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Preliminar
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Hemos querido abrir nuestra Introducción a la novela de terror con esta crónica,
porque, por desgracia, todavía existen hoy gentes que miran con desconfianza o
aversión el acercamiento de niños y jóvenes a esas áreas literarias. La literatura en
ningún caso crea miedo; lo descubre y delata. No es su causa u origen; todo lo más,
su mensajero. Por eso conviene recordar la máxima espartana: «No es de cobardes
tener miedo, sino tener miedo de tenerlo».
Alguien, quizá de forma exagerada, ha podido afirmar que el amor es un
sentimiento que inventaron los escritores provenzales allá por el siglo XII. No
podría decirse lo mismo del terror. El sentimiento o sensación de terror parece
consustancial al hombre, algo unido a su condición o naturaleza animal. Desde
siempre el hombre se ha asustado.
No resulta difícil imaginarse a los hombres primitivos aterrorizados por el
espectacular aparato de los fenómenos naturales: rayos que abrasan, truenos que
abruman o centellas que rompen la noche. Un eclipse de sol debió de representar
para ellos un cataclismo inaprensible. El mundo fue durante siglos un espacio
peligroso para el hombre. El progreso humano ha permitido que se hayan
conocido y dominado muchos focos de terror. El fuego y la luz rompieron hasta
cierto punto el misterio de la noche, pero en otros muchos aspectos todavía el
hombre continúa siendo un ser a la intemperie. Los antiguos terrores permanecen
agazapados en lo más profundo de nosotros.
Lo terrorífico asusta, pero a la vez atrae. No es de extrañar por tanto que el
componente estético del hombre haya trabajado sobre los materiales del terror. Las
pinturas del Bosco, los crueles frisos asirios o las macabras esculturas aztecas
confirman que el hombre en todas las épocas históricas ha buscado plasmar
artísticamente su peculiar relación «repulsión/atracción» con el terror.
Todos sabemos que, al hablar o verbalizar aquello que nos asusta u origina
miedo, éste parece evaporarse, y quizá sea ésta la causa de que la humanidad
desde sus comienzos históricos haya tendido a objetivar sus temores a través de la
literatura, En los textos literarios más antiguos se nos refieren historias cercanas a
lo terrorífico: diluvios, pestes devastadoras, muertes anunciadas, ángeles
exterminadores, nefastos presagios. En las sagas noruegas, en los textos bíblicos o
en la literatura hindú se encuentran temas próximos al terror. La literatura oral o
escrita ha sido un medio, entre otros, de ahuyentar los malos espíritus.
Veremos en su momento cómo los relatos de terror, si bien siempre presentes en
la literatura universal, terminarán por formar un género aparte, precisamente en la
etapa histórica en la que el hombre pretende por medio de la razón olvidar las
oscuras zonas de lo atávico o irracional que comúnmente denominamos lo sagrado
Precisamente porque los elementos, ingredientes y estructuras formales típicas de
la literatura de terror están presentes en la historia literaria desde sus comienzos, la
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delimitación del género no puede efectuarse de un modo claro y unívoco. Sin
entrar ahora en la polémica sobre la consistencia de las teorías que estudian los
géneros literarios, parece diáfano que la literatura de terror es colindante con otros
tipos de narración. En realidad las señas de identidad de esta clase de literatura
coinciden y hasta, se confunden en muchos casos con la literatura de aventuras, la
literatura fantástica, los cuentos de hadas y la literatura policíaca y criminal. Como
en ellas, en la literatura de terror se presenta un misterio, un obstáculo que salvar,
un hecho a quien encontrarle explicación o una irrupción de lo insólito. Comparte
con ellas zonas de afinidad y encuentro; de ahí lo dificultoso, a veces, de situar una
determinada obra en un género u otro.
Indica el poeta Rainer Maria Rilke que «elegir es renunciar al horizonte», y si
traemos a colación su pensamiento es porque inclinarse por una definición de la
literatura de terror entre las muchas existentes significa tirar por un camino, aun a
sabiendas de que existen otras posibles rutas.
La que aquí proponemos: «Literatura de terror es aquella cuyo fin es producir miedo
en el lector o auditor. Es decir, busca, a través de la producción del miedo, el hallazgo de un
cierto placer estético», se debe al ensayista español Rafael Llopis, uno de los más
capacitados conocedores del tema, y la ofrecemos, insistimos, sin ánimo dogmático
alguno.
Otras muchas podríamos haber presentado como alternativa a la citada. Cada
una tiene sus ventajas e inconvenientes. Si hemos preferido ésta, es porque a
nuestro entender encierra dos cualidades de mérito:
Su sencillez.
La conexión entre el miedo y estética.
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En el caso del terror oblicuo, blanco o metafísico, lo terrorífico, la provocación
de miedo en el lector, no resulta de la introducción en la ficción narrativa de
hechos o seres constitutivamente aterradores, sino de la discreta, gradual y
sopesada conversión de objetos o seres de apariencia real familiar en objetivos o
seres de orden, es decir, de orden siniestro.
El terror frontal, negro o emocional, se caracteriza porque en este tipo de relatos
lo terrorífico proviene de la aparición acumulativa dentro de la trama de
personajes u objetos terroríficos en sí mismos: fantasmas, vampiros, tumbas,
sangre, muertes, etc.
De cada uno de ellos podemos las siguientes características:
En principio no puede afirmarse que una técnica sea mejor o peor que la otra.
Con el método directo se han escrito excelentes relatos de terror, como sería el caso
de El Monje, de Matthew G. Lewis, e igual sucede cuando se sigue la técnica del
terror oblicuo o sugerente, tal y como hace Henry James en su novela Otra vuelta
de tuerca. Sí parece cierto sin embargo que para la sensibilidad del lector moderno,
más cercana al estilo elusivo, el método indirecto resulta más afín y atrayente.
Vistos ya estos dos modos de producir terror, nos acercaremos ahora a las
narraciones de este tipo atendiendo a los aspectos estructurales y temáticos.
En la literatura de terror puede aislarse la repetida de tres elementos:
Muerte
Sangre.
Erotismo.
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perdurar eternamente. Este deseo de transgredir la ley humana de la mortalidad
–Drácula, Frankenstein– es el hilo que liga el terror con lo sagrado. De ahí las
evocaciones religiosas perceptibles en muchas de las narraciones de terror. A
nuestro entender esta presencia tan fuerte del apremio por romper el tiempo está
en la base de otros muchos ingredientes que aparecen en la literatura de terror: las
ruinas de castillos o mansiones en cuanto reliquias de otro tiempo; los espacios
oscuros, por cuanto que la no-luz parece ser el lugar del no-tiempo, o los paisajes
remotos, por evocar geografías en donde el tiempo (la historia) apenas ha dejado
huella.
La sangre es una presencia contraria a la muerte y literariamente funciona en
este tipo de literatura como su polo estructural opuesto: representa la vida, el
recuerdo constante y físico de la condición mortal del hombre. Desde un prisma
formal, muy simple y casi anecdótico conviene hacer notar la abundancia de
personajes pálidos que pueblan este tipo de relato. Su palidez -carencia o flaqueza
desangre- pone en sobre aviso a cualquier lector: actúa como señal que sugiere el
más allá. De ahí su eficacia y, por tanto, su tópica sobreabundancia. Donde mejor
puede comprenderse esta relación muerte-sangre-terror es en la novela Drácula de
Bram Stoker. El conde vence al tiempo gracias a la sangre de sus víctimas, la
muerte de ellas es la contribución obligada para su inmortalidad de vampiro. Pero
la sangre como recuerdo de la vida mortal no se limita dentro de la literatura de
terror al tema de los vampiros. En realidad su contraposición con el mal –deseo
soberbio de inmortalidad– da lugar a la estructura narrativa más común en el
género: héroe mortal que se opone al malvado o en otras palabras enfrentamiento
del bien con el mal.
El erotismo es una presencia que aúna a las dos anteriores por cuanto que en él
coexisten el deseo agudo de vivir con intensidad –hierve la sangre– y una fuerte
tendencia a diluirse o fundirse –desvanecerse– en el objeto amado. El erotismo en
las narraciones de terror aparece como un lugar de redención: el lugar donde se
vive fuera del tiempo.
Explicar esta fusión de contrarios podría llevarnos a disquisiciones fatigosas y
acaso aburridas. Valga como argumento el recuerdo de esa frase inevitable entre
enamorados: a tu lado se me pasa el tiempo sin darme cuenta. A nivel literario la
presencia del erotismo se resuelve o desemboca en la aparición de una trama
amorosa que se superpone y entrevera a la lucha ya indicada entre el bien y el mal.
Ni que decir tiene que ese componente erótico en las malas obras del género
aparece en sus formas más degradadas y superficiales, perdiendo así el complejo
papel estructural, a que hemos hecho referencia.
No quisiera terminar este breve apunte sobre los tres ejes subterráneos de la
literatura de terror sin mencionar las sugestivas (y subjetivas) teorías del profesor
Guillermo Pezzi. Según él, en muchas narraciones terroríficas el erotismo se hace
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presente en su variedad narcisista. El ejemplo literario que señala es la famosa
novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
ampliando su teoría a todos aquellos relatos en que se produce la transformaci6n
de un personaje humano en otro ser, humano o bestia; es decir, aquellos cuyo tema
es el doble o ese otro que parecemos llevar dentro y que, para Pezzí representa una
posible alternativa para escapar de la propia vida.
Muerte, sangre y erotismo son los tres pilares sobre los que se levanta el
universo literario de las narraciones de terror. Estas tres presencias se explicitarán
literariamente a través de muy diversas tramas que a su vez darán lugar a muy
dispares narraciones. Es hora, por tanto, de pasar a analizar la literatura de terror
desde el punto de vista temático.
Se ha indicado repetidas veces que los temas de la literatura de terror son
limitados. Parecería que los autores insistiesen una y otra vez en abordar temáticas
muy semejantes, aunque con tratamientos y por tanto resultados muy distintos. No
vamos a intentar agotar la lista de temas en estas breves páginas, pero sí daremos
noticia atenta de lo, que personalmente vislumbramos como más significativos y
pertinentes dentro del género.
Confluyen bajo esta rúbrica aquellas narraciones en las que los espíritus
–fantasmas, espectros, etc.– son «presencias» de muertos que reaparecen en los
lugares que habitaron en otros tiempos. Constituyen de hecho el «leitmotiv» de la
novela gótica. Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki serviría como
ejemplo representativo.
Los no-muertos.
Demonios
Satán y lo satánico ocupan un gran espacio en el arco de los temas del terror.
Unas veces de forma directa y otras por vía de seres a través de los cuales
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manifiesta su poder y maldad, el diablo en cuanto encarnación del mal absoluto y
contrafigura de Dios destaca como elemento preponderante en este tipo de
literatura.
Monstruos
Los monstruos –físicos o metafísicos– que se pasean por los relatos de terror
pueden ser agrupados en dos modalidades:
Ejemplo de este tipo sería Las manos de orlac de Maurice Renard, La mano
encantada de Gérard de Nerval, y, colindante con el género policíaco, El fantasma de
la Opera de Gaston Leroux.
El Doble
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