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Ahora bien, ¿alguna vez te has puesto a pensar cuál es la receta secreta
para la santidad? En muchas ocasiones hemos oído hablar sobre las
admirables y ejemplares vidas de los santos, sin embargo, pocas veces
reflexionamos sobre sus armas secretas, esas de donde sacan el impulso
para ir por el mundo y evangelizar a todas las naciones, esas fuentes de
sabiduría y templanza que tanto los han caracterizado.
Sin duda, las armas secretas de los santos son muchas, pero en esta ocasión
quiero hablar del secreto más dulce de todos, ese que además de enseñar a
amar, enamora. Estoy hablando de una mujer, las más bella de todas, la
llena de Gracia, la bienaventurada, la Virgen de las vírgenes, la que
guardaba todo en su corazón, la que con su ejemplo ha guiado a los santos a
lo largo del tiempo por un buen caminar.
Es María quien nos enseña a ser humildes, a dar fe que para Dios no hay
nada imposible, es ella quien nos enseña a buscar y cumplir la voluntad de
Dios a través de la docilidad y obediencia, “hagan lo que Él les diga”( Juan 2,
1-12). La humildad no es sinónimo de debilidad, aunque una espada
atravesó su corazón [como le dijo Simeón en una premonición] la firmeza de
María a los pies de la cruz nos enseña que la fe nos fortalece en los
momentos de angustia. “Si queremos ser Cristianos debemos ser Marianos,
es decir; debemos reconocer la relación esencial, vital, providencial que une
la Señora a Jesús y que nos abre el camino que nos conduce a Él” (Pablo VI).
¡Oh Señora y Madre mía! Con filial cariño vengo a ofrecerte en este día
cuanto soy y cuanto tengo. Mi boca para cantarte, mi voz para bendecirte,
mi corazón para amarte, mi vida para servirte. Acepta, Madre, este don, que
te ofrenda mi cariño, y guárdame como a un niño cerca de tu Corazón. Que
nunca sea traidor al amor que hoy me enajena y que desprecie sin pena los
halagos de otro amor. Que, aunque el dolor me taladre y haga de mí un
crucifijo, que yo sepa ser tu hijo y sienta que eres mi Madre. En la dicha, en
la aflicción, en la pena, en la alegría, ¡mírame con compasión, no me dejes,
Madre mía! Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de
nuestra muerte.Amén.