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Illaritza Parada
04 de Agosto, Santiago.
Resumen
Las sexualidades y el derecho a la identidad han tenido un lugar central en la discusión nacional
estos últimos años. Debido a que estos temas forman parte central de la teoría psicoanalítica, el
objetivo de este ensayo fue reflexionar sobre algunos puntos de partida típicamente utilizados por
psicoanalistas lacanianos que están produciendo conocimientos sobre estos temas en la
actualidad. Se utilizaron escritos de psicoanalistas argentinos/as lacanianos/as, publicados entre
2014 y 2018.
Se concluye que existen una serie de supuestos sobre las identidades trans, que dificultan una
elaboración teórica que se distancie de las lógicas de “normalidad-anormalidad”.
Palabras claves: Identidades trans, Sexualidad, Lenguaje inclusivo, Psicoanálisis
Tabla de contenido
I. Introducción
II. Puntos de partida
III. Transexualidad vs transidentidad
IV. Un significante remite a otro significante. Hombre, mujer u Otre La palabra no lleva a
una cosa, lleva a otra palabra
V. La torsión de la lengua. Algunas implicancias del lenguaje inclusivo
VI. Identificación y nominación
VII. Metáfora paterna y cambios en el Otro social
VIII. Conclusióm
I. Introducción
“Soy hombre”, “Soy mujer”, “No me identifico como hombre ni como mujer”. Estas tres frases
tienen una doble intención: auto denominarse y presentarse ante un otro semejante. Esta
combinación de intenciones es propia de la conformación de identidad de un sujeto. En este
sentido, las consideraré como situadas en el registro imaginario.
En la primera y la segunda afirmación, los sujetos se identifican con un significante. En
concordancia con el título de este apartado, habría que preguntarse entonces, a qué otros
significantes remiten el sujeto que se identifica como hombre o como mujer. Ansermet (2014) en
su texto Elegir el propio sexo: usos contemporáneos de la diferencia sexual plantea que “Todo el
enigma clínico de la transexualidad gira, en efecto, alrededor de la certeza en juego”.
El autor menciona un caso clínico, en el cual un paciente de 15 años le dice, respecto de su
transexualidad “No se trata de una elección, sino de un hecho”. Aparece aquí una certeza, es
cierto, pero creo que es importante preguntarse algunas cosas ¿Era esa la primera sesión? ¿A qué
pregunta respondió el paciente?
Moisés Martínez (2004), en su texto “Mi cuerpo no es mío”, se hace la siguiente pregunta ¿Se
puede definir sentirse hombre?
Es difícil definir qué es sentirse hombre. Sin embargo, es menos difícil explicar
cuáles son los límites de actuación de un hombre y cuáles son los requisitos
fisiológicos para ser un hombre. Está establecido socialmente qué
comportamientos son propios del rol masculino, y cómo deben ser físicamente los
hombres. Así, tanto por comportamiento como por físico, podremos reconocer
quién es hombre y quién no lo es. Ahora, siempre es difícil definir un sentimiento.
Los hombres transexuales tenemos, que no es poco, la certeza de nuestra
identidad, el convencimiento de ser quienes somos, independientemente de
nuestro aspecto. Pero los transexuales debemos demostrar quienes somos, y
demostrar quiere decir cumplir unos requisitos a los que la sociedad obliga (pp.
114).
Para finalizar con esta pregunta Martinez (2004) dice:
Podemos, racionalmente, ser conscientes de la rigidez cultural con la que se
encasilla al hombre y a la mujer, pero como seres sociales, es difícil zafarse de la
necesidad de ver reconocida nuestra identidad ante los demás (pp.115).
Son varias cosas las que se pueden decir a partir de este contraste, entre la opinión de Ansermet y
la de Martinez. Como primera cosa, hay un sujeto trans (Martinez, 2004), que justamente alega
tener la certeza de sentirse hombre, pero que, a lo largo de esta breve reflexión, desarrolla un
“desgranamiento” de la categoría misma de ser un hombre, en el cual la certeza pareciera
desvanecerse ante el reconocimiento de la dificultad de sostener estas categorías binarias.
Martinez (2004) reconoce el ser hombre o ser mujer como construcciones sociales, que van más
allá de lo biológico, y enfatiza, sobre todo, una delimitación de roles y formas de interacción con
otros. Si se analiza la reflexión de este autor, de acuerdo a los registros de Lacan (1953), es
posible ubicar el planteamiento de Martinez (2004) en el registro simbólico.
Por su parte, Milena Moreno (en Otero, 2018), cuenta sobre su proceso identitario:
“Tenía pelo largo, me podía pintar los labios, usaba un mix de ropa, no te identificaban como
hombre o mujer sino como un hippie sucio. No tenías conflicto de decir al otro: ‘No soy lo que
usted piensa, soy otra cosa que todavía no sé. Por qué me iban a catalogar por algo que todavía
no sabía qué era’” (Párrafo 10).
Ansermet (2004) llega a un punto que, a mi parecer, es central “Frente a la diferencia de los
sexos, no localizable, le toca a cada uno inventar su solución, valerse de sus recursos
improvisados” y continúa el párrafo con la siguiente pregunta “¿De qué modo podría ocurrir
que una elección llegue a operar sin la sombra de una duda, tal como parecen vivirlo quienes se
sienten habitados por una problemática transexual?” (pp.3).
El párrafo de Ansermet (2004), a mi juicio, opone de manera arbitraria la solución a la diferencia
sexual, con las dudas que esta conlleva, y el modo en que se resuelve la “problemática
transexual”. Martinez (2004) y Moreno (en Otero, 2018) dan cuenta a través de sus relatos, de
una inquietud que se sostuvo por años, y que en el caso de Martinez (2004) está en pleno
desarrollo, por lo que en esa afirmación de “soy hombre”, “soy mujer”, remiten a una cadena
significante.
Al revisar lo planteado por Freud (1933) en La feminidad, es posible ver que el autor manifiesta
una postura crítica frente a la supuesta facilidad con la cual se establecen las diferencias entre lo
masculino y lo femenino, e incluso introduce la idea de una bisexualidad anímica, la cual está
referida a que la relación “feminidad-pasividad” “masculinidad-actividad”, no es exacta, sino que
hombres y mujeres poseen una mixtura de características “masculinas” y “femeninas”.
Por otra parte, en ese mismo texto, Freud (1933) dedica su atención a las diferencias entre el
Edipo de las mujeres y de los hombres. A partir de este escrito, pareciera que es la salida (o no)
del complejo de Edipo, la que marca tanto la sexualidad como la identidad sexual de los sujetos,
y es como si en cada solución imaginable, se encontrara el principio de heterosexualidad.
Para explicar esto último es posible tomar como ejemplo la salida femenina de “Complejo de
masculinidad”, del cual la “homosexualidad manifiesta” sería su máxima expresión, es decir, la
homosexualidad solo podría existir si en el nivel de la identidad sexual, se mantiene la
heterosexualidad.
A raíz de esto me planteo la siguiente pregunta: ¿es posible prescindir del principio de
heterosexualidad? ¿Es posible plantear salidas diversas a las planteadas por Freud, que logren
representar resoluciones del Edipo en identidades trans?
Lo que propone Freud (1933) es que, a partir del anhelo por la madre, y la rivalidad hacia el
padre (fase fálica), el niño ingresaría al Complejo de Edipo, frente al cual optaría por preservar su
narcisismo, lo que significa resignar a la madre. Considero que bastaría proponer que el bio niño,
se identifica con la madre (con lo que sea que la madre represente), más allá de la diferencia
anatómica, de esta manera, la castración sucedería como una variante de la castración femenina
de la bio niña; el sujeto quedaría castrado, es decir, asumiría la renuncia de la madre como objeto
de goce, para poder identificarse con ella.
Queda entonces la pregunta por el padre ¿Qué haría este sujeto femenino con el padre? Lo que
propongo es que no se sabe, no hay una regla, de manera que más allá de plantear una salida
única a las identidades trans, planteo que la unión entre identificación y elección de objeto que da
a entender Freud (1933) en La feminidad, no es necesaria. El “bio niño” entonces, podría
identificarse a lo femenino, y a la vez mantener a la madre como su objeto amoroso, o podría
identificarse a lo femenino y trocar a la figura paterna su objeto amoroso.
De esta forma, puedo concluir que es necesaria por una parte la reformulación de la pregunta,
pasar de ¿En qué se sostiene la certeza de “El transexual”? a ¿Qué es para ti ser hombre/ ser
mujer? Y por otra, recordar que la pregunta por la identidad, y la incertidumbre por el lugar
simbólico en el que nos ubicamos, no conlleva a una respuesta inmediata, en general, implica un
proceso que se vive con mucha angustia, sin importar si se trata de una persona cisexual (que sus
órganos sexuales se corresponden con su género) o trans.
V. La torsión de la lengua. Algunas implicancias del lenguaje inclusivo.
La psicoanalista argentina Claudia Lazaro (2018), en su exposición “Las arrugas de la lengua”,
se pregunta a raíz del movimiento feminista, qué implica la identificación, y cómo el lenguaje
inclusivo pasa a jugar un importante rol en la comprensión actual de este fenómeno.
En concordancia con el apartado anterior, Lazaro (2018) parte desde el entendido de que existe
una relación entre el significante y la cosa que denota. La relación que establece la autora entre
lenguaje inclusivo y la cosa es que “hay un ser que no da de antemano su consentimiento ante las
insignias de género que le da el Otro, sin embargo, no pueden arrancar a la mortificación
significante”, además “las identificaciones se determinan allí por el deseo, sin satisfacer la
pulsión”.
Tomando las palabras de esta autora, para abordar algo sobre las identidades trans, agregaría que
en el lenguaje inclusivo hay entonces una intención de acercarse a la cosa, a eso que se quiere
representar en el decir, ignorando que en el mismo momento en que se pone una palabra, se crea
un nuevo vacío, una nueva pérdida.
Un ejemplo claro de esto, es cómo se ha ido aumentando cada vez más la sigla de las Identidades
sexuales diversas. En un inicio se reducía a LGBT (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales),
después, se incluyó la I (intersexuales), luego la Q (queer), y últimamente se ha optado por
incorporar un signo +.
“Más”. Es interesante detenerse en esto, fuera de que el signo “+” tiene la intención de acoger
todas las identidades sexuales no heterosexuales/binarias, también puede ser leído como una
petición, como “pedir algo más”, que es justamente lo que a mi parecer desarrolla Lazaro (2018).
El lenguaje transforma la necesidad en una demanda hacia el otro. En estas palabras que
identifican, hay una intención de nominar, y, también hay deseo, que tal como plantea Lacan
(1958, en Reali, 2018) tiene la finalidad de ser satisfecho, sino de permanecer deseante, de ahí
que este “más” se vuelva una pregunta abierta, una demanda indeterminada al Otro.
Referencias
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