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OPERADORA DE TURISMO
“Somos más que turismo…”
UN AGUINALDO EN EL AÑO 1612
PRIMERA PARTE
Corría el año 1609. Pero sí era cosa de ver. Las gentes de esa época nadaban en
mares de plata. Las mujeres usaban vestidos cubiertos de oro y plata, con rubís,
diamantes, esmeraldas y otras piedras de valor, de modo que, cuando se
presentaban a la luz del sol, ningún vecino podía verlas cara a cara so pena de
quedarse ciego con el brillo de tantos soles.
En esta Villa, pues y en una noche del mes de enero del año 1609, en una casa
principal, sita en la calle de San Pedro, había mucha animación o lo que es lo
mismo, gran fiesta y regocijo general.
Toda ella magníficamente iluminada: Arcos triunfales con sus troncos de plata
maciza y bruñida con oro, rodeaban el patio, de estos arcos colgaban guirnaldas
de perlas y diamantes y lámparas de oro y plata con luces vivísimas.
Figúrese. Entre ellos descollaban, una joven como de 16 años, por su velo y
vestido blancos y por estar adornada con más riqueza que todas y un joven como
de 25 años, magníficamente vestido.
Fácil es comprender que en aquella casa y en esa noche, se celebraba una boda y
no era nada menos que el matrimonio de don Eugenio Trufiño, hijo del opulento
azoguero Nicolás Trufiño.
Entre los amigos que tenía Eugenio, había uno llamado don Alonso de Leiva, hijo
del Licenciado don Andrés de Paz, Justicia mayor de esta Villa.
Pues Don Alonzo, llegó a enamorarse de la mujer de Eugenio. Gregoria como leal
esposa participó a su marido las perversas intenciones del pérfido amigo.
Entre las doce y una de la noche del invierno del mes de mayo, doce hombres
visitan, la casa de Eugenio, para informarle que el corregidor de la villa, ordenaba
que Eugenio emprendiera un viaje a la ciudad de Lima y se presentase allí al
Virrey.
No pasaron quince días de este suceso, cuando Gregoria, recibió una carta de
amor de Eugenio, que mencionaba la llegada de este a la Villa de Potosí.
Todos los participantes notaban la tardanza de Eugenio, que minutos atraz había
indicado la entrega del suntuoso aguinaldo a su fiel esposa en presencia de todos
sus invitados.
Gregoria, toma la fuente, levanta el mantel, el aguinaldo, era las cabezas unidas
por los labios aun calientes y destilando sangre de Alonso y del hijo de Gregoria
que no tenía ochenta días de edad.