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la historia. Nadie puede decir yo como yo, En la visión platónica del alma como principio interno ca-
parece afirmar, orgulloso, el individuo paz de ordenar las potencias del hombre, y en el orden natu-
contemporáneo. Pero difícilmente es cons- ral que descubre fuera de sí mismo para hacerlo, Taylor
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ciente de la dimensión histórica de su di- descubre una primera aparición de la oposición entre inte-
cho: de la complejísima sucesión de rior y exterior.
hallazgos que le permiten decir “yo”. En San Agustín, también dualista, el canadiense identifica
Aunque, herederos finalmente del racio- un paso más del camino al interior: la reformulación de la
nalismo, nos cuesta reconocer la dimen- oposición espíritu-materia, eterno-temporal en términos de
sión histórica de conceptos tan esenciales exterior-interior. Siendo el hombre exterior lo corporal,
como éste, la realidad es que concebimos aquello que tenemos con las bestias en común, y el hombre
hoy la individualidad en un sentido dife- interior el alma, en la que se aloja Dios —quien en esta oca-
rente al hombre renacentista, y que éste la sión no está, como en Platón, únicamente fuera, iluminando
concebía de una manera radicalmente dis- el orden del ser, sino que es también luz interior—, Taylor
tinta al medieval, si acaso este último fue subraya cómo el lenguaje de la interioridad cobra en Agus-
capaz de expresarla. tín, y desde él, una fuerza fundamental.
En Fuentes del yo,1 Charles Taylor ras- Descartes representa un paso más, fundamental, en la re-
trea la historia de la identidad moderna construcción histórica de Charles Taylor. En él, dada la opo-
deteniéndose en cuatro de sus vestigios sición res cogitans-res extensa y la plena conciencia de la cosa
fundamentales, todos de carácter moral. pensante como ser inmaterial, ésta percibe al mundo mate-
Convencido de que cada época es indiso-
ciable de la noción de bien que le ha servi-
do como brújula para orientar su camino,
encuentra en las huellas de Platón, San
Agustín, Descartes y Locke las claves de
su búsqueda.
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1 El título de la primera parte de dicha obra
—“La identidad y el bien”— es por demás
revelador de la opción metodológica del
autor. Cfr. Charles Taylor, Fuentes del yo,
Paidós, Buenos Aires, 1989, pp. 17-40.
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rial, incluyendo al cuerpo, como simple extensión Taylor termina su rastreo en Locke, quien
con la que establece una relación de corte mecanicis- a su juicio lleva la autonomía del sujeto a sus
ta y funcional. límites con la concepción del yo puntual
En el nuevo modelo de dominio racional propuesto (punctual self), que se contrapone al yo situa-
por Descartes se encuentra, de acuerdo con Taylor, la do o articulado.
semilla de la razón instrumental, entendida ésta como La clave de esta figura es el hecho de obte-
la clase de racionalidad de la que nos servimos cuan- ner control a través de la desvinculación,
do calculamos la aplicación más económica de los siempre correlativa a la objetivación. El yo
medios a un fin dado, y cuya medida de éxito es “la puntual es el único que posee el poder, un
mejor relación costo-rendimiento”.2 poder que radica en la conciencia, de fijar las
La esencia del quiebre cartesiano en el camino ha- cosas como objetos, en cuyo cajón quedan fi-
cia la interioridad consiste en el hecho de que la ra- nalmente atrapados los demás. En palabras
cionalidad pasa a ser por primera vez propiedad de Rodrigo Martínez, “el respeto y el servicio
interna del pensamiento subjetivo. mutuos se subordinan a las metas individua-
Nos encontramos, sin más, frente al agotamiento les, como la libertad, la seguridad o el mante-
del paradigma del objeto —engendrado en el naci- nimiento de la propia familia. La
miento de la filosofía misma—: en el inicio de un organización social se juzga como algo inhe-
nuevo “metamodelo” en el que la filosofía nave- rentemente instrumental”. 3
garía los siglos de la modernidad: el del sujeto. Taylor concluye su recorrido constatando
Podemos entender a Descartes en el contexto una de las grandes paradojas de la filosofía
de un humanismo renacentista, definido por el moderna: la búsqueda ancestral, por demás
rompimiento con un pasado subordinado a la ardua, de una identidad autónoma construi-
tradición religiosa y por la apuesta a las posibili- da en torno de la subjetividad ha terminado
dades intelectuales y morales del ser humano, de por generar concepciones del hombre prácti-
la que se desprende entre otras cosas la obsesión camente vacías de significado.
renacentista por el método. Junto con la fe en su La modernidad que se inaugura en la cons-
capacidad para orientar su destino, crece en el titución misma del individuo, ligada estrecha-
hombre renacentista la urgencia de disponer de mente a su autonomía moral, culmina en el
un camino para alcanzarlo, así como la de dejar riesgo de un individualismo posesivo, ligado
constancia del mismo. Tal necesidad vital herma- a la razón instrumental, capaz de desnudar-
na extrañamente el Discurso del método con los nos en la carencia de vínculos.
Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y con El individuo, máxima construcción de la
Junto con la historia del individuo, Va de Descartes a Husserl —pasan- Las virtudes del paradigma del no-
contrastándose con ella, se desarrolla
un paradigma, igualmente occidental,
do por una veintena de autores, in-
cluidos Hume, Kant, Hegel y
sotros, de naturaleza menos estridente
que el individualismo, resaltan muchas
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que, radicalmente asombrado por el Unamuno— analizando los siglos en veces por contraste: cuando este últi-
misterio del otro, reconoce la dimen- que la figura del otro se torna proble- mo entra en crisis, cuando la no sus-
sión relacional como un elemento mática. Se acerca en un segundo mo- tentabilidad del individualismo nos
constitutivo del ser persona: el mode- mento a pensadores preocupados por sume en el hastío, se deja escuchar la
lo del reconocimiento recíproco. contrapuntear el yoísmo moderno: discreta sinfonía de la reciprocidad,
Las convicciones fundamentales de Scheler, Ortega, Heidegger, Sartre, reconfortando nuestra percepción so-
dicha propuesta —la interdependen- Merleau-Ponty y, de manera especial- bre el futuro, enriqueciendo nuestro
cia radical, la posibilidad del encuen- mente brillante, los filósofos del diá- circular repertorio de solistas, alimen-
tro, el sentido comunitario, el ser logo, Marcel, Buber y Jaspers. tando la vocación de quienes creemos
relacional del hombre, la universali- Finalmente, distingue en esa misma que es en la segunda persona del plu-
dad de los derechos humanos, la sección tres figuras fundamentales de ral donde reside la mejor manera de
apuesta por el nosotros—, reconoci- la otredad: el otro como objeto, como pronunciar lo humano. ~
das hoy en declaraciones de consenso persona y como prójimo, desarrollan-
a nivel internacional, resultan tam- do con especial fineza y cuidado los
bién, como es de suponerse, de un pa- temas que dominaron la tercera épo-
ciente y esmerado proceso histórico. ca de su obra: el amor y la amistad.
En su Teoría y realidad del otro, Pe-
dro Laín Entralgo guía un ejem-
plar recorrido a través de dicha
historia. A diferencia del político
canadiense,5 quien, como hemos
dicho, opta por trabajar sólo
cuatro autores, Laín realiza, con
su paciencia de viejo galeno es-
pañol, una auscultación de ca-
rácter casi enciclopédico, a
través de las ideas que occidente
ha desarrollado en torno a la
otredad.6
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5 Una nota por demás interesante en
la biografía de Taylor es que son los
cuestionamientos de su actividad
política (entre otras cosas, fue
candidato a primer ministro
canadiense) las que lo hicieron
transitar hacia la filosofía.
6 Pedro Laín Entralgo, Teoría y reali-
dad del otro, Alianza, Madrid, 1983.