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Cuentos de la era del jazz 21/4/09 11:19 Página 5

FRANCIS SCOTT FITZGERALD

Cuentos de la Era
del Jazz
Traducción de Esther Pérez Pérez

Montesinos
Cuentos de la era del jazz 21/4/09 11:19 Página 6

Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural


Diseño portada: Miguel R. Cabot
ISBN. 978-84-96831-95-7
Déposito legal: B-3.533-2009
imprime: Limpergraf
Impreso en España
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SUMARIO

MIS ÚLTIMAS “FLAPPERS”


El Gominola
Esta es una historia sureña que se desarrolla en el puebleci-
to de Tarleton, en Georgia. Siento un profundo afecto por
Tarleton, pero por alguna extraña razón, cada vez que escribo
un cuento que transcurre en él recibo cartas procedentes de
todo el Sur en las que arremeten contra mí en los términos más
rotundos. “El Gominola”, publicado en The Metropolitan,
atrajo la cuota que le correspondía de esas notas reprobatorias.
Lo escribí en circunstancias extrañas, poco después de que
se publicara mi primera novela, y, además, fue el primer cuen-
to en el que conté con colaboración, porque cuando me di
cuenta de que era incapaz de resolver el episodio de la partida
de dados, se lo pasé a mi esposa, quien, siendo como es una
chica sureña, presumiblemente era experta en la técnica y la
terminología de ese gran pasatiempo de la región. 15

El lomo del camello


Creo que de todos los cuentos que he escrito este es el que
me ha costado menos esfuerzo y quizás el que me ha divertido
más. En cuanto al esfuerzo, lo escribí en un día en la ciudad de
Nueva Orleáns, con el expreso propósito de comprar un reloj
de pulsera de platino y diamantes que costaba seiscientos dóla-
res. Lo empecé a las siete de la mañana y lo terminé a las dos
de la madrugada. Se publicó en el Saturday Evening Post en
1920 y más tarde se incluyó en la O’Henry Memorial Collection
de ese mismo año. Es el que menos me gusta de los cuentos
recogidos en este volumen.
La diversión se derivó del hecho de que la parte del cuento
relativa al camello es literalmente verídica; de hecho, tengo el

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compromiso con el caballero en cuestión de asistir al próximo


baile de disfraces al que ambos seamos invitados vestido de
parte trasera del camello, para resarcirlo de haberme converti-
do en su cronista. 39

Primero de mayo
Esta historia algo desagradable, publicada como noveleta
en Smart Set en julio de 1920, relata una serie de aconteci-
mientos que tuvieron lugar en la primavera del año anterior.
Cada uno de esos tres sucesos me produjo una gran impresión.
En la vida real no guardaban ninguna relación entre sí, a no
ser la histeria generalizada de esa primavera que inauguraba la
Era del Jazz. Pero en mi cuento he intentado, me temo que sin
éxito, trenzarlas, para poner de manifiesto un hilo conductor
que revele el efecto que tuvieron esos meses sobre Nueva York,
tal como lo percibió, al menos, un miembro de la que enton-
ces era la generación más joven. 71

Porcelana y rosa
—¿Y escribe para alguna otra revista? —inquirió la joven.
—Oh, sí —le aseguré—. He publicado algunos cuentos y
obras de teatro en Smart Set, por ejemplo…
La joven se estremeció.
—¡Smart Set! —exclamó—. ¿Cómo es posible? Esa revista
publica cosas sobre chicas en bañeras azules y otras tonterías
por el estilo.
Y experimenté el inmenso gozo de informarle que se refería
a “Porcelana y rosa”, que fue publicado algunos meses antes. 133

FANTASÍAS

Un diamante tan grande como el Ritz


Los cuentos que siguen están escritos en lo que, si tuviera
yo una estatura imponente, llamaría mi “segunda voz”. “Un

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diamante tan grande como el Ritz”, que apareció el verano


pasado en Smart Set, fue concebido de punta a cabo para mi
propio disfrute. Me encontraba en ese estado de ánimo que
me es tan familiar caracterizado por una tremenda hambre de
lujos, y el cuento comenzó como un intento de saciar esa
hambre con alimentos imaginarios.
Un crítico famoso ha tenido a bien gustar de esta extrava-
ganza más que de todas las demás cosas que he escrito. Perso-
nalmente, prefiero “El pirata de la costa”. Pero, enmendando
ligeramente a Lincoln: si este es el tipo de cosas que le gusta,
este, posiblemente, es el tipo de cosa que le gustará. 147

El curioso caso de Benjamin Button


Este cuento está inspirado en un comentario de Mark
Twain, quien afirmó en cierta ocasión que era una lástima que
la mejor parte de la vida transcurriera al inicio y la peor al
final. Como puse a prueba su idea con un solo hombre en un
mundo perfectamente normal no le hice ni siquiera la más mí-
nima justicia a su aserto. Varias semanas después de terminar-
lo, descubrí un argumento casi idéntico en los Cuadernos de
Samuel Butler.
Collier’s publicó el cuento el verano pasado, y provocó al
hacerlo que un admirador anónimo de Cincinnati me enviara
esta asombrosa carta:

Señor…
Leí el cuento de Benjamin Button en Colliers y quiero
decirle que como cuentista sería usted un buen lunáti-
co. He conocido muchos chiflados en mi vida pero de
todos los chiflados que he conocido usted es el más chi-
flado. Detesto gastar una hoja de papel con usted pero
lo haré. 195

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Tarquino de Cheapside
Escrito hace casi seis años, este cuento es hijo de mis días
de estudiante en Princeton. Después de haberlo sometido a
una considerable revisión, Smart Set lo publicó en 1921. En la
época en que lo concebí tenía una idea fija —la de ser poeta—
y el hecho de que me interesara en el sonido de cada frase, de
que detestara lo obvio en la prosa, si no en el argumento, se
transparenta en toda la trama. Probablemente, el peculiar
afecto que siento por él se deba más a su antigüedad que a nin-
gún mérito intrínseco. 227

¡Oh, bruja de cabellos rojizos!


Cuando escribí este cuento acababa de completar la prime-
ra versión de mi segunda novela, y una reacción natural me
hizo disfrutar una historia en la que no había que tomar en
serio a ninguno de los personajes. Me temo que me dejé llevar
hasta cierto punto por la sensación de que no tenía ningún
plan preestablecido al cual ajustarme. No obstante, después de
considerarlo debidamente, decidí dejarlo como estaba, aun-
que el lector puede sentirse algo perplejo por el elemento tem-
poral. Debo añadir que sea como fuere que los años hayan
lidiado con Merlin Granger, yo siempre pensaba en tiempo
presente. El cuento se publicó en Metropolitan. 237

OBRAS MAESTRAS INCLASIFICABLES

Los posos de la felicidad


De este cuento puedo decir que llegó a mí de manera irre-
sistible, clamando porque lo escribiera. Se le acusará, quizás,
de ser una obra de mero sentimentalismo, pero, en mi opi-
nión, es mucho más. Por tanto, si carece de acentos de since-
ridad, o incluso de tragedia, la culpa no es del tema, sino de
cómo lo he utilizado.

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Apareció en el Chicago Tribune, y luego tengo entendido


que uno de los antologadores que actualmente se arremolinan
a nuestro alrededor le concedió el cuádruple laurel dorado o
algún premio parecido. El caballero al que me refiero por lo
general corre al encuentro de melodramas desoladores en los
que aparece un volcán o el fantasma de John Paul Jones en el
papel de Némesis, melodramas cuidadosamente disfrazados
por unos párrafos escritos a la manera de James, que apuntan
a las oscuras y sutiles complejidades que se verán a continua-
ción, más o menos como lo siguiente:
“Curiosamente, el caso de Shaw McPhee no tuvo ningún
efecto en la casi increíble actitud de Martin Sulo. Esto es un
elemento parentético, y al menos a tres observadores cuyos
nombres debo reservarme por el momento, les parece im-
probable, etc., etc., etc.”, hasta que se obliga al fin a salir de su
cueva a la pobre rata de la ficción y comienza el melodrama. 277

El señor Icky
Este cuento ostenta la distinción de ser el único escrito en
un hotel neoyorquino que haya sido publicado por una revis-
ta. El hecho se verificó en un cuarto del Knickerbocker, y poco
después esa memorable hospedería cerró sus puertas para
siempre.
Transcurrido el período de duelo apropiado, apareció en
Smart Set. 303

Jemina
Escrito, como “Tarquino de Cheapside”, cuando me en-
contraba en Princeton, este relato se publicó años después en
Vanity Fair. Le pido perdón por su técnica al señor Stephen
Leacock.
Me reí mucho con él, especialmente cuando lo escribí, pe-
ro ya no me provoca ninguna risa. Aun así, como hay quienes
me dicen que es divertido, lo incluyo aquí. Me parece que vale

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la pena conservarlo unos cuantos años más, al menos hasta


que el ennui de las modas cambiantes nos borre a mí, a mis li-
bros y a este cuento, a todos de un plumazo. 313

Con las debidas disculpas por este índice imposible, depo-


sito estos Cuentos de la Era del Jazz en manos de quienes leen
mientras corren y corren mientras leen.

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