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PRÓLOGO

DELOINEFABLE
INTERPRETE
JANKELEVITCH:

«Lamuerte y lafílosojia
VIaa'z' formaban,
mir jan/eéléuitcb, una para
pareja._
JEAN-JACQUES
LUBRINA

"No tenemos más que un recurso frente a


la muerte: hacer arte antes de que llegue».
RENE CHAR

La importancia de este libro sobre la muerte, de Vladimir Jankélévitch, no


pasará sin duda desapercibida ni dejará indiferente a ningún lector que se
acerque a él. Hermoso y profundo libro», dijo de él Jean Améry. Un libro
sobre la muerte que es también, cómo no, un libro sobre la vida. Y esto
no porque Jankélévitch recurriera al consabido método de explicar las cosas
por su contrario, pues lo contrario de morir no es vivir sino no morir, del
mismo modo que lo contrario de vivir es no vivir. Ya que no hay contra
dicción entre vivir y morir en la medida en que no son términos del mismo
universo. Es un libro sobre la vida porque está escrito en el lenguaje de los
vivos (necesariamente, los muertos no tienen lenguaje), y cuando se habla
el lenguaje delos vivos, aunque sea para hablar de la muerte, se está hablando
de la vida. «La filosofía de la muerte es una meditación sobre la vida», solía
decir siempre Jankélévitch.
La muerte es una obra de madurez, no podía ser menos evidentemente
dado su tema, no es un tema este en el que se reflexione a los veinte años
(a los veinte años puede uno quitarse la vida, pero no pensar en la muerte,
y tal vez sea esta la razón de los jóvenes suicidas: no piensan lo suficiente
en la muerte, ya que si pensaran seguramente no se quitarían la vida). Pero
si decirnos que es una obra de madurez, lo decimos en otro sentido. La pri
mera edición de este libro, tan reeditado como traducido, data de 1966, fecha
en la que Jankélévitch tenía ya a sus espaldas una sólida obra filosófica: Tra
tado de las virtudes, Lo puro y lo tmpuro, o La aventura, el aburrimiento y
lo sería, por citar únicamente tres de sus grandes obras que comparten con
La muerte temas y motivos. Y aunque estos temas no parezcan, con excepcio
nes, muy filosóficos, no es la suya una filosofía menor o mínima, a no ser
que compartamosla idea de que hay una filosofía mayor que trataría por
ejemplo de las esencias, y otra menor, de las existencias, dicho con otras
palabras, de nuestro arraigo y desarraigo en el mundo. Así la aventura, e1
aburrimiento, la ironía, la alternativa, la mentira, la hipocresía, el perdón son
los temas de un moralista, y no es fácil ser moralista en una época sin mm
ral, aunque tal vez más que de una época sin moral se trate de una época
desmoralizadora. Su filosofía moral está en el polo opuesto de esa moral acc,
modaticia cuya primera y única ley consiste en obedecer a las costumbres
establecidas, esa moral esclava de la razón práctica; la suya es una moral que
extrae su fuerza del conflicto mismo, que no lo juzga desde fuera sino desde
dentro, que no rehuye la responsabilidad sino todo lo contrario. Sus temas
tampoco son originales, la mayoría pertenecen a la filosofía clásica, pero si
es original la manera en que los trata Jankélévitch, es decir, a la luz de los
acontecimientos del siglo XX. Pues no es lo mismo hablar de la inocencia en
el siglo XIX que en el XX (posiblemente en el XX no se pueda ya siquiera
hablar de ella, al menos inocentemente), como no es lo mismo hablar de
violencia, de hipocresía, o de mentira, en los siglos pasados que en el nuestro.
Por eso, al leer a jankélévitch tenemos la impresión de conocer ya la obra,
nos suena la melodía, pero no tardamos en darnos cuenta de que la letra ha
cambiado, de que el texto es distinto. Aunque tal vez sea más exacto decir
lo contrario, nos suena la letra, el texto es el mismo, pero la melodía ha cam-
biado completamente. Y tal vez sea esta una de las razones de por qué las
causas no tienen siempre los efectos esperados, de por qué pagamos de tan
buena gana un elevado precio por lo que sabemos despreciable o podemos
renunciar a lo más necesario, pero no en cambio a lo superfluo.
En sus libros Jankélévitch reflexiona sobre las parejas de conceptos, sobre
las personas (primera, segunda y tercera persona), sus relaciones y sus combi-
naciones, sobre sus propiedades, reflexiona sobre lo propio y lo ajeno, sobre
lo abierto y lo cerrado, y, en La muerte, además, sobre la continuación y la
cesación de la existencia y de la conciencia, y sobre la conciencia de existir,
algo que no les ha sido dado a todos los hombres junto con la vida. La mayo
n'ade sus contradictorios no son, como nos explica, contrarios, sino que per»
tenecen a órdenes distintos, por lo que la comparación no es más que una
manera de hablar, una manera de expresar lo inexpresable o de decir lo
indecible. Jankélévitch se sirve de la metáfora y la analogia más que para
resolver contradicciones, para disolver sus términos. Podemos imaginarle
como un genial intérprete de temas filosóficos. Un genial intérprete de la in!
manencia no ajeno por completo a la transcendencia. La aventura, por ejem
plo, podría haberse llamado perfectamente Variaciones sobre un temade
Símmel,uno de los filósofos, junto con nuestro Unamuno, preferidos deJair
kélévitch. De sus temas parece que no haya ya mucho más que decir, y en
todo casono mueven ya a la acción. Pues ¿paraqué seguir hablando dela
hipocresía, de lo puro y de lo impuro? ¿Para qué hablar de la muerte? Aun
que se hable de lo que se hable, siempre es una manera de hablar y siem
pre se habla de otra cosa. Y cuando quien habla es un filósofo en perma
nenteequilibrio entre lo inefable y lo indecible, de lo que se habla entonces
es de lo que nos hace hablar. Y de lo que nos hace enmudecer. Para Janké
lévitch lo inefable era aquello de lo que no se podía hablar porque ningu-
na palabra era capaz de dar cuenta de ello, no había literalmente palabras
para definirlo, y lo indecible por el contrario aquello de lo que no hay nada
o casi nada que decir. Y uno se pregunta si lo inefable tiene su razón de ser
en lo incognoscible, en lo que no se puede conocer, que no es lo mismo
que lo desconocido. La muerte sería el mejor ejemplo, se la conoce pero es
incognoscible. Jankélévitch ha escrito un libro sobre lo que no hay nada que
decir, sobre lo que no hay nada que pensar, ya que el pensamiento necesi-
ta conceptos en los que apoyarse o imágenes con las que expresarse, y unos
y otras, para hacer inteligible el pensamiento, deben ser comprensibles,
deben estar referidos a algo, aunque ese algo sea la diferencia más radical
que se pueda imaginar, la más extrema otredad. Pero algo se debe poder
imaginar siempre. Y nada puede hacernos imaginar la muerte. La muerte es
inimaginable e inefable, pues tampoco hay palabras que la puedan expre
sar. Y sin embargo la muerte es un hecho, un hecho que no tiene nada en
común con el resto de los hechos, pero a la postre un hecho. Y un hecho
incuestionable.
Pero si podemos dudar, parafraseando la primera frase de este libro, que
haya una filosofía en Jankélévitch, pues no hay efectivamente nada en sus
libros a lo que pudiéramos llamar una metafísica, de lo que no podemos
dudar en cambio es de que sus libros se ocupan de cuestiones que nos afec-
o
tan, mejor dicho de cuestiones que nos conciernen personalmente. Podría
decirse que la filosofía de Jankélévitch es una filosofía de los límites de la
filosofía, en el doble sentido ambiguo, pero no equivoco, del término lími-
te. Una filosofía en los límites es una filosofía en permanente equilibrio, al
borde del precipicio, único lugar tal vez donde merezca la pena filosofar,
sobre todo cuando se piensa, como es su caso, que la filosofía es una aven
tura, la aventura del pensamiento, y, una vez más, cómo no, el pensamiento
de la aventura. Aunque tal vez fuera más exacto definir su filosofía en los
términos unamunianos de filosofía exm'nseca referida a nuestro destino todo,
a nuestra actitud frente a la vida y al universo». Pues hay mucho Del senti
miento trágico de la vida en La muerte. No en vano así es como llama Una
muno al descubrimiento de la muerte por griegos y judíos, y, como corre
lato al descubrimiento de la inmortalidad. Muerte e inmortalidad que serían
los pilares más firmes de la civilización judeocristiana hoy en entredicho ?
decadencia.
Los libros de Jankélévitch están llenos de obviedades, él mismo lo reco
noce, de perogrulladas incluso, ese tipo de obviedades y perogrulladas en
las que ya nadie piensa y que cuando nos las recuerdan, como es el caso,
nos parece que no merezcan un pensamiento. Y sin embargo& Sin embart
go casi siempre la profundidad está en lo obvio, o en la duda, que es una
invitación a pensar lo obvio. Y en sus libros, uno tiene la impresión de es.
tar asistiendo a su propia creación. Jankélévitch no nos da los pensamientos
ya hechos, terminados, cerrados, sino que nos hace asistir a su proceso de
elaboración. Casi, se diría, le oímos pensar.
Pero si hubiera que dar un nombre a la filosofía de Jankélévitch ese sería
sin duda el de filosofía de la paradoja. Paradojas como morimos de estar
Vivos», o sólo vivimos porque un día moriremos», «lo que no muere no pue&
de vivir», quien es consciente de su libertad no es libre», paradojas morales
y paradojas conceptuales, ese <<casinadaque no es nada pero en cambio lo
es todo», o ese «no se sabe qué»en el que reside tantas veces el sentido más
profundo de las cosas; pero sobre todo ese concepto, paradójico donde los
haya, que acuña Jankélévitch, del órganoobstáculo, o ese otro, al que des
dica tanta atención, de la verdad como enemiga de la sinceridad, de la verdad
hipócrita. Pues lo mismo que los contradictorios que pensábamos más opues
tos tienen secretos puntos en común que convierten un concepto en su con
trario antes de que nos hayamos dado cuenta, los términos más afines están
separados por una imperceptible brecha, pero de profundidad insondable.
Filosofía de la paradoja casi a mismo título que filosofía del malentendido
que ningún malentendido expresaría mejor que la seducción de la decep
ción»,que según Jankélévitch impulsa al hombre en sus empresas y relacio
nes personales.
Otra de sus astucias filosóficas consistía en decir lo que no son las cosas,
que no es lo mismo que decir lo contrario de lo que son, única manera de
hablar de ellas cuando no se sabe lo que son. Un caso límite, el del tema
de su último curso en la Sorbona: el silencio, todo lo que se puede decir del
silencio sin guardar silencio. Vemos aquí de nuevo su inveterada afición a
la paradoja. ¿Pero por que habría de ser más fácil decir lo que no son las
cosas que decir lo que son? ¿Por qué habría de ser más fácil el silencio que
la palabra?Sin embargo, diría Jankélévitch, tan necesaria es la palabra para
entenderel silencio,como lo es el silencio para entender la palabra.Y al
hablar de la palabra no podemos pasar por alto el estilo de Jankélévitch. SUS
juegos de palabras, sus retruécanos, sus sutilezas semánticas, sus repeticio'
nes.Talvezno resulteociosorecordaraquíqueJankélévitchfue tambiénal
parecer un extraordinariopianista,y musicólogo eminente (gran admirador,
por cierto, de la música de Albéniz, sobre la que escribiría un penetrante
en
ensayo su libro La Así
presencialejana). que no se extrañeel de
lector
encontrar codas, temas y variaciones, impromptus y otras formas musicales
todo a lo largo de esta magna obra (opera) sobre la muerte, sin olvidar ni
un momento que, como él mismo dice en este libro, «no se trata de admi
rar el estilo, sino de comprender el sentido». Por lo demás, y aunque sea un
tópico decirlo, Jankélévitch posee un estilo que podríamos llamar musical,
en el que las repeticiones de estructuras sintácticas, las bruscas rupturas de
la frase, los desarrollos infinitos puntuados, valga la redundancia, con una
puntuación totalmente personal, están supeditados al vuelo de su pensamien
to, que cuando parece que va a tomar tierra remonta inesperadamente el
vuelo y nos regala con alguna peligrosa acrobacia una pirueta final, un rizo
filosófico. Y algo que hubiéramos pensado imposible, ¿pero por qué imposi
ble, no se permitió acaso Sócrates, como nos recuerda aquí Jankélévitch,
unas notas de humor en las puertas mismas de su propia muerte? Salpica
aquí y allá también él su reflexión sobre la muerte con algunas notas de
humor. Una prueba más de que se tomaba en serio su tema, pues como él
mismo dice en otro de sus libros, «el humor es una de las cosas más serias
del mundo, mejor aún: lo serio es el humor».
Y cómo no, filosofía del casi, de los matices, de los tonos, de las inten
ciones. Porque finalmente es en torno al pensamiento de la muerte, o al no
pensamiento, al espectáculo 0 al escamoteo, y a toda la panoplia de actitu
des que se generan en torno a ese acontecimiento capital, o mortal si se
prefiere, o incluso vital, como son esperanzas,desesperanzas,miedos, cinismo,
locura, etc., frente a lo que se define y encuentra su mejor definición una
cultura, una civilización incluso, aunque sean una cultura y una civilización
que están llegando a su final como demuestra, entre otras muchas cosas, el
hecho de que se cuestione sus orígenes. Algo está cambiando en torno a la
muerte, y en consecuencia en torno a la Vida, algo profundo de lo que se
habla en términos de transplantes, manipulación, clonación, código gené
tico, () eutanasia, curiosa terminología hay que reconocer, algo que parece
tan inevitable como la muerte misma.
Y, antes de empezar con la lectura de este, repitámoslo de nuevo, hermo
so y profundo libro, vamos a terminar con una de las citas que encabezan
el libro póstumo de la escritora brasileña Clarice Lispector, Un soplo de vida:
Habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que
habrá un día en que habrá una hora en que habrá un minuto en que ha
brá un segundo y, dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la
muerte transñgumda».

MANUEL ARRANZ

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