libertad y moralidad: la libertad es poder dirigir los propios actos al
Tema: 25
La naturaleza de los actos humanos de responsabilidad
moral. La recta conciencia como norma de la moral, la ley
natural y positiva, los principios sobre el seguimiento de Cristo
y el magisterio de la Iglesia. Exponer la naturaleza de los tipos
de pecado y la conversión del corazón.
I. Naturaleza de los actos humanos de responsabilidad
moral.
1. Acto humano
Acto humano o libre es el que se hace de la voluntad ilustrada por
la inteligencia.
Se trata aquí del acto humano, es decir al exclusivamente acto
voluntario o libre del quien se predican el bien o mal moral, a diferencia
del acto del hombre que son acciones en las que no se da intervención del
querer libre. Según Sto. Tomás “las acciones que realiza el hombre sólo las
calificamos de humanas cuando proceden del hombre en cuanto hombre. Y
como la criatura humana se diferencia de los animales irracionales por ser
dueña de sus actos, solo se pueden calificar como específicamente humanas
aquellas acciones de las que es dueño. El hombre domina sus actos gracias a
la inteligencia y a la voluntad; por eso se dice que la libertad es un poder de
la inteligencia y la voluntad. En consecuencia solo se consideran
específicamente humanas las acciones que proceden de una decisión
deliberada; las demás es preferible llamarlas actos del hombre más que
actos humanos, pues no proceden del hombre en cuanto hombre ".1
El hombre gracias a su inteligencia espiritual, no sólo capta los
bienes que le rodean, sino también la razón de su fuerza atractiva: los
valora, los mide, se los propone o no como fines, ordena el comportamiento
adecuado para obtenerlo y los lleva efectivamente a termino. Siempre que
hay libertad, el acto es moral, existiendo una estrecha correlación entre
1 3
S. Th. I-II,q.1,a.1.
bien propio del hombre, radicado en el amor a Dios y al prójimo. La
moralidad entraña la proporción que esos actos guardan con el bien
que el hombre se propone alcanzar. Por lo tanto cualquier acto libre
será necesariamente bueno o malo. Lo que se hace queriendo, aunque
sea una cosa insignificante, es bueno si esta ordenada al amor de
Dios y al prójimo, y en el caso contrario malo.
El hombre es libre. Pero esto no desconoce ni niega el influjo,
en nuestro actuar, de factores externos o biospiquicos que en
ocasiones alteran el autodominio de la persona. Sin embargo, "El
hombre puede ser condicionado, presionado, empujado, por no pocos
ni leves factores externos, como puede estar sujeto a tendencias,
taras, hábitos ligados a su condición personal. En no pocos casos
estos factores externos o internos pueden atenuar, en mayor o menor
medida, su libertad y, por tanto, su responsabilidad y su culpabilidad.
Pero es una verdad de fe, corroborada por la experiencia y la razón,
que la persona humana es libre. No se puede ignorar esta verdad,
para descargar sobre realidades externas las estructuras, los sistemas,
los demás el pecado de los individuos singulares. Entre otras cosas,
esto sería cancelar la dignidad y la libertad de la persona." 2, y que
solo determinadas y precisos factores mermen sustancialmente esta
libertad, hasta anular o privar de su plenitud sustancial, el valor
moral de los actos humanos. Estos impedimentos son algunas formas
de enfermedad mental, de ignorancia, de coacción y de reacciones
pasionales intensos, fuera de estos casos, el hombre actúa con
libertad suficiente como parar ser responsables del bien o mal que
realiza.
Dios nos ha creado libres, y el pecado original no destruye
este don, aunque por este pecado la naturaleza humana quedó
dañada, pero no corrompida. La Iglesia ha condenado expresamente
esta doctrina contra Lutero3, afirmando positivamente la dignidad de
la persona humana que tiene el poder habitual de obrar libremente en
2
JP II, Exhort. Apost. Reconciliatio et Paenitentia, nº 16.
Cfr. Leon X Bula “Exsurge Domine”Dz 776/ 1486
1
todos sus actos4. Sin embargo no hay que olvidar que el hombre caído no
consigue usarlo siempre bien sin la ayuda de la gracia, que Dios a nadie
niega5. Es cierto, además que la libertad se daña progresivamente por el
pecado, quedando siempre mas expuesto a dejarse arrastrar por las pasiones
o por el ambiente. Pero ese estado en cuanto libremente querido es
voluntaria y por eso subsiste en la responsabilidad in causa y es revocable a
su voluntad.
Quizá nos hemos habituado a considerar en la libertad sólo el poder
de configurar nuestra acción, olvidando que nos configura a nosotros. Pero
su experiencia advierte al hombre que al obrar no solo se realiza acciones
buenas o malas, sino que al llevarla a cabo, se hace a sí mismo buena o
malo.
Es el hombre, compuesto de alma y cuerpo, el aspecto instintivo de
al conducta, viene asumido por un dinamismo espiritual, fruto de su
conocimiento y amor espirituales. De este modo, en sus actos humanos se
establece un hiato entre la tendencia y la acción: la tendencia es advertida
por la inteligencia, y representado y valorado como meta, que la persona
puede querer. Lo que constituye el acto interior de la voluntad, al que sigue
la movilización de todas las energías necesarias par ejecutar la acción. La
intervención del la inteligencia y la voluntad, con su dominio sobre las
tendencias, se debe a que el alma está abierta a la totalidad del ser y del
bien, de modo que el hombre puede conocer su fin o perfección, y ordenar
en él todos sus actos.
Lo propio del acto libre es el autodominio con el que el hombre lo
realiza. En cambio, no es esencial a la libertad la indiferencia de la voluntad
ante el bien o el mal, y mucho menos la posibilidad de tener partido por lo
malo. Es solo una manifestación de que la libertad que poseemos es
imperfecta6.
2. La Libertad de los actos humanos.
4 7
Celestino I Dz133/ 242, 139/ 246 y 141/248
5 8
Conc. Trento Dz 794/1522
6 9
C. CAFARRA, Vida en Cristo p137
Lo que define la libertad es el poder de dirigir los propios
actos: es la capacidad de la criatura espiritual de moverse por si
misma al fin, de buscar y obrar el bien que conviene a su naturaleza,
creciendo así en perfección, reside en el dominio con el hombre,
gracias a sus potencias espirituales ordena sus acciones. “ Dios quiso
dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que libremente
buscarse al creador7.
Igualmente la libertad no es que esta subordinada o limitada
por la verdad, sino que no hay verdadera libertad si no es en y desde
la verdad. La medida de la libertad no es la libertad misma; el
fundamento y la condición de la autentica libertad es la verdad del
hombre entendida en plenitud, es decir, como llegada a una meta y
como realización de un destino. La encíclica Veritate Splendor n 86-
88, afirma expresamente que la verdad es tanto el fundamento como
la “conditio sine qsua non” de la autentica libertad. La libertad, al
respetar la verdad, es fiel a su misma naturaleza; y, el aceptar el
orden objetivo real, adquiere mayor rasgo, porque descubre y
libremente acepta la verdad encontrada, porque la libertad no es un
valor absoluto, que crea realidades del bien y mal, sino que ha de
respetar la objetividad de estos mismos valores. El bien de la persona
consiste en estar en la verdad y realizar la verdad8.
Por el contrario la mala elección - el pecado- introduce un
elemento de desorientación en el conocimiento y en el querer. La
inteligencia queda confusa, debilitada la inclinación de la voluntad al
bien, y el hombre corre peligro de verse arrastrado por pasiones. No
pierde ciertamente el dominio, sobre sus actos, pero es más difícil
que elija aquello que verdaderamente le conduce a su fin y
perfección: aunque la voluntad del hombre es libérrima, y nadie
puede someterla a servidumbre ella misma ni puede esclavizarse, lo
hace cuando consiente pecado9.
La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la
medida en que estos son voluntarios; son suyos, le pertenecen, sin su
Gaudium et Spes n.17
Veritatis Splentor n84
Santo Tomas In Sent., d39, q1,a.1 ad3
2
querer no se hubiera producido. Por eso debe no solo dar razón de sus actos;
sino reconocer que es tal como ha querido ser. A la libertad sigue la
responsabilidad como asunción del propio crecimiento o degradación y
como deber de dar cuenta de cuanto resulta nuestras acciones. Libertad y
responsabilidad son conceptos correlativos e inseparable; a tanto alcanzar la
responsabilidad, a donde llega la libertad y viceversa.
¿Ante quién debe el hombre de responder de sus acciones? Cada
persona es responsable ante los demás y ante la sociedad, pero en primer
lugar responde ante Dios y ante sí mismo.
3.- Los principios intrínsecos del acto humano.
Somos dueños de nuestros actos gracias a la inteligencia y la
voluntad que nos ha dado el Creador. Pero el hombre es alma y cuerpo,
espíritu que informa un cuerpo. Su conocimiento arranca de los datos que
proporcionan los sentidos, y su querer se ve afectado por las indicaciones y
las tendencias sensibles. De ahí que el estudio teológico de los principios
intrínsecos del acto humano haga de abarcar también estos factores de
conducta.
a) el conocimiento en el acto humano.
Toda acción libre exige la intervención del conocimiento intelectual.
No es posible querer sino lo que previamente se ha conocido, aun que sea
oscuramente: principio de todo obra es la razón; “por eso antes de cada
obra deberás reflexionar” (SI 37,16).
La libertad es una perfección del actuar de la persona, gracias a su
voluntad ilustrada por la inteligencia. “La inteligencia no se ciñe solamente
a los fenómenos. Tiene la capacidad para captar la realidad inteligible con
verdadera certeza, aunque a consecuencia del pecado es parcialmente
oscurecida y debilitada”.10 Por su entendimiento espiritual, el hombre
penetra en la esencia de los objetos que lo rodean, en las inclinaciones que
siente hacia ellos, en los caminos y actitudes a tener y captar el sentido de
sus actos como buenos o malos.
10
Gadium et Spes n15.
El conocimiento o advertencia requerido para el acto moral
no es más que el juicio del entendimiento practico necesariamente
par la acción libre. Este juicio práctico comprende tanto lo que se
realiza como su moralidad; es decir: el juicio de la conciencia; y
admite grados. Pero siempre el conocimiento práctico comprende el
juicio sobre la moralidad de la acción o juicio de la conciencia. La
intensidad y perfección de la advertencia influyen en el grado de
libertad y responsabilidad del acto; en cualquier caso el
comportamiento libre no exige atender hic et nunc a lo que hace en
todas sus circunstancias y detalles.
La advertencia no es añadido al acto libre, sino un elemento
suyo. No tiene porqué ser refleja(un volverse de la inteligencia sobre
sí misma para contemplar lo que esta haciendo) sino que basta la
presencia del conocimiento propio del acto libre.
Por eso la advertencia se llama plena cuando la persona
conoce sustancial integridad lo que está haciendo y su valor moral.
Semiplena en cambio, cuando falla esa integridad sustancial de la
mente es el acto.
b) el Consentimiento de la voluntad.
El consentimiento es la aquiescencia voluntaria de la persona
en querer el bien -real o aparente- que la inteligencia le presenta. Es
estudio del consentimiento está, pués, íntimamente ligado al de la
advertencia, que es una condición previa e indispensable; pero eso no
implica que el consentir se reduzca a una mera redundancia del
advertir, pues la voluntad puede querer más o menos intensamente; a
no querer el bien, real o aparente -que la inteligencia- con el
concurso de la afectividad sensible conoce.11
Son diversos los momentos o pasos que pueden integrar un
acto libre: conocimiento y adhesión al fin, deliberación de los
medios, imperio de los actos externos, etc. Sin embargo, los
componentes esenciales son sólo dos: el juicio de la inteligencia y el
11
K. Wojtyla, persona y acción.
3
consenso de la voluntad, que se entrecruzan e informan mutuamente el acto
humano.12
El consentimiento humano o decisión de la voluntad se manifiesta de
suyo en el comportamiento que opta la persona, de modo que- a menos que
medio un obstáculo al voluntario: Violencia, ignorancia inculpable,
enfermedad mental, pasión que priva el uso de la razón- toda persona quiere
lo que hace. No hay que imaginar el consentimiento o aquiescencia de la
voluntad como añadido al acto mismo, un cierto acontecimiento psicológico
solo controlable en la intimidad del sujeto.
Por eso es consentimiento perfecto cuando la voluntad se adhiere
plenamente al bien, real o aparente, que le propone la razón. Es imperfecto
si la voluntad se adhiere solo de modo parcial, bien porque hubo una
advertencia semiplena o porque la voluntad misma no acabó de querer
plenamente el acto.
El consentimiento imperfecto basta para que un acto sea imputable,
pero no para el pecado mortal. El consentimiento es imperfecto cuando la
voluntad se adhiere al objeto de un modo parcial, bien porque hubo una
advertencia semiplena o porque la misma voluntad no acabó de adherirse
perfectamente al objeto. En cambio, es perfecto cuando se adhiere
plenamente al objeto.
4) Elementos que determinan la moralidad de los actos
humanos.
La moralidad de los actos humanos depende de la ordenación a Dios.
Solo el hombre puede hacer esto con sus actos, a diferencia de todas las
demás criaturas, por la inteligencia y voluntad con la que puede dirigir sus
actos en orden a un fin. Concretamente hay que tener en cuenta las
intenciones y las obras. Pues el cristianismo se caracteriza por el primado
de la interioridad, por la importancia decisiva que concede a la purificación
del corazón; puestos que el hombre debe de buscar desde su intimidad y con
toadas sus fuerzas a Dios (Mt.22, 37), se comprende que el elemento más
decisivo para la configuración moral de muestro obrar sean las
12
Suma Teológica I-II. Qq9-17.
disposiciones del corazón: “ si tu ojo es limpio, todo tu cuerpo será
luminoso” Mt 6,22. porque todo hombre que obra se propone alguna
cosa; si se dirige a dos, todo tu cuerpo –es decir, tus obras serán
luminosas.13 De aquí se elaborará la doctrina del doble momento de
la acción voluntaria: el acto interior de la voluntad (fin o intención) y
el acto exterior(objeto u obras).
a) Objeto Moral.
Es lo elegido racionalmente por la voluntad deliberada, es
decir: el bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Por
tanto el objeto es el fin próximo de una elección deliberada que
determina el acto del querer de la persona que actúa. El objeto es el
bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia
de un acto humano, lo que otorga al acto su primera y esencial
moralidad, de modo que las acciones son buenas o malas en sí
mismas por razón de su objeto.
El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer,
según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme
al bien verdadero14. Por lo que luego añadirá “hay comportamientos
concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta un
desorden de la voluntad, es decir un mal moral. No esta permitido
hacer un mal para obtener un bien15.
La identificación con el mal no se da en el plano de la
consideración del conocimiento, sino en el plano de la voluntad, pues
al querer, la persona hace suyo lo que quiere, y por lo tanto es buena
si la acción es buena; y mal si la acción es mala.
El objeto moral de cada acción no es un objeto considerado
moralmente desde el punto de vista físico o externo, sino en el
sentido moral, en cuanto que contraría el bien propio de cada
persona. En este tema la Encíclica Veritatis Splendor precisa que "la
moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente
del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada" n.78.
13
S. Tomas. Super Ev.Matt. Lectura, cap 6, lect 5.
14
CEC 1751. Vida en Cristo Cap. I La dignidad de la Persona Humana
15
CEC 1761. Vida en Cristo Cap. I La dignidad de la Persona Humana
4
 Sin embargo, hay que subrayar que se debe hablar de la licitud o
ilicitud de los actos humanos, en cuanto hace referencia directa al objeto de
cada comportamiento. Por su objeto, los actos humanos pueden ser buenos,
malos o indiferentes, independientes de la intención de la gente o fin. Con
divina garantía, en la Sagrada Escritura vienen especificada con detalle
cuales son las obras malas - obras de la carne, que excluyen del Reino de
los cielos - y obras buenas- en que nos conviene ejercitarnos- que son fruto
del espíritu y manifiestan nuestra condición de hijos de Dios.
b) El Fin del acto moral.
Es el objetivo al cual el agente ordena sus actos, es lo que se
propone conseguir. Es el fin subjetivo del agente, como segunda fuente de
la moralidad de los actos humanos. Es fin, junto con el objeto, determina la
sustancia del acto moral. Frente al objeto, "la intención se sitúa del lado del
sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la
acción y por determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la
calificación de la acción. El fin es el termino primero de la intención y
designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de
la voluntad hacia su fin, mira el termino del obrar. Apunta al bien deseado
de la acción emprendida16.
Dinámicamente es la intención lo que engendra la elección de los
actos exteriores, la persona se mueve por sus intenciones. Precisando mas,
el fin es la intención principal del agente, sin la cual el acto no se realizaría.
Para que la acción sea buena se requiere que el objeto y la finalidad
subjetiva sean buenas.
c) Las Circunstancias del acto moral.
Son aquellos aspectos accidentales del objeto o de la intención del
agente, que afectan de algún modo a la bondad de la acción pero sin
cambiar su sustancia. Construyen a agravar o a disminuir la bondad o
malicia moral de los actos humanos. No convierten un acto bueno en malo,
ni viceversa. Las circunstancias normalmente aumentan o disminuyen, de
modo accidental, la bondad o maldad del acto. Algunas circunstancias
pueden cambiar la especie moral.
16
CEC 1752. Vida en Cristo Cap. I La dignidad de la Persona Humana
II.- La Conciencia. Recta.
Llamamos conciencia en general a la auto-presencia que la
persona tiene de sí misma. La conciencia moral añade a esa presencia
el conocimiento de sí mismo en el actuar libre, mostrando a la
persona la bondad o maldad de sus acciones. Es pues un juicio de la
razón, por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de
un acto concreto que piensa hacer, esta haciendo o ha hecho17.
La persona tiene conciencia-psicológica - no sólo de lo que
libremente hace, sino de cuanto ocurre en ella y a su alrededor. La
conciencia moral, en cambio, atañe y enjuicia solo nuestros actos
libres: añade a la autoconciencia una luz sobre el conocimiento de la
bondad o malicia moral de sus acciones; y por lo tanto, incluye una
luz sobre el sentido del propio bien o dignidad inseparable de la libre
decisión.
La conciencia moral es un juicio de entendimiento practico:
"presente en el corazón de la persona, la conciencia moral le ordena
en el momento oportuno practicar el bien y evitar el mal. Juzgar
también las opciones concretas aprobando las que son buenas y
denunciando las que son malas"18. Por tanto, su misión es dirigir y
ordenar lo que se debe hacer a la vez que juzga el comportamiento.
No se trata de una potencia o habito.
El juicio de la conciencia se realiza iluminado con la luz de
los primeros principios, naturales revelados, el acto concreto. La
conciencia “no es juez autónomo de nuestros acciones". Toma los
criterios para sus juicios de aquella ley divina, eterna, objetiva y
universal, de aquella verdad inmutable de que habla el concilio 19,
aquella ley y aquella verdad que la inteligencia del hombre puede
17
CEC 1778. Vida en Cristo Cap. I La dignidad de la Persona Humana
18
CEC 1777. Vida en Cristo Cap. I La dignidad de la Persona Humana
19
DH n. 3
5
descubrir en el orden del ser20. Descubre el bien a realizar, pero no crea la
norma moral21.
Son vanos por tanto los intentos de fundamentar una “conciencia
autónoma”, como si la persona, a través de su conciencia fuera capaz de
determinar lo que es bueno y malo por su propia decisión libre, aun en la
hipótesis de que la decisión estuviera en oposición abierta a la ley objetiva.
La materia del juicio de conciencia es la moralidad de nuestros actos
concretos. El oficio primero de la conciencia es juzgar los actos que vamos
a realizar. Antes del acto, la conciencia muestra el orden al bien, y así se
dice que instiga, induce o liga a la voluntad. Lo segundo es que compete a
la conciencia dictamina sobre la moralidad de los actos ya realizados:
"Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia, en simplicidad del
corazón y sinceridad ante Dios"(2 Co 1,12).
La conciencia, para ser norma válida del actuar humano, tiene que
ser recta, es decir, verdadera y segura de sí misma y no dudosa ni
culpablemente errónea. Por lo tanto se entenderá por conciencia recta
aquella que actúa guiada por la buena intención de acomodarse a la norma.
La verdadera será aquella que mide un juicio que responde objetivamente a
la verdad, mientras que la recta se sitúa en esa buena intención de
conformarse a lo objetivamente bueno. La conciencia recta puede ser
errónea, aunque de ordinario debe coincidir con la verdad objetiva, es decir,
con la conciencia verdadera.
La conciencia recta, supone en el sujeto el esfuerzo de que su
conciencia no se equivoque, sino que haga suyo el bien y el mal morales
que Dios quiere y le propone. De aquí que la doctrina moral afirme que la
norma subjetiva próxima del actuar sea la conciencia recta. El objetivo en
este caso es decisivo, no basta cualquier conciencia, sino la que se conduce
por la rectitud del bien preceptuado.
La sindéresis no se equivoca, porque esta siempre bajo la luz divina:
es el espíritu del hombre abierto al querer del Espíritu de Dios. Pero la
conciencia, cuya rectitud se debe a motivos voluntarios, se puede
equivocar en la medida en que no se adecua a lo determinado por la
20
Juan Pablo II Audiencia General 17.VIII. 83.
21
VS n. 54
sindéresis, que indica donde está el bien y donde el mal. Santo Tomas
dirá que una conciencia corrompida no es conciencia. Y concluirá “
no vale cualquier razón, sino la recta razón”22.
III. La Ley natural y Positiva.
Primero ¿ Qué es la ley? Es una ordenación de la conducta
humana que guía al hombre a su fin o perfección. Todas las criaturas
siguen en su actividad una pauta determinada, en orden a ciertos
fines. Estas leyes existen en la naturaleza misma de las cosas, como
don del creador, que conduce al universo a su propio fin. Por eso se
dice también que la ley precede de legere, en cuanto no es lago que
le hombre inventa o crea, sino que la descubre o lee en la naturaleza.
Lo peculiar de las criaturas espirituales es que esta ordenación no
comporta en ellas una necesidad físicas, sino libre, es decir, una
necesidad ética moral. La necesidad de seguir libremente una
conducta para alcanzar su perfección o plenitud, de la que por su
voluntad pueden sustraer, pero solo a costa de renunciar a tal
perfección y de degradarse.
a) Ley Natural.
La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia
infundida en nosotros – en la naturaleza racional - por Dios23. La ley
debe de considerarse como una expresión de la sabiduría divina 24. El
hombre participa de la sabiduría y de la bondad del creador que le
confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con
miras a la verdad y al bien. La ley natural está inscrita y gravada en
le alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón
humana que ordena hacer el bien y prohíbe pecar. Por esta
prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no
fuese la voz y él interpreta de una razón más alta a la que nuestro
espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos25.
22
In Sent, d.24,q3, a.3.
23
Summa teol. I-II q91 a2.
24
Veritatis Splendor n.40
25
CEC n 1954. Vida en Cristo Cap. II La Comunidad Humana
6
 La ley natural inclina al hombre a cumplir todo aquello que afecta a
la propia perfección, y a la consecución del orden exterior; ayuda a conocer
y amar al creador y el orden que él ha impreso en el universo, dirigiendo
toda su vida a la felicidad propia, a la unión con Dios. Pertenece a la
dignidad de la naturaleza racional el dirigirse al fin, conociéndolo y
amándolo. De acuerdo a esta dignidad, Dios inscribe en todos los hombres
la ley natural, que es su modo propio y superior de participar en le orden la
ley Eterna. Es el principio que la capacita a regirse a sí misma dirigiéndose
a su propia perfección y felicidad. Por eso, “el hombre no puede encontrar
la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser más que con el respeto
de las leyes inscritas por Dios en su naturaleza y que él debe observar con
inteligencia y amor”26
El carácter libre del dinamismo de la ley natural en la persona hace
que el hombre pueda prescindir de su guía, pero no que la ley deje de actuar
como medida. Cuando el hombre oscurece y deprime voluntariamente el
vigor de la ley natural, en tanto principio activo impreso en su ser,
disminuyendo la capacidad de cumplir las obligaciones morales más
elementales, y de amar a Dios y al prójimo. Pero en nadie se oscurece tanto
que llegue a desaparecer totalmente.27
La ley natural moral es la exigencia que se encuentra en la misma
naturaleza en orden a su propia perfección, que el hombre puede conocer
como obligatoria, mediante la luz natural de la razón. Y se llama natural
porque es la misma luz natural la que hace que se conozca; mientras que la
ley divina revelada se conoce por la revelación. Se califica como natural
principalmente porque esa ley moral se encuentra en la misma naturaleza
del hombre, en la esencia objetiva del hombre y de las cosas, que la razón
humana descubre, conoce y expresa mediante conceptos e ideas, y que
formula en términos de obligaciones morales.
El texto de la Sagrada Escritura mas socorrido para hablar de la
existencia de ley natural moral es Rom 2,14.
b) Ley Positiva.
26
Humane Vitae n.25
27
Cfr. San Agustín. De Spiritu et litera, XXVII. 48
Aquí entra la ley divina positiva que es la que procede de la
libre e inmediata determinación de Dios, comunicada y promulgada
al hombre por la divina revelación en el orden al fin sobrenatural.
Su razón es porque muchas veces la ley natural se oscurece;
el genero humano esta destinada un fin sobrenatural y debe dirigirse
a él por el cumplimiento no solo de la ley natural, sino de la ley
divina –positiva bajo el influjo de la gracia.
Toda esta ley se dio en dos etapas: la ley antigua en Moisés
(decálogo, santificar el sábado, etc.) y la nueva ley promulgada por
Cristo y sus apóstoles para el bien sobrenatural de todo él genero
humano, teniendo mas excelencia la ley evangélica por ser más
espiritual, exige sobre todo el culto interno, es la ley del amor, que es
el vinculo de la perfección.
Las leyes humanas tiene por objeto facilitar el conocimiento y
concretar las exigencias del bien común.
Dios ha querido que los hombres vivan en sociedad, parar que
unos y otros se ayuden a alcanzar su fin. De ahí la necesidad de
autoridades y leyes humanas que se ocupen del gobierno de la
comunidad, en modo acorde con el querer divino.
Las autoridades y las leyes humanas son necesarias y tiene
una dimensión ética. Dios ha creado al hombre de tal manera que
precisa de la cooperación de otras personas para subsistir,
desarrollarse y alcanzar su perfección. El entramando de las
relaciones entre los hombres, que a todos facilita la consecución de
su fin, es el bien común.
En el catecismo ha sintetizado en tres elementos esenciales:
Respeto a la persona en cuanto tal, en nombre del bien común las
autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e
inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada
uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien
común reside en las condiciones del ejercicio de las libertades
humanas que son indispensables para el desarrollo de la vocación
humana: derecho a actuar con la recta norma de subconciencia a
7
protección de la vida privada y a la justa libertad, especialmente en materia
religiosa: el bien común exige bienestar social y el desarrollo del grupo
mismo; el bien común implica la paz, es decir, la estabilidad y seguridad de
un orden justo.28
Esta ley es un dictamen de la razón por la autoridad legitima no se
funda en un capricho, sino en el descubrimiento de aquello más conveniente
para el bien común. Además, es una ordenación imperativa de la conducta,
no solo enseña lo que se ha de hacer, sino que impera hacerlo por el
mandato con la intención de obligar. Por eso, toda ley humana ha de estar
promulgada, es decir, se debe de comunicar externamente a los sujetos que
han de obedecerla.
La fuerza de obligar de las leyes humanas no radica en el poder de
los hombres, en la pura fuerza coactiva, sino en su participación en la ley
eterna, es decir, en la medida que son justas. Es mas, las leyes humanas son
justas y legitimas en la medida en que deriva de la ley eterna 29. Y aunque el
cristiano no debe someterse a la ley humana cuando se opone a la ley del
Espíritu, sin embargo, en los demás casos precisamente es la misma ley
nueva lo que insta a someterse a las leyes humanas, conforme a las
enseñanzas de Pedro: “someteos a toda autoridad humana por amor a
Dios”.
IV. Seguimiento.
Quienes en la vida histórica de Jesús confesaban su fe en él, se
caracterizaban como seguidores suyos. Jesús mismo llamaba a la gente a esa
nueva existencia con esta invitación: “el que quiera venir detrás de mí...
Sígame (Mt 16,24).
En la encíclica Veritatis Splendor afirma que el seguimiento de
Cristo es la síntesis de la moral cristiana. No se trata solamente de escuchar
una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más
radical adherirse a la persona misma de Jesús30.
28
CEC nn 1907-1909 Vida en Cristo Cap. II La Comunidad Humana
29
Dz 3249. Leon XIII Libertas praestntissimum
30
Cfr. VS 19
En resumen, la categoría moral del seguimiento supone que la
moral cristiana comporta la experiencia de un encuentro personal
con Cristo, lo que implica la totalidad de la persona y no solo
demanda el cumplimiento de unas normas o leyes morales.
Las características podemos decir:
- es Cristo quien toma la iniciativa y llama.
- Se trata de un seguimiento cercano y comprometido. En
hebreo esta expresión significaba que le seguían tan de cerca que
"iban detrás de él", pero tan cercanos que en castellano equivale
"tocando los talones".
- El seguimiento es una invitación a ser sus discípulos
pues Jesús será el maestro y ellos los discípulos.
- El seguimiento implica imitar su vida. El maestro
introduce al discípulo en su escuela y le comunica algo nuevo
que el discípulo trata de asimilar e imitar, significando iniciar una
amistad especial con él, imitando su vida mediante una unión
intima con él.
- La imitación de Cristo conlleva identificarse son él.
La imitación no consiste en un calco de vida, sino una
identificaron con el maestro: Seguir a Cristo no es una imitación
exterior, porque afecta al hombre en su interioridad mas
profunda. Ser discípulo de Jesús, significa hacerse conforme a
él... Mediante la fe en Cristo habita en el corazón del creyente, el
discípulo se asemeja a su Señor y se configura con él, lo cual es
fruto de la gracia, de la presencia operante del Espíritu Santo en
nosotros. Insertado en Cristo, el cristiano se convierte en
miembro de un cuerpo, que es la Iglesia31.
Por tanto Cristo es el camino que el hombre debe recorrer
para llegar al fin que Dios le ha puesto. La vida moral cristiana no es
más que una vida distinta, un modo de vivir nuevo, que está
explicado en Cristo. Pero no solo es seguir un modelo, como antes se
apuntaba, sino que es participar de una fuerza vital, de una vida
31
VS n 21
8
nueva que es la gracia, vida en el Espíritu y que, como es lógico, lleva a un
nuevo modo de actuar libremente.
Falta sobre el magisterio de la Iglesia
V. Naturalezas de los tipos de Pecado.
1. Noción del pecado.
El termino pecado es de origen bíblico (Gen 18, 20; Ps 58, 5; Mt 12,
31; Rom 5, 12; etc.). Designa una realidad misteriosa —el mal moral— que
marca la vida de todo hombre y es manifestación clara de su necesidad de la
Redención. El pecado es ante todo una ofensa a Dios.
-El pecado es un dicho, hecho o deseo contra la ley de Dios (San
Agustín).
- Alejarse de Dios y volverse hacia las criaturas
-Es un acto humano contrario a la ley divina, al orden del ser y de la
gracia.
A partir de la tercera definición podemos concluir lo siguiente: solo
puede haber pecado si hay un acto libre en el que se da una advertencia por
parte de la razón y consentimiento por parte de la voluntad. La segunda
definición señala una nota característica de todo pecado: la desordenada
conversión al bien temporal. Esa conversión —que es el objeto directo de la
voluntad del pecador— lleva consigo el apartarse de la voluntad de Dios.
Cuando la conversión es de tal magnitud que rompe la unión con Dios es
cuando se da el pecado en sentido estricto (pecado mortal). De ahí estriba la
distinción entre el pecado mortal y venial. El pecado venial es un pecado
sólo en sentido analógico porque si bien se da una conversión desordenada
a las criaturas no se llega a la ruptura de la comunión con Dios. El pecado
constituye una ofensa a Dios; es el único mal absoluto y está en el origen de
todos los males.
Los pecados siempre son personales. Tienen por tanto —
dependiendo de su género— efectos en la persona y en la sociedad. Llevan
consigo la privación o disminución de los bienes naturales y sobrenaturales
del hombre y la comunidad humana y una exigencia de restauración del
orden mediante la pena.
El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti sólo he
pecado, lo malo a tus ojos cometí"( Sal 51, 6). El pecado se levanta
contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones.
Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra
Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y
determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así "amor de sí
hasta el desprecio de Dios". Por esta exaltación orgullosa de sí, el
pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que
realiza la salvación.
2. Naturaleza de los tipos de Pecado
La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene
varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al
fruto del Espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos,
iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías
y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne,
que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios"(Ga 5,
19- 21).
Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en
todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por
exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se
los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o
a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o
también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La
raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad,
según la enseñanza del Señor: "De dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre"( Mt 15,
19-20). En el corazón reside también la caridad, principio de las obras
buenas y puras, a la que hiere el pecado.
Pecado mortal y pecado venial
Conviene valorar los pecados según su gravedad. La
distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura
se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los
9
hombres la corroboran. El pecado mortal destruye la caridad en el corazón
del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de
Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.
El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la
caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del
sacramento de la Reconciliación:
Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la
caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto
mismo, tiene causa para ser mortal... sea contra el amor de Dios, como la
blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el
homicidio, el adulterio, etc. En cambio, cuando la voluntad del pecador se
dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que sin
embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una palabra
ociosa, una risa superflua, etc., tales pecados son veniales.32
Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: Es
pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es
cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento.
La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la
respuesta de Jesús al joven rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes,
no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu
madre"i. La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más
grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también:
la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un
extraño.
El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su
oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento
suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia
afectada y el endurecimiento del corazón no disminuyen, sino aumentan, el
carácter voluntario del pecado.
32
Santo Tomás de Aquino
La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la
imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los
principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden
igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo
que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado
más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada
del mal.
El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad
humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad
y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia.
Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa
la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de
modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para
siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un
acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos
confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.
Se comete un pecado venial cuando no se observa en una
materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se
desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno
conocimiento o sin entero consentimiento. El pecado venial debilita
la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el
progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien
moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que
permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el
pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios
a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es
humanamente reparable con la gracia de Dios. No priva de la gracia
santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la
bienaventuranza eterna: El hombre, mientras permanece en la carne,
no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos
pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los
tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas.
Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de
10
agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces
nuestra esperanza? Ante todo, la confesión33...
“El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca,
antes bien será reo de pecado eterno"( Mc 3, 29). No hay límites a la
misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la
misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus
pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición
eterna.
El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la
repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen
la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el
pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el
sentido moral hasta su raíz.
Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se
oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la
experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san
Gregorio Magno. Son llamados capitales porque generan otros pecados,
otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula,
la pereza. La tradición catequética recuerda también que existen "pecados
que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los
sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del
extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado.
El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una
responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a
ellos: participando directa y voluntariamente; ordenándolos,
aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos; no revelándolos o no
impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo; protegiendo a los que
hacen el mal.
Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros,
hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los
pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad
33
San Agustín
divina. Las "estructuras de pecado" son expresión y efecto de los
pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el
mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado social".
VI. Conversión de Corazón.
En la palabra griega es metánoia que significa cambiar de
forma de pensar. En este sentido convertirse tiene una fuerza muy
significativa par la persona, pues le afecta en su totalidad, porque en
griego lo fundamental es el pensar, lo propio del hombre. Por
consiguiente, convertirse es cambiar lo mas especifico de su ser.
También significa en hebreo la palabra "schûb" o en arameo "tûb"
que significa cambio de camino, es existencial por ello convertirse
significa cambiar de camino, es decir, mudar de orientación en la
propia existencia: si hasta el momento la vida personal discurría por
una meta determinada, ahora, al encontrarse con la verdad,
Jesucristo, debe orientarse por un nuevo camino. Ambas
concepciones pueden aunarse, en este sentido, convertirse es cambiar
de forma de pensar, por lo que la persona debe orientarse por un
nuevo camino que le lleva a la verdad; es decir, el convertido se
decide por el bien y la verdad para iniciar un nuevo tipo de vida,
entendiéndose lo que dice Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la
vida" Jn 14,6.
Tiene algunos elementos que constituyen la conversión:
- La llamada a la conversión se dirige a todos los
hombres, pues en el mandato de Jesús lo dice: al mundo entero..,
a todas partes.
- Es libre y uno se puede negar. Pues en todo momento
se entiende como una invitación tal como lo refleja Jesús.
- Es necesaria. Todos deben de convertirse, pues todos
tienen necesidad de conversión: “yo os digo que no, y que, si no
os convertís, todos pereceréis”(LC 13,3).
11
 - Sobre los que no aceptan la invitación pesan graves
amenazas (Mt 23,1-37; 12,38-42).
- El convertido debe de reconocer su triste condición como el
hijo pródigo Lc 15, 18-21.
- Los convertidos abandonan un estilo de vida e inician un
nuevo modo de comportarse.
- Convertirse a la persona de Jesús. La conversión no en un fin
en sí mismo, ni siquiera una recuperación de la dignidad perdida, sino
volverse a alguien: El hombre se vuelve a Dios porque en él descubre la
verdad(metanoia) que da sentido a su vida y en él conoce el nuevo
camino(schûb), que debe de llegar una existencia digna de la persona
humana.
- Supone una acción previa de Dios. (LC 14,21)
La conversión se presenta pues en Jesús como el comienzo de una
nueva vida y al mismo tiempo coronación de la existencia cristiana. Por eso
siempre es necesaria una nueva conversión, dado que la existencia Cristina
hace concreta en un continuo retorno a Dios, de quien nos alejamos en la
medida en que no se responde con totalidad a la vocación que hemos sido
llamados "hijos de Dios". Por eso la conversión supera la penitencia y los
actos de penitencia dado que afecta a lo mas profundo de la entidad humana
y supone una fidelidad de conducta a la nueva condición de bautizado:
Renacido de Dios porque participa de la naturaleza divina (2Pe 1,4).
La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del
Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento
nos han hecho "santos e inmaculados ante él"( Ef 1, 4) como la Iglesia
misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él"( Ef 5, 27). Sin
embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la
fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al
pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los
bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida
cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión
con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de
llamarnos. Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial
del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva"( Mc 1, 15). En la predicación
de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen
todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar
principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la
Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y se alcanza la
salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la
vida nueva. Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue
resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es
una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que recibe en su
propio seno a los pecadores y que siendo santa al mismo tiempo
que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la
penitencia y la renovación.
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la
Iglesia,"existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las
lágrimas de la Penitencia".
Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión
y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el
saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la
conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de
penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la
conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio
de signos visibles, gestos y obras de penitencia.
El Evangelio manifiesta en todo momento la actitud de Jesús
de acogida al pecador que escandaliza a los fariseos 34 y narra con
complacencia el detalle de la vuelta de los pecadores como las
conversiones de la pecadora y de Zaqueo35.
El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que
Dios dé al hombre un corazón nuevo. La conversión es primeramente
una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros
corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos"( Lm 5, 21).
Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir
la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el
horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el
pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte
mirando al que nuestros pecados traspasaron.
34
Cfr. Mt, 10 -30; Lc 15, 2s
35
Cfr. Lc 7, 36 - 50; 19, 5 - 9
12
 V. BIBLIOGRAFIA
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Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de editores del
catecismo
Vaticano II. Documentos. Biblioteca de Autores Cristianos.
El Mag1isterio de la Iglesia. Enrique Denzinger. Biblioteca Herder
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Teología Moral Fundamental EUNSA 1998

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