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Metas y Propósitos de la Educación Cristiana

Posted on March 12, 2014by Dr. Juan R. Mejías Ortiz

Metas y Propósitos de la Educación Cristiana


Dr. Juan R. Mejías Ortiz
Desde los inicios de la civilización la educación ha desempeñado un papel
dominante en la construcción social. Las sociedades han utilizado la educación
como herramienta para la transmisión o adelanto de la cultura, la enseñanza de los
patrones de conductas aceptables, y la inculcación de conocimiento, valores,
destrezas y actitudes, por medio de instituciones que han sido creadas con ese
fin[1]. En los albores del tercer milenio continúa el mismo fenómeno social.
La educación cristiana no excluye estas intenciones sociales, pero va más allá.
En general, la educación cristiana está más ligada a la formación integral del
creyente, a la instrucción catequética y al crecimiento espiritual del ser hu

mano, para que se manifieste una fe


comunitaria que transforme, a su vez, a la sociedad. Esto es el discipulado. El
discipulado evangélico hace al educando y a la educanda consciente del amor de
Dios. Esta verdad teológica le conduce a experimentar la proximidad del más
cercano a través de la incursión y de la solidaridad social.
Una iglesia saludable es una iglesia que educa a la luz de las Sagradas
Escrituras. Consecuente a esta intención, la iglesia invierte sus mejores recursos y
esfuerzos para alcanzar esta hermosa aspiración eclesial. El riesgo de enseñar y
aprender el Evangelio de forma correcta es la transformación social y, sobre todo,
el goce pleno de la libertad en Cristo Jesús.
Una vez entendido que el papel constructivo de la educación cristiana pone
mayor interés en los aspectos instructivos del carácter creyente que en la ganancia
numérica de adeptos, estamos obligados a explorar el concepto. Para entender su
significado tomaré prestado la siguiente definición esbozada por el Dr. Robert
Pazmiño (2002).
La educación cristiana consiste en el esfuerzo divino-humano deliberado [unión de
la intención-intervención divina y la responsabilidad humana], sistemático y
continuo de comunicar o apropiarse del conocimiento [enfoque constructivista de
la educación], valores, actitudes, habilidades, sensibilidad y el comportamiento que
constituye o son consistentes con la fe cristiana.Las palabras entre corchetes son
mías.
Así entendida, la educación cristiana:
Apoya el cambio, la renovación y la reforma de personas, grupos y
estructuras [eclesiales] por el poder del Espíritu Santo para conformarse a la
voluntad revelada por Dios tal y como se expresa en el Antiguo Testamento y
Nuevo Testamento preponderadamente en la persona de Jesucristo, así como en
los resultados de ese esfuerzo. (Pazmiño 2002)
Meta de la educación cristiana
El testimonio de la teología paulina ofrece una dirección clara acerca de las
metas de la educación cristiana. En este artículo se privilegia dos textos de la
tradición paulina. El pasaje de Romanos 12:2, parte del escrito redactado por el
propio apóstol Pablo cerca del año 57/58 d.C., nos presenta los siguientes
principios pedagógicos:
 La vida cristiana debe ser vivida para Dios. Una existencia que honra a Dios se
sostiene en el amor, la humildad y el compromiso por el bienestar común; a su
vez, descarta los valores mundanos que acentúan el odio, la arrogancia y la
intolerancia.
 La intervención del Espíritu de Dios provoca en las personas cambios en la
manera de ser y de pensar. Así, pues, la transformación o la metamorfosis es
más que un simple cambio exterior. Más bien, el apóstol hace alusión al cambio
interior del ser humano provocado por el encuentro con Dios.
 Ambas, la vida para Dios y la metamorphosis interna, son las vías más seguras
para conocer lo que Dios quiere.
Consecuente con el libro de Romanos, los discípulos más cercanos del
apóstol, al redactar la epístola a los Efesios, ponen de manifiesto las metas de la
educación cristiana. El producto de la pedagogía eclesial debe suscitar el
perfeccionamiento de los santos para la obra del ministerio, la edificación del
cuerpo de Cristo, la unidad de la fe y el conocimiento del Hijo de Dios (Ef. 4:12-13).
Principios rectores de la educación cristiana
De ahí que podemos dar un salto cualitativo para tratar de establecer tres
principios rectores que sustenten la comprensión de la función de la educación
cristiana:
1. Todo y toda participante de la escuela bíblica tiene derecho a una educación
integral, innovadora y auténtica que propenda al pleno desarrollo y respeto de
sus capacidades psicológicas, motoras, emocionales, morales y espirituales.
2. Una aproximación a la educación cristiana encuentra su raíz en la revelación de
Dios, centrada en la persona de su hijo Jesucristo y su enseñanza acerca del
Reino de Dios, consecuente con el testimonio de las Sagradas Escrituras
Cristiana, y la iluminación del Espíritu Santo.
3. Los esfuerzos curriculares y metodológicos, ese currículo operacional que se da
en las aulas, debe motivar, inspirar y ser fuente que haga brotar la alegría del
Evangelio. En ocasiones, en los escenarios formativos cristianos predomina un
clima educativo lúgubre, en lugar de la alegría por aprender. El papa Francisco
I, en su primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium, invita
elocuentemente a la afirmación y celebración de la alegría del Evangelio, que
llena la vida de los seguidores de Jesús, impulsa a la Iglesia a salir a anunciar
las buenas nuevas a todos, sin acepción de personas.
Más sencillo, una educación cristiana auténtica tiene lugar cuando se es
consciente (1) del respeto hacia la dignidad del ser humano; (2) en la afirmación y
experiencia de la acción Trinitaria en la pedagogía eclesial; (3) en fomentar la
alegría y el disfrute del Santo Evangelio.
Propósitos de la Educación Cristiana
Entonces, ¿cuáles deben ser los caminos por los que debe transitar la
educación cristiana, por ende la escuela bíblica?, ¿Hacia cuál dirección nos
debemos mover?, ¿Cuáles son los elementos distintivos de la educación cristiana y
de la escuela bíblica que nos guían en el crecimiento eclesial? Thomas Groome
plantea que la educación religiosa (cristiana) tiene tres propósitos fundamentales:
 Educar para afirmar los valores del reino de Dios.
 Educar para nutrir la fe.
 Educar para vivir la libertad.
Y, respetuosamente, le añado un cuarto propósito.
 Educar para vivir y disfrutar la alegría del Evangelio en comunidad.
Exploremos cada una de estas enunciaciones con un poco de detenimiento.
 Educar para afirmar los valores del reino de Dios
Tanto la persona de Jesús como su enseñanza acerca de los valores cardinales
del reino de los cielos son objetos de estudio en la educación cristiana. O sea son su
contenido. Pero, ¿qué significa el reino de Dios?, ¿cuál es su alcance?, ¿qué
implicaciones tiene para la vida de cada creyente?
El reino, centro del contenido de la predicación de Jesús, simboliza la
presencia activa de Dios y su poder sobre, en y al final de la historia. Como símbolo
comunitario transforma las circunstancias y trae al escenario un denuedo de
esperanza y posibilidad para el corazón abatido y cansado. Para Xavier León-
Dufour, el Reino de Dios, con su advenimiento proclama el fin del dominio de
Satanás y de los poderes del pecado y de la muerte sobre los seres humanos.
Una iglesia que crece saludablemente enseña a los feligreses a encarnar los
valores del reino de Dios en cada acto personal y en cada gesto de afirmación
comunitaria. Esto es lo que Efesios asevera con la expression, “perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio”. Esta perfección encuentra autenticidad en la
imitación del modelaje de Jesús y en la confesión universal de la iglesia que le
declara Señor y Cristo.
 Educar para nutrir la fe
La educación cristiana auténtica promueve la vida en la fe cristiana. Llegar al
conocimiento del Hijo de Dios (Efesios 4:13) o conocer lo que Dios quiere
(Romanos 12:2), se aprende, se enseña. Que mejor escenario para que ocurra el
misterio del crecimiento espiritual de la iglesia que la escuela bíblica. Los
elementos distintivos de esa enseñanza germinan en un proceso de formación.
Produce la creencia, la convicción y el entendimiento de la obra de Dios. Ella
ilumina y robustece la confianza en Dios. El estudio de las Sagradas Escrituras
nutre la fe, la hace fuerte a tal magnitud que nos da las herramientas para enfrentar
las pseudas-enseñanzas religiosas que denigran y laceran la dignidad del ser
humano. Una fe bien nutrida abraza la confianza, que descansa en la fidelidad de
Dios y en la gracia de su poder salvador, alumbrando el camino para hacer su
voluntad, la plenitud del reino en medio nuestro.
 Educar para vivir la libertad
La iglesia cristiana ha sido instituida para vivir, modelar, educar y propiciar la
libertad. Esta cualidad humana se convierte en uno de los propósitos esenciales del
proyecto pedagógico eclesial. Pero, sin un programa educativo sólido e integral,
cuya aspiración sea el redescubrimiento de la condición de libertad, no aflora la
conciencia de haber sido creado a imagen y semejanza divina. Dicha consideración
etimológica debe dirigir al magisterio de la iglesia a reconocer que los procesos
pedagógicos auspiciados por la educación cristiana deben fomentar escenarios
educativos, en donde se propicie que el participante emplee sus funciones
intelectuales con el fin de percibir, vivir y re-vivir la realidad de la libertad.
El descubrimiento del valor superior de la libertad se alcanza por medio de
experiencias de aprendizajes que inspiran al educando a valorar, sentir y anhelar la
plena dimensión de esta condición humana. En la educación cristiana para la
libertad y transformación creativa, se diseñan y aquilatan procesos pedagógicos
genuinos que inspiran a los alumnos y a las alumnas a construir utopías y a soñar
con una mejor sociedad y convertirse a su vez en mejores seguidores y seguidoras
de Jesús. Esto es, permanecer en Cristo Jesús.
 Educar para vivir y disfrutar la alegría del Evangelio en comunidad
Como hemos mencionado, una iglesia que crece celebra la vida y disfruta la
alegría del Evangelio en comunidad. En el cuarto evangelio, Jesús en una oración
intima al Padre, peticiona: A los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para
que sean uno, así como nosotros (Jn 17:11). De ahí que el esfuerzo constante de la
educación cristiana afirma con mayor ahínco el aspecto comunitario sobre el
desarrollo personal, énfasis de la educación secular.
María Harris, en su clásico Constrúyeme un pueblo (Fashion me a people),
apunta a la atención de la koinonia o el desarrollo de un currículo que enseñe a
vivir en comunidad como punto inicial del ministerio educativo de la iglesia. La
educadora indica que la iglesia está llamada a testificar consecuentemente su
común-unidad y su común-unión. Esta comunidad es una comunidad celebrante,
una comunidad que se acompaña y que disfruta la alegría del Evangelio, en especial
en la liturgia y en la eucaristía.
Conclusión
Hoy es un buen día para comenzar a desarrollar la conciencia de la
radicalidad del llamado del testimonio bíblico-teológico en favor del adelanto de
procesos pedagógicos más intencionales, más responsivos y más cónsonos con los
propósitos de Dios. Esto es, el logro de una educación cristiana que atienda
integralmente las necesidades de los educandos. Una educación cristiana que abra
surcos para la conversión, para el despertar, para el volver en sí. Una iglesia que
crece educa; y, educa a la luz de la verdad de un Dios que nos ama y nos invita a la
vida en comunidad, a la alegría, al amor y a la esperanza.
Referencias Cáceres, J. (1991). Sociología y Educación. Rio Piedras, PR:
Editorial UPR.
Francisco I. (2013). Evangelii Gaudium del Santo Padres Francisco a los Obispos,
Presbíteros y Diáconos a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el
anuncio del Evangelio en el mundo actual. República Dominicana: Librería
Paulinas.
Groome, T. H. (1999). Christian Religious Education: Sharing Our Story and
Vision. USA: Jossey-Bass.
Harris, M. (1989). Fashion Me a People. Curriculum in the Church. Louisville, KY:
Westminster John Knox Press.
León-Dufour, X. (1990). Vocabulario de Teología Bíblica. Barcelona, España:
Editorial Herder.
Pazmiño, R. W. (2002). Principios y práctica de la educación cristiana. Una
perspectiva evangélica. Oregon, EUA: Wipf and Stock Publishers.

[1] Cáceres (1991); Hernández (1994)


De la Educación Cristiana Liberadora
Posted on May 8, 2013by Dr. Juan R. Mejías Ortiz

DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA LIBERADORA


Dr. Juan R. Mejías Ortiz
mayo 2013

Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él: Si ustedes obedecen mis
enseñanzas, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la
verdad los hará libre. San Juan 8:31-32 (TLA)
La iglesia cristiana ha sido instituida para vivir, modelar, educar y propiciar
la libertad. Esta cualidad humana se convierte en uno de los propósitos esenciales
del proyecto pedagógico eclesial. Pero, sin un programa educativo sólido e integral
cuya aspiración sea el redescubrimiento de la condición de libertad, no aflora la
conciencia de haber sido creado a imagen y semejanza divina. El evangelio según
San Juan nos invita explícitamente a ese redescubrimiento cuando en labios del
Salvador despliega la expresión “conocerán la verdad, y la verdad los hará
libre” (Jn 8:32). Este enunciado juanino devela la relación indisoluble entre
conocer, verdad y liberación. De modo, que el entendimiento de esta triada nos
ubicará en una mejor posición para comprender la amplitud del texto citado y
auscultar el fin último de la educación cristiana.
El evangelista Juan inicia el proceso liberador con la acción de conocer. El
conocer está relacionado con la capacidad humana para captar por medio de las
facultades intelectuales la naturaleza, las cualidades y el escenario en donde tiene
lugar un fenómeno[1]. Aunque en ocasiones se refiere al simple hecho de reconocer
una cosa como disímil de las demás, lo cierto es que el conocer está más
íntimamente ligado al sentir y experimentar lo distintivo de esa cosa. Dicha
consideración etimológica debe dirigir al magisterio de la iglesia a reconocer que
los procesos pedagógicos auspiciados por la educación cristiana liberadora deben
fomentar escenarios educativos en donde se propicie que el participante emplee sus
funciones intelectuales con el fin de percibir, vivir y re-vivir la realidad de la
libertad en Cristo Jesús. A su vez, explora lo particular de sus cualidades
contrastándolas con pseudo-ideologías que enajenan explícita o implícitamente al
ser humano. Esto lo hace una y otra vez hasta que logra diferenciar la libertad
auténtica de poderes opresivos que inhiben su fluir. Tal magnitud del
descubrimiento del valor superior de la libertad se alcanza por medio de
experiencias de aprendizajes que inspiran al educando a valorar, sentir y anhelar la
plena dimensión de esta condición humana ofrecida por Dios.
El autor del cuarto Evangelio inicia la alocución en el plano epistemológico;
es decir, acentuando en la capacidad que Dios le ha otorgado al ser humano para
entender y apropiarse del conocimiento, superando las ingenuidades y las creencias
alienantes y mistificadoras que le apartan de la verdad. Conocer, por un lado,
representa adentrarse en un mundo antes desconocido. Este en sí mismo, expone al
ser humano ante una gama de posibilidades y realidades previamente
insospechadas. Por el otro, ocurre un cambio de dimensiones titánicas, los
pensamientos son extendidos, la visión es transformada y los mitos son desafiados.
Precisamente estos corolarios constituyen el logro de las aspiraciones
fundamentales de la educación cristiana. Ahora bien, hay un obstáculo a vencer: el
temor a esta aventura cognoscitiva – espiritual. En otras palabras, el miedo a
conocer la verdad que nos conduce a la liberación auténtica. Es menester que el
programa pedagógico eclesial se coloque de frente a este astuto adversario para
neutralizar la sagacidad de sus artimañas.

El conocer adelanta y redirige la ruta a la liberación. Como se ha indicado,


este proceso evolutivo inicia con el acontecimiento epistemológico. Ella enciende
las aproximaciones críticas de la realidad. La misma queda como objeto de
investigación y cuestionamiento. Sus conclusiones ubican al ser humano ante un
nuevo umbral; uno en donde se autovisualiza como ser creado a imagen de Dios
dotado con la virtud de la libertad. De ahí que se pasa de una afirmación
epistemológica a un cuestionamiento ontológico: ¿es posible la libertad genuina?,
¿será capaz el ser humano de su disfrute?, ¿tendrá las herramientas que le
permitan adueñarse de la libertad como ente propio de su ser?, ¿existirá la
voluntad para considerarse como un ser creado por Dios para la libertad? Estas
preguntas deben encontrar respuesta en la reflexión de los docentes y en la
materialización de sus planes pedagógicos.

La libertad expresada en el texto bíblico y objeto de la educación cristiana


expone al ser humano ante su mayor desafío. Esto es, conocer a Dios como
requisito para conocerse así mismo. Nos comenta el reformador Juan
Calvino[2] que el conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos se
autorrelacionan de manera tal que coexisten. El señalamiento de la teología
calvinista subraya que el ser humano por sí solo no puede llegar al
autoconocimiento si primero no aprende a contemplar el rostro de Dios. Es a partir
del encuentro con la Divinidad que el ser humano prepara el equipaje para
emprender el viaje de su propio conocer.
Este producto de la educación cristiana liberadora lleva al adelanto de una
visión creciente acerca del proyecto divino, sus realidades y alcance. Como fruto
emerge una persona en ruta continua a la liberación. De ahí, el carácter ontológico
y profético de las palabras de Jesús subrayadas en el cuarto evangelio. Primero se
conoce la verdad y como efecto se alcanza la libertad. Así que “conocerás la verdad,
y la verdad os hará libre”. Ahora bien, la libertad rechaza y combate cualquier
sistema de opresión sea de tamaño más amplio o simplemente resinas
neocoloniales. Se denuncian y quedan descubiertas las maquinaciones opresivas
externas, emocionales y espirituales que orillan al individuo. De ahí la urgencia del
desarrollo de experiencias de aprendizaje que estimulen el estudiar nuestras
realidades sociales con alta criticidad a la luz de los valores del reino de Dios
expuestos en las Sagradas Escrituras y de las necesidades de la comunidad y de los
educandos. Así, a través del mensaje de las Sagradas Escrituras, se afirma el
proyecto liberador divino. Pero hay una advertencia, la educación cristiana
liberadora acentúa la libertad en Cristo Jesús fundamentada en sus enseñanzas y
modelaje, no es un llamamiento al libertinaje que deforma este ofrecimiento
divino. Por el contrario, es una invitación a la vida en Cristo y al gozo de la libertad
verdadera que nos ofrece y que a su vez nos conduce a experimentar las bondades
de Dios.
En la educación cristiana para la libertad y transformación creativa, se
diseñan y aquilatan procesos pedagógicos auténticos que inspiran al alumno a
construir utopías y a soñar con una mejor sociedad y convertirse a su vez en un
mejor seguidor de Cristo. Esto es, permanecer en Cristo Jesús. Para ello, la
educación cristiana en si misma se evalúa. Ausculta si ella, en lugar de promover
procesos liberadores es el obstáculo primario a superar. Cuando esto último ocurre
nos encontramos ante el germinar de una educación cristiana estéril y castrante
que encarcela todo rastro de humanidad. Cuando se niegan los procesos
liberadores se rechaza al ser humano, sus sueños y posibilidades. Se llega ahí
cuando los educadores y las educadoras permiten que los procesos de formación se
tornen mecánicos, rutinarios y carentes de significación para los participantes. Es
por ello que Thomas Groome[3] bosqueja los tres propósitos básicos a los que
aspira la educación cristiana, eje central de toda docencia: (1) educar para vivir el
reino de Dios, (2) educar para nutrir la fe, y (3) educar para la libertad. Sin esta
última las primeras dos estarían inconclusas. No se puede educar para vivir los
valores del reino de Dios sin educar para la libertad. Por su parte, la fe no se nutre
si se pretende anular la libertad otorgada.
La educación cristiana liberadora posee alcances inimaginables. En primer
lugar despierta la conciencia y trata con la formación de la identidad del creyente.
En segundo lugar, pone de manifiesto la amplitud de la obra de Dios en Cristo
Jesús. Se impone una visión utópica y se llama insistentemente a lo humano. La
economía del Reino aplasta y desprecia los valores neocoloniales que privilegian al
desamor y al individualismo radical que invita a arrollar a los del camino y negar el
plan salvífico de Dios. Así se tiene posibilidad de ser más imagen y semejanza del
Creador; irrumpe un mesianismo que nos conduce al amor que cura, a la
solidaridad que acompaña, a la justicia que denota el valor trascendental del Reino.
Las ideologías que fragmentan al ser humano quedan destruidas.

A pesar de lo antes señalado, ¿estaremos educando para la libertad?, ¿nos


interesa la formación de un ser humano con un sentido crítico que abrace la
libertad que le ofrece el Evangelio? A pesar de lo vehemente de este llamamiento,
en la actualidad en la mayoría de los núcleos eclesiales todavía prevalece la
educación para las masas. Este tipo de paradigma pedagógico, propio de las
sociedades industrializadas del siglo pasado, está dirigido a globalizar el recetario
instruccional de los participantes ignorando sus particularizaciones y necesidades
personales. Lastimosamente, las prácticas de la educación bancaria, tan criticada
por el educador brasilero Paulo Freire[4], ha cautivado el imaginario pedagógico de
los proyectos educativos eclesiales contemporáneos.
Respondiendo con diligencia a esta problemática es que el acercamiento
freireano de la educación nos invita a ir desde la doxa (opiniones o creencias del
individuo) a la libertad encarnada por el logos de Dios. Desde el siglo pasado,
estudiosos del tema como Lois LeBar[5] han advertido acerca de lo taxativo del
enfoque filosófico que prevalece en la educación cristiana tradicional y lo limitado
de su repertorio metodológico. La educadora señala que la problemática básica
reside en que los esfuerzos eclesiales están más interesados en promover conversos
que en hacer discípulos. Es decir, el esfuerzo primario está más enfocado en
acciones evangelísticas que se puedan evidenciar numéricamente que en los
procesos formativos que robustece el carácter del creyente. El afán eclesial
postmoderno por medir sus logros cuantitativamente y por contabilizar el
crecimiento de una congregación hacen que la educación cristiana, al igual que
otras áreas de importancia como la liturgia y el kerigma (proclamación), pasen a un
plano de atención inferior. De modo que un retrato de los programas eclesiales
actuales evidencia que se está más preocupado porque las personas lleguen a la
iglesia a que permanezcan en ella y crezcan en la fe. El peligro latente es la omisión
ministerial del discipulado.
El discipulado evangélico hace al educando consciente del amor de Dios y
cómo ello nos lleva a experimentar la proximidad del más cercano a través de la
incursión y solidaridad social. El riesgo de enseñar y aprender el Evangelio de
forma correcta es la transformación social y sobre todo el goce pleno de la libertad
en Cristo Jesús.

Finalmente, el estudio de la relación del pasaje de Juan 8:32 y la educación


cristiana liberadora invita, en primer lugar, al reconocimiento del valor del
evangelio de Jesucristo como poder emancipador. La libertad anunciada por el
evangelista conduce a re-experimentar una y otra vez el poder liberador del
resucitado, centro del kerigma y pedagogía de la iglesia. Una educación cristiana
para la libertad invita al ser humano a ser protagonista de su historia
fundamentado en la manumisión ofrecida por Cristo Jesús. De ahí que las acciones,
tanto personales como colectivas, que fomentan un ambiente cauterizado quedan
confinadas a un mero recuerdo que ha sido transformado por la gracia de la
Palabra de Dios. Así brota un ser humano que rechaza el encasillamiento, la
cosificación y las acciones que le mitifican para ubicarse en el kairós divino. Un
tiempo de perdón y restauración que provoca el conocimiento de la verdad. Este
renuevo trae la libertad. Aun así, la caridad divina nos ubica en un conflicto. O se es
libre o se niega esa libertad. Esta última ubica al ser humano en una realidad en
donde se le estimula a considerarse poco e insignificante. Es en este escenario que
entra el poder emancipador de la educación cristiana para la libertad basado en la
palabra de Cristo. Esta, por virtud del quehacer del Espíritu Santo, regenera al ser
humano. Lo hace libre, lo hace genuino, lo hace caritativo, lo hace solidario, lo hace
a imagen y semejanza de Dios.
[1] Real Academia de la Lengua, Diccionario de la lengua española (España: RAE,
2001, 22ma ed.).
[2] Juan Calvino, Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador y Supremo
Gobernador de todo el mundo. Institución de la religión cristiana, Libro I (Países
Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994).
[3] Thomas H. Groome, Christian Religious Education: Sharing Our Story and
Vision. (USA: Jossey-Bass, 1999).
[4] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido. (España: Siglo XXI, 1970).
[5] Lois E. LeBar, Educación que es cristiana. Una introducción a la filosofía de la
educación cristiana. (EUA: Patmos, 2009).
(c) 2013 Derechos Reservados

Se prohibe la reproducción con fines de lucro.

Principios rectores que sustentan la comprensión de la


función de la educación cristiana
Posted on June 16, 2014by Dr. Juan R. Mejías Ortiz
Por: Dr. Juan R. Mejías Ortiz
En el Proyecto Educación Cristiana para el Siglo XXI, se
proponen los siguientes principios rectores que deben sustentar la comprensión de
la función de la educación cristiana:
1. Todo seguidor y toda seguidora de Jesús tiene derecho a una educación
cristiana integral, innovadora y auténtica que propenda al pleno desarrollo y
respeto de sus capacidades sociales, cognoscitivas, motoras, emocionales,
morales y espirituales.

2. Una aproximación a la educación cristiana encuentra su raíz en la revelación de


Dios, centrada en la persona de su hijo Jesucristo y su enseñanza acerca del
Reino de los cielos, consecuente con el testimonio de las Sagradas Escrituras
Cristianas, y la iluminación y acción del Espíritu Santo en la vida de la
comunidad de creyentes.

3. La formulación de una filosofía de la educación cristiana que permita identificar


las fuentes, los rasgos distintivos y los supuestos teóricos de la pedagogía de
Jesús con la idea de adoptar modelos de enseñanza que susciten la vida
centralizada en los valores del Reino, la creatividad y la transformación social.

4. Los esfuerzos curriculares y metodológicos, el currículo operacional que tiene


lugar en cada escenario educativo, debe motivar, inspirar y ser fuente para vivir
la alegría del Evangelio en comunidad.

5. La promoción del aprendizaje auténtico en sintonía directa con las necesidades


e intereses de las estudiantes y los estudiantes, a la luz de sus realidades
socioculturales, físicas, mentales y espirituales, que ocasione el alcance de una
conciencia crítica que consienta la superación de los poderes coercitivos de la
creatividad humana, centrados en la memorización y mecanización de los
procesos de aprendizaje.

6. La adopción de métodos de evaluación que permita la reflexión en torno a la


práctica educativa y descubrir cuán efectivos son los modelos de enseñanza y
aprendizaje que se siguen en el ámbito eclesial.

7. La planificación de actividades instruccionales orientadas al proceso de


humanización en donde cada participante descubra, por medio de la reflexión
personal y colectiva, sus facultades cognoscitivas y espirituales inspiradas por el
conocimiento bíblico y teológico que libera al ser humano de los mitos
culturales, las ataduras dogmáticas, las ideologías excluyentes que desclorofilan
el impreso de la imagen divina que posee.

8. La apropiación de un repertorio metodológico encausado a la reflexión y a la


praxis educativa que avive el compromiso en favor de la transformación de la
sociedad asidos por los valores del Reino de Dios caracterizados por la libertad,
la solidaridad, la justicia, la esperanza, la paz, el bienestar común, el respeto a la
diversidad, el cuidado del planeta y sobre todo el amor.

9. El estudiante y la estudiante tiene el derecho al riesgo de la pregunta; a la


pregunta que incite el inquirir y la respuesta creativa, al descubrimiento que
estimule la avidez de conocer, de conquistar las fronteras de la curiosidad que le
conduzcan al discernimiento de las ideas e incluso a la autoevaluación de sus
propias respuestas.

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