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El lenguaje figurativo
Todo buen maestro sabe que las lecciones que quiere pasar a sus discípulos no
pueden grabarse en la memoria de éstos aparte de sabias repeticiones y repasos,
dentro de una oportuna variedad de expresión. Hoy en día, en el Occidente, el libro
de texto facilita el repaso, pero el maestro oriental de siglos pasados no disponía de
tal ayuda, e insistía en que sus alumnos aprendiesen sus lecciones de memoria. En
la Sección V, al tratar del lenguaje de Juan y de los evangelistas sinópticos, notamos
que los eruditos en la materia disciernen formas poéticas, que habrán
correspondido a las enseñanzas en arameo antes de ser traducidas al griego, y
todos comprenderán que la reiteración simétrica de los conceptos por medio del
paralelismo de la poesía hebrea habrá sido un poderoso auxilio para retenerlos en
la memoria.
Naturalmente los sustanciosos aforismos que plasmaban conceptos de valor eterno
no habían de utilizarse una sola vez, frente a un solo auditorio, pura no repetirse
jamás. La repetición era necesaria, y explica el hecho de encontrarse dichos muy
parecidos en contextos muy diferentes. Tratándose de un largo discurso, como el
llamado Sermón del Monte, que Lucas coloca en forma abreviada en el contexto de
su capítulo 6:17-49, hemos de pensar quizá en una labor de redacción de parte del
Evangelista más bien que en una repetición, pero muchos de los aforismos del
Sermón se hallan diseminados por los Evangelios, y en este caso sí se trata de
repeticiones.
En algunas ocasiones el Señor esbozaba sus enseñanzas en líneas generales ante las
multitudes, volviendo a detalladas luego en privado, con las oportunas
interpretaciones, para la instrucción más profunda de los discípulos, los encargados
de proclamar el Evangelio y edificar la Iglesia después de su partida (Mt. 13: 10, 36,
etc.).