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Paul Virilio
Hubo una época en que era común pensar la violencia como un conjunto de
hostilidades entre fuerzas simétricas y comparables. Hubo una época en que la
filosofía occidental y disciplinas como la sociología, la antropología y la
psicología creían poder agotar la explicación de la violencia a partir de factores
naturales, biológicos, sociales o políticos. Hubo una época en que la bibliografía
especializada sobre el tema se dividía entre los que imaginaban una forma
específica de violencia que aboliese definitivamente todas las otras y los que
combatían el recurso a la violencia como una tentación a la cual jamás se
debería ceder. Hubo una época en que se intentó remitir la violencia a un
conjunto unificado de causas. Hubo una época en que las dos posiciones
extremas sobre la violencia eran representadas por pensadores que la
rechazaban en nombre de la tolerancia universal y de la ética (Hannah Arendt)
y por aquellos que la justificaban como un derecho inalienable de los oprimidos
(Frantz Fanon). Hubo una época en que las cosas estaban mucho más claras en
ese frente.
Para Fanon, mientras haya capitalismo, la violencia no solo será ubicua sino que
también, por definición, estará anclada en formas coloniales o neocoloniales de
explotación. Aunque nunca teorizada explícitamente como tal, la resolución de
la dialéctica fanoniana de la violencia exigía una revolución permanente,
parecida a aquella pensada por Trotski. En la obra de Fanon, la destrucción
violenta de las estructuras coloniales y neocoloniales no es, desde el punto de
vista del oprimido, una elección. Para el nativo, destruir violentamente el
colonialismo no sería un hecho contingente o lateral, sino el proceso mismo a
través del que accedería a la subjetividad. Sin esa violencia, no hay sujeto de la
descolonización. Para Fanon, “el colono ya le mostró [al nativo] cuál debe ser su
camino si desea liberarse”.[17] La versión fanoniana de la dialéctica del amo y
el esclavo promete el fin de toda esclavitud. Al plantear que la violencia es una
realidad histórica inevitable del capitalismo colonialista, Fanon también la
celebra como una forma de despertar la conciencia del pueblo, parte integral
del proceso de superación de la opresión. La violencia es global, ubicua, pero
siempre prometida, futura, redentora. Para Fanon, la violencia es el fundamento
de todo bien y de todo mal, pero ella misma se encuentra más allá del bien y
del mal.
Si el telón de fondo de la reflexión de Fanon era la descolonización, para
Hannah Arendt fue el Holocausto. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial
hasta su muerte, en 1975, Arendt se planteó la tarea de cuestionar a aquellos
que, según ella, “glorificaban” la violencia. Uno de los resultados de ese
esfuerzo fue el opúsculo Sobre la violencia, la tentativa más aterrada de la
filosofía occidental de extraer sentido de los actos violentos de 1968.
Escribiendo para “la primera generación crecida bajo la sombra de la bomba
atómica”, [18] Arendt reaccionó furiosamente ante el impacto del libro de
Fanon. Ella reaccionaba también a un contexto político en el que el pensador
europeo más importante del momento, Jean Paul Sartre, insistía que “fusilar a
un europeo es matar dos pájaros de un tiro”, ya que “quedan un hombre
muerto y un hombre libre”.[19] En su crítica de Sartre y de Fanon, Arendt los
acusaría de no ser fieles a Marx al apelar a la violencia en su nombre.
Hace más de veinte años, Virilio ya notaba que uno de los nuevos paradigmas
de la guerra era la delincuencia interestatal. Se volverá cada vez más difícil,
argumentaba Virilio, hacer una separación entre los actos de guerra y la
delincuencia organizada. El ataque de paracaidistas israelíes al aeropuerto de
Beirut en 1969 inauguraba un modelo en que “el Estado se fortalece contra el
terrorismo individual… desarrollando su propia forma de terrorismo”.[25] Las
formas interestatales de delincuencia –algunas de las cuales son merecedoras
del rótulo de “incursiones”, otras de “ataques inteligentes” con algunos “daños
colaterales”– ya se habían tornado suficientemente criminales como para ser
condenadas por casi toda la comunidad de naciones. Aun así, ellas persisten sin
ser incomodadas por cualquier tribunal. Sin duda, la profunda crisis de la
legalidad internacional está relacionada con lo que naciones como los EUA o
Israel han sido capaces de imponer en décadas recientes. La disolución de la
línea que separa la vigilancia policial de la acción militar, permitiendo a las
naciones fuertes hacer la guerra en nombre de la mantención de la ley, coincide
con el momento en que la guerra abandona el paradigma clausewitziano de las
fuerzas simétricas y toma la forma prevista por Virilio, “la infinita diseminación
de crímenes de Estado, de actos de guerra sin guerra”.[26] La proliferación de
la “guerra sin guerra”, o sea, las metódicas agresiones internacionales sin
reconocimiento oficial como actos de guerra, fue una de las previsiones más
agudas de Virilio. Ya en la década de 1980, él insistía en que la guerra se había
vuelto continua, infinita. Ahora ella prescindía de declaraciones de cualquier
tipo. La doctrina Bush de los ataques preventivos confirmaría las previsiones
más orwellianas de Virilio, llevando la guerra a la era de los complejos militares,
mediáticos y de entretenimiento de alcance global y catastrófico.
Pocos meses antes del 11 de septiembre de 2001, James Der Derian concluía un
libro sobre el concepto de “guerra virtuosa”, fruto de una investigación que lo
llevó a Kosovo, Bosnia, Irak y a varios cuarteles del Ejército norteamericano. Der
Derian es el responsable de la teoría de una nueva red bélica “militar-industrial-
mediática de entretenimiento”. La expresión “guerra virtuosa” alude aquí tanto
a la virtualidad, a la inmaterialidad de las nuevas formas de destrucción, como
al hecho de que esas nuevas tecnologías de la muerte operan a través de un
recurso al concepto moral de virtud. En ese juego entre lo virtual y lo virtuoso,
Der Derian da un paso más allá del filósofo de la desaparición y enfant
terribleJean Baudrillard. Mientras que en Baudrillard queda la sensación de que
hay una celebración de los nuevos simulacros por sobre la vieja y cansada
realidad empírica (esta última tal vez abolida de una vez por todas), Der Derian
prefiere preguntarse si las nuevas formas simuladas ya no tendrían el poder de
producir la misma realidad que supuestamente habían venido a sustituir y
abolir: “¿es posible que las nuevas simulaciones –digamos, digitalmente
mejoradas– puedan preceder y engendrar la nueva realidad de guerra que ellas
fueron destinadas a preparar y modelar? Para invocar a Clausewitz: ¿podrían los
efectos estratégicos de los medios digitales predeterminar las intenciones de la
política?”.[32] En vez de una celebración de los simulacros, tenemos aquí una
investigación más seria sobre la forma en que la simulación estaría, ella misma,
produciendo una experiencia distinta de lo real.
En diálogo con Foucault, la obra de Elaine Scarry, The body in Pain: The Making
and Unmaking of the World (1985), fue la contribución definitiva de la teoría
literaria a la fenomenología del dolor. Tomando como punto de partida una
observación (cuestionable) de Virginia Woolf, de que raramente leemos acerca
del dolor físico en la literatura, de que la ficción parece no tener mecanismos
para representar el dolor extremo, Scarry aborda el problema de la violencia en
la Biblia, que identifica con la repetida acción de la voz de Dios sobre el cuerpo
de los hombres. Uno de los atributos esenciales de Dios sería la ausencia de
cuerpo. Incluso cuando Dios se hace presente, por ejemplo, en un arbusto en
llamas (en Deuteronomio 4:12), es esencial en él el atributo de encarnarse en
una voz. Ser humano implica, por otro lado, poseer un cuerpo en el cual se
imprime la voz divina. En la lectura de Scarry, la Biblia retrata “la realidad
experienciable del cuerpo (...) como atributo de su referente metafísico”.[45] La
verdad metafísica impresa por la palabra divina hace del cuerpo poco más que
un vehículo. Por el dolor se imprime la creencia en la carne humana. La lectura
de Scarry posibilita una conclusión psicoanalítica alineada con la relectura
lacaniana de Freud: la función del dolor en la Biblia es crear el lazo que ata al
sujeto a su creencia. El sujeto es “amarrado” a su creencia en el momento en
que se ofrece como cuerpo sobre el que la voz divina inmaterial imprimirá, con
dolor, la verdad del verbo. La impresión de la voz de Dios en la carne sería, así,
la imagen bíblica de la entrada en la Ley. La creencia que ata al sujeto a la Ley
no es un hecho espontáneo, sino el resultado de un proceso de imposición
sistemática de dolor.
La diferencia que establezco aquí con Scarry se hace visible en la lectura que
ella ofrece de la alegoría kafkiana de la tortura moderna, el relato “En la colonia
penitenciaria”. Para Scarry, cuentos como el de Kafka “registran el hecho de
que el deshacerse [unmaking] de la civilización inevitablemente exige un
retorno a y una mutilación de lo doméstico, que es el fundamento de todo hacer
[making]”.[50] Para Scarry, la construcción del aparato de tortura en el cuento
de Kafka implicaría una destrucción de la domesticidad. Pero eso parece ser
exactamente lo que la historia de Kafka no está diciendo. Leído con atención, el
cuento sugiere exactamente lo opuesto, o sea, que la tecnología moderna de la
tortura no consiste en el simple perfeccionamiento técnico del aparato, sino
también en su conversión en aparato que puede ser poseído, convertido en
instrumento doméstico, privado, que no necesita ser cooptado o incorporado a
ninguna inteligencia estatal. Si hay algo que el relato de Kafka deja claro –por
más enigmático que puede ser en otros aspectos–, es que el aparato pertenece
al oficial, es su proyecto personal, independientemente de cualquier aprobación
colectiva en la polis.
No es necesario haber leído las obras completas de Derrida para saber que
cuando Aristóteles acaba excluyendo a las mujeres, los niños, los esclavos, los
ancianos, los residentes extranjeros, los exiliados, los desposeídos y otros no
ciudadanos, nos queda una categoría al borde del derrumbe. No se trata de
que, poco a poco, después de eliminar a todos, ya no quede nadie.[57] Siempre
alguien calificará como “ciudadano”, aunque las bases ontológicas para la
calificación sean inestables. El dominio de los hombres adultos, atenienses,
hablantes de griego y dueños de propiedades muestra que la ontología puede
estar coja, pero eso no le impide operar políticamente para favorecer a los más
poderosos. Mientras tanto, es difícil huir de la conclusión de que aquello que
Aristóteles llama “ciudadano” es un lugar virtualmente vacío que queda una vez
eliminados todos los no ciudadanos. El horror de la no ciudadanía es también un
vacío voluptuoso que amenaza con tragar a todos los ciudadanos, ya sea
porque pueden envejecer, o perder sus propiedades, o ser exiliados o conocer la
derrota en la guerra. ¿Cómo distinguir al ciudadano del no ciudadano si el
destino de aquellos es reunirse con éstos cuando envejezcan, se exilien o
pierdan una guerra? ¿Cuál es el grado de estabilidad que la categoría de
ciudadano habría tenido en la polis griega?
LA HOLLYWOODIZACIÓN DE LA TORTURA
Se trata aquí de la ecuación mapeada por Foucault como propia del paradigma
jurídico-discursivo de la verdad, o sea, la ecuación entre lo confesado y lo
verdadero. El film no solo presupone esa ecuación; también traslada su
resolución hacia la confesión del torturador, localizada al final como clave de
pseudosuspenso construido a expensas de la estereotipia del personaje
femenino. A lo largo del film, la experiencia histerizada de Paulina no logra
convencer al espectador virtual de la culpabilidad de Miranda. En realidad, la
presunción de que esa culpa no está resuelta es la única invitación que nos
hace el film para que lo sigamos viendo. El espectador imaginado por el film
sería, entonces, una especie de réplica de Gerardo, el liberal idiotizado e
ingenuo, incapaz de aprehender la verdad gritada por la histérica. El
pseudofeminismo de la resolución es coherente, entonces, con el retrato
caricaturesco, patético del marido, incapaz de ver lo obvio, de creer en la mujer
que soportó la tortura por él. Se trata de un personaje que llega a convertirse
en líder de una comisión postdictatorial de derechos humanos, pero
curiosamente ignora lo que sabe cualquier latinoamericano mínimamente
informado, o sea, que la tortura sobre las mujeres en las dictaduras recientes
invariablemente incluía la violación y la violencia sexual. En otras palabras, para
intentar ser feminista, el filme de Polanski/Dorfman imagina una pareja
compuesta por una histérica y un idiota. El único personaje no patológico, el
único que razona y es verosímil, es el propio torturador. La obra que pretende
ser una validación de la experiencia de la torturada acaba siendo una sórdida
psicología del torturador, coronada con la imagen del “padre de familia normal”
asistiendo a un concierto con la esposa y los hijos, en la odiosa toma que cierra
la obra.
El dilema del sujeto torturado es, por tanto, de representabilidad. ¿Cómo hablar
de lo indecible? ¿Cómo relatar aquello que, por definición, pertenece a la esfera
de lo inenarrable? El peor insulto a la experiencia de las víctimas es lo que el
cineasta Claude Lanzmann, director de Shoah (1985), llamó una vez la
“obscenidad de la comprensión”, es decir, aquella pretensión fácil de
“entender” lo que la víctima vivió.[64] Nada insulta más a esa experiencia que
la premisa de que el trauma es fácilmente representable y comprensible. Ante
la falacia de la transparencia, el sujeto traumatizado frecuentemente insiste en
la intraducibilidad de la experiencia. Cathy Caruth, una de las voces más lúcidas
en el campo de los estudios del trauma, afirma:
Por ende, hay una batalla campal aconteciendo en el lenguaje, entre, por un
lado, la gregaridad inherente al signo lingüístico, que nos forzaría a leer en la
palabra “Apartheid” nada más que una metáfora del racismo y, por otro lado, el
sobreviviente, que insiste en conservar “Apartheid” como nombre propio que
designa una experiencia intraducible. Por un lado, está el movimiento que
empuja el nombre propio en la dirección de la sustantivación común,
diccionarizable. Por otro, está la contracorriente de resistencia a la
metaforicidad, la fuerza entrópica que empuja el nombre hacia la conversación
de su naturaleza como nombre propio. La “resistencia al lenguaje” con
frecuencia observada en los testimonios de sobrevivientes no es una simple
resistencia a todo lenguaje, sino una estrategia por la cual el nombre propio
libra una guerra contra el poder gregario del signo, contra la fácil disolución de
la experiencia en la metáfora, contra el efecto tranquilizador de los diccionarios.
Para el sobreviviente, la guerra contra la metaforización es de una urgencia
particular y da origen a esa sensación de impotencia tan propia de las
memorias de los sobrevivientes. El sujeto traumatizado percibe que la
experiencia enturbió el lenguaje irreversiblemente, haciendo de la narrativa una
empresa imposible. El esfuerzo terapéutico tendrá que trabajar contra la
percepción de que la limpieza del lenguaje está comprometida, que toda
narrativa es una posible traición. Esa sospecha fue articulada por Slavoj Žižek:
Žižek puede tener razón, pero para las víctimas de atrocidades como la tortura,
la narrativización es un momento terapéutico indispensable. Incluso cuando la
narrativa encubre una verdad traumática, cuando mantiene al sujeto ciego ante
el trauma o incapaz de nombrarlo, el hecho mismo de que los contornos de una
historia se constituyan muestra al sujeto que la batalla no está perdida, que le
es prometido en un futuro el lugar de enfrentamiento con el trauma.
activo todo el tiempo, contando historias, presentando síntomas, etc., para que
las cosas sigan igual, para que nada realmente cambie, para que el analista
permanezca inmóvil y no intervenga efectivamente –lo que más teme es el
momento de silencio que revelará el completo vacío de su actividad incesante.
[67]
El argumento de Žižek es que la narrativización, en el neurótico, sería un acto
de denegación, de producción de una fantasía ideológica. Žižek está menos
interesado en el argumento terapéutico que en atacar teóricamente una
vertiente significativa del pensamiento contemporáneo que intentaría organizar
los antagonismos y rupturas en una historia que enmascara su propia
incapacidad de lidiar con el núcleo traumático, Real. El blanco de Žižek sería,
entonces, la sutura fácil propuesta por algunas interpretaciones
contemporáneas del psicoanálisis, centradas en el problema de la
narrativización. Los estudiosos del trauma concuerdan, pero se mantienen un
paso atrás.
Žižek puede tener razón al afirmar que hilar historias es ya una forma de no
enfrentarse al vacío inenarrable. Cuando estamos en el terreno de los estudios
del trauma, no obstante, la insistencia de Žižek en la crítica lacaniana de la
narrativización solo es bienvenida en la medida que no ponga en riesgo
la promesa de una narrativa para el sobreviviente. Esa promesa cobra la forma
de una construcción retrospectiva de un testigo, ahí donde todo atestiguar
había sido eliminado. La tortura produce un mundo en el que el testigo ya no
existe, puesto que el propio acto de imaginar al otro, el postulado mismo de un
“tú”, ya fue cancelado de antemano. La tecnología moderna de la tortura es la
atrocidad en su forma más privatizada, anclada en la destrucción de la
posibilidad del testimonio y en la sensación de culpa que aterroriza al
sobreviviente. La tarea de construcción de narrabilidad debe ser entendida,
entonces, menos como la elaboración de una secuencia coherente,
reconfortante sobre el pasado (el tipo de narrativización contra cuyos
efectos Žižek previene), sino más como la postulación de una narrativa como
posibilidad, es decir, un virtual lugar de testigo.
NOTAS
INTRODUCCIÓN.
[1] “En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada
puede ser injusto” (HOBBES, Thomas. Leviatã, ou matéria, forma e poder de um
estado eclesiástico e civil. Trad. João Paulo de Monteiro e Maria Beatriz Nizza da
Silva. São Paulo: Abril Cultural, 1983. p. 77 (Col. Os Pensadores) [trad. esp.:
HOBBES, Thomas. Leviatán: o la materia, forma y poder de um Estado
eclesiástico y civil. Trad. Carlos Mellizo. Buenos Aires: Alianza, 2001]
[2] CLAUSEWITZ, Carl von (1832). Vom Kriege: Hinterlassenes werk des
Generals Carl von Clausewitz. Berlim: Dümmlers Verlag, 1905. p. 18. [trad. esp.:
CLAUSEWITZ, Carl von. De la guerra.Madrid: Publicaciones del Ministerio de
Defensa, 1999.] Para una buena introducción a Clausewitz, ver HOWARD,
Michael. Clausewitz: A Very Short Introduction. Oxford/New York: Oxford UP,
2002.
[10] VRIES, Hent de. Religion and Violence: Philosophical Perspectives from Kant
to Derrida. Baltimore/London: John Hopkins, 2002. p. 339.
[14] FANON, Frantz (1961). Les damnés de la terre. Paris: F. Maspero, 1968. p. 7.
[FANON, Frantz. Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura
Económica, 2001]
[19] SARTRE, Jean-Paul. Preface. In: FANON, Frantz. The Wretched of the Earth.
Trad. Constance Farrington. New York: Grove Weidenfeld, 1963. p. 22.
[21] Ibidem, p. 6.
[24] VIRILIO, Paul. L’écran du desert: croniques de guerre. Paris: Galilée, 1991.
p. 72.
[26] Idem.
[29] VIRILIO,op. cit., p. 55. En ese sentido, el diálogo más nítido de la obra de
Virilio ocurre no con Foucault, sino con Gilles Deleuze, el gran pensador del
movimiento, la velocidad y el nomadismo en el siglo X. A lo largo de una carrera
filosófica de casi cinco décadas, el pensamiento móvil y espacializado de
Deleuze acuñó conceptos como los de línea de fuga, imagen-movimiento,
imagen-tiempo, máquina de guerra, rizoma, desterritorialización y otros. Para
una reflexión sobre la alegría como dislocamiento de una superficie (contra la
seriedad y la culpa de las profundidades hermenéuticas), ver DELEUZE,
Gilles. Logique du sens. Paris: Minuit, 1969. Para un análisis de las nuevas
máquinas de guerra, ver DELEUZE, Gilles; GUATTARI, Félix. Mille plateaux. Paris:
Minuit, 1980. Para un análisis del cine como temporalización de la imagen a
través del movimiento, véase DELEUZE, Gilles. L’image-temps.Paris: Minuit,
1985. Para el uso más creativo hecho por Deleuze y Guattari del concepto de
desterritorialización, ver DELEUZE, Gilles; GUATTARI, Félix. Kafka: pour une
littérature mineure. Paris: Minuit, 1975. Muchos especialistas concordarían en
que la obra maestra de Deleuze, en términos estrictamente filosóficos
es Difference et répétition, en que la cuestión del movimiento está presente a lo
largo de la meticulosa demostración de cómo la repetición es un concepto de
orden totalmente distinto que la identidad hegeliana, así como el concepto de
diferencia no sería reducible a la también hegeliana noción de contradicción.
Para dos elegantes introducciones a Deleuze, ver HARDT, Michael.Gilles
Deleuze: An Apprenticeship in Philosophy. Minneapolis: U of Minnesota P, 1993;
y MACHADO, Roberto. Deleuze e a filosofía. Rio de Janeiro: Graal, 1990. Para
una excelente discusión de los trabajos de Deleuze sobre cine, ver RODOWICK,
David Norman. Gilles Deleuze’s Time Machine. Durham, NC: Duke UP, 1997.
[34] ASAD, Talal (Ed.). Anthropology and the Colonial Encounter. London: Ithaca,
1973. p. 287
[36] Ibidem, p. 45
[37] Ibidem, p. 53
[38] Ibidem, p. 47
[39] Ibidem, p. 59
[40] Ibidem, p. 60
[41] Ibidem, p. 95
[42] Ibidem, p. 97
[43] Además del texto de Foucault, vale la pena la lectura del debate con el
psicoanalista Hélio Pellegrino, que insistía en considerar el mito de Edipo como
demostración de un axioma universal, una especie de prueba de una ley del
destino. Pellegrino claramente no entendía los dos postulados más básicos de la
conferencia de Foucault: 1) que estaba leyendo el texto de Sófocles, escrito en
un momento particular de la historia griega; 2) que la pieza de Sófocles era un
agente en la producción y consolidación de una relación distinta con la verdad,
de una forma diferente de decir la verdad. Para Pellegrino, la “verdad” solo
podía ser un concepto trascendental reflejado o representado por el mito, nunca
algo que la literatura pudiese realmente estar produciendo. Para un diálogo
sofisticado con el texto de Foucault desde una perspectiva latinoamericana, ver
RAMOS, Julio.Paradojas de la letra. Caracas: eXcultura, 1996.
[44] Foucault, Michel. La vérité et les formes juridiques. En: ____. Dits et écrits
1954-1988. v. II: 1970-75. París: Gallimard, 1994. p. 33.
[45] SCARRY, Elaine. The Body in Pain: The Making and Unmaking of the
World. Oxford: Oxford UP, 1985. p. 184.
[65] CARUTH, Cathy. Preface. In: ____. Trauma: Explorations in Memory. Ed.
Cathy Caruth. Baltimore/London: John Hopkins UP, 1995. p. vvi.
[66] ŽIŽEK, Slavoj. The Plague of Fantasies. London: Verso, 1997. p. 32-33.
[69] ŽIŽEK, Slavoj. How to Read Lacan. New York/London: Norton, 2006. p. 18.
[70] AGAMBEN, Giorgio. Homo sacer: il potere sovrano e la nuda vita. Torino:
Einaudi, 1995. p. 82.
[71] La Escuela de las Américas fue fundada en 1946 en la región del Canal de
Panamá, un año antes de la National Security Act, que creó la CIA. La “Escuela”
se trasladó a Fort Benning, en Georgia, en 1984, como parte del acuerdo entre
los EUA y Panamá, que cedía la soberanía sobre el Canal a la nación
centroamericana a partir de 1999. Desde la fecha de su fundación hasta 1997,
aproximadamente, 60.000 invididuos pasaron por sus dependencias. Venían
principalmente de las Fuerzas Armadas, pero también de la policía, de 23
naciones de la América Central y del Sur, así como de algunas islas caribeñas.
[72] HUMAN RIGHTS WATHC. World Report 2004. Human Rights Watch, 2004. p.
15.
[75] BUTLER, Judith. Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence. New
York/London: Verso, 2004. p. 154.