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La familia romana

1.- Características de la familia romana

Hemos heredado de los romanos muchos aspectos relativos al ámbito


familiar (costumbres, marco jurídico, términos lingüísticos,...), pero si
queremos caracterizar a la familia romana no debemos fijarnos en las
semejanzas con una familia actual, sino en las diferencias que existen
entre ambas. Son precisamente las diferencias las que dan identidad
propia, las que singularizan y definen. Por esta razón nos vamos a
centrar en el estudio de dos ámbitos en los que la familia romana se
aleja sensiblemente de una familia actual, a saber, la composición de
la unidad familiar y el poder del cabeza de familia.

Por lo que respecta a la composición, en Roma integraban una familia


no sólo las personas ligadas por vínculos de sangre, i.e., cónyuges e
hijos, sino también todos aquellos que mantenían una relación de
dependencia con el "pater familias" (esclavos, libertos y clientes).
Una familia romana, por tanto, era mucho más amplia que una
familia actual y podía estar formada por cientos de personas.

En cuanto al cabeza de familia, en Roma este papel correspondía


indefectiblemente al padre o “pater familias”. Un "pater familias"
romano tenía un poder enorme, la llamada “patria potestas” o
“manus”, y en uso de él podía incluso matar a cualquier miembro de
su familia (esclavos, desde luego, pero también hijos e incluso esposa
en algunos casos). Actualmente las cosas han cambiado un poco: la
antigua "patria potestas" la comparten padre y madre, se ejerce
sobre los hijos hasta la mayoría de edad y no conlleva una autoridad
tal que permita causar daño, y mucho menos matar. De todos modos
nuestra lengua, más conservadora que nuestras costumbres, sigue
evocando a la familia romana en palabras y expresiones referidas al

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poder/autoridad del cabeza de familia (patria potestad, emancipación,
pedir la mano, etc).

Atendiendo a su amplitud y al poder del “pater familias” un


historiador norteamericano ha comparado la familia romana con una
familia mafiosa.

2.- Esclavos

Los esclavos eran personas privadas de libertad, explotadas como


fuerza de trabajo, a las que se podía comprar y vender como vulgares
mercancías.

a) Vías para la esclavitud

En Roma la condición de esclavo podía adquirirse por varias vías:

Por nacimiento. Todo hijo de una esclava se convertía


automáticamente en esclavo del dueño de su madre. Los esclavos de
este tipo, nacidos en el seno familiar, eran particularmente
apreciados por su fidelidad y recibían el nombre de "vernae".

Por derecho de conquista. Los romanos subastaban ("sub hasta")


como esclavo a todo enemigo capturado en el curso de una guerra.
Esta costumbre pervivió hasta la Edad Moderna (en el 995 Otón el
Grande, rey de Germania, derrotó a los húngaros, pueblo eslavo, y
vendió como esclavos a los prisioneros; su número era tal que desde
entonces el genticilio "eslavo/esclavo" -slave- se convirtió en
sinómino de siervo).

Por insolvencia. Un deudor insolvente podía ser reducido a


esclavitud por sus acreedores. El dinero obtenido de la venta era
destinado a cubrir la deuda contraída. A finales de la República este
derecho, dado lo impopular que era, no se ejercía.

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Por exposición o venta. Era habitual en Roma abandonar a los
hijos recién nacidos si no eran acogidos en el seno familiar. Los bebés
expuestos podían ser recogidos por cualquiera para criarlos y
venderlos como esclavos.

b) Mercados

Los esclavos eran comprados y vendidos por los "mangones",


mercaderes especializados, en mercados específicos. En estos
mercados los esclavos, desnudos y con un cartel colgado del cuello
que indicaba sus habilidades ("titulus"), eran expuestos sobre una
plataforma que facilitaba su examen por los posibles compradores.
Aquellos esclavos que no habían tenido antes amo llevaban uno o
ambos pies blanqueados con yeso.

c) Tipos y función de los esclavos

Los esclavos domésticos vivían en la casa familiar y estaban


destinados al servicio de los otros miembros de la familia (pedagogo,
peluquero, cocinero,...). Su situación era privilegiada si se les
compara con los esclavos empleados en negocios familiares
(artesanía, minería, agricultura). Muchos esclavos de este último tipo
ni siquiera conocían a su dueño: un capataz se encargaba de
controlarlos.

d) Trato y consideración

Para los romanos los esclavos eran personas incompletas sin madurez
afectiva, ni intelectual. De hecho el nombre genérico que se les daba
era el de "puer" (curiosamente la sociedad esclavista de Norteamérica
coincide en esta consideración pues llamaba "boys" a los esclavos).
Clarificador a estos efectos es un poema de Horacio en que habla de

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un paseo que había dado por el campo. A pesar de que lo acompaña
un esclavo, el poeta asegura que no hay nada tan grato como pasear
a solas. Evidentemente para Horacio un esclavo no era compañía, o
no lo era más de lo que podía serlo un perro.

El "pater familias" podía castigar incluso con la muerte la torpeza de


un esclavo. De todos modos esta medida era poco práctica -suponía
una pérdida económica- y cada vez estaba peor vista socialmente.

A pesar del razonable trato que recibían, algunos esclavos, incapaces


de adaptarse a la condición servil, terminaban huyendo o al menos lo
intentaban. Si eran atrapados, el dueño, a manera de castigo y
advertencia para próximos compradores, grababa a fuego en su
frente las letras "FUG" de "Fugitivus".

Algunos esclavos, en su empeño por ser libres, llegaron a organizarse


y a enfrentarse al ejército romano en las llamadas guerras serviles.
La más famosa de todas ellas fue encabezada por Espartaco en el
siglo I a.C.

3.- Libertos

Los libertos eran esclavos manumitidos, liberados por su amo (de ahí
el nombre). Era frecuente que el "pater familias" manumitiera,
concediera la libertad, a los esclavos más fieles y laboriosos, sobre
todo en su testamento.

Los esclavos que pasaban a ser libertos celebraban y anunciaban a


todos su nueva condición colocándose durante un tiempo un gorro
frigio, el píleo, que luego adoptaron los revolucionarios franceses para
simbolizar la adquisición de la libertad.

Jurídicamente los libertos, a pesar de ser libres, eran ciudadanos


incompletos ya que tenían derechos civiles (casarse con una romana,
...), pero no políticos. Sus hijos, en cambio, ya gozaban de la plena
ciudadanía.

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Todo liberto seguía ligado como cliente a la familia de su antiguo
amo.

4.- Clientes

Los clientes eran ciudadanos libres que habían establecido una


relación de apoyo y socorro mutuo con otros "pater familias" mejor
situados social y/o económicamente que ellos. Estos "pater familias"
recibían el nombre de patronos.

El cliente debía prestar los siguientes servicios al patrono:

Apoyo electoral e incluso militar.

Presentarle sus respetos todas las mañanas ("salutatio")

A cambio podía contar con la ayuda del patrono en los pleitos y en las
dificultades económicas. De hecho los que carecían de medios
recibían en la "salutatio" una cestita, la "sportula", con alimentos
para el día.

El vínculo patrono-cliente no es exclusivo de Roma. En la Hispania


prerromana existía algo parecido, la "devotio", en virtud de la cual
una persona se comprometía a defender con su propia vida a otra de
mayor prestigio. Si ésta moría violentamente, la otra debía morir
también.

5.- Los hijos

Los hijos, por oposición a los esclavos, son llamados a veces "liberi/-
orum", término que procede del adjetivo "liber/-era/-erum: libre". A
pesar del nombre, la situación jurídica de los hijos difiere poco de la

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de los esclavos ya que la "patria potestas" daba al "pater familias" un
enorme poder sobre ellos.

Este poder se sustanciaba en los siguientes derechos:

“Ius exponendi”, derecho a aceptar o no dentro de la familia al recién


nacido. Cuando un niño nacía era depositado por la comadrona en el
suelo. Si el padre aceptaba al hijo, lo recogía u ordenaba que fuera
amamantado; en caso contrario era abandonado en un vertedero o
junto a la columna Lactaria.

Las causas que llevaban a un padre a rechazar a un hijo eran muchas


(defectos físicos, dudas acerca de la paternidad, ...). Eso sí, era más
fácil que fuera expuesta una niña que un niño.

La exposición de un hijo no deseado era una práctica tan habitual en


Roma que ni las leyes consiguieron frenarla (desde Rómulo existía
una ley de dudosa eficacia que penaba con la confiscación de la mitad
del patrimonio el abandono de un varón o de una hembra, si ésta era
la primera hija).

"Ius vitae necisque", derecho a ordenar la muerte de cualquiera de


los hijos. Se trata de una medida extrema que el "pater familias"
tomaba generalmente tras consultar a un consejo de familiares y
para castigar una falta gravísima (comisión de delito contra el Estado
en caso del varón, relaciones ilícitas en caso de la hija).

" Ius vendendi", derecho a vender a los hijos como esclavos. Si el


niño vendido era manumitido por su amo, volvía a estar sometido a la
"patria potestas". El hijo sólo conseguía ser "suo iure" si era vendido
tres veces por el padre y manumitido otras tres por el amo. En el
caso de las hijas con una bastaba.

La existencia de estos derechos no implicaba que fueran ejercidos


indiscriminada o caprichosamente ni que la situación fuera la misma
en todo momento:

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Los dos últimos derechos no se ejercían ya a finales de la República.
Por eso despertó tanta indignación la actuación de Catilina, noble
romano que en el siglo I a.C. mató a su hijo de 12 años, fruto de un
matrimonio anterior, sin otro motivo que propiciar un futuro
matrimonio.

En época imperial por influencia del cristianismo todos estos derechos


terminaron desapareciendo.

6.- La esposa

La situación de la esposa estaba condicionada por el tipo de


matrimonio que la uniera a su marido. Existían dos clases:

* El más antiguo era el matrimonio "cum manu". En virtud de


este matrimonio el padre renunciaba a la patria potestad sobre su
hija para asumirla el esposo. La mujer estaba sometida a la autoridad
de su marido "filiae loco", i.e., a manera de una hija, por lo que su
esposo podía castigarla incluso con la muerte en caso de faltas graves
(infidelidad,...).

* El matrimonio "cum manu" fue sustituido a partir del siglo II a.C.


por el matrimonio "sine manu", en que el padre, a pesar del
matrimonio, conservaba la "patria potestas" sobre la hija. Esta
circunstancia daba cierta independencia a la mujer, y más cuando la
dote que aportaba al matrimonio era cuantiosa, ya que el marido
hacía lo posible para no contrariarla y no perderla con un divorcio.

El matrimonio "sine manu", del que poseemos más datos, se podía


disolver por iniciativa de cualquiera de los cónyuges (la esposa debía
consultar con sus padres). El trámite era muy simple y rápido.
Consistía en enviar a la pareja una nota con este mensaje: "Tuas res
tibi habeto".

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