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UNIVERSIDAD DE LA SERENA

FACULTAD DE HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE ARTES Y LETRAS

Glosa del Capítulo VII de la obra Filosofía del Entendimiento


de Andres Bello
Trabajo para el ramo Filosofía Latinoamericana
Magíster Interdisciplinario en Estudios Latinoamericanos

Autor: Marco Parra M.

Docente: Jorge Salgado


Introducción

El presente trabajo tiene por objeto glosar el capítulo VII de la obra Filosofía del
Entendimiento (1881) de Andrés Bello (1781–1865).

Para ello hemos creído necesario realizar una muy resumida visión panorámica de la filosofía
de Bello, destacando algunos puntos que creemos relevantes y aclaratorios del fin y
significado del capítulo en marras en el contexto de la obra completa.

Así, pues, nuestro trabajo constará de dos partes:

1.- La filosofía de Andrés Bello;


2.- Glosa del capítulo VII de la obra Filosofía del Entendimiento de Andrés Bello.
1.- La Filosofía de Andrés Bello

Bello da de entrada su noción y división de la filosofía. Así: “El objeto de la filosofía es el


conocimiento del espíritu humano y la acertada dirección de sus actos” (Bello 1881, 1).
Bello pone límites al alcance de ese conocimiento al hacer notar la imposibilidad de acceder
a la “íntima naturaleza” del espíritu humano, pudiendo sólo sernos este conocido por sus
afecciones y actos.

Reconoce Bello dos tipos de afecciones y actos, que le permiten, finalmente, dividir a la
Filosofía en dos grandes ámbitos.

En efecto, para nuestro autor existen en el alma humana “poderes o facultades de dos clases:
por las unas conocemos, por las otras apetecemos” (Bello 1881, 2).

El conjunto de las facultades por las cuales conocemos llevan por nombre “mente,
entendimiento, inteligencia” (ídem). Ellas nos permiten investigar la verdad y asegurarnos
de su posesión. La Filosofía que se ocupa de estas facultades recibe por nombre Filosofía del
Entendimiento, que se subdivide en: a) Psicología mental, en cuanto trata sobre las facultades
y operaciones del entendimiento; b) Lógica, en cuanto da reglas para dirigir acertadamente
estas facultades.

El conjunto de las facultades por las cuales apetecemos se llama “voluntad” (ibídem). Por
ellas es que anhelamos la felicidad y realizamos esfuerzos por alcanzarla y retenerla. La
Filosofía que se ocupa de estas facultades recibe por nombre Filosofía Moral, que se
subdivide en: a) Psicología Moral, en cuanto trata de los actos y afecciones de la voluntad;
b) Ética, en cuanto da reglas para la acertada dirección de los actos voluntarios.

En nota a pie de página Bello caracteriza a la metafísica como la ciencia de las primeras
verdades, que en parte es la Ontología (“ciencia del ente o de las cualidades más generales
de cuanto existe”), que comprende:
a) Pneumatología, que trata de los espíritus;
b) Teodicea, que averigua por medio de la razón la existencia y atributos de la divinidad.

En la misma nota Bello advierte que estas partes de la filosofía serán tratadas
diseminadamente en las secciones de Psicología Mental y Lógica, porque el análisis de los
actos intelectuales “nos da el fundamento y primera expresión a todas estas nociones”. Los
temas menos evidentemente ligados a la Filosofía del Entendimiento y que dicen relación
con estas partes de la filosofía, Bello los tratará en forma de apéndice (catorce en total).

El afán de Bello en su Psicología Mental es indicar cuál es la estructura o “funcionamiento”


del espíritu, sus facultades y operaciones. Hay aquí un cierto distanciamiento con respecto al
empirismo inglés, pues no acepta a la experiencia como recurso fundamental, centrando su
atención en la interioridad del sujeto cognoscente, la interioridad del alma humana. Ello
provoca ciertos “nudos” en el texto que Hanisch acusa cuando afirma: “se detiene con
morosidad en la descripción de cada sentido interno y externo, en la formación de ciertas
ideas a base únicamente de las sensaciones” (1965, 76). O como cuando afirma: “como le
gusta más la descripción que la definición, se explica los procesos humanos por una especie
de narrativa histórica, cuyos pasos más importantes son la observación de la historia de
nuestros fenómenos vitales desde la infancia… Otra historia es la de cada fenómeno,
averiguando siempre cómo se produce, los pasos que da, con una minucia divisionista
excesiva” (ídem, 75).

Bello inicia su tarea filosófica, la Psicología Mental, desde el hecho de conciencia y la


facticidad del espíritu: “El espíritu humano es un ser que tiene conciencia de sus actos y que
puede hasta cierto punto determinarlos a su arbitrio” (4). Bello explicita la sinonimia que
establecerá entre espíritu y alma, designando con ello el espíritu de mi yo y el espíritu
humano en general, entendido este último en analogía con el mío.

Establece, además, su posición metafísica tajante: “Todo aquello de que tenemos conciencia,
existe en el espíritu, o hablando con propiedad, es el espíritu mismo, que obra o padece de
cierto modo particular en un instante dado” (ídem). Para Bello todo lo que experimenta el
espíritu es el espíritu diversamente modificado. Por ello ha podido ser catalogado de filósofo
“espiritualista” (Beorlegui 2004). Bello tomara distancia de la corporalidad y en general de
la materia, posición que se ha entendido como herencia de Berkeley (ídem).

Para Bello nuestras afecciones corporales existen realmente en el espíritu, en tanto


modificación particular de este, y no llegamos a tener conciencia directa de ellas, en tanto
cuerpo, sino posteriormente mediante la investigación y la observación, valiéndonos de los
sentidos, único medio de acceso a lo material. El conocimiento de nuestro propio cuerpo
queda así, mediatizado, pues es “indirecto y simbólico” (Bello 1881, 3). Lo mismo ocurre
con lo material en general. Así, lo sensible queda reducido a un conjunto de signos fraguados
en el espíritu. Como resume García Bacca: “Todo lo que no es espíritu es simple símbolo del
espíritu para los espíritus” (Tomado de Beorlegui 2004, 471).

Para Bello el punto de partida del conocimiento radica en la percepción. La cataloga como la
facultad del entendimiento “que más continuamente ejercitamos y que interviene en el
ejercicio de todas las otras” (1881, 5). Según Bello existen tres tipos de percepciones:
1) Las percepciones intuitivas: “lo que pasa actualmente en nuestra propia alma”;
2) las percepciones sensitivas: “en que por ministerio de la sensación nos representamos las
cualidades y estados de las sustancias materiales extrañas o las cualidades o estados del
organismo”. Se subdividen en externas o internas;
3) las percepciones relativas o de relaciones (sucesión, identidad, sustancialidad, más y
menos, coexistencia, etc.). Es dentro de este contexto que se justifica el capítulo VII que
hemos de tratar con cierto detalle más adelante.

El origen del conocimiento es un proceso gradual que partiendo de la impresión, pasa por la
sensación para transformarse en percepción. Es al objeto que se nos presenta en la percepción
al que aplicamos “leyes primarias que presiden a todos los actos de la inteligencia” (Bello
1881, 356). Bello menciona, entre otros, los principios de causalidad, de sustancialidad, de
contradicción, de razón suficiente, de estabilidad de las leyes de la naturaleza, etc. El
conocimiento es un proceso que va de la experiencia sensible a los primeros principios del
pensamiento. Pudiéramos decir que para Bello experimentamos por medio de los sentidos
exteriores y la conciencia, que producen sensaciones y percepciones, pero comprendemos
por medio de estos primeros principios del espíritu que son el objeto de la Lógica. Así,
Psicología Mental y Lógica se ocupan de un único y mismo proceso mediante el cual el
hombre conoce.

Es importante hacer notar que para Bello existe compatibilidad entre la identidad del espíritu
y los diferentes estados por los que transita histórica y existencialmente. El espíritu, pues,
compatibiliza es sí la identidad y la diferencia: identidad de todo con el alma y la diferencia
o distinción de los estados o afecciones entre sí. Cito:

“no debemos concebir las facultades espirituales como diferentes órganos particulares del
alma; porque en cada una de ellas y en cada uno de sus actos está el alma toda, el yo. El
alma que siente es el alma misma que recuerda, que juzga, que raciocina, que desea, que
teme, que ama, que aborrece, y que por más atentamente que ella se contemple a sí misma,
no le es posible referir sus varias modificaciones a diferentes porciones o localidades de sí
misma. La conciencia nos testifica del modo más claro la simplicidad o indivisibilidad del
alma y su constante identidad consigo misma en todos sus actos” (Bello 1881, 6).

Así, pues, nuestra conciencia a la par que percibe su unidad, identidad y continuidad, percibe
múltiples modificaciones compatibles con su identidad. Lo mismo ocurre con las cosas
percibidas. Es en este punto que Bello procura explicar las varias formas con que el espíritu
“interpreta” o “determina” estas modificaciones, entre estas: cómo percibimos las relaciones
de semejanza, diferencia y otras similares (reiteramos que aquí se incluye la relación de
igualdad y de más y menos que comentaremos a continuación); cómo opera la memoria
(simultaneidad de impresiones o estados del alma), etc.

La Psicología Mental es, entonces, una retrospectiva de todos los eventos que permiten el
conocimiento, a saber: percepciones sensitivas externas, percepciones sensitivas internas,
percepciones relativas, semejanzas y diferencias, relaciones de igualdad de más y menos,
sucesión y coexistencia, relaciones causa efecto, etc.
Quisiéramos dedicar algunas líneas a la noción de idea-signo en Bello. Se trata, resumiendo
al máximo, de ideas que no surgen en nosotros a partir de una intuición, sino que nos llegan:
1) a partir de percepciones mediadas, como en el caso de imaginarme un personaje descrito
en un libro o de imaginar cómo será una ciudad industrial a partir de mi conocimiento de
otras ciudades industriales. A estas ideas signos Bello las llamará homónimas.
2) a partir de percepciones de similaridad entre objetos. Bello las llamará metafóricas y a
ellas pertenecen nuestras ideas abstractas, es decir aquellas a las que llegamos sólo
intelectualmente, como la idea de clase, número o infinito.

Las ideas-signos representan cosas que no hemos conocido directamente o que no podemos
conocer porque en rigor no existen para la observación directa.

Hemos adelantado que el conocimiento es un proceso gradual que va de la sensación a las


leyes primarias del espíritu, leyes que son materia de la lógica.

Interesante es la interpretación que da García Bacca (tomado de Beorlegui 2004) en el sentido


de que en Bello existiría una suerte de prelógica o lógica ejercitada, anterior a una lógica
abstracta. En efecto Bello, al principio de su lógica, habla de “instintos” que auxilian a la
observación directa. La lógica, pues, se establece como hábito o tendencia de la vida anímica
(psicológica). El alma aprehende la lógica en los hechos y con instinto. No se trata, entonces,
sólo de una lógica formal, sino de hábitos o instintos lógicos que justifican que la psicología
preceda a la lógica en la exposición de Bello, pues lo concreto precedería a lo abstracto; es
del funcionamiento que se desprende la regla, la que a su vez es sacada de la observación del
proceder de la mente misma. Esta sería la orientación más propiamente empirista de Bello:
la lógica se decanta de los hechos concretos.

El juicio, entendido como la afirmación o negación mental de una relación entre cosas, es el
punto de partida de la lógica de Bello. En todo juicio, pues, se concibe una relación en la que
el alma tiene un papel fecundo y activo. Al establecer el alma una relación asciende al
reconocimiento de una realidad, este segundo acto es esencialmente el juicio, el momento en
que se afirma o niega la objetividad (verdad) de la relación.
En cuanto a la visión que pudiéramos llamar cosmológica de Bello, recurrimos a las palabras
de Marcelino Menéndez Pelayo (1856–1912):

“Bello, como creyente religioso afirma, a despecho de su sistema, la realidad de la causa


primera, libre e inteligente, ordenador del mundo… La idea de substancia queda también
vacilante en el sistema de Bello, quien propiamente no reconoce más percepción substancial
que la del propio yo, duda mucho de la existencia de la materia, no repugna la hipótesis de
Berkeley, según la cual los modos de las causas materiales son modos de obrar de la energía
divina, y existen, por tanto, originalmente en la substancia de Dios bajo la forma de leyes
generales: y llega, aunque sea por transitorio ejercicio o gimnasia de la mente, a
conclusiones resueltamente acosmistas que, negando la substanciabilidad de la materia,
convierten el universo físico en “un gran vacío poblado de apariencias vanas, en nada
diferentes de un sueño”. Pero no consiste es estas ráfagas de escepticismo la verdadera
originalidad de la filosofía de Bello” (Tomado de Escobar 1978, 36-37).
2.- Glosa del capítulo VII de la obra Filosofía del Entendimiento de Andrés Bello

Hemos dicho que Bello admite tres tipos de percepciones: 1) Las percepciones intuitivas; 2)
las percepciones sensitivas y; 3) las percepciones relativas o de relaciones.
Es en el contexto de la caracterización de estas últimas es que se justifica el capítulo VII,
cuyo título es: “De la relación de igualdad y de mas y menos”.

Caracteriza Bello las percepciones relativas en el capítulo V diciendo:

“Cuando se juntan en el entendimiento dos percepciones o dos ideas, sucede a menudo que
de la coexistencia de estas nace espontáneamente una tercera afección espiritual que se
diferencia de cada una de ellas y del mero agregado de ambas” (Bello 1881, 62).

La capacidad del espíritu, ya mencionada, de poder tener presentes en la conciencia dos o


más percepciones es la base de todas las conceptualizaciones del pensamiento. Es en las
relaciones que pueden darse entre esas dos o más percepciones que se establece todo un
acervo de principios e ideas que constituyen el conocimiento en tanto sistema ordenado y
racional.
Es de estas percepciones relacionales que surgen nociones tan fundamentales como las de
semejanza y diferencia, causa efecto, contigüidad, sucesión, etc.

Bello reconocerá relaciones primarias y secundarias o elementales y complejas, donde las


complejas son una combinación de las elementales. Dice Bello:

“Las relaciones elementales en que se resuelven, sino siempre, más frecuentemente, las
otras, son la de semejanza o diferencia, la en que concebimos que dos cosas son iguales o
que una cosa es más y otra menos, la de coexistencia y sucesión, la de identidad o distinción,
y la de cualidad o sustancia. Las complejas (que consisten en diferentes combinaciones de
las elementales) son de innumerables y diversísimas especies” (1881, 69).
Trata bello en el capítulo VI la relación de semejanza y diferencia, diciendo que es la más
importante de las relaciones elementales. Es la coordinación o inventario del entendimiento
sobre todo lo que aprende y sabe. Es la que hace posible el lenguaje y todo sistema de signos.
Es la que guía el pensamiento desde una aparente variedad de los fenómenos, hasta la
uniformidad de las leyes naturales.
La relación de semejanza, sujeta a infinitos grados según Bello (tantos que la relación de
diferencia es una semejanza en su más mínima expresión), es la relación básica que, en
definitiva, nos permite establecer clases o conjuntos, el primer paso para cualquier tipo de
conocimiento posterior.
Bello reconoce “cualidades simples” o aquellas en que no concurre otro juicio como el de si
la semejanza es grande o pequeña o si es fuerte o débil. A partir de estas cualidades simples
es que se forman semejanzas más complejas, en donde, afirma Bello, percibimos relaciones
de relaciones.

Tenemos, entonces, que la relación de igualdad o de más y menos es una relación de


relaciones a partir de la semejanza, aún cuando es en sí misma elemental e indefinible.

En efecto, para Bello la relación de más y menos supone la de semejanza: “la relación de
igualdad o desigualdad no puede concebirse, sino comparando cualidades de una misma
especie: la semejanza, al contrario, existe en muchísimas cosas en que no podemos concebir
ni imaginar el más y menos” (1881, 87). Esta imbricación entre semejanza e igualdad es la
que permite establecer diferencias importantísimas a nivel de clasificaciones científicas. Dice
Bello que “siempre que la semejanza mínima de los objetos estriba en la mera existencia de
condiciones determinadas (que es lo que suele suceder en las clasificaciones botánicas y
zoológicas) el nombre de esa clase aplicado a un objeto, representa en él una cualidad en
que no podemos concebir más o menos” (ídem).
Este proceder es significativo en la producción de lenguaje. Cito:

“Los nombres que significan clases fundadas sobre la mera existencia de una condición, se
usan regularmente como sustantivos. Pero desde que, variando su significación, admiten
más o menos, toman el carácter de adjetivos” (Bello 1881, 88).
Ahora bien, al insertar la relación de más o menos a la de semejanza podemos pasar de la
noción de clase a la de subclase: “Como atendiendo a la semejanza o diferencia de las
cualidades hemos distribuido las cosas en clases, atendiendo al más o menos de las
cualidades, y comparándolas bajo este respecto unas con otras, hemos subdividido estas
clases” (Bello 1881, 89).

A continuación Bello pasa revista a varios otros tópicos atingentes a la relación de más y
menos.

Habla por ejemplo de los números, que considera como “la cantidad que consideramos en
las cosas semejantes bajo el punto de vista de la agregación” Bello, 1881, 90). A lo que no
tiene agregación lo llamamos uno, pero al agregado o conjunto lo llamamos dos, tres etc. Así:
“La idea de número envuelve la de semejanza, porque el entendimiento no agrega para
formar número sino cosas que son o le parecen semejantes, o que pertenecen, por razón de
su semejanza, a cierta clase como tres caballos, cuatro animales, seis árboles” (ídem).
Dice también al respecto que “determinar una cantidad es hallar o designar otra cantidad
de la misma especie, pero familiar o conocida, a la cual sea igual la primera”. Este patrón
de medida, que puede elegirse arbitrariamente, le fue dado al hombre inicialmente por los
dedos de la mano. Pasa luego a analizar con este criterio la numeración romana y los números
arábigos para terminar en las representaciones mentales de los números en una especie de
sinopsis histórica no muy menuda. Finalmente concluye con respecto a los números:

“El proceder artificial con que formamos estos nombres, continuando la serie hasta donde
queremos, nos suministra, pues, una variedad infinita de medidas, que se prestan a todas las
cosas imaginables, que se pueden llevar a todas partes en la memoria, y que aplicándose
con suma facilidad a los números de cuantos agregados percibimos o se nos ofrece indicar
a otros, tienen además la ventaja de expresarse con una claridad y precisión a que no
alcanza el lenguaje en ninguna otra especie de relaciones” (Bello 1881, 92).
Esta claridad y precisión de los números estriba no en que podamos percibir inmediatamente
el número de cualquier agregado, cosa cada vez más difícil en la medida que aumenta la
cantidad, sino en la posibilidad de descomponer las cantidades mayores en diversos múltiplos
de la unidad: “Concebimos fácilmente el número diez, que se llama decena, como compuesto,
por ejemplo, de los números seis y cuatro. Concebimos en seguida el número ciento, llamado
centena, como compuesto de diez decenas; el agregado mil, llamado millar, como compuesto
de diez centenas; el agregado 7643, como compuesto de siete millares, seis centenas, cuatro
decenas y tres unidades, etc.” (Bello 1881, 93). Tenemos, entonces, que al emplear números
no tenemos, en ocasiones, la percepción inmediata y total de la cantidad, transformándose,
así, los números en “ideas-signos”.

Dedica, también, algunas consideraciones a la “extensión, lineal, superficial o sólida”,


cualidad que también se vincula frecuentemente a la idea de cantidad. También en este punto,
al igual que para con los números, Bello establece que se puede fijar una medida sólo en
comparación con un patrón conocido, que en este caso inicialmente habría sido, entre otros,
el pie de un hombre adulto. De ahí es que se pasa a la determinación de patrones más o menos
grandes.

Pasa, a continuación, a señalar la diferencia entre cantidades discretas (aquellas que constan
de partes o unidades separadas, como los árboles de un bosque, los soldaos de un ejército,
etc.) y cantidades continuas (que no constan de partes separadas, por ejemplo el agua
contenida en un recipiente), entre las que Bello incluye la medida y el peso. Esta distinción
será relevante al momento de tratar la noción de infinito en un apéndice al final del capítulo
aquí reseñado.

Bello señala que existen cantidades que tienen apariencia de continuas, al no sernos posibles
llegar a la unidad natural. Dentro de este ámbito es que Bello analiza la “hipótesis
corpuscular o atomística”.

Rosental y Pavel definen la atomística como “Teoría sobre la estructura discreta


(discontinua) de la materia (de los átomos y de otras micropartículas)” (1965, 29). Esta
teoría cuyos primeros antecedentes se remontan a Leucipo (siglo V a.C.) y Demócrito de
Abdera (460 a.C. - 370 a. C.), propone que la materia está compuesta por átomos o partículas
últimas, indivisibles, las mínimas posibles, e infinitamente pequeñas. Tales partículas se
diferenciaban por el peso, la velocidad de su movimiento y disposición en los cuerpos,
produciendo así las diferentes cualidades. Entre los siglos XVII-XIX, la atomística ocupó a
destacados hombres de ciencia como Galileo (1564–1642), Robert Boyle (1627–1691),
Newton (1642–1727), John Dalton (1766–1844) y Amedeo Avogadro (1776–1856), entre
otros, pasando a convertirse en la teoría físico-química de la estructura de la materia.
Se considera a la atomística la fundamentación de la concepción materialista del mundo. La
vieja atomística era bastante metafísica, pues consideraba como absoluta la idea de
discontinuidad y admitía la existencia de una esencia última e invariable de la materia (ídem).
Bello cree que, en su época, la teoría corpuscular o atomística, aunque la considera viable,
no está suficientemente probada, como tampoco lo está la igualdad exacta de peso de las
moléculas elementales entre sí. Considera además que no es imposible que las moléculas
materiales sean infinitamente divisibles, que las moléculas elementales no tengan todas el
mismo peso ni que se hallen destituidas de peso. Esto porque Bello cree que “el peso no
puede considerarse como medida de la cantidad de materia” (1881, 97).
La atomística moderna “reconoce la variedad de moléculas, átomos, partículas
“elementales” y otros microobjetos en la estructura, de la materia, su complejidad
inagotable, su facultad de pasar de unas formas a otras. Ve en la existencia de distintos
microobjetos discontinuos una manifestación de la ley relativa al paso de los cambios
cuantitativos a los cualitativos: la disminución de las proporciones espaciales está vinculada
al paso a formaciones de la materia cualitativamente nuevas” (Rosental y Pavel 1965, 29).
Para la atomística moderna la materia es discreta y además continua. Las fuerzas de la
interacción entre las micropartículas se trasladan a través de campos continuos
(electromagnético, nuclear, etc.), indisolublemente unidos a las partículas «elementales». La
interacción en los campos se propaga en forma de acción de corto alcance. Niega, además, la
existencia de una esencia última e invariable de la materia y parte del reconocimiento de la
infinitud cuantitativa y cualitativa de la misma (ídem).
Otro punto que Bello menciona es el de la peculiaridad de la medición de la duración
temporal, al ser la única cantidad continua que no puede medirse aplicándole una unidad
idéntica. Si aplicamos a una duración la comparación con las rotaciones de la tierra, no
podemos comparar estas rotaciones unas con otras. Otro modo sería compararla con las
oscilaciones de un péndulo, a que podemos someter la duración que medimos y las
rotaciones. Mientras más observaciones hagamos, más autorizados estaremos a formar este
juicio.
Bello también hace alusión a “cantidades confusas”, en que no hay agregación de partes como
en las cantidades discretas o continuas: “Este género de cantidad se llama ordinariamente
intensidad o viveza; y es la única que podemos concebir en multitud de cualidades y
afecciones, v. gr., el placer, el dolor, la atención” (1881, 98-99). El calor también es adscrito
a este tipo de cantidades.

En la historia de la percepción de cantidades, dice Bello, primero todas fueron confusas. A


través del tiempo comparamos las igualdades y desigualdades con unidades determinadas
que aprendimos a multiplicar y dividir. Se llega, así, a la idea de agregación de partes
homogéneas y mensurables, es decir a la idea de cantidad discreta. Sólo finalmente se llega
a la noción de cantidad continua, cuyo distintivo es la indeterminación de unidad y la
divisibilidad infinita. En este punto es que Bello inserta, a modo de apéndice, sus
consideraciones sobre la idea de infinito.

Dice Bello que en la idea de cantidad continua entra la idea de infinito, básicamente por su
característica de divisibilidad infinita. Bello retoma así un punto de vista que remonta a
Aristóteles y su clásica distinción entre infinito potencial e infinito actual. Sólo el potencial
es admitido por Aristóteles tanto en la serie numérica (siempre puede agregarse 1 a la serie
n+1) como en la serie de puntos de una línea (la divisibilidad de una línea es virtualmente
infinita).

Constata Bello la falta de una intuición de lo infinito, de alguna idea que lo represente en el
entendimiento tal y como percibimos las cosas finitas, muy en concordancia con Aristóteles,
pero también con Kant, en el sentido de la imposibilidad de experienciar el límite absoluto
de un serie infinita (el infinito actual de Aristóteles). Esta eversión por el infinito actual
comienza a revertirse con los trabajos de Georg Cantor (1845–1918) a finales del siglo XIX.

Vuelve Bello a utilizar su noción de idea-signo para explicar cómo llegamos al concepto de
infinito:

“Tenemos dos especies de ideas: las unas propias, que no son otra cosa que percepciones
recordadas, absolutas o relativas; las otras impropias, imperfectas, supletorias; signos
intelectuales que hacen las veces de ideas propiamente tales, con respecto de cosas a que no
pueden alcanzar las facultades perceptivas del entendimiento. La idea de infinito pertenece
a esta segunda especie. Tenemos sin duda un signo intelectual para representárnoslo, un
signo que no es en rigor una idea, pero que hace las veces de tal y nos sirve lo mismo” (Bello
1881, 101).

Será una variante de la divisibilidad infinita la que Bello utilizará para ejemplificar nuestro
mejor acercamiento a la idea de infinito. Concluye que la progresión continuable ad libitum
y la negación de un término que la limite son los elementos constitutivos de esta idea-signo
que representa la infinidad del número de términos. La progresión sin límite, aunque limitable
en cualquier punto, es el único acercamiento que tenemos para la idea de infinito.
Bibliografía

Bello, Andrés (1881). “Filosofía del Entendimiento”, en Andrés, Bello: Obras Completas,
Vol. 1. Impreso por Pedro G. Aguirre: Santiago.

Beorlegui, Carlos (2004): “El espiritualismo positivista de Andrés Bello”, en Revista


Realidad, Nº 100: 461-502. Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador.

Escobar, Roberto (1978). La filosofía en Chile. Editorial Universidad Técnica del Estado:
Santiago.

Hanisch, Walter (1965). Tres dimensiones del pensamiento de Bello: religión, filosofía,
historia. Instituto de Historia, Universidad Católica de Chile: Santiago.

Ortiz, José (1994). “El concepto de infinito”, en Boletín de la Asociación Matemática


Venezolana, Vol. 1, Nº 2: 59-81.

Rosental, Mark; Pavel, Iudin (1965). Diccionario soviético de filosofía. Ediciones Pueblos
Unidos: Montevideo.

Urrutia, Hernán (1980). “Algunas claves en el pensamiento de Andrés Bello”, en Archivum:


Revista de la Facultad de Filología, Tomo 29-30: 359-372. Universidad de Oviedo.

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