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CUERPO NEGRO

No somos conscientes de ello pero nuestra visión del mundo es un engaño, una
ilusión creada por cada objeto y su peculiar forma de comportarse ante la luz.
Un vestido rojo podríamos decir que es de todos los colores, menos rojo. Cuando
incide sobre él la luz blanca, que es el conjunto de todos los colores del arco iris, el
vestido rechaza el rojo y se queda con todos los demás. Si iluminamos el vestido
con luz verde solamente, no reflejará ningún color, para nosotros será negro.
Nuestro limitado sentido de la vista tiene la culpa del engaño, al menos en parte.
Miramos a través de una ventana porque el vidrio es transparente a los colores que
podemos ver, sin embargo es opaco ante las radiaciones que no vemos, las que
están por debajo del rojo (infrarrojas) o más allá del azul (ultravioletas). Si nuestro
sentido de la vista pudiera ver el infrarrojo tendríamos que cambiar el vidrio de las
ventanas.
Otros cuerpos no reflejan la luz, la generan; son fuentes de luz, una bombilla o una
estrella son buenos ejemplos. Estos objetos brillan más o menos y nos parece que
podemos reducir la intensidad de la luz a voluntad, haciéndola más y más tenue
hasta el infinito. Otra mentira.
Fue el científico alemán Max Planck el que descubrió ese otro engaño de la
Naturaleza y, al hacerlo, revolucionó nuestra visión del mundo. La energía, se
pensaba antes de él, es continua y la podemos dividir en trocitos tan pequeños como
queramos. Planck descubrió que no.
El juego de absorción y emisión de energía que modela nuestro mundo atraía de
forma muy especial a los científicos de finales del siglo XIX. Para ellos estaba claro
que la luz visible, la radiación infrarroja o la ultravioleta son sólo distintos aspectos
de un tipo de emisión que recibe el nombre genérico de "radiación
electromagnética". Sabían también que si un cuerpo absorbe radiación se calienta
y, por otro lado, un cuerpo caliente emite radiación.
Lo que los científicos de aquellos tiempos no sabían es cómo emite la radiación
cada material. Para averiguarlo se les ocurrió un juego: idearon un cuerpo teórico
capaz de absorber todas las radiaciones, un cuerpo negro.

Un cuerpo negro se asemeja a un horno hermético, perfectamente aislado, en cuyo


interior las paredes absorben todas las radiaciones sin dejar escapar nada. Dicho
así tenemos un problema: no podemos ver lo que pasa dentro. Para averiguarlo, no
hay más remedio, tenemos que abrir un pequeño agujero.

Si abrimos un agujero para mirar, las radiaciones exteriores podrán entrar por él,
añadirán energía a su interior y el cuerpo se calentará. Lo mismo sucede al
ponernos ropa negra al Sol, la ropa absorbe la energía y empezamos a sudar. Así
pues, como hemos dicho que un cuerpo negro es un absorbente perfecto, irá
aumentando la energía acumulada y cada vez se pondrá más caliente.
No puede existir un cuerpo capaz de acumular energía hasta el infinito porque
acabaría robando toda la que existe y el Universo moriría helado. Imposible. Si
abrimos un agujero, abrimos también una puerta de escape para la radiación. El
cuerpo negro es, a la vez, un absorbente perfecto y un perfecto emisor.
En 1859, Kirchhoff, que después sería profesor de Max Planck, realizó una serie de
experimentos calentando un horno y midiendo la emisión que salía por un agujero.
Era lo más aproximado a la emisión de un cuerpo negro pero los resultados fueron
difíciles de interpretar.
Fue en 1900 cuando Max Planck dio con la clave del problema y lo hizo con una
visión revolucionaria: La radiación no se emite de forma continua, va en paquetes
pequeñísimos pero indivisibles que llamó "quanta". Con esa premisa dedujo la
fórmula que cuadra de manera precisa con los experimentos del cuerpo negro y
cambió para siempre la visión del mundo de lo diminuto.

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