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Introducción a la novela de terror

Preliminar

Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay.


Miguel de Cervantes Saavedra.
Don Quijote.

En el otoño de 1978, dos psicólogos franceses dieron a conocer a la opinión


pública de su país un informe, según el cual el posible origen de muchos trastornos
nerviosos infantiles podría residir en los efectos que sobre su ánimo provocaba la
lectura de cuentos o relatos de terror. A raíz de su publicación, se levantó una
apasionada polémica sobre el tema, en la que participaron, sosteniendo tesis muy
diversas, destacadas personalidades tanto científicas como literarias.
Como consecuencia del debate surgió una cierta alarma popular, que se
concretó en una petición firmada por numerosos ciudadanos, para que el
Ministerio de Cultura francés adoptase medidas oportunas.
Las autoridades galas, envueltas en el dilema de ser acusadas ora de prácticas
inquisitoriales ora de debilidades perniciosas, encargaron a un equipo de expertos
de la UNICEF –el organismo internacional encargado de la defensa de la infancia–
la redacción de una encuesta e informe definitivo sobre el asunto. Durante un año,
los sociólogos Paul Audat y Jacques Bugnicourt, junto con la doctora Mamis
lvonne, recopilaron todos los trabajos referentes al tema, consultaron a numerosos
especialistas, investigaron personalmente y terminaron por dar a luz un volumen,
el Informe Audat, donde recogían las conclusiones de sus trabajos. Para ellos la
literatura de intriga, misterio o incluso terror no incidía negativamente en las
mentes juveniles y, por tanto, no aconsejaban ninguna medida preventiva. «El
miedo –resumían–, en realidad nunca procede del exterior. Está en nosotros
mismos. La lectura de relatos de ese género no resulta perjudicial para los niños y
jóvenes, les permite conocer, reconocer y dominar el miedo que llevan en su
interior.»

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Hemos querido abrir nuestra Introducción a la novela de terror con esta crónica,
porque, por desgracia, todavía existen hoy gentes que miran con desconfianza o
aversión el acercamiento de niños y jóvenes a esas áreas literarias. La literatura en
ningún caso crea miedo; lo descubre y delata. No es su causa u origen; todo lo más,
su mensajero. Por eso conviene recordar la máxima espartana: «No es de cobardes
tener miedo, sino tener miedo de tenerlo».
Alguien, quizá de forma exagerada, ha podido afirmar que el amor es un
sentimiento que inventaron los escritores provenzales allá por el siglo XII. No
podría decirse lo mismo del terror. El sentimiento o sensación de terror parece
consustancial al hombre, algo unido a su condición o naturaleza animal. Desde
siempre el hombre se ha asustado.
No resulta difícil imaginarse a los hombres primitivos aterrorizados por el
espectacular aparato de los fenómenos naturales: rayos que abrasan, truenos que
abruman o centellas que rompen la noche. Un eclipse de sol debió de representar
para ellos un cataclismo inaprensible. El mundo fue durante siglos un espacio
peligroso para el hombre. El progreso humano ha permitido que se hayan
conocido y dominado muchos focos de terror. El fuego y la luz rompieron hasta
cierto punto el misterio de la noche, pero en otros muchos aspectos todavía el
hombre continúa siendo un ser a la intemperie. Los antiguos terrores permanecen
agazapados en lo más profundo de nosotros.
Lo terrorífico asusta, pero a la vez atrae. No es de extrañar por tanto que el
componente estético del hombre haya trabajado sobre los materiales del terror. Las
pinturas del Bosco, los crueles frisos asirios o las macabras esculturas aztecas
confirman que el hombre en todas las épocas históricas ha buscado plasmar
artísticamente su peculiar relación «repulsión/atracción» con el terror.
Todos sabemos que, al hablar o verbalizar aquello que nos asusta u origina
miedo, éste parece evaporarse, y quizá sea ésta la causa de que la humanidad
desde sus comienzos históricos haya tendido a objetivar sus temores a través de la
literatura, En los textos literarios más antiguos se nos refieren historias cercanas a
lo terrorífico: diluvios, pestes devastadoras, muertes anunciadas, ángeles
exterminadores, nefastos presagios. En las sagas noruegas, en los textos bíblicos o
en la literatura hindú se encuentran temas próximos al terror. La literatura oral o
escrita ha sido un medio, entre otros, de ahuyentar los malos espíritus.
Veremos en su momento cómo los relatos de terror, si bien siempre presentes en
la literatura universal, terminarán por formar un género aparte, precisamente en la
etapa histórica en la que el hombre pretende por medio de la razón olvidar las
oscuras zonas de lo atávico o irracional que comúnmente denominamos lo sagrado
Precisamente porque los elementos, ingredientes y estructuras formales típicas de
la literatura de terror están presentes en la historia literaria desde sus comienzos, la

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delimitación del género no puede efectuarse de un modo claro y unívoco. Sin
entrar ahora en la polémica sobre la consistencia de las teorías que estudian los
géneros literarios, parece diáfano que la literatura de terror es colindante con otros
tipos de narración. En realidad las señas de identidad de esta clase de literatura
coinciden y hasta, se confunden en muchos casos con la literatura de aventuras, la
literatura fantástica, los cuentos de hadas y la literatura policíaca y criminal. Como
en ellas, en la literatura de terror se presenta un misterio, un obstáculo que salvar,
un hecho a quien encontrarle explicación o una irrupción de lo insólito. Comparte
con ellas zonas de afinidad y encuentro; de ahí lo dificultoso, a veces, de situar una
determinada obra en un género u otro.
Indica el poeta Rainer Maria Rilke que «elegir es renunciar al horizonte», y si
traemos a colación su pensamiento es porque inclinarse por una definición de la
literatura de terror entre las muchas existentes significa tirar por un camino, aun a
sabiendas de que existen otras posibles rutas.
La que aquí proponemos: «Literatura de terror es aquella cuyo fin es producir miedo
en el lector o auditor. Es decir, busca, a través de la producción del miedo, el hallazgo de un
cierto placer estético», se debe al ensayista español Rafael Llopis, uno de los más
capacitados conocedores del tema, y la ofrecemos, insistimos, sin ánimo dogmático
alguno.
Otras muchas podríamos haber presentado como alternativa a la citada. Cada
una tiene sus ventajas e inconvenientes. Si hemos preferido ésta, es porque a
nuestro entender encierra dos cualidades de mérito:

 Su sencillez.
 La conexión entre el miedo y estética.

El mero enunciado de un concepto resulta escasamente eficaz para la


comprensión de un fenómeno. Sólo a través de continuas aproximaciones podemos
llegar a comprender la compleja realidad que se oculta bajo una definición. A ello
dedicaremos las páginas que siguen.
Como en todo objeto de estudio, la literatura de terror se puede abordar desde
muy variopintas ópticas, ángulos o puntos de vista: la sociología, la psicología, la
historia, la mitología, etc. Dadas las limitaciones que el espacio disponible y el
carácter de esta Introducción nos imponen, nos acercaremos a ella desde aquellos
campos más cercanos a la crítica literaria. Pero, antes de avanzar por esa vía,
señalaremos que históricamente se ha detectado la existencia de dos técnicas o
formas básicas de producir miedo y, por tanto, de dos tipos literarios de terror:

 Terror oblicuo o intelectual.


 Terror frontal o emocional.

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En el caso del terror oblicuo, blanco o metafísico, lo terrorífico, la provocación
de miedo en el lector, no resulta de la introducción en la ficción narrativa de
hechos o seres constitutivamente aterradores, sino de la discreta, gradual y
sopesada conversión de objetos o seres de apariencia real familiar en objetivos o
seres de orden, es decir, de orden siniestro.
El terror frontal, negro o emocional, se caracteriza porque en este tipo de relatos
lo terrorífico proviene de la aparición acumulativa dentro de la trama de
personajes u objetos terroríficos en sí mismos: fantasmas, vampiros, tumbas,
sangre, muertes, etc.
De cada uno de ellos podemos las siguientes características:

 En las narraciones de terror oblicuo o intelectual el terror se sugiere, se


intuye, y el miedo es de tipo más cerebral o psicológico, lo que de ninguna
forma significa que sea menos intenso. En ellas el miedo se palpa, de ahí que
lo importante sea la creación de una atmósfera sutilmente opresiva.

 En las narraciones de terror frontal o directo, lo terrorífico se describe, se


muestra, y el miedo es de carácter más emotivo o visceral, sin que ello
signifique mayor facilidad para su producción. En ellas el terror se ve, de
ahí que en este tipo de relatos abunden las escenografías truculentas.

En principio no puede afirmarse que una técnica sea mejor o peor que la otra.
Con el método directo se han escrito excelentes relatos de terror, como sería el caso
de El Monje, de Matthew G. Lewis, e igual sucede cuando se sigue la técnica del
terror oblicuo o sugerente, tal y como hace Henry James en su novela Otra vuelta
de tuerca. Sí parece cierto sin embargo que para la sensibilidad del lector moderno,
más cercana al estilo elusivo, el método indirecto resulta más afín y atrayente.
Vistos ya estos dos modos de producir terror, nos acercaremos ahora a las
narraciones de este tipo atendiendo a los aspectos estructurales y temáticos.
En la literatura de terror puede aislarse la repetida de tres elementos:

 Muerte
 Sangre.
 Erotismo.

De la presencia de la muerte proviene un ingrediente formal básico: la tentación


de conquistar la inmortalidad, que a su vez se plasmará literariamente en el
protagonismo primordial dentro del género de seres –vampiros, monstruos,
fantasmas, .etc. –, caracterizados por estar poseídos por un mal concreto: la sed de

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perdurar eternamente. Este deseo de transgredir la ley humana de la mortalidad
–Drácula, Frankenstein– es el hilo que liga el terror con lo sagrado. De ahí las
evocaciones religiosas perceptibles en muchas de las narraciones de terror. A
nuestro entender esta presencia tan fuerte del apremio por romper el tiempo está
en la base de otros muchos ingredientes que aparecen en la literatura de terror: las
ruinas de castillos o mansiones en cuanto reliquias de otro tiempo; los espacios
oscuros, por cuanto que la no-luz parece ser el lugar del no-tiempo, o los paisajes
remotos, por evocar geografías en donde el tiempo (la historia) apenas ha dejado
huella.
La sangre es una presencia contraria a la muerte y literariamente funciona en
este tipo de literatura como su polo estructural opuesto: representa la vida, el
recuerdo constante y físico de la condición mortal del hombre. Desde un prisma
formal, muy simple y casi anecdótico conviene hacer notar la abundancia de
personajes pálidos que pueblan este tipo de relato. Su palidez -carencia o flaqueza
desangre- pone en sobre aviso a cualquier lector: actúa como señal que sugiere el
más allá. De ahí su eficacia y, por tanto, su tópica sobreabundancia. Donde mejor
puede comprenderse esta relación muerte-sangre-terror es en la novela Drácula de
Bram Stoker. El conde vence al tiempo gracias a la sangre de sus víctimas, la
muerte de ellas es la contribución obligada para su inmortalidad de vampiro. Pero
la sangre como recuerdo de la vida mortal no se limita dentro de la literatura de
terror al tema de los vampiros. En realidad su contraposición con el mal –deseo
soberbio de inmortalidad– da lugar a la estructura narrativa más común en el
género: héroe mortal que se opone al malvado o en otras palabras enfrentamiento
del bien con el mal.
El erotismo es una presencia que aúna a las dos anteriores por cuanto que en él
coexisten el deseo agudo de vivir con intensidad –hierve la sangre– y una fuerte
tendencia a diluirse o fundirse –desvanecerse– en el objeto amado. El erotismo en
las narraciones de terror aparece como un lugar de redención: el lugar donde se
vive fuera del tiempo.
Explicar esta fusión de contrarios podría llevarnos a disquisiciones fatigosas y
acaso aburridas. Valga como argumento el recuerdo de esa frase inevitable entre
enamorados: a tu lado se me pasa el tiempo sin darme cuenta. A nivel literario la
presencia del erotismo se resuelve o desemboca en la aparición de una trama
amorosa que se superpone y entrevera a la lucha ya indicada entre el bien y el mal.
Ni que decir tiene que ese componente erótico en las malas obras del género
aparece en sus formas más degradadas y superficiales, perdiendo así el complejo
papel estructural, a que hemos hecho referencia.
No quisiera terminar este breve apunte sobre los tres ejes subterráneos de la
literatura de terror sin mencionar las sugestivas (y subjetivas) teorías del profesor
Guillermo Pezzi. Según él, en muchas narraciones terroríficas el erotismo se hace

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presente en su variedad narcisista. El ejemplo literario que señala es la famosa
novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
ampliando su teoría a todos aquellos relatos en que se produce la transformaci6n
de un personaje humano en otro ser, humano o bestia; es decir, aquellos cuyo tema
es el doble o ese otro que parecemos llevar dentro y que, para Pezzí representa una
posible alternativa para escapar de la propia vida.
Muerte, sangre y erotismo son los tres pilares sobre los que se levanta el
universo literario de las narraciones de terror. Estas tres presencias se explicitarán
literariamente a través de muy diversas tramas que a su vez darán lugar a muy
dispares narraciones. Es hora, por tanto, de pasar a analizar la literatura de terror
desde el punto de vista temático.
Se ha indicado repetidas veces que los temas de la literatura de terror son
limitados. Parecería que los autores insistiesen una y otra vez en abordar temáticas
muy semejantes, aunque con tratamientos y por tanto resultados muy distintos. No
vamos a intentar agotar la lista de temas en estas breves páginas, pero sí daremos
noticia atenta de lo, que personalmente vislumbramos como más significativos y
pertinentes dentro del género.

 Los relatos de espíritus.

Confluyen bajo esta rúbrica aquellas narraciones en las que los espíritus
–fantasmas, espectros, etc.– son «presencias» de muertos que reaparecen en los
lugares que habitaron en otros tiempos. Constituyen de hecho el «leitmotiv» de la
novela gótica. Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki serviría como
ejemplo representativo.

 Los no-muertos.

Los «ondead» en su denominación inglesa constituyen esos seres híbridos entre


la vida y la muerte: cadáveres reanimados y evadidos de sus tumbas. Encarnan el
deseo soberbio de estar por encima de la mortalidad, que hemos definido como la
maldad propia de las narraciones de terror. Entre ellos ocupan la primera plana los
vampiros. Drácula de B. Stoker es la novela cima y emblema de este tipo de relatos.
En ella la muerte, la sangre y el erotismo se entrelazan de forma magistral, de ahí
su consideración de obra maestra.

 Demonios

Satán y lo satánico ocupan un gran espacio en el arco de los temas del terror.
Unas veces de forma directa y otras por vía de seres a través de los cuales

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manifiesta su poder y maldad, el diablo en cuanto encarnación del mal absoluto y
contrafigura de Dios destaca como elemento preponderante en este tipo de
literatura.

 Monstruos

Los monstruos –físicos o metafísicos– que se pasean por los relatos de terror
pueden ser agrupados en dos modalidades:

 Narraciones que tratan de la creación de monstruos:

Frankenstein, El Golem o La isla del Dr. Moreau. En todas ellas el constructor o


fabricante de monstruos intenta apoderarse de la facultad divina de crear vida y,
por tanto, de vencer a la muerte.

 Narraciones en las que interviene una persona monstruosa o deforme:

Ejemplo de este tipo sería Las manos de orlac de Maurice Renard, La mano
encantada de Gérard de Nerval, y, colindante con el género policíaco, El fantasma de
la Opera de Gaston Leroux.

 El Doble

Tal y como hemos indicado al hablar de la presencia del narcisismo en algunos


relatos de terror, este tema, uno de los más tradicionales del género, ha dado lugar
a múltiples variantes. En algunos casos, ese otro yo que descansa en el fondo del
personaje, devendrá la contracara del yo aparente, su personalidad oculta y
depositaria de sus instintos irracionales y primarios. En realidad el doble será el
vengador de las frustraciones que la vida en sociedad con sus leyes, reglas y moral
provoca en el hombre. En algunos relatos –El Bosque de Ancines, de Martínez
Barbeito– tomará forma de bestia salvaje; en otros, caso de la ya citada novela de
Stevenson, mantendrá su apariencia humana.

Juan y Constantino Bértolo Cadenas

[Publicado como Introducción a la novela de intriga en El gato negro de Edgar Allan


Poe de la colección Mis Libros, Ediciones Generales Anaya, Madrid, 1983]

http://www.librodearena.com/post/epopeya/literatura-de-horror-en-ninos-y-jovenes/5734/1616

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