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EL BIEN MORAL, SU NATURALEZA Y OBLIGATORIEDAD

El bien es el fin de todas las acciones del hombre. Todas las artes, todas las indagaciones
metódicas del espíritu, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones
morales, tienen al parecer siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; y por esta
razón ha sido exactamente definido el bien, cuando se ha dicho, que es el objeto de todas
nuestras aspiraciones.

El fin supremo del hombre es la felicidad. Vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser dichoso.

El bien moral coincide con el bien completo de la persona en la medida exacta en que ese
bien está en juego en la conducta humana y ha de ser realizado a través de ella. El bien de
la persona es fin moral de la acción libre, y su bien pleno o completo tiene carácter de fin
moral último de la conducta, llamado también felicidad.

La moralidad de los actos está definida por la relación de la libertad del hombre con el bien
auténtico. El obrar es moralmente bueno cuando las elecciones de la libertad están
conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación voluntaria de la
persona hacia su fin último. El obrar es moralmente bueno cuando testimonia y expresa la
ordenación voluntaria de la persona al fin último y la conformidad de la acción concreta con
el bien humano tal y como es reconocido en su verdad por la razón

La perspectiva del bien de la persona como fin aparece necesariamente ligada a la esencia
de la acción libre: querer es abrirse intencionalmente a un fin alcanzable o realizable y ese
abrirse es auto referencial.

La noción de fin último o felicidad así obtenida es el motivo o la razón formal universal a la
que natural y necesariamente responde en último término todo querer deliberado. En ese
sentido se dice que la felicidad o vida feliz es el fin último querido natural y necesariamente
por todos y cada uno de los hombres.

La felicidad como razón formal última y natural del querer no es un bien concreto, de
naturaleza material, o ideal, que la persona se propone libremente como fin de sus actos,
sino el término último que corresponde, por naturaleza y no en virtud de una decisión libre,
a la intencionalidad básica y fundamental de todo el dinamismo voluntario.

Es el horizonte natural de la voluntad, al que queda necesariamente referido todo lo que


queremos y decidimos. Al desear algo, al dar un determinado rumbo a nuestra vida,
estamos necesariamente proyectando y dando un contenido concreto a nuestra felicidad;
nunca elegiríamos algo porque destruye o hace imposible la vida feliz.

La universalidad e indeterminación de la razón formal de felicidad, a la vez que hace posible


la libertad de elección ante los bienes concretos, plantea la tarea de convertir ese ideal
indeterminado en un proyecto concreto de vida.
Fundamento metafísico de la ética

Si la Ética tiene por objeto determinar cuando los actos humanos son buenos o malos, ello no le
sería posible sin referirse, al menos implícitamente, a la naturaleza del hombre, que es estudiada
por la Antropología Filosófica -parte a su vez de la Metafísica-. Las leyes de la conducta serán
completamente diferentes según se considere al hombre como un simple animal o como un ser
dotado de alma espiritual, como destinado a la muerte o a la inmortalidad. Es decir, la Ética
requiere de una definición antropológica, y la Antropología es una disciplina metafísica.

Por otra parte, el deber no puede imponerse de modo imperativo si no presupone un orden divino
o absoluto al cual hay que respetar para no errar el camino. La obligación moral que nos presenta
nuestra conciencia, traduce las leyes que debe seguir nuestra naturaleza racional en función de un
orden absoluto y trascendente, que no depende de nuestra intelección, ni de los vaivenes de las
diferentes épocas evolutivas del hombre o de sus apreciaciones culturales. Los bienes morales o
los valores son absolutos, objetivos e invariables: lo variable y subjetivo son las valoraciones.

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