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Luego con el pasar de los años, la alimentación pasa de ser un acto de mera
supervivencia a un hecho social que regula nuestra relación con el prójimo, lo cual se
pone de manifiesto cada vez que la familia se reúne en la mesa para desayunar, almorzar
o cenar; o cuando nos preparan nuestro plato favorito porque hemos obtenido buenas
calificaciones o hemos tenido un buen comportamiento; cuando estamos tristes o
deprimidos y nos endulzan la vida con un postre; o en los famosos sopas,
hamburguesadas y parrillas dominicales que son la excusa perfecta para compartir los
triunfos y fracasos que hemos tenido en la semana con familiares y amigos.
Todos estos eventos son registrados por nuestro cerebro, el cual va asociando la
comida con emociones y afectos a tal punto que cuando surge una necesidad que no es
cubierta oportunamente o un conflicto que no es resuelto de manera adecuada, el
cerebro busca compensación de manera inconsciente con la ingesta de cierto tipo de
alimentos. Así pues, cuando presentamos estrés, tensión, ansiedad, angustia o
depresión, el cerebro ubica los alimentos que relacionamos con placer o euforia como
por ejemplo, los productos con alto contenido calórico a base de grasas, azúcar y sal que
aumentan la producción de serotonina, que es conocida como la hormona de la
felicidad. De esta manera, el alimento se constituye en una vía de escape que permite
solventar eventualmente la situación, pero que no resuelve el conflicto por lo que vamos
cayendo en un círculo vicioso que genera hábitos alimentarios inadecuados,
ocasionando un aumento desproporcionado de nuestro peso corporal, lo que repercute
directamente en nuestra salud.
Por lo tanto, cuando una persona inicia un plan de alimentación para fomentar
hábitos alimentarios saludables que ayuden a regular su peso corporal, es necesario
identificar si existen conflictos emocionales asociados a dichos hábitos y trabajar en su
resolución. De esta manera, se va reprogramando al cerebro para salir del círculo
vicioso en donde el alimento se convierte en el proveedor de calma y felicidad. Si esto
no sucede, cualquier intento de cambiar la rutina de alimentación se percibe como un
proceso de agonía, sufrimiento y tortura, ocasionando el abandono del plan alimentario
y retomando la conducta anterior en donde el cerebro cubre su hambre emocional sin
importar el deterioro que eso ocasione al resto del organismo.