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UNA LITURGIA PARA SU

CONTEXTO
La necesidad de la reforma litúrgica del
Concilio Vaticano II

Fray Julián Arias Montoya

19 DE JULIO DE 2018
UNICERVANTES
Facultad de Teología
Al dar una mirada general a la historia de la Iglesia, es muy fácil darse
cuenta que desde las primeras comunidades cristianas la Iglesia siempre ha
caminado de la mano del contexto histórico en el que se encuentra y ha logrado
conservarse fiel al mensaje revelado; esto, gracias a que ha sabido ubicarse y
adaptarse sin perder su esencia y fidelidad a Dios. Dicho de otra manera, la
Iglesia ha perseverado en la historia porque ha sabido leerse a sí misma para
adaptarse al mundo sin ser del mundo. Eso es lo que se vivió en el Concilio
Vaticano II: una Iglesia que mira a sí misma, se da cuenta de los que es y se
presenta al mundo renovada. Esta renovación abarca todos los campos, aunque
de momento nos interesa sólo lo que tiene que ver el cambio en la liturgia.

La renovación litúrgica ha sido una de la que más ha impactado a la Iglesia


post-conciliar, hasta el punto que un considerable grupo no ha querido aceptar
estos cambios. Lo que se pretende con este trabajo es argumentar en favor de
esa renovación que realizó la Iglesia y cómo esto no es algo nuevo en la Iglesia
ya que siempre, y según el contexto, la Iglesia se ha renovado.

El Concilio Vaticano II ha sido considerado por muchos teólogos e


historiadores como uno de los acontecimientos históricos más importantes de la
Iglesia en los últimos siglos, y no caben dudas de que es así, ya que para la
época en que se convocó la humanidad atravesaba una crisis profunda como
resultado de los cambios orientados desde la modernidad, cambios a los que la
Iglesia debía responder y lo hizo con un Concilio que reunió una asamblea de
más de 3000 mil obispos en poco más de 3 años.
En la constitución apostólica Humanae Salutis con la que se convoca el
Concilio, el papa Juan XXIII es consciente de este clima que rodea a la Iglesia y
al mundo entero, y conocía los retos que debía asumir el Concilio para tratar de
dar respuesta como lo ha hecho la Iglesia en todos los avatares por los que ha
tenido que pasar. Es por esto que invita a los pastores encargados de cuidar el
rebano para que con su colaboración a la Iglesia, se capacite ésta cada vez más
para solucionar los problemas del hombre contemporáneo (HS, 6)1. Sabe que la
tarea es de grandes proporciones, y debe trabajar toda la Iglesia junta, y aún
más que la Iglesia, toda la familia cristiana a la que pide que ayude además con
su oración por el buen desarrollo del Concilio (HS, 20,21)2
La lectura que el papa hizo de su contexto, está dentro de la misión de la
Iglesia de leer los signos de los tiempos para tratar de responder con más
eficacia a la tarea de anunciar a todos el evangelio de Cristo. El concilio entendió
que la Iglesia tenía que releerse desde sus bases más profundas para consolidar
sus instituciones a fin promover de una mejor manera la santificación del pueblo
de Dios. El duro trabajo preconciliar que promovió el papa, da muestra del gran
interés que tenía por responder a las necesidades que la Iglesia en este
momento específico:
“Pero estos frutos…. (Que se esperan del concilio) exigen para preparar tan
importante acontecimiento un vasto programa de trabajo. Se propone por
ello cuestiones doctrinales y cuestiones prácticas, y se proponen para que
las enseñanzas y los preceptos cristianos se apliquen perfectamente en la
compleja vida diaria y sirvan para la edificación del Cuerpo místico de Cristo
y cumplimiento de su misión sobrenatural.” (Juan XXIII, Humane salutis, 10)3

Ahora bien, estos cambios queridos por el Papa para la iglesia, y de manera
especial los cambios que se generaron en la liturgia, no salieron de la nada, ya
que son el resultado de una serie de acontecimientos y movimientos gestados
ad intra y ad extra de la Iglesia, que creaban un ambiente de necesaria
renovación, sobre todo en lo que tiene que ver con la liturgia, puesto de alguna
manera el pueblo cristiano se reconocía ad portas de otro milenio pero con una
liturgia que no correspondía a su época. Podríamos decir que estos movimientos
desembocaron en la Sacrosanctum Concilium, y los cambios que se dieron

1
Juan XXIII. (25 de Diciembre de 1961). Recuperado de: https://w2.vatican.va/content/john-
xxiii/es/apost_constitutions/1961/documents/hf_j-xxiii_apc_19611225_humanae-salutis.html.
El dia 17 de julio de 2018.
2
Ibíd.
3
Juan XXIII. (25 de Diciembre de 1961). Recuperado de: https://w2.vatican.va/content/john-
xxiii/es/apost_constitutions/1961/documents/hf_j-xxiii_apc_19611225_humanae-salutis.html. El dia 17
de julio de 2018.
gracias a este documento son la respuesta que se esperaba. Podemos resumir
de la siguiente manera estos movimientos:

1. El movimiento litúrgico: Impulsado por los benedictinos franceses como


consecuencia de renovación de estudios patrísticos, históricos y
teológicos, promovieron que la participación de los laicos y la utilización
de la liturgia como método para evangelizar e instruir al pueblo cristiano.
Adicionalmente se le dio gran importancia al sacramento del bautismo, así
como suscitar el carácter celebrativo de la Eucaristía4

2. Las reformas litúrgicas impulsadas por:


 Pío X: animado por el deseo de promover la liturgia como fuente
del espíritu cristiano, promueve activamente la música sacra:
"Como una parte integrante de la liturgia solemne, la música sacra
participa de su finalidad general, que es la gloria de Dios, la
santificación y la edificación de los fieles". Además, la comunión
frecuente, y la comunión de los niños.

 Pío XII: publicó varios documentos de gran importancia para la


renovación de la liturgia, de manera especial dos documentos:
Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la encíclica Mediator
Dei, del 20 de noviembre de 1947. Su influjo era tal, que el
documento que se dio para el estudio previo de la liturgia en el
Concilio Vaticano II, tenía abundantes citas de él.5

 Juan XXIII: Impulsó el movimiento definitivo y convocó el concilio


que llevó a feliz término este movimiento litúrgico.

4
González, J. L. Diccinario Manual de Teología. Barcelona : CLIE 2010.
5
Mejía, A. R. ( 15 de agosto de 2009). Temas de historia de la Iglesia. Recuperado de:
http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/0908151218-historia-de-la-reforma-liturg. El día 17 de
julio de 2018.
3. El movimiento laical: Los más destacados son, el Movimiento de Acción
Católica Juvenil, (juventud Obrera Cristiana) fundado por Josep Cardijn
después de la primera guerra mundial, que impulsaba a los laicos a ser
ejemplos de vida cristiana en sus lugares de trabajo; movimiento que dio
impulso al Vaticano II acerca del papel de los laicos en la Iglesia y en el
mundo. De igual manera el movimiento de la legión de María extendido
desde Dublín a muchas partes del mundo, combinó su espiritualidad seria
de oración con su actividad apostólica.

4. Movimiento bíblico: La encíclica de León XIII sobre la Biblia,


providentissimus Deus, dio un primer impulso, aunque leve. Pero el gran
impulso lo dio la encíclica Divino afflante Spiritu de Pío XII en 1943, que
promovía y animaba los estudios bíblicos. Este movimiento enriqueció
enormemente los documentos del Concilio como Dei Verbum y Lumen
Gentium.

Todos estos movimientos que desde su campo específico impulsaron el aire


de renovación, hicieron ver al Papa Juan XIII que el tema de la liturgia de la
Iglesia debía ser abordado con urgencia dentro del concilio, por eso pidió a la
asamblea conciliar que el primer tema que se tratara fura el de la reforma
litúrgica, puesto que era el tema en que el esquema preparatorio había obtenido
mayor aprobación debido a la concientización que ya tenían los obispos por el
movimiento litúrgico. Este tema se discutió entre el 22 de octubre y el 13 de
noviembre, y una de las mayores novedades fue la adopción de lenguas
vulgares, ya que se ponía el mensaje evangélico de manera más comprensible.
El producto de toda esta reflexión conciliar es el constitución Sacrosactum
Concilium, aprobado el 4 de diciembre de 1963 con una votación casi unánime
(2158 votos a favor y sólo 4 en contra), lo que es una muestra de la profunda
necesidad que tenía la Iglesia, representada por el colegio de los obispos, de
renovar los medios por los cuales acercaba a los fieles a Dios.

Como se puede contemplar hasta aquí, el Concilio Vaticano II lo único que


hizo fue leer los signos de los tiempos, actividad obligatoria de la Iglesia que
siempre ha querido ser fiel a Cristo, y a partir de allí realizar los cambios que se
consideraron necesarios. La Constitución Sacrosanctum Concilium,
reconociendo que hay elementos que son inmutables dentro de la liturgia por
tener origen divino, realiza los cambios “convenientes en aquellos que en el
curso de los tiempos, pueden o incluso deben variar, si acaso se hubieren
introducido en ellas elementos que o no responden adecuadamente a la
naturaleza íntima de la misma liturgia o han llegado a ser menos apropiados”(SC,
21). Esto fue de lo que se percató el movimiento litúrgico, y por su puesto los
padres conciliares, al darse cuenta de que existían en la liturgia elementos que
ya no eran apropiados para el contexto que estaba viviendo la Iglesia.

Ahora bien, lo que se quiere sostener en este ensayo es que esta adaptación
de la liturgia no es algo nuevo en la Iglesia ya que ella siempre ha sido necesaria
incluso desde sus orígenes y aunque siempre ha generado dificultades en su
aceptación, no por esas dificultades se ha dado marcha atrás con la
adaptaciones que se realizaron, como pretenden algunos grupos llamados a sí
mismos “tradicionalistas”, que llevados por una especie de nostalgia por lo
pasado quieren volver al rito extraordinario y con ello a toda la liturgia pre-
conciliar.

En la época apostólica, el cristianismo comenzó a gestarse como un grupo


religioso dentro del judaísmo y poco a poco fue dando una nueva interpretación
a determinadas tradiciones pero a la luz del misterio pascual de Jesucristo dando
origen una nueva visión del Dios revelado al pueblo hebreo. En este ambiente
de la Iglesia naciente se gestaron tres corrientes que fueron dando origen a un
nuevo culto: el primero grupo, representado por Pedro, son los judaizantes que
pretendían iluminar el culto judío con el misterio de cristo; un segundo grupo que
apelaba por abrir el misterio revelado a los gentiles pero separado de las
costumbres judías, y su mayor representante es Pablo de Tarso; por ultimo
estaba el grupo de aquellos que apegados de manera extrema a las costumbres
judías rechaza todo los que tuviera que ver con los paganos. Estos tres grupos
de cristianos de una misma Iglesia se fueron expandiendo y pronto fueron
comprendiendo que en la medida que el cristianismo salía del ambiente judío
“tenía la necesidad de adaptarse y de transformar cuanto de bueno y noble se
contenía en la religión de cada lugar”.6 Muy pronto los cristianos cambiado la
manera de rendir culto a Dios pero con una liturgia diferente a las de los judíos,
conservando sin embargo lo más profundo de la Revelación, “ya que no se
trataba de una ruptura sino de una plenificación de la religión de los padres.7”

Contemplando el panorama que vivieron las comunidades apostólicas y


como se vieron en la obligación de adaptarse al contexto que vivían en un mundo
extra-judío, cabe preguntarse si no es ese el mismo espíritu que manifiesta SC
34 cuando pide que los nuevos ritos han de adaptarse a la capacidad de los
fieles, incluso permitiendo que cada ordinario determine en qué medida se ha de
usar la lengua materna de cada territorio según SC 36 § 1.

Otro ejemplo claro de la necesaria adaptación litúrgica que tuvo que atravesar
la Iglesia fue la que se presentó a partir del siglo IV con el edicto de Milán dado
por Constantino. El contexto es claro. El cristianismo era una religión prohibida y
por lo tanto la celebración de la Eucaristía era de manera clandestina y de
doméstica. A partir de edicto y con la adopción del cristianismo como religión del
imperio la Eucaristía “se transforma progresivamente en algo solemne y regio
dentro del esplendor de las basílicas constantinianas”8. Este época es un
ejemplo claro de la adaptación e inculturación de la liturgia según el contexto que
se vivía ya que,

“es indudable, por ejemplo, que en esta época los ceremoniales pontificales
eran adaptaciones de los utilizados en la corte imperial. Las vestiduras litúrgicas,
que tantos cambios han experimentado, eran originariamente la túnica romana, la
paenula o toga y la mappula. Pero como ejemplo clásico de la relación entre
liturgia cristiana y estructura socio-política de la época tenemos las oraciones para
la ordenación de los obispos, presbíteros y diáconos en el sacramentario
Veronense (LXXVIII, 942-954). En dichas oraciones, términos como honor,
dignitas y gradus no dejan de ser frecuentes. Ahora bien, en el ambiente socio-
político romano tales términos se refieren a un cargo público, con sus diversos
grados, y a su honor y dignidad respectivos. Sin embargo, hay que decir que en
la utilización de la terminología de la época el sacramentario hizo uso de una
tipología bíblica”9.
Como en la época apostólica, se mantiene lo esencial de la celebración,
como por ejemplo el uso de la Sagrada Escritura, pero ahora la celebración

6
SARTORE, D. TRIACCA, A. M. CANALS, J. M. NUEVO DICCIONARIO DE LITURGIA. San Pablo. Madrid,
1997 pg. 5
7
Ibíd. Pg. 4
8
Ibíd. Pg. 7
9
Ibíd. Pg. 8
está impregnada de solemnidad y esplendor se han adoptado los matices del
ambiente romano. La Iglesia aquí tampoco pensó en volver a la manera
antigua de celebrar, simplemente se adaptó a lo nuevo y comenzó a rendir
culto a Dios con una liturgia renovada tal como lo hizo el Vaticano II.

Estos dos ejemplos que se han dado nos son más que una pequeña
muestra de que el Concilio Vaticano II con la Sacrosanctum Concilium
manifiesta una dinámica de continuidad no sólo en lo esencial del culto
litúrgico y eucarístico, sino también una dinámica de continuidad en la manera
como siempre ha actuado la Iglesia adaptándose a sus contexto sin perder su
esencial. Es decir, el cambio que se dio en la liturgia era algo necesario para
la Iglesia que en pleno siglo XX reconocía que se estaba quedando en otra
época que no le correspondía y así lo manifiesta los numerales 21-40 que
presentan los principios generales para la reforma de la liturgia.

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