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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Aquel día, cuyo recuerdo no se ha borrado ni podrá borrarse de la memoria de quienes lo vivieron,
fue extraordinario desde el principio hasta el fin.
La luna y las estrellas resolvieron prolongar sus funciones de vigilantes nocturnos hasta bien
avanzada la mañana para no perder ningún detalle del sensacional suceso. Y el sol que, a la manera
de un rubicundo polizonte alemán, venía paseándose por las calles de Bogotá, de seis á seis, desde
tiempos inmemoriales, decidió anticipar su salida del cuartel y postergar su regreso a este en
previsión de posibles desórdenes. Las nubes permanecieron arremolinadas todo el día sobre la casa
que iba a servir de teatro al acontecimiento y cuando se produjo derramaron lágrimas de felicidad.
Los cerros de Monserrate y Guadalupe, corresponsales de la cordillera de los Andes, se empinaron
sobre el Paseo Bolívar para observar mejor y transmitir al Continente, con mayor exactitud, las
incidencias del acto. Y el río San Francisco, que aún no había sido sepultado en la bóveda de la
Avenida Jiménez de Quesada, disminuyó la velocidad de su corriente para apreciar con más
detenimiento todos los pormenores del hecho, pues quería referirlos fielmente a los otros ríos del
país que, a su vez, se en cargarían de llevar la noticia a los mares del mundo.
De estos increíbles fenómenos fueron testigos todos los bogotanos. Varios abogados, algunos
políticos y periodistas y numerosas mujeres y niños, es decir, personas dignas de la más absoluta
credibilidad, declararon haberlos visto. Los historiadores, ante la insospechable veracidad de esos
testimonios, optaron por incorporarlos a las crónicas de la ciudad. Y ni el más enconado enemigo
del doctor Arzayús ni el más escéptico de sus conciudadanos se atreve hoy a negar los actos contra
natura ejecutados para satisfacer su curiosidad y contribuir al esplendor del espectáculo por el sol, la
luna y las estrellas, las nubes, los cerros y el río en aquel día inolvidable.
Los prodigios no pararon ahí. La tensa expectativa del acontecimiento paralizó todas las
actividades lo que determinó la ocurrencia de una serie de hechos negativos que los fanáticos
partidarios del sector Arzayús interpretaron como otros tantos milagros. Así, por ejemplo, en esas
veinticuatro horas nadie dijo una mentira. De la boca de ningún bogotano salieron las consabidas
fórmulas: “¡Mucho gusto de verte”’, “¡Dichosos los ojos que te ven!”, “¡Estoy muerto de la pena
contigo!” y “Por allá te caigo sin falta!” Ningún paciente murió a manos de su médico y ninguna
viuda quedó en la ruina por obra de su abogado. Ningún ciudadano inocente fue condenado y
ningún malhechor absuelto por la justicia.
Aunque posteriormente se comprobó que las inexplicables omisiones de médicos, abogados
y jueces habían obedecido al hecho de que en ese día los hospitales no habían abierto sus puertas y
los Juzgados habían cerrados las suyas, los apasionados admiradores del doctor Arzayús sostienen
todavía que aquellas fueron señales de lo alto. Algunos, los menos intransigentes, aceptan como
cosas lógicamente posibles aunque extrañas que nadie hubiera sido asesinado científicamente, que
ninguna viuda hubiera sido legalmente despojada de sus bienes y que no se hubiera administrado
justicia en la forma tradicional. Pero afirman que la circunstancia inverosímil de que los bogotanos
se hubieran abstenido de decirse mentiras unos a otros durante veinticuatro horas, es un imposible
metafísico, uno de aquellos hechos sobrenaturales que suelen anteceder a los grandes
acontecimientos históricos.
La ciudad fue prematuramente despertada por un intenso repicar de campañas. Según lo
acordado en la mesa redonda de sacristanes realizada el día anterior en el Palacio Arzobispal, el
sacro-romano escándalo con que la Iglesia anunciaría el suceso comenzaría en la Catedral,
continuaría en la Capilla del Sagrario, seguiría en San Ignacio, se extendería después a Santa Clara,
se prolongaría a La Concepción y terminaría en San Francisco.
A las cinco en punto de la mañana el sacristán de la Catedral, quien había pernoctado en el
campanario como de costumbre, comenzó a halar las cuerdas con vigoroso entusiasmo y con no
menor brío empezó a hacer lo propio el de la Capilla del Sagrario, a quien replicó, inmediata y
enérgicamente el de San Ignacio. A las cinco y diez minutos las campanas de Santa Clara, La
Concepción y San Francisco pregonaban con metálicos ayes el inmisericorde castigo a que estaban
siendo sometidas.

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Simultáneamente los barrios de Egipto, Belén, San Cristóbal, Las Cruces, San Agustín, Santa
Bárbara, San Victorino, Las Aguas y Las Nieves se trabaron en una estruendosa batalla con los
centenares de cohetes, directamente importados de Pacho y generosamente repartidos dos días antes
a los Presidentes de los respectivos Comités por el Directorio Municipal del partido y que,
disparados desde los cuatro puntos cardinales, convergían sobre el escenario del acontecimiento
formando una pirámide de fuego.
En acatamiento a lo dispuesto por la Resolución número 67, unánimemente aprobada por la
Junta Protectora de Animales, de la que el doctor Arzayús era Presidente Honorario, todos los seres
irracionales residentes en la ciudad: perros, gatos, caballos, burros y gallinas, aullaron, maullaron,
relincharon, rebuznaron y cacarearon al unísono durante media hora para asociarse al alborozo
colectivo.
Los seres aparentemente racionales: revendedoras de la Plaza Grande, “aguadoras” del Chorro
de Padilla, “cargueros” de la Plazuela de Las Nieves, limpiabotas del Par-que de Santander y
aurigas de la Estación de la Sabana, abandonaron sus “puestos”, múcuras, parihuelas, cajones y
coches, respectivamente, se apostaron en lugares adyacentes a la casa convertida ese día en centro
de la atención ciudadana y cumplieron el juramento de no injuriar, herir ni matar a nadie, “para que
todo saliera bien”. Y este fue otro de los hechos portentosos de aquel día, elevado a la categoría de
milagro por los áulicos del doctor Arzayús.
Los tres poderes del Estado no podían estar ausentes del glorioso episodio. El señor Presidente
de la República, Íntimo amigo y compadre del doctor Arzayús, envió a la casa de este a los
Ministros de Relaciones Exteriores y de Instrucción Pública para que siguieren de cerca el curso de
los acontecimientos y lo tuvieran informado. El Honorable Senado de la República y fas demás
corporaciones legislativas y judiciales que, suministrando una explicación no pedida anteponen ese
calificativo a sus nombres, designaron comisiones con idéntico objeto. El Ministro de Guerra
ordenó que inmediatamente después de que se produjera el hecho tan ansiosamente esperado fueran
disparados veintiún cañonazos y bandas militares recorrieron la ciudad desde los cuarteles de San
Agustín hasta San Diego.
A las ocho de la mañana los peones de la hacienda “El Eucalipto”, de propiedad del doctor
Arzayús, hicieron su entrada por la Avenida Colón al galope tendido de sus caballos. Lanzando al
aire sus corroscas y dando alaridos de júbilo avanzaron hasta la Segunda Calle de Florián y se
situaron frente a la casa de su patrón. Allí estaban ya reunidos los empleados y obreros de la
“Compañía Interamericana de Tabaco” y de la “Cervecería Baviera” también pertenecientes a aquel.
Los amigos y copartidarios del gran hombre, sus empleados, obreros y peones y los
indefectibles curiosos formaban a las nueve de la mañana una inmensa muchedumbre que cubría las
tres Calles de Florián y buena parte de la Plaza de Bolívar. La heterogeneidad de las prendas
indicaba que allí estaban representadas todas las clases sociales pues se veían cubiletes y sombreros
de jipijapa, medias calabazas y cachuchas, sacolevas y ruanas, trajes de paño inglés y de manta,
zapatos italianos y alpargatas boyacenses.
Una creciente ansiedad se reflejaba en todos los rostros. Unos preguntaban a otros: “¿Ya?” Y
los interrogados respondían: “Todavía no pero ya casi”. La pólvora seguía estallando
intermitentemente y el frenético alboroto de las campanas habla languidecido por culpa del
cansancio de los sacristanes. La luna y las estrellas continuaban impávidas en sus puestos de
observación. El sol ante la inminencia del suceso permanecía inmóvil sobre la casa del doctor
Arzayús para evitar que pudiera escapársele algo de lo que ocurría dentro. Los cerros de Monserrate
y Guadalupe, a fuerza de empinarse, habían alcanzado la altura del Soratá y el Aconcagua y
proseguían transmitiendo a toda América, en cadena de montañas, los detalles del histórico acto. El
paso del río San Francisco era tan lento que muchas personas creyeron firmemente que sus aguas se
habían congelado como por arte de encantamiento.
La paciencia de la gente se había agotado totalmente a las doce del día. La espera en realidad
no había sido de varias horas sino de muchas semanas, ya que “El Incondicional”, el más
importante periódico de la época, había dado la primicia nueve meses antes: “Tenemos el agrado de
informar a nuestros lectores que la señora Catalina Seispalacios de Arzayús, esclarecida dama de la
alta sociedad bogotana, esposa del eminente político, industrial, ganadero y abogado doctor
Clímaco Arzayús, ex-Ministro de Estado, varias veces candidato a la Presidencia y actual Senador

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

de la República, ha quedado encinta nuevamente. Formulamos los más sinceros votos por que el
embarazo evolucione y culmine felizmente y presentamos nuestras respetuosas congratulaciones a
esta ilustre pareja que trabaja día y noche por el engrandecimiento del país”.
Por fin, a la una de la tarde, cuando ya la multitud comenzaba a perder la esperanza de que el
acontecimiento se produjera, aparecieron dos hombres en el balcón de la casa.
El uno en mangas de camisa, jadeante, despeinado, sudoroso, con un fonendoscopio colgado
al cuello, era el doctor Nacianceno Terán, médico obstetra como su nombre y aspecto indicaban.
El otro, sonriente, eufórico, con aire de triunfo, era Aristóbulo Aldana (Aldanita), muy
popular en la ciudad por las múltiples actividades que ejecutaba al servicio del doctor Arzayús, ya
que era su secretario y su teniente político, su ayuda de cámara y su guardaespaldas; actuaba como
espía suyo en las empresas de su propiedad y como oficial de enlace entre el conspicuo estadista y
las damas que este se dignaba abrumar con el peso de su prestigio.
La muchedumbre enmudeció. El doctor Nacianceno Terán, con voz entrecortada por la
fatiga, dijo apenas:
¡Fue un varón! pesó ocho libras. . . El y la señora Catalina se encuentran en perfectas
condiciones. . . Todo, a Dios gracias, salió bien.
La emoción tanto tiempo contenida se desbordó. Un clamor formidable subió hasta el cielo.
El mismo que en las monarquías sucede al anuncio de que ha nacido el heredero del trono.
Alguien gritó: “¡Viva el futuro Presidente de la República!”. “¡Vivaa!”, replicó la multitud
enloquecida de alegría. “¡Que vivan sus padres!”, gritó otro. “Sí, que vivan el doctor Arzayús y
su dignísima esposa muchos años!” “¡Viva nuestro glorioso partido!” La banda del Batallón
Ayacucho comenzó a tocar el Himno Nacional, mientras los cañones disparados desde el Parque
de los Mártires divulgaban la buena nueva. Fue entonces cuando una pertinaz llovizna empezó a
caer sobre la ciudad. Era las lágrimas de felicidad que derramaban las nubes,
Aldanita, como su amo lo llamaba entre paternal y despectivamente, hizo señas a la
multitud para que guardara silencio y, apoyado en la baranda del balcón, dijo con ese in-
confundible acento de la barriada bogotana que inmortalizó Jorge Eliécer Gaitán:
Señores: “Vox populi, vox Dei”. Y como aquí somos pocos los que hablamos latín y
griego, a pesar de ser todos hijos de la Atenas Suramericana, voy a traducir la frase que acabo de
pronunciar: “Voz del pueblo, voz de Dios”. Hace un momento Dios habló por la boca de la
persona que gritó: “ Viva el futuro Presidente de la República!” (Grandes aplausos) Sí, señores!
El niño nacido hace diez minutos está llamado a conducir los destinos del país. Estoy seguro de
que él poseerá la inteligencia prodigiosa y la cultura ecuménica, el patriotismo ardiente y la ho-
nestidad insobornable, la bondad extraordinaria y la simpatía avasalladora de su eximio
progenitor, quien no contento con los invaluables servicios que le ha prestado a la nación a lo
largo de su meritísima existencia, ha engendrado otro estadista que con el tiempo será todo lo que
él ha sido y es: apóstol de la democracia , abanderado de la libertad y adalid de la justicia!
(atronadores gritos de aprobación)
Quiero finalmente, asumiendo la vocería de todos ustedes, suplicar al doctor Clímaco Arzayús
que le permita gozar al pueblo el privilegio de su presencia y rogarle que vierta sobre él la miel de
su palabra. .
El doctor Arzayús que, según lo convenido, solo esperaba la invitación de Aldanita, apareció
en el balcón.
El entusiasmo de la multitud se convirtió en delirio. Las gentes gritaban, gesticulaban,
manoteaban, pataleaban, se retorcían convulsivamente, como si hubieran sido víctimas de un ataque
de epilepsia colectivo. .
El prohombre era de mediana estatura, ligeramente obeso y revelaba cincuenta años. La
calvicie, la nariz y los grandes bigotes recordaban a don Emilio Castelar. El rostro era rojizo y las
manos muy blancas y cubiertas de vello. Grave, solemne, majestuoso. La conciencia de su misión
histórica, la certeza que abrigaba de ser un representante directo de la Divina Providencia en la
tierra, la seguridad de que había sido nombrado depositario de la sabiduría y secuestre de todas las

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virtudes humanas, el aplastante peso de su responsabilidad con la patria y las demás naciones del
mundo, el halo de gloria que lo envolvía permanentemente, lo habían convertido en una estatua
ambulante. La voz, capaz de subir hasta la cima del Everest o de bajar hasta el fondo del mar, tenía
la misma medrosa resonancia que tuvo la de Jehová en el Monte Sinaí.
Tendió las manos abiertas sobre la muchedumbre y, como por arte de magia, todas las bocas
se cerraron y todas las manos se dejaron de aplaudir. Se caló los anteojos, sacó del bolsillo un papel
que minutos antes le habla entregado Aldanita, lo desdobló lentamente y leyó:
¡Gracias, amigos míos! Realmente hoy no ha dado a luz una mujer; ¡ha parido un pueblo!
Julián Arzayús, que así va a llamarse el niño que acaba de nacer, más que de mi esposa y mío es
hijo vuestro, de las gentes humildes que riegan con su sudor los surcos y los talleres de la patria. . .!
Este no es un discurso demagógico. Pero ante la magnitud del homenaje que me ofrecéis yo
renuncio a mi paternidad y declaro solemnemente: ¡Julián es un hijo de la democracia y a ella
pertenece! Si vosotros estáis decididos a ceñirle la banda presidencial, estoy seguro de que no la
rehusará, porque los hombres de mi estirpe no rehúyen los deberes ni esquivan los peligros ni
eluden los sacrificios. Yo he sobrellevado estoicamente todas las cargas que la República ha
colocado sobre mis hombros. Exponiendo mi salud y mi tranquilidad, he contribuido al
afianzamiento de la paz, a la preservación del orden jurídico, a la consolidación de las instituciones
republicanas y democráticas, al imperio de la justicia social y al progreso del país. Mi hijo, quiero
decir el vuestro, no será inferior a la confianza que habéis depositado en mí ni a la que vais a
depositar en él. En su nombre, ya que él aún no puede hacerlo, acepto la candidatura que acabáis de
proclamar. . .! (Una ensordecedora ovación le impidió terminar)
El inmenso gentío empezó a disolverse agitando pañuelos blancos, En todas las caras había
signos de hambre, de sed y de fatiga, pero todas proclamaban también el patriótico orgullo de haber
asistido a uno de los momentos estelares de la nacionalidad.
Arzayús, el médico Terán y Aldanita, se retiraron del balcón porque alguien anunció que el
señor Presidente de la República acompañado por su gabinete, numerosos Senadores y Re-
presentantes, el Ilustrísimo Señor Arzobispo y el Venerable Capítulo Metropolitano, los miembros
de la Corte Suprema de Justicia y el Estado Mayor del Ejército había salido del Palacio de San
Carlos y se dirigía a conocer a su futuro colega.
A las cinco de la tarde las Cámaras reunidas en sesión extraordinaria declararon aquel día
fausto para la República y el Concejo Municipal dispuso que una comisión de su seno pusiera en
manos del recién nacido las Llaves de Oro de la ciudad para que le sirvieran de sonajera.
Las tres clases sociales que habían esperado reunidas el acontecimiento se separaron para
festejarlo aisladamente. Los comerciante de la Calle Real, los hacendados de la Sabana y los
banqueros se trasladaron al Loocky y al Sun Club; los empleados públicos y privados y otras gentes
de medio pelo a las tiendas de Las Aguas, Santa Bárbara y San Agustín; y los siervos de la gleba o
la “guacherna” como se decía entonces a las chicherías de Las Cruces, Egipto y el Paseo Bolívar.
Y con millones de metros cúbicos de “Brandy Valenzuela”, “Pola” y chicha brindaron esa
noche los bogotanos por la salud del futuro Presidente que apenas medía treinta y cinco centímetros
de largo.
Clímaco Arzayús era en ese momento un hombre omnipotente. Tenía en sus manos las
palancas del poder político y social.
El Presidente y los Ministros eran instrumentos suyos; el congreso acataba sus órdenes y las
sentencias dictadas por Magistrados y Jueces debían ser previamente aprobadas por él.
Dueño de las dos principales fuentes del vicio nacional: la “Cervecería Baviera” y la
“Compañía Interamericana de Tabaco”; de la hacienda “El Eucalipto”, en Serrezuela, con-una
extensión de tres mil quinientas hectáreas; del hato “Horizonte”, en los Llanos Orientales, con ocho
mil cabezas de ganado y de diecisiete valiosas casas en Bogotá, su fortuna era calculada en la
exorbitante suma de doscientos millones de pesos.
Descendiente de una linajuda familia, casado con una dama de elevada alcurnia, Presidente
del Loocky Club y miembro de la Junta Directiva, del Sun, era el caballero más prestante de la
aristocracia bogotana.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Sobre el origen de su fortuna circulaban diversas leyendas que, según el prominente


personaje, eran otras tantas calumnias de sus enemigos.
Decían unos que, aprovechando las guerras civiles de 1885, 1895 y 1899 y los altos cargos
oficiales que había desempeñado por entonces, se había apoderado de los bienes raíces y
semovientes de muchos enemigos políticos.
Otros afirmaban que habiendo sido comisionado por el gobierno para comprar cañones,
naturalmente nuevos, de 95 milímetros, en Alemania, los había comprado viejos y de 75, con lo que
había obtenido una ganancia de quince millones.
Aseveraban unos que en la negociación de un tratado de límites había cedido a un país vecino
100.000 kilómetros cuadrados del territorio nacional a cambio de diez millones de pesos.
Y otros aseguraban que su inmenso capital había sido hecho jugando a la Bolsa con la
asesoría de cierto Ministro de Hacienda, quien diariamente le informaba qué Decretos en materia
económica iba a dictar el gobierno a fin de que procediera a comprar o vender determinadas
acciones.
Como “de la calumnia algo queda”, a Arzayús le habían quedado los bienes descritos
anteriormente.
Se ufanaba de ser nieto de don Francisco José Arzayús, mártir de la independencia,
condenado a muerte por los españoles en 1816, después de que se le probó que había prestado
dinero a los patriotas al 30% para que adquirieran armas. El mártir aceptó su condición de usurero,
pero rechazó cualquier vinculación suya con “los bandidos revolucionarios enemigos de Dios y de
nuestro amado Rey Femando Vil”. Sin embargo fue fusilado aparentemente.
El ilustre nieto decía con frecuencia: “Yo quiero vivir como mi abuelo, ascéticamente
desprendido de las cosas materiales, con el cerebro y el corazón puestos al servicio de la patria y
morir por ella, como él murió, sin proferir una palabra, sin exhalar un suspiro, sin contraer un
músculo.
Efectivamente cuando don Francisco José Arzayús fue conducido al patíbulo y atado a un
taburete, permaneció absolutamente inmóvil y con los ojos desmesuradamente abiertos; ninguna
palabra se escapó de sus labios, ningún suspiro de su pecho y ninguno de sus músculos se contrajo.
Como se le preguntara si quería ser vendado guardó un altivo silencio. Posteriormente se comprobó
que la heroica inercia y el sublime mutismo del mártir habían obedecido al hecho de que un infarto
producido por el terror le había paralizado el corazón. Las balas disparadas por el pelotón de
fusilamiento agujerearon simplemente su cadáver.
Clímaco Arzayús tenía sobradas razones para creer que era el ombligo del mundo. Que los
hombres habían sido hechos para su servicio y las mujeres para su satisfacción. Que Dios mandaba
en el cielo y él en la tierra. “No comulgo —solía decir— porque no me gusta comerme a mis
semejantes. Eso se queda para los antropófagos”.
Cada vez que regresaba de Europa refería a sus amigos sin inmutarse que había sido huésped
de Poncho en Madrid; de Memo en Berlín y de Colacho en San Petersburgo. (Poncho era Alfonso
XIII de España; Memo: Guillermo II de Alemania y Colacho: Nicolás II de Rusia).
Las condecoraciones tenían para él una fascinación irresistible. Tan pronto como llegaba a Bogotá
el representante de un país americano, europeo o asiático, lo visitaba, le enviaba presentes, escribía
notas ditirámbicas en su honor, lo invitaba a Monserrate, el Salto de Tequendama y las Salinas de
Zipaquirá, lo atracaba de comidas y bebidas hasta que el diplomático, al borde de la apoplejía y del
alcoholismo, suplicaba a su gobierno que otorgara a su implacable anfitrión la Gran Cruz de
Esculapio III o el Gran Collar de San Roque y su Perra. Por este sistema había logrado coleccionar
tal número de condecoraciones que, en las grandes solemnidades, se colocaba ochenta y siete en el
pecho, una placa de oro con la leyenda: “Continúan a la vuelta” y treinta y dos en la espalda.
Poseía una biblioteca formada por siete mil ochocientos cuarenta y cinco volúmenes... vírgenes,
como que no había leído ninguno. Y doscientos setenta y tres títulos, diplomas y menciones de
honor conferidos por las Academias y Sociedades Científicas de veintinueve países y obtenidos
mediante procedimientos análogos a los utilizados en la consecución de las condecoraciones.

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Aunque el idioma nunca fue su lado flaco, la Academia de la Lengua se había enaltecido a sí
misma recibiéndolo en su seno. Y aunque en su desdén por la historia había llegado hasta desfigurar
la de su propio abuelo, la respectiva Academia había consolidado su autoridad haciéndolo miembro
suyo.
Sus compañeros de estudio en París sabían muy bien que su título de abogado había
significado la rendición incondicional de los profesores ante el bombardeo de licores y viandas a
que los había sometido durante los cinco años de la carrera. Y comentaban socarronamente:
“¡Arzayús no es abogado de La Sorbona sino de La Soborna!”.
Ejercía la profesión a su manera. El no iba a la justicia; la justicia debía llegar humildemente
hasta él. Citaba en su casa al Juez que tenía a su cargo el valioso pleito en que era apoderado y
después de hacerle entrega de un memorial le decía imperativamente:
—Tiene usted un plazo de veinticuatro horas para resolverlo en la forma solicitada por mí.
¡Puede retirarse!
El lacónico memorial rezaba así: “Pido a usted que revoque su auto de ayer. No necesito
aducir los argumentos en que apoyo mi solicitud. Un hombre de mi posición intelectual y moral,
rodeado por el respeto de la nación entera, no puede pedir cosas ilógicas ni injustas. Esa sola razón
debe ser suficiente para usted, pero si no lo fuere me permito recordarle que de mi depende su
permanencia en el empleo que desempeña actualmente”.
El Juez, veintitrés horas antes de que expirara el ultimátum revocaba su auto diciendo:
“Este Despacho comparte y acoge los incontrovertibles argumentos esgrimidos, con su
habitual pericia, por el ilustre abogado peticionario, honra y prez del foro nacional, que resumen el
pensamiento de los tratadistas alemanes, franceses e italianos y sintetizan el criterio constantemente
sostenido por la Honorable Corte Suprema de Justicia”.
Y “El Incondicional”, al día siguiente, publicaba la noticia en primera página y a grandes
titulares: “Brillante triunfo jurídico del doctor Arzayús”.
Sus ideas en materia política y social fueron recogidas a su muerte por el gobierno nacional en
un libro titulado: “Soluciones del doctor Arzayús a los problemas del mundo”, mucho más denso y
enjundioso que El Capital, según un crítico amigo suyo. He aquí algunas de esas ideas:
“La humanidad se divide en trabajadores y hombres de trabajo. Los trabajadores son los que
trabajan y los hombres de trabajo son los que no trabajan y viven del trabajo de los trabajadores.
“Está científicamente demostrado que el rendimiento de un empleado u obrero es
directamente proporcional al grado de hambre que tenga en un momento determinado. Las
pirámides de Egipto no fueron construidas por gastrónomos satisfechos sino por esclavos
desnutridos. Por tanto los aumentos de salario son inconvenientes pues disminuyen la capacidad de
trabajo de quienes lo reciben.
“Educar es corromper. Los campesinos analfabetos viven en el santo temor de Dios, cumplen
las leyes y respetan las instituciones republicanas y democráticas. Pero aprenden a leer y se vuelven
comunistas.
“Mientras la gente crea que todo lo que le falta aquí abajo le va a sobrar allá arriba, el orden
jurídico y la paz social están asegurados.
“Bolívar y su pandilla de agitadores comunistas cometieron la estupidez de abrir la jaula de
las fieras para que todos los creadores de riqueza y los hombres de bien, españoles y criollos, fueran
devorados. El último buen gobierno que hubo en este país fue el de Sámano!”
Por espacio de veinte años había honrado con su presencia e iluminado con sus luces al
Senado de la República. No hablaba nunca. Pero ninguno de sus colegas llegaba al recinto antes ni
se retiraba después; ninguno seguía con más inteligente atención el curso de los debates; ninguno
miraba más expresivamente ni hacía gestos más significativos; ninguno era más elocuente en los
ademanes; ninguno se reja en forma más diciente; ninguno, en fin, tosía tan sugestivamente como
él.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Los Senadores José Matías Burbano, de Nariño, y Juancho Pumarejo, del Atlántico,
componían la comisión designada para interpretar sus movimientos y actitudes. Después de obser-
varlo detenida y minuciosamente informaban: “El doctor Arzayús es partidario del proyecto. Por
tanto debe ser aprobado”. O: “El doctor Arzayús considera inconveniente la proposición que se
discute. En consecuencia debe ser negada”.
Así era el insigne hombre público. El privado apenas se distinguía de los simples mortales en
que trabajaba menos pero comía, bebía, fornicaba y dormía más y mejor que ellos.
Se había casado diecisiete años antes con Catalina Seis- palacios, la mujer más agria,
desapacible y antipática que haya pisado el suelo y respirado el aire de Bogotá en los últimos cua-
trocientos treinta y cinco años. (La ciudad fue fundada en 1538 y este relato está siendo escrito en
1973)
Descendía, según ella, de la más rancia nobleza española. En la puerta del Palacio Arzayús,
como los bogotanos llamaban la mansión del todopoderoso personaje, podía verse — tallado en
piedra— el escudo de armas de los Seispalacios, donde figuraban otras tantas torres custodiadas por
sendos leones rampantes.
La verdad sobre el origen del sonoro apellido había sido divulgada por un enemigo político de
Arzayús en un folleto titulado; “De cómo un Palacio se convierte en seis”, que circuló
profusamente.
Refería el folleto que a mediados del siglo XVI había venido al Nuevo Reino de Granada, con
don Rodrigo de Bastidas un labriego asturiano llamado Sancho Palacio, evadido de la Cárcel de
Oviedo donde purgaba pena de cadena perpetua por haber asesinado a su propio padre con el fin de
robarlo.
Su equipaje, al llegar, lo formaban sus negros antecedentes y algunas enfermedades venéreas.
La codicia y la crueldad de que había dado muestras para apoderarse del oro y las esmeraldas de los
indios eran inenarrables. Ya rico y amancebado con la indígena Prudencia Chivatá, había sentado
plaza de comerciante en Santa Fe. En el año de 1652 un nieto de este por parecerle más elegante
había resuelto apellidarse Trespalacios y noventa años después un tataranieto de Don Sancho el
Conquistador, como lo llamaban ya los historiadores, considerando que tres eran pocos había
agregado al apellido tres palacios mas.
Catalina la Grande, nombre que le daban las gentes aludiendo a su grandeza puramente física
pues medía 1.90 centímetros, era enjuta como debe serlo toda mujer que pertenezca al gran mundo
social ya que la obesidad y la nobleza son incompatibles. Su rostro ostentaba una palidez cortesana
que, según decían las malas lenguas, la había comprado en París por veinte mil francos a una
Duquesa arruinada. Sus ojos exorbites lanzaban llamaradas de orgullo. La nariz, larguísima y
afilada, se parecía al pico de una garza de Luisiana. La boca era una hendidura horizontal. Nadie
supo nunca si tenía dientes porque jamás se rio.
Autoconvencida de que sus títulos nobiliarios eran verdaderos y persuadida de que todos los
que presentaba su marido a la admiración del país eran falsos, lo miraba con un profundo desprecio.
Entre ellos nunca hubo amor. Su noviazgo fue, como todos, un engaño mutuo. Ambos jugaron con
cartas marcadas. Ella creyó haberse casado con un gran hombre y él con una gran dama pero pronto
vino la decepción reciproca.
Aunque aparentemente juntos vivían separados. Sus contactos podían contarse por el número
de sus hijos que eran tres: Victoria Eugenia, Claudia Fernanda y ahora Julián. En diecisiete años
habían estado unidos en tres ocasiones y, en cada una de ellas, por el tiempo estrictamente necesario
para cumplir la más importante de las funciones del matrimonio.
El, sin autoridad moral para condenarla, absolvió a la seudo-aristócrata; ella jamás perdonó al
falso genio. Le repugnaban sus trucos, su poder de simulación, su capacidad histriónica. La
enfurecía pensar que durante toda la vida tendría que desempeñar un destacado papel en el sainete
montado para explotar a un pueblo. La avergonzaba sentirse cómplice y encubridora de una estafa.
La atormentaba la idea de que el tinglado de la farsa pudiera desplomarse un día sobre ella y sus
hijos inocentes. Entonces el desprecio se convertía en odio.
Clímaco Arzayús, por cobardía o por complejo de culpa representaba en su casa la comedia de

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la humildad. Al entrar colgaba en el ropero su arrogancia, sus humos de estadista, sus ínfulas de
jurisconsulto, su suficiencia de parlamentario, su aire solemne de ministro plenipotenciario y
enviado extraordinario del Padre Eterno en misión especial.
La metamorfosis era desconcertante. El hombre se salía de su estatua como un cruzado de su
armadura. El semidiós se trocaba en un pobre diablo: mediocre, pusilánime, contemporizador. Y
Catalina la Grande, dueña del campo, ejercía entonces un matriarcado despótico y cruel. Como si se
propusiera vengar a los engañados y los oprimidos, a todas las víctimas de la soberbia y la ambición
del impostor.
El Palacio Arzayús fue por su tamaño y elegancia y por la excelsa calidad de sus dueños la
casa más importante de la ciudad, en los últimos años del Siglo XIX y los primeros del XX.
“Aunque ustedes no lo crean fue hecha aquí”, le decían orgullosamente los bogotanos a los pocos
turistas extranjeros que acertaban a pasar por la Segunda Calle de Florián, en cuyo costado
occidental quedaba ubicada. Y realmente parecía que hubiera sido hecha en Europa, como todo lo
que contenía: el piano de cola y los finísimos muebles, las arañas y los grandes espejos, las vajillas
y los tapetes. En uno solo de sus grandes salones podían bailar vals sin tropezarse trescientas parejas
y en el comedor sentarse doscientas personas. Las gentes que venían de provincia se detenían
arrobadas ante su fachada del más puro estilo francés, como lo hacían pocos días después frente al
Salto de Tequendama.
Si se piensa que Bogotá en esa época era un villorio que media veinticinco cuadras de largo
por quince de ancho, en las que se alineaban dos millares de modestas casas habitadas por otras
tantas familias paupérrimas, no repuestas aún del cataclismo que había significado para ellas la
última guerra civil, el nombre de “Palacio” que la gente daba a la casa del gran hombre no era una
hipérbole tropical sino una justa definición.
Por sus anchos corredores, sus enormes patios y sus cuarenta y siete habitaciones desfiló ese
día toda la ciudad. La clase dirigente y la dirigida. Los amos y los siervos. El señor presidente de la
República y “Cuchuco”, pintoresco poeta popular ataviado con sombrero de jipa, ruana y alpargatas.
La primera dama de la nación y “La Chiravera”, una mendiga ingeniosamente procaz. El señor
Ministro de Su Majestad Británica y “Pomponio", un loco graciosísimo cuyos improperios escanda-
lizaban a un arriero. Los miembros del gabinete ejecutivo y los postillones del tranvía de muías. El
ilustrísimo señor Arzobispo y el Venerable Capítulo Metropolitano y los herederos de los
constituyentes de Rionegro, masones de grado 33. Los empleados nacionales, departamentales y
municipales y los albañiles, carpinteros y zapateros de todos los barrios.
Cuando a las diez de la noche se retiraron los últimos visitantes, Clímaco Arzayús estaba
extenuado. Sentía un dolor intenso en las zonas anatómicas más castigadas por la furiosa idolatría
de sus conciudadanos. Habla recibido, según cálculo de la Oficina de Estadística, diecisiete mil
apretones de mano veinticuatro mil abrazos y cuarenta y seis mil palmadas en k espalda. La sed lo
devoraba pues había tenido que referir a mi llares de personas, por separado, todo el proceso del
histórico embarazo desde la concepción hasta el parto.
Subió pausadamente la escalera y recorrió el largo pasillo alfombrado, de cuyas paredes
pendían decenas de fotografías —o trucos fotográficos de acuerdo con la versión de sus ene-
migos— en las que aparecía al lado del Emperador Francisco José, Eduardo VII, Víctor Manuel III,
Teodoro Roosevelt y Porfirio Díaz. Se detuvo indeciso frente a la alcoba de su esposa. Pasados
algunos minutos sacó fuerzas de flaqueza, se persignó y empujó suavemente la puerta.
Catalina Seispalacios se incorporó en su lecho como una leona herida y lanzó sobre Arzayús
una mirada capaz de fulminar a un individuo menos importante. Arzayús, haciendo un esfuerzo
sobrehumano por dominar el terror que lo paralizaba, avanzó algunos pasos. Asoció su situación a
la de los domadores y buscó instintivamente una silla y un látigo para defenderse de la inminente
acometida de la fiera. Que, por fortuna fue puramente verbal:
—Terminó el espectáculo?! ¡Porque esto no fue un parto sino una corrida de toros. ..!
¡Pólvora! ¡Música! ¡Gritos! ¡Sangre! ¡Naturalmente yo puse la sangre y usted recibió los aplausos,
la oreja y el rabo...! ¡Farsante! ¡Canalla! ¡Mis felicitaciones para usted y el alcahuete de Aldana por
el éxito de la fiesta!
¿Puedo saber a qué ha venido a mi alcoba? ¿Necesita ahora un Vicepresidente?

9
El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Pero mi bien. . . -^interpeló Arzayús tímidamente—


— ¿Desde cuándo soy yo un bien suyo? —Rugió Catalina llevándose las manos a los ojos
para evitar que se le salieran de las órbitas—. ¡Todos sus bienes han sido mal habidos y yo no soy
el botín de un delito.
—Cálmese, mujer. . . Yo he venido simplemente a saludar a mi hijo. . . —repuso Arzayús con
humildad—
— ¿Cuál hijo? —Preguntó Catalina—. Usted mismo dijo que no era suyo sino de la
democracia. . . ¡Que venga ella a verlo...! ¡Usted puede retirarse...!
—Sí ya me voy. Como usted quiera... ¡Buenas noches! —contestó Arzayús con voz
temblorosa.
Y el recio caudillo con la cabeza inclinada, como un párvulo expulsado del aula por su
maestra, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Se dirigió, como todas las noches, a la
biblioteca, donde ocho mil libros esperaban inútilmente que un lector compasivo se acordara de
ellos. Tomó uno al azar y se lo llevó consigo a su alcoba. Lo colocó sobre la mesa de noche y no
volvió a pensar en él. Esa operación, repetida cotidianamente, había servido para que los criados de
la casa le contaran a todo el mundo que su patrón era un sabio puesto que leía todas las noches un
libro distinto.
Se desnudó y se metió en la cama. Pero antes de dormirse resolvió hacer un balance del día.
Indudablemente había sido una jomada maravillosa. Su prestigio político, lejos de mermar, había
crecido. Su hijo serla Presidente de la República en un día no lejano. Nada amenazaba su porvenir
ni el de la patria ni el de las instituciones republicanas y democráticas. El camino estaba despejado.
Y arrullado por estos pensamientos se durmió plácidamente como cualquier hombre honrado.
Se despertó a las diez de la mañana, que es la hora a la que suelen hacerlo los príncipes de la
sangre y del dinero. Sentado en la cama hizo sus habituales ejercicios gimnásticos consistentes en
bostezar diez veces y estirar y encoger los brazos otras tantas. Después agitó una pequeña campana
de plata a cuyo llamamiento acudió Demetrio, un viejo criado horriblemente parecido al hombre de
Java, quien en una bandeja elaborada en el mismo metal de la campana le trajo como todos los días
un ejemplar de “El Incondicional”.
Clímaco Arzayús sonrió satisfecho. En la primera página y a ocho columnas aparecía un
mote: “Bogotá recibió apoteósicamente al hijo de Arzayús”. Y cuatro fotografías que mostraban
diversos aspectos del gigantesco homenaje popular. El editorial se titulaba: “Una monarquía
democrática” y en sus principales apartes decía:
“El multitudinario fervor con que Bogotá saludó ayer el advenimiento del hijo de Clímaco
Arzayús, ciudadano epónimo a cuyo patriotismo desinteresado tanto debe la República y eminente
industrial que, con los millones de botellas de cerveza 3 los centenares de millones de cigarrillos
que producen sus fábricas, contribuye tan eficazmente al bienestar físico y espiritual d< sus
compatriotas, demuestra fehacientemente que así como Inglaterra es una “democracia coronada”
nuestro país es una monarquía democrática.
“El instinto popular que no se equivoca proclamó ayer la candidatura presidencial de quien
lleva en sus venas lí sangre gloriosamente vertida por Francisco José Arzayús en el cadalso y la que
bulle en las arterias patricias de los Seispalacios, descendientes ilustres de Don Sancho el
Conquistador. ¿Y quién mejor dotado para empuñar el timón de la nave y conducirla a puerto
seguro que el heredero de la sapiencia 3 la probidad de Clímaco Arzayús? Los hijos de nuestros
grandes hombres están inexorablemente condenados por el pueblo soberano a servirlo desde la
primera magistratura de la nación.
“El Incondicional” ejercía un poder omnímodo. Nadie podía considerarse bien nacido, bien
casado ni bien muerto si aquel no lo informaba. No ser mencionado en sus páginas equivalía a la
muerte civil y recibir sus elogios significaba ingresar a la inmortalidad. Contar con su apoyo y ser
elegido Presidente, Senador, Representante, Diputado o Concejal era una misma cosa.
Arzayús, por lo tanto, no podía pedir más para su hijo. Ahora todo se reducía a esperar que
cumpliera la edad exigida por la Constitución. ¿Qué importaba la mirada asesina de su mujer y sus

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palabras cáusticas si todo lo demás le sonreía? Se tiró de la cama radiante de felicidad y se
encaminó al baño tarareando la “Marcha Triunfal” de Aída.
Aristóbulo Aldana lo esperaba hacia una hora en la biblioteca. Era un hombre menudo, de
marcado tipo pícnico, de rostro innoble pero inteligente y gracioso. Se reía más con los pequeños
ojos oblicuos que con la boca de gruesos labios y dientes anchos. Era un exponente clásico de la
picaresca bogotana: malicioso, ladino, zalamero, guasón. Su ignorancia estaba compensada por un
talento vivaz que le permitía mover-se con propiedad en todos los lugares y circunstancias, nadar
con los peces grandes y los chicos, burlarse de los de arriba, engañar a los de abajo y explotarlos a
todos.
Hijo de sastre en lavandera, había nacido treinta años antes en el Barrio de las Cruces, que era
a Bogotá lo que el de Triana a Sevilla. Experto en la organización de manifestaciones espontáneas;
perito en la promoción de justos y merecidos homenajes; ducho en la planeación y ejecución de
fraudes electorales; cómplice y encubridor de los delitos de estupro y corrupción de menores
cometidos por los más distinguidos caballeros y de los de aborto perpetrados por las mas
respetables matronas; proveedor de mujeres de los Honorables Senadores de la República y de los
no menos Honorables Magistrados de la Corte Suprema de Justicia; propagador de chismes y
consejas’; secretario, sirviente y espía del doctor Arzayús y de otros personajes notables; bebedor
de cerveza, aficionado a los toros y los gallos; jugador de tejo y de billar. Esos eran algunos de sus
oficios y ocupaciones.
Su conocimiento de las debilidades y flaquezas de los varones consulares que se debatían en
el estadio de la política y de los pecadillos de las patricias romanas que actuaban en el gran mundo
social, era —para el pícaro— la gallina de los huevos de oro. Le bastaba insinuar que estaba
enterado de un secreto, para que le llovieran empleos bien remunerados, contratos, dinero. Habla ya
logrado acumular una buena fortuna y comenzaba a ser, por lo tanto, una persona respetable.
Se entretenía en mirar burlonamente las largas hileras de libros y los títulos y diplomas
colgados en las paredes, cuando advirtió que se aproximaba su amo y señor. Se levantó de la silla,
hizo una genuflexión de noventa grados y frotándose las manos a la manera de un maître, lo saludó
con esa ráfaga de preguntas que los bogotanos disparan sobre su interlocutor sin darle tiempo de
contestar ninguna.
—Muy buenos días, mi querido doctor Arzayús! ¿Qué tal está? ¿Cómo le va? ¿Qué ha hecho?
¿Qué tal noche pasó? ¿Cómo siguió la señora Catalinita? ¿Y las niñas? Y el futuro. Presidente,
¿cómo amaneció?
—Todos bien —contestó Arzayús con sequedad— ¿Usted qué tal?
—Yo divinamente, mi querido doctor... Imagínese como estaré después del triunfo de ayer. .
Porque no se quejará de la fiestecita. . . Mejor, ¡imposible! Creo que desde la entrada del
Libertador, después de la Batalla de Boyacá, no se había visto nada igual.
-Si... la cosa no estuvo mal—repuso con displicencia Arzayús—, Naturalmente no me
sorprendió que la ciudad entera se hubiera movilizado. Eso demuestra que la gente es agradecida.
—Y demuestra también que yo trabajé como un negro y que gasté siete mil y pico de
pesos...—replicó Aldanita—. Porque los manifestantes no son cuerpos gloriosos. Hay que
transportarlos, darles de comer y de beber... Claro que usted se lo merece todo. Pero le juro que s j
no hubiera sido por mí el acto no habría resultado tan lúcido. Como dice mi compadre Venustiano:
“El que sabe, sabe” y yo de eso sí sé..
— ¿Usted ya vio “El Incondicional”? —preguntó Arzayús cambiando de tema.
—Madrugué a comprarlo —contestó Aldanita—. ¡Está estupendo! Y a propósito: ahí también
tengo yo muchas acciones. Porque le contaré que ayer invité a almorzar a Pérez, el cronista que
redactó la información y a Bernal, el fotógrafo, y a cada uno le regalé cien pesos. Por la noche hablé
con Sarmiento, quien es el encargado de escribir el editorial y le dije que el nombramiento de su
cuñado en el Ministerio de Obras Públicas estaba listo
—Hay momentos en que usted parece inteligente. Y eso me lo debe a mí, porque el que anda
entre la miel... —dijo Arzayús con aire de protección—.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Pues aunque yo tampoco he tenido tiempo de leer ninguno de estos libros —arguyó
Aldanita, sonriendo irónicamente— no soy nada bruto. Eso indudablemente se lo debo en primer
lugar a usted, con quien converso todos los días, y en segundo lugar a Dios, con quien me veo
únicamente los domingos en misa... Usted, por su parte, me debe el dinero que gasté ayer. Pero,
lógicamente, ese no es el motivo de mi visita. He venido a informarle que las cosas no andan bien
en las fábricas. Hay descontento.
—Sí, algo de eso me dijeron el Jefe de Personal de la Cervecería y el Subgerente de la
Interamericana —respondió
Arzayús—. Los obreros aspiran a un aumento de sueldo. Esa gente es insaciable! Hace cinco años
tuvieron uno de dos pesos. . . ¿Qué más quieren?
—Tengo una fórmula. Ese problema se soluciona con unos retiros espirituales. . . —dijo
Aldanita—.
— ¿Retiros espirituales? —Preguntó Arzayús—. ¡Usted está loco!
—Nunca he estado más cuerdo. Mi idea es la siguiente: Soy amigo de un cura que es capaz de
convencerlo a usted de que debe regalar sus bienes a los pobres si quiere salvarse. Se llama
Gumersindo Roa. Le gusta más el dinero que el vino de consagrar. Le damos quinientos pesos y en
dos o tres pláticas los persuade a todos de que la pobreza es un don de Dios y de que mientras más
bajos sean sus salarios en la tierra más posibilidades tienen de ir al cielo.
—Me parece bueno el plan —dijo Arzayús—. Lo autorizo para que le haga la propuesta al
curita. Además la Iglesia tiene la obligación de defender a los hombres de trabajo, a los creadores de
riqueza. .. Haciéndolo se defiende a sí misma, ya que los primeros latifundistas del país son los
curas. Creo que por los lados de “El Eucalipto” también hay problema. El mayordomo me contó
que en los últimos días se habían presentado varios actos de sabotaje. Apareció muerta una gallina
que gozaba de muy buena salud, se perdió un rejo de enlazar y manos criminales le rompieron el
mango a un azadón. . . No me cabe duda de que se han infiltrado entre los peones agitadores
comunistas...!
.. Eso sí se arregla muy fácilmente - -repuso Aldanita—.
Mañana viajo a Serrezuela con el fin de adelantar la investigación. Una vez que descubra al
responsable usted no tiene más que firmar la orden de detención.
Efectivamente los delitos reales o supuestos que cometían los trabajadores de “El Eucalipto”
eran directamente sancionados por el señor feudal. El individuo declarado culpable recibía una
orden con la que debía presentarse al Alcaide de la Cárcel de Serrezuela, que decía:
“Sírvase mantener al portador rigurosamente detenido e incomunicado durante sesenta días
contados a partir de la fecha. (Firmado) Clímaco Arzayús”.
—Pasando a otra cosa —dijo Arzayús levantándose del escritorio— Hace mucho tiempo que
no... Usted me entiende... Y al fin y al cabo yo soy un hombre como cualquier otro.
— ¿Como cualquier otro no! ¡Superior a todos! —exclamó Aldanita con vehemencia
teatral—. Ya sé para donde va. Precisamente la infidelidad es un distintivo de los grandes hombres.
Resignarse con una mujer, habiendo tantas, es una de las formas de la imbecilidad! ¿Cómo la quiere
hoy? ¿Alta y delgada? ¿O gorda y bajita? Como dicen los comerciantes: tengo un lindo y novedoso
surtido.
—Que no se parezca a mi mujer es lo importante —dijo Arzayús—. Porque esa señora es
absolutamente anafrodisiaca. - . ¡Prefiero acostarme con un águila arpía!
Julián ignorante de la conmoción que había producido su llegada al mundo y sin sospechar
siquiera que, a pesar de su brevísima edad y su diminuto tamaño, hubiera sido ya proclamada su
candidatura presidencial, reposaba en la cuna.
Una robusta nodriza boyacense le llenaba periódicamente el estómago de leche, en la misma
forma en que a los automóviles les llenan el tanque en las bombas de gasolina, pues Catalina la
Grande se había negado a amamantarlo para evitar que los senos, que ya le cubrían el vientre, le

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llegaran a la rodilla. Además lloraba sin que él ni nadie supieran por qué y, en sus ratos libres, dor-
mía y defecaba como cualquier hijo de vecino. Los pañales, sin lavar, eran recogidos por empleados
del Museo Nacional para ser incorporados a la Sección de “Prendas de Hombres ilustres”.
Frente a esas ocho libras de carne con ojos, oídos, nariz y garganta, las aduladoras de Catalina
la Grande juraban que no habían visto una criatura más hermosa en su vida. Y los protegidos del
benemérito Arzayús afirmaban que la calvicie era la misma de Napoleón, la cabeza idéntica a la de
Julio César, los ojos iguales a los de Richelieu, la nariz semejante a la de Bismarck, las orejas
similares a las de Cavour, la boca parecida a la de Cánovas del Castillo y la inteligencia apenas
inferior a la de su papá. O sea que poseía todos los atributos físico e intelectuales de un hombre de
Estado.
Cuando cumplió quince días fue bautizado en la Basílica Primada y por el Ilustrísimo Señor
Arzobispo. Obviamente su padrino fue el Presidente de la República. La Iglesia y el Estado, las
armas y las letras, la casta de los brahmanes y la de los parias, fraternalmente unidas, se lanzaron
nuevamente a las calles para festejar el acontecimiento.
Clímaco Arzayús, desde uno de los balcones de la casa en cuya planta baja funcionaba la
“Botella de Oro”, mostró a la multitud apiñada en la Plaza de Bolívar al heredero de su poder
político, económico y social. Y la voz de Dios se oyó por segunda vez porque una ovación férvida
atronó el espacio. El magnate distribuyó después diez pesos, en monedas de cinco centavos, entre
los pobres. Y finalmente se sirvió un banquete para trescientas personas en el Palacio Arzayús en el
que se consumieron treinta cajas de champaña.
El país mientras tanto se debatía en la miseria, el atraso y la ignorancia. Tenía, en números
redondos, una superficie de un millón de kilómetros cuadrados, una población de cinco millones de
habitantes y quinientos millones de problemas, o sea quinientos por kilómetro cuadrado y cien por
cada habitante.
Sin embargo, los cinco mil propietarios de la tierra, el agua y el aire, afirmaban que esos
problemas solo existían en la imaginación de los cuatro millones novecientos noventa y cinco mil
ciudadanos restantes.
No había ferrocarriles, ni carreteras, ni acueductos, ni hospitales, ni escuelas, pero sí
montañas inaccesibles, ríos agresivamente caudalosos, selvas tercamente empeñadas en conservar
su virginidad, páramos inhóspites sometidos a una temperatura de varios grados bajo cero y llanuras
yermas que debían soportar una de muchos a la sombra, una flora y una fauna hostiles, asoladores
veranos y devastadores inviernos.
No obstante, los dueños de vidas y haciendas y sus representantes en el gobierno aseguraban
que la República era un ejemplo de progreso para el Continente.
Los esfuerzos que los ciudadanos realizaban para multiplicarse eran contrarrestados por la
tuberculosis, la fiebre tifoidea, la sífilis, la disentería, e 1 paludismo, las enfermedades infecciosas y
parasitarias, la violencia política y la delincuencia común atizadas por el alcohol que producían las
fábricas del Estado.
La clase dirigente pregonaba a los cuatro vientos, sin embargo, que no había en el mundo un
pueblo más fuerte ni más sano.
De los cinco millones de habitantes, cuatro y medio eran analfabetos y los quinientos mil
restantes se limitaban a leer la prensa gobiernista y algunos versos cursis, lo que no era incon-
veniente para que los literatos criollos aseveraran que eran los representantes de la nación más culta
del planeta.
Las mayorías eran derrotadas, invariablemente, por las minorías. Las leyes eran dictadas por

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

los ricos a los pobres y aplicadas por los fuertes a los débiles. La justicia defendía la gula de los de
arriba contra el hambre de los de abajo. La Iglesia y el Ejército eran el guardián espiritual y el
centinela armado de los privilegios que detentaban veinte familias. Y la prensa oficialista adulaba a
los poderosos, cohonestaba sus arbitrariedades y calificaba de sediciosa la inconformidad de los
humildes.
No obstante los ciudadanos se jactaban de vivir en un país maravilloso, mezcla de Utopía y
Jauja. Y exportaban al mundo entero la versión de que él era, por su respeto a la voluntad popular y
su amor a la libertad y la justicia, una democracia modelo.
Para ser Presidente de la República se requería solamente pertenecer a la casta dominante,
descender de quien hubiera probado con hechos su fidelidad al sistema, un temperamento teatral y
algunos conocimientos de gramática castellana, pues para un mandatario era mucho más grave
incurrir en un que galicado que perder una porción del territorio nacional.
Sin embargo, las gentes se ufanaban de haber sido gobernadas siempre por estadistas que ya
hubieran querido para sí Roma en su apogeo o Grecia en su esplendor.
En aquel gran reino de la farsa Clímaco Arzayús era un monarca omnipotente. Y tenía la obsesión
de que su hijo lo sucediera en el trono porque la lucrativa zarzuela debía continuar. Para lograr ese
fin todos los medios eran buenos.
Había que comenzar por preparar sicológicamente al pequeño Julián para el ejercicio del
poder. La servidumbre del Palacio Arzayús debía decirle: “Señor Presidente” Su habitación debía
ser engalanada con un escudo y varias banderas nacionales,
—En vez de esas estúpidas canciones de cuna, cántele el Himno Nacional para que se vaya
acostumbrando... —le ordenó Arzayús a la nodriza.
Y dispuso que el Ángel de la Guarda, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Antonio de
Padua fueran reemplazados por sendos retratos de Francisco de Paula Santander, Tomás Cipriano
de Mosquera y Rafael Núñez. En carta a su cuñado Juan Felipe Seispalacios, a quien habla hecho
nombrar Ministro de Inglaterra, le decía:
“Julián será Presidente. Porque así lo he resuelto y, además, porque el pueblo está de acuerdo
conmigo. Pero hay que educarlo para ese empleo. Hace unos días, por ejemplo, mandé colocar en su
alcoba los retratos de Santander, Mosquera y Núñez. ¿Sabe por qué lo hice? Porque el rostro de sus
antecesores le debe ser familiar desde ahora. ¿Y sabe por qué escogí las efigies de esos tres
personajes? Porque la vida de Santander es una lección de crueldad, la de Mosquera una de orgullo
y la de Núñez una de cinismo. Y un hombre de Estado debe ser cruel, orgulloso y cínico.
El hombre de las Leyes nos enseñó que no hay ninguna superior a la del Tallón, que al
vencido debe fusilársele para evitar que se vuelva vencedor y que a quien una vez conspiró contra
nosotros debemos perseguirlo como a una rata y darle muerte en su cueva.
El Gran General nos enseñó que la humildad y la modestia son virtudes negativas»
incompatibles con la grandeza; que el culto al propio yo y una confianza ilimitada en si mismo son
los más poderosos estímulos del hombre en su ascensión a la gloria.
Y el filósofo de “El Cabrero” nos enseñó que no hay principios inmutables ni amores eternos;
que un político no puede desposarse para siempre con una ideología ni un hombre vincularse
indisolublemente a una mujer; que en la constante mudanza de mujeres y de ideas está el placer de
la vida”.
A los veinte día de nacido Julián inició su curso de Presidente. Rodeado de banderas,
arrullado por las notas del Himno Nacional y en la solemne compañía de los tres estadistas que lo

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habían antecedido en el ejercicio del cargo y que iban a ser, por voluntad de su padre, sus profesores
de tiempo completo.
Aldanita viajó a “El Eucalipto"’ con la misión de investigar el gallinicidio y los atentados contra la
propiedad privada
que, según Arzayús, eran el preludio de la revolución proletaria. A pesar de sus hábiles pesquisas no
pudo obtener pruebas testimoniales ni indiciarías contra nadie. Sin embargo —y como los tres
graves delitos no podían quedar impunes—ordenó la detención de Gamaliel Bojacá, uno de los más
viejos peones de la hacienda, por encontrarlo parecido a León Trotzky. El infeliz fue condenado ala
pena de noventa días de arresto y al pago de la gallina, el rejo y el azadón.
—Yo ninguna gallina he matao ni a nadien le he robao nada! -—dijo Bojacá en el momento de
recibir la orden de detención— La gallina se minió fue de lo puro vieja.. . Yo soy pobre pero
honrao... Apelo!
—Le concedo la apelación. . pero cuando salga de la cárcel —contestó Aldanita—. Aproveche
ratos tres meses para leer a sus amigos Engels y Marx.
E1 investigador regresó a Bogotá y ese mismo día visitó al Padre Gumersindo Roa, quien
vivía con la indefectible sobrina en una casa situada en la Calle del Camarín del Carmen.
El virtuoso sacerdote, como lo llamaban las damas de la alta sociedad a quienes servía de
director espiritual, era un hombre joven, de elevada estatura y gallarda presencia. Codicioso, sensual
y elegante como un Cardenal del Renacimiento. A algunas viejas ricas les cobraba hasta cinco mil
pesos por una absolución. Cuando un individuo se acusaba de haber cometido un robo le exigía que
le entregar a la mitad del botín so pena de denunciarlo. Y si una mujer joven y bonita se confesaba
de haber engañado al marido le decía que para absolverla era indispensable que él la exorcizara,
para cuyo efecto empleaba un hisopo que la adúltera no podía ver pues debía permanecer con los
ojos cerrados hasta que no concluyera el acto purificador que se efectuaba en la sacristía. Su
debilidad eran los perfumes franceses y los tabacos turcos. '
— ¡Bienvenido, hijo mío! —dijo saliendo al encuentro de Aldanita— No me dirás que vienes
a confesarte.
—A todo menos a eso, Reverendo Padre —respondió Aldanita. Entre otras cosas porque no
tengo con qué pagar la absolución. Yo se que sus tarifas son altas.
— ¡Ah, bribonzuelo. .1 Tú siempre con tus chistes. —repuso el Padre Roa muy sonriente—
—No. Hoy vengo a hablarle muy en serio —contetó Al- danita—. A proponerle un negocio en
nombre del doctor Arzayús.
—Naturalmente la ganancia será para él —observó el Padre Roa—, Porque el doctor Arzayús
es una lanza para los negocios según he oido decir.
—Ganarán ambos y ganará también la Iglesia... —dijo Aldanita.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Lo que gane la Iglesia no me interesa —replicó el Padre Roa— Ellá lleva veinte siglos
ganando y yo hace apenas seis años que me ordene. . . Vamos al grano. ¿De qué se trata?

—Pues se trata de que en “Baviera” yen la “Interame- ricana de Tabaco”, las dos fábricas del
doctor Arzayús, hay agitación. . Los obreros quieren un aumento de sueldo y, aquí entre nos, tienen
toda la razón. Pero los ricos no entienden de eso. El patrón no está dispuesto a aumentarles un solo
centavo. Yo creo que la única forma de apaciguarlos consiste en ofrecerles el consuelo de la vida
eterna.

Si, yo ya he ensayado ese truco en otras empresas con magníficos resultados —dijo el Padre
Roa—. Hay unos pasajes del Evangelio de San Mateo que vienen como anillo al dedo. ¿Y cuánto
me van a pagar por el trabajito?

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—Quinientos pesos. . . ¿estaría bien? —preguntó Aldanita.
—Estaría sumamente mal! —replicó el Padre Roa—. Son por lo menos mil obreros. ¿Me van
a pagar cincuenta centavos por cada obrero a quien convenza de que el pan de su mujer y de sus
hijos no tienen ninguna importancia frente a una gloria que no le puedo describir porque no la
conozco? Mi propuesta es: dos mil pesos! a razón de dos pesos por obrero, que es muy barato... O
que le prendan fuego a las fábricas.
Como la incendiaria solución significaba la ruina del Doctor Arzayús, Aldanita terminó por
aceptar el precio fijado por el Padre Roa.
Dos días después se iniciaron ios retiros espirituales. Los obreros de las dos fábricas
recibieron la orden de reunirse en el gran salón de máquinas de la “Interamericana de Tabaco”, en
cuyo muro principal se colocó un Cristo gigantesco.
Rostros prematuramente marchitos. Frentes ensombrecidas por el sufrimiento. Ojos vacunos,
inexpresivos y tristes. Labios agostados por la amargura. Cuerpos cubiertos por los harapos de la
miseria. Almas cubiertas por las cicatrices de la humillación. Fueron entrando lentamente. Un acre
olor a trabajo saturó el ambiente.
El Padre Roa apagó el cigarro turco que había encendido para contrarrestar ese olor que le
resultaba insoportable, se santiguó y dijo:
Amados hermanos míos en Nuestro Señor Jesucristo:
No necesitáis decirme que sois obreros. Lo veo en vuestros rostros resplandecientes de felicidad; en
vuestras frentes orgullosamente erguidas; en vuestras miradas llenas de alegría; en vuestros labios
ansiosos de agradecer a Dios el don inapreciable del trabajo con que os ha obsequiado
generosamente!
¡Cómo os envidio! Yo hubiera querido ser uno de vosotros! Un modesto trabajador como lo
fueron Jesús y San José en el taller de Nazareth. Cuánto darla por lucir en las palmas de mis manos
esas preciosas condecoraciones que adornan las vuestras! Y exhalar ese estupendo aroma vital que
emana de vosotros! (Una vanidosa satisfacción empezó a dibujarse en todos los semblantes)
¡ Y cómo compadezco a esos miserables que reposan mientras vosotros trabajáis; que comen
hasta el hartazgo mientras vosotros sentís hambre; que beben sin saciarse mientras a vosotros os
atormenta la sed; que se cubren con mantos de púrpura y armiño mientras vosotros tiritáis de frío!
Sus días, como los dé Baltasar, están contados... ¡Ya se acerca para ellos la noche sin aurora del
infierno! ¡Sus mullidos lechos se convertirán en pailas de ardiente lava y sus manjares en carbones
encendidos y en ácido sulfúrico el champán...! (Un estremecimiento de horror recorrió el auditorio)
Tenéis salarios bajos. ¿Pero de qué le vale al hombre tener un salario alto si pierde su alma?
¿Queréis más dinero para malgastarlo en las mesas de las tabernas, en las ruletas de los garitos y en
las camas de las prostitutas?
Recordad el Evangelio de San Mateo. ¿Os preocupáis por el alimento y el vestido?
¡Insensatos! ¡El que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo os alimentará y vestirá a
vosotros! (Gestos y murmullos de aprobación).
Sufrid ahora que después gozaréis. Contribuid con vuestro esfuerzo al progreso de la patria y
al desarrollo de estas industrias básicas para la salud del pueblo. El demonio, que no descansa, os ha
tentado con un aumento de sueldo. Decidle a Satanás: Vade retro! ¡No olvidéis nunca que el mejor
negocio que puede hacer un hombre es cambiar unos años de pobreza en la tierra por la gloria
imperecedera de los bienaventurados!
Gruesas lágrimas rodaban por las mejillas de los trabajadores cuando terminó. El Presidente,
el Vicepresidente y el Tesorero del Sindicato, organizadores del movimiento pro alza de salarios,
fueron los primeros en felicitarlo y en arrepentirse de su idea descabellada indudablemente
inspirada por Lucifer.
Aldanita, que había escuchado con una sonrisa socarrona la conmovedora plática, se acercó al

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Padre Roa y le dijo en voz muy baja: — ¡Magistral! ¡Usted es un artista! Si Luis XVI lo hubiera
contratado, ¡se habría evitado la Revolución Francesa.
Los retiros fueron un éxito. Los obreros, sin una sola excepción, se confesaron y el Padre Roa
les impuso como condición para absolverlos la de que se abstuvieran en lo sucesivo de solicitar el
aumento de sus asignaciones.
Arzayús ordenó que la pregunta “¿De qué le vale al hombre ganar un salario alto si pierde su
alma?” se imprimiera y fijara en sitios muy visibles de las dos fábricas.
Y “El Incondicional” informó: “Conjurado el peligro de huelga en dos importantes empresas.
Triunfaron el patriotismo y el buen sentido de los trabajadores”.
Terminada la dieta del parto que se prolongó por cuarenta días y cuarenta noches, según la
costumbre de la época, Catalina la Grande abandonó el lecho.
Pero una hora más tarde hubo de regresar a él. Intensamente pálida, anonadada, temblorosa.
Trató de leer nuevamente el papel que estrechaba en la mano pero recordó que aún no se había
desmayado. Empuflé el frasco de las sales para volver en sí oportunamente, reclinó la cabeza en la
almohada y con la aristocrática languidez de una Marquesa del siglo XVIII perdió el conocimiento.
El papel era una carta cuya letra y estilo denunciaban la humildad del autor y decía así:
“Muy respetable y distinguida señora:
“Acepte mi más atento saludo y mis deseos porque al recibir la presente se encuentre gozando
de perfecta salud.
“Después de mi corto saludo le diré lo siguiente: Soy un pobre padre de familia. Una de mis
hijas llamada Virginia conoció hace unos días a su ilustre esposo el doctor Arzayús y desde
entonces no ha podido volver a usar su nombre de pila. Mi mujer que es muy grosera y muy
irrespetuosa dice que el doctor la deshonró. Pero yo no estoy de acuerdo porque a mi modo de ver
lo que hizo fue honrarla. ¿Qué más quiere una muchacha de la clase media que un hombre tan
importante como su marido se digne poner sobre ella sus ojos, etcétera, etcétera?
“El problema consiste en que mi hija tuvo el honor de ser embarazada por el doctor. Yo
naturalmente me siento muy orgulloso de ser abuelo de un hijo de su marido. Pero el embarazo y el
parto implican muchos gastos. No he querido molestar al doctor quien vive muy ocupado para
hablarle de una cosa tan pequeña. Además temo que se disguste. He preferido dirigirme a usted en
solicitud de ayuda. Mi dirección en esta ciudad es: Calle 2a. Este No. 182.
“Perdóneme esta impertinencia, dele en mi nombre un respetuoso saludo al doctor Arzayús y
reciba el de su atento y seguro servidor,!
Cornelio Forero”.
Al cabo de diez minutos, que es el tiempo de duración de un desmayo elegante, Catalina la
Grande aspiró profundamente las sales y volvió en si. No bien lo hubo hedió se levantó, recogió la
carta que habla dejado sobre el tocador y, después de arreglarse el cabello frente a un espejo, se
encaminó a la biblioteca.
Clímaco Arzayús estaba sentado en su escritorio ocupado en la revisión de un proyecto de ley
en cuya aprobación tenía especia] interés, pues creaba un impuesto del doscientos por ciento para
los cigarrillos extranjeros, lo que equivalía a eliminar la única competencia que amenazaba los
productos de una de sus empresas y que sería presentado ese día a la consideración de la
Cámara Alta por su colega el Senador Jaramillo Ochoa, de Antioquia, cuyo noble celo nacionalista
le había sido retribuido con la suma de $100.000 por la “Compañía Interamericana de Tabaco”. Tan
absorto estaba Arzayús en la lectura que no sintió los pasos de su esposa.
—¿Cómo está el incansable reproductor? —le preguntó mientras se abanicaba con la carta—
—¿Yo? Estoy... bien —respondió Arzayús—. Pero nunca le había oído ese término... —
agregó tratando de sonreír.
—¡Ni yo había leído nunca una porquería iguala esta.

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—dijo Catalina la Grande blandiendo la carta—. ¡Adúltero! ¡Depravado! ¡Inmoral! ¡Entérese! —y
se la arrojó al rostro.
Arzayús la desdobló y comenzó a leerla. El leve temblor inicial se fue convirtiendo a medida
que lela en uno de aquellos violentos terremotos que suelen asolar a Chile, el Japón o el Pakistán. Y
Ja discreta ola de carmín que en un principio le tiñó las mejillas se trocó en una marejada de salsa de
tomate.
—¡Qué infamia! ¡Qué infamia! —comentó, abrumado, después de que terminó de leer.
—¡Si, qué infamia la suya! —replicó Catalina—. No ira a decir ahora que son calumnias de
sus enemigos políticos, como la de los cañones o la del tratado de límites! ¡Le concedo un plazo de
cuarenta y ocho horas para que arregle este asunto! Si, vencido ese plazo, no lo arregla, ¡me iré a
donde el Presidente, a donde el Arzobispo, a donde el Papa! ¡Lo abandonaré para siempre! ¡Ese
escándalo será su mina económica y su muerte política! ¡Y su hijo no será Presidente..
(Le lanzó una mirada de árabe a judío y con la misma majestuosa insolencia de su tocaya la
Emperatriz de todas las Rusias le dio la espalda y regresó a sus habitaciones)
El insigne hombre público quedó aturdido, desmoralizado. Pasaron largos minutos antes de
que lograra coordinar dos ideas. Al fin surgió ante él la figura del ser supremo, del hombre-panacea,
del que remediaba todos sus males y solucionaba todos sus problemas. Llamó a un criado y le
ordenó que buscara a Aldanita y le dijese que lo necesitaba con mucho apremio.
Aldanita escuchó sin inmutarse el relato de Arzayús y leyó entre sonrisas la carta de Comelio
Forero.
—Usted, mi querido doctor, se aboga en un vaso de agua... —dijo. Si le damos unos cuantos pesos a
ese sinvergüenza no nos lo quitamos nunca de encima. Hay que darle una solución definitiva al
problema. El doctor Laurentino Rosas es un eminente facultativo, especializado en eliminar bobos,
sordo-mu- dos, alcohólicos y otros miembros indeseables de familias distinguidas, en reparar
vírgenes y desembarazar señoras y señoritas de la alta sociedad. Esa es una fórmula La otra consiste
en casar a Virginia o ex-Virginia.
—Pero no será conmigo...!—exclamó Arzayús aterrado.
—Naturalmente que no, mi querido doctor. . . —dijo Aldanita— eso seda agregar la bigamia al
estupro. Usted recuerda a Teófilo Jiménez? Tiene la idea fija de ser Diputado. Con tal de serlo está
dispuesto a todo: el robo, el asesinato, el matrimonio! Además es soltero.
—Pero ni siquiera conoce a la... contraparte —argüyó el gran hombre—
—Para conocerla le va a sobrar tiempo. . . —respondió Aldanita.
—Usted ve las cosas muy fáciles... —dijo Arzayús.
—Todo es fácil cuando se tiene el poder en la mano —contestó Aldanita—. Este sería un problema
grave para un pobre diablo. ¿Pero para usted? ¡Me muero de la risa! Jiménez está convencido de
que es un gran orador y de que su porvenir está en la política. Si usted le promete la diputación es
capaz de casarse con... ¡usted!.
Tres horas más tarde hizo su entrada al Palacio Arzayús Teófilo Jiménez. Un rostro
insignificante, cuerpo diminuto, angustiosamente flaco. Era un joven envejecido por la conciencia
de su destino histórico. Aunque cursaba apenas el tercer año de derecho usaba anteojos de jurista. Y
aunque apenas era un aspirante a Diputado, sus palabras, gestos y ademanes eran los de un avezado
parlamentario. Lucía un sombrero, un traje y un paraguas con los que parecía un nieto disfrazado de
abuelo. Y ostentaba un aire doctoral y presuntuoso que recordaba a Disraeli el día en que fue lla-
mado por la Reina Victoria para ofrecerle el cargo de primer Ministro.
—Tenemos que hablar de política... —le dijo el doctor Arzayús, dándole unos golpecitos en el
hombro, que Teófilo recibió como otros tantos aletazos del Espíritu Santo.
—Nada será más satisfactorio y honroso —respondió Teófilo en tono oratorio—, para un
humilde soldado de la causa, que escuchar la palabra elocuentísima del más grande de los...

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—No quiero discursos. . . —le dijo Arzayús interrumpiéndolo—. Aldanita me ha dicho que
usted quiere ser Diputado.
—No soy yo —contestó Teófilo tratando de reanudar la perorata—. Es la abandonada
Provincia de Oriente, son los abnegados habitantes de Cáqueza, Ghoachi, Ubaque, Chipaque,
Fómeque, Une, Fosca y Quetame los que Verían con muy buenos ojos que yo.
—¡Le repito que no quiero oír discursos! —le dijo Arzayús imperativamente—. Usted será
Diputado. Y más adelante Gobernador, Senador, Ministro. .. Su futuro político dependerá de su
lealtad conmigo. Pero hay una condición: la de que usted se case inmediatamente!
—Si no es indiscreta la pregunta: ¿Puedo saber con quién? —interrogó tímidamente Teófilo.
—¡Eso a usted no le importa! —replicó Arzayús—. Y no olvíde que la discreción debe ser la
primera virtud de un político. Se casara con. . . una mujer. Usted no necesitará embarazarla porque
ya lo esta... Aldanita tiene instrucciones raías para ponerlo en contacto con ella y arreglar los
pormenores de la boda... ¿Quiére saber algo más?
Teófilo pronunció otro discurso para agradecer la prueba de confianza y aprecio con que había
sido abrumado, prometió que haría feliz a su desconocida esposa y juró eterna fidelidad a su
benefactor. Al día siguiente se casó con Virginia.
El cadáver insepulto de la última guerra civil permanecía aún insepulto. Y sus emanaciones de
odio y de venganza continuaban envenenando el ambiente nacional. El rencor de los vencidos y la
desconfianza de los vencedores seguían em- sombreciendo el horizonte.
El ala más fanática del bando que detentaba el poder a la que naturalmente pertenecía
Arzayús, miraba con recelo las concesiones que el Presidente de la República venia haciendo en
favor de sus adversarios políticos. No la preocupaba la amenaza que se cernía sobre su doctrina
filosófica sino el peligro que corrían sus intereses económicos. Era necesario eliminar al mandatario
débil y claudicante que podía en cualquier momento entregar el gobierno al enemigo. Y con el
gobierno la facilidad de enriquecerse dolosa e impunemente,
Los verdugos encabados de ejecutar la sentencia debían salir del mismo pueblo que
contribuye con los votos al éxito de las elecciones y con los muertos al éxito de las guerras. Fueron
escogidos cuatro campesinos analfabetos, cegados por el odio, intoxicados por el alcohol,
sugestionados por la idea de que iban a cumplir una misión providencial.
Dispararon con miedo sobre el coche del Presidente quien resultó ileso y huyeron
despavoridos sin saber si lo habían herido o no. Detenidos y juzgados por un Consejo de Guerra
Verbal se les condenó a muerte.
El consenso universal seflaló a Clímaco Arzayús como uno de los autores intelectuales del
complot. En una hoja que circuló clandestinamente se decía:
“Los romanos en presencia de un delito preguntaban: “¿Qui prodest?”. ¿A quién aprovechaba
la muerte del Presidente? En primer lugar a Clímaco Arzayús, sus paniaguados y secuaces”.
El regicidio frustrado sobrecogió de horror e indignación, según dijo “El Incondicional”, a las
autoridades civiles, militares y eclesiásticas y a la alta sociedad bogotana que es una de las más altas
del mundo ya que opera a 2.650 metros sobre el nivel del mar.
Todo el sanedrín acudió al Palacio Presidencial a cumplimentar al gobernante por el fracaso
del atentado. Obispos y generales, parlamentarios y banqueros, Magistrados y comerciantes dieron
gracias a Dios por haber impedido que la pieza más importante de la maquinaria plutocrática
sufriera daño alguno y le pidieron al diablo que no tuviera compasión de los criminales cuando
cayeran en sus garras. A los pies de la presunta víctima rodaron todos los ditirambos: ¡Ilustre! ¡
Perilustre!
¡ Conspicuo! ¡ Perspicuo! ¡ínclito! ¡ Periclito! Y sobre la cabeza de los frustrados victimarios
llovieron denuestos y dicterios: ¡Monstruos del Averno! ¡Engendros del Demonio! ¡Abortos de la
naturaleza! ¡Desalmados! jApátridas! ¡Descastados!.
Arzayús fije uno de los primeros en llegar a Palacio. Y aconsejado por Aldanita leyó un

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emocionado discurso, escrito por este, que tuvo la virtud de desvanecer todas las sospechas y disipar
todos los indicios, cuyos principales párrafos fueron;
Excelentísimo Señor: La nación estupefacta, adolorida e iracunda habla en estos momentos por mis
labios. Unos pérfidos malhechores que no pertenecen ni pueden pertenecer al género humano
trataron de matar a la patria asesinando al más egregio de sus hijos! Todo estaba calculado y
previsto. Cinco minutos después de que vos fallecieráis perecería el orden jurídico, sucumbirían las
instituciones republicanas y democráticas, se desintegraría el país..! Pero la Divina Providencia que
vela por los hombres como vos puso a temblar a los asesinos, desvió la trayectoria de las balas,
aceleré la velocidad de los caballos que tiraban del coche, hizo, en fin, cuanto estuvo a su alcance
para libraros de la muerte y a la República de la disolución.
¡Para esos hijos desnaturalizados de la democracia no puede haber piedad! La misericordia debe
estar reservada para los buenos patriotas, para los hombres de bien, para quienes aportan su cerebro
y sus brazos al afianzamiento de las instituciones y al progreso de la nación. ¡Esos miserables
criminales no son hermanos nuestros! ¡Son bestias salvajes! ¡Tigres de la selva! ¡Lobos de la
estepa! ¡Tiburones del mar! ¡La guillotina, la horca, la hoguera no son castigos suficientes para su
atroz delito! Y no se me diga que la ignorancia y la pobreza atenúan su responsabilidad. Su
invencible pereza
—y sólamente ella— les impidió adquirir en los libros una sólida cultura y liberarse de la miseria a
golpes de trabajo fecundo! Vuestra magnanimidad no puede transigir con el crimen ni vuestra
benevolencia pactar con la infamia! ¡Recordad que la clemencia es el idioma de los pusilánimes.
Dios seguirá protegiéndóos. Mientras el Sagrado Corazón de Jesús palpite normalmente —y ningún
cardiólogo ha descubierto síntomas de infarto en él— ni la República que le está consagrada ni vos
tienen nada que temer!
El cristianísimo Presidente se negó a indultar a los cuatro infelices quienes fueron pasados por las
armas en el mismo lugar en que habían intentado darle muerte.
Y los bogotanos que oian misa todos los días y rezaban el rosario todas las noches; lloraban
por la prematura desaparición de María, el malogrado amor de Efraín y la venta de Aura —la de las
violetas— al mejor postor; sollozaban con los versos de Julio Flórez y Manuel Acuña; y vertían
sobre propios y extraños el almíbar de su exquisita cortesía, asistieron regocijados al fusilamiento.
Clímaco Arzayús quien como Presidente de la Junta Protectora de Animales protestaba
airadamente cada vez que un arriero maltrataba a un burro contempló —imperturbable—• el
macabro espectáculo desde un palco de honor. Y cuando el humo de la pólvora se disipó y pudo ver
los cuerpos desgonzados y sangrantes dio un suspiro de alivio. Eran cuatro bocas que se habían ce-
rrado para siempre y un crimen suyo que, como tantos otros, iba a quedar impune. Se caló el
sombrero de copa, empuñó el bastón de mango de plata y los guantes de cabritilla y se dirigió a su
coche por entre la multitud que le abrió paso respetuosamente.

El príncipe heredero había seguido creciendo entre tanto como cualquiera de sus súbditos. Y
estaba a punto de cumplir seis años. Aunque el cuerpo y el alma eran los de un niño normal y ni
externa ni internamente difería en forma apreciable de ninguno de sus contemporáneos, su padre
veía en todos sus rasgos, gestos, palabras y movimientos el sello del genio.
La frente era, según Arzayús, el cofre de una inteligencia prodigiosa. Los ojos los de un
visionario. La nariz había sido hecha para olfatear las grandes crisis de la humanidad. La boca para
proferir órdenes inapelables y discursos sublimes. Y las manos para señalar a los pueblos el
derrotero de la gloria.
El niño se había habituado tanto al tratamiento de: "Señor Presidente”, que lloraba como un
huérfano hambriento cuando alguien lo irrespetaba llamándolo Julián. Y no podía dormirse mientras
no le cantaran el Himno Nacional. Los rostros de Santander, Mosquera y Núñez le eran más
familiares que los de su papá, su mamá y sus hermanas y todas las noches les rezaba a

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

lis tres efigies una oración que le había enseñado su aya para que lo ayudaran a ser cruel, orgulloso
y cínico.
Por su parte el Niflo Dios cooperaba a la preparación •teológica del futuro mandatario
(rayéndole anualmente pequeñas buidas presidenciales, bastones de mando y libros en blanco para
que escribiera decretos y mensajes en ellos.
Su padre habla dispuesto, finalmente, —como complemento del curso para Presidente— que
todos los días y por espado de dos horas le leyeran las “Vidas paralelas” de Plutarco, “El Príncipe”
de Maquiavelo y biografías de grandes hombres.
La primera comunión de Julián fue un acontecimiento extraordinario comparable apenas con
su nacimiento. Mil quinientos nifios ftieron invitadas, cuidadosamente escogidos entre tos
descendientes de los principales jerarcas de la economía y la política y de los duques y condes de la
nobleza bogotana. Los padres debian tener un millón de pesos, como mínimo, y cuatro litros de
sangre azul, por lo menos, para que sus hijos figuraran en la lista, en cuya revisión se emplearon tres
meses ü fin de que ningún pobre o plebeyo quedara incluido ni excluido ningún “niño bien”.
Los pasteleros de la ciudad elaboraron ciento cincuenta ponqués, los joyeros tantas tarjetas de
oro como invitados y ei tren de la Sabana fue contratado para movilizarlos pues la fiesta se celebró
en la hacienda de “El Eucalipto”.
Aldanita, sin embargo, consideró que esas bodas de Ca- macho eran un peligroso desafio al
hambre del pueblo.
—Bueno es culantro... pero no tanto! —le dijo a Arza- yús— Esa ostentación de riqueza
puede provocar reacciones.. —Esta gente no reacciona por nada... —replicó Arzayús— con ella
podemos hacer lo que queramos. .! En el mundo no hay ninguna más resignada y sumisa. . .
Además las invitaciones están ya repartidas .
—Yo en ningún momento he dicho que debe suspenderse la fiesta —dijo Aldanita— Pero se
puede hacer algo para contrarrestar la impresión de derroche que puede causar a muchos. .. Tengo
un plan. Consigo dos nifios pobres que no hayan hecho la primera comunión... Entiende usted, mi
querido doctor? Todo el mundo va a decir: “Qué gran filántropo y qué gran demócrata
es el doctor Arzayús! Su hijo Julián comulgó por primera vez al lado de dos auténticos hijos del
pueblo.
—No está mal pensado —repuso Arzayús— Y como estamos en vísperas de elecciones
podemos explotar la cosa politicamente. .. Busque un par de chicuelos humildes que no hayan
comulgado nunca, pero eso sí los bafla y los perfuma porque esa gentuza huele muy mal,.
El maestro Olegario Piraquive era un albañil experto en “goteras” y “resanes”, quien en varías
ocasiones había aportado sus conocimientos técnicos a la reparación de los tejados y las paredes del
Palacio Arzayús. Vivía con su barragana y nueve hijos cuyas edades oscilaban entre los dos y los
dieciocho años en una habitación construida por él en las faldas de Monserrate —con la ayuda de
trozos de madera, cartones y latas—que servia a la familia de sala, comedor, alcoba, cocina y
excusado. Unas cuantas piedras y ladrillos colocados sobre las latas que formaban el techo,
impedían que los fuertes vientos de agosto las arrancaran.
Aldanita dió tres golpes en la vieja puerta que originalmente había pertenecido a una casona
de San Agustín en cuya demolición había participado el maestro Olegario. La puerta se abrió y dió
paso a un chicuelo raquítico, haraposo, mugriento. Detrás de este salió un vaho fétido en el que se
mezclaban el olor de la cebolla y la chicha y el hedor de los excrementos y la orina. Adentro el
cuadro era una sordidez repugnante.
Un fogón, varios colchones de fique tendidos en el piso, una mesa coja, cinco cajones de
madera, varias ollas de barro, cuatro bacinillas de distintos tamaños y una botella habilitada de
candelera, formaban los muebles y enseres. De una de las paredes ennegrecidas por el humo del
fogón pendían una imágen del Divino Rostro y una fotografía del doctor Clímaco Arzayús.
Entre curiosos y desconfiados se fueron asomando los demás muchachos. Aquello parecía un
desfile de espectros. Famélicos, desdentados, cubiertos de andrajos. Ninguno había pasado nunca
por una escuela. Mi por un baño. Ni por una peluquería.

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Por último apareció el maestro Olegario envuelto en una ruana que era un hueco grande
rodeado de pequeños huecos. De baja estatura, rollizo, chato y de rostro rubicundo.
—¡Ave María Purísima, señor Aldanita! ¡Qué milagro es verlo! Hoy amanecí bien persiano... ¡Pero
entre pa dentro...!
—Aqui no más, maestro —contestó Aldanita retrocediendo unos pasos pues al hedor de la
habitación se había sumado el de los habitantes aglomerados en la puerta— ¿Qué tal usted y su
familia?
—Pues ahí lo puede ver: ¡jodidos pero contentos! —repuso el maestro Olegario— Hac’iocho días
que no me cae un trabajito. . . Y con el hambrerón que les dá a estos arrastraos chinos.. . Hoy
n’uhabído ni pa una agüepanela..
—Vote usted por el doctor Arzayús en las próximas elecciones y verá que se le arreglan todos sus
problemas —dijo Aldanita sentenciosamente—. Cuénteme una cosa: ¿Cuáles de sus hijos no han
hecho la primera comunión?
—¡Ninguno! —replicó el maestro Olegario—. No tenemos con qué tragar. Vamos a tener pa
primeras comuniones ¿D’ionde voy a sacar pal vestido y los chagúalos y la vela esa larga que
llaman cirio?
—Precisamente el doctor Arzayús, quien es el benefactor de todos los pobres, quiere hacerle un
altísimo honor a la clase proletaria en la persona de dos de los hijos de usted. Dentro de tres días
hará la primera comunión su hijo Julián y desea que lo acompañen dos de estos muchachos. Los que
usted escoja. A eso he venido.
—¡Cómo es de güeno mi doptor Arzayús...! —exclamó Olegario— Dios lo proteja y le de su
salú...¡Razón tengo yo de votar por él en toiticas las eleiciones... Y t’uavia dicen 1® malas lenguas
que tó’lo que tiene es robao y que desprecia a los probes...
Filiberto y Romualdo Píraquive quienes tenían siete y nueve años respectivamente fueron los
escogidos. Aldanita los condujo directamente a la presencia de su filantrópico patrón.
—Aquí le traigo estos dos zarrapastrosos, mi querido doctor. Si los hubiera mandado hacer sobre
medidas, no los habrían hecho tan perfectos para el efecto que buscamos.
Arzayús los miró con asco, se colocó a prudente distancia como si temiera el contagio de su miseria
y dijo: —¡No resisto este espectáculo! Si estos fetos permanecen un minuto más delante de mí, no
podré contener las náuseas... Será necesario
ponerlos a hervir durante una hora por lo menos para que les caiga toda la mugre que tienen.
Los zarrapastrosos se miraron aterrados y comenzaron a llorar amargamente. Unos minutos
después, por primera vez en su vida, tuvieron contacto directo con el agua y el jabón y sintieron que
unas tijeras exploraban la selva virgen de sus cabezas ante el terror de centenares de piojos que
huyeron precipitadamente. Luégo fueron puestos al cuidado de Demetrio, el viejo criado de la casa,
quien les dictó un curso relámpago de urbanidad para que aprendieran a saludar, a manejar los
cubiertos y a usar el inodoro.
Y llegó, por fin, el día grandioso en que Julián Arzayús, según su padre, le hizo al cuerpo de Cristo
el señalado favor de recibirlo en el suyo.
Como aquel inolvidable de su advenimiento, la naturaleza contribuyó gratuita y espontáneamente al
esplendor de la fiesta. El sol lo mismo que seis aflos antes suministró sus servicios de alumbrado y
calefacción desde las 5a.m. hasta las 7 pm. Unos ángeles barrieron con sus alas el cielo para
limpiano de nubes y la Sabana para limpiarla de hojas secas, pues nunca un palio más azul había
cubierto unas campiñas más verdes. Y las amarillentas aguas del río Bogotá tocadas por la vara de
un hada invisible, se volvieron súbitamente •cristalinas.
A las siete de la mañana comenzaron a llegar a la Estación de la Sabana los primeros invitados.
Media hora después fue despachado un tren hacia Serrezuela con cuatrocientos cincuenta pequeños
oligarcas. Otro con seiscientos partió a las ocho. A las 9 y 30 minutos mil quinientos comerciantes,
industriales, ganaderos, políticos y clubmen en potencia retozaban alegremente en los hermosos

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

jardines de “El Eucalipto”. Cien criados repartían dulces y golosinas, mientras que tres orquestas
interpretaban música brillante.
Dos trompetas anunciaron a las once la presencia de Julián. Estaba resplandeciente. Lucia un traje
que le había sido enviado por su tío materno quien continuaba de Ministro en Inglaterra y que era
una copia, en miniatura, del uniforme de gala del Primer Lord del Almirantazgo, con espadín,
botones y charreteras de oro. A su derecha y a su izquierda fueron colo-
cados Fíliberto y Romualdo Piraquive, cuyos harapos habían sido reemplazados por unos burdos
trajes de manta. Miraban asustados en todas direcciones y temblaban como unos cervatillos recién
aprehendidos.
Los tres se situaron detrás de una enorme mesa colocada en el pórtico de la casa de la hacienda y
cubierta con una carpeta de terciopelo rojo, sobre la que refulgían unas bandejas de plata que
contenían las mil quinientas tarjetas de oro que Julián debía entregar como recuerdo a sus pequeños
amigos. Estos formaron una fila interminable y, uno a uno, fueron subiendo la escalinata de mármol
y haciendo entrega a Julián de los regalos que llevaban consigo.
—¡Felicitaciones, Julián! Acepta este regalo.
—¡Mil gracias, Bernardo! Llévate esta taijeta de recuerdo. . felicito sinceramente, Julián! Te traje
esta bobería...
—¡Te agradezco muchísimo, Pablo! Conserva esta tarjética...
El canje de presentes duró dos horas. Fue necesario colocar cuatro mesas adicionales para poner
sobre ellas los que recibió Julián. Naturalmente Filiberto y Romualdo, a quienes nadie conocía, no
recibieron ninguno.
—¡Quiénes son esos tipos? —le preguntó al rey de la fiesta uno de sus amigos.
—Unos pordioseros que no se de donde salieron y que van a comulgar conmigo... —contestó Julián.
Después se inició el desfile hacia la capilla de la hacienda por una avenida de sauces en cuyas copas
se habían apostado varios niños que arrojaban sobre el principe y su séquito pétalos de rosa. La
misa fue oficiada por el Padre Gumersindo Roa quien desde los célebres retiros espirituales gozaba
del favor de Arzayús.
Filiberto y Romualdo observaban extasiados las lámparas doradas, los candelabros de plata, los
jarrones de porcelana de Se vres adornados con azucenas de Quito y cuando del órgano se
escaparon las notas del Ave Maria de Gnoud clavaron fijamente los ojos en el techo pues creyeron
firmemente que estaban oyendo una música celestial.
Julián recibió a Jesucristo con una displicente frialdad. Al fin y al cabo entre ellos no había nada en
común. Su padre se
parecía más a Augusto y a Herodes, por el poder y la riqueza, que a José el carpintero de Nazareth.
Jesús había nacido en un establo y había tenido una oscura infancia de obrero; él en un palacio y la
suya había sido una brillante niñez de aristócrata. Jesús había amado a los pobres y aborrecido a los
ricos; él tendría que proteger a estos y perseguir a aquellos. Jesús había condenado la desigualdad y
la injusticia; él tendría que luchar por que siguieran imperando pues el fin de estas seria el de sus
privilegios.
En cambio F ¡liberto y Romualdo lo recibieron emocio- nadamente. Con calurosa efusión de
hemianos que se encuentran de nuevo. Jesús era de los mismos. Hijo de un artesano como ellos.
Nacido en un pesebre semejante al tugurio que los había visto nacer. Su niñez también había sido de
privaciones y trabajo. Sus discípulos no habían sido ricos mercaderes sino pescadores paupérrimos.
Y entre gentes hambrientas, enfermas y haraposas había transcurrido su vida en la tierra. Había sido
además el defensor de todos los oprimidos y explotados y el acusador implacable de los verdugos y
los explotadores. Jesús no era para ellos el hijo de un Dios, un personaje mayestático e inaccesible,
sino un caudillo revolucionario, un compañero de Lucha y de infortunio , una camarada en el dolor
y la esperanza.
Eran las dos de la tarde cuando terminó la misa. Entonces se sirvió, en trescientas pequeñas

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mesas instaladas en el bosque de pinos situado a espaldas de la casa, un opíparo almuerzo. Las
orquestas ejecutaban mientas tanto valses de Strauss y pasillos de Morales Pino.
A los hijos del maestro Olegario les sirvieron, en un rincón de la cocina, los residuos dejados
por algunos niños. Posteriormente fueron despojados de los trajes de manta y obligados a ponerse
los harapos con que dos días antes habían llegado al Palacio Arzayús. A las cinco de la tarde, en un
carro de yunta, iniciaron el regreso a la ciudad.
Había concluido un maravilloso cuento de hadas. Los pequeños mendigos hablan acompañado al
príncipe en el día más feliz de su vida. Habían visto todo el esplendor de la corte. Las cabezas
doradas, los ojos azules y los flamantes trajes de diminutos marqueses y minúsculos condes. El oro
y la plata. Centenares de lindos juguetes. Las más ricas viandas y potajes. Y ese cuadro versallesco
representado en un escenario de ensueño: abajo una inmensa esmeralda; arriba un enorme zafiro.
Cuando ya entrada la noche llegaron los zarrapastrosos a su nauseabunda covacha no sabían
—y no lo supieron nunca— si todo aquello había sido realidad o espejismo.
La propaganda comercial se había generalizado. “El Incondicional” publicaba diariamente dos
avisos alusivos a la buena calidad de los productos fabricados por la “Cervecería Baviera” y la
“Compañía Interamericana de Tabaco” que cubrían sendas páginas. Arzayús, por lo tanto, era uno
de los mejores anunciadores del periódico. Dos dias después del acontecimiento cumplido en “El
Eucalipto” y bajo el título de: “Un gesto nobilísimo” apareció la siguiente nota:
“El doctor Clímaco Arzayús no contento con los invalua- bles servicios que le ha prestado al
país desde su curul de Senador de la República, no cansado de ofrecerle la felicidad a sus
compatriotas en forma de cigarrillos y cerveza, y no satisfecho con su ingente contribución al
desarrollo de la agricultura y la ganadería, ejecutó hace dos días uno de aquellos gestos que re-
concilian al hombre con la vida y le devuelven la fe en la bondad de sus semejantes.
Invitó a dos rapazuelos, de la más genuina extracción popular, a comulgar por primera vez
hombro a hombro con su hijo y a compartir el merecido homenaje que le tributaron a este mil
quinientos chiquillos de nuestra alta sociedad. Gracias a la generosidad del insigne filántropo esos
dos niños, lujosamente ataviados, vivieron momentos de intensa dicha y saborearon todos los
placeres reservados a los favorecidos de la fortuna.
Esta espléndida lección de altruismo, de amor al pueblo y de sencillez republicana, ha sido
objeto de los más elogiosos comentarios”. El segundo domingo de marzo se efectuaron las
elecciones para Senadores, Representantes, Diputados y Concejales.
El Gobierno envió una circular pública a los Gobernadores, Intendentes, Comisarios y
Alcaldes en la que les exigía que guardaran una neutralidad vertical frente a los partidos que iban a
disputarse el favor popular, brindaran plenas garantías a todos los ciudadanos e impidieran la
comisión de delitos contra
el sufragio o hechos que pudieran coartar Ja libertad política de los electores.
Pero les envió también una circular secreta en la que les
decía:
“Ante proximidad elecciones recuérdoles gobierno necesita ganarlas todo trance. Este
supremo fin justifica medios empléense. Enemigos políticos deben ser amedrentados moral,
físicamente, fin absténganse concurrir urnas. Sugiéroles usar como métodos persuasivos: bombas,
disparos nocturnos, amenazas, allanamientos, requisas, detenciones, supresión servicios agua, luz.
Si insisten votar ejército, policía deberán proceder inflexiblemente, evitando despilfarro munición,

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

procurando número muertos no exceda de diez cada Municipio. Dios guarde a ustedes”.
El ¡lustrísimo Señor Arzobispo suscribió una pastoral que fue leída en las dos mil trescientas
ochenta y siete iglesias del país, en las que exhortaba a los feligreses a votar por los candidatos del
partido de gobierno y los prevenía acerca del peligro que implicaba el hecho de sufragar por los del
contrario.
Los curas párrocos, más arzobispistas que el arzobispo, notificaron desde los pulpitos el
restablecimiento del Tribunal de la Inquisición para los herejes que se negaran a votar por las listas
oficiales, quienes después de ser devorados por el fuego transitorio de la hoguera, lo serian por d
imperecedero del infierno.
Ocho días antes fue descubierta, naturalmente, una conspiración. “El Incondicional” anunció:
“Siniestra conjura contra las instituciones republicanas y democráticas —cuatro detenidos— En su
poder hueron halladas armas y propaganda subversiva— La nación rodea al gobierno”.
La información decía que los principales puntos del monstruoso plan eran la castración de
todos los altos funcionarios civiles y militares, banqueros, industriales y comerciantes que tuvieran
hasta sesenta afios, ya que después de esa edad la extirpación de los órganos genitales carecía de
importancia; y la violación de todas las damas de la alta sociedad menores de cincuenta, puesto que
sobrepasado ese limite el estupro violento se convertía en una obra de misericordia.
Los detenidos fueron un Coronel retirado de sesenta y ocho afíos, semiparal izado por obra de un
derrame cerebral, quien
solía hablar mal del gobierno; un estudiante de derecha en cuya biblioteca fue encontrado un
ejemplar del “Manifiesto Comunista”; un tipógrado cuya imprenta podía ser utilizada con fines
subversivos; y un químico en cuyo laboratorio se hallaron ácidos que podían usarse para corroer el
sistema.
En poder de los terroristas fueron encontrados: la empuñadura y parte de la hoja de un sable,
una escopeta de dardo y un cortaufias.
El efecto buscado se obtuvo plenamente. Nadie sabia a ciencia cierta cuáles eran las
instituciones republicanas y democráticas amenazadas por los anarquistas, pero el pánico se apoderó
de todo el mundo. La perspectiva de una intervención quirúrgica con dolor horrorizó a los presuntos
pacientes y las solteronas elegantes no ocultaron el temor de que unos guaches asquerosos les
arrebataran por la fuerza lo que ellas estaban dispuestas en todo momento a entregar de buen grado.
Los apáticos se animaron y los irresolutos se decidieron a votar.
Los comicios constituyeron un rotundo triunfo del régimen. Los ciudadanos aptos para
sufragar eran ochocientos mil y sufragaron un millón cuatrocientos mil. Hubo apenas dos mil ciento
ochenta y siete muertos, cifra muy inferior a la autorizada por el gobierno ya que el promedio de
occisos por municipio fue de tres. La eliminación de los malos patriotas
—condenados a morir tarde o temprano— no alcanzó a deslustrar el imponente acto democrático y,
una vez acallados definitivamente, reinó la más absoluta calma en el territorio nacional.
Clímaco Arzayús quien distribuyó profusamente una fotografía suya en la que aparecía con
las manos apoyadas en las cabezas de Filiberto y Romualdo Piraquive y la leyenda:
“Un benefactor del pueblo”, fue elegido Senador por la circunscripciones electorales de Antioquia,
Bolívar, Cauca, To- lima y Santander. Su hermano Alcibíades Arzayús, retardado mental quien
había sido declarado en interdicción judicial después de que dilapidió su fortuna fue elegido Repre-

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sentante a la Cámara. Teófilo Jiménez, padre aparente del hijo de Arzayús en Virginia Forero,
Diputado a la Asamblea. Y el inefable Aldanita miembro principal del Concejo de Bogotá.
El maestro Olegario Piraquive, en señal de gratitud, votó once veces por su egregio
benefactor. Ocho dias después murió de inanición.
El Gimnasio Contemporáneo era, como lo proclamaba la propaganda “el colegio de la gente
decente”. Los aspirantes a alumnos debían presentar el árbol genealógico de la familia, las partidas
de bautismo y matrimonio de sus tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y padres. Estos últimos, a su vez,
debían exhibir su declaración de renta, las escrituras de los bienes ralees que poseyeran, un balance
reciente, certificaciones que los acreditaran como socios del Loocky Club y miembros de la Junta
Directiva de cinco empresas importantes y referencias bancadas y comerciales. Como además el
valor de las pensiones era altísimo no habla ninguna posibilidad de que pudieran filtrarse
muchachos de medio pelo.
En el prospecto podía leerse: “Este plantel es primordialmente una fábrica de hombres
importantes. Nuestros requisitos de admisión que muchos calificarán de excesivos, emanan de la
convicción que abrigamos de que los encargados de dirigir la marcha del Estado y el movimiento de
la empresa privada en el futuro deben ser los exponentes de una élite intelectual y social, los
representantes de una minoría selecta'”.
Un “landeau” tirado por .dos caballos blancos y guiado por un auriga de color, se detuvo
frente a la puerta del Gimnasio. De él se apearon Clímaco Arzayús y Julián.
El Rector, el Vicerrector, el Prefecto y el Secretario salieron a su encuentro.
—¡Qué honor tan grande para mi...! —exclamó el Rector haciendo una profunda reverencia.
—¡ Y para el colegio...} —agregó el Vicerrector haciendo otra capaz de romperle el espinazo
a un hombre que no lo hubiera tenido tan elástico.
—i Y para los profesores...! —anotó el Prefecto sonriendo beatíficamente.
—¡Y para los alumnos...! —observó el Secretario poniendo los ojos en blanco.
—Gracias, caballeros! Ustedes exageran... —repuso Arzayús, haciendo un esfuerzo
sobrehumano por parecer mo-
desto—. Soy apenas un obrero de la grandeza y el progreso de la patria... Les presento a mi hijo
Julián...
—¡Este colegio será tu segunda casa y yo tu mejor amigo! —le dijo el Rector tendiéndole la
mano—. ¡Eres un buen mozo 1
—¡Y estás muy elegante! —añadió el Vicerrector.
—¡ Y tienes una mirada inteligentísima! —comentó el Prefecto.
—¡Hijo de genio sale genial! —apuntó el Secretario triunfalmente, seguro de haber eclipsado
a sus colegas ante Arza- yús—
—¡En qué curso lo inscribo?—preguntó el Rector abriendo el libro de matrículas—
—Supongo que debe empezar por el principio... —dijo Arzayús.
—Eso sería lo lógico si fuera uno de tantos... —replicó el Rector—. Pero un hijo suyo puede
comenzar por donde quiera. Yo creo que Julián no necesita cursar los cinco años de la primaria. Eso
se queda para gente químicamente bruta. Tengo además una teoría: La importancia de los

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

conocimientos es muy relativa. Los cementerios están llenos de sabios que han muerto de hambre...
¿Conoce usted a alguien que haya conseguido poder o dinero por haberse aprendido al pie de la
letra el Catecismo Astete, el Castellano de Bruño o la Historia Patria de Henao y Anubla?
—Estoy de acuerdo en parte con usted ■—repuso Arzayús—. Porque no me negará que la cultura
es indispensable. Yo no sería quien soy si no hubiera leído millares de libros y no hubiera ganado
con estudio y esfuerzo de centenares de títulos...
—Todos sabemos que usted posee una vasta cultura — contestó el Rector—. Pero sus triunfos
y sus éxitos no se los debe a ella, sino a su talento, a su audacia, a su sagacidad política,.. La
erudición ordinariamente es un lastre. Lo único importante en la vida es vincularse a los poderosos,
asociarse bien, casarse mejor... Observe usted el escudo del colegio... (El escudo que pendía de una
de las paredes mostraba a un grupo de niños en actitud de estudiar debajo de un árbol frondoso)
Aparentemente es el símbolo de la juventud que busca el amparo de la ciencia..
Pero en realidad es la representación gráfica de un adagio popular: “Quien a buen árbol se arrima,
buena sombra lo cobija”... De aquí han salido miles de jóvenes más ignorantes de lo que entraron.
Hoy, sin embargo, son gerentes, Ministros, Gobernadores, latifundistas.
A Arzayús no le pareció necesario insistir en la defensa de algo que, como la cultura, no
conocía ni le había prestado ninguna utilidad. Julián fue matriculado como alumno del primer año
de bachillerato, a pesar de que en materia de lectura sus conocimientos apenas llegaban a la sexta
página de la Cartilla Baquero y, en punto a escritura, no pasaban de los palotes.
Inmediatamente después de que se retiraron los ilustres visitantes,-el Rector convoco a los
profesores a una reunión extraordinaria.
—Les tengo una magnifica noticia —comenzó diciéndo- les—. Hoy es un día histórico para
este plantel. ¿Saben ustedes quién acaba de ser matriculado? ¡Pues nadie menos que el hijo del
político más notable, del industrial mas rico y del hombre más influyente que tiene hoy por hoy el
país! Supongo que hasta el profesor de Educación Física haya entendido que me refiero al doctor
Clímaco Arzayús... ¡Sí, señores! ¡Su hijo Julián Arzayús va a ser desde mañana^alumno nuestro!
¿Y saben ustedes lo que eso significa? Pues significa que vamos a recibir del gobierno un auxilio de
cien mil pesos todos los años y un sobresueldo de cien pesos, por lo menos, todos los meses. Que al
colegio se le eximirá de pagar impuestos. Que podremos duplicar el valor de las pensiones con la
autorización del Ministerio de Instrucción Pública.
Por lo tanto, estudie o no estudie, venga o no venga, ¡Julián Arzayús será el mejor alumno del
Gimnasio! El primer puesto del curso debe estar reservado para él y sus calificaciones no podrán ser
inferiores a cinco! ¿Entendido? Al final de cada año deberán adjudicársele todos los premios: el de
matemáticas aunque no sepa cuántos son dos y dos; el de puntualidad aunque invariablemente
llegue tarde; y el que se otorga a “La más dulce Indole”, aunque se porte como un puercoespín
afectado por una sicosis maníaco-depresiva...
El profesor que no proceda con sujeción a estas instrucciones será destituido inexorablemente.
El Gimnasio Contemporáneo funcionaba en una casa de tres pisos construida en un lote que
había pertenecido —como todo terreno ubicado ai norte de la ciudad—a don Pepe Sierra. El edificio
estaba rodeado de jardines, árboles y prados cuidados con esmero. Las clases ordinariamente eran
dictadas al aire libre. Los alumnos se tendían a la orilla de un lago o subían a las ramas de los
árboles o, sentados en sendos columpios, se mecían suavemente hasta que el sueño se apoderaba de
ellos. Entonces el profesor se retiraba, en puntas de pies, para no despertarlos.

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Dos de las ocho horas de la jornada diaria estaban dedicadas a labores intelectuales y las seis
restantes a actividades sociales y deportivas. La urbanidad, la etiqueta, el baile y la equitación
prevalecían sobre las matemáticas y la filosofía. Los alumnos ignoraban el principio de Arquimedes
y los imperativos categóricos de Kant, pero sabían cuándo debían usar el frac y cuándo el sacoleva,
qué vino debía servirse con las carnes y cuál con los pescados y su destreza como jinetes apenas
podía parangonarse con su habilidad de bailarines.
El Algebra, la Geometría, la Física, la Química, la Trigonometría y el Latín habían sido
reemplazados por: “Cómo llegar a ser un potentado”, “El perfecto oligarca, “El jardín de las delicias
o el mundo capitalista”, “Método para conquistar el poder y perpetuarse en él”, “La Iglesia y el
Ejército: puntales del sistema” y “El dominio de las finanzas de un país” en 20 lecciones.
El único idioma que se estudiaba con alguna intensidad era el de Ford y Rockefeller pues el
castellano empezaba a ser considerado como una lengua muerta o moribunda, útil apenas para leer
los aburridos dramas de don Pedro Calderón de la Barca, los pesadísimos versos de don Miguel
Antonio Caro y los “Sueños” de don Marco Fidel Suárez que sumen al lector en uno muy profundo
tres minutos después de haberlos comenzado.
Con el fin de que ningún alumno sufriera la frustración consiguiente a la pérdida de una
materia, la calificación mínima era tres. Los castigos habían sido totalmente abolidos para evitar
traumatismos sicológicos y complejos. Cada cual podía ha-
cer lo que quisiera y obviamente nadie hacia nada distinto de comentar los chismes de sociedad y
los escándalos políticos, referir cuentos verdes, jugar a las cartas y turnar.
Ningún profesor fue destituido durante los seis años subsiguientes o sea que todos cumplieron
estrictamente la orden de calificar con cinco los exámenes de Julián, la de concederle mensualmente
el primer puesto del curso y la de otorgarle al final de cada afio los premios de aprovechamiento,
puntualidad y buena conducta. Al terminar el bachillerato había acumulado tantos diplomas y
medallas que su padre comenzó a mirarlo con inocultable envidia.
Jamás estudió una lección ni hizo una tarea. Alguna vez que el doctor Arzayús lo sorprendió
con un libro en las manos se lo arrebató diciéndole:
—¡No cometas tonterías! Un hijo de Ciimaco Arzayús no necesita estudiar. .. ¡Que estudien
los imbéciles!
La suma de sus ausencias y retardos excedía al gran total de los registrados, en una legislatura,
por todos los miembros del Congreso reunidos. Y cuando un profesor en virtud de una equivocación
que después no se cansaba de lamentar le pedía que pasara al tablero, le contestaba altaneramente:
—¡Parece que a usted se le ha olvidado quién soy yo! Si quiere conservar su empleo, ¡no me
fastidie!
Sin embargo, la revista “Consagración y Esfuerzo”, órgano de la dirección del colegio,
publicó con ocasión de su grado de bachiller la siguiente nota: “Después de honramos con su
presencia por espacio de seis años, de deslumbrar a profesores y alumnos con el brillo de su
inteligencia, de alentar a aquellos y estimular a estos con el ejemplo de su aplicación, de hacerse
envidiar por su cumplimiento y amar por su bondad y simpatía, termino sus estudios de bachillerato
—con el mismo lucimiento con que los adelantó— Julián Arzayús, el mejor alumno que ha pasado
por las aulas del Gimnasio Contemporáneo desde su fundación”.
Aquellos setenta y dos meses no fueron totalmente perdidos. Julián no aprendió nada de nada
pero adquirió conciencia de su propio valor. O mejor: del que le atribuían los demás. La permanente

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

adulación de profesores y condiscípulos que coinci-


día con la que le habían tributado desde su nacimiento los criados del Palacio Arzayús y los
protegidos de su padre, afianzó su vanidad de niño mimado.
Ante sus ojos se abrió una perspectiva ilimitada. El podía ser tan importante y famoso como
su papá. O más todavía; entre sus ascendientes había conquistadores y mártires; su padre era un
personaje prepotente que manejaba con un dedo el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial; las
gentes que lo rodeaban afirmaban unánimemente que era un genio a los doce años era ya bachiller;
a los diecisiete sería abogado; a los veinticinco Gobernador; a los treinta Ministro; a los treinta y
cinco Presidente.
Indudablemente él era yn convidado de honor al festín de la vida. Sobre la mesa humeaban
apetitosos los manjares: el poder, el dinero, la gloria. Y burbujeaban también los vinos del amor.
¿Para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse? Sabía que era perezoso e ignorante. ¿Pero la pereza y la
ignorancia de su padre habían sido obstáculos en su carrera hacia la riqueza y el triunfo? ¿Acaso
había necesitado quemarse las pestañas y devanarse los sesos para llegar a la cumbre?
La clave del éxito consistía en imitar a Clímaco Arzayús: simular, fingir, aparentar, ponerse la
careta de la ciencia y el disfraz de la virtud, engañar, engañar siempre!
¿Y cómo no ser un farsante, si él era producto de una farsa, si había nacido y crecido dentro
de la farsa, si era farsa todo lo que veia a su alrededor?
Del Gimnasio Contemporáneo sacó dos amigos y un apodo que lo acompañaría hasta la
muerte.
Los amigos fueron Pepe Riómalo y Ulpiano de Montijo, dos señoritos bogotanos, de sangre
tan poco azul como la suya pues entre sus antepasados también figuraban plebeyos y gente “non
sancta”. Descendiente el uno de un héroe sobre cuyo heroísmo nunca pudieron ponerse de acuerdo
los historiadores y el otro de un bravo militar cuya bravura lo llevó -—en la guerra civil del 76 y
después de un sitio de veinte días— a comerse su propio caballo. Hijo el primero de un rico
hacendado sabanero y el segundo de un próspero comerciante de la Tercera Calle Real.
El apodo surgió en una clase de Zoología cuando cursaba el tercer año de bachillerato. El
profesor hablaba de los cetáceos y se refiere concretamente al Delfín,
—Este es un cetáceo carnívoro —dijo— que suele medir dos o dos metros y medio de largo.
Negro por encima y blanquecino por debajo, la cabeza es voluminosa, los ojos pequeños y
pestañosos, la boca muy grande, los dientes cónicos en ambas mandíbulas, el hocico delgado y
agudo. Tiene una sola abertura nasal, por la que despide un chorro de vapor... Al primogénito del
Rey de Francia se le daba también el título de Delfín. Y, por extensión o analogía, se aplica ese
nombre a los hijos de grandes hombres que heredan su prestigio e influencia.
—Entonces, ¿Julián Arzayús es un Delfín? —preguntó, con soma, Femando Calvo.
—Si —le contestó Julián—, pero con la diferencia de que el chorro que yo despido no es de
vapor.. . ¡Abra la boca y sabrá de qué es.
La campana del profesor tuvo que luchar durante varios minutos contra las carcajadas del
auditorio. Y desde ese momento Julián fue para todos los alumnos del colegio: ¡el Del-fin!
Muchas y contundentes razones había para que el Delfín, terminado el bachillerato, estudiara
abogacía. El doctor Arzayús, según sus áulicos y “El Incondicional”, era un gran jurisconsulto; el
prestigio del león cubriría al cachorro. Era apenas lógico que el heredero de tan cuantiosa fortuna

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supiera defenderla. El conocimiento de las leyes resultaba fundamental para quien estaba
predestinado a dictarlas en el Congreso y ejecutarlas desde el gobierno. Los abogados se habían
reservado los principales y mejor remunerados cargos de la administración; era indispensables
obtener el titulo correspondiente para poder ejercerlos. En un país donde el papel sellado es más útil
que el agua y donde las estampillas de Timbre Nacional son más necesarias que el aire, sobre el que
se cierne la sombra tutelar de Francisco de Paula Santander para quien el Ordinal Cuarto del Inciso
Noveno del Parágrafo Sexto del Articulo Quinto de la Ley Octava era mucho más importante que el
resultado de las batallas de Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho, todo hombre que
aspire a dirigir a sus conciudadanos debe ser abogado. Finalmente, la
tendencia del precoz bachiller a la mitomanía y la exageración, su inclinación a complicar las cosas
más simples ya formar nudos que “nadie nunca desatar podría”, eran la plena prueba de su vocación
jurídica.
Los Padres tomistas habían fundado en honor de San Ignacio de Loyola la Universidad
lgnaciana y en su Facultad de Derecho fue matriculado el Delfín.
La Universidad lgnaciana era, lo mismo que el Gimnasio sio Contemporáneo, un reducto de la
juventud aristócrática. El elevado costo de la matrícula y unos requsitos de admisión tan exigentes
como los de aquel, la hacían inaccesible a los jóvenes de la clase inedia. Los apellidos del aspirante
y su lugar de residencia dentro de la ciudad jugaban un papel decisivo en la aceptación o rechazo de
la solicitud, hasta el punto de que las presentadas por muchachos que vivieran en Las Cruces, San
Cristóbal o Egipto eran negadas de plano.
Grabados en una de las paredes del Aula Máxima podían leerse los siguientes aforismos que
sintetizaban el criterio filosófico y político de sus directores:
“La ley no es la expresión de la voluntad general; es un mandato divino transmitido a los
hombres por algunos eminentes juristas a quienes Dios ha otorgado poder para que lo representen
en la tierra y legislen en su nombre”.
“El orden debe prevalecer sobre la libertad y la paz sobre la justicia”.
“Las autoridades están instituidas para proteger la vida de los hombres de trabajo, la honra de
los buenos patriotas y los bienes de los creadores de riqueza”.
“La primera obligación de un abogado cristiano es la de defender el capital, honesta y
laboriosamente acumulado por los propietarios y los patrones, de la voracidad de arrendatarios y
obreros”.
Había una materia que sobrepujaba en importancia a todas las demás y era la de: “Solidaridad
y ayuda mutua”. Antes que el Código Civil, primero que el Penal, por encima del Administrativo
estaba el recíproco apoyo que debían prestarse los miembros del clan ignaciano. La consigna era la
de los mosqueteros de Luis XIII: “Todos para uno y uno para todos”.
La fórmula del juramento que se recibía a los graduandos en el momento de optar el título era:
“¿Juráis y prometéis amar a vuestros condiscípulos más que a vos mismo; nombrarlos Ministros,
Gobernadores, Intendentes y Comisarios si sois elegido Presidente; embajadores y Cónsules, si sois
nombrado Ministro de Relaciones Exteriores; Jueces cuando desempeñéis el cargo de Magistrado;
peritos y secuestres cuando ejerzáis el de Juez e interponer vuestra influencia para que, los más
pobres, sean nombrados Notarios, Administradores de Aduana o de alguna mina de esmeraldas a fin
de que resuelvan rápida y definitivamente su problema económico?”

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Como todos los exalumnos cumplían fielmente el anterior juramento y además la Universidad
—a la manera de una Bolsa de Empleos —suministraba al gobierno los candidatos que este le pedía,
las más altas posiciones del Estado eran patrimonio exclusivo de los abogados ignacianos.
Clímaco Arzayús había contribuido eficazmente a convertir en ley el proyecto de ceder a la
Universidad el lote de propiedad de la nación donde se levantaban sus edificaciones; además en
alguna ocasión le había sido ofrecida la cátedra de Derecho Internacional Público del que tenía
tantos conocimientos como de sánscrito; en la nota que envió para excusarse de aceptar la mentira
de sus “múltiples ocupaciones” sirvió para ocultar la realidad de su absoluta ignoranc ia. Sin
embargo, para mayor honra y prestigio de la Universidad, el retrato del gran hombre figuraba en
todos los mosaicos como titular de la citada cátedra,
El mismo día en que el doctor Arzayús, por intermedio de Aldanita, hizo conocer al Rector su
determinación de matricular a Julián, el Consejo Directivo aprobó una Resolución que a la letra
decía:
“El Consejo Directivo de la Universidad Ignaciana Considerando:
Que el distinguidísimo joven Julián Arzayús, hijo del excelente jurista y notable hombre
público doctor Clímaco Arzayús y de la preclara dama de nuestra sociedad doña Catalina
Seíspatacios de Arzayús, desea cursar sus estudios de derecho en la Facultad correspondiente de
esta Universidad;
Que gracias a la poderosa influencia del doctor Arzayús fue aprobado el proyecto de ley que
autorizó a la nación para ceder a esta Universidad el lote donde se construyó el edificio que ocupa
actualmente;
Que para la Universidad representa honor insigne y timbre de orgullo contar entre sus
alumnos al heredero de las virtudes y el talento del doctor Arzayús, quien es además nuestro ilustre
profesor de Derecho Internacional, aunque la multiplicidad de sus quehaceres al servicio del país le
haya impedido infortunadamente ejercer sus funciones,
Resuelve:
lo. Conceder una beca especial para que inicie y adelante estudios de derecho, hasta su
terminación, al señor don Julián Arzayús S.;
2o. Eximirlo de la obligación de presentar exámenes, ya que imponerle la de presentarlos sería
tanto como dudar gratuita y temerariamente de su sentido de la responsabilidad;
3o. Autorizarlo para que se abstenga de asistir a las clases cuantas veces se lo impidan sus
compromisos sociales; y
4o. Designar al prenombrado señor Arzayús Presidente de la Sociedad Jurídica y Delegado de
la Universidad al VIII Congreso Mundial de Estudiantes que se reunirá en Lima el 15 de noviembre
próximo”.
Un estudiante expresamente exonerado de estudiar no estudia a menos que sea un cretino, Y
el Delfín no lo era. Concurría esporádicamente a la Facultad, distribuía sonrisas entre profesores y
alumnos, divulgaba los secretos de la alta política que había oído en su casa la noche anterior du-
rante la comida ofrecida por su padre a un grupo de Ministros y parlamentarios, hacia retruécanos y
calamboures con buena dosis de humor y pronunciaba discursos sobre toda clase de temas.
Julián era extraordinariamente facundo. Y como la mayoría de sus conciudadanos confunden
la locuacidad con la elocuencia, había conquistado ya fama de orador. Aldanita, quien era su

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preceptor político, le había aconsejado que usara invariablemente en sus discursos los vocablos:
espada, sangre, bandera y los rematara con alusiones a la patria, |a República y la naciónalidad, pues
estaba demostrado que ningunos otros llegaban más directa y hondamente al corazón de las
multitudes.
Su debut oratorio fue un 20 de julio. El Padre Rector lo comisionó para que, a nombre de la
Universidad, llevara la palabra en la colocación de una corona de laurel que se depositaría al pie de
la estatua del Libertador. El último párrafo de su discurso fue el siguiente:
El día en que sobre la libertad se proyecte la sombra de una amenaza o un peligro se cierna
sobre las instituciones republicanas y democráticas, empuñaremos en la diestra la espada con que
Córdoba cortó en Ayacucho las cadenas de la esclavitud y en la siniestra la gloriosa bandera que
Girardot enarboló en la cima del Bárbula! El día en que un tirano deshonre y mancille el solio que
vos digniñcásteis, hundiremos el puñal de Bruto en su pecho y empapado en su sangre maldita lo
depositaremos en el altar de la República . . . ¡Colgaremos al déspota de las columnas del Capitolio,
evacuaremos nuestros vientres y vaciaremos nuestras vejigas sobre su cadáver.
Prometemos solemnemente ¡oh, Padre Inmortal! ser dignos herederos vuestros y de los
arquitectos de la nacionalidad!
El discurso, sazonado con los condimentos épicos recomendados por Aldanita, fue un éxito
rotundo. Las gentes—afónicas de tanto gritar y con las manos hinchadas de tanto aplaudir,
arrancaron al orador de la tribuna, lo pasearon triunfal mente por la Plaza de Bolívar y lo llevaron
en hombros hasta el Palacio Arzayús.
“El Incondicional” comentó: “Un sucesor de Rojas Garrido irrumpió ayer en la historia
nacionar*.
Hace cincuenta afíos Bogotá se parecía a Napoleón: tenía un cuerpo diminuto pero un alma
inmensa.

Veinte iglesias y otros tantos conventos rodeados de modestas casas. Cuatro o cinco edificios
pomposamente llamados palacios, Diez o quince almacenes elegantes: el de José María Vargas, el
de Carlos y Luís Castillo, el de Rafael Cueto, el de Richard, el de Touchet. .. Tres restaurantes: la
“Rosa Blanca”, el “Torres” y la “Maison Doré”. Dos teatros: el Colón y el Municipal y tres salones
de cine: el “Olimpia”, el “Faenza” y el “Bogotá”. Dos cafés: el “Windsor” y el “Inglés”. Dos
garitos: “El Globo” y “La Bolita”. Dos tabernas pintorescas: la de Román Bafios, en la calle 24, y
“El Castillo” en las Cruces. Cuatro parques: el de la Independencia, el del Centenario, el de
Santander y el de los Mártires. Tres hoteles: el “Franklyn”, el “Regira” y el “Ritz”, Unos cuantos
tranvías, algunos coches y unos pocos automóviles. La Plaza de Bolívar, las tres Calles Reales y las
tres de Florián eran el centro de todas las actividades. Entre la casta de los brahmanes o sea la
“gente decente” y la de los parias o sea la’'guachema” había un abismo insondable.
Aunque nunca produjo un Solón, un Aristóteles ni un Fidias se le llamaba la “Atenas
Suramerícana”. Los bogotanos no eran geniales pero si ingeniosos. La abeja de la gracia revoloteaba
por toda la ciudad. Se posaba en la boca de las vivanderas y en la de los mozos de cordel . Se colaba
a los salones de los ricos y zumbaba en las pocilgas de los pobres. Retozaba en los labios de graves
y doctos señores y le picaba la lengua a los pilludos.
El humor era la gran panacea. El antidoto supremo. La solemnidad, el tedio, el dolor, huían
despavoridos de ese bufón que los perseguía para hacerles cosquillas. Un solo chispazo provocaba

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

el incendio de carcajadas que consumía en segundos un grave problema. El ácido de un retruécano


oportuno disolvía tragedias y dramas. La pobreza y las deudas se desvanecían, risueñas, con un
caiambour.
Un día llegó a la ciudad José Santos Chocano, “el poeta de América”. Venia como Secretario
de la Legación del Perú. Todos los vates, bardos y apolonidas criollos se aprestaron a agasajarlo. En
su honor fue servido un almuerzo en el Salto de Tequendama. Cuando el invitado y los anfitriones
se levantaron de la mesa, se celebró un concurso poético frente a la catarata. Uno a uno, con las
melenas despeinadas por el viento, los ojos entornados y la voz trémula cantaron en versos
improvisados ia imponente hermosura de la cascada. Se habían oído ya dieciocho poemas sublimes,
solemnes, majestuosos dignos —por la sonoridad y la extensión — de don Gaspar Núñez de Arce o
de don Andrés Bello. Santos Chocano bostezaba como un coco drilo indigesto. De pronto un poeta
bohemio, festivo y socarrón, se adelantó y dijo:
“Al contemplarte asi, de arriba abajo
Oh, estruendoso y sonoro Tequendama,
No puedo menos de exclamar: ¡Carajo!
Si esto eres tú cómo sería tu mama!”
El estrépito de las risas ahogó por varios minutos el del agua. Así era Bogotá. Y al innato
sentido del humor agregaban sus gentes el de la cortesía que muchos provincianos calificaban y aún
califican de insincera.
El concepto es injusto. Los bogotanos permutan cumplidos e intercambian lisonjas
mecánicamente, sin una partícula de interés ni un átomo de cálculo. En las decenas de preguntas
con que saludan al amigo, enderezadas a conocer su situación física, anímica y pecuniaria y la de
sus ascendientes, descendientes, colaterales y afínes y en las múltiples recomendaciones que le
formulan para que los coloque a los piés de su esposa, abrace a su madre y acaricie a sus hijos, no
hay sombra de adulación ni hipocresía. Simplemente son así. Exuberantemente cordiales. Tienen la
obsesión de la cortesía. La idea fija de la amabilidad.
La gracia y las buenas maneras, la afición de chicos y grandes por las novelas de Víctor
Hugo, Balzac y Flauberi, los versos de Silva, Flórez y Juan de Dios Peza, los dramas de Echagaray
y Benavente, la ópera italiana y la zarzuela española, envolvían a la pequeña urbe en un halo de
espiritualidad y compensaban su fealdad y su pobreza.
Cuando Julián cumplió veintidós afíos era un mozo arrogante, en el que la varonil hermosura
del rostro emulaba con la armoniosa elegancia del cuerpo. Cabeza bien proporcionada; pelo negro,
muy abundante y ligeramente ensortijado, que a los enemigos de su padre les recordaba el de
Cerbeleón Mosquera, un cochero de color, oriundo de Puerto Tejada quien por muchos años había
conducido el “landeau” de la familia; frente amplísi-
ma; ojos grandes y expresivos, de un extraño color gris; nariz recta y fina de aletas entreabiertas con
aire apasionado; labios sensuales; dientes simétricos, fuertes y muy blancos. La reciedumbre de los
músculos, la anchura del tórax y ia agilidad de los movimientos denunciaban al deportista.
Desplegaba una actividad impresionante. Jugaba polo, tenis y golf. Baccarat en “El Globo”,
poker en “La Bolita” y billar en el Sun Club. Tomaba brandy con Pepe Ríomalo y Ulpiano de
Montijo en el café “Windsor” cerveza con Aldanita y otros prestidigitadores electorales de los
barrios en “El Castillo”; té con Lolita Chiriboga, hija del Ministro del Ecuador, en el “Ritz”; peto
con Rosalba Argüello, linda modista del Barrio Belén, en “La Irlanda”; masato con Elvirita Cuervo,

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profesora del colegio de las señoritas Casas, dondef la Chata Dorotea; y chicha con los peones de
“El Eucalipto” en Serrezuela.
Almorzaba con otros señoritos en el Loocky Club o con diplomáticos y políticos amigos de su
padre en el Palacio Arzayús; cenaba con banqueros en “La Rosa Blanca” o con Carmen Belmonte,
una cantante española de la compañía de Paco Aguilar en la“Maison Doré”; y comía morcillas con
los empleados de la “Cervecería Baviera” y de la “Compañía Interamericana de Tabaco”, los jueves,
en Las Cruces.
Este comer y beber de todo, con todos y en todas partes; ese departir con las gentes de su
clase, de la media y de la baja, sin discriminaciones ni cálculos, no eran actitudes postizas. Ni trucos
demagógicos sugeridos por Clímaco Arzayús o Aldanita. Eran reacciones espontáneas e
incontenibles de su personalidad.
Entre el padre y el hijo había diferencias sustanciales. Climaco Arzayús era un perverso,
aguijoneado por el orgullo y la ambición, un farsante innato, un impostor temperamental, capaz de
cometer todos los crímenes para satisfacer su ansia de dinero y su avidez de poder. Julián era
honrado y sincero hasta donde puede serio un hombre colocado en sus circunstancias. Le re-
pugnaban el delito y la inmoralidad. Su intervención en la comedia estaba justificada por razones de
fuerza mayor. Su situación era la misma de esos niños que nacen en el camerino de una artista y que
desde ese mismo instante, sin su voluntad y talvez contra ella, quedan incoiporados para siempre a
la farándula.
Había entre ellos, sin embargo, un vínculo indisoluble de afinidad: su sentido hedonista de la
vida. Su sibaritismo. Arabos odiaban la lucha y el esfuerzo y amaban la comodidad, la buena mesa,
el amor fácil.
Se habían distribuido los siete pecados capitales. El padre se había reservado la ira y la
soberbia, ia codicia y la envidia. El hijo la lujuria y la gula. Y ambos practicaban la pereza con
voluptuosidad.
Para un hombre apasionado y sensual como Julián, dominado por un frenético deseo de vivir,
renunciar a la farsa, desenmascarar a su ladre, quitarse su propio antifaz, equivalía al suicidio. Y a
todo estaba dispuesto menos a eso. Por tanto era necesario evitar a todo trance que cayera el telón.
La comedia debía continuar.
El desaforado dinamismo del Delfín no se aplacaba en los campos de deporte, ni se
apaciguaba en las mesas de juego, ni se calmaba en las de ios restaurantes y tabernas, pues llegaba
con su ímpetu intacto hasta los lechos de distinguidísimas damas cuyos nombres figuraban
diariamente en la página social de “El Incondicional’ o de las damiselas que tenían registrados los
suyos en los Libros de Control de la Policía Sanitaria. Y no se le escapaban las doncellas del Palacio
Arzayús quienes gracias a él habían dejado de serlo, ni las arrendatarias de “El Eucalipto” quienes
se disputaban el privilegio de sobrellevar siquiera por unos minutos la excelsa carga de su patrón.
El histórico acto se efectuaba en un maizal. Y una vez concluido la favorecida se levantaba
sacudiéndose el polvo de las enaguas y le decía a su generoso benefactor: —¡Muchísimas gracias,
patroncito! ¡Y que perdone lo mal atendido
Pero no era sólamente bohemio, glotón y lujurioso. Como buen calavera también era músico.
Tocaba —y con destreza — el tiple, la bandola y la guitarra. En el “landeau” de su padre, la
“victoria” de su tía Enriqueta Seispalacios y un coche de alquiler solía pasear con Nancy, Hortensia
y Margoth, tres damas que nunca lo habían sido ni tenían las menores intenciones de serlo, sus
amigos Pepe Ríomalo y Ulpiano de Montijo y los cuatro miembros de la “Estudiantina Garzón”.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Entre alegres canciones llegaban a “Patiasao, en el Camellón del Norte, o a Rondinela, en San
Cristóbal» o a la Cuna de Venus”, el el Paseo Bolívar, Julián se apeaba y ordenaba a la ventera:
—“Vermouth” para las señoras, brandy para los caballeros, heno para los caballos y ron para
los cocheros!
Las tres parejas bailaban hasta el amanecer y como Nancy era la querida de Julián, Hortensia
la de Pepe y Margotli la de lílpiano, no es difícil adivinar el epílogo de la reunión.
A las anteriores ocupaciones había que agregar: los banquetes políticos, las recepciones
diplomáticas, los matrimonios elegantes, los bailes de gala en casa de lasAmáiz, las Villaurrutia y
las Rocafuerte, las comidas en la mansión de los Marqueses de Toutvabien, los almuerzos en
“Piedra-blanca”, “El Tulipán” y otras haciendas sabaleras, las, carreras de caballos en el Hipódromo
de “La Magdalena”, las corridas de toros en un viejo circo de madera ubicado en el “Camellón de la
Alameda” frente al Parque del Centenario, las funciones de teatro en el Colón y las de
cinematógrafo en el “Faenza” o en el “Salón Olimpia”.
No había en la ciudad un aparato digestivo ni uno génito* urinario que trabajaran tan
intensamente ni a un ritmo más acelerado que los del Delfín. Su cerebro en cambio permanecía
ocioso. La abulia lo paralizaba cada vez que trataba de pensar. Al fin y al cabo había otros que
pensaban por él. Su tesis de grado, por ejemplo, fue obra de un condiscípulo suyo a quien el doctor
Arzayús retribuyó haciéndolo nombrar Cónsul en Manaos.
La política le importaba una higa. Su padre lo había afiliado al partido que él orientaba y
dirigía. ¿Cuál? Uno de los dos que se disputaban el Presupuesto y que ideológicamente eran y son
exactamente iguales. De tes diferencias que los hablan separado en el siglo pasado: centralismo y
federalismo, clericalismo y anticlericalismo, rígido sentido del orden y concepto idealista de la
libertad, subsistía apenas un vago recuerdo.
A la clase dirigente, sin embargo, le convenía “dividir para reinar”. Distraer al pueblo con los
clarines de “Garrapata” y los tambores de “Palonegro”. Mantener vívala llama del odio. Y mientras
que gíleifos y gibelinos se exterminaban recíprocamente retener y aumentar sus privilegios. Las
ideas políticas de Julián eran, como las de su padre, elementales. Se mostraba partidario de un
gobierno fuerte que rigiera a la nación con un mínimum de libertad y un máximum de energía y
defendiera la propiedad privada a todo trance.
Las altas posiciones del Estado debían estar reservadas para la “gente decente”
-Dios nos ampare —solía decir— de un pobre rico, de un esclavo libre y de un indio
mandando. .! A sus amigos del Loocky Club les decía:
—La plata está enterrada en los surcos, l’s peones la desentierran y ¡os caballeros la gastamos.
Para justificar su amor por los yankis afirmaba:
—Hicimos la revolución de independencia para cambiar el Virrey español por el Embajador
americano. Porque es un hecho axiomático que dependemos económicamente de los Estados
Unidos. Y al que se le come el pan se le reza el Padre Nuestro.
Y expresaba su opinión sobre la justicia así: —Dicen que la justicia es un perro que no
muerde sino a los de ruana. Pero lo grave sería que no mordiera sino a los de smocking pues
mientras que una ruana vale treinta pesos un smocking vale trescientos!
No obstante, lo sublevaba la injusticia, lo conmovía el dolor ajeno y no ocultaba su simpatía
por los humildes con quienes departía frecuentemente a pesar de las prohibiciones de su padre.

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Un día fue testigo de un episodio sangriento que lastimó profundamente su sensibilidad. Había sido
invitado a almorzar por su amigo Rafael Elicechea, hijo de un importante industrial, cuya casa
quedaba frente al Palacio Presidencial. De pronto se oyeron unos gritos en la calle. Julián y Rafael
se tevantaron de la mesa y se asomaron al balcón. De norte a sur avanzaba una manifestación. Los
manifestantes portaban banderas tricolores y unos carteles que decían: “Los colombianos también
sabemos coser!” “Los sastres nacionales podemos y queremos hacer los uniformes de nuestros
hermanos!”
El gobierno habla resuelto renovar los uniformes militares y contratado para el efecto los servicios
de unos famosos sastres ingleses. Los sastres criollos se llenaron de indignación y decidieron
organizar una manifestación para pedirle al Presidente que revocara esa determinación y les
adjudicara a ellos el contrato.
La manifestación, precedida por un coche destinado a servir de tribuna a los oradores, se
detuvo frente a las puertas del Palacio. Pasaron largos minutos y ni estas ni las ventanas se abrieron,
lin hombre alto, extremadamente flaco, de ojos hundidos y mejillas cóncavas, de cuya cabeza
colgaban unos pocos mechones grisáceos, con el hambre y el cansancio reflejados en el rostro, de
pie sobre el pescante del vehículo, dijo:
Lamentamos sinceramente que el excelentísimo señor Presidente no quiera vernos ni oírnos.
Hemos venido respetuosamente a rogarle que impida la consumación de una injusticia. Porque no es
justo que cuando muchos de nosotros carecemos de trabajo y los pocos que lo tienen no ganan el
dinero suficiente para alimentar a sus familias, el gobierno prefiera que unos sastres ingleses
confeccionen los uniformes de nuestros soldados. Si el señor Presidente se dignara oímos.
—¡Debe oímos! ¡Tiene que oímos! —gritó un manifestante y arrojó una piedra sobre las
puertas que continuaban cerradas.
Inmediatamente se abrieron. Apareció un capitán empuñando un sable desnudo. Detrás de él
veinticinco o treinta soldados armados de fusil que se enfrentaron agresivamente a la multitud. El
oficial ordenó:
—¡¡Apunten. . .!! *
El hombre que había hablado desde el coche abrió los brazos y suplicó:
—¡No nos maten! Ustedes no pueden disparar sobre sus herma. . .
¡ ¡—Fuego!! —Volvió a ordenar el oficial— La tropa disparó sobre la muchedumbre que se
replegaba en espantoso desorden. No hay motor de más alta velocidad que el pánico. Dos mil
personas huyeron en todas direcciones y desaparecieron como por arte de magia en un tiempo
inverosímilmente corto. En la calzada quedaron apenas unos cuerpos inmóviles y otros retor-
ciéndose entre charcas de sangre. Los “hermanos” uniformados comprobaron que catorce
individuos habían muerto y veinticinco presentaban heridas. El capitán descubrió entre estos
últimos
al orador. Permanecía en posición decúbito supino, con los ojos impresionantemente abiertos,
sudaba copiosamente y la respiración era anhelante. Una bala le había destrozado el estómago. Miró
fijamente al oficial y le dijo en voz muy queda:
—Gra... cias! Por... que es me.... jor mo.. rir así que de ham. . . . bre! —una violenta
contracción puso en tensión todos sus músculos y expiró.
El funcionario que practicó el levantamiento del cadáver encontró en los bolsillos del infeliz:

37
El Delfín Álvaro Salom Becerra

un metro, una tiza, un carrete de hilo, dos billetes de a peso, cuarenta centavos en monedas, un
recibo de la prendería donde habla empeñado tres días antes una máquina de coser y un carnet que
lo acreditaba como miembro del Comité Arzayucista del Barrio de Las Aguas.®(|
Julián y Rafael habían contemplado los distintos actos del drama. Hablan oído el discurso
inconcluso, el golpe de la piedra sobre las puertas del Palacio, las órdenes del oficial, la descarga,
los ayes de los heridos. Y habían visto correr la sangre a raudales, la feroz expresión de los
verdugos, la dolorosa estupefacción de los mártires, la fuga de la multitud despavorida.
A Julián lo cubrió un sudor frío, sintió náuseas, le flaquearon las piernas; tuvo que retirarse
del balcón fuertemente apoyado en el brazo de su amigo y reclinarse en un diván. Allí permaneció
largo tiempo absorto. Agitado por los más heterogéneos y confusos sentimientos. En su mar interior
se entrechocaban las olas del asombro, la cólera y el asco.
Ya bien entrada la noche llegó al Palacio Arzayús y fue en busca de su padre.
El gran hombre, envuelto en una fina bata, con la mano derecha apoyada en el mentón y
sosteniendo un cigarro egipcio en la izquierda, se encontraba arrellanado en una poltrona,
indudablemente sumido en graves y profundas cavilaciones. Esa era su pose predilecta y fue la
escogida años más tarde por el artista italiano a quien el gobierno contrató para que modelara su
estatua.
—¡Vengo horrorizado! —dijo el Delfín dejándose caer en una silla-
—Por muy poco te horrorizas... —respondió Arzayús— —Hasta el momento hay dieciséis
muertos y los heridos pasan de veinte.. —-repuso Julián—
—i~.n ja guerra que acaoa ae pasar nut>o matones de muertos. .. Y el mundo sigue
andando... —replicó Arzayús.
—Esos millones de hombres eran soldados armados hasta los dientes, que peleaban en
igualdad de condiciones.. —argüyó Julián— Pero en este caso la tropa disparé sobre una multitud
inerme. .
—No muy inerme porque estaba armada de piedras.. Varias fueron lanzadas sobre las
puertas del Palacio, según se me ha informado —respondió Arzayús, visiblemente disgustado.
—Papá: yo lo vi todo desde el balcón de la casa de Rafael Elicechea y puedo jurar que solo
uno de los manifestantes lanzó una pequeña piedra... ¡Ese fue un crimen monstruoso! —¡Deja
tanta sensiblería! —ordenó ásperamente Arza- ’ yus—. No olvides que todo lo que somos y lo que
tenemos se lo debemos al sistema que tú calificas de asesino.. ¡Estoy ya harto de saber que asumes
actitudes indignas de tu posición! ¿Cuándo vas a adquirir conciencia de que perteneces a una clase
y de que debes ser solidario con ella? ¿Hasta cuándo vas a alternar con todos los guaches y las
guarichas que te salgan al paso? ¿Y a permitir que te manoseen y te irrespeten? ¿Y a defenderlos y
compadecerte de ellos como si fueran iguales a ti? Por ese camino no llegarás a ninguna parte.
—Reconozco que siempre he sentido una gran simpatía por la gente de abajo. No lo puedo
evitar. Además si usted hubiera visto lo que yo vi hoy... —dijo Julián
—Te prohíbo hablar más de eso! —gritó Arzayús interrumpiéndolo—. ¡De una vez por todas
te ordeno que renuncies a esos sentimentalismos ridículos! ¿Qué te ifnporta a tí que hayan muerto
unos cuantos sastrecillos que ni sedal, ni política ni económicamente representan nada? Lo único
importante para ti debe ser que se prolongue indefinidamente el actual estado de cosas. Los fustjps
que dispararon contra esa gentuza son los mismos que deñenden esta casa y la “Cervecería

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Baviera” y l»*€om- pafiía Interamericana de Tabaco” y “El Eucalipto” y el hato “Horizonte” y el
dinero que tengo en los bancos para que tú te diviertas con tus novias y tus queridas y tus amigos...
¿Quiéres que todo eso se acabe? —y lo miró con el aire de triunfo del tirador que ha dado en el
blanco—
—Naturalmente que no... —respondió el Delfín—. ¡Perdóneme, papá! Realmente he sido
muy débil.
- Pues espero que no lo sigas siendo... —dijo Araayús La debilidad suele pagarse muy caro.
Luis XVI firmó su sentencia de muerte el día en que toleró que las turbas parisienses invadieran su
palacio y lo tocaran con el gorro frigio. ¡ Es necesario mantener a raya a la plebe si deseamos
conservar el poder. . .! Recuerda que todo hombre de Estado debe ser cruel como Santander,
orgulloso como Mosquera y cínico como Núfiez... Aldanita considera que esta es una magnífica
coyuntura para que tú, a nombre de la juventud, le ofrezcas al Presidente el respaldo del país en el
acto de desagravio y adhesión que se efectuará mañana . . .
“El Incondicional” informó al dia siguiente: “Apedreado el Palacio Presidencial por
agitadores comunistas. La guardia rechazó valerosamente el ataque. Varios muertos. Severa
investigación. Conocido terrorista ruso fue capturado. El país desagraviará hoy al primer
mandatario”.
Los dos partidos tradicionales representados por su Directorios, cuyos miembros
aparentemente se odiaban entre sí, sellaron la unión sagrada frente al “espectro de la insurrección
y el abismo del caos”. Y, fraternalmente abrazados, se encaminaron a visitar al Jefe del Estado .en
cuyas manos pusieron una declaración de apoyo irrestricto, en la que condenaban enérgicamente
el atentado lapidario y aplaudían el coraje de los soldados quienes habían salvado conjuntamente
la vida de aquel y la de las instituciones republicanas y democráticas.
El maestro Cesáreo Obaldía, un Justiniano a escala nacional, depositario de la ciencia
jurídica, exégeta de todas las constituciones, códigos y leyes dictados desde los tiempos de
Hammurabi y Tutmosis III, apóstol de la libertad y la justicia, latinista insigne cuyo amor por el
estudio lo llevó a decirle a su cónyuge la noche de bodas: “Noli me tangere” ya ordenarle mientras
le hacia entrega de un libro: “Tolle, lege!”, lanzó a la circulación una teoría revolucionaria en el
campo del Derecho Penal que provocó en Enrico Ferri cuando la conoció un arrebato de celos
apenas comparable con el que le costó la vida a Desdémona.
“Del mismo modo que una persona natural tiene pleno derecho para repeler cualquier
agresión contra su vida, honra y bienes —sostuvo el maestro Obaldía— el Estado puede y debe
rechazar por medio de sus agentes todo acto que atente contra las autoridades legítimamente
constituidas y el orden jurídico. Ni el oficial que impartió la orden ni los soldados que la
ejecutaron, cometieron por tanto ningún delito. El Estado ejerció, a través de sus representantes
uniformados, el derecho de legitima defensa. No fue un golpe de la fuerza contra la razón sino un
golpe de la ley contra la anarquía. Y “Dura lex, sed lex”.
La opinión sana cayó de hinojos ante el monumento jurídico. Los buenos ciudadanos,
amantes del orden y la paz, abrumados por el peso de tanta sabiduría, se postraron a los pies del -
excelso jurista y afirmaron que sus dimensiones eitfisuperiores a las del país o sea que este le
quedaba pequeño. Y hombres, mujeres y niños, desde el Atlántico hasta el Amazonas y desde el
Pacifico hasta Venezuela, repitieron que los desdichados sastres habían muerto a causa de un
“golpe de la ley”. La Iglesia consideró un deber suyo apuntalar al régimen con una pastoral que
terminaba así:

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

“El doloroso sacrificio de algunos hermanos nuestros, quienes soliviantados por la


propaganda comunista y alzaprimados por los falsos profetas que pregonan la lucha de clases,
resolvieron rebelarse contra las cristianas instituciones que nos rigen, nos recuerda aquel pasaje del
Evangelio do San Mateo: “Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y dando
un golpe al siervo del Pontífice le cortó una oreja. Dícele entonces Jesús: Vuelve tu espada a su
lugar, que todos los que manejan espada, a espada perecerán”. Parodian- do a Cristo podemos decir
ahora: “El que a piedra ataca, a bala muere”. Elevemos nuestras preces a Dios para que perdone y
reciba en su aprisco celestial a estas ovejas descarriadas”.
El sanedrín, como sucedía siempre que un peligro amenazaba el sistema, acudió al Palacio.
Altos prelados de la iglesia, oficiales de alta graduación, funcionarios de no menos alta jerarquía,
altos representantes de la banca, la industria y el comercio y distinguidos miembros de la alta
sociedad. Lo único bajo y mezquino era el motivo de la asamblea: la muerte de unos pobres sastres!
Todos a una congratularon al Presidente, ala República, a las instituciones y se congratularon
a si mismos por haber salido ilesos de la criminal conjura dirigida por unos apátridas puestos al
servicio del comunismo internacional.
El Delfín, según lo acordado entre su padre y Aldanita, llevó la palabra. Su discurso que
interpretó el pensamiento y el sentimiento de todos los presentes, fue calificado al día siguiente por
“El Incondicional” como “una pieza de antología”.
En nombre —dijo— de una juventud que posee un profundo sentido cristiano de la vida y una
inconmovible vocación jurídica, que acata los mandamientos de la ley de Dios y los estipulados en
la Constitución del 86, vengo a deciros —señor Presidente— que la nación entera repudia la
cobarde asonada de que se os hizo víctima, primera etapa de un plan revolucionario urdido en
Moscú por los enemigos de nuestra democracia; admira y exalta la heroica conducta del oficial y los
soldados que detuvieron la espantosa marejada terrorista; yos respalda y apoya sin salvedades ni
limitaciones.
¡Yo tuve oportunidad de ver al populacho energúmeno, aguijoneado por la codicia y el odio,
blandiendo furiosamente armas blancas y de fuego..
¡Y tuve ocasión de oír las incitaciones a la barbarie hechas por un fanático en* quien
convergían la pasión incandescente de Marat y la siniestra frialdad de Robespierre, en cuyos
bolsillos fueron halladas dos bombas de alto poder explosivo, una pistola y un puñal, el que después
de pedir vuestra cabeza manifestó que sólo una noche de San Bartolomé, de la que no saliera con
vida ningún oligarca, podía salvar al país!
¡Y vi los millares de piedras, de inequívoca procedencia rusa, frenéticamente lanzadas por los
nihilistas sobre las puertas y ventanas de este Palacio.
¡Y vi a ese nuevo Aníbal, a ese Napoleón redivivo, a ese Bolívar reencarnado, impertérrito
ante la hidra de dos mil cabezas, impartir la orden de “¡Fuego!” que evitó la quiebra de la
democracia y la bancarrota de las instituciones!!
Y vi, por último, a ese grupo de soldados denodados e intrépidos ganar una segunda batalla de
Lepanto, pues, derrotando al monstruo de la revolución, salvaron nuevamente la civilización
cristiana y la cultura occidental.
Ya para terminar se acordó que no habla hecho ninguna alusión a las espadas, la sangre y las
banderas, con las que debía sazonar todos sus discursos conforme a los consejos de Aldanita y
concluyó la magistral oración así

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¡ La bandera nacional seguirá cubriendo como una coraza vuestro augusto pecho. Contra ese
tricolor escudo se mellarán impotentes los puñales de Bakunin, ávidos de sangre patricia. Y para
defenderos están igualmente las espadas de los libertadores que ahora empuñan sus legítimos
herederos: los gloriosos oficiales y soldados de nuestro ejército, con quienes la República ha
contraído una nueva e incancelable deuda de gratitud,.
La ovación que sucedió a las palabras finales fue apenas inferior a la que estremeció a Bogotá
cuando el doctor Nacianceno Terán, desde el balcón del Palacio Arzayús, anunció el nacimiento del
orador. Sólo después de diez minutos comenzaron a languidecer los vítores y a extinguirse los
aplausos. Entonces se iniciaron ios comentarios:
—¡Es un tipo simplemente genial! —exclamó el Presidente.
—¡Qué elevación! —agregó el Ministro de Gobierno.
—Y qué profundidad! —observó el de Obras Públicas.
—¡Un fondo excelente! —anotó el de Relaciones Exteriores
—¡Y una forma estupenda! —añadió el de Educación.
—¡A 1 fin, hijo de su papá! —afirmó el de Guerra.
—¡Y descendiente de un mártir! —apuntó el de Industrias.
—¡Y de un conquistador! —manifestó el de Correos.
—¡Ahí si hay madera! —dijo el de Hacienda.
- ¿Madera simplemente? ¡Mármol para un busto! ¡Bronce para una estatua —remató
patéticamente el de Agricultura.
Todo el sanedrín se sumó al coro de alabanzas y celebro con brindis de champán el triunfo del
orden jurídico y de las instituciones republicanas y democráticas.
El “nuevo Aníbal”, el “Napoleón redivivo”, el “Bolívar reencamado” fue condecorado con la
Gran Cruz de Plomo y los héroes de la segunda batalla de Lepanto ascendidos a Cabos; al maestro
Obaldía se le impuso la “Orden al Mérito Jurídico” y al Delfín la medalla de: “Servicios Eminentes
a la Patria”.
Cuando los cortesanos comenzaban a dispersarse, Rafael Elicechea se acercó a Julián quien se
encontraba rodeado de entusiastas admiradores, lo tomó de un brazo y lo condujo a un rincón del
Salón Verde.
—No he visto desfachatez igual a la tuya! —le dijo--. ¿De manera que los victimarios son
ahora héroes y las víctimas unos bandidos comunistas? ¿El patatús que te dio en mi casa fue una
comedía? ¿O la comedia es la que acabas de representar aquí?
—Ay, mi querido Rafael! —respondió Julián—. Yo nací en un teatro y en ese teatro estoy
condenado a morir. . . Te juro que hubiera querido'ser un hombre honrado. Pero mi papá se ha
empeñado en hacer de mí un político... En tu casa el ser humano sintió indignación, asco,
vergüenza; aquí acaba de hablar el histrión...!!!
Contrariando su inveterada costumbre de desayunar en sus habitaciones, Clímaco Arzayús
había ordenado que el desayuno le fuera servido en el comedor. Agitó una campana y le dijo a
Cosme, un criado joven, que acudió solicito.
—Dígale a la señora que la espero hace diez minutos y que como debo asistir a la Junta

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Directiva del Banco de la Nación dentro de una hora, no dispongo de mucho tiempo.
La fealdad y la antipatía-de Catalina Seispalacios habían aumentado con el tiempo. Los párpados
habían terminado por ceder a la tenaz presión de los ojos y estos se habían escapado definitivamente
de las cuencas; la nariz nada tenía que envidiar a la de Pinocho; la boca, coléricamente apretada,
cada vez más parecida a una cicatriz. Vestía un traje de terciopelo negro sobre el que refulgía un
valiosísimo broche de diamante. Entró al comedor con afectada lentitud, hizo a Arzayús una venia
protocolaria y como este estaba sentado en una de las cabeceras de la mesa, ella se sentó en la
opuesta.
—Hacía mucho tiempo que no lo veía... Lo encuentro muy viejo y muy gordo.
—¿Pues usted está más fea que nunca y tan antipática como siempre... —le respondió Arzayús
sin poderse contener—
—De manera que usted me ha citado aquí para insultarme? __rugió Catalina desconcertada
con la respuesta de Arzayús, quien jamás se habla atrevido a enfrentársele— Está muy bien! La
pelea es peleando! Yo soy fea y antipática. Pero soy una mujer honesta... Usted, en cambio, ¡es un
amoral y un depravado! ¡Capaz de vender por fanegadas el territorio nacional como si fuera una
finca suya! ¡Y de ceder a los gringos por unos cuantos dólares todo el petróleo de Santander y todo
el platino del Chocó! ¡De mandar matar a su mejor amigo para satisfacer su ambición! ¡De prostituir
a todas las colegialas del país! ¡De corromper a todos los jueces! ¡De...
—¡Paz, señora, paz...! —imploró Arzayús profundamente arrepentido de haber desatado
aquella tempestad sobre su cabeza. Usted me saludó desapaciblemente y yo le contestó en una
forma poco galante... ¡Estamos en paz! Si la ofendí, ¡perdóneme! Quiero que hablemos acerca de
Julián. Me tiene muy preocupado...
—Sé lo que me va a decir —repuso Catalina con voz todavía alterada por la ira—. Que es un
vagabundo y un irresponsable. Pero, ¿cómo puede pretender usted que el hijo no se parezca al
padre? ¡Julián es idéntico a usted!: perezoso, frívolo, sensual! ¡No se sabe cuál es más ignorante ni
cuál más vació espiritualmente! Ambos están convencidos de que vinieron al mundo
exclusivamente a gozar... ¡A comer las mejores viandas, beber los mejores vinos y dignificar a todas
las mujeres acostándose con ellas.
—No niego que nos parecemos en muchas cosas —argüyó Arzayús—. Pero en ese parecido
no me cabe ninguna culpa...
—¡Le cabe toda! —Replicó Catalina—. Usted hizo a Julián a su imagen y semejanza. -, Le
infundió su egoísmo, sus vicios, sus defectos. - - Nunca se preocupó por su formación intelectual ni
moral. Le escogió como preceptor a un picaro de siete suelas, a un proxeneta despreciable: ¡el señor
Aldanita! Llegó, en su estúpida soberbia, hasta prohibirle que leyera, con el argumento de que un
hijo suyo no necesitaba hacerlo. Julián es el producto de ese ambiente de mentira y de artificio
creado por usted para engañar a la gente..
Arzayús, que había perdido los dos primeros asaltos, no quiso exponerse a la derrota total e
izó bandera blanca.
—Reconozco que he pecado por acción y omisión —dijo humildemente—. Sin embargo, la
mayor parte de la responsabilidad es de Julián. Si él tuviera voluntad, ambición, una personalidad
recia, a pesar de mi influencia negativa, de lo que usted llama mi mal ejemplo, estaría dedicado al
estudio y la investigación. Y no a la “dolce vita”, a las mujeres y al alcohol. Hace más de un año
que se recibió de abogado y no le ha pasado por la cabeza la idea de abrir una oficina. La política no

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le interesa. Pero ni siquiera la marcha de las fábricas, la hacienda y el hato que van a ser suyos...
Nunca concurre a las Juntas Directivas de “Bavíera” ni déla “Interamericana” y cuando asiste se
queda profundamente dormido... Creo que es indispensable sacarlo de este medio. Un viaje a
Europa le convendría muchísimo.
—¡No me haga reír que tengo un labio partido! —contestó Catalina—. ¡La enfermedad es
grave pero la droga que usted propone es mortal! Si aquí, viviendo en esta casa, sometido a nuestra
vigilancia, con los ojos de toda la sociedad bogotana puestos sobre él, lleva la vida de un libertino,
¿cómo sería allá?
—Lo importante para mí en este momento es poner mar de por medio entre Julián y sus
amigos Pepe Riomalo y Ulpiano de Montijo, que son un par de sinvergüenzas! —replicó Arzayús—
. Evitar que mis enemigos se sigan solazando con el espectáculo de mi hijo borracho, abrazando a
las prostitutas en las calles... Quiero que vaya a París y que se matricule en un curso de
especialización en la Sorbona. No me hago ilusiones sobre el provecho que pueda sacar de él. En
todo caso de los viajes y los libros algo queda.
—Veo que usted tiene una determinación tomada. En otros términos: me ha llamado para
presentarme un hecho cumplido. Haga lo que quiera. Al fin y al cabo el dinero que Julián va a
malgastar en París, bien o mal habido, es de usted. Pero conste que me parece un disparate.
—Lamento, Catalina, discrepar de usted. Realmente he tomado la resolución de que mi hijo
viaje a París —respondió Arzayús muy contento de ver cómo su mujer se batía en retirada—. Le
repito que no soy optimista en relación con la utilidad intelectual que tenga ese viaje para él. Pero,
por una parte, es urgente sacarlo de Bogotá y, por otra, viajar a Europa, especializarse en Paris, son
hechos que dan prestigio, “good will”... Ya casamos —y relativamente bien— a nuestras hijas.
Ahora debemos pensar seriamente en el porvenir de Julián...
Efectivamente Victoria Eugenia y Claudia Fernanda se habían casado o, más exactamente,
habían sido casadas por sus padres ocho y seis años antes, respectivamente.
Victoria Eugenia, alta, magra y nariguda —como su madre— era ia esposa dei único hijo de
los Marqueses de Toutvabien. La nobleza dei Marqués y la opulencia de la Marquesa hablan
colocado a esta pareja en el vértice de la pirámide social. Con los Arzayús y los Peñarredonda, los
Rocafuerte y los Osuna de las Altas Torres compartían el cetro de la aristocracia bogotana. Los
banquetes más suculentos y los bailes más suntuosos eran ofrecidos en su espléndida mansión de la
Avenida de la República.
Contaban los viejos bogotanos que dias después del suicidio de José Asunción Silva habla
llegado a la ciudad un caballero francés, de gallarda apostura, porte majestuoso y maneras
impecables, que contrastaban violentamente con la humildad de su indumentaria: un sombrero
astroso, un traje negro que lanzaba destellos y unos zapatos en estado preagónico.
En el atuendo del extraño personaje se reflejaban cien años de penuria familiar, ya que los
monstruos del 89, junto con la cabeza le habían arrebatado a su abuelo todos sus castillos, palacios y
rentas. Y como este habia jurado, al pié de la guillotina, que -en señal de protesta— ninguno de sus
descendientes trabajaría jamás y ellos, a su vez, hablan respetado fielmente ese juramento, desde
entonces todo había sido hambre, desnudez y privaciones para los hijos y nietos del mártir.
Agregaban que una semana después de la llegada del caballero francés, había aparecido en el
principal periódico de la época el siguiente aviso:
‘Aristócrata europeo con titulo de Marqués, magnífica estampa, óptima educación, maneras y

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

gustos correspondientes a su clase, experto en esgrima, equitación, baile y gastronomía, desea


contraer matrimonio con mujer joven o vieja, fea o bonita, que posea el dinero suficiente para
sostener decorosamente un hogar elegante, indispensable acompañar a la solicitud: declaración de
renta, escrituras propiedad, saldos bancarios, títulos acciones. El anunciador tiene en su poder
documentos fehacientes para probar la autenticidad de su linaje. Las interesadas pueden dirigirse a:
“Marido Ideal” —Hotel Génova— Camellón de los Cameros”
Y referían, finalmente, que Estefanía Paúl, una solterona de treinta y cinco años,
inmensamente rica como que era dueña de un ingenio azucarero en el Valle, una mina de oro en
Antíoquia, una hacienda algodonera en el Tolima, acciones en poderosas compañías extranjeras por
valor de varios millones de pesos y numerosas casas en Bogotá, quien vivía dos siglos atrás soñando
con los miriñaques y los abanicos de las cortesanas de Luis XV y suspirando por casarse con un
conde, un duque o un marqués, había mordido el anzuelo.
La millonaria se convirtió en Marquesa y el Marqués en millonario. Y el producto de esa
amalgama de oro y sangre azul fue el Marquesita de Toutvabien, quien sería con el tiempo el esposo
de Victoria Eugenia Arzayús.
El matrimonio estuvo antecedido de circunstancias tragicómicas ya que la novia no era virgen
y había sido ya madre cuando su ilustre padre la condujo al altar. Y algo peor todavía: el novio no
había sido el autor de la desfloración ni el coautor de la criatura! ¿Quién entonces? Pues nadie
menos que Toflín Urueta, mi apuesto joven barranquillero, experto en desfloraciones y técnico en la
reproducción de séres humanos, quien se jactaba de haber perforado ciento ochenta y siete himenes
y preñado a ciento treinta y cuatro mujeres durante los dos años de su permanencia en Bogotá.
Las cosas sucedieron como suceden siempre. Ella y él, lo mismo que otros ciento cincuenta
jóvenes elegantes fueron invitados a cenar en una hacienda sabanera. Excitados por el baile y enar-
decidos por el vino, salieron a los jardines. Promesas de amor eterno, caricias y besos. Se reclinaron
en el césped. “Después no supe que fué de mi...” —contaba ella como todas posteriormente—
Quince días más tarde supo, sin embargo, que estaba embarazada.
El escándalo de Catalina la Grande fue mayúsculo. Se desmayó dieciocho veces consecutivas.
Rompió todos los espejos y porcelanas del Palacio Arzayús. El hecho en sí mismo no la
preocupaba. Pero el origen y el color ligeramente moreno del seductor la sacaban de quicio. Con el
cabello revuelto, el traje en desorden y los ojos más desorbitados que nunca, se golpeaba la cabeza
contra las paredes, mordía las alfombras y las cortinas y gritaban frenéticamente:
—Y con un costeño! Con un negro! La descendiente de don Sancho el Conquistador
deshonrada por un descendiente de los esclavos africanos que levantaron las murallas de Cartagena!
Si hubiera sido con un caballero bogotano... Con uno de-los Osuna de las Altas Torres o de los
Villaurrutia o de los Rocaftierte no habría tenido importancia... Pero con un negro! Con un costeño!
Clímaco Arzayús quien era primordialmente un hombre práctico, analizó fríamente el
problema. Había que evitar a todo trance que la gente extraña a la familia lo conociera pues el
escándalo sería su ruina. En segundo lugar había que investigar las condiciones económicas,
sociales y políticas del seductor pues a lo mejor era un buen partido.
El resultado de la investigación fue adverso a Toñín. Su familia era una de las más
distinguidas de Barranquilla pero el patrimonio apenas sí llegaba a trescientos mil pesos y carecía
de influencia política. El seductor, naturalmente, fue rechazado de plano.
Por lo pronto era indispensable ocultar a Victoria Eugenia, conducirla a un sitio tranquilo
donde pudiera permanecer durante los meses de la gestación y dar a luz discretamente. Y después

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buscarle marido. Arzayús, como siempre, le pidió consejo a Aldanita.
—Tengo la solución! Mándela a “Europa”.
—¿A Europa? —interrogó Arzayús— Para que pasee su preñez por las calles de París, de
Londres y de Roma, donde hay centenares de colombianos que la conocen?
—Usted, mi querido doctor, no me dejó terminar.
—repuso Aldanita— “Europa” se llama una casa situada en el norte, que tiene un poco de hotel,
algo de clínica de maternidad y mucho de orfanato, dirigida por unos eminentes ginecólogos y
pediatras. Allá van las más distinguidas señoritas de la sociedad precisamente cuando han. .. dejado
de serlo y esperan un hijo. Tejiendo chismes, jugando cartas, leyendo, viendo cine, fumando —
como pasajeras de un barco de lujo— pasan los meses del embarazo. Por último dan a luz y el niño
o niña son inmediatamente separados de ellas y trasladados a una sala-cuna donde se les pone a la
venta.
—¿A la venta? —preguntó sorprendidísimo Arzayús—
—Como usted lo oye... —replicó Aldanita— Frecuentemente van a la sala-cuna matrimonios
sin hijos, deseosos de
adoptar uno de buena sangre. La Casa garantiza la óptima calidad de la de todos los que vende... El
precio depende lógicamente del “pedigree”... Y la señorita regresa a la casa de sus padres como si
nada hubiera pasado.
Seis días después apareció en la página social de “El Incondicional” la siguiente nota:
“Parte mañana para Europa, con el objeto de continuar sus estudios, la señorita Victoria
Eugenia Arzayús, gentilísima dama de nuestra alta sociedad, hija del ilustre político, estadista e
industrial doctor Clímaco Arzayús y de la venerable matrona doña Catalina Seispalacios de
Arzayús”.

Cuando diez meses más tarde volvió la viajera al Palacio Arzayús, su padre y el Marqués de
Toutvabien le habían escogido al hijo de este como esposo. Los dos viejos magnates se reunieron,
como lo hacían en otro tiempo los Emperadores y los Reyes, y sin mucho esfuerzo llegaron a la
conclusión de que esa alianza familiar y económica convenía por igual a las dos casas felizmente
reinantes. Y sin consultar siquiera a los futuros cónyuges acordaron la fecha de la boda.
Un día mientras apuraban unos vasos de whisky en el “Bar Escocés”, Arzayús le preguntó al
Marqués:
—¿Y qué va a pasar la noche de bodas cuando tu hijo descubra que Victoria Eugenia no es
virgen?
—Absolutamente nada! —respondió el Marqués— Un tipo del pueblo bajo o de la clase media
armaría una tragedia griega, con efusión de sangre, varios muertos y heridos... Pero mi hijo es un
hombre civilizado. ¿Sabes que es el himen para mí? Un obstáculo puesto por la naturaleza en el
camino del hombre hacia la felicidad —y lanzó una sonora carcajada— Y sabes qué hará el
Marquesito la noche de bodas? Preguntarle a Victoria Eugenia quién le hizo el favor de remover ese
estorbo para darle las gracias. ..! —y soltó otra carcajada estruendosa— El matrimonio, aprestigiado
con la presencia de todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, el Cuerpo Diplomático y
los más prominentes miembros de la sociedad, la banca y el comercio, tuvo

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

la pompa y el boato de una boda principesca. La revista “Bogotá Elegante” publicó una larga
crónica del acontecimiento en uno de cuyos apartes podía leerse:
“Todo en la linda novia era blanco, puro,, inmaculado, virginal! El precioso traje de satín
francés con incrustaciones de encaje de Bruselas, la corona de azahares, el bouquet de lirios y
campanitas del campo, el rosario de nácar. Cuando atravesó majestuosamente el templo del brazo de
su ilustre padre tuvimos la sensación de que en el cielo habían quedado apenas 10.999 vírgenes!
Porque su impoluta blancura exterior era un reflejo de la albura sin mancilla de su alma”.
Dos semanas después el Marqués de Toutvabien fue a visitar a Climaco Arzayús. Le mostró
un periódico y le dijo:
—¿Tengo yo razón o no? Estos tipos de medio pelo son unos bárbaros, unos perfectos
salvajes. . . En cambio el Marquesita recibió muy deportivamente el hecho. . . Como yo lo había
previsto dijo que afortunadamente le habían evitado un trabajo impropio de un hombre tan delicado
como él... —y prorrumpió en una de sus habituales carcajadas.
El titular del periódico decía asi:
“A los gritos de “prostituta! ”, “ ¡prostituta! ”, un empleado oficial mata a su hija y luego se
suicida. Lo hizo al enterarse de que había sido deshonrada”.
—Qué guache tan bruto y tan de mal gusto! —comento Arzayús—
Claudia Fernanda Arzayús, la segunda de las hijas del insigne personaje, se parecía más a este
que a su madre. De baja estatura, regordeta y sanguínea. Habla heredado de Catalina la Grande el
engreimiento y la insolencia que, sumados a su antipatía persona], hacían de ella una mujer
simplemente abominable. A pesar de su posición y su dinero, que la convertían en una presa
apetitosa, a los veintinueve años no habla tenido el primer novio.
Fermín Iriarte, joven perteneciente a una familia arruinada pensó —lo mismo que el Marqués
de Toutvabien— qUe un buen matrimonio era la única solución de su problema. Y enfilé baterías
sobre Claudia Fernanda quien, indiscutiblemente, era el mejor partido de Bogotá en ese momento.
En una fiesta a donde habían sido convidados ambos, se le acercó para pedirle que bailara con
éi. Ella lo miró de pies a cabeza y le dijo despectivamente:
—Yo no bailo con desconocidos. ¿Quién es usted?
—Fermín Iriarte.
—Su nombre, que es horroroso, no me dice nada. ¿Y cómo se llama su papá?
—José Luis Iriarte —contestó Fermín tratando de disimular su enojo
—Lo conocí alguna vez y no me pareció simpático.
—repuso Claudia Fernanda con deliberado desdén
—Por favor, señorita! —alcanzó a decirle Fermín ya iracundo.
—Le prohíbo interrumpirme, caballero! —ordeno ásperamente Claudia Fernanda- — ¿Y
quien es su mamá?
—Josefina Amáiz de Marte! —respondió Fermín con voz ahogada por la indignación— Y
sepa usted que es una dama muy conocida en Bogotá.
—Demasiado conocida! —replicó irónicamente Claudia Fernanda

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¿Como puede uno conversar con esa víbora sin aplastarle la cabeza? —le preguntaba Fermín a
un amigo luego de referirle la escena anterior— No me casaría con esa mujer aunque me diera en
oro el peso de los cerros de Monserrate y Guadalupe.
Y con palabras análogas se expresaban todos los fugaces pretendientes de la solterona después
de que hablaban con ella.
Hubo uno, sin embargo, que resistió todas sus afrentas y vejámenes. Escupitajos en el rostro y
puntapiés en el trasero. Que bebió hasta las heces el cáliz de la humillación. ¿Un masoquista? No.
Simplemente un calculador cuyo lema era el mismo de Crispín: para subir cualquier escalón es
bueno. Se llamaba Chepito de la Parra. Era un lechuguino bogotano, relamido y melifluo, con bi-
gote de galán joven y dengues feminoides. Tenía una capacidad de simulación impresionante. Venia
del moyo pero tenía la arrogancia de un príncipe. Decía ser hijo de un abogado famoso y de una
esclarecida dama pero nadie recordaba haber conocido al uno ni a la otra. Con unos cuantos
arcaísmos y vocablos estrambóticos y otros cuantos latinajos tomados del Diccionario Larousse
engatusaba a los incautos que lo consideraban un genio. Se ufanaba de haber sido el mejor alumno
del Gimnasio Contemporáneo y de la Universidad Ignaciana pero nadie recordaba haber sido con-
discípulo suyo. A su verdadero apellido que era Parra, había resuelto anteponer la preposición y el
artículo con lo que se había incorporado a una de las más aristocráticas familias de la ciudad, cuyos
miembros —no obstante— negaban enfáticamente todo parentesco con el advenedizo.
Lo movían dos motores: la ambición y la audacia. No había ruindad que no fuera capaz de
cometer ni golpe que no estuviera dispuesto a soportar en su ascensión a la cumbre. Arrastrándose,
doblando la cerviz, adulando, cultivando el mito de su erudición y su nobleza, había llegado a
ocupar un alto cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Y en ese ambiente de eufemismos
cobardes y reticencias hipócritas se movía como un pez en el agua
Aldanita era un buen observador. Como por sugerencia de Arzayús figuraba en la lista de
personajes que el Ministerio enviaba a las Legaciones para que fueran invitados por estas, concurría
a todas las recepciones diplomáticas. Y en todas se encontraba con Chepito de la Parra. Arzayús le
había confiado la misión de conseguirle marido a Claudia Fernanda. Entonces comenzó a estudiar al
flamante funcionario. A analizar lo positivo y lo negativo que había en él.
Y llegó a la conclusión de que tenía condiciones sobresalientes, que ningún otro podía reunir:
Era un magnífico actor puesto que había convencido a la gente de su aristocracia y su sapiencia; el
oficio lo había convertido en un hombre de mundo muy adecuado para actuar airosamente en los
salones del Palacio Arzayús; estaba decidido a subir así fuera por la escalera de la indignidad; a
cambio de un poco de dinero y un trozo de poder recibiría con una sonrisa los desplantes histéricos
de la solterona, sus desprecios y sus golpes; ya incluido en el clan Arzayús podía llegar a ser un
instrumento valiosísimo en la ejecución de ciertas maniobras no siempre ilícitas pero
invariablemente inmorales.
Una noche durante un cóctel en una Legación se quedó mirando fijamente a Chepito quien, en
ejercicio de sus funciones, repartía sonrisas forzadas y venias sin fuerza y dando un leve codazo a
Arzayús le dijo mientras sé lo enseñaba con un movimiento de cabeza:
—¡Ecce homo!
—¿Para qué? —preguntó Arzayús sin entender—
—Pues para esposo de Claudia Fernanda —respondió Aldanita— Es el único tipo capaz de
aguantarla, de soportar su genio endemoniado. . . Además es un joven meritorio. Dicen que
pertenece a una familia distinguida y que tiene una vasta cultura y nadie ha demostrado lo contrario.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Con su esfuerzo ha llegado a una buena posición en el Ministerio y con la ayuda de usted podrá
volar muy alto.
—A mí no me disgusta del todo —replicó Arzayús— Por otra parte mi hija ya no puede
esperar más tiempo... Y no tengo siquiera el derecho de decir que se va a quedar para vestir santos
porque no creo que haya un santo, por santo que sea, que se deje vestir de esa pantera...* Lo
autorizo para que organice un romance y veremos qué pasa.
Aldanita se dirigió a Chepito de la Parra, lo tomó del brazo y ambos se encaminaron a un
pequeño salón y se sentaron en un sofá.
—Soy portador de una noticia que va a cambiar su destino... — le dijo Aldanita con voz
sibilina— Una mujer que sin ser reina de belleza no es un monstruo, multimillonaria, hija del
hombre más poderoso del país, está interesada en usted, llene un único defecto: es dominante y
despótica y goza humillando a sus admiradores. Usted debe asumir una actitud absolutamente
pasiva, resistir en silencio, no protestar, no enfurecerse jamás, sonreír siempre... Deje que lo insulte,
que le pegue, que lo escupa, que lo orine...! El poder que a usted le gusta y el dinero que no le
disgusta van a ser el precio de su sacrificio)
La cara de estupefacción y felicidad que puso Chepito fue la misma que ponen los místicos
cada vez que se les aparece la Virgen. Estuvo a punto de caer de rodillas a los pies de Aldanita. Sin
averiguar siquiera el nombre de su futura novia (pues lo sabia muy bien) prometió hacerla su esposa
y juró que, para probar su amor, se sometería a todos los castigos morales y físicos.
Al dia siguiente fue invitado a comer al Palacio Arzayús y comenzó un idilio unilateral que
habría de prolongarse durante dos años. De nada valieron las actitudes y las palabras hostiles de
Claudia Fernanda, su agresiva indiferencia sus sarcasmos y desprecios, sus burlas y desaíres.
Chepito permaneció impertérrito. Como Zaragoza y Gerona frente a los ejércitos de Napoleón.
Mientras más lo vapulaba ella más enamorado y solícito se mostraba él.
El milagro se operó al fin. En uno de sus raros momentos lúcidos pensó Claudia Fernanda que
a los veinte años una mujer puede casarse con el hombre que quiera pero a los treinta tiene que
resignarse a hacerlo con el que pueda. Y el único con quien podía después de que todos sus
pretendientes se habían batido en retirada, el único que había sufrido impasible sus groseros
desdenes, era Chepito. Y pensó también que conformarse con el papel de tía pudiendo desempeñar
el de madre era una solemne idiotez. Recordó, finalmente que la única soltera de sus contem-
poráneas en el colegio era ella. Este argumento fue definitivo. La fortaleza, aparentemente
inexpugnable, se rindió.
A la boda, tan fastuosa como la de Victoria Eugenia con el Marquesita de Toutvabien, asistió
el sanedrín. Las joyerías y platerías de la ciudad quedaron naturalmente vacías. “El Incondicional”
calificó la fiesta como “el acontecimiento social del año”. Y los recién casados pasaron su luna de
miel en Río de Janeiro, en donde Chepito por influencia de Arzayús había sido nombrado Ministro
Consejero.
Días después mientras jugaban una partida de billar en el Sun Club, Julián le dijo a su amigo
Pepe Ríomalo:
—Con la llegada del nuevo actor: el eminente humanista doctor Chepe de la Parra, que no es
eminente, ni es humanista, ni es doctor, ni es de la Parra, ha quedado completo —ahora si— el
elenco de la Compañía de Alta Comedia “Arzayús y Seispalacios”...
Sobre la estada del Delfín en Paris existen apenas dos documentos contradictorios. Son dos

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cartas suyas. La primera, dirigida a su padre, dice así: “No me creerá usted pero no he tenido tiempo
de conocer sino unos pocos lugares de la ciudad. Los más interesantes desde el punto de vista
histórico, cultural y artístico. La Catedral de Notre Dame, donde estuve rezando por ustedes, la
Plaza de la Bastilla, el Palacio de Luxemburgo, los Inválidos, el Museo del Louvre (permanecí dos
horas extasiado ante “La victoria de Samotracia” y tres frente a la “Mona Lisa”), los Jardines de las
Tullerías, el Teatro de la Opera, el Panteón que, como usted sabe, queda muy cerca a la
Universidad, donde están enterrados Rousseau, Voltaire, Víctor Hugo y Emilio Zola, entre otros.
No he ido, en cambio, a ningún sitio de diversión. Aunque a usted le parezca inverosímil me
he vuelto un anacoreta. Las mujeres que son todas lindas y muy fáciles me dejan completamente
indiferente. Además le he tomado aversión al alcohol. Bebo, a lo sumo, una copa de vino en cada
comida. Carlos Sanclemente, nuestro Cónsul aquí y quien fue mi compañero de bohemia allá, está
aterrado del cambio. Hace algunos días me invitó a comer con unas amigas suyas y no salía de su
asombro cuando rehusé la invitación alegando que estaba indispuesto.
Una sed insaciable de saber se ha apoderado de mi. Mi vida transcurre entre la Universidad y
el hotel. Concurro puntualmente a las clases y, una vez que terminan, me encierro a estudiar en esta
habitación de la que salgo sólamente cuando necesito satisfacer necesidades ineludibles. Hay días,
sin embargo, en que se me olvida comer y dormir. Hasta ese extremo ha llegado mi obsesión por el
estudio. Un compañero de Universidad me dijo recientemente que si continuaba así me iba a enlo-
quecer como Don Quijote.
Estoy, pues, haciendo lo posible y lo imposible por corresponder a la confianza que rtU madre
y Usted han depositado en mi. Le prometo que no los defraudar^. Es necesario, si, que
frecuentemente eleven sus preces a Dios —como yo lo hago para pedirle que les conserve a ustedes
la salud— y le supliquen que, por ningún motivo, permita que se debilite mi fervor o decaiga mí
entusiasmo
La segunda carta, dirigida a Ulpiano de Montijo, dice en cambio:
“Esta es una ciudad sencillamente maravillosa! Simplemente fantástica! Claro está que no conozco
todavía los sitios qué la gente llama interesantes. Sería absurdo que perdiera el tiempo visitando
iglesias, palacios y museos en vez de aprovecharlo divirtiéndome. ¿Cómo puede un ser racional
preferir los mamarrachos que exhiben en el Louvre a las preciosas muñecas de carne y hueso que se
encuentra uno en todas partes y a todas horas?. Y cómo puede un individuo normal cambiar los
monumentos humanos que ve a cada instante por Ja columna de Vendóme o el Arco del Triunfo?
Naturalmente tengo convencido a mi papá de que no levanto los ojos de los libros, de que no
como ni duermo porque no le puedo robar un minuto al estudio, de que no miro a una mujer aunque
se me aparezca desnuda, de que cada vez que veo una botella de champaña me persigno como ~,i
hubiera visto al diablo y de que me la paso en Notre Dame rezando por él...!
Me matriculé en la Sorbona pero no he asistido sino a tres o cuatro clases. Definitivamente el
tiempo aquí no alcanza para nada. Estudio o diversión: that is the question. Esa alternativa no ha
tenido para mi, como supondrás, sino un solo término: el último. Los Delfines no necesitan estudiar
pero los jóvenes sí necesitan divertirse! Y me he divertido intensamente. No puedes imaginarte
hasta qué punto. . . No ha pasado un día sin que no me haya emborrachado ni una noche en que me
haya acostado solo. Tengo el hígado destrozado y las demás visceras, órganos y ihiembros hechos
una birria...!
Supongo que te acuerdes de Carlos Sanclemente. Está de Cónsul aquí y es mi compañero de
farra. Como lleva varios años viviendo en París conoce muchos sitios agradables y tiene conexiones

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

estupendas.
Fuimos naturalmente al Moulin Rouge” con dos lindas chicas. Aquella noche se presentaba la
Mistanguette. ¡Qué piernas, Ulpiano, qué piernas! No hay un superlativo para calificarlas. Junto a
ellas son dos chusques las de Nancy y un par de tubos de gres las de Margoth. Y qué extraordinaria
bailarina! Mis alaridos de júbilos eran tales que un maitre se me acercó para pedirme compostura. Y
un caballero inglés, de monóculo, muy circunspecto y ceremonioso, quien estaba sentado en una
mesa contigua me miró insistentemente y después meneó tristemente la cabeza como queriendo
decir: Pobrecito! Está loco!” No sé cuantas botellas de champaña bebimos. Si mi papá supiera lo
que pagué me haría declarar en interdicción judicial. Las chicas y nosotros estuvimos felices y la
fiesta terminó horizontalmente.
A la noche siguiente fuimos con dos chicas distintas, una rubia despampanante y una morena
espectacular, a la “Rate Morte” donde se presentaba Maurice Chevalier quien es el cantante y
bailarín de moda y el tipo más simpático y gracioso que puedas tú concebir. Champaña en
cantidades amazónicas, una cuenta más alta que la Torre Eiffel y alegre fin de fiesta en la cama.
No me había levantado aún cuando llegó Carlos para decirme que como esa noche actuaría
Josefina Bakeren el “Casino” iríamos a verla en compañía de dos nuevas amigas suyas (su surtido
es inagotable): una baronesa rusa quien tuvo que abandonar su país en 1918 y una cubana
divorciada de un magnate azucarero. Dos jamonas espléndidas. La baronesa un poco fría y
protocolaria pero elegantísima. La cubana con un cuerpo escultural y una simpatía avasalladora.
Ambas son modelos.
Renuncio a describirte a Josefina Baker como mujer y corno baiilarina Aquí está haciendo
furor el “charleston” y ella lo baila como no lo ha bailado ni lo podrá bailar otro ser humano. Es un
espectáculo maravilloso. Mi entusiasmo llegó al frenesí cuando me tiró un beso. Nuestras amigas,
Carlos y ya comimos, bebimos y bailamos desaforadamente. Y para cerrar con broche de oro nos
¿limos a acostar. Carlos con la rusa y yo con la cubana. Fue una jomada deliciosa. Naturalmente me
costó un Potosí.
Para referir todas mis aventuras aquí tendría que escribir una enciclopedia. Y no quiero
cansarte. Pero no resisto la tentación de contarte una muy original y divertida: Suzanne es una linda
florista del Boulevar Saint Germain; una bonita cara, un cuerpo hermosísimo y para el amor... ni
hablar! Definitivamente estas francesas nacieron para amar y ser amadas. Son unas artistas
incomparables no solo en la pelea de fondo sino en las preliminares. .. La conquista fue muy fácil y
actualmente es una de mis nueve amantes. Hace cuatro noches fui con ella al “Lido”. Regresamos a
su apartamento pasados de copas. Y sabes qué idea se me vino a la cabeza? Pues la de que ella y yo
nos bañáramos en champaña. Le ordené al portero que me comprara cuatro cajas, destapara las
cuarenta y ocho botellas y las vaciara en la tina. Suzanne y yo, completamente desnudos, nos
sumergimos hasta el cuello. Yo roe sentía un Petronio. Aquello era la quintaesencia del
refinamiento, el non plus ultra del sibaritismo.
Le propuse a Suzanne que hundiéramos la cabeza en la espuma para que la ablución fuera
completa. De pronto un ardor insoportable nos obligó a abandonar precipitadamente la tina. El
alcohol se nos habia metido en los ojos, en los oídos, en la nariz, en la garganta, en el ano, en el
recto, en los óiganos genitales. Dábamos saltos, nos revolcábamos en el suelo, Suzanne me soplaba
a mi y yo a ella, nos abanicábamos con sendos periódicos, nos echábamos agua fría. .. Pero todo era
inútil. El ardor, lejos de disminuir, aumentaba. Creí volverme loco Duramos una hora corriendo y
brincando como posesos. Al fin caímos extenuados. Y sabes cuál fue el comentario del portero?
“Estos salvajes suramericanos que se quitan las plumas para venir a Europa Sólo a ellos se les puede

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ocurrir que la champaña sirve para hacerse baños de asiento...!!”
La anterior, sin embargo, ha sido mi única experiencia desagradable. Todas las demás,
agradabilísimas! Yo vine aquí a gozar. ¿Para qué estudia un hijo de Clímaco Arzayús? Tú muy bien
sabes que nuestro país es una monarquía con disfraz democrático. La riqueza, el poder, el éxito, el
prestigio, no se conquistan; se* heredan! Para subir, para triunfar es indispensable tener un padre
poderoso como el mío. El ya ha resuelto que yo sea un gran hombre. Yo apenas debo repetir las
palabras de María al Arcángel Gabriel: “He aquí el esclavo del señor. l lágase en mi según tu
palabra”.
Julián duró dos años en París. “El Incondicional’ anunció su regreso a Bogotá con la siguiente
nota:
“Está de nuevo entre nosotros, después de haber adelantado con aprovechamiento excepcional
un curso de especialización en la Sorbona y de haber alcanzado el primer puesto entre los alumnos
de setenta y dos países, el joven abogado Julián Arzayús, hijo del doctor Clímaco Arzayús y de
doña Catalina Seispalacios de Arzayús, uno de los más promisorios miembros de la juventud actual,
quien está destinado a continuar la brillante carrera de su egregio progenitor. Le presentamos un
atento saludo de bienvenida y hacemos votos porque los conocimientos que adquirió redunden en
beneficio de la nación
En la ausencia de Julián, Clímaco Arzayús había sido personaje central de un formidable
escándalo.
La nación había sido condenada a pagar trescientos millones de pesos a una compañía
petrolera norteamericana de la que era apoderado y, por concepto de honorarios, había recibido
sesenta. Pero además —y esto era lo más grave— los cuatro Magistrados Madores habían sido
acusados de haber proferido esa sentencia mediante el pago de quinientos mil pesos a cada uno de
ellos.
Arzayús aparecía, por una parte, defendiendo intereses contrarios a los de la República de la
cual era Senador y recibiendo como emolumentos una suma superior al Presupuesto nacional de
aquella época. Y aparecía, por otra, como autor intelectual de un delito de cohecho y como agente
de los sobornadores extranjeros ante los Magistrados venales.
El gobierno ordenó una “severa investigación” y comisionó para que la adelantara al doctor
Melitón Salguero, el más hábil, sagaz y probo de los jueces de Instrucción Criminal, capaz de
esclarecer en cuarenta y ocho horas el crimen de Berruecos que no se ha esclarecido en ciento
cincuenta años. Terror de pillos y de abogados defensores quienes lo llamaban “El Incorruptible”
por su intransigente honestidad y esperanza y garantía de los hombres de bien.
El Ministro de Justicia hizo llamar al “Incorruptible” a su Despacho, lo invitó asentarse en la
mesa de conferencias, ordenó al ujier que trajera dos tazas de café, le pidüó a la secretaria que no lo
interrumpiera por ningúa motivo y le dijo a su visitante:
—El conocimiento que tengo de su capacidad y rectitud me decidió a confiarle una
investigación delicadísima. Usted tiene plena libertad para actuar. No voy a coartar su autonomía... .
Pero considero que tengo el deber de hacerle algunas reflexiones Detener a un pobre diablo, así sea
arbitrariamente, no tiene ninguna importancia. Pero meter a La cárcel a un hombre ilustre, que ha
ocupado altísimas posiciones, a quien el país le debe eminentes servicios, propietario de dos de las
más florecientes industrias nacionales, condecorado por numerosas naciones amigas, socio de los
principales clubes sociales—así haya suficiente mérito para hacerlo—es un duro golpe a la
República, a las instituciones republicanas y democráticas, a los hombres de trabajo, a los creadores

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de riqueza, a la sociedad, al prestigio internacional del país. - Y cómo vamos a darles esa
satisfacción a los enemigos del sistema democrático, a los agitadores comunistas, a los malos hijos
de la patria, quienes comparan al país con los establos de Augias y pregonan a todos los vientos que
la clase dirigente esta corrompida y que el capitalismo está naufragando en un mar de pus?
El Ministro hizo una pausa, apuré un sorbo de café, prendió un tabaco y prosiguió mientras
lanzaba una bocanada de humo:
—Por lo demás, como usted sabe, en esta investigación esta comprometida una poderosa
compañía petrolera norteamericana. Para el gobierno y el país vale mucho más la amistad de los
Estados Unidos que el triunfo de la justicia. ¿No ha visto usted en la prensa que el Ministro de
Hacienda viajé a Washington con el fin de gestionar un préstamo de quinientos millones de
dólares? ¿Cree usted, mi apreciado doctor Salguero, que los gringos nos van a prestar un solo dólar
cuando sepan que estamos persiguiendo judicialmente a sus compatriotas? En síntesis: Hay razones
de Estado que hacen aconsejable el fracaso de esa investigación. Ni nacional ni intemacionalmente
nos conviene que ella prospere. Me entiende usted? No le estoy pidiendo que prevarique... Líbreme
Dios Le pido simplemente que piense en la patria, en el irreparable daño que le puede causar
dictando un auto de detención precipitado e inconsulto contra uno de sus mejores hijos, en el me-
noscabo que puede sufrir el crédito del país en el exterior... Y, por último, le pido que piense en
usted, en su porvenir, en su carrera judicial.. . Porque no olvide que la República premia a sus
buenos servidores... Hay momentos en que un Juez debe poseer algunas de las propiedades de los
metales: elasticidad, ductibilidad, maleabilidad.
El Juez miraba desconcertado al Ministro. Cada vez entendía menos, ¿Qué relación tenían los
títulos y preeminencias del sindicado y la patria y las instituciones y los Estados Unidos y los
préstamos, con su obligación de recoger las pruebas que condujeran al descubrimiento de la verdad?
¿Qué era en definitiva, lo que el alto funcionario quería pedirle a través ‘e todos sus eufemismos y
ambigüedades? Era necesario darle una lección de moral!
—Puede usted tener la seguridad, señor Ministro, de que cumpliré estrictamente con mi deber
como lo he hecho siempre... —dijo Salguero— Si la investigación fracasa no será por mi culpa... He
sacado adelante otras más difíciles y nunca me ha temblado el pulso para firmar un auto de
detención. No le tengo miedo a los peces gordos. La ley y mi conciencia están para mí por encima
de todas las cosas del mundo... Por eso me llaman el “Incorruptible”.
—Veo que me he equivocado con usted—replicó el Ministro malhumorado y poniéndose de
pie - Le falta inteligencia para comprender ciertas cosas y patriotismo para entender otras... La
entrevista ha terminado!—y con la mano derecha le indicó la puerta
Salguero quedó atónito. Había creído, en su angelical ingenuidad, que había ganado la
partida. Ahora se daba cuenta de que la había perdido irremediablemente. Y junto con ella el cargo
de Juez.
Tan pronto como el “Incorruptible” abandonó el despacho, el Ministro oprimió el timbre para
que acudiera el Secretario.
—Ese tipo es un cretino! —Le dijo— si le dejamos la investigación es capaz de meter a la
cárcel a Arzayús, al Embajador Americano y al Nuncio Apostólico... Redacte usted un decreto
destituyéndolo y piense en un candidato para reemplazarlo. Pero, por favor, que no vaya a ser
incorruptible.
Un Robespierre de esos, administrando justicia, puede tumbar un gobierno o provocar una guerra
internacional...

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Javier Estrada, el nuevo Juez, un antioqueño vivaz, ambicioso y locuaz, si entendió las
infracciones ministeriales. Y tanto que, cuando el Ministro empezó a dárselas con sus habituales
circunloquios, lo interrumpió para decirle:
—Demás, señor Ministro, demás.. . A buen entendedor pocas palabras bastan... Usted cree
que yo voy a meter al gobierno en la grande por una porquería de investigación? ¡Eh, Ave Maña!
Montañero si soy pero de pendejo no tengo un pelo. ¡Cuando fui Juez en Sonsón y figuraba alguna
persona importante en el sumario, yo dudaba y como la duda debe resol-verse en favor del
sindicado, la absolvía... ¿Cómo le parece pues?
Se inició la investigación. Una montaña de papel comenzó a crecer. Declaraciones,
indagatorias, careos, inspecciones oculares. Pero como el Juez era soberano en la apreciación de la
prueba, los testimonios más dignos de credibilidad se volvían sospechosos; ios indicios más
vehementes se tomaban equívocos y documentos incontrovertibles eran puestos en tela de juicio
El proceso, torpedeado desde adentro y precisamente por el encargado de perfeccionarlo, se
con virtió en un hacinamiento de vaguedades e incongruencias. Remitido al conocimiento del Juez
competente para fallarlo, este —después de una convincente conversación con el Ministro de
Justicia—sobreseyó definitivamente en favor de Clfmaco Arzayús y del Gerente y el Auditor de la
“Massachusetts Oil Company”. Los cuatro Magistrados del Tribunal, a su vez, fueron absueltos
posteriormente por sus superiores de la Corte Suprema.
Arzayús triunfó en toda la línea. Pudo presentarse ante el país como la víctima propiciatoria
de una inicua campaña cuyo principal objetivo era el descrédito de las instituciones. El Senado, la
Cámara, varias Asambleas y muchos Cabildos aprobaron proposiciones de felicitación. Doscientos
veinte socios del Loocky Club le ofrecieron un banquete de desagravio. Y ‘El Incondicional”, en un
editorial titulado: “Un imposible metafíisico” sostuvo:
“Lo dijimos en un principie y lo ratificamos ahora. El delito, en Clímaco Arzayús, es un
imposible metafísico. Contra el eximio repúblico se desató hace ya algunos meses una implacable
ofensiva, en el curso de la cual hubo de sufrir los zarpazos del odio y las dentelladas de la envidia.
Sitó detractores lo presentaron como un mercenario contratado por una empresa extranjera para
comprar un fallo judicial. Pero el insigne patricio demostró paladinamente su inocencia. Y un Juez
de insospechable pulcritud lo absolvió con el argumento irrebatible de que no habían aparecido los
cheques presuntamente girados a los Magistrados ni los recibos firmados por estos.
Ferri dijo alguna vez que ningún hombre estaba vacunado contra el delito. Clímaco Arzayús
se ha encargado desvirtuar la tesis del penalista italiano. Ei sí está vacunado contra el delito, contra
el pecado, contra el vicio. Su vida es tic compendio de virtudes, un tratado de ética, un código de
moral. Sus enemigos, que son ios de la República y las instituciones democráticas, pueden seguir
dando coces contra el aguijón de su entereza irreductible”.
Aldanita, cauteloso y desconfiado por naturaleza, consideró que aquel era un triunfo pírrico y
opinó que Arzayús debía desaparecer de la escena política, así fuera transitoriamente.
—Quiere oír un consejo y seguirlo, mi querido doctor? Retírese! Usted cree que salió muy
bien librado de este lío pero yo no las tengo-todas conmigo. La gente, en la calle, tiene la
convicción moral de que usted es responsable. Ademas los Magistrados han cometido estupideces
increíbles. El une compró una casa que no habría podido comprar ahorrando todo Su sueldo durante
veinticinco años; el otro adquirió una finca por trescientos mil pesos en Ubaté: y el otro está
pensando en viajar a Europa con su familia. El único prudente y discreto ha sido el doctor
Figueredo quien continúa sable en mano, dando mandobles a diestra y siniestra, para que le crean

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que está muy pobre... Por otra parte, Mr. Brown, el gerente de la “Massachusetts Oil Company” dijo
el otro día en el “Saxo American Club”, según me cuentan, que los colombianos debían estar muy
agradecidos con su compañía por haber repartidos centenares de miles de dólares entre ellos y que
se metía la justicia de este país por el.. Bueno, usted ya se imaginará por donde...
Arzayús anonadado miraba a Aldanita con los ojos muy abiertos y la boca muy cerrada.
Nunca le había hablado con tanta claridad ni tanta lógica.
—Y quiere que le diga otra cosa con toda sinceridad?
—preguntó Aldanita— La gente está cansada de usted, de oírlo nombrar, de ver todos los días en el
periódico una fotografía suya con la respectiva leyenda: “Arzayús trabaja”, ‘Arzayús descansa”,
“Arzayús bebe”, “Arzayús orina’, ‘Arzayús come”, “Arzayús defeca”... Usted ha mandado
demasiado, ha ganado demasiado dinero, ha recibido demasiados honores, ha explotado demasiado
a este pueblo... Dentro de pocos días cumplirá ochenta años. Acaba de recibir sesenta millones de
pesos. La vida le ha dado con creces todo lo que le ha pedido. ¿Qué espera para retirarse?
Arzayús no encontró un solo argumento que oponer a los irrefutables de Aldanita. Y por
duodécima vez se retiró definitivarnente de la vida pública, pues siguiendo una tradición de los
políticos nacionales en once ocasiones anteriores se había despedido para siempre de sus
admiradores y correligionarios.
Se transformó entonces en un titiritero. Manejaba desde la sombra los hilos de las marionetas.
Aparentemente no intervenía en nada, pero no había ley, ordenanza, acuerdo, decreto ni resolución
donde no tuviera ingerencia. El Presidente no nombraba Ministros, ni los Gobernadores Alcaldes, ni
los Alcaldes Secretarios sin su previo concepto favorable.
Cuando su partido se dividía o los intereses de la plutocracia exigían una coalición de los dos
bandos tradicionales o alguna grave crisis amenazaba las instituciones o la apatía de la gente
presagiaba una derrota electoral de las tuerzas gobiernistas, aparecía como el Sumo Sacerdote de la
tribu. Como el salvador de la República.
Y al conjuro mágico de su palabra el partido se unía o los bandos tradicionales se coaligaban
o se solucionaba la crisis de las instituciones o el pueblo votaba caudalosamente por las listas
oficiales y la oligarquía volvía a ganar las elecciones.
Su último acto político fue el de autorizar la inscripción de su nombre como candidato al
Senado. Pero puso una condición: la de que su hijo Julián quedara como suplente suyo.
El Deiñn, quien estaba aún en París supo por una carta de Pepe Ríotnalo que había sido
elegido Senador Suplente y que, como el principal había tomado la determinación de no ocupar su
eurul, le correspondería a él ocuparla cuando se iniciaran las sesiones ordinarias del Congreso,
—Lo que yo digo... —le comenté a Carlos Sanclemente con quien cenaba en “L’escargot
Rouge”—enseñándole la carta de Pepe— A mi todo me llueve del cielo. Para algo tengo un papa
importante... No he sido político, el pueblo no me conoce, no participé en la campaña electoral, no
moví un dedo para que me eligieran y, sin embargo, ya lo ves... Senador de Ja República! Miembro
de la más alta corporación legislativa del país, a donde se llega sólamente después de treinta años de
lucha y luego de haber hecho elkinder en el Concejo Municipal, la primaria en la Asamblea
Departamental y el bachillerato en la Cámara de Representantes...
Quince días después de su regreso a Bogotá, Julián abrió su oficina de abogado. Ningún
jurisconsulto de la ciudad había tenido hasta entonces una más elegante. Finísimos muebles fran-
ceses, tapetes persas, cortinas de damasco, centenares de obras jurídicas ricamente empastadas,

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retratos de Planiol y Ripert, con sendas dedicatorias, bustos de Enrico Ferri y Francesco Carrara y
una linda secretaria: Juliette, directamente importada —como los muebles— de París y que aunque
ignoraba totalmente la mecanografía, la taquigrafía y el castellano, no tenía nada que envidiar en la
cama a los Siete Sabios de Grecia.
Y en la puerta una placa que decía: “Julián Arzayús — Abogado de la Universidad Ignaciana,
especializado en la Sorbo- na— Asuntos civiles, penales, comerciales y administrativos”.
—El marco está precioso pero no veo el cuadro.
—le dijo Aldaníta a Julián después de recorrer el suntuoso bufete—
—No entiendo bien... —repuso Julián que había entendido perfectamente—
—Pues que la oficina está muy bonita pero le hace falta el abogado... —replicó Aldaníta-—-
Hablemos claramente, Julián: Hace cuarenta años que estoy al servicio de su padre. Algo de lo que
es él me lo debe a mi y todo lo que yo soy se lo debo a él. A usted lo conozco como si lo hubiera
parido.
Entre nosotros no puede haber secretos ni mentiras. Usted tiene el título de abogado pero no sabe
qué diferencia hay entre un juicio ejecutivo y uno ordinario ni entre un delito de concusión y uno de
incesto. Y un avión no puede volar sin piloto ni una oficina de abogado funcionar sin una persona
que sepa derecho. Yo conozco una que puede servir.
—¿Quién es? —preguntó Julián—
—Damián García— contestó Aldanita— Es un joven hui- lense tímido, demasiado modesto,
pero con un gran talento y un gran criterio jurídico. Se gradué hace dos arios pero no ha tenido el
dinero indispensable para montar una oficina. Por unos cuantos pesos se encargará de estudiar los
negocios y de redactar los alegatos y memoriales que sean necesarios. Usted se limitará a firmarlos
y a cobrar a los clientes... Además García tiene un instinto político certero que puede ser de mucha
utilidad para usted, ahora que va a entrar de lleno a la vida política...
García, quien estaba al borde de la muerte por inanición, consideró que ser asesor jurídico del
hijo de un ilustre jurisconsulto y eminente jurisperito a la vez era un honor que excedía a todos los
que él habla soñado y le pareció que la suma con que se le retribuirían sus servicios era muy
superior a la que él podía aspirar. Y alquiló su cabeza. Después alquilaría su dignidad hasta
convertirse en el Aldanita del segundo Arzayús.
La curiosa sociedad inició operaciones. Garda trabajaba quince horas diarias mientras que
Julián—en una y media— recibía poderes y honorarios y firmaba los alegatos y memoriales
redactados por aquel. Julián ganaba en promedio la cantidad, entonces exorbitante, de doce mil
pesos mensuales y García recibía un sueldo de ciento veinte.
La clientela estaba compuesta en su mayoría por amigos de Julián y gentes de su clase: socios
del Loocky Club, comerciantes acaudalados, banqueros, hacendados de la Sabana y viudas ricas.
Pero cuando acudía un cliente desconocido el bufete era escenario de una divertida comedia.
Salí# a recibirlo, elegantísima Juliette, la linda secretaria, quien le dedicaba la más adorable de
sus sonrisas y la más insinuante de sus miradas. Lo instalaba en una pequeña antesala lujosamente
decorada. Allí permanecía inedia hora, al cabo de la cual era introducido a una segunda antesala
más lujosa que la primera, donde se entretenía en admirar los muebles, los cuadros, las cortinas y
los adornos y en hojear las más recientes revistas americanas y europeas. Pasados veinte minutos
Juliette lo invitaba a penetrar a una tercera y suntuosa antesala, donde lo agasajaba con una taza de

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

exquisito café y cigarrillos egipcios. Al fin, un cuarto de hora después, abría la puerta del despacho,
hacia una profunda reverencia y exclamaba con la solemnidad de un gran chambelán: — El doctor
Arzayús lo espera. Tenga la bondad de seguir!
En ese preciso instante Julián sostenía una conversación telefónica imaginaria con un
supuesto cliente.
—No insista usted... No puedo hacerle ninguna rebaja. Diez mil pesos, ni un centavo menos!
Le ruego que no pierda su tiempo ni me lo haga perder a mi... Usted sabe que yo soy uno de los
abogados más ocupados del país... Hoy debo terminar tres demandas de casación; mañana tengo una
audiencia
en Cali y pasado mañana una inspección ocular en Bucara- manga... Le repito que no me interesa su
asunto pero si usted se empeña en darme poder ya sabe cuál es el valor de mis honorarios...Muy
bien! Muy bien! Entonces lo espero hoy por acá... Buenas tardes!
—Mi oficina es un filtro —les decía a sus amigos— Un individuo que resiste la prueba de las
tres antesalas indudablemente tiene capacidad económica para pagar bien... De diez que van
diariamente, nueve se retiran con cualquier pretexto antes de llegar a mi despacho. Pero queda uno
dispuesto a pagarme el dinero que le pida.
Mientras que García escribía demandas y memoriales jurídica y literariamente impecables,
Julián presionaba a los Jueces y Magistrados para que los resolvieran favorable e inmediatamente.
El instrumento de trabajo del primero era la máquina de escribir y el del segundo: el teléfono.
—Ola, mi querido Juez...!! Le habla el Senador Arzayús. Por allá le mandé un memorialito.
Espero que me lo resuelva hoy mismo. ¡Ah,... me contaron que todavía no les habían pagado los
sueldos... Si necesita dinero ya sabe que yo soy su amigo y que estoy para servirle. Naturalmente...
Tengo mucho gusto...Entonces nos encontramos a la una en ei Loocky y almorzamos juntos.
Diez minutos después llamaba a Camilo Larrea, su amigo de infancia y condiscípulo en el
Gimnasio Contemporáneo y en la Universidad Ignaciana, quien era el funcionario encabado de
conceder las licencias de importación:
—Ala, viejito, como estás? Y Clemencia qué tal? Y Memé? Y Tutú? Y Fifi? Mira: necesito
hablar contigo urgentemente. Si, claro, en relación con la licencia de que te hablé hace dos días..
. Tú anotaste ej número de la solicitud. Para los interesados, que son muy buenos clientes míos, este
es un asunto de vida o muerte porque si en quince días no les llega la materia prima tendrán que
cerrar la fábrica... Son unos tipos muy ricos y muy generosos... ¿Me entiendes? ¿Por qué no me
aceptas una invitación a comer esta noche para conversar más tranquilamente sobre esto? Bueno, te
espero a las ocho en el Sun... Encantado de oírte! Mil recuerdos a Clemencia. Y caricias a Memé, a
Tutú y a Fifí...
Y para rematar las labores jurídicas del día llamaba al Secretario de Obras Públicas, también
miembro de la masonería ignaciana.
—Ilustre Secretario! ¿Cómo te va? Te he llamado para pedirte un favor especialísimo: tengo un
gran interés en que el contrato para la construcción de la carretera a Turmazaque le sea adjudicado a
mi amigo Polidoro Huertas... Ha tenido mala suerte como ingeniero pues se le han caído varios
puentes, pero es un pisco chirriadísimo, es copartidario nuestro y está muy pobre... De manera que
nada, de licitaciones ni de carajadas! Muy bien...! Así me gusta! En nombre de Polidoro
muchísimas gracias! Y de antemano me pongo a tus órdenes en el Senado... Mañana te llamaré, sin
falta, para que celebremos el acontecimiento con una botella de whisky..

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Por consejo de Aldanita y —como lo haría Hitler pocos años después— nombró como
Ministro de Propaganda al cronista judicial de “El Incondicional” a quien le fijó una remuneración
de doscientos pesos mensuales para que destacara sus éxitos profesionales. En cumplimiento del
contrato de trabajo, el cronista informaba por lo menos una vez a la semana; “Julián Arzayús gana
valiosísimo pleito”, “Brillante actuación del doctor Arzayús en un célebre juicio”, “Intrincado
negocio judicial fallado después de treinta años gracias a ia actividad de Julián Arzayús”.
Al cabo de seis meses no había en Bogotá un jurista más respetable y prestigioso. Ni uno que
ganara más dinero. García tenía que trabajar dieciocho horas al día y Julián se había visto obligado a
aumentar a tres sus horas de labor. Tantos eran los alegatos, demandas y memoriales que debía
firmar.
La prosperidad del Delfín era absoluta. Clímaco Arzayús había repartido ya sus bienes entre
Catalina la Grande y sus tres hijos. A cada uno le había correspondido una fortuna representada en
acciones de la Cervecería “Baviera” y la “Compañía lnteramericana de Tabaco” y derechos en “El
Eucalipto” y “El Horizonte” y las propiedades urbanas. Y como los ciudadanos seguían
envenenándose con los productos de la primera empresa nombrada e intoxicándose con los de la
segunda, las utilidades eran pingües. A medida que aumentaban los casos de cirrosis hepática y
enfisema pulmonar entre los consumidores, crecían los dividendos de los accionistas.
El éxito económico, los triunfos profesionales y políticos y sus mismas victorias amorosas,
había modificado visiblemente la personalidad de Julián Arzayús. Le habían dado seguridad en sí
mismo confianza en sus propias fuerzas. El tímido se había vuelto audaz y ligeramente cínico. El
muchacho débil, refractario a la mentira y alérgico a la inmoralidad, había desaparecido para dar
paso a un hombre endurecido, de moral laxa, para quien el fin de satisfacer su ambición justificaba
los medios más indignos. No había podido sustraerse al contagio del ambiente. Ahora era un
farsante como su padre, como su madre, como su hermana Victoria Eugenia, como su cufiado
Chepe de la Parra, como el Marqués de Toutvabien como Aldanita, como todos los escribas y
fariseos del sanedrín que lo habían rodeado desde niño.
Dos semanas antes de la instalación del Congreso citó en su oficina a sus amigos Ulpiano de
Montijo y Pepe Ríomalo.
—Toda la vida nos hemos comunicado nuestros proyectos —les dijo— Tengo ahora un plan y
quiero que ustedes lo conozcan y me den su opinión sobre él. Deseo hacerme elegir Presidente del
Senado el 20 de julio...
—¿Tú estás loco? O se trata de una broma... —dijo Ulpiano— desde que yo me conozco los
Presidentes del Senado han sido siempre unos ancianos venerables, cargados de años y
merecimientos Que yo sepa nunca han elegido a un joven que asista por primera vez a la
corporación y en calidad de suplente.
—Estoy completamente de acuerdo con Ulpiano - -agregó Pepe— Me parece un error. Y no
olvides, Julián, que el que mucho abarca poco aprieta.
—Ustedes definitivamente son unos idiotas! —replicó Julián— Me arrepiento de haberlos
llamado. Y les voy a probar que ni la prostatitis, ni el reuma, ni la caspa en la bragueta son
requisitos para llegar a la Presidencia del Senado... Les apuesto cinco mil pesos a que me hago
elegir.
Al día siguiente invitó a comer en el Palacio Arzayús a dos Senadores que por su jerarquía
dentro de las colectividades a que pertenecían, decidían cualquier elección: el doctor Teodi-

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

celdo Pulido, boyacense fatuto, malicioso, cazurro y camandulero; y el doctor Yezid Rocha,
toiimense genuino, espontáneo, dicharachero y ateo, quienes a pesar de sus grandes diferencias se
entendían tan bien en el campo ideológico como los partidos que representaban.
Terminada la primera botella de whisky e iniciada la se- guna, Julián preguntó a sus invitados:
¿Y quién es el candidato para Presidente?
—No hemos podida ponemos de acuerdo —contestó el doctor Pulido-— Hay dos candidatos
y las fuerzas de uno y otro son exactamente iguales.
—Presento mi nombre para dirimir el empate...! —dijo Julián— Mí elección constituiría un
homenaje a la juventud y una reparación a mi padre que tantas persecuciones ha sufrido por sitó
servicios a la patria.
—Esa es la solución! —exclamó entusiasmado el doctor Rocha— Y lo más lógico y justo que
podemos hacer... Acepto incondicionalmente! Maflana mismo pondré tu candidatura a la
consideración de mis copartidarios.
—Y'yo se la propondré a los míos —dijo el doctor Pulido en tono oratorio, poniéndose de pie
y apoyando las manos en el espaldar de su silla— Me parece elementalmente equitativo desagraviar
al más recio caudillo que ha tenido el país en los últimos cincuenta años de las infamias y calumnias
de sus enemigos, que son los nuestros, los de Dios y de la patria, de la civilización cristiana y la
cultura occidental! Y si se trata de rendir un homenaje a la nueva generación, que ha comenzado a
irrumpir en la vida pública, nadie la encama y simboliza con más brillo que nuestro insigne
anfitrión, este joven meritisitno que a golpes de inteligencia y voluntad, de consagración y de
esfuerzo, se ha colocado ya en la primera fila de los jurisperitos nacionales! Por él, por su juventud
inmaculada, por la gloriosa senectud de su padre, por la salud y prosperidad de ambos y, en fin, por
el futuro Presidente del Senado quiero brindar ahora.
Y los vasos de los tres Senadores se estrellaron en el aire.
El Senador Rocha convocó a sus colegas y copartidarios a una reunión preliminar y otro tanto
hizo el Senador Pulido con los suyos. La candidatura de Julián no tuvo oposición. A los argumentos
expuestos por los Senadores del Tolima y de Boyacá para defenderla, se sumaron muchos mas.
—Es descendiente de un bizarro caballero español, don Sancho el Conquistador, quien nos
trajo la sublime cruz de Cristo y la noble lengua de Castilla! —dijo el Senador Tomás Cipriano
Arboleda, del Cauca.
—Por sus venas circula la sangre generosa con que tiñó el patíbulo ese excelso mártir de la
libertad que se llamó Francisco José Arzayús! —anotó el Senador Pacifico Rosero, de Narifto.
—No seamos pingos! Siendo el Senado la fábrica de las leyes —manifestó el Senador Andrés
Avelino Galvis, de Santander— el Gerente tiene que ser un gran abogado para que queden bien
hechas.. Y en este momento no hay un abogado mejor, ni uno que gane más pleitos, ni reciba más
dinero que Julián Arzavús... Elijámoslo y dejémonos de tochadas
Algunos argüyeron que el hecho de no haber intervenido en la política hasta entonces y el de
no haber causado ni recibido heridas eran una garantía de imparcialidad en la dirección de los
debates; otro opinaron que habiéndose presentado un empate entre los partidarios de los dos
candidatos postulados inicialmente, la única forma de resolver el problema consistía en elegir a un
tercero que no despertara resistencia en ninguno de los dos grupos y a quien nadie pudiera ponerle
tacha ni reparo; y hubo quienes conceptuaron que la riqueza del candidato y su prestancia social

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eran factores importantísimos tratándose de un cargo eminentemente representativo.
La reunión convocada por Pulido duró diez minutos y cinco la presidida por Rocha. Y en
ambas el acuerdo fue unánime alrededor del nombre de Julián Arzayús. Posteriormente se celebró
una conjunta y en ella se dispuso que todos los presentes firmaran el compromiso de votar por el
candidato escogido.
Con una mujer así ningún hombre normal puede conversar mucho tiempo. Los amantes se
saludaron apasionadamente, charlaron por espacio de cinco minutos y pasaron a lo que para ellos
era el campo de batalla del amor y para el Coronel un mueble que destinaba a descansar y dormir.
El combate fue, como siempre encarnizado. Los contendientes tomaron posiciones y se inició
la lucha cuerpo a cuerpo. Cargas de bayoneta calada. Ataques y contraataques. Avances y
retrocesos. Extenuados, al fin, quedaron sumidos en un profundo sueño.
De pronto despertaron sobresaltados. Una persona subía la escalera. Se oyeron dos gritos en la
oscuridad:
—¡Mi marido! —gimió Marilú.
—¡Mis calzoncillos! —clamé Julián El Delfín se arrojó velozmente de la cama, recogió sus
prendas y con ellas en la mano se introdujo a una diminuta habitación incrustada en la alcoba que
hacia las veces de guardarropa. Marilú cerró los ojos y fingió que dormía.
El Coronel —un hombre corpulento y vigoroso, de facciones duras, cuyos bigotes recordaban
los de Boulanger—encendió las luces y besó en la frente a Marilú.
—Te sorprenderá yerme —le dijo— Pero tuve necesidad de regresar a marchas forzadas.
Imagínate que dejé olvidadas las instrucciones del Jefe de Estado Mayor.
—Si- ...No te esperaba. Me metiste un susto terrible!
—contestó Marilú con voz temblorosa—
—Pues debió ser terrible en verdad porque estás muy pálida y te tiembla la voz —repuso el
Coronel quien se había sentado en la cama— Súbitamente algo que estaba en el suelo le llamó
la atención: era una media masculina. La recogió, la observó minuciosamente, y
mostrándosela a su esposa le dijo:
—¿esta media?
—Si... es una media—respondió Marilú aterrada—
—No cabe ninguna duda de que es una media... Pero no es rara... ■—dijo el Coronel-—
—Ni mía tampoco... —replicó Marilú más muerta que viva —¿Entonces de quién diablos es?
—preguntó el Coronel furibundo—
—¡Ah, ya me acuerdo... —contestó Marilú— Como está haciendo tanto frío en Bogotá ahora,
compré un par de medias de lana para ponérmelas sobre las de seda... La compañera debe estar por
ahí...
El Coronel, satisfecho con la explicación, se despojo de la guerrera y se encaminó al
guardarropa. Marilú petrifi— cada por el terror lo siguió con la vista. Julián advirtió que el Coronel
se acercaba a su escondite y se aferró a la puerta con todas sus fuerzas. El oficial trató de abrirla
pero cuando se dió cuenta que alguien se lo impedía desde adentro, desenfundó su revólver y le dijo
a Marilú:

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—Apareció el dueño de la media! Pero no le voy a dar tiempo de ponérsela Salga de ahí
miserable! Esta afrenta la voy a lavar con sangre.
—Permítame Coronel que le diga que me parece un error lo que va a hacer. La sangre no lava,
la sangre mancha! —gritó Julián sin abrir la puerta del guardarropa— Además para usted va a ser
sumamente grave matar aun Senador de la República.
—¿El caballero que está ahí metido es realmente Senador? —le preguntó el Coronel a su
mujer—
—Naturalmente... Es nadie menos que el doctor Julián Arzayús y mañana lo van a elegir
Presidente del Senado.
—contestó Marilú ya menos asustada—
-—Haberlo sabido antes! Precisamente mi ascenso a General está pendiente de la aprobación
del Senado... He podido cometer una barbaridad... —dijo el pundonoroso militar— Guardó el
revólver, se puso nuevamente la guerrera y se dirigió a Julián quien continuaba encerrado en
su escondite.
—-Discúlpeme, se lo ruego... Yo no sabia que tenía un huésped tan importante como usted.
Puede salir con toda confianza.
—Me jura usted que se le ha quitado la idea de que mi sangre es un quitamanchas? —preguntó
Julián desde adentro— —Se lo juro por mi honor de militar! —replicó el Coronel Cabrejo juntando
marcialmente los talones— Salga usted tranquila mente.
Julián ya vestido pero con los zapatos en la mano, con una media en el pie derecho y el
izquierdo desnudo, abandonó su refugio.
Los dos hombres que momentos ames podían haber sido la víctima y el victimario de una
espantosa tragedia pasional se abrazaron estrechamente.
—Muy complacido! —exclamó al Coronel—
—Y yo complacidísimo! —repuso Julián quien sinceramente lo estaba de encontrarse aún
vivo—
—Mi esposa y yo nos sentimos muy honrados con su presencia en esta casa... agregó el
Coronel—
—Y yo profundamente agradecido con su hospitalidad... ¿Qué más le puedo pedir a la vida
que una amiga de las condiciones de Marilú y un amigo noble y comprensivo como usted? —dijo
Julián—
Hay que celebrar este acontecimiento —repuso el Coronel— Unos cognacs nos caerán muy
bien. Ya estoy con ustedes. .. —y salió de la alcoba con dirección al bar—
—Qué susto tan horrible, mi amor! —le dijo Marilú a Julián tan pronto como quedaron
solos— Yo creí morirme.
Nos salvé la Virgen del Perpetuo Socorro.
—Ninguna Virgen que se respete a si misma se inmiscuye en estos problemas... Me salvé
haber dicho que era Senador! Cuidado! Vuelve tu marido.
El Coronel regresó portando una botella y dos copas.

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—Me pareció oír que su ascenso estaba a la consideración del Senado? —le preguntó
Julián—
—Así es efectivamente —contestó el Coronel—
—Pues le prometo que mañana mismo lo haré aprobar. - —dijo Julián—
—Me va a hacer usted un inmenso servicio. Muchísimas gracias, doctor!
—No me diga doctor. Yo me llamo Julián.
—Y yo Deogracias...
—Salud Deogracias!
—Salud Julián!
—Y pensar que estuve a punto de disparar contra ti. - —comenté el Coronel—
—Ese no habría sido un disparo sino un disparate inconcebible en un hombre civilizado como
tu...—replicó Julián—
Los dos nuevos amigos acabaron reclinándose en el lecho nupcial, uno a la derecha y el otro a
la izquierda de Marilú y allí permanecieron conversando alegremente hasta que no apuraron
totalmente la botella de cognac. Serian las tres de la mañana cuando Julián decidió retirarse.
En la puerta hubo efusivas y mutuas protestas de eterna amistad y cuando Julián abordé su
automóvil le gritó el Coronel:
-—Ya sabes que esta es tu casa. Puedes venir cuando quieras...
Doce horas más tarde Julián hacia su entrada al recinto del Senado donde fue recibido con una
estruendosa ovación organizada por Aldanita. En efecto, el inquieto personaje quien como Concejal,
ejercía una vasta influencia en las dependencias municipales y había logrado que muchos de sus
amigos fueran nombrados en distintos cargos de la administración, le ordenó a un centenar de ellos
que se trasladaran a la barra del Senado
y saludaran con vítores y aplausos la llegada del joven Senador.
Julián miró a las tribunas con inocultable sorpresa. Quiénes eran esos admiradores suyos que
aplaudían y gritaban frenéticamente y que él no habla visto jamás? ¿Cuándo, dónde y cómo había
nacido ese prestigio? Uno de los paniaguados de Aldanita, entusiásticamente coreado por los demás,
gritó:
—Viva el futuro Presidente de la República doctor Julián Arzayús!
El Senador Pulido se acercó a un grupo de colegas y les dijo: —Oigan lo que piensa el
pueblo... jTeníamos o no razón Rocha y yo cuando les propusimos su candidatura? Ese tipo va a
llegar muy lejos!
El efecto de las aclamaciones fue inmediato como lo había previsto Aldanita, Algunos
Senadores para quienes Julián era demasiado joven e inexperto y otros que no le reconocían mérito
distinto al de ser hijo de su padre, se rindieron ante la evidencia de su popularidad. Y todos, sin una
sola excepción se disputaron el honor de saludarlo.
El Jefe del Estado, escoltado por una corte en la que contrastaba el negro de los sacolevas que
lucían los burócratas civiles con el blanco de los penachos y las charreteras y el dorado de las
condecoraciones que ostentaban los burócratas militares, declaró solemnemente inauguradas las
sesiones de la corporación.

61
El Delfín Álvaro Salom Becerra

Y leyó un mensaje idéntico, en la esencia y en la forma, a los leídos por sus antecesores y
sucesores durante ciento cincuenta años. Sometimiento al Vaticano, sumisión al Tio Sam, respeto
reverencial a la sacrosanta propiedad privada, ratificación del concepto de justicia social entendida
como el reparto a los pobres de las migajas caídas de la mesa de los poderosos y los inveterados
estupefacientes para adormecer al pueblo: Promesas de paz, progreso, libertad, pan, techo y
educación.
Una vez que se retiró el primer mandatario del recinto los Senadores Pulido y Rocha
presentaron la siguiente proposición :
“ El Honorable Senado de la República,
Considerando:
Que el primer punto del Orden del día es a elección de dignatarios;
Que en las untas preliminares celebradas separadamente por los miembros de uno y otro de
los partidos tradicionales fue escogido el nombre del Senador Julián Arzayús como candidato a la
Presidencia de la Corporación;
Que el doctor Arzayús es hijo de un prócer de la República y mártir de la democracia, cuyos
inestimables servicios a la nación le han sido retribuidos con la difamación y el agravio y a quien el
Senado está en mora de rendir un homenaje de justiciera reparación y fervorosa gratitud;
Que el Senador Arzayús no solo heredó los grandes talentos y virtudes de su preclaro
progenitor sino que dejó en la Universidad Ignaciana y en la Soborna huella indeleble de su paso y
actualmente es uno de los grandes maestros del derecho; y
Que en atención de sus múltiples merecimientos la postulación de su nombre fue hecha
unánimente y, por tanto, resulta inoficiosa su elección,
Resuelve:
Aclamar al Honorable Senador Julián Arzayús como su Presidente”.
Los sesenta y cuatro Senadores presentes votaron afirmativamente. Y entre las felicitaciones
de sus colegas y los furiosos aplausos de los empleados municipales reclutados por Aldanita, Julián
ascendió al cargo más alto del Órgano Legislativo del Poder.
Entonces pronunció unas breves palabras de agradecimiento, con el obligado fondo de
banderas, espadas y sangre.
Con la más honda emoción —dijo— recibo el grandioso homenaje que, en mi persona,
acabáis de tributarle a la juventud del país y también a la gloriosa ancianidad —perdonad mi in-
modestia— del más ilustre jurisperito, del más elocuente parlamentario y del más hábil creador de
riqueza que ha producido esta tierra en los últimos ochenta aflos, sobre cuya vida pulquérrima —
totalmente consagrada al servicio de sus conciudadanos— han tratado de arrojar sombras los
enemigos de la nacionalidad, siguiendo las instrucciones de una potencia extranjera que quiere
exportar al mundo entero la revolución que echó por tierra a un régimen paternal y bondadoso
dedicado durante varios siglos a hacer la felicidad de su pueblo!
Una sola promesa puedo haceros: Que en mis manos no trepidará la bandera de la patria, que
este sagrado recinto no será profanado por los jenízaros del despotismo, que el día en que un tirano
amenace la soberanía de este cuerpo, empuñaré la espada que fulguré en las manos de don Sancho
el Conquistador y derramaré hasta la última gota de mi sangre con el heroico estoicismo con que lo
hizo un día Francisco José Arzayús!

62
Posteriormente fueron aprobadas proposiciones de saludo al Papa, al Nuncio Apostólico, al
Arzobispo, a todas las comunidades religiosas, al Embajador Americano y a los gerentes de las
grandes empresas.
El Senador Vélez, de Bolívar, observó que nadie se habla acordado del pueblo y presentó una
de saludo a los trabajado- res que fue negada por su marcado cariz demagógico.
A las siete de la noche Julián levantó la sesión y se trasladó con sus colegas al Palacio
Presidencial donde el Presidente ofrecía un coctel a los parlamentarios.
El Delfín fue el personaje central de la reunión. Sobre él convergieron todas las miradas y
confluyeron todos los comentarios. El Presidente lo cumplimentó efusivamente y llevándoselo
aparte le dijo:
—¿Te convences de que la fórmula para alcanzar las más altas posiciones del país consiste en
tener un papá como el tuyo y una pequeña dosis de audacia?
Y la gloriosa jomada terminó con una alegre cena en el “Restaurante Internacional”,
organizada por Pepe Ríomalo y Ulpiano de Montijo con el pretexto de pagarle la apuesta al ga-
nador, a la que asistieron Nancy, Hortensia y Margoth y que lógicamente tuvo su desenlace debajo
de las cobijas.
Durante los tres meses de su período Julián cumplió bien y fielmente con las graves y
delicadas funciones del car- go, ya que agitaba la campana y decia: “Se declara abierta la sesión!”,
“Señor Secretario: sírvase leer el orden del día!”, “En discusión la proposición leída...”, “Va
cerrarse la discusión...”,“Queda cerrada!”, “Tiene la palabra el Honorable
Senador...”, “Se levanta la sesión!”
Bajo su presidencia la corporación realizó una intensa y fecunda labor pues fueron aprobados,
entre otros, los siguientes proyectos de ley:
Auxilio de $10.000.000 a la Universidad Ignaciana; aumento de sueldo a los miembros del
Congreso, Ministros, Magistrados de la Corte, Consejeros de Estado, Embajadores y altos oficiales
del ejército; auxilio de $5’000.000 al Santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá, en vista de que
los Padres Dominicanos se habían quejado de una alarmante disminución en las utilidades dejadas
por los peregrinos; aumento del 100% en el impuesto sobre la renta y erección de diecinueve
estatuas y veintisiete bustos en honor de otros tantos próceres y genios fallecidos recientemente.
Asimismo aprobó, sin discusión y unánimemente el ascenso a General del Coronel Deogracias
Cabrejo.
En cambio negó los proyectos para aumentar el sueldo a los maestros y a los empleados
subalternos del Poder Judicial y elevar la cuantía de las pensiones de jubilación a cargo del Estado,
muchos de cuyos antiguos servidores recibían una de treinta pesos mensuales.
El “Parlamento Admirable”, como lo llamó “El Incondicional, clausuró sus sesiones “rodeado
de la gratitud y el respeto de la nación entera”.
Entre tanto el país y su capital crecían a pesar de los malos congresos y los peores gobiernos.
Bogotá había dejado de ser un villorio y comenzaba a ser una ciudad. La aristocracia de las
tres Calles Reales y las tres de Florián, de los Barrios de La Catedral y La Candelaria, los
Marqueses de Toutvabien, los Villaurrutia, las Rocafiaerte y las Amáiz, los Ríomalo y los del Solar,
habían iniciado el éxodo al norte.
Clímaco Arzayús había vendido su palacio y comprado una moderna mansión en Teusaquillo

63
El Delfín Álvaro Salom Becerra

y cambiado su viejo coche por un “Cadillac”. Julián, a su vez, había adquirido un elegante
apartamento de soltero y un “Packard”.
Los almacenes de José Maria Vargas, de Carlos y Luis Castillo y el de Richard, “La Rosa
Blanca”, el “Restaurante Torres”, la “Maison Doré”, el café”Windsor”y el “Inglés”, “El Globo y
“La Bolita”, “El Castillo” y los hoteles “Franklyn” y “Ritz” habían desaparecido, pero el comercio
se había extendido a lo largo de la Avenida de la República y surgido decenas de restaurantes,
hoteles y cafés. Los coches, desplazados por los automóviles, se habían convertido en simples
vehículos de transporte de coronas fúnebres.
Pero simultáneamente con la aldea habían muerto ei ingenio y las buenas maneras de los
viejos cachacos. Bogotá ya no se parecía a Napoleón: un cuerpo diminuto con un alma inmensa.
Había empezado el proceso de crecimiento que lo transformaria en lo que es hoy: un cuerpo
inmenso con un alma diminuta.
Julián, una vez instalado en su “garconiere”, libre del freno de su padre y de la tutela de
Catalina la Grande, resolvió llenar con alcohol su vacío interior y fugarse en brazos de sus queridas,
del tedio de una vida inútil.
Su pereza invencible lo empujaba al “dolce far niente”, mientras que la sensualidad lo impelía a la
lujuria y la sed de placeres lo impulsaba a la embriaguez. Esas tres fuerzas anulaban su voluntad.
El Delfín era un ególatra. Nacido en las gradas del trono, mimado por la fortuna, adulado por
cuantos lo habían rodeado desde su nacimiento, persuadido de que a todo podía aspirar porque todo
lo merecía, de que la Divina Providencia lo había eximido del dolor y el esfuerzo, su Dios era su
propio yo.
No amaba a nadie porque se amaba demasiado a si mismo. Las mujeres eran para el meras
fuentes de placer. Y los hombres, sus más íntimos amigos: co-bebedores, entes parlantes, bufones
que halagaban su vanidad y lo divertían. Aquellas y estos lo hastiaban rápidamente y cambiaba de
unas y de otros con la misma frecuencia con que lo hacía de camisas y corbatas.
Como si la colosal faena de haber firmado centenares de alegatos y memoriales y recibido
centenares de mifes de pesos y la ímproba de haber presidido durante tres meses las sesiones del
Senado, lo hubieran dejado totalmente exhausto y necesitara un descanso reparador, entró en una
especie de letargo.
Reclinado en un sofá y en la única compañía de una botella de whisky y un paquete de
cigarrillos ‘Chesterfield” pasaba los días enteros. O se hastiaba de la soledad y organizaba ruidosas
fiestas en las que participaban Juliette, Nancy, Marilú, la linda viuda de González, Matilde la
manicura y sus habituales compañeros de jarana: Pepe Rjoinalo, Diego del Solar, Ulpiano de
Montijo y Carlos Sanclemente quien habla regresado de París.
Apenas esporádicamente visitaba su oficina y muy de tarde en tarde concurría al Senado,
generalmente ebrio, y decía unas cuantas tonterías salpicadas —como siempre— de sangre y ador-
nadas con las consabidas espadas y banderas, Damián García le llevaba todos los días alegatos y
memoriales o exposiciones de motivos e informes que firmaba sin leer.
Esa situación se prolongó por varios meses. Un día se encontró en la calle con su cuñado el
Marqués de Toutvabien. Este tuvo la impresión de que Julián había envejecido veinte años. Tenía el
rostro intensamente pálido, la piel y los labios marchitos, los ojos enrojecidos y circundados de
arrugas y lo acometían frecuentes y violentos accesos de tos. El Marqués se encaminó
inmediatamente a la casa de sus suegros.

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Aunque Julián se había abstenido de visitar a sus padres en los últimos tiempos, estos tenían
ya noticias de su vida disoluta. La información del Marqués no los sorprendió pero los alarmó.
Clímaco Arzayús optó por convocar a su mujer, a sus yernos, a Aldanita y a Damián García a una
reunión urgente.
—Los he citado aquí para exponerles un problema muy grave y pedir que me ayuden a
resolverlo... —les dijo cuando estuvieron todos reunidos alrededor de la mesa situada en el centro
de la biblioteca— Tengo informes de que Julián está entregado a los vicios y de que ha convertido
su apartamento en una taberna y un prostíbulo... Naturalmente está física y moralmente deshecho.
.. Al menos físicamente es un escombro... —manifestó el Marquesito— y revela veinte años
más de los que tiene.
—Y como usted muy bien sabe, mi querido suegro, el proceso de descomposición moral y el
de relajación física son paralelos en estos casos... —observó el diplomático y humanista Chepe de la
Parra, quien se encontraba de vacaciones en Bogotá pues había sido nombrado Ministro
Plenipotenciario en Austria— Como decían los antiguos: “Mens sana in corpore sano”. —Página
1.098 del “Diccionario Larousse”...! —exclamó
Aldanita con soma
—Yo no quiero divagaciones ni latinajos sino una solución! —replicó Arzayús—
—Yo no veo ninguna—dijo Catalina Seispalacios levantándose de la mesa— Vine a esta
reunión porque no sabia de qué se trataba. Para mí el caso de Julián es un caso perdido. Y el
responsable es usted! añadió señalando a su marido con el índice de la mano derecha—
—¿Yo? — preguntó Arzayús sabiendo sobradamente que era él—
—Sí señor, usted! —repuso Catalina cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolo con aire
de desafío— Usted le inculcó todo lo malo que tiene y yo que lo conozco hace cuarenta y cinco
años puedo afirmar que usted no tiene nada bueno.
Lo enseñó a ser holgazán y vanidoso! Le prohibió instruirse! Lo convenció de que era el rey de la
creación y de que todo le llovería del cielo! Y no contento aún lo mandó a París para que aprendiera
toda clase de vicios y perversiones! Y ahora nos llama para decimos que está insatisfecho con su
obra. .
Esta reunión carece de objeto y, por lo tanto, me retiro...
—hizo una ligera venia y se marchó.
Aldanita rompió el embarazoso silencio que siguió al retiro de Catalina la Grande:
—A mi modo de ver el problema es de oficio, es decir de falta de oficio. Y la solución
consiste en inventarle uno.
—dijo pausadamente— El no tiene nada que hacer ni como abogado ni como Senador ya que
Damián se lo hace todo.
¿O me equivoco? —preguntó dirigiéndose a este
—Pues... él... si trabaja... —respondió Damián visiblemente ofuscado— No ve que tiene que
firmar los memoriales, los alegatos, las exposiciones y los informes que debe llevar ai Senado?
—Sí, pero ese trabajo agobiador lo ejecuta en una hora. —replicó irónicamente Aldanita— Y
le sobran veintitrés en el día para beber con sus amigotes y acostarse con sus amiguitas..

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—¿Qué tal un cargo administrativo importante? —preguntó Climaco Arzayús— Sé de buena


fuente que el Gobernador del Departamento va a renunciar pues aspira a ser elegido Representante y
no quiere inhabilitarse.
—Ese es el cargo ideal para un individuo que no sepa hacer nada! —repuso Aldanita— Julián
podría desempeñarlo con extraordinaria competencia! Saben ustedes cuáles son las funciones del
Gobernador en una semana determinada? Visitar durante cinco días a un Municipio, recibir regalos,
viandas y licores, prometer a los vecinos ríos de leche y de miel, colocar la primera piedra de obras
irrealizables y descansar los dos días restantes.
—Aunque yo estoy retirado definitivamente de la política, como bien lo saben ustedes —dijo
Arzayús y no quiero que nadie pueda poner en entredicho la seriedad de esta determinación
irrevocable, voy a hablar con el Rector de la Universidad lgnaciana a fin de que él presione al
Presidente.
—Yo ofrezco la intervención de la ACDO (Asociación Colombiana de Oligarcas) y la
FEDBTYL (Federación de Terratenientes y Latifundistas), de las que soy miembro —dijo el
Marquesito de Toutvabien— en favor de la candidatura de Julián... Son, como a ustedes les consta,
dos organizaciones poderosas. I,a primera aportó diez millones de pesos y la segunda ocho para la
última campaña electoral... En consecuencia ambas tienen muchas acciones en la elección del actual
mandatario. . , Hasta el momento les ha concedido todo lo que le han solicitado. .
—Usted sabe, mi querido suegro agregó Chepe de la Parra— que en la reciente Asamblea
General del Loocky elegido miembro de la Junta Directiva. Y el Club pesa mucho en la vida
política y económica del país... Una sugerencia de la Junta es una orden para el alto gobierno.
—Pues manos a la obra, muchachos! —dijo Arzayús— Un grupo de presión constituido por la
Universidad Ignaciana, la ACDO, la FEDETYL y el Loocky Club equivale a veinte divisiones del
ejército alemán!
—Porque si usted lo cree necesario —manifestó Aldanita— yo movilizo los Comités de
Barrio y los Sindicatos Municipales.
—No es indispensable —respondió Arzayús— Hagamos la intriga por lo alto. Al pueblo solo
debe recurrirse en casos extremos... Pasando a otra cosa —añadió dirigiéndose a Damián García—
quise que usted asistiera a esta reunión para que nos diera algunos informes en relación con mi hijo.
Como hace tanto tiempo que no lo veo y usted lo ve diariamente.
Es cierto, por ejemplo, que está gastando cuantiosas sumas en juergas y francachelas?
Damián García habría visto con muy buenos ojos que un abismo se hubiera abierto a sus pies
para arrojarse de cabeza en él. La palidez de su rostro, que era la de las gentes oriundas de las tierras
cálidas, se trocó en una capa de rojo coral. Aquella pregunta era una invitación a la infidencia, a la
deslealtad, a la traición. Tarde o temprano Julián se enteraría de su conducta infiel y lo echaría
como a un perro. Temblaba de pies a cabeza. Al fin, tartamudeando y con una ingenuidad de la más
pura cepa huilénse, contestó:
---Relativamente. .. a mi es poco lo que me consta.
Claro que él si hace sus fiestecitas... pero no todos los días. A lo sumo dos o tres veces por semana...
Además al apartamento del doctor. . . va muy buena gente.. Señoritas muy respetables. . y muy
distinguidos... Todos se desnudan. . . pero yo creo que lo hacen para no sentir tanto calor... En
cuanto al dinero... pues el mes pasado gastó $4’7.000 que no me parece demasiado... Para eso
trabaja! Mejor dicho: para eso trabajamos ambos.

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—¿Han oído ustedes? —preguntó Arzayús dirigiéndose a sus yernos y a Aldanita— Cuarenta
y siete mil pesos en un mes! Un promedio de mil quinientos pesos diarios! Y yo trabajando como
un negro toda la vida para levantar una modesta fortuna... ! A ese tipo hay que declararlo en
interdicción judicial!
Dos días después todas las fuerzas de la plutocracia abrieron fuego sobre el Presidente. El
Padre Uscoiguitia, Rector de la Universidad Ignaciana, le escribió diciéndole!
‘Julián Arzayús no solamente fue alumno —como usted y nueve de sus doce Ministros— de
esta ilustre Universidad, o sea que pertenece a la “cofradía ignaciana” y por tanto tiene pleno
derecho a escalar las más altas posiciones del Estado, sino que además es un insigne jurista, un
diestro parlamentarioy un elocuente orador. Nadie más indicado que él para desempeñar la
Gobernación del Departamento
El Presidente de la ACDO (Asociación Colombiana de Oligarcas) suscribió el siguiente
mensaje:
“La empresa privada reclama la presencia de un hombre de trabajo al frente de los destinos del
Departamento. La “Cervepería Baviera” y la “Compañía Interamericana de Tabaco’" son dos
aportes de los Arzayús al progreso de la economía nacional. Por esos espléndidos frutos los conoce
el país. En ningunas manos quedarán también los intereses públicos que en las de quienes han
manejado los privados con tanta habilidad y pericia”
Y el Gerente de la FEDETYL (Federación de Terratenientes y Latifundistas) se dirigió al
mandatario en estos términos:
“Los miembros de la Federación que contribuimos con ocho millones de pesos a la campaña
que lo llevó a usted al poder, veríamos complacidos que el gobierno del departamento le fuera
confiado al doctor Julián Arzayús, uno de los grandes creadores de la riqueza nacional, brillante
jurisconsulto y parlamentario, quien ha alumbrado ya con sus luces el foro y el Senado de la
República. Un hombre como él, en el comando de la nave departamental, representa la más absoluta
garantía para la propiedad privada, los intereses espirituales de la Iglesia, el orden jurídico y las
instituciones republicanas y
democráticas y una valla infranqueable al comunismo materialista y ateo”.
- Finalmente, ia Junta Directiva del Loocky Club, a petición de Chepito de la Parra, aprobó una
proposición que terminaba así:
“Solicitar respetuosamente, en nombre de la sociedad bogotana de la que él es miembro
prominente, el nombramiento de Julián Arzayús, caballero de la más preclara estirpe, en quien se
prolongan el señorío y la gentileza de sus ilustres antepasados, hijo de nuestro Presidente Honorario
doctor Clímaco Arzayús y cuñado de nuestros prestantísimos socios el Marqués de Toutvabien y el
doctor Chepe de la Parra.
Consideramos que siendo Bogotá la capital del Departamento, el Gobernador de este no puede
ser un oscuro provinciano, que no tenga maneras, carezca de frac y de sinocking y no sepa
comportarse en la mesa. Debe, tiene que ser un caballero de irreprochable distinción, vinculado a las
viejas familias santafereñas, capaz de representar decorosamente esta importante Sección del país y
a la ciudad capital ante propios y extraños. Y nadie satisface más ni mejor estos requisitos que el
doctor Julián Arzayús”.
La cuádruple ofensiva tuvo pleno éxito. El Presidente, que no podía quebrantar el juramento
ignaciano de ayuda mutua y asistencia reciproca ni negarle nada a su antiguo maestro, ni desoír la

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

solicitud de las dos entidades que más generosamente habían contribuido a financiar su campaña
presidencial, ni desatender la petición del Club que más influencia ejercía en la vida de la nación,
firmó el decreto de nombramiento de Julián antes de que el titular del cargo presentara renuncia.
El Delfín recibió sin sorpresa la noticia. Con la naturalidad del niño mimado a quien cada
semana le regalan un juguete. Desde el día en que descubrió que, sin saber derecho podía litigar con
más éxito que los mejores abogados de la ciudad y desde aquel en que se hizo elegir sin ninguna
dificultad Presidente del Senado, todo le parecía fácil. La Gobernación del Departamento era otra
dádiva que Dios, quien lo miraba con inocultable simpatía, le enviaba para premiar sus virtudes.
La ciudadanía se enteré del nombramiento con la apática resignación con que se ha enterado,
durante siglo y medio, de los relevos administrativos.
—Un oligarca más! —comentó Martín Ulloa, viejo empleado de la Gobernación— Es el
heredero del trono Arzayús! El papá a pesar de ser el hombre más rico del país, no ha soltado la teta
del presupuesto desde que nació y el hijo va por el mismo camino.. . Me dicen que no sabe dónde
está parado.. . Pero eso qué importa? Para algo es uno de los dueños de la hacienda.. . Naturalmente
todo seguirá igual o peor!
En cambio “El Incondicional” saludó la designación de Julián con un editorial titulado: “Un
feliz acierto”, en el que se te encomiaba ditirámbicamente, se recordaba que el departamento jamás
había tenido un Gobernador de esa talla y se auguraba que en el futuro no lo tendría de una igual.
Por su parte los miembros del grupo de presión se dispusieron a festejar la victoria de su
candidato.
El Loocky Club le ofreció un banquete al que asistieron trescientas personas; el Rector, los
antiguos alumnos y los profesores de la Universidad Ignaciana una elegante comida; la ACDO un
almuerzo en e! Sun Club y la FEDETYL otro en el Club de “Los Saurios”.
El nuevo Gobernador se vió obligado a. suspender, durante quince días, las orgías en su
apartamento para dedicar-se a comer y beber por cuenta de todas las personas naturales y jurídicas
que resolvieron agasajarlo. Su hígado, muy maltrecho por el ajetreo de los meses anteriores, resistió
el furioso bombardeo de comidas y bebidas, a la manera del boxeador que ya sin alientos para sufrir
más golpes se retira, con el rostro cubierto, a una esquina del ring.
Por ios mismos días Damián García estuvo atareadísimo escribiendo los discursos que debía
pronunciar y los mensajes de agradecimiento que debía firmar su patrón, que eran centenares puesto
que todos los iúturos subalternos del Delfín, en ejercicio del derecho de legítima defensa de sus
cargos, optaron por felicitarlo mediante telegramas y cartas para dejar constancia de su actitud.
Y llegó, por fin, el día señalado para la posesión, obviamente organizada por Aldanita con la
colaboración de Damián., quien estaba haciendo un curso intensivo de teniente político, proxeneta y
espia, pues aquel había anunciado su intención de retirarse definitivamente de la vida pública lo
mismo que su amo.

Todos los empleados departamentales recibieron la orden de congregarse en las tribunas de la


Asamblea y la con signa de gritar incesante y desaforadamente: “Viva el doctor Julián Arzayús!”,
“Viva nuestro ilustre Gobernador”, “Viva el mejor Gobernador que ha tenido el Departamento!”,
“Viva Julián Arzayús, futuro Presidente!”

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“El empleado que no asista será destituido y el que asista y no grite será sancionado con
noventa días de suspensión", decía la nota que fue puesta en las manos de cada uno de los fun-
cionarios.
La fábrica de Licores del Departamento repartió cien botellas de aguardiente y cincuenta de
ron para levantar el ánimo y avivar el fervor de los burócratas.
A las cinco de la tarde una multitud formada por los ochocientos empleados residentes en la
ciudad y los Alcaldes, Inspectores de Policía y Colectores de Rentas de los 114 Municipios del
Departamento, ya bajo la euforia del segundo grado de embriaguez, bufába de impaciencia. El gran
acontecimiento era inminente.
Entre los Diputados, gentes modestas procedentes de tojos los rincones de la provincia:
gamonales de pueblo, caudillos i escala parroquial, abogados en agraz, antiguos matarifes, peones
del ajedrez político manejadas por los jefes de la ciudad, la impaciencia no eran menor. Hombres
toscos y rudos, iban a conocer al Delfín, al príncipe de la sangre, al heredero de la inmensa fortuna
económica y política de Clímaco Arzayús, al mejor estudiante del Gimnasio Contemporáneo, la
Universidad gnaciana y la Sorbona, al mejor abogado del país, al genio que labia iniciado su carrera
política en el cargo donde todos la terminan, al galán más apuesto y al caballero más gallardo de la
sociedad bogotana. Y como si iodo lo anterior fuera poco: al futuro Presidente de la República!
A las cinco y treinta minutos, rodeado por sus padres, sus hermanas y sus cuñados y la
comisión de Diputados que lo había citado para avisarle que la Asamblea lo esperaba y a los
acordes del Himno Departamental, hizo su entrada al recinto.
Una ovación superior a la que estallaba en las Plazas de Toros cuando aparecía Manolete
reventó en las tribunas. En acatamiento de las órdenes recibidas ninguna boca quedó cerrada ni
ninguna mano inmóvil. La multitud, más que gritar aullaba rabiosamente, aguijoneada por el
instinto de conservación. Todos sabían que ei silencio significaba ia muerte burocrática.
El Delfín estaba radiante. Sobre su impecable traje de etiqueta cortado por el mejor sastre de
Londres, refulgían el oro, la plata y los diamantes de seis de las doscientas diecinueve condeco-
raciones otorgadas a su padre por diversas naciones de Europa y América. La cabeza erguida, la tez
blanquísima que contrastaba con la negrura del cabello en el que apuntaban las primeras canas, los
herniosos ojos grises que irradiaban nobleza, la esbeltez del cuerpo, la marcialidad del porte, todo
en él denotaba al gran señor.
Catalina la Grande, Victoria Eugenia y Claudia Fernanda, envueltas en pieles de mink y
luciendo valiosísimas joyas, parecían tres Grandes Duquesas de Rusia y Climaco Arzayús, el
Marquesito de Touvabien y Chepe de la Parra tres altos dignatarios de la corte de Francisco José.
.Los Diputados quedaron deslumbrados. Nunca habían visto un lujo y una pompa iguales.
Aquello parecía una escena de la “belle epoque” en el Palacio de Buckingham o en el de Invierno de
los Zares o en el de Oriente. Y el ciudadano que los iba a gobernar se asemejaba a un rey.
—Demasiado gobernador para un Departamento que apenas tiene 23.960 kilómetros
cuadrados de superficie...! —exclamó el Diputado por Chichaitá...
—Qué figurón! Así debe ser el Príncipe de Gales! —dijo el Diputado por Tusaqué— Y el
indio Táutiva estaba convencido de que lo iban a nombrar a él...
No había faltado más! —replicó el Diputado por Turmazaque— Los cargos altos no son
para los indios, los zambos ni los negros! Ni para los muertos de hambre! Son para la gente
blanca, que tenga pergaminos y dinero. .. Da gusto verse uno gobernado por un caballero tan

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

elegante y tan buen mozo!


Julián le hizo señas al público de las tribunas que seguía ovacionándolo para que guardara
silencio y avanzó hacia el estrado presidencial. Todos los Diputados se levantaron de sus sillas y le
formaron calle de honor. Hubo uno, sin embargo que permaneció sentado y que cuando pasó por su
lado lo miró con un aire agresivo y desafiante.
Era tal la energía que exhalaba ese rostro, tanto el odio que emanaba de esos ojos, tanta la
voluntad que revelaba ese agudo mentón, que el Delfín sintió miedo. Tuvo la impresión de que el
desconocido lo iba a atacar y un escalofrío recorrió su cuerpo. Indudablemente ese hombre era su
enemigo. Y un enemigo peligroso. ¿Pero quién era?
El Diputado volvió la cara hacia su vecino y le dijo refriéndose a Julián:
—Este es un farsante igual ai padre que además es un miserable! Y los que aplauden son unos
logreros o unos imbéciles! Algún día tendré la oportunidad de desenmascarar a todos estos ex-
plotadores del pueblo y de contarle al país lo que sé de ellos.
Inmediatamente después de saludar al Presidente de la Asamblea y de sentarse a su lado,
Julián le preguntó:
—¿Quién es aquel individuo moreno, de nariz afilada, con traje axul oscuro, que conversa
ahora con el Diputado de anteojos y bigote?
—Es el Diputado Juan José Jiménez, muy inteligente pero... comunista según dicen... —
respondió el Presidente— Es el mejor orador de la Asamblea y el peor enemigo del gobierno! Tiene
una gran cultura y una voluntad de hierro. Pero vive burlándose de la democracia, de la justicia, de
las instituciones, de todas las cosas respetables que hay en el país.
Dice que todos nuestros grandes hombres son unos comediantes y unos picaros... Es un inococlasta!
—Iconoclasta, querrá usted decir! —dijo el Delfín—
—Perdón, señor Gobernador! Un icococlas... Bueno, usted me entiende... Como en mi pueblo
poco se usa ese término... En todo caso el día en que haya aquí una revolución no me cabe la menor
duda de que él la va a encabezar... Todo el mundo dice que le mandan dinero, armas y propaganda
del exterior. El Diputado Mahecha me contó hace algunos días que le había visto un frasco de
“Cuero de Rusia”...!
Julián se llevó una mano a la boca para disimular la risa y le dijo al Presidente:
—Pues ese sujeto me miró muy mal cuando entré...
—Pura envidia! Esos comunistas odian a la gente decente! Por eso fusilaron a Lázaro y a toda
su familia.
—No fue a Lázaro sino al Zar! .—dijo Julián fastidiado con los disparates de su interlocutor—
Le ruego que proceda a darme posesión!
El presidente le recibió juramento y agregó unas pocas palabras en las que, incurriendo en sus
habituales “lapsus”, confundió la pleitesía con la pleuresía y la pediatría con ia pederastía.
Aldanita le había aconsejado que pronunciara un discurso muy corto, de dos minutos a lo
sumo:
—Nada de banderas, ni de espadas, ni de sangre! Esos discursos chauvinistas están mandados
a recoger. Además usted ya es un hombre de Estado y debe hablar como tal. Hechos no palabras. Dé

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la impresión de que usted es un hombre práctico, dinámico, de empuje... Haga una cosa original: en
dos minutos dígalo todo aunque no diga nada!
• El Delfín siguió el consejo de Aldanita. Se levantó y dijo: “Los peores gobernantes que ha
tenido el país han sido los gramáticos y los humanistas. La administración del señor Caro fue un
desastre, la del señor Marroquín una catástrofe, la del señor Suárez un cataclismo y la del doctor
Abadía Méndez una calamidad... Yo afortunadamente no sé griego ni latín, nunca he sido escritor y
hablo con mucha dificultad. De mí no esperen bellas palabras sino cosas objetivas, hechos
concretos, obras tangibles!
Yo no conozco la filosofía griega ni la alemana, pero sí conozco y practico la filosofía de ese
pueblo gradioso que ha antepuesto la realidad a la utopía y que está resumida en dos pensamiento
más profundos que toda la obra de Aristóteles y de Kant: “Time is money” y “Business are
business"!
Y como el tiempo es dinero y los negocios públicos son los negocios públicos y su trámite no
da espera, voy a decirles simplemente: Durante mi gobierno habrá paz, orden, progreso, justicia,
más escuelas y menos analfabetos, más hospitales pero menos enfermos, más cementerios pero
menos muertos, más acueductos y menos gente sucia, más alcantarillas y menos casos de
exhibicionismo y desaseo en la via pública, más luz eléctrica y menos caídas y fracturas de
ciudadanos en la noche. Los ricos no tendrán nada qué temer y los pobres podrán esperarlo todo de
mí! Y por hoy no más, porque tengo mucho que hacer...
La brevedad del discurso desconcertó al auditorio. En ciento cincuenta años de vida
republicana nunca’ se había oído uno tan lacónico. Solamente cuando el Gobernador se sentó ad-
virtió la gente que había terminado. Los empleados, ya completamente borrachos, iniciaron una
estruendosa salva de aplausos y comenzaron a vociferar a todo pulmón:
Viva el doctor Julián Arzayüs!, Viva nuestro ilustre Gobernador! Viva el mejor Gobernador
que ha tenido el Departamento! Viva Julián Arzayús, futuro Presidente!
El jefe de Personal, papel en mano, anotaba los nombres de los empleados que se abstenían
de gritar. Ya había elaborado la lista de los que habían dejado de asistir.
A los Diputados les pareció excelente el discurso del Gobernador, con una excepción: la de
Juan José Jiménez.
—No hay derecho para que a una corporación como esta se le irrespete con un programa de
gobierno como ese! le dijo a su vecino— Un estudiante de primer año de primaria no habría dicho
tantas perogrulladas! Claro que los ricos nada tendrán que temer de él y los pobres podrán esperarlo
todo de sus manos...! Pero que esperen sentados porque la espera va a ser larga... ¡Y oiga usted
como gruñen los cerdos —dijo mirando a las tribunas — para que les den más bellotas!
Concluida la ceremonia todos los Diputados menos Jiménez. se encaminaron al “Campo
Villamil”. un restaurante popular, ya que ellos —a pesar de ser representantes del pueblo
soberano— pertenecían a la casta de los parias y no tenían acceso al Loocky Club, ni al Sun, ni a!
de “Los Saurios” reservados a los brahmanes.
Allí habían invitado al Gobernador a un “picnic” como las gentes habían dado en llamar al
antiguo “piquete” bogotano, pues el castellano había sido declarado lengua muerta y e! inglés
idioma oficial de la ciudad. Los ciudadanos, que tenían sobradas razones para considerarse súbditos
del Tío Sam. ya no decían: correcto, está bien y adiós, Sino: ah right, okey y good by.
Se consumieron decenas de botellas de aguardiente’y centenares de cerveza. El Gobernador,

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

en un gesto noblemente democrático que fue muy aplaudido, accedió a apurar varias copas de aquel
y varios vasos de esta. Y permitió, asimismo, que le tomaran numerosas fotografías con sus
anfitriones.
Los “Hermanos Avila” y el conjunto “Brisas de la Sabana” interpretaron música nacional y
mejicana y el Gobernador, en otro rasgo de sencillez republicana, empuñó una guitarra y cantó
varias canciones inolvidables: “Princesita” “Ojos tapatios” y “A ia orilla de un palmar”.
En medio de una estruendosa alegría, entre risas y bromas y cantos, prosiguió la reunión.
Todos bebieron como cosacos y comieron como piratas, sin que faltaran al final los cohetes, los
vivas y los abajos, los disparos al aire y uno que otro puñetazo.
La fiesta fije para Julián una experiencia interesante. Aquellos hombres humildes que en la
mesa no se comportaban con estricta sujeción a las reglas del señor Carrefío, que hablaban y se
reían con escandalosa vulgaridad, que carecían de refinamiento y de buen gusto, que cuando se
emborrachaban se ponían ridiculamente afectuosos o peligrosamente agresivos eran —sin
embargo— sinceros y buenos. Extrovertidos, espontáneos, diáfanos, generosos serviciales, sin
dobleces ni tapujos, dotados de un noble sentido de la solidaridad humana.
Qué distintos los hombres de su clase! Reservados, calculadores, hipócritas, egoístas,
sinuosos. De finas maneras, discretos y parsimoniosos en todo, parcos en el comer y el beber,
incapaces de dar un grito, de lanzar una carcajada demasiado estrepitosa o de emplear un vocablo
soez, pero capaces de arruinar en un negocio a su mejor amigo o de engañarlo con su propia esposa.
Y qué diferente esta fiesta donde vibraba una ingenua alegría y hervía una sana euforia de
vivir, donde nadie disimulaba su apetito, ni recataba sus emociones, ni escondía sus pensamientos,
de esas tediosas reuniones a que estaba acostumbrado, donde todo era convencional y postizo,
donde la gente se entendía a través de eufemismos y sonrisas estereotipadas, donde nadie comía
aunque tuviera hambre ni bebía aunque tuviera sed, de esas reuniones que ordinariamente eran
simples pretextos para planear adulterios o contratos leoninos.
Por lo menos esa noche el “Campo Villamil’ triunfó sobre el Loocky Club en la conciencia de
Julián.
Tres días después, en declaraciones publicadas por “El Incondicional”, el Gobernador
anunció: “Cada matador torea con su cuadrilla". Y efectivamente dictó un decreto nombrando a
todos sus amigos Secretarios del Despacho.
La Secretaría de Gobierno le correspondió a Diego del Solar quien un año después se retiró
del cargo sin saber dónde había estado; la de Hacienda a Pepe Ríomalo quien a duras penas conocía
la de su padre en la Sabana; la de Educación a Carlos Sanclemente quien supuso que su
nombramiento era un homenaje a sus buenas maneras pues era un hombre muy bien educado, y la
de Ganadería a Camilo Villaurrutia quien jamás pudo saber qué diferencia había entre un toro y un
buey.
—La cuadrilla es muy buena —comenté Aldanita— pero tiene el pequeño inconveniente de
que ninguno de los que la componen ha visto en su vida un toro, un capote ni unas banderillas.
Sin embargo, todos eran miembros de la aristocracia bogotana y todos amigos y copartidarios
del Delfín; dos de ellos habían sido condiscípulos suyos en el Gimnasio Contemporáneo y los otros
dos en la Universidad Ignaciana. Además esta última, el Loocky y el Sun Club y la FEDETYL iban
a quedar representados en el gabinete.
Como otros amigos del Gobernador poseían haciendas en los municipios adyacentes a la

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ciudad y el cargo de Alcalde les permitía defender mejor sus intereses, eludir el pago de los impues-
tos municipales, amedrentar a los vecinos con su autoridad y lograr que los trabajos públicos
beneficiaran sus propiedades, Julián nombró cinco terratenientes Alcaldes de otros tantos pueblos
sabaneros.
El comentario de “El Incondicional” fue el de que se había iniciado un gobierno “por lo
alto”y que con tales personajes al frente de la administración las misérrimas aldeas se convertirían
bien pronto en prósperas metrópolis.
Y para completar su equipo humano de trabajo creó la “Junta Técnica de Asesoría, Consulta y
Planificación Científica en Materia Socio-Económica Encargada de Elaborar Proyectos para la
Erradicación Metódica de la ignorancia, la Pobreza, las Enfermedades y Ja Muerte” y nombró
como miembros a todos ios magnates de la banca, ia industria y el comercio residentes en Bogotá.
Por último nombré a Damián García Secretario General pues alguién tenía que dirigir ía marcha del
gobierno, redactar los decretos, proyectos de ordenanza e informes a la Asamblea, crear, suprimir y
fusionar empleos y representar al Departamento en los negocios administrativos y judiciales. En
una palabra: alguien tenía que desempeñar las funciones de Gobernador!
Y comenzó la ardua y prolija tarea administrativa. Era indispensable, en primer Jugar, conocer
por percepción directa el territorio de su jurisdicción. Apreciar objetivamente los problemas y
necesidades de cada municipio para solucionar los primeros y satisfacer las segundas. Convocó a
sus Secretarios para preguntarles por cuál debían principiar. Todos a una manifestaron que como Ja
idea era visitarlos 1)0 que formaban el Departamento debían seguir un orden rigurosamente
alfabético para que ninguno se sintiera desairado. Y fue escogido el de Anacoipa, un pueblecito de
clima cálido a 130 kilómetros de Bogotá, para iniciar las giras.
Damián García ya en ejercido de sus funciones de Secretario General dirigió al Alcalde el
siguiente mensaje telegráfico:
“Anuncióle próximo lunes señor Gobernador, acompasado Secretarios, altos empleados
Gobernación, honrará su presencia ese Municipio. Comitiva tónnanla treinta personas. Sírvase pre-
parar alojamiento, organizar recepción multitudinaria con participación escuelas, banda,
asociaciones existan. Elaborar programa incluya copa champaña, almuerzos típicos, cocteles,
comidas, bailes, retretas, evitar todo trance señor Gobernador abúrrase. Hágole saber su whisky
favorito es “Johnnie Walker”. Proceda inmediatamente adquirir viandas, pólvora, licores, sin
escatimar gastos. Diligencia, eficacia actúe dependerá permanencia ese cargo”.
A las once de la mañana, porque el señor Gobernador nunca se levantaba antes de las diez, y
en siete automóviles de último modelo, partieron el Deifin y su cortejo.
Mientras tanto en Anacoipa los niños y niñas de las Escuelas Públicas, con banderines en la
mano, formaban calle de honor a la entrada del pueblo desde las 6 a.m. y los vecinos, congregados
en la plaza principal, esperaban desde las 8 bajo un sol canicular y una temperatura de veintinueve
grados y ya habían sido atendidos en el Puesto de Salud ochenta y siete desmayados y treinta y
cuatro casos de insolación. Algunos músicos de la banda municipal se habían colocado ios
trombones y los bombos sobre la cabeza pero los encargados de tocar los clarinetes y las flautas
tenían la sensación de que se les iba a derretir la masa encefálica.
En el puente sobre el rio Guaitia, que era el limite entre Anacoipa y Arepalá, se encontraban
también desde las más tempranas horas el Alcalde, el Tesorero, el Personero y el Juez Municipales,
el Cura Párroco, los presidentes de los directorios políticos y unos sesenta vecinos reclutados so
pena de arresto, caballeros en sendos caballos recogidos por la policía en todas las fincas de la
región.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Cuando, al fin, a las dos de la tarde el Alcalde percibió el ruido de los motores de la caravana
oficial y alcanzó a divisar el automóvil del Gobernador que la encabezaba, avanzó a recibirlo al
frente de la cabalgata. El vehículo se detuvo y otro tanto hicieron los seis restantes. El Gobernador
se apeó del suyo y el Alcalde de su cabalgadura y quitándose el sombrero respetuosamente le dijo:
—Señor Gobernador: No salimos más porque no hubieron mas bestias.,.!
—¿De manera que éstas son todas? —preguntó el Gobernador. Estoy muy contento de haber
venido. ¿El pueblo queda muy lejos?
—No, señor Gobernador, a un cuarto de hora de aquí. ¡Ah, se me estaba olvidando. ..
Bienvenido, señor Gobernador, al Municipio de Anacoipa! Las autoridades y los vecinos nos
sentimos sumamente honradísimos con su honrosa visita. Viva el señor Gobernador, doctor Julián
Arzayús! Viva su ilustre cometiva!
La manifestación ecuestre coreé los vítores del Alcalde, agitando banderas tricolores y varios
jinetes hicieron estallar numerosos cohetes en el aire. Los caballos asustados relincharon
y muchos se pararon peligrosamente en las patas traseras. El Gobernador volvió a su automóvil y
por entre una nube de polvo y una tempestad de pólvora encabezó la marcha hacia el pueblo.
Los alumnos de las Escuelas que habían esperado ocho horas de pie, sin comer ni beber nada,
bajo el hostigo de un sol implacable, parecían los sobrevivientes de una ciudad sitiada o castigada
por la peste. Unos con indiferencia, otros con rabia, vieron pasar la caravana y agitaron
lánguidamente los banderines de papel.
El Gobernador observaba las calles y las casas a través de los cristales del vehículo. Un
pueblo igual a todos. Viejo, triste, feo. Unas cuantas calles estrechas y empedradas y alineadas en
las aceras unas casas de paredes blancas, anchos portones y ventanas arrodilladas, cubiertas por
tejas tapizadas de yedra.
La botica donde venden el almanaque “Bristol” y también aspirinas y sulfato de soda; el
almacén del turco, el hotel, la peluquería con sillas de madera y moldes de hojalata, la oficina del
tinterillo, el consultorio del tegua, el café Con un billar adquirido en 1894 y la leyenda; “Los que
quieran jugar deben traer las bolas”,
Y la plaza idéntica a la de todas las aldeas que había conocido hasta entonces. Una gigantesca
iglesia de diez torres que remedaba la Catedral de Milán, de estilo gótico italiano, cuyo valor era
diez veces superior al del pueblo y sus alrededores; una inmensa Casa Cural que abarcaba una
manzana en la que podían pernoctar cómodamente todos los miembros del Seminario Mayor y
dieciocho parientes del señor Cura cuando iban de vacaciones a Anacoipa y que terna como todas
las Casas Cúrales, una despensa inagotable y una bodega inexhausta; el Palacio Municipal, un
caserón destartalado, de dos pisos , en el que funcionaban la Alcaldía, el Concejo, la Personería, la
Tesorería, la telegrafía, el Juzgado Municipal y la cárcel y que no se había desplomado porque un
Alcalde atrabiliario había derogado la ley de la gravedad en aquel municipio; y otra enorme casa
que se extendía a lo largo del costado sur, de propiedad de don Plutarco Montes, el más poderoso
latifundista de la región, que favorecía a los pobres pestándoles dinero al 20%.
La plaza estaba de bote en bote pues todos los habitantes del perímetro urbano y la zona rural
habian recibido la orden de reunirse allí y, una vez que Jo hicieron, policías apostados en las cuatro
esquinas les notificaron que no podían retirarse.
Cuando el señor Gobernador y su comitiva entraron al cuadrilátero empedrado, las campanas
de la iglesia fueron echadas a vuelo, la banda ejecutó el Himno Departamental, centenares de

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banderines tricolores florecieron en las manos de los campesinos y decenas de cohetes le
transmitieron al cielo la noticia de que todos los problemas de Anacoipa iban a quedar resueltos
definitivamente.
Los miembros del Cabildo: un tinterillo, quien era el único que sabia leer y escribir y por
tanto presidía la Corporación, un talabartero, un albañil, un matarife y un latonero, se pusieron de
pies para saludar al señor Gobernador cuando este, rodeado sus Secretarios, hizo su entrada al
salón.
El doctor” Cupertino Albarracín, que así se llamaba el Presidente, se dirigió al ilustre huésped
en los siguientes términos
Lamento, señor Gobernador, no poder entregarle las Llaves de Oro de la ciudad. En primer
lugar, porque esto —como se habrá dado cuenta— no es una ciudad sino un pueblo; en segundo,
porque el pueblo no tiene puertas; y en tercero, porque lo único de oro que tenemos aquí es la
custodia de la iglesia y el reloj de don Plutarco Montes.
Pero si podemos darle una copita de champaña nacional, puesto que la señora Circuncisión
vendió hace catorce años la última botella de ‘Cordón Rojo” que le quedaba.
En nombre del Concejo Municipal de Anacoipa presento al señor Gobernador un atento y
respetuoso saludo!
El Gobernador alzó su copa (una de las únicas siete que se habían conseguido en todas las
casas del pueblo) y dijo;
Brindo por la prosperidad de Anacoipa, sus habitantes y sus autoridades! No voy a pronunciar
un discurso. Todo discurso es un monólogo y yo quiero un diálogo con el pueblo representado por
ustedes, señores Concejales. Sírvanse contestar las preguntas que les voy a formular: ¿Anacoipa
tiene Acueducto?
—No, señor Gobernador! -— contestaron los Concejales
—Pues les prometo que tan pronto como regrese a Bogo-
tá contrataré a unos ingenieros romanos para que les hagan uno idéntico al que construyeron en
Segovia en el Siglo 1. En consecuencia procedan a comprar toallas y jabón! ¿Anacoipa tiene luz
eléctrica?
—No, señor Gobernador! —respondieron los Concejales—
—Les garantizo que antes de tres meses Anacoipa le disputará a París el título de Ciudad Luz!
Es conveniente por tanto que se provean desde ahora de suficientes bombillas.
¿Y alcantarillado?
—No, señor Gobernador! —volvieron a contestar los Concejales—
■—Las alcantarillas que se construirán aquí en los próximos sesenta días tendrán tales
dimensiones que, en caso de bombardeo, todos los habitantes del Municipio podrán refugiarse en
ellas! ¿Son suficientes las actuales escuelas?
—No, señor Gobernador! Hay dos y hacen falta por lo menos diez -contestó el Concejal
Albarracín en nombre de 103 demás—-
—Pues si hacen falta diez, se construirán veinte! Va a ser necesario que los señores padres de
familia le pongan más actividad y celo a sus labores de reproducción para evitar que pueda

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

presentarse en el futuro un superávit de escuelas y un déficit de alumnos...! ¿Anacoipa tiene


hospitales?
—No, señor Gobernador! —contestaron otra vez los Concejales—
—Daré la orden para que se construya uno con capacidad para mil quinientos enfermos en los
próximos cuarenta y cinco días! Los vecinos quedan autorizados para contraer las enfermedades
que a bien tengan... En caso de que se abstengan de enfermarse, se importarán pacientes de otros
municipios.
El Gobernador miró su reloj. Eran Jas tres de la tarde. Recordó que los Gobernadores también
comían y que el segundo punto del programa era precisamente un almuerzo campestre. Entonces
resolvió poner punto final al “diálogo con el pueblo” y dijo:
Me he enterado ya de los principales problemas de esta próspera y floreciente población. Les
juro, por mi honor de ca- balJero y de gobernante, que antes de seis meses Anacoipa tendrá
acueducto, luz eléctrica, alcantarillado, veinte escuelas y un hospital con cupo jara mil quinientos
enfermos!
Considero también que a este pueblo le hacen falta, teatros, monumentos, fuentes, museos
Puede construirse un teatro como el de la Opera aunque sea mas reducido, una olumna como la de
Neison aunque no sea tan alta y un museo como el del Prado aunque sea más pequeño. ¿Por qué
Anacoipa no tiene derecho de poseer algunas de las cosas que enorgullecen a Paris, Londres y
Madrid?
Si Cristo hubiera descendido a la tierra nuevamente, los cristianísimos miembros del Concejo
Municipal, el Alcalde, Personero y Tesorero y los vecinos de Anacoipa aglomerados ett el salón del
Cabildo no lo habrían mirado con el asombro, la veneración y la gratitud con que miraron al señor
Gobernador cuando terminó.
Ese hombre era un taumaturgo, un enviado de Dios, un santo más milagroso que San Martin
de Porres! Al golpe de su vara mágica iban a brotare! agua y la luz, alcantarillas, escuelas,
hospitales, teatros, columnas y museos!
No se atrevieron a aplaudir porque les pareció una profanación. Silenciosamente y con la
cabeza inclinada le abrieron paso, lo mismo que las muchedumbres de Galilea a Jesús de Nazareth.
El almuerzo, servido a orillas del río Guaitía por las principales señoras de 1a población y
amenizado por dos conjuntos musicales, fue muy animado. Diecisiete botellas de “Jhonnie Walker"
se encargaron de abrir el apetito a los invitados, muchos de los cuales lo tenían abierto desde hacía
varias horas. La fauna de la región quedó diezmada ya que fueron sacrificados cuatro cerdos, seis
terneras, cinco cabros, treinta gallinas, cincuenta pollos y diez conejos; y a las carnes se agregaron
toneladas de productos agrícolas.
Ciento cincuenta personas, entre anfitriones y convidados, dieron buena cuenta —en media
hora de aquella ingente cantidad de comida.
Todos los pordioseros del pueblo y centenares de pobres que no lo eran por simple vergüenza,
subidos en las ramas de unos árboles cercanos o parapetados en los troncos, observaban esas bodas
de Camacho con una avidez angustiosa, mientras que sus glándulas parótidas, submaxilares y
sublinguales producían saliva a toda máquina.
De pronto la rama de uno de los árboles se desgajó bajo el peso de uno de los espectadores. El
ruido atrajo la atención del Gobernador hacia el sitio de donde provenía. Y vio los rostros

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famélicos, los cuerpos esqueléticos y la mirada suplicante de aquellos desdichados.
—¿Quién es esa gente? —le preguntó al Alcalde que estaba a su lado.
Son los pobres de Anacoipa —repuso el Alcalde Quiero decir: ios más pobres, porque
pobres somos todos Aquí... Individuos que no han podido conseguir trabajo y que no tienen qué
comer ni donde dormir.
—Me parecen muy peligrosos! De ahí ai comunismo no hay sino un paso! Porque el hambre
es muy mala consejera.
—replicó el Gobernador— Aplíqueles la ley de vagancia y envíelos a una Colonial Penal!
Y se levantó de la mesa. Otro tanto hicieron los miembros de su comitiva, las autoridades
municipales y los demás invitados. Y se inició el regreso a la población.
Las fieras humanas que acechaban en los árboles y que esperaban ese momento hacía una
hora, se abalanzaron furiosamente sobre las presas que eran las sobras dejadas en los platos. Veinte
manos caían simultáneamente sobre un hueso del que apenas pendían unas hilachas de carne. Y
entonces sobrevenía una feroz disputa a puñetazos y mordiscos por la posesión del miserable botín.
Como las mesas fueron derribadas y las sobras se esparcieron por el suelo, la gente lamía la yerba
para recoger unos mendrugos de pan o unos granos de arroz.
De nada sirvió que los garrotes de los policías municipales cayeran muchas veces sobre las
espaldas de los infelices. El hambre era superior al dolor de los golpes. Tres minutos después no
quedaba el más remoto vestigio de que alguna vez se hubiera servido comida en aquel sitio pues
hasta los huesos habían desaparecido.
El señor Gobernador, instalado en la más espaciosa y ricamente amoblada de las habitaciones
de la Casa Cural, la que se reservaba al señor Arzobispo en los días de confirmación, quiso dormir
Ja siesta pero no pudo. Había comido demasiado y estaba ahito. Se puso entonces a hojear “El
Incondicional” que traía una información acerca de su gira y comentaba que solo sobre el terreno se
podían apreciar y resolver los problemas de los municipios.
Después se encaminó a la habitación de su Secretario y amigo Pepe Ríomalo, quien había
sido alojado en una contigua a la suya.
—¿Qué tal estuv.e en mi diálogo con los Concejales?
—le preguntó.
—El poder te ha traído una imaginación más fecunda que la de Emilio Salgan! —contestó
Pepe— sólo faltó que les prometieras la construcción de un subway.J
—La primera obligación de un gobernante es la de mantener engañados a sus gobernados! —
afirmó sentenciosamente ■ el Gobernador Arzayús—. La humanidad vive de ilusiones. EJ día en
que la gente pierda definitivamente la esperanza de mejorar, se lanza a la revolución! De ahí la
importancia de las mentiras piadosas... Vine a recordarte que a las seis es el coctel que ofrece el
Personero... —y regresó a su alcoba con el fin de mudarse de traje.
Si el almuerzo le pareció que habla sido ordenado por el Emperador Heliogábalo, el coctel le
dio la sensación de que no había sido ofrecido por el Personero de Anacoipa sino por el mismo
Baco. Nunca había visto tal abundancia de viandas ni tanta profusión de licores.
—Pero esto les va a costar un dineral! —¿A quién se le ocurre poner en manos de cada
invitado una botella de whisky y un vaso?

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Lo importante es, señor Gobernador, que usted esté contento y que se lleve una buena
impresión del pueblito para que después se acuerde de nosotros... ■—respondió el Alcalde— A las
nueve de la noche, abrazados fraternalmente, dando tumbos y cantando “Allá en el Rancho
Grande”, salieron el señor Gobernador y sus acompañantes con rumbo al “Hotel Europa” donde se
iba a servir una comida de “corbata negra” (todos los vecinos resolvieron usar una de ese color para
imitar a los grandes señores de la ciudad que. según la página social de los diarios, no podian
comer sin ella) ofrecida por el Tesorero Municipal.
El señor Gobernador, que no podía tenerse en pie. hubo de realizar un esfuerzo
sobrehumano para responder apoyando las manos en la mesa, con los ojos cerrados y con palabras
incoherentes— las pronunciadas por su anfitrión. Después se desplomó sobre su asiento y quedó
completamente dormido.
Como ninguno de los presentes entendió nada de lo que dijo, el Alcalde suministró la
siguiente explicación:
—Supongo que no hayan entendido las palabras del señor Gobernador. Sucede que él habla
diecisiete idiomas y como no quiere que se le olvide ninguno, esta noche nos habló en holandés.
Dos horas más tarde, reanimado por una suculenta langosta y un refrescante baño, entraba al
baile organizado en su honor por el Juez Municipal, que iba a efectuarse en las aulas de las
Escuelas Públicas. Contra uno de los muros había una fila de asientos en los que permanecían
sentadas, luciendo sus mejores galas, veinte o treinta señoritas de la localidad. t)na de ellas le
llamó poderosamente la atención.
Era una auténtica princesa chibcha aunque más alta que las mujeres de su raza. Los ojos-
ligeramente oblicuos despedían una mirada llena de ternura y de melancolía , la boca incitaba al
beso como la fruta abierta al mordisco, las dos trenzas caían como chorros de ébano sobre los
senos erectos que subían y bajaban con ritmo voluptuoso y unas piernas eurítmicas, duras y
macizas completaban el conjunto.
El Gobernador, con un vaso de whisky en una mano y el indefectible cigarrillo en la otra, la
miró fijamente. Ella se ruborizó y miró a sus vecinas con aire de triunfo. Arzayús le hizo sedas a
Damián García para que se aproximara.
—■■Necesito saber quién es aquella joven, cómo se llama y dónde vive... Baile usted con
ella y le dice que estoy interesadísimo en conocerla.
—Como usted ordene, señor Gobernador! —contesto Damián y enfilé baterías sobre el
objetivo—
—De manera que usted se llama Cleotílde Sasíoque, es maestra de escuela y vive en el
“Hotel Europa”? —le dijo Damián
mientras bailaban— Pues sepa que usted es muy bonita y que hay un personaje muy interesado en.
—Estoy a la orden! ¿Usted es soltero? —respondió Cleotílde creyendo que el interesado era el
propio Damián—
—Creo que no he sabido explicarme... —contestó Damián— El interesado no soy yo.. .
Aunque también me interesa como a todo hombre de buen gusto... El interesado es nadie menos que
el señor Gobernador!
—Usted me está tomando el pelo! exclamó Cieotilde dejando de bailar— Eso es imposible!
—No ha notado usted cómo la mira? —preguntó Damián—

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—Pues si noté hace un momento que me miraba pero supuse que era aficionado a ta etnología
y como yo soy india pura... —contestó Cieotilde sonriendo con picardía—
—Lo que le digo es absolutamente cierto! —replicó Damián— ¿Quiere una prueba? Usted
bailará la próxima pieza con el señor Gobernador del Departamento!
—Señor Gobernador: misión cumplida! —le dijo Damián— se llama Cieotilde Sastoque, es
maestra de escuela, vive en el ‘Hotel Europa” y me pareció muy mansita... Está lista para que la
saque a bailar.
Cinco minutos después Cieotilde, fuertemente aprisionada entre los brazos del señor
Gobernador, sintiendo su respiración anhelante y oyendo sus apasionados requiebros tuvo la certeza
absoluta de que le había inspirado al insigne personaje algo más que un simple interés.
El señor Gobernador le ordenó a la orquesta que tocara boleros de moda: “Perfidia”, “Vereda
tropical”, “Desesperadamente”. Y comenzó un romance mudo, una historieta sin palabras. Bailaban
tan estrechamente entrelazados que era necesario observarlos a espacio para concluir que eran dos
cuerpos y no uno y con tanta lentitud que bien habrían podido hacerlo en un andamio sin correr el
peligro de caerse.
Pensaba el señor Gobernador —y no sin razón— que las palabras sobran cuando existen las
manos. Sus dedos recoman nerviosamente la cabeza, el cuello y la espalda de Cieotilde y a veces —
en una audaz y rápida operación de tanteo— descendían
hasta la parte infero-posterior del tronco, que era según los vecinos de Anacoipa una de las siete
maravillas del mundo y el único atractivo turístico que tenia el pueblo.
Bailaron sin separarse durante tres horas y acabaron haciéndolo con los ojos cerrados y las
bocas unidas, ante el escándalo de algunas de las más respetables matronas anacoipunas.
—Ave María Purísima! Esto si no se había visto nunca. Yo creo que el! mundo se va a
acabar... —dijo doña Gertrudis quien sentada en un viejo canapé comentaba con otras antiguallas
las incidencias del baile—
—Lo que pasa es, mi querida Gertrudis, que aquí vivimos muy atrasados... —replicó la señora
Filomena— Esto está de moda en Bogotá hace mucho tiempo... Deje que inauguren la luz eléctrica
y que pongan un cine y hasta nosotras vamos a bailar así...
Súbitamente, sin que nadie lo advirtiera, la pareja desapareció. El Alcalde se mostró partidario
de buscar al señor Gobernador por todo el pueblo. Pero Damián García lo disuadió diciéndole:
—Me parece una terrible indiscreción! La vida privada del señor Gobernador es sagrada! No
se perdió en París mucho menos aquí...!
Cuando al día siguiente Cleotilde Sastoque llegó a la Escuela, la señora Mercedes y la
señorita Lola, profesoras de segundo año, quienes habían asistido al baile le hicieron cara de
dignidad ofendida y le voltearon las espaldas.
—¿Saben con quién tuve el honor de acostarme anoche? —Ies preguntó Cleotilde— Pues con
nadie menos que con el señor Gobernador del Departamento! Para que sufran! Me explico
que estén muertas de envidia. Como a ustedes no se les arrima ni un gallinazo... —y les
mostró la punta de la lengua— El señor Gobernador quien apareció misteriosamente en su
aposento de la Casa Cural pues nadie lo vio entrar, mandó llamar al Alcalde: — lodo
Gobernador que viaja a un Municipio debe inaugurar una obra le dijo - por lo tanto aquí es
necesario inaugurar algo.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Pues la casa más nueva que hay en este pueblo que es la de don Fidolo Trejos fue
construida hace sesenta años.
—repuso el Alcalde—
—¿Por qué serán los Alcaldes municipales tan brutos? —preguntó el Gobernador— Claro
que estoy haciendo una pregunta idiota porque si fueran inteligente no serian Alcaldes! Como no
tenemos ninguna cosa real que inaugurar vamos a hacer una inauguración simbólica... En ese lote
de propiedad del Municipio que me mostró usted ayer podemos colocar —por ejemplo— la
primera piedra del nuevo Palacio Municipal... Consiga usted una piedra grande y haga grabar en
ella la leyenda que le voy a dictar... Aquí hay papel y lápiz.
“Primera piedra del edificio de ocho pisos que se levantará en este sitio y que será la sede del
gobierno municipal. Colocada hoy, tantos de tantos, siendo Gobernador del Departamento Julián
Arzayús”.
A las diez de la mañana se verificó el “encuentro democrático”, organizado por el “doctor”
Albarracín. El acto se reducía a que el monarca descendiera del trono y se mezclara con sus
vasallos. Intimidados con multas y arrestos, todos los vecinos de Anacoipa habían acudido a la
plaza principal, de la que no podían escaparse por cuanto la policía vigilaba ias cuatro esquinas para
impedirlo.
Y comenzaron las demostraciones de “inequívoco sabor democrático y de genuino amor a los
pobres” como las llamó al día siguiente “El Incondicional”, cuyo fotógrafo había sido enviado a
Anacoipa para que captara las conmovedoras escenas.
El señor Gobernador, convertido en un San Francisco de Asís, abrazó a Dámaso Timoté un
campesino octogenario, le quitó el sudoroso sombrero de jipa y se lo colocó en la cabeza, mientras
lo abrazaba. Fotografía y estruendosa ovación.
En seguida y haciendo de tripas corazón alzó a un chi- cuelo de cuatro o cinco años a quien
no le había caído una gota de agua desde el día del bautismo y de cuyas fosas nasales manaba un
humor negrusco. Fotografía y ovación no menos estruendosa.
A continuación se acercó a la “Tachuela”, la más popular de las pordioseras del pueblo, una
horrible bruja arrugada, sin dientes y cubierta de harapos y —realizando un sacrificio heroico— la
besó en la boca. Fotografía y ovación igualmente estruendosa.
Finalmente y sobreponiéndose al asco, se aproximé al “Studebaker”, un mecánico que vivía
permanentemente cubierto de grasa y sostenía la tesis deque las gentes de su oficio solo debían
bañarse “in articulo mortis” pues hacerlo todos los días equivalía a incurrir en un absurdo circulo
vicioso, lo despojó de la gorra que le servia para colar el aceite y se la puso en la cabeza. Fotografía
y ovación tan estruendosa como las tres anteriores.
No puedo más! Esto es superior a mis fuerzas! —le dijo a Carlos Sanclemente— No puedo
contener ya las nauseas... Sácame de aquí!
Sanclemente que lo vio intensamente pálido y sudando copiosamente, se alarmó y pidió ayuda
a Diego del Solar, Pepe Ríomalo y al Alcalde para conducirlo a su habitación de la Casa Cura!. Una
vez allí exigió que le trajeran un balde y vomité hasta las mismas tripas. Después se reclinó en el
¡echo y cerró los ojos. Gruesas gotas de sudor le corrían por el rostro y respiraba con dificultad.
El Alcalde ¡e ordenó a un policía que íbera en busca de don Procopio Quirós, el tegua de
Anacoipa y propietario de la única botica y le dijese que al Gobernador le había dado un síncope.

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—Pues tratándose del señor Gobernador no pudo ser un síncope sino un diézcope...! —
conceptuó don Procopio en tono doctoral— 'la¡vez en este libro encuentre algo bueno para
eso... empuñó un viejo libraco titulado ‘'Diccionario Médico para Casos Urgentes” y comenzó
a buscar la letra D Al cabo de diez minutos el Gobernador abrió los ojos, se enjugó el
sudor de la frente y dijo:
- -Quiero oler “Agua de Colonia”!
Se empapé las manos y la cara, vertió buena parte del contenido de un frasco que le
alcanzaron en el pañuelo y aspirándolo profundamente agregó:
—Este es mi olor! El olor que he percibido desde que nací! Y no el de esa plebe inmunda!
¿Quién le dijo a usted, señor Alcalde, que yo había venido a este pueblo a dejarme manosear de la
canalla? A ponerme sombreros asquerosos, a besar viejas hediondas y a alzar chicuelos a quienes
no les han limpiado las narices desde que los parieron?
—El “encuentro democrático” fue organizado por el Presidente del Concejo. . . —dijo
tímidamente el Alcalde—
—¿Encuentros para qué? Con esa gentuza no quiero encontrarme ni en el cielo! —tronó el
Gobernador— Los señores nacimos para mandar y los peones para obedecer! Eso es todo! Le ruego
el.favor de que me deje solo con mis amigos...
En la habitación quedaron únicamente sus cuatro Secretarios: del Solar, Ríomaio,
Sanclemente y Villaurrutía.
Se tiró de la cama, se sentó en una poltrona y les dijo:
—Al fin solos! Me parece que hace un siglo que no departo con gente decente! Ustedes y yo
no podemos ser demócratas! La democracia es una porquería! La vida me ha obligado a ser, como
ustedes lo saben, un simulador y un farsante, pero la comedia no puede llegar hasta el extremo de
tener que renegar de mi clase y revolearme en el barro para probar un amor por el pueblo que nunca
he sentido... Yo no soy Felipe Igualdad! Aristócrata nací y aristócrata moriré
Y continuaron los agasajos. A la una de la tarde asistió con su comitiva a un opíparo almuerzo
ofrecido por el Concejo Municipal y servido en la casa de don Plutarco Montes, el ricachón del
pueblo, que era la única donde había tres bandejas y una jarra de plata para deslumbrar a los
visitantes.
Varias botellas de “Jhonnie Walker”, deliciosos potajes preparados en el “Restaurante
Borchert” que, por ese entonces, era eJ mejor de Bogotá, un maravilloso brandy griego y exquisitos
tabacos cubanos.
E! señor Gobernador se retiró a las cuatro de la tarde y expresó su deseo de que lo dejaran
descansar hasta el día siguiente pues estaba excesivamente fatigado. Y realmente la actividad de ios
dos últimos días había sido febril. El, al menos, nunca en su vida había trabajado tanto.
Sin embargo, como el prurito de beber y divertirse era permanente en él ordenó que le
llevaran whisky y cigarrillos y les dijo a sus amigos:
—Los espero a Jas ocho de la noche para que juguemos una partida de poker. Creo que nos
merecemos un recreo porque el trabajo ha sido abrumador.
(El señor Gobernador había llevado en su maleta, para no aburrirse, varias barajas, un par de
dados, un juego de damas y uno de dominó y tres obra que él consideraba fundamentales en la
literatura universal: “Los tres mosquetéros” “Robinsón Crusoe” y “Veinte mil leguas de viaje

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

submarino”)
Cuando llegaron sus cuatro amigos ya estaba ebrio pues había apurado solo una botella de
“Jhonnie Walker”. Tambaleándose salió a recibirlos.
—Mis viejitos queridos! ¿Qué honor y qué placer verlos por esta su casa... coral! No se
quejarán del paseíto, no? Llevamos dos días comiendo y bebiendo... Hay algo más importante que
llamarse Ernesto.. . Hipü Y es ser amigo de Julián Arzayús...! Del señor Gobernador... Porque aquí
donde me ven yo soy el Gobernador Hipü Y mientras yo sea el Gobernador ustedes serán mis
Secretarios... Porque ustedes son muy buenos tipos... Y cuando me elijan Presidente... los nombraré
Ministros... HipU Por eso es tan importante ser amigo mío... Pero tomémonos un traguito.
—Julián está bebiendo demasiado! —le dijo Camilo Vi- llaurrutia a Diego del Solar— Debe
tener el hígado deshecho!
A las cinco de la mañana Julián y Diego se habían dormido con las cartas en la mano.
Ríomalo y Villaurrutia, muy borrachos, seguían jugando. Y Sanclemente se había retirado.
Villarrutia había ganado siete mil pesos en cifras redondas. Sobre una mesa se veían cinco botellas
de whisky vacías y seis ceniceros atiborrados de colillas.
El Alcalde fue a buscarlos a eso de las nueve para informarles que a las once se bendeciría la
primera piedra del nuevo Palacio Municipal» pero se le dijo que el señor Gobernador y sus
Secretarios habían permanecido reunidos hasta las primeras horas de la madrugada estudiando el
presupuesto y el plan vial del Departamento, que estaban reposando y que antes de las doce no se
levantarían.
No a las doce sino a las tres de la tarde se levantaron los altos funcionarios. Todos con los ojos
inyectados, los labios resecos, el pulso tembloroso, una sed devoradora y un insoportable dolor de
cabeza.
El señor Cura Párroco los invitó a almorzar y los obsequio con las mejores viandas de su
despensa y los mejores vinos de su bodega. En el curso del almuerzo el Gobernador le dijo a su
anfitrión que siendo la iglesia de Anacoipa una imitación de la Catedral de Milán, aquella debía
tener las mismas cien torres que tenía esta, Y que, por consiguiente, obtendría que la Asamblea de-
cretara un auxilio para que pudieran ser construidas jas noventa restantes. El señor Cura le prometió
una caja de whisky y mil días de indulgencia pleñaria.
La bendición de la primera piedra fue muy solemne. La emoción sobrecogió a la multitud
cuando el señor Gobernador retiró el tricolor nacional que la cubría y leyó en alta voz la leyenda ya
conocida pero adicionada por el Presidente del Concejo con una referencia laudatoria al dinámico
mandatario: "Primera piedra del edificio de ocho pisos que se levantará en este sitio y que será la
sede del gobierno municipal, por iniciativa del Gobernador Julián Arzayús, benefactor de Anacoipa
y propulsor de su progreso’9.
Terminada la ceremonia el señor Gobernador llamó al Alcalde y le ordenó:
—Esta piedra debe desaparecer pasado algún tiempo! ¿Me entiende? El efecto buscado ya se
obtuvo pero si la piedra continua ahí indefinidamente me cubro de ridículo...
El último acto del tercer día de visita fue la comida ofrecida por el PUM (Partido Único
Municipal) en el “Anacoipa’s Club”, un modesto salón donde solían reunirse los notables del
pueblo a conversar y jugar tresillo, irónicamente bautizado con ese nombre por don Crispulo Ardua,
quien se burlaba de lo lindo de la tendencia a los extranjerismos que estaba de moda.

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El señor Gobernador después de enterarse de la invitación le preguntó al Presidente del
Concejo, quien era el único ser pensante del Municipio:
—¿Y qué es eso del PUM?
—Es una historia larga pero interesante —respondió el Presidente—Hasta hace cinco años
Anacoipa era, como todos los pueblos del país, un campo de batalla. Los ciudadanos que estaban
afiliados aunó u otro de los dos partidos llamados tradicionales se odiaban entre sí y se mataban
recíprocamente, sin
saber por qué. Como no sabían tampoco por qué pertenecían a este bando o a aquel. No los
separaban antagonismos filosóficos sino resentimientos heredados. El abuelo de A había asesinado
al de B, un tío de C había violado a las hermanas de D, el papá de E le había robado al de F diez
cabezas de ganado... Esto era el infierno! Los partidos no eran agrupaciones civilizadas sino tribus
salvajes ferozmente enfrentadas. Al fin. un buen día don tiberio Uribe y don Godofredo Escallón,
caciques de ias dos tribus, quienes cada vez que se encontraban en la calle se injuriaban y se iban a
las manos resolvieron conversar pacíficamente. Y cinco minutos después de haberse reunido
llegaron a la conclusión de que entre los dos partidos que representaban no existía ninguna,
absolutamente ninguna diferencia y a la de que siendo ello así estos no debían coexistir
separadamente sino fundirse en uno solo que se llamaría el PUM (Partido Único Municipal). Esa
era la solución lógica y honesta! Y desde entonces reina en Anacoipa una paz octaviana.
En síntesis: el PUM se fundó para que Jos ciudadanos no siguieran haciéndose pum!, pum! en las
calles.
Y lanzó una carcajada tan prolongada que el señor Gobernador tuvo tiempo suficiente para
contar las once calzas de oro que convertían su boca en uno de los tesoros de Anacoipa. En la
comida no se habló, naturalmente, sino de política. Don Liberto y don Godofredo quienes durante
cuarenta años habían sido enemigos mortales y nunca habían podido descubrir la causa de su
enemistad, refirieron pintorescas anécdotas pero también hablaron seriamente.
Si en el país hubiera buena fe, silos políticos fueran honrados, debían imitar nuestro ejemplo y
liquidar los partidos -manifestó don Godofredo— Tiene alguna razón de ser la existencia de dos
comunidades que piensan, hablan y obran en completo acuerdo?
Usted es bien cándido! —exclamó don Liberio—Hablar de políticos honrados es como
hablar de abogados honorables o de banqueros humanitarios...! Claro que los partidos sobran! ¿Pero
usted lia visto alguna vez que un pescador rompa su anzuelo o un cazador su escopeta? Mientras
haya políticos habrá partidos. El día en que estos se acaben aquellos se mueren de hambre.
El Gobernador, para sus adentros, estaban totalmente identificado con don Godofredo y don
Liberto. Pero no podía ni debía decirlo. Terció en la conversación para hacer una defensa muy poco
convincente de los partidos y para afirmar que en su condición de funcionario público le estaba
vedado intervenir en política. Y como miraba con terror todo lo que pudiera implicar un esfiierzo
mental, abandonó a los que discutían, reunió a sus amigos y les dijo:
—Esto está aburridísimo! Aquino hemos venido a fatigarnos intelectualmente sino a
divertimos! Les propongo que nos sentemos en aquella mesa del rincón y nos tomemos una botella
de whisky.
Obviamente la botella de whisky se convirtió en seis y cuatro horas más tarde el señor
Gobernador y sus cuatro secretarios estaban bajo los efectos de una fenomenal borrachera. Hasta el
punto de que fue necesario que la policía los condujera a la Casa Cura!.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Julián Arzayús se había transformado paulatinamente en un alcohólico. Bebía todos los días y
las más de las veces inmoderadamente. No podía permanecer largo tiempo abstemio. Y a la
dipsomanía insaciable se añadía el prurito incontenible de fumar.
El último número del programa consistía en un paseo a caballo a la “Taciturna”, una hermosa
laguna situada a 15 kilómetros de la población, al que había invitado el Director del Puesto de Salud
y que se efectuaría a las ocho de la mañana del día siguiente.
El señor Gobernador no pudo concurrir. Amaneció muy enfermo. Vomitaba cada diez
minutos y cada cinco le sobrevenían unos violentos accesos de tos que lo dejaban sin respiración,
Sin embargo, inmediatamente después de que se marcharon sus Secretarios a quienes solicitó que lo
representaran, pidió una botella de “Johnnie Walker” y una cajetilla de “Chesterfield”. Y cuando los
paseantes volvieron, a las cinco de la tarde, estaba borracho nuevamente.
Por fin, una hora después la comitiva se dispuso a regresar a Bogotá. Habían sido cuatro días
de incesante ac- tidad. El Gobernador y cada uno de sus acompañantes habían sumido va-
rios kilos de alimentos y muchos metros cúbicos de alcohol. Los gastos causados por la histórica
visita habían ascendido a la cantidad de $70.000 que equivalía a una tercera parte del presupuesto
anual del municipio. Se había hecho, obstante, una magnífica inversión ya que todos los problemas
de Anacoipa iban a quedar solucionados definitivamente.
Frente a la Casa Cural los distinguidos visitantes y funcionarios municipales canjearon
abrazos y apretones mano. Los primeros juraron que no olvidarían nunca los agasajos de que habían
sido objeto y los segundos que recordarían siempre la presencia de tan elevados personajes en el
pueblo.
Un grupo de campesinos, en nombre de la Liga de Agricultores de Anacoipa, obsequió al
Gobernador con cinco pollos, tres libras de queso y tres de mantequilla, una canasta de huevos y
otra de frutas y él, para agradecer los presentes, pronunció unas breves palabras de las que se valió
para reiterar sus solemnes promesas de convertir a Anacoipa en una miniatura de las grandes
ciudades europeas.
Antes de abordar su automóvil llamó a un agente de la policía y le dijo:
—¡Llévele usted esta tarjeta a la señorita Cleotilde Sastoque!
El agente la guardó en un bolsillo y se dirigió a las “Escuelas Públicas” pero en el camino
sucumbió a la tentación de leerla. La taijeta decía asi:
“Mi adorada Cleotiide: La inolvidable noche que pase contigo tiene que repetirse muy pronto.
Espero que me visites cuando subas a Bogotá. Confió en que no se te haya extraviado la dirección
de mi apartamento. Ten la seguridad de que la semana entrante te haré esealafonar en primera
categoría. Que es la que te corresponde porque realnjente tú eres una mujer de primera. . .! Tuyo,
Julián”.
Hacía una hora que la caravana avanzaba por una carretera que remedaba un descorchador.
Atrás, ya muy atrás, envueltos en una nube de polvo habían quedado la aldea irredenta y sus
problemas y sus necesidades y sus vecinos ingenuos y sus funcionarios candorosos aferrados al
madero de la esperanza.
El Gobernador donnía plácidamente. De pronto se despertó y le dijo a Pepe Riomalo quien
viajaba a su lado:
—¿Cómo es el nombre del pueblito ese donde estuvimos?

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—¡Anacoipa! respondió Pepe sin saber si su amigo bro
meaba o era víctima de Ja amnesia alcohólica.
Posteriormente Julián Arzayús visitó otros treinta y seis municipios de cuyos nombres
tampoco volvió a acordarse. O sea que permaneció nueve meses al frente de la Gobernación del
Departamento pues visitaba uno cada semana. A quien desee saber cómo se desarrollaron esas
visitas le basta leer el relato de la que efectuó a Anacoipa. Porque todas fueron exactamente igua-
les: centenares de botellas de whisky y millares de promesas de las que cumplió solamente las que
hizo a las maestras complacientes.
—¿Sabes una cosa? ¡Estoy cansado! ¡No resisto más esta vida de gitano, de agente viajero!
—le dijo un día a Ulpiano de Montijo-. Yo no nací únicamente para tragar polvo en las carreteras,
abrazar gentes que huelen a diablos y decir mentiras! Me han tratado muy bien en todas partes pero
parodiando una frase conocida yo podría decir: “Oh, democracia maldita seas aunque así nos
trates!” Mañana voy a presentar renuncia de la Gobernación, Volveré a mi bufete dé abogado y a
mi curul de Senador

La más alta corporación legislativa acababa de recuperar a uno de sus más prominentes
miembros y el foro de recobrar a una de sus figuras más brillantes, cuando una noticia pavorosa
cayó sobre el país a la manera de un gigantesco meteorito y 1o aplasté sicológicamente.
La muerte de un hombre que durante muchos años ha sido un recio caudillo civil, paradigma
de la inteligencia nacional, arquetipo de las mejores virtudes de la raza, guía espiritual de su pueblo
y paladín de su progreso, equivale a un terremoto, a un ciclón, a una espantosa tragedia colectiva.
“El Incondicional” formaba la conciencia nacional y por espacio de cincuenta afíos le había
hecho creer al país que Clímaco Arzayús era un genio, un santo y un héroe. Y cuando resultó
penalmente comprometido en el proceso de la “Massachusetts Oil Company” lo pintó como a un
mártir.
. El hombre de la calle, las gentes de la clase media y de la baja, cuyos cerebros funcionaban
sincronizados con los linotipos del poderoso periódico, tenían la idea inmodificable de que era un
prohombre, un ser omnipotente, a quien la nación le debía inmensos servicios. Y además, un
altruista de inconmensurable generosidad. Arzayús tenia también, frente al pueblo, el prestigio que
da el dinero, la aureola que representa ser propietario de las dos más ricas y pujantes empresas de un
país.
Asi se explica la tremenda conmoción que suscité su muerte, difundida por “El Incondicional’
en una edición extraordinaria que se agoté rápidamente. Bajo el título de ‘Murió Clímaco
Arzayús!!”, en gruesos caracteres y a ocho columnas, informaba el periódico:
“El insigne patricio falleció a consecuencia de un infarto al miocardio, después de recibir los
santos óleos, de manos de Monseñor Gumersindo Roa Obispo de Sutatizá, quien durante muchos
años fue su director espiritual y el de los empleados y obreros de sus fábricas, y rodeado por su
esposa, sus hijas, yernos y nietos. El senador Julián Arzayús no pudo asistir a los últimos momentos
de su ilustre progenitor por encontrarse enfermo.
La enfermedad del Delfín había sido la de Poe y Battde- laire. Con posterioridad a su retiro de
la Gobernación había reanudado las jornadas alcohólicas en su apartamento y vívta per-

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

manentemente borracho. Cuando se le avisé que su paire estaba agonizando y quería verlo se limitó
a-decir:
- Pues va a tener que prolongar la agonía hasta mañana porque si voy ahora, con la perra que
tengo, estropeo Id solemnidad del acto.
El Marquesita de Touvabien tuvo la precaución de recoger para la historia las últimas palabras
de su insigne suegro y al efecto ordenó a su Secretaria qu tomara de ellas una versión taquigráfica.
Estas palabras fueron:
“No espero más a mi hijo. Debe estar borracho. Cuando me muera vendrá, arrancará una flor
de una corona, se la colocará en la solapa, encenderá un cigarrillo en la llama de uno de los cirios y
se marchará a una fiesta. . . Porque ese sinvergüenza vino al mundo exclusivamente a divertirse!
¿Por qué engendraría yo ese monstruo? Me arrepiento sinceramente de haberlo educado para
Presidente. . . Voy a pedirle a Dios, muy cerca del cual voy a estar, que no vaya a permitir,
semejante adefesio! El día en que elijan a ese vagabundo”, a este país se lo va a llevar el diablo!
Le perdono a usted, Catalina, todos sus insultos y sus calumnias y suspicacias en relación con
mi fidelidad conyugal; a usted, Victoria Eugenia, el baldón que arrojó sobre la familia, que
afortunadamente fue transitorio, gracias a la caballerosa actitud del Marquesito aquí presente ya
usted, Claudia Fernanda, le perdono sus ataques de histeria que tantos dolores de cabeza me
costaron..
Que Dios me perdone todos mis pecados y delitos. Y que mis victimas, los millares de seres
que humillé y engañé y oprimí y exploté me perdonen. Sí lo que les hice tiene perdón.
No obstante, los colegas de Arzayús en la Academia de Historia resolvieron cambiar esas
palabras por las siguientes que son las que aparecen actualmente en los textos:
“Amé a la patria como a una madre, a la democracia como a una hermana, a la justicia como a
una esposa y a las instituciones republicanas como a unas hijas. Por ellas realicé toda clase de
esfuerzos y sacrificios. Muero tranquilo, con la satisfacción de no haber hecho mal a nadie y sí todo
el bien que pude a mis conciudadanos
Paradójicamente mientras la nación lloró a Clímaco Ar- zayús en su casa nadie derramó una
lágrima. En parte porque el llanto entre las gentes de la alta sociedad es de pésimo gusto. Las
crónicas sociales hablaron de que Catalina Seispalacios y sus hijos habían sentido un dolor sobrio y
severo pero lo que sucedió realmente fue que no sintieron ninguno. Lo conocían demasiado para
lamentar su muerte.
El homenaje de la República fue, eu cambio, imponente. Las Cámaras, todas las Asambleas
Departamentales y centenares
de Concejos Municipales levantaron sus sesiones en seña! de duelo. El gobierno nacional dictó un
extenso decreto de honores que ordenaba izar la bandera a media asta en todos Jos edificios del
Estado, prohibía los espectáculos públicos durante tres días y anunciaba que inmediatamente
presentaría al Congreso un proyecto de ley para honrar su memoria, que incluiría la erección de una
estatua en una de las principales plazas de Bogotá y la colocación de un retrato suyo en el recinto
del Senado.
Miliares y millares de personas venidas de las más apartadas regiones desfilaron conmovidas
ante el cadáver expuesto en el Salón Elíptico del Capitolio y custodiado por cadetes de la Escuela
Naval. Los clubes sociales, la banca, el comercio, la industria, las comunidades religiosas, el cuerpo
diplomático, los gobiernos extranjeros se asociaron al duelo nacional. Las coronas hacinadas en los

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patios y pasillos del Capitolio alcanzaron varios metros de altura.
A las exequias que se efectuaron en la Basílica Primada asistió el sanedrín en masa. El
Presidente sus Ministros, el Senado, la Cámara de Representantes, la Corte Suprema de Justicia, el
Consejo de listado en corporación, militares de alta graduación, miembros de la ACDO, de la
FEDETYL, socios del Looeky y del Sun Club y del Club de Los Saurios, distinguidos caballeros y
esclarecidas damas de la alta sociedad.
El féretro, envuelto en la bandera tricolor, transportado en una cureña y escoltado por la
Escuela Militar y varios destacamentos del ejército y por una inmensa muchedumbre, encabezó el
desfile que duraría tres horas desde la Plaza de Bolívar hasta el Cementerio. Varias escuadrillas de
aviones militares volaban, mientras tanto, sobre la ruta del cortejo.
En el Cementerio hubo un interminable concurso oratorio en el que participaron el Presidente,
sus Ministros de Relaciones Exteriores y de Educación, dos Senadores, tres representantes, los
Presidentes de las Academias de Jurisprudencia, de Historia y de la Lengua, el Presidente de la
ACDO, el Gerente de la FEDETYL y un socio del Looeky Club. Los catorce discursos duraron
siete horas.
—Un discurso más y nos tienen que enterrar a todos!
—le dijo Catalina la Grande a su hija Victoria Eugenia—. ¡Yo nunca había oído tantas mentiras
juntas!
Sobre los despojos del ilustre repúblico se volcaron, en efecto, las cornucopias de la
abundancia retórica y de la hipérbole tropical. De ningún ser humano se había dicho antes ni se ha
vuelto a decir después lo que se dijo de Clímaco Arzayús. No hubo superlativo, ditirambo ni epíteto
altisonante que no se usara para alabarlo:
“Varón consular de la República!”, “procer de la patria”, “adalid de la libertad”, “campeón de
la democracia”, “portaestandarte de la justicia", “augusto”, “benemérito”, “egregio”, “epónimo”,
“eximio”, “excelso”, “ínclito”, “insigne” y “perilustre” fueron algunos de los títulos que se le
endilgaron. Mentalmente fue comparado con Newton y Pascal; políticamente con Richelieu y
Disraeli y moralmente con Catón.
Uno de los oradores no tuvo empacho en decir que la muerte del patricio —ocurrida a los
ochenta y seis años— había sido prematura por cuanto el país tenia la ilusión de que lo siguiera
sirviendo siquiera por veinte aflos. .
Las rituales salvas de artillería y un prolongado toque de cometa anunciaron que los restos
mortales del gran ciudadano se habían hundido para siempre en la tierra que él había amado y
servido tanto. Que el sol de la inteligencia nacional se había ocultado para no reaparecer jamás. Que
el mar de la muerte se había tragado esa Atlántida de patriotismo y sapiencia, de honestidad y
filantropía. Que uno de los arquitectos de la República había franqueado marcialmente las puertas
de la historia!
A la salida del cementerio Julián, derrengado y al borde de una pulmonía por culpa de los
millares de abrazos y palmadas recibidas en la espalda, vio que se le venía encima —con los brazos
en alto —un oficial del ejército. Era el General Deogracias Cabrejo.
—Julián! Esta ha sido una pérdida irreparable para el país! —le dijo mientras lo abrazaba
emocionadainente Marilú está inconsolable. . . Lo hemos sentido muchísimo!
—Gracias, Deo... gracias! —le respondió Julián con la voz grave y profunda que había

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

elegido ese día para que nadie pudiera dudar de la autenticidad de su dolor
—¡Pues cuando quieras ahogar esa pena ya sabes que raí bar está a tus órdenes! - dijo el
General—Y Mariiú se encar
gará de levantarte et ánimo.
Aunque el huérfano no lo tenía tan caído como lo suponía e¡ pundonoroso militar, decidió
aceptar la invitación y le prometió que iría a su casa el viernes a las ocho de la noche.
La velada inicialmente fue sombría. Julián sentado en un rincón de la sala, con el rostro
abatido y la cabeza inclinada, permanecía silencioso. De pronto lanzaba un suspiro capaz de
enternecer a Nerón.
El General y Mariiú trataban de consolarlo pero él se obstinaba en ser el más desventurado de
los mortales y defendía con pertinacia su pena. Ningún argumento podía convencerlo de que la
muerte de su amado padre era un hecho lógico y natural y que debía conformarse con los designios
de Dios.
Deogracias Cabrejo se levantó de su asiento y trajo una botella de whisky diciendo:
—Este es un quitapenas milagroso!
Julián sufrió una metamorfosis. Le volvió el alma al cuerpo. Se frotó las manos alegremente,
se le iluminaron los ojos y miró la botella con una amplia sonrisa. La máscara del dolor rodó por el
suelo.
Y comenzó a beber desaforadamente. Servía en su vaso tres cuartas partes de whisky y una de
soda. Después de beber tres vasos estaba perdidamente borracho. El subconsciente emergió a la
superficie.
—Ustedes son dos buenos amigos míos... —empezó a decirles con los ojos ya extraviados y la
dicción confusa—Al uno le debo la vida y a! otro... la felicidad! Por lo tanto tienen derecho de saber
la verdad... Mi padre fue un farsante!
Su vida fue una larga mentira! Nunca fue el gran patriota, el gran ciudadano, el gran jurista, el gran
político, en fin, el gran hombre de que habló siempre “El Incondicional”... Una de las principales
funciones de ese periódico es la de crear ídolos falsos para que el país los adore.. Mi padre fue
perezoso, ignorante, vanidoso, perverso... Y yo no solamente soy el fruto de ese monstruo sino que
fui formado a su imagen y semejanza... —apuré otro trago y encendió un nuevo cigarrillo—
Recuerdo que cuando era niño me decía que yo debía ser cruel como Santander, orgulloso como
Mosquera y cínico como Núnez... Y hoy tengo que acusarme de esos tres pecados que a mi padre le
parecían virtudes... Soy un farsante y un miserable como lo fue él! Me regalaron el diploma de
bachiller y el titulo de abogado... Fui a Paris a especializarme... Y efectivamente me especialicé en
bailar “charleston” y tango... Como no sé derecho tuve que contratar los servicios de un tipo que si
sabe. . El es quien lo hace todo en la oficina y yo firmo! Cuando fui Gobernador del Departamento
ese mismo tipo fue quien hizo todo lo que me correspondía hacer a mi.
¿Conciben ustedes una comedia más repugnante? —se llevó el vaso de whisky a la boca, bebió
buena parte del contenido y prosiguió— La vida me ha negado el placer de conseguir las cosas con
esfuerzo,.. Cuanto soy se lo debo al simple hecho de haber sido hijo de un hombre poderoso a pesar
de su mediocridad. .. ¿No es vergonzoso? ¡Soy un príncipe de zarzuela, un Delfín de opereta! Pero
no lo voy a ser por mucho tiempo. . . Estoy cansado de engañar y de engañarme! Asqueado de la
farsa, de los histriones que me rodean, asqueado de mi mismo! La gente cree que soy feliz y no hay

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en el mundo un ser más desgraciado que yo...! Por eso bebo continuamente.
El alcohol me sirve de anestesia: “pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor
pesadumbre que la vida concierne”, como lo dijo bellamente Rubén Darío. . . Mis amigos dicen que
me estoy suicidando lentamente y quizás tengan razón... Sea como fuere el veneno está delicioso!
—y apuro, sin respirar, medio vaso de whisky.
Después recliné la cabeza sobre el espaldar de la silla, estiró las piernas y sin preocuparse por
la presencia de los dueños de casa, quedó sumido en un profundo sueño. Mariiú le quitó el vaso que
empulaba en la mano derecha y el cigarrillo que sostenía en la izquierda y lo cubrió con una manta.
—¡Cómo son de pequeños los grandes hombres! —le dijo el General a su esposa—¿Y de
desdichada la gente que uno cree dichosa! ¡Nosotros en cambio carecemos de todo pero tenemos un
hogar feliz Supongo que como Julián está fuera de combate podré acostarme contigo esta noche.

La muerte del viejo monarca convertía en Rey al Delfín. Automáticamente pasaba del
segundo al primer plano. Ya no sería un simple suplente en el Senado y en la Presidencia de la Junta
Directiva de la “Cervecería Baviera” y la “Compañía Interamericana de Tabaco
Cuando visitaba las fábricas ola hacienda de “El Eucalipto” tenía la sensación de que los
empleados, los obreros y los arrendatarios le decían: “Arzayús ha muerto. Viva Arzayús!”
Y esa sensación era la misma cuando concurría al Senado, a las oficinas públicas, a las fiestas
oficiales, cuando las gentes lo saludaban en la calle. La desaparición del sátrapa, que lo eclipsaba, le
abría posibilidades infinitas. El grandioso homenaje postumo rendido al padre había sido una clara
notificación al hijo para que se aprestara a reemplazarlo. Julián Arzayús era un Ministro, un
Embajador y un Presidente de la República en potencia próxima!
Los partidos tradicionales o históricos eran dos fuerzas equilibradas que, desde la fundación
de la República, se turnaban en, el poder o lo compartían amigablemente.
Periódicamente y casi siempre en virtud de que el uno se dividía llegaba el otro al gobierno. Y
se iniciaba una hegemonía excluyente y arbitraria. Los cargos públicos, los contratos, las prebendas
eran privativos del bando reinante; los miembros del contrario apenas tenían el derecho de pagar
impuestos y el de prestar el servicio militar.
Además, para ahuyentar a los adversarios de las urnas y asegurar la continuidad del régimen,
se desataba la violencia oficial en los campos. Hombres, mujeres y niños eran asesinados por el
ejército y la policía. Y muchos civiles hostilizaban también a los campesinos para apoderarse de sus
fincas.
Las victimas en ejercicio del derecho de legítima defensa repelían la agresión. Y el país se
convertía en el escenario de una guerra civil no declarada. Pero cuando la violencia llegaba a las
ciudades y los políticos que la habían dirigido y financiado empezaban a ver sus intereses en peligro
y comenzaban a caer peces gordos y a ser secuestrados los magnates de la economía, los jefes de los
partidos, aterrados, se reunían en Jos salones del Loocky Club y pactaban una coalición.
Como los unos y los otros carecían de principios y en materia ideológica a todos les daba igual
ocho que ochenta, el acuerdo era muy fácil. El problema se reducía al reparto equitativo de las
posiciones burocráticas.
Y venía entonces un gobierno híbrido, incoloro, políticamente informe que cambiaba de
nombre cada vez que era elegido un nuevo Presidente: “Frente Patriótico”, “Frente Republicano y
Democrático”, “Frente de Renovación Nacional”, “Frente de Redención Económica”, cuya misión

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

fundamental era la de garantizar la vida y los bienes de los miembros de la clase dirigente y
propender por su enriquecimiento.
La violencia oficial cesaba naturalmente. Las acciones subían en la Bolsa y las utilidades de
las grandes empresas aumentaban inverosímilmente pues todas las medidas que tomaba el gobierno
tendían a favorecerlas. Pero había algo que subía aún más que las acciones y las utilidades: el costo
de la vida! Sin embargo el pueblo hambriento y semi-desnudo no se cansaba de darle gracias al
régimen por el don inapreciable de la paz con que lo habla obsequiado.
Cada uno de los partidos contaba con un grupo de personajes de conciencia elástica,
pusilánimes, tibios, contemporizadores; siempre dispuestos a transigir y negociar, con un criterio
acomodaticio a sus conveniencias del momento: capaces de abandonar a su amigo vencido para
postrarse a los pies de su enemigo vencedor; permanentemente provistos de dos velas para
encenderlas una a Dios y otra al diablo.
Lógicamente de ese grupo salían los Gobernadores, los Ministros y los Embajadores. Eran
individuos dóciles y serviles, incapaces de desobedecer una orden pero ni siquiera de discutirla, de
crear un problema o suscitar un conflicto, lo que representaba insignes ventajas para el primer
magistrado dentro de un sistema rígidamente presidencial.
Los eternos cortesanos y burócratas eran conocidos por la opinión con el nombre de
“Raposas”. Obviamente Julián ingresó al grupo. Satisfacía todos los requisitos de admisión pues no
tenía principios, ni voluntad, ni carácter, y de la moral de su primera juventud no le quedaba ya sino
un borroso vestigio. Su pereza, su frivolidad, su alergia a los problemas, su propensión
a seguir la linea de la menor resistencia, eran otros tantos factores positivos que hacían de él una
raposa ideal.
Todo convergía por lo tanto a colocar al Delfín en la primera fila de los candidatos a un
Ministerio ahora que se había presentado una crisis de gabinete. Era un jurista eminente; miembro
de la más alta corporación legislativa de la cual había sido Presidente; había gobernado al
Departamento con un brillo insuperable; era el único hijo varón del hombre ante cuyo cadáver
acababa de descubrirse respetuosamente la nación; la opinión lo miraba con manifiesta simpatía y
había la absoluta seguridad de que su presencia en cualquiera de las carteras ministeriales seria
completamente inocua.
El Presidente, muy celoso de su dignidad y decoro, no permitió que los acostumbrados grupos
de presión lo constriñeran a nombrar a determinadas personas en su nuevo gabinete. Prefirió
pedirles que aprobaran los candidatos que él había escogido o los vetaran.
En efecto dirigió al Rector de la Universidad Ignaciana y a los Presidentes de la ACDO, la
FEDETYL y el Loocky Club el siguiente mensaje;
“Como quiera que ustedes, con el ánimo de prestar al gobierno que presido una eficaz
colaboración, tuvieron a bien recomendarme el nombre del doctor Julián Arzayús para la Goberna-
ción del departamento, donde desarrolló una ímproba y fecunda labor, imponiéndose el sacrificio de
visitar la mayoría de los municipios con eS fin de conocer y resolver sus problemas y me parece de
elemental lógica aprovechar su experiencia, versación y dinamismo y premiar su extraordinaria obra
en la Gobernación, he pensado en nombrarlo Ministro en mi próximo gabinete. Respetuosamente
someto, pues, la candidatura del ilustre ex-Gobernador y actual Senador de la República a la
consideración de ustedes”.
—Voy a nombrar Ministro de Justicia a Julián Arzayús! —le dijo el Presidente a su amigo el
Representante Castañeda.

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.. .A Julián Arzayús? —preguntó Castañeda consternado— Pero si ese tipo es un adobe y se
encuentra en el último grado del alcoholismo.
.. Ni una cosa ni la otra tienen importancia repuso el
Presidente— Yo no voy a nombrar aun hombre sino a un apellido glorioso incorporado ya a la
historia del país. . . Además en ese Ministerio no hay nada que hacer.
El Ministerio de Justicia había sido creado cuando los partidos pactaron la primera coalición.
El gabinete debía estar compuesto por seis Ministros que pertenecieran a un partido y seis que
estuvieran afiliados al otro. Pero los Ministerios hasta entonces eran once. Había que crear el
duodécimo aunque no tuviera funciones. Inicialmente se le asignaron las de nombrar Jueces de
instrucción Criminal y ejercer la vigilancia de la Corte, los Tribunales y los Juzgados. Pero
posteriormente le fueron suprimidas.
En esc momento el único oficio del Ministro consistía en reemplazar a los alcaides y
guardianes de cárcel a medida que eran asesinados por los presos, io que felizmente sucedía con
frecuencia pues evitaba que el ocio del alto personaje fuera total.
El Presidente no había exagerado cuando dijo que allí no había nada que hacer.
Evidentemente el cargo podía ser desempeñado hasta por Julián Arzayús!
La Academia de Jurisprudencia, el Club de Jurisperitos y la Sociedad de Jurisconsultos
celebraron alborozadamente el acontecimiento, felicitaron al nuevo Ministro, se felicitaron a si
mismas, io nombraron Presidente Honorario y ofrecieron sendos banquetes en su honor.
Con no menos entusiasmo recibieron la noticia la Universidad Ignaciana, la ACDO la
FEDETYL y e! Loocky Club, que veían así aumentada en una unidad su representación en el
gabinete. Las cuatro entidades cogobernantes organizaron para agasajar al Delfín vario:; homenajes
gastronómicos y etílicos. El nombramiento significó, por lo tanto, veinte días de embriaguez
ininterrumpida.
El matador volvió a torear con su cuadrilla. El día de su posesión anunció una
“reorganización técnica tendiente a remozar las estructuras ya caducas de este importante
organismo y a perfeccionar los métodos científicos para la prevención y represión del delito’’, que
consistió en destituir sin fórmula de juicio a viejos servidores del Ministerio que estaban a punto de
adquirir el derecho a !a jubilación y nombrar para reemplazarlos a sus amigos de toda la vida.
Ulpiano de Montijo, rico comerciante, propietario de tres de los mejores almacenes de la
ciudad, especializado en la importación de patios, file nombrado Secretario General. Cuando le
preguntó a Julián cuáles eran las funciones de un Secretario de Ministerio, aquel le respondió:
—¡Facilísimas! ¡El Ministro no hace nada y el Secretario le ayuda!
Pepe Riomalo, hacendado sabanero, quien nunca había logrado saber qué diferencia existía
entre una pena de presidio, una de prisión y una de arresto, ni entre un condenado, un procesado y
un sumariado, ñie nombrado Director General de Establecimientos de Reclusión y Pena.
Camilo Villaurrutia, clubman, cafetero y experto jugador de poker. Jefe de la Campaña
Técnico-Científica contra la Delincuencia.
Carlos Sanclemente, libertino incurable, quien le embestía a todo representante del sexo
femenino que viera, sin reparar en sus condiciones físicas, cronológicas o sociales, Jefe de la Divi-
sión de Rehabilitación de la Mujer Caída.
Cuando el señor Ministro lo llamó para comunicarle el nombramiento le dijo:

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—Te nombré para ese cargo porque sé que a ti te encantan las mujeres caídas. . . de espaldas!
Germán Osuna de las Altas Torres, conocido cleptómano de la alta sociedad, quien vivía con
los bolsillos atiborrados de los ceniceros y adornos de sobremesa que se sustraía, fue nombrado
Pagador General!
Finalmente nombró Secretaria Privada a Matilde Valdivia una manicura que había comenzado
por conocer las uñas del sefior Ministro en la “Peluquería Astoria” y había terminado por conocerle
todo el cuerpo en sus visitas a la “garconiere” y quien, según Julián, eran una doble mujer pues no
había visto jamás una que dijera más mentiras.
La mitomanía suplía su absoluta ignorancia en menesteres de oficina puesto que le permitía
decir a todo momento con una gran naturalidad: “El señor Ministro está en Palacio en una reunión
del gabinete”, “El señor Ministro está muy ocupado y no se le puede interrumpir”, “El señor
Ministro está ligeramente indispuesto y no viene hoy”.
Una vez completo su equipo de colaboradores el Delfín se dedicó al ejercicio de su profesión
de abogado, no sin antes ordenar que el automóvil oficial le fuera cambiado por uno de último
modelo, se le renovaran los muebles del Despacho y se adicionasen con un bar.
Había una clara incompatibilidad legal y moral para que Julián ejerciera simultáneamente sus
funciones oficiales y su profesión. Pero no hay obstáculos infranqueables para un hombre que tiene
concentrados en sus manos el poder político, el económico y el social.
Bernardo Rocafuerte, amigo y condiscípulo suyo, era un heredo-jurista. Su tatarabuelo, su
bisabuelo, su abuelo y su padre habían sido abogados. Y a él se le condenó a serlo desde el mismo
día de su nacimiento, como a Julián Presidente de la República. Sin ninguna vocación jurídica y
solamente para complacer a su familia, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad
Ignaciana. El pasó por la Facultad pero esta no pasó nunca por él. Sus conocimientos de derecho, al
concluir sus estudios, eran inferiores a los de Julián.
La ignorancia, sin embargo, no es impedimento ni escollo cuando se tiene una apostura
gallarda, un apellido altisonante y un sólido respaldo económico. Por obra y gracia de esas tres
circunstancias Bernardo Rocafuerte estaba reputado como uno de los mejores jurisconsultos de la
ciudad.
Los dos amigos llegaron a un rápido acuerdo: Rocafuerte se pondría al frente de la oficina de
Arzayús, firmaría los alegatos y memoriales elaborados por Damián García y recibiría un 30% de
los honorarios pactados por aquel. Arzayús, por su parte, se encargaría de conseguir clientes, de
presionar a los Jueces arrojando sobre ellos todo el peso de su autoridad para que fallaran en
determinado sentido y recibiría e¡ 70% de los emolumentos.
El señor Ministro dirigió una comunicación a la “Muzo Emerald Company”, la “Chocó
Platinum Company” y la”Ba- rrancabermeja Oil Company”, las tres empresas yanquis que mo-
nopolizaban la explotación de las esmeraldas, el platino y el petróleo, que decía así:
“Viejo admirador y amigo de la Gran Democracia del Norte y de las empresas
estadounidenses que tan noble y de-
sinteresadamente han vinculado su capital al país para incrementar nuestro desarrollo económico,
deseo ponerme incondicionalmente a las órdenes de ustedes como Ministro de Justicia y hacerles
saber que esa posición no me inhabilita sino que —por el contrario-— me confiere una mayor
autoridad e influencia para continuar sirviendo los intereses de esa importante compañía.

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Por razones obvias yo no podré aparecer como apoderado de ustedes ante las autoridades
nacionales ni me será posible firmar ninguna petición, memorial o alegato. En mi nombre, bajo mi
dirección y responsabilidad, actuará el doctor Bernardo Roca fuerte, abogado muy prestante y
persona de absoluta confianza.
Nuestras futuras entrevistas no podrán efectuarse en sus oficinas ni en eí Ministerio sino en un
lugar reservado y discreto. Los cheques, invariablemente, deberán ser girados al doctor Rocafuerte”.
La oficina de Julián Arzayús se convirtió en el centro del más escandaloso tráfico de
influencias. Allí se gestionaba desde la pronta instalación de un teléfono hasta la rápida expedición
de una licencia de importación por varios millones de pesos. Huelga decir que las cuatro compañías
norteamericanas (Julián representaba también los intereses de la Massachusetts Oil Company), le
ganaron a la nación, mientras él fue Ministro, cuantos juicios civiles o administrativos adelantaron
contra ella.
Hacia ocho días que el Ministro no honraba con su presencia el Ministerio. Buena parte de ese
tiempo se la había dedicado a “Johnnie Walker1’ de quien seguía siendo intimo amigo ya Sara —
una linda judía— quien era su nueva favorita.
—Aquí no ha habido novedad! —le informó Matilde, la Secretaria—. No han matado a
ningím guardián de cárcel y, por lo tanto, no ha habido necesidad de reemplazarlo... Por eso no lo
he llamado... La que presenta una novedad soy yo!
—¿Tú? —preguntó el Ministro— ¿Has cejado de decir mentiras?
—Pues por lo menos voy a decir ahora la verdad más gorda que he dicho en mi vida: espero
un hijo! —replicó Matilde.
/ De padre desconocido? preguntó el Ministro con
ironía.
—De padre muy conocido, conocidísimo, no hay en el país quien no lo conozca! —repuso
Matilde indignada— Es nadie menos que el señor Ministro de Justicia!
—Tú estás loca! —dijo el Ministro despectivamente—
—Lo estuve todas las veces que me acosté con usted!
...respondió Matilde— Pero ya he recobrado la razón... No trate de eludir el problema porque le
puede costar caro.
—¿Me amenazas? —le preguntó el Ministro mirándola de pies a cabeza.
—Simplemente lo prevengo! —contestó Matilde Usted con todo su poder no puede impedir
que la prensa informe cualquier día: “El Ministro de Justicia acusado de estupro por su secretaria!”,
ni puede evitar que yo lo desenmascare ante el país, que diga todo lo que sé de usted, que es un
alcohólico y un .sátiro, que siendo funcionario público ejerce la....
—Cálmate mujer! - imploró el Ministro aterrado To
dos los problemas tienen solución... ¿Cuál puede ser ia de este?
—Yo no voy a representar el papel de la señorita embarazada... —dijo Matilde - Mándeme a
“Europa” mientras nace la criatura. —Ese es un lugar a donde van sólamente señoritas de la alta
sociedad... Además es muy costoso... —repuso el Ministro.
Matilde se colocó las manos en jarra, avanzó desafiante hasta situarse a un metro del Ministro

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

y le gritó:
—¿De modo que esas tenemos? ¿Cuánto dinero necesita tener una para pertenecer a la alta
sociedad? Las caídas en las mujeres de su clase son deslices sin importancia; en las de la mía son
crímenes imperdonables! Las primeras pueden ocultar su deshonra; las segundas tienen que exhibir
su vergüenza! Pero eso no va a suceder en este caso! O me paga el valor del viaje a “Europa” y el
de mi permanencia allá o lo denuncio y hago un escándalo que lo obligue a abandonar el país. . .!
¿Le parece muy costoso? Pues “el que quiere celeste que le cueste”! Mi hijo, nuestro hijo, no va a
nacer en un hospital de caridad... Aunque yo no tenga dinero soy una dama tan respetable por lo
menos como su hermana. . ¿Me entiende usted?
El último golpe anonadó al Ministro. No tuvo argumentos ni fuerzas para replicar. Sacó una
chequera de un cajún del escritorio, giró un cheque y entregándoselo a Matilde 1c dijo:
Si esta cantidad no es suficiente házmelo saber! apoyó los codos en el escritorio, la cabeza
en las manos y cerró los ojos. mgg De su ensimismamiento vinieron a sacarlo unos gritos
provenientes de la calle. Julián se asomó a la ventana. Era una manifestación estudiantil que
avanzaba por la que antes se llamaba Avenida de la República y después fue bautizada con el
prosaico nombre de carrera séptima. Los estudiantes agitaban pañuelos y libros y lanzaban vivas y
abajos.
El malestar y el descontento reinaban en la Universidad Nacional hacía varios días.
Exactamente desde aquel en que el Gobierno había nombrado como Rector a un pedagogo pastuso,
descendiente de Agustín Agualongo, oscurantista y retrógrado, para quien la Revolución Francesa
había puesto fin a la época más feliz de la humanidad yen cuyo concepto los enciclopedistas y los
filósofos de los siglos XIX y XX eran otros tantos corruptores de la juventud.
Aparecieron letreros en las paredes escritos con carbón: ‘Aquí enseñan ahora los que nunca
fueron capaces de aprender!'*, “Abajo el Rector reaccionario!”, ‘'Esto es una Universidad nó una
caverna!" Varios mensajes fueron enviados al Presidente y al Ministro de Educación que nunca
tuvieron respuesta. El silencio oficial enardeció los ánimos. Hubo discursos fogosos y algunos
guijarros cayeron sobre las ventanas de la Rectoría. Finalmente el Comité de Huelga decidió
iniciarla con una manifestación ante el Presidente.
Inopinadamente en dirección contraria a la que llevaban los manifestantes surgieron
centenares de soldados que lucían el inconfundible uniforme del “Batallón Bravos de Oriente”, un
cuerpo de ejército que el gobierno había enviado a apoyar la intromisión norteamericana en el
conflicto suscitado entre dos naciones asiáticas y que acababa de regresar al país.
Los soldados, obedeciendo la orden de un oficial, formaron varios cordones humanos a lo
ancho de la calle para impedir el paso de la manifestación. Los estudiantes que mar- chaban a la
vanguardia hicieron señales a los compañeros que venían atrás con el fin de que se detuvieran, Pero
estos, im- pacientes, optaron por empujar a aquellos obligándolos a presionar a los soldados. Un
Sargento gritó: —Si tratan de atropellamos disparamos!
Los estudiantes empezaron a cantar. Eran unos versos de Nicolás Guillen a los cuales les
habían adaptado la música de una canción de moda:
“No sé por qué piensas tú, soldado que te odio yo, si somos la misma cosa: yo, tu.
Tú eres pobre, lo soy yo; Soy de abajo, io eres tú,
¿De dónde has sacado tú, soldado que te odio yo?

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Me duele que a veces tú te olvides que quién soy yo;
Caramba! Si soy tú,
Lo mismo que tú eres yo.

Pero- los soldados, lejos de apaciguarse, se exacerbaron 1)LJCS creyeron que los estudiantes
se estaban burlando de ellos. Su reacción era lógica. Todos eran campesinos analfabetos porque los
señoritos de la nobleza estaban exentos (fe prestar el servicio militar. Además venían de combatir
durante muchos meses contra un pueblo indomable, ferozmente valeroso, que había puesto en jaque
a la primera potencia del mundo. Habían visto morir a innumerables compañeros, varios habían
sufrido heridas y algunos habían caído prisioneros. Tenían sicosis de guerra. Frente a ellos veían no
una inofensiva manifestación estudiantil sino un peligroso ejército enemigo. Y a unos hombres así
no se Ies puede pedir comprensión ni sentido del humor La canción fue contraproducente.
El Ministro observaba la escena desde la ventana de su Despacho. Por una obvia asociación de ideas
recordaba el episodio de que había sido testigo veintitrés años antes. Pero ahora no lo asustaba la
perspectiva de una matanza. Su sensibilidad, su simpatía por los humildes, su rebeldía ante la
injusticia estaban muertas y sepultadas. El poder no estaba ahora en manos de su padre sino en la
suyas. Y debía defenderlo a todo trance. Esos jóvenes vocingleros que osaban hacerle exigencias al
gobierno y trataban de desconocer una orden de la autoridad eran sus enemigos. Formaban la
avanzada de la revolución, de esa revolución que comenzaría por arrebatarle los bienes y terminaría
por arrebatarle la vida.
La tragedia era inminente. Y él podía evitarla. Le bastaba bajar a la calle y ordenar al oficial,
invocando su carácter de Ministro, que autorizara el paso de la manifestación. Pero recordó las
palabras de su padre cuando él le refirió cómo habían sido asesinados los sastres: Nada de
sensiblerías! Luis XVI, por débil, perdió el trono primero y la cabeza después. Y resolvió continuar
impasible en su puesto de observación.
Los estudiantes seguían pugnando por pasar y la actitud de los soldados era cada vez más
hostil. Un muchacho se acurruco para servir a otro de tribuna; este último, alto, rubio, con el cabello
revuelto, sostenido por dos compañeros, le puso los pies en los hombros; el primero empezó a
levantarse lentamente sujetando al segundo por las piernas.
Señores oficiales y soldados: —dijo el joven alto y rubio— Voy a decir cuatro palabras. Ni
mi actual posición ni la del amigo en cuyos hombros estoy parado son las más adecuadas para
pronunciar un discurso largo. Queremos pedirles simplemente que nos dejen pasar! Que nos
permitan llegar hasta el Presidente para solicitarle que sustituya a un Rector enemigo de la juventud
y del progreso por uno que posea una mentalidad abierta y generosa. Hasta hace muy poco tiempo
estuvieron ustedes en países remotos luchando por una causa ajena, defendiendo los intereses de la
nación que patrociné un día la desmembración de nuestro territorio. ¿Por qué no defienden ahora la
libertad de palabra y de reunión y el derecho de petición de sus propios compatriotas? Déjenos
pasar, se lo rogamos!
La súplica no tuvo respuesta Los estudiantes decidieron lanzar una nueva ofensiva y
arremetieron con tanto ímpetu que los soldados de la primera línea tuvieron que retroceder varios
pasos. El Sargento, fuera de sí, Ies gritó:
—Maricas! ¿Se van a dejar arrollar por estos culicaga- dos? ¿Ya se les olvidó para qué sirven
los fusiles?
Varios soldados se echaron el arma a la rara y se oyó una descarga. La confusión fue
indescriptible. Cuino ciervos perseguidos por leones hambrientos los muchachos huyeron aterrori-

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

zados. Muchos cayeron en la desbandada y fueron pisoteados por sus compañeros. En un minuto la
multitud quedó reducida a unos cuantos cuerpos inertes, otros que se arrastraban dolorosamente por
el suelo cubierto de libros, escuadras, reglas de cálculo, lapiceros, zapatos, prendas destrozadas que
flotaban en un lago de sangre.
El Ministro había presenciado imperturbable la cruenta escena. Veintitrés años antes una
idéntica lo había traumatizado. Ahora le parecían ridículos el sudor frío y las náuseas que había
sentido entonces. Indudablemente la vida lo había templado y los consejos de su padre no habían
caído en terreno árido.
Lo asaltó un incontenible deseo de beber. Sacó del bar una botella de whisky y sirvió una
buena porción en un vaso. En ese momento irrumpieron al Despacho Ríomalo, Villaurrutia, de
Montijo y Sanclemente con el terror pintado en los rostros. —Esto fue espantoso! —dijo
Ríomalo—
—Un crimen atroz! —agregó Villaurrutia—
—Los asesinaron como a perros rabiosos! —añadió de Montijo—
—La reacción va a ser terrible! comentó Sanclemente— —No olviden ustedes, caballeros,
que son funcionarios públicos y que deben estar al lado del gobierno con la razón o sin ella. .! —
replicó el Ministro— Esos mozalbetes, aparentemente inofensivos, son peligrosos agentes del
comunismo internacional y proceden con sujeción a instrucciones impartidas desde el Kremlim. El
gobierno frente a la insurrección tiene un dilema: O derriba a los insurrectos o se resigna a que
estos lo derriben! Lo que ha sucedido es doloroso pero era inevitable.
Sirvió whisky a sus cuatro amigos, volvió a llenar su vaso y levantándolo dijo:
- El régimen de que ustedes y yo formamos parte acaba de obtener una victoria sobre sus
enemigos. Brindemos por ella y por el triunfo del orden jurídico y de las instituciones republicanas
y democráticas!
En seguida le pidió a Matilde que lo pusiera en comunicación con el Presidente.
—Estoy vivo por puro milagro! —le dijo- Desde ei momento en que vi que la manifestación y
la tropa se enfrentaban presentí la tragedia. Hice lo posible y lo imposible por evitarla. Bajé a la
calle y traté de disuadir a los estudiantes de que siguieran avanzando; hablé también con los
oficiales y los soldados y les pedí que en ningún caso fueran a hacer uso de las armas. Pero todo fue
inútil. Los estudiantes se obstinaron en seguir adelante y los soldados en impedirlo. Cuando estos
dispararon yo trataba de convencer a aquellos de que debían desistir de continuar la marcha. A mi
derecha cayó muerto un muchacho y a mi izquierda otro malherido, . . Pero naturalmente el
gobierno no puede aceptar ninguna responsabilidad suya ni de los oficiales y soldados en los
hechos... Es necesario decir que los estudiantes iban armados, que tomaron la iniciativa en el ataque
y que, entre los militares, hubo varios muertos y heridos.
—Está muy bien pensado! —contestó el Presidente— El gobierno no puede acusar a quienes
lo sostienen asi hayan cometido toda clase de delitos. Pero me parece peligroso hablar de muertos y
heridos militares cuando no los hubo y afirmar que los muchachos iban armados siendo que iban
inermes.
No veo ningún peligro, señor Presidente —respondió el Ministro Arzayús— Si usted
declara en un comunicado que en la acción murieron los soldados José Rodríguez, Pedro Sánchez y
Luis Ramíres y resultaron heridos el Cabo Juan Peña y el Sargento Antonio Martínez, quien puede
desvirtuar esa afirmación? Los libros que empuñaban los estudiantes podemos convertirlos en

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.“cocteles Molotov” y los pañuelos en granadas de mano... Recuerde, señor Presidente, que uno de
los privilegios del gobierno es el de mentir impunemente!
“El Incondicional” lanzó una edición extraordinaria. En la primera página podía leerse:
“Sofocado conato revolucionario. Estudiantes comunistas atacaron al ejército con granadas de
mano y “cocteles Molotov”. Varios militares muertos y heridos. También algunos de los atacantes.
Valerosa actuación de la tropa. La nación entera respalda al gobierno”.
El editorial titulado “No pasarán!”, decía en uno de sus apartes:
“El gobierno por la boca de los fusiles y en el lenguaje de la bala que es el único que
entienden los apatridas, los descastados, los lacayos de Lcnin y Stalin, les dijo ayer a unos cen-
tenares de agitadores comunistas disfrazados de estudiantes: "No pasarán”
Y no pasaron gracias al heroico comportamiento de un puñado de soldados que escribieron
otra página gloriosa de la historia nacional”.
La clase dirigente se sintió amenazada. La Iglesia, la Asociación Colombiana de Oligarcas, la
Federación de Terratenientes y Latifundistas, los banqueros, industriales y comerciantes y los altos
funcionarios del Estado percibieron claramente las pisadas del Oso Ruso que, después de cruzar el
Estrecho de Behring y de atravesar la América del Norte y la Central, se hallaba ya en la frontera
con Panamá.
Los jefes de los dos partidos tradicionales tuvieron la sensación inequívoca de que el poder
que habían detentado durante ciento cincuenta años iba a pasar a las manos de un Comisario del
Pueblo.
El miedo es cohesivo. Nunca son más solidarios los hombres que cuando el destino los reúne
en una embarcación a punto de zozobrar. Todos los miembros del sanedrín, entrañablemente
unidos, visitaron al Presidente para darle sus parabienes, ofrecerle su respaldo y congratular a las
fuerzas militares por haber debelado la revuelta y consolidado el orden jurídico.
El comunicado oficial decía que en la escaramuza callejera habían muerto tres militares y
nueve civiles. Naturalmente los primeros eran apócrifos y los segundos reales. Y agregaba que siete
falsos soldados y doce estudiantes auténticos habían sufrido heridas. Como es obvio atribuía a los
estudiantes la iniciativa en el ataque y colocaba a la tropa en situación de legítima defensa.
Fue nombrado investigador el doctor Escipión Payán, típico representante del sistema y
connotado miembro del grupo de las "raposas”. Era un individuo melodramático. Nació, vivió y
murió en el escenario. No hablaba para sus contemporáneos sino para la posteridad. Tenía la
soberbia de D’Annunzio, la arrogancia de Mussolini y la antipatía de ambos. En el fondo era
un pobre diablo. Presumía de erudito pero su igno- rancia era enternecedora; poseía una voluntad de
alfeñique pero él aseveraba que era de hierro; afirmaba solemnemente que era insobornable pero no
había quien superara su venalidad Era un estuche vacío. Pero la gente estaba convencida de que
encerraba una piedra preciosa de incalculable valor. Cada vez que surgía un problema o estallaba un
conflicto o se planteaba la necesidad de reemplazar a un Ministro o a un Embajador, el país volvía
sus ojos hacia él. Y Payán, que era un patriota excelso, se sacrificaba nuevamente, renunciaba al
remanso de su vida privada y se resignaba a cobrar los sueldos, viáticos y gastos de representación
inherentes al cargo.
Ex-Juez. ex-Fiscal, ex-Magistrado, ex-Procurador ex- Diputado ex-Representante, ex-
Senador, ex- Ministro ex-Em- bajador, ningún ciudadano podía mostrar un “curriculum vi- tae” más

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

brillante. Su nombramiento fue recibido con beneplácito unánime pues significaba la más absoluta
garantía de imparcialidad y justicia. El Ministro Arzayús le hizo saber que deseaba entrevistarse con
él en su Despacho. Payán acudió puntualmente a la cita.
—Usted es uno de los hombres mas respetables que tiene el país —le dijo el Ministro después
de que lo invitó a sentarse— Son actualmente las tres de la tarde pero si usted dice que son las
nueve de la noche, la gente le cree... Por eso le sugerí al Presidente que lo nombrara.. Un hombre así
es el que necesitamos! podrá evitar la sentencia condenatoria. . . Nos libraremos de los jóvenes
agitadores por varios años y usted se cubrirá de gloria como investigador! Se de buena fuente,
además, que cierta Embajada va a quedar vacante.
El hábil investigador desarrolló una ímproba labor. Recibió las declaraciones de todos los
empleados del Ministerio de Justicia y las de algunos soldados, suboficiales y oficiales del
“Batallón Bravos de Oriente”, acomodadas naturalmente a la versión oficial, pero se abstuvo de
recibir el testimonio de los estudiantes por considerar que siendo ellos parte en el negocio estaba
viciado de parcialidad. Practicó una reconstrucción de los hechos en la que varios centenares de
soldados vestidos de civil representaron el papel de estudiantes y numerosos uniformados el de
miembros del cuerpo de tropa. Ordenó la captura de los tres principales líderes estudiantiles:
Conrado Minero, un muchacho de color oriundo del Chocó; Joaquín Villamizar, un santandereano
que exhalaba entereza y hombría; y Monche Iguarán, valeroso y sagaz como todas las gentes de su
raza guajira. Las casas de los tres estudiantes fueron registradas dos veces, con un intervalo de
media hora. En la primera ocasión los detectives no hallaron nada sospechoso pero en la segunda
encontraron abundante propaganda subversiva, bombas de alto poder explosivo, armas blancas y de
fuego.
Los testimonios rendidos por los funcionarios del Ministerio y los militares, el resultado de la
diligencia de reconstrucción de los hechos que volvía añicos la versión de los estudiantes y el
indicio abrumador que se desprendía del hallazgo hecho en las casas de Minero, Villamizar e
Iguarán llevaron al investigador a la conclusión de que los victimarios habían sido los estudiantes y
las víctimas los soldados, quienes se habían limitado a repeler una agresión grave e injusta.
La conclusión del investigador fue transmitida al pais por “El Incondicional” y la ciudadanía
la acogió pues no tenía razones para refutarla. A los aplastantes testimonios e indicios acumulados
contra los estudiantes se añadía una prueba incontrovertible; el entierro de los tres militares muertos
en la refriega!
Efectivamente el gobierno había ordenado los funerales y la inhumación en el Panteón Militar
de tres cajas vacías que, según el boletín oficial y los avisos mortuorios, contenían los cadáveres de
los soldados José Rodríguez, Pedro Sánchez y Luis Ramírez, ascendidos a Cabos póstumamente.
Para los millares de personas que asistieron al paso del desfile fúnebre no hubo ni podía haber
ninguna duda sobre la muerte de los tres denodados defensores de la legalidad.
Y, por último, ¿quien podía poner en tela de juicio la rectitud acrisolada de esa cumbre moral,
de ese depósito de la ciencia jurídica, de esa viva estatua de la ley que se llamaba Escipión Payán?
El investigador dictó auto de detención contra Jacinto Minero, Joaquín Villamizar y Monche
Iguarán por los delitos de homicidio, lesiones personales, ataque a la autoridad, asociación para
delinquir y apología dei delito y contra ei régimen constitu-
cional y la seguridad interior del Estado y envió el sumario, junto cotí los detenidos y las armas y
propaganda halladas en su poder, a la Justicia Militar a la que competía juzgarlos por cuanto la
nación había sido declarada en estado de sitio.

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Tres días después el Presidente llamó por teléfono a su Ministro de Justicia para preguntarle:
—¿Pero existe la plena seguridad de que el Consejo de Guerra condene?
—Naturalmente! —contestó el Ministro— La alternativa es clara: Si los oficiales que lo
forman absuelven a los estudiantes, condenan a los militares, a sus compañeros de armas, se
condenan a si mismos. . .! Y el prestigio del ejército queda muy maltrecho. . , Si condenan, en
cambio, defienden a sus camaradas y salvan el buen nombre de la institución. . . Además yo les he
prometido, por intermedio del General Deogracias Cabrejo, que es muy buen amigo mío, que el
gobierno les retribuirá ese servicio ascendiéndolos...!
Una semana más tarde se produjo el veredicto del Consejo de Guerra. Conrado Minero,
Joaquín Villamizary Monche Iguarán fueron condenados a la pena principal de veinte años de
presidio como responsables de los delitos contra la vida y la integridad personal y el régimen
constitucional por los que habían sido juzgados.
El doctor Escipión Payan fue nombrado Embajador poco después. Los miembros del Consejo
de Guerra ascendidos y tres de ellos enviados como Agregados Militares a otras tantas Embajadas.
Los ojos de nueve madres humildes fueron durante mucho tiempo - todo el que les hacia falta
para cerrarlos definitivamente— fuente inexhausta de lágrimas. Porque no hubo un día, ni una hora,
ni un minuto en que sobre la herida que no restañé nunca dejara de caer el plomo derretido del
recuerdo.
Y los ojos de otras tres mujeres permanecieron ávidamente abiertos por espacio de largos años
esperando el regreso de los hijos presos. La muerte apagó los de dos de ellas y la luz huyó de los de
la tercera antes de que se cumpliera el retorno.
Nueve universitarios inocentes fusilados sin fórmula de juicio! 'fres más condenados por
delitos inexistentes y con pruebas preconstituídas a la pérdida de la libertad durante la tercera parte
de su vida! Y doce ancianas sometidas al martirio inenarrable de no volver a ver ios séres amados
que sintetizaban su alegría y su esperanza! Ese fue el saldo de la siniestra jomada. Pero en cambio
resultó incólume el orden jurídico, intacto el prestigio del ejército e ilesas las instituciones
republicanas y democráticas. A Y el gobierno se apuntó un triunfo extraordinario apenas
comparable con el que había obtenido veintitrés años antes cuando debeló la “Rebelión de los
Sastres”.
La élite económica y social presenció jubilosa la retirada del Oso Ruso y los jefes de ios
partidos tradicionales vieron con inmenso regocijo cómo se esfumaba la figura del Comisario del
Pueblo que iba a arrebatarles el poder. Y quinientos creadores de riqueza, distinguidos caballeros de
la alta sociedad y prominentes miembros de los dos partidos ofrecieron “el banquete de la victoria”
al Presidente, los Ministros y los altos mandos militares en el Loocky Club.

El origen de Juan José Jiménez, aquel Diputado que miró hostilmente al Delfín el día en que
se posesionó de la Gobernación, se pierde en las primeras páginas de este relato. Seguramente muy
pocos lectores recuerden a Virginia Forero la modesta muchacha desflorada y embarazada por C1
ímaco Arzayús. Y a Téofi lo J iinénez, el aspirante a Diputado que Aldanita le escogió como
esposo.
La sociedad conyugal se disolvió ocho meses después de haberse constituido cuando Téofilo

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

se negó a cumplir la orden, impartida por Arzayús, de votar afirmativamente un proyecto de


Ordenanza que perjudicaba a su Provincia. Este le retiró su apoyo político y Téofilo, para
desquitarse, abandonó a su mujer. Un mes más tarde nació Juan José.
Virginia era casi una chiquilla, frágil y menuda pero inteligente y enérgica. Todos sus rasgos
denotaban madurez y decisión. Sentía una vergüenza infinita de sí misma cuando recordaba que su
seductor había sido un viejo verde equipado con
los señuelos del dinero y el poder y lo odiaba con todas sus fuerzas. En el hijo recién nacido vio su
vengador. Y se propuso instilarle su odio feroz. Juan José diria muchos años después en el curso de
un histórico debate: “Yo no mamé leche de los senos matemos; yo chupé rencor!”
Abandonada por Teófilo vio frente a si tres caminos: el de la prostitución, el de la mendicidad
y el del trabajo. Y sin vacilar optó por este. Se parapetó detrás de una máquina de coser y por
espacio de veintiún años libró la dura batalla de su supervivencia y la de su hijo. Jamás, ni en las
más apremiantes y angustiosas circunstancias, acudió a Arzayús en demanda de ayuda. “Prefiero el
cianuro a la indignidad!” se le oyó decir muchas veces.
El hijo del todopoderoso personaje creció en el ambiente sórdido y mezquino de una casa de
inquilinato en el barrio de Las Cruces, cuyo predominio se disputaban a cuchilladas Valderramas y
Neiras.
Sus primeros años transcurrieron en una estancia estrecha, oscura y fría, habilitada por su
madre de taller de costura, sala, comedor y alcoba, cuyo mobiliario consistía en una cama destar-
talada, una antigua mesa de cortar desvencijada y coja, una máquina de coser y dos asientos. Las
paredes blanqueadas, el piso enladrillado y un diminuto tragaluz con pretensiones de ventana le
daban al aposento un inconfundible aspecto de calabozo.
Las demás habitaciones estaban ocupadas por familias de cuatro, seis y ocho personas que
vivían en un hacinamiento repugnante.
Todo en aquella casa ultrajaba la vista, el oído y el el- lato: el espectáculo de unos escombros
humanos cubiertos de andrajos; los juramentos y maldiciones de unas gentes desesperadas que ya
no creían en Dios ni en los hombres y que se injuriaban unas a otras con epítetos atroces; y las
emanado nes nauseabundas que saturaban el ambiente. El hambre, la mugre y la ordinariez
deambulaban como espectros por el inmueble sombrío que parecía un compendio de la miseria
humana.
Mientras que el Delfín gozó la infancia dorada de los mimados de la fortuna, el bastardo
sufrió la niñez miserable de los perseguidos por el infortunio.
Julián tuvo debajo de sus piés las tibias alfombras y encima de su cabeza las arañas de
baccarat del Palacio Arzayús, satisfizo su hambre con ricos manjares, cubrió su desnudez con trajes
suntuosos y los más linos juguetes le sirvieron de entretenimiento. Unos invisibles Reyes Magos lo
obsequiaron con el oro de la opulencia, la mirra del poder y el incienso de la adulación.
Juan José en cambio careció de todo. No conoció el esplendor del palacio sino la penumbra
del zaquizamí. Un pan duro y escaso fue su alimento y unos harapos constituyeron su abrigo. La
alegría del juguete fue para él un misterio impenetrable. No tuvo Hada Madrina pero si un hado
adverso de quien recibió como presentes: la miseria, las privaciones y la tristeza.
“El dolor es fuego que templa’1 dijo un hombre que lo sintió en el cuerpo y en el alma. Y el
dolor de su miseria templó a Juan José. Mientras que la gula debilitó la personalidad del Delfín, el
hambre fortaleció la del bastardo. Mientras que los mimos y halagos ablandaron el carácter de

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Julián, la hos- tilidad del medio endureció el de Juan José. Mientras que el dinero y el poder
impulsaron al primero a la “dolce vita”, la pobreza y la necesidad de subsistir impelieron al
segundo a una vida austera de sacrificio y esfuerzo. Mientras que su condición de principe heredero
y elegido de Dios destruyó la voluntad de Arzayús, la suya de hijo natural de una costurera
consolidó y fortificó la de Jiménez. En virtud de una curiosa paradoja todas las circunstancias que
rodearon a aquel le sirvieron de freno, al paso que todas las que envolvieron la vida de este te
sirvieron de aguijón.
A los diez años Juan José era un niño precozmente maduro. Estudiaba con voracidad, no tenía
amigos, no jugaba con nadie, no reía nunca. Parecía dominado por una obsesión. Ninguno de sus
compañeros pudo arrebatarle nunca el primer puesto en la clase. Ejercía sobre sus condiscípulos un
extraño ascendiente. A los dieciséis terminó el bachillerato con óptimas calificaciones en un
colegio oficial.
Sin embargo el discurso que pronunció en nombre de sus compañeros el día del grado suscitó
un tremendo escándalo,En efecto después de proferir algunas frases convencionales, dijo:
La misión primordial de nuestra generación es la de derribar los Ídolos falsos; la de limpiar de
seudosantos, de vírgenes apócrifas y de mártires supuestos los altares; la de abatir las estatuas de
muchos héroes de opereta, de muchos proceres de zarzuela y de muchos estadistas bufos!
La farsa se ha prolongado demasiado y el pueblo no resiste más!
Hace ciento cincuenta años unas pocas familias que se autodenominaron “distinguidas"
crearon una “alta sociedad'’ —la unidad para medir la altura ha sido siempre el peso—, cuyos
miembros presumían de inteligentes, ilustrados y virtuosos y, en realidad, eran y son unos
auténticos simuladores dedicados al cultivo de todos los pecados y los vicios.
Y se adueñaron del poder político que han retenido hasta ahora, turnándose en él y
recurriendo a toda clase de estratagemas y ardides para conservarlo: el fraude electoral, la violencia
física, la coacción moral, el soborno, las promesas y los halagos.
Y se repartieron entre ellas la riqueza nacional. Dividieron los campos en sendos latifundios y
las ciudades en otras tantas urbanizaciones de su propiedad. La agricultura, la ganadería, la industria
y el comercio fueron cayendo en sus manos hasta convertirlas en dueñas exclusivas del poder
económico.
La juventud a que pertenezco no va a permitir que prosiga la explotación y continúe el
engaño! O cae el telón definitivamente o haremos saltar en pedazos el teatro de la comedia!
Preferimos que el país desaparezca a que siga siendo escenario de un infame sainete!
Con las últimas palabras se armó la tremolina. Los alumnos y sus padres, puestos de piés,
aplaudieron furiosamente. Algunos gritaron: “Abajo la farsa!”,” Mueran los oligarcas!”, “Viva la
juventud revolucionaria”! El Ministro de Educación y su Secretario que asistían al acto se retiraron
en señal de protesta. El rector le exigió a Juan José que suspendiera el discurso y como este se negó
a hacerlo se trenzaron en una violenta disputa. Los profesores se enfrentaron a los estudiantes para
ordenarles que guardaran silencio pues de lo contrario el colegio se abstendría de enlregarles los
diplomas. Esa amenaza exacerbó a los padres, algunos de los cuales se lanzaron con los puños en
alto contra los profesores y los golpearon. La oportuna intervención de la policía evitó que la
ceremonia degenerara en una batalla campal,
'•El Incondicional" informó al día siguiente: “Bachiller extremista provocó graves incidentes
al recibir el cartón” Entre la clausura del colegio y la apertura de la Universidad transcurrieron seis
meses que Juan José aprovechó para leer desaforadamente. Clásicos latinos y griegos, españoles y
franceses, filósofos alemanes, novelistas inglesas y rusos, poetas y dramaturgos de todas las
nacionalidades. La Biblioteca Nacional nunca tuvo ni tendrá un lector más voraz.
Leyó por esos días “La Busca", una novela de Pío Baraja, donde encontró un consejo que le

101
El Delfín Álvaro Salom Becerra

produjo una viva impresión: “Si quieres hacer algo en la vida no creas en la palabra imposible.
Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo
más alto que puedas; cuanto más alto apuntes más lejos irá".
Esas cuarenta y un palabras fueron desde entonces su derrotero y su pauta. Su más poderoso
estimulo en la lucha. A partir del instante en que copió esa frase borró de su léxico el vocablo
imposible y apuntó alto, muy alto, lo más alto que pudo la flecha de su ambición.
El bastardo y el Delfín eran, como ya se ha dicho, dos individuos antitéticos. La voluntad, la
ambición, la sed de cultura, la reciedumbre moral que le sobraban al primero le faltaban al segundo.
Del mismo modo que Juan José carecía de la pereza, el sentido hcdonista de la vida, la moral
acomodaticia y la capacidad histriónica que Julián poseía en alto grado.
Julián estudió abogacía por imposición de su padre; Juan José por mandato imperativo de su
vocación. Ninguna profesión se avenía más a su temperamento ni ninguna resultaba más acorde con
su sensibilidad. Defender el derecho de los humildes de los abusos y las arbitrariedades de los
poderosos; ser el vocero de los obreros y campesinos ante los magnates urbanos y los terratenientes
rurales; evitar atropellos, reparar injusticias, desfacer agravios y enderezar entuertos fueron desde la
niñez sus más vehementes anhelos.
Se matriculó en la “Universidad Popular” única a la que podían tener acceso ios estudiantes
sin patrimonio, apellido aristocrático ni influencias. La situación económica de Juan José había
dejado de ser dramática para convertirse en desesperada. Los exiguos ingresos que obtenía Virginia
cosiendo de sol a so] eran notoriamente inferiores a los inevitables egresos de la desgraciada pareja.
Al suplicio del hambre y a la tortura de la desnudez, se añadía el tormento de las deudas con su
séquito de amenazas, insultos y vejámenes. Las tentativas de conseguir un empleo hechas por Juan
José habían fracasado invariablemente por la potísima razón de que ninguno de los dirigentes
políticos lo conocía ni tenía vinculación alguna con los hombres de trabajo que administraban la
empresa privada.
—Y pensar que tu padre es el hombre más poderoso del país —le dijo Virginia alguna vez—
Le bastaría mover un dedo para que tú escalaras una alta posición en el gobierno o en una de sus
fábricas...
—No me nombre usted, madre, a ese canalla!— contestó Juan José— No quiero nada suyo! Si
usted lo ha perdonado yo no lo perdonaré nunca!
-—•¿.Qué yo lo he perdonado? - preguntó Virginia sonriendo tristemente - No digas tonterías,
Juan José! No olvides que yo te enseñé a odiarlo! Quise saber simplemente si recordabas la lección.
—Yo no olvido lo inolvidable! —replicó Juan José— Mi odio está hecho de un material tan
durable como el del suyo.
Y la promesa de vengarla que le hice está en pié!
Sus estudios universitarios fueron un cuadro de esfuerzo en un marco de horrible pobreza.
Desnutrido, ataviado con prendas astrosas, tuvo que estudiar siempre en libros ajenos. Y no en el
chiribitil de Las Cruces porque el administrador de la casa cerraba a ias ocho de la noche ej registro
general y dejaba a los inquilinos a oscuras y, las más de las veces Jiménez carecía de los cinco
centavos necesarios para comprar una vela que supliera la luz eléctrica. Ni en un café como solían
hacerlo los estudiantes de la época porque rara vez tenia los diez centavos que valía entonces un
"tinto”.
Estudiaba en el Capitolio Nacional por cuyos pasillos iluminados se paseaba desde las últimas

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horas de la tarde hasta las
primeras de la madrugada. Cuando el hambre apuraba mordía el trozo de panela que su madre le
había metido en el bolsillo. Y cuando aneciaba el frío de la alta noche bogotana, subía y bajaba
....... corriendo las escaleras varias veces para entrar en calor.
Una noche descendía velozmente por ellas, con un grueso código debajo del brazo. El
Capitolio estaba desierto. Abajo lo esperaba un agente de la policía, quien desenfundé su revólver,
lo encañonó y le dijo:
Alto ahí! ¿Con que robando libros, no?
Juan José quedó paralizado. Inicialmente tuvo la intención de reaccionar. De decirle al agente
que su actitud era atrabiliaria. Pero inmediatamente recapacité. El único responsable de lo que
estaba pasando era él. Con su conducta extravagante había provocado las sospechas del agente y las
apariencias lo condenaban. No era el momento de pelear sino el de convencer.
. Usted, señor agente, —le dijo— tiene toda la razón al
pensar lo que está pensando de mi... Un individuo que a estas horas baje desalado la escalera de un
edificio público llevando consigo un objeto bajo el brazo es un ladrón o un loco! Yo
desgraciadamente no soy un ladrón; si lo fuera’ 110 estaría en un sitio donde 110 hay nada que
robar ni me cubrirían estos harapos pues el producto del primer delito lo habría invertido en renovar
mi atuendo. . . ¿Loco? Posiblemente sí. Porque sólo un individuo que lo esté de remate puede
estudiar derecho en un país donde la fuerza de los poderosos prevalece sobre la razón de los débiles,
donde las leyes son hechas por los de arriba para explotar a los de abajo, donde los códigos
consagran los privilegios de los ricos y las obligaciones de los pobres.
El agente lo miraba con la estupefacción con que las mozas de la venta vieron y oyeron a Don
Quijote; guardó maquínalmente el revólver y cruzó los brazos sobre el pecho. Cuando el estudiante
habló de su posible locura el guardián del orden asintió con movimientos de cabeza y sonrió varias
veces. Juan José pensó: este hombre es mío! Y reanudó el discurso:
—Naturalmente usted querrá saber por qué corría yo... Pues corría para calentarme porque
estaba entumecido. En las
noches en que el frío es muy intenso subo y bajo varias veces esta escalera al galope. El movimiento
es la calefacción de los pobres. Le juro que nada he robado. El dueflo de este código es mi
condiscípulo Víctor Julio Castro quien me lo prestó pues yo no he tenido con qué comprarlo... Mi
delito consistió en correr. Yeso pueden hacerlo sólamente los ricos. Porque si un rico corre las
gentes le abren paso respetuosamente y comentan: “Pobre Don Sutano! Debe tener un enfermo
grave en su casa!” Pero si quien corre es un pobre el comentario general será: “Ese tipo debe ser un
ladrón^ Y lo que ¡leva en la mano es sin duda el botín del delito!” Esto fije lo que muy
explicablemente pensó usted.
El agente se rindió a las razones de Jiménez, Y el cachorro de abogado ganó así su primer
pleito.
Juan José dominó desde un principio la Facultad de Derecho a golpes de inteligencia y
voluntad. La fama de su talento, de su honestidad, de su entereza y de su rebeldía se extendió
rápidamente. Tres meses después de haberse iniciado las tareas se paseaba por la calle de honor que
le habían formado la admiración de los alumnos y el respeto de los profesores, Y retuvo ese
campeonato intelectual y moral durante los cinco años de estudios.

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

Su tesis de grado titulada: "Las monarquías americanas”, considerada por los brahmanes como
un líbelo revolucionario y por los parias como un recuento histórico de insospechable veracidad,
enumeraba las familias que —en diferentes países de América- habían detentado el poder político y
económico durante muchos atlos transmitiéndolo de padres a hijos y refería los métodos que habían
utilizado para enrique cerse, los sistemas a que habían recurrido para librarse de sus enemigos y lle-
gaba a la conclusión de que la democracia en América había sido y seguía siendo una farsa
sangrienta.
Sus éxitos profesionales fiíeron resonantes. Defendía 1o indefensable y triunfaba. Obtuvo la
absolución de un joven parricida que había asesinado de veintisiete puñaladas a su madre al
enterarse de que cada noche reemplazaba a su difunto padre en el lecho con un hombre distinto, Y
logró también que fuera absuelto un individuo que había dado muerte 2 su propio hijo para librarlo
de los dolores atroces de una enfermedad” incurable.
Con una elocuencia patética y un profundo conocimiento de los principios de la Escuela
Positiva demostró que el parricida había ejercido la legítima defensa del honor familiar y que el
filicidio había sido un delito piadoso cuyo autor habla obrado por motivos nobles y altruistas.
Y paralelamente con su prestigio de abogado penalista iba creciendo su fama de caudillo
político.
Organizaba reuniones en todos los barrios de la ciudad y ante mi auditorio de estudiantes y
obreros hablaba con fervorosa pasión de la igualdad y la justicia, del hambre y la angustia de tos
desposeídos, de la concentración de privilegios en unas pocas manos, de la audaz rapacidad de los
amos y la cobarde pasividad de los siervos, de la complicidad de la iglesia y el ejército en la
explotación de los humildes, de la corrupción administrativa y la podredumbre judicial, de la
mediocridad de la clase dirigente, del servilismo o de todos los regímenes frente a los yanquis, de la
necesidad inaplazable de que el pueblo adquiriera conciencia de su misión histórica y reemplazara a
los farsantes que lo habían engañado durante tanto tiempo por hombres honrados salidos de su seno.
Y a medida que hablaba se multiplicaba el número de sus adeptos.
Fue en esa época cuando se le eh o Diputado y cuando se encontró frente a frente con el
Delfín por primera vez.
En (a Asamblea se convirtió en un censor implacable, Combatió el derroche y el desgreño
administrativos, ‘los paseos semanales del Gobernador a los municipios con el pretexto de conocer
sus problemas y el motivo real de comer y beber sin tasa ni medida”, denunció los desafueros de los
Alcaldes, los Peculados de los Tesoreros y la ineficacia absoluta de los funcionarios de-
partamentales.
Los cenáculos de la oligarquía principiaron a ver en él a un peligroso enemigo.
Indiscutiblemente tenia talento una buena cultura y una profunda versación jurídica, la voluntad de
un fanático y la tenacidad de un místico. Conocía la vida pública y privada de los dirigentes de uno
y otro partido, lo mismo que la de los magnates de la economía. Sus pecados y sus delitos, sus
negocios turbios, los trucos y las componendas de que se habían valido para llegar a la cumbre del
poder político y a la cima del poder financiero. Era además un hombre puro que no podía ser
sobornado con todo e! oro del mundo y un animal de pelea que, espoleado por su odio al sistema,
estaba siempre dispuesto al combate.
Había que cerrarle el paso a todo trance. “El Incondicional” lo calificó inicialmente de
“agitador comunista”, “apá- trida” y “agente de Moscú”. Después resolvió ignorarlo, envolverlo en
un manto de silencio para matarlo por asfixia. La “Asociación Colombiana de Oligarcas” y la

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“Federación de Terratenientes y Latifundistas” ordenaron a los Bancos que se abstuvieran de
prestarle servicio alguno. El Loocky y el Sun Club y el Club de ‘Los Saurios” acordaron negar
cualquier solicitud de admisión que pudiera presentar ya que no solo política sino socialmente era
indeseable pues carecía del “pedigree”, las buenas maneras y el dinero indispensable para formar
parte de ellos.
El gobierno dispuso que se ejerciera sobre él una estrecha vigilancia. Cada vez que caía mía
dictadura militar o era derrocado un régimen plutocrático en América, se le aprehendía y
encarcelaba durante varios días como medida de prevención. Y periódicamente su casa era allanada
por miembros de la Prefectura de Seguridad quienes se llevaban consigo los libros de Dostoievski,
Tolstoy, Andreiev, Gogol, y Máximo Gorki y todos aquellos donde aparecieran las palabras:
revolución, libertad, democracia, igualdad y justicia.
El sanedrín a pesar de su fuerza incontrastable no pudo doblegarlo. Habituado a las
dificultades y los obstáculos, su máxima fruición era vencerlos y seguir adelante orgullosamente
solo. Luchando contra todos y contra todos, a dentelladas y zarpazos como una llera acorralada, ftie
acercándose a su objetivo; ser el defensor de los humildes, de los explotados y oprimidos, de los
eternamente engañados; y el fiscal de los verdugos y explotadores del pueblo, de los farsantes y
prestidigitadores, de las rameras políticas, de los mercaderes del templo.
A los treinta y cinco años Juan José Jiménez: era un capitán de su pueblo y el más famoso
abogado penalista del país. Sus admiradores lo elegían y reelegían como su Representante en la
Cámara contra la voluntad del gobierno, de los partidos tradicionales y de las fuerzas económicas.
Julián Arzayús se había retirado del Ministerio de Justicia después de realizar la ingente y
agobiadora tarea de nombrar treinta y siete Directores y trescientos sesenta y dos guardianes en las
cárceles del país y de sufrir un descalabro en el Consejo de Ministros.
Isaac Salomón Echeverri, millonario antioqueño, había sido secuestrado en Medellín y
liberado sano y salvo seis horas después cuando su familia pagó diez mi! pesos como rescate. Y el
“Banco Filantrópico” de Bogotá, con un capital de mil quinientos millones de pesos había sido
asaltado por siete malhechores que se habían sustraído la suma de cinco mil pesos.
Aquello era demasiado! Los “dos execrables delitos”
—como los llamó “El Incondicional”— significaban que el capitalismo tenia sus días contados, que
la bancarrota del sistema y la quiebra de las instituciones republicanas y democráticas eran
inminentes, que la revolución comunista se acercaba a pasos gigantescos!
La ACDO, la FEDETYL, todos los hombres de trabajo y creadores de riqueza que no se
inmutaban cuando una familia campesina de diez personas era asesinada y mutilada— se rasgaron
las vestiduras, se cubrieron de ceniza y pusieron el grito en el cielo.
El Ministro Arzayús recogió el clamor de la clase dirigente. El mismo se sentía la víctima en
potencia próxima de un secuestro. Y presentó a la consideración del Consejo de Ministros un
proyecto de ley que establecía la pena de muerte para los responsables de los delitos de secuestro y
robo contra entidades bancarias, que sería sometido posteriormente a la aprobación del Congreso.
Tan pronto como Arzayús terminó la lectura de su proyecto, comentó el Presidente:
La idea es excelente! Pero a nuestro querido Ministro de Justicia se le olvidó un pequeño
detalle: El Acto Legislativo Número Primero de 1910 abolió la pena de muerte. Sería necesario
reformar la Constitución previamente...

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

—No se cómo pudo olvidárseme...—contesté Arzayús ofuscado con la risa burlona de sus
colegas
—Distracciones de genio: —replicó el Presidente con a- cento marcadamente irónico- —
Conocí a uno que inmediatamente después de que orinaba se sacudía la corbata...
Las carcajadas de los Ministros cubrieron la retirada de Julián, quien ese mismo día presentó
renuncia del cargo.
Volvió a su curul de Senador y a su bufete de abogado. Pero con la amargura de la primera
derrota. Nadie hasta entonces había descorrido el velo que ocultaba su ignorancia. Y nadie se había
atrevido a burlarse de éí. Entró en una de sus habituales barrenas sicológicas y, corno siempre,
buscó consuelo en el fondo de una copa y entre los brazos de sus nuevas amantes. Porque lo mismo
que el niño mimado con el juguete el Delfín se aburría bien pronto con sus queridas y Jas
reemplazaba. Ahora ya no eran Juliette, Nancy, Marilú, la viuda de González, ni Matilde la
manicura, sino Lupe —la cantante mexicana, Adelaida Manjarrés, una costeña despampanante, la
“Negra Aurora” -—-a quien llamaban “Contradicción’ —, Mary, una rubia de Minesota y a quien
Fidias habría contratado como modele de tiempo completo y algunas empleadas oficiales.
Continuaba siendo fiel a “Jhonnie Walker”, a los cigarrillos “Chesterfield” y a sus amigos
Pepe Ríomalo, Ulpiano de Montijo, Carlos Sancíemente, Diego del Solar y Camilo Ví- Ilaurrutia. Y
la sede de las orgías no era ya la “garcomere” de la calle 14 sino un elegantísimo ‘peni house" como
los anglo-bo- gotanos llamaban el último piso de los edificios recientemente construidos en el norte,
decorado con muchos de los muebles, cuadros y adornos que habían sido del Palacio Arzayús.
El Delfín disfrutaba de una renta altísima. Sus acciones en la “Cervecería Baviera” y en la
“Compañía Interamericana de Tabaco” le producían dividendos cada día más jugosos, pues el
consumo de los dos productos entre el pueblo aumentaba en proporción directa a sus angustias. Los
campesinos y los obreros engañaban el hambre con cerveza y se hacían la ilusión de que fumando
sus problemas se desvanecerían lo mismo que el humo de sus cigarrillos.
Además el hato “Horizonte” “El Eucalipto” y las propiedades urbanas le reportaban pingües
utilidades, a las que era necesario agregar sus ingresos profesionales y su sueldo de Senador.
Económicamente era un hombre privilegiado. Pepe Río- malo aseguraba que las entradas de
su amigo no podían ser inferiores a los dos millones de pesos. Era, como lo había sido su padre, la
figura más importante de la sociedad bogotana. Y estrella de primera magnitud en el firmamento
político. Senador, Gobernador, Ministro, jete de uno de los partidos tradicionales, que equivalía a
serlo de ambos... Solamente le faltaba ser Presidente y ya n4uchos de sus copartidarios habían
pensado seriamente en proclamar su candidatura.
Pero era, sin embargo, un desgraciado. Un solitario a quien aterraba la soledad porque ella
significaba el encuentro con su propio yo, el diálogo con su conciencia. Un hombre vacuo, sin
mundo interior, sin inquietudes metafísicas ni estéticas, que se aburría hasta la desesperación. El
suyo no era el “tedium vitae” de Petronio sino el vulgar aburrimiento de los séres mediocres que
buscan la felicidad en la tristeza de la carne y el alcohol. De los que no teniendo valor para vivir ni
coraje para darse un pistoletazo se refugian en el mundo de la inconciencia. De los que no pudiendo
penetrar en los jardines encantados del arte ni embriagarse con la música de una sinfonía deben
conformarse con el placer efímero que brindan “un licor caro y una mujer barata”.
Nunca se casó porque el matrimonio resultaba absurdo para un hombre de su egoísmo y su
vanidad. No entendía la entrega y la fidelidad mutuas. La mujer era quien debía entregarse y ser fiel.
No amo a ninguna pero quiso poseerlas a todas y lo consiguió con cuantas se pusieron al alcance de

106
su lujuria.
¿Un don Juan? Sí. Pero un Don Juan cobarde, parapetado detrás de sus millones y sus
pergaminos, que jamás se jugó la vida para conquistar a una dama, ni tuvo necesidad —como el de
Zorrilla— de bajar a las cabañas, ni de subir a los palacios, ni de escalar los claustros, sino que se
limitó a esperar que centenares de victimas —impulsadas por el hambre— cayeran en la trampa de
su dinero y su influencia.
La fulminante derrota que sufrió su proyecto en el Consejo de Ministros y el chiste cruel del
Presidente constituyeron para el Delfín, que no sabia perder, un rudo golpe. Para los hombres
fuertes “el arte de vencer se aprende en las derrotas” como lo dijo Bolívar un día. Para los débiles el
primer revés tiene las proporciones de una catástrofe definitiva.
Julián era un pusilánime que en la comedia política representaba el pape] de hombre
intrépido. Teóricamente desenvainaba su acero y se batía con más valor y destreza que D’
Artagnao; vencía al enemigo, lo desalojaba de sus fortalezas y clavaba su bandera ai la torre más
alta; derramaba hasta la última gota de su sangre en los campos de batalla por defender la libertad y
la justicia. En la vida real jamás tuvo un lance con nadie; nunca dio ni recibió un puñetazo; ni en la
infancia, ni en la juventud, ni en la madurez sufrió un rasguño.
La depresión en que lo sumió su caída del Ministerio lo empujó al alcoholismo y como el
alcohol contribuía a deprimirlo, se internó en un circulo vicioso sin salida. Pasaba todo el día frente
a una botella de whisky, que por la noche ya estaba vacía, vestido apenas con un pijama y una bata,
oyendo tangos y boleros de su juventud porque la música clásica lo aburrió siempre. A las ocho
llegaban sus amigas y amigos y empezaba un bacanal que se prolongaba hasta las cuatro o cinco de
la mañana.
Desde hacia algún tiempo presentaba síntomas inequívocos de cirrosis hepática: dolores
abdominales, ictericia, crecimiento del bazo, vómitos de sangre. Y el aspecto del enfermo había
cambiado sustancialmente. El rostro se le había alargado y mostraba los ojos hundidos, el
abombamiento del vientre contrataba con la delgadez de las piernas y le habían aparecido manchas
rojizas en la nariz. Los tres mejores gastroeterólogos de la ciudad le habían prohibido el alcohol so
pena de muerte. Pero el vicio era más fuerte Que el instinto de conservación.
Los excesos alcohólicos habían disminuido su potencia sexual casi hasta anularla. Ya no era
el sátiro impetuoso de otros tiempos sino el fervoroso creyente que invocaba a Santa Rita de Casia,
abogada de imposibles, para que se operara el milagro.
Un día, muy de mañana, lo visitó su amigo Camilo Vi- llaurrutia en demanda de un préstamo
pues la noche anterior había perdido en el poker una gruesa suma. Cuando entró a la alcoba el
Delfín se había retirado al baño. Adelaida Manjarrés reposaba en el lecho con los grandes ojos muy
abiertos.
Era la Costa en forma de mujer. Se había traído en la sangre todo et fuego de sus playas
nativas, en los ojos el verde incomparable de su mar, en el cuerpo el ritmo lúbrico de las palmeras y
en la boca la risa jacarandosa de un pueblo para el que la vida es un perpetuo carnaval. Una hembra
magnífica capaz de provocar en el David de Miguel Angel las más imprevistas reacciones.
—Ajá, ¿Cami y tu qué? —le preguntó a Camilo en son de saludo—
—Muy mal, hija...! Anoche me fue como a los perros! No te pregunto cómo estás porque
basta verte... Chusquísima! Me muero de envidia con Julián... Debió pasar una noche gloriosa!
—Home qué va! —replicó Adelaida— El cachaco perdió el perrenque... (Y con la más
graciosa sonrisa del mundo levantó el índice de la mano derecha y lo dejó caer lánguidamente) Al
día siguiente todo el Loocky Club supo por boca de ViHaurrutia que lo peor que le puede pasar a
un individuo ardiente o.a un garañón le había sucedido a Julián. Y una semana después comenzó a
circular entre los socios una copla de autor anónimo que empezaba así:

107
El Delfín Álvaro Salom Becerra

“Si no quieres dar a luz y ser virgen hasta el fm


duerme en paz con Arzayús, también llamado el Delfín!”
Aldanita había muerto hacía ya algunos afios con la plácida serenidad de un patriarca.
Nadie que hubiera visto en sus últimos días a un anciano bonachón sobre cuya cabeza
refulgía una aureola de santidad y en cuyos labios retozaba una sonrisa ingenua, habría podido re-
conocer a! bribón habilidoso, mezcla de Crispín y Yago, que unos años atrás había sido el autor
intelectual de los delitos de Climaco Arzayús o el cómplice y encubridor de sus aventuras
extraconyugales y sus negocios turbios.
A la sombra del poderoso amo, llevándose de calle todas las normas de la ley y la moral,
había logrado acumular una fortuna que la gente calculaba en la suma de tres o cuatro millones de
pesos.
Con motivo de su muerte “El Incondicional” publicó una nota escrita por él mismo ocho días
antes, cuando el médico le dijo que ya no había nada que hacer:
“El fallecimiento de Aristóbulo Aldana priva a la nación de un eficiente y desinteresado
servidor; a Bogotá de un hijo que la honró durante veinticinco años en el Concejo Municipal; al
partido de un brillante y abnegado conductor que, bajo ¡as gloriosas banderas de Clímaco Arzayús,
lo llevó de victoria en victoria; y a la sociedad de uno de sus miembros más respetables.
Su fortuna fue el fruto de una sombrosa capacidad de trabajo y de una honradez a toda
prueba. Y la confianza que en él depositaron los ciudadanos que por espacio de cinco lustros lo
eligieron Concejal, el premio a una vida integérrima consagrada al servicio de la comunidad”.
Damián García era para Julián lo que Aldanita había sido para Clímaco Arzayús. El brazo
derecho. Pero también el izquierdo, las extremidades inferiores, la cabeza y el tronco. Y sobre todo
la cabeza. Damián tenía que pensar por el Delfín, arreglar sus dificultades oficiales y particulares,
solucionar sus problemas públicos y privados. Cuando se abstenía su patrón de consultarlo sucedían
catástrofes como la del proyecto de la pena de muerte.
A pesar de que apenas eran las nueve de la mañana el Delfín estaba ya en compañía de sus
inseparables amigos: la botella de “Jhonnie Walker" y el paquete de “Chesterfield”, cuando llegó
Damián.
—Discúlpeme, doctor, por haber venido tan temprano... —le dijo tímidamente— No quería
interrumpirlo pero es urgente que usted sepa lo que voy a decirle...
—Ya me imagino...—contestó Julián con displicencia— Chismes, problemas, cosas
desagradables...
—Realmente no le traigo noticias agradables pero considero que mi deber es...
- Atormentarme la vida! Echarme a perder el whisky! ¿No es eso? Me importa un carajo'lo
que piense la gente de mi! Y sobre todo esa gente del Loocky que conozco como a mis manos...
Unos currutacos ignorantes e infatuados, con diez ladrones y veinte meretrices entre sus
antepasados que se hinchan como sapos para decir: '‘Yo soy don Rodrigo Rodríguez de la
Rodriguera!” Sé que muchos están diciendo que soy un beodo y un impotente... Prefiero ser las dos
cosas y no un cornudo y un marica como ellos!
—Le agradezco, doctor, que me haya relevado de contarle esas habladurías —repuso Damián-
Como usted lo ha dicho eso no tiene importancia. Ahora viene el trueno gordo.
—Pues a trueno gordo, trago grande! —replicó el Delfín y llenó de whisky el vaso que
empuñaba Soy solo oídos...
- Usted está enterado del conflicto laboral en la 'interamericana de Tabaco” pero me da la
sensación de que no ha medido la gravedad que tiene. A pesar de mis esfuerzos como abogado de la

108
empresa fracasó el arreglo directo gracias a la intransigencia del Gerente, quien tiene una
mentalidad de señor feudal y no está dispuesto a ceder un milímetro... dijo Damián— Estamos
actualmente en la etapa de concialiación pero no me hago ilusiones de que la situación varíe... Por
lo tanto la declaratoria de huelga es inminente. Y la huelga significa un lucro cesante de setecientos
mil pesos al día! De veintiún millones de pesos al mes! Usted como principal accionista y
Presidente de la Junta Directiva debe, actuar inmediatamente antes de que sea tarde...
—En los tiempos de mi papá en que todavía reinaba Cristo sobre la tierra estos problemas se
resolvían con unos retiros espirituales... -—respondió Julián— En esta época, que es la del Becerro
de Oro, se resuelven con dinero...
—Entonces usted es partidario de aceptar las peticiones de los trabajadores? —preguntó,
sorprendido, Damián—
—De ninguna manera! Esos tipos están en condiciones privilegiadas Hay quienes ganan
quince y hasta veinte pesos diarios! He dicho que el problema se soluciona con dinero pero eso no
quiere decir que haya que dárselo a ellos... En el “Método para conquistar el poder y perpetuarse en
él” que era uno de los textos de estudio en el Gimnasio Contemporáneo” leí que todo conflicto
social se resolvía sobornando al jefe del movimiento o eliminándolo... ¿Cómo se llama el Presi-
dente del Sindicato?
Higinio Mufietón. que asi se llamaba, era un típico guache bogotano del Barrio de Egipto.
Hijo de un polvorero y una revendedora de la Plaza de Las Nieves. Apenas había tenido dos afíos
de escuela y. después de ejercer los rnás heterogéneos oficios manuales, había logrado emplearse
como obrero en la "Compañía Interamericana de Tabaco”. Allí se había hecho rápidamente popular
entre sus compañeros por su rebeldía y su capacidad de lucha y hacía seis años que desempeñaba la
Presidencia del Sindicato.
Con el sombrero de fieltro “a la berrionda” como él mismo decía, o sea agresivamente echado
hacia atrás, el indefectible traje negro, corbata roja y zapatos amarillos, compareció puntualmente a
la cita que el Delfín le había puesto en su “pent house' por intermedio de Damián.
Lo recibió un criado de librea que lo condujo al Salón Oriental, decorado con muebles,
biombos, dragones, pebeteros, porcelanas, lámparas y tapetes traídos de la China. Muñetón hacia gi-
rar el sombrero entre las manos como si fuera un timón y miraba de hito en hito el suelo, las
paredes, el techo. Cinco minutos después apareció el Delfín envuelto en un finísimo kimono de seda
con bordados de oro. El actor debía estar a tono con el escenario. El Presidente del Sindicato,
completamente deslumbrado, tuvo para si que se encontraba en el palacio de un mandarín.
Ola, mi querido, mi muy querido Muñetón! —exclamó Julián abrazándolo con la emoción
del padre que saluda a un hijo que vuelve de la guerra-— Qué felicidad tenerte al fin en esta tu casa!
Porque todo lo que ves aquí es tuyo! Si algo te gusta, llévatelo! Yo quiero ser tu amigo, tu
compañero, tu hermano!
Muñetón no salía de su estupor. No era capaz de decir una palabra y sonreía estúpidamente.
Ante tantas protestas de amor hubo un momento en que pensó en la posibilidad de que Arzayús
padeciera una desviación del instinto sexual y de que le hubiese tendido un lazo.
Julián notó la turbación de su visitante. Había que animarlo con una buena dosis de alcohol.
Agitó una campana y unos instantes después se presentó un criado empujando un pequeño cairo que
contenía whisky, agua y hielo.
Supongo que me acompañarás a brindar por la prosperidad de In empresa, por la de tu
familia y la tuya! —dijo Julián levantando su vaso—
- Pues yo soy un culebro pa jartar cerveza pero com’ uaqui n’uhay d' eso será jartar gílesque
aunque se me ampolle la jeta! — dijo Muñelón -Arzayús condujo hábilmente la conversación. Du-
rante noventa minutos habló sólamente de generalidades: el invierno, Lis inundaciones, la última
caída del doctor Ve lasco ibarra en el Ecuador y el asesinato del Premier del Irán, en espera de que

109
El Delfín Álvaro Salom Becerra

el alcohol produjera sus efectos. Cuando advirtió que Muñetón se hallaba ya en el segundo grado de
embriaguez se lanzó al asalto.
- -Me has caído muy bien y quiero ayudarte... —le dijo— Quisiera hacerlo con todos los
empleados y obreros de la Compañía pero eso no es posible... Los recursos disponibles son muy
limitadosy apenas alcanzan para aliviar la situación de algunos... De ahi que no podemos conceder
las peticiones que nos han hecho... Pero sí podemos resolver tu problema! ¿Dime francamente: Te
interesa más solucionar el tuyo o el de los demás? Tener casa, finca y auntomóvi! o que los tengan
tus compañeros de trabajo? ¿ Viajar o que lo hagan dios?
Pos naturalmente que lo mío tá primero! —repuso Mu-
ftetón . El que venga atrás qu’ iarrié.J
—Veo que me has entendido. Y que vas a ser en el futuro un gran amigo de la empresa... —
replicó Julián—Tendrás casa, automóvil y viaje a Europa! Pero con una condición: La de que
convenzas a tus compañeros de que retiren el pliego de peticiones y déjen de pensar en aumentos
por ahora... Engáñalos! Diles que próximamente se les hará uno.
Veinticuatro horas después Muñetón hizo ante los miembros del Sindicato un frío y objetivo
análisis de la situación. El doctor Arzayús, Presidente de la Juma Directiva, era un hombre noble y
bondadoso, con un corazón inconmensurable y una generosidad infinita, que amaba a los
trabajadores y estaba dispuesto a dar la vida por ellos. Sin embargo, el alza en los costos de la
materia prima y el escandaloso aumento de los impuestos tenían a la empresa al borde de la quiebra,
lo que excluía cualquier posibilidad de elevar la cuantía de los sueldos en ese momento. El doctor
Arzayús les prometía un aumento apreciable para una fecha próxima.
El Sindicato resolvió unánimemente: desistir del proyecto de huelga y retirar el pliego de
peticiones en espera de que tuviera cumplimiento la promesa del doctor Arzayús; enviar a este la
expresión de su emocionada gratitud; y felicitar efusivamente al com- pafiero-Presidente Mufletón
por el éxito de sus gestiones.
“El Incondicional” informó a sus lectores:
“No habrá paro en la “ínteramericana de Tabaco, Patriótica actitud del Sindicato. Sus
miembros reconocieron la razón de la empresa”.
—Hice un negocio estupendo! —le dijo Arzayús a Damián— La casa, el automóvil y el viaje
a Europa de Muñetón cuestan cuatrocientos mil pesos y el costo mensual del aumento que pedía el
Sindicato habría sido de un millón y medio...!
Un mes más tarde Muiietón inauguró su casa en uno de los barrios residenciales del norte con
una espléndida fiesta a la que fueron invitados Arzayús y los miembros de la Junta Directiva y no lo
fueron, obviamente, sus compafíeros del Sindicato. Como el vehículo de Julián sufriera un dafio,
Muñetón lo llevó a su casa en su flamante “Chevrolet” de último mode lo. Y una semana después la
compañía le concedió licencia para que viajara a Europa con su familia.
Así comenzó una brillante carrera de triunfos que lo llevaría a la suprema jefatura del
movimiento obrero y a una eurul en la Cámara de Representantes, con la que la ACDO y la
FEDETYL, premiaron sus buenos oficios en favor de la empresa privada.
El nuevo Presidente, antes de posesionarse y siguiendo una tradición inveterada, viajó a los
Estados Unidos con el fin de recibir órdenes de la Casa Blanca. La nación entera miró ese viaje con
angustiosa esperanza, pues se dijo que el mandatario traería en su maleta la solución de todos los
problemas del país. Que las aguas del Magdalena y del Cauca, del Arauca y el Meta, del Vichada y
el Guaviare, del Caquetá y el Putumayo se convertirían en leche y miel.

110
El Presidente electo visitó a Washington y Nueva York. Comió y bebió desaforadamente en
los nueve banquetes y once almuerzos que se le ofrecieron. Depositó flores en la Tumba del
Soldado Desconocido y en las de todos los Presidentes conocidos desde Washington hasta
Kennedy, sin omitir la de Teodoro Roosevelt, el héroe legendario que dijo: “1 took Panamá”; en las
de Ford y Rockefeller, algunos boxeadores y artistas de cine y otros genios “made in U.S.A.”
Pronunció dieciocho discursos para agradecer la “invariable actitud fraternal de esta gran de-
mocracia con sus vecinos del sur” y —con la maleta llena de instrucciones - emprendió el regreso a
Bogotá.
Se le tributó una recepción superior a la que brindaba Roma a los Césares vencedores.
Centenares de miles de personas le abrieron calle de honor desde el aeropuerto de “El Dorado”
hasta la Plaza de Bolívar. Llovía a cántaros pero el entusiasmo de la multitud crecía a medida que el
aguacero arreciaba. Había llegado el salvador de la República! El portador de la gran panacea! De
la piedra filosofal! De la vara mágica que transformaría la miseria en opulencia!
Después de nadar durante varias horas contra una corriente humana más poderosa que la del
Amazonas y el Nilo reunidas, sobre la que flotaba la espuma de los pañuelos blancos, llegó al fin a
la Plaza de Bolívar, subió a la tribuna que le tenían preparada y dijo:
Fui a los Estados Unidos de América, esa democracia ejemplar donde los pobres de Harlem y
los millonarios de Wall Street son exactamente iguales; donde negros y blancos conviven
hermanablemente, disfrutan de los mismos derechos y sobrellevan la carga de los mismos deberes;
esa nación extraordinaria que, a pesar de su poderío y su fuerza, ha sentido y siente un respeto
supersticioso por los pueblos débiles y nunca ha cedido a la tentación de intervenir en sus
problemas internos!
Ni pedí ni me dieron absolutamente nada! (Grandes aplausos) Mi dignidad me impedía
mendigar y el tetnor de ofenderme cohibía a nuestros ilustres amigos para ofrecerme un nuevo prés-
tamo... Debemos recordar además que nuestra deuda con los Estados Unidos asciende actualmente a
la cantidad de treinta mil millones de pesos!
No traje, por lo tanto, los dólares que ustedes esperaban ni la fórmula para solucionar todos
los problemas nacionales. Sin embargo, ustedes deben estar satisfechos y agradecidos. Porque los
homenajes que me hicieron a mí, no me los hicieron a mí, se los hicieron a ustedes! Ustedes y no yo
fueron los que bebieron champaña en la Casa Blanca, whisky en la Unión Panamericana y los que
comieron langosta en el Waldorf Astoria! Agradézcanle al gobierno y al pueblo americanos las
generosas atenciones que les prodigó!
La multitud, calada hasta los huesos pues la intensidad del aguacero no había mermado, se
disolvió a las voces de “Gracias!”, “Gracias!”, “Gracias!”
El nuevo Presidente era, como sus antecesores y sucesores, un producto del sistema. Hijo de
una acaudalada familia provinciana, había hecho los estudios de bachillerato en el Gimnasio
Contemporáneo y los de derecho en la Universidad Ignaciana. Un ventajoso matrimonio con la hija
de un prominente banquero y financista que había sido varias veces Ministro de Hacienda y ejercía
una protuberante influencia en el mundo político, le había franqueado las puertas de la oligarquía
bogotana y de la alta burocracia nacional. Calculador y oportunista le había servido a uno y otro de
los partidos tradicionales y a los dos cada vez que habían resuelto coaligarse. Repartiendo venias y
sonrisas a diestra y siniestra, transigiendo, contemporizando, retirándose estratégicamente,
halagando a tirios y troyanos, había recorrido todas las posiciones administrativas y diplomáticas
sin dejar el menor vestigio de su paso por ellas. Se había cuidado mucho de ganar el aprecio y la
confianza de la ACDO, la FEDETYL, e! Loocky Club, “El Incondicional” y la jerarquía eclesiásti-

111
El Delfín Álvaro Salom Becerra

ca. Logrados esos objetivos y con el apoyo irrestricto de la Universidad Ignaciana el camino de la
Presidencia se le abrió como una granada madura. El pueblo soberano, que no lo conocía, recibió la
orden de votar por él.
Cuando su padre lo envió a estudiar a Bogotá le dijo: ‘Lo importante no es el estudio! Lo
importante es relacionarse bien y hacer un buen matrimonio!” Siguiendo el consejo paterno traté de
ser amigo de Arzayús, de Ulpiano de Montijo, de Osuna de las Altas Forres y de los demás
señoritos elegantes que estudiaron con él en el Gimnasio Contemporáneo primero y en la Uni-
versidad Ignaciana después. Pero los aristócratas bogotanos lo repudiaron despectivamente. Ellos no
podían ser amigos de un “lobo”, de un provinciano sin pedigree”.
Pasaron los afios y el fiituro Presidente comenzó a escalar posiciones. Y el Delfín empezó a
determinarlo. Cuando fue nombrado Gobernador de su Departamento natal, aquel recordó cla-
ramente que había sido su condiscípulo en el colegio y la Universidad y le envió un mensaje de
felicitación. Y cuando llegó por primera vez a un Ministerio le ofreció su amistad incondicional.
Esa amistad se volvió íntima, naturalmente, cuando fue elegido Presidente. O sea cuando el “lobo’
trocé sus orejas por la melena del rey de Ja selva.
Ocho días antes de que tomara posesión de la Presidencia Julián lo visitó en su casa.
—Voy a hablarte sin ambages ni rodeos. El motivo de esta visita es hacerte saber que quiero
ser tu ministro. El cargo eti sí no me interesa. Tú sabes que tengo dinero suficiente para no necesitar
ninguno. Pero quiero rehabilitarme. Demostrarle al país que no soy un imbécil. Es cierto que cometí
un error grave pero no me negarás que el actual Presidente me lo cobré con sevicia... Mi salida del
Ministerio de Justicia no fue ciertamente airosa... Te ruego, en fin, que me des la oportunidad de
terminar decorosamente mi vida pública. Aunque apenas tengo cincuenta y cuatro aflos he vivido
muy intensamente y me siento enfermo y cansado... Estoy arreglando mis asuntos para marcharme a
Europa donde pienso pasar mis últimos años. Pero 110 quiero irme sin antes reivindicarme ante el
país...
—El Presidente dentro del sistema actual es un prisionero de los Directorios políticos, de
ciertas entidades econó-mi- cas y hasta de los clubes sociales, como bien lo sabes.
Ello son los que lo eligen y él no puede hacer ningún nombramiento sin su visto bueno... Si los
Directorios de los partidos tradicionales, la ACDO, la FEDETYL y el Loocky Club presentan tu
candidatura o la apoyan, te nombro Ministro...
¿Sabes en qué Ministerio quedarías tú muy bien? En el de Relaciones Exteriores!
—Pero si yo no soy intemacionalista! - dijo el Delfín—
—¿Y quién te ha dicho que se necesita serlo? —preguntó el Presidente-— Un Ministro de
Relaciones debe ser un distinguido caballero, preferiblemente apuesto y galante, que se sepa de
memoria la Urbanidad de Carreño y las normas del protocolo internacional, experto en
ambigüedades y eufemismos, capaz de halagar a las damas con piropos sutiles y a los caballeros con
mentiras piadosas, dueño de un hígado que resista el cosmopolita y permanente bombardeo de
comidas y bebidas lanzado contra él por cuarenta Embajadas y que repita como un loro cada vez
que esté delante del representante de un país extranjero: “Brindo por los tradicionales lazos de
amistad que han atado a nuestros pueblos...!” Y agregue si se trata de un diplomático español o
hispanoamericano; "...unidos por ta sangre, por la lengua y por la historia...!” Eso es todo!
—Pues creo que con excepción del relacionado con el hígado, que lo tengo despedazado,
lleno los requisitos.

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—repuso el Delfín sonriendo—
Olvidaba lo más importante —añadió el Presidente— El primer mandamiento de un
Ministro de Relaciones es: “A- mar a los Estados Unidos sobre todas las cosas y a los yanquis como
a si mismo". Cuando asista a una reunión internacional deberá —antes de que lo haga cualquier otro
Canciller pedir la palabra y decir: “Deseo declarar en nombre de la nación que represento que estaré
de acuerdo con todo lo que aquí piense, diga y haga el señor Secretario de Estado de los Estados
Unidos y que votaré afirmativamente todos los proyectos y proposiciones que el presente”. Deberá
también cohonestar las intervenciones norteamericanas en los cinco continentes y aprovechar
cualquier coyuntura para agradecer los beneficios recibidos de los gringos y jurarles amor eterno...
Por lo demás, tú que no eres precisamente lo que en el lenguaje burocrático se llama un “eficaz y
diligente funcionario”, en la Cancillería te vas a sentir en la gloria... Porque si en el Ministerio de
Justicia no hiciste nunca nada, en el de Relaciones vas a hacer menos...
Las entidades cogobernantes se movilizaron inmediatamente para solicitar el nombramiento
del “hábil diplomático y experto intemacionalista Julián Arzayús. quien desempeñó la Gobernación
del Departamento y la cartera de Justicia con inigualable eficiencia y durante muchos años ha
representado brillantemente a sus conciudadanos en el Senado de la República” y el Presidente, que
no esperaba otra cosa, procedió a firmar el decreto.
Julián Arzayús era la sombra del joven virilmente hermoso que treinta años antes había
despertado el amor de muchas mujeres y la envidia de no pocos hombres. El fantasma de aquel
mozo arrogante que derrochaba vitalidad y alegría en los campos de deporte, en los salones
elegantes y los lechos de sus amigas. El retrato borroso de ese muchacho de actividad polifacética
que atendía sin descuidar ninguno todos los frentes del hedonismo y comía, bebia, bailaba, tocaba,
cantaba, enamoraba y reía.
Ahora era un hombre prematuramente envejecido, taciturno, sombrío. Tenía el cabello
completamente blanco, los ojos sumergidos en las cuencas y la nariz y las mejillas cubiertas de
manchas rojizas. Las mujeres habla perdido su encanto para él después de que él perdió el atractivo
que tenía para ellas. Y se había desengañado de sus amigos cuando supo que se burlaban de su
impotencia. A Camilo Villaurrutia no le perdonó nunca que hubiera divulgado el secreto ni a Pepe
Ríomalo que hubiese dicho comentando la inminente baja de las acciones de la “Interamericana de
Tabaco” a raíz del conflicto que se refirió anteriormente: “La buena estrella de Julián se eclipsó!
Todas sus cosas tienen ahora tendencia a la baja...!”
Poco después de posesionarse comprobó que para ejercer el cargo de Ministro de Relaciones
Exteriores no se necesita ser un intemacionalista sino un bebedor y un gastrónomo. El Ministro es
un infeliz condenado al martirio de comer sin hambre todos los platos de la cocina internacional y
al tormento de beber de gula los licores originarios de todos los países acreditados ante el gobierno
que él representa: Kummel y champaña, whisky y manzanilla, brandy y tequila, vodka y saki, pisco
y ron. Unos años antes se habría sentido como el pez en el agua en ese ambiente. Ahora entre su
afición por el alcohol y la oportunidad de beber a todo instante, se interponía la cirrosis hepática
que habia seguido avanzando.
I.o aburrían además los discursos estereotipados de los Embajadores las sonrisas y las
genuflexiones hipócritas de los petimetres’ de la Sección de Protocolo, el intercambio de conde-
coraciones, las batallas de flores verbales y todas las ridiculas ceremonias que se realizaban en ese
mundo artificial y postizo. Arzayús era un farsante cansado déla farsa, un payaso que detestaba el
circo.
Un buen día el Embajador en Washington anuncié que el Secretario de Estado incluiría al país
en una gira que se proponía efectuar por la América Central y la del Sur.
El gobierno organizó un recibimiento colosal. Los optimistas y cándidos de siempre dijeron

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

que el Secretario traería la ayuda que no había traído el Presidente. La inmensa mayoría de la gente
permaneció indiferente y escéptica. Y núcleos obreros y estudiantiles notificaron que recibirían con
cuatro piedras en la mano al agente del imperialismo yanqui.
Damián García escribió el discurso que pronunciaría el Delfín en el Aeropuerto. Era una pieza
sobria y discreta, exenta de adulaciones y tropical¡smos.
Y llegó el día ansiosamente esperado. Como se calculaba que el avión llegaría a las 12 m.,
Arzayús sostuvo un coloquio de dos horas y media con “Johnnie Walker”y a las 11.30, con el rostro
rubicundo y la euforia de quien ha apurado, solo, medio litro de whisky, le ordenó a su chofer que
lo condujera al Aeropuerto.
Pasados los saludos protocolarios y los homenajes rituales los dos personajes se encaminaron
a una tribuna donde estaban instalados los micrófonos. Arzayús se dispuso a pronunciar su discurso
de bienvenida. Y entonces vino el horror...
En el bolsillo donde creía tenerlo no estaba...! Ni en ninguno de los otros. Por segunda vez se los
registró nerviosamente, bajo la mirada risueña del Secretario de JEstado y el Embajador Americano.
En ese momento recordó que lo había olvidado en el traje de calle de que se había despojado para
ponerse el sacoleva. La bochornosa escena no se podía prolongar. Era necesario decir algo. Y tomó
la heroica determinación de improvisar.
Como usted se habrá dado cuenta, señor Secretario,—dijo-— se me extravió el discurso que
iba a leer.. Eso le puede pasar a cualquiera. . Pero no debía pasarle a un Ministro de Relaciones
Exteriores... En todo caso talvez sea mejor que haya sucedido así... Porque lo que había escrito con
el cerebro voy a decirlo con el corazón!
Bienvenido, señor Secretario, porque usted representa a uit pueblo noble hasta la sublimidad y
generoso hasta e] altruismo; defensor de los débiles y respetuoso de la soberanía de las naciones! Si
a España le debemos una lengua incomparablemente herniosa y rica, una religión excelsa y el
orgullo inmenso de poder llamamos descendientes del Cid Campeador, de Miguel de Cervantes y de
los Conquistadores de América, a los Estados Unidos Íes debemos. .. los veinticinco millones de
dólares que nos dieron, a titulo de indemnización, veinte años después de que nuestra hija Panamá
abandonó el hogar con la ayuda de ellos y les debemos también los centenares de millones de
dólares que nos han prestado después.
Y a propósito de Panamá, los Estados Unidos hicieron bien en prohijar la separación e
independencia de nuestro antiguo Departamento. Cuando están de por medio el progreso del mundo
y el beneficio de la humanidad—y Colombia se oponía al uno y al otro al negarse a ceder al
gobierno norteamericano la franja de terreno necesaria para la construcción del canal
interoceánico— todo es licito y loable!
Perdimos es cierto una vasta porción del territorio nacional, pero los pueblos como los árboles
necesitan frecuentes podas para que crezcan y fructifiquen. Tal vez nunca habríamos llegado al
actual grado de desarrollo si el Gran Hortelano del Norte no nos corta la rama que nos sobraba!
Del mismo modo que México no estaría hoy a la cabeza de América si su bondadoso vecino
no le hubiera amputado los sarmientos conocidos con los nombres de Tejas, Nuevo México y
California.
Alabado sea, por tanto, el grandioso país que usted representa —sefior Secretario— que ha
sido, es y seguirá siendo el padre amantísimo de los pueblos americanos!
Un silencio hostil, de dignidad ofendida, siguió a las palabras dei Ministro Arzayús. Los
petimetres del Ministerio se enjugaban el sudor como lo hacían cada vez que su superior cometía

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una indiscreción o una falta contra el protocolo. E] Secretario de Estado se limitó a hacerle al orador
una leve venia y quiso sonreír pero la sonrisa se le congeló en los labios. De pronto se oyó un grito:
“Viva la soberanía nacional” y luego dos más: “Muera el traidor Arzayús!”, “Abajo el im—
perialismo yanqui!” los tres fueron coreados por un numeroso grupo de estudiantes y obreros que
desde temprano se habían apostado cerca del muelle internacional.
Después se oyó la voz del amo. El Secretario de Estado pronunció un discurso duro, seco y
frío. Afirmó, en síntesis, que los Estados Unidos no eran una Casa de Beneficencia; que si las
naciones americanas querían recibir ayuda de la suya debían trabajar.
Ustedes no pueden sentarse a esperar —terminó diciendo - que “su padre amantisimo” les
suministre todo lo que necesitan, que del cielo les llueva maná. “Ayúdate que yo te ayudaré” le dijo
Dios al hombre y eso le digo yo a cada uno de los ciudadanos de este país en nombre de mi
gobierno!
La radio llevó a todo el país las palabras de Julián Arzayús y los diarios escritos las repitieron
al día siguiente. El estupor y la indignación fueron unánimes. Nadie se había atrevido a ir tan lejos
en el camino del servilismo y la adulación.
El Representante Juan José Jiménez quien no había oído la transmisión radial, leyó el
discurso en el periódico. Volvió a leerlo para convencerse de que era cierto lo que había leído.
Entonces se dibujó en sus labios la sonrisa de satisfacción del hombre que durante largos años ha
acechado una oportunidad propicia y al fin la ve llegar.
Esa tarde presentó a la consideración de la Cámara una proposición que fue unánimemente
aprobada:
“Cítase al Ministro de Relaciones Exteriores para que en la sesión correspondiente al día de
mañana y a partir de las cinco de la tarde explique a esta Corporación el sentido y alcance de las
palabras pronunciadas por él para dar la bienvenida al señor Secretario de Estado de los Estados
Unidos”.
La talla del personaje citado, la fama del citador—que ya la tenía de ser el mejor orador de la
representación nacional— y el motivo de la citación, crearon una inmensa expectativa. Se decía
insistentemente además que Jiménez aprovecharía la ocasión para arremeter violentamente contra
Julián Arzayús y revelar al país muchos aspectos desconocidos de su vida pública y privada y la de
su padre.
El ambiente en el recinto de la Cámara a las cuatro de la tarde era el mismo que antecede en
los estadios a los grandes encuentros de boxeo. Los Representantes, que excepcionalmente habían
concurrido todos, hacían predicciones y pronósticos. Y los espectadores de las tribunas, atestadas
desde muy temprano, apostaban entre sí.
Jiménez permanecía en su pupitre situado exactamente al frente de los reservados a los
Ministros del Despacho cuando eran citados a la Corporación. Revisaba unos papeles, hacia ano-
taciones, observaba nerviosamente el reloj; de pronto levantaba la cabeza y, haciéndola girar
lentamente, lanzaba una mirada entre peyorativa y altanera sobre sus colegas y el público.
A las cinco y quince minutos hizo su entrada el Delfín. Alguien gritó tímidamente: “Viva el
doctor Arzayús!” La voz fue coreada por veinte empleados públicos reclutados por Damián García.
Pero mil gargantas replicaron estrepitosamente; “Abajo el apátrida!”, “Muera el traidor!”, “Abajo el
lacayo del imperialismo yanqui!”, “Viva Juan José Jiménez!” El Presidente agitó la campana para
restablecer el orden, mientras el Delfín colocaba el sombrero, el abrigo y el paraguas sobre el

115
El Delfín Álvaro Salom Becerra

pupitre ministerial. Hizo una venia a los Representantes y se sentó;


Miró al frente y sus ojos se cruzaron con los de Jiménez. Lo reconoció inmediatamente. Era el
individuo que el día de su posesión como Gobernador lo había mirado como un tigre a su presa. El
mismo rostro enérgico, la misma mirada cargada de odio, la misma piel morena, la misma nariz
afilada, los mismos labios coléricamente apretados. Y lo mismo que aquel día un estremecimiento
recorrió su cuerpo.
—Señor Presidente: Me permito informar a usted que el señor Ministro de Relaciones
Exteriores, citado por medio de la proposición número 372 aprobada unánimente, está presente! —
manifestó el Secretario—
—Pido la palabra! —dijo Jiménez poniéndose de pie- —Tiene la palabra el Honorable
Representante Juan José Jiménez! —contestó el Presidente— El país —comenzó a decir Jiménez
con bien timbrada voz— está acostumbrado a todo! A
oír las mentiras de la clase dirigente; las promesas falaces de sus mandatarios; los embustes
demagógicos de sus políticos; las ardientes invocaciones al desprendimiento de los bienes terrenales
hechas por curas avaros y codiciosos; y los panegíricos de las honradez escritos por banqueros
ladrones (si se me consiente el pleonasmo)! (Risas y aplausos)
Les suplico que no aplaudan! Esto no es un circo ni yo un payaso o un acróbata. El payaso es
otro y será él quien tendrá que recurrir a toda clase de acrobacias para defenderse!
Tenemos habituado el oído al lenguaje de la farsa, que es el de la casta dominante pero no al
de la abyección! Ese no lo habíamos escuchado nuocj*. Y ese fue en el que se expresó atri-
buyéndose abusivamente nuestra representación y vocería el Ministro de Relaciones Exteriores en
su desventurada intervención ante el Secretario de Estado.
No quiero repetir, porque me llenan de vergüenza, las palabras humillantes pronunciadas por
ese sujeto con alma de esclavo a quien en mala hora se le confió la dirección de nuestra política
internacional.
-----Le pido que me haga respetar, señor Presidente'. —
dijo Arzayús con voz temblorosa—
—Usted no merece respeto ni como hombre ni como funcionario! —replicó Jiménez con
vehemencia— Para ser respetable hay que ser respetuoso y usted irrespetó a la nación ante el
mundo! En el curso de este debate diré quién es y quién ha sido usted y no creo que cuando yo
termine tenga el cinismo de exigir respeto! (una gran ovación estalló en las tribunas)
Veo, señor Presidente, que es imposible evitar los aplausos —dijo Jiménez reanudando su
discurso— Ellos no significan que yo sea un buen orador ni que esté diciendo bellas cosas.
Significan que estoy diciendo la verdad, que estoy defendiendo la dignidad y el decoro de la
República! Entonces esos aplausos me complacen y halagan porque demuestran que mis conciuda-
danos también aman a la patria!
Ustedes oyeron o leyeron las palabras ignominiosas. Jamás el representante de una nación se
había hundido tanto en el lodo del oprobio...! Un ministro de Relaciones Exteriores justificando la
desmembración de su país! Cohonestando la intromisión extranjera en los problemas de su patria!
Haciendo la apología de las “podas territoriales’.'Besando la mano que golpeó a su tierra con el
mismo “big stick” que cayó un día sobre México y Cuba, Nicaragua y la República Dominicana!
La gratitud del seflor Arzayús por los norteamericanos es ampliamente explicable puesto que

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buena parte de su enorme fortuna se la debe a las “alianzas para el progreso” concertadas por su
padre y por él con la “Massachusetts Oil Com- pany”, la “Muzo Emerald” la “Chocó Platinum’’ y
la “Ba- rrancabermeja Oil Company”! Tengo en mi poder y la leeré más adelante una carta del
descastado señor Arzayús a las tres empresas últimamente citadas de la que se vale para ofrecerles
la autoridad y la influencia inherentes a su cargo de Ministro de Justicia!
Me cuentan que el señor Arzayús suele defender su yan- cofília con un adagio digno de
Sancho Panza por su grosero pragmatismo: “Al que se le come el pan se le reza el Padre Nuestro”.
¿Cómo extrañamos entonces de que quien asi piensa hinque la rodilla ante el amo extranjero que le
ha llenado las alforjas de dólares, justifique todos sus atropellos y abusos y le unja los pies?
A los hombres como usted, seflor Arzayús, para quienes la patria esta formada por una buena
mesa, una mejor bodega y un rico guardarropa, no puede pedírseles patriotismo! Ni a los miembros
de su clase, sin Dios y sin ley, sin moral y sin honor, sin sentimientos y sin principios, exigírseles
dignidad! Usted puede, individualmente, arrastrarse ante los poderosos, batir el incensario del
servilismo, llegar a los últimos extremos de la adulación? Pero no puede hacerlo en nombre
nuestro! No puede hacerlo en nombre de un pueblo orgulloso y altivo!
Tan orgulloso y altivo como el español que no solo nos enseñó a santiguamos y a hablar su
lengua, como lo recordó usted en el único aparte decoroso de su discurso, sino que nos transmitió
su carácter indomeñable y su amor sin eclipses por la autonomía nacional
Somos descendientes y herederos de esa nación inverosímil —por la fiereza y la porfía— que
conquistó su independencia en una lucha de setecientos años y que después volvió a
defenderla heroicamente, hasta con los dientes y las uñas de sus mujeres, en las calles de Zaragoza
y de Gerona.
Y si para obtener la emancipación nuestros antepasados se enfrentaron victoriosamente a esos
maestros del coraje y tiñeron con su sangre las murallas de Cartagena y los patíbulos de Bogotá, las
rocas de los Andes y la yerba del Llano, los hombres de ¡ni generación no seremos inferiores a ellos
en la defensa de nuestra soberanía! (Grandes aplausos)
El Ministro Arzayús —y no creo que lo sea por mucho tiempo porque el gobierno tendrá que
ceder a la presión de la indignación nacional— tiene la obligación moral y política de explicar su
inexplicable y malhadado discurso.
Yo le digo de antemano y lo hago en nombre de la opinión pública que no acepto ninguna
explicación porque no puede haber una satisfactoria! Como él no podrá presentarla jamás, el honor
del país exige su inmediato retiro del Ministerio! (Veces de “Si!’, “Si!”, “Que se vaya el traidor!”)
Señor Presidente: El reglamento prohíbe a los espectadores lanzar gritos en pro o en contra
de los oradores —dijo Jiménez— Yo no quiero que se diga que he traído un público ad hoc para
que me respalde y aplauda y agravie a la persona a quien le estoy haciendo cargos... Yo aspiro a
que este sea un duelo caballeresco y no un combate desigual en el que yo lleve la mejor parte... Le
solicito, por tanto, que haga cumplir el reglamento y prohíba inclusive los aplausos...
—Se prohíbe a los asistentes aplaudir y manifestar su conformidad o inconformidad con las
personas que hagan uso de la palabra o estén presentes en el recinto! Cualquier violación de esta
orden autorizará a la policía para despejar inmediatamente las tribunas! —dijo el Presidente en tono
autoritario—-
—Aunque su ataque ha sido hasta ahora implacable —interpeló Arzayús dirigiéndole a
Jiménez— agradezco su intervención en mi favor y su propósito de que el debate conserve la altura

117
El Delfín Álvaro Salom Becerra

que debe tener. . . Deseo aprovechar esta intervención para preguntarle con la venia de la Presiden-
cia: Usted considera que sea un delito admirar a un país extraño, elogiarlo, agradecer los beneficios
que el nuestro ha recibido de él?
—Los delitos— respondió Jiménez-— están taxativamente enumerados en el Código Penal.
Eso lo sabría usted si se hubiera tomado la molestia de abrir el que debió comprar cuando estudió
derecho.
Si admirar a un país distinto del propio fuera delito —continuó Jiménez— yo sería un
redomado delincuente. Porque yo, por ejemplo, amo a España sobre todas las naciones de la tierra.
La amo sin conocerla. O conociéndola apenas a través de la geografía, de la literatura, de la historia.
Y mi amor por ella es desinteresado porque nunca le he pedido una peseta ni ella me la ha dado.
Pero sí me ha dado el “Quijote” y “Fuente Ovejuna”, y “La vida es sueño” y “El Buscón” y
“El lazarillo de Tormes” y “Guía de Pecadores” y “El Diablo Mundo” y “Don Juan Tenorio” y las
“Rimas” y los “Episodios Nacionales y me ha dado a Valera, a Pereda, a Palacio Valdés, a Alarcón,
a Castelar, a Menéndez y Pelayo, a tJnamuno, a Azorín, a Baraja, a Ortega y Gasset, a los Machado,
a García Lorca, a Juan Ramón Jiménez; y ha deleitado mis ojos con la “Inmaculada Concepción”,
las “Meninas” y las “Majas”; y ha recreado mi oído con las notas de Isaac Albéniz y Manuel de
Falla.
Amo la España heroica y mística, fanática y caballeresca, trágica y jocunda! La amo en la
feracidad de las huertas de Murcia y en la aridez de la llanura castellana; en la radiante alegría de
una tarde de toros y en la triste penumbra de una celda monacal; en los amoríos y duelos de Don
Juan y en la algarabía de una juerga gitana; en la prosperidad y en el infortunio; en la victoria de
Lepanto y en la derrota de Santiago de Cuba; en los éxtasis de Santa Teresa y en los juramentos de
los bandidos de Sierra Morena! La amo, aunque se me diga sádico, en la crueldad de los
Conquistadores y en las hogueras de la Inquisición!
Usted, señor Arzayús. que no es un romántico como yo sino un utilitarista puede amar a los
Estados Unidos que le han dado muchos dólares y ensalzar los pecados de ese pueblo, pero no
puede en su condición de Ministro de Relaciones Exteriores uncirnos al carro norteamericano!
Olvidar lo inolvidable y perdonar lo que no tiene perdón! Agradecer como una dádiva fabulosa la
misérrima suma que nos dieron, al cabo de veinte años, para indemnizarnos de los perjuicios
sufridos por la pérdida de una porción importante de nuestro territorio! Solidarizarse con el
atropello cometido por un país fuerte contra uno débil que era y es precisamente el suyo! Inventar
para justificarlo la estrambótica leona de que los países mutilados crecen y prosperan y convertir asi
la desmembración en beneficio! Eso no lo podía hacer usted y, como lo hizo, debe presentar hoy
mismo renuncia de su cargo y pedirle a la nación que lo perdone!
Aquí podía terminar, señor Presidente! ¿Pero cómo no aprovechar esta ocasión para recordar
algunas cosas que el país sabe y revelar muchas que ignora acerca de este flamante personaje que
por el solo hecho de ser hijo de su padre, por el derecho divino de los reyes, ha ocupado las más
altas posiciones del Estado, sin mérito ni esfuerzo, sin capacidad ni preparación de ningún género?
—Me permito recordar que a mi se me citó sólamente para que explicara mi discurso ante el
señor Secretario de Estado... —manifestó Arzayús-—
—Encuentro perfectamente lógico que el seflor Arzayús no quiera que se hable de él—replicó Juan
José Jiménez -- Eso demuestra que aún le queda un adarme de vergüenza! Yo que no tengo nada
que ocultar me sentiría muy halagado de que se hablara de mi... Seílor Presidente: Le ruego que le
pregunte a la Cámara si desea seguir escuchándome o prefiere oír las explicaciones del Ministro de

118
Relaciones Exteriores...
- .Quiere la Cámara que el Honorable Representante Ji
ménez continúe haciendo uso de la palabra? —preguntó el Presidente—
El golpe seco de ciento diez manos que cayeron simultáneamente sobre los pupitres se oyó en
el recinto.
—Sí lo quiere! —informó el Secretario—
—El Representante Juan José Jiménez puede seguir hablando! - dijo el Presidente—
Agradezco el voto de confianza con que me han honrado mis colegas —dijo Jiménez— Su
curiosidad por oírme es la misma del país entero. Por circunstancias especiales que divulgaré
posteriormente conozco la vida íntima de la familia real. Me refiero, como es obvio, a la familia
Arzayús. Antes de hablar del principe heredero, del Delfín —que es el nombre con que lo conoce
todo el país— hablaré del monarca.
Clímaco Arzayús fue el hombre más grande que tuvo la nación en los últimos treinta años del
siglo XIX y en los prime- rosros cincuenta del actual. El más diestro estadista, el más hábil
parlamentario, el más conspicuo jurisconsulto, el más dinámico empresario, el más brillante
clubman y el más distinguido caballero de la sociedad. Eso al menos nos dijo y repitió mil veces
“El Incondicional” y eso —y mucho más— nos dijeron los catorce oradores que hicieron su elogio
póstumo.
¿Pero qué hizo este hombre descomunal para llegar a esa cúspide del poder político,
económico y social? ¿Cuál fue su obra científica, filosófica o literaria? ¿Cuántos discursos
magistrales pronunció en el Parlamento? ¿Cuál ftie su teoría revolucionaria en el campo del
derecho? ¿Qué solución aconsejo para resolver los problemas nacionales? ¿Cuántos ferrocarriles y
carreteras, hospitales y escuelas fueron construidos por orden o iniciativa suya? ¿Cuál fue, en
síntesis, su contribución a la cultura y al progreso?
El viejo magnate nunca pensó, dijo, escribió ni hizo absolutamente nada! Ni la ciencia ni el
arte ni la oratoria ni la jurisprudencia ni el desarrollo material del país obtuvieron ningún beneficio
de su larga permanencia en el mundo ni sufrieron perjuicio alguno cuando el Señor, en su infinita
sabiduría, le ordenó que pasara al otro.
El secreto de su gigantesco prestigio fue su asombroso poder de simulación. Clímaco Arzayús
fue el gran impostor, el farsante supremo, en una sociedad que rinde culto a la farsa. Donde todos
fingen y simulan: los ignorantes erudición, los políticos honradez, los banqueros honorabilidad, los
militares pundonor, los jueces probidad y ciertos curas virtud y todos se engañan entre sí!
Fue un hombre mediocre pero ambicioso y audaz. Para llegar a la meta del poder todos los
caminos eran buenos. Los «regulares, los inmorales y los ilícitos! La opinión pública lo señaló,
hace muchos años, como uno de ios autores intelectuales del atentado contra el general Reynales.
La justicia nunca tuvo la prueba legal pero si la convicción moral de su responsabilidad. Sin
embargo, careció del valor necesario para asumirla, abandonó a los autores materiales y asistió
complacido a su fusilamiento!
Fue un permanente traidor a la patria! Vendió ei suelo y el subsuelo del país! El primero a
una nación vecina en su condición de negociador de un tratado de limites y el segundo a la
Massachusetts Oil Companv”!
Aprovechó la última guerra civil, en la que los dos partidos tradicionales se disputaron el

119
El Delfín Álvaro Salom Becerra

presupuesto exterminándose recíprocamente, para despojar de sus bienes a sus enemigos políticos!
Convirtió una comisión oficial en un sensacional negocio que Je reportó una ganancia de quince
millones de pesos! El celebérrimo “affaire” de los cañones Krupp que el país recuerda todavía. . . Y
en su avidez de enriquecerse más y más formó sociedad con un Ministro de Hacienda, cuyo nombre
tampoco ha olvidado el país, no para jugar sino para ganar en la Bolsa!
Después invirtió buena parte de la fortuna debidamente habida en el paulatino
envenenamiento de sus compatriotas, pues fundó dos empresas que desde hace cincuenta años
vienen proveyendo de tóxicos al pueblo y diezmando sus exiguos ingresos!
Todos sus crímenes quedaron naturalmente impunes. Porque en esta República de códigos y
leyes, de artículos y parágrafos, donde el orden jurídico está por encima de todas las cosas, existe
un indulto implícito y una amnistía tácita para los delincuentes de frac! En ellos el delito es un
“imposible metafí- sico” como lo dijo “El Incondicional”, refiriéndose a Climaco Arzayús, cuando
un Juez prevaricador sobreseyó definitivamente en su favor por los cargos que le aparecían en el
proceso de la “Massacbuseis Oil Conipany”
La investigación fue confiada inicialmente a un juez recto y probo que había ganado el
remoquete de “incorruptible” pero antes de que la comenzara lo llamó el Ministro de Justicia para
decirle que su misión no era la de adelantarla hasta sus últimas consecuencias sino la de sabotearla
y hacerla fracasar!
¿No es esto monstruoso? Un Ministro de Justicia ordenando que 110 se haga! Exigiéndole a
un Juez que prevarique! Prevaliéndose de su cargo para conseguir el triunfo de la impunidad! Como
el Juez se negó a cumplir la orden inicua y dolosa fue destituido en forma fulminante y en su
reemplazo se nombró a un prevaricador profesional que se apresuró a cumplirla. . . Y pensar que
esto sucede cada vez que un pez gordo cae en las redes de la justicia.
En este país no se puede meter a la cárcel a un Arzayús ni a ningún miembro de la Corte
imperial porque eso significa un duro golpe al sistema, un bofetón a la clase dirigente, un puntapié
en el trasero a la FEDETYL, a la ACDO, al Loocky y a! Sun Club!
Pero ¡ay! de que un obrero se robe un pan para sus hijos hambrientos! Todo el peso de la
justicia y todo el rigor de la ley caen sobre él! Los Jueces, inmisericordes. añoran la épo- ca de las
galeras para imponerle al criminal el mismo castigo que le fue impuesto a Juan Valjean! Las puertas
del presidio se abren para el infeliz y una vez cerradas no se vuelven a abrir.
Eh sefíor Arzayús llevó sus aptitudes teatrales a su vida privada.
—La vida privada de mi padre es sagrada y no estoy dispuesto a permitir que se hable de ella!
—dijo interrumpiéndolo Julián Arzayús—
—Los hombres públicos no tienen vida privada! —replicó Jiménez— Por otra parte es una
profanación afirmar que la vida inmoral y delictuosa de su padre es sagrada... Y finalmente yo
pertenezco a la vida privada del seflor Arzayús y tengo derecho de hablar de ella.
—¿Usted? —preguntó Julián con tremenda sorpresa—
—Si, yo. .. A mucha deshonra! Tengo efectivamente la desgracia de que por mis venas corra
la misma sangre maldita que corre por las suyas.
La tensión había llegado al clímax en el recinto de la Cámara con las últimas frases de
Jiménez. Apenas se oía la respiración de los Representantes. Arzayús, petrificado en su silla,
esperaba las palabras de su acusador con la ansiedad del condenado a muerte que espera la

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descarga... A Jiménez lo envolvía un nimbo de grandeza; el tono de su voz, sus ademanes y sus
gestos tenían la majestad del hombre que se enfrenta serena y valerosamente al momento supremo
de su vida.
Le voy a contar a la nación por conducto de sus Representantes —agregó Jiménez con acento
patético— mi gran ver- gueza! Soy hijo de Clímaco Arzayús!
Un sordo rumor recorrió la enorme sala. Julián se enjugó el sudor que le bañaba el rostro,
inclinó la cabeza y cerró los ojos. Estaba anonadado. La fuerza del golpe había sido muy superior a
sus cálculos.
Ya ve usted, hermano mío, —prosiguió Jiménez dirigiéndose a Julián— cómo si tengo
derecho a hablar de la vida privada de nuestro padre? Pero antes de hablar de ella quiero y debo
rendir un homenaje a mi madre, quien no fue la prostituta o la mujer fácil que muchos de ustedes, si
no todos, se habrán imaginado después de oírme. .
Ella fue una víctima, una más, de la concupiscencia de un anciano libidinoso para quien las
mujeres fueron siempre —como para su hijo legitimo— simples vaginas! Porque ambos vinieron al
mundo a divertirse! Mi madre era una chiquilla ingenua, con todas las ilusiones de los quince años,
cuando Un infáme alcahuete —el sefior Aldaníta—, proveedor general de mujeres del viejo sátiro la
arrojó en sus garras! A ella se le condenó a la deshonra y a mi a la vida, pero eso qué importaba si el
omnipotente señor Arzayós había sido feliz por unos cuantos minutos?
Pero la historia no concluye ahí. El poder soluciona todos los problemas. Cuando mi abuelo
—un pobre hombre de aquellos que se sienten honrados al enterarse de que su hija ha sido
deshonrada por un miembro de la cíase dirigente—■ le refirió lo sucedido a la esposa de Arzayús en
una carta miserable que le dirigió para pedirle ayuda, el corruptor y su cómplice resolvieron
buscarle marido a mi madre.
Otro debía subsanar la falta cometida y resarcir el daño causado por el patriarca venerable que
comulgaba todos los primeros viernes y portaba estandarte en las procesiones de Semana Santa.
Y escogieron a un cretino con aspiraciones políticas, capaz de permutar su alma por un puesto
en la Asamblea. El seria Diputado con la condición de que se casara inmediatamente con una mujer
que no conocía. El cretino aceptó. El señor Arzayós, a su vez, cumplió lo prometido pero bien
pronto le retirá su apoyo al arribista! Este, en venganza, abandonó a mi madre.
Esa mujer que era entonces una niña convirtió una máquina de coser en una barricada y
durante veinte años resistió los furiosos asaltos del hambre, sin desmayar, sin amilanarse, sin arriar
la bandera de la dignidad! Esa mujer maravillosa que no abortó, ni ocultó el embarazo y el parto en
una casa elegante y discreta (que el señor Ministro debe conocer muy bien como que en ella han
estado personas estrechamente ligadas a él) ni regaló su hijo —como lo hacen las damas de la alta
sociedad ni se prostituyó, ni cedió a la tentación de robar, que luchó con denuedo indomable por
hacer del fruto de un engaño lo que es hoy, se llamaba - y le pido a la Cámara que oiga con
respetuosa admiración el nombre de esa heroína del pueblo—, esa mujer se llamaba Virginia
Forero!
La emocionante evocación conmovió al auditorio. Como subsistía la prohibición de aplaudir
los pañuelos comenzaron a florecer en las manos y, al cabo de un minuto, una masa blanca y
trémula flotaba sobre todas las cabezas.
Mi madre odió a su verdugo como ningún ser humano ha odiado a otro! —continuo Jiménez
Y me transmitió su odio. Yo no mamé leche de los senos matemos; yo chupé rencor! “El odio es
anticristiano” me dirán los gazmoños que no han llevado el estigma del deshonor en la frente, ni

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

han sentido el latigazo del escarnio en el-rostro, ni el dolor de la frustración en el alma! Acaso el
mismo Cristo no sintió odio contra los ricos y los fariseos y los apostrofó diciéndoles: “hipócritas”,
“sepulcros blanqueados”, “serpientes”, “raza de víboras”? Y no expulsó, iracundo, a los mercaderes
del templo y los vapuló y”derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían
palomas”?
Estos antecedentes no debilitan mi posición en el debate ni disminuyen la imparcialidad de mi
intervención. Porque yo no he venido aquí a denunciar a Clímaco Arzayús por el delito que cometió
en la persona de mi madre, sino a enjuiciarlo por todos los que perpetró contra la República! Si
mencioné ese vulgar delito de corrupción de menores, lo hice para mostrar en sus exactas
dimensiones la personalidad moral del acusado. Yo había podido callar la historia de mí origen, que
ni me favorece ni me honra, pero entonces habría quedado trunca la ficha antropométrica del
criminal.
Me proponía referir otras anécdotas de la vida privada de este sujeto que con su mujer y sus
hijos y sus yernos formó la mejor compañía de alta comedia que haya actuado en Bogotá.
Parque el Palacio Arzayús no era una casa sino un escenario. Iodo lo que encerraba hacía
parte de la farsa: Los centenares de condecoraciones y las decenas de títulos comprados con
banquetes, agasajos y regalos; las fotografías en que el director de la compañía aparecía al lado de
los grandes de ia época; el gran retrato de Francisco José Arzayús, el mártir de la independencia que
murió de físico miedo unos minutos antes de que ¡o fusilaran; el arcabuz que fue de don Sancho el
Conquistador, parricida y prófugo asturiano de apellido Palacio al que sus descendientes agregaron
cinco más y de cuyo concubinato con la india Prudencia Chivatá surgió la ilustre familia
Seispalacios; los árboles genealógicos, los escudos de armas.
Pero no quiero ni puedo abusar de vuestra benevolencia y apenas voy a contaros un episodio
que constituye una radiografía sicológica del gran impostor:
La primera comunión del Delfín fue un suceso nunca antes visto en la ciudad. Mil quinientos
invitados! Otras tantas tarjetas de oro para obsequiarlos con ellas!.Ciento cincuenta ponqués, tres
orquestas! Las más suculentas viandas y los más delicados manjares servidos por cien criados! Pero
a última hora Aldanita se asustó. Pensó —y con razón— que ese escandaloso derroche era una
ofensa y un reto a los pobres y así se lo dijo a su amo. Entonces ambos de común acuerdo
resolvieron dar a la fiesta un toque democrático. El augusto personaje en su infinita magnanimidad
dispuso que dos chicuelos del arroyo recibieran conjuntamente con el príncipe el cuerpo de Cristo,
para probar hasta qué extremo llegaba su amor por los humildes.
Aldana buscó y encontró dos rapaces hambrientos y haraposos a quienes se les cortó el
cabello, se les bañó y perfumo. Sus andrajos fueron reemplazados provisionalmente por unos toscos
trajes de manta.
Y comenzó para los desdichados el suplicio de asomarse por unas pocas horas a un mundo de
ensueño que hasta entonces no deseaban porque desconocían; el martirio de comparar su miseria
sórdida con una opulencia que ni siquiera habían intuido jamás; la tortura de ver un chico como
ellos recibiendo centenares de finos juguetes que ellos no podrían tener nunca; el dolor de saber que
otros niños comían ricos potajes y lucían lujosos trajes, mientras que ellos vivían cubiertos de
harapos y, las más de las noches, debían recogerse con el vientre vació...
Deslumbrados con el brillo del oro y la plata y el fulgor de las grandes arañas, con la imagen
de los juguetes grabada en las retinas y el tufillo de las viandas todavía metido en la nariz, los
pilludos fueron devueltos a la realidad. El maravilloso sueño había terminado. Se Jes despojó de los
trajes que habían usado en calidad de préstamo y cubiertos con sus viejos harapos emprendieron el

122
regreso al tugurio.
¿Concebís vosotros, señores Representantes, una más refinada crueldad? Los chinos expertos
en suplicios nunca idearon uno más atroz Esa era la filantropía de Clímaco Arzayús! Y su concepto
de la caridad cristiana!
■ “El Incondicional” calificó el hecho como: “uno de aquellos gestos que reconcilian al
hombre con la vida y le devuelven la fe en la bondad de sus semejantes” y el farsante lo aprovechó
políticamente pues en vísperas de unas elecciones fue publicada una fotografía suya en la que
aparecía con uno de los pilluelos a su derecha y el otro a la izquierda y la leyenda:
‘Un benefactor del pueblo”!
Podía extenderme indefinidamente en Ja relación de ios delitos, las inmoralidades y las
infamias de este malvado que vendió el suelo patrio, prostituyó a la justicia, corrompió a los
hombres y mujeres que encontró a su paso, explotó a los obreros de sus fábricas y a los trabajadores
de sus haciendas y engañó al país a lo largo de una comedia que se prolongó por espacio de sesenta
años!
Pero debo ya ocuparme de su hijo, del Delfín, del eminente jurista y esclarecido político que
ha hecho una fulgurante carrera pública cuyas principales etapas han sido el Senado, la
Gobernación, el Ministerio de Justicia y el de Relaciones Exteriores y que si et país no trata de
salvarse terminará inexorablemente en la Presidencia de la República!
El caso humano de Julián Arzayús es diferente al de su padre. El fue la criatura de un creador
perverso; el trozo de arcilla torpemente modelado por un ambicioso; el heredero de los pecados de
un hombre que no tuvo virtudes. Porque Clímaco Arzayús, en la imposibilidad de transmitirle sus
cualidades, le infundió todos sus defectos.
Comenzó por inculcarle la soberbia al hacerle creer que era un ser superior predestinado al
poder. El día de su nacimiento Aldanita organizó una manifestación popular en el curso de la cual
fue proclamada su candidatura presidencial y el monarca en nombre del recién nacido, la aceptó.
Ese mismo día se inició el curso pre-presidencial ordenado por Arzayús. La alcoba de Julián
fue adornada con escudos y banderas nacionales; ¡as imágenes de tres santos fueron retiradas para
colocar en su lugar las de otros tantos ex-Presidentes; ¡a nodriza recibió la orden de cambiar las
canciones de cuna por el Himno Nacional; y la servidumbre del Palacio Arzayús la de decirle
invariablemente: “señor Presidente”.
Si algún europeo me está oyendo va a decir: “Exageraciones de la oposición! Eso no pudo
haber sucedido!” Pero vosotros, señores Representantes, sabéis muy bien que estas cosas son
comunes y corrientes en estas monarquías tropicales de ios Somozas y los Trajillos, los Duvalier y
los Arzayús!
Después de exaltar su vanidad estimuló su pereza. Referían los allegados al Palacio Arzayús
que cuantas veces Julián abría un libro su padre le ordenaba que lo cerrase diciéndole: “No cometas
tonterías! Un hijo mío no necesita estudiar!”
Y la secuela de la pereza fue la ignorancia. Salió del Colegio y de la Universidad como había
entrado. El Gimnasio Contemporáneo le regaló el cartón de bachiller y la Universidad ígnaciana lo
obsequió con el titulo de abogado.
Con el ejemplo de sus frecuentes adulterios y enviándolo a París para que se dedicara a la
“dolce vita”, el monarca le enseñó al Delfín que ia finalidad de la vida es el placer.
Le enseñó asimismo que cuando los objetivos son el poder y el dinero todos los medios son

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

lícitos: el homicidio, los delitos contra la existencia y la seguridad del Estado, el cohecho, el
prevaricato...
Y lo instruyó por último acerca de los trucos que deben saber los prestidigitadores de ¡a
política para sacar del cubilete el conejo de un triunfo electoral; las estratagemas a que deben
recurrir los caballeros de la alta sociedad para acostarse con las mujeres de sus mejores amigos; y
los ardides que deben utilizar los hombres de trabajo para arruinar a sus socios.
El padre destruyó la voluntad del hijo, frenó su impulso vital, mino su moral y socavo su
sensibilidad, lo convenció de que no le era necesario hacer ningún esfuerzo porque todo lo merecía.
El único derrotero que le señaló ftie la Urica de menor resistencia.
Por tanto Clímaco Arzayús es el responsable de la vanidad y la egolatría, de la pereza y la
ignorancia, de la frivolidad y el hedonismo de Julián Arzayús.
Yo soy un hombre apasionado y vehemente. Me rebelo ante la injusticia y la farsa. Me
sublevan los privilegios y los abusos de los explotadores y me conmueven el hambre y el dolor de
los explotados. Pero soy un hombre justo. El actual Ministro de Relaciones no es el monstruo que
fue su padre. Ha sido y es un individuo débil, incapaz de sopreponerse a la influencia del medio en
que nació y al ascendiente nefanda de quien fue, por tantos años, el dueño del país. Yo entiendo y
justifico, en consecuencia, los pecados y los vicios de su vida privada.
Y tengo autoridad moral para hacerlo. Porque yo he sido todo lo que no quiso o no pudo ser el
Delfín. Un hombre fuerte, endurecido y templado por el sufrimiento. Desde muy niño me impuse
una disciplina, me tracé una ruta y me fijé una meta. En un libro de Pío Baroja aprendí que nada hay
imposible para una voluntad enérgica. Y con ese lema he obtenido todo lo que me he propuesto
conseguir. La vida, que para mi ha sido una catrera de obstáculos casi invencibles, me convirtió en
un individuo austero, sobrio, frugal. Por eso puedo hablar de los pecados y los vicios ajenos.
Pero si a estos los comprendo y los perdono en el caso concreto de Julián Arzayús, no puedo
comprender y mucho menos perdonar —en nombre del pueblo que represento— muchas de las
actitudes asumidas por él en su vida política.
Las circunstancias ya expresadas atenúan la responsabilidad del acusado pero no lo eximen de
ella. Porque cuando determinados actos o palabras de un funcionario lesionan económica o
moraimente al país no tienen perdón!
El Delfín inició naturalmente su carrera pública en el Senado que es la corporación donde
terminan la suya los plebeyos. Y fue el último en enterarse de que había sido elegido. Clímaco
Arzayús acepté la inscripción de su candidatura como Senador principal con la condición de que su
hijo fuera su suplente. Y este recibió la buena nueva en Parts.
Nunca presentó un proyecto de ley, ni elaboré una exposición de motivos, ni intervino en un
debate económico o jurídico. Se limitó a decir tonterías, A poner el disco rayado de las espadas, las
banderas y la sangre que vosotros le habéis oído tantas veces! Sin embargo presidié la corporación y
fue uno de sus miembros más prominentes.
Lo que viene es ya una historia muy reciente. La Universidad Ignaciana, la ACDO, la
FEDETYL y el Loocky Club presionaron al Presidente para que lo nombrara Gobernador y este,
sumiso como siempre a las órdenes de la oligarquía, lo nombré. El Departamento no ha vivido una
época de mayor despilfarro ni de peor desgreño administrativo. No solucioné ningún problema. No
construyó un hospital, ni una escuela, ni un acueducto, ni una alcantarilla. Pero ningún Gobernador
ha comido ni bebido tanto a expensas de sus gobernados.
Las mismas entidades, que son las que en realidad nombran y destituyen funcionarios, le
exigieron al Presidente posteriormente que lo nombrara Ministro de Justicia para premiarle sus
insignes servicios al Departamento y el Jefe del Estado, obediente como de costumbre, lo nombré.
Allí comió y bebió menos que en la Gobernación pero causé con sus actos y sus omisiones daños
irreparables al país!
Recordáis a un Ministro de Justicia que desde la ventana de su despacho contemplé impávido
el asesinato de nueve estudiantes ejecutado por los valientes soldados del Batallón Bravos de

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Oriente , habiendo podido evitarlo con una orden al oficial que los comandaba? Y no podéis haber
olvidado que ese Ministro aconsejó al Presidente que matara” y ‘sepultara cristianamente” a tres
soldados imaginarios para que los papeles se invirtieran y las victimas aparecieran como
victimarios...!
Pero hay algo que taJvez ignoráis: Ese mismo Ministro le ordené al investigador que orientara la
investigación contra tres lideres estudiantiles, que hiciera colocar en sus casas las armas y la
propaganda subversiva que servirían de prueba para condenarlos a veinte años de presidio. . .! Yo
pregunto si esos actos inicuos tienen perdón de Dios. .
Pero enteráos ahora, señores Representantes, de la carta oprobiosa, desvergonzada, impúdica,
que el Ministro Arzayús le dirigió a sus habituales poderdantes extranjeros: la “Muzo Emnerald”, la
“Chocó Pla.tinum y la "Barrancaber- rneja Oil Company’ y cuya lectura os prometí al comienzo de
este discurso:
“...deseo ponerme incondicionalmente a las órdenes de ustedes como Ministro de Justicia y
hacerles saber que esa posición no me inhabilita sino que —por el contrario— me confiere una
mayor autoridad e influencia para continuar sirviendo los intereses de esa importante compartía.
“Por razones obvias yo no podré aparecer como apoderado de ustedes ante las autoridades
nacionales ni me será posible firmar ninguna petición, memorial o alegato. En mi nombre, bajo mi
dirección y responsabilidad, actuará el doctor Bernardo Rocafuerte, abogado muy prestante y
persona de absoluta confianza.
“Nuestras futuras entrevistas no podrán efectuarse en sus oficinas ni en el Ministerio sino en
un lugar reservado y discreto. Los cheques, invariablemente, deberán ser girados al doctor
Rocafuerte”.
Ni una cortesana parisiense, ni una prostituta neoyorquina, pero ni siquiera una ramera de
Bagdad se habrían atrevido a escribir esa carta! Supongo que habréis sentido oyéndola las mismas
náuseas que yo sentí cuando la leí por primera vez.
Y regresamos, ya para terminar, al punto departida. El Presidente, dócil como de ordinario a
las solicitudes de la plutocracia, lo nombró Ministro de Relaciones Exteriores. Arzayús se dispuso a
cumplir bien y fielmente sus funciones que consistían en comer, beber, sonreír, hacer venias,
pronunciar discursos llenos de lugares comunes, dar y recibir condecoraciones y nombrar
Embajadores, Ministros Consejeros y Cónsules a sus parientes y amigos. Ocho dias después de
posesionarse, por ejemplo, nombró Embajadores a sus dos cuñados: el Marquesito de Toutvabien y
Chepito de la Parra, dos grandes actores de la compañía fundada por su padre!
Pero llegó a la ciudad el Secretario de Estado de los Estados Unidos y el Delfín perdió los
estribos, se arrojó a sus piés y se los ungió con el aceite pegajoso de la adulación! Y sin levantar la
cabeza del suelo agotó el lenguaje de la indignidad para halagarlo! Sus infortunadas palabras
suscitaron este importante y necesario debate.
Y aquí os doy una buena noticia: mi discurso ha llegado a su fin! No tengo derecho de
fatigaros por más tiempo. He tratado de pintar el retrato de los Arzayós, esa pareja siniestra que tan
funesta influencia ha ejercido en la vida de la nación. No he mentido. No he exagerado. Y tanto es
así que el acusado no ha intentado siquiera rebatir mis cargos.
No me hago, sin embargo, ilusiones. Aquí no pasará nada! Este discurso servirá apenas para
que los miembros del sanedrín, los jefes de los partidos tradicionales, los socios de laACDO, (a
FEDETYL, el Loocky, el Sun y el Club de “Los Saurios”, los escribas, los fariseos y los príncipes
de los sacerdotes se unan más estrechamente y se coloquen a la defensiva.
Ellos son, deben ser, tienen que ser solidarios entre si...! Condenar a una de las grandes figuras
del sistema equivale a condenar el sistema, a condenarse a sí mismos! Es más fácil absolver al
acusado y descalificar al acusador llamándolo ‘•calumniador”.
Ya veo los titulares de “El Incondicional”: “El Ministro Arzayús víctima de la calumnia. El
calumniador, conocido agitador comununista, será denunciado penalmente”. Porque todo el que
discrepe de los poderosos, todo el que proteste contra las injusticias y los privilegios, todo d que

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

diga que tiene hambre es comunista! Del mismo modo que en la Roma Imperial todo el que pidiera
un pan o censurara la corrupción de los Césares era motejado de cristiano y arrojado a las fieras del
Circo!
Comunistas fueron los sastres acribillados a bala frente al Palacio Presidencial por haber
manifestado su voluntad de coser los uniformes de sus compatriotas en vez de que lo hicieran
sastres extranjeros! Comunistas los estudiantes miserablemente asesinados por el crimen de pedir
que fuera reemplazado el Rector de la Universidad! Comunistas los curas que, apartándose de los
obispos y los arzobispos —cómplices del sistema— han enarbolado la bandera de la justicia social
cristiana! Comunistas los maestros que demandan un aumento de sueldo! Comunistas los
campesinos que invaden cinco de las cinco mil hectáreas de un latifundista! Comunistas los
ciudadanos que guardan en su casa un ejemplar de “El Capital” o el retrato de un abuelo barbudo
que se parezca a Fidel Castro!
La oposición naturalmente no existe. Toda voz discordante está condenada a sufrir el silencio
de la muerte o el silencio de la cárcel. La clase dirigente gobierna al país a través de dos partidos
que en el fondo y en la forma son uno solo, que se disputan el presupuesto en jornadas sangrientas o
lo comparten fraternalmente. El poder económico y político pasa de los padres a los hijos y de estos
a los suyos. La jerarquía eclesiástica y el ejército montan guardia para defender las “instituciones
republicanas y democráticas”, “la civilización cristiana”, la “cultura occidental” y el “orden
jurídico”. Y “El Incondicional” que conduce la opinión pública como un pastor a su rebaño; que es
un laboratorio de genios o una fábrica de monstruos según los hombres sean amigos o enemigos
suyos; que oculta, exagera y desfigura los hechos de acuerdo con las conveniencias del momento, es
el más sólido soporte dei sistema.
Creéis, señores Representantes, que dentro de este estado de cosas puedan tener eco mis
palabras? ¿Qué los delitos que he denunciado sean investigados y castigados? ¿Qué sobre Julián
Arzayús vaya a recaer siquiera una sanción moral? Yo no lo creo. Pero si estoy seguro que sobre el
villano, el bastardo, el hijo de la costurera que se atrevió a irrespetarlo, a escupir e] pedestal de su
estatua, caerán la ira oficial y la cólera de los hombres de trabajo y la indignación de los clubes
sociales! Espero pero no temo las represalias. Vosotros sabéis que la casta dominante compra a sus
enemigos o los mata! Y a mí no me ha podido comprar.
Me tiene sin cuidado el calificativo de comunista! Si serlo es denunciar el crimen y la infamia,
desenmascarar a una sociedad corrompida, exhibir las pústulas y llagas de un sistema construido
para perpetuar los privilegios de los menos y la miseria de los más, descorrer el velo que oculta los
negocios deshonestos de una clase dirigente, arrebatar la careta a los escribas y fariseos del
sanedrín, defender altivamente la soberanía nacional, las reivindicaciones populares, la justicia y la
igualdad, acepto ese calificativo!
Y lo acepto en la excelsa compañía de un caudillo grandioso que hace veinte siglos fustigó a
otros farsantes con palabras de fuego que la humanidad no olvidará! Porque si Jesucristo volviera a
la tierra y tomara a predicar su evangelio y las muchedumbres lo rodearan de nuevo, la policía las
obligaría a dispersarse con gases lacrimógenos, el orador sería aprehendido, declarado “agitador
comunista” y condenado a la silla eléctrica por el sanedrín de Wall Street!
La situación que he descrito en este discurso se prolongará indefinidamente? El pueblo
anestesiado con promesas y amenazas no reaccionará nunca contra quienes lo oprimen y lo
explotan? Yo tengo la certeza absoluta de que los mordiscos del hambre y los latigazos de la
injusticia lo despertarán al fin. Actualmente no se barrunta luz en el horizonte. Pero recordad,
señores Representantes: nunca es más oscura la noche que momentos antes del amanecer!
El dique de la prohibición se rompió y el torrente desbordado de los aplausos y los gritos
inundó el recinto. La Cámara no había escuchado jamás una ovación igual. Todos los Represen-
tantes se acercaron a Juan José Jiménez para felicitarlo mientras que el público de las tribunas
seguía aclamándolo delirantemente.
Julián Arzayús se levantó pesadamente, una intensa palidez le cubría el rostro y un ligero
temblor agitaba su cuerpo.

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—Señor Presidente: —dijo con voz entrecortada— El discurso que acabo de oír no merece
respuesta. Los árabes tienen un adagio sabio: “¿Quién va a morder a un perro que lo ha mordido?”
—y se derrumbó en su silla—
—El que calla otorga! —replicó Jiménez— Su silencio es la plena prueba de su
responsabilidad y la demostración inequívoca de que cuanto he dicho es cierto! Las bestias heridas
se defienden dando coces... El refrán que usted ha citado para contestarme no es una respuesta, es
una coz!
Con una nueva y prolongada ovación fue recibida la réplica de Jiménez. El presidente agitó la
campana y dijo:
—En vista de que el señor Ministro de Relaciones Exteriores no desea hacer uso de la palabra
y de lo avanzado de la hora, se levanta la sesión!
El Delfín regresó a su casa deshecho. Era necio negar la derrota o aminorar su gravedad. Juan
José Jiménez lo había aplastado moral y políticamente. Lo había desnudado ante el país y exhibido
sus fallas y vacíos, sus pecados y sus vicios. El prestigio de su padre y e¡ suyo se habían desplo-
mado como dos castillos de naipes. Su carrera pública había terminado sin pena ni gloria. El telón
de la farsa había caído para siempre.
Y lo que más lo deprimía era pensar que su victorioso contendor no había sido un hombre de
su clase. Un armado caballero sino un pobre yangüés; que no lo habían derribado las lanzadas de un
hidalgo sino los estacazos de un villano. El fruto de un capricho de su padre. Un bastardo. Un
“lobo” de Las Cruces”. Pero que a pesar de todo llevaba su sangre y en quien tenía que admirar un
carácter y una inteligencia que ya hubiera querido para sí.
Después de enviar su renuncia al Presidente buscó como siempre, refugio y consuelo en el
alcohol. Pero a medida que bebía aumentaban la intensidad de los dolores abdominales y la
frecuencia de los vómitos de sangre. El rostro era cada vez más alargado y manchas rojizas lo
habían cubierto totalmente. Los ojos se le habían hundido hasta perderse entre las cuencas. Y el
descomunal volumen del vientre Je daba el aspecto de un rentista barrigón de la época de Luis
Felipe. No quedaba ya ningún rastro del mozo guapo y esbelto que treinta años antes había sido el
árbitro de la elegancia bogotana.
—Si usted continúa bebiendo en esa forma ningún médico del mundo lo podrá salvar! —le
dijo el gastroenterólogo que lo atendía—
~~ Discúlpeme doctor! —contestó el Delfín— No hay peor paciente que aquel que no quiere
vivir más. . . Y yo soy uno de esos. . . Si la muerte viene pronto, tanto mejor! Ella es una mujer y yo
siempre recibí a las mujeres con los brazos abiertos. .
Había transcurrido un año desde su caída del Ministerio.
Y como Jiménez lo habla previsto nada había pasado. La opi- r.ión sana del país, representada por
las entidades económicas y los clubes sociales tantas veces nombrados, habían rechazado las
calumnias del agitador comunista y todos los hombres de bien habían cerrado filas alrededor de la
preclara víctima, a la que se le tributaron varios homenajes de desagravio. Y Jiménez había tenido
que recurrir a toda suerte argucias jurídicas para librarse de la cárcel. Y nadie se acordaba ya de
nada.
La situación del país era dramática. Un invierno interminable había echado a perder las
cosechas y destruido fas vías de comunicación. Los precios de los productos agrícolas se habían
decuplicado. Una ola de especulación anegaba el territorio nacional y el espectro del hambre se
paseaba por las ciudades y los campos. Frente a las clínicas y los hospitales se veían largas filas de
vendedores de sangre. Padres desesperados mataban a sus hijos y se suicidaban. Las clases
populares, abrumadas por los impuestos, veían disminuir día a día sus ingresos mientras que la clase
dirigente aumentaba inmoderadamente los suyos. La delincuencia había llegado a extremos
inimaginables. Cincuenta huelgas estallaban diariamente. Multitudes famélicas y airadas
compuestas por empleados y obreros cesantes apedreaban los almacenes, las casas y los
automóviles de los ricos. Y ese hondo malestar que precede a las revoluciones flotaba en el

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El Delfín Álvaro Salom Becerra

ambiente. F.I gobierno mientras tanto acometía obras suntuarias y compraba cruceros, aviones y
submarinos.
Los dirigentes políticos, los creadores de riqueza y los hombres de trabajo asustados ante el
peligro revolucionario pensaron, como siempre, que la única solución consistía en unirse
estrechamente. Organizar una gran coalición entre los partidos tradicionales. Bautizar el nuevo
movimiento con un nombre sonoro que bien podía ser: “Frente Cívico-Progresista de Recuperación
Nacional” inventar una conspiración y meter a la cárcel a unos cuantos comunistas reales o
supuestos. Intimidar al pueblo con la bancarrota del orden jurídico y la quiebra de las instituciones
republicanas y democráticas y amedrentarlo con una inminente invasión del suelo patrio por
ejércitos rusos, chinos y cubanos. Lanzar la candidatura presidencial de un individuo que por sus
antecedentes y condiciones ofreciera una máximas garantía de fidelidad al sistema y no despertara
resistencia en el pueblo. Filosóficamente ecléctico, moralmente dúctil y políticamente elástico, sin
un gran bagaje intelectual ni un carácter demasiado recio, que se dejara aconsejar y aceptara insi-
nuaciones y sugerencias.
Los miembros de las Juntas Directivas de la ACDO y la FEDETYL, los Directorios de los
partidos tradicionales y delegados de los clubes sociales se reunieron en el Loocky Club con el fin
de escoger el nombre del candidato.
—Hay una persona que reúne todos los requisitos y de cuya lealtad no podemos dudar porque
tiene mucho qué defender s Julián Arzayús! —dijo uno de los representantes de la FEDETYL—
—Arzayús es terriblemente ignorante! Además tiene un rabo de paja de varios kilómetros! —
replicó el Presidente del Directorio de uno de ios partidos— ¿No recuerdan los cargos que le hizo
Juan José Jiménez en la Cámara?
-——El Único que se acuerda de eso es usted! —manifestó el Vicepresidente de la ACDO—
El país es amnésico. La gente a duras penas recuerda que hubo un individuo llamado Simón
Bolívar. Por otra parte no podemos llevar a la Presidencia a un genio dogmático que gobierne sin
nosotros o contra nosotros. Ni a un Catón o un Robespierre que se interponga con la bandera de la
moral en el camino de nuestros negocios... Necesitamos un tipo como Arzayús a quien podamos
asesorar, dirigir, manejar.
—Estoy plenamente de acuerdo! -dijo uno de los delegados del Loocky Club— Le tengo
terror a los sabios y a los santos en el gobierno. El candidato ideal es Arzayús! Tiene un apellido
histórico, familiar a los electores, es hijo de un gran hombre y bisnieto de un mártir de la
independencia, ha ocupado las más altas posiciones oficiales y entonces se supone que posee expe-
riencia administrativa... Y finalmente como tú lo has anotado — mi querido Roberto-- podremos
hacer con él lo que queramos.
—Aunque cualquier otro argumento en favor de la candidatura Arzayús sobra, me permito
preguntar: ¿Quién puede de- ' tender mejor nuestros intereses y ios del sistema que el dueño de
“Baviera”, y la ‘interamericana de Tabaco” “El Eucalipto” y el “Horizonte”? ¿Y qué otro ciudadano
puede invertir diez o
veinte millones de pesos para financiar una campaña electoral? —dijo el Presidente de la
FEDETYL y agregó sonriendo: Además estamos en mora de elegirlo ya que su candidatura fue
proclamada el mismo día en que nació y su padre lo educó para Presidente...
La Junta de notables, en nombre del pueblo soberano ratificó la voluntad de este libre y
espontáneamente expresada cincuenta y cinco años antes. El sueño de Clímaco Arzayús iba a
cumplirse al fin.
Pero la Muerte que a pesar de su importancia no había sido invitada a la reunión y por tanto
no había tenido la oportunidad de exponer su concepto, pensaba en otra forma Hacía varios días que
agazapada en la alcoba del Delfín acechaba a su presa.
La ya vieja cirrosis estimulada por las ingentes cantidades de alcohol que había seguido
consumiendo el paciente contra las órdenes perentorias de los médicos, había hecho crisis. Los
dolores abdominables insoportablemente agudos y ios vómitos de sangre casi permanentes

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anunciaban un pronto desenlace. Se mantenía continuamente aletargado pero de pronto despertaba y
pronunciaba palabras aparentemente inconexas:
—El poder! BahL. Rico, muy rico... ¿Y qué? Nancy. Juliette... Marilú... Mis amigos... Qué
risa!
El doctor jacinto Ladino, su médico de cabecera, había logrado convertirse a fuerza de
sacrificios, abriéndose paso a empujones y codazos en un profesional eminente. Hombre de origen
humildísimo, con el ancestro indígena marcado en el rostro, nacido en una pequeña aldea de
Cundinamarca, hijo de campesinos paupérrimos, su paso por el colegio y la Universidad había sido
un viacrucis de humillaciones y amarguras. Los señoritos bogotanos, quienes lo llamaban
despectivamente el “indio Ladino”, lo habían hecho blanco de los más crueles escarnios. Se habían
burlado de su nombre, de su cara, de su origen, se su miseria. “El Indio” no los había perdonado
nunca. Y odiaba a todos los miembros de la casta dominante con el sordo rencor de su raza vencida.
Durante dos semanas permaneció al pie del lecho de Arzayús. Le prodigó todos los cuidados
y le suministré todos los medicamentos que aconsejaba la ciencia.
Sin embargo, asistía a la agonía del Delfín con una morbosa delectación. El hombre cuya vida
se extinguía ante sus ojos era el más auténtico representante de la clase aborrecida, el exponente
más caracterizado de un sistema inicuo construido sobre la injusticia y la desigualdad. En él veía a
uno de los verdugos que lo habían torturado a lo largo de su vida de estudiante. Y se solazaba con la
idea de que aquel no era el crepúsculo de un hombre sino el ocaso definitivo de una sociedad.
Tres días antes de morir Julián Arzayús despertó sobresaltado y con voz muy débil, casi
imperceptible, le dijo al médico Ladino que estaba a su lado observándolo:
—Acabo de tener una pesadilla atroz... ¡Soñé que estaba acicalándome frente al tocador de un
camerino... Iba a representar el papel de Delfín de Francia... Ya me había puesto la peluca
empolvada, la camisa de encaje, el jubón.
De pronto oí unos golpes en la puerta... Dije: “Adelante!”...
Y se me apareció un esqueleto cubierto con un manto negro y apoyado en una guadaña de plata. . .
Y me dijo: “Arzayús! A escena! Dése prisa! Va a comenzar su último acto!” Entonces desperté.
—No me parece una pesadilla sino un sueño lógico en un actor que se dispone a abandonar las
tablas... —le contestó Ladino con una burda ironía que hizo estremecer a Julián— El enfermo entró
en coma. Los vómitos de sangre habían cesado porque el moribundo estaba ya completamente
exangüe. Unos sordos quejidos y una respiración fatigosa fueron durante largas horas los únicos
signos de vida. Al fin, el jueves siete de junio a las cuatro de la tarde expiró.
Cuando el médico Ladino aplicaba el fonendoscopio sobre el corazón de Julián para
comprobar que había dejado de latir, se oyeron unos gritos en la calle:
Viva el futuro Presidente de la República! Viva el doctor Julián Arzayús! Viva el Frente
Cívico-Progresista de Recuperación Nacional! Vivan los partidos tradicionales! Vivan las ins-
tituciones republicanas y democráticas!
Habían llegado los Grandes Electores de siempre, los árbitros de los destinos nacionales, los
fabricantes de Presidentes, Ministros y Gobernadores. Habían reclutado linos cuantos empleados y
obreros oficiales y otros tantos politicastros de barrio para demostrar que la candidatura Arzayús
tenía una auténtica extracción popular. Estos se quedaron gritando en la calle y los miembros del
sanedrín subieron a las habitaciones de Julián. Jacinto Ladino salió a su encuentro y les dijo:
—Señores: Si ustedes vienen en busca del candidato a la Presidencia lamento informarles que
la muerte les jugó una mala pasada porque hace cinco minutos que se lo llevó! El Delfín ya no será
Rey!
Y agregó con una sonrisa sarcástica:
‘La commedia é finita”

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