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La llegada de lo new age, aquella vivencia que ha logrado unir las características de las
espiritualidades orientales con las ciencias blandas de la cultura occidental, ha dado
lugar una nueva forma de espiritualidad en latinoamérica.
Cuando me refiero a lo new age estoy hablando de un conjunto de prácticas que han
sido enriquecidas en su validación a los ojos de nuestra cultura intelectual. La
meditación, el yoga, el zen, el tai chi, y todo ese valor introspectivo que trajo la cultura
oriental hasta nuestra propia puerta, ha sido tomado por nuestras ciencias sociales, y
en algunos casos las ciencias instrumentales, para buscar un modo de modificar las
conductas enfermas del estrés, los dolores físicos, las des-motivaciones, las crisis
existenciales, la depresión, y otros males modernos.
La sociedad moderna necesitaba una nueva espiritualidad, acorde con los nuevos
tiempos de cambio permanente. Pero no es posible derribar completamente una
cultura religiosa tan grande como el catolicismo... hasta que aparecieron los
escándalos sexuales dentro del clero. Más bien se desvelaron tal cual apocalipsis.
Si bien es cierto la sociedad chilena pudo quedar a la deriva, lo inesperado fue que
supo adaptarse muy bien a los nuevos requerimientos sociales de una espiritualidad
más centrada en los procesos personales y observante, tal como las ciencias sociales,
de lo que realmente ocurría dentro de los sujetos. Si lo vemos desde la Filosofía
podemos repetir la curvatura histórica donde Aristóteles reemplaza a Platón, tomando
elementos antiguos para reciclarlos.
La adaptación al cambio es lo que hace sobrevivir a las especies, dice Darwin. Y así
ocurrió con la motivación interna de los sujetos: conocer lo que hay antes de
sobreponerle la regla religiosa del cómo debería ser lo que hay, porque quienes daban
esa regla han quedado inhabilitados para hacerlo.
Si bien para algunos se presentó como un desafío sensual y hasta erótico, la inclusión
del cuerpo no sólo estuvo referida a la sexualidad tántrica, motivo por el que muchos
se acercaron. Incluir el cuerpo era el primer paso para cambiar la espiritualidad. En el
paradigma anterior lo correcto era negarlo.
Incluir el cuerpo era un paso aún más relevante y complicado para nuestra cultura y
estaba en contraposición con la validez que podían darle las ciencias sociales. Al
mismo tiempo de analizar la experiencia espiritual desde estas ciencias blandas había
que someter el cuerpo al nivel de 'cortar la mente'. ¿Cómo podía ser posible que las
nuevas espiritualidades obligasen al sujeto a cortar el rumiante pensamiento al mismo
tiempo de hacer un esfuerzo por darle valor científico en una cultura centrada en el
intelecto?
Precisamente hubo que comprender que el intelecto nos estaba enfermando. Entrar
en el sí mismo no era una práctica que se iba a dar desde el pensar filosófico sino
desde una práctica que incluía fuertemente lo que había sido negado durante siglos: el
cuerpo. Para esto era necesario dar el 'salto de fe' que había defendido la religión
católica hace unos ocho siglos. Volvía la confusión.
A los intelectuales se les presenta un gran reto, el mismo reto que se le presentaba a la
fe. Y es que el crecimiento espiritual, se tome por donde se tome, necesita cortar la
barrera que pone el intelecto. Oriente nos estaba mostrando lo mismo que las
religiones que se habían rechazado, pero con el estigma que aun era latente en
nuestro subconsciente: lo diabólico de las otras formas de acceder al espíritu.
Querámoslo o no dejar de pensar para comenzar a cantar en sánscrito, doblar el
cuerpo, y hacer gestos extraños con las manos era un temor muy bien guardado por
nuestros cerebros.
Había que hacer caso a una bisagra que pudiese unir el cuerpo con la experiencia
espiritual, que permitiera cortar la mente y entrar en la experiencia. Casualmente otro
elemento común: la respiración.
Lo new age fue penetrando las paredes de la formación espiritual católica, y el mismo
Papa Benedicto XVI arremetió contra quienes estuviesen desarrollando estas prácticas
dentro de la Iglesia, mucho menos dentro de los Seminarios. Lamentablemente la
lógica moderna triunfó y las prácticas se extendieron desde una comprensión del
ejercicio físico no-satánico.
Este conjunto de prácticas new age, valoradas por las ciencias sociales en desmedro
del miedo generado antaño por una espiritualidad católica carente de pruebas, con
prejuicios infundados y con una moral cuestionada por los hechos de la pedofilia,
dieron paso a una práctica imposible de llevar a cabo por mentes sencillas, y que
dieron nuevo valor a la inteligencia y la intelectualidad occidental: la introspección.
La validación de las ciencias ha ido dando paso a una observación acuciosa de lo que el
cuerpo nos dice. Las enfermedades no necesariamente están causadas por agentes
externos al sujeto. También el sistema inmunológico está condicionado por nuestro
estrés, falta de sentido vital, exceso de horas de trabajo y otros males que afectan al
sujeto moderno. Si el sujeto no estuviese padeciendo dolor quizás no estaría tan
interesado en estas nuevas prácticas. El dolor abre la puerta a la experiencia interna
buscando una causa. Al mismo tiempo la cultura parece validar las drogas como una
forma más rápida de aplacar este dolor del sin sentido secular.
El sujeto moderno que va con su tiempo no quiere aferrarse a nuevos dogmas que no
le hacen sentido. Mucho menos el moderno intelectual. Pero la comprensión de un
cuerpo tenso que va soltándose sigue el camino inverso. No es la lógica la que va
liberando su cuerpo, sino la acción de liberar el cuerpo y sus tensiones, respirando
suavemente, la que va liberando su mente. Se entrega y se convence por la fuerza de
la experiencia. Quien no practica, aunque lea y entienda, no se beneficia, no se libera.
La conexión que nos dio lo new age con nosotros mismos nos obligó a valorar de una
forma diferente la vida natural. Ya no es visto como algo precario, algo falto de la
modernidad que aporta el televisor o el patio de cemento, la terraza para tomar el té
de las cinco en un patio perfectamente delineado. La relación con la Naturaleza se vio
restablecida.
El hombre moderno se dio cuenta que no puede aprender un nuevo estilo de vida
desde un acto aislado en una sala de yoga o la lectura de un libro de auto ayuda. No
puede hacerlo sólo desde un consumismo de talleres de auto conocimiento dados
frente a un pizarrón, continuando un modelo educativo añejo. Necesita una cultura de
contacto con la naturaleza. Y esa cultura no se aprende teóricamente, se vive.
¿Cómo es posible vivir algo que se ha perdido en la cultura moderna? Pues no queda
de otra que mirar lo que nos queda de antiguas formas de vida en contacto con la
naturaleza, suponiendo que ellas puedan tener una sabiduría que nosotros, los
modernos, hemos perdido. Es necesario superar la modernidad, pero esa superación
no puede darse volviendo atrás, olvidando todo, pues es la misma modernidad la que
nos ha dado esa nueva mirada de lo antiguo con anteojos nuevos.
Se hace necesario mirar al pasado con ojos modernos. Rescatar lo antiguo y darle
nuevo valor. Y no verlo como algo precario necesitado de ser 'evangelizado',
aculturado. Ya se le hizo suficiente daño a las tradiciones originarias con querer
transformarlas al catolicismo y recientemente a la cultura moderna. Ese nuevo flagelo
cortaría la relación, volver a ello haría un pésimo relato.
Se mira a las culturas originarias no sólo para darles un nuevo valor, sino para validar
este intento moderno por conectarse con la naturaleza. No es algo peyorativamente
hippie, no es sólo una moda del tiempo moderno, es algo que sí existió realmente. Está
validado por la historia. Las ciencias sociales y arqueológicas vuelven nuevamente a
jugar a favor de la nueva espiritualidad.
¿Contiene peligros reales la nueva forma de ver la vida? De hecho podría constituir una
pasividad muy conveniente para las nuevas formas de poder. El núcleo central de la
sociedad había sido la idea preconcebida que el deber de los sujetos sociales era
constituirse en matrimonio. El matrimonio es en sí mismo una forma de control social.
No permite al sujeto rebelarse porque tiene un compromiso mucho más fuerte con
sus hijos y su pareja. Teme mucho más. Y el temor ofrecido por el infierno y la
excomunión ya ha sido destruido al destituirse a sus predicadores.
Vivir en paz y en armonía con la naturaleza puede ser un nuevo modo de control
social. Se insta al sujeto a conectarse con un sí mismo que ya no lucha por sus
derechos. Las dictaduras militares han pasado y los enemigos de la libertad ya no son
tan evidentes ni tan represores. Al contrario, los nuevos enemigos de la libertad no
hacen más que generar placer. El nuevo temor no está enfocado en ir a un lugar, sino
en dejar éste. El estado de confort. La seguridad del placer del cuerpo que hemos
aprendido a valorar.
Otro de los peligros a los que puede llevarnos esta nueva valorización de las
tradiciones originarias es a quedarnos atrapados en lo simple de la repetición del rito.
El peligro del nuevo 'hagan esto en memoria mía'. El filósofo Ken Wilber (1949) nos
plantea la falacia de volver al estado pre-racional en el entendido erróneo de creer que
cualquier experiencia mística que está fuera de lo racional es ciertamente una
experiencia espiritual. Este mal entendido, cómodo por lo demás, está fuera del
paradigma post moderno verdadero, aquél que utiliza las ciencias blandas para dar
validez y profundidad a las acciones grupales o individuales que nos acercan al acto
iluminador.
La tesis de este viaje iniciado en marzo de 2014, es decir, hace un año atrás, es una
síntesis de una experiencia que viene fraguándose desde hace unos 25 años atrás.
Planteo que la experiencia new age, dada por la unión entre las prácticas orientales y
las modernas ciencias sociales, nos ha llevado a una introspección desde el cuerpo a
las emociones, dejándo a un lado momentáneamente el intelecto para volver a
utilizarlo en favor de una conexión válida entre el sujeto y la naturaleza. Esta relación
nueva con el entorno ha llevado a sus practicantes a buscar en las tradiciones
originarias una comprensión más autentica y factible de la nueva espiritualidad.