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Introducción:
El siguiente texto, más que una historia del enfrentamiento entre dogma y cuerpo, es una
apología a la necesidad de la trasgresión, como sistema. La sociedad colonial impone
límites, demasiados para ser soportados. Límites al cuerpo y a las relaciones de pareja. Y
desde el momento en que se señalan los límites, se abre al mismo tiempo el espacio para
una trasgresión siempre posible (1). Este sistema es, para las desviaciones del dogma y del
cuerpo consideradas como anormales, y para conferirles sentido, su condición misma de
posibilidad y de aparición histórica. Así, el siguiente texto es una historia de la trasgresión
contra el dogma en la colonia. La forma como el cuerpo y los sentidos lucharon por su
libertad de aparecer y de manifestarse abiertamente. Aquí el amor es más que un hecho
biológico; es una aventura única, irrepetible y por ello eterna, elemental y humana. El amor
es la rebelión de los sentidos contra el dogma. (2) Así, el texto está dividió en tres partes
que darán cuenta de la existencia desde el principio hasta el final de este sistema tan
característico de sociedades limitada. La primera parte da cuenta de la herencia de libertad
sexual de los indígenas y el manejo del cuerpo desnudo como parte de la sociedad,
sexualmente libre; La segunda parte ingresa en el amor colonial, clandestino y
deliciosamente prohibido, explorando las diversas manifestaciones en donde su calor
húmedo pervivió, como las fiestas y la noche, dejando en claro que el concubinato, la
barraganía, el adulterio, son partes inherentes al espíritu colonial, y que el matrimonio, más
que una unión de cuerpos, es una unión de intereses económicos, que terminan por asesinar
al amor. Y la tercera parte, está dedicada al amor libertario de Manuela Sáenz, como
resultado de los procesos de mestizaje y liberación.
Aunque hay una gran cantidad de tribus en el territorio de la Nueva Granada, es posible
encontrar similitudes culturales en cuanto al manejo del cuerpo y de la sexualidad, y más en
el territorio de la sabana de Bogotá donde la confederación Muisca abarcaba un gran
territorio bajo normas culturales en esencia homogéneas. El hecho de habitar diferentes
clanes en un mismo territorio hizo necesario homologar rasgos culturales y políticos dentro
de unos mismos parámetros para así poder llegar a establecer armonía en la convivencia y
en el aprovechamiento de los recursos naturales (tratado de Nemequene). Esto de todas
formas no implicaba que cada clan no tuviera sus formas internas de gobierno.
No fue fácil. El encuentro entre imaginarios totalmente distintos fue en extremo difícil. Sin
embargo la natural adaptabilidad del ser humano como animal, obligó a ambas partes a
asimilarse unos a otros. Es claro que existían unos dominadores y unos dominados, pero el
intercambio se da en doble vía, creando una nueva cultura: la cultura mestiza, que pasa por
encima de las traiciones peninsulares y nativas, recogiendo sin embargo elementos
constitutivos de cada una. Al final, el resultado, nuevos cuerpos del deseo, nuevos cuerpos
de libertad.
La colonización del nuevo mundo, y en particular el del territorio de los Andes del norte,
fue lento y arbitrario por los problemas que la diferencia de suelos, climas y culturas
existían en estos accidentados espacios. En cuanto a la gente, a sus costumbres y modos de
vida, la heterogeneidad fue la norma reinante, y con lo que se encontraron los
conquistadores. Sobre todo en lo que se podría llamar el manejo del cuerpo y de la
sexualidad, encontraron cantidad de prácticas en extremo “naturales”; esto se puede leer
como impúdicas, corpóreas y pecaminosas, desde el imaginario español. Sin embargo, los
españoles, que viajaron principalmente hombres, encontraron en estas prácticas y en el
cuerpo de las indígenas la manera de desahogar sus impulsos sexuales, también gracias a
las normas de convivencia indígenas que permitían las uniones informales. Esto es
evidente, además porque “en los primeros años de la conquista española no contaron con
una doctrina y una legislación coherente y efectiva frente al control de los comportamientos
sexuales de los indígenas” (9) ni de los españoles, mezclándose arbitrariamente y
descontroladamente con las mujeres nativas, en una clara manifestación de dominación.
Sin embargo, al abarcar más espacio y al controlar más lugares, las disposiciones
dogmáticas con respecto al cuerpo entraron en función, en rigor, y en control. En este
contexto, y bajo los principios occidentales, “la comprensión de la sexualidad estaba
orientada hacia el problema del bien y del mal, es decir, la identificación del cuerpo y la
sexualidad con el mal y el espíritu con el bien” (10), por tanto la libertad indígena en cuento
a su comprensión fue censurada por la frialdad dogmática de los curas españoles. Por lo
tanto fue necesario implantar códigos y castigos con la intención de controlar los modos
paganos de manejo del cuerpo, con la finalidad expresa de homogenizar a los nativos, y así
poder implantar los esquemas morales y teológicos que la iglesia y la sociedad española
manejaba. Sin embargo, os conceptos de sacralidad cristiana, así como toda la
normatividad, la negación del placer y las espesas disquisiciones teológicas no formaban
parte del mundo indígena (11), lo cual cimentaba las bases de rebeliones continuas contra el
orden impuesto, rebeliones a favor de la libertad sexual, que se mantendrían a lo largo de
todo el proceso colonial. Es de esta situación que se obtiene que “la infidelidad y el
adulterio fueron elementos elementales constitutivos de una sociedad que regulaba y
controlaba la vida sexual y afectiva. Y es en este caos, en donde esta rebelión, donde se
define la identidad sexual de hombres y mujeres”. (12)
Sin embargo las comunidades indígenas se adaptaron a la normativa del ente dominador, de
tres maneras, en donde claro está, pretendieron siempre tener la máscara del conformismo.
En primer lugar, los indígenas utilizaron las fiestas y rituales indígenas para mantener sus
propios rituales tradicionales, encontrando en la clandestinidad de la noche y en las fiestas
el modo de preservar la memoria, clave para comprender el universo colonial de las clases
subalternas; en segundo lugar, encontraron en estas fiestas el espacio de esparcimiento y de
desinhibición del ensimismamiento de sentimientos represados y deseos contenidos; y en
tercer lugar, la recuperación de sentidos que les ayudaran a percibir las manifestaciones de
los deseos, para hacerlos realidad: oler, beber y oír se extendían en una sinfonía de deseos
que terminaban por palpar al otro (13).
En el capítulo siguiente se verá cómo las fiestas, además de otras formas de trasgresión,
ayudaban a recordar la libertad, a añorarla y a buscarla, en busca siempre de no perder la
individualidad corporal, y la conciencia de grupo, de colectividad, que tradicionalmente
habían construido en sus espacios íntimos.
“La memoria es un arma, un instrumento de defensa y agresión contra todo aquello que
reprime y niega prácticas y creencias, verdades y testimonios. La memoria no pertenece
única y exclusivamente a las elites, sino al hombre común y ella debe servir para liberar y
no para oprimir. Apropiarse la memora es el primer esfuerzo de liberación por parte de los
colonizados” (14). Los conquistadores sabían que la memoria podía servirle a los nativos a
intentar recuperar su pasado, a intentar volver a su tranquilidad pagana. Por tanto aplicaron
formas de destrucción de la memoria como demolición de santuarios, guacas, tunjos,
chamanes y toda clase de íconos culturales indígenas, pretendiendo ocultar en las cenizas la
memoria nativa, abonando el terreno para el olvido y el desplazamiento de los dioses,
imponiendo un orden visual y espiritual nuevo.
Ante esto se notaba la actitud hipócrita de las clases altas que procuraban ocultar las
verdades deshonrosas de sus miembros por razones de status, pero que el rumor público iba
decantando hasta hacerlo evidente [27] Para las élites el honor era lo único que había que
guardar, mantener y procurar mostrar siempre. Era el carácter distintivo que racionalizaba
la existencia de la jerarquía colonial. Incluía las diferencias autoconscientes de nacimiento
y de conducta que distinguía la gente “decente” de la baja. [28] El rumor aparece aquí, en
contraposición al chisme, como el comentario que se estructura en la sociedad, no en los
labios de un voluntarioso, sino en la realidad concreta, vivida por la comunidad. El chisme
era una acusación sin fundamente empírico, que ronda el ámbito de lo personal, mientras
que el rumor ronda por el ámbito de lo social.[29] El rumor es parte de la sociedad,
arraigado a las mentes de las personas, mientras que el chisme se queda en la mente de
algunos desvergonzados sin fundamento; El rumor se adhiere a los muros de la experiencia
concreta, mientras que el chisme como fantasma atraviesa la sociedad sin dejar rastro
importante; el rumor está en todos lados, permanente y tajante, el chisme es fugaz,
impertinente y olvidable.
Los años finales de la colonia tienen estructuras propias que hacían prever el advenimiento
de la libertad como necesidad humana además de política, social y económica. Las ideas
liberales importadas de Francia estaban calando los ideales republicanos de los criollos,
estableciendo una dura confrontación con el régimen colonial. Pero además, y para nuestro
interés, entre los jóvenes franceses comenzaban a discutir temas correspondientes al
matrimonio por amor, no por conveniencia. Ideales iluministas que escandalizaban la
tradición moral de la Francia de finales del XVIII y principios del XIX, que viajaron hasta
la sociedad santafereña, impregnando la mente de los jóvenes enamorados que luchaban
por su derecho a elegir pareja, esgrimiendo la melancolía del amor concupiscente contra los
intereses económicos de sus arraigados y dogmáticos padres.
En una sociedad como la de finales de la colonia, donde el mestizaje tenía una fuerza
descomunal, y la tradición española e indígena se estaba difuminando en la bruma del
olvido y la transformación, estas ideas, aunque discutidas por los jóvenes aristócratas
santafereño [30], se difundieron como viento a través de las mentes juveniles de todos los
estratos, estimulando el espíritu de libertad de amar tan arraigado desde el principio pero
censurado por al represión sistemática de las instituciones coloniales, incluida la familia.
Para la historia, aunque ha sido ensuciada por historiadores puristas como una simple
amante del libertador, la imagen del amor entre Manuela Sáenz y Simón Bolívar serán
siempre referentes para la libertad y el amor: “Dos para el mundo. Unidos para la gloria,
así la historia nunca lo reconozca” (32), demostrando con esto la existencia del idilio
amorosos característico de las letras románticas de la época, pero con un trasfondo
melancólico, de lucha y exacerbación de la unión de espíritus en uno solo, por encima de
los impedimentos sociales, religiosos y demás, que a la altura de esta época, ya no interesan
demasiado.
Manuela Sáenz afrontó con absoluta claridad y espontaneidad su relación con Bolívar Una
relación afectuosa y apasionada que ella consideró valida y real por el simple hecho de ser
mujer y por el derecho que sabía que tenía y necesitaba de amar y ser feliz: “Soy mujer y
joven; apasionada, con mucho abandono del miramiento social que a mí no me incumbe;
mi ingenio es intuición y me siento muy pero muy enamorada… Lo tengo vivo [el corazón]
para usted que… es para mí, toda mi adoración; por encima de todos los prejuicios” (33).
Sobre todo el hecho de ser mujer, en una sociedad patriarcal, reducía mucho los espacios de
ellas de manifestar algo que les era totalmente negado. Ella rompió con esos esquemas
limitantes y lucho por su derecho a ser ella y mandar sobre su espontaneidad individual y
apasionada.
Fundó ella en la nueva sociedad republicana el capricho de amar con libertad a su hombre.
Para ella misma el amor fue una manera de asumir la libertad, (34) una libertad robada tres
siglos atrás, una libertad que vivió en los corazones melancólicos del pueblo, primero
indígena, luego negro, luego mestizo, manteniendo viva la chispa nostálgica de amar el
deseo por el otro, manteniendo el alma libre de todo control, como máscara ante la sociedad
restrictiva, asesina de los sentidos, donde la trasgresión, a través del amor, se hace evidente
en cada mirada, en cada roce secreto, en cada encuentro clandestino con el pasado de
libertad sexual, en cada uno de los momentos en que las fuerzas censurantes resultaban
impotentes frente a las miradas ocultas y a los deseos convertidos en sueños húmedos
nocturnos. Manuela Sáenz rompe con la clandestinidad obligada, y la convierte en
manifestación viva del amor, no con el afán de ocultamiento, sino por la emoción del
sentimiento, enarbolando al bandera de su cuerpo desnudo junto al de su amado. El amor
mestizo se convierte pues en identidad, de manos de ésta heroína del amor.
Conclusión.
Aunque parezca que esté reduciendo la libertad al pasado indígena, como una línea
coherente y perceptible a lo largo de la colonia, no es así. Lo que sostengo es que las
estructuras culturales de los indígenas con respecto al cuerpo y a la sexualidad, mantienen
permanencias a lo largo de la colonia, permanencias inconscientes, más ligadas al deseo
que a la voluntad Este trabajo a intentado buscar esas permanencias, hacerlas evidentes
como una rumor inconsciente de los humanos, que desencadenaría, por la imposición de los
límites, el sistema de trasgresión, que al final acabaría por romper con las cadenas
coloniales sobre los cuerpos y sobre el amor. Al ser institucionalizado, normatizado, este
amor mezclado con erotismo pierde su poder de creación. Se vuelve monótono, inmóvil. Se
estanca en la conformidad de una vida de pareja austera y fría, triunfando aparentemente la
cautela y el miedo teológico impuesto por la iglesia y la sociedad colonial. Sin embargo se
ve cómo el triunfo de los sentidos contra el dogma surge en cada manifestación de afecto
entre dos seres, “entre las ataduras húmedas de un muslo y la cabalgadura desbocada de un
beso se deshacía la cotidiana represión del dogma. Y era esta felicidad temida lo que
construía la infidelidad y el adulterio, y los nuevos caminos de la libertad y el orden.” (35)
El triunfo de los sentidos se nota en la cantidad de juicios por adulterio y concubinato,
relacionados en el fondo “Colonia”, sección “Juicios Criminales”, del Archivo General de
la Nación. Juicios donde la clandestinidad y la noche se confabulan para ocultar los deseos
desenfrenados de los enamorados, quienes sin embargo son acusado por terceros celosos de
no poder ser libres entre los humores corporales y los matorrales, o por quienes con las
acusaciones pretenden expiar sus propias culpas.
“Seducción, pasión o simple instinto sexual, lo que la sociedad colonial nos enseña es la
existencia de un desbordado mundo de fornicación. Tal vez ha sido así siempre, pero lo
admirable de esa sociedad es que a pesar de tanta censura a las “torpezas” del cuerpo,
hombres y mujeres no renunciaron al derecho humano de amarse por sobre todas las cosas”
(36) en un claro espíritu de trasgresión y libertad. Jóvenes y adultos con sufrimiento
lucharon por su derecho a amar por encima del dogma. Y fueron estos seres enamorados,
como Manuela Sáenz, los primeros en izar las banderas de la rebelión y la independencia
contra las aberraciones del colonialismo censurador, pero hipócrita al procurar ocultar sus
propios deseos reprimidos. Vemos como en la sociedad colonial “el amor no estaba en la
forma ni en la prisión del dogma sino en lo espontáneo en el deseo de hundirse en la
posibilidad de crear una familia bajo otros ritos, aquellos derivados de esa enfermiza fuerza
de la pasión que crece en la ceniza para quemar la corteza desnuda de una piel abierta a la
ilusión sublime de un instante”(37), efímero en el espacio y el tiempo, pero presente
eternamente en el imaginario del corazón y del cuerpo, desbordado al final por la
posibilidad de la independencia, no solo de la tierra, de la patria colectiva, sino de la
individualidad del amor, de la libertad de sentir, de volver a sentir lo que la colonia intentó
asesinar: el capricho sublime del instante de un beso apasionado.
[1] Foucault, Michel. Historia de los hombres infames. Ensayos sobre desviación y
dominación. Ed. Altamira, Argentina, (sin fecha). P. 7
[2] Tovar, Hermes. La batalla de los sentidos. Infidelidad, adulterio y concubinato a fines
de la colonia. Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, 2004. P. 13
[3] Pérez de Barradas, José. Pueblos indígenas de la gran Colombia. CSIC, Madrid, 1951.
P. 177; Dueñas, Guiomar. Los Hijos del pecado. Ilegitimidad y vida familiar en la Santafé
de Bogotá colonial. EUN. Bogotá, 1997. P. 39
[4] Pérez. Pueblos indígenas… P. 183
[5] Dueñas. Los hijos del pecado… P. 43
[6] Dueñas. Los hijos del pecado… P. 40-41
[7] Pérez. Pueblos indígenas… P. 183
[8] Pérez. Pueblos indígenas… P. 203
[9] Borja, Jaime. El control sobre la sexualidad: Negros e indios (1550 – 1650). En: Borja,
Jaime (comp). “Inquisición, muerte y sexualidad en la Nueva Granada”. CEJA-Ariel, 1996.
P. 172
[10] Ibíd. P.177
[11] Ibíd. P.175
[12] Tovar Op. Cit. P. 64
[13] Tovar Op. Cit. P.109-110
[14] Tovar Op. Cit. P.110
[15] Tovar Op. Cit. P. 109
[16] Tovar Op. Cit. P. 102
[17] Tovar Op. Cit. P. 100
[18] Tovar Op. Cit. P. 108
[19] Tovar Op. Cit. P. 125
[20] Tovar. Op. Cit. P. 38 y ss.
[21] Borja. Op. Cit. P. 181
[22] Dueñas. Op. Cit. P. 137
[23] Dueñas. Op. Cit. P. 136
[24] Dueñas. Op. Cit. Pp. 164-166
[25] Dueñas. Op. Cit. P. 163;
[26] Tovar Op. Cit. P. 69; Dueñas. Op. Cit. P. 169
[27] Tovar Op. Cit. P. 49
[28] Twinam, Ann. Honor, sexualidad e ilegitimidad en la Hispanoamérica colonial En:
“Sexualidad y matrimonio en la América hispánica: siglos XVI-XVIII”. Lavrin, Asunción
(comp). México, Grijalbo, 1991. (sin paginación)
[29] Tovar Op. Cit. P. 54
[30] Dueñas. Op. Cit. Pp. 151-153
[31] Tovar. Op. Cit. Pp. 189
[32] Patriota y amante de usted. Manuela Sáenz y el libertador. Diarios inéditos. Editorial
Diana, México, 1993. Citado por: Tovar. Op. Cit. P. 190.Las siguientes citas en cursiva,
son sacadas del libro de Tovar, aunque sean originales de la compilación de diarios de
Manuela Sáenz. Así que en adelante se citará directamente del libro de Hermes Tovar,
entendiéndose que son citadas por el autor.
[33] Tovar. Op. Cit. Pp. 186
[34] Ibíd. P. 185
[35] Ibíd. P. 65
[36] Ibíd. P. 35
[37] Ibíd. P. 76