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Jacques Paul Migne. El editor francés.

Por Francisco Arriaga (Gregorovivs)

“Un hombre, para ser completo, ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.” Esta frase
se atribuye comúnmente al poeta cubano José Martí, aunque por su factura, inmediatez y equilibrio,
es más factible que José Martí haya sido tan sólo el recopilador de un adagio perteneciente a la
sabiduría popular.
Posiblemente el abad francés alguna vez plantó un árbol, siquiera en sus días de seminarista. Lo de
tener descendencia carnal es harto improbable, y no porque tuviese problemas de índole
reproductiva, sino por el ritmo vertiginoso de trabajo que se impondría, y que le permitiría cumplir,
con creces, la parte del adagio tocante a escribir libros.

El maestro de escuela
Nacido el 25 de octubre de 1800 en Saint-Flour (Cantal), Francia,
Jacques Paul Migne tuvo una infancia y adolescencia muy acorde con la
tendencia de los jóvenes llamados a la vida eclesiástica: descubriría su
vocación sacerdotal hasta los 17 años, dándose a partir de entonces con
una dedicación ejemplar, a los estudios eclesiásticos, ‘para compensar
el tiempo perdido’. Cursó sus estudios de teología en Orléans, y al
mismo tiempo ejerció la docencia al encargarse del grupo de cuarto
grado, en el colegio de Châteaudun, de 1820 a 1824, año en el que
recibió las órdenes sacerdotales. Esos primeros años fueron difíciles,
enviado como párroco a Auxi, duró poco en este lugar, siendo
transferido a Puiseaux, para cubrir el retiro del abad Pannier que
contaba entonces 73 años. En ese tiempo se presentan cambios en la
dirección política de Francia: Migne, monarquista convencido, entra en
pugna con el pueblo, marcadamente republicano. Aun así, consta que
en los primeros años que pasó en Puiseaux Migne desarrolla gran
actividad, siendo ampliamente aceptado y estimado por la población,
resaltando sobre todo por su carácter enérgico y autoritario.
Aceptando de mala gana el nuevo régimen, es invitado a bendecir una
casa de descanso, mas como estuviera adornada con bandas tricolores
de la república, él indica que sólo aceptará adornos blancos,
monárquicos. Se rehúsa a llevar a cabo el rito, dejando plantados a
anfitriones e invitados, que emprenden camino hacia la parroquia, para
encontrarse con las puertas cerradas, que permanecieron así el resto
del día. Mientras tanto sus opiniones bien delineadas lo llevan a
escribir y publicar un libro, ‘De la liberté, par un prêtre’ [De la libertad,
por un sacerdote], que no tiene repercusiones inmediatas: su impresión
coincide con una epidemia de cólera que azota inclementemente a
Puiseaux y las comarcas vecinas. Migne organiza una procesión de
proporciones titánicas: veintitrés parroquias salen a las calles llevando
las reliquias de San Roque, protector contra la peste y las epidemias. Le
ofrecen una nueva urna para sus restos.
El éxito de la procesión, inolvidable y asombrosa, no hizo mella en sus
superiores: el obispo de la diócesis, monseñor Brunault de Beauregard,
le obliga a presentar su dimisión parroquial a causa del libro escrito y
publicado y en 1833 le ordena que se traslade a Paris. Su ministerio en
Puiseaux duró siete años.
En ese mismo año, el 3 de noviembre, funda su primer periódico,
L’Univers religieux que acortaría su nombre más tarde a L’Univers,
donde reafirmaba su fuerte espíritu de polémica y vastedad: la
intención de este periódico era la presentación neutral de diferentes
noticias, siempre salvaguardando la óptica católica. En pocas semanas
Migne logra hacerse de 1800 abonados: estamos ante el comienzo de
una carrera editorial increíble.

L’Imprimerie Catholique
L’Univers se publicó hasta 1836. Y durante sus tres años de vida, Migne
se dio a la tarea de meditar y planear cuidadosamente lo que serían sus
próximas empresas. La idea era bastante clara: editar y publicar para la
clerecía trabajos antiguos y también recientes relacionados con la
teología, que tuvieran precios módicos y grandes tirajes. Buscaba con
esto ganarse un lugar entre los estudiosos y hombres de ciencia de su
tiempo, y para tales efectos funda, en el suburbio de Petit-Montrouge,
una imprenta de grandes proporciones, que contaba con espacios
dedicados para sus distintos departamentos, y a la que bautizó con el
ambicioso, clarísimo y decidido nombre de Imprimerie Catholique.
Imprenta Católica.
Al poco tiempo de comenzar sus funciones, contaba con una nómina
superior a los trescientos trabajadores, a partir de entonces ya no
cejaría en su empeño y se daría a la edición e impresión de libros en
cantidades verdaderamente asombrosas, incluso para cualquier otra
imprenta de la época. En su momentos más gloriosos, la imprenta
podía arrojar tirajes de entre seis y ocho volúmenes por semana, cada
uno con varios cientos –e incluso miles- de ejemplares.
Sería en 1844 cuando Migne emprendería una de las mayores tareas
editoriales jamás vista: la edición e impresión del Patrologia Latina
Cursus Completus [Patrologia Latina, Curso Completo]. Su impresión
constó de dos series, aparecidas entre 1844 y 1855, teniendo al finalizar
la cantidad de 217 volúmenes. Este corpus incluye textos de los
escritores eclesiásticos desde el siglo II hasta el siglo XIII, que cierra el
papa Inocencio III. La sola elaboración de los índices de semejante
colección se efectuó entre los años 1862-1864, y constó de 4 volúmenes,
lo que situó la serie en los 221 volúmenes que posee actualmente.
No satisfecho con esto, arremetería la edición y publicación de otras
dos grandes series: la Patrologia Graeca Cursus Completus [Patrología
Griega, Curso completo] que tuvo una historia más accidentada que su
antecesora. Este corpus incluye textos de escritores eclesiásticos
griegos desde los primeros siglos de nuestra era hasta culminar con el
Concilio de Florencia, que se llevó a cabo entre 1438 y 1439.
La primera serie de la Patrología Griega constó de 81 volúmenes, que
no contenían textos griegos sino sólo traducciones al latín, y que
apareció entre 1856 y 1861. La segunda serie está formada de 161
volúmenes, y en esta se cuenta ya con el texto griego y su traducción
latina, viendo la luz entre 1857 y 1866. En el caso de la Patrología
Griega, la segunda serie ha sustituido rotundamente a la primera, y ha
quedado como referencia ampliamente aceptada.

Accurante J.-P. Migne


‘Presentado por J. P. Migne’, es la frase que aparece al pie en cada uno
de los volúmenes que conforman sus Patrologías. Y no sólo en ellas:
simultáneas a la publicación de su Opus Magnum, Migne se da tiempo
para imprimir grandes trabajos monográficos, enciclopedias de
distintos tipos y autores, así como las Opera Omnia de autores
eclesiásticos como Tomás de Aquino y Agustín de Hipona. La intención
de Migne es la creación de una verdadera Biblioteca Universal
Eclesiástica que constaría de unos dos mil volúmenes –según sus
cálculos-, y que incluyese todo el saber eclesiástico de su época. No
alcanzó a cumplir su cometido: de esta proyectada e inmensa Biblioteca
Eclesiástica alcanzó a imprimir un millar de títulos, los que circularon
ampliamente en distintos círculos, y pronto rebasaron la idea original
de estar dirigidos sólo a los hombres de la clerecía.
Los precios económicos aunados a los tirajes en grandes volúmenes
ayudaron muchísimo, aunque también, por las mismas razones, la
materia prima de que se echó mano resulta hoy día difícil de manejar.
El papel en que fue impresa la mayoría de la obra de Migne es papel de
calidad inferior, así como la tinta, que propiciaba pequeños
escurrimientos a lo largo de volúmenes enteros.
Por si esto fuera poco, ya en su tiempo Migne conoció los apuros de las
acusaciones de plagio y enredos con los derechos de autor: dispuesto a
publicar millares de artículos en sus distintos corpus latino y griegos,
indistintamente combinó en cada volumen las versiones y ediciones
más recientes al lado de versiones que ya eran prácticamente del
dominio público y podían ser libremente reimpresas según las leyes
francesas en boga, las cuales aseguraban derechos de autor por diez
años, y se extendieron hasta alcanzar el plazo de veinte años a partir de
la fecha de la muerte del autor.
Su gran mérito, con todo, radica en la lucidez y visión necesarias para
sacar adelante un proyecto de tales dimensiones: gracias a las ediciones
de Migne vieron la luz una lista interminable de autores, y artículos casi
olvidados y a punto de desaparecer fueron rescatados y ordenados
sistemáticamente; sus editores más sobresalientes como Dom Pitra,
editor en jefe de las patrologías, realizaron labores de conservación aún
hoy admirables.
Comisionado para realizar viajes ‘de descubrimiento’ a Italia y distintas
partes de Francia, Pitra consiguió modificar la política francesa en lo
tocante a la conservación de documentos importantes: habiendo
encontrado en un antiguo convento templario ciertas pinturas, se topó
en el arsenal de Metz con varios tantos de papel: eran manuscritos
confiscados a los conventos cartularios de Metz, Toul y Verdun, en
tiempo de la Revolución Francesa, con la finalidad de servir de
cartuchos y empaques. Inmediatamente escribió sendos
memorándums al Ministro de Instrucción Pública y al Ministro de la
Guerra, quienes en pocas semanas darían la orden de que todo
manuscrito que estuviese en poder de los militares fuese enviado a la
biblioteca de Metz. A su vez Pitra los trasladó a Estrasburgo, y su valor
histórico era tal que, por poner sólo un ejemplo, la ‘Llave de Melitón’,
que los estudiosos de entonces habían buscado sin éxito muchísimo
tiempo, se encontró entre ellos.

Incendie de l’imprimerie Migne


La revista bibliográfica Polybiblion, en su primer tomo y primer año,
publicada en 1868, da una reseña sombría y pesimista de esta tragedia.
El doce de febrero, un incendio que comenzó en los departamentos de
las prensas tipográficas se propagó a todo el edificio, arrasando con la
mayoría de enseres que allí estaban. Los valores del inmueble y la
utilería, talleres, tipografías, planchas, papel y demás, rondaban los
doce millones de francos. Era una verdadera fortuna, que las
compañías de seguros no quisieron cubrir, destinándole a Migne la
cifra de, según unos autores, seis, y según otros, siete millones de
francos. Se dice que sofocado el incendio, que duró toda una noche, de
los tipos móviles empleados en la impresión de las patrologías y demás
obras sólo se recogió una mole de plomo de más de seiscientos
kilogramos; las placas de impresión destruidas alcanzaron el número
increíble de 667,855.

« …Il est peu probable qu’il puisse songer à refaire tout ce que
l’incendie vient d’anéantir» [es poco probable que el pueda considerar
el rehacer lo que el incendio vino a destruir] comentó el anónimo autor
de la reseña publicada en Polybiblion. Más que la fuerza de voluntad, la
fortuna le fue adversa: la guerra entre Francia y Prusia de 1870 le
genera más pérdidas, y su vista merma considerablemente. Los últimos
años de su vida vemos al abad traficando con las intenciones de las
misas, y siendo amonestado seriamente por su obispo. Dichas
amonestaciones poco importan al empecinado editor: no ceja en su
empeño, lo que le vale la suspensión de su ministerio.
Irónicamente, el 25 de julio de 1874, un año antes de su deceso, se hace
público el decreto firmado por el papa Pío IX que condena el uso de los
estipendios de las misas en la compra de libros, citándose
expresamente al abad Migne y sus publicaciones: tan conocida era su
obra y su empresa que el mismo papa se vio obligado a tomar cartas en
el asunto. Prácticamente ciego, Migne muere sin haber alcanzado
nuevamente la prosperidad que viviese en sus primeros años, el 24 de
octubre de 1875.
Ante una vida y obra como la de Migne, incluso el redactor de la nota
de Polybiblion no puede menos que sentir admiración: «L’abbé Migne,
dit-on, n’est point découragé; [...] mais pour recommencer une
semblable entreprise, il faudrait à l’abbé Migne une seconde existence,
aussi longue que celle qu’il a faire preuve» [El abad Migne ha dicho que
de ninguna manera está desanimado, aunque para reiniciar semejante
empresa el abad Migne necesitaría una segunda vida tan larga como la
que ya ha vivido.]

Más aún: Migne vivió la vida del editor, del corrector de pruebas, del
escritor, del publicista… dejando no uno, sino un millar de hijos que
aún hoy día, no dejan de admirarnos.

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