p e d i d a

Es un muro delgado la despedida,


es un muro delgado la despedida:
así como la muerte,
así como la muerte, paloma,
se adelgaza cada día.

Qué será de tus pechos que yo subía,


qué será de tus pechos que yo subía.
Debajo de qué noche,
debajo de qué noche, paloma,
serás memoria que olvida.

Es un camino ciego la despedida,


es un camino ciego la despedida:
caminando tú mueres,
caminando tú mueres, paloma,
y yo no encuentro la vida.

Mi canto va en la noche,
luna encendida
con la luz de tu cuerpo,
con la luz de tu cuerpo
desvanecida.

Esta historia es una historia

Esta historia es una historia


que ni yo mismo recuerdo.
El se llamaba Rosendo,
ella tenía ojos lentos.

Eran vecinos de calle


y yo me asomaba a verlos
pasar a distintas horas
bajo de los mismos sueños.

66
Señorita, cuando muera
diré tu nombre callando
Pudieron haber tenido
para que en medio la noche
una casa y un velero,
tiemble una estrella en mis labios.
una canción ignorada
y dos hijos junto al fuego.
Que sea noche de junio
o sea noche de mayo
Pudieron haber vivido
pero que tus ojos lluevan
azules allá en el puerto
dentro mis ojos cerrados.
y dibujar en la arena
países de sol, recuerdos.
Palomita, señorita,
Pudieron haber tenido
en la noche de tus trenzas
una casa y un velero.
luna ciega es mi destino,
luna ciega es mi destino.
Eran vecinos de calle
pero no se conocieron.
El se llamaba Rosendo.
Ella no llegó a saberlo.
Está lloviendo de nuevo

Tenían un mismo rumbo


y por distintos se fueron.
Está lloviendo de nuevo.
Esta historia es una historia
Esta lloviendo en los bosques.
que ni yo mismo recuerdo.
Y no llueve desde el cielo
sino de los corazones.
Es Pablo Basilio Auqui,
son sus pasos en la noche.
De la luna ciega
Está lloviendo el silencio
emboscado entre las flores.
Palomita, entre tus labios
Luna de los guerrilleros,
amarga miel he bebido,
el silencio tiene un nombre.
que si me quedo te pierdo
Es Pablo Basilio Auqui,
y si me alejo te olvido.
son sus hombres en la noche.

De qué me sirve, en tu vida


En todo pecho herido
haberme yo detenido,
brotó tu sangre.
si bajo mis pies desnudos
No fuiste un combatiente
pasan más tristes caminos.
sino millares.
No fuiste un combatiente.
Palomita, señorita,
Fuiste el combate.
en la noche de tus trenzas
Una lluvia de fuego
luna ciega es mi destino.
sobre los Andes.

67
p o e m a s

A m a z o n a

Hace miles de lunas,


cuando el mundo era sombra,
antes que dios naciera,
cuando el mundo era sombra,
C a l v o

cayó un rayo del cielo


sobre un palo de rosa.

Cayó un rayo del cielo


sobre un palo de rosa,
C é s a r

y brotó de sus ramas


una mujer hermosa,
hace miles de lunas,
cuando el mundo era sombra.

Durante mucho tiempo,


esa mujer hermosa,
nacida de un relámpago
y de un palo de rosa,
anduvo por los bosques,
desnuda, triste y sola.

Y lloró tanto y tanto


nuestra primera novia,
y lloró tanto y tanto
buscando ser esposa,
que de su largo llanto
se formó el Amazonas ...

Después, nada se sabe


de esa mujer hermosa.
Solamente se sabe
que el mundo fue una sombra
y que cayó un relámpago
sobre un palo de rosa ...

68
69
70
La Ventana Del Mundo
C a l v o

avier Heraud decía que los verdaderos maestros suelen ser los mejores amigos porque nos

J
enseñan acompañándonos. El Amauta Mariátegui, mucho más que enseñarme a caminar por

la vida, me sigue demostrando que la vida está hecha de infinitos caminos simultáneos y que,

por ello mismo, no apenas se camina: se inventa.


C é s a r

Tribal, el más reciente alumbramiento musicográfico de Manongo Mujica, le enseña a mi

memoria a compartir en una misma lumbre, lo que nos reverbera desde aquesta modernísima

Ventana del Mundo de su obra, con lo que simboliza y nos re-simboliza desde aquella intemporal

Ventana del Mundo que se alza en lo más alto de Pawkartampu, detrás del sol del Qosqo. Me

he referido ya, en otro espacio-tiempo de este libro, a un dirigente campesino sin edad llama-

do Saturnino Willka, portavoz de los legendarios Q´erokuna de Pawkartampu, quienes desde

hace siglos rehuyen todo contacto con nuestra discutible “civilización” y se preservan lejos,

allá por las alturas intrincadas y selvosas de Q´osñipata, viviendo y vistiendo y hablando

exactamente como en la época del Tawantisuyu. Voluntariamente “reclusos” en ese “pasado”

donde ahora son libres, hasta ellos no llega todavía ninguna noticia de los conquistadores

españoles. Ignoro si el cuerpo de Saturnino Willka ya se ha transfigurado partiendo de esta

vida, pero estoy cierto que él se encuentra aquí, viviendo con la música de Manongo Mujica,
esta Ventana del Mundo que se abre hacia nosotros desde nosotros mismos.

Su música inaugura un idioma que viene de muy lejos. Presiento que se trata de un idioma

multipentasilábico, al mismo tiempo inasible y diáfano a causa de los recurrentes silencios

que, como en los cantantes idiomas amazónicos, configuran su trama impredecible. Sin em-

bargo, tales pausas de apariencia callada van enhebrando frases y secuencias, y soldando

emociones. Por la función fundamental que cumplen, fusionadora, más que conjuncionadora,

los silencios de Manongo instituyen Otra manera de proseguir musicándonos. Son palabras

distintas realmente, no silentes ni ausentes, pues del énfasis con que las pronunciemos al

oírlas depende la significación simbólica de las demás palabras (me refiero a las “otras” reso-

nancias, visiblemente audibles), y depende la vida de la fabla del hombre (no casualmente

“fabla”, “habla” y “fábula” poseen idéntica raíz) en su razón de ser que está en la música, y en

su pasión de estar que es la poesía. Yo no sé bien cómo es que esto ocurre dentro del

embrujo natural de las creaciones de Manongo Mujica; solamente percibo que la tensión y la

extensión de sus silencios varían de acuerdo con las intenciones nómades de su idioma en

conjunto, y según los sentimientos que él acentúa o desapercibe mediante las escalas del

conocer conmovido que Manongo comparte cuando crea; y sé que en sus afectos y efectos

nos vemos ascendidos, de escuchas habituales y eventuales, a co-creadores y cómplices

p e r e n n e s

71
La Ventana Del Mundo
C a l v o

Un color triste, frío, yawar unu


dentro del pecho, un sabor mendigado sin su fruto
como el agua de sangre
imagina reconocer algo tuyo extraviándose.
¡Desmemóriame, lengua!
C é s a r

¡Haber amado tanto, nomás asllapaqmi kasqa!


¡De olvido, entonces, dáme, asllatawan koyquway!

En su tiempo de los hielos que crecen, ya que estamos,


estemos precedidos por nuestros ojos. ¡Paqsa!
Un sol pasmado en caridades de luna vendada,
nomás él mismo sale de su labio
entre las cuatro viudeces de la noche:
seguro desconoce que su calor no alumbra,
que su canción no abriga.

Del tiempo de los hielos, ¡despidámonos!

Pawkartampu: invisible. Conforme nos alejábamos


subiendo, tan el poblado se iba
aproximando a la suerte sin rostro de los hombres:
en la última cima no era una plaza ya
ni la plaza tampoco era tejado
ni siquiera algún qenqe sobre el aire rasguñado tensándolo
para que no parezca memoria de difunto. Visto así
contra el cielo, sin respiración ni movimiento, el viento
retrato era de pájaro que se hubiera quedado parado en pleno vuelo.

¡Un otro vuelo, que nade ve, lo lleva!

¡Ñoqam kani wayrachaki, sayasqa pisqo kani!


¡Soy el pie veloz del viento:
pájaro parado, es lo que soy!

¿Acaso existe algo, como el aire, que sea?


¡Ni la ausencia del aire! Y el tiempo de los grandes
hielos de antes de después de la vida,
atrás háse dejado colgando del vacío
en cuyo fondo el viento, que muevo al tiempo, sangra.
¡Ausentes!
Al balcón de la hembra del arcoiris, ahora sí
hemos llegado. Otro arcoiris hembra gime
y sólo de gozarse se atormenta
al fin de las llanuras enlutadas. ¡Confundido en lejuras
revolcadas, la llamo, Francis
házme negar del frío! Y sin sus ellas, ella
se precipita en retazos de lava

72
tras montañas que no veo, difuminándola
en la noche.

¡Hénos aquí, abrazados, como si amáramos!

Lejos y abajo de nosotros velan las cumbres iridiscentes.


El tiempo se corona, innumerablemente, con el tiempo
de los hielos que crecen. Los hombres cortan trozos de tiempo
cristalino. ¡Colores! Mientras más hurtan lo sagrado, el cuerpo
de los cerros, más y más crecen éstos en su cuerpo hecho
de hambre de salinares. Rojas, doradas, rojas, negras, granates
bocas de sal de todos los amores
comen rocío, aguaceros, viento, beben cualquier cansancio
del aire resecado y, siempre de repente, ya no están donde están.
Músicas que sin haberse escuchado, fallecen. Lejanías
que sin poder siquiera morir, se morirán. Desde lo alto,
recientes nuevamente, nos miran.
“Viento”, me llama ella, “házme volver del frío”.

¡Como ojos que no sirven, hénos aquí, sin lágrima!

¿Quizás no hemos subido, por el tiempo, regresando?


Los hielos negros cantan. ¡Entonces, pues, cantemos!
La hora quema peor que granizo cuando se adelgaza.
¡Entonces, pues, vivamos todavías! En la profunda cima
lejos de nuestros ojos, lejos de nuestras bocas
¡hénos aquí, a nosotros, que ya estamos allá!
Aquí donde ni se oye
casi, apenas, el alma
de los silencios que respiran, sólo lo lejos crece.

¡Para nada, lloviznar, confundes las edades


de una casta finada, con el tiempo del hombre,
y a la historia le mientes! ¡Para nada
transformaste las casas de mis muertos antiguos
en pasto de turistas!
Ya seguir yo no puedo,
dice quien sabe
que habrá de seguir siendo
después que acabe.

En la extensión de todos los años que no saben contarse

73
La Ventana Del Mundo
C a l v o

hemos llegado siempre después, cuando la oscuridad helada


C é s a r

ya se hallaba detrás de nuestra piel, en todo sitio

esperándonos.

¡El color afilado de la última vez, apenas eso es

lo que suena desde los cactus calcinados, prometiéndonos!

Entretanto, aposentados en el acecho de lo que no retornará

con el sol, ¡cómo saber si somos nuestra soledad atándonos

a la negrura , o si somos la negrura que alma de disfraz tiene!

Si tu risa sin fiebre mis manos ha tocado,

o si están cubiertas de sangre, no lo saben.

Un sabor triste, dentro del pecho, sin su fruto

imagina reconocer algo tuyo extraviándose.

¡Lengua tú de la noche insondable de bocas

que me antojan, desmemóriame!

Con murallas de sangre de los míos se separan, cercándome.

¿Temerosos de qué, si ya no existo?

Me enterraron disperso y distante de mí, entre osamentas

que se desconocen.

¿Temerosos de qué?

Al fin de la noche ninguna voz camina:

74
nos han hecho creer que esa voz atendemos.
El final de la noche no da sombra:
nos han querido hacer creer que esa sombra somos.
¡Candela castrada, no tallo bajo cielo, que se quiebra,
el aquí mentiroso, por su flor alejada distinguimos!
Sin pretexto de alturas nos juntamos al fin de la noche
y sobre hogueras hembras crezco al viento que no se ruboriza.
Un silencio nomás necesito para poder volver a comenzar.
¡En ese silencio, conviérteme!
Una palabra nomás quiero para poder volver a comenzar.
¡En esa palabra, reencárname!
Una canción nomás busco para poder volver a comenzar.
¡En esa canción, regrésame!
¡Haz que reviva en mí el hermano errante
que solamente sobre brasas descansa!
Todopoderoso Padre, más que tú mismo eres,
fuera del tiempo vives, inabarcable, y sin embargo
sólo el viento que pasa es tu sustento.
Boca de oro del corazón del Universo, eso eres,
y también tú sólo te nutres de aire.
Rimaymanta
Takiymanta
Upallaymanta
ñawsa kawsaypi tukuchiway
Kaypi kay kutimunaykama
Kusiyninchis qallarinanpaq
¡wiñaykawsaypaq upallaspa!
¡wiñaykawsaypaq kararispa!

Todas las palabras


todas la canciones
todos los silencios
en mi destino, conviértelos.
Permanécete aquí hasta que yo regrese
para que pueda comenzar
siempre de nuevo
dentro de un solo regocijo
¡eternamente callando!
¡eternamente clamando!

75
En la peña “El sentir de los barrios”, del
Cercado de Lima, se ven, de izquierda a
derecha: Julio Pizarro (segundo); Caitro Soto
de la Colina (tercero); atrás, Manuel Acosta
Ojeda; el presidente de la peña (cuarto) y uno
de los hermanos Vásquez (quinto); Carlos
Hayre (sexto); atrás y arriba, Eduardo Gianoti;
el compositor Buenaventura Muñoz (séptimo);
al centro, Nicomedes Santa Cruz, Alicia
Maguiña y Olga Vásquez y, a su lado, séptimo
desde la derecha, Rolando Campos; siguen
las hermanas Polo y Abelardo Vásquez con
Alberto Romero Zegarra. Despedida antes de
su viaje a Salta, Argentina, como primer grupo
folclórico negro del Perú.

Abajo: el número de danza africana con que


principia “La tierra se hizo nuestra”.
Al frente (en la página 77)
De regreso del triunfo en Buenos Aires, Perú
Negro se presenta en el Teatro Municipal. La
voz pertenecía a César Calvo.

76
77
Peru Negro: la tierra se Hizo Nuestra
T h o r n d i k e

E n 1969, “Perú Negro”


ganó el Gran Premio del Primer
Festival Iberoamericano de la Danza
y la Canción organizado por la Ciudad de
Buenos Aires. Triunfó con una obra llamada “La
G u i l l e r m o

tierra se hizo nuestra” escrita por César Calvo y Gui-


llermo Thorndike. // Había sido el año de la reforma
agraria en el Perú y la obra, que contaba la historia de
los esclavos negros en el Perú y su paso por los galpones
de la colonia a la pobreza republicana, causó tal impresión
en público y jurado que se impuso sobre rivales de celebri-
dad continental como el gran Ballet Folclórico de México, el
extraordinario ballet de Bahía y los ballets nacionales de Chile
y

y Argentina. // “La tierra se hizo nuestra” compartió los honores


del triunfo con Ástor Piazzola, autor de “Balada para un loco”,
C a l v o

canción vencedora en la voz de Amelita Baltar. // Parecía impo-


sible y ocurrió como un acto de fe en el talento de Rolando
Campos, Caitro Soto, Lucila Campos y los demás integrantes
de “Perú Negro”.Cajoneador insigne y coreógrafo de gran vita-
C é s a r

lidad, Rolando Campos había ganado experiencia internacio-


nal junto a Victoria Santa Cruz y los hermanos Vásquez dos
años antes, imponiéndose sobre importantes agrupacio-
nes de danza negra con el primer gran conjunto
afroperuano promovido por Nicomedes Santa Cruz.
En cuanto a Caitro Soto, empezaban a adquirir ce-
lebridad su voz y canciones que además eran
bailables y gozaban de gran popularidad. En
fin, Lucila Campos se hizo famosa en el
Festival de Buenos Aires cuando
se desconectó el equipo
de sonido y

78
llenó con su canto el
Luna Park sin tocar el micrófo-
no. La prensa argentina aprobó con
entusiasmo el fallo del jurado y el destino
del Gran Premio, en contraste con la apática re-
acción de cierta prensa peruana frente a la consa-

C é s a r
gración de “Perú Negro”. // La propia crítica extranjera
se encargó de subrayar la importancia del argumento
en la presentación peruana. // “La tierra se hizo nuestra”
unía números de danza con una historia contada por una

C a l v o
voz sin rostro —la voz de César Calvo, dueña de su propia mú-
sica y grandeza— mientras un reflector manejado por Lucho
Garrido Lecca debía acertar en la aparición siempre arriesgada
de Eusebio Cirio, el inolvidable “Pititi”, acompañante de Alicia
Maguiña a quien “Perú Negro” reclutó la víspera de presentarse

y
por primera vez. “Pititi” debía salir en la oscuridad por el anda-
miaje de un escenario que subía hasta unos veinte metros del

G u i l l e r m o
suelo, guiado por Thorndike, productor improvisado por la ne-
cesidad. // Un año más tarde volverían a reunirse para presen-
tar “La tierra se hizo nuestra” en el Municipal de Lima. Esa vez,
Calvo y Thorndike también sirvieron de promotores y pro-
ductores del estreno de “La Navidad Negra” y de los
primeros recitales públicos del extraordinario artis-
ta ayacuchano Raúl García Zárate, un espectácu-
T h o r n d i k e

lo que sería visto poco después en la televisión


de numerosos países de América Latina. //
MARTÍN presenta a continuación los tex-
tos de “La tierra se hizo nuestra”
escritos hace treinta y dos
a ñ o s .
Perú Negro: la tierra se Hizo Nuestra

79
Peru Negro: la tierra se Hizo Nuestra
César Calvo y Guillermo Thorndike

(antes de la danza africana)

Somos del Perú.

1
Nuestro país, sin embargo, no tiene límites, no tiene fronteras.
Nuestra sangre es el África.
Nuestro lenguaje, la danza.
Venimos a contarles nuestra historia: cadenas, sangre, y viento.
Empezaremos con una danza africana que los padres
primeros bailaban en la tierra primera, al aire libre de una vida libre.
La danza ha de contarles a todos nuestra historia.

(antes de la danza de Los Machetes)

2
Congo, Angola, Mandinga, Yoruba, Carabalí ...
Así bailábamos.
Así éramos, parientes del baobab y la pantera.
Pero de pronto fuimos otros y fue otra nuestra tierra.
Ajena tierra, de cuarzo y volcán, tierra de médano y despeñaderos.
Sembraron nuestras vidas lejos de las llanuras y los bosques.
Fuimos machete de cortar caña, filo de pelear entre nosotros,
fuimos humo de zafra, canción bajo los sauces extranjeros,
en la hacienda del amo.
Agonizamos en las plantaciones, doliéndonos del sol,
de la alegría, de la tierra que no nos daba sombra.
Ni siquiera teníamos un nombre:
ni Congo, ni Angola, ni Mandinga, ni Yoruba, ni Carabalí ...

(antes de la danza con Pobre Negrita)

3
Esclavos de trabajar: recordamos el látigo, la molienda.
Esclavos en carne viva: supimos de los perros, del cepo,
de los fuegos que marcan la piel.
Sin embargo, cantábamos.
Entre algarrobos, bajo la luna, nuestro pueblo cantaba
a la llanura lejana, a sus pesares, a la madre tierra.
En noches de azufre y tambor invocamos a los antiguos dioses.
No teníamos el consuelo de amar a otra piel como la nuestra
porque el patrón dispuso de nuestras mujeres.
Supimos de los forzadores que engendraban en nuestras madres
obedeciendo órdenes del amo.
¡Ochún, ven a nosotros!

80
¡Yemayá, disuelve estas cadenas!
¡Changó, sosténnos en la sombra!
Los dioses no pudieron ayudarnos.
Sin embargo, cantábamos.
A veces no teníamos tiempo ni de sufrir: cantábamos.
Cantábamos.

(antes de la danza del Alcatraz)

4 A veces confundíamos la alegría con la cólera.


Y a veces, con el sufrimiento. Pero no la olvidábamos.
La alegría de haber sido dueños y libres allá lejos,
al otro lado del mar, sostuvo nuestro brazo durante jornadas agobiantes.
La alegría de volver a ser libres, de volver a ser dueños algún día,
sostuvo nuestro brazo durante los combates.
A veces confundíamos la alegría con el recuerdo.
Y a veces, con la esperanza. Pero no la olvidábamos.
No la hemos olvidado.
Nuestra alegría tiene ojos de candela.
Nuestra alegría tiene pies de candela.
Bailando y cantando en las barracas, con ella encendimos las hogueras.
Y como antorchas en la noche amarga nos consumimos para que otros vivan.

(antes del zapateo)

5
Tanto morir para seguir esclavos, aún recordamos.
Eran tiempos de guerra. Y nosotros, llevando a cuestas
nuestra casa de viento y de follaje, respondimos, luchamos.
Nosotros los esclavos, fuimos libertadores:
luchamos para que otros fueran libres.
Porque una vez apagada la hoguera contra España,
sólo los dueños fueron sus propios dueños
y nosotros volvimos a la hacienda del amo.
La tierra había engordado con nuestros muertos.
Ni siquiera por eso era nuestra.
Tierra ennegrecida, tierra tensa como piel de tambor.
Nuestros pies, sobre ella, como las manos de la danza,
invocaban, golpeaban, reclamaban.

81
Peruú Negro: la tierra se Hizo Nuestra
C é s a r C a lv o y Gu i l l e r m o Thor n di k e

(antes de El tamalero)

6 Nuestros antiguos dueños, entonces, nos dijeron que ya éramos libres.


Pero un cepo invisible ceñía nuestros cuerpos.
Un patrón menos torpe —la pobreza— sustituyó al patrón.
En Lima, la Ciudad de los Virreyes, la ciudad de peluca empolvada
y zapatos de charol, anduvimos descalzos pregonando
los más humildes trabajos, nuestra tristeza y nuestra magia,
nuestras invencibles ganas de vivir.
Los abuelos vestían de seda para llevar los quitasoles de los señores.
Los abuelos vestían de diablofuerte para multiplicar en sus espaldas
las riquezas de la ciudad.
Los abuelos vestían de levita y chistera para conducir el carruaje de los señores.
Los abuelos vestían de harapos, para vivir.
La ciudad nos dio un barrio, un oficio, una pobreza.
De todo ello nosotros hicimos un canto: el pregón.
Con toda nuestra magia y alegría pregonamos los oficios más tristes.
Devolvimos con cantos la humillación, las penas.

(antes del Festejo)

7 Bajo las palmas, por la montaña, en los desiertos rojos,


a la ribera de ríos sedientos, mezclamos nuestra muerte
a la de todos los que combatieron, hombro a hombro, por la libertad.
Recordamos a los lanceros que parecían galopar sobre un trueno,
recordamos el pavor de los mosquetones,
los machetes buscando un cuello, unos ojos desprevenidos
y el vaciarse de las entrañas durante la batalla,
el cañón, los relinchos.
Recordamos la furia del patrón, ya doblegada,
la dureza de los cepos, ya oxidados,
las casas de castigo derruidas para siempre.
Sobre los campos donde agonizamos
—aún siendo de noche—
el sol abrió sus alas, cantó para nosotros
una canción más alta que las lluvias.
Recordamos las huestes victoriosas,
la infantería descalza y las rotas,
sangrantes banderas.
Recordamos a los padres,
que por fin fueron dueños de su propia piel.
Soldados libres...
Machetes libres...
Danza Libre...

82
(antes de la mozamala)

8 Esclavo de plantación, montonero, soldado de la Independencia,


soldado de la República, obrero de la fragua, cortador de caña ...
Y ahora, por fin, hombre.
¡Qué distinto todo del antiguo país!
¡Qué lejanos los primeros dioses!
Pero esta es ahora nuestra tierra. Aquí está nuestra pradera.
Somos parientes, ahora, del puma y del algarrobo.
Yacen aquí nuestros muertos, nuestros abuelos, las cadenas enterradas.
Huesos que se mezclan con los huesos de los amos,
blanco desvanecerse de la vida que se reconcilia con la vida
al abrigo de la madre tierra.
Nuestras son ahora las palmas, los tibios mediodías.
Nuestro es el río, nuestro el viento de colores.
Nuestro el tambor, nuestras las plantaciones.
Y nuestros son el cóndor y las nieves, el cuarzo y el volcán,
el médano y los despeñaderos.
Es por todo ello que nuestros pies
desordenan una canción de pañuelos y alegría.

(antes del tondero)

9 Ochún, Changó, Yemayá.


Desde hace cientos de años invocamos
a los padres de todos nuestros dioses.
En las noches del mar, encadenados,
ellos sostuvieron nuestros remos, nuestra amargura.
En las noches de la esclavitud, sobre los arenales inclementes,
ellos sostuvieron nuestros brazos, nuestra esperanza.
En las noches del tambor y de la guerra,
ellos sostuvieron nuestros machetes, devolvieron los látigos al polvo,
oxidaron los cepos de los amos.
Ellos están ahora, en nuestra respiración y en nuestro pensamiento,
como hace cientos de años, danzando con nosotros.
Ochún, sopla las alas de los hombres, aliéntalos.
Changó, haz de todas las danzas una sola danza.
Yemayá, haz de todas las razas un solo abrazo inacabable,
haz de todos nuestros pueblos un solo pueblo hermano, libre y solidario.

83
(antes de repetir la danza africana)

10
Vamos a terminar como empezamos:
con la danza primera, aquella que vivimos hace siglos,
en el África, al aire libre de una vida libre.
Danza negra, después encadenada, venida con nosotros sobre el mar,
desde la verde tierra de los padres.
Danza que padeció en las plantaciones,
que sollozó en silencio en las barracas,
que hizo regresar a nuestros dioses,
que fue consuelo en el instante de la muerte.
Danza callada, afiló nuestras armas.
Danza encendida, nos condujo a la guerra.
Danza triunfante, deshizo las cadenas.
Danza primera, danza nuestra y de todos ...
Vamos a terminar como al comienzo,
porque la libertad fue nuestro inicio,
y será nuestro término.

84
/ T e s t i m o n i o
César Calvo

p
ara comenzar de alguna manera y no por el comienzo, confesaré que mi primer intento de libro
fue escrito por varios amigos allá por el año de 1958. Juan Gonzalo Rose, Javier Dávila Durand,
Germán Lequerica y César Calvo, entre otros, me regalaron esos derechos autorales con sus
respectivos asientos en el pre-Parnaso. Lamentablemente, no pude gozar tan fraternos obse-
quios pues el poemario (incautamente titulado Carta para el Tiempo e inmerecidamente men-
cionado en el Primer Concurso Hispanoamericano de la Casa de las Américas), el poemario,
digo, no llegó a publicarse jamás. Y no llegó a publicarse jamás debido, entre otras razones, a
que uno de sus autores sucumbió a la espléndida iniciativa de quemar los originales. Debo decir
que los quemé también en mi memoria. Hoy sólo recuerdo brumosos perfiles y no versos; una
temperatura sedosa o arisca o fatua; un aliento de cortinas y de infancia, y acaso si los nombres
de los personajes, de los queridos reinos que atravesaban sus páginas, que subieron por ellas y
bajaron como por la escalera quebrantada del vecindario limeño que me aprendió a vivir.
Entre aquellos poemas incendiados habían también cantos que anhelaban ser políticos, porque
en ese entonces todos los visitantes, todos los habitantes de este mundo tenían diecinueve años
dentro del corazón, dentro del mío; y ustedes, por ejemplo, eran altos y pálidos y hermosos en mi
memoria o en mi desconocimiento; y yo me negaba a recién-salir de una adolescencia alborota-
da, prefería confundirla y confundirme con mis propias hambres de escribir y existir, y me era
otoñal, me era gélido, me era muy difícil aceptar los distingos entre rebeldía y delincuencia, entre
amor y cuerpo en llamas, entre palabra confiada y balbuceo altisonoro-escrito (equívocos que,
por lo demás, suelen seducirme hasta la fecha). Llevaba ya tres años en la Universidad de San
Marcos y dos en el Frente Estudiantil Revolucionario. Más deseoso de agra-
dar escribiendo arengas que de trabajar rastreando poemas, me gané
a n o d e
to Itali
el tiempo de puro perderlo: rondaba a las cachimbas melancóli-
Ins titu 7 4 un a
El izó en 19 to -
cas y recitaba en las aulas y en los mítines, esquivando las

a o rg a n d e a u expresiones crítico-lacrimógenas de la Guardia de Asalto,


ltur es
Cu
re s e n tacion o Antonio cuando no respondiendo con palos a los discutibles crite-
ep gi
serie d antiguo cole a capacidad En 1960, paralelamente a mi furtiva participación en un
rios estéticos de la matonería del Apra.

el cuy s
res en . En una sala as, las charla frustrado grupo de guerrilla urbana que organizaron
nd i n n varios compañeros, varios amigos igualmente iman-
Raymo de cie n perso ores adquiría tados por la heroica experiencia de Fidel Castro, es-
aba scrit lvo, cribí mi primer cuaderno que creo que verdadero:
no pas por poetas y e ue César Ca
ofrecid
as
fe s ion al al q e ju lio, agre- los Poemas bajo tierra. Esos versos compartieron con

n to n o con
vie rn e s5d y u n a
cánticos de El viaje de Javier Heraud, el primer
u e del umor
premio en el concurso “El poeta joven del Perú”, lleva-
n o ch u en h n
en la de b r quie Antonio Corcuera. A fin de adelantar algunas excusas
do a cabo por el incurable empeño del poeta Marco
d o sis c on ta
gó una ceridad para no que- surrealistas de mi arte poética y mi vida, debo declarar
n
gran si ¡alguien que que me fue más problemático cobrar el premio que escribir
era. . . ¿
e r p oe ta!? el libro premiado. El asunto fue así: con Mario Razzeto, tam-
ría s bién distinguido, como se dice, en aquel concurso, partí un atar-
decer rumbo a Trujillo, donde nos esperaba Javier para recibir los che-
ques correspondientes. Pues bien. No llegamos a tiempo a raíz de un lamenta-
ble error de la policía política de Prado, la cual —confundiendo a Mario Razzeto conmigo, y a mí
con Mario Razzeto, ambos entonces con orden de captura— nos apresó a la altura del río Chillón
(río de nombre muy apropiado) y nos devolvió amablemente a Lima, a uno de los sótanos de
Radiopatrulla de la Guardia Civil, en La Victoria (barrio de nombre igualmente apropiado). Para
recuperar nuestra libertad, y siguiendo los ordenamientos parasicológicos descubiertos por Dadá
ha mucho tiempo, Mario Razzeto y yo no tuvimos más remedio que falsear y/o intercambiar nues-
tras identidades. O sea que Mario Razzeto se hizo pasar por Mario Razzeto, yo me hice pasar por
César Calvo, y así —dejando atrás a un comisario confuso para siempre— pudimos cosechar,
como se dice, algunos ralos aplausos trujillanos al día siguiente de la entrega de premios.
Pero sospecho, con terror, que no estoy aquí para hablar de esas cosas sino de otras peores, si
cabe. Intentaré intentarlo. Al parecer, se trata de exponer cómo escribo. Y por qué. Y para qué.
Diré de antemano que me lo he planteado varias veces y que nunca he conseguido sonsacarme
una misma respuesta. En un primer momento (y eso que no existen los primeros momentos),
llegué incluso a declarar que yo no era poeta, que yo escribía únicamente para demostrar que la

85
/T e s t i m o n i o
Calvo

poesía no era privilegio de los poetas. Cuando lo hube demostrado (por lo menos a mí), dejé de
creer en ese anzuelo para cocineras trágicas, no sin antes haber fatigado unas cuartillas que
todavía andan por ahí engrosando ciertas antologías de poesía revolucionaria. Era la hora de las
César

manifestaciones obrero-estudiantiles contra la dictadura de Odría, contra la dictablanda de Pra-


do, hora de reuniones clandestinas en la Juventud Comunista. Luego, en 1961, Javier Heraud y
yo quisimos escribir juntos un libro, un Ensayo a dos voces. Sólo conseguimos trabajar el
poema inicial. Era la hora de la fraternidad absoluta; devoradora de tardes y caminatas insacia-
bles. La hora de la generosidad absoluta y compartida. Aceptábamos poetizar únicamente como
resultado de un asombro común, colectivo en su origen —en sus garfios oscuros— y colectivo
en su finalidad, en su búsqueda, en su abordaje y sus revelaciones.

D
Después, poco después, me ocupó totalmente la certeza de que sólo podía escribir sobre un
cuerpo sediento, encimado al relámpago perpetuo de que habla Manuel Scorza, amarrado al
jadeo como a la única hoguera que podría salvarnos o —para repetirse— escribir como quien
galopa por una playa infinita, desnudo y bañado en sangre, dando gritos de goce y de victoria...
Así abracé (con c y con s, de brasa y abrazo), así abracé los versos de Ausencias y retardos,
editados en 1963.
espués hice canciones. Aquí, por ejemplo, pierdo nombres, armarios cálidos, pierdo cosas que
me ocurrieron con tan breves, con tan eternos hermanos. Estoy pensando en Samuel Agama, en
Arturo Corcuera, en César Franco, en Reynaldo Naranjo, en 1958, 59, 60 y más. Mucho más. Y
al mismo tiempo quisiera no recordar nada, porque uno disfraza, uno se disfraza al volver hacia
atrás los ojos, se pone los gestos en la nuca, el cabello en la cara, no se ve nada. O ve lo que
quisiera haber visto, lo que quisiera haber vivido. Bueno... Dije que hice canciones. Y debía decir
que hice otras canciones. Canciones a mi padre, a mi primera casa, a los amores eternos cada
vez más fugaces, a las plazas de pequeñas ciudades, a los invencibles hermanos de Cuba, a los
puentes insomnes, a los compañeros que combatían desde el MIR y desde el Ejército de Libera-
ción Nacional. Algunos de esos cantos fueron grabados con Carlos Hayre y Reynaldo Naranjo
en un disco que ya no recuerdo. Otros los recogió Chabuca Granda y Luis Gonzáles. Otros se
perdieron así nomás. Y otros adquirieron vanidad de poema, se divorciaron de sus lentas músi-
cas y fueron a parar a un nuevo intento de libro, El cetro de los jóvenes, publicado en la
Colección Premio de la Casa de las Américas, en 1966. Era la hora del infructuoso, del temeroso
apoyo urbano que ofrecimos al movimiento guerrillero; la hora de las reuniones de etiqueta de
donde salíamos a hurtadillas para poner bombas en la noche inofensiva, vanos estruendos en
ciertos rincones de la impasible Lima.
En resumen, ni antifaz ni peligro verdaderos. Sólo la desperdiciada posibilidad de un suicidio gene-
roso —siempre al servicio pero nunca a tiempo— que yo busqué negándola, cambiándome de
nombres en hoteles de engañosa memoria, hasta que un día desperté sin distinguir en realidad mi
rostro, perdido entre máscaras como un naipe en un mazo de barajas ajenas y gastadas. Juan
Pablo Chang, con otras palabras, me diría después, en París, generosamente, que fue la soga del
ahorcado la que no pudo sostener nuestro cuerpo, y que por ello aquel dudoso arrojo terminó con
un palmo de narices en tierra, al pie del árbol. Palabras. Palabras puesto que él, como Javier, tuvo
el coraje de hallar un árbol fuerte, una rama saciada en cuya sed morir, en un momento desespe-
rado que nos metía los ojos hacia un callejón sin salida, y acaso era preciso colmar el abismo con
nuestros cadáveres, a falta de otros puentes. Y en el fondo de todo, aquella soledad que inventa
sentimientos y que inventa poemas, y en cuya compañía suelo aún descubrirme el corazón en el
lugar del pómulo —así dice algo escrito—, el corazón en el lugar del pómulo, los gestos del adiós
anticipándose a la mano, y a un gran vacío en medio no sé si del amor o de los brazos.
Si es que no me distrae la memoria. Y es entonces que escribo. Nunca del mismo modo ni por los
mismos rumbos, ni con el mismo paso ni a la sombra de una misma lámpara.
Todo lo que he dicho antes, todo lo que he sido antes, se ha juntado, tal pareciera, en una única
boca. En una palabra. En una letra sola, emparentada desde hace siglos con las grandes estre-
llas aún no descubiertas. Siento que cada libro, cada poema, cada verso, obedece a sus propias,
intransferibles leyes. Tiene su tiempo de luz, como las vendimias, y su sed de llorar, como los
hombres. De allí que definirme resulta tan fácil e imposible al mismo tiempo. Pienso en Nicanor
Parra y en las incansables respuestas que nos dimos una tarde, allá en lo alto de su casita en los
andes chilenos, cuando nuestros hermanos del Sur vivían mediodías nocturnos y no la pesadilla
de traiciones y sangre que resisten ahora, y cuando Enrique Lihn exclamó de pronto en el centro
de un gran vaso de vino: ¿Para qué coño se escribe, a fin de cuentas, un poema? Y aquí voy:

86
Se escribe un poema para sentirse el centro del
mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a
los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos el centro
del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una
muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos
odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos
acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
o al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer
otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más
querida
pueda decir a todos que tiene un sobrino que
escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en
la playa,
para emborracharse en Surquillo
sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo,
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura,
para que a uno lo consientan todo,
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no
nos cobren,
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente
poseída,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos
de escritores

87
/T e s t i m o n i o
Calvo
César

con todos los gastos pagados,


y para ponerle el cascabel al gato,
y para poder comer con la mano en los salones
si nos viene en gana,
y para morirse de hambre
y también para no morirse de hambre
y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes,
y para usar calzoncillos de colores sin que se nos
acuse de maricas,
y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con
sus novias
creyendo que lo somos.
También se escribe un poema para no afeitarse
nunca,
para ir al baño sin remordimientos,
para ir al comedor sin remordimientos,
para ir al dormitorio sin remordimientos,
y se escribe un poema para sentirse culpable de
todo
y con esos materiales llegar a escribir algún poema.
Y también se escribe un poema para reírse a gritos
Y para vivir también se escribe un poema.
Y para tener un pretexto para no vivir,
etcétera.
Y a propósito de etcétera:
Se escribe un poema para no escribir cosas peores,
como cartas de amor, cartas financieras, facturas
por pagar, tratados de filosofía miraflorina,
Y se escribe un poema por incapacidad,
cuando se ha fracasado como wing derecho en la
selección del colegio, cual es mi triste caso.
Y se escribe un poema para intensificar la vida,
como dice Stéfano Varese.
Y se escribe un poema, finalmente, se escribe
un poema
para que en algún lugar del mundo, mañana o dentro
de veinte años la pareja que está por suicidarse
alcance a leerlo, y desista, desista por
lo menos unos días, y comprenda que la vida
es siempre hermosa
a pesar de la vida... y a pesar del poema.

88
aquellos que ya he sido me lleva de la mano, me
Pero estaba hablando, creo, de París. Y de un conduce como un ciego que conduce a otro cie-
amigo. Algo de un árbol y una soga, algo de un go, y las aguas despiertan bajo mi pie, y sólo pue-
palmo de narices en tierra. Precisamente en Pa- do presentir en sombra esas luces que otros han
rís terminé un libro que inicié en La Habana, allá de beber y han de mirar cantando. Y aquí tal vez
por 1968. En realidad lo concluí — en 1970—, ya radique la más alta generosidad de este insonda-
en Lima. Se llama Pedestal para nadie, y no le ble egocentrismo que los entendidos han dado en
gusta nada a Fito Loayza. A Leoncio Bueno, en llamar poesía. Y me viene Vallejo: ¡qué ganas de
cambio, lo apasiona. Mi vanidad se inclina hacia quedarse plantado en este verso!, porque no tengo
Leoncio, como podría esperarse. Bueno, este libro la menor idea de qué es lo que ustedes quisieran
está dedicado a un gran compañero en la amistad escuchar de mí, y por si fuera poco, yo no sé hablar
y en la poesía: Carlos Delgado. Carlos me ayudó a en prosa... Para salir del pozo y no del paso, ten-
corregir varias cosas y podría decir dré que apelar una vez más a la memoria.
demagógicamente, que algunos de sus aportes hi- Nací el 26 de julio (o el 24) de 1940. Cursé la pri-
cieron merecedor, a este libro, del Premio Nacional maria en la Escuela Primaria número 414 de Lima,
en el 71 o en el 70, por ahí. Y aquí he escrito unas y la secundaria en el Colegio Nacional Hipólito
líneas sobre ello, porque sino se me pierden. Unanue. Crecí en un vecindario del jirón Carabaya,
Pedestal para nadie es, en verdad, mi primer li- entre gente inolvidable: Pluma, Manteca, Currurra,
bro, por cuanto en él atisbo puertas que antaño Cara´e sopa. Entre formidables muchachos, Juan
descifré a oscuras; logro mirar entre la cerradura Munar, Miguel Inza, la “conga” Ana y entre hijos
y veo, allá delante, detrás de las maderas, colinas de zapateros remendones, gente hermosa,
que resplandecen en los cuartos, veranos habita- canillitas de mi edad y de mi pobreza, y otros ami-
dos de fuerzas y países, parejas innumerables gos que me observan desde aquel entonces, pa-
colmadas como sueños de anticuario, toda esa rados en su orgulloso asombro. Algunos admiran
forma de soñar y vivir poesía que perseguí tantos el que me haya dedicado a escribir cosas, así di-
años sin saberlo. Allí, como en la vida, nunca hay cen, aunque secretamente habrán de reprochar-
un solo tema que se inicia, desarrolla y concluye, me que no haya seguido robando carros a su lado;
sino constelaciones, constelaciones impredecibles, otros me reprocharán que no trabaje en un Ban-
que se rozan a veces para nada y a veces para co; otros, que haya perdido tiempo con la política
siempre. Nunca una sola vida o su reflejo breve, y otros, que no me hayan durado más de tres
sino infinitas brevedades, eternidades efímeras meses las esposas... Entre ellos he crecido, pues,
que se entrelazan aniquilándose, que se entrela- si es que he crecido...Vivo ahora en todas partes
zan alimentándose. El asunto son varios y es nin- y en ninguna. Duermo donde me sorprende la
guno. No hay asunto: hay ritmo. No hay ritmo: hay noche o el deseo, pero conservo todavía aquel
el fantasma de un oleaje, sus cabellos en la playa, cuarto salobre, en el tercer piso de la cuarta cua-
invisibles y amargos, de mármol, hechos de már- dra del jirón Carabaya (lo paga mi hermano Gui-

N
mol y de memoria. Y el poema no es el reflejo de llermo, y por él he sabido que el alquiler sigue sien-
la vida. El poema es la vida. do casi el mismo: ochetaitantos soles al mes). No
puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo,
aturalmente, las posibilidades y el sentido de esto
ni en la misma ciudad, ni con el mismo cuerpo.
me nacieron después de haberlo escrito, conver-
Será porque he viajado desde temprano o, según
sando un día con José Miguel Oviedo, quien me
célebre frase del extraordinario creador que es
impulsó a insistir y a insistir. Porque ahora creo,
Emilio Adolfo Westphalen: cómo será pues. El
además de no creer, creo que la poesía es como
hecho es que he podido recorrer muchas gentes
el bastón de un ciego, que con ella en la mano es
en mi vida, muchos países. Fui por primera vez a
posible seguir el camino pero no es posible verlo
Europa, representando al Ejército de Liberación
... Es como si todas las personas que uno ha sido
Nacional a un Congreso de Juventudes en
en su vida, como si todos los países, los destinos,
Bulgaria. Las ciudades que más me han conmo-
los desatinos y los resplandores que uno ha sido
vido son Praga, Río de Janeiro, Cusco y París.
en su vida, se turnaran la dirección del rumbo, y
Odio Lima. Volveré al Cusco pronto, cuando
de esa gigantesca migración de oscuridades na-
Avendaño esté libre y los gusanos se hallen lejos.
ciera la mañana como detrás de una cortina ines-
Soy el segundo de cuatro hermanos. Mi padre era
perada. Ahora que digo esto, siento que uno de

89
/T e s t i m o n i o
Calvo

pintor, y era también mi hermano. Los demás son: Graciela (que además es mi madre), y des-
pués viene Helwa y Nanya, y Guillermo. No me gustan las drogas ni el alcohol (quiero decir que
puedo prescindir de ellos). De cualquier casa, siento verdadera pasión por la cama, el escritorio
César

y la cocina (quiero decir que entre cocinar, escribir poemas y hacer el amor, yo encuentro más
parecidos que desemejanzas).
Amo a este país y creo que lo amaría igual si hubiese nacido en otro, así como amo tantos países
que sólo he conocido desde un avión en vuelo. Creo, sin embargo, como Guillermo Thorndike,
que el mundo es una mierda. No el mundo que estamos construyendo, naturalmente, sino la
podredumbre que heredamos, esa amarga fanfarria de transistores, automóviles y etcéteras;
esa máscara de feriante, ese biombo de prostíbulo que sólo puede encandilar a los ingenuos al
grado de ocultarles el mundo de injusticias y barbarie, el mundo de hipocresía y de terror, el

C
mundo de niños envejecidos y de bombas atómicas, el mundo de mierda que ya estamos devol-
viendo a su lugar de origen.
reo firmemente en la amistad y en el amor. Los desencantos me llegan, ni siquiera me llegan:
sigo creyendo igual. Creo en la amistad, en el amor, en la igualdad de los hombres, en el sicoanálisis
de Max Hernández, en nuestro padre Freud, en nuestro abuelo Marx, y en todo lo que no creen,
por ejemplo, los fascistas. Creo firmemente en el advenimiento de un mundo justo y digno, sin
explotadores, sin hambre, sin penumbras. Un mundo donde se enseñe, como dice Pablo Vitali,
donde se enseñe a nuestros hijos que es más importante tener un amigo y no un televisor, tener
una conciencia limpia y no un automóvil último modelo. Donde se enseñe que las cosas son
verdaderamente nuestras solamente cuando son compartidas, sólo cuando no han nacido de las
hambres ajenas, de las penurias ajenas, sino de las mutuas alegrías y los empeños generosos.
Y creo que ese mundo lo haremos ahora, y lo haremos con armas invencibles, escribiendo y
amando, y cantando. Y lo haremos aquí, en esta tierra dura, y no en algún sedoso paraíso
celestial (tan peligroso, a estas alturas de la ciencia, tan colmado de asteroides en vez de ánge-
les). Mis primeros versos, por ejemplo, no eran míos. Por eso creo firmemente en la poesía. Mis
primeros versos los escribí a los doce años y eran plagios de José María Eguren. Poco después
de descubrir a Eguren y a Vallejo (cuyos libros me fueron obsequiados por mi madre, quien tuvo
que ayunar para comprarlos), poco después, digo, tuve que echar por la borda una magnífica
carrera de plagiario, por culpa de mi abuelo. Fue la tarde en que descubrí su cabeza, blanca,
sobre la almohada consagrada a sus siestas de verano. Me dio una pena horrenda verlo así,
canoso, abandonado al sueño, indefenso, supongo que ante el tiempo, y me fui a esconder en la
azotea conteniendo las lágrimas. Allí, avergonzado y solo, contemplando un paisaje de techos
ruinosos, escribí a mi abuelo una larga carta pidiéndole que no envejezca, ¡y vaya a saberse por
qué tuve que redactar aquella carta en verso!
Creo que así comenzó todo.
Desde aquella tarde, vengo haciendo todo lo imposible para no ser poeta. Y francamente, no sé
qué más decir. Les ruego me disculpen.

(Lima, Instituto Italiano de Cultura, 1974)

90
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
César Calvo

A l cabo de la tercera noche, ¿o de la última?, el Gran Mago Verde de la Tierra Roja


rememoró a Ino Moxo:

- Las veces que lo vi no se llamaba todavía Ino Moxo. Otro nombre tenía. En lengua de
amawakas Ino Moxo es Pantera Negra. Yo lo frecuenté antes que se convirtiera en la
pantera negra de los amawaka. Me acuerdo: tenía la piel como de día, el cabello
marrón, los ojos de mestizo. Nunca le pregunté ni él me lo dijo pero yo sabía que su
padre había venido desde Arequipa en busca de fortuna y que los amawaka lo rapta-
ron por una orden del gran jefe Ximu. Ximu era entonces el shirimpiáre, el jefe-brujo de
los amawaka que habitan el Mishawa. No supe nunca por qué lo raptaron precisamen-
te a él, por qué se lo llevaron monte adentro, Urubamba arriba, por las selvas del
Mapuya, por qué lo prepararon desde niño para que fuera sucesor de Ximu. Ya que
durante años el gran maestro Ximu lo educó para jefe. Por qué lo eligieron, lo raptaron
y le enseñaron todo a él, eso es lo que no sé…

- Don Hildebrando mismo, tú le has visto en Pucallpa -dice Iván- sabe un icaro que
carga con juventud sexual a una bebida. Yo se la pedí una vez para un pariente que
tiene casi setenta años, yo he visto cómo le mira ahora su mujer, y su mujer tiene
apenitas veinte años…

También Don Hildebrando me habló de los poderes de Ino Moxo, de la celeridad con
que el niño secuestrado acrecentó las enseñanzas de Ximu, de cómo se fue haciendo
inalcanzable no sólo en las temibles bondades de la magia sino en las más temibles
del amor y en las menos mañosas de la guerra.
- Sabiduría, fuerza y cariño -dijo-. Conocimiento del poder y poder del conocimiento. El
agua es un secreto. Los ríos pueden existir sin agua pero no sin orillas. Y esas son las
orillas de Ino Moxo: sabiduría, fuerza y cariño. Sin ellas no podría transcurrir la vida de
un brujo digno de los amawaka.
Sin que Don Hildebrando lo supiera yo grabé todo lo que conversamos en esas cuatro
noches. Más por mi inseguridad que por su timidez supuse que no aceptaría guardar
su voz en una cinta afónica. Con disimulo encendía mi grabadora asegurándole que
se trataba de un aparato de radio y orientándola hacia la banqueta donde él solía
sentarse. Extinguida la charla regresábamos al Hotel Tariri. Ya en la habitación, acom-
pañado únicamente por César, retrocedía la cinta, escuchábamos. Todo se oía, los
ruidos de la noche, los plañidos del piso de tablas sin pulir, mi voz, las preguntas de mi
primo, hasta el chasquido de Yando al encender un cigarrillo. Todo se oía, todo. Pero
ni una palabra de Don Hildebrando. Ni una sola palabra suya, en ningún momento, en
ninguna parte de la cinta grabada. La primera noche lo atribuimos a algún defecto del
micrófono incorporado, tal vez mal dirigido, acaso demasiado distante. La segunda
quisimos creer en cierta insuficiencia del volumen de grabación. La tercera noche no
encontramos excusas y la cuarta preferimos no interrogarnos más.
Ahora, sumergido en la selva, asediado por los temores de Félix Insapillo acerca del
chullachaki, terqueaba en no aceptar lo inexplicable como una verdad más. Trataba

5
de fijar en mi memoria lo que Don Hildebrando me había dado de vivir en esas cuatro
noches.

un árbol muerto nos prohibe


seguir adelante
- ¿Oyes cómo crece el río?, sonó la voz de Iván delante mío.
El sendero elegido por el niño amawaka parecía internarse hacia lo hondo del monte
pero no, a unos doscientos metros de haber atravesado esa suerte de pórtico de

91
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
Calvo

ramas el camino regresaba paralelo a la orilla atisbando las aguas verdinegras del Mapuya por
entre las rendijas que aceptaba el boscaje. Cuando hubimos andado, ¿una, dos horas?, obede-
ciendo el culebreo de la trocha, razoné que mejor hubiera sido avanzar ese tramo en nuestra
fatigada y eficiente piragua de motor, exonerando así de más trajines a nuestros pobres cuerpos.
César

Pronto tuve que agradecer la decisión del niño. El rumor del río se iba volviendo estruendo
conforme caminábamos y sus riberas se confabulaban más y más alzándose en paredes de
greda oscura y húmeda y brillante. Llegué a sentir nostalgia de aquel temor que tuve descubrien-
do el tronar del Urubamba. Pues el Río Sagrado, cuyo fondo de fangos amordaza al empecina-
miento de las aguas, imponía una música de orillas más extensas pero francas y lánguidas. El
canto del Mapuya, en cambio, simulando angostarse, en verdad se afilaba sobre un lecho de
fósiles, de piedras de escándalo y de remolinos, inmemoriables cascajos rencorosos. Los no
hace mucho tímidos barrancos se volvían insolentes farallones y la corriente se tornaba vértigo
revestido de troncos, de cocodrilos que se fingen troncos, inertes y varados en los recodos
arcillosos o tumbados al sol sobre la arena de las playas blancas. Nuestra embarcación no
hubiera conseguido vencer aquellos pasos, tantas malintenciones del Mapuya.
- ¿Oyes cómo crece y crece el río? Si hubiéramos seguido canoando, fijo que aquí se nos hundía
la piragua. ¿Oyes?…

U
n aroma de pomarrosas nos golpeó: hurtamos algunos de sus frutos al azar, sin detenernos. Un
trecho más allá tuvimos que caminar al tanteo, peor que ciegos, en esa noche breve que los
bosques provocan al tupirse de golpe, sin piedad, confundiendo a los monos nocturnos bajo el
espeso techo de lianas y de copas frondosas, entreverando ruidos húmedos, perfumes estanca-
dos, aleteos y frutos invisibles, haciendo del camino un inquietante, indescriptible túnel que cru-
zamos a gachas entre temerosos y maravillados.
La voz de Iván me orienta en lo oscuro:
- Los estrechos del Mapuya son cuidados por serpientes gigantes, enormes boas de cuarenta,
de cincuenta metros, que llaman yakumama. En quechua yakumama significa La Madre de Las
Aguas. ¿Oyes? No hay razón para que un río flaco produzca tanto ruido, ese ruido de terribles
correntadas. La yakumama las provoca, eso dicen…
La voz de Insapillo, que yo no suponía tan cercana, lo interrumpió en la sombra:
- En los lagos he visto yakumamas pero nunca en los ríos y menos a estas altura del Mapuya. En
los lagos, sin avisar, la yakumama pare remolinos, muyunas, tormentas que vuelcan barcos
grandes como casas. Yo la he visto tragarse pescadores como si fueran frutos.
- ¿No te estarás equivocando?, lo provocó la voz de Iván bordeando una burla, tal vez no fue una
yakumama lo que viste sino un kotomachácuy, esa serpiente que tiene dos cabezas. Porque
únicamente en los lagos, bien al fondo de los grandes lagos vive el kotomachácuy. ¿O caso no lo
sabes?…
———————
- Una tarde, entonces, ante un arroyo que también era ceniza, Kaametza fue a mirarse, o a
beber, o a lavarse. Se agachó hasta las aguas quietas del río que pasaba entre esas tres orillas,
y de lo alto del bosque surgió una pantera de espanto, un otorongo negro, bramando. Ella se
quedó inmóvil al comienzo, sin siquiera asustarse. ¿Acaso conocía? ¿Acaso tenía conocimiento
de lo que era el susto, de lo que era un otorongo enfurecido? Todo era tarde y víspera en el alma
de Kaametza, una gran tarde oscura e inocente sobre su entendimiento. Garras, no distinguía,
no imaginaba. No había palabras en su mente, ni nombre de ninguna cosa. Pero gracias a ese
conocer desconocido, sin conciencia, que hasta hoy poseemos, Kaametza comprendió lo que
debía y eludió al otorongo. Y el otorongo volvió a saltar sobre ella, con las uñas afuera, prepara-
das, como astillas de piedra calcinada. Y Kaametza volvió a esquivarlo. Una y otra vez el otorongo
negro quiso atraparla: sólo clavó sus garras en despecho. Y Kaametza descubrió dentro de sí un
temor gigante, comprendió lo cerquita de la muerte. Y sin pensarlo ni proponerse nada, arrancó
un hueso de su cuerpo. De aquí delante, junto a su cintura, mira, así se extrajo una costilla, igual
que obedeciendo, sin dolerse, y no le salió sangre, no le quedó señal alguna en la piel, ninguna
herida abierta. Y empuñando su hueso, así, como puñal bien afilado, le sajó la garganta al otorongo.
Aquí, bien me acuerdo, mi compadre Inganíteri que estaba contándome esta historia, cerró los
ojos y se quedó silencio, inmóvil, escuchando no sé, algo venía de lo hondo del monte, desde los
riachuelos que sonaban próximos juntándose a las aguas del Unine. Sentados a la entrada de su
choza estábamos, a un lado de la kaápa, ese tambo pequeño que me había destinado, sobre la

92
escalerita de tres palos gruesos, mirando el bosque que se movía enfrente, allá tras un yucal que
avisaba el comienzo de su chacra, me acuerdo. El sol primerito de la tarde caía de filo contra el
patio redondo, apisonado, limpio de todo vegetal. Pero no era por la luz del patio, no fue por eso
que Inganíteri cerró los ojos, era porque me habló de la pantera negra, de ese gran otorongo. La
cara del curaca campa se ancianó, pura tensión, aumentada de arrugas a ambos lados de los
pómulos anchos. Al ratito tembló: parecía que su alma regresaba de lejos, de muy lejos, y el
cuello le creció llenándose de venas por estallar…
- Y dijo que Kaametza cayó de rodillas luego de matar al otorongo, agradeciendo se postró en la
arena de ceniza, al borde de ese río, en la tercera orilla, y contempló el cuchillo que la había
salvado, con las manos lo levantó hacia su boca, lo acercó despacito, despacito, diciéndole qué
cosas, casi como besándolo tal vez.
- Disculpe, Don Javier -atreví, metiendo mi voz por entre su ensimismamiento- disculpe usted
pero hay algo que quisiera aclarar: cuando el jefe Inganíteri cerró los ojos…
- El ojo -me detuvo, ya como era su hábito, Don Javier-. Porque Inganíteri, no sé si te lo dije,
tenía un solo ojo. El otro lo perdió por una esposa que le robó el maestro Ino Moxo. Se quedó
tuerto de un flechazo en plena contienda por recuperarla…
Y adelgazó los ojos en la bruma del bar contra la humada de tabaco fuerte y el perfume ácido de
los manguales, de las pomarrosas, de las palmeras de yarina que rebosaban, en la oscuridad,
las riberas del Ucayali, al frente. Ya la risa de la muchacha había desertado de la mesa del fondo.
Don Javier desperdició una condescendiente atención sobre los tres borrachos defraudados.
- Seguro lo hizo para no hablar, murmuró. Seguro mi compradre Inganíteri cerró su ojo para no
contarme más…Así, sin ver, estaba como no hablándome. Será que algo difícil, peligroso, prohi-
bido de contarse, ha de haber siempre, acaso, en las historias viejas… Sin decir nada, pues,
hablando como ciego, Inganíteri me dijo que Kaametza acarició su hueso, lo levantó tal vez para
besarlo, tal vez para decirle cosas suaves, y el cuchillo sacado de su cuerpo no guardaba ni
sangre de Kaametza ni sangre del otorongo que la había arañado, y Kaametza le dio las gracias
con su aliento, con el cariño de su boca, jadeando, y el hueso se encendió, tembló como aquellos
relámpagos que no suenan, que sólo saben alumbrar, ¿has visto?, cuando llueve y no es época
de lluvias se ven rayos así, y ella lo soltó como si le chamuscara las manos, y me dijo Inganíteri
que el hueso se puso a dar vueltas rehuyéndose y creciendo, igual que un ahogado buscando
aire, ocupando una forma que ya estaba en el aire, que lo esperaba desde siempre como un
destino en el aire, y que fue pareciéndose más y más a Kaametza, apagándose a pocos y
volviendo a brillar convirtiéndose en la sombra de un árbol de incendio, en una pomarrosa de
sombra, en una piedra de árbol animado, en alguna huella vieja sobre una roca grande, imitando
los ojos y los brazos y el pelo de Kaametza como si el cuerpo de Kaametza hubiera tenido
siempre un molde allí en el aire esperándolo y después retrocediendo y avanzando de nuevo y
brillandoasfixiándosebuscando, buscando diferencias en el aire, diferenciándose de lo idéntico
de Kaametza y al final aquietándose y victorioextenuándose sobre la playa de ceniza, en lo
oscuro, igualito y distinto de Kaametza.

D
on Javier bebe de un vuelco los restos de cañazo que porfían en su vaso y permanece otro
momento mirando nada, creciendo en mi ansiedad.
- Así fue que apareció el varón, así aparecimos. Y el primer shirimpiáre que ya por entonces vivía
sin vivir, sin cuerpo, apenas, el shirimpiáre número uno que estaba de testigo observándolo todo
desde el aire, se alegró mucho y decidió que el hombre viva, decidió que era bueno que el
hombre acompañara a la mujer y que juntos se procuraran descendencia, y le obsequió asimis-
mo dándole un nombre. Para que pudiese seguir existiendo le puso nombre, pronunciándolo
fuertemente desde el aire.
- ¡Narowé!, lo llamó.
el primer varón, al oír el nombre que el Dios Pachakamáite había aprobado, continuó durmien-
do. Continuó durmiendo pero la sangre comenzó a caminar por todo su cuerpo y el aire entró en
su sangre preñándole de luces de generosidad el corazón y esparciendo fuerza y valentía por
sus músculos y dotándolo de alma y de palabra para que pudiera abrir las puertas de los mundos
inclusive de aquellos que no se ven con los ojos del cuerpo material y para que pudiera agrade-
cer a los dioses y a los hombres y supiera guerrear y trabajar y hacer hijos y embellecer la tierra.

93
I n o x o m o x o f r a g m e n t o s
Calvo

- ¡Narowé!, lo llamó, que en idioma de campas, de ashanínkas, quiere decir yo soy o yo soy el
que soy, por igual.
César

1
y nos fue concedido conocer
a la Pantera Negra

N
o por amplia sino por distinta la choza de Ino Moxo se nos figura el centro del poblado, el funda-
mento de esta dispersión de columnatas de humo y de cabañas con viseras de paja amarillenta,
sin embargo se yergue sobre un tímido extremo del caserío, más bien ya fuera de él, como quien
va camino del río Mishawa. Y al Mishawa volvimos antes de lo imaginado, luego de saludar al
viejo jefe de los amawaka, manos que titubean en su mano, ojos que no se atreven a los suyos,
y luego de aceptarle un mate de chicha hecha con yucas masticadas y saliva de hembraje, el
fraternal y forzoso masato que ciertos nativos aderezan con harina de huesos de sus antepasa-
dos.
Ignoro en qué momento se incorporó de la esterilla, nos invitó a conversar en la ribera del
Mishawa, crujió el entarimado de ponas de su cabaña inclinada. Las demás casuchas, por aquí,
de donde asoman con temor, por allá, negándose, tristes pechos al aire, mujeres, taparrabos,
tras una compasión de árboles mansos: chimicúas, shapajas, más atrás capironas, y más atrás
la frente de un sapote, una espintana, tres wakapuranas, un ojé que discrepa del verdor entre las
nubes tardas. Ignoro en qué momento descendimos los tres peldaños rudos de su casa, aparta-
mos las lianas de la pashakilla que enmarcaba la entrada, descubrimos la trocha zigzagueando
hacia el río, caminamos en fila detrás del brujo sin concebir aquella claridad bajo su piel tostada
por la selva, desconcertados por su estricta pronunciación castellana, ese pantalón de drill im-
perturbable bajo la cushma indígena, y por su caminar brioso y encantado, de tigrillo, imposible
si consideramos los noventaytantos años de la Pantera Negra que ahora se atenúa entreviendo
la paz del sol, sentada sobre el anca de un tronco devastado por musgos, disolviendo sus ojos
canela tras las colinas golosas de caobos, platanales y garzas y piraguas hincando los flancos
del río. Cierto ruido, a mi derecha, volteo: un cocodrilo negro se ha delatado entre árboles en el
agua fangosa, se aproxima flotando, malfingiendo. Ino Moxo se inclina, lo empuja con la mano, el
enorme lagarto se desvía hacia el véspero, desaparece bajo los ramajes pelados del renaco que
sólo entonces advierto en el centro del Mishawa como un pequeño bosque muerto tasajeando la
correntada con raíces que se asfixian en el aire. El brujo de los brujos contempla al renaco
anclado en nadie, inhábil ante el torrente, sin flores y sin ramas que frutezcan, abrazado tan sólo
por sus propias raíces, vuelve a verme, apenado, le respondo:
- ¿Podría contarnos cómo, no siendo usted amawaka, ha llegado a jefe de los amawaka?
- ………………………..
- Su piel no es piel de indio puro, habla usted mejor que un blanco…
- Soy amawaka, me interrumpió. Purísimo amawaka. Hijo de chori más que de virakocha, hijo de
andino más que de blanco, es cierto, pero también descendiente de urus por parte de mi señora
madre…
- Don Hildebrando dijo que usted…
- Soy legítimo yora, se mortificó. Yora, que ustedes conocen solamente como amawaka. Ino
Moxo, eso soy. Y por el lento cuello de su cushma, ese poncho pintado que atemoriza al sol y a
los impredecibles aguaceros amazónicos, extrajo del bolsillo de su camisa blanca un cigarro
ajado, un shirikaipi, lo que pasa es que antes no fui lo que ahora soy, dice, todo de fuertes hojas
de tabaco silvestre, antes tuve otro nombre y otra vida, y enciende el cigarrillo y la brasa maltrecha
sonroja su perfil, antes no fui Ino Moxo y mañana seguramente no lo seré, extravía sus facciones
en el humo lloroso y oloroso, es una historia larga, larga, una historia que pocos conocen en toda
su verdad. Yo avizoré otros reinos, Ino Moxo fumaba, como si recordara para adentro, allá en el
borde de oro del Mishawa en la noche.

94
ÁLBUM DE CÉSAR CALVO
Aquí empieza una travesía por la
vida de César Calvo, cuatro décadas ín-
tegramente fotografiadas por Carlos
Domínguez, frecuente compañero del poeta en
viajes y aventuras. De su extraordinario archivo
han salido las imágenes que llenan las páginas
siguientes y que describen a César Calvo en su
alegría y su tristeza, en su teatralidad y su me-
lancolía, en su bella juventud y en la vís-
pera de un final que ahora parece in-
necesario y pese a todo, o a
causa de todo, vivo.

95
A la izquierda, en
Sacsayhuamán, 1959.
Arriba y abajo, en
Sofía, Bulgaria, 30 años
después.

96
En casa de Alejandro Romualdo.

En su casa del Jirón Callao, retrato para el libro “Campana de Palo”.

En Barranco,
entrevistado por
“Quéhacer”.

97
En Barcelona, con el poeta catalán Con el novelista Juan Marsé,
José Agustín Goytisolo. también en Barcelona.

Alberto Quintanilla y César Calvo con una amiga en París.

En casa de Encuentro de poetas en la Amazonia, con el


Javier brasileño Thiago de Melo y el alcalde de
Mariátegui, Lima de entonces Alfonso Barrantes.
con el
escritor y Con Carlos Barral, en el Bar de la Espineta,
amigo César en la playa de Calafel.
Miró.

98
En la cevichería de Javier Wong, primo de César Calvo, de izquierda a derecha: Eugenio Vallebuona, César
Con su amigo Max Silva Tuesta. Miró, Miki González, Alfonso Barrantes, César Calvo, Coco León, Lorenzo Villanueva y Juan Pedro Carcelén.

Ya enfermo, César Calvo llega con Guillermo Thorndike al Colegio Manuel Scorza, en Villa María del Triunfo, para un homenaje de los alumnos a Scorza en 1998

Antes del recital, que terminó en homenaje a César Calvo.

99
César Calvo se apoya
en Guillermo Thorndike
para firmar autógrafos
en Villa María del
Triunfo.

Max Hernández, Hugo


Neira, César Calvo y
Moisés Lemlij, amigos
toda la vida.

En Florencia, Italia, con


el poeta guatemalteco
Augusto Monterroso y
otro gran amigo, el
poeta Antonio Melis.

100
Con una amiga en Agua Dulce. En Brasil, con el poeta y compositor Vinicius de Moraes.

Con el poeta Gustavo Valcárcel,


en la casa de éste, en Lince.

101
Graciela Soriano, madre del poeta, con sus
hijos César y Guillermo, en la casa del
Jirón Callao.

En Saña, con un decimista local.

Retrato de familia. Ahora en Con una amiga trujillana.


Chaclacayo, Graciela y sus
hijos César, Guillermo, Elba y
Nanya.

Viendo un partido Perú-Chile con


Carlos Tosi en casa del pintor
José Bracamonte.

102
En París, con Julio
Ramón Ribeyro.

En Perugia, Italia,
una cerveza frente al
Partido Comunista

En Florencia, Italia.

En apuros con sus traductoras en la casa editora de Feltrinelli.

Cariño característi-
co: César Calvo alza
en vilo a Pablo
Milanés al
reencontrarse en
Lima.

103
Conversadores
incansables: Calvo y
Ribeyro.

Foto de la izquierda
inferior,
En París, de izquierda
a derecha: el escritor
uruguayo Rodolfo
Gershman, el pintor
Alberto Quintanilla,
César Calvo y el poeta
Carlos Málaga.

Visitando Shakespeare and Company en París. En la cebichería de Javier Wong


con Pablo Milanés.
104
El bar La
Capilla sirve
para el
encuentro de
Calvo,
Milanés y Miki
González.

En casa de Pedro
Morote, Calvo y dos
viejos y cariñosos
amigos, los poetas
Rodolfo Hinostroza
y Antonio Cisneros.

En la finca de
Torrent-bo, en
Aryens du
Mount, la casa
reconstruida
por José
Agustín
Goytisolo, los
viejos amigos y
Asunción
Carandell,
esposa del gran
poeta catalán.

105
elegia de sombra ante un cuerpo encendido
C é s a R c a l v o

Nací entre estos ríos que caen


de tu sueño,
corrí por esos años donde fuiste como un claro de bosque,
DE
O
N M AY la misma luna de burdel tatuó mi torso
NE
RO y el tuyo con un nombre de fuego.
A TA
M
O
DL AB
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IER NQ Nací entre estos muros que caen,
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EN caigo con ellos,
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3. C “PO con ellos quien levante sus manos a mi cuerpo
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RE E para tocar tu cuerpo, quien unte con su sangre
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S mis cabellos. Con tu sangre, Javier,
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IÓ DE abierta como un árbol humeante, entre nosotros.
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U sino porque será,
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O R ILL porque también los cuervos se comerán mis ojos
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, AC y de sus sucias alas
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ÍA NA cisnes de vidrio se alzarán, hermosos
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S vientos para ellos esta asfixia que ardo,
HE ER
SV
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TO esta vida que quiebro, estas olas oscuras
EN O.
RA RN
G TE donde sólo tu frente resplandece:
AN F RA
S R
MO
D EA oh astro malherido bajo quien nuestros cuerpos
IÓN
AC línean rengos senderos en la nieve, oh tu frente
TIL
MU
lloviéndonos, diciéndonos
“por aquí se va al mar, este es el rumbo,
por aquí se va a amar, roja es la hierba
como el amor, y tal como el amor
el mar es verde”.

¿Pero qué mar jamás, qué hierbas nunca


nos ha de devolver tus pies enormes,
tus modales, tu corazón golpeando como un mar
nuestros pechos,
tu corazón, Javier, tu corazón?

Yo sólo sé que has muerto.


Yo sólo sé que la vida será como tus ojos,
y los hombres serán como tus ojos,
todo como tus ojos
lo soñaron. Pero ya tus ojos nunca más.

106
He de llorar semanas, bosques, años.
Porque ya sobre ti no girarán las tardes
y el trineo del verano,
el trineo del verano halado por llameantes pájaros:
he de llorar semanas, ríos, años.
Y en vano el mar ha de buscar tus ojos,
y el amor, y el invierno, en vano, en vano
han de buscar tus ojos, ya flores de ceniza
entre las flores,
y tus pies, y la sangre
de tus pies cual dos largos caminos, cual un río
azul entre los ríos del otoño, y tu cuerpo,
caído como un árbol tu cuerpo entre los árboles,
y tus pies y tus manos y tus ojos
y tu sangre lavándonos, llamándonos,
llamándonos tu sangre entre las flores;
los caminos, los ríos y los árboles.

Oh, cabizbajo otoño, avergonzado


he de llorar semanas, ríos, años.

Oh, tu cuerpo en hundidas catedrales de musgo,


alzado hacia nosotros.

Perdónanos, Javier, Heraud, perdónanos.


Perdona a los que beben de tu sangre
con los ojos cerrados,
y a los que con los ojos abiertos
no beben de tu sangre.

Perdona a los que vuelvan de tu voz sin quemarse.


Perdona a los que fuman, conversan o se peinan.
Perdona a los que tienen dos manos y se callan,
y a los que nada tienen y se callan,
y a los que te nombraran sin morirse,
y a los que por vivir no te nombraran.

Perdona que una tarde, -de puro discutir,


de puro amarte- perdona que una tarde te pegara,
te lo pido de codos en mi mesa, deshecho
como estoy, ya sólo un rastro de mí,
un puñado caído de tu último otoño
como un guante vacío sobre tu rostro muerto.

107
elegia de sombra ante un cuerpo encendido
C é s a R c a l v o

Está escrito
que sobre nuestros tristes destinos
se alzarán los hermosos, aurorados crepúsculos,
y habrá cielos más claros,
soledades más juntas
y juglares más bellos que nosotros.

¿Por qué, Javier, por qué llorar entonces


hoy que eres parte ya de la hermosura,
hoy que desde tus hombros
-que nunca sostuvieron más luz que la penumbra-
la más perfecta torre del amor se levanta?

Ay, no de ti, que has muerto, ay de mi pena


porque sólo de mi pena morirá.
Y en tanto tú de eterna paz hermoso,
yo entre escombros de pólvora,
por ti viviendo, Heraud, de ti muriendo.

Pobres, sí, de nosotros


cuando ninguna lluvia nos corra el rostro
y seamos contigo ya sin ti,
ya sin llanto de ti,
ya nadie,
ya otros.

(1963)

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Una Generacion Golpeada por la Muerte
P é r e z

Don Jorge Heraud Gricet, padre de Javier.


H i l d e b r a n d o

D
on Jorge Heraud Gricet es un claro ejemplo de amor doliente: el 15 de Mayo de 1963, perdió a
uno de sus hijos, el poeta Javier Heraud. Desde entonces, permanece fiel a la memoria incan-
descente del eterno Poeta Joven del Perú. Rodeado, ahora, de Victoria, su leal compañera de
toda la vida y de sus hijos y nietos y bisnietos, y sobreponiéndose al peso de sus 90 años, aún
con voz firme pero con resonancias melancólicas, desea compartir algunas cálidas remembranzas
en torno a Javier y César.
Para un padre no hay olvido. Hace 39 años, Javier cayó abatido en medio de sus
más altos sueños. A ese escándalo y despropósito, Don Jorge debe sumar, ahora, la muerte
de César Calvo, entrañable amigo de Javier. He aquí sus límpidas palabras...
César era un mozo alegre. Era una fiesta permanente. Su contagiante alegría lo distin-
guía de los demás amigos de mi hijo Javier. Fue él quien un día lo trajo a nuestra casa de San
Martín, aquí en Miraflores. Y César de inmediato se supo ganar el afecto de todos nosotros. Con
qué ternura nos trataba. Siempre se esmeraba en halagarnos.
Fácilmente podía adivinar que admiraba mucho a Javier, quien era más reposado, más
formal. César era un vendaval. Como los dos eran poetas, se entendían a las mil maravillas.
Nació entre ellos una hermosa complicidad. A veces, ya muy tarde, por las noches, los oía
discutir acaloradamente, con pasión sobre la poesía. Ninguno quería ceder en sus posiciones.
Después se refrescaban con una cerveza.
Mientras Javier era un muchacho muy estudioso, muy dedicado a la lectura desde niño,
tanto que desde su examen de ingreso a La Católica llamó la atención favorablemente de algu-
nos profesores como Porras, Cisneros, Puccinelli y Washington Delgado, César tenía la pinta de
un bohemio. Y esto en cierta forma a mí me preocupaba porque Javier ya era Ayudante de
Cátedra, antes de los 20 años, y yo pensaba que los amigos, entre ellos César, podían distraerlo
demasiado. Y que conste que yo también, en mis años de estudiante de Derecho, más de una
vez me dejé llevar por la vida bohemia. Incluso, en cierta ocasión, acompañé a Martín Adán en
una de sus travesías por el centro de Lima, junto a José Alvarado Sánchez, un poeta, un hombre
muy culto y muy fino.

Javier, el río, la muerte

Cuando Murió Javier, todos quedamos destrozados. En mi casa desapareció la alegría.


Había una profunda tristeza. Vivíamos desolados, apenas éramos una sombra. Los amigos de
mi hijo venían a consolarnos. En ese ambiente de luto, aparecía César no sólo para llorar con
nosotros. Trataba generosamente de devolvernos la alegría de la vida. Sin duda algunas, César
sufría como nosotros pero aparentaba no hacerlo. Lo disimulaba con sus grandes risotadas.

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La presencia de los amigos de mi hijo, en cierta forma nos aliviaba. Nos parecía que en
cualquier momento iba a bajar de su cuarto, corriendo por las escaleras para decirnos: “han
venido mis amigos, almorzarán con nosotros”. Y César era uno de los que se acercaban a
nuestra casa. Victoria, mi esposa, recuerda, por ejemplo, aquel día en que César por hacer
alardes de malabarista rompió un vaso de whisky. Créanme: más nos preocupaba el abatimiento
de César. Ah, qué muchacho para simpático.
De todos los amigos de Javier, el más impredecible era César. En esos años de profunda
tristeza para nosotros, él, de repente, se aparecía en casa, imprevistamente, trayendo el almuer-
zo, un chifa. Recuerdo también que una vez nos sorprendió: vino él y nos invitó a almorzar a un
restaurante. Mi esposa y yo sentíamos el afecto, el cariño que César nos prodigaba.
Cuando se cumplieron los veinte años de la muerte de mi hijo Javier, fui, como en otras
ocasiones, a Puerto Maldonado. En esta ocasión fui con una delegación de poetas entre los que
se encontraban César y el poeta cusqueño Lucho Nieto. Fue un viaje muy emotivo para mí. En la
Plaza de Armas, Lucho Nieto dio un discurso muy hermoso, que realmente me conmovió y que
se lo agradecí de inmediato. César también habló. Y lo vi conmovido, y ante una Plaza llena de
jóvenes, con esa voz especial que tenía recordó a mi hijo, con imágenes muy poéticas, y habló
de la juventud, de la esperanza y el futuro de nuestra patria.
Al César lo que es del César

En mi casa guardamos imágenes muy vivas, muy alegres de César. Nunca dejó de tener ese
aire de palomilla, de niño travieso y juguetón, al menos con nosotros, Pero había días en que lo
descubríamos con ciertos aires de tristeza, de preocupación, de melancolía. Creo que a él tam-
bién la soledad, a ratos, lo envolvía. Mi esposa Victoria aún recuerda cómo César, abatido, con
aires de orfandad, se comía las uñas hasta hacérselas sangrar. Mi esposa, conmovida por esta
situación le decía: “César, prométemelo: ya no te comas las uñas, yo misma te las cortaré”. Este
hecho podrá revelar el aire familiar que había en nuestro trato con César.
Acabo de cumplir 90 años y 4 meses. Y si no fui ni al velorio ni al entierro de César es porque
estaba postrado en cama, recuperándome de una dolencia cardíaca. Justo en esos días andaba
recuperándome de una delicada operación al corazón. Mi hija Cecilia sí fue. Ella estuvo por
todos nosotros, incluso, quiero pensar que allí estuvo mi hijo Javier, pues si los dos fueron ami-
gos entrañables en vida, pues, ahora, en la muerte se volvían a reencontrar.
Sí supimos de su larga enfermedad al oído. Mi esposa y yo, con amigos comunes, le enviába-
mos nuestro afecto, nuestro cariño. Qué generación tan admirable de Poetas. Qué Generación
tan golpeada por la muerte. Ah, los poetas, siempre nos dan alegría pero también nos dan
mucha tristeza.

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Reynaldo Naranjo y César Calvo.

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Con Versacion con Cesar Calvo
Reynaldo Naranjo

E
entonces era todo oscuro. A tientas se entretejían Mi infancia fue una mano
los sueños. Recuerdo muchos años de peregri- Donde cabía el mar,
nación desde la vieja terraza de mi casa hasta el
Donde los astros
Patio de Letras de San Marcos. Allí quedaron in-
cendiados mis primeros poemas gracias a la inol- Cabían como hoy caben
vidable y desastrosa belleza que me causó «El mis ojos en el llanto”
Túnel» de Sábato.
Nadie como Jorge Eduardo Eielson hubiese pre- Era entonces César Viacheslav Calvo.
sentido esa etapa de humedad interior que me
inundaba. Me sentía exactamente como un cier-
vo malherido” deambulando por las avenidas soli- Y luego fueron todas las estaciones y el silencio
tarias de un mundo ignorado por todos. Hasta que sonoro en edades futuras. Y luego hablar desde
fue la luz. Sí, la luz entre palmeras, la luz despier- su voz. Desde su propio amado corazón, desde
ta eternamente en el agua de la fuente, la luz de la su cuerpo comandando el navío de una genera-
amistad entre añosas arquerías, la luz de las cons- ción, hablar desde sus sueños sólo para que con-
piraciones para tomar el cielo por asalto” o sólo verse con Javier, con Arturo, con Germán, con
un poco de alegría entre gatos plomizos y aserri- Guillermo, Juan Gonzalo, Rodolfo, Chabuca, Ma-
nes. La luz para inventar las alegrías derrotadas nuel, Alejandro, El Carmen y tendido entre la nie-
por amores pálidos. Fito Loayza intentaba los bla y la hierba abrazar a Evelina , en todos los
retos. Fito, eximio nadador de la filosofía y a pe- rincones del planeta . Hablar desde Graciela y
sar suyo, amante de esa luz. La luz en las calles y Juana, más eternas que el fuego.
en las plazas, la luz en los inviernos, en la taza de Hablar desde su hoguera ardiéndole en los ojos,
café, la luz en la multitud solitaria, la luz en el si- hablar desde sus ojos. Hablar desde César en
lencio, en las canciones, la luz en la tristeza. Era nombre de César sólo para escucharlo entre no-
la hermosa, brillante, desafiante, invencible juven- sotros.
tud y en el centro de ella, un poeta : César Calvo.
También era su padre el Pintor de la Selva, su Decir : Me aferro a tu camisa y tú nos hablas,
corbata sin nudo, su barba, su boquilla sin humo, ríes a grandes carcajadas y vuelves a inventarle
su esquina, sus infames olvidos. Y más era Gra- otra fiesta a la poesía.
ciela, mucho más que ternuras. Eran Nania, Gui-
De no ser así, con nosotros y nosotros contigo.
llermo, Elwa compartiendo garúas desde una altí-
De no ser así, amado César , mejor no hemos
sima ventana. Era más que una casa, era una to-
nacido. Mejor tu no te vas. Eres y por lo tanto vuelve
rre defendida por la sabiduría desde donde par-
cuando quieras. El tiempo no reposa así como no
tían mensajes ( a la vida ).
habrá de reposar un solo verso tuyo.
Eran los recitales en el Salón de Grados. Graciela
Para tí este momento que hemos vivido ríos, ciu-
la primera en la primera fila. Desde la fuente ante-
dades, bosques, tempestades. Para tí los hono-
rior a todas aparecían los pasos definitivos, la
res de siempre, como siempre, para siempre.
mirada adiestrada únicamente para ver, el bastón
enjoyado de la mocedad, el bastón que jamás debe Gigante amado como un niño, César, que no des-
usarse en la vejez. Era el poeta que llegaba como canse en paz tu poesía.
todos los días de su vida, a ocupar su lugar.
Con voz pausada, clara, llena de entonaciones El ensayo de César Titulado LOS POE-
mesuradas, emocionada voz alzada para acertar TAS , AQUELLOS SOÑADORES DE LO REAL
en el sitio que más iba a sentirse, con voz enamo- fue escrito para un libro que me parece que publi-
rada nos decía: có Moisés Lemlij. Fue su aporte al psicoanálisis al
que él estuvo muy ligado. Se trata de reflexiones
brillantes, en torno, quizá, a su propia experien-
cia. Creo que es de inmenso valor para entender
mejor su honda preocupación y su obra.

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Reynaldo Naranjo, Manuel Scorza y César Calvo.

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Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e

H
ace casi treinta años, cuando hablé por primera
vez en la vieja Casa de Pilatos, aún se escuchaba
el aullido de los huracanes populares.
Se había producido el imborrable fogonazo de
París, con sus estudiantes dueños de Francia y
de nada, la gran insurrección del vacío, tan pode-
rosa que tumbó a un héroe nacional sólo para apa-
garse exhausta, sin el combustible de la historia
que son las ideas, buenas o malas, pero ideas, al
menos la propuesta de un objetivo, la idea inau-
gural capaz de generar una época verdaderamen-
te distinta, mejor que las antiguas.
Mayo en París nos dejó como herencia la lección
de su victoria y su fracaso.
G u i l l e r m o

Primavera en París. 1968. Todo lo puede el con-


cierto de voluntades, el consenso profundo, el fue-
go de la juventud. No la violencia sino la palabra;
no el crimen sino la abstención. La huelga. La una-
nimidad. El pueblo unido. El mundo que ansiamos.
La misma fuerza que tenían los claveles rojos en
la boca de los fusiles cuando un ejército cansado
de matanzas coloniales, liquidó a la dictadura por-
tuguesa en los años 70.
Mayo en París. La revolución quedó escrita en las
paredes.
¡Ay, Perú, patria tristísima!
No pudieron borrarla. No se equivocaban sus
mensajes. La humanidad necesitaba y aún nece-
¿Dónde vieron los poetas pájaros transparentes?
sita un gran salto al futuro.
Yo sólo veo dolor, ¡La imaginación al poder! Infinitas capas de pintu-
ra quisieron ocultar las palabras de mayo. Prohi-
yo únicamente amargas cocinas, bido prohibir.
Cuando vine al INC por primera vez, vivíamos tiem-
yo puramente platos vacíos, pos difíciles, de algún modo alumbrados por resplan-
dores de libertad y justicia a lo ancho del mundo.
a mí solamente sálenme espinas, Era difícil hablar entonces, pues no estaba la ima-
ginación en el poder sino la unanimidad forzosa,
lobos furiosos del pecho abierto. la superioridad autónoma y espontánea del milita-
rismo frente a un bajo pueblo, todo bajo, disminui-
do, todo de la misma mínima estatura, pueblo que
debía sonreír por las buenas o las malas, aplau-
MANUEL SCORZA dir, estar de acuerdo.
Yo mismo había estado prohibido. Me prohibían
ser quien era y quien quería ser; me prohibían
opinar o escribir; me prohibían trabajar o caminar
por las calles. En realidad llegué al INC por un
descuido o una equivocación; tal vez porque has-
ta las prohibiciones se fatigan de estarnos borran-
do de la vida.
(Homenaje a César Calvo en el Instituto Nacional de Así que entonces, con cierta sorna, al cabo de
Cultura, al término de un ciclo de conferencias en julio varios libros y de haber fundado y dirigido varias
de 1998)

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Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e

publicaciones; también al cabo de quince meses dres tampoco. Y sin embargo sabíamos ser her-
de vigilancia domiciliaria y casi dos años de lista manos, no de palabra ni hermanones sino de ve-
negra; y, en fin, de lo que hasta entonces había nas abiertas, de alma y vida entera. Uno deja todo
sido mi existencia, sin nunca haber sido conside- y acude en busca del hermano si está triste o si
rado no diré que buen escritor o malo, no; sin ja- somos necesarios o si el hermano quiere festejar.
más haber sido considerado autor de nada, me Los hermanos comparten, enseñan, dan de sí. Una
G u i l l e r m o

permití felicitar al INC, con vengativa arrogancia, cierta identidad secreta, voz de sangre indescifra-
me permití felicitar a nuestro Instituto Nacional de ble, vida compartida aún antes del primer encuen-
Cultura por haberme descubierto. tro, adivinada, presentida, permite reconocer al
Voy a retroceder a la prehistoria que fueron los hermano que faltaba, quien llega a ocupar la silla
años 40 para empezar mi pequeña historia de esta que creíamos abandonada. Termina una ausen-
noche. Tengo la impresión de que el eje de mi cia.
generación fue justamente el año redondo, mun- ¿Por qué no te recuerdo fanfarrón sino triste tristí-
dial, terrible, el de la segunda guerra: 1940. simo? ¿Por qué no lleno de vida y sonido sino de
Vine al mundo el 25 de abril de ese año, un día muerte y cansancios?
jueves, a las diez de la mañana. En realidad debí El Instituto Nacional de Cultura ha tenido la gene-
haber nacido el 25 de mayo, pero vine adelanta- rosidad de darnos esta noche a César e
do, con la misma prisa que no me ha abandonado injustificadamente a mí para cerrar un gran ciclo
en este negocio de seguir viviendo. de conferencias que ha reunido a un centenar de
El mismo año, el miércoles 24 de julio, a las 2 y 20 importantes autores peruanos. Voy a permitirme
de la mañana, nacía César Calvo. tomar mi parte de tiempo para una celebración y
un reencuentro.
Él pesó más de tres kilos, yo menos de dos. Así
que yo debiera haber sido el flaco, en vez del gor- Celebración de César Calvo y reencuentro con él.
do cuando la vida nos permitió conocernos años Vista desde ahora, la nuestra fue una generación
más tarde. con trágicos destinos y también de ciertas voces
Nuestras madres nunca se conocieron. César lla- que se cansaron, silencios que nos duelen.
maba “madre maga” a la mía, dada a las La conocen mejor como la Generación de los 60
adivinaciones y los enigmas. Y yo conocí a la de pero empezó en el año de la segunda gran guerra.
César como el “Chino”, que es como él y su otro No nos guiemos por la década de nuestra inaugu-
hermano Guillermo la llamaban risueña y afectuo- ración sino por la década de los alumbramientos.
samente. Algunos nos precedieron. Alfredo Bryce era del
Y es que debo adelantar un dato de la irrealidad: 39 y parecía aún más viejo, mascando una pipa
éramos dos hermanos llamados Guillermo, uno mientras aprendía latín y griego. Mario Razzetto y
de carne y hueso, médico de niños; y otro que Reynaldo Naranjo venían del 39. Germán
escribe, un Guillermo que se esfuerza por existir Lequerica habría de pegarse a los 40 aunque per-
aquí y ahora en vez de establecer peligrosa resi- tenecía al 37. Del 39 procedía el pintor Pancho
dencia en la memoria y en un tiempo que ya se Izquierdo.
cumplió. Al 40 debe pertenecer el pintor Gerardo Chávez.
Sigo tu último consejo, César: en vez de historiar Y Ángel Avendaño, poeta del pueblo, con quien
hay que misteriar... escribí “Abisa a los compañeros pronto”.
Mi padre murió demasiado pronto. Pero me tocó El 41 fue el año de Hildebrando Pérez y tal vez
asistir a la muerte del padre de César. Y acompa- fuese el año de Lucho Pesci, hijo de Hugo Pesci,
ñar a César en un largo silencio cuando volvió de amigo e iniciador del Ché Guevara en la senda
París a destiempo del funeral. revolucionaria. Lucho, médico como su padre y
Trato de acordarme y sólo vuelve la imagen de Ernesto Guevara, fue un héroe civil: murió ahoga-
César tumbado en un sofá de la segunda “Parro- do en el mar mientras trataba de salvar a un niño
quia” mientras su hermano menor, Iván, el Caci- en peligro.
que, me enseñaba a cazar ascensores —que vie- Después sobrevino el aluvión de talentos en 1942:
nen a ser “otorongos de ciudad”. Javier Heraud el 18 de enero. Al día siguiente, el
Nuestras madres no se conocieron. Nuestros pa- poeta Edgardo Tello, que moriría en la Guerrilla

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César Calvo, Arturo Corcuera y Reynaldo
Naranjo en Chaclacayo.
Con amigas en La Herradura

En “La parroquia” de Punta Hermosa, con


Florencia Varas y Antonio Cisneros.

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Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e

Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional. Ahí escribió su primer poema, una carta al abuelo
Año de Antonio Cisneros, de Luis Hernández Ca- Soriano, pidiéndole que no se pusiera viejo.
marero, Marco Martos y Rodolfo Hinostroza, de Vivíamos un verano que no cumplía treinta años y
Julio Ortega, Hernando Núñez, del loretano Julio desandamos pasos viejos rumbo a la Plaza de
Nelson y, pese a su aspecto juvenil, año de Jorge Armas, donde quedaba la sastrería que César vi-
Pimentel. En la selva, Róger Rumrill. sitaba para admirar al abuelo y su enorme tijera y
G u i l l e r m o

El 43, Juan Ojeda. veinte años después de esos recuerdos nos sen-
tíamos eternos, nos sentíamos poderosos, capa-
Dos caídos por sus ideas. Tres suicidas. Sólo unos
ces de todas las empresas. Ah, feliz arrogancia,
cuantos no han capitulado y siguen escribiendo.
demasiada risa para ser totalmente risa. No que-
Una larga década vio llegar a espléndidos difun-
daba sastrería, tijera, abuelo, rollos de telas, eter-
tos que rehusamos dejar en el olvido.
nidad.
En fin, los más jóvenes, cercanos a los 50 aunque
Aunque no todos estén de acuerdo, pertenezco a
de la estirpe de los 40. Tulio Mora y parte de Hora
una generación que tiene un gran progenitor: Cé-
Cero. Mirko Lauer desembarcado en brazos de
sar Vallejo.
su padre en el Callao (¡huían de las guerras euro-
peas, que sarcasmo!) precisamente el 3 de octu- Qué peruana la humanidad en sus palabras. Qué
bre de 1948, día de la revolución de la marinería humanidad el Perú, patria tristísima, madre carni-
aprista, cuando la aviación combatía con los bu- cera.
ques rebeldes en plena bahía del Callao... Qué ganas de que haya Dios en su poesía inmen-
Sólo Dios sabe cómo habrán de vernos en el futu- sa.
ro, de qué manera habrán de clasificarnos. Tal vez Vallejo, nieto de Verlaine, hijo de Darío, hermano
nos agrupen por cuanto hicimos, quizás por lo que de Rimbaud. Tal es, hermanos, nuestro linaje.
dejamos de hacer. Acaso nos reúnan según otros La sangre de Vallejo corría por las venas de San
momentos de nuestras vidas. También es posible Marcos cuando llegué a los claustros en 1957.
que ni siquiera nos tengan en cuenta. Circulaba por las venas ocultas de la universidad
Pero aquí, ahora, puedo decir que soy parte de en ejemplares mimeografiados que vendían los
cierta fraternidad que tiene, al menos, una comu- porteros.
nidad de origen en el tiempo. Acaso Vallejo nos dio parentesco a quienes coinci-
No sólo hemos coincidido en la hora de vivir, dán- dimos en las universidades en la década de los 50.
donos encuentro en plena juventud, en las univer- Empezaba la aventura de vivir. Unos escribían
sidades o cerca de ellas, en la rebeldía o su vecin- poesía, ganaban juegos florales, se llevaban a
dario tan lleno de héroes y cobardes. Además todas las estudiantes. (No voy a dar nombres, o,
hemos sido, casi todos, amigos entrañables. He- mejor dicho, nombre, aunque ya imaginen de quien
mos coincidido en grandes afectos. Se puede de- se trata.) Se estrenaba el café expresso, que se
cir que tenemos una memoria común. Tenemos la bebía en horas de grandeza, reverso del café con
suerte de haber sido, en realidad, muchos herma- achicoria, sabroso pero aguadote, que servían en
nos. chinganas próximas a San Marcos.
Mil novecientos cuarenta... Nos amontonábamos por toda clase de
Lima estaba hecha de casas viejas. El terremoto establecimientos. El Palermo era una institución.
de 1940 no acabó con la altiva obstinación de las Yo acechaba las tertulias del Café de los Huérfa-
moles de quincha aunque arruinó su esplendor. nos y sus personajes, Martín Adán, Sebastián
Palacios de adobe se convirtieron en casas de Salazar Bondy, Luis Felipe Angell, Juan Mejía
pobres numerosos. Baca. Y el Café Viena, cerca del Instituto de Arte
Otro César, futuro y alto, me lleva por el latoso, Contemporáneo, donde era frecuente ver a Paco
cuadriculado laberinto limeño, no lejos de la Plaza Moncloa y a Sebastián. Y, a veces, a Max Her-
de Armas, para mostrarme una finca medio des- nández, de revoltosa juventud y maternal Merce-
moronada con largos balcones de madera cuyas des Benz, en vísperas de doctorado y de ser ele-
tablas seguramente reventarían al primer pisotón. gido presidente de la Federación de Estudiantes
Ahí jugaba. Ahí fueron cuatro junto a su madre. del Perú.
Cuatro llantos. Cuatro soledades. Cuatro pobrezas. El expresso imperaba en la modernidad de las

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Galerías Boza, con su escalera mecánica que Debe haber dos respuestas: no existimos o el sis-
nunca funcionaba y sus cafés de argentinos en tema está ciego. No hemos sido ni seremos nun-
los que sentó sus reales Alfredo Bryce. Después ca, o el sistema tiene que cambiar y ustedes, los
nos dispersamos. Pasábamos la vida reunidos y jóvenes que nos acompañan esta noche, obligan
de pronto no nos volvimos a ver. (Se cumplirían al sistema a abrir los agujeros de su maldita cala-
veinte años antes de que me reuniese con Bryce vera y a ponerse los ojos en el lugar exacto.
en casa de Julio Ramón Ribeyro en París.) Mientras tanto no somos.
Unos marcharon a Cuba, a ser guerrilleros. Otros En 1969 fundamos La Parroquia. Mi casa por des-
andaban medio clandestinos en Lima. Acaso Cé- gracia es una casa... ¿Te acuerdas? Me acuerdo.
sar quiso morir en las guerrillas del ELN. La alegría de escribir en grupo. El amanecer azul
Empezábamos a contar nuestros muertos. Heraud en Punta Hermosa y los delfines que se acerca-
en Madre de Dios, Roque Dalton en el Salvador. ban a la playa a saludar a Toño Cisneros.
Heraud y Calvo. Abrieron la puerta de mucho más Mi maestro de escritura, César. Y Manuel Scorza
que una década y de muchas vidas. predicando Poesía. Reynaldo Naranjo dedicado
Fantasmas. a crear una canción con una música circular, de la
que no había escape. La Parroquia era nuestra
Heraud, Calvo, Tello, Hernández, Ojeda, fantas-
casa. La casa de Manuel, César, Reynaldo y Gui-
mas...
llermo. Llegarían a ella infinidad de visitantes. Lle-
No han sido, no estamos aquí. gamos a tener tres hogares en Lima y una sucur-
Fantasmas deambulando por la buena concien- sal playera.
cia nacional, empeñados en expresar, cada quien El nombre fue elegido por Scorza, que consideró
a su manera, una visión y una interpretación de impropio darle un nombre desordenado y bohe-
nuestro país y nuestro pasado de acuerdo a códi- mio, destino que temíamos tuviese nuestro domi-
gos de creación estética y a urgencias de futuro cilio común, inicio de cierta sociedad indefinible
influidas por la belleza, la verdad, el espíritu de aunque perpetua.
justicia, la bondad, la fraternidad y otras locuras
César, de alma transeúnte, se instaló en un gran
que, (¡y esto ya es el colmo!) ni siquiera son renta-
sofá en plena sala... desde donde controlaba el
bles, productivas o al menos remuneradas.
tránsito de todas las habitaciones. Manuel era mi
¡Pues esta noche nos hemos reunido en asam- vecino de cuarto. Reynaldo se adueñó del otro
blea de irrealidades, convocadas para celebrar a extremo de la vivienda. Había un solo baño en el
César, fantasma principal, en un auditorio repleto que nos íbamos turnando cada mañana y en cuya
de fantasmas, de juventud inexistente, gente nin- tina, ciertas noches, auxiliado por unos cojines y
guna! una frazada de tigre, dormía, sin entumecerse,
Esto es, pues, nuestra pobre patria: una irrealidad Juan Gonzalo Rose.
poblada de seres invisibles para el sistema, vein- Nos turnábamos en la cocina acicateados por
ticinco millones de espectros para los cuales que- Scorza, propicio y fundamental, sustancioso y
remos escribir, pintar, cantar y pensar, sin que exacto en sus horas de tener hambre, venido de
podamos llegar a ellos porque el sistema no nos la pobreza, de modo que desdeñaba los menús
reconoce, no puede vernos. Existimos contenidos sin adecuada ración de proteínas.
en programaciones diferentes. El gobierno está
Su mamá vivía a tres cuadras de distancia. Ella
organizado para prohibir. Nosotros, para prohibir
era dueña de un restaurante muy concurrido en
más prohibiciones. El gobierno quiere acciones al
Lima, el “33”; que daba menús de empleados. A
pie de la letra, nosotros somos la imaginación de
veces la señora Torres de Escorza —con E, no a
la que nace la letra. Con frecuencia me pregunto:
la italiana, sólo con S— nos mandaba asados,
¿por qué nunca nos podemos encontrar en el te-
enormes trozos de carne de regalo, cajones de
rritorio céntrico, en el punto medio de la virtud
frutas o verduras, y, tal transitoria opulencia de ví-
aristotélica que es el espacio de las decisiones,
veres, provocaba destellos de felicidad en la mira-
donde ellas se toman y a las que deben concurrir
da de su hijo.
la imaginación y el método, la ley cumplida y la ley
por ser escrita, el mundo hecho y el mundo que En La Parroquia tuvimos muchos visitantes y mo-
aún espera creación, la realidad y la Poesía?. mentos memorables. Scorza viajaba a los esce-
narios de sus novelas. Llegaban libros de París y

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Confesion desde la Parroquia
T h o r n d i k e

enviábamos rarezas de regreso. Ribeyro era re-


mitente y destinatario. Lo primero que hacía Mario
Benedetti al llegar a Lima era visitarnos, a beber
un pisco sour, según decía, el mejor de la ciudad.
Se sumó, de vez en cuando, Alejandro Romualdo,
G u i l l e r m o

a quien engreía especialmente la ya famosa


Patricia Aspíllaga, que, además, nos enseñó a
recalentar un arroz perfecto.
“Oh, Poesía incesante, mi buitre cotidiano,/ me tocó
servirte en el reparto de los sufrimientos”...
Recuerdo a Romualdo poderoso, explicando a una
señorita de ojos azules, con grandes pestañas:
“El amor se construye con la inteligencia. No hu-
yas del amor. No puedes. Te pareces a las mos-
cas golpeándose contra los vidrios de una venta-
na.”
Él era, tal como había escrito, la Poesía incesan-
te. Con Romualdo llegó Xavier Abril. Escribían al
hablar. Chabuca Granda tenía sus noches de visi-
tar y entonces aceptábamos de buena gana que
se instaurase un matriarcado transitorio pero in-
evitable.
En La Parroquia se escribía y soñaba, se apren-
día y, sobre todo, se ensayaba la felicidad. Sólo
se ensayaba. La felicidad se escondía detrás de
la palabra, iluminaba historias que alguna vez se- La Parroquia era sentarse a escuchar a Soledad
rían escritas, ardía en la ansiedad por la Poesía. Bravo, beber con Thiago de Melo y cantar con
Estaba en todas las formas del amor, aún en el Manduca, bailar con Los Compadres, recibir capí-
amor desesperado. tulos inéditos de José Lezama Lima, escuchar a
Y en el paisaje, nunca el mismo, pues habíamos José Agustín Goytisolo sus fábulas que no habían
enseñado a nuestros ojos a ser distintos para cada podido suceder y que habían sucedido.
puesta de sol y para cada madrugada intensamen- La Parroquia era posar para el Chino Domínguez
te azul. para fotos que nunca serían publicadas.
En La Parroquia, César terminó “Pedestal para La Parroquia era estar a la vez solos y acompaña-
nadie”. dos.
Todo eso fue La Parroquia. Una revista cultural Sobre todo la Parroquia era el espíritu de la frater-
que nunca se imprimió. La voz de Chabuca en su nidad y la generosidad, un conjunto de respetos y
hora de rebeldía y espléndida madurez. Nicanor convicciones, una disposición para el amor, una
Parra y Enrique Lihn parodiando a Pablo Neruda amistad irrenunciable, un tiempo compartido, un
en una supuesta entrevista conducida por Calvo. largo momento de nuestras vidas.
Socio honorario y vitalicio sería siempre ese hom- Y el espíritu de La Parroquia revive esta noche,
bre amable, de alma grande, ese mahatma sud- gracias al Instituto Nacional de Cultura, a esta lo-
americano llamado Mario Benedetti más tarde in- cura que es una asamblea incesante de autores y
juriado por los esbirros de la Segunda Fase y a demás proscritos, esta noche que yo dedico a
quien el Perú aún debe una disculpa. César, a Calvo, mi hermano de juventud, mi maes-
La Parroquia era Scorza luchando con sus nove- tro de Poesía y de Escritura, mi amigo generoso.
las en París o furiosamente de regreso, persegui- Después habremos de encontrarnos antes de leer
do por remotos acreedores, silenciado por los crí- poemas de Scorza en el colegio que lleva su nom-
ticos, vigilado por los policías que lo sospechaban bre, más allá de Villa María del Triunfo, cuando
subversivo, peligroso, en suma, poeta. centenares de niñas endomingadas y felices nos

120
han de rodear pidiendo autógrafos. Como otras mentos, sus carbonos, su arcilla transitoria, su for-
veces estaremos ahí donde concluyen las ciuda- ma a semejanza de Quien no podemos ver, que
des. Esa vez me abrazará con fuerza murmurán- acaso nunca podrá ser visto como no sea hacia el
dome al oído: “Sálvame. Ya no soporto más.” Des- interior de nuestras miradas, el verdadero espejo
de antes del homenaje en el INC había perdido frente a otro espejo, el Creador observándose a sí
un oído y el otro lo torturaba reproduciendo soni- mismo.
dos por su cuenta. Avalanchas interiores le impe- No hemos llorado. ¡Hemos cantado a nuestros
dían dormir y en el colmo del cansancio tragaba muertos!
somníferos para dormir o morir. Entonces pedire-
Los alzamos como banderas de un destino co-
mos ayuda y se producirá una respuesta interna-
mún y una historia que sólo podrá ser escrita cuan-
cional sin precedentes, fuera del Perú fortalecida
do hayan pasado siglos, pues el tiempo es el úni-
por la preocupación afectuosa de Gabriel García
co juez capaz de dar a cada quien lo suyo, cuan-
Márquez, y César podrá viajar a recibir el implan-
do ya nada importa.
te de un oído computarizado en la clínica del doc-
tor Clarós en Barcelona. Y no me refiero al tiempo pequeño, al siglo de ayer,
sino al verdadero tiempo que escapa inaccesible,
Me acuerdo, César, de la frase: “Qué es la vida
más rápido que la luz separada de las tinieblas; el
sino memoria, después de ser la vida”.
tiempo que contiene todo lo que ha sido y no fue,
Ni tres años de nuestras existencias construyeron y lo que habrá de ser, lo real y lo soñado, las in-
La Parroquia y todavía nos dura y ella habrá de contables posibilidades y combinaciones de la
estar con nosotros hasta siempre, hasta después cordura, también el caos de órdenes excesivos,
que seamos olvidados. la idea de la felicidad y toda la fe y la incertidumbre
Y esto somos, ahora que ya fue la vida, memoria original, lo que estuvo antes y que estará después.
en las memorias de otros, un recuerdo que per- Sacrificio todavía sin cumplir, es lo que somos.
manece en miradas que a lo mejor ni siquiera nos Insignificancia caída en las dunas de la humani-
han conocido. dad pasajera de sí misma. Partícula y totalidad.
Pasajeros que vamos llegando a destino, es decir, Arena que sube y baja por un reloj inmóvil, deján-
a ninguna parte. No importa dónde se acabe. Lo donos en ninguna parte.
que importa es haber vivido. Son las doce en punto de nuestra gente, quienes
Qué es la vida sino memoria después de ser la coincidimos en esto que llaman generaciones y
vida, decir que todo estuvo bien, que todo estuvo que son apenas peldaños incesantes, acumula-
mal, que todo estuvo. ción que ni va ni viene, que nada más sucede.
Qué es la vida sino estar aquí, reunidos en con- Las doce en punto para estas multitudes, ni si-
memoración de la belleza, en celebración de la quiera capaces de la unanimidad, que van tallan-
amistad. do su historia en rocas profundas, por ahora a salvo
Qué es la vida sino ir llenándonos de buena muer- de vientos que todo lo borran.
te, mientras nuevas generaciones ocupan un mun- Las doce en punto de una época.
do que hemos mejorado al menos por la palabra. En palabras de otro amado maestro de la toleran-
Pero nuestra historia aún no termina. Cada ma- cia y la belleza, Wáshington Delgado: la mañana
ñana nos empezamos como si se tratara del co- cumple su espléndida gana de convertirse en ayer.
mienzo de la Creación. Acaso se nos cumple la mañana y por eso la cuen-
Cada mañana asistimos a la inauguración del ta de quienes partieron es tan alta y somos me-
mundo. nos, siempre menos quienes servimos de testi-
Eso hemos aprendido. A ser dignos de estar aquí gos.
y de pertenecer a esta época y a esta congrega- No tenemos nada que presentar en nuestra de-
ción infinita de almas coincidentes y simultáneas, fensa.
apretándose unas a otras, ansiosas de salvación. Fuimos promesa y fracaso y acaso cumplimos
No importa lo que aún venga, tendremos que se- nuestro cometido, cómo saberlo.
guir siendo dignos de nuestros hermanos, los Pero nunca se nos oyó el canto roto de los deser-
muertos que llevamos dentro, los padres de los tores.
padres, toda esta patria que nos presta sus ele-
Pero el día es largo y seremos lo que se pueda,

121
siempre a toda vida, a nuestro modo dándola en tros sino para escribir obstinadamente en pobre-
el constante sacrificio de la palabra, pues hemos za, en soledad tremenda, en vacío muchas veces
tenido que vivir dos veces, una vida que contem- insoportable, en verdad sin haber esperado esta
plaba a la otra, duplicándonos para dejar retrata- maravillosa recompensa que es el afecto de la ju-
do nuestro tiempo, no una imagen apenas sino ventud.
cuanto fue vivido y cuanto hubo de morir y ser Significa que podrá haberse ido el tiempo, pero
sufrido. que no hemos envejecido.
Hemos luchado para ser dignos de ustedes, y digo Ha sido para mi un honor ocupar este espacio y
juventud, descendencia; digo mi patria tristísima, aún más honor iniciar este homenaje. César Cal-
esperanzada, mi país de roca, mis padres petrifi- vo es la voz más alta de mi tiempo y aún no la
cados, la resonancia de nuestras voces pronun- hemos escuchado en su totalidad.
ciando nuestra herencia que sólo esto es: una in-
Quiero terminar y no me alcanza la palabra.
tención de belleza, ansiedad de justicia, la convic-
ción de que en algún momento de la eternidad Ha de ser que verdaderamente quiero mucho a
Dios habrá de apiadarse y consolarnos, secar este este hermano mío con quien inauguramos la ma-
llanto que es la suma de todas las lágrimas y de durez de nuestras existencias.
todas las hambres y los fríos, de todos los huérfa- Ha de ser que no me asiste con suficiente vigor el
nos y soledades que hemos conocido. espíritu de la Poesía.
¡Alma de la Poesía, danos compañía! Puesto que no voy a terminar sino a dar por co-
No hace mucho, cuando presentábamos “Maes- menzada esta asamblea en derredor de César
tra vida” en casa de Víctor Delfín, los ojos de Cé- Calvo, quiero remontarme al primer Sábado de Glo-
sar Calvo descubrieron que en medio del gentío ria y admitir que, en efecto, la noche es larga, y la
estaba Manuel Scorza. cruz de madera, y hay traspiés que iluminan igual
que la victoria.
Al rato vio a ese otro hermano de juventud que
será siempre Javier Heraud. De madera el alma de los asesinados por la vida,
no sólo por el hombre. De palo las campanas que
Y en verdad habían llegado todos a escucharlo,
llaman a difunto cuando se nos van los compañe-
hasta el padre César Vallejo y el abuelo Verlaine y
ros. De algarrobo el fuego de los sueños y de sau-
el abuelo Darío y el hermano Rimbaud y, con cada
ce el fusil de los poetas.
quien, sus personajes, sus voces y sus músicas.
Esa noche comprendí que no se van verdadera-
mente quienes existen en otros y para otros, pues Y en tus palabras, querido hermano César:
la Poesía no está fuera sino dentro de hombres y
mujeres, al interior de todas las edades y en todas
las lenguas de la tierra. Abandonaremos, a la señal del alba,
Ahora, en esta noche que entregamos a César
Calvo, yo quiero decir que hemos estado casi de estas naves oscuras, los ídolos de yeso,
pie, ya no siempre de rodillas los arrodillados, y
que seguiremos irguiéndonos en gran parte gra-
cias a su palabra, voz que prolonga voces más an- las palabras del manso y el vaho de los muertos.
tiguas, no el eco sino voz propia que se agrega a la
de nuestros antepasados, voz primera y sin em- Saldremos a la plaza. Viviremos.
bargo inclasificable, voz de mando, voz que nos
trajo a esta tarde haciéndonos lo que somos, lo que
ansiamos: ser dignos de la condición humana. A nuestro paso encenderán los tristes sus castillos
Los ojos del amor se nos han abierto al haber vis-
to otros ojos cosidos por la sangre. y un árbol de relámpagos
Y hemos alcanzado esa cierta dignidad después
de compartir cuanto teníamos con quien necesi-
nos brindará su voz: confianza y sombra.
taba, simplemente al pasar y en silencio, dando lo
más valioso: la vida, o, mejor dicho, el tiempo que
nos ha sido concedido para vivir... no para noso- Señor, yo sí soy digno.

122
R e c u e r d o s
Vega

M
e llamó siempre la atención el interés de César por
la Historia. Lo recuerdo hablándome de los países
balcánicos, entonces socialistas, donde había libros
para niños sobre los Incas. Después visité aquella
región, tan complicada, y comprobé que era ver-
Otro punto: César, sin duda, mientras recorría los
rincones de nuestra selva iba recogiendo toda suer-
te de hechos y las fábulas que los rodeaban. Oyen-
do lo que las gentes de la selva contaban, él escri-
bía. Léase nomás este fragmento, que trocando
José

dad, no era imaginación de un poeta. Eran esos nombres, bien podría encajar en los tiempos míticos
libros a colores. Todavía estarán circulando por allá. de Europa. Definía al bufeo.

En cuanto a testimonios, igualmente recuerdo su “Delfín del río. Pez mamífero del tamaño de un hom-
versión sobre lo que ocurrió en cierta fiesta con José bre. Algunas nativas en estado de menstruación o
Juan

María Arguedas; eso fue luego de su primer intento de preñez evitan navegar embarcaciones frágiles:
de suicidio. Se había bebido un poco, como era saben que los bufeos se exacerban oliéndolas y
natural, y él sintió llegado el momento para acer- embisten sus naves intentando volcarlas. No son
carse un tanto más al alma de nuestro famoso es- infrecuentes los casos de mujeres que han pereci-
critor. Arguedas estaba muy contento y coloquial, do ahogadas no a causa del naufragio sino de los
como solía hallarse entre gente amiga. Se oía mú- bufeos que las arrastraron al fondo de las aguas y
sica andina. Y aprovechando un momento, aparte, allí las fornicaron. Tampoco son escasas las histo-
vaso en mano, le preguntó: “José María, ¿qué po- rias de pescadores que han capturado hembras de
demos hacer para que no te mates?. El contestó bufeo: aseguran que ninguna humana se les com-
cambiando de rostro: “¡que se vayan los Viracochas. para en destreza ni ardor. La hembra del Bufeo
Qué se vayan los Viracochas!”. Y sin duda creo que Colorado es la más codiciada: los brujos recortan
esa escisión del Perú fue la principal causa de lo el aro de su vagina, lo dotan de poderes ayunando,
que ocurrió después. Quiero agregar acá - yo co- icarándolo, y con esa pulsera frabrican la única
nocía a Arguedas un poco, trabajé con él; vivíamos pusanga infalible en cuestiones de amor. Es cosa
cerca- creo que Chimbote lo mató, con sus indios resabida que los bufeos machos pueden, si así lo
desindianizados. Pero volviendo al relato de Cé- quieren, convertirse en personas: disfrazados de
sar, aquella reunión fue mitificada en “Tres Mitades gente salen de los ríos, especialmente en época
de Ino Moxo”. Pero diciendo siempre la verdad: de fiestas, y protegidos por la algarabía, la confu-
sión, los bailes, galantean muchachas y al final se
las roban.”
“No pude oírlos más. Me desperté. Con los ojos
tapiados quién sabe por cuáles sueños, miré: José
María Arguedas volvía caminando sobre el río, des- Historia también es lo que hemos leído; Historia
de el embarcadero de “Dos de Mayo” que se nu- Mítica por supuesto, como la de los griegos de la
blaba al frente de la isla, envuelto en una cushma época de Troya, entrelazando hechos reales y otros
amarilla y flamante. La muerte lo miraba por el ojo fabulosos sobre la guerra, el amor y la vida.
de una pukuna de tanrilla.
Estas líneas tampoco pueden olvidar la evocación
¡Dime qué puedo hacer!, plañó la voz rugosa y a Túpac Amaru en un poema-cantado en su recuer-
grisácea del río Amazonas. ¡Dime qué debo hacer, do. Lo compuso conjuntamente con Reynaldo Na-
José María Arguedas, para que no nos abando- ranjo. Es un acercamiento tierno al personaje más
nes, para que no resignes tu frente hacia el dardo importante del Perú en la Historia Universal y lu-
que sopla el enemigo!… chador por la justicia social.

Y José María Arguedas, un trecho más allá, delante Releyendo a César confirmo una antigua intuición:
de mí, respondió sin dejar de caminar sobre el río: los poetas y narradores del Perú han poseído más
sensibilidad popular y rebelde que la enorme ma-
yoría de los historiadores del Perú.
¡Regresa al Urubamba!, así le dijo, ¡regrésame con-
tigo aguas arriba! ¡Avanza cuatro siglos! ¡Retroce-
de, Amazonas, cuatro siglos por el Río Sagrado!
¡Impide el desembarco de los bárbaros, los
virakocha, los conquistadores!”

123
El Rabioso jardinero Del Patio de letras
Eloy Jáuregui

quita dando. No dijo más. Desde elegancia inglesa [alguna vez con-
esa vez fueron más amigos que fesaría que los seres dignos deben
nunca. El poeta estaba enamora- ser elegantes antes que dignos] o
do a su manera de su condesa y su voz estentórea y/o brillante que
no era correspondido por una dama sumó a sus aspecto –era alto y
uno

Al viejo le gustaba el vino, los de la alta sociedad. El viejo confir- perfilado—el misterio de los poe-
cuentos de Chéjov, el boxeo y en mó con los años que lo mejor de la tas enigmáticos. Así, poseía el don
esos días no cabía en su gozo: vida eran los amigos, la familia y la de la ubicuidad y estaba presente
Mauro Mina había derrumbado por literatura. El joven poeta era César donde nadie menos pensaba y
KO al negro norteamericano Eddy Calvo, el viejo, Néstor, mi padre. también desaparecía por tempora-
Cotton en una memorable noche das del Patio de Letras de la uni-
En una ciudad asombrada de
en el Estadio Nacional y ahora es- versidad de San Marcos [epicen-
sí misma que crecía sin orden ni
taba a tiro del título mundial de los tro de escritores e ideólogos sin
concierto. Una vieja ciudad de gen-
Medios. Una tarde de abril, el jo- edad y las ideas convulsas del país]
te muy joven que cultivaba los ges-
ven poeta llegó hasta la pequeña o se alejaba de aquella pandilla de
tos y las formas heredadas de un
librería que el viejo regentaba en escritores inspirados y locos tiernos
pasado remotísimo, mi padre ad-
el Parque Universitario. El poeta porque era así, un viajero impeni-
ministrando con prez su pequeña
traía la noticia. A Mauro le habían tente. Ora mandaba una postal
librería –una parada obligada por
detectado un desgarro en la retina desde Buenos Aires donde exigía
escritores de aquel Perú de fines
del ojo izquierdo y jamás pelearían rigor para amar, ora alguien en el
de los cincuentas—de viejo. Viejo
por el cetro universal. El viejo se mítico y gigantesco bar Palermo
él, murió una tarde aún con el pol-
puso triste. Entonces el poeta des- juraba que el poeta había apareci-
villo dorado de longevos textos en
cubrió aquel paquete que escon- do retratado en una revista brasi-
las uñas. Libros del amor para su
día debajo del gabán beige. Era leña del jet-set cuando asistía a una
vida. Viejo él, se despidió inédito
una botella de Valpolicella, el vino fiesta benéfica organizada por un
—la sabiduría oral es silente— in-
que Hemingway bebía en Venecia conde de abolengo comprobado.
terrogando por la salud de su guar-
amando a la condesita Renata. Al
dapolvo beige que colgaba cual La universidad se San marcos
viejo se le abrieron los ojos y el
insignia del honor en el perchero tenía su emblemático Patrio de
corazón. Así, el poeta sentencio: El
de su librería del parque Universi- Letras y entre el crecimiento y la
amor da quitando lo que el vino
tario, muy cerca al establecimiento modernidad del país existía firme,
de don Juan Mejía Baca.
César Calvo, provinciano de/en
y entre los años de la dictadura
124
Lima, ya desde aquellos años, era
todo un personaje más allá de su
surrealista personaje limeño que se
hacía llamar Presidente del Perú,
de Aire, Mar, Tierra y Profundidad.
También aparecía el enloquecido
sacerdote Salomón Bolo Hidalgo,
odrísta y sus maneras autoritarias, con su voz grave. En 1967, Naran- un religioso pecaminoso hasta sus
fue un espacio natural de resisten- jo y César Calvo grabaron con el cachas, y se aseguraba que Mar-
cia. En Lima, la vida transcurría acompañamiento de Carlos Hayre tín Adán había escrito un soneto
desencantada entonces entre su un larga duración en el sello R.C.A. sobre una mesa de madera. Lle-
sarro espiritual y la suciedad del Victor bajo el sello editorial El Río. gaban también cuanto chiflado ne-
ánimo; al compás de las ofertas de Extraño que dos jóvenes poetas cesitaba auditorio. Los jóvenes de
la tienda Kelinda, las rarezas elec- hayan tenido esta oportunidad y el traje a rayas y anchas corbatas,
trónicas de Musitrón, el catchascán disco existe pero sólo ciertos es- discutían con ardor hasta que se
en el Luna Park de la avenida Co- cogidos lo poseen. les quebraba la voz o se quedaba
lonial, las hebras del velorio sono- Y eran más que amigos desde sin plata. Los muchachos de ese
ro a lo lejos de Pedro Infante y un 1959 cuando se conocieron en el centro de estudios que soñaban
ritmo muy extraño que había traí- Patio de Letras de la Universidad con un país distinto y más justo. El
do un gringo llamado Bill Halley y Nacional Mayor de San Marcos. recordado Alfonso Barrantes
sus cometas: el rock and roll y los Entonces Calvo llegaba con traje Lingán, un líder estudiantil innato o
grandes banquetes en los chifas de cruzado y corbatas de seda. Más José Carlos Vertiz, presidente de
la calle Capón. En aquel tiempo, el allá de usar un fino bastón labra- la Federación Universitaria de San
postulante a presidente de los do, Calvo sorprendía por su forma Marcos o los otros soñadores
EE.UU., Richard Nixon había que- de elegancia. Una noche de gru- apristas que profesaban una ciega
rido visitar la añosa casona de San po, mientras la cerveza doraba sus devoción por Haya de la Torre.
Marcos y los estudiantes se lo ha- gargantas, César Calvo confesaría Un par de años antes, en San
bían impedido a patadas. Calvo, se que su abuelo materno regentaba Marcos, el llamado Grupo Cahuide,
dice, estuvo el la primera línea de una sastrería de alta costura y muy suerte de célula militante de facha-
los jóvenes dinamiteros. El poeta cerca de la Plaza de Armas. El da, ocultaba a jóvenes preocupa-
siempre lo negaba. abuelo me da permiso para probar dos por los dogmas marxistas. Ahí
En realidad Calvo, que fue un los ternos antes de venderlos, les estaba un imberbe Mario Vargas
estudiante dedicado y que se en- confió esa vez a Naranjo y Carlos Llosa, el joven Felix Arías
tusiasmaba con la ingeniería quí- Franco que lo interrogaban absor- Schereiber y la lúcida Lea Barba.
mica. Una mañana del verano de tos en una chingana de una calle Fue Calvo, en ese entonces, quien
1959, confesaría que se le cruzó que rozaba a la de la universidad. junto a grupo de comunistas ado-
la musicalidad de los elementos Calvo escribía poesía desde lescentes y otros poetas radicales,
químicos y sus valencias y ahí, que se quedó detenido frente a los impulsaron la formación de Van-
frente al maestro Raúl Porras Ba- ojos de su abuelo paterno y se dijo guardia Estudiante Revolucionaria
rrenechea, decidió en el examen de que siempre sería un gran poeta que tiempo después lograron
ingreso a San Marcos, recitarle joven. Ya en San Marcos, tenía que atraer a un grupo de belaundistas
Tristitia, el poema de Valdelomar y ver con todos porque era un gran y otro de la Democracia Cristiana,
explicarle que él también escribía conversador y de una memoria sor- para conformar el épico Frente
y cierto, que ingresó, aprobado por prendente [Nicolás Yerovi lo des- Estudiantil Revolucionario, el FER.
los tres jurados, pero ingresó a Le- cribe como: ingenioso y alegre a Calvo explicaría su militancia de
tras y ese fue su asombro y desa- mansalva, loco por la vida] y ape- esta manera: «En pleno ochenio,
fío. Así, era pues aquella Lima la nas atrapó la confianza de sus San Marcos era un bastión del
ciudad de la presentación de El compañeros del Patio de Letras, los aprismo. Quienes me llevaron a la
Sexto, el libro que José María guió hacia un bar de japoneses que Juventud Comunista fueron Carlos
Arguedas escribió de sus experien- se ubicaba al costado del Salón y César Franco que eran mis ami-
cias en la cárcel capitalina y toda- Blanco, el café de los estudiantes gos. Héctor Bejar y Juan Pablo
vía no pasaban los efluvios musi- más aplicados de la universidad. Chang que tenía años en la univer-
cales que dejara el maestro Igor En verdad, el sitio no pasaba de sidad, también eran mis amigos. Yo
Stravinsky cuando llegó para diri- ser una pocilga de mala muerte con caminaba con Samuel Agama y
gir la Orquesta Sinfónica Nacional un gran espejo biselado pero roto Pancho Guerra. Después conocí a
exactamente por la mitad. Calvo, Javier Heraud que era de la uni-
una noche de viernes, entre el bu- versidad Católica y nos hicimos
dos

llicio de las emociones desatadas como hermanos a raíz del concur-


Reynaldo Naranjo vive en una so El Poeta Joven del Perú».
levantó su copa de pisco y dijo en
casa apacible y llena de calor y
alta voz: «yo te bautizo como el Y el Perú no terminaba de res-
poesía. Ahora recordamos a César
Salón de los Espejos». Entonces, tañar sus heridas del ochenio de
Calvo mientras el disco de vinilo
desde aquella vez memorable, el Odria. San Marcos, para muchos,
gira y gira con la voz alta de Calvo:
cuchitril agarró brillo con tan pom-
«Mi canto va en la noche/ luna en-
poso nombre y los poetas más co-
cendida/ con la luz de tu cuerpo/
rajudos se citaban a voces: «Nos
con la luz de tu cuerpo/ desvaneci-
125 da/ desvanecida», frasea Calvo
vemos en El Salón de los Espejos».
El bar de marras tenía su dis-
creto encanto y hasta allí llegaba
Héctor Cordero y Velarde,
El Rabioso jardinero Del Patio de letras
naba con sus poetas preferidos: Era también los tiempos de
Eloy Jáuregui

Rimbaud, Verlaine y Lautreamont. «Platero», un vetusto Ford rojo,


fue aquel campo de batalla donde Luego lo perdería de vista y no supo coupé del año 32. El auto sin due-
las ideas se desbordaron y se oye- más de él. «Jamás conversé con ño que era de todos y para todos.
ron en un país harto del autoritaris- él» dijo ensoñadora, pero afirma- Y los jóvenes sanmarquinos lo bau-
mo. Este hecho histórico y este ba que su leyenda llegaba hasta tizaron así porque llevaba siempre
catastro universitario forjó una nue- ella a través de sus amantes y un poeta al volante y porque supo-
va actitud en los creadores que hi- musas. nían que su trote no era más veloz
cieron suya una gesta también his- Pero San Marcos fue también que aquel del ilustre burrito de Juan
tórica: la Revolución Cubana. El el interregno de los fundamentalis- Ramón Jimenez. Calvo junto a
triunfo de Fidel Castro y la caída mos. El poeta Naranjo –a la sazón, Mario Razzeto, Fernando Tola, Ar-
de Batista fue celebrada tanto como secretario de cultura de la FUSM y turo Corcuera y el mismo Javier
suya por estos muchachitos de la Calvo fungía de secretario de Heraud le compusieron un himno
palabra armada. Diría Calvo: «Me RR.EE.—, recuerda aquella vez que cantaban eufóricos y estriden-
acuerdo que eran un deleite las cla- cuando regresó de Buenos Aires el tes. Como recuerda Corcuera, los
ses de Raúl Porras y Luis Alberto poeta arequipeño Alberto Hidalgo semáforos y los policías de tránsi-
Sánchez. Pablo Macera iba como [era un ser tan espectacular que to lo odiaban. Las muchachas de
asistente de Porras y se turnaban hasta otro ser espectacular como la Católica y de San Marcos soña-
con Araníbar. Alberto Escobar me Jorge Luis Borges lo detestaba]. ban con cabalgar en «Platero».
enseñaba interpretación de texto y Los apristas que todo lo controla- Una vueltecita con poeta y todo era
yo lo admira mucho».Y los jóvenes ban no quisieron ceder el Patio de parte de los ensueños de esas
poetas de la primera sección de la Letras para el homenaje al rapso- nerviosísimas estudiantes, román-
generación del 60 —incluyo a Cal- da alucinado. Los poetas enrum- ticas y primorosas.
vo, Naranjo y tal vez, Corcuera—, baron al Patio de Derecho. Igual, Como le confesaría al poeta
siguieron la luz creadora de sus los «búfalos» mostraron sus lan- Yerovi, Calvo tuvo su primer traba-
predecesores, Juan Gonzalo Rose, zas. Entonces Calvo asumió la de- jo a los doce años, en sus vacacio-
Gustavo Valcárcel, dos de los lla- fensa del visitante que estaba a nes, como ayudante de un encua-
mado «Poetas del Pueblo» o Ale- punto de ser linchado y a carpeta- dernador ganando cinco soles dia-
jandro Romualdo, aquel vigoroso zos lo defendió jugándose entero rios. «Después fue de todo un poco,
escritor que luego de publicar La hasta que el innombrable Hidalgo hasta portapliegos de la Prefectu-
Torre de los Alucinados, se alejó del pudo escapar por el techo. Calvo ra durante un tiempo fugaz; como
magnetismo del gran poeta Jorge no era amigo de Hidalgo; pero a corrector de pruebas en una im-
Eduardo Eielson. Entonces, era los un poeta no se le toca ni con el prenta, a los dieciocho años entró
años del Centro Cultural Jueves y pétalo de una cachiporra, así dijo. al diario Expreso como «titulero»,
de los debates en el Instituto José era la época del gran periodista
Calvo que había nacido en las
Carlos Mariátegui, muy cerca de la Raúl Villarán; luego fue llamado por
vísceras de la jungla en Iquitos en
avenida Tacna, donde la sangre li- Manuel Jesús Orbegozo para el
1940, se acomodó –con su madre
teraria corría por la encendida pug- lanzamiento del diario vespertino El
y hermanos— con una seguridad
na entre los poetas del real socia- Comercio Gráfico. Era el tiempo en
asombrosa en uno de los barrios
lismo y los poetas puros. que El Comercio tenía una línea na-
con mayor prosapia de la Lima
Colonia, el viejo jirón Carabaya jun- cionalista sobre el petróleo. ¡Qué
pocas labores, en fin, no habrán
tres

to al hotel Maury. Entonces fue co-


leccionado personajes en aquella sido las de César Calvo en todos
Ella es bella y más bella toda- estos, sus agitados años¡ .
vía porque es poeta. En los años galería de seres limeños desarrai-
cuatro
sesenta, adolescente aún, recuer- gados, sin brillo pero con historia.
da que Calvo incursionaba a me- Seres que amaban el fútbol, los
nudo en las aulas de la Universi- caballos, la timba y cantaban val-
A Javier Heraud no pudieron
dad de San Marcos para dar reci- ses de Covarrubias y boleros de
matarlo. Y fue el fundador de la lla-
tales de poesía. Ella admiraba al Ortíz Tirado para no perder la cal-
mada Generación del 60. A Luis
poeta que era alto, de tez broncea- ma. Aquel fue su referente. Hom-
Hernández no pudieron matarlo y
da, muy guapo, pero con el gesto bres agobiados de vida y que se
yace en el panteón de los artistas
ceñudo a lo Baudelaire. Entonces mezclaban con sus miserias en los
inmortales. Calvo que era mortal
ella era hermosa y más hermosa bares que los jóvenes poetas re-
hasta en su endecasílabos fue ese
todavía porque estaba enamorada corrían a la salida de clase. Enton-
personaje que escribió Poemas
de la figura de ese dandy vestido ces Calvo tomo distancia con los
bajo tierra (1961), Ausencias y re-
con traje blanco impecable, con la designios de las certezas, dudó de
tardos (1963), Poemas y canciones
que a veces se cruzaba por el Ji- su destino y rompió los sortilegios.
(1967) y Pedestal para nadie
rón de la Unión. A sus diecisiete A él nadie lo aplastaría, además,
(1975). En narrativa, Las tres mita-
años, la poeta creía que era a ella tenía su familia, su madre que lo
des de Ino Moxo y otros brujos de
a quien miraba dejándole impreg- acompañó hasta su muerte y sus
la amazonía (1981). Esa fue su
nada de una aureola maldita. Cier-
to, ella inmediatamente lo relacio-
hermanos a quienes protegió so-
bre manera con su ternura.
ideología la poesía y la amistad.
Alguna vez les confesaría a los
126
hermanos Tamashiro –sus herma- la música callada de los silencios Una mañana de agosto del
nos de la sístole y diástole— que estentóreos. Después de esa épo- 2,000 y cuatro días antes de su
no acostumbraba a deprimirse por ca de San Marcos, César Calvo muerte, César Calvo irrumpió en
razones personales, sino por la si- intimó con la compositora Chabu- una reunión que celebraban en el
tuación en el país y de las gentes ca Granda a quien conoció en casa pequeño estudio del diseñador grá-
de otros pueblos. Así decía que re- de Mañé Checa Solari. Calvo re- fico Alberto Escalante, los poetas
cuperaba su júbilo y su fuerza acor- cordaría después que en esa re- Reynaldo Naranjo, Genaro Carne-
dándose de sus antepasados: de unión donde estuvieron Szyszlo y ro Roqué, Arturo Corcuera y el edi-
Túpac Amaru y hasta de su abuelo Blanca Varela y Pepe Durand, des- tor Óscar Araujo quienes ultimaban
Víctor Soriano, quien tuvo que pa- cubrió a una Chabuca guapísima. la edición del libro Como una es-
sar las de Caín para alimentar a 18 Era 1961, entonces Calvo se le pada en el aire. Calvo estaba de
hijos; entonces decía que lo suyo acercó y le dijo de sorpresa: «Se- buen talante y sus amigos pensa-
era una ridiculez, y que no tenía ñora, yo me llamo César Calvo y ron que en cualquier momento iba
ningún derecho a la tristeza. quiero que me disculpe una cosa, poner al descubierto su secreto. No
Calvo trajo un verso de ritmo nue- yo soy mitómano de profesión y fue así. El poeta llamó a Alberto
vo y de gran imaginación. Para los ando diciendo que su canción Escalante a una oficina contigua y
exégetas de esa generación, Cal- Puente de los Suspiros usted me luego de asegurar bien la puerta le
vo y sus amigos fueron aquellos la dedicó a mí; que yo soy el poeta dijo casi en secreto que la noche
poetas que vivieron muy rápido, ahí que la espera en el puente». anterior acababa de terminar la
demasiado rápido y con una vida Chabuca estaba pasmada. Calvo saga de sus cuatro libros El Sexo y
muy intensa. Heraud, Hernández, insitió: «Quiero pedirle un favor, no otro Dioses. El resto fue aquel es-
Ojeda o Hernando Núñez, desapa- me desmienta cuando le pregun- píritu que heredamos los que hoy
recidos prematuramente, fueron los ten. Gracias» Y ahí empezó una lo recordamos como aquel que
estandartes de los otros jóvenes amistad que fue eterna por decir lo decíase ser un rabioso jardinero
arrebatados de belleza en San menos. Cierto, Calvo ya vivía en que una mañana nos cortó la be-
Marcos. Calvo fue un hombre po- ese tiempo en el Puente de los lleza de su ser.
seído por el espíritu de la lengua y Suspiros, en la bajada, exactamen-
te en el 363.

127
Liana de alma amazónica, poema visual para Cesar
índice Calvo por Jesús Ruiz Durand 1
Un juglar de nuestros días, conversación

INDICE
con Washington Delgado 17
Reflexión sobre Javier Heraud y César Calvo,
escribe Marco Martos 23
Sobre un poema de César Calvo,
por Max Silva Tuesta 29
La mágica cosmovisión de Ino Moxo,
por Carlos Garayar 33
César Calvo, mi hermano, conversación
con Iván Calvo en Pucallpa 35
Un poco antes de partir, poemas
de César Calvo 41
Aquel bello pariente de los pájaros
Venid a ver el cuarto del poeta 42
Mi padre llegó ayer 43
Ensayo a dos voces, escrito
con Javier Heraud 44
Nocturno de Vermont 48
Ausencias y retardos 49
Diario de campaña, a Héctor Béjar 51
Reloj de arena 53
Revista de artes y letras
Vals trenzado 48
Universidad de San Martín de Porres
La verdadera historia de Hu-Tsang, el pintor 59
Año 1, número 2, julio 2001.
Para Elsa, poco antes de partir 60
Cancionario 66 Director académico Hildebrando Pérez Grande
La despedida 66 Director artístico Jesús Ruiz Durand
Esta historia es una historia 66 Director editorial Guillermo Thorndike Losada
De la luna ciega 67 Fotografía Jason Patrick Sullivan, Jesús Ruiz Durand
Está lloviendo de nuevo 67 Coordinación y archivo Hilda Isabel Velasco
Amazona 68 La revista agradece a Alejandro Tamashiro por ha-
Inédito/La ventana del mundo 71 bernos cedido algunos textos y fotografías de su
archivo personal.
Danza y canción/Perú Negro:
Los derechos de autoría de las ilustraciones del poema vi-
la tierra se hizo nuestra 78 sual, así como de todas las ilustraciones digitales de
Testimonio, en el Instituto Italiano esta revista son propiedad de Jesús Ruiz Durand, cedi-
dos sólo para la presente edición. Prohibida su repro-
de Cultura, 1974, conferencia 85 ducción analógica o digital no autorizada.
Ino Moxo, fragmentos 91
Álbum de César Calvo, 40 años de fotografías Martín, revista de artes y letras
con Carlos Domínguez 95 Una publicación de la Universidad de San Martín de
Elegía de sombra ante un cuerpo encendido, Porres
poema a la muerte de Javier Heraud 106 Av. Las Calandrias s/n, Santa Anita, Lima.
Depósito Legal N° 2001-1620
Una generación golpeada por la muerte,
Oficinas de la revista: Calle Martín Dulanto 101 San
don Jorge Heraud Gricet conversa
Antonio/Miraflores/Lima 18 Tel 241-4273 • 241-
con Hildebrando Pérez 110 4274 • 241-4275 Fax 242-3278 e-mail:
ConVersación con César Calvo, escribe revistamartin@usmp.edu.pe
Reynaldo Naranjo 113 Diseño, concepto e ilustración digital: Jesús Ruiz Durand
Producción gráfica integral: Íkono ediciones y multimedia
Confesión desde La Parroquia, Guillermo Thorndike, S.A. Tel: 463-6770 E-mail: ikonos@terra.com.pe
homenaje a César Calvo en el Instituto
Nacional de Cultura, julio de 1998, 115
Recuerdos, Juan José Vega
El rabioso jardinero del patio de letras
123
128
por Eloy Jáuregui 124

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