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18 Kant ............................................................................................................................................................ 2
18 Kant
18.1 Introducción.
Para Kant, la utilización de esos conceptos es necesaria porque son imprescindibles para
que pueda formarse nuestra experiencia, y con esta nuestro conocimiento de ella; pero
usar esos mismos conceptos metafísicos para intentar conocer con ellos como es la
realidad, más allá de nuestras experiencias, es hacer un uso ilegítimo de ellos, aunque
hacerlo es una tendencia natural de la razón humana que ha dado lugar a la denominada
metafísica dogmática, que es la clase de metafísica que Kant rechazará. Y así, la
experiencia se constituye en un doble límite; es un límite para nuestro conocimiento
teórico y es un límite para el uso legítimo de las nociones metafísicas.
Es la razón humana la que organiza ese conocimiento del mundo en una estructura
jerarquizada y organizada que es a lo que llamamos ciencia.
Pero además de ese uso de la razón -uso teórico- hay otro uso de la razón mediante la
cual el ser humano constituye la moral. En este otro uso ya no se trata de organizar el
conocimiento de los hechos -lo que es u ocurre en el mundo— sino de establecer lo
que debería de ser u ocurrir en el mundo; este es el uso práctico o moral de la razón.
Y así, en tanto que seres racionales que necesitamos conocer como es el mundo
debemos limitar el uso de la metafísica al conocimiento del propio mundo, pero en
tanto seres racionales que tenemos ética debemos tener fe, para poder llevar esta ética
a cabo, en una serie de proposiciones metafísicas que nunca podremos conocer.
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Kant piensa que, además de los dos tipos de juicios que Hume dice forman nuestro
conocimiento –relaciones de ideas y cuestiones de hecho- hay otra clase que no se
incluyen en esa clasificación.
Para explicar esa nueva clase de juicios hace dos clasificaciones previas; una respecto a
la clase de verdad que expresan: analíticos y sintéticos; y otra respecto al modo en que
conocemos su verdad: a priori y a posteriori.
Juicios analíticos. Son los juicios en los cuales el significado de lo que se dice en el
predicado está contenido en el significado de lo que se dice en el sujeto.
Por ejemplo, “El triciclo tiene tres ruedas, Los días lluviosos son días húmedos, Los
solteros no están casados, El todo es mayor que sus partes etc.”.
Por ejemplo, si digo que “los solteros están casados” me contradigo, ya que, por un
lado afirmo que “están casados”, pero por otro, como ser soltero significa “no estar
casado”, afirmo lo contrario, y así tendría que “los que no están casados están
casado” y eso es contradecirse: afirmar una cosa y su contraria.
Juicios sintéticos. Son los juicios en los que el significado del predicado no está
contenido en el del sujeto.
Por ejemplo: “la sal de cocina es soluble en agua”. En la noción de sal no se incluye
que ésta sea soluble en agua, eso es algo que se descubre en la experiencia.
Si afirmo que “la sal de cocina no es soluble en agua” no afirmo algo que sea
autocontradictorio. Es cierto que el juicio es falso, pero eso no lo podría saber
analizando el significado de las palabras “sal de cocina”, “soluble” y “agua”, sino a
través de la experiencia.
Juicios a priori; son aquellos cuya verdad o falsedad pueda ser conocida
independientemente de toda experiencia.
Por ejemplo: “Ningún soltero está casado”. Todos los juicios analíticos son juicios
a priori, ya que si en el concepto del sujeto se incluye lo que dice el predicado,
entonces podemos saber su valor de verdad sin tener que comprobarlo en la
experiencia. Pero no cree que todos los juicios a priori sean analíticos.
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Juicios a posteriori. Son aquellos cuya verdad o falsedad sólo puede determinarse a partir
de la experiencia.
Por ejemplo: “El calor derrite la cera”. Todos los juicios a posteriori son juicios
sintéticos. Aunque Kant pensará que existen juicios sintéticos que no son a
posteriori.
Juicios analíticos a priori, que serían aquellos en los que el significado del sujeto incluye
el significado del predicado y que, por tanto, su valor de verdad se puede conocer sin
tener que determinarlo a través de la experiencia.
La razón está en que tendrían que ser juicios en los que el significado del predicado
estuviera contenido en el significado del sujeto, pero que no supiéramos su valor de
verdad sin acudir a la experiencia.
Juicios sintéticos a posteriori, son aquellos en los que el significado del sujeto no
incluye el significado del predicado y que establecemos su valor de verdad yendo a la
experiencia.
Juicios sintéticos a priori; son aquellos en los que el significado del sujeto no se incluye
en el del predicado, pero podemos establecer su valor de verdad sin tener que ir a la
experiencia.
Kant dice que tales juicios no sólo existen, sino que forman los principios de la ciencia
física y la totalidad de juicios de la matemática; más aún, dirá que la existencia de tales
juicios son las que permite que tales ciencias existan.
Y así, por ejemplo, aunque se podría pensar de entrada, como hubiera hecho Hume,
que la proposición “7 + 5 = 12” es una proposición analítica porque en el concepto
de “suma de 7 y 5” se encuentra incluido el de “12”, sin embargo, Kant señala que
el concepto de “suma de 7 y 5” sólo contiene la idea de la unión de ambos números
en uno solo, pero el concepto de “12”, no está aún pensado al pensar la unión de 7
y 5. Que 5 tenía que ser añadido a 7 sí está incluido, pero no que tal suma fuera igual
a 12. Y por consiguiente, la proposición aritmética es sintética, cosa que se ve con
mayor claridad cuando se escogen números mayores.
Del mismo modo con la geometría: “la línea recta es la más corta entre dos puntos”
sería una proposición sintética según Kant.
Un ejemplo de juicio sintético a priori en física sería “todo cambio tiene una causa”;
aquí en la idea de cambio no está que tenga que tener una causa, su negación no es
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Un ejemplo moral podría ser “asesinar es malo”, ya que, piensa Kant, sabemos que
asesinar es malo, pero no por los efectos que en la experiencia pudiera tener, porque
aun siendo benéficos, asesinar sigue estando mal; lo sabemos pues, a priori, aunque
en el concepto de “asesinar” –quitar la vida a alguien de forma arbitraria— no estaría
incluido que sea bueno o malo.
La única metafísica legítima, según Kant, es la que él denomina metafísica crítica, que
es la que trata de mostrar que la metafísica tradicional o dogmática ni es ciencia, ni es
conocimiento.
Una vez que Kant establece dónde hay, y donde no, juicios sintéticos a priori va a
analizar cómo es posible que tales juicios existan donde existen.
Pues bien, Kant tendrá la originalidad de mantener que aunque todas las intuiciones
empíricas muestran fenómenos espaciotemporalizados, el espacio y el tiempo se
producen espontáneamente en la conciencia de la persona a la hora de percibir, pero no
existen fuera de ellas. A este hecho, Kant lo denomina, la idealidad trascendental del
espacio y del tiempo. Con “idealidad” Kant quiere indicar que ambas estructuras, a
las que denomina intuiciones puras, las pone el sujeto y no vienen del objeto. Y por
“transcendental” indica que esas intuiciones puras, son condiciones necesarias de
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De ellos se ocupará fundamentalmente en su Crítica de la Razón Práctica.
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Que sea el sujeto el que pone el espacio y el tiempo en las percepciones no significa que
las cosas que percibos no existan; sí existen, pero en sí mismas no son ni espaciales ni
temporales.
Para referirse a ellas según se nos representan en nuestra conciencia, y por tanto
espaciotemporalizadas, utiliza la palabra fenómeno; pero para referirse a ellas como
realmente son en sí mismas utiliza las expresiones “cosa en sí” y “noúmeno”.
Ahora bien, ¿qué razón hay para mantener la idealidad transcendental del espacio y del
tiempo? La respuesta de Kant consiste en afirmar que es la única manera de poder
explicar que existan juicios sintéticos a priori en la matemática.
Que los juicios de la geometría sean sintéticos a priori conlleva que sus enunciados
sean válidos para todos los objetos extensos que puedo percibir en la experiencia.
La única manera de explicar que esto sea así es considerar que es la propia persona
la que, al percibir, añade la espacialidad a lo que percibe y al hacerlo ocurre que
aquellas leyes de la geometría -que son las que el geómetra descubre en su propia
conciencia cuando analiza las figuras geométricas que imagina- tienen que ser
necesariamente válidas cuando esa misma geometría se utiliza para espacializar los
fenómenos percibidos.
Comprender es entender qué tipo de objeto estamos percibiendo. Es decir, significa que
reconocemos eso que percibimos como perteneciente a una determinada clase de
objetos. Para que esto ocurra habrá que encajar eso que percibimos en un concepto.
Los más importantes son las categorías, las cuáles son conceptos puros, ya que no
contienen nada que proceda de la experiencia y corresponden a varios conceptos claves
de la metafísica tradicional.
Son producidas por el propio entendimiento de forma a priori, para poder entender lo
que se recibe de la sensibilidad. Sin su intervención no entenderíamos nada de lo que
viene de los sentidos, y es por su intervención que lo que llamamos experiencia, se da.
“No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la
experiencia. Pues ¿cómo podría ser despertada a actuar la facultad de conocer sino
mediante objetos que afectan a nuestros sentidos y que ora producen por sí mismos
representaciones, ora ponen en movimiento la capacidad del entendimiento para
comparar estas representaciones, para enlazarlas o separarlas y para elaborar de este
modo la materia bruta de las impresiones sensibles con vistas a un conocimiento de
los objetos denominado experiencia? Por consiguiente, en el orden temporal, ningún
conocimiento precede a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella. Pero,
aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede
todo él de la experiencia. En efecto, podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento
empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de
lo que nuestra propia facultad de conocer produce (simplemente motivada por las
impresiones) a partir de sí misma.”
Por esa labor suya, de ser imprescindibles para poder “construir” lo que denominamos
experiencia es que se denominan transcendentales.
Kant está de acuerdo con Hume en que esos conceptos –las categorías— no se
producen a partir del material que procede de la sensibilidad. Pero mientras para Hume
eso las hace ilegítimas, para Kant sólo por su intervención se hace comprensible el
material que procede de la sensibilidad; sin ellas son sólo impresiones que por sí mismas
carecen de significado. Las categorías son condiciones transcendentales para que
podamos comprender las sensaciones; es decir, tener experiencias.
Por ejemplo, los colores que la sensibilidad aporta no significan nada por sí mismos,
no son objetos, para que la percepción sea significativa, para que percibamos algo
inteligible, es necesario que entendamos que esos colores se agrupan en una
sustancia. La sustancia no se ve, pero con ella conseguimos entender lo que vemos,
ya que es ella hace que no veamos simplemente “colores” sino cosas coloreadas.
Así ocurre, por ejemplo, con el Principio de Causalidad, que viene a decir: “todo
cambio tiene una causa”. Ese juicio es sintético a priori y procede, directamente, de
la categoría de causalidad.
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Kant divide la metafísica tradicional en tres partes: la psicología, que estudiaría al alma
o yo, la cosmología, que estudiaría la realidad en su totalidad, y la teología natural, que
estudiaría la existencia y naturaleza de Dios.
Pues bien, Kant señala que no existen juicios sintéticos a priori en metafísica; y por tanto
que la metafísica no existe como ciencia.
La razón de esto estriba en que para que la metafísica fuera ciencia tendría que ser
legítimo aplicar las categorías del entendimiento a los objetos de la metafísica: yo,
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mundo y Dios, pero esos tres objetos no son objetos de los que podamos tener una
experiencia, luego aplicar las categorías, cuya única legitimidad está en formar nuestra
experiencia, a algo de lo que no tenemos experiencia, es completamente ilegítimo.
Kant establece que la razón humana funciona bajo el llamado axioma lógico de la
razón, que es su principio de funcionamiento, y que la lleva a intentar reducir al mínimo
posible el número de principios últimos que subsumen el conocimiento humano. El
resultado de esta labor es el cuerpo de conocimientos que denominamos ciencia.
La cuestión central está en si la razón puede terminar su labor y establecer los últimos
principios del conocimiento humano.
Kant considerará que, como sólo existían tres tipos distintos de silogismos3, y la razón,
en su función organizativa utilizaba necesariamente uno u otro de esos silogismos,
tendría que haber tres tipos distintos de principios finales para el conocimiento humano
que serían principios del conocimiento.
Pues bien, esos tres principios finales del conocimiento humano corresponderían con
tres objetos, los objetos tradicionales de la metafísica, a los que Kant denomina ideas,
y que serían el mundo, el yo y Dios.
El mundo vendría a ser el ser que integra la totalidad de todos los fenómenos físicos.
El yo, o alma, sería el ser que integra el conjunto de los fenómenos mentales, y Dios
sería el que media entre ambos y los integra.
Y así, Kant diferenciará dos usos distintos de la razón teórica, uno legítimo y otro
ilegítimo.
2 TEXTO PAEG: INMANUEL KANT, Crítica de la Razón Pura, Introducción, B 1, trad. de Pedro Ribas,
Madrid, Alfaguara, 1978, pp. 41-42).
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Hipotético, disyuntivo y categórico.
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Desde la metafísica dogmática se intentará demostrar que Dios existe, que el alma
es inmortal, o que el hombre, a pesar de ser un ser natural y por tanto supuestamente
determinado por las leyes naturales, es libre. Pero todas estas aparentes
demostraciones no son más que dialéctica, en el sentido sofista del término, que más
bien consiguen persuadir —cuando lo consiguen— que demostrar.
La capacidad ética en el ser humano es una capacidad que éste tiene debida a su
racionalidad. Sin embargo, además de la capacidad moral, el hombre tiene la inclinación
natural a ser feliz. Eso hace que cuando lo que dice el deber moral y el interés personal
choquen se produzca en el hombre una dialéctica natural, que le lleva a confundir su
deber moral y por eso se hace necesario un análisis filosófico de la moral.
Hasta el momento, dice Kant, todas las éticas propuestas con anterioridad a la suya
adolecen de un mismo defecto, mezclan la moralidad con el interés propio, haciendo
que se proponga a la voluntad una materia del querer –es decir un objeto para ser
querido— que le sea agradable, para que así, movido por el interés de conseguir esa
materia, realice los imperativos morales.
Y así, una ética será material cuando el motor que determina a la voluntad a seguir las
máximas de acción que ésta propone sea conseguir la propia felicidad, que Kant hace
consistir en conseguir el máximo de placer y mínimo dolor
Kant caracterizará las éticas materiales con cuatro rasgos. El primero es el de empíricas,
y por tanto a posteriori, ya que conocemos por experiencia qué es lo que nos agrada, y
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Además son éticas hedonistas, y lo son porque identifican la moral con el placer.
También son hipotéticas, ya que se expresan en imperativos hipotéticos, que tienen la
forma “si quieres A haz B”.
Y así, lo que las éticas materiales mandan (B), lo hacen bajo la condición de que se
quiera el resultado (A), y no porque realizar el acto (B) tenga que hacerse por sí
mismo. Un imperativo moral que diga “Si no quieres ir a la cárcel no mates”, estaría
mandando no matar sólo bajo la condición de que no se quiera ir a la cárcel.
Así, los principios de las éticas materiales no dependen de mi razón, sino de aquella
entidad que me proporciona la ley moral; ya sea Dios, mi naturaleza inclinada al
placer…, en cualquier caso una instancia distinta de mi razón.
La ética kantiana mantiene que no basta, para que un acto sea moral, que sea conforme
a lo que manda la ley moral, además debe ser realizado por un motor moral.
Decir la verdad debido al interés, por ejemplo para ir al cielo, impide que ese acto
sea moral, ya que se realiza por el interés. Tampoco es inmoral, ya que no trasgrede
ninguna norma moral, se situaría dentro de la amoralidad.
Para que el acto sea moral debe hacerse, únicamente, porque es nuestro deber. Sin
embargo, el deber por sí mismo no sería capaz de hacer que las personas realizaran la
acción moral si no ocurriera que, cuando nos representamos cuál es nuestro deber, es
decir, cuál es la ley moral, no surgiera en nosotros un sentimiento de respeto a esa misma
ley moral; y así, ese sentimiento de respeto a la ley moral, que se produce
automáticamente en nosotros cuando nos la representamos, es el que se constituye en
el único motor moral que permite que podamos realizar el acto prescindiendo de
nuestro interés.
Si realizamos el acto moral por un motor distinto al respeto a la ley moral, como
pudiera ser el amor al prójimo, no estaríamos siendo morales. Es verdad que el amor
al prójimo es un sentimiento agradable y hermoso, pero sentir amor al prójimo no
depende de nosotros. Nacer con una constitución sentimental propicia al amor, o lo
contrario, no es importante para realizar la moral. Tanto el que ama, como el que
no, pueden representarse la ley moral, y darse cuenta que es su deber realizarla, no
por amor, sino por ella misma; y así, por respeto, y no por amor, es que entramos en
la esfera de la moralidad.
Una vez conocido el motor de la acción moral toca encontrar de qué manera
identificamos cuál sea la ley moral.
Pues bien, Kant pensará que si existen leyes morales, como es el caso, estas tendrán que
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ser, por lo que significa la palabra “ley”, enunciados universales —válidos para
todos— y necesarios —en cualquier circunstancia posible.
Que un enunciado sea ley, moral o científica, significa que tiene una aplicación para
todos los hechos a los que se refiere (universal), y en cualquier circunstancia en la
que se aplique (necesaria). Así, la Ley de la Gravedad vale para todos los graves,
por eso es universal, y en todas las circunstancias en la que los graves pudieran
encontrarse, por ejemplo, en China, en verano, por la noche… Si hay leyes morales
éstas tendrán que valer para todos los seres humanos, y en toda circunstancia, o
situación, en la que la vida pudiera ponernos; en otro caso no existirían las leyes
morales, sólo máximas subjetivas de comportamiento.
Atendiendo a eso Kant distingue entre la materia y la forma de una ley. La forma de
una ley consiste en que el enunciado sea universal y necesario, ya que es una ley, mientras
que la materia consiste en qué cosa sea en concreto lo que se manda de forma universal
y necesaria.
Pues bien, la ética kantiana se distingue de las demás éticas en que considera que
únicamente atendiendo a la forma de la ley se puede conocer la materia de la ley. Basta
con que una persona sea capaz de poder querer, sin contradecirse a sí mismo, que una
máxima cualquiera de comportamiento sea una ley moral, para que, automáticamente,
sepamos que esa máxima de comportamiento es una ley moral. No hace falta tener que
observar los resultados de esa máxima en la experiencia, basta con su forma para
identificarla como moral o inmoral; y es por eso por lo que la ética kantiana es denomina
ética formal.
Kant expresa esto en un principio, que llama Imperativo Categórico del que da varias
versiones. La más conocida es: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al
mismo tiempo que se torne ley universal”. Como para ser ley esa máxima tiene que ser
universal y necesaria, se tratará, por tanto, de ver si soy capaz de querer que una
máxima cualquiera de acción se convierta en ley universal; es decir, si puedo
universalizarla sin contradicción.
Kant piensa que si intentamos universalizar una máxima no moral se produce una
contradicción de la voluntad.
Por ejemplo, supongamos que alguien que es millonario no desea ayudar a los
necesitados, pero quiere saber si esa máxima de acción es moral. Entonces la
universaliza, lo que nos daría algo así como: “Ningún ser humano ayudará a otro ser
humano”, y se trata de si puede querer que esa norma fuera una ley universal. Si es
una ley debería valer para todos los seres humanos, y en efecto, el millonario piensa
que así le gustaría que fueran las cosas, que nadie ayudara a nadie y que cada uno
se ocupase de sí mismo. Pero además debería de ser necesaria, y valer para todas las
circunstancias posibles, incluso aquellas en las que él no fuera un millonario, sino
que fuera una persona necesitada de ayuda. Pero en esas circunstancias el millonario
no querrá que esa máxima fuera una ley moral, ya que sería inmoral ayudarle, luego
no puede querer en toda circunstancia que esa máxima sea una ley.
“Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí
mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe
en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás
seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. Todos los
objetos de las inclinaciones tienen sólo un valor condicionado, pues si no hubiera
inclinaciones y necesidades fundadas sobre las inclinaciones, su objeto carecería de
valor. Pero las inclinaciones mismas, como fuentes de las necesidades, están tan
lejos de tener un valor absoluto para desearlas, que más bien debe ser el deseo
general de todo ser racional el librarse enteramente de ellas. Así pues, el valor de
todos los objetos que podemos obtener por medio de nuestras acciones es siempre
condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la
naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente relativo,
como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio los seres racionales llámanse
personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es,
como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en
ese sentido todo capricho (y es un objeto de respeto)”.4
Como quien determina qué sea, o no, ley moral es la propia razón del individuo, ocurre
que cada uno de nosotros es el legislador de nuestras propias leyes morales; y por tanto,
en vez de la heteronomía la ética formal presenta autonomía moral. Y como la razón
de los individuos no opera por preferencias e inclinaciones ocurre que, aunque cada uno
legisla su propia ley moral, esta es la misma para todos.
Del mismo modo que todos los seres racionales que hacen matemáticas llegan a las
mismas leyes, cualquier ser racional que pueda darse a sí mismo las leyes morales
llegará a las mismas leyes.
Por último las leyes morales no se expresarán en imperativos hipotéticos, que son los
que tienen la estructura: “si quieres (conseguir) B, haz A”, sino categóricos del tipo “haz
A (incondicionalmente)”.
La razón práctica, es decir, la razón aplicada a la ética, tiene una serie de fines u objetivos,
entendidos como las consecuencias de su acción moral.
No hay que entender estos fines como los que nos motivan para ser morales, lo moral
debe cumplirse sin condiciones,
Esos fines son dos que la justicia prevalezca, y que el hombre que inicia la senda moral
la complete. Sin embargo no parece que eso ocurra en el mundo.
Más bien, cuando miramos alrededor nuestro quien parece triunfar es la injusticia y
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TEXTO PAEG: INMANUEL KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
Trad. De M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe, 1983, pp. 82 y 83.
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el mal. Vemos como el bueno, por serlo, es infeliz; vemos el triunfo del malvado,
vemos que la naturaleza no distribuye las disposiciones de temperamento de modo
justo, ocurriendo que el malvado puede ser bello, inteligente y diestro, mientras el
bueno torpe y feo. Vemos que tras toda una vida de sufrimiento el bueno muere
como vivió, en la tristeza y dolor, mientras el malvado, aprovechado de su maldad,
vive una vida feliz y al final muere tranquilo en la paz de su hogar… Además
podemos observar que el mejoramiento moral no concluye, que tras intentar ser
bueno el hombre muere y no lo es.
Pues bien. Kant va a considerar que es necesario, para que la razón práctica pueda
conseguir esos fines, que tome como ciertas tres cosas.
La primera que somos libres, porque, de no serlo, no podríamos ser morales. La segunda
que tenemos un alma inmortal porque, si no fuera así, no podríamos completar el
camino moral, no podríamos seguir perfeccionándonos moralmente. Y la tercera que
ese alma será premiada o castigada por Dios dependiendo de su bondad o maldad,
porque si no la justicia no prevalecería.
Kant no está señalando, para los dos últimos postulados, que uno no pudiera
físicamente ser moral sin suponer la existencia de Dios y la inmortalidad del alma; lo
que quiere indicar es que los objetivos, fines o consecuencias de la moralidad no se
realizarían.
Los postulados no pueden ser conocidos por el ser humano, no podemos saber que son
ciertos, pero pueden ser creídos; y de hecho, es necesario que los creamos si queremos
dar sentido al hecho de ser morales. Pero entendiendo que aceptar la verdad de los
postulados no significa ampliar nuestro conocimiento; una cosa es conocer y otra tener
fe.
Lo que la razón teórica decía sobre las ideas es que no podía haber conocimiento de
ellas, pero ni para decir que existen ni para decir que no existen, simplemente estaban
más allá de sus posibilidades. Ni la existencia de Dios, ni la del alma, ni la de la libertad
son objetos de conocimiento posible para la razón teórica. Pero eso no impide que
puedan constituirse en objetos de fe para la razón práctica, sin que eso indique que la
razón práctica amplia el conocimiento de la teórica: los postulados no se conocen, se
creen por una necesidad de la razón práctica para que ésta pueda realizar sus fines.
Como los postulados son necesarios para ser moral, y todos los seres racionales, por el
hecho de serlo, son morales, entonces se sigue que la fe en los postulados es una fe
racional; es decir, una fe que todo ser racional debe tener.