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EL JUICIO ORAL EN MÉXICO

Lic. Pablo Héctor González Villalobos

MAGISTRADO DEL SUPREMO


TRIBUNAL DEL ESTADO DE
CHIHUAHUA
2. Introducción:

Esta participación tiene como objetivo estimular la


reflexión crítica sobre algunas implicaciones de la
operación del nuevo sistema de justicia penal que, en el
Estado de Chihuahua, fue creado por una ya no tan
reciente reforma integral a diversas leyes, y que, en
materia federal, será instrumentado a partir de una
reciente reforma constitucional.

Ello, con el fin de destacar sus aciertos más


importantes y hacer notar algunos aspectos que, desde
nuestro punto de vista, constituyen retos cuya
superación aún es una esperanza. Para este efecto, se
pretende llamar la atención sobre algunas condiciones,
fundamentalmente de carácter técnico-jurídico, sin las
cuales la viabilidad de la reforma se pone en riesgo.
De acuerdo con tales propósitos, la exposición se
realizará en tres etapas.
En la primera, sin que, por razones de tiempo, se
pueda profundizar en ello, propondré un esquema
que refleje las grandes líneas de la reforma.
A continuación, realizaré un brevísimo esbozo teórico
que, a mi parecer, brindará elementos para el juicio.
Finalmente expondré las conclusiones que, del
contraste entre lo expuesto en las dos primeras
partes, pueden obtenerse. De ellas, espero, podrá
surgir información útil para quienes, actualmente o en
un futuro cercano, se vean involucrados en el análisis
de la posible formulación e implantación de un nuevo
sistema de justicia penal.
2. Los elementos esenciales de la reforma penal.

Los juicios orales constituyen, sin duda, el elemento


más llamativo de la reforma, pero no es el único. Se
trata de una reforma integral que supuso en
Chihuahua, y que todavía supone en el ámbito de la
legislación secundaria a nivel federal, un largo y
complejo proceso político–legislativo. Es importante
destacar que, dado el profundo cambio cultural que
implica la reforma, la viabilidad de la misma exige una
alta dosis de voluntad política y que, para que esta
condición se cumpla, es altamente recomendable la
concurrencia de distintas fuerzas políticas.
En el caso de Chihuahua, el impulso inicial fue
dado por la actual Procuradora General de
Justicia Maestra Patricia Rodríguez González y
por el Gobernador Licenciado José Reyes Baeza
Terrazas. Sin embargo, en el proceso legislativo
se logró el consenso de todas las fuerzas políticas
representadas en el Congreso del Estado.
Siguiendo la clasificación de Don Julio Maier, la
historia del modo en el que una comunidad humana
enfrenta conflictos que, en clave moderna,
calificaríamos de penales, se corresponde con la
aparición, más o menos sucesiva, de tres sistemas:
el acusatorio puro o antiguo, el inquisitivo y el mixto.
Este último comprende variantes tan disímiles como
lo son el sistema inquisitivo reformado (que es el
antecesor inmediato del nuevo sistema de
Chihuahua y de México) y el sistema oral-
adversarial (nombre con el que se busca identificar
al sistema producto de la reforma cuyo examen es
materia de esta participación).
Sobre la experiencia de que el sistema inquisitivo
reformado acabó siendo más inquisitivo que
reformado (por el peso excesivo de la averiguación
previa y por el papel ordinariamente decorativo de la
etapa de juicio), se planteó la necesidad de un
nuevo modelo que, en el caso de Chihuahua y, en lo
conducente, de la Reforma a la Constitución
Mexicana, se materializó con los siguientes
elementos fundamentales:
A) El objeto del proceso sigue siendo, como en el
sistema inquisitivo, la búsqueda de la verdad
histórica. Sin embargo, este propósito se encuentra
ahora subordinado al respeto irrestricto de los
derechos fundamentales y debe armonizarse con los
principios que exigen la solución justa del conflicto y
el énfasis en la llamada justicia restaurativa. Ello
supone que el procedimiento penal contempla una
serie de salidas alternas al juicio oral y que éste se
reserva para un número relativamente pequeño de
casos.
B) El imputado adquiere, de manera más plena que
en el sistema anterior, el carácter de sujeto de
derechos. Entre otras cosas, ello implica: que la
confesión ya no basta para sostener una sentencia;
que la prueba debe ser obtenida de manera lícita; que
la declaración del imputado es, más que un medio de
prueba, un instrumento de defensa; y que se otorga
completa eficacia al principio de presunción de
inocencia. Además, el código procesal establece la
aplicabilidad directa de los derechos garantizados por
la Constitución y por los Tratados Internacionales. Lo
que, aunque en sentido estricto quizá sería
innecesario, puede ser pertinente si se tiene presente
la interpretación jurisprudencial que, en nuestro país,
proscribe el control difuso de la Constitución.
C) Se introduce la oralidad, no como un fin, sino
como un instrumento que hace viables los
principios de inmediación, contradicción,
concentración y continuidad.
D) La metodología de audiencias que tales principios
demandan, implica, a su vez, la exigencia de
publicidad. Es cierto que nuestra Ley Fundamental ya
prevé que, en los juicios de carácter criminal, el
procesado sea juzgado en audiencia pública. Pero esta
disposición, si se prescinde de los principios de
inmediación, contradicción, concentración y
continuidad, pierde, como efectivamente ha ocurrido en
el sistema inquisitivo reformado, buena parte de su
razón de ser: permitir que la ciudadanía pueda controlar
la labor de quienes tienen a su cargo la tarea de
impartir justicia. Asimismo, el nuevo sistema amplía el
alcance del principio de publicidad, pues cualquier
persona, aunque no sea parte en el proceso, puede
pedir –con ciertos límites razonables- copia de los
registros del mismo.
E) El trámite del procedimiento previo al juicio oral
se encomienda a un juez de garantía o de control,
quien se encarga del control judicial de la actividad
de las partes y de la depuración de los elementos
que servirán de base para el juicio.

La labor del juez de garantía o de control concluye


con el auto de apertura a juicio oral. Éste se realiza
en una sola audiencia, con la presencia de las
partes, de los testigos, de los peritos y demás
intervinientes, ante un tribunal integrado por tres
jueces que necesariamente son distintos del juez
de garantía.
Es necesario aclarar que el tribunal de juicio oral no
recibe un expediente, sino únicamente el auto de
apertura a juicio, en el que se precisa la acusación y
se identifican las pruebas que se recibirán en la
audiencia. Salvo excepciones previstas en la ley, sólo
las pruebas que se incorporan al juicio en la
audiencia de debate, recibidas de manera inmediata
por los jueces, son aptas para ser valoradas por el
tribunal y, en su caso, para sostener una sentencia
condenatoria.
3. Esbozo de algunos elementos teóricos que
deben tenerse en cuenta para la viabilidad de
la reforma.

Desde un punto de vista sustantivo, la reforma se


corresponde con la idea rectora del llamado
garantismo penal, según la cual, de acuerdo con
una interpretación bastante libre, el Derecho Penal
tiene por objeto limitar la acción punitiva del
Estado sólo a aquellos casos en los que la no
intervención generaría una violencia mayor a la
que, por una parte, produjo el agente del delito y,
por la otra, procede de la imposición de la pena.
Por ello, la razón principal que justifica el esfuerzo
por formular e implantar un nuevo sistema de
justicia penal, consiste en establecer un estado de
cosas en el que el mal de la pena sólo sea impuesto
en un contexto de pleno respeto a los derechos
fundamentales de la persona. Ello, a partir de la
evidencia empírica de que el sistema inquisitivo
reformado, a pesar de las progresivas reformas que
pretendieron ampliar las garantías procesales del
inculpado, continuaba operando sobre la base de un
proceso en el que de manera frecuente se
violentaban derechos humanos.
En este sentido, probablemente todos los que
aquí nos encontramos hemos vivido u oído de
abusos cometidos por agentes del Ministerio
Público o por policías ministeriales o judiciales; de
la existencia de procesos en los que el defensor
público se limitaba a legitimar la actividad de la
autoridad investigadora o acusadora; de
situaciones de prolongada prisión preventiva que,
a veces, terminaban con una sentencia
absolutoria; y de jueces o secretarios indolentes
cuya labor se limitaba a acumular papeles en un
expediente que contenía constancias de pruebas
que, al final, se valoraban sobre la base de
criterios meramente formales.
Esto no quiere decir, por supuesto, que todos los
operadores del viejo sistema fueran incapaces o
corruptos. Pero sí pretende sugerir que ese viejo
sistema producía incentivos para actuar de manera
negligente o corrupta.
Piénsese, por ejemplo, en los criterios, frecuentemente
sostenidos por los tribunales penales, que hacían
recaer en el inculpado o en su defensor la carga de la
prueba cuando el primero alegaba que su confesión
había sido obtenida mediante tortura. En tal supuesto,
si no se habían documentado huellas de violencia
física y si en la constancia de la confesión aparecía la
firma del defensor de oficio, era prácticamente
imposible desvirtuar el peso probatorio del relato
autoincriminatorio.
Por tanto, la sola posibilidad de que el nuevo
sistema reduzca los incentivos para la incapacidad
y la corrupción de sus operadores, a mi juicio es
suficiente para respaldar la reforma. Ello no
significa, sin embargo, que el nuevo modelo sea
perfecto o que su implantación esté exenta de
problemas, algunos de ellos de significativa
gravedad. Además, su éxito depende de la
comprensión adecuada de algunos supuestos
técnico–jurídicos, entre los que, por razones de
tiempo, me limito a destacar los dos siguientes:
A) En primer lugar, el aspecto relativo al control
de la calidad de la información. Se trata de una
cuestión que afecta, sobre todo, al procedimiento
a cargo del Juez de garantía o de control. Este
funcionario judicial tomará determinaciones, como
la orden de aprehensión o el auto de vinculación
a proceso (equivalente, parcialmente, al actual
auto de formal prisión), sobre la base, no de las
pruebas cuyas constancias, firmadas por el
Ministerio Público ante dos testigos, tiene a la
vista, sino de la información que el propio
Ministerio Público expresará de manera verbal.
Hasta donde puedo ver, el problema consiste en
determinar si ello satisface la una exigencia de prueba
razonable. Una lectura superficial podría conducir a
obtener una respuesta negativa a tal interrogante.
Pero una reflexión más profunda que conduzca a un
correcto entendimiento de la lógica del nuevo proceso,
revelaría una respuesta positiva. Me explico: cuando
un juez confía en la información contenida en el
expediente, lo hace, en principio, sobre la base de que
en él existen constancias firmadas por el órgano de
prueba, por la autoridad investigadora, por dos
testigos y, en su caso, por el defensor del encausado.
Ello garantiza, relativamente, que el medio de
convicción es auténtico.
Ahora bien, si el mismo juez oye que el fiscal le dice
que en su investigación aparecen tales o cuales
medios de prueba, la garantía de la autenticidad de
la información ya no depende de su documentación.
Pero, a cambio, encuentra resguardo en el control
horizontal de la información, es decir, en el hecho de
que la defensa tuvo acceso a la carpeta de
investigación y, por ello, está en condiciones de
vigilar que el fiscal se limite a transmitir, de manera
oral, lo que efectivamente encontró en su
investigación.
Esta situación suele generar escepticismo y
suspicacia en quienes estamos acostumbrados a
operar un proceso mediante la metodología del
expediente. Sin embargo, si pensamos en nuestra
propia experiencia (y creo que la mía no será muy
distinta a la de quienes, aquí presentes, hayan tenido
contacto con el sistema penal), resulta que la
constancia escrita y la fe pública no siempre
garantizan la autenticidad de su contenido.
Pues estos “candados” (recuérdese que con
frecuencia son los propios agentes del Ministerio
Público o sus secretarias, quienes actúan como
testigos de asistencia) no eliminan la posibilidad de
que la prueba haya sido obtenida de forma coactiva o
incluso de que en la constancia no se asiente lo que
el órgano de prueba efectivamente manifestó.

En consecuencia, aunque el control horizontal de la


información depende de una defensa eficaz, ello, me
parece, es siempre mejor que depender de la fe
pública y de la documentación de las actuaciones.
B) En segundo lugar, el nuevo sistema implica una
variación, de no poca importancia, del concepto de
verdad procesal –que en materia penal se identifica
con la verdad histórica–. La pretensión absoluta de
conocer lo que en realidad ocurrió condujo, como es
sabido, a privilegiar la confesión como medio de
prueba. Ello, porque nadie mejor que el propio autor
del hecho para saber y dar noticia de lo que
efectivamente sucedió.
Como en el nuevo sistema el relato
autoincriminatorio ya no basta para fundar una
sentencia, el Ministerio Público está obligado a
reconstruir el hecho sobre la base de otras pruebas.
Es claro que los testimonios, aunque muy
importantes en materia penal, suelen ser poco
confiables –incluso cuando el testigo se conduce con
sinceridad–.
Presenciar un hecho no es garantía de saber lo que
ocurrió. Por tanto, la fidelidad de la reconstrucción
del suceso será mayor si la misma se funda en la
llamada prueba científica. Ahora bien, como este
concepto implica la obtención de evidencia física –o
de otra clase, i.e. registros informáticos o contables–,
que ha de ser procesada por peritos y que ha de ser
interpretada por los miembros del tribunal, la
conclusión de que un hecho está probado dependerá
de la calidad de los argumentos esgrimidos por los
jueces.
Así, si incluso en un sistema de prueba tasada ha
quedado en claro que la teoría de la subsunción
silogística es sólo una ficción, ello ocurre con mucha
mayor intensidad en un sistema de libre valoración que
depende, en gran medida, de la prueba circunstancial
construida sobre indicios derivados de la evidencia
material procesada científicamente.

Entender esto es condición necesaria para que el sistema


funcione e implica exigir de los jueces más y mejores
argumentos, pero, al mismo tiempo, ponderar en su justa
dimensión –es decir, sin sobredimensionarlo– el principio
de que el “estándar” de prueba suficiente para fundar una
sentencia es aquel en el que se obtiene una conclusión
“más allá de toda duda razonable”.
Esto, me parece, significa que la hipótesis tenida por
demostrada no es la única posible, pero sí es la que, en
función de las circunstancias, es tan altamente probable
como para satisfacer la conciencia de un observador
imparcial y razonable.
4. Conclusiones: aciertos y retos del nuevo
sistema de justicia penal.

En función de lo expuesto, creo que no es aventurado


sostener que nadie en su sano juicio buscará oponerse,
al menos en el plano teórico, a la pertinencia de formular
e implantar un modelo oral adversarial. Quedan siempre,
sin embargo, los argumentos que cuestionan la viabilidad
del nuevo sistema.
En este sentido, me viene a la memoria la anécdota
del poder legislativo chileno que, al expedir el código
de 1906, “prácticamente pidió disculpas por
consagrar un sistema de tal naturaleza (inquisitivo
reformado), lo que se justificaba, en ese entonces,
debido a la pobreza del país y a la poca densidad de
la población en importantes zonas geográficas.”[1]

[1] DUCE, Mauricio y RIEGO, Cristián, “Evolución histórica del proceso penal en Chile”
en Nuevo proceso penal, Lexis-Nexis, Santiago de Chile, 2000, p.9. Según esta misma
fuente, el mensaje del legislador al que se alude rezaba así: “Se comprende fácilmente
que el sistema (oral – adversarial) puede ser establecido en países ricos y poblados. En
Chile parece que no ha llegado aún el momento de dar este paso tan avanzado, y ojalá
no esté reservado todavía para un tiempo demasiado remoto”.
Así, de manera análoga, la enorme tarea que el nuevo
sistema encomienda al Ministerio Público, y la calidad
jurídica y moral que se requiere en los agentes de la
misma institución y en los demás operadores del
sistema, verosímilmente nos pueden tentar a pensar
que, como en la República de Chile de hace cien
años, en México el único sistema viable es el
inquisitivo reformado. Pero ello, incluso atendiendo a
la alta dosis de voluntad política y de recursos
económicos que se requieren para formular e
implantar un sistema oral adversarial, es renunciar a
la idea de que el Derecho puede ser un instrumento
eficaz para cambiar la realidad.
Cuando desde una postura que Emilio García Méndez
llama substancialista, se afirma que el Derecho debe
limitarse a reflejar la realidad, se corre el riesgo de
caer en el caso, propuesto por Borges y mencionado
por el mismo García Méndez, del emperador que pide
a sus cartógrafos que elaboren un mapa del reino que
sea fiel al territorio de éste. Los cartógrafos, para
cumplir con la encomienda, hicieron un mapa del
tamaño del mismo reino que así, aunque garantizaba
su correspondencia con la realidad, resultaba
absolutamente inútil.
Por tanto, con la conciencia de que todo cambio
cultural es lento y difícil, me parece que es posible
anticipar que, aunque la implantación del nuevo
sistema puede, en el corto plazo, generar impunidad –
por la incapacidad del Ministerio Público para realizar
su tarea–, esta situación producirá incentivos para
que la autoridad investigadora y la policía realicen
mejor la función que les corresponde y, así, en el
mediano o largo plazo, pueda esperarse un sistema
penal que, respetuoso de los derechos
fundamentales, sea altamente eficaz. Y a pesar de que
la realización de esta esperanza no está garantizada,
vale la pena intentarlo, al menos para sostener la
tesis filosófica –indemostrable, pero necesaria para
conservar la cordura– que afirma la libertad humana.

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