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Catedral de Nuestra Señora del Carmen. Barquisimeto. Estado Lara.

Jesucristo, Señor nuestro, acudimos a ti en esta hora de tantas


necesidades en nuestra patria. Nos sentimos inquietos y esperanzados y
pedimos la fortaleza como don precioso de tu Espíritu. Anhelamos ser un
pueblo identificado con el respeto a la dignidad humana, la verdad, la
libertad, la justicia y el compromiso por el bien común. Como hijos de
Dios danos la capacidad de construir la convivencia fraterna,
amando a todos sin excluir a nadie, solidarizándonos con los pobres
y trabajando por la reconciliación y la paz. Amén
La historia eclesiologica latinoamericana puede organizarse
en atención a cuatro grandes etapas:
Un "primer momento", propio de la dinámica de la línea
eclesiológica del siglo de oro hispánico, fundador,
tridentino, con el despliegue de su contrario el Patronato
Regio.
Luego el "segundo momento", donde el Patronato Regio de
los Estados Nacionales determina en la Ilustración el
neojansenismo contra la unidad católica de la Iglesia.
A continuación, el "tercer momento", que invierte la
dirección, recupera la línea eclesiológica tridentina, que
termina por realizarse, y desde el Vaticano I reafirma la
vocación de la Libertas Ecclesiae católica. Esto implicaba,
aunque la Iglesia no se lo confesaba, el fin de la Cristiandad,
el fin del Patronato Regio, las "dos sociedades perfectas",o
sea la Iglesia libre en el Estado libre.
Este extraordinario resultado, a pesar de sus vicisitudes,
posibilitó el "siglo de la Iglesia“, tal como lo prefiguraba
Guardini.
Nuestro vivir contemporáneo forma parte del "cuarto
momento" eclesiológico latinoamericano, integrado por la
conjunción Vaticano II - Medellín-Puebla y que tendrá su
máxima expresión en Aparecida.
Un “cuarto momento” cuyos comienzos están en la
riquísima reflexión sobre la Iglesia que se desencadena
desde la primera guerra mundial en Europa Occidental, más
estrictamente en el eje Francia-Alemania. Esto nos fue
llegando poco a poco. Y a partir del inmenso
acontecimiento del Vaticano II, las Iglesias latinoamericanas
alcanzaron su propia palabra desde Medellín-Puebla,
reflexionando sobre nuestras realidades propias hasta
alcanzar la madurez eclesiologica en la Conferencia de
Aparecida.
Hasta qué punto la vía programática de la conflictualidad
es, para usar palabras de Pablo VI, "una pretensión de
atentar contra la unidad de la Iglesia", socavándola desde
dentro? Esto es particularmente importante si se considera
que la "institucionalización del conflicto "es una de las
patologías de América Latina y que esto llego hasta nuestra
Iglesia. La asunción estratégica del conflicto, en una de sus
formas, se manifestó en radicalización política dentro de la
Iglesia, siendo en su momento un fenómeno nuevo y
preocupante, de "parte de sacerdotes“ que participaban en
política partidista. . . Como grupos de presión, y con la
aplicación a la acción pastoral en ciertos casos de análisis
sociales con fuerte connotación política.
“El 'pobre' es el proletario, el explotado; la 'Iglesia popular‘
no es propiamente la Iglesia del Pueblo de Dios, sino la
Iglesia de los proletarios, que toman conciencia de sus
derechos y se unen para una liberación principalmente
política. Las mismas comunidades eclesiales de base son
vistas más bien como comunidades sólo de base y no como
comunidades eclesiales de base. La idea de comunión, de
amor fraterno, no se toma en consideración, sino más bien
la idea de lucha, de lucha de clase, de conflicto. En el fondo
es la agudización de la dialéctica marxista para llegar a una
síntesis en que todos sean iguales. No se puede negar que
hoy en América Latina este problema doctrinal es muy
serio y hay que decir con toda sinceridad que quizá este
problema doctrinal es actualmente el problema de base de
América Latina.”
Aloísio Lorscheider Presidente de CELAM 1978
El lenguaje de la conflictualidad hizo también su ingreso
solemne en la Liturgia. Abundan los cantos "litúrgicos", los
folletos en los que, de ser tomados en serio, hay una real
provocación.
Los cantos de guerrilla, penetrados de odio; se aducen
como ingrediente dé "cristianos comprometidos" en el
ámbito mismo de la Eucaristía. Son cantos de lucha, de
revancha, de venganza, inspirados e inspiradores de una
lucha de clases sin cuartel, con altas dosis de maniqueismo:
todo el mal está en el "enemigo" al que se desprecia y busca
aniquilar.
Es la metástasis litúrgica de una teología y eclesiología
militantes. Ya se había acuñado el lema, por la pluma de
Giulio Girardi SDB: "A los pobres se los ama liberándolos; a
los ricos combatiéndolos". Se asume la opción por los
pobres.
Amparándose en esta opción evangélica y alimentados para
la reacción por integrismos de impronta capitalista, se
ponen las bases para la lucha de clases y se destroza, de
hecho, una eclesiología de comunión, trasladando al final la
exigencia de unidad. Unidad que solo se obtendría por la
mediación del conflicto.
La lucha de clases, trasplantada al seno de la comunidad
cristiana, impediría la celebración de la Eucaristía. Cómo
puede significar auténticamente la unidad una comunidad
dividida entre explotadores y explotados? Sólo dignamente
la Eucaristía se celebra cuando hay una base de unidad
social, es decir, cuando la unidad de la Iglesia se vuelve
unidad proletaria. La Iglesia sacramento también se ve
afectada por este modelo.
La eclesiología tradicional, la del Concilio, es declarada
como superada y la exigencia de la unidad redimensionada.
O es declarada "mito", o la unidad de fe es señalada como
del todo insuficiente, porque sería fe "ideologizada“.
Eucaristía en el basurero de Medellín celebrada por Vicente Mejía. 1964.
Los años que van de Vaticano II a Medellín (1965 –1968) son
vividos con intensidad por la Iglesia latinoamericana.
Manuel Larraín obispo de Talca y presidente del CELAM
hacia el final del Concilio concibió la idea de una
reunión episcopal latinoamericana para revisar la
situación de América Latina a la luz de los contenidos del
Concilio Vaticano II y su intuición fue certera, ya que en
América Latina vivían los gérmenes de cambios
profundos.
Uno de los frutos más importantes de los años post
conciliares fue el surgimiento de comunidades cristianas
de diversa índole donde sus integrantes fueron
descubriendo la posibilidad de ser parte activa de la
iglesia, los pobres van haciendo suya la Palabra de Dios, la
celebración y la comunidad va abriendo camino a
Medellín.
Pablo VI afirmará que la Iglesia de América Latina reunida
en la II Conferencia General Episcopal, centró su atención
en el hombre de este continente que vive un momento
decisivo de su proceso histórico, consciente de que “para
conocer a Dios es necesario conocer al hombre”.

A los documentos de Medellín precedió un serio análisis y


diagnóstico de la situación general de los países
latinoamericanos, con particular referencia a los aspectos:
económico, social, político y cultural que configuran el
contexto global de la vida en estos países. De este análisis
surge que no solo existen desigualdades, carencias y
pobreza sino que aún más, “estas carencias y miserias son
la consecuencia de una situación de injusticia estructural
derivada de un orden social aberrante que está orientado
al lucro económico de minorías privilegiadas, quienes
disfrutan de la riqueza y el poder” (Medellín 1-10)
Desde el punto de vista eclesiológico, se abordaron los
problemas relativos a los miembros de la Iglesia, que
requieren intensificar su unidad y acción pastoral a través
de estructuras visibles, también adaptadas a las nuevas
condiciones del continente. Menciona la idea generalizada
de que la Iglesia en América Latina es rica cuando la
realidad es que muchísimas parroquias y diócesis son
extremadamente pobres y un sinnúmero de obispos,
sacerdotes y religiosos viven una serie de privaciones y se
entregan con gran abnegación al servicio de los pobres.
Diferencia la pobreza como carencia de los bienes de este
mundo denunciada por los profetas como contraria a la
voluntad de Dios y como fruto de la injusticia, de la
pobreza espiritual que es la actitud de apertura a Dios, la
disponibilidad de quien todo lo espera del Señor.
Se hace un llamado a la Iglesia a afrontar y luchar contra
las estructuras inadecuadas e injustas que impiden a
muchos alcanzar la plena dimensión de su destino y
proponer estructuras pastorales aptas marcadas por el
signo de la unidad. Es el momento del protagonismo de
las CEB. Aunque se entroncan en lo más esencial de la
Iglesia, sin embargo, constituyen en el tiempo un
fenómeno nuevo que nace como consecuencia de una
necesidad de la vivencia de la fe, entre los laicos
comprometidos en los sectores populares. Medellín
consolidó las líneas abiertas por el Concilio para la
renovación y el pasaje de una Iglesia que estaba fosilizada
y “enghettada” a una Iglesia inclusiva integradora de todo
el pueblo de Dios que se anima a dar pasos en la búsqueda
del bien común de todos los hermanos latinoamericanos.
Como dice Jon Sobrino en Medellín se “retomó y actualizó
en sus propuestas el mensaje de Jesús”.
Medellín, siguiendo a Gaudium et spes, quiso comenzar
partiendo de la realidad, realidad que debía ser iluminada
por la Palabra y desembocar en una praxis de compromiso
liberador. Fue un verdadero Pentecostés, una relectura
creativa del Vaticano II desde los pobres como lugar
teológico privilegiado. A partir de entonces surgió una
verdadera eclesiogénesis, con obispos defensores de los
pobres y verdaderos Santos Padres de América Latina,
comunidades de base, lectura popular de la Palabra de
Dios, hombres y mujeres laicos como agentes pastorales
comprometidos en el proceso de cambio, una vida
religiosa inserta en medios populares, una reflexión
teológica liberadora, una espiritualidad que unía fe y
justicia. La eclesiología latinoamericana que se fue
elaborando a partir de estos años acompañó este proceso
liberador: una eclesiología del Jesús histórico, centrada en
el Reino de Dios.
Juan Pablo II en su recorrido por las calles de Puebla 1979
En su documento sobre la Iglesia son cuatro los grandes
apartados que señala, a saber: La Buena Nueva de Jesús y la
Iglesia, la Iglesia vive en misterio de comunión como
Pueblo de Dios, el Pueblo de Dios al servicio de la
comunión, y María, Madre y modelo de la Iglesia. ( Puebla
401-506)
Dentro de estos cuatro apartados hay un conjunto de
ideas de carácter más bien apologético en el que se
recuerda cómo la Iglesia es visible, social e institucional,
que no es el desencadenamiento de un proceso iniciado
por Cristo, sino verdaderamente fundada por Cristo. Es la
máxima presencia del Reino de Dios en la tierra, aunque
no agota dicho Reino. En ella hay cambios accidentales,
que no tocan lo esencial en la Iglesia. (Iglesia institución)
Puebla también describe la Iglesia como Pueblo de Dios,
pueblo santo, peregrino, que es una comunidad, una
familia, en la que se está en casa. ( Iglesia pueblo de Dios).
Quizá lo más fuerte en Puebla sean la presentación de la
Iglesia como comunión; se dice así signo, instrumento,
misterio, constructora de la comunión. Sacramento de
comunión. Esta comunión consiste en que es el lugar
donde se encuentra al máximo la acción del Padre; en que
se hace la solidaridad de los hombres; conduce y guía
nuestra historia, como la Alianza de Dios que se acomoda
al ritmo de dicha historia, pues es una experta en
humanidad; aunque encuentra muchos obstáculos para
efectuar la comunión. Es así la depositaría, transmisora y
servidora del Evangelio; es donde el Evangelio de Cristo se
hace presente por la acción del Espíritu Santo; es el amor
que vence al pecado y nos lleva a la comunidad trinitaria.
En ella los pastores son sacramento de la presencia de
Cristo.
Desde el aspecto mariano, la
Virgen María se relaciona
causalmente con la Iglesia, en su
eficiencia y en su ejemplaridad.
Se dice así que sin María no hay
Iglesia, y que es modelo de la
Iglesia como Madre y como
Virgen, ya que tanto una como
la otra de estas características
sólo se entienden desde su
plena donación a Cristo;
donación que
constituye la Iglesia. Así dice
Puebla, por María el Verbo se
hizo carne, sin María, el Verbo
se descarna. (Puebla nn. 220-
303; 476; 511; 1268.)
La oposición suscitada contra el cambio de método era
comprensible, porque el usado en Medellín y Puebla ( Ver-
Juzgar-Actuar) había impulsado a seguir muy de cerca los
acontecimientos de la sociedad, y había ayudado a actuar
con entusiasmo por la justicia social y la solidaridad con los
pobres. Se pensaba que abandonar el método podía
significar, también abandonar la causa de la justicia y de la
pobreza, o sacarla del lugar privilegiado que tenía en la
pastoral. En Santo Domingo se apela al método deductivo.
En el Capítulo I se convoca a realizar la nueva
evangelización, válida para un continente bendecido ya por
una primera evangelización, pero necesitada de una
renovación en su ardor, sus métodos y su expresión,
requerida más que por las fallas, que nunca faltan, por la
riqueza infinita de Cristo, el Hijo de Dios, que contiene la
riqueza de su gloria divina, inagotable.
El punto de partida ya no fue el análisis de la realidad, sino
una “profesión de fe” donde la referencia a la Iglesia
enfatiza que ésta ha sido fundada por Jesús sobre los
apóstoles con Pedro a la cabeza y que el mismo Jesús
instituyó la eucaristía. Esta apretada visión eclesiológica
cierra con una brevísima sección histórica donde se
enaltece la primera evangelización como obra conjunta de
todo el Pueblo de Dios, donde los desaciertos cometidos se
atribuyen exclusivamente a los individuos, mientras los
aciertos son recuperados como activos de la Iglesia en
tanto comunidad-institución. En cualquier caso, el
documento final se inclina de manera dominante por una
visión personal e individual de la reforma eclesial, que al
mismo tiempo reafirma la estructura ministerial y
sacramental vigente para la fecha.
La eclesiología de Aparecida tiene como background la
problemática de la eclesiología de la Iglesia local y el
caminar de la Iglesia de América Latina y del Caribe desde
Medellín. Con gran realismo pastoral, Aparecida reconoce la
crisis de fe y de pertenencia eclesial del continente y opta
por pasar de una Iglesia de bautizados a una Iglesia de
discípulos, de una Iglesia conservadora a una Iglesia en
estado de misión.
Pero al principio no fue así. El Documento de participación
presentado antes de la conferencia fue muy criticado por
su antropología más abstracta y metafísica que histórica, su
cristología más centrada en el Cristo glorioso que en el
Jesús de Nazaret, su eclesiología encerrada en sí misma
(sectas, disminución de fieles, etc.), y poco abierta al Reino,
con un silencio no casual sobre comunidades de base,
mártires y teología liberadora.
Las críticas fueron tan numerosas que el Documento de
síntesis elaborado posteriormente por teólogos y teólogas
expertos, reasumió el método latinoamericano e intentó
corregir en parte las deficiencias que muchos habían
detectado. Se pedía, en primer lugar, recuperar la memoria
del caminar de la Iglesia latinoamericana y caribeña desde
Medellín: su metodología, sus opciones fundamentales por
los pobres, los jóvenes y las culturas, el protagonismo de los
laicos, las comunidades de base, la memoria de los mártires,
una eclesiología centrada en Jesús de Nazaret y abierta al
Reino, espiritualidad del seguimiento de Jesús, centralidad
de la Biblia, aprecio a la religión del pueblo, ecumenismo y
diálogo inter-religioso. ¿Qué sucedería en Aparecida? ¿Se
aceptaría la identidad y la configuración de la Iglesia de
América Latina y el Caribe o se impondría desde el centro
un modelo de Iglesia universal?
Lo primero que hay que afirmar de Aparecida es que se ha
asumido y confirmado el caminar de la Iglesia de América
Latina y el Caribe comenzado en Medellín. Se ha vuelto al
método latinoamericano ver/juzgar/actuar, se ha
reconocido la injusta pobreza de las grandes mayorías del
continente, se ha reafirmado la opción evangélica por los
pobres, la inculturación en las diferentes culturas modernas
y originarias, se ha aceptado la validez de las comunidades
eclesiales de base, se ha ponderado el que algunos
cristianos hayan sido fieles al Señor hasta el derramamiento
de su sangre, se ha defendido el protagonismo de los laicos
especialmente de la mujer y de los jóvenes, se ha postulado
a la Iglesia como abogada de la justicia, se ha mostrado
sensibilidad ante el problema ecológico, se ha valorado
positivamente la religiosidad popular, no se ha condenado
la teología latinoamericana ni al cristianismo de liberación,
entre otros puntos.
Quizás el malestar mayor ha sido el producido por la
censura romana al Documento que había sido aprobado
por los obispos en Aparecida. No ha sido simplemente un
cambio redaccional, sino de contenidos que ha
empobrecido y debilitado muchas de las afirmaciones del
primer Documento sobre temas como comunidades de
base, cristología, relación Iglesia-mundo, realidad social,
relación entre clérigos y laicos, mujer, ecumenismo,
primacía de la Palabra, etc. Hay miedos, sospechas y, lo que
es peor, el deseo de conformar el caminar de la Iglesia
latinoamericana al de la Iglesia universal, limando
peculiaridades y, en el fondo, no aceptando realmente la
configuración y autonomía de la Iglesia local de América
Latina y el Caribe.
Primera Tesis: Iglesia en crisis.
El Documento de Aparecida reconoce que hay clericalismo,
individualismo, marginación de la mujer, sacramentalismo
con falta de evangelización, poco compromiso de los laicos
en la vida social, disminución del clero y de la vida religiosa,
materialismo y falta de sentido de la trascendencia,
abandono de las prácticas religiosas y de la pertenencia a la
Iglesia católica, paso a otros grupos religiosos (n. 100).
Afirma que la situación de la Iglesia es crítica, la fe se
erosiona (n. 13; 38), se necesita un fuerte correctivo, una
conversión pastoral, hay que custodiar y alimentar la fe del
pueblo (N. 10), revitalizar la novedad del evangelio (N. 11).
Esta situación crítica puede explicar que tanto el Papa en su
discurso natural como los obispos en Aparecida se
concentren en el problema eclesial.
(*) Victor Codina. Eclesiología de Aparecida. Revista Iberoamericana de Teología,
núm. 6, enero-junio, 2008, pp. 69-86 Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
Distrito Federal, México
Segunda tesis: Hacia una Iglesia de discípulos.
Aparecida constata que ante esta situación es necesario
que los bautizados se conviertan en auténticos discípulos
del Señor. Pero el discipulado presupone un encuentro
personal con Jesús, como aconteció con los primeros
discípulos (Jn 1, 35-39). Sin este encuentro no puede haber
vida cristiana auténtica. Una Iglesia de discípulos ha de ser
necesariamente una Iglesia comunitaria, no una suma de
individualidades. De ahí se deduce que la tarea pastoral
prioritaria es, a la larga, el formar comunidades cristianas
de discípulos. Jesús elige a sus discípulos personalmente
pero para que formen parte de su comunidad.
Indudablemente surgen muchos problemas pastorales si se
quiere iniciar esta Iglesia de discípulos. Es necesaria una
verdadera conversión pastoral.
Tercera tesis: Hacia una Iglesia en estado de Misión.
La eclesiología de Aparecida se convertiría en
eclesiocéntrica si la Iglesia no se orientase al Reino, a la
misión. Los discípulos son necesariamente misioneros. El
capítulo 7 de Aparecida orienta la misión de los discípulos al
servicio de la vida plena que se nos comunica en Cristo y el
capítulo 8 se consagra a explicitar esta misión hacia el Reino
de Dios y la promoción humana. La vida plena se alcanza en
el anuncio de Cristo a todos, pero esta evangelización
“incluye la opción por los pobres, la promoción human
integral y una auténtica liberación cristiana” (n. 147). El Papa
en su discurso inaugural ya había insistido en la necesidad
de una catequesis no individualista sino social (DI 3; cf. DA
505) y había afirmado que “la opción por los pobres está
implícita en la fe cristológica” (DI 3; cf. DA 392).
“¿Qué decir y qué hacer ante este pluralismo de propuestas
eclesiológicas? ¿Es indiferente asumir un modelo u otro
como cuadro global de referencia para la pastoral, la
catequesis y en general para la misión evangelizadora de la
Iglesia?
El mismo Concilio ha facilitado la respuesta a estos
interrogantes. El hecho de haber decidido abandonar
oficialmente el modelo preconciliar, de corte
prevalentemente institucional, nos lleva a afirmar que
tal modelo no es válido para nuestro tiempo. Todavía
más. Aunque el modelo comunional haya sido propuesto
con claridad por el Concilio en la Constitución Dogmática
sobre la Iglesia "Lumen Gentium" y en los documentos
conciliares que dependen de ella, hay que tener presente
que la concepción más madura de la eclesiología conciliar
se encuentra en el modelo Iglesia-Servidora de la
humanidad de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual "Gaudium et Spes". “
“Es el modelo de la madurez conciliar. En este segundo
modelo conciliar el Concilio intentó un planteamiento
eclesiológico renovado, fiel a los datos de la revelación y
fiel al hombre, al menos en general. Por lo tanto, si se
quiere ser fiel al Concilio no es suficiente hacer una
propuesta eclesiológica simplemente en la línea de la
"Lumen Gentium", sino que esta Eclesiología, que es
absolutamente necesaria, debe ser reasumida y englobada
dentro de la propuesta eclesiológica de la "Gaudium et
Spes". Medellín y Puebla, con sus opciones eclesiológicas,
entre las que sobresale la opción evangélica y preferencial
por los pobres, dan respuesta en el aquí y ahora de América
Latina a esta exigencia conciliar expresada en la "Gaudium
et Spes". De este modo la Iglesia de América Latina, al optar
por la Iglesia de los pobres, crea la variante latinoamericana
del modelo Iglesia-Servidora de la "Gaudium et Spes". “
“Si asumimos todo lo mejor de la "Lumen Gentium", lo
enriquecemos con la "Gaudium et Spes" y colocamos como
destinatario a nuestro hombre concreto latinoamericano,
siguiendo las opciones eclesiológicas de Medellín, Puebla,
Santo Domingo y Aparecida, podemos configurar una
propuesta eclesiológica apasionante. Entregando todas
nuestras energías a la realización de esta propuesta
eclesiológica nos convertiremos en forjadores de historia a
la luz del Evangelio y simultáneamente en constructores de
una Iglesia fiel a Cristo y fiel al hombre en el aquí y ahora de
América Latina. Comenzamos nuestro discurso invitando a
reflexionar sobre la Iglesia con amor de hijos y lo
terminamos invitando a todos a sentir pasión por construir
una Iglesia que sea la encarnación del Evangelio en nuestro
pueblo y en nuestra sociedad. Construir la Iglesia es la
tarea apasionante de convertir este mundo en Reino.
Todos los días debemos emprender esta tarea con
amor y pasión.”
Basílica de Nuestra Señora de la Chiquinquirá

Presentación elaborada para el Centro Diocesano de


formación teológica pastoral San Justino
Avenida Las Delicias Colegio Hermanas Adoratrices Maracay
Estado Aragua Venezuela
email: teologíapastoralsj@gmail.com

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