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A.

Introducción del primer milagro


40–42. Cuando Jesús regresó, la multitud lo recibió, porque todos le esperaban.
Entonces un hombre llamado Jairo, oficial de la sinagoga, vino, cayó a los pies de
Jesús y comenzó a rogarle que viniera a su casa, porque su única hija, de unos doce
años, estaba muriéndose.
Como lo muestra Mr. 5:21, Jesús se encontraba nuevamente “junto al mar”, cerca de
Capernaum, con una muchedumbre “expectante” reunida alrededor suyo (cf. Lc. 8:40). Fue
entonces que Jairó se postró a los pies del Maestro. Piénsese en ello: ¡un “oficial de la
sinagoga”, por lo tanto, hombre de elevada posición y reputación, expresando su respeto
reverencial hacia Jesús por medio de este gesto humilde! Jairo bien podría haber visto a
Jesús y haberle oído varias veces aquí mismo en Capernaum. No es improbable que hubiera
presenciado alguno de sus milagros anteriores. Ahora su ruego es ferviente y apasionado,
porque ama a su hijita moribunda. ¿No es su única hija? Es característico de Lucas dirigir
la atención de los lectores a tal hecho (cf. 7:12; 9:38). Tenía doce años, pero él la llama “mi
hijita” (Mr. 5:23).
Mr. 5:24 señala que Jesús respondió a esta urgente petición (“fue con él”) y Mt. 9:19
añade que los discípulos lo acompañaron. Todo eso Lucas lo deja implícito: respecto de
Jesús (v. 42 b), y sobre los discípulos (vv. 45, 51). Pero mientras iba, la multitud lo
apretujaba. Esta afirmación está estrechamente relacionada con lo precedente. También
introduce y arroja luz sobre lo que sigue en vv. 43–48. El hecho que la gente apretaba tanto
a Jesús hacía que el progreso hacia la casa de Jairo fuera lento y difícil. También explica la
acción de la mujer cuya historia viene a continuación. Ella pensaba que debido a la gran
muchedumbre ella podría hacer lo que se había propuesto sin que se notara (v. 47).

B. Interrupción del primer milagro por el segundo milagro


1. fe escondida
43, 44a. Y una mujer que había estado padeciendo hemorragias por unos doce
años, y no había podido ser curada por nadie, vino desde atrás y tocó la borla de su
vestidura.
Mientras Jesús esta en camino a la casa de Jairo, repentinamente se produce una
interrupción..
Esta vez quien interrumpe es una mujer. Durante doce años ha estado sujeta a
hemorragias; literalmente ella había estado “en (una condición de) flujo de sangre”. Hay
quienes creen que el flujo era constante. Otro punto de vista sería que a través de los doce
años imposible que ella una pérdida de sangre excesiva, ocurriendo periódicamente, había
hecho se sintiese fuerte y sana y que en este momento en particular ella estaba sufriendo
nuevamente como resultado de la pérdida de sangre.
Nótese la coincidencia: la hija de Jairo tenía doce años. La mujer había estado enferma
durante doce años.
Marcos declara: “Había sufrido mucho a manos de muchos médicos”. Aunque esto era
cierto, no es sorprendente que Lucas siendo él mismo un médico (Col. 4:14), exprese el
hecho que la enfermedad de esta mujer era, humanamente hablando, incurable a la luz de la
terapéutica de ese tiempo.
Había perdido la salud, la riqueza (Mr. 5:26) y también, debido a la naturaleza de su
enfermedad, su posición social, particularmente en la comunidad religiosa. Su condición
era tal que la convertía en ceremonialmente inmunda (Lv. 15:19 ss).
Había esta última esperanza: ¡Jesús! Lo que es tan sorprendente en relación con esto es
que no solamente la gente prominente, como Jairo, se volvía a Jesús en su angustia, sino
también los proletarios, como esta pobre mujer. Parecían haber sentido que su poder y su
misericordia responderían a las necesidades de personas de toda la escala social.
Debido a su condición, la mujer tiene miedo de presentarse abiertamente. Ella ni
siquiera va a entrar en contacto físico con Jesús mismo. Sencillamente va a tocar su
vestidura y aun entonces lo hará solamente en una de las cuatro borlas de lana que todo
israelita tenía que usar en las esquinas de la túnica exterior, que era cuadrada (Nm. 15:38;
cf. Dt. 12:22), como recordatorio de la ley de Dios. Véase también C.N.T. sobre Mt.
23:5.280 Naturalmente, la forma más rápida y fácil de tomar contacto físico con una
vestidura sin ser notada era venir desde atrás y tocar la borla que se movía libremente en la
parte posterior de la túnica. El que la usa, según piensa la mujer, jamás podría notar lo que
estaba ocurriendo. Así, habiendo oído maravillosos relatos acerca de Jesús, se acercó desde
atrás y tocó la borla.
2. fe recompensada
44b. Al instante la hemorragia se detuvo.
La grandeza de la fe de esta mujer consistió en esto: ella creía que el poder de Cristo
para sanar era tan asombroso que aun el mero toque de su ropa resultaría en una cura
instantánea y completa. Sin embargo, el hecho de que su fe no era del todo perfecta se hace
claro por haber pensado que el toque era necesario y que Jesús no se daría cuenta. Pero,
aunque su fe era imperfecta, el Señor la recompensó. Además, la curación fue instantánea.
En un instante la hemorragia se detuvo en forma completa. Ahora la salud y el vigor
comenzaron a surgir a través de cada parte de su cuerpo.
La recompensa afectó no solamente su cuerpo, sino también su alma. Su fe no
solamente fue recompensada sino también mejorada, llevada a un punto más alto de
desarrollo, de modo que esa fe escondida llegó a ser:
3. fe revelada
45a. ¿Quién fue el que me tocó? preguntó Jesús.
Jesús no era ignorante del hecho de que alguien le había tocado, y esto no en forma
accidental sino en forma intencional, y no sólo con un dedo, sino con fe. Sabía que fue esa
fe que había respondido el poder que salió de él.
Lo que Jesús quiere es que quienquiera que le haya tocado en forma tan significativa
complete ahora el círculo indicado en muchos pasaajes de la Escritura, incluyendo, por
ejemplo, el Sal. 50:15:
Invócame en el día de la angustia,
te libraré, y tú me honrarás.
Esta mujer, a su manera, había invocado a Jesús. El la había rescatado, pero ella aún no
lo había glorificado. Hasta este punto ella era como los nueve leprosos de Lc. 17:17, 18 que

C.N.T. G. Hendriksen, Comentario del Nuevo Testamento


280
Cf. S.BK., Vol. IV, p. 277.
fueron limpiados: “Entonces Jesús dijo: ¿No fueron diez los limpiados? ¿Dónde están los
nueve? ¿No se encontró uno que regresara y diera gracias a Dios sino este extranjero?”
Cierto, ella había creído en su corazón. Pero todavía no había “confesado con la boca” (Ro.
10:9). Fue con el fin de provocar este cambio favorable que Jesús inmediatamente se volvió
en medio de la multitud y preguntó: “¿Quién fue el que me tocó?”, con lo que quiere decir:
“… me tocó en forma significativa1
46. Pero Jesús dijo: Alguien me tocó, porque me di cuenta que había salido poder
de mí.
Aquí Jesús muestra cómo sabe que alguien realmente le había tocado, tocado con fe y
con el propósito de ser sanado, y esto no sin costo para el Sanador (Is. 53:4–6; Mt. 8:17). El
declara que lo sabía porque en el momento en que ocurrió había salido de él poder sanador.
Para la explicación de la última frase, véase arriba sobre 6:19. Así que insiste que la
persona que lo había tocado de este modo se presente abiertamente. ¿Por qué? Podría haber
sido por varias razones: la confesión (o testimonio público, testificar) es bueno para el alma
del individuo que la hace, como también para quienes lo oyen. Si se hace en el espíritu
adecuado, Dios se glorifica con ello. Además, Jesús quiere que la gente en general sepa que
la persona implicada ya no sea considerada “inmunda” ni que se la excluya del contacto
social y religioso (en la sinagoga y en el templo) con los demás La persona que había sido
sanada debía ser recibida nuevamente.
47. Cuando la mujer se dio cuenta que no había pasado inadvertida, vino
temblando, cayó a sus pies y declaró en presencia de toda la gente la razón porque le
había tocado y cómo había sido sanada en forma instantánea.
La mujer ya había comenzado a irse. Esto es claro por las palabras “ella vino”, que
evidentemente quieren decir “regresó”. Ella había oído a Jesús decir: “¿Quién fue el que me
tocó?” Y nuevamente, “Alguien me tocó”, etc. Ella ahora comprende que su plan previo, a
saber, tocar la borla y luego escapar rápidamente, ya no podría llevarse a cabo. Debía
presentarse. Así que regresó. Su conciencia le decía que debía ir y hablar.
Sin embargo, no le era fácil hacer lo que ella sentía que debía hacer. En aquel tiempo y
en ese país se consideraba impropio que una mujer se expresase en público. Con mucho
mayor razón en un tema como este, el azote físico al que se había visto sujeta. Y el hecho
de que en su condición ella hubiera tocado deliberadamente al Maestro, ¿no añadiría a la
impropiedad de su acto ante los ojos de los observadores? Sí, ¿y aun, quizás, ante los ojos
de Jesús mismo? ¿La reprendería quizás él?
Así que podemos entender por qué ella hizo su confesión y por qué lo hizo
“temblando”. En presencia de toda la gente declaró: (a) la razón por la que le había tocado
y (b) cómo había sido sanada instantáneamente. Véase vv. 43, 44.
48. El le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz.
Cariñosamente Jesús la llama “hija”, aun cuando ella pudiera no haber sido más joven
que él. Pero le habla como padre a una hija. Además, la elogia por su fe aun cuando esa fe,
como se ha indicado de ningún modo era perfecta; y aun cuando, según lo indica Mr. 5:27
(“Después de oír acerca de Jesús”), era él mismo quien por medio de sus maravillosas
palabras y obras anteriores había originado aquella fe. Su fe, aunque no era la causa básica
de su sanidad, había sido el canal por medio del cual se había cumplido la cura. Había sido

1
Hendriksen, W. (2002). Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Lucas (pp. 437–
440). Grand Rapids, MI: Libros Desafi ́o.
usada por el poder de Cristo y por su amor como instrumento para efectuar su recuperación.
Cf. Ef. 2:8. ¿No es maravilloso que Jesús, al hablar a esta mujer, nada diga acerca de su
poder y amor, la causa radical de su estado actual de bienestar, pero haga especial mención
de aquello que sin él ella jamás hubiera poseído ni hubiera sido capaz de ejercer? Además,
al decir, “Tu fe te ha sanado” (cf. 7:50), ¿no estaba él enfatizando el hecho de que fue su
respuesta personal a la fe personal de ella en él lo que la curó, quitando de la mente de ella
todo vestigio, por pequeño que fuese, de superstición en el sentido que sus vestiduras
hubiesen contribuido en alguna forma a su curación?
Como ya se ha indicado, por medio de estas palabras alentadoras Jesús también abrió la
puerta para la total restauración de la mujer en la vida religiosa y social de su pueblo. Ahora
puede irse y seguir el camino de la vida “en paz”, esto es, con la sonrisa de Dios sobre ella
y el conocimiento interior y gozoso de la existencia de esta sonrisa. Cf. Is. 26:3; 43:1, 2;
Ro. 5:1.
Probablemente haya mucho más incluido en la alentadora orden “Vete en paz”.
Considerando el hecho de que, con toda probabilidad, Jesús dijo estas palabras en el
lenguaje corriente de los judíos (arameo) en aquel tiempo, ¿no tenemos derecho a concluir
que aquí se da a entender nada menos que toda la medida de bienestar para el alma y el
cuerpo comprendida en la palabra hebrea Shalom?2

la recuperación de la mujer y la resurrección de la hija de Jairo, evidencia de la eficacia


absoluta de la fe3

La curación de la mujer
Parece haber una correspondencia notable entre los dos milagros que Jesús había
obrado al partir de Capernaum y los que hizo a su regreso. En un sentido son
complementarios entre sí. El calmar la tormenta y la curación del endemoniado eran
manifestaciones del poder absoluto inherente en Cristo; la recuperación de la mujer y la
resurrección de la hija de Jairo, evidencia de la eficacia absoluta de la fe. Lo improbable del
dominio sobre la tormenta, y la orden dada a una legión de demonios, corresponde a la de
la recuperación obtenida de esta forma y la restauración cuando la enfermedad ha pasado
realmente a la muerte. Incluso las circunstancias parecen corresponderse, aunque en polos
opuestos; en un caso, la Palabra hablada a los elementos inconscientes; en el otro, el toque
del que Cristo no es consciente; en un caso, la orden absoluta de Cristo sobre un mundo de
demonios que se resisten; en el otro, la certeza absoluta de la fe contra el elemento hostil,
del hecho consumado. Así, el carácter divino del Salvador aparece en lo absoluto de su
omnipotencia y el carácter divino de su misión en la omnipotencia de la fe que origina.
A la orilla, en Capernaum, había muchos congregados aquella mañana después de la
tormenta. Puede haber sido que los botes que le acompañaron habían regresado ya al abrigo

2
Hendriksen, W. (2002). Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Lucas (pp. 440–
442). Grand Rapids, MI: Libros Desafi ́o.
3
Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 914).
VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE.
amistoso, antes de que la tempestad se abatiera sobre el lago con furor, y habían traído
nuevas alarmantes de tormenta. Allí estaban ahora congregados en la calma de la mañana
amigos que miraban ansiosos en espera del conocido bote que llevaba al Maestro y sus
discípulos. Y cuando fue divisado en lontananza, rumbo a Capernaum, la multitud también
se reuniría en espera del regreso de Aquél cuyas palabras y hechos eran realmente
misterios, pero misterios del Reino. Y rápidamente, cuando Él puso el pie sobre la orilla, le
dieron la bienvenida, le rodearon, pronto se agolparon a su alrededor apretujándolo (ver Lc.
8:45; Mr. 5:31), una multitud curiosa, ávida, expectante. Era como si hubieran estado todos
«esperándole» y que Él hubiera estado fuera demasiado tiempo para su impaciencia. Las
noticias se esparcieron rápidamente, y llegaron a dos casas donde se necesitaba ayuda;
donde, realmente, sólo Él podía ser de alguna utilidad. Los dos más directamente afectados
salieron a buscar esta ayuda casi al mismo tiempo, impulsados por los mismos sentimientos
de esperanza. Tanto Jairo, el principal de la Sinagoga, como la mujer que padecía de
continuas hemorragias, tenían fe. Pero la debilidad de un caso procedía del exceso y
amenazaba abocar en superstición, mientras que la debilidad del otro era debida a defecto y
amenazaba terminar en desesperación. En ambos casos la fe tenía que ser estimulada,
probada, purificada y perfeccionada; en ambos lo buscado era humanamente hablando
inalcanzable, y los medios empleados, al parecer, impotentes; con todo, en ambos los
resultados externos e internos requeridos fueron alcanzados por medio del poder de Cristo y
por la disciplina peculiar a la que, en su ordenación omnisciente, fue sometida la fe.4

Pero sea como sea, cuando Jesús seguía al dirigente hacia su casa y la multitud se
«agolpaba alrededor de Él» en ansiosa curiosidad, otra persona se acercó a Él en aquella
muchedumbre cuya historia interior era muy diferente de la de Jairo. La enfermedad que
esta mujer padecía desde hacía doce años la convertía levíticamente en «inmunda». No
tiene que haber sido rara en Palestina, y allí respondía muy mal al tratamiento, como en
nuestros días, cuando es tratada por la ciencia moderna, a juzgar por el número y variedad
de remedios prescritos y por su carácter. En una hoja del Talmud (Shabb. 110 a y b) se dan
nada menos que once remedios diferentes, de los cuales sólo seis pueden ser considerados
como tónicos astringentes, mientras el resto son meramente producto de la superstición, a la
cual se recurre en ausencia del conocimiento.6 Pero lo que tiene de interés real para
nosotros es que, en todos los casos en que se prescribían astringentes o tónicos, se ordenaba
que, mientras la mujer tomaba el remedio, había que decir estas palabras: «Levántate
(Qum) de tu flujo». No es sólo que los medios psíquicos tienen, al parecer, que acompañar
a la terapia física de la enfermedad, sino la coincidencia en la orden: «Levántate» (Qum),

4
Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 914).
VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE.

Shabb. El Tratado Talmúdico Shabbath, sobre observancias del sábado.


6
Tales como cenizas de un huevo de avestruz, llevadas en verano en una tela de lino; en invierno,
de algodón; o restos de cebada y trigo hallados en el estiércol de una asna blanca, etc.
con las palabras usadas por Cristo al resucitar a la hija de Jairo, lo que es sorprendente.
Pero aquí sólo vemos contraste con las curas mágicas de los rabinos. Porque Jesús ni usaba
remedios, ni le dijo la palabra Qum a ella cuando la mujer «se acercó entre el gentío por
detrás» para tocarle «el borde de su manto», en busca de curación.5

Pero la prenda exterior que llevaba Jesús sería, o bien la llamada Goltha, o más
probablemente el Tallith. Ambas iban provistas de cuatro bordes, con los llamados Tsitsith,
o flecos (orlas). Éstos estaban cosidos a los cuatro lados del vestido exterior, al parecer en
cumplimiento de la orden de Números 15:38–41 y Deuteronomio 22:12. Al principio, esta
observancia parece que era relativamente simple.6

5
Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 915).
VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE.
6
Edersheim, A. (2009). Comentario Bíblico Histórico. (G. P. Grayling & X. Vila, Trads.) (p. 917).
VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE.

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