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LA OBESIDAD: Hambre emocional…?

Por Raquel Mendoza


Licda. en Nutrición y Dietética

La alimentación siempre ha estado estrechamente vinculada a nuestros lazos


afectivos. Una prueba fehaciente de ello es que cuando nacemos, nuestro primer
contacto con el mundo exterior está mediado por el acto de la lactancia materna, donde
además de recibir los nutrientes necesarios para el correcto desarrollo de nuestro
organismo, también somos receptores del amor y protección de nuestra madre.

Luego con el pasar de los años, la alimentación pasa de ser un acto de mera
supervivencia a un hecho social que regula nuestra relación con el prójimo, lo cual se
pone de manifiesto cada vez que la familia se reúne en la mesa para desayunar, almorzar
o cenar; o cuando nos preparan nuestro plato favorito porque hemos obtenido buenas
calificaciones o hemos tenido un buen comportamiento; cuando estamos tristes o
deprimidos y nos endulzan la vida con un postre; o en los famosos sopas,
hamburguesadas y parrillas dominicales que son la excusa perfecta para compartir los
triunfos y fracasos que hemos tenido en la semana con familiares y amigos.

Todos estos eventos son registrados por nuestro cerebro, el cual va asociando la
comida con emociones y afectos a tal punto que cuando surge una necesidad que no es
cubierta oportunamente o un conflicto que no es resuelto de manera adecuada, el
cerebro busca compensación de manera inconsciente con la ingesta de cierto tipo de
alimentos. Así pues, cuando presentamos estrés, tensión, ansiedad, angustia o
depresión, el cerebro ubica los alimentos que relacionamos con placer o euforia como
por ejemplo, los productos con alto contenido calórico a base de grasas, azúcar y sal que
aumentan la producción de serotonina, que es conocida como la hormona de la
felicidad. De esta manera, el alimento se constituye en una vía de escape que permite
solventar eventualmente la situación, pero que no resuelve el conflicto por lo que vamos
cayendo en un círculo vicioso que genera hábitos alimentarios inadecuados,
ocasionando un aumento desproporcionado de nuestro peso corporal, lo que repercute
directamente en nuestra salud.

Las personas con sobrepeso y obesidad viven en una constante diatriba de


querer ser más delgados pero sin abandonar la recompensa emocional que reciben al
comer. Esta situación los hace vivir periodos en donde pueden disminuir de peso para
luego recuperarlo y a veces hasta duplicarlo, afianzando la idea de que cambiar de
hábitos es doloroso y sufrido por lo que es mejor y más fácil mantener los hábitos
existentes.

Por lo tanto, cuando una persona inicia un plan de alimentación para fomentar
hábitos alimentarios saludables que ayuden a regular su peso corporal, es necesario
identificar si existen conflictos emocionales asociados a dichos hábitos y trabajar en su
resolución. De esta manera, se va reprogramando al cerebro para salir del círculo
vicioso en donde el alimento se convierte en el proveedor de calma y felicidad. Si esto
no sucede, cualquier intento de cambiar la rutina de alimentación se percibe como un
proceso de agonía, sufrimiento y tortura, ocasionando el abandono del plan alimentario
y retomando la conducta anterior en donde el cerebro cubre su hambre emocional sin
importar el deterioro que eso ocasione al resto del organismo.

El objetivo de la consulta nutricional no es solo poder diagnosticar los


problemas presentes en cuanto a la selección, preparación y consumo de alimentos, sino
también indagar sobre la vida personal, familiar y laboral de los pacientes, para
ayudarlos a descubrir cuál es el problema de fondo y cómo afrontarlo, ofreciéndoles
herramientas que les permitan mejorar los hábitos alimentarios, conocer el
funcionamiento de su metabolismo y que los ayuden a tomar conciencia de la necesidad
de separar el acto de comer con las satisfacciones e insatisfacciones emocionales.

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