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Selección de textos:
“No se debería decir que el alma es una ilusión, o un efecto ideológico. Pero sí que existe,
que tiene una realidad, que está producida permanentemente en torno, en la superficie y
en el interior del cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre aquellos a
quienes se castiga, de una manera más general sobre aquellos a quienes se vigila, se
educa y corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre aquellos
a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su
existencia. Realidad histórica de esa alma, que a diferencia del alma representada por la
teología cristiana, no nace culpable y castigable, sino que nace más bien de
procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción. Esta alma real e
incorpórea no es en absoluto sustancia; es el elemento en el que se articulan los efectos de
determinado tipo de poder y la referencia de un saber, el engranaje por el cual las
relaciones de saber dan lugar a un saber posible, y el saber prolonga y refuerza los efectos
del poder. Sobre esta realidad-referencia se han construido conceptos diversos y se han
delimitado campos de análisis: psique, subjetividad, personalidad, conciencia, etc.; sobre
ella se han edificado técnicas y discursos científicos; a partir de ella, se ha dado validez a
las reivindicaciones morales del humanismo. Pero no hay que engañarse: no se ha
sustituido el alma, ilusión de los teólogos, por un hombre real, objeto de saber, de
reflexión filosófica o de intervención técnica. El hombre de que se nos habla y que se nos
invita a liberar es ya en sí el efecto de un sometimiento mucho más profundo que él
mismo. Un "alma" lo habita y lo conduce a la existencia, que es una pieza en el dominio
que el poder ejerce sobre el cuerpo. El alma, efecto e instrumento de una anatomía
política; el alma, prisión del cuerpo.”
Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores, Bs. As. 2002. Págs. 29 y 30.
“El momento histórico de las disciplina es el momento en que nace un arte del cuerpo hu-
mano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más
pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo
hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las
coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus
elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un meca-
nismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política",
que es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer
presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea,
sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que
se determina. La disciplina (142) fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos
"dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de
utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una
palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una
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"capacidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de
ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación
económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción
disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y
una dominación acrecentada.”
Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores, Bs. As. 2002. Págs. 126 y 127.
Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores, Bs. As. 2002. Págs. 146 y 147.
Foucault, M. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores, Bs. As. 2002. Pág. 183.
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Foucault, M. Questions à M. Foucault sur la géographie.
No se trata de concebir al individuo como una especie de núcleo elemental, átomo
primitivo, materia múltiple e inerte sobre la que se aplicaría o en contra de la que
golpearía el poder. En la práctica lo que hace que un cuerpo, unos gestos, unos discursos,
unos deseos sean identificados y constituidos como individuos, es en sí, uno de los
primeros efectos del poder. El individuo no es el vis a vis del poder; es pienso, uno de sus
primeros efectos. El individuo es un efecto del poder, y al mismo tiempo, o justamente en
la medida en que es un efecto, el elemento de conexión. El poder circula a través del
individuo que ha constituido.
(…) Forma de poder que se ejerce sobre la vida cotidiana inmediata, clasifica a los
individuos en categorías, los designa por su individualidad propia, los ata a su identidad,
les impone una ley de verdad que deben reconocer y que los otros han de reconocer en
ellos.
Concordia: Pero usted suele oponerse a que se hable del sujeto en general.
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sujeto para poder realizar este análisis de las relaciones que pueden existir entre la
constitución del sujeto, y los juegos de verdad, las prácticas de poder, etc.
Concordia: ¿Quiere esto decir que el sujeto no es una sustancia?
Foucault: No, no es una sustancia; es una forma, y esta forma no es sobre todo ni siempre
idéntica a sí misma. Usted, por ejemplo, no tiene respecto a usted mismo el mismo tipo
de relaciones cuando se constituye en un sujeto político, que va a votar o que toma la
palabra en una asamblea, que cuando intenta realizar su deseo en una relación sexual.
Existen, sin duda, relaciones e interferencias entre estas diferentes formas de sujeto, pero
no estamos ante el mismo tipo de sujeto. En cada caso, se juegan, se establecen respecto a
uno mismo formas de relaciones diferentes. Y es precisamente la constitución histórica de
estas diferentes formas de sujeto, en relación con los juegos de verdad, lo que me
interesa.
Concordia: Pero el sujeto loco, enfermo, delincuente – incluso quizá el sujeto sexual – era
un sujeto que era el objeto de un discurso teórico, un sujeto digamos pasivo, mientras que
el sujeto al que usted se refiere en los dos últimos años en sus cursos del Colegio de
Francia es un sujeto activo, políticamente activo. El cuidado de si afecta a todos los
problemas de la práctica política, de gobierno, etc. Podría pensarse que se produce en
usted un cambio tanto de perspectiva, cuanto de problemática.
Foucault: Es cierto, por ejemplo, que la constitución del sujeto loco puede en efecto ser
considerada como la consecuencia de un sistema coercitivo – el sujeto pasivo –, pero
usted sabe también que el sujeto loco es un sujeto no-libre y que justamente el enfermo
mental se constituye como sujeto loco en relación y frente a aquel que lo declara loco
(…).
(…) si bien ahora me intereso en efecto por cómo el sujeto se constituye de una forma
activa, a través de las prácticas de sí, estas prácticas no son sin embargo algo que se
invente el individuo mismo. Constituyen esquemas que él encuentra en su cultura y que
le son propuestos, sugeridos, impuestos por su cultura, su sociedad y su grupo social.
Concordia: ¿Podrá convertirse esta problemática del cuidado de uno mismo en el corazón
de un nuevo pensamiento político, de una política distinta a la que consideramos hoy?
(…) Me parece que es necesario distinguir las relaciones de poder en tanto que juegos
estratégicos entre libertades – juegos estratégicos que hacen que unos intenten determinar
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la conducta de los otros, a lo que otros responden tratando de no dejar que su conducta se
vea determinada por ellos o tratando de determinar a su vez la conducta de los primeros –
de las situaciones de dominación que son las que ordinariamente se denominan poder. Y
entre ambas, entre los juegos de poder y los estados de dominación, están las tecnologías
gubernamentales, confiriendo a este término un sentido muy amplio – que van desde la
manera de gobernar a la propia mujer, a los hijos, hasta la manera en la que se gobierna
una institución –. El análisis de estas técnicas es necesario porque es a través de este tipo
de técnicas como se establecen y mantienen muy frecuentemente los estados de
dominación. En mi análisis del poder existen estos tres niveles: las relaciones
estratégicas, las técnicas de gobierno y los estados de dominación.
Concordia: En su curso sobre la hermenéutica del sujeto dice en un momento dado que
no existe un punto más fundamental y útil de resistencia al poder político que la relación
de uno para consigo mismo.
Foucault: No creo que el único punto posible de resistencia al poder político – entendido
justamente como estado de dominación – esté en la relación de uno a sí mismo. Digo que
la gubernamentalidad implica la relación de uno a sí mismo, lo que significa
precisamente que, en esta noción de gubernamentalidad, apunto directamente al conjunto
de prácticas a través de las cuales se pueden constituir, definir, organizar,
instrumentalizar, las estrategias que los individuos en su libertad pueden establecer unos
en relación a otros. Individuos libres que intentan controlar, determinar, delimitar la
libertad de los otros, y para hacerlo disponen de ciertos instrumentos para gobernarlos. Y
ello se basa por tanto sobre la libertad, sobre la relación de uno a sí mismo y sobre la
relación al otro. Si se trata por el contrario de analizar el poder no a partir de la libertad,
de las estrategias y de la gubernamentalidad, sino a partir de la institución política, no se
puede considerar al sujeto más que como sujeto de derecho, un sujeto dotado de derechos
o carente de ellos y que, a través de la institución de la sociedad política, ha recibido o ha
perdido los derechos: nos encontramos así reenviados a una concepción jurídica del
sujeto. Por el contrario, la noción de gubernamentalidad permite, me parece, poner de
relieve la libertad del sujeto y la relación a los otros, es decir, aquello que constituye la
materialidad misma de la ética.
Entrevista con Michel Foucault realizada por Raúl Fornet-Betancourt, Helmut Becker y Alfredo Gómez-
Muller el 20 de enero de 1984. Publicada en la Revista Concordia 6 (1984) 96-116.
(…) La mejor manera, creo, de leer el Anti Edipo es abordándolo como un arte, en el
sentido en que se habla de arte erótico por ejemplo. Al apoyarse en las nociones
aparentemente abstractas de multiplicidades, de flujos, de dispositivos y de
acoplamientos, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la máquina
capitalista aporta respuestas a preguntas concretas. A preguntas que no se preocupan tanto
por el por qué de las cosas sino por el cómo. ¿Cómo se introduce el deseo en el
pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿Cómo puede y debe desplegar sus fuerzas el
deseo en la esfera de lo político a intensificarse en el proceso de inversión del orden
establecido? Ars erotica, ars theoretica, ars politica.
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De allí provienen los tres adversarios contra los que se enfrenta el Anti Edipo. Tres
adversarios que no poseen la misma fuerza, que representan diversos grados de amenaza,
y que este libro combate con medios diferentes.
1) Los ascetas políticos, los militantes sombríos, los terroristas de la teoría, los que
querrían preservar el orden puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la
revolución y los funcionarios de la Verdad.
2) Los técnicos del deseo, lamentables: los psicoanalistas y los semiólogos que registran
cada signo y cada síntoma, y que quisieran reducir la organización múltiple del deseo a la
ley binaria de la estructura y la falta.
3) Por último, el enemigo mayor, el adversario estratégico (mientras que la oposición del
Anti Edipo a sus otros enemigos constituye más bien un compromiso táctico): el
fascismo. Y no sólo el fascismo histórico de Hitler y Mussolini -quienes tan bien supieron
movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que se halla dentro de
todos nosotros, que acosa nuestras mentes y nuestras conductas cotidianas, el fascismo
que nos hace amar el poder, desear aquello mismo que nos domina y explota (…).
Foucault, M. Les rapports de pouvoir passent à l´interieur des corps. [DE III, 228-236]
Mi optimismo consistiría más bien en decir: tantas cosas pueden ser cambiadas, frágiles
como son, ligadas a más contingencias que a necesidades, a más arbitrariedad que
evidencia, a más contingencias históricas complejas pero pasajeras, que a constantes
antropológicas inevitables
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El problema político esencial para el intelectual no es criticar los contenidos\ ideológicos
que estarían ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que su práctica científica esté
acompañada de una ideología justa. Es saber si es posible constituir una nueva política de
la verdad. El problema no es «cambiar la conciencia» de las gentes o lo que tienen en la
cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de la producción de la verdad.
No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder — esto sería una quimera, ya
que la verdad es ella misma poder— sino de separar el poder de la verdad de las formas
de hegemonía (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por
el momento. La cuestión política, en suma, no es el error, la ilusión, la conciencia
alienada o la ideología; es la verdad misma.
Utilizo la palabra «arqueología» por dos o tres razones importantes. La primera es que es
una palabra con la que puedo jugar. Arché, en griego, significa «principio». En nuestro
idioma tenemos la palabra «archivo», que designa la forma en que los acontecimientos
discursivos han sido registrados y pueden ser extraídos. El término «arqueología» remite
al tipo de investigación que se dedica a extraer los acontecimientos discursivos como si
estuvieran registrados en un archivo. Otra razón por la que utilizo esta palabra está
relacionada con un objetivo que me he propuesto. Busco reconstruir un campo histórico
en su totalidad, en todas sus dimensiones políticas, económicas y sexuales. Mi problema
es encontrar la forma adecuada de analizar lo que ha constituido el hecho mismo del
discurso. Mi propósito no es, por tanto, hacer un trabajo de historiador, sino descubrir por
qué y cómo se establecen relaciones entre acontecimientos discursivos. Si hago esto es
con el fin de saber lo que somos hoy. Quiero centrar mi estudio en lo que nos sucede hoy
en día, lo que somos, lo que es nuestra sociedad. Pienso que en nuestra sociedad y en lo
que somos hay una dimensión histórica profunda y, en este espacio histórico, los
acontecimientos discursivos que se han producido desde hace años o siglos son muy
importantes. Estamos inextricablemente ligados a los acontecimientos discursivos. En
cierto sentido, sólo somos aquello que ha sido dicho hace siglos, meses o semanas...
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La historia, genealógicamente dirigida, no tiene como finalidad reconstruir las raíces de
nuestra identidad, sino por el contrario encarnizarse en disiparlas; no busca reconstruir el
centro único del que provenimos, esa primera patria donde los metafísicos nos prometen
que volveremos; intenta hacer aparecer todas las discontinuidades que nos atraviesan.
Entiendo por humanismo [afirma] el conjunto de discursos por los cuales se le dice al
hombre occidental: 'aunque no ejerzas el poder, de todos modos puedes ser soberano.
Mejor, cuanto más renuncies al poder y cuanto más te sometas al que te es impuesto, más
serás soberano'. El humanismo es el que ha inventado, una después de otra, estas
soberanías sujetadas que son el alma (soberana sobre el cuerpo, pero sometida a Dios), la
conciencia (soberana en el orden del juicio, pero sometida al orden de la verdad), el
individuo (soberano titular de sus derechos pero sometido a las leyes de la naturaleza o a
las reglas de la sociedad), la libertad fundamental (interiormente soberana, exteriormente
consintiente y confiada a su destino). [...] En el corazón del humanismo, la teoría del
sujeto (en el doble sentido del término).
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Foucault, M. Seguridad, territorio, población.
¿Cuáles son los nuevos modos de subjetivación sin identidad más bien que creadores de
identidad? (…)
(…) ¿Cuáles son los nuevos tipos de luchas, transversales e inmediatas más bien que
centralizadas y mediatizadas?
¿A qué poderes hay que enfrentarse y cuales son nuestras capacidades de resistencia hoy
que ya no podemos contentarnos con decir que las viejas luchas no son válidas?
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El Carácter Arqueológico de la Investigación Histórico-Filosófica: En primer lugar,
tomar conjuntos de elementos donde se pueda descubrir, en primera aproximación, o sea,
de manera completamente empírica y provisional, conexiones entre mecanismos de
coerción y contenidos de conocimiento. Me refiero a mecanismos de coerción diversos y,
puede ser también, conjuntos legislativos, reglamentos, dispositivos materiales,
fenómenos de autoridad, etc. En cuanto concierne a los contenidos de conocimiento, se
tomarán igualmente en su diversidad y heterogeneidad, escogiéndolos en función de los
efectos de poder de los que son portadores, en la medida en que están validados por ser
parte de un sistema de conocimiento. Lo que se busca, entonces, no es saber lo que es
cierto o falso, fundamentado o no, real o ilusorio, científico o ideológico, legítimo o
abusivo. Lo que se busca es saber cuáles son los lazos, las conexiones, que pueden ser
desencubiertas, entre mecanismos de coerción y elementos de conocimiento; los juegos
de envío mutuo y de apoyo que se desarrollan entre esos mecanismos y estos elementos;
lo que hace que un cierto elemento de conocimiento pueda tomar efectos de poder al estar
inserto en un sistema como un elemento verdadero, probable, incierto o falso, y lo que
hace que un cierto procedimiento de coerción adquiera la forma y las justificaciones
propias de un elemento racional, calculado, técnicamente eficaz, etc. En este primer
nivel, en consecuencia, no se trata de separar legitimidades ni de asignar errores o
ilusiones.
Aún en este mismo primer nivel, me parece que pueden usarse dos palabras que no tienen
por función designar entidades, potencias o algo como transcendentales, sino únicamente
permitir operar, en relación con los dominios a
los que se refieren, una reducción sistemática de valor; digamos, una neutralización en
cuanto a los efectos de legitimidad y una clarificación de lo que, en un cierto momento,
los hace aceptables y que hace que, efectivamente, hayan sido aceptados. Estas dos
palabras son saber y poder. Con la palabra saber me refiero a todos los procedimientos y
todos los efectos de conocimiento que son aceptables en un momento dado y en un
dominio definido. Por su parte, el término poder no hace otra cosa que recubrir toda una
serie de mecanismos particulares, definibles y definidos, que parecen susceptibles de
inducir comportamientos o discursos.
(…) Nunca se debe considerar que existe un saber o un poder; peor aún, el saber o el
poder que serían operativos en sí mismos. Saber y poder no constituye más que un marco
(grille) del análisis. Notemos que ese marco de análisis no está compuesto por dos
categorías de elementos que sean extraños uno al otro; por un lado lo que sería saber, y
por otro lado lo que sería poder. Lo que decía de ellos hace un momento, los hace
exteriores uno al otro. Mas no son extraños, puesto que nada puede figurar como
elemento de saber si, por una parte, no está en conformidad con un conjunto de reglas y
de restricciones características, por ejemplo, de un cierto tipo de discurso científico en
una época dada y si, por otra parte, no está dotado de efectos de coerción o, simplemente,
de incitación propias de lo que está validado como científico, como simplemente racional
o como simplemente recibido de modo común, etc. Viceversa, nada puede funcionar
como mecanismo de poder si no se despliega según procedimientos, instrumentos,
medios, objetivos que puedan ser validados en sistemas de saber más o menos
coherentes. No se trata, por lo tanto, de describir lo que es saber y lo que es poder y cómo
uno reprimiría al otro o cómo el otro abusaría del primero; más bien se trata de describir
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un nexo de saber-poder que permita aprehender lo que constituye la aceptabilidad de un
sistema, ya sea el sistema de la enfermedad mental, de la penalidad, de la delincuencia,
de la sexualidad, etc.
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una estrategia de lucha. Una relación de enfrentamiento llega a su término, a su momento
final (y a la victoria de uno de los dos adversarios) cuando en el juego de las reacciones
antagonistas se sustituyen los mecanismos estables a través de los cuales se puede dirigir
la conducta de los demás con cierta constancia y con la suficiente certeza.
Gilles Deleuze:
"Posdata sobre las sociedades de control"*
I. HISTORIA
Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; estas sociedades
alcanzan su apogeo a principios del XX, y proceden a la organización de los grandes
espacios de encierro. El individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno
con sus leyes: primero la familia, después la escuela ("acá ya no estás en tu casa"),
después el cuartel ("acá ya no estás en la escuela"), después la fábrica, de tanto en tanto el
hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia. Es la
prisión la que sirve de modelo analógico: la heroína de Europa 51 puede exclamar,
cuando ve a unos obreros: "me pareció ver a unos condenados...". Foucault analizó muy
bien el proyecto ideal de los lugares de encierro, particularmente visible en la fábrica:
concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo
una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales.
Pero lo que Foucault también sabía era la brevedad del modelo: sucedía a las sociedades
de soberanía, cuyo objetivo y funciones eran muy otros (recaudar más que organizar la
producción, decidir la muerte más que administrar la vida); la transición se hizo
progresivamente, y Napoleón parecía operar la gran conversión de una sociedad a otra.
Pero las disciplinas a su vez sufrirían una crisis, en beneficio de nuevas fuerzas que se
irían instalando lentamente, y que se precipitarían tras la segunda guerra mundial: las
sociedades disciplinarias eran lo que ya no éramos, lo que dejábamos de ser.
Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital,
fábrica, escuela, familia. La familia es un "interior" en crisis como todos los interiores,
escolares, profesionales, etc. Los ministros competentes no han dejado de anunciar
reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el
hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que estas instituciones están terminadas,
a más o menos corto plazo. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente
hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las
sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias.
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"Control" es el nombre que Burroughs propone para designar al nuevo monstruo, y que
Foucault reconocía como nuestro futuro próximo. Paul Virilio no deja de analizar las
formas ultrarrápidas de control al aire libre, que reemplazan a las viejas disciplinas que
operan en la duración de un sistema cerrado. No se trata de invocar las producciones
farmacéuticas extraordinarias, las formaciones nucleares, las manipulaciones genéticas,
aunque estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No se trata de preguntar cuál
régimen es más duro, o más tolerable, ya que en cada uno de ellos se enfrentan las
liberaciones y las servidumbres. Por ejemplo, en la crisis del hospital como lugar de
encierro, la sectorización, los hospitales de día, la atención a domicilio pudieron marcar
al principio nuevas libertades, pero participan también de mecanismos de control que
rivalizan con los más duros encierros. No se trata de temer o de esperar, sino de buscar
nuevas armas.
II. LÓGICA
Los diferentes internados o espacios de encierro por los cuales pasa el individuo son
variables independientes: se supone que uno empieza desde cero cada vez, y el lenguaje
común de todos esos lugares existe, pero es analógico. Mientras que los diferentes
aparatos de control son variaciones inseparables, que forman un sistema de geometría
variable cuyo lenguaje es numérico (lo cual no necesariamente significa binario). Los
encierros son moldes, módulos distintos, pero los controles son modulaciones, como un
molde autodeformante que cambiaría continuamente, de un momento al otro, o como un
tamiz cuya malla cambiaría de un punto al otro. Esto se ve bien en la cuestión de los
salarios: la fábrica era un cuerpo que llevaba a sus fuerzas interiores a un punto de
equilibrio: lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios;
pero, en una sociedad de control, la empresa ha reemplazado a la fábrica, y la empresa es
un alma, un gas. Sin duda la fábrica ya conocía el sistema de primas, pero la empresa se
esfuerza más profundamente por imponer una modulación de cada salario, en estados de
perpetua metastabilidad que pasan por desafíos, concursos y coloquios extremadamente
cómicos. Si los juegos televisados más idiotas tienen tanto éxito es porque expresan
adecuadamente la situación de empresa. La fábrica constituía a los individuos en cuerpos,
por la doble ventaja del patrón que vigilaba a cada elemento en la masa, y de los
sindicatos que movilizaban una masa de resistencia; pero la empresa no cesa de
introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que
opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo. El
principio modular del "salario al mérito" no ha dejado de tentar a la propia educación
nacional: en efecto, así como la empresa reemplaza a la fábrica, la formación permanente
tiende a reemplazar a la escuela, y la evaluación continua al examen. Lo cual constituye
el medio más seguro para librar la escuela a la empresa.
Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las
máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de
crearlas y utilizarlas. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples,
palancas, poleas, relojes; pero las sociedades disciplinarias recientes se equipaban con
máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía y el peligro activo del sabotaje;
las sociedades de control operan sobre máquinas de tercer tipo, máquinas informáticas y
ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de
virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del
capitalismo. Una mutación ya bien conocida, que puede resumirse así: el capitalismo del
siglo XIX es de concentración, para la producción, y de propiedad. Erige pues la fábrica
en lugar de encierro, siendo el capitalista el dueño de los medios de producción, pero
también eventualmente propietario de otros lugares concebidos por analogía (la casa
familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado ya por
especialización, ya por colonización, ya por baja de los costos de producción. Pero, en la
situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega frecuentemente
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a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, la metalurgia
o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas y
vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere
vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no es un capitalismo para
la producción, sino para el producto, es decir para la venta y para el mercado. Así, es
esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La familia, la
escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia
un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y
transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores. Incluso el arte ha
abandonado los lugares cerrados para entrar en los circuitos abiertos de la banca. Las
conquistas de mercado se hacen por temas de control y no ya por formación de disciplina,
por fijación de cotizaciones más aún que por baja de costos, por transformación del
producto más que por especialización de producción. El servicio de venta se ha
convertido en el centro o el "alma" de la empresa. Se nos enseña que las empresas tienen
un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo. El marketing es ahora el
instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos. El control es a
corto plazo y de rotación rápida, pero también continuo e ilimitado, mientras que la
disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no es el hombre
encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como
constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres
para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que
enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las explosiones de villas-
miseria y guetos.
III. PROGRAMA
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