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¿Es hoy un dogma en los estudios humanísticos que no exista el mundo externo?
¿O que exista un mundo externo pero la ciencia no obtenga conocimiento de él?.
En el segundo parágrafo declaro, sin la menor evidencia o argumento, que
“la ‘realidad’ física (notense las impresionantes citas)... es en definitiva un
constructo social y lingüístico”. No digo que lo sean nuestras teorías sobre la
realidad física, sino la propia realidad física en sí misma. Es suficiente: cualquiera
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Traducción española: Simón Royo Hernández <siroyo@rocketmail.com> (1-9-98). Revisión: Maria Jesús
Santiago Freijó <freijo@lander.es>.
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El artículo: Transgrediendo los Límites: hacia una Hermenéutica Transformativa de la Gravedad Cuántica,
de Alan D.Sokal, en inglés, junto al que traducimos y otros sobre el mismo tema, son accesibles a través de
Internet: <http://www.physics.nyu.edu/faculty/sokal/index.html>.
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que crea que las leyes de la física son meras convenciones sociales está invitado a
trasgredir dichas convenciones a través de la ventana de mi apartamento. (Vivo
en el piso ventiuno).
A través de mi artículo, empleo conceptos científicos y matemáticos, de
una manera que muy pocos científicos o matemáticos podrían tomarse en serio.
Por ejemplo, sugiero que el “campo morfogenético” -una extravagante idea de la
New Age que se debe a Rupert Sheldrake- constituye una teoría colindante con la
gravedad cuántica. Dicha conexión es pura invención, ni siquiera Sheldrake
afirma tal cosa. Aseguro que las especulaciones del psicoanálisis lacaniano han
sido confirmadas por trabajos recientes en la teoría del campo cuántico. Incluso
los lectores no científicos, se podrían muy bien haber preguntado, qué demonios
tendrá que ver la teoría del campo cuántico con el psicoanálisis; y ciertamente, mi
artículo no daba ningún argumento razonado para sostener semejante vínculo.
Más adelante propongo, que el axioma de igualdad establecido en la teoría
matemática, es de alguna manera análogo, a su concepto homónimo en la política
feminista. En realidad, todo lo que afirma el axioma de igualdad matemática es
que dos posiciones son identicas si y sólo si tienen los mismos elementos. Incluso
los lectores sin conocimientos matemáticos podrían muy bien haber sospechado
de la reivindicación de que el axioma de igualdad refleja teorías establecidas “de
orígen liberal decimonónico”.
En definitiva, escribí intencionadamente el artículo, para ver si algún físico
o matemático competente (o algún estudiante) se daba cuenta de que era un
fraude. Evidentemente los editores de Social Text se sintieron cómodos
publicando un artículo sobre física cuántica sin molestarse en consultar a nadie
con conocimientos de la materia.
Con todo, la estupidez fundamental de mi artículo no yace, si embargo, en
sus numerosos solecismos, sino en lo dudoso de su tesis central y en el
“razonamiento” empleado para sostenerla. Básicamente, defiendo que la
gravedad cuántica -la aún meramente especulativa teoría del espacio y el tiempo
a escalas de un millón de billones de billones de billones de centímetro- tiene
profundas implicaciones políticas (que, por supuesto, son “progresistas”). En
defensa de tan improbable proposición, procedí de la siguiente manera: En primer
lugar, citando algunos controvertidos pronunciamientos filosóficos de Heisenberg
y Bohr, y asegurando (sin argumentar) que la gravedad cuántica estaba
profundamente vinculada a la “epistemología postmoderna”. A continuación, le
añadí un pastiche -Derrida y la relatividad general, Lacan y la topología, Irigaray
y la gravedad cuántica- unido entre sí por una vaga retórica sobre “nolinealidad”,
“flujos”, y “interconectividad”. Finalmente, salté (de nuevo sin argumentar) hasta
asegurar que la “ciencia postmoderna” había abolido el concepto de realidad
objetiva. Nada de todo este recorrido tiene que ver con una secuencia lógica de
pensamiento; tan sólo se pueden encontrar argumentos de autoridad, juegos de
palabras, extrañas analogías y afirmaciones vacías.
En sus pasajes concluyentes mi artículo devino especialmente egregio.
Habiendo abolido la realidad como una constricción de la ciencia, me lanzo a
afirmar (una vez más sin argumentar) que la ciencia, para ser “liberadora” debía
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quedar subordinada a estrategias políticas. Finalizaba mi escrito con la
observación de que “una ciencia liberadora no podría ser completa sin una
profunda revisión de las matemáticas canónicas”. Podemos ver ciertos despuntes
de una “matemática emancipatoria”, sugerí, “en la lógica multidimensional y
nolineal de la ramificada teoría de sistemas; pero dicha aproximación, se
encuentra aún gravemente marcada, por retrotraer sus orígenes a la crisis de las
relaciones de producción del capitalismo tardío”. Añadí también que, “la teoría de
las catástrofes, con su énfasis dialéctico en la continuidad/discontinuidad y
metamorfósis/despliegue, jugará indudablemente un papel principal en las
matemáticas futuras; pero gran parte del trabajo teorético que habrá que hacer
antes de dicha transformación, puede convertirse en una herramienta concreta de
la práxis política progresista”.
Resulta comprensible que los editores de Social Text fueran incapaces de
evaluar críticamente los aspectos técnicos de mi artículo (lo que ocurre,
exactamente, es que deberían haber consultado a un científico). Lo que resulta
más sorprendente es lo rápidamente que aceptaron mi tesis de implicación, de que
la búsqueda de la verdad en la ciencia debía ser subordinada a la agenda política,
y lo distraidos que fueron ante la total ilogica de todo el artículo.
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incluso la física se convierte en una rama más de los Estudios Humanísticos. Si,
además, todo es retórica y “juegos de lenguaje”, entonces la consistencia lógica
interna resulta también superflua: un simple barníz de sofisticación teorética sirve
igualmente bien. La incomprensibilidad se vuelve una virtud; alusiones, metáforas
y juegos de palabras sustituyen a las evidencias y a la lógica. Mi propio artículo
es, en caso de ser algo, un extremadamente modesto ejemplo de tan arraigado
género literario.
Políticamente, estoy molesto porque la mayor parte (aunque no todo) de
esta estupidez está emanando desde una autoproclamada Izquierda. Estamos
asistiendo aquí a una históricamente profunda volte-face. Para la mayor parte de
las dos últimas centurias, la Izquierda ha sido identificada con la ciencia y contra
el oscurantismo: hemos creido que el pensamiento racional y el atrevido análisis
de la realidad objetiva (ambos naturales y sociales) eran herramientas incisivas
para combatir las mistificaciones promovidas por los poderosos -sin mencionar
que fuesen además, con todo derecho, deseables metas humanas. El reciente giro
de muchos “progresistas” o “izquierdistas”, académicos humanistas y científicos
sociales hacia una u otra forma de relativismo epistémico traiciona esta valiosa
herencia y menosprecia los ya frágiles proyectos para una crítica social
progresiva. Teorizando acerca de “la construcción social de la realidad” no se nos
ayudará a encontrar un eficaz tratamiento para el SIDA ni a desarrollar estrategias
para prevenir el calentamiento global de la tierra. Tampoco podremos combatir
las falsas ideas en la historia, la sociología, la economía y la política si
rechazamos las nociones de verdad y falsedad.
El resultado de mi pequeño experimento demuestra, finalmente, que
algunos sectores de moda de la Izquierda académica estadounidense se han
estado volviendo intelectualmente perezosos. A los editores de Social Text les
gustó mi artículo porque les gustaron sus conclusiones: que “el contenido y
metodología de la ciencia postmoderna nos provee de un poderoso soporte
intelectual para un proyecto político progesivo”. Aparentemente ellos no sintieron
la necesidad de analizar la calidad de las evidencias, la coherencia de los
argumentos, o incluso la relevancia de los argumentos en relación a la conclusión
propuesta.
Por supuesto, no me olvido de las implicaciones éticas de mi no-ortodoxo
experimento. Las comunidades profesionales operan generalmente en un clima de
confianza; la decepción mina tal confianza. Pero es importante comprender
exactamente lo que hice. Mi artículo era un ensayo teórico basado enteramente en
fuentes al alcance de todo el mundo, meticulosamente citadas en notas a pie de
página. Todas las obras citadas eran reales, y todas las citas estaban
cuidadosamente recogidas; ninguna era inventada. Ahora bien, es obvio que el
autor no creía en sus propios argumentos. Pero ¿por qué iba eso a importar?. El
deber de los editores en cuanto eruditos es juzgar el interés y la validez de las
ideas, sin fijarse en de dónde proceden. (Por eso es por lo que muchas revistas
especializadas practican la referencia ciega). Si los editores de Social Text
encontraron mis argumentos convincentes, entonces ¿por qué deberían sentirse
desconcertados por el simple hecho de que yo los encontrase absurdos?. ¿O
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acaso es que son más deferentes con la llamada “autoridad cultural de la
tecnociencia” de lo que estarían dispuestos a admitir?.
En definitiva, decidí realizar una parodia por una simple razón pragmática.
Los blancos de mi crítica se habían convertido ya en una autoperpetuante
subcultura académica que generalmente ignora (o desprecia) el críticismo racional
desde el exterior. Ante tal situación se hacia necesaria una más directa
demostración de los patrones de tal subcultura intelectual. Pero ¿cómo puede uno
mostrar que el rey está desnudo?. La sátira es con mucho la mejor arma; y la
flecha que no puede ser sacada es la que se autoinflinge. Ofrecí a los editores de
Social Text una oportunidad de demostrar su rigor intelectual. ¿Se dieron cuenta
de la prueba?. No lo creo.
No digo esto con júbilo sino más bien con tristeza. Después de todo, yo
también soy un izquierdista (bajo el gobierno Sandinista enseñé matemáticas en la
Universidad Nacional de Nicaragua). En casi todos los temas de política práctica
-incluyendo muchos de los que conciernen a la ciencia y la tecnología- estoy del
mismo lado que los editores de Social Text. Pero yo soy un izquierdista (y
feminista) a causa de las evidencias y la lógica, no a pesar de ellas. ¿Por qué
habría de permitírsele al ala derecha monopolizar el espacio de las altas esferas
intelectuales?.
Y ¿por qué debería el sinsentido autoindulgente -aunque sea profesado
como orientación política- ser alabado como el más elevado desarrollo de los
estudiosos contemporáneos?.