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Hendriksen, W. (2002). Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Lucas (pp. 437–
440). Grand Rapids, MI: Libros Desafi ́o.
usada por el poder de Cristo y por su amor como instrumento para efectuar su recuperación.
Cf. Ef. 2:8. ¿No es maravilloso que Jesús, al hablar a esta mujer, nada diga acerca de su
poder y amor, la causa radical de su estado actual de bienestar, pero haga especial mención
de aquello que sin él ella jamás hubiera poseído ni hubiera sido capaz de ejercer? Además,
al decir, “Tu fe te ha sanado” (cf. 7:50), ¿no estaba él enfatizando el hecho de que fue su
respuesta personal a la fe personal de ella en él lo que la curó, quitando de la mente de ella
todo vestigio, por pequeño que fuese, de superstición en el sentido que sus vestiduras
hubiesen contribuido en alguna forma a su curación?
Como ya se ha indicado, por medio de estas palabras alentadoras Jesús también abrió la
puerta para la total restauración de la mujer en la vida religiosa y social de su pueblo. Ahora
puede irse y seguir el camino de la vida “en paz”, esto es, con la sonrisa de Dios sobre ella
y el conocimiento interior y gozoso de la existencia de esta sonrisa. Cf. Is. 26:3; 43:1, 2;
Ro. 5:1.
Probablemente haya mucho más incluido en la alentadora orden “Vete en paz”.
Considerando el hecho de que, con toda probabilidad, Jesús dijo estas palabras en el
lenguaje corriente de los judíos (arameo) en aquel tiempo, ¿no tenemos derecho a concluir
que aquí se da a entender nada menos que toda la medida de bienestar para el alma y el
cuerpo comprendida en la palabra hebrea Shalom?2
La curación de la mujer
Parece haber una correspondencia notable entre los dos milagros que Jesús había
obrado al partir de Capernaum y los que hizo a su regreso. En un sentido son
complementarios entre sí. El calmar la tormenta y la curación del endemoniado eran
manifestaciones del poder absoluto inherente en Cristo; la recuperación de la mujer y la
resurrección de la hija de Jairo, evidencia de la eficacia absoluta de la fe. Lo improbable del
dominio sobre la tormenta, y la orden dada a una legión de demonios, corresponde a la de
la recuperación obtenida de esta forma y la restauración cuando la enfermedad ha pasado
realmente a la muerte. Incluso las circunstancias parecen corresponderse, aunque en polos
opuestos; en un caso, la Palabra hablada a los elementos inconscientes; en el otro, el toque
del que Cristo no es consciente; en un caso, la orden absoluta de Cristo sobre un mundo de
demonios que se resisten; en el otro, la certeza absoluta de la fe contra el elemento hostil,
del hecho consumado. Así, el carácter divino del Salvador aparece en lo absoluto de su
omnipotencia y el carácter divino de su misión en la omnipotencia de la fe que origina.
A la orilla, en Capernaum, había muchos congregados aquella mañana después de la
tormenta. Puede haber sido que los botes que le acompañaron habían regresado ya al abrigo
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Hendriksen, W. (2002). Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Lucas (pp. 440–
442). Grand Rapids, MI: Libros Desafi ́o.
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Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 914).
VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE.
amistoso, antes de que la tempestad se abatiera sobre el lago con furor, y habían traído
nuevas alarmantes de tormenta. Allí estaban ahora congregados en la calma de la mañana
amigos que miraban ansiosos en espera del conocido bote que llevaba al Maestro y sus
discípulos. Y cuando fue divisado en lontananza, rumbo a Capernaum, la multitud también
se reuniría en espera del regreso de Aquél cuyas palabras y hechos eran realmente
misterios, pero misterios del Reino. Y rápidamente, cuando Él puso el pie sobre la orilla, le
dieron la bienvenida, le rodearon, pronto se agolparon a su alrededor apretujándolo (ver Lc.
8:45; Mr. 5:31), una multitud curiosa, ávida, expectante. Era como si hubieran estado todos
«esperándole» y que Él hubiera estado fuera demasiado tiempo para su impaciencia. Las
noticias se esparcieron rápidamente, y llegaron a dos casas donde se necesitaba ayuda;
donde, realmente, sólo Él podía ser de alguna utilidad. Los dos más directamente afectados
salieron a buscar esta ayuda casi al mismo tiempo, impulsados por los mismos sentimientos
de esperanza. Tanto Jairo, el principal de la Sinagoga, como la mujer que padecía de
continuas hemorragias, tenían fe. Pero la debilidad de un caso procedía del exceso y
amenazaba abocar en superstición, mientras que la debilidad del otro era debida a defecto y
amenazaba terminar en desesperación. En ambos casos la fe tenía que ser estimulada,
probada, purificada y perfeccionada; en ambos lo buscado era humanamente hablando
inalcanzable, y los medios empleados, al parecer, impotentes; con todo, en ambos los
resultados externos e internos requeridos fueron alcanzados por medio del poder de Cristo y
por la disciplina peculiar a la que, en su ordenación omnisciente, fue sometida la fe.4
Pero sea como sea, cuando Jesús seguía al dirigente hacia su casa y la multitud se
«agolpaba alrededor de Él» en ansiosa curiosidad, otra persona se acercó a Él en aquella
muchedumbre cuya historia interior era muy diferente de la de Jairo. La enfermedad que
esta mujer padecía desde hacía doce años la convertía levíticamente en «inmunda». No
tiene que haber sido rara en Palestina, y allí respondía muy mal al tratamiento, como en
nuestros días, cuando es tratada por la ciencia moderna, a juzgar por el número y variedad
de remedios prescritos y por su carácter. En una hoja del Talmud (Shabb. 110 a y b) se dan
nada menos que once remedios diferentes, de los cuales sólo seis pueden ser considerados
como tónicos astringentes, mientras el resto son meramente producto de la superstición, a la
cual se recurre en ausencia del conocimiento.6 Pero lo que tiene de interés real para
nosotros es que, en todos los casos en que se prescribían astringentes o tónicos, se ordenaba
que, mientras la mujer tomaba el remedio, había que decir estas palabras: «Levántate
(Qum) de tu flujo». No es sólo que los medios psíquicos tienen, al parecer, que acompañar
a la terapia física de la enfermedad, sino la coincidencia en la orden: «Levántate» (Qum),
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Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 914).
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Pero la prenda exterior que llevaba Jesús sería, o bien la llamada Goltha, o más
probablemente el Tallith. Ambas iban provistas de cuatro bordes, con los llamados Tsitsith,
o flecos (orlas). Éstos estaban cosidos a los cuatro lados del vestido exterior, al parecer en
cumplimiento de la orden de Números 15:38–41 y Deuteronomio 22:12. Al principio, esta
observancia parece que era relativamente simple.6
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Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 915).
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Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 917).
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