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MATRÍCULA: ES151112868
Un texto narrativo es una forma de expresión que cuenta hechos o historias acontecidas a
sujetos ya sea humanos (reales o personajes literarios), animales o cualquier otro ser
antropomorfo, cosas u objetos; en él se presenta una concurrencia de sucesos (reales o
fantásticos) y personas en un tiempo y espacio determinados. Dos elementos básicos de las
narraciones son la acción (aunque sea mínima) encaminada a una transformación, y el
interés que se produce es gracias a la presencia de elementos que generan intriga (definida
ésta como como una serie de preguntas que porta el texto a las cuales la narración termina
dando respuesta.
Elementos de la narración
-Narrador
-Personajes
-Tiempo
-Espacio
-Acciones
El narrador es la voz que cuenta al lector que va sucediendo, presenta a los personajes y los sitúa
la acción o la secuencia de los acontecimientos en un espacio y en un tiempo determinado.
Personajes, hay generalmente uno más importante que es el protagonista, los demás son
secundarios casi siempre son creados por el autor y por medio de ellos expresa sus ideas con sus
intervenciones y actuaciones dentro de la narración, los personajes revelan una norma de
conducta es decir su carácter.
La acción está dada por la serie de acontecimientos simultáneos o sucesivos reales o imaginarios
entrelazados en el trama del argumento.
Clases de narración
El narrador es un personaje muy importante y según su posición dentro de la narración hace que
ésta sea diversa así:
Narración subjetiva: cuando la narración está en primera persona, el narrador cuenta los hechos
en los que participa como protagonista, además va dando su opinión sobre los acontecimientos y
personajes.
Narración objetiva. Cuando el narrador cuenta lo que ve, lo que sucede a otros, habla en tercera
persona figura como espectador, sin expresar su opinión.
Fábula: pequeña narración en verso de hechos imaginarios que dejan una enseñanza
Relato: narración en prosa de hechos reales o ficticios
Cuento: narración de peripecias en torno a un personaje
Apólogo: composición en prosa en la que intervienen animales personificados, con la
finalidad moral o didáctica.
Leyenda: narración de un suceso maravilloso, que se basa en algo real, pero transformado
por la fantasía popular
Novela: relato más o menos extenso de hechos ficticios.
Viernes y quincena
Una jornada liviana en la oficina. Nadie toma en serio los deberes un viernes, la formalidad
queda olvidada para dar paso a los jeans, tenis y zapatos bajos. Todos tratan de olvidarse
de sí mismos entregándose a la euforia, yo por el contrario me entrego frente a la
computadora para resolver problemas ajenos, necesito más tiempo para pensar y olvidar
que estoy solo. Los viernes son para la mayoría la luz al final del túnel, pero para mí
resulta un golpe directo al estómago. No tengo a donde ir.
Ofrecí a Pérez echarle un ojo a los casos que tenía atorados, después de todo, él tiene una
familia que lo espera cada noche para cenar y con la cual compartir un domingo para ir a
ver al América. Yo no tengo ni perro que me ladre.
No fue suficiente. Las diez de la noche y había terminado todos sus expedientes. A la
semana siguiente me ofrecí a ser de ayuda al contador, le dije que una reestructuración
me alivió de carga laboral y no quería aparentar que no hacía nada en la oficina. El
contador, vaya que es lento, tenía montones archivos sin revisar. Aun así, lo que él no
pudo hacer en una semana, lo terminé en cuatro horas. ¡Maldición! Cerré mis ojos y me
eché para atrás. Todo el piso estaba vacío, desde una ventana abierta se cuelan las risas y
gritos de los borrachos volviendo a casa. Debían ser la tres o cuatro de la mañana. Ya era
sábado, ¡por dios! ¿Qué haría ahora?, y aún faltaba el domingo. Apenas tenía ganas
suficientes para manejar de regreso a casa. Lo consideré y desistí. Me acosté a dormir
junto al escritorio arropado con el saco. Creo que fue el tipo de la limpieza el qué me
despertó. Me tomó por borracho. No lo desmentí, salí de allí. Estoy solo. Estoy solo.
Maldición.
Seguí buscando trabajo adicional qué hacer. Cada viernes mi escritorio se llenaba de
expedientes, cada pila era un alivio, un ataque de angustia menos. Mi rostro sonreía tras
carpetas que mis compañeros de oficina iban dejando, una encima de la otra. Al principio
se acercaban con timidez. Preguntaban si era verdad lo que decían, que yo podría
ayudarles con su trabajo atrasado. Les decía que así era con una sonrisa. Con las semanas
ya sólo pasaban y tiraban las carpetas sin decir nada. Todos en la oficina comenzaron a
tener mucho más tiempo libre mientras yo revisaba los expedientes contables, sabía del
trabajo sistemático que tienen la mayoría de las áreas, así que no era un problema para
mí. Recogían sus expedientes el lunes, algunos ni sabían mi nombre. Permanecía ocupado.
Dormía en la oficina. Nunca más un sábado y un domingo para verme al espejo. Estaba
sentado frente a la pantalla. De pronto comencé a sentirme feliz.
Comencé a hilar suave, centralizando el control en una sola persona, en mí. Me tardé unos
meses en lograr que fuera mi firma la que definiera cualquier asunto. Nadie lo notaba
porque yo tramitaba las peticiones, yo mismo las investigaba y les daba final. Nadie más
veía esos documentos. Es la magia de la burocracia. Nadie lee los documentos. Una firma
aquí una firma allí. Un número. La forma numero tal y el sello aquel. Yo hacía todo el
proceso de un documento que tardaba antes semanas en ir de una oficina a otra sólo para
recibir un sello o para entrar en un archivo. Lo que tardaba horas de trabajo hombre y
sueldos excesivos, lo hacía yo pasando un papel de una mano a otra. Nunca hubo un
periodo de más eficiencia en todo el departamento. Y mi plan estuvo casi acabado.
Era domingo y mandé cerrar el edificio. Al fin, sólo necesitaban mi firma. El lunes cuando
lo empleados comenzaron a llegar lo encontraron cerrado. A cada uno se le dio una carta
en la que se les agradecía haber renunciado a una liquidación e indemnización por su
despido abrupto de su lugar de trabajo. Nadie entendía nada. Comenzaron a gritar y
enfurecerse. Tiraban piedras y gritaban. Yo estaba en el escritorio frente a la pantalla.
Flaco y desgastado por las largas jornadas, pero feliz. Lo había conseguido. Ahora no
tendría que salir, era un hombre ocupado. No debía pensar en estar solo nunca más. Podía
hacer cualquier cosa con redactarlo en un papel y firmarlo. Todos lloraban por un trabajo
que en principio no quisieron hacer. Vinieron los oficiales, los jefes y los sindicaos. Pero
todo estaba en orden. Los papeles ordenados, no había equivocación. Y si el gobierno
estatal trataba de entorpecer, ¿adivina quién debía tramitar aquella queja? Fui
inmensamente feliz en mi castillo hecho de folios y archivos. La felicidad se parece a la
locura, dicen algunos. Ya perdía cada vez más el rastro de aquellos años en que volvía a
casa derrotado. Comencé a reír desenfrenado y tropecé con una pila de hojas en el suelo.
Abrí los brazos para sostenerme de algo pero sólo hallé cajas y cajas de archivos que
cayeron sobre mí. La computadora también cayó y un ligero corto eléctrico encendió un
par de papeles. El humo no me dejaba ver. Estaba solo. Estaba solo. Me acerqué a la
ventana y no vi a nadie afuera. Estaba solo. Estaba solo. El fuego comenzaba a quemarme
y grité. Estaba solo. Estaba solo.