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Capitulo primero La ignorancia de la arquitectura Es casi de ritual iniciar un estudio de critica 0 de historia de la arquitectura con un reproche para el piblico. Dieci- nueve libros de los veinte citados en la bibliografia se abren con diatribas y apologias: — el piiblico se interesa por la pintura y la misica, por la escultura y la literatura, pero no por la arquitectura. Un intelectual que se avergonzaria de no conocer un pintor de la categoria de Sebastiano del Piombo y palideceria si le tachasen de ignorar un cuadro de Matisse 0 una poesia de Bluard, confiesa sin recato no saber quién es un Buontalenti oun Neutra; —los diarios dedican columnas enteras a un nuevo libro de Koestler 0 a una exposicién de Burri, pero ignoran la edi- ficacién de una nueva obra arquitect6nica, aunque sea ejecu- tada por un autor renombrado. Si bien todo diario que se respeta tiene una crénica sistematica sobre misica, teatro, cinematografia y, por lo menos, una columna semanal sobre arte, la arquitectura queda como “la gran olvidada” ; —-asi como no existe una adecuada propaganda para di- fundir la buena arquitectura, tampoco existen instrumentos cficaces para impedir que se realicen fealdades en el cam- po de la construccién. Funciona la censura para los films y para la literatura, pero no para evitar escéndalos urbanisti- ‘cos y arquitecténicos, cuyas consecuencias son bastante mas graves y prolongadas que las de la publicacién de una novela pornografica; —sin embargo (aqui comienzan las apologias), todo el mundo es duefio de apagar la radio, desertar de los concier- 12 Capitulo primero dene 8% Podemos limitar a comprobar la exstenia de este desinterés del piblico por la arquitectura, ya que no pucte fet considerado como algo fatal 0 inherente a la naturalerg tumana' o a la naturaleza de la produccién edicls * iy esto hay, sin duda, dificultades objetivas y hay también uns nos en la masa de las personas cultas, cq tiste ante todo, Ia imposibilidad material de transportar selfis a un lugar dado y hacer ali una exposiin como s cuadros. Es necesario poseer un interé fema y estar provisto de una gran buena voluntad pate vee {a arguitectura con cierto orden e intligencia. El’ hombre nedio que visita una ciudad monumental y sient i cién de admirar sus edificios, J eeiateneneed le ; los recorre segiin criterios di ubicacién meramente practic i determi. Meramente précticos: hoy visita ‘en i. Fao barrio una iglesia barroca, después una ruina reed 0 una plaza moderna y una basilica isti s tarde pasa a otro sector de la ch ena “segunda ee | ; la ciudad y, en la “segunda jor. hada’ de Ja guia, recae en la misma confusion de ejemplaves tuitecténicos alejados y diversos* ¢usntos tuistas se prov iglesias bizantinas, mafan bos monuments del Renacimiento, pasado mafiana las bres s? eQuién de nosotros resiste a la tentacion Per este orden para admirar aquella mnica que se ara admin torre roméni Yergue tat una idea barca, © para entrar de mute og 1 que alli esté al alcance de I i piedras géticas de Santa Maria sopsa Mineo) unt? & las ‘La ignorancia de la arquitectusa 8 tarios, pero una exposicién de Francesco di Giorgio o de Neu- mann tiene cada uno que credrsela con su propio esfuerzo fisico y moral, que presupone una pasién por la arquitectura. Esta pasién no existe. La tenacidad y la dedicacién de los arquedlogos, espléndidamente meritorias en el campo filold- ico, se elevan dificilmente a aquel nivel de evocacién sinté- tica que tiene un eco incitante en el piiblico. Los arquitectos profesionales, que por sufrir los problemas de la edificacién contemporanea tienen una profunda pasién por la arquitec- tura en el sentido vivo de la palabra, carecen hoy en su ma- yoria de una cultura que les dé derecho a entrar legitima- mente en el debate hist6rico y critico, La cultura de los arquitectos modernos est4 ligada, demasiado frecuentemente, a su polémica. Luchando contra el academicismo falsario ¢ imitador, muchas veces han declarado, quizés inconsciente- mente, su desinterés por las obras auténticas del pasado, y han renunciado asi a tomar de ellas cl elemento conductor, vital y perenne, sin el cual ninguna nueva posicién de van- guardia se amplia en una cultura. No hablamos solamente de F. Lloyd Wright y de su hostilidad hacia el Renacimiento italiano: a un genio todo le est permitido y en especial su falta de objetividad critica. Pero también el culturalismo de Le Corbusier, este rozar superficial y este juzgar por impre- siones las épocas histéricas de la arquitectura,* constituye mis bien un elegante y brillante ejercicio intelectual que una aportacién fecunda de renovacién critica. “Les yeux qui ne voient pas”, los ojos que no veian la belleza de las formas puristas, hoy no ven y no entienden las lecciones de Ia ar- quitectura tradicional. Asi, pues, queda mucho por hacer. Es tarea de la segunda generacién de arquitectos modernos, una vez superada Ia ro- tura psicolégica del acto de gestacién del movimiento fun- cionalista, restablecer un orden cultural. Pasado el tiempo de la exhibicién de novedades y de los manifiestos de van- guardia, la arquitectura moderna se inserta en Ja cultura ar- quitecténica, proponiendo en primer término una revisién “4 Capitulo primero critica de esta misma cultura. Es evidente que un: orgénica —en su esfuerzo por dar una base una stole at hombre modemno, disperso y sin raices, y por integrar las exi- gencias individuales y sociales, que aparecen hoy en forma de antitesis entre libertad y planificacién y entre cultura y Prictica— no puede emplear, al dirigirse al pasado y espe, Cialmente a la historia de la arquitectura, dos distintos the. tros de juicio para la arquitectura moderna y la tradicional Habremos dado un paso decisivo en el camino de esta cule tura, cuando seamos capaces de adoptar los mismos criterios valorativos para la arquitectura contemporanea y para aque. a que fue construida en los siglos que nos precedieron. Decenas y decenas de libros de estética, de critica y de his- toria de la arquitectura podrian ser juzgados a través de una prueba de fuego: insertemos un capitulo sobre arquitectura modema en los voldimenes de caracter arqueol6gico historieo, ¥ controlemos si los conceptos criticos informadores tienen to. davia validez; en los volimenes de cardcter apologético-mo. demo insertemos los capitulos sobre arquitectura del pasado, y advertiremos los absurdos a que llevaria la extensiént criticg del enfoque meramente funcional o racionalista, Se. puede apostar a que, con una experiencia de este géncro, los voli menes no climinables se reducirian a muy pocos. Con esto, la mayorfa de los libros hist6ricos fracasarian por falta de aguel atributo de vitalidad, es decir, de capacidad para hablar a los intereses y a los hombres vivos, sin el cual la critica y la historia de la arquitectura Megarian a ser arqueologia en el sentido muerto de la palabra. Muchisimos entre los libros recientes fallarian por su parcialidad modemista, por aquel entusiasmo continuamente infantil y tan mondtonamente in, genuo de los que cada mafiana descubren la revelacién fun. cionalista, una revelacién vieja ya de un cuarto de siglo, af mada con profusién y adquirida culturalmente, que por tanto, ha aleanzado aquella edad madara en la cual cals sr, y la mensaje humano, se pro ai . cada mens sje hums Propone temas mas vastos que la La ignorancia de Ia arquitectura 15 Estas son someramente las posiciones del pitblico, de los arquedlogos y de los arquitectos. ; Pero a qué punto han Ile- ado los eriticos de arte? Aparentemente han dado un paso adelante. Cuando, hace mas de quince afios, socidlogos y pensadores tipo Lewis Mumford ya se interesaban por los problemas cle la arquitectura histérica y contemporanea, ex zarisino encontrar criticos de arte que se dedicaran especi camente a estos problemas. Hoy es distinto: si miramos en nuestro torns, podemos citar en todos los paises criticos de arte que se ocupan casi exclusivamente de arquitectura, y tun néineto asaz mayor que se interesa en ella _periddica- merce. Es significativo que, en las revistas de artes figurativas, lo arquitectura sea estudiada mas a menudo; que las revistas ‘menstales, como el “Magazine of Art” de Nueva York 0 el londinense "The Studio”, publiquen una resefia sistematica de las obras arquitecténicas mas importantes, y que expertos en arquitectura entren hasta en Ia redaccién de diarios como cl “London Times” y el “New York Herald Tribune”. Tam- bién en Italia, algunos entre los mejores criticos de arte, como Argan y Ragghianti, comprenden perfectamente la impor- tancia que tienen estos estuclios y colaboran a la difusién de sut conocimiento. Pero si pasamos a analizar este fendmeno, confortante a primera vista, veremos con frecuencia que, més alld de su apariencia cuantitativa, su substancia no es satisfactoria. La raz6n fundamental es la misma por la que resultan inadecua- dos los capitulos de arquitectura en la mayor parte de los textos de historia del arte, escritos por criticos de arte. {Cuil es el defecto caracteristico del modo de tratar Ia arquitectura en las historias del arte comunes? Consiste —se ha repetido a menudo— en el hecho de que los edificios se juzgan como si fuesen esculturas 0 pinturas, de un modo ex- temo y superficial como puros fenémenos plisticos. Y este ¢s un error de planteo filoséfico mas que de método critico. Afir mada I unidad de las artes y, por consiguiente, dado titulo para comprender y juzgar cualquier obra de arte a todos

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