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Borderland

Atilio Chiappori

Estudio preliminar de
Soledad Quereilhac

COLECCIÓN LOS RAROS Nº 47


COLECCIÓN LOS RAROS
Biblioteca Nacional

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2015, Biblioteca Nacional

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ISBN

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Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
ÍNDICE

Estudio preliminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
por Soledad Quereilhac

Borderland

La interlocutora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Un libro imposible . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
La corbata azul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
El pensamiento oculto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Madamoiselle Gavroche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
La mariposa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
El daño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Estudio preliminar
por Soledad Quereilhac

Hacia ines del siglo XIX, el nombre “borderland” estaba asociado


al mundo del espiritismo: así se llamaba la revista que, entre 1893
y 1897, dirigió el periodista inglés William homas Stead, cen-
trada en la difusión de las investigaciones psíquicas, los fenómenos
producidos por los médiums y otros asuntos paranormales. De
aparición trimestral, Borderland traspasó las fronteras de su país y
tuvo llegada a diferentes ciudades de Europa y de América, entre
ellas, Buenos Aires. Una revista local como Constancia. Revista
Semanal Sociológico-Espiritista solía reproducir algunos de sus
artículos. También llegaron a nuestro país noticias de los libros
que el pionero periodista inglés publicó sobre diferentes casos de
fenómenos extraños: Real Ghost Stories (1891), More Ghost Stories
(1892) y After Death: Letters from Julia (1905).1 Como este último
reunía cartas ya publicadas en su revista (cartas dictadas por el
espíritu de una periodista muerta al propio Stead, que era médium
escribiente), fue conocido vulgarmente en la época bajo el título
Borderland, a pesar de que ese no fuera su nombre original.
Dos años después, en 1907, se editó en Buenos Aires el primer
libro de relatos de Atilio Chiáppori compuesto por seis cuentos,
algunos de los cuales ya habían sido dados a conocer en el diario
La Nación. Su título, claro está, fue Borderland y esta elección
mereció una nota aclaratoria del autor:

William Stead, usando el derecho de prioridad, ha publicado un


libro ocultista con el título de este volumen. Sin embargo, el autor
lo adopta, sencillamente, convencido de que a ninguna tierra,

1 La traducción castellana de los títulos es: Historias reales de fantasmas


(1891), Más historias reales de fantasmas (1892) y Después de la muerte: cartas
de Julia (1905).
10 Soledad Quereilhac

como a ésta de sus personajes, podrá aplicársele con mayor propie-


dad la designación expresiva de ‘Borderland’, Tierra de confín.2

Chiáppori se refería, por cierto, a la obra After Death: Letters


from Julia, conocida también como Borderland, y si bien su libro
pertenecía al mundo de la icción literaria, compartía algo más
que el título con ese universo a medias místico, a medias laico,
que tenía en Stead a uno de sus tantos referentes célebres. Con
esta nota, Chiáppori no sólo demostraba su indulgencia respecto
de cualquier efecto de repetición sino que además señalaba la
cercanía de su “tierra de confín” con los temas del espiritismo
moderno y experimental tal como Stead lo practicaba, así como
con las ciencias ocultas en general en su versión de in de siglo:
racionalizadoras de los fenómenos, ansiosas por encontrar expli-
caciones cientíicas sobre las fuerzas de la mente y del espíritu,
empecinadas en llevar “más allá” las fronteras del conocimiento.
En la elogiosa reseña bibliográica publicada en La Nación, su
íntimo amigo, el escritor Emilio Becher, airmaba: “Este título de
‘Borderland’ –tierra de frontera– conviene como ningún otro a la
obra de don Atilio Chiáppori”,3 y amparaba sus argumentos en
una serie de híbridos disciplinares que atravesaban las historias.
Becher encontraba en el primer relato (“Un libro imposible”),
tanto “las conjeturas de la clínica” como “la hipótesis del ocul-
tismo”. Señalaba que las experiencias de cientíicos reconocidos
de la época en el terreno del espiritismo, como las del psiquiatra
Jules Bernard Luys,4 aparecían versionadas iccionalmente en el

2 Chiáppori, Atilio, “Nota” en Borderland (p. 48; las páginas citadas en el


prólogo corresponden a la presente edición).
3 Publicada el 26 de noviembre de 1907 en La Nación con la firma de Emilio Becher.
4. Jules Bernard Luys (1828-1897) fue un psiquiatra y neurólogo francés muy
reconocido por su estudio de la anatomía cerebral. Entre varias instituciones,
trabajó con Jean Martin Charcot en la clínica de la Salpetrière y hacia el final
de sus días, se dedicó al estudio de fenómenos paranormales.
Estudio preliminar 11

libro de Chiáppori tanto como los casos extremos de “perturba-


ción mental”. Si por un lado “ha estudiado en su libro con una
prolijidad cruel los fenómenos más dolorosos de la inteligencia”,
por otro, airmaba Becher, “las cosas no son ante sus ojos sino
los signos permanentes y materiales de fuerzas invisibles y en
este sentido habría derecho para tenerle por un escritor místico”
(p. 45).
El nombre Borderland englobaba, entonces, con notable ei-
cacia tanto el mundo de frontera de los personajes de Chiáppori
–que oscilaban entre la cordura y la locura, la materia y el espí-
ritu, la realidad y la alucinación, entre otros lindes– como los
vínculos del texto con la cultura de la época, puntualmente,
con esa zona de encuentro entre las inquietudes de las ciencias y
los misterios del espiritualismo tan característica del período de
entresiglos. Cabe señalar, a propósito, que el estudio por parte
de cientíicos prestigiosos de los fenómenos ocultos, como los
difundidos por Alfred R. Wallace, William Crookes, Charles
Richet, Cesare Lombroso,5 entre otros, solía ser pensado en la
época como un auténtico cruce de frontera o, mejor aún, como
una osada estadía en “borderland”, la tierra limítrofe con la
muerte o con la fantasmagoría. Asimismo, en la amplia difusión

5. Alfred Russell Wallace (1823-1913) fue el naturalista inglés que postuló,


junto con Charles Darwin, la teoría de la evolución de las especies por selec-
ción natural. Arribó, de hecho, a las mismas conclusiones que Darwin un año
antes que él, en 1858. Paralelamente a sus trabajos científicos, investigaba el
espiritismo y publicó notables informes sobre los fenómenos presenciados.
William Crookes (1832-1919) fue un físico inglés especializado en el estudio
de la radiación; también se interesó por el espiritismo e hizo públicas sus
investigaciones con médiums. Charles Richet (1850-1935) fue un fisiólogo
francés ganador del Premio Nobel de Medicina en 1913 por su estudio de
las alergias. Publicó libros sobre el espiritismo y lo paranormal de amplísima
circulación en la época. Finalmente, Cesare Lombroso (1835-1909), médico
y criminólogo italiano, se dedicó a estudios similares a partir de 1890. Todo
ellos eran científicos asiduamente mencionados en la prensa argentina y sus
libros traducidos al castellano se vendían en las librerías.
12 Soledad Quereilhac

periodística que estos temas tuvieron durante esos años, aparecía


recurrentemente la imagen de un avance hacia un territorio aún
intocado por el conocimiento cientíico, un territorio que ante-
riormente estaba más allá del “borde”, una especie de desierto
ajeno a la ciencia que ahora se convertía en fructífero campo de
investigación.
Al publicar los relatos de Borderland, Atilio Chiáppori logró
una de las mejores manifestaciones de la narrativa fantástica de
la época, orientada en la senda ampliamente cientiicista que
ya había transitado Eduardo L. Holmberg desde la década del
setenta del siglo XIX y que continuó Lugones con sus prime-
ros relatos publicados en diarios y revistas desde 1897, luego
incluidos (en parte) en su libro Las fuerzas extrañas de 1906. En
ambos autores era posible encontrar una concepción de lo cien-
tíico claramente miscelánea y en total sintonía con los descu-
brimientos, teorías e inquietudes irresueltas del campo cientíico
del período de entresiglos, sobre todo aquello vinculado al salto
desde una perspectiva puramente materialista hacia cuestiones
espirituales y del más allá. De manera contemporánea a lo que
ya empezaba a publicar Horacio Quiroga en el semanario Caras
y Caretas durante la primera década del siglo, en su mayoría rela-
tos que luego integrarían Cuentos de amor de locura y de muerte
(1917), y en sintonía también con relatos más tardíos como
La psiquina, de su íntimo amigo Ricardo Rojas, publicado en
La novela semanal (1917), Atilio Chiáppori integra junto a ellos
la primera camada de escritores que dio inicio y consolidó la
narrativa fantástica en la Argentina, cuyas mejores expresiones se
impregnaron de un imaginario tanto cientiicista como ocultista
y extrapolaron hacia horizontes fantásticos tensiones culturales
de época en torno al conocimiento secular.
Borderland, por ello, antes que un precursor de un género fan-
tástico que encontraría cabal elaboración en la década de 1940
con Jorge L. Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (tal
Estudio preliminar 13

como sostienen algunos críticos),6 es un logrado representante de


lo fantástico de entresiglos y conforma, junto con los anteriores
autores, el primer capítulo de la historia de este modo narrativo
en nuestras letras. Lejos de ser una forma embrionaria o inaca-
bada, los relatos fantásticos de Holmberg, Lugones, Chiáppori y
Quiroga responden a constantes tanto formales como temáticas
que se explican por el contexto histórico cultural del que emer-
gen y con el cual dialogan en clave de fantasía.
Aquello que conforma lo misterioso, lo utópico y lo pesadi-
llesco en el relato fantástico nunca es una constante sino que
se transforma históricamente, junto con la sociedad y su cul-
tura. Y estas transformaciones no afectan sólo a los tópicos lite-
rarios, sino que además determinan las formas de los relatos,
su lenguaje, su estructura, la perspectiva con la que se presenta
lo sobrenatural y los códigos culturales que se presuponen en
la icción. Chiáppori sintonizó como pocos la curiosidad y el
temor que despertaban en la época los avances de la psicología,
la psiquiatría y la medicina, paralelamente a las investigaciones
sobre lo espiritual y lo paranormal, y representó ese cúmulo de
emociones con sus historias fantásticas y extrañas, tensando los
hilos de su cultura contemporánea. Creó para ello un territorio
literario propio, su “borderland”, donde los híbridos y las mix-
turas encontraron su lenguaje.
Con sensibilidad y gusto modernista, Chiáppori es, además,
una pluma importante para derribar algunos mitos de la crítica,
sobre todo cuando se condena al modernismo al repertorio sen-
sualista de ninfas, cisnes, castillos y esoterismo, y no se detecta,
neciamente, el gran atractivo que ciertas cuestiones de la ciencia
6 Luis Emilio Soto ya sostenía en 1959 que la inclusión del hipnotismo, los
cuadros de demencia y los temperamentos voluptuosos se había convertido
rápidamente en un recurso vetusto, pero le reconoce a Chiáppori su valor
como precursor del cuento extraño. (Soto, L. E., “Esteticismo y esoterismo:
Borderland”, en Arrieta, Rafael Alberto (dir.), Historia de la literatura argenti-
na, Tomo IV, Buenos Aires, Peuser, 1959, p. 330).
14 Soledad Quereilhac

despertaron siempre en los modernistas, sobre todo las zonas


de contacto entre ciencia y espiritualismo. Hay en Chiáppori
tanta fascinación por la lividez de sus jóvenes mujeres, los esta-
dos enfermizos apenas decadentes y la frase adornada de metá-
foras cromáticas, como por la experimentación médico-ocultista
o por los ensayos de exteriorización de la sensibilidad tal como
los practicaban los investigadores de la época.7 Los relatos de
Chiáppori son ejemplo de que los antagonismos entre ciencia y
modernismo, entre materialismo y espiritualismo, son ante todo
construcciones posteriores que pecan de esquemáticas acaso para
facilitar el armado de un liviano cuadro de época, acaso para
poder situar al autor o a la obra estudiada en el terreno de lo
contra hegemónico, vicio ya recurrente de cierta crítica. No todo
producto cultural del período de entresiglos que no adscribiera
expresamente al positivismo era, por decantación, anti-cientíico
ni ajeno a todo interés por los avances de la ciencia; ni, por otro
lado, todo discurso identiicado con las ciencias fue inmune a
la mística. La cultura de entresiglos es una gran gama de gri-
ses en torno a estas cuestiones y la literatura fantástica es, por
cierto, uno de los terrenos más ricos para explorar esa gama. En
este sentido, una lectura actual de Borderland no sólo permite
encontrarse con la originalidad de las fantasías de Chiáppori,
sino también revela cierta sensibilidad de época respecto de los
misterios, los miedos y los ensueños de una cultura secular. Por
añadidura, nos recuerda que el género fantástico en nuestro país
tiene larga data y que sus formas han estado siempre ligadas a
las encrucijadas culturales de su época. Al releer Borderland hoy,
el lector no sólo se encuentra con relatos desestimados por la

7 Uno de ellos es Albert De Rochas (1837-1914), un oficial politécnico del


ejército francés y un investigador metapsíquico muy famoso en los años de
entresiglos. Es autor de numerosos libros sobre exteriorización de la sensibi-
lidad y otros fenómenos. Fragmentos de sus libros fueron reproducidos en la
revista espiritista Constancia.
Estudio preliminar 15

crítica y las historias de la literatura argentina,8 sino que también


realiza un viaje en el tiempo hacia una forma de sentir e imaginar
el mundo en clave fantástica y extraña, plasmada por un joven
escritor del 900.
Borderland había gozado, hasta el momento, de dos reedicio-
nes: una en 1921, cuando Manuel Gálvez decidió incluirlo en
su colección “Biblioteca de Novelistas Americanos”. En esa oca-
sión, se incluyó la reseña bibliográica que Emilio Becher había
publicado en La Nación como introducción al libro. La segunda
edición data de 1954, cuando la editorial Kraft publicó con-
juntamente Borderland y la novela La eterna angustia (1908),
una historia de macabra originalidad acerca de un ginecólogo
que lacera el cuerpo de una mujer por despecho. La edición de
Kraft también conservó la reseña de Becher, texto que decidimos
conservar, a su vez, en esta, su tercera edición. Cabe mencionar,
no obstante, que en 1986, su hijo, Sergio Chiáppori, publicó
la antología Prosa narrativa, en la que incluyó tres relatos de
Borderland, fragmentos de La eterna angustia, algunos relatos
de La isla de las rosas rojas (1921) y otros textos. Han pasado
muchos años desde aquellas reediciones parciales o completas, y
su inclusión ahora en la colección Los Raros claramente renueva
el horizonte de lectura y su diálogo con los lectores.

8 La bibliografía sobre Chiáppori es modesta. Para ver una reconstrucción


de las lecturas críticas hasta la década del ochenta, véase Chiáppori, Sergio,
“Noticia preliminar” a Chiáppori, Atilio, Prosa narrativa, Buenos Aires,
Academia Argentina de Letras, 1986, pp. XI-XXIX. También: Gagliardi,
Guillermo R., “Atilio Chiáppori (1880-1947) entre mis libros”, en http://
leonino1950.blogcindario.com/2011/08/01657-atilio-chiappori-mi-bibliogra-
fia-por-guillermo-r-gagliardi.html [Consulta: 15 de febrero de 2015]. Entre
los estudios más recientes se hallan Molloy, Sylvia, “La violencia del género y
la narrativa del exceso: notas sobre mujer y relato en dos novelas argentinas
de principios de siglo”, Revista Iberoamericana, vol. LXIV, núms. 184-185,
julio-diciembre de 1998, pp. 529-542; y Prieto, Martín, “La prosa modernista
de Enrique Larreta y Atilio Chiáppori”, Breve historia de la literatura argentina,
Buenos Aires, Taurus, 2006, pp. 164-167.
16 Soledad Quereilhac

Entre aquellos aspectos que se iluminan de otra manera con


esta reedición está, como dijimos, su valor como integrante del
primer lote de relatos fantásticos de calidad en la literatura argen-
tina. Y es curioso que lo que hoy puede valorarse como hallazgo
no siempre gozó de la misma perspectiva. Las aguas estuvieron
divididas en 1907 respecto de Borderland: a la ya citada nota de
Emilio Becher podemos sumar, como lecturas altamente valo-
rativas del libro, la correspondencia privada que el autor man-
tuvo con Ricardo Rojas y con Alberto Gerchunof. El primero le
envió desde Italia un detallado análisis de los relatos, señalando
aciertos y alguna que otra objeción, pero en líneas generales su
apreciación era que:

Borderland es uno de los buenos libros que han aparecido en


el Río de la Plata durante los últimos diez años y uno de los
mejores entre los cuentos y novelas. Quizás no me sería difícil
indicar su verdadera ubicación entre estos últimos, pero toda
comparación es desagradable y bástele saber que lo preiero a
otros que han tenido la prioridad debido a la falta de sin-
ceridad crítica que hay entre nosotros. Hallo en usted gran
probidad en el conocimiento de los asuntos, habilidad en la
condensación del relato y sentido estético en la labor del estilo.
Se ve, además, que son ciertos reinamientos de su sensibilidad
los que le han llevado a la elección de esos temas y no el sno-
bismo o la rebusca intelectual y querida de lo extraordinario.
Estas cualidades, especialmente la última, tienen para mí gran
importancia, porque constituyen un elemento de moralidad
que falta en la mayor parte de nuestra literatura”.9
9 Ricardo Rojas. [Carta enviada por Ricardo Rojas a Atilio Chiáppori].
Roma, 1ro de enero de 1908, 8 h. Biblioteca “Jorge Luis Borges” de la
Academia Argentina de Letras. Archivo epistolar “Atilio Chiáppori”, http://
www.letras.edu.ar/wwwisis/achi/form.htm [Consulta: 12 de febrero de 2015].
Todas las cartas subsiguientes pertenecen al mismo archivo epistolar, de modo
que no se repetirá la referencia.
Estudio preliminar 17

En una carta posterior, enviada desde Madrid, Rojas mantiene


el entusiasmo por el libro y le informa a su amigo que le regaló
un ejemplar de Borderland a Rubén Darío, al tiempo que dejó
otro en la Biblioteca de la ciudad.10 En una línea similar, Alberto
Gerchunof le manifestó a Chiáppori en varias cartas a lo largo
de 1907 cuánto valoraba su reciente publicación: “Querido
Chiáppori: su Borderland (¡ojalá fuese mío!) me obliga a una
activa correspondencia con usted”.11 “Hoy releo ‘Mademoiselle
Gravroche’. Está impecablemente escrito. Sin dudas, usted es de
los que mejor escriben por aquí y tiene poco que esperar del
futuro en materia de perfecciones”.12 Gerchunof decía estar
escribiendo un artículo sobre el libro, pero la irrupción de la
reseña de Becher termina inhibiéndolo. En todo caso, quedan
sus cartas como testimonio del entusiasmo. Un entusiasmo
que, al igual que el de Rojas, no enfatiza tanto en cuestiones de
género (literatura fantástica) como en la calidad de su escritura
y, en el caso de Rojas, en la sinceridad de su gusto sensible por lo
extraño, lejos de snobismos.
No obstante, no todos fueron elogios: en la revista Nosotros,
para la que Chiáppori colaboraba regularmente, Roberto Giusti
fue algo más reticente. Si bien destacaba cuestiones de estilo y de
“arquitectura de la frase”, reducía el libro a un “intento”, a una
obra a medias acabada. Y añadía, además, una observación inal
que desestimaba los relatos por enfermizos y decadentes:

Este Borderland es una lor extraña: es un libro demasiado


doloroso. Sobre sus páginas se cierne una atmósfera malsana.

10 Ricardo Rojas. [Carta enviada por Ricardo Rojas a Atilio Chiáppori].


Madrid, 23 de mayo de 1908, 4 h.
11 Alberto Gerchunoff [Carta enviada por Alberto Gerchunoff a Atilio
Chiáppori]. Buenos Aires, ¿2 de septiembre? de 1907, 2 h.
12 Alberto Gerchunoff [Carta enviada por Alberto Gerchunoff a Atilio
Chiáppori]. Buenos Aires, s/m, 1907, 3 h.
18 Soledad Quereilhac

Por eso, expresando una opinión puramente personal, sin pre-


tensiones de despacharla como receta, gustaríame que el señor
Chiáppori se apartara desde ya de esta literatura anormal, y
nos diera con su estilo tan propio, tan inconfundible, algún
otro libro –¿cómo decirlo?– más sano, más humano…13

Su desaprobación de la “atmósfera malsana” apunta directa-


mente a aquello que un lector de literatura fantástica y extraña
valoraría hoy como positivo: su experimentación con los lindes
entre la razón y la locura, la alucinación y la culpa, la vida y la
muerte, aprendida claramente en Edgar Allan Poe (las menciones
a “Ligeia”, por ejemplo, son recurrentes en Borderland). Años más
tarde, Luis Emilio Soto, en el marco de un tomo de la Historia de
la literatura argentina dirigida por Rafael Alberto Arrieta, conservó
algunos de estos reparos aunque combinándolos con otras obser-
vaciones que demostraban más ina sintonía con las historias de
Chiáppori. Soto también eligió la ubicación de “precursor” para
proferir más cómodamente sus críticas al texto. Si bien reconstruía
con solidez el marco cultural que posibilitó la buena recepción de
un libro que combinaba misterios, nociones de medicina e insi-
nuaciones espiritistas, también apuntaba:

Borderland paga el tributo a la tiranía literaria de un mo-


mento de transición, a despecho de la clarividente resistencia
de su autor. El propio Augusto Caro –protagonista del relato
más extenso del volumen– deiende a los héroes de un libro
nonato. […] El ambicioso estudio del caso clínico y la tramoya
del terror relegan el conlicto espiritual a una zona difusa.
Quizás tales experiencias metapsíquicas, que en Borderland
apenas se insinúan, no pasan de ser curiosidades alrededor del
misterio, tanteos de un aicionado a ensayar al amparo de la
13 Giusti, Roberto “Letras argentinas”, Nosotros, Buenos Aires, Tomo I, nro.
5, diciembre de 1907, p. 333.
Estudio preliminar 19

icción novelesca las revelaciones de Charles Richet. Pero es


innegable el clima de expectación escalofriante que consigue
Chiáppori con su poder de sugestión narrativa.14

Chiáppori no estaba solo en esta supuesta iccionalización de


experiencias como las de Richet; también Lugones construyó
muchas de sus fantasías de Las fuerzas extrañas al amparo de teo-
rías y experiencias cientíicas (o pseudo-cientíicas) contemporá-
neas, muchas de ellas expresamente mencionadas en sus cuen-
tos, y otro tanto realizaría, acaso de manera más laxa, Horacio
Quiroga. Pero este ejercicio, que años más tarde sería un rasgo
constitutivo de la ciencia icción, no era valorado en sí mismo
por la crítica, sino visto como un desvío del contenido dramá-
tico necesario en toda narración o del trazado de una psicología
para los personajes. Por el contrario, el lector actual sabe que la
proyección iccional de teorías e hipótesis que surgen de diferen-
tes disciplinas y la voluntad de racionalizar, con algún tipo de
explicación lógica, el fenómeno sobrenatural que se narra, es una
experiencia literaria en sí misma que nada le debe a una supuesta
compensación dramática. En este sentido, los cuentos de estos
autores surgidos del modernismo fueron pioneros en la creación
de auténticas fantasías cientíicas, si bien muchas veces dentro
del caliicativo “cientíicas” se incluyera un amplio y heterogéneo
espectro de disciplinas.

Apuntes biográicos

No poco tuvo que ver en la elección de estas fantasías la


formación de cada uno de los autores. En mayor o en menor
medida, tanto Holmberg como Lugones, Quiroga y Chiáppori
14 Soto, Luis Emilio, “Esteticismo y esoterismo: Borderland”, op. cit., pp.
327-8.
20 Soledad Quereilhac

combinaron su vocación por las letras con sus conocimientos


sobre ciencias, a veces adquiridos en la universidad, otras veces
de manera autodidacta. Eduardo Holmberg se recibió de médico
en 1880, pero toda su vida trabajó como naturalista; se dedicó
al estudio de aves y arácnidos, y entre 1888 y 1903 fue direc-
tor del Zoológico de Buenos Aires. Con un recorrido inverso,
Leopoldo Lugones ingresó en 1898 en la Rama “Luz” de la
Sociedad Teosóica y se convirtió en un miembro activo, colabo-
rador de su revista Philadelphia. Allí, discutía temas cientíicos
desde la perspectiva teosóica y es claro que así como La doctrina
secreta de Helena Blavatsky se convirtió en parte fundamental de
su biblioteca, muchos libros de divulgación cientíica también
lo hicieron, acorde con la voluntad teosóica de alcanzar una
síntesis de todos los conocimientos. Lugones siempre se vinculó
con las ciencias desde un lugar altamente especulativo, buscando
incrustar en su discurso matrices espiritualistas; ejemplo de ello
son sus libros Elogio de Ameghino (1915) y El tamaño del espacio
(1921). Por su parte, Horacio Quiroga, si bien carecía de forma-
ción académica, fue un autodidacta: montó un laboratorio en
Buenos Aires donde practicaba galvanoplastia, se fascinó con los
aspectos técnicos de la fotografía y ensayó diferentes emprendi-
mientos agrícolas en Misiones.
Atilio Chiáppori no quedó fuera de estas mixturas formati-
vas. Ingresó en 1897 a la Facultad de Ciencias Médicas y cursó
hasta el quinto año; le interesaba sobre todo la psiquiatría. Allí
se hizo amigo del futuro cirujano Enrique Finochietto, quien
al momento de publicar Borderland le envió sus felicitaciones
desde Viena.15 Sin embargo, cuando estaba cerca de recibirse de
médico, Chiáppori abandonó sus estudios para dedicarse a la

15 Finochietto, Enrique [Tarjeta enviada por Enrique Finochietto a Atilio


Chiáppori], Viena, 13 de julio de 1907, 2 h. Biblioteca “Jorge Luis Borges” de
la Academia Argentina de Letras. Archivo epistolar “Atilio Chiáppori”, http://
www.letras.edu.ar/wwwisis/achi/form.htm [Consulta: 12 de febrero de 2015].
Estudio preliminar 21

literatura y al arte. En 1902, comenzó sus primeras colaboracio-


nes como periodista y simultáneamente, a instancias de las exi-
gencias paternas, regenteó una farmacia durante algún tiempo.
Fue en esos años cuando conoció a Ricardo Rojas, Emilio
Becher, Alberto Gerchunof, Mario Bravo, Manuel Gálvez,
Eugenio Díaz Romero y Charles de Soussens; todos ellos, junto
con otros, se reunían en el cuarto de Emilio Ortiz Grognet, anti-
guo compañero de Chiáppori del Colegio Salvador, con quien
se terminó reencontrando en este ambiente de jóvenes escritores
y periodistas de profesión.16
Chiáppori solía escribir en diferentes revistas y diarios por-
teños sobre letras francesas, artes plásticas y literatura en gene-
ral. Fue colaborador de Ideas, la revista de Manuel Gálvez; de
Nosotros, dirigida por Giusti y Alfredo Bianchi; de los semana-
rios El Hogar y Caras y Caretas, donde publicó adelantos de La
eterna angustia, y donde aún permanecen inéditos en libro varios
croquis y relatos costumbristas. Fue crítico de arte en el diario
La Nación durante varios años y luego en el diario La Prensa.
En 1911, fundó la primera revista de arte en Argentina, Pallas,
inanciada de su propio bolsillo. Además de desempeñarse en
varios cargos públicos, Chiáppori ingresó como secretario del
Museo Nacional de Bellas Artes el mismo año en que lanzó
Pallas y, diez años más tarde, asumió como Director. Su carrera
comenzó a orientarse, mayormente, hacia las artes plásticas y esa
dirección siguieron también sus publicaciones: La belleza invi-
sible (1919), Luz en el Templo (1940), La inmortalidad de una
Patria (1942) y Maestros y Temperamentos (1943), todos ensayos
sobre cuestiones estéticas. Sólo un libro de relatos se intercaló
en esta clara orientación hacia la plástica: La isla de las rosas rojas
(1925), donde reaparecen algunos personajes de Borderland y de
La eterna angustia. No obstante, cabe señalar que su hijo, Sergio
16 Véase al respecto Chiáppori, Atilio, Recuerdos de la vida literaria y artística,
Buenos Aires, Emecé, 1944.
22 Soledad Quereilhac

Chiáppori, menciona un cuarto libro de icción, Relatos de la


Floresta, que permanece inédito.17
Chiáppori es uno de los miembros fundadores de la Academia
Argentina de Letras, impulsada por Manuel Gálvez en 1931; su
participación evidenció, no obstante, las diferencias con Ricardo
Rojas, quien renunció inmediatamente al convite. El golpista José
Félix Uriburu estaba en el poder en ese momento y muchos simpa-
tizantes con el radicalismo desistieron de participar (otros fueron
vetados por el gobierno, como Lisandro de la Torre y Baldomero
Fernández Moreno). Con los años, Chiáppori giró hacia una
posición más conservadora en el arte, pero durante la primera
década del siglo sin dudas estuvo en sintonía con un imagina-
rio emergente y transgresor de los códigos literarios imperantes
para la narrativa. Ciertamente, sus años en la Facultad de Ciencias
Médicas, sus lecturas de Poe, Baudelaire, Flaubert, D’Annunzio,
Darío, entre muchos otros, sus conocimientos sobre artes plásticas
y su curiosidad por lo ocultista (al menos, como motivo literario)
lo habían dotado de un proverbial mosaico de registros con los
cuales concebir posible fantasías “de frontera”.
Vale mencionar aquí el rol que su amistad con Emilio Becher
cumplió en su literatura. Tal como reconstruye en Recuerdos de la
vida literaria y artística, y tal como se evidencia en su correspon-
dencia personal, a principios de siglo Becher, Rojas y Chiáppori
mantenían estrechos lazos de amistad. Becher había sido miem-
bro de la Sociedad Espiritista Constancia, dirigida por su
padrino, Cosme Mariño, y había colaborado entre 1898 y 1903
en la revista homónima, antes de incorporarse como crítico lite-
rario en La Nación. Este escritor suele ser recordado como el
ejemplo más cabal de una típica igura del 900: el joven talen-
toso sin obra, la eterna promesa que nunca se concreta, aquel
que sucumbe de manera deinitiva ante la página en blanco.

17 Chiáppori, Sergio, op. cit, p. XX.


Estudio preliminar 23

Tanto Chiáppori como Rojas han dejado intensos retratos de su


amigo tempranamente fallecido (en 1921, con 39 años), aque-
jado tanto de talento como de inestable y enfermiza sensibili-
dad.18 Mucho del universo de Emilio Becher –aquel universo
que escasamente plasmó en el papel pero que cobró forma en
su propia vida– parece habitar los relatos de Borderland, pun-
tualmente “Un libro imposible”. Su protagonista, un escritor
hiperestésico, lector tanto de simbolistas, esteticistas y moder-
nistas como de ocultistas y cientíicos, busca la mayor experi-
mentación en el arte: ser él mismo sus personajes convirtiéndose
en médium de numerosas almas perdidas. Pero, como veremos,
su empresa fracasa y su obra queda eternamente inconclusa; lo
único que termina teniendo entre sus manos el nervioso y enla-
quecido protagonista es la página en blanco y el mito de haber
sido una joven promesa.
Esa obra inconclusa lo aqueja en un lenguaje muy similar al
que se observa en parte de la correspondencia de Becher. Rojas
dice que sus mayores crisis depresivas comenzaron en 1907, año
en que Chiáppori ideó los relatos que integrarían Borderland.
Estando Rojas en Europa, lee en una de sus cartas:

Yo he pasado una mala época: la gran depresión intelectual


y moral. Estoy esplinético (sic) y rabioso. Mi trabajo en La
Nación se mecaniza cada día más y fuera de La Nación no
tengo nada. Vuelvo a entrar en un nuevo período de sueño
nirvánico.19

18 Véase Rojas, Ricardo, “Evocación de Emilio Becher”, en Emilio Becher,


Diálogo de las sombras y otras páginas, Buenos Aires, Instituto de Literatura
Argentina, FFyL, UBA, 1938, pp. V-XLVII; y Chiáppori, Atilio, “El cuarto
de Emilio”, en Recuerdos…, op. cit., pp. 109-117.

19 Carta citada en Rojas, Ricardo, “Evocación de Emilio Becher”, op. cit.,


p. XXXII.
24 Soledad Quereilhac

Curiosamente, Augusto Caro, el protagonista de “Un libro


imposible”, esto es, el autor de ese libro que ya no va a concre-
tarse, dice en líneas similares:

He vivido tantas emociones contradictorias, he relejado tantos


rostros, he vibrado en tantas sensaciones, que ahora mi vida
la encuentro en todas partes, menos en mí. Y no sólo por esa
dispersión de espíritu carezco de unidad personal, sino que, no
pudiendo conmoverme sino disgregándome, ahora el mundo
exterior es para mí un enigma frío. Puedo decir que ya he
desaparecido (p. 99).

La comparación no deja ser, claro está, una hipótesis; pero aun


cuando el personaje de Augusto Caro no remita ciento por
ciento a Emilio Becher, es innegable que Chiáppori ha volcado
en su personaje un claro pathos cultural de época vinculado a
la esterilidad literaria, a las diicultades de concretar una obra
en un campo literario aún en formación y a la desorientación
general de una generación de jóvenes escritores que tenían toda
la literatura argentina aún no escrita en sus manos. La conjun-
ción de este escritor estéril que se había adentrado en el mundo
de los espíritus para conseguir su materia narrativa parece un
espectro de Becher, así como de otros colegas que anhelaban
multiplicar las páginas de lo que buscaba armarse como litera-
tura argentina.
A ello puede agregarse, también, el hecho de que el relato
fantástico tenía aún escasos representantes locales. Si bien
la obra de Holmberg es signiicativa y él fue un cultor casi
excluyente del género, Lugones, como sabemos, publicó sólo
dos libros de relatos fantásticos (Las fuerzas extrañas y Cuentos
fatales, 1924), un número menor comparado a la vastedad de
su obra poética y ensayística. Quiroga publicará, durante las
primeras tres décadas del siglo, más de doscientos cuentos,
Estudio preliminar 25

muchos de ellos fantásticos, y contribuirá así a consolidar el


corpus. Pero Chiáppori no fue tan prolíico y es claro que a
partir de 1911 sus intereses artísticos cambiaron, a pesar del
breve recreo que signiicaron algunos relatos de La isla de
las rosas rojas. En la imposibilidad de Augusto Caro también
resuenan, oblicuamente, las diicultades para el arraigo de un
género nuevo en la literatura argentina.

La tierra del confín

Si bien los relatos de Borderland poseen autonomía y resisten


la lectura por separado, están cohesionados por un sistema de
personajes y por un texto que da marco a la enunciación. En
la introducción titulada “La interlocutora” se presenta a quien
será la destinataria de estos relatos: una joven “alta, ina, sin-
gularmente pálida”, a medias niña a medias mujer, que era “la
oyente ideal”:

Ávida de fábulas, su espíritu no destellaba la clarividencia


quimérica de sus hermanas extraterrestres, Morella, Ligeia,
pero aquilatábalo, en cambio, sensibilidad tan exquisita, que
el sentido de las imágenes abríase para ella con sorpresas de
prodigio (p. 51).

El narrador le cuenta a “la interlocutora” las historias de


Borderland y son frecuentes el apelativo de “Señora” y la inser-
ción de diálogos entre ellos en las narraciones. Su nombre sólo
será revelado en el libro siguiente, La eterna angustia, dado que
allí ella, Leticia Dardani, es la protagonista; también será reve-
lado en ese libro la causa de su vida melancólica y de su encierro
en la quinta “Las Glicinas”, su gusto por las historias macabras y
la clausura deinitiva de los diálogos con el narrador al inal del
26 Soledad Quereilhac

libro. Temporalmente, la novela La eterna angustia narra los años


anteriores a la situación de Borderland, y también un momento
posterior, con lo cual se transmite la idea de una obra que se va
completando en otra.
Los personajes masculinos son todos jóvenes egresados del cole-
gio El Salvador, colegio al que efectivamente asistió Chiáppori, y
conforman un grupo de amigos con el narrador: Augusto Caro
(protagonista de “Un libro imposible”), Pablo Beraud (de “El
daño”), Emilio Flores (“Mademoiselle Gavroche”) y Máximo
Lerma (“La corbata azul”); en “El daño” aparece también Irene
Caro, hermana de Augusto, mientras que la sensual Flora Nist,
presente en el mismo relato, reaparece luego en “El último vals”,
de La isla de las rosas rojas. Asimismo, el doctor Biercold, médico
expulsado de la Facultad por investigar fenómenos ocultos,
entregado luego a una vida de bohemio entre escritores, también
reaparece en muchas historias.
La gravitación de los relatos sobre un común sistema de per-
sonajes le permite a Chiáppori trabajar sobre una de sus obsesio-
nes: los caracteres heredados. A medio camino entre las presupo-
siciones de época sobre la posibilidad de heredar rasgos morales
o adicciones (como la prostitución, el alcoholismo, la vida diso-
luta) y una hiperbólica construcción literaria de la herencia,
Chiáppori insiste en una imagen asixiante, casi una condena
para sus personajes: sus antepasados. De Máximo Lerma, futuro
asesino de su esposa, se dice:

¿Recuerda el carácter melancólico de la madre de Máximo,


sus frecuentes paroxismos angustiosos sin motivos ostensibles de
ningún género, que labraron su infelicidad y la de los suyos
hasta el in de sus días? […] Ese desequilibrio, redivivo en el
hijo bajo la forma de la hiperestesia que malograra sus mejores
aptitudes, hizo crisis en esa tristísima escena […] (p. 106).
Estudio preliminar 27

En el relato “El pensamiento oculto”, el narrador asegura


sobre su amigo, Saúl, quien también intentará matar a su esposa:
“yo sabía del gran peligro de una impresión muy fuerte para ese
cerebro atribulado que algunos signos premonitores condenaban
ya a la demencia precoz” (p. 118); y más adelante: “era el fondo
neurótico de sus padres, en especial el materno, la causa de las
tribulaciones de ese pobre amigo por quien sentí en ese instante
una lástima ininita” (p. 129). Asimismo, los hermanos Irene y
Augusto Caro son hijos de un libertino y nietos de un bebedor,
quienes “dilapidaron” la “plenitud emotiva” de su descendencia
(p. 56). Irene Caro, enferma de hemoilia, siente como un “male-
icio” el constante “peligro invisible” que la acecha, y sabemos
que la hemoilia es una enfermedad hereditaria.20 Al vincular la
herencia con los desórdenes mentales, el desequilibrio emocio-
nal y los impulsos misóginos, Chiáppori somete a extrañamiento
y adhiere pátinas macabras a un mecanismo natural. El tópico
es frecuente en la época, sobre todo ligado a la idea de degenera-
ción, pero el autor le imprime algunos rasgos singulares.
Otra particularidad de sus historias es el protagonismo y sobre
todo la inusual diversidad de periles que presentan sus perso-
najes femeninos. Si bien “la interlocutora” cumple con todos
los requisitos de la mujer del decadentismo, personajes como
Flora Nist (“El daño”) o como María Rosa (“El pensamiento
oculto”) no eran frecuentes en la literatura de época. A diferencia
de Leopoldo Lugones, en cuyos cuentos de Las fuerzas extrañas
sólo los hombres ejercen de experimentadores con las fuerzas
ocultas, Chiáppori eligió la igura de una mujer a la vez ascética y

20 Cabe aclarar aquí que en realidad las mujeres son transmisoras del gen de
la enfermedad, pero hasta hace poco tiempo se creía que no la padecían; se
aseguraba que sólo los hombres enfermaban de hemofilia. Actualmente esa
hipótesis está en discusión y se han registrado mujeres con síntomas hemo-
fílicos. Como sea, en 1907, Chiáppori pudo haberse permitido una licencia
ficcional al concebir un personaje femenino con hemofilia o pudo, por caso,
desconocer esta información médica.
28 Soledad Quereilhac

sensual, culta, bisexual y atlética para el personaje de la cientíica


autodidacta que lidia con lo paranormal.21
Se dice de Flora que, “educada con todas las libertades masculi-
nas, poseía una cultura superior”, porque la biblioteca de su padre,
un prestigioso naturalista, “no tenía secretos para ella”. Con “sus
diletantismos de hipnotizadora”, era aicionada a la química, leía
obras de generalizaciones médicas –especialmente las relacionadas
a la patología mental– y se sentía atraída por las prácticas de la hip-
nosis y la sugestión. Un sistema de referencias identiicable en la
época reconstruye el tipo de lecturas de la mujer: los experimentos
del coronel Albert De Rochas y los realizados asimismo por Jules
Bernard Luys. A este material se suma la lectura de los informes
sobre hipnosis de Jean-Martin Charcot y la de una monografía
académica, ya parte de la icción de este relato, titulada “El daño”,
cuya redacción habría costado a su autor, el Dr. Biercold, la pér-
dida de su cátedra en la Facultad de Medicina.
Según el narrador, esa monografía sostenía una hipótesis “tan
probable como cualquiera de las que abundan en los libros cien-
tíicos. Fundábase en hechos inexplicables, es cierto, pero bien
comprobados” (p. 185). Con la monografía del Dr. Biercold, el
relato introduce su hipótesis fantástica: tomando las teorías de la
sugestión hipnótica con orientación ocultista, aquellas que air-
maban no sólo la posibilidad de imponerle acciones al hipnoti-
zado, sino también de generarle daños en su cuerpo aún mucho
tiempo después de la sesión, el fronterizo doctor postula que si
se toma como paciente a un hemofílico y si se realiza sobre su
cuerpo un leve corte, se puede lograr que comience a sangrar a
la hora y lugar indicados, y provocarle así una muerte a la dis-
tancia, de apariencia espontánea. La hipótesis mezcla el discurso
del ocultismo de la época con el de la hechicería antigua (daño o
aojo) y el de la psiquiatría (hipnosis).
21 Sylvia Molloy dice que Flora Nist es una versión “local de la ‘mujer
nueva’”. (Molloy, Sylvia, op. cit, p. 532.)
Estudio preliminar 29

Efectivamente, son esas las indicaciones que sigue Flora para


vengarse de Irene Caro y de su prometido Pablo Beraud (ex
amante de Flora) días antes de su boda. Hipnotiza a Irene y –
en una escena de sugerente lesbianismo– le susurra “muy cerca,
como si la estuviese besando”, su mandato, cuyo contenido no
se explicita completamente en el relato; apenas el lugar y la fecha
en que deberá producirse aquello que le ordena: el lecho nupcial,
en la noche de bodas. El espectáculo que se desencadena ese día
es trágico, dado que Irene muere desangrada en la cama. El lec-
tor intuye que, mediante el daño, pudo haber existido una pre-
via “desloración” en manos de Flora (no es casual su nombre),
cuya consecuencia trágica sólo fue pospuesta por la hipnosis para
armar la perfecta escena del crimen. La pregunta de la interlo-
cutora: “¿Fue por la antigua cicatriz que se desangró la pobre
Irene?”22 es evadida con pudor: “No, Señora, ningún médico se
atrevió a mencionar el sitio de la herida”.
Síntesis de la igura tradicionalmente masculina del cientíico
con la de la bruja o la hechicera de la superstición popular, Flora
Nist sortea el repetido y pasivo lugar de mediadora (medium) que
se reservaba a las mujeres en el ocultismo, para asumir el activo
lugar del sabio que ve más allá de las fronteras de la medicina y de
las academias. Si la mayoría de los experimentadores de Lugones
encuentran un fatal destino por causa de sus experimentos, en
“El daño” la experimentadora logra triunfar por sobre la pálida,
antigua y santa prometida de su amante. Sólo en otro relato, “El
último vals”, la femme fatale encontrará la muerte.23
En “El pensamiento oculto”, el personaje femenino no es pro-
tagónico pero demuestra hacia el desenlace una fortaleza poco
frecuente. María Rosa es la esposa de un auténtico “borderline”,

22 Al comienzo del relato, se refiere un accidente con una hebilla, que lastimó
a la mujer en su mano.
23 Incluido en Chiáppori, Atilio, La isla de las rosas rojas, Buenos Aires,
Cooperativa Editorial de Buenos Aires, 1925.
30 Soledad Quereilhac

Saúl, que poco a poco va cediendo su cordura a la invasión de


sus delirios paranoicos. Y al igual que los protagonistas de “La
corbata azul” y de La eterna angustia, su obsesión es su esposa,
su mundo íntimo, la imposibilidad de poseerla de manera abso-
luta. “Su vida interior me era impenetrable” (p. 121) dice des-
esperado y es por ello que decide matarla arrojándola desde el
bote sobre el que navegan las aguas de el Tigre. Torpemente, la
arroja en una zona baja del río y la mujer sobrevive; pero lejos
de victimizarse les grita a su esposo y al narrador, testigo de la
escena: “¡Cobardes!... los dos contra una mujer… ¡qué grandes
cobardes!” (p. 135).
La obsesión por la mujer está notablemente trabajada en los
relatos y las referencias explícitas a lo sexual no se escatiman. En
“La corbata azul”, el macabro y recurrente impulso del protago-
nista de ahorcar a su mujer se describe en estos términos:

Así, de todo el cuerpo de su mujer, sólo el cuello ino y redondo


atraíale con la fuerza de un maligno hechizo simpatista, de
una fascinación sensorial. Y era tanta la vehemencia de su
orgasmo que, a la mera idea de aprisionarlo, su sensibilidad
hiperexcitada trasmitíale alucinaciones físicas (p. 112).

Las escenas de desnudez son frecuentes, a la manera de ese ima-


ginario erótico de la poesía de Samain o del propio Lugones
en sus comienzos. Así como se habla de la “vehemencia de su
orgasmo” en la cita precedente, también se mencionan cor-
piños que caen, escotes que se desprenden o moretones pro-
ducto de la excesiva pasión. Esta explicitación sexual hace más
poderosas a las mujeres de Chiáppori, las dota de una carna-
dura propia que trasciende la típica igura de la niña angelical.
A su vez, estas mujeres no permanecen exclusivamente como
víctimas de la locura de sus amantes, sino que en dos rela-
tos, “Un libro imposible” y “La mariposa”, retornan en formas
Estudio preliminar 31

fantasmagóricas para torturar a esos “¡cobardes!” que se ani-


man a lacerar a una mujer.
“La mariposa” sigue un formato clásico del relato de terror
fantástico. Un escritor atribulado que escribe de noche una
“malhadada novela que ya no acabaré nunca” (p. 148) y que con-
voca, con su arte, toda clase de ánimas a su alrededor, se topa con
una mariposa negra y siente inexplicables ansias de matarla; más
aún, de quemarla viva. Relata por carta los sucesos a su mujer,
Mercedes, que no lo acompaña esa noche pero que de alguna
manera está presente de manera fantasmal. Porque lo que sucede
tras la muerte de la mariposa es un auténtico híbrido entre una
alucinación culposa y un hecho sobrenatural:

[…] de pronto, en esa niebla luminosa, alguien me toca la


espalda de manera muy débil, muy suave… ¡Ah, si a lo me-
nos hubiese podido gritar, gritar muy fuerte mi miedo, pedir
socorro! […] Volví los ojos y de la atmósfera opalina vi surgir
una forma alada en cuyo rostro de sombra brillaban dos ojos
que eran los tuyos, grandes, negros, criminales. ¡Ojos de locura
que me miraban perdidamente, que miraban hasta dentro del
cerebro, registrándolo! Después fue un beso frío, un beso que no
terminaba nunca; después, no sé… (p. 151).

La mariposa asesinada se transigura en una gran igura antro-


pomorfa, con altura humana; sus ojos remiten directamente a
la esposa del narrador y parecen desnudarlo por dentro. En un
punto, esos ojos ultraterrenos, híbridos entre el fantasma y el
animal, concretan lo que los personajes masculinos nunca pue-
den hacer con sus mujeres: mirarlas hasta en sus más íntimos
rincones, escarbar en su cerebro y en su intimidad. Esa mirada
penetrante concluye inalmente en un beso de muerte (“mis
labios exangües presentaban las cárdenas señales de la morde-
dura”) y el escritor queda loco de por vida, o casi. Auténtica
32 Soledad Quereilhac

fantasía de terror, el cuento representa una escena de pesadilla


para el escritor que evoca a la mujer ausente con su escritura.
El recuerdo se autonomiza de la psiquis y parece corporizarse
en un ánima que luego toma la forma de una mariposa. Como
esa evocación incluía deseos sádicos (quemar viva a la mari-
posa-mujer), termina recibiendo un castigo sobrenatural; es la
propia presencia evocada la que se venga y muerde al narrador.
Reconocible discípulo de Poe, Chiáppori ofrece una icción
plausible de ser leída desde la perspectiva de género; en este
caso, la versión fantástica de los miedos masculinos frente a las
formas de desear a una mujer.
“La mariposa” parece un esbozo más clásico y breve del argu-
mento de “Un libro imposible”, cuento más farragoso y cier-
tamente más ambicioso en cuanto a la experiencia que busca
narrar. La historia está más expresamente vinculada con las
hipótesis ocultistas de la época y es claro que Chiáppori buscó
articular las proposiciones de las ciencias ocultas sobre materia-
lización de espectros y mediumnidad con la experiencia creativa
de la literatura. Una nueva tierra de frontera que el autor supo
conquistar con originalidad.
“Un libro imposible” narra la reaparición del joven Augusto
Caro, luego de seis años de paradero desconocido. Reinstalado
en su quinta de Luján, “Villa Engaddi”, debatiéndose en las fron-
teras entre la locura y la razón, Augusto Caro relata a su amigo
la extraña experimentación espiritual en la que se embarcó, bus-
cando convertirse en el primer autor que no sólo inventara sus
personajes, sino que antes pudiera ser ellos, encarnar todas las
personalidades y estados de ánimo posibles, para contar así con
un ininito material narrativo. Especie de versión espiritista del
escritor naturalista, tan interesado como este en adquirir pleno
conocimiento de su referente, aunque a través de métodos más
radicales que la anotación en una libreta, Augusto Caro se ter-
mina convirtiendo en experimentador y en médium al mismo
Estudio preliminar 33

tiempo. Ayudado por los efectos del hachís, siente suprimirse


“el vínculo de cohesión de la personalidad”, y su ser se disemina
“hasta en las cosas inertes”, “como si una fuerza extraña ven-
ciera la cohesión molecular de un sólido” y se desvaneciera “lo
mismo que un gas que se expande” (p. 83). Chiáppori busca en
su relato ligar al arte con un cruce de frontera hacia el más allá.
Pero la obra de arte no se concreta nunca, ya que el desvío espi-
ritista desencadena un suceso trágico: Augusto invita a su mujer,
Ana María, a encarnar ella también a otras mujeres y estados de
ánimo femeninos, pero cuando le pide que recree la sensación
de ser asesinada por él mismo, ella efectivamente muere y desde
entonces su fantasmal presencia acosa al fallido escritor.
Todas las noches, una materia jabonosa y blanca lucha por
cobrar forma en la habitación de Augusto Caro hasta que el
propio narrador es testigo de la venganza de ultratumba: una
túnica de encajes animada, que parecía “un copo de espuma o
una llama blanca”,24 “se levantó del lecho y cubrió a Augusto,
yendo el borde del escote a rozar sus labios amoratados”. Recién
en el relato “El daño”, nos enteraremos de la efectiva muerte
de Augusto Caro, si bien aquí ya se insinúa ese inal. También
sabremos que el hijo que el escritor había tenido con Ana María
(otra víctima de las apariciones espectrales de la madre, casi un
condenado de por vida a la hiperestesia y la alucinación, según
el narrador) está al cuidado de Irene, la enferma de hemoilia. Si
bien el argumento es muy similar al de “La mariposa”, lo que los
distingue es el largo rodeo, entre testimonial y argumentativo,
que el escritor fracasado debe dar para explicar su experiencia.
Hay una necesidad en el relato de fusionar la radicalidad experi-
mental de quienes estudiaban los fenómenos paranormales con
una radicalidad creativa, literaria, narrativa: el escritor quiere

24 En el espiritismo se describe con las mismas palabras al supuesto “ectoplas-


ma”, especie de materia portadora de la vida que emana del cuerpo de los vivos
y que puede ser percibida por los sensitivos o por algunas cámaras fotográficas.
34 Soledad Quereilhac

ser la voz de todas las ánimas desgraciadas que vagan en una


atmósfera de este mundo y para ello no le alcanzan las metáfo-
ras. Busca extraer lo que llama una “impresión fotográica” en la
“acción de un espíritu sobre otro” (p. 86) y elaborar con ello su
primera gran obra. Busca encarnar él mismo a esos fronterizos
de la vida y la muerte, y luego representar lo vivido en el papel.
Busca, en deinitiva, el mayor realismo para lo sobrenatural.
En la descripción de esa empresa, el relato también se ocupa
de desplegar estrategias de verosimilitud apoyadas sobre todo en
reconocibles deícticos culturales: nombres propios de escritores,
ocultistas y cientíicos; reproducción del discurso del espiritismo
y de los informes sobre sesiones con médiums; analogías entre
máquinas o leyes de la física con fenómenos sobrenaturales. Lejos
de buscar transmitir un mero ensueño, “Un libro imposible”
racionaliza la experiencia sobrenatural, construye explicaciones
tomando elementos de la cultura contemporánea y inalmente
airma la existencia del fantasma al colocar al incrédulo narra-
dor como testigo de la materialización. Con ello, se coloca en el
terreno fronterizo entre la fantasía cientíica y la fantasía estética.
Asimismo, Chiáppori vuelve a concebir una historia en la que
la misoginia se cuela para desatar la tragedia. Es interesante la
mención de una historia intercalada al comienzo del relato: la
del misterioso Pablo Lasca, viudo de tres matrimonios, del que
se airma estar “dotado de una potencia nociva” (p. 62). Sus tres
jóvenes esposas murieron antes de cumplir medio año de casa-
das. En todos los casos, los médicos comprobaron la muerte por
síncope cardíaco. Pero la sospecha popular es que Pablo Lasca
tortura a sus esposas hasta matarlas durante las noches de tor-
menta, no con golpes, sino atándolas a la cama y sometiéndolas
a eternas cosquillas hasta hacerles estallar el corazón. A cada una
de sus mujeres “hacíala reír horas y horas en la obscuridad, sin
tregua, sin perdón, hasta verla arquearse toda, el seno erecto,
las venas del cuello gruesas como cuerdas, la cara azul y los ojos
Estudio preliminar 35

propulsados llenos de lágrimas” (p. 63). Esta historia intercalada


es un relejo espectral de la historia principal, en la que Augusto
Caro también experimenta con su mujer y termina matándola,
acaso con un sadismo algo más disimulado. Pero en ambas se
plasma esa obsesión también presente en los relatos no fantásticos
“La corbata azul” y “El pensamiento oculto”: destruir el cuerpo
femenino, pasar sin solución de continuidad de la extrema ado-
ración y atracción hacia la aniquilación violenta. Mientras en
los relatos fantásticos se enfatiza en el método utilizado (quemar
viva a la mariposa, torturar con cosquillas, encarnar la muerte),
en los no fantásticos la narración se concentra más en el pasaje
de un sujeto hacia la locura y el crimen. En este sentido, sobre
todo “La corbata azul”, comparte rasgos con futuros relatos de
Horacio Quiroga sobre el proceso de volverse loco.

Apelando, entonces, al registro de lo plenamente fantástico o


a las insinuaciones de lo extraño, Chiáppori concibió con su
Borderland una lograda tierra de confín, donde el mosaico cul-
tural de entresiglos adquirió una singular combinatoria. Con sus
cruces entre las ciencias ocultas, la locura, la medicina y el ero-
tismo, logró cabales fantasías de época y dejó testimonio de una
forma de experimentar lo misterioso y lo sobrenatural que se
transformaría para siempre décadas más tarde.
36 Soledad Quereilhac

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