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COLECCIÓN

RELATO LICENCIADO VIDRIERA

Director de la colección
Álvaro Uribe

Consejo Editorial de la colección


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Julio Ortega (Perú)
Antonio Saborit (México)
Juan Villoro (México)

Director fundador
Hernán Lara Zavala

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL


Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
El prevenido
engañado
María de Zayas

Introducción
Elizabeth Treviño Salazar

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


MÉXICO 2015
Zayas y Sotomayor, María de, 1590-1650, autor.
El prevenido engañado / María de Zayas y Sotomayor; introducción
Elizabeth Treviño Salazar. --
Primera edición.
109 páginas. -- (Colección Relato Licenciado Vidriera).

ISBN 978-970-32-0472-4 (Colección).


ISBN 978-607-02-6820-5

I. Treviño Salazar, Elizabeth, prologuista. II. Título. III. Serie


PQ6498.Z5.P74 2015
LIBRUNAM 1708703

Primera edición: 17 de junio de 2015

D. R. © 2015, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F.
dirección general de publicaciones y fomento editorial

ISBN: 978-970-32-0472-4 (colección)


ISBN: 978-607-02-6820-5

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad


Nacional Autónoma de México.

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sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México


introducción

E n su Instrucción de la mujer cristiana, el humanista


vvalenciano Juan Luis Vives se dio a la tarea de
describir con detalle las características que habría de tener
VII

la educación de las mujeres. En esta obra se enlistan los


ideales de perfección y virtud de la mujer según las distin-
tas etapas de su vida, abarcando desde temas referentes a
la niñez, hasta el “Cuidado que se ha de tener de la virgini-
dad”, cómo se habría de arreglar y el uso de ciertos “afei-
tes y olores”; sobre las “oraciones y limosnas”, danzas, bailes
y amores; y, claro, de “Cómo se ha de buscar el esposo y
qué tal ha de ser”. Siguiendo la misma línea de otras de sus
obras, como aquella De los deberes del marido, el tratado de
Vives pertenece a una tradición más amplia y sumamente
popular del siglo xvi en la que se afincaban textos de orien-
tación moral cuya finalidad era pautar las normas de com-
portamiento de las personas según los ideales que impera-
ban en la sociedad renacentista, poniendo especial atención
en aquellos relacionados con el matrimonio y la vida fami-
liar. El libro, escrito originalmente en latín en 1523 y tra-
ducido al castellano cinco años después, circuló libremente
en España, sobre todo tras el cambio de siglo, y se convirtió
en una lectura obligada, en un libro de cabecera para todas
aquellas que dominaban la lectura. Por ello, con seguridad
podríamos decir que doña María de Zayas y Sotomayor
tenía conocimiento de él, pues era una ávida lectora, según
la confesión que ella misma nos hace de su devoción por los
libros en el prólogo “Al que leyere” de sus Novelas amoro-
VIII sas y ejemplares (1637): “que en viendo cualquiera, nuevo o
antiguo, dejo la almohadilla1 y no sosiego hasta que le paso.
De esta inclinación nació la noticia, de la noticia el buen
gusto, y de todo hacer versos hasta escribir estas novelas”.
El siglo xvi sobresale por la gran expansión de las capa-
cidades de lectoescritura,2 empujada de manera sobresa-
liente por la imprenta, y entre los beneficiados de este auge
que cobró la enseñanza de la lectura y la escritura estaban
las mujeres —predominantemente de clase alta— que, como
nuestra autora, se encaminaron en los libros. Vives parece
haber notado tempranamente la popularidad que cobraron
las letras entre ellas; reconoce que algunas damas tenían
“tan buen ingenio, que parecen haber nacido para las letras,
o, a lo menos, que no se les hacen dificultosas”,3 de mane­ra

1
Aquí “almohadilla” hace referencia al cojín pequeño sobre el cual cosían
las mujeres.
2
Pedro M. Cátedra y Anastasio Rojo, Biblioteca y lecturas de mujeres:
siglo xvi, Madrid, Instituto de Historia del Libro y la Lectura, 2004, p. 43.
3
Juan Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana, Buenos Aires, Espa-
sa-Calpe, 1940, p. 21.
que, con tino, incluye en su Instrucción todo un capítu­lo que
versa sobre “Cuáles libros deben leer y cuáles no”. En este
apartado, el pedagogo afirma que “ya no se leen otros libros
sino vulgares, do no hallaréis otra materia sino de armas y
de amores […] Dirá alguno que se hicieron para los ocio-
sos y jornaleros”,4 haciendo una clara alusión a los libros de
romances y de caballerías tan populares en el xvi. Dice tam-
bién que las mujeres habrían de alejarse de éstos y preferir IX
“aquellas letras que forman las costumbres a la virtud”5 y,
en general, todas aquellas obras que “alcen nuestros pensa-
mientos a Dios y que pongan nuestras ánimas en el reposo
y la quietud de la santa fe cristiana”.6 En pocas palabras,
las mujeres auriseculares debían de alejarse de la literatura
profana, pero especialmente de los libros de ficción —cues-
tión de imaginarnos lo que implicaba y lo que se pensaba de
aquellas que se atrevían a escribirlos—. La razón detrás de esta
cautela era simple: se cuestionaba la capacidad de la dama
de discernir qué sería provechoso para ella. En palabras del
mismo Vives:

La doncella se debe guardar de leer en vanidades, y no se


fiar con decir que ella ya sabe de qué se ha de guardar y
que no tomará sino lo bueno y dejará lo malo; ¿y quién la

4
Ibid., p. 33.
5
Juan Luis Vives, La mujer cristiana. De los deberes del marido. Peda-
gogía pueril, Madrid, Aguilar, 1959, p. 89.
6
Vives (1940), op. cit., p. 41.
asegura a ella que sabrá conocer o diferenciar uno de otro,
como sea que cada uno tiene por mejor aquello que más
le aplace, que no lo que más le aprovecha? ¡Oh! ¡Cuántos
engaña esta seguridad que tienen de sí mismos!

Al cuestionar la capacidad intelectual del “sexo débil” y,


específicamente, su juicio para elegir aquello que le sería
X más útil leer para llevar una vida de virtud, recato y decoro,
se delegaba asimismo a la vigilancia masculina —fuera por
parte del esposo, el padre o los hermanos— el control sobre
el material de lectura de las mujeres. Y es en este contexto,
precisamente, en el que se desarrolló la escritora que aquí
les presentamos: María de Zayas se atrevió a desafiar las
pautas de la mujer cristiana que describía Vives no sólo al
declarar que se desvivía por los libros de todo tipo, inclui-
dos los “ociosos”, sino por el atrevimiento de ser ella misma
quien los escribiera y ofreciera al mundo. Por si fuera poco,
en las obras zayescas, además, con plena conciencia de su
rebeldía, la autora invita a las mujeres a que se cuiden de los
“engaños de los hombres” al mismo tiempo que intercala
una serie de argumentos en defensa de las capacidades de la
mujer, de la cual se decía que era una “imperfecta criatura”:7
7
Referencia del Diálogo de mujeres (1544) de Cristóbal de Castillejo, que
reúne parte del ideario pupular de la época en torno a las mujeres: “¡Oh,
animal,/ más que bruto irracional / y malvada bestia, a quien / hizo Dios
por nuestro bien / y ella piensa nuestro mal / sin hartura! / ¡Imperfecta
criatura / hecha para se esclava, / cruel enemiga brava / y soberbia de
natura! / Careciente, / general y comúnmente, / de razón, orden y ley;
si es una misma la sangre, los sentidos, las potencias, y
los órganos por donde se obran sus efectos son unos mis-
mos —la misma alma que ellos, porque las almas ni son
hombres ni mujeres— ¿qué razón hay para que ellos sean
sabios y presuman que nosotras no podemos serlo? Esto
no tiene a mi parecer más respuesta que su impiedad o
tiranía en encerrarnos y no darnos maestros; y así, la ver-
dadera causa de no ser las mujeres doctas no es defecto XI
del caudal, sino falta de la aplicación, porque si en nuestra
crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas8
y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores,
fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras
como los hombres…

Doña María de Zayas y Sotomayor, una de las pocas, poquí-


simas, escritoras que dio al mundo el Siglo de Oro español,
alcanzó un éxito notable en la primera mitad del siglo xvii,
época que la vio desarrollarse. Nos faltan muchos datos
puntuales para reconstruir su trayectoria vital, pero poco a
poco hemos podido ir armando su perfil como una escri-
tora profesional que alcanzó una notoriedad envidiable en el
mercado editorial del momento y que se codeó con igualdad

reino loco es donde el rey / se rige por accidente / de continuo” (Cristóbal


de Castillejo, Sermón de amores. Diálogo de mujeres, Madrid, La lectura,
1926, p. 292, vv. 3286-3295).
8
El “cambray” era un tipo de tela o lienzo que se usaba para hilar y bor-
dar; la “almohadilla”, donde se ponía.
literaria entre los exponentes más reconocidos del mundo
de las letras españolas. Sabemos, por ejemplo, que nació en
Madrid poco antes de iniciar el siglo xvii, en 1590, y que
pasó gran parte de su vida en la corte literaria de esta ciudad
en la cual logró el reconocimiento de sus colegas. Muchos
de ellos la elogiaron, como lo hizo Lope de Vega, el “Fénix de
los ingenios”, quien llegó a aplaudir su destreza. Se lee en su
XII Laurel de Apolo:9

porque su ingenio, vivamente claro


es tan único y raro,
que ella sola pudiera
no sólo pretender la verde rama,
para sola ser sol de tu ribera.

En esos tiempos en los que María de Zayas figuró como


escritora y se desenvolvió en distintos ambientes literarios
españoles, también procuró relacionarse con otros poetas y
participar en actividades literarias públicas, de modo que,
según tenemos noticia, por más de dos décadas (de 1621 a
1647) produjo, publicó y participó como una intelectual más
—podemos llamarla así— en la España del xvii. Forjó amis-
tades literarias sobresalientes con Juan Pérez de Montalbán,
Alonso de Castillo Solórzano y Ana Carlo de Mallén, por
mencionar algunas; y aún hoy seguimos descubriendo
9
Lope Félix de Vega Carpio, Laurel de Apolo, Antonio Carreño (ed.),
Madrid, Cátedra, 2007, pp. 418-420, Silva VIII, vv. 579-596.
co­nexiones que mantuvo la autora pues fue asidua partici-
pante de las academias y certámenes que reunían a la élite
literaria. Tenemos cuenta de que su última aparición pública
tuvo lugar en Barcelona en 1643, acaso unos años antes de
que se publicara la Parte segunda del sarao en 1647, cuando
participó en la Academia de Santo Tomás de Aquino en
Barcelona. Después de esto no se sabe más de ella, incluso
se desconoce la fecha exacta de su muerte, la que presumi- XIII
blemente se cuenta en 1661.10 Además de tener registro de
su estancia en las pujantes ciudades de Madrid y Barcelona,
Nieves Baranda subraya que Zayas —a quien considera una
de las pocas “escritoras de oficio” de esta época— también
pudo haber participado en certámenes literarios en Toledo:
“Aunque otros datos debemos inferirlos de sus obras, su
juventud transcurrió en años en los que se celebraron jus-
tas y certámenes en los que participaban mujeres, bien en
Toledo (1605, 1609, 1613, 1617) o en Madrid (1620, 1622),
lo que a sus ojos convertía este hecho en natural y pro-
pio de su época”, 11 asegura. Sin embargo, el tener una

10
Serrano y Sanz, en sus Apuntes para una biblioteca de escritoras espa-
ñolas desde el año 1401 al 1833 (1903), publicó dos actas de defunción
de mujeres que tienen por nombre “María de Zayas”, una del año 1661 y
otra de 1669, de manera que resulta difícil corroborar cuál, si acaso una,
se refiere a nuestra autora. Otros críticos optan por la tesis de que falleció
entre 1661 y 1669 (cfr. Serrano y Sanz, Manuel, Apuntes para una biblio-
teca de escritoras españolas desde el año 1401 al 1833 [1903], Madrid,
Atlas, bae 268-271, 1975, segunda parte, pp. 585-586).
11
Nieves Baranda, “Escritoras ‘de oficio’”, en Anna Caballé (dir.), La vida
escrita por mujeres, IV. Por mi alma os digo, Barcelona, Lumen, 2004, p. 394.
biografía limitada de nuestra autora ha dado como resul-
tado que puntualizaciones como éstas queden en mera es­-
peculación.
Si bien la semblanza que tenemos de nuestra autora
es pobre, de lo que tenemos absoluta certeza es de que la
obra de Zayas alcanzó una popularidad insospechada en
el siglo xvii. Sus obras fueron enmendadas, corregidas y
XIV reeditadas en varias ocasiones en esta época. “Entre 1637
y 1646, aparecieron cinco (o seis) ediciones de la primera
parte de sus novelas, aunque es probable que alguna de ellas
sea un falso del xviii, […] lo que confirma el éxito que en
poco tiempo alcanzó su obra”,12 señala el conocido filólogo
Agustín González de Amezúa y Mayo. Esto fue una sor-
presa para algunos críticos a lo largo de la historia de las
letras hispánicas. Fernández de Navarrete se encuentra en
la lista de los asombrados: “casi no ha habido novelista más
simpático a los lectores españoles que doña María de Zayas,
según las muchas reimpresiones que se han hecho de sus
obras”. 13 Él también considera que El castigo de la mise-
ria, la única obra dramática que nos ha llegado de Zayas,
tuvo igual popularidad y trascendencia. Se trata de un éxito

12
Agustín González de Amezúa y Mayo, “Doña María de Zayas”, en
Opúsculos históricos-literarios, Madrid, Consejo Superior de Investiga-
ciones Científicas, 1951-1953b, tomo II, p. 28.
13
Eustaquio D. Fernández de Navarrete (ed.), “Bosquejo histórico sobre la
novela española”, en Novelistas posteriores a Cervantes, Madrid, Biblio-
teca de autores españoles, Rivadeneyra, 1854, tomo II, pp. xcvii-xcviii.
considerable para el segundo Siglo de Oro y el mismo que
ha llevado a estudiosos de su obra a concluir que “después
de las novelas ejemplares de Cervantes son las de María de
Zayas las que lograron mayor difusión en el occidente
de Europa”14 y que “con excepción de Cervantes, de Alemán
y de Quevedo, no hubo acaso ningún otro autor de libros
de pasatiempo cuyas obras lograsen tantas ediciones como
ella”.15 Cabe mencionar en este punto que, para antes de que XV
acabara el siglo xvii, su obra había sido ya traducida al fran-
cés, inglés, holandés e italiano. Por estas razones Amezúa
resalta el caso zayesco como uno de éxito en el mercado
editorial de su época:

Los libros se imprimen para ser leídos, y cuando alcan-


zan reiteradas ediciones, es señal infalible y perogrullesca
de su gran popularidad y buen éxito. Carrera triunfal, en
efecto, sería la que siguieron las Novelas de doña María
de Zayas durante cerca de dos centurias, justa y merecida,
además por la gracia, amenidad, inventiva e interés que
encierran, méritos literarios patentes que el lector podrá
comprobar.16

14
J. A. van Praag, “Sobre las novelas de María de Zayas”, en Clavileño,
1952, 15, p. 43.
15
Agustín González de Amezúa y Mayo, “Cómo se hacía un libro en nues-
tro Siglo de Oro”, en Opúsculos históricos-literarios, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1951-1953a, tomo I, p. 20.
16
Ibid., p. 47.
Ahora bien, pasemos propiamente a la obra de nuestra
autora, que es la que nos trae aquí. Veinte novelas y una
pieza teatral salieron de la pluma de Zayas, además de sen-
dos poemas laudatorios que redactó para sus colegas escri-
tores y que ellos, como dictaba la costumbre, incluirían en
los preliminares de sus libros.17 Nuestra autora decidió bau-
tizar de manera particular aquellos relatos que engendró en
XVI la primera mitad del siglo xvii, en un Madrid cuyo mercado
editorial era arduo por demás,18 que fue fragmentado y dis-
perso geográficamente, según observa Jaime Moll, así como
contaba con pocos consumidores potenciales —un escaso
10 por ciento de la población estaba alfabetizada—, y aun
así nuestra autora logró afincar su nombre entre los escri-
tores más connotados del momento, como ya apuntamos.
Zayas calificó de “virtuosa osadía” eso de sacar a luz lo
que llamó sus “borrones”, 19 pero confirió un nombre espe-

17
Encontramos su firma en poemas incluidos en las Prosas y versos del
Pastor de Clenarda, de Miguel Botello (Madrid, 1621); en el Orfeo en
lengua castellana, de Pérez de Montalbán (Madrid, 1624); en las Expe-
riencias de amor y fortuna, de Francisco de las Cuevas (Madrid, 1625);
en El Adonis, de Antonio del Castillo Larzával (Salamanca, 1632); en la
Fama posthuma de Lope (Madrid, 1636); y en las Lágrimas panegíricas a
la temprana muerte del gran poeta... Pérez de Montalbán (Madrid, 1639).
18
Jaime Moll citado en Ricardo García Cárcel, Las culturas del Siglo de
Oro, Historia, 16, Madrid, 1989, p. 132. Véase también Bartolomé Ben-
nassar, La España del Siglo de Oro, Pablo Bordonava, trad., Barcelona,
Crítica, 1983, pp. 43-44.
19
En prólogo “Al que leyere”, que constituye la mejor presentación que de
sí misma hace nuestra autora, Zayas le habla al lector y le dice, en un gesto
de captatio benevolentiae o falsa modestia: “Quién duda, lector mío, que
cial a estos mismos “borrones” que le aseguraron un lugar
inmortal en la historia de la literatura española: maravillas
y desen­gaños.
Agrupadas de diez en diez, la primera colección de
novelas de esta escritora madrileña, las Novelas amorosas
y ejemplares (1637), aclara que cada una de las narracio-
nes ahí incluidas han de ser llamadas maravillas, mientras
que aquellas incluidas en el segundo volumen, según des- XVII
cubrimos en la Parte segunda del sarao y entretenimiento
honesto (1647), se habrán de llamar desengaños. Tanto
las maravillas como los desengaños zayescos se encuen-
tran conectados a través de Lisis, protagonista del marco
narrativo que hila y da cohesión a las veinte novelas cortas.
Debido a que aquí incluimos solamente una de esta veintena,
para contextualizar no está de más mencionar que dicho
marco narrativo se origina en una reunión —o sarao, de
ahí el título— cuya finalidad es entretener a Lisis mientras
padece unas fiebres cuartanas en época navideña. Asisten
al encuentro en casa de ésta cinco damas y cinco caballeros
y a cada uno de ellos les asigna la tarea de narrar un relato
—o maravilla— que, según las reglas que conciertan ahí

te causará admiración que una mujer tenga despejo no sólo para escribir
un libro, sino para darle a la estampa, que es el crisol donde se averigua la
pureza de los ingenios […] Quién duda, digo otra vez, que habrá muchos
que atribuyan a locura esta virtuosa osadía de sacar a luz mis borrones
siendo mujer, que, en opinión de algunos necios, es lo mismo que una
cosa incapaz”.
mismo, deberá tratar de un caso verdadero. Conforme trans-
curren las noches y los participantes del sarao van contando
a los presentes sus historias, nos vamos enterando del entra-
mado amoroso que se da entre los invitados, de manera que,
como lectores atendemos, por un lado, lo que pasa entre los
mismos personajes-narradores que participan en la reunión;
y, por otro, seguimos la serie de peripecias propias de cada
XVIII una de las maravillas. El pretexto de la reunión y, en gene-
ral, el esquema que sigue la autora recuerda al Decamerón
de Giovanni Boccaccio, razón por la cual las Novelas tam-
bién han sido llamadas Decamerón español. Las aventuras
de los protagonistas-narradores que se nos presentan en el
primer volumen de novelas continúan en la Parte segunda
del sarao, en la cual se convoca a las mismas damas y caba-
lleros, pero ahora es en las Carnestolendas del año siguiente
y, a diferencia de la primera reunión en la que se alternaban
narradores y narradoras, los diez relatos o desengaños de
la Parte segunda corren a cargo de las mujeres exclusiva-
mente. También queda establecido entonces que estas narra-
doras recibirán el nombre de desengañadoras y María de
Zayas hasta emplea dicho apelativo para sí, buscando que
así la identifique su lector. “No traigo propósito de canoni-
zarme por bien entendida, sino por buena desengañadora”,
afirma en su segundo y último volumen de novelas.
Pero, ¿por qué maravillas?, ¿por qué desengaños?
Aquello que llevó a Zayas a darle este nombre a sus tex-
tos lo encontramos, en sus propias palabras, en la introduc-
ción que hace a las Novelas amorosas y ejemplares, pues
en ésta se cuenta que la narradora principal, Lisis —quien
ya señalamos es la protagonista de la historia que se desa-
rrolla en el marco narrativo—, ordenó a los presentes que
contasen “maravillas, que con este nombre quiso desempa-
lagar al vulgo del de novelas, título tan enfadoso que ya en
todas partes le aborrecen”. Y, efectivamente, mediante este
gesto nuestra autora buscó deslindarse de la mala fama que XIX
venían arrastrando las novelas, trató de distanciarse de ellas
e intentó diferenciarse en el campo editorial al ofrecer algo
novedoso, algo distinto.
Aquí es conveniente hacer un paréntesis sobre el género
literario en el cual se inscribe la narrativa de nuestra autora.
Si bien circulaban desde tiempo atrás los romances y las
novelas de caballerías, si bien el público lector estaba fami-
liarizado con las novelas en esta época, éstas eran fruto
de la herencia de los novellieri italianos cuyas obras eran
distribuidas libremente en España, se trataba de un género
emergente, cimentado en la experimentación e innovación.
Lo que en la actualidad identificamos como “novela corta”,
no tenía ese nombre en aquellos tiempos. O, más bien, este
tipo de relato recibía distintos nombres; entre los exponen-
tes de este género en ciernes, sobresale Juan de Timoneda,
quien les llamó “patrañas”, por ejemplo, pero también se
les llamaba “fábulas”, “historias” o “ejemplos”. También,
como señaló atinadamente Lope de Vega antes: “En tiempo
menos discreto que el de ahora, aunque de hombres más
sabios, llamaban a las novelas cuentos”. Aunado a estas
diferencias en la nomenclatura, el término “novela” venía
arrastrando además una connotación negativa, sobre todo
a raíz de la condena moral de los libros de caballerías por
parte de la Iglesia. Recordemos cómo Juan Luis Vives en su
Instrucción hace alusión a lo pernicioso de estos libros de
ficción, como señalamos arriba, y recordemos también el
XX diálogo entre el cura cervantino y el canóningo de Toledo
en el Quijote en el capítulo xlvii:

Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que


son perjudiciales en la república estos que llaman libros
de caballerías; y aunque he leído, llevado de un ocioso
y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay
impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno
del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál
menos, todos ellos son una misma cosa, y no tiene más
éste que áquel, ni esto otro que el otro. Y según a mí me
parece, este género de escritura y composición cae debajo
de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuen-
tos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a
enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas,
que deleitan y enseñan juntamente.20

20
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Francisco Rico (ed.),
Madrid, Santillana, 2012, capítulo XLVII.
En este pasaje, Cervantes subraya una de las principales
críticas que se hacía de los “cuentos disparatados”, de las
obras de ficción que, se pensaba, no aportaban nada bueno
al lector, pero poco después llegó él mismo a reclamar: “yo
soy el primero que he novelado en lengua castellana”, en el
Prólogo a sus Novelas ejemplares (1613), “que las muchas
novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de
lenguas extranjeras, y estas son mías, propias, no imitadas XXI
ni hurtadas”, celebérrima frase con la que inaugura formal-
mente el género de la novela corta en España. Muchos siguie-
ron su ejemplo. El género, apenas emergente, para pronto
causó enorme interés entre los escritores del momento quie-
nes se atrevieron a experimentar en el campo de la novela, un
territorio poco trabajado. Hasta Lope de Vega, conocidísimo
por el gran éxito de sus piezas teatrales, escribió después las
Novelas a Marcia Leonarda en 1624, pero también muchos
otros incursionaron en este terreno, como Alonso Jerónimo
de Salas Barbadillo, Alonso de Castillo Solórzano, Diego de
Ágreda y Vargas, Juan Pérez de Montalbán, Juan de Piña,
Francisco de Lugo y Dávila, Tirso de Molina, Mariana de
Carvajal y Saavedra y más. De esta manera, la novela corta,
al no tener un canon clásico que la respaldara —pero tam-
poco que la limitara—, y con tantos escritores interesados en
ella, se volvió rápidamente un espacio fértil para la innova-
ción y el surgimiento de nuevas propuestas.
Y aquí es donde tiene cabida nuestra escritora, pues
fue éste precisamente el género en el que más notable-
mente se desempeñó. Algunas de las características del
modo zayesco de escribir una novela son la mezcla de prosa
y verso, donde se intercalan en los textos sonetos, roman-
ces, décimas y demás formas poéticas, o la concatenación
de núcleos narrativos, como se podrá ver en la obra aquí
incluida; o, también, el traer a las novelas recursos típicos
del teatro, como el empleo del disfraz varonil que en tantas
XXII obras de Zayas está presente, pero también —y he aquí un
aspecto innovador, propio de la autora, pues no era común
en la literatura aurisecular— su inversión: los casos de hom-
bres que se disfrazan de mujer, como hace Esteban en Amar
sólo por vencer, quien muda de ropas y cambia su nombre a
Estefanía como parte de su plan para conquistar a Laurela.
Asimismo, muchos de los escritores que se aventuraron
en este género, incluida Zayas, se atrevieron a conjeturar
sobre qué quería el público de su época. Bien lo dijo Juan
de Piña en sus Novelas ejemplares y prodigiosas historias
(1624), en un afán por entender a su posible lector: “lo que
la novela debe tener son ‘novedades, sutilezas, lo enten-
dido, lo crítico, gracias, donaires, sentencias, que deleiten y
enseñen...’”21 Es entonces que aparece la propuesta de doña
María de Zayas, quien también comparte esta preocupación
—con Juan de Piña, como vimos, pero también con muchos

21
Willard F. King, Prosa novelística y academias literarias en el siglo
xvii,Madrid, Anejos del Boletín de la Real Academia Española, X, 1963,
p. 111.
escritores más— de llegarle al lector en tiempos de plena
masificación de lo literario. ¿Y en qué consiste la propuesta
de Zayas? La constante de sus novelas —y, podemos decir, de
toda su obra, ya que incluimos en esto a La traición en la
amistad, la única comedia que nos ha llegado de ella— se
da por partida doble: por un lado, la autora busca mostrarle
a las mujeres los peligros de caer en los engaños de los hom-
bres e intenta hacerles ver cómo ellas mismas deben pre- XXIII
venirse de ser víctimas y cómo es que hasta pueden optar
por defenderse de agravios, pero haciéndoles ver en todo
momento que está en sus manos el no caer en primer lugar,
como denuncia la narradora del noveno desengaño, La per-
seguida triunfante:

¿Para qué os quejáis de los hombres, pues conociéndolos


os dejáis engañar de ellos fiándoos de cuatro palabras cari-
ñosas? ¿No veis que son píldoras doradas? ¿No consideráis
que a las otras que burlaron dijeron lo mismo, que es un
lenguaje estudiado con que os están vendiendo un aran-
cel que todos observan, y que apenas os pierden de vista
cuando, aunque sea una fregatriz, le dicen otro tanto?

Por el otro lado, nuestra autora insiste en evidenciarle a


los hombres el mal que hacen al abusar de las mujeres, al
maltratarlas y ofenderlas. Según nos dice Zayas en la intro-
ducción al primero de los Desengaños, ella escribe “para
que las damas se avisen de los desengaños y cautelas de los
hombres, que en ninguna ocasión hablan ni sienten de ellas
bien, siendo su mayor entretenimiento decir mal de ellas,
pues ni comedia se representa ni libro se imprime que no
sea todo en ofensa de las mujeres”.
Como podemos apreciar, la autora contempla y se
dirige a ambos grupos lectores —pues los considera tanto
a ellas como a ellos—, lo que es algo inusitado para una
XXIV época en la que, como señalamos al inicio de esta intro-
ducción, se cuidaba celosamente lo que leían sus mujeres.
Así, en este punto llegamos a otra de las razones por las que
Zayas designó maravillas —y desengaños— a sus obras:
con cada una de ellas pretendía, valga la redundancia, mara-
villar, entendiendo por esto, según el concepto de la admi-
ratio22 vigente en el Barroco, que la obra literaria debe tener
por fin asombrar y admirar al lector para, en primer lugar,
entretenerlo y, luego, enseñarlo.23 “Diferente cosa es novelar
sólo con la inventiva un caso que no fue ni pudo ser, y ese
no sirve de desengaño, sino de entretenimiento, a contar un
caso verdadero, que no sólo sirva de entretener, sino de avi-
sar”, afirma en la Parte segunda del sarao.
Buscaba la autora entonces maravillar, asombrar al
lector con casos verdaderos, requisito que se había fijado

22
Para ahondar en este tema recomendamos: Edward Riley, “Aspectos
del concepto de admiratio en la teoría literaria del Siglo de Oro”, Studia
Philologica. Homenaje a Dámaso Alonso, Madrid Gredos, 1963, vol. III,
pp. 173-183.
23
La fórmula horaciana del prodesse et delectare, o “deleitar enseñando”.
para que los narradores y narradoras que participaban en las
dos partes del sarao pudieran contar sus relatos. Los casos
reales y verídicos son clave esencial para que Zayas cum-
pla su propósito de prevenir a las mujeres, pues le permite
desengañarlas, es decir, abrir sus ojos ante la realidad. Este
pasaje que introduce a la segunda de las Novelas amorosas
y ejemplares, titulada La burlada Aminta y venganza del
honor, ilustra a la perfección esta finalidad: XXV

Ya que la bella Lisarda, auditorio ilustre, ha probado en


su maravilla la firmeza de las mujeres dibujada y cifrada
en las desdichas de Jacinta, razón será que siguiendo yo
su estilo, diga en la mía a lo que estamos obligadas, que es
a no dejarnos engañar ni vencer de las invenciones de los
hombres, ya que como flacas mal entendidas caigamos en
sus engaños, saber buscar la venganza, pues la mancha del
honor, sólo con sangre del que le ofendió sale.

Y, como vemos, nuestra autora va un paso más allá pues no


se conforma con desenmascarar los peligros a los que se
exponen las mujeres, sino que también les sugiere “buscar
la venganza” con sus propias manos.
En esta defensa de las mujeres, doña María de Zayas
hace un particular hincapié en lo relacionado con la edu-
cación. En este punto podemos traer de nuevo a colación al
pedagogo Juan Luis Vives pues si él, como otros represen-
tantes del humanismo español, cuestionaba las capacidades
intelectuales de las mujeres, nuestra autora apela a la “igual-
dad de almas” para contradecirlo. Para Zayas, después de
todo, “las almas ni son hombres ni mujeres”. O, para enten-
der mejor su idea, atendamos parte del monólogo de Laura,
protagonista de La fuerza del amor, la quinta de las Nove-
las, que pareciera hacer un guiño al afamado “Discurso de
las armas y las letras” del Quijote:
XXVI
¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras
manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuer-
zas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras
y armas? ¿El alma no es la misma que la de los hombres?
Pues si ella es la que da valor al cuerpo, ¿quién obliga a los
nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendiérais
que también había en nosotras valor y fortaleza, no os bur-
lárais como os burláis. Y así, por tenernos sujetas desde
que nacemos, van enflaqueciendo nuestras fuerzas con los
temores de la honra, y el entendimiento con el recato de
la vergüenza, dándonos por espadas, ruecas, y por libros,
almohadillas.

A este tenor, muchas de las mujeres de las obras de Zayas


son excelentes poetisas y, por ejemplo, Beatriz, la protago-
nista de La perseguida triunfante, el noveno de los desen­
gaños, hasta es escritora pues ella misma ha dejado en
papel el relato que posteriormente toma una de las parti-
cipantes del sarao del marco narrativo para compartir a su
auditorio; o como Zelima, la narradora del primer desen­
gaño, La esclava de su amante, a quien se describe “de
gallardo entendimiento y muchas gracias, como eran leer,
escribir, cantar, tañer, bordar y, sobre todo, hacer exce-
lentísimos versos”. También, en El prevenido engañado,
precisamente, veremos una larga defensa de las mujeres
inteligentes y educadas pues el protagonista, don Fadrique,
en su búsqueda de la mujer ideal termina siendo víctima XXVII
de una serie de damas listas y astutas que lo engañan y
lo dejan escarmentado de manera que decide no volver a
caer por mujeres como ellas, habla mal de su “tipo” en cada
oportunidad, y dice que únicamente desposará a una mujer
simple, ignorante e ingenua. Cuando finalmente lo logra,
tampoco le irá bien, pero eso ya se descubrirá cuando pase-
mos a la novela.
Y es que, en general, nuestra autora dota a sus pro-
tagonistas de autonomía y libertad, de arrojo. Éstas se
caracterizan por ser de armas tomar, como el caso de
Aminta, quien asevera: “yo sola he de vengarme, pues no
quedaré contenta si mis manos no restauran lo que per-
dió mi locura”; o, bien, como doña Hipólita, de Al fin se
paga todo, quien toma una daga y entra al cuarto en el que
yace su ultrajador, Luis, y mientras duerme le atraviesa el
corazón y dice: “y luego, tras esto le di otras cinco o seis
puñaladas con tanta rabia y crueldad como si con cada una
le hubiera de quitar la infame vida”. Las mujeres de Zayas
sobresalen, además, por el reconocimiento de sus deseos y
apetito sexual24 —sí, en una época en la que el ideal feme-
nino estaba enmarcado por la pureza y la virtud del modelo
mariano—, como se verá en Beatriz una de las protagonis-
tas de la novela que incluimos aquí. Señala Juan Goytisolo
en su ensayo “El mundo erótico de María de Zayas”: “Las
heroínas zayescas no se contentan con ser objeto del placer
del hombre; es decir, no son sólo deseadas sino que desean,
XXVIII y, si son objeto erótico del varón, éste puede ser igualmente
objeto erótico suyo”. 25 Así se aprecia en el caso de Jacinta,
en Aventurarse perdiendo, quien sin tapujos le da la llave
del convento a Félix pues, dice, “todas las noches entraba
a dormir conmigo”, y sin reservas confiesa: “le di posesión
de mi alma y cuerpo, pareciéndome que así le tendría más
seguro”. En fin, como observa este crítico español, Zayas
lleva “a descender a sus heroínas del plano literario ideal
para infligirles las pasiones y achaques de los seres de carne
y hueso”,26 y entre estos observamos la sensualidad, el ero-
tismo, el amor total y entregado, pero también la furia, la
indignación y la sed de venganza.

24
Como señala Valbuena Prat, en sus novelas “Doña María de Zayas era
un temperamento de fina calidad sensual, intensa hasta las posibilidades
poéticas y dramáticas de todo género [...] Puede fácilmente el mérito y
la originalidad de nuestra narradora” (Ángel Valbuena Prat, “Prólogo” a
Aventurarse perdiendo y Estragos que causa el vicio, de María de Zayas,
Barcelona, Apolo, 1940, p. 11).
25
Juan Goytisolo, “El mundo erótico de María de Zayas”, en Cuadernos
de Ruedo Ibérico, núm. 39-40, octubre de 1972-enero de 1973, p. 21.
26
Ibid., p. 22.
Estos mismos aspectos de la obra de María de Zayas
han sido alabados por algunos como Goytisolo, a quien
acabamos de citar, o como Emilia Pardo Bazán, quien dijo
“doña María me deja en el paladar el gratísimo sabor de
jerez de oro, aromático y neto. Su ingenuidad templada por
la discreción, su agudeza y vivacidad propiamente femeni-
les; su aplomo y señorío de distinguida dama y su completa
ausencia de sentimentalismo me cautivan y enamoran”.27 XXIX
Pero también la han llevado a ser criticada. George Ticknor,
afamado historiador e hispanista, aseveró en su Historia de
la literatura española (1854) —de la novela que aquí les pre-
sentamos justamente— que “aunque escrita por una señora
de la Corte, es de lo más verde e inmodesto que me acuerdo
haber leído nunca en semejantes libros”.28 Y el también
reconocido hispanista alemán Ludwig Pfandl concluyó, a
inicios del siglo xx, que las obras de Zayas “degeneran unas
veces en lo terrible y perverso, otras en obscena liviandad
[…] ¿se puede dar algo más ordinario y grosero, más inesté-
tico y repulsivo que una mujer que cuenta historias lascivas,
sucias, de inspiración sádica y moralmente corrompidas?”.29
Controversiales las obras de Zayas, sin duda; pero supone-

27
Emilia Pardo Bazán, “Breve noticia sobre María de Zayas y Sotomayor”
en Emilia Pardo Bazán (ed.), Novelas escogidas de María de Zayas, La
Biblioteca de la Mujer III, Madrid, Agustín Avrial, 1892, p. 16.
28
George Ticknor, Historia de la literatura española, Madrid, Rivade-
neyra, 1854, p. 369.
29
Ludwig Pfandl, Historia de la literatura nacional española en la Edad
de Oro, Barcelona Sucesores de Juan Gili, 1933.
mos que gran parte del éxito que han merecido nace ahí
precisamente, en sus atrevimientos.
Ahora bien, regresando a la temática de las novelas,
también tendríamos que aclarar que nuestra autora no trata
de medir a todos con la misma vara: ni se pone del lado de las
mujeres con los ojos cerrados, ni repudia a los hombres de
manera tajante. La autora nos dice en la introducción de la
XXX Parte segunda del sarao:

No hablo con los que no lo fueren [hombres malos]; que de


la misma manera que a la mujer falsa, inconstante, liviana
y sin reputación no se le ha de dar nombre de mujer, sino
de bestia fiera, así el hombre cuerdo, bien intencionado y
que sabe en los mismos vicios aprovecharse de la virtud
y nobleza a que está obligado no será comprendido en mi
reprehensión; mas hablo de los que, olvidados de sus obli-
gaciones, hacen diferente de lo que es justo. Estos tales no
serán hombres, sino monstruos.

Por eso, en sus novelas también encontramos ejemplos de


mujeres ventajosas y otras que traicionan a sus congéneres
—de hecho, hay quienes hablan de una denuncia por parte
de Zayas de la falsa solidaridad femenina—. Y, en lo que
respecta a los hombres, no habla mal de todos sino que tam-
bién reconoce el buen comportamiento de algunos: “¡Ah,
señores caballeros! No digo que todos seáis malos, mas
que no sé cómo se ha de conocer el bueno”. Unos de estos
“buenos” hasta son ejemplarizados en sus novelas, como el
caso de don Martín, quien está dispuesto a ayudar a la bur-
lada Aminta en su venganza, se ofrece a vengarla él pero
cuando ella no le permite hacerlo —porque, según afirma,
le corresponde a ella, con sus propias manos, el vengar su
honor—, la apoya en la ejecución de su plan de venganza;
después, le pide que se case con él, desafiando así la costum-
bre aurisecular que dictaba que la mujer deshonrada sola- XXXI
mente contaba con tres escapatorias: casarse con quien la
había agraviado, resignarse a la vida conventual o la muerte
irremediable.
Como ya señalamos en el prólogo que antecede a la
novela Amar sólo por vencer, incluida en el número 65 de
la colección Relato Licenciado Vidriera —a la cual también
pertenece el ejemplar que está en sus manos—, las novelas
de María de Zayas han sido consideradas inmorales y obs-
cenas, por aquello de la vena erótica que sobresale en los
relatos. También se ha subrayado de ellas la violencia, la
perpetuada hacia el género femenino, como, por ejemplo, se
describe en La fuerza del amor: “y así, acercándose más a
ella, encendido en una infernal cólera, la empezó a maltratar
de manos, tanto, que las perlas de sus dientes presto toma-
ron forma de corales, bañados en la sangre que empezó a
sacar en las crueles manos”, y como se ve en el final trágico
de Laurela, en Amar sólo por vencer, quien no sólo tiene
que lidiar con su honor mancillado sino que es castigada
por su familia y muere emparedada en manos de ellos. Pero
también atestiguamos actos violentos de las mujeres hacia
los hombres, como en la descripción de Jacinta atravesando
el corazón del que la deshonró que presentamos poco más
arriba, de manera que destaca así otra peculiaridad de la
narrativa zayesca: la crueldad y la violencia, pues la autora
no escatima en descripciones de esta índole.30
En aquella misma ocasión en la que presentamos Amar
XXXII sólo por vencer quisimos enfatizar el carácter humorís-
tico e irónico de la obra zayesca, del cual se habla poco.
En general se habla muy poco de todo aquello que no se
relaciona con la postura feminista de la autora. La crítica
zayista parece favorecer, a la fecha, su perfil como la “pri-
mera escritora feminista”31 de España, al menos más que
como novelista exitosa en el Siglo de Oro. Esto no es
lo que hemos pretendido hacer aquí, si acaso hemos recu-
rrido a ideas que coinciden con estos postulados con el fin

30
Remitimos al estupendo trabajo de Margaret Rich Greer, María de
Zayas Tells Baroque Tales of Love and the Cruelty of Men (Pennsylvania
University Press, 2000) para un análisis detallado de éstos y otros elemen-
tos de la narrativa zayesca.
31
Otros han estudiado su obra desde este ángulo, por mencionar algunos
ejemplos: Sandra M. Foa, Feminismo y forma narrativa: Estudio del tema
y las técnicas de María de Zayas y Sotomayor, Valencia, Albatrós, 1979;
Patricia E. Grieve, “Embroidering with Saintly Threads: María de Zayas
Challenges Cervantes and the Church”, Renaissance Quarterly, vol. 44,
núm. 1 (primavera, 1991), pp. 86-106; María Martínez del Portal, “Estudio
preliminar” a las Novelas completas de María de Zayas, Barcelona Bru-
guera, 1973, pp. 9-31; Alicia Redondo Goicoechea, “Introducción” a Tres
novelas amorosas y ejemplares y tres desengaños amorosos de María de
Zayas y Sotomayor, Madrid, Castalia, 1989.
exclusivo de enfatizar el por qué de la trascendencia de esta
escritora y de su obra, una obra que, lamentablemente, aún
yace desconocida por muchos. Aquél fue el turno del sexto
de los desengaños, uno de los relatos de la colección publi-
cada en 1647, y esta vez hemos seleccionado para ustedes la
cuarta de las Novelas amorosas y ejemplares de 1637, que
lleva por título El prevenido engañado, con el fin de poner
a su disposición un relato de cada uno de los dos volúme- XXXIII
nes de novelas de la escritora madrileña. En fin, esperamos
que este breve recuento de la vida y obra de doña María de
Zayas siembre una semilla de curiosidad y los lleve a sumer-
girse en su mundo, comenzando por la novela que se incluye
a continuación. Y, en palabras de nuestra autora:

No es menester prevenirte de la piedad que debes tener,


porque si es bueno no harás nada en alabarle, y si es malo,
por la parte de la cortesía que se debe a cualquiera mujer
le tendrás respeto […] Con mujeres no hay competen-
cias; quien no las estima es necio, porque las ha menester,
y quien las ultraja, ingrato, pues falta al reconocimiento
del hospedaje que le hicieron en la primer jornada. Y
así, pues no has de querer ser descortés, necio, villano
ni desagradecido, te ofrezco este libro muy segura de tu
bizarría, y en confianza de que si te desagradare podrás
disculparme con que nací mujer, no con obligaciones de
hacer buenas novelas, sino con muchos deseos de acertar
a servirte. Vale.
***
adenda

De la novela que aquí incluimos existe una adaptación tea-


tral elaborada por Manuel Eduardo de Gorostiza. Se titula
El prevenido engañado: comedia en tres actos, y fue publi-
cada en el año 1899 en la Imprenta de V. Agüeros, pero
XXXIV debió ser escrita en la primera mitad del siglo xix ya que
Gorostiza falleció en octubre de 1851. Esta adaptación ha
sido rescatada recientemente por la Universidad Veracru-
zana y publicada en la revista Tramoya en el número 64
correspondiente a julio-septiembre de 2000.
También se puede encontrar una adaptación cinema-
tográfica de esta novela elaborada por la Corporación de
Radio y Televisión Española (rtve) para la serie “El jardín
de Venus” (1983-1984). Dedican a El prevenido engañado
tres capítulos y, curiosamente, pese a que este programa tiene
por finalidad presentar “cuentos eróticos”, incluyen todas las
historias amorosas incluidas en esta novela de Zayas menos
aquella de carácter más lascivo —ya se enterará, querido
lector, que es la que corresponde a la línea narrativa de la
hermosa viuda Beatriz—. Los tres capítulos pueden verse en
línea libremente en el sitio oficial de rtve. Dejamos el dato
para aquellos curiosos.

Elizabeth Treviño Salazar


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